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Aprenden de y a partir de todo aquello que hay en su entorno inmediato. ¿Y qué hay
alrededor de un niño? Un montón de cosas, un montón de personas y un montón de
situaciones—una infinidad de estímulos.
Ahora bien, nunca es el aprendizaje tan grande como cuando un adulto está presente. Es
el adulto el encargado de mediar, trasladar y traducir cada estímulo al niño.
Los juguetes, los hermanitos, los otros niños en el centro de cuidado o en la escuela, son
necesarios y contribuyen al proceso de aprendizaje. Pero no son suficientes. El
desarrollo infantil se potencia con la interacción con el adulto cuidador—en el hogar o
en el centro de cuidado, donde muchos niños pasan una proporción considerable de su
tiempo. Además, la consistencia—la presencia de un cuidador principal en cada
ambiente—da seguridad al niño y refuerza su autoestima.
1. Atender las señales y seguir sus intereses. Más allá de ofrecer afecto y cariño,
fundamentales en y por sí mismos, el adulto puede identificar y responder a las formas
de comunicación del niño, por ejemplo:
3. Expandir el conocimiento del niño. Cuando miran o leen cuentos juntos, si el niño
dice: “guau-guau”, añadir: “sí, ¡es un perro grande y tiene cuatro patas!”, señalándolas.
4. ¡Jugar! Jugar es el principal medio de aprendizaje para el niño, además de una gran
diversión. Jugando, el adulto puede participar y potenciar el juego de roles—
¡recuerda que los niños imitan todo lo que hacen los adultos! — o introducir retos y
problemas que el niño tiene que resolver: jugando a abrir un tarro y sacar lo que hay
en su interior, a armar un rompecabezas, a encontrar un objeto que hemos escondido, y
un largo etcétera.
Recomendación: el adulto puede variar el juego, planteando retos cada vez más
complejos, pero alcanzables. Si un juego es muy sencillo, y el niño puede resolverlo de
inmediato, se aburre y pierde el interés. Si es muy complejo, se frustra y no quiere
continuar.