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DERECHO – II SEMESTRE

TEORÍA
GENERAL DEL
DERECHO
PENAL
Jorge Nayid Torres Peñaranda
Temática: ARTICULO 167. CIRCUNSTANCIAS DE
ATENUACION PUNITIVA. Numeral 3
Luz Dary González
Montes
Código: 16291064
DERECHO – III SEMESTRE
Luz Dary González Montes

Tabla de contenido
ARTICULO 167. CIRCUNSTANCIAS DE ATENUACION PUNITIVA.

Investigación de la desaparición forzada en Colombia


La desaparición forzada como la conoce el mundo nació durante la Segunda
Guerra M

CONCEPTO
Uno de los delitos que más sea cometido y que hace que se incurrir en la violación
del numeral Tercero del Articulo 167 es la desaparición forzada, esto no quiere decir
que es el único pero si quizás el más representativo y cometido por los actores en
guerra en el país, y es quizás uno de los motivos para que el estado Colombiano
permitiera garantías a los trasgresores, de esta manera le permite a las autoridades
tener el material probatorio suficiente para culminar con múltiples y un sin número de
investigaciones y de alguna manera a miles de familias poder despedirse de sus
queridos que han sido víctimas del conflicto en estos casi 55 años de guerra

ARTICULO 167. CIRCUNSTANCIAS DE ATENUACION PUNITIVA. Las penas


previstas en el artículo 160 se atenuarán en los siguientes casos:

1. La pena se reducirá de la mitad (1/2) a las cinco sextas (5/6) partes cuando en un
término no superior a quince (15) días, los autores o partícipes liberen a la víctima
voluntariamente en similares condiciones físicas y psíquicas a las que se encontraba
en el momento de ser privada de la libertad, o suministren información que conduzca
a su recuperación inmediata, en similares condiciones físicas y psíquicas.

2. La pena se reducirá de una tercera parte (1/3) a la mitad (1/2) cuando en un


término mayor a quince (15) días y no superior a treinta (30) días, los autores o
partícipes liberen a la víctima en las mismas condiciones previstas en el numeral
anterior.

3. Si los autores o partícipes suministran información que conduzca a la


recuperación del cadáver de la persona desaparecida, la pena se reducirá
hasta en una octava (1/8) parte.

PARAGRAFO. Las reducciones de penas previstas en este artículo se aplicarán


únicamente al autor o partícipe que li la investigación más completa jamás hecha
sobre la desaparición forzada en el país. En 45 años, la violencia borró del mapa a
miles de personas ante la indiferencia de la sociedad y la desidia del Estado.

Libere voluntariamente a la víctima o suministre la información.

La investigación más completa jamás hecha sobre la desaparición forzada en el


país. En 55 años, la violencia borró del mapa a miles de personas ante la
indiferencia de la sociedad y la desidia del Estado.
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Cinco años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo
comenzaba a comprender los crímenes de los nazis en Alemania, el filósofo Theodor
Adorno escribió un ensayo titulado La crítica de la cultura y la sociedad, donde
consignó una frase hasta hoy célebre sobre los efectos de la violencia extrema en
una comunidad: “Después de Auschwitz escribir un poema es barbárico”.

Hoy en Colombia la guerra parece acercarse a su fin, pero la reflexión sobre los
traumas que dejará medio siglo de conflicto armado apenas comienza. Solo ahora,
tras décadas de odio, dolor y silencio, los colombianos empezarán a caer en cuenta
de los horrores que tuvieron lugar en su territorio. Y una de las verdades
apabullantes y vergonzosas que surgirán tendrá que ver con una infamia que la
mayoría no ha querido ver: la desaparición forzada en el país.

En exclusiva, SEMANA obtuvo acceso a los resultados de la investigación más


completa jamás hecha sobre este crimen de lesa humanidad en el país. Se trata de
Hasta encontrarlos. El drama de la desaparición forzada en Colombia, un extenso
estudio que el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) presentará el martes
22 de noviembre, con el cual el país podría dar un paso decisivo hacia la verdad
sobre este delito. Un flagelo que, sin que la mayoría de los colombianos lo hubiera
advertido, ha causado daños incalculables a las familias, a las comunidades y al
Estado.

El resultado más llamativo del informe es que por primera vez ofrece una cifra
consolidada de las personas que entre 1970 y 2015 desaparecieron forzosamente
en el país: 60.630. El número es escandaloso y debería sacudir a las instituciones
del Estado, a la sociedad y a la comunidad internacional, pues deja claro que, en la
historia reciente, este crimen ha sido más fuerte en Colombia que en cualquier otra
parte del hemisferio occidental. La cifra está por encima de la de la guerra de los
Balcanes en los años noventa y de la de las dictaduras en América del Sur en las
décadas de los setenta y ochenta.
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La comparación con el Cono Sur sirve también para entender cuán desconocida y
aberrante es la desaparición forzada en Colombia. En Argentina se habla de hasta
30.000 casos ocurridos durante la dictadura, pero apenas se han documentado
10.000; en Chile, el registro oficial abarca 3.500 desaparecidos durante el régimen
de Pinochet; y en Uruguay la cantidad no supera las 300 víctimas. El caso de
Colombia por lo menos duplica al argentino, y es casi 20 veces mayor al chileno y
200 veces superior al uruguayo. Sin embargo, al referirse a la desaparición forzada,
una persona educada en cualquier parte del mundo señalaría primero a esos tres
países que a Colombia. Y hay un agravante: a diferencia de aquellas naciones, aquí
el fenómeno no se dio en medio de una dictadura, sino en plena democracia.

SEMANA recorrió las 423 páginas del informe, habló con expertos, acompañó a
víctimas y logró un panorama completo de la desaparición forzada en el país. El
trabajo del CNMH pone de presente, con asombro, que, a lo largo de 45 años, cada
día tres personas desaparecieron forzosamente en Colombia. Pero el país no es
consciente de las tragedias que vivió, muchas veces a la vuelta de la esquina. Como
sostiene el director del CNMH, Gonzalo Sánchez, esto muestra que en Colombia
quedó “anulada” la habilidad de “sentir empatía” y que esta se convirtió en “una
sociedad que no reclama verdad y justicia” y que vive “indiferente frente a lo
humano” y “convive con lo inhumano”.

¿Cómo se llegó a esto?

La desaparición forzada como la conoce el mundo nació durante la Segunda


Guerra Mundial, cuando el régimen de Adolf Hitler en Alemania, en un decreto de
1941 conocido hoy como ‘Noche y niebla’, incluyó dentro del repertorio de acciones
legales del Estado “la desaparición del enemigo y la negación del conocimiento de
su paradero”. La práctica pronto se regó por el planeta y encontró durante la Guerra
Fría un caldo de cultivo perfecto en la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados
Unidos, que exportó a América Latina la lucha del Estado contra el comunismo. La
desaparición forzada se convirtió así en un recurso para defender la seguridad
nacional, especialmente en Chile donde la dictadura ya producía cientos de
desaparecidos y encendía las alarmas en Naciones Unidas.

Esto último no impidió que proliferara, y en los años setenta la desaparición forzada
llegó a Colombia por cuenta de los estados de sitio instaurados en esa época para
enfrentar las turbaciones al orden público. Poco después, según el CNMH, el
Estatuto de Seguridad Nacional del presidente Julio César Turbay “consolidó la

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autonomía de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el ‘enemigo interno’ y la
represión de expresiones políticas disidentes”. En ese contexto, “se abrió la
modalidad de violencia de la desaparición forzada en el país”.

El CNMH fija a 1970 como el año en el que el fenómeno se inició en Colombia, pues
en esa década se convirtió en una realidad, especialmente para los campesinos de
Meta y Caquetá. Pero solo el 9 de septiembre de 1977 se presentó el primer caso
denunciado oficialmente. Ese día, agentes del Estado detuvieron en Barranquilla a
una militante de izquierda llamada Omaira Montoya, de quien nadie volvió a tener
rastro. El caso resultó emblemático porque produjo la primera sanción contra
funcionarios por desaparición forzada, pero también porque desató una ola que
hasta hoy no se detiene. En cuatro décadas, el conflicto desapareció gente en 1.010
de los 1.115 municipios de Colombia.

La larga vida de la desaparición forzada en el país se debe a que esta tomó en


Colombia formas no antes vistas. Hasta 1981 el crimen se dio, siguiendo el patrón
del Cono Sur, como parte de una macabra estrategia contrainsurgente. Pero pronto
empezó a transformarse. Dejó de ser un monopolio del Estado y se convirtió en una
poderosa arma que usaron a su antojo y de las maneras más aberrantes todos los
actores del conflicto armado, incluyendo a la propia guerrilla. No solo se desapareció
para castigar a opositores políticos, sino también para propagar terror y ejercer
control territorial, para ocultar la dimensión de un crimen, borrar evidencias,
entorpecer investigaciones y manipular estadísticas.

A partir de 1981, los paramilitares marcaron la historia de la desaparición forzada en


Colombia y se hicieron responsables de la mayor parte de los casos. A medida que
se expandieron por el país, los grupos usaron ese delito, muchas veces de forma
sistemática y masiva, para producir terror, hacer sufrir prolongadamente a las
personas, alterar familias por generaciones y paralizar comunidades enteras. Entre
1996 y 2005, la época más crítica, la desaparición forzada llegó incluso a adquirir un
carácter cotidiano: en esos años, cada dos horas y media una persona desapareció
en Colombia.

Hubo desaparecidos en casi todo el territorio, pero la mayor cantidad se concentró


en 130 municipios y 15 zonas (ver mapa). Algunas desapariciones, especialmente
las colectivas, llegaron a la prensa. Pero la mayoría se dieron en silencio y bajo la
perversa idea de que “a cuenta gota no se nota”. Así, en esos 19 años,
paramilitares, agentes del Estado y guerrilleros desaparecieron, una por una, a
docenas de miles de personas. En el 97 por ciento de los casos que registra el
CNMH solo hubo una víctima: casi siempre hombres entre los 18 y 35 años.

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Los paramilitares se desmovilizaron en 2005, lo que quebró la espiral de la


desaparición forzada en el país, pero no acabó con el fenómeno. Entre 2006 y 2015,
en especial los grupos armados paramilitares que han persistido después de
desmovilizarse han seguido desapareciendo personas. Además de los falsos
positivos.

¡Basta ya!

El saldo de 45 años de desapariciones forzadas es desastroso. Sin que el grueso de


la población lo hubiera percibido, Colombia se convirtió en un cementerio
clandestino. De un día para otro, campesinos, jornaleros, agricultores, obreros,
líderes sindicales, estudiantes, militantes de partidos políticos, defensores de
derechos humanos, abogados e investigadores judiciales dejaron de volver a sus
casas. Y terminaron no en guarniciones militares y centros secretos de detención
como en Argentina y Chile, sino dispersos por todo el territorio, muchas veces en
fosas o cementerios anónimos o, incluso, arrastrados por los ríos Cauca,
Magdalena, Sinú, Atrato, Caquetá, Guamúez, Táchira y Catatumbo.

En su investigación, el CNMH encontró rastros de la desaparición forzada en


hoteles, escuelas, cuarteles, fincas, haciendas, casas, parques, plazas, vehículos e
iglesias. También reconoció sus “símbolos abyectos” en lugares como el
corregimiento de Puerto Torres, Caquetá; la hacienda El Palmar, en los Montes de
María; la finca Pacolandia, en Norte de Santander; y las haciendas Villa Paola y Las
Violetas, en Trujillo. Algunos sitios, incluso, adquirieron nombres ignominiosos como
la Casita del Terror de San Carlos, Antioquia; las ‘casas de pique’ de Buenaventura;
el Chalet de la Muerte en Palmira, Valle, y los hornos crematorios o ‘mataderos’ de
Juan Frío, en Norte de Santander.

Hasta hoy, el país ha reaccionado de manera insuficiente a las dimensiones de este


horror. Durante décadas, la desaparición forzada no estuvo tipificada en el Código
Penal, y por ello investigadores y jueces debieron tratarla bajo la figura del
secuestro. Cuando por fin hubo una ley en 2000, el país tardó varios años en crear
entidades y mecanismos para reducir el fenómeno. Hoy, como resalta el CNMH, el
Estado está ocupado con la desaparición forzada, pero en forma poco articulada.
Así, la falta de acción y la ineficiencia han tenido un efecto fatal. Según la
investigación, han permitido “consumar la desaparición y garantizar el triunfo del
propósito criminal: desaparecer a la persona, eliminar su rastro e impedir su
hallazgo; causar daño intenso y duradero a las familias, allegados y comunidades;

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invisibilizar el hecho y así lograr la impunidad”. A esto debe sumarse, la
“cuestionable ausencia de movilización y solidaridad ciudadana”.

Como consecuencia de todo esto, las propias víctimas han debido asumir desde el
principio la lucha por sus derechos. Las principales asociaciones que las reúnen han
surgido para reaccionar contra una desaparición forzada y, aunque hoy son
ampliamente respetadas, han debido soportar durante años la indiferencia de la
ciudadanía y el rechazo de las autoridades, pero también la violencia de quienes no
quieren que se conozca la verdad.

En medio de las dificultades, las víctimas tienen logros admirables. En la mayoría de


los casos, el dolor les ha hecho suspender su cotidianidad y sus proyectos de vida
en lo que los expertos denominan “una forma de tortura”: un crimen “pluriofensivo”,
de ejecución continua, que causa daños morales, emocionales, psíquicos, físicos y
materiales. A esto se añade la violencia que tienen que vivir una y otra vez. En
muchos casos, incluso, los allegados de los desaparecidos han sido víctimas de
nuevas desapariciones. Pero gracias a su lucha, las autoridades han podido resolver
docenas de incidentes y conocer el paradero de cientos de desaparecidos. Sin ellos,
hoy quizá no habría una ley para la desaparición forzada, ni existiría la atención que
el Estado actualmente le dedica o el grado de especialización que hoy tienen los
funcionarios técnicos para exhumar y tratar los restos y así devolverles un poco de
dignidad a los desaparecidos. A la tenacidad de las víctimas, la sociedad también
debe agradecer un logro reciente: haber podido llevar el tema a La Habana e
incluirlo en el acuerdo de paz con las Farc. Este obliga a ambas partes a tomar
medidas inmediatas para buscar a las personas dadas por desaparecidas en el
conflicto armado, y al Estado, a crear una Unidad de Búsqueda que de veras permita
comenzar a ponerle fin a este drama.

Tras la terminación de un conflicto armado, toda sociedad termina tarde o temprano


mirándose a un espejo. Y una de las primeras cosas que los colombianos advertirán
cuando lo hagan es la profunda herida que les ha dejado la desaparición forzada,
quizás el crimen más impune de todos los que la guerra produjo en este país.
Cerrarla dependerá de que lo que suceda con el acuerdo de paz con las Farc, pero
también de si el país entero decide salir de su deuda con sus 60.630 desaparecidos
y hacerlos una prioridad del posconflicto.

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