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Desde la aparición la vida sobre la Tierra –hace más de 3.500 millones de años– se
han producido cinco grandes extinciones en las cuales desaparecieron de la faz del
planeta más de la mitad de las especies que lo poblaban. Dichos acontecimientos
cerraron diversos períodos: Ordovícico, Devónico Superior, Pérmico, Triásico y
Cretácico. La última, que se produjo hace 65 millones de años, es la mejor conocida
y parece ser que fue provocada por el impacto de un gran asteroide en el Golfo de
México; acabó con los dinosaurios y otros muchos grupos no tan espectaculares,
pero no por ello menos importantes –Ammonites y Belemnites– o como los
foraminíferos, componentes del plancton marino.
En la extinción de finales del Cretácico se perdieron más del 70% de las especies
existentes (Figura1.1). Con todo, la que mayor incidencia tuvo sobre la biodiversidad
fue la tercera (aproximadamente hace 251 millones de años), en la que, por causas
todavía no delimitadas con precisión, desaparecían entre el 95 y el 97% de las
especies, el 83% de los géneros y el 57% de las familias, alterando completamente
la vida marina en el planeta en un momento que señala el tránsito del Paleozoico al
Mesozoico, a partir del cual se volvió básicamente pelágica o de alta mar; esta crisis
no olvidó a los seres de tierra firme, aunque la escasez de archivos fósiles no
permiten establecer un balance exhaustivo, pero debió de ser incluso peor, ya que
en lo que a los insectos se refiere desaparecieron el 63% de las familias.
Aunque existen problemas para determinar con seguridad el porqué de esa
hecatombe, la mayoría de los científicos admiten que se debió producir por la
conjunción de varios fenómenos geológicos: descenso del nivel del mar, episodios
volcánicos intensos en la zona de Siberia (los conocidos trapps) y la división de
Pangea que provocó una trasgresión marina (elevación del nivel del mar). Como
resultado de este cúmulo de fenómenos naturales se produjo, en menos de diez
millones de años, una serie de extinciones progresivas que desorganizaron la
biodiversidad de tal manera que esta tardó millones de años en reconstruirse y
volver a florecer.
Existen datos científicos que indican que actualmente se está iniciando la sexta
extinción masiva. Esta vez el motivo es inédito: la explosiva proliferación de una
especie animal, la especie humana, una estirpe que está transformando el medio a
una velocidad alarmante y negando la viabilidad de muchos otros taxones y la
posibilidad de un desarrollo evolutivo natural.
“Es un hecho innegable que la duración de una forma de vida, de cada especie
biológica, es limitada. A lo largo del tiempo, las especies se van renovando de
manera natural mediante un proceso denominado extinción de fondo; en ocasiones,
por causas extraordinarias, se produce una aceleración en esa tasa de extinción y
se provoca entonces lo que se conoce como extinción masiva. Las causas que
producen dichas extinciones son bien diferentes para cada una de ellas. Se agrupan
en tres categorías: biológicas, geológicas y extraterrestres. Las primeras actúan
básicamente sobre la extinción de fondo, las otras dos, menos previsibles, suelen
provocar extinciones en masa”. Son causas biológicas el endemismo y la
competencia –entre otras muchas–, geológicas los cambios climáticos, el
vulcanismo intensivo o la tectónica de placas, y, entre las extraterrestres, se cuentan
los impactos de meteoritos o los efectos del paso en proximidad de cometas.
La tasa de extinción en un periodo geológico concreto depende de la magnitud
desencadenada por una causa primaria (aquélla que desencadena los mecanismos
de extinción); según lo repentino del evento, tendrá más o menos tiempo de actuar
la selección natural. Se denominan causas secundarias a las que actúan después
y completan el proceso; entre ellas, casi siempre está presente el cambio climático.
La sexta gran extinción.
1. Gorila de montaña.
2. Oso polar.
3. Lince ibérico.
4. Tigre de Sumatra.
5. Rinoceronte blanco.
6. Leopardo de las nieves.
7. Oso panda.
8. Chimpancé común.
9. Pangolín.
10. Orangután de Borneo.
11. Ajolote.
12. Atún rojo.
Hay futuro. Posibles vías de salida o alternativas
Hay que reconocer que la causa principal, la referente al cambio climático –que
modifica inevitablemente las condiciones biológicas (disponibilidades hídricas y
constantes térmicas) y acelera la tasa de extinción– es más difícilmente reversible
y que, por otra parte, existen múltiples causas secundarias que colaboran para
desestabilizar fatalmente nuestros ecosistemas (el futuro que se vislumbra en este
asunto tan complicado parece, en principio, tan pesimista como desmotivante y
desmovilizador, debido a la dureza de la situación que se plantea). Pero existen, no
obstante, inequívocas vías de salida y alternativas a las cuales podemos recurrir
para minimizar e incluso revertir los daños. Un ejemplo manifiesto y reciente ha sido
la mejora que se ha producido con las medidas adoptadas a escala internacional
para evitar la destrucción de la capa de ozono.
(Figura 1.24)
(Figura 1.25)
(Figura 1.26) (Figura 1.27)