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TEMA 6 (1 de 2)
El ilustre jurista venezolano Ángel Francisco Brice, nos refiere que “fue Pericles el primer abogado
profesional en la Grecia antigua, pues antes la abogacía podía ser ejercida por cualquiera que tuviera
dotes oratorias. En los primeros tiempos la profesión en Grecia era gratuita: se cuenta que
Antisoases (sic) fue quien por primera vez cobró por defender a sus clientes”. Puso precio a sus
servicios y comenzó a cobrar en efectivo a sus clientes a cambio de prestarles asistencia.
Lógicamente, esta costumbre se extendió a todos los oradores griegos y, desde entonces, ha sido
práctica habitual lo de cobrar por defender.
El mismo procesalista, agrega: “En los primeros tiempos la profesión no era remunerada en Roma; lo
fue posteriormente, y es conocido el caso de Cicerón, quien recibió de Publio Syla, por defenderlo de
una acusación, un millón de sestercios por el respecto de honorarios. Augusto prohibió a los
abogados recibir honorarios en vista del cobro desmedido de ellos, bajo pena de devolver el
cuádruplo. Claudio dispuso que los honorarios no debían de pasar de 10,000 sestercios. A
Constantino se le debe la prohibición del pacto de quota litis.
El procesalista mexicano Eduardo Pallares, haciendo también referencia a Roma, alude a los
honorarios, pero, no los relativos al ejercicio profesional de la abogacía en el foro, sino a la
contraprestación de elevado rango que recibían los jurisconsultos que impartían enseñanza jurídica,
indicando:
“El jurisconsulto vivía de los honorarios que le pagaban sus discípulos y según Pomponio, Ixbeón
pasaba seis meses en el campo consagrado al estudio del Derecho y a escribir libros, y seis en la
ciudad a impartir sus enseñanzas.
“El honor de que entonces disfrutaban los maestros era muy grande, lo bastante para que Ulpiano les
negara acción judicial encaminada a obtener el pago de sus servicios. La negativa se fundaba en que
la ‘ciencia civil es cosa muy santa que no debe ser estimada ni deshonrada con el dinero, y que hay
cosas que pueden honradamente aceptarse, pero no exigirse’”.
Significado gramatical
Conforme a este significado gramatical, cuando el abogado percibe una remuneración por su trabajo
que no se ejerce en forma liberal, ya no es honorario. En este aspecto, si pensamos en el abogado
como empleado particular, su vinculación jurídica será la de un contrato de trabajo y lo que recibe no
es un honorario, sino un sueldo. De la misma manera, si hacemos referencia a un abogado, como
funcionario o empleado público, vinculado por una relación de servicio civil con el Estado, la
remuneración que se le entrega también será un sueldo y no un honorario.
La expresión honorario está íntimamente vinculada al vocablo “honor”. La alta investidura del
profesionista que desempeña sus tareas en forma liberal, por sus conocimientos está dotado de una
elevada dignidad u honor. En consecuencia, al profesionista liberal, cuando se le cubren honorarios,
se le confiere el honor de retribuirlo, no como una contraprestación o compensación por sus
servicios, sino como un reconocimiento por sus tareas de inusitada elevación jerárquica. En su
significación propia, honorario es lo que sirve para honrar.
El llamarle honorarios a la compensación material valiosa que le otorga al profesionista liberal, quien
recibe los servicios de él, equivale a destacar la alta dignidad del profesionista y lo invaluable de sus
servicios.
Liberal significa, en una de sus acepciones, “partidario de la libertad”. Ello representa que el abogado
que actúa liberalmente es el que no está sujeto a la subordinación que implica bien un empleo
particular, o el desempeño de una función pública como empleado o funcionario público. Por otra
parte, se entiende por artes liberales, “las que exigen sobre todo la intervención de la inteligencia”.
Denominación
El ilustre jurista mexicano don Manuel de la Peña y Peña alude a la denominación: “…Se le da la de
honorarios, desde los romanos la llamó el jurisconsulto Ulpiano y esto es, porque el honorario se da al
patrono en gracia y honor de un trabajo tan noble y liberal como el que impende y que por esto no
puede tener de suyo un precio exacto y seguro. Las mismas leyes, calificando desde luego la gran
dificultad de poner tasa a esta clase de trabajos se reduzcan solamente a fijar ciertas reglas generales
sobre los honorarios del abogado…”
Del pensamiento del practicista Peña y Peña, se puede observar que se puede denominar honorarios
al pago pecuniario de servicios profesionales prestados liberalmente. Cuando el profesionista se
vincula en un contrato de trabajo o en una relación de función pública, su tarea ya no la desempeña
en forma liberal, por lo que la contraprestación que recibe por sus servicios está regulada por la
legislación laboral o por la legislación administrativa, según que sus servicios los preste a los
particulares o a la autoridad estatal, respectivamente.
Concepto de honorarios
Por honorarios entendemos la contraprestación en dinero o especie que el cliente cubre al abogado a
cambio de los servicios profesionales que ha recibido o recibirá, con motivo del ejercicio liberal de la
profesión.
e) Decimos que esos servicios los ha recibido o los recibirá. Ello quiere decir que, el cliente se ha
beneficiado o se beneficiará con una recepción de servicios, que es receptor de servicios actualmente
o a un futuro inmediato. Se ha incluido el futuro con el vocablo “recibirá”, pues los honorarios se
pueden cubrir anticipadamente, lo que es frecuente, por lo menos parcialmente. Sin embargo,
cuando no se presten los servicios, se deberá devolver el anticipo recibido.
f) Por último, incluimos en el concepto la frase “con motivo del ejercicio liberal de la profesión”
porque si el ejercicio de la profesión no es libre por estar subordinado el profesionista a un contrato
de trabajo o a una relación de la función pública, lo que recibirá será un sueldo o salario.
El procesalista español Santiago Sentí Melendo reproduce algunos conceptos de Antonio Visco, quien
acerca de la justificación de los honorarios señala:
II. El abogado, está ubicado social y culturalmente en un medio de elevada consideración, por
tanto, su profesión le presiona a proveerse de los recursos necesarios para alternar con sentimiento
de igualdad, en un nivel, no de lujo, ni de ostentación, que tampoco es debido, sino en un grado de
decoro mínimo que le exige su posición de intelectual.
III. Una profesión requiere de una preparación larga y, a veces también costosa para la familia de la
que ha dependido el hoy profesional; se ha invertido un tiempo y un trabajo reiterado. Ello tiene un
valor y ese valor se retribuye a través del pago de los honorarios.
IV. El cliente se sirve de la actividad profesional del abogado, si no retribuyese los servicios habría
un enriquecimiento ilegítimo. Su patrimonio se beneficiaría con los servicios personales del
profesional y no habría compensación onerosa si no cubriera honorarios.
VI. El profesionista que hiciera un apostolado de su profesión y que adoptara frente a la vida una
exagerada postura franciscana de desprendimiento, sería visto con desconfianza por los usuarios
presuntos de sus servicios, pues lo considerarían un fracasado o un incapaz para la lucha por la vida.
Cómo va el abogado a luchar por los demás, si parece que no puede luchar por sí mismo y por los
suyos.
VII. El cliente, siempre que tiene el talento y la sencillez para reconocer el mérito auténtico, si posee
la holgura económica adecuada, se complace en retribuir los para él inapreciables e invaluables
servicios que le han restaurado su libertad, su patrimonio, o, en general, los derechos que tienen para
él tanta significación como por ejemplo, su reinstalación en su trabajo.
El ilustre jurista mexicano don Manuel de la Peña y Peña se encarga de formular interesantes
recomendaciones en materia de cuantificación de honorarios:
“Debe el abogado cuidar sobremanera de evitar por su parte toda ocasión de reclamos, disgustos y
habladurías de los litigantes, obrando en todo con la mayor honradez y exactitud, y no exigiéndoles
sino lo muy justo en remuneración de sus servicios.”
Nos proporciona, brevemente algunos puntos de referencia, a manera de reglas de fijación de los
honorarios:
Estos parámetros son valederos para que el profesionista norme su criterio en la fijación de sus
honorarios.
A efecto de evitar problemas con los clientes, Peña y Peña sugiere:
“… concierten sus honorarios con los clientes al principio y no después de comenzados, estos
conciertos no se observan en la práctica, sino que los abogados van sucesivamente cobrando sus
honorarios según también van sucesivamente haciendo su trabajo”. Sobre la práctica de cobrar
honorarios escalonados a la evolución del asunto, manifiesta este autor que “está práctica es más
segura, prudente y decorosa”.
En la misma obra, se proporcionan criterios que pueden servir para cuantificar los honorarios:
a) Por instancias
b) Por pruebas
d) Por incidentes
h) Por el éxito
El Código Civil para el Distrito Federal en materia común y para toda la República en materia federal y
el Código Civil del Estado de Campeche, al regular el contrato de prestación de servicios
profesionales, previenen la manera de cuantificar los honorarios, en el supuesto de que haya sido
omisa la voluntad de los contratantes y, de esa regulación también se obtienen criterios orientadores
para la determinación del monto de los honorarios:
Distrito Federal
Art. 2607.- Cuando no hubiere habido convenio, los honorarios se regularán atendiendo juntamente a
las costumbre del lugar, a la importancia de los trabajos prestados, a la del asunto o caso en que se
prestaren, a las facultades pecuniarias del que recibe el servicio y a la reputación profesional que
tenga adquirida el que lo ha prestado. Si los servicios prestados estuvieren regulados por arancel,
éste servirá de norma para fijar el importe de los honorarios reclamados.
Estado de Campeche
Art. 2508.- Cuando no hubiere habido convenio, los honorarios se regularán atendiendo juntamente a
las costumbres del lugar, a la importancia de los trabajos prestados, a las facultades pecuniarias del
que recibe el servicio o a la reputación profesional que tenga adquirida el que los ha prestado. Si los
servicios prestados estuvieren regulados por arancel, éste servirá de norma para fijar el importe de
los honorarios reclamados.
Aun con los criterios orientadores, resalta espontánea la dificultad de una fijación de honorarios
cuando no ha habido acuerdo entre las partes, de un contrato de prestación de servicios
profesionales.
B) El acuerdo al que se llegue debe constar por escrito. En asuntos muy cuantiosos, podría elevarse
el convenio de honorarios a escritura pública.
D) De ser posible, es conveniente que se pacte el cobro escalonado, o sea, los honorarios se
gradúen o se dividan en pagos por etapas realizadas del procedimiento de que se trate.
G) Por supuesto que, es esencial la capacidad pecuniaria del cliente. Los honorarios deberán ser
proporcionales a esa capacidad. Si el cliente carece de recursos para cubrir los honorarios, habrá un
punto de partida falso en su fijación. En esta hipótesis el abogado de antemano sabrá que si acepta
un patrocinio en tales condiciones, habrá problema de obtención de honorarios.
I) Respecto de clientes de medianos recursos, con ingreso fijos, se puede establecer el cobro de
honorarios en pagos parciales, acordes a los ingresos del cliente.
J) Por lo que hace a las características personales de quien preste el servicio profesional pueden
tomarse en cuenta varios elementos, a saber:
Esta pregunta no sólo se la hace todo recién egresado de la carrea de derecho que se dedique al
litigio, pero también todo cliente potencial. Así que me daré a la tarea de ilustrarlos.
¿Cómo cobrar? es una pregunta compleja. Y no sólo para el abogado recién egresado, sino también
para el abogado veterano que tiene en cuenta que es consiente que su trabajo también se rige por las
fuerzas del mercado. Incluso esta pregunta no se responde con los pronunciamientos del Consejo
Superior de la Judicatura, que en su jurisprudencia ha dejado en claro los criterios que debe tener en
cuenta un abogado para cobrar:
Incluso, estos criterios que expone el Consejo Superior de la Judicatura son tan basura, que la misma
Entidad lo reconoce en cierto modo que es basura y termina diciendo al final que siempre se
privilegiará la voluntad contractual de las partes.
En resumen: el abogado cobra como se le da la gana, y es libre de negociar las tarifas con el cliente si
este siente que no las puede pagar. Suena rudo lo que dije, pero es la verdad.
Por mi experiencia, estas son las formas que he conocido hasta ahora que utilizan los abogados para
cobrar sus honorarios:
1. Basándose en la tarifas que determina algún Colegio de Abogados: Normalmente, esas tarifas
suelen ser las de Conalbos o las de Confecol. Las de Conalbos, las puede encontrar actualizadas en
esta pagina web, pero en lo personal son bastante ambiguas, ya que no se sabe si son tarifas techo o
si son tarifas mínimas. Eso sin contar con que rayan en lo absurdo (por ejemplo, al referirse a las
consultas civiles, establece que la consulta verbal cuesta el 50% de un salario mínimo, que al sol de
hoy vienen siendo $294.750).
En cuanto a las tarifas de Confecol (la confederación colombiana de abogados. No confundir con
cierta entidad pseudocientífica), estas las puede consultar aquí. Sin embargo, si bien estas son un
poco mas laxas que las de Conalbos, al parecer no han sido actualizadas desde el año 2008 y Confecol
aparentemente ya no existe.
Es bueno basarse en estas tarifas si a usted le llega un proceso complejo y no sabe cómo cobrar por
él, ya que en ambos documentos aparece una lista de cómo cobrar en una serie de procesos judiciales
que van desde simples procesos ejecutivos singulares hasta sucesiones intestadas o desenglobe de
lotes.
No obstante, mi recomendación es que usted utilice estas tarifas SÓLO COMO UNA GUÍA, mas no
cobre lo mismo que ahí aparece, ya que como ya vimos, muchas de esas tarifas rayan en lo absurdo.
2. Cuota Litis: es un porcentaje sobre las pretensiones, que NUNCA debe pasar del 50% (es mas, ni
debería de pasar del 40%, pero hay abogados que cobran el 50% y hay gente que los paga). Esta es
ideal para procesos que usted sabe que va a ganar, que el demandado es solvente (mas si ese
demandado es el Estado) y/o cuando su cliente no tiene dinero para pagarle por adelantado.
3. Tarifa fija: Cobrar una suma fija por el negocio. Aquí juegan las formas de pago que van desde
cuotas mensuales, hasta porcentajes dependiendo de la labor realizada.
Aquí le recomiendo algo: Esta forma de cobrar depende de si usted cobra por representar un proceso
o si usted cobra por algún trámite. Si cobra por un proceso, le recomiendo cobrar en cuotas el valor
de sus honorarios (ya sea por cada instancia, o en cuotas mensuales). Pero si cobrar por algún trámite
(notarial, municipal, etc.), le recomiendo cobrar la mitad al iniciar y la otra al terminar. Y ojo, no
entregue ningún documento a menos que su cliente efectivamente le pague.
4. Prima de éxito: es básicamente la cuota Litis combinada con una tarifa fija. Aquí usted cobra la
tarifa fija para hacerse cargo del proceso, pero cobra la cuota Litis en caso de que lo gane. Si lo pierde,
entonces no cobra esa Cuota.
5. Cobrar sobre las costas: Las costas son como un reconocimiento económico que le hace el Juzgado
a la contraparte que ganó un proceso o las excepciones previas. Esas costas las tiene que pagar el
demandado y normalmente se fijan mediante un Auto o una Sentencia, las cuales prestan mérito
ejecutivo. Algunos abogados suelen cobrar sólo sobre este rubro, lo cual sólo recomiendo en
procesos ejecutivos y si las pretensiones son altas (y obviamente, si el demandado tiene dinero para
pagarlas)
6. Trueque: Esto es insólito, pero aunque usted no lo crea, hay abogados que cobran así. En esta
modalidad el cliente, que no tiene con qué pagar, le paga al abogado en especies, entregándoles
desde bienes suntuosos como joyas, hasta carros. Incluso algunos le prestan a los abogados la tarjeta
de crédito para que use todo el cupo disponible en su favor, siendo sus honorario todo lo que pueda
comprar con esa tarjeta.
Esta modalidad es ideal para personas a las que poco o nada les importa el qué dirán, ya que algunos
abogados y gente del común tienen a los abogados en un pedestal tal, que les parece poco decoroso
que un profesional del derecho cobre mediante una modalidad tan prehistórica.
En lo personal no tendría problema con esta modalidad siempre que se trate de bienes que pueda
vender rápido o que necesite comprar. Además, es la mejor forma de no pagar impuestos sobre los
honorarios recibidos.
7. Formas non sanctas e ilegales: Esta es aun más insólita y asquerosa, y no me referiré a ella. Sólo se
la dejo a su imaginación y no diré mas aparte de que el abogado o abogada que cobre de esa forma
no merece ser abogado.
8. Facturación por hora: Esta es la más común de cobrar en buffets de abogados grandes o de
abogados muy prestigiosos. Aquí, usted le cobra a su cliente una suma de dinero (digamos, $6.000)
por cada hora o fracción que usted le dedique A TODOS SUS CASOS, sin importar de qué se trate.
Aquí el abogado cobra hasta por hablar con el cliente por teléfono. Obviamente, su gestión debe de
estar bien detallada y debe exigirse su pago mediante una factura legalmente constituida, que
prestará mérito ejecutivo. Ojo, esa factura no sólo incluye las horas facturadas, sino todo lo que el
abogado se haya gastado para hacerse cargo de su caso, como los transportes o las fotocopias.
Esta tarifa, en lo personal, me parece un poco abusiva pero es la mejor forma de cobrarle a clientes
que son molestos para ciertos abogados, como aquellos que llaman para preguntar bobadas a horas
impertinentes, o para aquellos clientes que les gusta convertir una simple consulta en una epopeya
digna de Homero.
¿Y qué hago si siento que mi abogado me está cobrando demasiado por mis servicios?
En este caso, usted como cliente puede denunciar a su abogado ante el Consejo Superior de la
Judicatura, mediante un proceso de regulación de honorarios en el cual le rebajarán los honorarios a
su abogado.
AÑADIDO EL 7 DE ENERO DE 2015: También, dentro del proceso que esté tramitando, tanto el
abogado como el cliente pueden iniciar un incidente de regulación de honorarios en caso de que
alguno de los dos considere excesivo, o bien, muy poco, lo que se pactó.
Comenzando por su definición, la consulta es el contacto que mantiene el abogado con el cliente en
el que éste le solicita asesoramiento jurídico sobre algún asunto de su interés. Podríamos distinguir
dos tipos de consulta: a) la que se atiende a un cliente por primera vez, y b) aquella en la que se
atiende a un cliente que ya ha contado con nuestros servicios anteriormente. Dentro de cada una de
estas modalidades se encontrará la consulta "genuina", es decir, aquella en la que el cliente necesita
el asesoramiento puntual sobre un tema de su interés y que raramente puede derivar un futuro
encargo y la llamémosle "preventiva" pues trae su causa en un asunto del que existen muchas
posibilidades que concluya en un encargo.
Tras esta clasificación y respondiendo a la pregunta ¿deben ser remuneradas por el cliente dichas
consultas?, hemos de partir de la base, quizás obvia, de que toda consulta efectivamente, como
materialización de un servicio de asesoramiento y dedicación del tiempo del abogado al cliente, debe
y tiene que ser remunerada. Por ello, los despachos deben disponer de una cultura o filosofía clara en
este aspecto, disponiendo de un precio unificado para las consultas, con las particularidades que se
quiera (tratamiento especial de familiares, amigos, etc...) pero que en definitiva el despacho sea
consciente del devengo de los honorarios por la consulta y del importe de la misma.
Cuestión diferente es que, por razones estratégicas, el despacho decida no cobrar determinadas
consultas, lo cual es bastante habitual en el mercado de servicios legales como podemos comprobar a
la vista de la publicidad existente (primera consulta gratis, consultas sin compromiso, etc...) En el caso
de nuestro despacho solemos cobrar las consultas genuinas del cliente que asiste por vez primera al
despacho. Por el contrario, la primera consulta de un asunto que sabemos que concluirá con total
seguridad en un encargo suele ser gratuita a modo de herramienta de captación. Igualmente, y como
fidelización, nunca cobramos las consultas de los clientes con los que ya mantenemos una relación
muy estable. En los restantes casos se cobra, pero de derivar en un asunto encargado, deduciremos el
importe de la misma.
Sentadas las bases de la consulta, su clasificación, el devengo de nuestros honorarios y la libertad de
elección del abogado en cuanto a su cobro, ahora hemos de centrarnos en la problemática que lleva
aparejada.
Y como todos sabemos, la problemática es bien sencilla: cuando atendemos a algunos clientes en una
consulta, es muy habitual que al concluir la misma éste se despida de nosotros muy feliz y
educadamente y la consulta quede sin abonar. En ese momento, nos frustramos y nos preguntamos
que habremos hecho mal los abogados para que el cliente no nos trate como a los médicos,
psicólogos, detectives, etc... que también se ocupan de los problemas de la gente y cobran
puntualmente sus consultas.
Las razones de esta conducta descansan en diversas causas con múltiples derivaciones psicológicas,
sociales, culturales, que ya han sido analizadas en el post ¿Por qué a los abogados nos cuesta solicitar
nuestros honorarios? y que podrían resumirse en que el cliente no asocia nuestra intervención en la
primera consulta a la prestación de un verdadero servicio retribuible, percepción a la que se suma la
propia del abogado, cuya autoestima profesional no es lo suficientemente equilibrada como para
"exigir" el cobro de la misma.
Sea como fuere, el propósito de este post es ofrecer algunas vías de solución para reducir la sangría
emocional y material que esta materia de la consulta supone al abogado. Vayamos con ellas.
1º.- En las consultas genuinas, cuando el posible cliente pide una cita, ésta deberá dársela siempre el
secretario/a, quien ante el cliente será el responsable de nuestra agenda. En el momento de darle
cita, aquel/lla le indicará que el importe de la consulta es X €. Por ello, el abogado, cuando interactúe
con el cliente (personal o telefónicamente) siempre deberá evitar dar la cita directamente,
excusándose de ello y remitiendo a su asistente para este cometido.
En mi opinión, este es el mejor método, pues produce un primer filtro en el que quien asista a la
consulta sabrá cuáles son sus obligaciones económicas y estará preparado para su cumplimiento. Si el
precio de la consulta o el mero hecho de tener que pagarla le echa para atrás, mejor que mejor,
hemos ahorrado tiempo y dinero.
2º.- Para el caso de que el cliente este citado sin conocer el hecho de la percepción del importe y en
el supuesto habitual de que no pregunte nada y se marche, el asistente le enviará un correo
electrónico o carta en la que le indicará el importe de la consulta y la cuenta corriente de pago. De
esta forma, el cliente tomará conciencia de que el trabajo del abogado era retribuido y deberá
satisfacer la consulta. Que no pague es otra cuestión con diversas soluciones, pero no es el caso de
este post.
3º.- Otra opción, que he tenido ocasión de ver en algunas asesorías jurídicas de sindicatos y
asociaciones, es un cartel pegado a la pared en el que se deja muy claro el precio de la consulta. Si
bien esta "técnica" no es muy apropiada para todos los despachos, lo cierto es que en este tipo de
asesoramiento suele funcionar bien, pues durante la espera, el cliente toma conciencia de su
obligación y pocas excusas tendrá para no pagar.
4º.- Finalmente, se encuentra el abogado avisado y algo quemado con estas actitudes, que sin rubor
alguno (lo cual es encomiable) solicita a la conclusión de la consulta al cliente el importe de la misma
o lo hace su secretario/a, educada a fondo en tal labor, y que se convierte en una barrera física y
psicológica para el cliente despistado que se dirige a la puerta en el convencimiento de que la
atención, tiempo y conocimientos del letrado ha sido gratis total...
Probablemente habrá múltiples combinaciones de situaciones y soluciones, por lo que os animo a que
participéis con vuestros comentarios. Yo por mi parte, y tras muchos años quejándome de esta
situación, creo que me he desahogado y quitado un buen lastre de encima. ¡Ahora os toca a vosotros!
Encuentra este y otros artículos del autor en su página web y conoce sus obras en la página e-autor.
http://www.legaltoday.com/blogs/gestion-del-despacho/blog-manual-interno-de-gestion/que-
podemos-hacer-los-abogados-para-cobrar-las-consultas
Por otro lado, el cuadro se completa, ya que son los propios clientes los que, con su actitud, las más
veces nos transmiten su incomodidad con nuestra petición de honorarios, malestar que puede
materializarse en varias formas: retraso en el pago, actitud contrariada, mayor exigencia si cabe,
discusión del importe de los mismos... De hecho, este conjunto de actitudes es la causa de que en
nuestros corrillos profesionales, siempre salga algún compañero que diga ¡Yo esto no lo entiendo, al
médico nadie duda en pagar, vamos que se van a la secretaria como un resorte...y con nosotros
muchas gracias y hasta luego Lucas!... ¿Os suena?
Las cuestiones a resolver son ¿por qué nos ocurre esto a nosotros los abogados y no al tendero de la
esquina, al frutero de la plaza o al médico del quinto? Y ¿Por qué al cliente le cuesta tanto pagar
nuestros honorarios? Para ello, que mejor que partir de la percepción que tiene el cliente sobre el
hecho de pagar los honorarios al abogado.
El cliente, como todos sabemos, cuando llega a nuestro despacho, lo hace sometido a una notable
presión psicológica e incluso física derivada del conflicto que atraviesa, que suele afectar a su
patrimonio, libertad e incluso a su vida, lo que lo convierte en un ser que está atravesando un mal
momento en el que su prioridad es que el abogado le soluciones el problema. Este hecho, como
veremos a continuación, tiene una notable repercusión en la forma en la que el abogado encarará el
problema de los honorarios.
Por otro lado, aquel viene socialmente condicionado, ya que ha aprendido que los abogados son muy
caros, que sus honorarios son excesivos y que en esta materia hay mucha falta de transparencia.
Estemos o no de acuerdo con esa percepción social, lo cierto es que cuando el cliente llega por
primera vez al despacho está ciertamente afligido por el perjuicio que va a sufrir su economía al
ponerse en manos de un abogado. A ello se une, la sensación de que, ante la situación de inseguridad
en la que se encuentra, se ve obligado en ponerse en manos del abogado incondicionalmente, lo que
a su vez le creará una sensación de debilidad muy frustrante en la que el pago de honorarios es algo
desagradable y forzado.
Igualmente, el cliente suele desconocer en qué consisten nuestros servicios, es decir, ¿qué es lo que
hacen los abogados? ¿cómo lo hacen?, etc... lo que les impide evaluar algo que es intangible, por lo
que ante dicha falta de conocimiento, tenderá instintivamente a temer por anticipado todo lo relativo
a los honorarios profesionales, cosa que no le ocurrirá cuando vaya a comprar un coche y se siente su
interior percibiendo con sus sentidos una realidad tangible y evaluable.
Finalmente, como señala Santiago Sinópoli, para el imaginario colectivo la profesión liberal de la
abogacía tiene en su esencia mucho de servicio que uno presta por el honor. Para explicar esta idea,
nada mejor que transcribir sus palabras: "De allí viene que en el trabajo de abogado uno pacta cierto
pago que se llama ¨ honorario ¨, y esto nos remite a que el consultante de un abogado piense que al
pagar un honorario está haciéndolo por el honor que el profesional del derecho nos ha hecho al
brindarnos un servicio. También por parte del abogado quién trabaja se siente honrado por
desempeñar la función de auxiliar de la justicia, y por ello no requiere una retribución pecuniaria
como lo pretendería un comerciante. En ambos casos está claro que el honor y el trabajo profesional
del abogado están lingüísticamente vinculados y por ello vinculados profundamente en nuestro
universo simbólico. Esto hace en cierto modo que a uno abogado o abogada tenga un
condicionamiento psicológico y le cueste hablar del dinero con los clientes, sobre todo en las
primeras consultas"
Situado el cliente, ya es hora de entrar en las posibles causas por las que al abogado le cuesta pedirle
sus honorarios:
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