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Es hora de que nos preguntemos si todavía recordamos las libertades que los
Padres Fundadores quisieron para nosotros. James Madison dijo que "basamos
todos nuestros experimentos en la capacidad de la humanidad para el
autogobierno".
¿La idea? Que el gobierno se debía al pueblo, que no tenía otra fuente de poder
es todavía la más moderna y original idea en toda la larga historia de las
relaciones del hombre con el hombre. Ese es el asunto de estas elecciones: si
creemos en nuestra capacidad para el autogobierno o si abandonamos la
Revolución Americana y confesamos que una pequeña élite intelectual en una
capital distante puede planear nuestras vidas por nosotros mejor de lo que
nosotros mismos podemos hacerlo.
A ustedes y a mí nos han dicho que debemos escoger entre izquierda y derecha,
pero yo les sugiero que no existe izquierda ni derecha. Sólo existe arriba y abajo.
Arriba está el sueño antiguo del hombre de la máxima libertad individual posible
manteniendo el orden, y abajo el hormiguero del totalitarismo. Sin poner en duda
su sinceridad, sus motivos humanitarios, aquellos que sacrificarían la libertad por
la seguridad se han embarcado en ese camino descendente. Plutarco advirtió que
"el verdadero destructor de las libertades del pueblo es aquel que reparte botines,
donaciones y regalos".
Los servidores públicos dicen, siempre con la mejor de las intenciones, "que gran
servicio podríamos prestar si tan sólo tuvieran un poco más de dinero y un poco
más de poder". Pero la verdad es que fuera de su función legítima, el gobierno no
hace nada tan bien y tan económicamente como el sector privado.
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Sin embargo, cada vez que ustedes y yo cuestionamos los esquemas de esos
bienhechores, somos denunciados como contrarios a sus objetivos humanitarios.
Parece imposible debatir legítimamente sus soluciones sin la asunción de que
todos nosotros compartimos el deseo de ayudar a los menos afortunados. Pero
nos dicen que estamos siempre en contra de, no a favor de nada.
Estamos por una provisión que asegure que el abandono no debe seguir al
desempleo por razones de edad, y por ese objetivo hemos aceptado la Seguridad
Social como un paso para enfrentarse con ese problema. Sin embargo, estamos
en contra de aquellos que confían en este programa cuando nos engañan acerca
de sus defectos fiscales y acusan de que cualquier crítica sobre el mismo significa
que queremos eliminar los pagos…
Si todo esto parece demasiado, pensad en lo que está en juego. Tenemos efrente
al peor enemigo que la humanidad ha conocido en su largo camino desde los
pantanos hasta las estrellas. No puede haber seguridad en ningún lugar del
mundo libre si no hay estabilidad fiscal y económica dentro de los Estados Unidos.
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Aquellos que nos piden comerciar con nuestra libertad por la sopa de pollo del
estado del bienestar son los arquitectos de una política de acomodamiento.
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