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Mágica y guerrera

Por Mariela Langdon

Elena Garro corre el riesgo de quedar apresada en el mito. Particular escritora


mexicana que suscita polémicas en el ámbito literario de su país y que merece ser
impulsada en los mercados mundiales para que se conozca la calidad de su obra.

Después de Sor Juana Inés de la Cruz es considerada por muchos mexicanos la escritora
más relevante. Aún falta mucho por conocer de Elena Garro (1916-1998) que era
desprolija a la hora de editar sus textos, ya que no lo hacía cronológicamente y con
frecuencia perdía escritos en medio de sus mudanzas trasatlánticas. Veinte años de
ausencia de su tierra fueron suficientes como para retornar pensando en el futuro de su
hija y en su propio reconocimiento. Elena necesitaba una caricia de su patria y volvió en
1993. Como miembro emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México
recibió apoyo económico y le entregaron en 1996 el Premio Bellas Artes de Narrativa
Colima y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Ya no quería leer ni escribir, estaba
enferma de enfisema pulmonar, no tenía fuerzas. Vio los fastuosos funerales del que
había sido su esposo por la televisión mexicana y otra viuda lo lloraba. Elena contenía a
su niña adulta que gemía extraviada mientras una transmisión en dúplex las mostraba en
una casa derruida rodeadas por su familia: una legión de gatos y la miseria.
La escena literaria argentina la tuvo integrada en la segunda edición de la Antología de
la literatura fantástica, Buenos Aires 1967, Editorial Sudamericana, selección realizada
por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, que consideraban a
Elena precursora y excelsa representante del género en México. Esta incursión es la
primera y única que se hará en nuestro país hasta el inicio de la segunda década del
siglo XXI. Es una breve obra de teatro: Un hogar sólido (1958) la que asoma para los
lectores locales con el aval de nuestros prestigiosos autores. Se impone por sí misma
cuando deja traslucir la aguerrida postura de la creadora en cuestiones de vida y muerte
con una dramaturgia que conjuga la experiencia adulta y la inocencia del niño. Es una
farsa necrofílica, cercana al expresionismo, distanciada de toda mímesis y del teatro de
costumbres. Los personajes como ánimas esperan en el purgatorio de modo positivo,
añorando la morada de la que fueron separados pero sin andar penando. El hogar sólido
es lo que vendrá, lo bueno, lo definitivo.
Tres años antes de la muerte de Bioy Casares, en 1996, Garro vendió al museo de arte
de la Universidad de Princeton-USA sus archivos personales. Estos incluían cartas
enviadas a Elena de muchas personalidades del mundo de la cultura mundial, entre las
cuales se hallaban unos cien manuscritos, firmados y fechados por Bioy, pertenecientes
al período 1949-1969. Se habían conocido en París en los ’40 cuando ambos estaban
casados, pero el amor despertó apasionado, prohibido y duradero y vivieron tres series
de encuentros íntimos y correspondencia fluida. Más allá del chisme, las palabras que el
escritor argentino vuelca para cortejarla son de una belleza infinita y revelan
inseguridades de su vida profesional compartidas con Garro, abundando frases como:
"Estoy conmovido con el trabajo que te tomas con La invención de Morel. Leído en
francés, me hace creer que es un buen libro, en cambio tú, al ir paso a paso con la
traducción, descubrirás todas mis limitaciones". Nada se supo de las cartas que Elena
escribió correspondiendo al idilio epistolar, pero Bioy Casares reconoció públicamente
que la había “adorado”.
Con el objetivo de sostener el mundo del libro impreso en el universo tecnologizado
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actual, la editorial independiente argentina Mardulce publicó en junio de 2013 Y
Matarazo no llamó... (1991), novela política, irónica y poética, con escenas cargadas de
sensualidad y muerte. Es la segunda vez que la misma editorial difunde una obra de
Elena Garro, ya que en el año 2011 habían presentado un cuento titulado Andamos
huyendo Lola (1980). Oportunidad que contribuye a valorarla como narradora de once
relatos expuestos por un sujeto enunciador diferente en cada caso, donde cuentan las
peripecias de una madre con su hija dadas a la fuga y errando por ciudades hostiles. El
clima es asfixiante y disparatado. El humor y el dolor se entremezclan en realidades de
ensueño habitadas por seres extravagantes que desconfían los unos de los otros. Los
gestos de generosidad que emergen son escasos y el precio de la subsistencia es la venta
de la memoria.
Es que así vivió Elena, la poblana. Residía con sus padres en la Ciudad de México
cuando estalla la Guerra Cristera entre el gobierno y la iglesia católica. Las restricciones
al poder eclesiástico enfrentaron a las milicias con los laicos creyentes y hubo
doscientos cincuenta mil muertos, por lo que la familia Garro huyó a una ciudad vecina,
Iguala de la Independencia. Allí, a partir de los diez años de edad, vivió imbuida por la
magia de una casa con servidumbre y nanas indígenas que la criaron conectada a las
leyendas de su raza lo que influyó luego en su actitud valiente y en la temática de sus
obras dando sentido a la estética con la cual se explayó: el realismo mágico. Pasaron
muchos años y Elena volvió a la ciudad de México donde realizó estudios de
coreografía con el bailarín ruso Hipólito Zybin, pionero de la escuela mexicana de
danzas clásicas, y obtuvo la maestría en letras en la Facultad de Filosofía y Letras en la
UNAM. Un joven estudiante de derecho de la misma universidad contrae matrimonio
con ella en 1937, era Octavio Paz. Ya separada de su esposo, con quien tuvo su única
hija Helena Paz Garro en 1939, se vio obligada a autoexiliarse porque el gobierno la
acusó de contribuir a la causa de los estudiantes universitarios que sufrían persecución
política en 1968.
Despreció a los intelectuales que impulsaron ideológicamente a aquellos jóvenes ya que
los abandonaron ante la represión de la conocida Masacre de Tlatelolco. Invadida por la
repulsión, denunció públicamente los nombres de cada uno de sus colegas entre los que
se encontraba el de su ex esposo, quien no dudó en expulsar radicalmente de su vida a la
madre de su hija y a Helenita para no volver a verlas. La comunidad culta mexicana se
solidarizó con Octavio Paz y argumentó versiones sobre el doble espionaje que ejercía
Garro considerándola cómplice de la matanza. Elena no tuvo otra opción que la del
exilio y aún hoy su figura es causa de diferencias en la sociedad mexicana, aunque
reconocen su innegable talento para las letras. Primero en Estados Unidos y España y
luego en Francia sufrió junto a su hija todo tipo de privaciones que se alternaban con la
riqueza de frecuentar a Sartre, Simone de Beauvoir, Malraux, Marlene Dietrich, Cristian
Dior y Cortázar, entre otros. Durante veinte años de puerto en puerto y viviendo de
escritos periodísticos, fue princesa y mendiga, irreverente y mesurada.
Lo real del siglo XX con sus crudas problemáticas sociales se desahoga en la irrealidad
denunciante de la escritura garreana con temas como la injusticia social, la libertad
política y las paradojas de las revoluciones. Su lenguaje directo con poder metafórico
llegó a embrujar desde el papel y a encantar a los interlocutores que quedaban
fascinados con su pequeña voz y el moderno desparpajo que transgredía un México
machista y conservador. Antes de expatriarse, su fama local se consolidó al recibir el
Premio Xavier Villaurrutia por Los recuerdos del porvenir (1963). Esta novela
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reflexiona sobre el paso del tiempo, el pasado determinando el futuro y el porvenir
proyectado en términos fatales donde una mujer llega a convertirse en piedra. Elena
aparece en sus escritos trasmutada. Aquel que no sabe de su vida puede no identificarla
en medio de las ficciones y quienes no conocen su obra quizás piensen que lo que ella
ha vivido es suficiente como aventura. Restaura su dolor personal en el campo florido
de las letras y lo hace universal.
A pesar de cierto silencio que envolvió la circulación de sus libros, como si importara
más su desenfado que su pluma, Elena brota a través de otros artistas. Aparece en el
cine directa o indirectamente ya que en muchas oportunidades trabajó en los guiones y
no figuró en los créditos, tal es el caso de Historia de un gran amor de 1943 dirigida por
Julio Bracho donde actuaron Jorge Negrete y Gloria Marín o Las puertas del paraíso de
Salomón Laiter con Jacqueline Andere y Jorge Luke, historia que ahonda sobre el
mundo de las drogas en los años setenta. Sí fue incluída en Las Señoritas Vivanco, de
Mauricio de la Serna, gran suceso de 1958. Carlos Fuentes (1928-2012), escritor
mexicano comprometido con su país, crea en 1964 con el título Las dos Elenas una
ficción de atmósfera perversa cuyos personajes principales camuflados tienen
indudables puntos de contacto con Elena, Octavio, la hija de ambos y Bioy. El director
José Luis Ibáñez la lleva al cine en 1965 y ésta, su ópera prima, pasa a pertenecer al
llamado Nuevo Cine Mexicano, hito de la modernidad en la renovación de esa industria.
En la arena de la vida, y aún después de muerta porque Elena no se ausenta ni se
silencia, se puede asistir al despliegue de sus artes como gladiadora sin fin. Literalmente
y literariamente ella vive. El juego de palabras se desovilla para encontrar los lugares
comunes que ocupan los que trascienden, como pueden ser el corazón de quienes la
admiran por su obra o el de los que conociéndola personalmente la amaron u odiaron.
También en las combinaciones magistrales de las palabras de sus cuentos, novelas,
poemas, notas periodísticas, guiones cinematográficos y teatrales. Pero el caso es que
Elena Garro perdura porque ella es su trabajo, no preservó su fibra más íntima sino que
la ofreció descarnada. Conocer sus textos es conocer a México. Su marca autobiográfica
no está centrada exclusivamente en su persona, sino que trasluce la pasión por la
historia no oficial de su tierra y la preocupación por un mundo más justo.

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