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EL PROBLEMA DE TACNA Y ARICA

Encuesta de "La Nación” de Buenos ñires


Lñ CUESTIÓN CHILENO-PERUñNñ

EL PROBLEMñ DE TñCNñ Y HRICñ

Encuesta de "La dación" de Buenos flire s

OPINIONES DE LOS SEÑORES:

DOÑ ANTONIO HUNEEUS


» JOSÉ MIGUEL ECHEÑIQÜE
» JAVIER VIAL SOLAR
» JULIO PÉREZ CANTO
» PAULINO ALFONSO
» GUILLERMO PÉREZ DE ARCE
» GONZALO BÜLNES
» FEDERICO PÜGA BORÑE
» MALAQUÍAS CONCHA
» ANSELMO BLANLOT HOLLEY
» ALAMIRO HUIDOBRO

SANTIAGO DE CHILE

IMPRENTA UNIVERSITARIA
ESTADO 63

1919
ESTADO 65
EL PROBLEMA DE TACHA Y ARICA

Por qué no se resuelve y cómo se ha de resolver

OPINIONES CHILENAS

I
(De Don Antonio Huneeus)
Por las publicaciones que hoy comen­
zamos se verá qué es lo que se pien­
sa en Chile, y cuáles son—desde el punto
de vista chileno, al menos—las razones en
cuya virtud el plebiscito no se ha realiza­
do todavía. D. Antonio Huneeus Gana, cu­
yas son las opiniones que publicamos más
abajo, es eh Chile uno de los ciudadanos
de mayor versación en materia .interna­
cional. Abogado de muy sólidos presti­
gios, ex-profesor de la Universidad de
Santiago y especializado en esa rama del
- 6 —

derecho, ha sido dos veces Ministro de


Relaciones Exteriores y una del Interior.
Intervino como canciller de Chile en las
cuestiones con el Perú. Estas no tienen,
pues, en lo atañedero a su país, secretos
para él. — (La Nación, 11 de Diciembre
de 1918).

Señor director: Me pide usted mi opinión,


una opinión concreta y clara, sobre el litigio
de Tacna y Arica. Accedo con placer a la invi­
tación de usted. Ella me franquea la hospitali­
dad de su noble diario, amigo tradicional de
Chile. Ella me permite defender la causa del
derecho, que es la de mi país, contra la acusa­
ción de incumplimiento del tratado de Ancón,
que una vez más se nos suscita.
Se proyecta emplazarnos ante las naciones
vencedoras próximas a congregarse para res­
taurar el mundo sobre la piedra maestra del
derecho y bajo un firmamento diáfano de paz
universal. Allí se nos delatará como turbado­
res de un concierto internacional y relapsos del
pacto que los sustenta.
i . La cesión y el arreglo directo son hoy im­
practicables, H erirían los sentimientos y los
intereses de uno u otro país, acaso los de am-
bos, y ningún gobierno se resuelve a lastimar
los que le han sido fiados.
En la situación que alcanza el problema, sólo
se le resuelve mediante el acuerdo de bases
para celebrar el plebiscito tal como el tratado
de Ancón lo preceptúa. Razones fundamentales
prefijan a ambos pueblos por igual la solución
plebiscitaria. Al plebiscito nos obliga desde
1883 aquel pacto, pacto solemne y sustantivo.
Al procedimiento plebiscitario se alía el tiem­
po, que a todo extiende su mano atemperadora
y concillante.
En la etapa terminal del plebiscito mismo se
yergue con relieve intenso, que todo lo domina,
la voluntad soberana de los pueblos cuya nacio­
nalidad se controvierte y que serían los llama­
dos a fallar el viejo pleito diciendo qué patria
quieren. No hay solución más legítima ni hay
otra más autorizada.
2. Surge la dificultad en todo su volumen,
informe, escurridiza, desde que se llama al P e ­
rú a cumplir el tratado de Ancón, a concretar
el plebiscito.
¿Qué se entiende por cumplir con ese pacto?
«Cumplir el tratado de Ancón» es proponer,
8 —

como ha propuesto Chile, que voten en el ple­


biscito chilenos, peruanos y extranjeros que
tengan residencia de tiempo apreciable, y se­
pan leer y escribir, y que el plebiscito se veri­
fique ante una comisión presidida por el sobe­
rano en ejercicio e integrada con delegados
chilenos y peruanos.
Estas fórmulas son liberales y amplias. Se
avienen con la razón y fin del acto plebiscita­
rio, porque dan influencia en la nacionalidad a
todos aquellos que van a ejercitar ulteriorm en­
te los derechos y los deberes de la ciudadanía;
satisfacen así a todos los intereses que contien­
den y se ajustan, en suma, a la doctrina ju rí­
dica del plebiscito. Concuerdan, además, con
los precedentes de los plebiscitos consumados
hasta ahora. Chile ha propuesto esas condicio­
nes y ha probado, por lo tanto, voluntad sin­
cera de cumplir el compromiso plebiscitario.
No es «cumplir el pacto de Ancón» proponer,
como alguna vez propuso el Perú, que sólo vo­
ten los extranjeros y peruanos, o los nativos de
Tacna y Arica, y que organicen y presidan el
plebiscito delegados de soberanos extranjeros.
Fórmulas son esas estrechas y caprichosas, subs-
9 —

tancialmente contrarias a la doctrina del sufra­


gio internacional, porque privan de intervenir
en la suerte de los territorios a masas numero­
sas de ciudadanos aptos al efecto; son opuestas
a los precedentes, y calculadas sólo para an te­
lar al Perú un éxito que, dentro de las pautas
justas y normales, le es imposible. La proposi­
ción de esas condiciones por parte del Perú no
acredita propósito efectivo de verificar el ple­
biscito, ni de cumplir con el tratado que lo ins­
tituye.
Algún testimonio debo dar de que esta es la
verdad. En 1906 y en 1912 tuve el honor de
proponer al Perú, desde el Gobierno, las con­
diciones de plebiscito más sanas y a todo res­
pecto mejor justificadas. En el primer caso el
Perú las rehusó inequívoca, francamente.
En 1912 el Perú aceptó el Plebiscito. Con­
vinimos en que éste se verificaría dentro de 21
años; en que lo organizara una comisión habi­
litada para proceder en mayoría, compuesta de
dos chilenos, dos peruanos y del presidente de
la Corte Suprema de Justicia de Chile, que la
presidiría; en que votaran los nacidos en Tacna
y Arica y los chilenos y peruanos que tuvieran
10 —

tres años de residencia. Todos los votantes ne­


cesitarían saber leer y escribir. Se restablece­
rían, desde luego, las legaciones de Santiago y
Lima. Pero be aquí que acto continuo de con­
certarlas, el gobierno del Perú presentó esas
bases ante su Congreso, alteradas en su misma
esencia. Tan insólita retractación nos obligaba
a suspender el pacto convenido. Así lo hicimos
a pesar nuestro, pero bien seguros de cumplir
nuestro deber. Testimonio de estos hechos da
en su texto, y los acredita con los documen­
tos pertinentes, la Memoria de Relaciones E x te­
riores de Chile publicada en 1917.
Chile ha sido, pues, leal a su fe empeñada en
el compromiso de plebiscito y en el tratado in­
ternacional que lo dispone. Y he ahí la singu­
lar manera cómo el Perú ha frustrado y elude
hasta hoy el plebiscito. No nos atrincheramos
en la fundada tradición de que el plebiscito fué,
en el ánimo de los negociadores de 1883, la
cesión simulada de Tacna y Arica. Hemos sa­
lido a campo abierto. Nos acogemos franca­
mente al plebiscito mismo; instamos ahora como
antes, por su ejecución; pedimos que se vote.
En su aversión al desenlace plebiscitario, el
11 —

Perú ha hablado de arbitraje. Ambas naciones


soberanas, empeñaron su palabra en el plebis­
cito. Libremente lo pactamos. Y no se ha me­
nester de intervención extraña para que dos
pueblos libres y soberanos cumplan lo que se
prometen.
3. ¿Por qué el Perú esquiva pactar y llevar
a efecto el plebiscito?
El plebiscito va a decir desde que se ajuste,
y antes de que se ejecute, quienes votan, ante
quien, cómo y cuándo se votará. Mientras el
convenio plebiscitario no determine quienes
votan, ha de faltar una base principal para el
cómputo definitivo de los sufragios, y el Perú
pretenderá o aparentará pretender que las ex­
pectativas de la elección lo favorecen según se
conceda o no sufragio a determinadas catego
rías de personas, por descalificadas que fueren,
y habrá, por consiguiente, problema de Arica
y Tacna.
Evade el Perú el acuerdo sobre plebiscito
porque con ese acuerdo term inará la duda apa­
rente de que nacen sus engañosas esperanzas.
Y rehuye la ejecución del plebiscito porque,
verificado que sea con arreglo a las bases usua-
— 12

les y ordinarias, las bases en que la historia y


la doctrina nos enclavan, el Perú perderá el
plebiscito mismo.
4. He ahí, en síntesis, los hechos, y su ver­
dadera y lógica explicación.
Supongamos ahora concertado el plebiscito.
Quedaría determinado quienes votan y eviden­
ciado, mediante una estadística sencilla, que
las expectativas que el pacto de Ancón reservó
al Perú fenecieron ante el sufragio plebiscita­
rio. Y es lícito esperar que esa evidencia, así
exteriorizada en hechos, en cifras, le impidiera
al Perú obstinarse mayor tiempo en su pasiva
resistencia a lo pactado y lo persuadiera de que
puede sin desdoro, sin nuevo detrimento de sus
intereses, afrontar la solución directa del pro­
blema, renunciar a territorios que dejaron de
pertenecerle y que ya no volverán a su domi­
nio, y acogerse a las compensaciones que el
mismo tratado asignó para ese evento y que
Chile le ha ofrecido acrecentadas.
5. Y erra el Perú perseverando en su mora
recalcitrante, en repudiar el efectivo cumpli­
miento del tratado que nos liga.
Pienso que también yerra suscitando, como
— 13 —

lo hace de tiempo en tiempo, cuestiones pasio­


nales o administrativas, unas y otras subalter­
nas. Ellas apartan los ánimos y agravan el ma­
lestar de entrambos pueblos.
En la promoción de esos incidentes ¿no ha­
brá, además, una falta del Perú contra sus pro­
pios inteses? No me cumple juzgarlo. Pero di­
ría que sí. El tratado de 1883 confirió a Chile
la soberanía de Arica y Tacna sin limitación
alguna, con la sola reserva de que el plebiscito
pudiera darle fin, y conlleva, por lo tanto, mien­
tras subsista, la plenitud de sus atributos. Ca­
da uno de esos episodios, cuyo inventario es ya
nutrido y viejo, ha traído, como es natural, por
único resultado, una acentuación de la sobera
nía que Chile ejercita legítimamente en esos te­
rritorios. Diría aún que actividades de tal li­
naje no guardan armonía con la dignidad ni se
proporcionan con la magnitud del asunto que
nos divide.
Esas contiendas inconsistentes y nerviosas
no van a encontrar hoy en las cancillerías y
congresos de las naciones, cuyas simpatías el
Perú anhela propiciarse por su medio, otra acó-
— 14 —

gida que la de ayer, que la de siempre, una jus­


ta y discreta indiferencia.
6. Si se comparan los esfuerzos que Chile ha
agotado v las bases de plebiscito que presenta
con la actitud siempre evasiva o remisa, cuan­
do no francamente rebelde del Perú para ajus­
tar el pacto que nos está ordenado, destácanse
con nítida claridad el cumplimiento de Chile y
la mora del Perú ante el tratado internacional
que liga a ambos países desde 1883.
Hay todavía más, mucho más.
¿Se quiere otro testimonio, otras evidencias
concluyentes de nuestra fidelidad insospecha­
ble a lo pactado?
Y bien: ¿no es Chile acaso el ocupante y el
soberano de los territorios que se controvier­
ten? ¿No es Chile, por ventura, más fuerte que
el Perú en la tierra y en el mar? ¿Quién podría
negar que los intereses y el sentimiento eon
que Chile y los chilenos adherimos a Tacna y
Arica se han intensificado y extendido desde
1883? La grande obra del ferrocarril de Arica
a La Paz, ¿no ha puesto el sello de un hecho
histórico a la soberanía de Chile en estos terri­
torios? Y, en fin, y si bien contrista recordarlo,
— 15

¿quién se atreve ya a negar que Chile fué a la


guerra de 1879 provocado, arrastrado por Boli-
via y el Perú?
y bien; Chile, el provocado, el ocupante, el
señor, el prepotente, el administrador y propul­
sor de la prosperidad de Arica y Tacna, ¿se ha
hecho fuerte, se ha alzado por acaso con esos
territorios? ¿Ha intentado rebelarse en algún
momento contra el tratado que condiciona su
soberanía? ¿Ha pretendido consolidarla por el
fraude o la. violencia que han estado y siguen
a los alcances de su mano?
Chile, el provocado, el vencedor, el amo de
los territorios, su legislador, su patrono, no ha
pensado ni siquiera un día, ni una hora, en per­
petuar su señorío por los medios fáciles, pero
abusivos, de su propio y exclusivo arbitrio. Por
el contrario, ha subordinado y subordina inde-
rivablemente la consolidación de su soberanía
al éxito del plebiscito; ha apartado de su espí­
ritu, como de su conducta y de su lenguaje, to­
da desviación del procedimiento convenido; y
ha dado y sigue dando al mundo ejemplo ine­
quívoco de sincero y efectivo sometimiento a la
— 16 —

suprema ley de las naciones, que es el cumpli­


miento de los tratados que las ligan.
De cierto, Chile puede afirmar, con estos an­
tecedentes, que no hay ni ha habido nunca
sombra de paridad entre su conducta en los te­
rritorios que nuestro vecino del Norte nos con­
tiende y la de un país refractario a sus compro­
misos, o subversivo de las,leyes internacionales.
Y así puede sostenerlo—y podría probarlo, si
no fuera que es tan soberano como ellos,—a la
faz de todos los gobiernos que hoy, después
de la guerra más horrenda de la historia, ins­
tauran la paz dél mundo sobre roca angular de
derecho y bajo el solio augusto de los tratados.
7. Los tiempos son de paz y libertad.
La democracia culmina en la sociedad de las
naciones.
En 1906 dije oficialmente a Mr. Eoot, Secre­
tario de Estado de Norte América: «Desde que
la conciencia del derecho se hizo más honda,
se arraigan en la sociedad de las naciones prin­
cipios de respeto y fe, cualesquiera que fueren
el territorio, la población y la fuerza armada
de que disponen. Se van los inveterados abu­
sos de la violencia. Es siempre el principio de
— 17 —

libertad, la de los menos fuertes, el que, con­


vertido en una ley de igualdad entre todos los
estados, prevalece ahora en las relaciones in­
ternacionales. La Unión americana, el país li­
bre, fijó desde años hace, su política exterior
sobre el plan igualitario. Su bandera de co­
mercio flamea por todo el orbe sin arrogancia,
sin ánimo intervencionista. Vuestra presencia
entre nosotros es una prueba más de que vues­
tros propósitos son simpáticos y francos». (Me­
moria de Relaciones Exteriores de 1906).
Estas ideas, antiguas como los principios del
derecho internacional y siempre nuevas como
todas las verdades fundamentales, van a regir
las relaciones de todos los pueblos, así del vie­
jo como del nuevo mundo.
Acaba de sonar por todos los ámbitos del
orbe, de un hemisferio a otro, la hora en que
la paz triunfa, en que la libertad de las nacio­
nes es igual, igual para los fuertes y para los
pequeños, y en que prevalecerán entre los es­
tados una superioridad y una grandeza: la su­
perioridad que se funda en el derecho, del cual
son arca santa los tratados, y la grandeza del
que les da cumplimiento fiel, como da cumplí-
— 18 —

miento Chile de 1883 a nuestro pacto con el


Perú.
8. Oiga el Perú el llamamiento cordial que
le hace Chile desde largos años para cumplir
el tratado de Ancón; consienta en ajustar un
plebiscito que se concilie con la doctrina y con
los precedentes plebiscitarios; convenga en que
no tiene derecho en Tacna ni en Arica sino a
concurrir a un plebiscito así informado y a
nada más; sepa, al propio tiempo, que haremos
todos los esfuerzos lícitos a nuestro alcance,
tanto en el acuerdo de las bases como en la
elección, para triunfar y para consolidar defi­
nitivamente por ese medio la soberanía de Chi­
le en ambos territorios; sepa, asimismo, que si
perdemos el veredicto de esas poblaciones, le
devolveremos como buenos lo que en ese even­
to inverosímil dejaría de pertenecemos; y con­
centre su empeño— de suyo débil, puesto que
no es soberano ni ocupante—en triunfar en el
plebiscito, si lo cree posible, por su parte.
Piensen sus hombres dirigentes que nuestros
pueblos son hermanos; que Chile está llano a
compensaciones liberales, más liberales que las
estipuladas; que en ellas no hay deshonra ni
— 19 —

desdoro, puesto que en el tratado mismo fue­


ron convenidas; y que anhelamos renovar ju n ­
to con el Perú las jornadas seculares del traba­
jo, vida de cordialidad recíproca, de bienestar
creciente, de fraternización continental.
Decídanse los hombres patriotas del Perú a
cumplir el tratado de Ancón, pero decídanse a
cumplirlo efectivamente; y no repudien, en
consecuencia, por más tiempo, las bases de
plebiscitos que a ambos pueblos les señalan a
una misma voz los precedentes, la doctrina y
el común apremio de grande y lisonjero por­
venir.
A ntonio H uneeus .
II

(De Don José Miguel Echenique)


Don José Miguel Echenique Gan ¿ a ñ ­
ilas es uno de los más prestigiosos
periodistas de allende la Cordillera.
Poseedor de una ilustración poco común,
conquistó sólidos prestigios en el estudio
de los más arduos problemas económicos
de su país, y a ellos dedicó buena parte
de sus atenciones, sin descuidar, por cier­
to, las cuestiones de otro orden, y, entre
ellas, las de carácter internacional, que
domina a fondo. Ha sido diputado en va­
rios períodos, destacándose por el sentido
práctico de sus iniciativas y por la clari­
dad extrema de sus vistas en las cuestio­
nes más arduas y complejas. En 1909 se
le designó para desempeñar la plenipo­
tencia de su patria en Lima. Pudo así
robustecer los conocimientos que poseía
respecto a la cuestión de Tacna y Arica.
Más tarde, al cesar en su cargo el Presiden-
— 22 —

te de Bolivia, General Montee, fué nombra­


do embajador de Chile en la transmisión
del mando. Se trata, pues, de un diplomá­
tico que a su experiencia de tal une un
ingente bagaje de conocimientos sobre
asuntos vinculados estrechamente con el
viejo pleito.—(La Nación, 12 de Diciembre
de 1918).

Los derechos de Chile


Chile está en posesión de esas provincias en
virtud del tratado de Ancón, que dispuso que
ese territorio continuara poseído por Chile y
sujeto a su legislación y a sus autoridades du­
rante el término de diez años. Expirado ese
plazo, un plebiscito decidirá, «en votación po­
pular», si ese territorio queda definitivamente
del dominio y posesión de Chile. Un protocolo
especial establecerá la forma en que el plebis­
cito debe tener lugar y los términos y plazos
en que debe pagarse la suma de diez millones
de soles peruanos, que debe entregar a la otra
la nación vencedora de esa votación.
Desgraciados anduvieron los negociadores de
ese tratado al dejar para más tarde el convenio
de ese protocolo complementario. Chile y el
— 23

Perú no han podido, en treinta y cuatro años,


ajustar las condiciones de ese plebiscito y ese
es el conflicto que los divide.
Es injusto el cargo que se hace a Chile de
negarse sistemáticamente al cumplimiento de
ese tratado. Ha hecho proposiciones y ha en­
viado ministros plenipotenciarios a Lima para
facilitar esa solución^ Acaba de publicarse en
Santiago un libro cuya lectura necesariamente
llevará el convencimiento de la sinceridad con
que los gobernantes de Chile, en 1908 y en
1910, buscaron el acuerdo del Perú para dar
remate a esa larga discusión.
Chile sostiene que en la votación deben to­
mar puesto los estantes y habitantes, es decir,
la plebe, empleando el significado etimológico
de la palabra «plebiscito». De ese modo toma­
rían parte en la votación los habitantes de ese
territorio, chilenos, peruanos y extranjeros.
Sostiene que su soberanía es perfecta hasta la
celebración del plebiscito y que, en esa virtud,
le corresponde presidir esa votación, presiden­
cia que es un acto del soberano. Ha ofrecido
dar participación en las juntas electorales a re­
presentantes del Perú.
24 —

Los derechos y expectativas del Perú

El Gobierno peruano sostiene que en la vo­


tación únicamente deben votar los peruanos.
En algunas ocasiones -sus diplomáticos han
comprendido la aberración de esa doctrina y
han ofrecido el derecho de voto a los chilenos
con residencia de «dos años». Más tarde, en
documentos públicos, han retirado ese ofreci­
miento, como sucedió en la respuesta que dió
el ministro Seoane a las proposiciones del señor
Puga Borne, de Marzo de 1908.
Producida la dificultad, el Perú pide que se
resuelva por el arbitraje. Chile contesta que
no puede, como soberano, someter a arbitraje
«el derecho de voto de los chilenos que habitan
en esa provincia». Alega las contradicciones
en que ha incurrido a ese respecto la cancille­
ría peruana. Respecto de la «residencia», dice
Chile que el plazo de dos años es arbitrario y
ofrece dar la condición de residentes a los que
la hayan adquirido por el medio que fija el
Código Civil para todo el territorio de la Re­
pública.
— 25 —

El derecho o más propiamente la aspi­


ración de Bolivia

Bolivia, según los tratados en vigor, no pue­


de alegar ningún derecho a ese territorio. So­
bre eso no puede haber discusión; así lo dispu­
so el tratado celebrado en Octubre de 1904-
Sus aspiraciones tienen un origen meramente
histórico. La creación de Bolivia le fijó, en el
año 1825, los límites de la Real Audiencia de
Charcas. El libertador Bolívar, al fundarla,
expresó el deseo de obtener. del Perú la cesión
«para su hija predilecta» del territorio de Tac­
na, avanzando hasta el río Sama el límite norte
de la nueva nación que debía llevar su nom­
bre. El primer Presidente de Bolivia, mariscal
don Antonio José de Sucre, obtuvo, por el tra­
tado del 31 de Diciembre de 1826, que el Perú
cediera la provincia de Tacna. Ese tratado no
fué ratificado. Tal es el origen de las aspiracio­
nes bolivianas a la provincia disputada.
No existe en Bolivia ningún partido político
que manifieste el propósito de quebrantar los
tratados existentes. Sus aspiraciones forman
— 26 —

parte de un prograna académico. Los gobernan­


tes de Bolivia son bastante inteligentes para
comprender que ese problema puede tener so­
lución amistosa en un acuerdo con Chile, me­
diante compensaciones que se consideren sufi­
cientes y prácticas.
No hay, por consiguiente, antagonismo entre
los intereses chilenos y bolivianos y ellos pue­
den ser armónicos cuando sus gobiernos consi­
deren que ha llegado el momento oportuno
para estudiarlos.

L a so lu ció n

La mayor dificultad que existe para el ave­


nimiento del Perú con Chile es el «chauvinis­
mo» y la necesidad en que se encuentran los
principales políticos peruanos de servir a los
«chauvinistas» para el éxito de las campañas
electorales. El período de la elección presiden­
cial ha comenzado en el Perú y esa es una de
las causas principales de la recrudescencia de
las provocaciones en contra de Chile. Si no
existiera esa coincidencia, sería posible iniciar
— 27 —

una nueva negociación volviéndose a estudiar


las bases propuestas hace diez años por los mi­
nistros, señores Puga Borne y Edwards.
Los propagandistas peruanos dicen que el
problema de Tacna es «un negocio de fuerza».
Más justo sería decir que es «un negocio de as­
tucia». Se ha prolongado su discusión esperan­
do que algún acontecimiento inesperado, algún
cataclismo imprevisto permita pedir la caduci­
dad del tratado de paz celebrado en Ancón. El
triunfo de los ejércitos aliados .en los campos de
batalla de Europa es un acontecimiento que ha
sido considerado por los patriotas peruanos co­
mo la ocasión propicia. Es el nuevo Mesías que
puede destruir las victorias chilenas de la gue­
rra de 1879. Esto no puede ser considerado
como cosa seria por la opinión americana. Mu­
cho menos por la europea, q.ue tiene muchos
negocios sobre el tapete de sus cancillerías. La
bulla de Lima, comentada por la excelente pro­
paganda peruana, en Nueva York, en Buenos
Aires y otras capitales, morirá por sí sola, como
termina todo lo que es artificial y no está basa­
do en la verdad, ni en la justicia.
La solución del conflicto entre Chile y el
— 28 —

Perú está en el honrado cumplimiento del tra ­


tado de paz, en la celebración del plebiscito de
Tacna y en un tratado de libre cambio y de na­
vegación que destruya para siempre los gérme­
nes dejados por una guerra que no fue provo
cada por Chile, sino generada por un desgracia­
do tratado secreto destinado a cimentar el
monopolio del comercio del salitre en manos del
gobierno peruano.
Las naciones amigas de Chile en el Atlántico
pueden hacer oir sabios y oportunos consejos
en Lima en los momentos actuales, para que
esta campaña de provocaciones y de ilusiones
termine a la mayor brevedad.
Su prolongación no puede traer ningún be­
neficio; es un descrédito para la América latina
ante las grandes naciones que, cansadas de las
emociones de su guerra mundial, han de mirar
con horror toda amenaza contra el manteni-
mieuto de la paz.
La opinión pública en Chile, a pesar de los
incidentes aislados que carecen de verdadera
importancia, tiene completa confianza en la in ­
teligencia y serenidad de sus actuales gober­
nantes.
29 —

Chile no será el país provocador, y aprove­


chará la ocasión favorable para poner término
honroso al largo litigio con el Perú, cuando
este país lo desee con sinceridad.

J osé Miguel E cheñique G andauillas .


III

(I)e Don Javier Vial Solar)


Don Javier Vial Solar, es una de las
figuras más destacadas del foro de Chile.
Impuesto en el medio político por su
propio valimiento, fué diputado y su
paso por la Cámara quedó señalado por
una actuación tan lucida como eficaz.
Su dedicación al estudio de las cues­
tiones internacionales hizo que, ya mu­
chos años atrás, descollase entre los in­
temacionalistas chilenos, de suerte que
su ingreso en la diplomacia se hizo bajo
los mejores auspicios. Del concepto que
en este sentido merecía, y merece habla el
hecho de que en 1891 fuese designado
para ocupar la plenipotencia en Lima, es
decir para uno de los cargos más delica­
dos—si no el más delicado de todos—en
la representación diplomática de su patria.
Después el señor Vial Solar fué ministro
en el Brasil, y posteriormente desempeñó
diversas comisiones del servicio diplomá­
tico de Chile en Europa, corroborando en
— 32 —

todas ellas la posesión de calidades poco


comunes. Actualmente es promotor fiscal
en Santiago. Publicista de bien ganados
prestigios, se especializó en derecho in­
ternacional, y sobre esta materia ha escri­
to muy apreciables trabajos. Sobre la
cuestión con el Perú ha publicado varios
folletos y libros que demuestran su pro­
fundo dominio del complejo tema. —
(La Nación, 13 de Dic. 1918).

Pienso que el problema de Tacna y Arica es


más complicado de lo que a primera vista pa­
rece y que su resolución es, por lo mismo, difí­
cil y peligrosa. Me fundo para creerlo así en
los antecedentes históricos de la cuestión, que
sólo puedo exponer aquí deficientemente, por
la premura y brevedad con que la dirección de
L a Nación me pide mi opinión sobre la materia.
Desde la época colonial fué el problema de
la posesión de ese territorio materia de graves
disputas entre las audiencias del Alto y Bajo
Perú, y esas disputas continuaron después
entre los gobiernos de las repúblicas colindan­
tes con ese pedazo de tierra menguada y esté­
ril, hasta los momentos actuales, en que pare­
cen convertirse en un pleito, con amenazas de
33

escándalo y de batalla diplomática, pero en el


cual no correrá la sangre hasta el río, me pa­
rece.
La audiencia de Charcas miró siempre del
lado del mar y la playa ariqueña, como para
salir por ahí a buscar perlas; pero, la de Lima
siempre tuvo influencia bastante en el Consejo
de Indias para impedir que se le arrebatara
aquel
río sin agua
bosque sin lena,

como entonces se llamaba a ese duro desierto,


que nunca ha dejado de ser tal, aunque la im a­
ginación hable de los montes de azúcar y de
los ríos de miel que se levantan en sus soleda­
des o corren perdidos entre sus arenas.
En efecto, aunque por la audiencia chuqui-
saqueña se siguió sosteniendo que su majestad
la había favorecido con la posesión de aquella
salida a la mar del sur, ordenando a «el corre­
gidor de Arica que es o fuere de ella cumpla
los mandatos de la Eeal Audiencia de Char­
cas», la verdad es que la lectura completa de
la real cédula de 22 de Junio de 1573 deja ver
Encuesta 3
— 34 —

que esa jurisdicción es de la de los Reyes», y


que lo único que se ordenó al corregidor fué
que obedeciera, pero únicamente para que «re­
ciba y encamine como se le ordenare las per­
sonas que envíe desterradas aquella Audien­
cia».
En los días de la independencia, la disputa
se hizo más viva, y durante mucho tiempo no
se pudo saber en qué parte las «hermosas cau­
tivas», como ahora se las llama en Lima con
entusiasmo romántico, encontrarían marido, si
en Bolivia o en el Perú, haciendo durante este
largo proceso internacional vida poco honesta,
ya con la una, ya con el otro.
Por el tratado de Federación, que lleva las
firmas de Ortiz de Zevallos, Infante y Urcullú,
firmado en Chuquisaca el día 15 de Noviembre
de 1826 y en seguida por el tratado de límites
firmado por los mismos en el mismo lugar, Bo­
livia, al fin triunfó, quedando dueño y señor
del terreno al sur del Morro de los Diablos o
Cabo de Laquica, y se llevó a su casa a aque­
llas dos «vírgenes del sol»; pero luego las difi­
cultades internacionales que surgieron entre
los dos países hicieron pasajera aquella gloria
35 —

y obliga*'011 a las fugitivas a volver al antiguo


cercado, donde otra vez fueron bien recibidas
y cómodamente alojadas.
La disputa, sin embargo del hecho consuma­
do, continuó, hasta que después de muchos tra ­
tados aprobados y desaprobados, el gran maris­
cal D. Andrés Santa Cruz, tan mal general
como gran político, inventó lo del estado sur
peruano, que dejaba a Tacna y Arica a merced
de Bolivia, e hizo que tan donoso acomodo
fuera aceptado con verdadero entusiasmo pa­
triótico por el general D. Luis José Orbegoso,
benemérito de la patria en grado heroico y
eminente, como él se titulaba en sus decretos
presidenciales.
La espada del general Bulnes arrojó al vien­
to el sueño protectoral de Santa Cruz, en el
campo de Yungay y devolvió al Perú la pose­
sión real, efectiva, del territorio disputado en
tantas ocasiones; pero, no curó a Bolivia del
deseo de volver ahí y de insistir siempre y en
toda ocasión en que las revoluciones o convul­
siones políticas de su vecino le permitían abrir
un ventanillo para mirar por ese lado.
Durante todo ese tiempo, los arrieros de la
— 36 —

altiplanicie, conduciendo sus llamas cargadas


de lanas y pinas de plata a la playa de Arica,
y los traficantes peruanos viajando desde la
costa hasta el Sama y más allá, echan sus re­
cuas a pastar en el menguado yerbal del oasis,
y se disputan el asiento al lado del fogón de la
obscura pascana, sin cederse un punto y mi­
rando ambos como cosa propia la tierra que
cruzan, basta que la guerra contra Chile esta­
lla y los ejércitos peruano y boliviano acuden
allí, como a tierra que les pertenece, a dar al
chileno la batalla decisiva.
El territorio de Tacna y Arica deja de ser
así materia de disputa entre peruanos- y boli­
vianos. En la conferencia de la Lackawana
queda fijado su destino y el nuevo dueño del
suelo sostiene desde entonces su derecho, por
el título de la ocupación militar, primero, y
por los tratados de paz con uno y otro país, en
seguida.
¿Cuál es, pues, el alto significado de la pre­
sencia de Chile en aquel territorio, donde el
más áspero de los desiertos parece que no de­
bería provocar el deseo exagerado de la pose­
sión?
— 37 —

Chile ha sido y es allí, ciertamente, el guar­


dián celoso de la paz y de la concordia inter­
nacional, que de otra suerte no habría podido
conservarse en esta parte del continente, como
los hechos históricos lo demuestran, ahorrando
a la América entera las consecuencias de un
permanente escándalo, que desde los días de la
época colonial ha mantenido perpetuamente
con el arma al brazo a dos países hermanos.
Ultimamente y aprovechando las posibles
consecuencias de la guerra europea, así Boli-
via como el Perú se han dado a imaginar que
una intervención europea o norteamericana
pudiera favorecer las pretensiones de uno u
otro. Bolivia ha sido el primero que se ha lan­
zado al campo de esta candorosa fantasía, cre­
yendo que podría ganar la partida. Pero, he
ahí que el Perú ha imaginado lo mismo, y que
ambos se encuentran viajando en el mismo va­
por y llevando en sus maletas los mismos pla­
nes... Han debido, pues, entenderse ambos,
para arrojar, primero, al chileno de allí y lue­
go disputarse a puño limpio lo que quede.
He aquí el problema, tal como en estos mo­
mentos se presenta, pero que solamente a Chi-
— 38

le corresponde solucionar, en una forma enér­


gica, tranquila y respetuosa de la justicia.
¿Quién otro querría mezclarse en un asunto de
esta naturaleza?
Suponemos que Mr. Wilson, empeñado en
la solución y arreglo de los más grandes pro­
blemas y de las más graves dificultades inter­
nacionales, poco sabrá de eso, y con su anteojo
de larga vista ni alcanzará siquiera a ver ese
grano de mostaza que fermenta entre unas pie­
dras acá, en un desierto desconocido y sin nom­
bre en el mapa diplomático.

J avier V ial Solar .


IV

(De don Julio Pérez Canto)


Don Julio Pérez Canto, actual director
de nuestro colega El Mercurio, de Valpa­
raíso, especializado desde joven en las cues­
tiones económicas y, sobre todo, en las
industriales, su labor periodística se sin­
gularizó en esas materias por un profundo
sentido de análisis, que le permitió abor­
dar con notoria eficacia los más complejos
problemas. Fue por entonces designado se­
cretario de la Sociedad de Fomento Fa­
bril, en la cual actuó en una forma eficien­
te, que le señaló 'para más altas posicio­
nes. Cónsul general de Chile en Londres,
sirvió a su país desde ese puesto durante
algún tiempo, para pasar luego al Perú
como Encargado de Negocios. Hallándose
en Lima con esa misión, le tocó interve­
nir directamente en la última tentativa de
avenencia realizada entre el Perú y Chile.
Y basta consignar este hecho para que
40 —

esté demás cuanto pudiéramos decir res­


pecto a su dominio de la cuestión hasta
en los detalles más pequeños. Por lo de­
más, es notoria la unidad que ha caracte­
rizado la política exterior chilena, espe­
cialmente en lo relativo a ese pleito, de
suerte que puede asegurarse que, aun ha­
blando en su carácter actual, la opinión
del señor Pérez Canto representa algo
más que su propio modo de ver las cosas.
Publicista de nota, su reciente libro sobre
el pleito con el Perú: <E1 conflicto después
de la victoria», ha merecido una acogida
calurosa.—(La Nación, 14 de Diciembre
de 1918).

La Nación me pide una opinión concreta y


breve sobre el problema de Tacna y Arica. No
puedo excusarme de corresponder a los deseos
del gran diario amigo, y, a pesar de la dificul­
tad de condensar en breves líneas una cuestión
tan complicada, voy a señalar en seguida algu­
nos puntos salientes de la divergencia que asu­
me nuevamente caracteres agudos por la pro­
paganda peruana.
Como consecuencia de la guerra a que fue
provocado en 1879 por la confabulación de dos
— 41 —

naciones, Chile exigió entre las condiciones del


tratado de paz de 1884 la entrega del territo­
rio de Tacna y Arica para garantía y seguri­
dad de su frontera septentrional, bajo la condi­
ción de un plebiscito que no podría verificarse
sino después de diez años.
Pasado el período de reorganización que si­
guió a la guerra, el Perú, olvidando todos los
antecedentes de aquel pacto, quiso exigir de
Chile la devolución de aquellas provincias, y
en su defecto, la celebración del plebiscito con­
forme a ciertas reglas que favorecían sus pre­
tensiones y anulaban prácticamente los dere­
chos que se reservó el vencedor para la incor­
poración definitiva del territorio mencionado.
El Perú ha sostenido desde entonces estos
dos puntos fundamentales:
1. ° Que en el plebiscito no deben votar sino
los peruanos, y
2. ° Que este acto debe ser presidido por una
nación neutral.
Chile ha rechazado estas pretensiones, fun­
dado en razones obvias y sólidas. Considera,
desde luego, que la primera alegación es con­
traria al espíritu del tratado de paz, cuyos ne-
— 42

gociadores eligieron la consulta plebiscitaria


como medio de hacer menos dura la entrega
del territorio ocupado por las armas chilenas
en la época que fué celebrado. Es contraria,
además, a la historia misma de la institución
de los plebiscitos, que tienen su origen en el
derecho romano, y en los cuales participaba la
plebe, los del pueblo; y también a la opinión
de los publicistas que están concordes en admi­
tir el voto de todos los habitantes con capaci­
dad legal. Desconociendo estos principios, el
Perú exige, además, que se admita el voto de
la indiada analfabeta.
La segunda alegación tiene, si cabe, menos
fundamento aun que la primera. De acuerdo
con lo expresamente convenido en el pacto de
Ancón y en los precedentes internacionales,
Chile sostiene que su soberanía no puede ter­
minar sino con el resultado adverso del plebis­
cito y que, por consiguiente, este acto debe eje­
cutarse bajo su dirección y vigilancia.
Tales son las principales divergencias que
han surgido en la inteligencia del artículo 3.°
del tratado vigente y* que, por su carácter fun­
damental, Chile no puede someter al arbitraje.
43 —

Son tan claros los principios aplicables al caso,


que su desconocimiento por parte del Perú im­
plica sencillamente el propósito de escapar con
maña a las consecuencias ineludibles de la paz
que generosamente se le otorgó en 1884. Y con­
fiando demasiado en el poder del tiempo que
todo lo cubre con el velo del olvido, ha asumi­
do el Perú desde hace algunos años el papel de
víctima para conquistarse las simpatías de las
demás naciones.
En mi reciente libro «El conflicto después
de la victoria», he referido las incidencias di­
plomáticas que precedieron a la ruptura de re­
laciones en 1910 y explicado las causas que
dificultan en el Perú toda política libre, previ­
sora y justiciera en sus relaciones con nuestro
país. No es el lugar para tratar de esta cues­
tión, pero antes de term inar permítaseme aña­
dir algo sobre los últimos esfuerzos de Chile
para llegar a un avenimiento..
En 1908, el gobierno del señor Montt pre­
sentó al Perú una serie de proposiciones para
establecer entre los dos países más estrecha y
amplia inteligencia, como medio de llegar a la
solución de la cuestión de fronteras dentro de
— 44 —

un ambiente de cordial amistad y de mutuos


beneficios. El gobierno peruano rechazó estas
proposiciones, considerándolas desligadas de
la cuestión principal.
Queriendo dar una nueva prueba de sus pro­
pósitos sinceros de term inar la enojosa cues­
tión, Chile presentó entonces bases equitativas
para realizar el plebiscito, entre las cuales se
contaba la admisión de peruanos y de neutra­
les en las comisiones encargadas de dirigir los
actos plebiscitarios. Estas bases fueron prepa­
radas por el Ministro de Relaciones Esteriores
don Agustín Edwards, y tuve el honor de pre­
sentarlas a la cancillería peruana en el mes de
Marzo de 1910. El Perú rompió sus relaciones
diplomáticas con Chile, en esos mismos días,
negándose a tomarlas en consideración.
Se ha sugerido también a los estadistas pe­
ruanos la idea de nombrar una junta de dele­
gados compuesta de altas personalidades de los
dos países para buscar la fórmula de arreglo
definitivo, pero tampoco ha sido aceptada.
De modo, pues, que ei Perú, por una u otra
razón, se ha negado hasta aquí a colaborar en
la obra de concordia de nuestra cancillería y
— 45

ha preferido seguir una política-negativa de


alfilerazos, de odios y recriminaciones, a la
cual, por cierto, Chile no ha de responder, por­
que se siente fuerte dentro de los derechos que
le confiere el tratado de paz y respetable pol­
la seriedad de todos sus actos internacionales.

J ulio P érez C anto .


V

(De don Paulino Alfonso)


Don Paulino Alfonso, es uno de los miem­
bros destacados del foro de Santiago. Po-
ijj^o de prestigio, ha sido diputado va­
rias veces, y no se ha señalado menos
lucidamente su acción como hombre de
estudio, pues, fuera del mérito reconocido
de sus abundantes trabajos, reúne loe
títulos de profesor de derecho civil en la
Universidad del Estado—cátedra que de­
sempeñó durante largo tiempo, — y de
miembro de la Academia Chilena de la
lengua. Ex secretario de la legación de
Chile en Washington, fué más tarde pri­
mer presidente del Congreso Científica
Panamericano reunido en Buenos Aires
en 1897. Es uno de los escritores chilenos
de mayor renombre.—La Nación, 17 de Di­
ciembre de 1918.

Me pregunta La Nación de Buenos Aires


48 —

cuál es la síntesis de mis opiniones sobre el


problema de Tacna y Arica.
No se ignorará que carezco de representación,
calidad y antecedentes que permitan incluirme
en el número de aquellos cuyas opiniones de­
ban ser consultadas para calificar la orientación
del criterio público en esta materia. Son, pues,
las que siguen, opiniones estrictamente perso­
nales mías.
Dentro del cumplimiento del tratado de A n­
cón, no cabe más que el plebiscito, previo el
protocolo que fije las reglas de la operación
plebiscitaria, protocolo a que naturalm ente ha
de llegarse en forma y circunstancias que ha­
gan seria y pronta su celebración, y el cual nos
lleve a que, lejos de continuar postergándose
indefinidamente el plebiscito, se realice dentro
de tiempo determinado.
Fuera de la observancia del pacto de Ancón,
cabe, a mi juicio, una solución más amplia y
plausible; y ella sería la que, operando de este
cáncer a la América, y abriéndole indefinidos
horizontes de bienestar y progreso, contempla­
ra, desde luego, los intereses de Bolivia, con
las respectivas compensaciones territoriales a
49 —

Chile y al Perú, en razón del sacrificio total o


parcial que cada uno de éstos hubiere hecho en
favor de aquélla.
El preparar a nuestro país para satisfacer en
lo futuro a Bolivia, mediante legítimas com­
pensaciones, fué la mente de los negociadores
chilenos del tratado, y del cuerpo legislativo
que lo convirtió en ley de la República.

P aulino A lfonso .

Encuesta 4
VI

(De don Guillermo Pérez de Arce)

Abogado de ilustración vasta y recono­


cida. Exprofesor de derecho internacional
en la Escuela Naval de Chile, este título
bastaría para destacar su versación en los
problemas relacionados con la política ex­
terna. Fué jefe de sección del Ministerio
de Relaciones Exteriores durante muchos
años, y, posteriormente, secretario general
de la Armada, cargo que abandonó para
dedicarse de lleno al periodismo en cuyas
filas milita desde su juventud. Es, desde
hace años, director de nuestro distinguido
colega El Mercurio, de Santiago,
(La Nación, 17 de Diciembre de 1918).

¿Cuál es el significado actual de la cuestión


de Tacna y Arica? Responderé en muy pocas
palabras a la pregunta.
— 52 —

La cuestión de Tacna y Arica representa en


la política internacional sudamericana un cons­
tante motivo de agitaciones populares, debates
de cancillerías y preocupaciones de gobernan­
tes; y eso mismo que dura ya casi un cuarto de
siglo—desde 1894, en que cumpliéronse los diez
años que el tratado de Ancón señalaba para
realizar el plebiscito—eso mismo hace que este
litigio sea conocido dentro y fuera de las nacio­
nes interesadas y excusa el repetir sus oríge­
nes y sus caracteres, así como la notoria impo­
sibilidad en que Chile se ha visto de regulari­
zar su dominio, no obstante sus renovados y
muy decididos esfuerzos para llevar al Perú a
un avenimiento en la forma de realizar la vota­
ción popular prescrita por el tratado, para de­
term inar la nacionalidad definitiva del territo­
rio aludido.
Omito, pues, reseñar antecedentes y repro­
ducir argumentos que supongo conocidos de la
opinión ilustrada en Sud-América, y voy concre­
tamente a afirmar que el significado actual de
la cuestión de Tacna y Arica es, ante el criterio
de la cancillería y del pueblo chilenos, el mismo
que al term inar la guerra a que en 1879. tan
— 53 —

injusta y sorpresivamente, se le arrastró; el mis­


mo que sostuvieron sus plenipotenciarios al ne­
gociar la paz; el mismo que consta en la letra
y el espíritu del tratado de Ancón.
Es tradicional en Chile—y no puede faltar
ese recuerdo en los hombres que aun quedan
de la época de las negociaciones en el Perú—
es tradicional que la estipulación acerca de
Tacna y Arica, su cesión sometida a la sobera­
nía amplia y absoluta de Chile, aunque sujeta
al plazo de diez años y a la realización del ple­
biscito, fue una forma de cesión definitiva, una
cesión simulada que habría de consumarse con
el transcurso del plazo convenido, al cabo del
cual pensóse que sería más expedito al senti­
miento popular peruano el desprenderse ya de­
finitivamente de ese pedazo de territorio que
siempre el Perú había estado en la incapacidad
de gobernar, recibiendo a la vez la cuantiosa
compensación pecuniaria fijada por el tratado,
y que sería tan reproductiva para las enormes
necesidades financieras en que ha vivido hasta
hoy atormentado.
Fúndase, además, esa inteligencia en el áni­
mo de crear entre la zona productora del sali-
— 54 —

tre, que es de uso obligado para todo el mun­


do, como que de él depende el pan que consu­
me la humanidad, una región de algunos kiló­
metros cuadrados de superficie de muy escaso
valor propio que lo proteja, aislándolo de peli­
gros y manteniendo la zona de Tarapacá aleja­
da de fronteras internacionales, que el carácter
inquieto de los peruanos, y, sobre todo, las ve­
leidades increíbles de su política interna, po­
drían amagar a cada instante. Quísose dar así
al nitrato, fuente de producción de artículos de
primera necesidad para todo el género humano,
una garantía de que siempre se le explotaría
en paz completa, y a sus industriales, la seguri­
dad que requiere el ejercicio regular y tran ­
quilo de sus derechos de dominio y de sus ex­
pectativas de progreso y de lucro legítimo.
Puede afirmarse que el capitalista extranjero
sabía bien que esas garantías no hubieran sido
tan completas y tranquilizadoras, *si la zona sa­
litrera hubiese sido limítrofe con la frontera
misma del Perú.
Pues bien, a pesar de estas dos circunstan­
cias, a pesar de su gravedad, Chile no ha que­
rido asilarse en otra pretensión que la que es
— 55 —

inseparable de su derecho y de su dignidad: el


cumplimiento estricto del tratado de Ancón. Y
es en esto en lo que ha encontrado siempre
obstáculos francos o encubiertos en la cancille
ría peruana. Toda la divergencia estriba en las
condiciones para realizar el plesbicito, en las
cuales el Perú ha pretendido la aceptación de
condiciones que pugnan con los derechos más
elementales del actual soberano de aquel pueblo.
Chile, que ha dado ejemplos reiterados y de
mucho relieve de su aceptación del arbitraje
en las dificultades internacionales, no puede oir
insinuarlo en este caso, porque no es proceden­
te si el punto controvertido es sólo el cumpli­
miento de un tratado solemne y si él atañe a
algo fundamental de sus derechos de nación li­
bre y soberana.
Pero, persiguiendo Chile el cumplimiento
del tratado de Ancón y estando de hecho en un
punto en que la solución directa e inmediata
de las dificultades es realmente imposible, si no
es procedente bajo aspecto alguno el arbitraje,
parece aceptable la gestión oficiosa, discreta y
bien intencionada, de una nación amiga que,
obviando las asperezas que les han hecho inte-
— 56

rrum pir sus /elaciones consulares, acercara a


los dos países para el sólo efecto de acordar
modalidades o detalles que miran a la ejecución
exclusiva del plebiscito.
Consagrado así prácticamente el cumplimien­
to del tratado de Ancón, sería de desear que
en el mismo acuerdo para la realización del
referéndum popular se concretaran bases para
convenciones comerciales, de navegación y
de fomento industrial, que crearan entre am­
bos países vínculos fuertes y verdaderos de in­
tercambio e independencia recíproca, que ven­
gan a substituir las estériles desconfianzas que
les han alejado durante la vida de toda una ge­
neración, con gran detrimento de sus intereses
recíprocos y de la cordialidad internacional en
Sud América.

G uillermo P érez de A rce .


VI

(De don Gonzalo Bulnes)


Escritor, parlamentario, hombre de go­
bierno, la personalidad de D. Gonzalo
Búlnes se halla prestigiosamente difun­
dida dentro y fuera de su país, donde
su vasta labor intelectual es debida­
mente apreciada. Por lo que respecta
a su versación en el tema sobre el cual
emite su opinión, recordaremos que el
señor Bulnes ha realizado prolijos es­
tudios sobre la contienda de la cual es
derivación el pleito que se debate ahora,
estando a punto de terminar una obra de
investigación histórica muy importante,
titulada «La guerra del Pacífico», de la
que se han publicado ya varios volúmenes.
La actuación del señor Gonzalo Bulnes
entre nosotros, como embajador, es dema­
siado reciente para que reeditemos en esta
oportunidad su nutrida biografía, que lo
presenta como uno de los hombres más
58 —

destacados de su país. En Chile ha ocu­


pado, desde su iniciación en la política,
los puestos públicos más importantes.
Parlamentario de fuste, con clara visión
de los problemas más importantes y com­
plejos, su palabra serena y su juicio cer­
tero han cooperado eficazmente en la so­
lución de muchos asuntos a los cuales
vinculó el señor Bulnes su nombre me
diante una acción en alto grado eficaz.
Actualmente ocupa una banca en el Sena­
do, y es, así por sus antecedentes públicos
como por la austeridad de sus costum­
bres, uno de los hombres más prominen­
tes de Chile.—{La Nación, 21 de Diciembre
de 1918).

H e aquí en resumen lo que pienso de la cues­


tión de Tacna y Arica:
l.° El Perú solicitó, cuando se discutía el
tratado de Ancón, que se suavizase la venta
de Tacna y Arica con un plebiscito, que sería
una mera formalidad, que no cambiaba la esen­
cia de las cosas, para que el pueblo peruano
conservase la ilusión de que esos territorios no
estaban cedidos ni vendidos, y Chile aceptó en
ese concepto.
Hay constancia de esas opiniones de ambas
partes.
59 —

2. ° El protocolo que menciona el tratado es


simplemente reglamentario del plebiscito, y,
por consiguiente, secundario, como todo regla­
mento respecto de la ley correspondiente.
3. ° El Perú pretende valerse de ese resqui­
cio para cambiar con el reglamento la esencia
de la ley, y hacer que el plebiscito le asegure
el éxito de la votación en su favor, con lo cual
altera lo convenido cuando se celebró el tratado.
4. ° La exigencia del Perú de que autorida­
des extranjeras dirijan los actos relacionados
con el plebiscito, es. contraria al artículo 3.°
del tratado que dice expresamente que mien­
tras Tacna y Arica estén en poder, de Chile re­
girán en ellas «la legislación y autoridades
chilenas».
5. ° La cláusula de la venta de Tacna y A ri­
ca en diez millones, de pesos fué sugerida a
Chile por la cancillería norteamericana, por
órgano de sus ministros T rescotty Logan, para
armonizar la solución de la guerra del Pacífico
con el término de la guerra de Méjico con los
Estados Unidos, en que éstos pagaron una su­
ma de dinero por la anexión definitiva de la
Baja California, Nuevo Méjico, Arizona, etc.
— 60

6.° Yo creí en otro tiempo que el Perú tenía


derecho a quejarse de que Chile no realizara el
plebiscito.
Hoy, que he estudiado el punto con documen­
tos que entonces no podía conocer, pienso hon­
radamente que el Perú carece de justicié, al
pretender realizar el plebiscito en forma que le
anticipe un resultado contrario al que convino
cuando celebró el tratado, y que Chile debe
darle cumplimiento con sus autoridades confor­
me a su legislación electoral.

G onzalo B ulnes .

La publicación del juicio que antecede ha


debido ser demorada por causas ajenas a nues­
tra voluntad. Confirmación de él es el siguien­
te telegrama de nuestro corresponsal en la ca­
pital chilena.

Santiago, 20.—D. Gonzalo Bulnes ha publi­


cado lo siguiente, contestando a una publica­
ción hecha en esa capital:
No sé el año en.que escribí en un diario de
— 61 —

Santiago sobre la cuestión de Tacna y Arica.


Debe hacer, a lo menos, veinte años. Entonces
creía que Chile estaba en mora sobre el plebis­
cito y que el Perú tenía derecho para imputarle
esa omisión y quejarse de la falta de cumpli­
miento del tratado. Como siempre he dicho la
verdad, lo escribí así en un diario con mi firma.
Muchos años después he estudiado la materia
a fondo para tratarla en la parte correspon­
diente de «La guerra del Pacífico», y el juicio
que expresaré en esta obra lo he formado a la
vista de una documentación nueva, que no po­
día conocer cuando escribí en el diario aludido,
porque me fué proporcionada con mucha poste­
rioridad por los hijos de los negociadores de
Ancón. El resumen de este estudio, que es el
más concienzudo y severo que he podido hacer,
es que Tacna y Arica fueron cedidas por el
Perú y que el señor Lavaile, negociador pe­
ruano, solicitó de Chile el plebiscito como un
suavizante que no alteraba la esencia de las
cosas y dejaba al pueblo la ilusión de que esos
territorios no estaban cedidos ni vendidos, y
que el Presidente Santa María aceptó en ese
concepto, expresándolo así. Es esta la verdad.
62

El Perú no tiene derecho para pretender que


el plebiscito se realice en forma que le asegure
una votación dada, porque esto está en contra­
dicción con lo que pidió y ofreció. Si no hubie­
ra este antecedente, si el tratado de Ancón no
tuviera historia, yo mantendría el juicio que
emití hace veinte años.
Hace una semana, L a Nación, de Buenos
Aires, me pidió opinión sobre esto y le di la
que dejo consignada más o menos, reconociendo
lealmente que antes había pensado de distinta
manera. Parecerá una paradoja decirlo, pero es
enteramente cierto; el tratado de Ancón es una
de las cosas menos conocidas que hay. Se co­
noce su texto y nada más. Se supone que la
parte esencial de él es el plebiscito. No es así.
Lo esencial es la venta de Tacna y Arica en
diez millones de pesos, suavizada con un ple­
biscito, más nominal que de fondo. El protocolo
es cosa secundaria; es el reglamento del plebis­
cito. Esta es la verdad escrita, la verdad que
ha herido mi conciencia de historiador y que
debo respetar, aunque antes haya pensado de
otro modo.
VII

(De don Federico Puga Borne


Hombre de ciencia, ante todo, el doctor
Puga Borne es una de las primeras autori­
dades médicas de su país. Profesor de la
Universidad de Chile y miembro de la Fa­
cultad de Medicina, es, además, presidente
de la Sociedad Científica de Chile y ha
sido decano de la Facultad de Medicina.
Como miembro del Congreso, cimentó el
prestigio de su nombre en brillantes de­
bates. Ha sido Ministro de Relaciones
Exteriores, Ministro del Interior y Pleni­
potenciario de Chile én París durante va­
rios años. Su palabra goza de excepcional
autoridad, y en este concepto su opinión
sobre el pleito del Pacífico ha de ser una
de las más escuchadas.—{La Nación, 22
de Diciembre de 1918).

i. Chile y el Perú están en el deber de po­


nerse de acuerdo en un protocolo'que determi-
64 —

ne la forma en que ha dq realizarse el plebis­


cito.
2. El plebiscito no se ba realizado porque el
protocolo no se ha convenido. El protocolo no
se ha convenido porque de las condiciones que
en él se determinen depende el triunfo de uno
u otro de los contratantes; verbi-gracia, si vo­
tan los chilenos y los extranjeros, como lo pre­
tende Chile, triunfa Chile; si votan los perua­
nos solamente, como lo pretende el Perú, triu n ­
fa el Perú.
3. El Perú ha echado a correr la afirmación
de que el tratado establece que solamente los
peruanos tienen derecho de votar. Bastaría
para destruir tal afirmación la necedad que ello
supondría de parte de los negociadores chile­
nos. Hay que hacerse cargo de esta errada
afirmación, porque un hombre de consideración
y que ha sido oficial mayor del Ministerio de
Relaciones Exteriores del Perú, así acaba de
declararlo al diario L a Nación, de Buenos Ai­
res. He aquí la declaración del señor Wiesse:
«Dijo en seguida que algunos tratadistas chi­
lenos habían dado a entender al pueblo que el
plebiscito debería hacerse por medio de un su-
— 65 —

fragio universal y que, por lo tanto, podrían


votar no sólo los nativos, sino todos los habi­
tantes del suelo. «Esto no es precisamente lo
que dice el tratado de Ancón, que establece
que la votación se hará exclusivamente por pe­
ruanos...»
He aquí, ahora, lo que realmente dice el tra ­
tado de Ancón: «Art. 3.° El territorio de las
provincias de Tacna y Arica, que limita por el
norte con el río Sama desde su nacimiento en
las cordilleras limítrofes con Bolivia hasta su
desembocadura en el mar, por el sur con la
quebrada y río Camarones, por el oriente con
la República de Bolivia y por el poniente con
el mar Pacífico, continuará poseído por Chile
y sujeto a la legislación y autoridades chilenas
durante el término de diez anos, contados des­
de que se ratifique el presente tratado de paz.
Expirado este plazo, «un plebiscito decidirá,
en votación popular», si el territorio de las
provincias referidas queda definitivamente del
dominio y soberanía de Chile, o si continúa
siendo parte del territorio peruano. Aquel de
los dos países a cuyo favor queden anexadas
las provincias de Tacna y Arica, pagará al otro
Encuesta 6
6fi —

10.000,000 de pesos, moneda chilena de plata


o soles peruanos de igual ley y peso que aque­
lla. Un protocolo especial, que se considerará
parte integrante del presente tratado, estable­
cerá la forma en que el plebiscito deba tener
lugar y los términos y plazos.en que hayan de
pagarse los diez millones por el país que quede
dueño de las provincias de Tacna y Arica».
4. El Perú pretende propagar la creencia de
que es Chile el que se ha negado a celebrar el
plebiscito. Prueban lo contrario los convenios
celebrados con nuestro ministro en Lima, señor
Vial Solar, en 1893; las negociaciones prose­
guidas en 1894 por nuestro canciller señor Sán­
chez Pontecilla; la invitación hecha en 1905
por nuestro ministro Luis Antonio Vergara
para reanudar las relaciones diplomáticas y res­
tablecer las legaciones suprimidas; las proposi­
ciones hechas por el Ministro de Relaciones
Exteriores Puga Borne al Ministro peruano
Seoane, en 1908, para celebrar el plebiscito
conjuntamente con varios otros tratados de
amistad; la proposición de bases de plebiscito
hecha por nuestro Ministro Edwards en 1910
al canciller peruano en plena interrupción de
— 67

relaciones; los convenios negociados en 1912


entre nuestro Ministro Huneeus y el gobierno
del Presidente Billingliurst, en igual situación,
que tenían por base el aplazamiento por veintiún
años del plesbicito, y, finalmente, y sobre todo,
el protocolo Billinghurst-Latorre, subscrito por
nuestra cancillería, aprobado por el Senado
—sea dicho entre paréntesis, sin el voto del
infrascrito— y dejado en suspenso por la Cáma­
ra de Diputados después de una batalla contra
el gobierno, encarnizada, y que tenía por fun­
damento la sumisión al arbitraje del derecho
de voto para los chilenos.
5. Chile cifra en la posesión definitiva del
territorio en cuestión, y especialmente en la
del puerto y del morro de Arica, la garantía de
la seguridad militar para el territorio de la re­
pública.
El Perú busca una satisfaccción moral simple­
mente: Tacna y Arica están aparte material­
mente del territorio peruano; la población de
estas provincias se ha allanado sin dificultad a
la benévola y progresista administración chile­
na, y el gobierno del Perú ha demostrado que
aquel afecto moral no tiene muchas raíces y ha
— 68

demostrado su indiferencia para con esa pobla­


ción, celebrando en 1826 el pacto Ortiz de Ze-
ballos-Urcullo, que transfería a Bolivia toda la
región comprendida entre los grados 18 y 21
de latitud sur, es decir, Tacna, Arica y Tara-
pacá, es decir, todo lo que después de la gue­
rra provocada por la alianza peni-boliviana en
1879, cedió el Perú a Chile definitivamente o
condicionalmente.
6. Para cortar el nudo se han propuesto va­
rios procedimientos que van contra las dispo­
siciones del tratado y que son, por consiguien­
te, inadmisibles.
Algunos peruanos han pedido el arbitraje.
Esta solución no procede cuando se trata de
dar cumplimiento a un pacto que ha servido
para liquidar una contienda bélica; ni es acep­
table para un país que, por la negativa de la
parte contraria, de acordar las bases del plebis­
cito, queda en situación indefinida de ventaja,
puesto que conserva la posesión de la cosa dis­
putada; ni puede aplicarse el arbitraje para ne­
gocios, que a juicio de una de las partes in te­
resadas, comprometen su decoro o soberanía;
¿sería razonable que buscase un tribunal y pro-
69 —

vocase un juicio la parte que está segura de su


derecho dentro del pacto vigente? ¿Y qué se­
ría de los tratados si se estableciera el prece­
dente de que llegada la hora de darles cumpli­
miento, aquella de las partes que se considerase
perjudicada tuviera el recurso de apelar como
a una segunda instancia, al arbitraje?
En Chile han hablado algunos de la solución
unilateral—plebiscito o anexión—pero el resul­
tado de un plebiscito organizado por la adminis­
tración chilena exclusivamente, o la simple de­
claración de anexión definitiva de dichas pro­
vincias al territorio de la República, serían dos
actos que no mejorarían en lo más mínimo
nuestro título, que importarían un atropello
estéril a la fe pactada y que permitirían al
Perú acusarnos de violación del tratado. Yo
puedo afirmar que ninguno de los hombres que
se han sucedido en el gobierno en Chile, ha
caído en semejante tentación.
7. La solución salomónica partiría el niño
por mitad. Uno de los convenios que más ade­
lantaron, el Jiménez-Vial Solar, parecía haber-
dejado abierta la puerta a este propósito. Creo
— 70 —

que en los dos países hay gentes que se incli­


nan a esta solución.
8. Y, entonces ¿qué arreglo cabe? Se puede
pensar en dos: o buscar una compensación para
el que pierda en el plebiscito la posesión; o ha­
cer el reparto de la cosa disputada.
Lo primero fué base de las proposiciones
Puga Borne-Seoane, de Marzo de 1908. De
ellas dijo la «Memoria» del Ministro Polo, al
término de la primera administración del P re­
sidente Pardo: «Cabe esperar que dentro del
espíritu que inspiró las propuestas chilenas del
25 de Marzo, será posible llegar al acuerdo re­
clamado por las conveniencias políticas y eco­
nómicas de los países interesados y por las su­
gestivas revelaciones de la opinión pública de
Chile y del l’erú»..
Lo segundo, podría ser materia de un acuer­
do liso y llano entre los dos gobiernos directa­
mente; o podría ser el resultado indirecto de
una celebración gradual o parcial de plebis­
citos.
¿Y cuál sería el modus operandi? Se ve clara­
mente que de hombre a hombre los dos gobier­
nos no pueden entenderse. Habría que buscar
— 71

un elemento extraño a los gobiernos, elemento


que, inspirado por la convicción de que ante el
interés de un avenimiento debe desaparecer la
consideración de sus detalles, propondría la so­
lución.
Habría que buscar este elemento en una ju n ­
ta de notables de los dos países, tal como algu­
na vez se ha insinuado; o en los buenos oficios
de un gobierno amigo que contara con el bene­
plácito de uno y otro contrincante.
g. Las agitaciones populares ocurridas en
Chile en los últimos días, no tienen carácter
belicoso el que menor, ni tienden absolutamen­
te a perturbar la paz. Sólo son la protesta con­
tra la pretensión anunciada por la prensa pe­
ruana de solicitar la intervención de potencias
extrañas en el arreglo de nuestras cuestiones,
y la manifestación hecha por todos los chilenos
de que no están dispuestos a soportar una h u ­
millación para su patria.
Santiago, 8 de Diciembre de 1918.

F ederico P uoa B orne .


IX

(I)e don Malaquías Concha)

El señor don Malaquías Concha es el más


viejo representante de la democracia en
el parlamento de Chile, donde su figura de
parlamentario elocuente y estudioso, se
destaca con acentuados perfiles. Funda­
dor del partido demócrata, lo representó
como diputado durante quince años con­
secutivos, al cabo de los cuales—ello ocu
rrió en las elecciones últimas—abandonó
la Cámara para ocupar una banca en el
Senado, por la provincia de Concepción,
una de las más importantes de la repúbli­
ca hermana. Por Concepción fué también
diputado en varios períodos, representan­
do en los restantes a Talcahuano. Ha sido
74 —

Ministro de Industria, Ferrocarriles y


Obras Públicas en varios gabinetes. Apa­
sionado, dentro del vasto cuadro general
de sus actividades, por las cuestiones
obreras, ha escrito, respecto a éstas, algu­
nos libros de positivo interés. Ha publica­
do, igualmente, trabajos mny elogiados
respecto a otros temas. El señor Concha,
que figuró en la delegación parlamentaria
que nos visitó con motivo del centenario,
viene destacándose, como senador, por
sus campañas en favor do las clases traba­
jadoras. Y no es esto, por cierto, lo que
presta menos interés a sus juicios sobre
la cuestión del Pacífico.—(¿a Nación, 31
de Diciembre de 1818}.

Se pide mi opinión sobre lo que se ha dado


en llamar la «cuestión de Tacna y Arica» y no
puedo rehusarla para un diario como L a N a­
ción de Buenos Aires, que ha sabido mantener
a grande altura su imparcialidad en materias
internacionales.
Se ha recordado, con ocasión del centenario
de la independencia de la Argentitfa y de Chile,
la parte que tomaran estas naciones en la emanci­
pación del Perú, armando el ejército y equipan­
do la escuadra que formaron la expedición li­
bertadora de 1820.
75

Posteriormente, 1838, concurrió de nuevo


Chile en defensa del Perú y deshizo en Guías
y Yungay la Confederación peruano-boliviana
que amenazó su existencia.
En 1865, con motivo de la ocupación de las
islas de Chinchas por España, vuelve Chile a
prestar su concurso al Perú, soportando el bom­
bardeo de Valparaíso para servir la causa de la
solidaridad americana.
Estas muestras de abnegación y sacrificio no
impidieron que años más tarde, en 1874, cele­
brara el Perú una alianza secreta ofensiva y de­
fensiva con Bolivia en contra de Chile, y que,
lanzada Bolivia en la vía de la provocación en
1879, ofreciera el Perú su mediación, primero,
y luego nos declarara la guerra.
Vencedor en una guerra de cuatro años que
nos impuso cruentos sacrificios, hizo Chile lo­
que hacen hoy los aliados con los imperios cen­
trales: inhabilitar al Perú para futuras provo­
caciones, a fin de garantizar su tranquilidad y
la quietud del continente sudamericano.
Estipulóse como indemnización de guerra* y
como condición de paz y de seguridad la cesión
incondicional de Tarapacá, fecundada con capi-
— 76 —

tales y brazos chilenos; y la cesión condicional,


mediante compensación en dinero, del territorio
de Tacna y Arica.
Después de laboriosas gestiones diplomáticas
comenzadas a bordo de la corbeta americana
Lackawanna en la rada de Arica, bajo los bue­
nos oficios de los Estados Unidos, continuadas
en las célebres conferencias de Viña del Mar y
terminadas en Ancón; y, desarmada la interven­
ción amistosa de las potencias que intentaron
terciar en nuestra contienda, se arribó, por fin,
a la estipulación de un tratado de paz y amis­
tad que otorgaba a Chile la cesión de los terri­
torios situados al Sur del río Sama.
El artículo 2.° del tratado estipuló la cesión
«perpetua e incondicional» de Tarapacá, y el
art. 3.°, la cesión condicional, con abandono de
la soberanía peruana y sometimiento a la sobe­
ranía chilena, de las provincias de Tacna y A ri­
ca, debiendo diehas provincias acordar más ta r­
de, en plebiscito, la soberanía definitiva de esos
territorios, y pagar el adquirente diez millones
de pesos.
El Perú se desprendió de toda soberanía so­
bre las provincias de Tacna y Arica; las sece-
— 77 —

siouó de su territorio; las absolvió de toda obe­


diencia a sus leyes y a su autoridad; más aun,
les devolvió el derecho plebiscitario de escoger
un soberano, sea acogiéndose a la soberanía de
Chile o volviendo a la del Perú, previas deter­
minadas compensaciones.
Entre tanto, puso esas mismas provincias
bajo la soberanía de Chile, para ser gobernadas
conforme a sus leyes y a sus instituciones polí­
ticas.
Conviene fijar muy bien la atención en la
circunstancia de que, habiendo quedado estas
provincias bajo la soberanía de Chile, y ha­
biéndoles devuelto el Perú la facultad de darse
un nuevo soberano, las desprendió de todo
vínculo; dejaron de pertenecer a la nación pe­
ruana; recobraron el derecho de elegir sobera­
no por sí mismas; pasaron a formar parte de la
nación chilena, con la condición de ser consul­
tadas si querían volver a la soberanía del país
que las abandonaba o quedar definitivamente
chilenas.
La soberanía del Perú desapareció el mismo
día que firmó el tratado de Ancón. El territo­
rio de las provincias de Tacna y Arica, se dijo,
— 78

continuará poseído por Chile y sujeto a la le­


gislación y autoridad chilenas durante el tér-
mino de diez años, contados desde que se
ratifique el presente tratado de paz. Expirado
este plazo, un plebiscito decidirá,-en votación
popular, si el territorio de las provincias refe­
ridas queda definitivamente del dominio y so­
beranía de Chile, o si continúa siendo parte del
territorio peruano.
Esta soberanía no es definitiva mientras «los
habitantes» de Tacna y Arica no la sancionen,
mediante el voto popular manifestado en un
plebiscito; ellos y sólo ellos pueden decidir de
sus destinos, designando el soberano que les
plazca.
No hay, pues, tales provincias cautivas ni
detentadas, ni anexiones indebidas de territo­
rio peruano. Mientras dichas provincias no
manifiesten su voluntad, no puede decirse que
haya cautiverio ni usurpación, -porque Chile
las posee y las gobierna a virtud de un tratado
que le entregó la posesión. Carece, pues, de
personería el Gobierno peruano para disputar
un dominio que abandonó, una soberanía que
no pudo amparar y defender, una posesión que
79 —

cedió voluntariamente, iri tampoco para recla­


mar derecho alguno de soberano en territorios
seeesionados, de los cuales se desprendió por
propia voluntad.
El Perú se reservó, por un inciso del trata­
do de Ancón, el derecho de acordar con Chile
la forma del plebiscito. Un protocolo especial,
se dijo, establecerá la forma en que el plebisci­
to deba tener lugar.
Ambas naciones no ha logrado ponerse de
acuerdo respecto de la forma del plebiscito. Al
Perú no le gusta ninguna, puesto que todas
tienen que serle desfavorables, y para eludir el
acuerdo rompió sus relaciones diplomáticas con
Chile en 1910, haciendo imposible toda gestión
sobre el particular.
El plebiscito debe hacerse sin embargo, por­
que Chile tiene derecho a consolidar su sobera­
nía; y si el Perú «rehúsa comparecer al acuer­
do, si rehuye tratar, si retira su ministro», si
no se apersona y abandona toda gestión, estaría
Chile facultado para convocar por sí solo el ple­
biscitó, porque ha transcurrido con exceso el
plazo prefijado, porque es el «soberano actual»,
y porque tieue la obligación de consultar la vo-
— 80

luntad de sus habitantes para incorporar aque­


llos territorios a su soberanía definitiva. No
puede el Perú, con su «negativa», con su «re­
beldía», con el «rompimiento de relaciones»,
contrariar el legítimo derecho de Chile, porque
entonces dependería «de su sola voluntad» el
cumplimiento de un tratado, quedaría a su al­
bedrío privar a Chile de la consolidación de su
soberanía en los territorios cedidos.
Ahora bien; la condición «potestativa» que
consiste en la «mera voluntad» de la persona
que se obliga, es «nula», según los principios
generales del derecho. Por consiguiente, la con­
dición puesta en el tratado de Ancón de acor­
darse ambos países sobre un protocolo que regle
la forma del plebiscito, resultando potestativo
para el Perú «prestar o negar su asentimiento»,
aparece como una condición «imposible»; nula
por su naturaleza y que debe reputarse por «no
escrita».
Para interpretar debidamente el significado
y alcance del tratado de Ancón, conviene re'
cordar los antecedentes.
En 1882, el ministro de los Estados Unidos
en Chile, Mr. Cornelio A. Logan, manifestó el
«1 —

deseo de conferenciar con el ministro de rela­


ciones de Chile, señor Aldunate, sobre bases de
un tratado de paz entre Chile y el Perú.
El señor Aldnnate aceptó el ofrecimiento,
expresando que se halagaba con la creencia de
que las proposiciones que se le hicieran guar­
darían armonía con las declaraciones que tenía
hechas en documentos oficiales y solemnes.
En fa primera conferencia dijo el señor Lo­
gan que anhelaba se introdujeran algunas mo­
dificaciones substanciales a las bases del proto­
colo de Viña del Mar, que le permitieran ofre­
cer sus buenos oficios a los beligerantes.
Esas bases, como se sabe, consistían en la ce­
sión de Tarapacá y en la posesión de Tacna y
Arica por diez años y el pago de veinte millo­
nes de pesos. Si no pagase, Tacna y Arica que­
darían «ipso facto» cedidos e incorporados al
dominio de Chile.
El señor Aldunate contestó que las exigen
cias de Chile consistían:
1. ° La cesión de Tarapacá;
2. ° El derecho de «comprar» Tacna y Arica
por una suma determinada de dinero; y
3. ° La fiscalización de la venta del guano.
Encuesta 6
— 82

En el memorándum de estas conferencias,


redactado por el propio Mr. Logan, se dice:
«En Angol celebramos largas consultas con
conciudadanos del señor García Calderón; se
llegó a una conclusión que me hizo confiar en­
teramente que el señor García Calderón (Presi­
dente del Perú), quedaría habilitado para «acep­
tar las condiciones del gobierno de V. E.»
(Chile). Luego, después de nuestro regreso a
Santiago; mi impresión es que el señor García
Calderón recibió avisos directamente de sus
conciudadanos del Perú, que parecieron prohi­
birle de un modo positivo «entrar en arreglos
para la venta del territorio de Tacna y Arica»,
aunque se sentía plenamente autorizado para
consentir en la cesión de Tarapacá.»
Se hicieron diversas proposiciones por el se­
ñor Logan, entre otras, ésta: «Someter al P re­
sidente de los Estados Unidos la proposición
de «compra por parte de Chile de Tacna y A ri­
ca en nueve millones de pesos», con libre trán­
sito para Bolivia. Aceptó el señor García Calde­
rón, Chile rehusó, porque sería una violación
de la soberanía nacional poner en manos de un
83 —

soberano extranjero los resultados de la gue­


rra.
Finalmente, insinuó el ministro americano
someter a la decisión de un diplomático amigo
el derecho de Chile a '(comprar el territorio
que comprende Tacna y Arica por la suma de
nueve millones de pesos», o la ocupación mili­
tar de dicho territorio por espacio de quince
anos. Ambos plenipotenciarios aceptaron, pero
con ciertas condiciones sobre las cuales no hu­
bo acuerdo.
Mr. Logan escribió a Montero, que reempla­
zaba a García Calderón en el gobierno del Pe­
rú, una carta en que le decía:
«Chile ha consentido en hacer la paz en los
términos siguientes:
1. ° Absoluta cesión de Tarapacá como in­
demnización de guerra;
2. ° Adquisición de «Tacna y Arica, por
compra», por la suma de «diez millones de
pesos».
He obtenido —agrega—del gobierno de Chi­
le la oferta «bona fide» de pagar al Perú diez
millones de pesos en efectivo por Tacna y A ri­
ca. Esta oferta fué obtenida mediante «la acep-
— l i ­

tación del señor García Calderón», pero ella no


puede estimarse como una oferta estable de
paz. Por el contrario, tengo fundada razón para
creer que si el arreglo no llega a efectuarse, el
Perú se verá compelido a ceder Tarapacá «y
Tacna y Arica sin compensación de ninguna
especie».
Los Estados Unidos — añade — estipularon
pagar a Méjico 15.000,000 de pesos por el rico
y extenso territorio que abraza California,
Texas y Nuevo Méjico. El distrito de Tacna y
Arica apenas tiene un valor intrínseco; sin gua­
no y sin nitratos, sólo puede apenas servir para
la agricultura. Tampoco es importante para el
Perú como línea estratégica para la defensa de
su territorio. Con todo, Chile ofrece pagar por
él «dos tercios» de lo que pagó Estados Unidos
por un territorio incomparablemente más gran­
de y más abundante en recursos que Tacna y
Arica».
Todo esto demuestra la voluntad decidida de
Chile de «adquirir» los territorios de Tacna y
Arica y sirve para interpretar el tratado de
Ancón en la parte que «cede» a'Chile tal te rri­
torio, a base de un plebiscito y con obligación
— 85

de «pagar, el adquirente», diez millones de


pesos.
El fin directo del tratado fue la «venta»; el
plebiscito no fue más que un «medio» de guar­
dar las apariencias.
No es dable imaginar que si en 1882 Chile
sostuvo la «compra» de Tacna y Arica, año y
medio más tarde, con mayores gastos y sacrifi­
cios, aceptara condiciones inferiores y «renun­
ciara a la cesión» de dichos territorios, contem­
plando la «posibilidad siquiera» de que volvie­
ran al Perú.
El tratado de Ancón fué la «cesión disimula­
da de Tacna y Arica mediante pago de diez mi­
llones de pesos», siempre que la «ratificara»
un plebiscito o «referendum», cuyo resultado
no sería dudoso después de diez años de ocu­
pación chilena.
El Perú no tiene derechos que hacer valer,
como no sea el ser oído en la «forma» de ple­
biscito, no en el «fondo», pues este último
corresponde al soberano en ejercicio, que es
Chile.
La situación no ha variado en 35 años, ni la
— 86

guerra europea ha mejorado en un ápice las ex­


pectativas del Perú.
Las naciones que ayer respetaron el derecho
de Chile a recoger los frutos de sus victorias,
no podrían venir hoy, después de treinta y cin­
co años de ocupación, que han transformado
aquellos territorios, a perm itir que se burlaran
por la astucia los tratados que pusieron térm i­
no a la contienda armada.
Cualquiera insinuación de una potencia ami­
ga, para «intervenir» en un negocio «interno»
de nuestro país, sería mirada por Chile como
inamistosa. Porque no deben olvidar las nacio­
nes americanas que los territorios de Tacna y
Arica están actualmente bajo la soberanía de
Chile en virtud de una cesión estipulada en
tratados libremente consentidos; que si el Perú
cedió, sea a título precario, condicional o tem­
poral, la soberanía sobre aquellas provincias,
se «desprendió de toda soberanía en ellas, de­
volviéndoles todavía el derecho de elegir per­
manentemente otro soberano»; por consiguien­
te, todo lo que se refiere al gobierno de aquel
territorio es un negocio que concierne a la «so­
beranía interna de Chile» dentro de sus límites
— 87 —

territoriales, así se trate de colonizarlo, de fo­


mentar industrias, de ejercer el patronato o de
expulsar a los que desconozcan sus leyes.
En Tacna, provincia chilena, mientras- ella
no escoja otra soberanía, no habría pretexto al­
guno para «mediar», o «intervenir», sin hacer
injurias a nuestro derecho de soberanos.
No habiendo ambos gobiernos encontrado,
hasta ahora, una fórmula para llegar al plebis­
cito, y no siendo razonable ni humano ir de
nuevo a una guerra, repudiada por ambos pue­
blos, pueden, en mi opinión, encontrar la solu­
ción deseada, sin desmedro ni desprestigio para
la dignidad de ninguno de ellos, en un equita­
tivo «reparto de soberanía.»
Hay dos clases de soberanías que ejercen los
pueblos en los tiempos modernos; la soberanía
«política» y la soberanía «económica». Esta
última, llamada también «esfera de influencia»,
es tanto o más valiosa que la primera, pues la
soberanía política tiene como principal objetivo
la conquista de los mercados y el enriqueci­
miento de los países por la explotación, culti­
vos y comercio. La soberanía de un país se
- 88 —

extiende do quieran vayan sus capitales y sus


esfuerzos.
Si Chile pagara los diez millones de pesos y
otorgara al Perú franquicias económicas de to­
do orden en los territorios de Tacna y Arica; si
los peruanos ligados a la población de aquel
pedazo de su antiguo suelo por tradiciones,
afectos, sentimientos, propiedades del suelo, etc.,
quedaran en condición de continuar ejerciendo
influencias industriales y comerciales prepon­
derantes; si, en fin, borradas las fronteras co­
merciales de uno y otro país, el Perú hace de
aquellos territorios su propio mercado y com­
pra y vende como en su casa, tal como lo haría
un verdadero dueño, la soberanía política de
Chile quedaría reducida a una expresión gra­
matical, destituida de significado, a una sombra
de dominio inmanente, mientras -el Perú sería
el usufructuario perpetuo de sus riquezas.
La prolongación del ferrocarril longitudinal
chileno hasta Lima, pasando por Tacna, borra­
ría hasta el recuerdo de pasadas desinteligen­
cias, y las repúblicas sudamericanas que nos
ofrecieran sus buenos oficios para tal acuerdo,
celebrarían alborozadas un acontecimiento que
89 —

les permitiría unirse a todas en una confedera­


ción de naciones suficientemente fuerte y pode­
rosa para reglar por nosotros mismos nuestros
destinos americanos.
Santiago de Chile, 17 de Diciembre de 1918.

M alaquías Concha .
X

(De don Anselmo Blanlot Holley)

Don Anselmo Blanlot Holley, es abogado


de reputación bien adquirida y mejor ci­
mentada. Su actuación política se destacó
bace ya tiempo, especialmente desde su
incorporación a la Cámara de Diputados,
de la cual forma parte desde hace varios
periodos. Es de señalar que actualmente
representa en el Congreso a la provincia
de Tarapacá, uno de los territorios objeto
del litigio, y lia residido durante quince
años en Tacna y Arica. Tiene, pues, moti­
vos para conocer la región en sus caracte­
rísticas más íntimas. Sobre el problema
que envuelve a esas dos provincias ha
escrito el señor Blanlot Holley varios li­
bros y folletos, en los cuales ha estudiado
el pleito bajo diversos aspectos, con abun­
dante acopio de antecedentes y de doctri­
na. Fué, hace ya muchos años, amigo
— 92 —

íntimo del presidente Balmaeeda, con el


cual vino a la Argentina, donde residió
durante algún tiempo, viviendo eri Quil­
ines y abriendo estudio de abogado en
esta capital. Se le considera en Chile co­
mo uno de los ciudadanos que mejor
conocen el arduo pleito, y esta circunstan-'
cía da señalado valor a sus juicios, al me­
nos desde el punto de vista chileno.—La
Nación, 20 de Enero de 1919.

La cuestión de Tacna y Arica no es, en rea­


lidad, una cuestión: el tratado que puso fin a
la guerfa del Pacífico solucionó en definitiva
el problema de la nacionalidad de esos territo­
rios. Esta conclusión se comprueba con la his­
toria fidedigna del tratado y con su propio
texto.
En la primera gestión de paz promovida en
forma de mediación amistosa por los Estados
Unidos, vencido ya el Perú en el mar y disuel­
ta de hecho la alianza con Bolivia, Chile pre­
sentó—concretándome sólo a Tacna y Arica—
como base esencial, el pago por sus enemigos
de 20.000,000 de pesos, cuatro de ellos al con­
tado, reteniéndose por Chile, como garantía,
las provincias de Moquegua, Tacna y Arica.
— 93

Esta exigencia fue considerada por los beli­


gerantes y neutrales como forma de cesión, ya
que, ni tenían los países aliados, o más propia­
mente el Perú, recursos para el rescate, ni era
explicable, de otro modo, que Chile pretendie­
ra indemnización pecuniaria a más de la cesión
incondicional de Tarapacá.
Don Aníbal de Latorre, Ministro del Perú
en Buenos Aires, y alma de la defensa de su
país en América, juzgaba en estos términos la
base a que vengo refiriéndome:
«Este propósito no es otro, en la intención
chilena, que quedarse con Moquegua, Tacna y
A rica...
«Como de una posesión indefinida a una pose­
sión definitiva existe tan imperceptible distan­
cia, exigir lo que üo se ha de poder dar, es el
medio seguro de apropiarse mañana de lo que
sin escándalo no se puede adquirir hoy.»
Criterio semejante, en el fondo, dominó en
la prensa continental.
Producida la política francamente interven­
tora de Mr. H urlbut, Ministro de Estados Uni­
dos ante el Gobierno peruano, opuesta a toda
cesión territorial, Chile insistió en estas dos
— 94 —

condiciones esenciales para negociar la paz:


cesión de Tarapacá y ocupación de Arica por
diez años, a cuyo término pagaría el Perú
20.000,000 de pesos, pasando Tacna y Arica al
dominio de Chile ipso fa d o si no se abonaba
oportunamente el valor del rescate. El mante­
nimiento de estas condiciones prevaleció sobre
los graves peligros, o, si se quiere, temores de
una intervención armada.
Llegó el momento en que se consintió en la
cesión de Tarapacá, con lo cual— a desistir
Chile de su pretensión sobre Tacna y Arica—
— se habría puesto fin a la guerra en Abril de
1882.
En esta época la mediación norteamericana
se dió por terminada: Mr. Blaine desapareció
de la escena política de su país, siendo reem­
plazado en el cargo de Ministro del D eparta­
mento de Estado por Mr. Frelinghüysen; Hurl-
but abandonó el Perú.
La guerra, entretanto, continuó en la sierra,
desesperada y sangrienta, sólo por falta de
avenimiento sobre el dominio de Tacna y Arica.
En Septiembre de 1882 el nuevo Ministro
norteamericano en Santiago, Mr. Cornelio A.
95 —

Logan, autorizado por nuestro gobierno, inició


nuevas gestiones de paz sobre estas bases: ce­
sión incondicional de Tarapacá, y venta de Tac­
na y Arica en 10.000,000,de pesos.
Esta derivación de garantía prendaria en
simple venta, revela el pensamiento de Chile,
respecto de los territorios aludidos, desde las
primeras negociaciones de paz. Cuando hubo
entre ambos beligerantes una potencia media­
dora y pudo temerse una intervención apre­
miante, Chile dió a sus exigencias territoriales
el carácter de retención en forma de frustrar
todo rescate ulterior; pero una vez desapareci­
da la mediación, propuso francamente la com­
praventa de Tacna y Arica.
Para eliminar toda ingerencia extraña en el
ajuste de paz, Chile rehusó siempre el arbitraje.
Lo aceptó al principio de sus dificultades con
Bolivia, y lo reclamo en vano antes del con­
flicto bélico. Después, no.
En las conferencias de Arica, en las de Vina
del Mar y en las que figuró como intermedia­
rio el señor Logan, Chile rechazó insistente­
mente el arbitraje.
La razón del rechazo respecto al dominio de
— 96

Tacna y Arica, fué porque Chile no podía po­


nerse en el caso de renunciar a él o de jio ad­
quirirlo. Así lo manifestaron el Presidente
Santa María y el Mjnistro de Eelaciones, don
Luis Aldunate, según declaraciones documen­
tales del Ministro Logan y de don José Anto­
nio de Lavalle, signatario peruano éste del tra­
tado de Ancón.

El sentido que se dió al artículo 3.° del tra ­


tado fué el de cesión de Tacna y Arica a Chile.
Convenido entre don Jovino Novoa, como
como representante de Chile, y loa señores don
José Antonio de La.valle y don Mariano Castro
Zaldívar, como personeros del coronel don Mi­
guel Iglesias,— después del fracaso de las nego­
ciaciones con el señor García Calderón,-—un
protocolo preliminar, que serviría de base para
el arreglo de paz, se estampó en él un artículo
que se reprodujo después en el tratado de An­
cón. Ese artículo es el que se refiere a las pro­
vincias de Tacna y Arica y al plebiscito que
determinará en definitiva a cuál de los dos paí­
ses contendientes accederán.
— 97

Analizando ese artículo, que ha sido tema de


tan apasionados comentarios después, la Canci­
llería peruana dependiente del gobierno del al­
mirante Montero, regida a la sazón por don
Mariano N. Varcárcel, en circular dirigida al
cuerpo diplomático, decía:
«Sólo conservando el Perú las provincias de
Tacna y Arica puede tener Bolivia su comercio
de ultram ar sin comprometer su porvenir; y en­
tregando al enemigo esa parte del territorio
peruano, se pierden las ventajas que en el otro
caso resultarían.
«Si mi gobierno creyera que esas condiciones
no tienen inconvenientes insuperables y que el
país las aceptara, ya se habría apresurado a
proponerlas a Chile para ajustar inmediatamen­
te la paz. Pero he dicho a V. E. que el desco­
nocimiento de las deudas (de Tarapacá) y la
cesión de Tacna y Arica envuelven la deshonra
del Perú y comprometen la paz futura del con­
tinente; y teniendo esa convicción no habría
buena fe en mi gobierno si aceptase absoluta­
mente todas las bases que Chile trata de hacer
prevalecer.»
Este significado de cesión de Tacna y Arica
Encuesta 7
— 98 —

que se da al artículo 2.° del protocolo prelimi-


*
nar y por ende al artículo 3.° del tratado de
Ancón, que es su copia, por la cancillería de
Arequipa, coincide con el sentido que le dió el
señor García Calderón, en son de reproche para
el negociador peruano don José Antonio de
Lavalle, a cuya «petulancia» atribuyó el ha­
berse cedido los mencionados territorios.
El señor de Lavalle, aceptando el significado
de la convención que había subscripto1, se de­
fendió del cargo que se le hacía, probando que
el mismo señor García Calderón aceptó la ce­
sión de Tacna y Arica y que si no realizó el
tratado que la contuviera se debió a tropiezos
de tramitación.
Los partidarios civilistas del señor García
Calderón, como los secuaces del coronel Igle­
sias, aceptaron y reconocieron la efectividad
de esa cesión en muchas publicaciones de la
época.
La única disconformidad que existió entre
los cabecillas de los dos gobiernos que se divi­
dían el Perú, fué la opinión .que, respectiva­
mente, abrigaban sobre los propósitos de Chi­
le; mientras García Calderón suponía que no
— 99 _

firmaría la paz, ni aun con la cesión fie Tára-


pacá, Tacna y Arica, porque perseguía la ex­
tinción de la autonomía del Perú, Iglesias creía
en su sinceridad en realizarla sobre las bases
propuestas.
Demostrado que hubo acuerdo para la cesión
tantas veces repetida y que por el tratado se
entendió hecha, cabe considerar su texto, a fin
de establecer si hay en sus cláusulas confirma­
ción de tales antecedentes.
Por el artículo 2.° se transfiere a Chile «per­
petua e incondicionalmente» la provincia de
Tarapacá. Y por el 8.° se dispone que el go­
bierno de Chile queda obligado a cumplir su
decreto de Mayo de 1882, por el que reconoció
los certificados salitreros otorgados por el a n ­
terior soberano en pago de las oficinas expro­
piadas. Luego se impuso una condición al ce­
sionario: la de cumplir el decreto citado.
Esta aparente contradicción proviene de que
la cesión de Tarapacá no quedó subordinada a
ningún acto posterior, en tanto que la de Tac­
na y Arica sí: al resultado del plebiscito. La
palabra «incondicionalmente» se opone a la ce­
sión condicional de Tacna y Arica.
— 100 —

¿Pero hay prueba de la cesión en el texto?


Evidentemente.
Por el artículo 3.° se defiere a Chile la sobe­
ranía de Tacna y Arica, es decir: la posesión,
la legislación y la jurisdicción. Esa soberanía
subsistirá hasta que se realice el evento de la
condición resolutoria, si se realiza; el resultado
favorable al Perú del plebiscito. Luego hay
cesión perfecta aunque condicional.
Se ha dicho que el plebiscito es mera fórmu­
la de una cesión efectiva.
Sería contradictorio que, habiéndose enten­
dido por las altas partes contratantes que por
el tratado se defirió a Chile el dominio de Tac­
na y Arica, quedaran no obstante el anterior y
el actual soberano en igualdad de condiciones
para lograr ese dominio.
Esta contradicción sería aún más flagrante
si se atiende a que se consumó el tratado sobre
la base de la exclusión del arbitraje, en aten­
ción a que Chile no quiso aceptar la posibilidad
de perder o no conseguir tal dominio.
El asunto es sencillo:
Corresponde al soberano declarar quienes
pueden sufragar en el plebiscito. Ningún po-
— 101

der está facultado para dictar leyes fuera de su


territorio.
Chile, instituido soberano por el artículo 3.°
del tratado, tiene ese carácter y lo tendrá has­
ta el advenimiento de la condición resolutoria.
Por la inversa, el Perú quedó despojado de
su soberanía y no la recuperará si no se produ­
ce el evento fijado en la convención.
Si, pues, Chile tiene el derecho exclusivo de
fijar la capacidad electoral de los futuros ple­
biscitantes, el plebiscito es una simple fórmula.
Los defensores del Perú arguyen que, esta­
bleciéndose en el inciso final del repetido ar­
tículo 3.° que en un protocolo especial se con­
vendrá la «forma» del plebiscito, corresponde
a uno y otro país con igual derecho determ inar
la capacidad electoral de los plebiscitantes.
Se oponen a este razonamiento circunstan­
cias esenciales derivadas de la historia y la le­
tra del tratado.
La historia afirma la cesión, consentida y
confesada por los negociadores peruanos; y el
tratado, a ser cierta la interpretación que se
quiere darle, la destruye, equiparando la con­
dición de cedente y cesionario.
— 102 —

La «forma» del plebiscito es el «procedi­


miento», según el diccionario de la lengua, más
no el «fondo», que contempla la capacidad legal
para sufragar.
La inteligencia dada al tratado por los nego­
ciadores peruanos de hoy, en oposición a los
negociadores peruanos de ayer, destruye el
proceso fidedigno de su establecimiento y lo
convierte en un nudo ciego, que no puede ser
desatado por el arbitraje, pues este medio fué
expresamente excluido, ni cabe ser solucionado
en forma alguna.
El sentido que fluye de su historia y que
ninguna persona instruida en ella puede negar,
se armoniza con la letra, con la verdad y con
la lógica de los sucesos.

A nselmo B lanlot H olley .


XI

(De don Alamiro Huidobro)


Abogado de nota en su patria y venta­
josamente conocido fuera de ella, el doctor
Alamiro Huidobro, aunque alejado actual
mente de la vida política, pertenece al
partido liberal, una de cuyas figuras más
destacadas fué en sus tiempos de activi­
dad partidaria. Ministro de la Corte de
Cuentas de Chile, desempeñó más tarde
la presidencia de esa corporación, para
pasar posteriormente al gobierno como ti­
tular de la cartera de Relaciones Exterio­
res. Esto explica su profundo conocimien­
to de las cuestiones que vienen debatién
dose en el Pacífico. Fuera de esto, su re­
putación de magistrado de juicio sereno y
entendimiento perspicuoda más realce aún
a su palabra.—{La Nación, 4 de Enero de
1919).

La historia de las laboriosas gestiones que


precedieron al tratado de 20 de Octubre de
— 104 —

1883, que puso término a la guerra habida en­


tre el Perú y Chile, manifiesta que Chile desde
que se entablaron negociaciones de avenimien­
tos, propuso como bases de paz, sin apartarse
nunca de ellas, tres condiciones capitales: l.°
Indemnización por los gastos de guerra (la cual,
atendida la situación financiera del Perú, no
podía reclamar en dinero); 2.° Seguridad es­
tratégica para la frontera norte del país, o sea
medidas de resguardo respecto a los territorios
de Tatína y Arica; y 3.° Garantía por la res­
ponsabilidad que había contraído para con los
acreedores de la deuda externa del Perú, a cu­
yos títulos estaba afecto el guano de las cova­
deras en explotación. El hecho de estas propo­
siciones se encuentra plenamente corroborado
en el memorándum que el 18 de Octubre de
1882 pasó a la Cancillería chilena el Minis­
tro Plenipotenciario de los Estados Unidos de
América en Chile, Excmo. señor Cornelio A.
Logan, quien, en desempeño de los buenos ofi­
cios prestados por su país a Chile y al Perú
para un ajuste de la paz, practicó numerosas
gestiones de avenimiento.
Dicho documento expresa categóricamente
105 —

que Chile pidió, en forma absoluta y conclu­


yente, para poner término a la guerra, la cesión
de Tarapacá; el derecho de comprar las provin­
cias de Tacna y Arica por una determinada
suma de dinero; y el derecho de fiscalizar las
ventas de guano que se verificasen a fines del
año 1882.
Si se examina el tratado de paz de 20 de Oc
tubre de 1883, encontramos que Chile no ha
abandonado en él sus ya citadas exigencias. En
este pacto se introduce sólo una modificación
de forma respecto al título traslaticio del domi­
nio de las provincias de Tacna y Arica: en vez
de estipularse que ese título fuese una compra­
venta simple, se convino en que se convirtiera
en una compraventa condicional, sujeta al
evento del fallo de las poblaciones de las nom­
bradas provincias, manifestado en un plebis­
cito.
Cuando el Ministro de Relaciones Exteriores
de Chile en la memoria de su departamento,
correspondiente al año 1883, dió cuenta al Con­
greso Nacional de las negociaciones del tratado
de paz con el Perú, al referirse a la materia
que nos ocupa, dijo textualm ente «queda solu-
— 106 —

ción del problema de Tacna y Arica quedó de­


ferida a la voluntad de los «habitantes» de las
regiones cuestionadas».
En efecto, la cláusula 3.a del tratado de 20
de Octubre de 1883 dice: «El territorio de las
provincias de Tacna y Arica continuará poseído
por Chile y sujeto a su legislación y autorida-
des'durante diez años, contados desde la ratifi­
cación del presente tratado. Expirado este pla­
zo, un plebiscito decidirá en votación popular
si el territorio délas provincias referidas queda
definitivamente del dominio v soberanía de
Chile, o si continuará siendo parte del territo­
rio peruano. Aquel de los dos países.a cuyo fa
vor queden anexionadas las provincias de Tac­
na y Arica, pagará al otro 10.000,000 de pesos
moneda de plata chilena o soles peruanos de
igual ley y peso que aquéllos.
Un protocolo especial, que se considerará
como parte integrante del presente tratado, es­
tablecerá «la forma» en que el plebiscito debe­
rá tener lugar y los términos y plazos en que
hayan de pagarse los diez millones de pesos
por el país que quede dueño de las provincias
de Tacna y Arica».
— 107 —

Claramente se ve en la cláusula transcripta


que la estipulación de las bases en cuya confor­
midad debía realizarse el plebiscito, fue consi­
derada como mera cuestión de procedimiento y
de secundaria importancia que no podía ofrecer
dificultades, dejándose en consecuencia para un
posterior arreglo.
Sin embargo, llegado el momenfo de fijar los
detalles del plebiscito, el Perú presentó como
materia de debate una cuestión ajena a la sim­
ple determinación de forma, una cuestión pro­
piamente de fondo que viene a cambiar subs­
tancialmente lo convenido en. el pacto de 1883.
Ha pretendido y pretende el Perú que se
reconozca que sólo tienen derecho a sufragio
en el plebiscito los habitantes de los territorios
de Tacna y Arica que posean nacionalidad pe­
ruana y se excluya a todos los demás habitan­
tes de la región, ya fueren chilenos o extran­
jeros.
Fácil es darse cuenta que mediante esta exi­
gencia o estratagema, que carece de todo funda-,
mentó plausible, trata el Perú de cambiar la
naturaleza de la condición a que está sujeto el
dominio futuro de las provincias de Tacna y
— 108 —

Arica, convirtiendo un hecho que, según el


pacto de 1883, es eventual en potestativo del
Perú y buscando de conseguir así la certidum­
bre del éxito en el plebiscito, pues sería con­
trario a todo humano sentimiento que los ciu­
dadanos de un estado se pronunciasen en con­
tra de su propio país.
Inútil ha sido que los gobernantes chilenos
hayan argüido que tal pretensión haría imagi­
naria y sin realidad efectiva la base de paz
consignada en la cláusula tercera del tratado
de 1883; que habría sido inoficioso y sin razón
de ser acordar un plebiscito en esos términos;
y que ni en el tratado de 1883, ni en ninguno
de sus antecedentes se emplean jamás los voca­
blos técnicos de ciudadanos, súbditos o regní­
colas, que usa el lenguaje diplomático para
-designar a los nacionales de un estado cuando
se quiere distinguirlos, especializándolos, de los
habitantes o pobladores de una región.
El Perú se ha mostrado intransigente a toda
consideración y, encerrándose en tan extraña
terquedad, se ha dedicado a extraviar la opinión
mundial, vociferando que Chile se niega a cum­
plir el plebiscito estipulado en el tratado de 20
— 109 —

de Octubre de 1883 y por consiguiente es un


país rebelde al cumplimiento de sus compro­
misos.
El sistema de crear dificultades donde no
existen, para tejer en seguida habilidosamente
una red de intrigas que sirva de base a una
campaña difamatoria en contra de Chile, sor­
prendiendo la buena fe de espíritus poco sere­
nos en sus juicios, es posible que produzca
algún resultado ocasional; pero en definitiva,
como todo lo artificioso, tendrá forzosamente
que redundar en desprestigio de la seriedad de
quien lo pone en práctica.

A lamiro H tjidobro.
ÍN D IC E

Págs
I. De don Antonio H uneeus....................... 5
II. De don José Miguel Eeheiiique.............. 21
III. De don Javier Vial S olar........................ 31
IV. De don Julio Pérez C anto....................... 39
V- De don Paulino Alfonso........................... 47
VI. De don Guillermo Pérez de Arce.......... 51
VII. De don Gonzalo B ulnes........................... 57
VIII. De don Federico Puga B o rn e ................ 61
IX. De don Malaquías Concha...................... 73
X. De don Anselmo Blanlot Hollev .......... 91
XI. De don Alainiro H uidobro....................... 103

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