El acompañamiento espiritual es un arte y una ciencia que tiene el fin de ayudar al acompañado a descubrir el propio camino que Dios ha trazado para él en el seguimiento de su Hijo, pasando ineludiblemente por el crecimiento en la misericordia a semejanza de Dios, sin dejar de lado la conciencia de la propia debilidad, la inclinación al pecado y el mundo que nos rodea y así remar contracorriente. El acompañante ayuda a que la persona descubra la acción del Espíritu Santo en su vida, los impulsos y mociones que le hace sentir, le ayuda a que se mantenga fiel a su vocación y a esclarecer la fuente de esa llamada, a escuchar y discernir la voz de Dios, además, ayuda a descubrir con cuál gracia, cuál es la moción principal, esto es, descubrir la consigna, la fuerza que Dios le da y el camino por donde quiere llevarle, camino que está en oposición fontal con el modo como el mal espíritu tienta. El método para acompañar es el discernimiento y en ello los Ejercicios Espirituales (EE) tienen un papel esencial, pues siguen un proceso que permite la verificación, además, su metodología ayuda a capacitarse en el arte del acompañamiento al indicar los requisitos básicos: detectar si el sujeto tiene o no potencial, aprender las reglas del discernimiento, que son el trasfondo teórico y existencial del discernimiento de los espíritus y así conocer las fuerzas espirituales, las mociones y las tretas, así como sus vehículos: la consolación y la desolación, para poder responder a la regla básica del discernimiento y por lo mismo, del acompañamiento: ¿qué se experimenta? (clave de consolación/desolación) y de quién proviene según el fin al que conduce (clave de moción/treta). El acompañante debe saber distinguir entre lo que es un estado espiritual y un estado fisiológico. El estado espiritual es la sensación que recibe una interpretación en clave de espíritus, fundamentalmente dos cosas: cómo ataca el mal espíritu y cuál es el nivel de espiritualidad de la persona, pero también el cómo reacciona ante la visita del Señor y del mal espíritu. Otro elemento importante de los EE es el entrenamiento que suponen y que constituyen un método de preparación para la verdadera competencia, pues si bien es cierto que como la persona se comporta en la vida se comporta en la oración, también lo es que como se comporte en la oración durante los ejercicios, se comportará en la vida. En este proceso de acompañamiento el acompañante se enfrentará a varios desafíos. El elemento crucial del acompañamiento fuera de los EE es la forma de la vida cotidiana y su relación con la llamada que se experimenta, la fidelidad que se tiene o no a las mociones, la consistencia de la voluntad, es decir, se trata de lo plausible, de las confirmaciones históricas concretas, donde el punto de verificación para el acompañante serán las modificaciones en clave cristiana de la vida y esto se convierte en un indicador del avance, estancamiento o retroceso. El gran fruto de los EE, que el acompañante debe verificar, es en qué medida el acompañado emprende el camino hacia la Tercera Manera de Humildad: optar por Cristo y las grandes complicaciones que esto trae para la persona, que se convierte en subversora del orden establecido al buscar la paz y la hermandad en una realidad que le es contraria, se trata de un apasionamiento por la causa del Reino, por una solidaridad concreta afectiva y efectiva con los pobres. En cuanto a los signos de conversión que el acompañante debe distinguir como fruto de los EE y del acompañamiento está una reeducación en las relaciones sociales, la búsqueda de la pobreza como solidaridad con los empobrecidos, por lo que el gran signo de crecimiento es el continuo relanzamiento de la moción espiritual a la histórica; otro signo de este crecimiento es la sensación de sentirse frágil, pecador sí, pero con la esperanza de una verdadera conversión, es decir, una visión, al fin y al cabo, positiva sobre sí y sobre la historia. Para realzar un buen acompañamiento es necesario tener en cuenta una serie de principios psicológicos que ayudarán a estar alerta e interpretar correctamente la experiencia del acompañado, ayudarle a expresar el problema, aceptarlo, aprender a convivir él para poder superarlo. La experiencia de las heridas psicológicas se manifiesta en reacciones desproporcionadas, aquí, para avanzar en el acompañamiento, debe distinguirse entre lo que es psicológico y lo que pertenece al mundo de las mociones y las tretas y se recomienda primero restablecer la salud psicológica y luego dar el acompañamiento. Debe ser claro para el acompañante que el acompañamiento no es una terapia psicológica, si se necesita esta, debe buscarse una persona competente. El acompañante espiritual, por su parte, debe ser una persona de una solida personalidad y capaz de gran humanidad, pues es para el acompañado el reflejo del cariño del Padre, debe ser una persona madura relativamente, comprometida con la vida y las personas, debe ser optimista, una persona que ha sufrido pero que no se ha dejado vencer, que conoce lo difícil de construir y mantener una verdadera amistad, que ha experimentado los fracasos y el pecado propios y ajenos, pero que se encuentra a gusto consigo mismo porque tiene en sí y transmite la experiencia de haber sido salvado. El acompañante debe ser una persona que sepa ser con humildad, en alguna medida, el rostro de Dios; el acompañante es un testigo de lo que sucede entre aquél a quien acompaña y Dios, del futuro, de lo que debiera ser, debe ser un instrumento en sintonía con el Espíritu, conocer su modo de proceder para ayudar a discernirlo, a él corresponde retroalimentar acerca del caminar y el progreso que provoca el Espíritu en el acompañado, además, adquiere el derecho de introducirse en la interioridad del acompañado para orientarle con respeto y verdad.