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MINISTERIO DE DEFENSA NACIONAL

COMANDO GENERAL FUERZAS MILITARES


EJERCITO NACIONAL
ESCUELA DE INFANTERIA

LIBRO

“LOS AÑOS EN QUE COLOMBIA RECUPERO LA ESPERANZA”

ENSAYO

CAPINTE “G”

SEUDONIMO

20174683

BOGOTA D.C.
24 DE JUNIO DEL 2017
ENSAYO

“LOS AÑOS EN QUE COLOMBIA RECUPERO LA ESPERANZA”

Durante muchos años Colombia vivió una situación de desorden público y desgobierno en
la mayoría de sus áreas urbanas y rurales. Delincuentes de todo tipo ocupaban los espacios
que el gobierno, en oportunidades por falta de recursos, en otras por negligencia, y en
muchas por tradición, dejaba libres, lo que sumía a la población civil en el desamparo y la
angustia representada en los flagelos del secuestro, el crimen y la extorsión. Las Farc,
aprovechando tal situación, tuvieron así la oportunidad de idear, organizar y desarrollar un
plan que con el tiempo las debía llevar a la toma del poder político por medio del uso de las
armas y de un proceso prolongado y ascendente. Financiados por el narcotráfico iniciaron
su ambiciosa empresa a partir de 1982 y para el 2001 el plan parecía ser exitoso. Este libro
analiza desde los puntos de vista táctico, estratégico y político cómo a partir de la
formulación y aplicación de la Política de Defensa y Seguridad Democrática 2002 y el
desarrollo del plan militar Patriota las tendencias negativas del país cambiaron
radicalmente, al punto de que Colombia pasó de ser un país próximo al colapso a una
nación con un futuro brillante. Sus indicadores de seguridad, desarrollo económico e
inversión social cambiaron radicalmente, lo que permitió estructurar nuevas políticas que
consolidaron el evidente progreso observado y que para 2006 ya había cambiado por
completo el panorama. Este proceso de cambio de la situación de un país constituye casi
que un precedente, y de hecho ha sido tomado como modelo para aplicar en situaciones
similares en otras regiones del mundo.

La controversia sobre la economía colombiana en los años noventa no ha sido ajena a la


polarización general del país. Las opiniones sobre la apertura económica oscilan, por
ejemplo, entre aquellos que consideran que fue el comienzo del desastre hasta aquellos que
piensan que no fue suficientemente radical. Este ensayo se aleja enteramente de este tipo de
argumentos. En primer lugar, el capítulo precedente sirve para resaltar que muchos de los
procesos que ha venido experimentado el país tienen similitudes con los que han vivido
otros países de la región y el mundo entero, o reflejan los limitados márgenes de acción que
tienen las autoridades económicas en un mundo globalizado. En segundo término, muchos
de los procesos que hemos estado viendo son esencialmente “anónimos”, es decir son el
producto de dinámicas que van más allá de voluntades o de decisiones individuales de un
Gobierno o un cuerpo colectivo. No pocos han sido incluso el fruto de verdaderos
consensos nacionales. Precisamente porque no dependen de voluntades individuales, la
corrección del rumbo es más difícil, ya que depende del complejo proceso de generación de
nuevos consensos. En tercer lugar, algunos de estos procesos son “anónimos” en otro
sentido, el más complejo del término, de que están arraigados en formas de operar de la
sociedad colombiana, algunas de las cuales tienen elementos autodestructivos. Visto en esta
perspectiva, la experiencia económica colombiana de los años noventa puede explicarse
como resultado de la conjunción de varios procesos básicos, ninguno de los cuales puede
dejarse de lado para tener una visión apropiada de nuestra realidad. El manejo del primero
representó un cambio en relación con una tradición en sentido contrario, que había sido
fuente de la tradicional estabilidad macroeconómica colombiana. Muchas de las
dificultades que hemos enfrentado surgieron, por lo tanto, del intento de combinar la
apertura económica con una política social más activa, realizada, además, sobre una base
descentralizada.
CONCLUSION

Colombia se ha venido hundiendo en un mar de pesimismo. Al peso de un conflicto interno


(o mejor, de varios conflictos) que no encuentra salidas pacíficas, pese a esfuerzos de
negociación impulsados por los últimos cinco Presidentes de la República y por diversas
organizaciones de la sociedad civil, y a los efectos acumulados de la enorme degradación
que ha generado el narcotráfico en las formas de los conflictos y en la sociedad colombiana
en general, se unió en años recientes la peor crisis económica desde los años treinta. Ante
esta realidad, en múltiples formas de polarización y en esfuerzos inquisidores desconocidos
en varias décadas de vida nacional. La conjunción de viejos y nuevos problemas, algunos
similares a los que enfrentan otros países latinoamericanos las excesivas desigualdades
sociales, la incapacidad de los sistemas políticos de canalizar las demandas sociales, la falta
de conciencia de “lo público” y otros más específicamente colombianos el peso del
narcotráfico y la fragmentación del poder sin mecanismos apropiados de gobernabilidad
democrática, explican por qué la convivencia se ha erosionado hasta llegar a las fronteras
de nuestra inviabilidad como sociedad. La crisis económica revela, asimismo, elementos
comunes con otros países patrones de manejo económico que reproducen en vez de corregir
la excesiva vulnerabilidad frente a los ciclos de financiamiento externo y un ajuste
insuficiente ante la apertura económica y otros más específicamente nuestros (al menos en
épocas recientes) la crisis de crecimiento del Estado. Al mismo tiempo, nuestra sociedad y
nuestra economía tienen, sin duda, reservas importantes para enfrentar los inmensos
desafíos actuales. Nuestra diversidad, que hoy aparece como un obstáculo para la
convivencia, es, al mismo tiempo, la fuente de nuestra riqueza democrática, que se expresa
en la fuerte tradición republicana y en la capacidad para abrir nuevos canales democráticos
en nuestra reciente carta política. En cierto sentido, no es la falta sino el desbordamiento de
la vitalidad nacional, íntimamente asociada a la diversidad, lo que explica nuestra situación
actual y de ella debemos nutrirnos para encontrar los elementos para avanzar. Los avances,
ciertamente ambivalentes y ahora en riesgo, que logramos en materia social en la década de
los noventa la ampliación de la cobertura educativa, de la seguridad social y de los servicios
públicos demuestran que la apuesta de la constitución de 1991 a una mayor presencia del
Estado como instrumento para corregir los rezagos sociales, aunque debe ser más integral y
sostenible, puede dar frutos en períodos breves. De hecho, los años noventa deben ser
vistos en Colombia como un intento por cambiar el rumbo, combinando los esfuerzos por
poner a tono nuestra economía con el proceso de globalización, con acciones orientadas a
extender los servicios sociales a grupos más amplios y a profundizar nuestra democracia.
Visto como un todo, este fue un experimento ambicioso, que respondía, además, al reto
central que enfrentan todas las sociedades de hoy: cómo hacer compatible la modernización
económica, en la era de la globalización, con equidad social y democracia. Sin embargo,
como muchos países, y quizás el mundo entero, hemos enfrentado serias dificultades para
conciliar estos múltiples objetivos. La solución a la crisis que enfrentamos no consiste, por
lo tanto, en eliminar alguno de los elementos de este complejo reto, sino en encontrar la
forma de hacerlos compatibles. En este sentido, los desafíos que enfrentamos a comienzos
del siglo XXI no son muy diferentes a los que se plantearon hace una década, y que han
resultado tan esquivos hasta ahora. Sin embargo, en la medida en que las redes de cohesión
social se han venido erosionando a un ritmo acelerado, habrá que agregar esfuerzos
adicionales orientados a reconstruir dichas redes, a “formar sociedad”. Y, todavía más, todo
ello no será posible sin lograr avances sustanciales en la lucha contra el narcotráfico, en
estrecha colaboración con la comunidad internacional. El propósito de este ensayo es, por
lo tanto, contribuir al debate de cómo hacer compatibles desarrollo económico, equidad y
democracia en la Colombia de hoy. Este es, sin duda, un reto complejo, pero tenemos los
medios para enfrentarlo y de nuestra capacidad para hacerlo depende nuestro futuro como
sociedad.

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