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Francis Holway
“Para un martillo todos son clavos”, dice el famoso dicho popular. De la misma
manera, para el que tiene una concepción dogmatizada y cerrada de algún
aspecto de nutrición, todo lo demás, desde su óptica, está mal. Procede,
"guapeando" el teclado de redes sociales, a desmerecer cualquier otra postura
que no se amolde a su religión nutricional, y cuando no descalificando a su
comunicador. Ejemplos hay varios, desde los que culpan a la insulina por todos
los males de la humanidad hasta los que no entienden porqué no estamos todos
comiendo palta descalzos arriba de un árbol. Son fáciles de identificar por su
lenguaje autoritario, jerga salpicada de innecesaria complejidad científica, e
invitaciones a reflexionar desde su panteón. Hacer esto le ayuda a aliviar su
inseguridad de base, pero lo aleja cada vez más del pensamiento científico, y su
convivencia en esta cárcel nutricional le impide hacer correcciones o
actualizarse, negando tercamente cualquier lógica que no sea la de evitar el
ridículo que siente al consentir un error, el pánico de admitir que su envidiado
interlocutor tenía razón, o la angustia de perder seguidores en su congregación
virtual de aduladores.
En pocas disciplinas como la nutrición opina todo el mundo con tanta certeza.
Algunos miembros de respetables carreras universitarias como Educación
Física, Medicina, Endocrinología y Bioquímica están convencidos de que su
título termina en “…y por defecto, Licenciado en Nutrición también, ¡obvio!”.
Después de todo, todos comemos. Un gran inconveniente de la nutrición es que
el efecto tiene un retraso con la causa, a veces de 40 años o más, por lo que si
comemos algo perjudicial para la salud no padeceremos su daño hasta dentro
de mucho tiempo, ya sea manifestándose como un infarto o una neoplasia
maligna debido a décadas de consumo de manteca o fiambres. Tiempo
suficiente para elaborar todo tipo de hipótesis sobre qué hay que comer, Por
suerte hay investigación científica y epidemiología que nos va acercando hacia
verdades nutricionales, aunque este campo de conocimiento es
sistemáticamente dinamitado por grupos de intereses económicos que ven sus
ganancias caer ante guías nutricionales que no recomienden sus productos. Las
industrias de la grasa saturada y del azúcar dan pelea, no se rinden, emplean el
manual de procedimientos de su padre filosófico: la industria del tabaco. En
algunas instancias se ha rozado el ridículo, como cuando hace algunos años la
“investigación científica” afirmó que los lácteos adelgazan y su autor cayó en
desgracia entre sus pares, aunque con 1,6 millones de dólares en sus arcas. No
es casualidad que la gente esté confundida, es causalidad.
Sin embargo, si desistimos de intentar ver a todos los problemas como clavos
para nuestro único martillo nutricional y adoptamos destornilladores, serruchos,
escofinas, y tenazas, ampliaremos nuestro repertorio de herramientas dietéticas,
comprenderíamos mejor al prójimo, y no perderíamos tanto tiempo inútilmente
descalificando a todo aquel que profesa una religión nutritiva diferente a la
nuestra.