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UN REINO DE MUDOS
“Jamás la tecnología de las comunicaciones estuvo tan perfeccionada; y sin embargo nuestro
mundo se parece cada día más a un reino de mudos. La propiedad de los medios masivos se
concentra más y más en pocas manos (…) Nunca antes tantos hombres fueron mantenidos
en la incomunicación por un grupo tan pequeño”. GALEANO E.,”Hacia una sociedad de la inco-
municación”, Le Monde Diplomatique, enero de 1996.
Que el mundo está hoy más interconectado que nunca es un hecho que no merece discusión.
Lo que sí puede, y debe, discutirse, como lo hace Eduardo Galeano, es si los hombres estamos hoy
mejor comunicados que ayer, cuando había muchos menos medios masivos de comunicación e In-
ternet ni siquiera existía.
Esa misma cuestión, vista desde el ángulo de los Derechos Humanos, podría expresarse pre-
guntándose si la existencia de más y más perfeccionados medios de comunicación y la aparición de
nuevas tecnologías de información y comunicación ha hecho que el “derecho a la comunicación” sea
respetado hoy más que hace algunas décadas o es un campo en el que hemos retrocedido.
En la búsqueda de una respuesta encontramos un primer punto muy significativo: es la senci-
lla comprobación de que los grupos empresarios dominantes en el mercado mundial de la comunica-
ción son, tal como dice Galeano, cada vez menos y cada vez más grandes.
La velocidad y el dinamismo del proceso de fusión y concentración es tan grande que se hace
difícil brindar cifras que no estén desactualizadas - o que vayan a estarlo a breve plazo - pero puede
afirmarse con bastante certeza que los grandes grupos transnacionales de comunicación, aquellos
cuya acción y cuyos productos penetran en prácticamente todos los países del planeta, son sólo al-
rededor de diez. Los que operan a nivel continental o regional alrededor de 50 y los que dominan
mercados subregionales o locales alrededor de 90.1
Demás está decir que todos estos grupos no operan en forma aislada sino asociadamente.
Esto significa que los de menor rango, por ejemplo los que operan a nivel nacional, funcionan como
polea de transmisión de los productos y estrategias de los grupos más grandes, tanto sea los de nivel
regional como los de nivel internacional. Esto hace que la cantidad de grupos comunicacionales que
producen comunicación y cultura sea aún menor que la suma de los grupos recién citados para cada
nivel.
Esta drástica reducción de las fuentes de información y de generación de productos cultura-
les, y la consecuente e ineludible limitación en la libertad de elección de la fuente informativa que es-
to conlleva para los receptores, constituyen una violación, o al menos una importante restricción, del
derecho a recibir información y cultura procedente de diferentes orígenes y elaboradas desde distin-
tas perspectivas culturales e ideológicas. Pensamos aquí en el sujeto como receptor.
En ese contexto de acotación del número de fuentes igual limitación sufre, naturalmente, la li-
bertad de cada individuo de ejercer su derecho de acceder a los medios para allí comunicar a la co-
munidad sus ideas, la información que posea y su visión o interpretación de la misma. Pensamos
aquí en el sujeto como emisor.
La misma pregunta por la vigencia del Derecho a la Comunicación puede plantearse en refe-
rencia a las nuevas tecnologías de información y comunicación y en particular a internet.
Muchos son los aspectos a analizar, como se hará más adelante, acerca de Internet. Res-
trinjámonos en esta introducción a uno solo de esos aspectos: la posibilidad de acceso a internet
Quienes tienen una mirada optimista sobre la cuestión argumentan con frecuencia que la cantidad de
personas que tienen acceso a Internet crece rápidamente alrededor de todo el mundo. En apoyo de
este optimismo se citan incluso estadísticas que demuestran que Internet es la innovación tecnológi-
ca que más velozmente se ha expandido en toda la historia de la humanidad.
El número total de quienes están actualmente conectados, así como su distribución a lo largo
del mundo, varía mucho de acuerdo a la fuente que se tome. Aceptemos, sin embargo como correcta
una de las estimaciones más positivas; es la realizada por las Naciones Unidas a través de la Unión
Internacional de las Telecomunicaciones, UIT. En ella se nos dice que, para el año 2009, alrededor
del 26% de la población mundial tenía acceso a Internet.
1
Brardinelli Rodolfo Las palabras y los silencios: derechos Humanos, palabra, persona y democracia, San Pablo, Buenos
Aires 2012.
1
El dato, dada la relativamente reciente aparición de internet, parece alentador. Sin embargo
oculta una desigualdad notable y de indudable impacto en orden a la satisfacción, o no, del derecho
a la comunicación. Mientras algunos países desarrollados tienen promedios de acceso superiores al
80% - son los casos de Holanda (87,2%), Suecia (86,8%), Japón (83%) y Suiza (80%) – otros países,
como los del África Subsahariana, están largamente por debajo del 5% de acceso. Iguales o pareci-
dos abismos se verifican también en América Latina donde algunos países, como es el caso de Ar-
gentina, tendrían un 30% de su población conectada mientras que hay países, como Bolivia o Para-
guay, en los que las tasas de conexión ronda el 3% del total de la población.
¿Cómo responder entonces, con estos datos a la vista, a la pregunta por la vigencia del Dere-
cho a la Comunicación? ¿Cómo responderla especialmente cuando las irritantes diferencias señala-
das se repiten también, y con igual gravedad, dentro de cada uno de los países, configurando secto-
res geográficos y sociales claramente diferenciados, los llamados “info-ricos” y los “info-pobres”?
¿Como responderla cuando vemos que tampoco en este terreno los sujetos tienen aseguradas sus
posibilidades como receptores y como emisores?