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CLÍNICA FORENSE

Medicina Legal y de Seguros, Psiquiatría y Psicología Forense, Peritaje Psico-Social, Laboratorio Clínico Forense,
Criminalística médico y psicológico legal. Criminología. Consultoría a profesionales y estudiantes sobre estas
especialidades.

OJO, CON EL CÓDIGO PENAL ANTERIOR

La imputabilidad en medicina legal


Dr. Miguel Méndez Rojas

Todo individuo normal, una vez que ha llegado a la madurez


mental, dispone de cualidades naturales que le permiten estar en
grado de regular consciente y libremente sus acciones propias. La
posesión de estas cualidades psíquicas son necesarias para que una
persona pueda ser considerada imputable.

Definición.-
La imputabilidad es la idoneidad para ser atribuido una infracción;
o sea es la condición necesaria para imputar al sujeto agente del
hecho por él cometido y hacerle cargo de las consecuencias
jurídicas de su conducta. La imputabilidad, Institución medular del
sistema penal, distingue por lo tanto a los seres humanos en dos
categorías imputables e inimputables: los unos sujetables a la pena,
los otros no. Su contenido es doble, jurídico (formal) y psicológico
(natural); dado que la imputabilidad, incluso siendo una categoría
abstracta como todos los conceptos jurídicos, se refiere sin
embargo a una situación real y se resuelve con un juicio concreto
sobre el estado mental del individuo.

En otros términos, por lo tanto es un estado natural, individual,


caracterizado por la capacidad mental, o sea ligada a la madurez
psíquica y a la integridad mental, que presupone el carácter libre y
consciente de las acciones humanas en la esfera del Derecho.

La capacidad mental, representando el soporte natural de la


imputabilidad domina la vivencia penal. Se podría así mismo
señalar a la imputabilidad como la capacidad de reconocer la
ilicitud de acciones u omisiones y de regular la conducta de
acuerdo a esta valoración. Es la genérica actitud a responder
penalmente de aquellos hechos que por la Ley son previstos como

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infracción. Es imputable por lo tanto quien tiene la capacidad de
entender y querer.

Nuestro Código Penal se refiere a la imputabilidad en su artículo 34


cuando manifiesta: “No es responsable, (aunque la doctrina
aconseja: no es imputable)… quien, en el momento en el que se
realizó la acción u omisión, estaba, por enfermedad, en tal estado
mental que se hallaba imposibilitado de entender o de querer…”.

Artículo 34.- Culpabilidad. - Para que una persona sea considerada


responsable penalmente deberá ser imputable y actuar con conocimiento de la
antijuridicidad de su conducta Capacidad de Entender.-

Capacidad de Entender.-
Es una actividad intelectual, la actitud de darse cuenta del valor de
sus propios actos, de comprender los motivos, el significado y las
relaciones con el mundo exterior, por lo tanto a valorar el alcance y
las consecuencias. Es la capacidad de discernir rectamente (según
la finalidad del Derecho y según el pensamiento corriente en un
determinado tipo de civilización) el significado y el valor de los
actos propios y ajenos con la conciencia de las consecuencias
éticas, jurídicas y sociales que ellas puedan derivar. Sin embargo
no es necesario que el sujeto agente se de cuenta que su acción es
prohibida por la ley o es contraria y perjudicial para los intereses
de la colectividad.

Capacidad de querer.-
Es la facultad de autodeterminarse sobre la base de motivos
conocidos y de escoger libremente la conducta apta para el
objetivo. Quiere decir también capacidad de inhibirse, de resistir a
los impulsos y de saber frenar las fuerzas compulsivas de los
sentimientos del interés personal.

La capacidad de querer es una actividad volitiva, se refiere a una


voluntad libre y norma, representa la autodeterminación del sujeto
dirigida a un objetivo. La autodeterminación puede actuarse tanto
en el sentido de la acción concreta cuanto en aquel de la inhibición.
Según la orientación de la psicología moderna, se considera al
concepto muy afín a aquel de inteligencia. Resulta muy difícil una
neta distinción entre inteligencia y voluntad.

Son por lo tanto necesarias ambas, cuya síntesis condicionan la


capacidad de adecuarse a las Elecciones hechas a base de motivos
conscientes.
Para excluir la imputabilidad basta en cambio la falta de una sola
de las dos, porque una acción voluntaria no es admisible sin la
representación consciente del acto querido o proyectado.

De las varias actividades psíquicas que forman parte de los


mecanismos de la cerebración (percepción, asociación, ideación,
atención, memoria, conciencia, voluntad, afectividad, instintos,
etc,) la Ley ha puesto como base de la imputabilidad solo dos de
ellas porque la conciencia y la voluntad son las facultades más
importantes en el condicionar el comportamiento de las otras.

La imputabilidad se adquiere en la época de la pubertad, se pierde


o atenúa con el aparecer de los hechos patológicos y se extingue
con la muerte.

Causas de exclusión de la Imputabilidad.-


Las causas de exclusión o atenuación, que restan o disminuyen la
capacidad de entender y querer se distinguen en dos grupos:

a) Causas Fisiológicas, dependientes de la minoría de edad; y

b) Causas patológicas, debidas a enfermedad (incapacidad psíquica,


sordomudismo) o a intoxicaciones (embriaguez, efecto
estupefaciente, intoxicación crónica de alcohol o de
estupefacientes).

Antes de examinar detalladamente las causas, es necesario que


hagamos un análisis sobre los estados de incapacidad procurada o
preordenada reguladas en el Código Penal en modo de prever, en el
primer caso, la incapacidad producida sobre sí mismo. Con el
objeto de hacer cometer o de cometer una infracción.

Incapacidad Procurada.-
Es poner a otros en incapacidad para entender y querer para
inducirle a cometer una infracción, ejemplo: Suministrar alcohol y
estupefacientes o sustancias de acción análoga. Por lo tanto la
persona queda incapaz y es sólo un instrumento inconsciente del
poder de otros. El que provoca tal incapacidad además del delito
cometido por la persona que resulta incapaz, deberá responder
también del delito de incapacidad procurada mediante violencia. La
persona que resultó incapaz, cuando el caso de incapacidad es
total, será absuelta; caso contrario, si la incapacidad de entender y

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querer es solo parcial responderá también por la infracción
cometida en forma atenuada. La capacidad mental puede ser
excluida con cualquier tratamiento idóneo, por ejemplo
suministrando alcohólicos, estupefacientes o sustancias de acción
análoga o bien actuando con la sugestión. Recuérdese que la
antigua costumbre de algunas sectas de inducir a los adeptos a un
delirio furioso bajo la acción del Hachís con el objeto de hacerlos
cometer acciones delictuosas (hachachinen = asesinos).

Incapacidad Preordenada.-
Es el caso de quien se pone en estado de incapacidad de entender o
de querer, con el fin de cometer la infracción o de prepararse una
excusa. Nuestro Código Penal al respecto en su Art. 37 núm. 4º
señala: “La embriaguez premeditada, con el fin de cometer la
infracción o de preparar una disculpa, es agravante; y,….”. El
fundamento de la incriminación está en el hecho de que se realizan
las actividades delictivas cuando el sujeto no tenía la capacidad de
entender o de querer, pero lo tenía ambas en el momento en el cual
se había procurado intencionalmente tal estado; por ello se trata de
acciones involuntarias en el momento de la comisión, pero
voluntarias o libres en el momento causal. La incapacidad
preordenada no excusa al culpable, que responde al título de dolo
de la infracción cometida. Es el caso de quien conociéndose de no
estar en grado de cumplir el delito en condiciones normales, toma
sustancias excitantes, embriagantes o alucinógenas para cometer
un robo, una violencia carnal o un homicidio; o bien de quien se
procura la incapacidad para luego aducirla como excusante.

En el caso de la incapacidad hétero o autoinducida; la obra del


médico está dirigida a establecer el grado de compromiso de las
facultades mentales en el momento del hecho y a demostrar la
presencia en el organismo de las sustancias tóxicas en cuestión.

Causas Fisiológicas:
Artículo 38.- Personas menores de dieciocho años. - Las personas menores de
dieciocho años en conflicto con la ley penal, estarán sometidas al Código
Orgánico de la Niñez y Adolescencia.

Minoría de Edad.-
La minoría de edad es una causa de exclusión de la imputabilidad;
pues se sostiene que el sujeto antes de la mayoría no ha alcanzado
aquel mínimo de diferenciación o madurez psíquica necesaria para
comprender la ilicitud de una determinada acción u omisión. Según
algunas legislaciones se presume la inimputabilidad hasta los 14
años, debiendo demostrarse esta entre los 14 y los 18 años, pues el
artículo 40 del Código Penal señala: “Las personas que no hayan
cumplido los 18 años de edad estarán sujetas al Código de
Menores”. Inimputable porque se presume que el sujeto no
comprende ni la importancia moral ni la jurídica de los actos que
cumple. Por lo tanto después de los 18 años se presume la
imputabilidad, salvo prueba en contrario. Para expresar un
correcto juicio es necesario tener en cuenta las particulares
características psicológicas de la edad evolutiva (pubertad,
adolescencia, juventud) reconociendo imputable sólo a aquel que
tiene a más de un adecuado desarrollo del intelecto y de la
voluntad, también un suficiente equilibrio que posibilite una justa
valoración ética de las acciones. Sería un absurdo no solamente
biológico sostener imputable a aquel menor que, incluso
demostrando capacidades intelectuales y volitivas normalmente
desarrolladas no posea también un sólida conciencia moral que le
permita orientar la conducta según aquellos principios éticos que
son el fundamento del convivir civil.

La investigación sobre la imputabilidad del menor debiera referirse


tanto a la capacidad intelectiva cuanto a la capacidad volitiva, dado
que pueden existir sujetos que no han cumplido 18 años que han
alcanzado un normal grado de inteligencia, pero tienen una
volición aún inmadura siendo incapaces de controlar críticamente
las propias solicitaciones (por sugestionabilidad, por defecto de
inhibición o por reactividad desenfrenada frente a situaciones
imprevistas) la cual basta para excluir la imputabilidad.

Aparece evidente por lo tanto que no se pueda sostener como


imputable a un menor cuya acción criminosa sea la expresión de
una faltante, retardada o de todas formas insuficiente capacidad de
valorar moralmente las acciones, de modo que la conducta no
pueda ser asimilada a aquellas normas ético-sociales de las cuales
se ha hablado.

Sin embargo es oportuno precisar que incluso en la minoría, sobre


todo hoy por la rápida adquisición de experiencias y de preparación
individual y colectiva, pueda estar presente la capacidad de
inhibirse sobre todo frente a determinados ilícitos que atentan los
valores fundamentales de la vida.

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Causas Patológicas:
Incapacidad Psíquica.-
La incapacidad psíquica comprende aquellas condiciones
patológicas que en el individuo mayor de edad excluyen o atenúan
la imputabilidad.

Incapacidad Psíquica Total.-


El Código Penal en su artículo 34 Núm. 1º señalaba: “No es
responsable (aunque la doctrina aconseja: no es imputable) quien,
en el momento en que se realizó la acción u omisión, estaba, por
enfermedad, en tal estado mental, que se hallaba imposibilitado de
entender o de querer”.

Esta incapacidad Psíquica ocurre cuando un proceso morboso de


cualquier naturaleza (enfermedad) repercute sobre las funciones
psíquicas (estado mental) y las altera en modo de quitar al sujeto
agente la capacidad de entender o aquella de querer o ambas.

Las enfermedades que dan lugar a la incapacidad psíquica pueden


consistir en afecciones morbosas psíquicas o físicas, funcionales u
orgánicas, agudas o crónicas, transitorias o permanentes,
continuas o por accesos, congénitas o adquiridas.

Por ello ingresan en el concepto:

1. Las Enfermedades mentales en el sentido psiquiátrico, como


las psicosis distímicas, la esquizofrenia, la paranoia, las
demencias varias, las psicosis obsesivas;

2. Las Enfermedades cerebrales de naturaleza neurológica como


meningitis, encefalitis, sífilis cerebral, epilepsia, tumores,
secuelas de reblandecimiento o de hemorragias, atrofias
cerebrales, esclerosis cerebrales difusas, y las secuelas de los
traumatismos cránicos;

3. Las Enfermedades somáticas de origen infecciosa, tóxica,


metabólica, endocrina, etc.; entre las cuales recordamos los
estados febriles agudos, tifoidea, neumonía, insuficiencia
hepática aguda, uremia, las intoxicaciones agudas por
psicofármacos y aquellas crónicas profesionales tipo el
saturnismo, la enfermedad de Basedow, las eclampsias.

En todo caso debe tratarse de una enfermedad, o sea e un


estado patológico que comprende la sede de las funciones
psíquicas perturbando las actividades intelectivo-volitivas.
Son por lo tanto excluidas las simples desarmonías afectivas,
las alteraciones del carácter, la extravagancia de la conducta,
las personalidades psicopáticas pertenecientes a sujetos que
son disarmónicos pero no alienados; y, en general, todas las
anomalías que representan simples variantes del ser psíquico.
En tales casos no existe la incapacidad psíquica porque falta
la causa patológica determinante.

En términos generales las anomalías, sobre todo las


caracterizadas de desviaciones de la estructura intrínseca de
la personalidad (por ejemplo la índole “particularmente
malvada”) no son enfermedad. Pero ellas se convierten
cuando sean tales de alienar la conducta del sujeto; esto es,
aparece el análisis psicopatológico como incomprensible
respecto al campo fenoménico (o de los motivos) y a las
estructuras diafenoménicas (o de la historia individual).

En tales casos, en efecto, la conducta delictiva, que es aquella


que interesa para fines del juicio sobre la imputabilidad,
presentará las características sintomatológicas
cualitativamente anormales propias de las enfermedades,
incluso no siendo expresiones de las alteraciones somáticas
conocidas o hipotetizables; ella asumirá un cierto grado de
valor de enfermedad. Tal grado será tanto más elevado,
cuanto más la conducta considerada será “extraña” a la
personalidad, a sus sistemas de valores, a sus directivas
habituales, a los contenidos fenoménicos del momento.

En el enfermo mental se altera la facultad de comprender el


carácter prohibido de la acción y la capacidad de actuar en
conformidad. Los mecanismos que alteran la fase intelectiva o
aquella decisional de la conducta son variados. Se observan
delirios agudos febriles que provocan compromiso mental
absoluto; los estados confusionales agudos y subagudos y las
obnubilaciones de la conciencia causadas por hechos tóxicos,
por epilepsia o por otras afecciones que suprimen la facultad
de discernimiento y de control de las propias acciones. Se
cumplen acciones irresponsables cuando la conducta es
netamente dominada por motivos irreales, delirios o
alucinaciones, que substraen los poderes volitivos o cuando
las ideas coaccionadas perturban el pensamiento y desvían la
voluntad. Los estados de excitación maníaca imprimen al
comportamiento exterior un carácter impetuoso y violento,
mientras el raptus del deprimido, turbulento y contradictorio,

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hace cumplir acciones de aparente fiereza con respecto a las
personas más cercanas y queridas. Las reacciones explosivas
o a corto circuito escapan completamente al control de la
voluntad y pasan a la ejecución sin atravesar la zona lúcida
del psiquismo.

La existencia de la incapacidad psíquica total debe ser


valorada en relación al sujeto, sobre la base de la naturaleza
o del grado de alteración psíquica, y en relación al hecho,
comprobando si existe congruencia entre la anomalía mental,
el comportamiento del sujeto y el tipo de infracción cometida
(ejemplo: quien padece de delirio de celos será llevado a dar
muerte al presunto amante de la mujer, y no a robar), faltando
esta relación se puede dudar de la incapacidad psíquica total
y admitir en cambio la incapacidad psíquica parcial.

Diagnosticada la enfermedad, es necesario establecer si tal


enfermedad determinaba (en el momento en el cual el hecho
fue cometido) una alteración psíquica tal de excluir o de
disminuir gravemente la capacidad de entender o de querer.

Mientras se ha fijado el principio de que la imputabilidad es


constituida por la posesión de la capacidad de entender, y de
querer, se ha establecido correlativamente, que ella viene
disminuida incluso si falta una sola de dichas capacidades
aquella intelectivo o aquella volitiva.

Recordemos al respecto, como en las psicosis exógenas


(dependientes de una causa orgánica demostrada) en fase
aguda (de traumas y de tumores cerebrales; psicosis tóxicas,
toxiinfecciones, epilépticas con grave alteración de la
conciencia), en los delirios oníricos, en la idiocia, en los
estados crepusculares psicógenos (por ejemplo de susto), etc.;
sean de regla abolidas o profundamente alteradas las dos
capacidades, aquella de entender y aquella de querer; en la
esquizofrenia, en la psicosis maníaco depresiva, en todas las
pulsiones obsesivas se puede sostener como gravemente
alterada o abolida la capacidad de querer, mientras aquella de
entender puede resultar más o menos integra.

Difícil es admitir en cambio, que exista voluntad conservada


con grave alteración de la capacidad de entender, teniendo en
cuenta sobre todo las repercusiones que el daño intelectivo
tiene siempre sobre el proceso de la voluntad.

Incluso en los delirios lúcidos no procesales ello es no


esquizofrénico, cuando la infracción sea ligable a disturbios
del pensamiento y exista una buena conservación de la
personalidad (por ejemplo el delirante persecutorio lúcido que
da muerte al presunto perseguidor) llegando a faltar el
presupuesto intelectivo normal del acto volitivo, no se podrá
hablar de una capacidad de querer normal, sino de una
manifestación de la voluntad, de un acto voluntario que de
normalidad tiene sola la exteriorización.

Por lo tanto, reafirmando el principio de la no divisibilidad del


psiquismo humano, del cual la inteligencia y la voluntad son
dos manifestaciones, dos aspectos íntimamente ligados, será
posible analizar y valorar el acto volitivo, expresión más
elevada de la personalidad, sin conocer la estructura íntima
de esta última y sin haber encuadrado la deliberación
voluntaria en el ámbito de aquella personalidad de la cual el
acto mismo es una de las manifestaciones más características.

Naturalmente, para juzgar si un individuo es responsable de


una acción, si esta le debe ser atribuida, deberá ser necesario
determinar no solamente si lo ha querido, sino también como
lo ha querido; a esta última pregunta, para permanecer
acordes a las exigencias del método científico, el médico
podrá usualmente responder que la acción ha sido querida en
sentido normal o en sentido patológico. Lo que es suficiente
en el mayor número de casos para resolver los problemas de
naturaleza jurídica relativos a la imputabilidad.

Tenemos incapacidad psíquica permanente si ello depende


de un disturbio psíquico prolongado en el tiempo en relación
con la estabilidad y la durabilidad de la enfermedad que lo
ocasiona; se tiene la incapacidad temporal si el desorden
psíquico es fugaz, momentáneo, transitorio, como ocurre en
los estados mentales agudos infecciosos o tóxicos.

La naturaleza permanente o temporal de la incapacidad


psíquica no tiene importancia para los fines de la
imputabilidad, dado que una alteración mental aunque
transitoria puede excluir la imputabilidad si está presente en
el momento en el cual el sujeto ha cometido el hecho.

Incapacidad Psíquica Parcial.-


Artículo 36.- Trastorno mental.- La persona que al momento de cometer la
infracción no tiene la capacidad de comprender la ilicitud de su conducta o de

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determinarse de conformidad con esta comprensión, en razón del padecimiento
de un trastorno mental, no será penalmente responsable. En estos casos la o el
juzgador dictará una medida de seguridad.

El Código Penal en su artículo 35 señalaba: “Quien, en el momento


de realizar el acto delictuoso estaba, por razón de enfermedad, en
tal estado mental, que, aunque disminuida la capacidad de
entender y querer, no le imposibilitaba absolutamente para hacerlo,
responderá por la infracción cometida pero la pena será disminuida
como lo establece este código”.

Para que subsista la incapacidad psíquica parcial es necesario un


estado patológico grave y de intensidad tal de disminuir
considerablemente el funcionamiento del intelecto o de la voluntad.
Se basa la diferencia entre incapacidad total e incapacidad parcial
en un criterio cuantitativo con especial referencia al grado de
reducción de la capacidad intelecto-volitiva, que se debe valorar
con juicio de aproximación, dado que no puede pasarse por alto el
criterio cualitativo fundado sobre la naturaleza clínica de la
enfermedad.

En efecto, una misma enfermedad excluye o reduce gravemente los


poderes del intelecto o de la voluntad según la intensidad de sus
manifestaciones (ejemplo una psicosis maníaca dará lugar a una
incapacidad total, mientras la hipomanía podría ocasionar una
incapacidad psíquica parcial), pero en otros casos el grado de
incapacidad mental depende de la naturaleza de la enfermedad o
de la cualidad de sus manifestaciones. En la práctica, ingresan
entre las enfermedades que ocasionan una incapacidad psíquica
parcial las formas menos graves de oligofrenia, de demencia senil o
de esquizofrenia, las manifestaciones atenuadas de las psicosis más
conocidas, el llamado carácter epiléptico, las psicosis histéricas, la
psicoastenia y las personalidades psicópatas atenuadas.

Las dificultades de reconocer la incapacidad psíquica parcial son


consideradas tanto por la verificación del grado de reducción de las
facultades mentales, cuanto por la valoración de las variadas
personalidades psicopáticas y de su idoneidad a gozar de los
atenuantes.

No basta por lo tanto que tales capacidades sean levemente


reducidas como se observa en tantos sujetos que están en aquella
zona límite entre el normal y el patológico, que incluso comprenden
la licitud jurídica o no de sus acciones. Por ejemplo, no es suficiente
establecer que un sujeto tiene anomalías del carácter, que es un
pasional o un vanidosos para considerarlo incapaz psíquico parcial.
Es en cambio necesario a fin de que esta hipótesis se verifique, que
la capacidad de entender y querer sea verdaderamente reducida en
grado elevado. No se trata de una enfermedad “a medias” sino de
una “enfermedad” que ha disminuido gravemente en un
determinado sujeto y en un momento determinado la capacidad de
entender y querer pero sin excluirla. En base a los conocimientos
psicopatológicos se puede por lo tanto afirmar muy bien que
subsisten estados mentales en los cuales es reconocible una
responsabilidad atenuada.

El Código Penal considera algunos estados morbosos de origen


tóxico de particular valor criminógeno y que (según particulares
situaciones, especialmente de naturaleza intencional) pueden dar
lugar o no a providencias análogas a aquellas contenidas en los Art.
34 y 35.

Alcoholismo y Farmacodependencia.-
La embriaguez y el efecto estupefaciente, causan desórdenes
psíquicos transitorios que influyen sobre la capacidad de entender
y querer.

Por embriaguez se entiende el estado agudo, momentáneo y


episódico causado por el alcohol. Para los fines de la imputabilidad
no nos interesan los estados más avanzados de la intoxicación
alcohólica aguda, paralizantes o comatosos en los cuales el
individuo no está en condiciones de actuar. Tienen importancia en
cambio el estado de Inestabilidad Emotiva (Alcoholemia de 0.5 a
1.5 g. x 1000 c.c.), que determina excitación psíquica,
incoordinación motora y disminución de los frenos inhibitorios; y el
estado confusional (alcoholemia de 1,5 a 3 g. x 1000 c.c.), que
disminuye la tensión, omnibula la conciencia, debilita la voluntad y
prevalecen los instintos y las tendencias impulsivas.

Por efecto estupefaciente se entiende el estado de euforia, también


éste agudo, momentáneo y episódico causado por las sustancias
estupefacientes. Son sobre todo los alucinógenos, durante la fase
del “vuelo”, que ocasionan una psicosis aguda, muy peligrosa,
cuando el psiquismo deviene en incapaz de coordinar los estímulos
exógenos y endógenos, la cerebración se disgrega con
manifestaciones esquizoides del pensamiento y las alucinaciones-
ilusiones son absorbidas como realidades, con el resultado de
desencadenar impulsos incontrolables.

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Nuestro Código Penal distingue las siguientes clases de
embriaguez o de intoxicación por sustancias estupefacientes:

Accidental, Involuntaria o no culpable, derivada de caso fortuito


o fuerza mayor;

Voluntaria, que puede ser intencional o culposa;

Preordenada, a fin de cometer una infracción o de prepararse


una excusa;

Habitual, propia de quien se dedica al uso de bebidas alcohólicas


y de sustancias estupefacientes.

Respecto a la intensidad, la embriaguez o la estupefacción se


distingue en Completa, si excluye totalmente la capacidad de
entender o querer; Incompleta, si disminuye gravemente tal
capacidad, sin excluirla.

Embriaguez Accidental.-
37 Núm. 1 del COIP señalaba, 1. Si deriva de caso fortuito y priva del
conocimiento al autor en el momento en que comete el acto, no hay
responsabilidad
Se obtiene sin la voluntad la embriaguez que deriva de caso
fortuito o de fuerza mayor; el art. 37 Núm. 1 del CP señalaba, “Si la
embriaguez, que deriva del caso fortuito o fuerza mayor, privó del
conocimiento al autor, en el momento que cometió el acto, no habrá
responsabilidad”, o sea por un hecho imprevisible o por una fuerza
externa irresistible, por ejemplo quien obligadamente inhala
vapores de alcohol por la improvisa rotura de recipientes, quien
ingiere bebidas alcohólicas por equivocación o creyéndolas no
alcohólicas, quien es engañado por bromas ingiriendo bebidas en
las cuales el alcohol ha sido enmascarado por esencias. Si la
embriaguez es completa, total, quien ha cometido el hecho no es
imputable y tampoco es puesto bajo medidas de seguridad,
porque la accidentalidad del hecho excluye la peligrosidad social.
Si la embriaguez no es completa sin embargo disminuye
gravemente sin excluir la capacidad de entender y querer, el
agente responde de la infracción pero con pena reducida.

Embriaguez Voluntaria
La embriaguez voluntaria no excluye ni disminuye la imputabilidad;
el art. 37, Núm. 3 del CP. señalaba “La embriaguez no derivada de
caso fortuito o fuerza mayor ni excluye, ni atenúa, ni agrava la
responsabilidad”. Se obtiene cuando el sujeto se ha querido
embriagar para superar un estado de tristeza u olvidar
preocupaciones o displaceres o procurarse una momentánea
euforia (embriaguez intencional); o bien cuando la ebriedad deriva
de un comportamiento poco mesurado o imprudente, como es el
caso de quien se abandona a excesivas libaciones durante una cena
entre amigos, que luego, bajo los humos del alcohol degenera en
riña (embriaguez culposa). En este caso existe una presunción
meramente jurídica de imputabilidad y la pena es conminada como
si el sujeto hubiese actuado con plena conciencia. Para establecer
si el ebrio debe responder a título de dolo o de culpa por la
infracción cometida es necesario distinguir en la postura psíquica
al momento del hecho si la infracción fue querida o si ocurre por
culpa, o sea se verifica la responsabilidad en las formas usuales
establecidas por la ley para todo individuo normal.

Embriaguez Preordenada
Cuando la embriaguez es preordenada a fin de cometer una
infracción o de prepararse una excusa, la imputabilidad no es
excluida ni reducida, más bien la pena es aumentada; el art.37
Núm. 4 del CP. señalaba, “La embriaguez premeditada, con el fin
de cometer la infracción, o de preparar una disculpa, es
agravante”. Por ello actúa como circunstancia agravante, en
consideración de la mayor criminosidad del culpable”.

Embriaguez Habitual
Según la ley se considera ebrio habitual quien se dedica al uso de
bebidas alcohólicas y se encuentra frecuentemente en estado de
embriaguez; el art. 37 Núm. 5 del CP señalaba, “La embriaguez
habitual es agravante. Se considera ebrio habitual a quien se
entrega al uso de bebidas alcohólicas, o anda frecuentemente en
estado de embriaguez”. Esta forma presupone una inclinación
constante al uso de alcohólicos, consiguiente a una tendencia no
patológica, que constituye un aspecto consuetudinario del sujeto en
su sistema de vida. Se trata de episodios de ebriedad aguda,
periódicos pero frecuentes, separados de intervalos durante los
cuales el individuo es lúcido. No es embriaguez habitual si el sujeto
no abusa en modo constante de bebidas alcohólicos, ni es cuando
quien abusa del beber, resiste bien el alcohol y cae solo raramente
en esta de ebriedad.

Para la intoxicación por sustancias estupefacientes, en cambio, se


admite la habitualidad incluso cuando el individuo no está
constantemente bajo la acción de las drogas, basta que él se
dedique al uso de tales sustancias y utilice frecuentemente.

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La embriaguez o la intoxicación por sustancias estupefacientes
habitual ni excluye ni disminuye la imputabilidad, más bien
aumenta la pena, justificado por la preocupación del legislador de
defender la sociedad de los efectos del alcoholismo y la
toxicomanía. Por otro lado se debe notar que la severidad del
código resulta privada de resultados prácticos dado que no es
ciertamente el endurecimiento de las penas lo que induce a los
usuarios del alcohol y de los estupefacientes o psicotrópicos a
cambiar sus hábitos. A ellos se debería aplicar medidas de
seguridad dado que son socialmente peligrosos.

Intoxicación Crónica de Alcohol o de Estupefacientes.-


Nuestra legislación no considera este estado, debiendo por lo tanto
aplicarse las consideraciones del Art. 34 del CP.

La intoxicación crónica está caracterizada por un conjunto de


alteraciones orgánicas, somáticas y psíquicas, que determinan un
estado morboso durable y progresivo. En el alcoholismo crónico se
observa graves daños neurológicos y mentales. Basta recordar los
accesos confusionales y alucinatorios del deliro tremens, la
alucinosis crónica y los delirios crónicos especialmente aquellos de
celos, el cuadro confusional, paramnésico y confabulatorio del
Síndrome de Korsakoff, la demencia progresiva que deteriora la
inteligencia, debilita la voluntad, vuelve lábil la memoria y las
percepciones, altera los sentimientos morales y entorpece el
carácter. También graves son los daños provocados por la
intoxicación crónica de estupefacientes.

Por tales motivos las intoxicaciones crónicas deben ser


consideradas por el código penal como un estado patológico
verdadero y propio, en grado de determinar los mismos efectos de
la incapacidad psíquica por enfermedad que imposibilita
entender y querer, el art. 34 del CP. señalaba “No es responsable
quien en el momento en que se realizó la acción u omisión, estaba,
por enfermedad, en tal estado mental, que se hallaba imposibilitado
de entender o querer”. (Recuérdese lo aconsejado por la doctrina:
“no es imputable”).

Sobre este criterio se basa la distinción entre formas habituales e


intoxicaciones crónicas. La embriaguez o la estupefacción habitual
tiene siempre valor episódico y, una vez desaparecidas las
manifestaciones agudas, deja al sujeto en condiciones normales;
por el contrario la intoxicación crónica de alcohol o de
estupefacientes produce consecuencias patológicas permanentes o
irreversibles que subsisten independientemente del continuar el
uso del alcohol o la droga. En conclusión: La intoxicación crónica
ingresa en el cuadro nosológico de las enfermedades mentales, no
así la embriaguez o la estupefacción habitual.

Esta extrema decisión en el diferenciar las cosas suscita graves


dificultades bajo el aspecto médico-legal porque en primer lugar el
ebrio habitual continuando a beber puede convertirse en un
intoxicado crónico; en segundo lugar los individuos dedicados
habitualmente al alcohol o a los estupefacientes son casi siempre
deteriorados mentales por las consecuencias nocivas que tales
sustancias producen a la larga sobre el sistema nervioso; por
último se trata de un diagnóstico difícil existiendo fases
intermedias o de transición que no permite una separación neta
entre el habitual y el crónico.

Sordomudismo.-
Entre los estados patológicos que excluyen la imputabilidad o la
limitan, el código contempla también el sordomudismo.

La imputabilidad del sordomudo era regulada de la siguiente forma


por el art. 39 del CP.: “cuando un sordomudo cometiere un delito,
no será reprimido si constare que ha obrado sin conciencia y
voluntad;…” aunque la doctrina aconseja “…si constare plenamente
que por causa de su enfermedad no tenía la capacidad e entender y
querer…”. La incapacidad, por lo tanto, debe ser siempre probada
por el Juez, caso por caso. Es natural que el individuo privado del
sentido del oído es incapaz de expresar el propio pensamiento con
la palabra; las actividades intelectuales que dependen mucho de los
estímulos externos y de la vida de relación, pueden ser
consideradas reducidas, especialmente en lo que hace referencia al
patrimonio de las ideas abstractas: de aquellas ideas más
directamente interesadas en la valoración ética de la conducta. Tal
norma es por lo tanto sin lugar a dudas aceptable desde el punto de
vista biológico.

Para efectos de la imputabilidad, es necesario distinguir dos formas


de sordomudismo: congénito y adquirido.

Sordomudismo congénito.-
El sordomudismo congénito depende habitualmente de una sordera
primitiva y precoz que surge desde el nacimiento o en los primeros
años de vida cuando el niño no ha aprendido aún a hablar, y
determina la mudez secundaria siendo imposible por la falta de
control auditivo oír y comprender el valor de las palabras, fijarlas y

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evocarlas con la memoria y repetirlas en modo fonéticamente
correcto. En estos casos el sordomudismo puede ejercitar una
influencia negativa sobre el desarrollo psíquico del individuo,
causando un retardo de la inteligencia y de otras facultades
mentales debido a la dificultad de adquisición de conceptos
abstractos, con evidente daño del patrimonio ideativo, asociativo y
mnemónico.

Se pueden conseguir mejoramientos notables mediante cuidadosos


métodos de reeducación, que permitan reducir el defecto originario
y en algunos casos, también regularizar las funciones psíquicas.
Por esta y por otras razones de oportunidad social el legislador
debería rechazar la presunción apriorística de inferioridad psíquica
del sordomudo y equipararlos a los individuos normales cuya
imputabilidad deberá decidirse mediante un juicio concreto.

Si el sordomudo al momento del hecho poseía una suficiente


capacidad intelectivo-volitiva se lo considerará imputable y
responderá de la infracción cometida aunque con pena reducida. Si
en cambio a causa de su enfermedad él estaba totalmente privado
de la capacidad de entender y de querer se lo tratará como un
incapaz psíquico y se lo absolverá.

Sordomudismo Adquirido.-
Aparece en la edad adulta, luego de graves lesiones del encéfalo
(traumatismos cránicos, encefalitis, tumores cerebrales, etc.) que
afecta a individuos que no eran precedentemente ni sordos, ni
mudos y mentalmente normales. En tales casos la pérdida o la
notable reducción de la facultad de entender o de querer depende
no tanto del sordomudismo por sí mismo, sino más bien de las
graves lesiones neurológicas primarias y es equiparable a la
incapacidad psíquica total o parcial.

Estados emotivos y pasionales.-


Nuestro Código Penal se refería a estos estados en su Art. 18
cuando señalaba: “No hay infracción cuando… o cuando el
individuo fue impulsado a cometerlo por una fuerza que no pudo
resistir”. Al analizar este artículo nos referimos únicamente a la
“fuerza moral o psíquica” de los tratadistas del Derecho. Por lo
tanto según esta visión la fuerza irresistible de los estados emotivos
y pasionales la consideramos como ineficaz en el disminuir o en el
excluir a la imputabilidad.

Las emociones y las pasiones afloran a la esfera de la afectividad o


de los sentimientos, los cuales según Kant, conjuntamente con el
intelecto y la voluntad constituyen los hechos psíquicos del hombre.
Sostenemos por lo tanto para fines de la imputabilidad son
influyentes las alteraciones del intelecto y de la voluntad, no
influencian en cambio aquellas de la afectividad.

Las emociones son movimientos del ánimo imprevistos, por accesos


y transitorios, ligados a la conservación y a la defensa del hombre,
por ello instintivos: como por ejemplo la ira, el dolor, la alegría, el
miedo, la angustia, el terror, el disgusto, la vergüenza, el pudor, etc.

Las pasiones son estados de ánimo durables, fruto de una


elaboración superior y de significado social, que hacen referencia
al amor, el odio, los celos, el desprecio, la venganza, el fanatismo, la
envidia, la ambición, etc.

Los estados emotivos y pasionales condicionan fuertemente la


conducta del hombre pero de todas maneras el individuo normal
debe estar en grado de ejercitar sus poderes inhibitorios sobre los
impulsos poniéndose en la condición de frenar y de controlar las
propias acciones; se sostiene que esta capacidad de inhibición se
pierde sólo cuando existe una enfermedad mental que quite al
sujeto agente la capacidad de dominar las emociones y las pasiones
volviéndolo esclavo de ellas.

Las emociones y las pasiones son estados normales y transitorios


de la vida humana que no se pueden comparar con las
enfermedades mentales. Ello no excluye que a veces la violenta
reacción emotiva o una exaltación pasional pueda obnubilar la
mente en medida tal de ocasionar una momentánea fugaz pérdida
de la capacidad intelectivo-volitiva al momento de la comisión del
hecho (insania brevis); pero, usualmente ciertas expresiones
usadas en el lenguaje común para indicar quién está segado de la
ira o trastornado por la pasión o paralizado del terror, tienen
eficacia representativa que no corresponden a reales situaciones
del nivel patológico.

El médico deberá estar en grado de distinguir cuando se trata de


emociones o de pasiones o bien de síntomas enfermedad mental, o
por ejemplo verificar si quien fácilmente tiene ira sea por su
carácter impetuoso y desenfrenado o bien porque es un
hipomaníaco excitado y deberá darse cuenta cuando los celos son
solamente una exaltada pasión y cuando en cambio ellos son un
delirio sistemático de un paranoico.

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Es necesario por lo tanto delimitar expresamente la distinción
entre la incapacidad psíquica (hecho patológico) y la emoción -
pasión (hecho normal de la actividad psíquica) no siempre
correspondiente con la realidad psicológica.

Culpabilidad.-
A pesar de no ser objeto de nuestro actual análisis, consideramos
como necesario complemento el análisis de ésta.

Entendemos por CULPABILIDAD la predisposición psicológica de


sujeto agente que voluntariamente transgrede la ley penal. Tal
postura es propia de quién debiendo escoger entre los estímulos
egoístas personales y los intereses de la colectividad tutelados por
la ley, resuelve el conflicto a su favor convirtiéndose
deliberadamente en culpable de la transgresión.

La doctrina toma como esencia de la culpabilidad a la relación de


contradicción entre la voluntad el sujeto agente y la voluntad del
precepto penal y encuentra en tal contraste una manifestación de
indisciplina social o de desobediencia legal o rebelión intencional,
por lo cual al autor se le puede reprochar este comportamiento
contrario a los deberes, haciéndose merecedor a un juicio de
reproche por la violación efectuada.

La culpabilidad tiene por lo tanto un contenido psicológico y un


normativo. El primero reside en la manifestación de la voluntad que
se pone contra de la norma y en la relación psíquica entre el autor
y el hecho por él cometido; el segundo puntualiza el carácter
contrario a los deberes de la conducta en cuanto expresión de una
voluntad diversa de aquella a la cual el sujeto está obligado
(voluntad culpable).

Culpabilidad y Antijuricidad.-
Son conceptos diversos: la Antijuricidad indica la relación de
contradicción entre el hecho y la norma penal, la culpabilidad
indica la relación de contradicción entre la voluntad del autor y la
voluntad de la ley; consiguientemente, la Antijuricidad se resuelve
con un juicio de desaprobación sobre el hecho, mientras la
culpabilidad representa un ulterior juicio de desaprobación sobre el
comportamiento del agente y más aún: la Antijuricidad lleva a
valorar la acción en su aspecto interior, o sea en la conciencia y en
la voluntad que la diferencian. En resumen: la primera juzga el
hecho del hombre; y, la segunda al hombre mismo.
Culpabilidad e Imputabilidad.-
Las relaciones entre culpabilidad e imputabilidad son evidentes; la
culpabilidad no subsiste si el autor del hecho es persona incapaz de
entender y de querer, por ello se señala que la imputabilidad es el
presupuesto de la culpabilidad. En efecto para que subsista la
culpabilidad es necesario la conducta consciente y voluntaria que
no puede estar al alcance de un sujeto inmaduro e incapaz
psíquico; ni puede expresarse un juicio de reprobación sobre el
autor del hecho si éste es inculpable por cuantas mentalmente
incapaz. Por otro lado la imputabilidad y la culpabilidad tienen
posiciones distintas; mientras la última es un elemento constitutivo
y propio de la infracción, la primera es la condición intrínseca de la
personalidad, que es extraña a la infracción.

Culpabilidad y responsabilidad
La doctrina de la culpabilidad estaba contenida en el Art. 32 del
Código Penal que establecía: "Nadie puede ser reprimido por un
acto previsto por la ley como infracción, sino lo hubiera cometido
con voluntad y conciencia”; se trata del principio nullum crimen
sine culpa, fundado sobre el presupuesto de la voluntariedad que
gobierna todas las acciones humanas y por lo tanto condiciona
también los comportamientos antijurídicos.

Si por responsabilidad se entiende la desobediencia a una norma


penal mediante una acción consciente y voluntaria, entonces ella se
identifica con la culpabilidad, dado que la una y la otra representa
el nexo psicológico que liga el hecho a su autor. Si en cambio se
asigna al concepto de responsabilidad un significado diverso, o sea
la obligación del culpable de sufrir la pena para reparar el daño
producido de la sociedad, entonces aparece evidente que este
sujetamiento del infractor a la pena hace coincidir la
responsabilidad con la punibilidad.

Es por lo tanto dudoso según muchos autores, que la responsabilidad pueda


subsistir en entidad autónoma como tercer elemento constitutivo de un sistema
tripartito (imputabilidad, culpabilidad, responsabilidad), siendo suficientes en el
sistema bipartito (imputabilidad y culpabilidad) para caracterizar los aspectos
psicológicos aferentes al Derecho Penal.

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