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Génesis Escobar.
Allí estaba yo… Con mis imperfecciones totalmente desnudas ante él, dejé que me viera en
las fachas que antes no me permitiría. Mi cabello despeinado lucía una coleta, caía por mi
espalda en suaves ondas o al menos así lo quise ver en el espejo que se encontraba del lado
izquierdo de mi cuarto, frente a la cama donde me encontraba yo sentada.

Usaba una vieja camiseta y sorprendiéndome por mi osadía, no cargaba sujetador. Mi


shord llegaba hasta menos de la mitad de mis muslos, dejando descubiertas mis piernas y
completamente visible cada una de las marcas tatuadas en mi piel, esas que desde mi
adolescencia me hacían esconderme detrás de mis jean y suéteres.

La luz claramente alumbraba y resaltaba cada parte de mí, claro que sabía que vendría a
verme, pero no me animé en arreglarme para él. Sus grandes ojos marrones observaban
detalladamente, el siempre observaba, no sé qué me hacía pensar que en esta oportunidad
sería distinto, sus ojos bailaban de un lado a otro, por ratos se posaban en mi por otros se
paseaban por cada rincón de mi habitación.

No puedo identificar si me sentía nerviosa, pero mis manos temblorosas intentaban


disimular con movimientos torpes en el teclado de mi ordenador. Como es típico en mí, tenía
la habitación desordenada, los zapatos tirados en el piso, mis medias y pantalones sobre la
cama, al igual que mis cuadernos, teléfonos y algunos cables. Indiferente me disculpé por el
estado en que se concentraba mi habitación y el fingió no interesarse. Dentro de mí había una
chica, debo admitirlo, temblando por lo que él pudiera pensar, si se daría cuenta que no soy
tan bella como creía, que mi piel es un desastre y le disguste. No sé qué podría pensar de mí
y evidentemente nunca lo dirá.

Y aquí está… En mi cuarto, viendo cuan imperfecta soy y seguramente respirando aliviado
de que no me haya elegido a mi como su señora, sino a otras mujeres de piel perfectas y
oscuras. El continuaba allí, de pie, en la puerta de mi habitación. Yo fingía estar concentrada
en formatear la tarjeta de memoria de su teléfono, luego de que copie todas las imágenes y
música en el escritorio de mi ordenador en una carpeta que llevaba su nombre. Me había
pedido el favor días antes y quedamos en que vendría hoy a casa. Usaba una franela blanca
con el borde del pecho en color naranja, pantalones azules con suaves líneas desteñidas. Lo
que más me gustaba de su apariencia eran sus grandes ojos marrones, tiernos y curiosos, así
como su ligera sonrisa de comodidad y satisfacción.

-La lámpara ha perdido el brillo. –Me dice curioso. Volteo y allí estaba la lámpara, hecha
con taparas que el mismo hizo para mi hace un par de años, “una edición especial” que
llamaba el, eran taparas cuidadosamente lijadas y pintadas con barniz, era una combinación
entre taparas grandes y pequeñas pegadas perfectamente dando la forma de lámpara. En la
parte superior sobresalían ondas delineadas con aserrín al igual que en la parte posterior
donde estaba escrito TQM G3. Amé esa lámpara desde el primer día que la vi, desde que
sentí sus manos rusticas por todo el esfuerzo que hizo al cortarlas y lijarlas, desde ese día
también aprendí a amar sus manos varoniles, en esa lámpara están tatuadas dos semanas de
silencio, añoro, miedo a perderme y la expresión del amor verdadero e ese chico que siempre
prometió ser, lamentablemente para mí, mi amigo.

-Seguro está sucia. –Le confesé, hacia un par de semanas que no la limpiaba. Me levanté,
me dirigí al estante que había cubierto con papel periódico y le di uso de biblioteca, allí
posaban todos mis libros no leídos y en la parte superior estaba la lámpara. La tomé y la
coloqué en la cama, luego busqué una blusa que ya había usado y la limpié –Creo que si
está un poco opaca. –Anuncié finalmente y el no comentó más, solo la observaba y luego
a mí. Me fuera gustado en ese momento tener el poder de leer su mente, quería saber en qué
pensaba mientras veía la lámpara, si al igual que yo se trasladó a ese febrero incierto en que
pudimos decidir ser felices juntos, pero que finalmente preferimos conformarnos jurándonos
amistad eterna.

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