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En Jesús vencemos al mundo

José Jesús Carrera Mendoza

Frente al gran gozo pascual, la alegría de la resurrección; continúa respirando el secularismo, y


entre nosotros la mundanidad espiritual. Así, el hombre, ya desde tiempo atrás, trata de limitar
sus necesidades y ambiciones al espacio y tiempo, se muestra indiferente y huye al enfrentarse a
la cuestión última de su existencia: no percibe, aún más, niega la unión íntima y vital con Dios en la
que ha sido creado. Cierto es, que somos muchos los creyentes que luchamos por ser discípulos
misioneros; cierto también, que va en aumento el número de los que no quieren nada con Dios.
Alguna semejanza podemos encontrar entre nuestro contexto y el de la iglesia naciente: en ambos
el sistema civil y algunas tendencia religiosas no querían a Jesús y a su mensaje, buscaban
expulsarlo del pensamiento y del corazón de todos. Si antes hemos vencido en la batalla, ahora
nuevamente: «En el mundo viviréis atribulados; pero tened buen ánimo, yo he vencido al mundo»
(Jn 16,33).

La misión de la Iglesia, mientras esté peregrina, abarcará también el vencer al mundo. Para
lograrlo, a nosotros nos ayuda ver hacia atrás y aprender de los antiguos. Si la Iglesia primitiva
pudo vencer las adversidades y testimoniar el evangelio fue porque los creyentes estaban seguros,
convencidos, de en quien habían puesto su esperanza. Así, dos actitudes podemos tomar de ellos,
primero, ante la dificultad de reconocer a Jesús ya sea por las tristezas, las desilusiones, los malos
ratos, la desesperanza frente a las cosas que no entendemos o no alcanzar a comprender como es
que actúa Dios, ante esto es necesario dejar que sea Jesús quien vuelva a cautivarnos, quien haga
arder nuestro corazón y esto a través del encuentro en la Palabra, los sacramentos y la caridad
(Cfr. Lc 24,13-35). También, frente a lo bueno, cuando ocurren prodigios, cuando todo marcha
bien y el Evangelio es sembrado y germina en muchos corazones, ante esto, es, de igual manera,
Jesús el protagonista, él es el artífice, a su Nombre las rodillas se doblan y la salud se restablece
porque él tiene el poder, porque no tenemos oro ni plata sino a Jesús y con vencemos al mundo y
damos vida al mundo (Cfr. Hch 3).

«Tú, Dios mío, me eres testigo de que ninguna cosa me puede consolar, ni criatura alguna dar
descanso sino Tú, Dios mío, a quien deseo contemplar eternamente. Mas esto no es posible
mientras vivo en carne mortal... Entre tanto tendré los libros santos para consolación y espejo de
la vida; y sobre todo esto, el cuerpo santísimo tuyo por singular remedio y refugio.» - Imitación de
Cristo, Libro IV, Cap. 11

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