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EL ANILLO DE GIGES
UNA INTRODUCCIÓN
A LA TRADICIÓN CENTRAL
DE LA ÉTICA
2007
Índice
Cicerón.1
1
Brutus 81.
Stalin, Hitler y muchos otros tiranos, que pensaban
que bastaba con eliminar ciertos grupos humanos, a los
que atribuían toda la maldad, para obtener el
mejoramiento del mundo. Hoy nos damos cuenta de
que las cosas no eran así. Parece ser que los malos no
nacieron malos, sino que se hicieron tales. ¿Y cómo se
hicieron malos? Haciendo cosas malas. Esto es
impresionante: lo que hagamos (o dejemos de hacer)
dejará inevitablemente una huella en nosotros.
Si, entonces, ese señor quería combatir a los malos,
lo hacía porque pensaba que era malo ser malo. Pero si
los malos se hicieron malos haciendo el mal, y yo
quiero combatirlos con sus mismas armas, entonces yo
me estaré haciendo malo. Mataré a los malvados
haciéndome yo malo. Daría para una buena novela: un
hombre que logra eliminar a todos los malos del
mundo y que al final descubre que su tarea ha sido en
vano, porque él es el último de ellos. Sólo le quedaría
la posibilidad del suicidio. No parece ser muy buen
negocio.
Somos libres para elegir, pero no para evitar que
caigan sobre nosotros las consecuencias de nuestros
actos. Por eso, aunque, como Giges o Gollum,
pudiéramos tener un anillo capaz de hacernos
invisibles y realizar el mal impunemente, ese anillo no
podría evitar que nuestros actos nos configuren de una
determinada manera: elegir es elegirse. Hoy, sin
embargo, son muchos los que quieren escapar a esta
ley ineludible. Pensemos, por ejemplo, en prácticas tan
elementales como la multiplicación de productos
dietéticos, que permiten gozar de la comida sin pagar
los costos de la gordura. O de otras más delicadas,
como las conductas anticonceptivas, que desvinculan
el ejercicio de la sexualidad y la consecuencia
10
procreativa. Sin embargo, aunque los avances de la
técnica permitan evitar o disminuir las consecuencias
visibles de nuestras acciones, ninguna tecnología logra
borrar la huella que ellas dejan en nuestra persona.
Sólo cambia el que en la actualidad se puede ser glotón
sin parecerlo. En Un mundo feliz, Aldous Huxley
describió una sociedad donde existe una perfecta
disociación entre los actos y las consecuencias. Un
mundo, por ejemplo, en el que la sexualidad no está
“amenazada” por la procreación. Y esto se realiza de
manera técnicamente perfecta. Pero en este mundo se
ha perdido cualquier asomo de dignidad humana, y el
vacío que de allí deriva sólo puede ser ocultado con
crecientes dosis de soma, un fármaco que produce el
bienestar independientemente de lo que uno sea o
haga.
11
En cambio hay capacidades en el hombre que
pueden dirigirse a objetos muy diversos o incluso
contradictorios. Con nuestra voluntad, por ejemplo,
podemos querer u odiar. También los productos de la
inteligencia gozan de esta ambigüedad: la medicina, el
derecho, la política y la tecnología pueden ser
utilizados con fines muy diversos e incluso
contradictorios. En el “Canto al hombre”, uno de los
pasajes más interesantes de Antígona, se destaca esta
ambigüedad de la técnica. Ella permite al hombre
dominar el mundo, pero no es capaz de ordenarse
unívocamente hacia el bien, sino que a veces se dirige
también al mal:
2
Sófocles, Antígona, vv. 364-375 (trad. de L. Pinkler y A. Vigo,
Biblos, Buenos Aires, 1987). Énfasis añadido.
12
cierta unidireccionalidad. Así, el hombre que ha
adquirido la virtud de la justicia tenderá
espontáneamente a dar a cada uno lo suyo, como si la
voluntad sólo se dirigiera en ese sentido y ya no
pudiera orientarse a hurtar, demorar el pago de las
deudas o lesionar los derechos ajenos. Para un hombre
justo, resulta desagradable la sola idea de hurtar en
una tienda o quedarse con unos billetes de más cuando
el cajero se equivoca al darle el vuelto. Por eso los
antiguos decían que los hábitos constituyen una suerte
de segunda naturaleza.
13
decir, las decisiones previas aumentan nuestra
capacidad de decidir y la calidad de los resultados que
se consiguen. En cambio, cuando alguien no se ha
preocupado de formar hábitos (por ejemplo, estudiar,
ser puntual, etc.) pierde mucho tiempo durante el día.
Esto en la economía y en la política es fatal: si un
empresario o un político tienen que dar una gran
batalla todos los días para levantarse, están dando una
ventaja muy grande al competidor. Y lo que se dice
para la economía y la política vale para toda suerte de
actividades.
La niñez y la juventud son importantes, entre otras
razones, porque en ellas es más fácil adquirir hábitos.
Nos guste o no, hay que reconocer que no cualquiera
puede decidir cualquier cosa. Es necesario un trabajo
previo, tanto individual como social. La ayuda en estas
instancias elementales como la familia o la escuela
explica nuestras fortalezas y limitaciones futuras. Pero,
como hay hábitos que ayudan (virtudes) y otros que
perjudican la actividad del hombre (vicios), es muy
importante asimilar los que sean convenientes. Para
quien ya haya adquirido un vicio, lograr el hábito
contrario le supondrá un esfuerzo mayor. De modo,
entonces, que la mejor forma de prepararnos para
elegir bien en el futuro consiste en elegir bien en el
presente, consiguiendo un modo de vida tal que
espontáneamente tendamos a actuar de manera
razonable. La vieja fábula de la cigarra, que se dedica
todo el verano a cantar, y la hormiga, que trabaja
haciendo acopio de provisiones para el invierno, se
aplica también a la educación. De ordinario, quien no
adquiera hábitos adecuados en su niñez y juventud, se
encontrará inerme ante las dificultades de la vida, lo
mismo que la cigarra frente a la llegada del invierno.
14
LA VIRTUD ES ATRAYENTE
15
suma, el virtuoso refleja la variada plenitud a la que
está llamado el ser humano: “Así es, señor Don Quijote
—respondió don Antonio—; que así como el fuego no
puede estar escondido ni encerrado, la virtud no
puede dejar de estar conocida”.3
3
Don Quijote, II, LXII.
4
Beautiful Boy-Darling Boy (1982).
16
entonces el resultado será una vida coherente. Si no, la
vida será el simple fruto de ciertos acontecimientos
que simplemente “le pasan” al sujeto.
Para elegir bien tenemos algunas ayudas: la
experiencia, los consejos, la ley y, fundamentalmente,
los modelos: muchas veces actuamos en casos difíciles
pensando: ¿qué habría hecho tal persona (alguien que
nos parece un modelo de hombre) en este caso?
Naturalmente esto supone que debemos elegir bien
nuestros modelos. Unos preferirán seguir a don Juan o
Garfield y otros a Pericles o Teresa de Calcuta. Como
se ve, la elección es de la máxima importancia y buena
parte de la tarea educativa consiste en proponer los
modelos adecuados.
Desde muy antiguo estas capacidades de elegir
bien se llaman virtudes. Son nuestras fortalezas; nos
permiten ser hombres emprendedores, que
aprovechan los recursos al máximo y que están
abiertos a las necesidades de los demás. También,
como se ha dicho, hay disposiciones estables para
elegir mal. Ellas, los vicios, se vuelven contra el
hombre, hacen que su actuar sea torpe y que no logre
utilizar los recursos que tiene a la mano para alcanzar
una vida lograda.
ADQUISICIÓN DE LA VIRTUD
17
realizar.5 Y como es bien sabido, las virtudes se
adquieren por repetición de actos. Así, “nos hacemos
constructores construyendo casas y citaristas tocando
la cítara”.6 De igual manera sucede en el campo ético,
donde “practicando la justicia nos hacemos justos,
practicando la templanza, templados, y practicando la
fortaleza, fuertes”.7 Este proceso se resume en una
fórmula aristotélica, que dice: “lo que hay que hacer
sabiendo, lo aprendemos haciéndolo”.8 Hay cosas que
no se pueden hacer a menos que se sepa, como tocar la
cítara o caminar, pero no es posible saberlas si antes no
se realizan. Parece darse una paradoja: no se puede
hacer si no se sabe, y no se sabe si no se hace. Sin
embargo, no hay contradicción, porque al principio se
realizan los actos propios del hábito, pero sin tenerlo,
sino imitando a un maestro o bajo alguna otra guía
externa. Con el paso del tiempo, si se realizan los actos
adecuados y de la manera correcta, entonces se origina
un hábito virtuoso, y lo que antes se hacía con
dificultad y gracias al apoyo de otros, comienza a
hacerse de modo espontáneo y placentero. Si no se
realizan de esta manera, estaremos en presencia, por
ejemplo, de un acto justo pero no de la virtud misma.
Así, no todo el que da a otro lo que le pertenece es
justo, sino sólo el que lo hace de modo estable, sin
vacilaciones.
18
inmediatamente moral: son las virtudes intelectuales,
que nos permiten conocer mejor, dominar ciertas
destrezas o transformar mejor las cosas. Estas son muy
útiles a la hora de determinar lo que podemos hacer,
aquello de lo que somos capaces, pero no son decisivas
para saber cómo o qué somos. Se puede tener esas
capacidades y ser una mala persona. La más conocida
es la que los griegos llamaban techné y los latinos
tradujeron como arte (ars): la técnica. En cambio, las
otras virtudes, las morales, repercuten directamente en
cómo somos. Esto no significa que el cultivo de las
virtudes intelectuales sea indiferente para la excelencia
humana. El hombre bueno pero tonto está muy lejos de
representar el ideal de excelencia humana propuesto
por la ética de raíz griega. Una cabeza bien formada,
cultivada por el teatro, la música y las matemáticas,
estará en condiciones de multiplicar sus capacidades
de hacer el bien. Ellas no constituyen la bondad de la
persona, pero son una ayuda para que ella alcance un
mayor esplendor y efectividad.
El análisis clásico sobre el tema de las virtudes se
hizo hace ya muchos años, por parte de Aristóteles. Él
era especialmente consciente de la gran facilidad que
todos tenemos de errar. En efecto, no basta con querer
hacer el bien; muchas veces podemos confundirnos y
hacer cosas que en un respecto son buenas, por
ejemplo porque halagan nuestra sensibilidad, pero no
son buenos de modo absoluto, no nos hacen bien. Así,
las virtudes son modos de conductas adecuados, que
promueven el desarrollo de una vida lograda y una
personalidad armónica. Los vicios, en cambio, la
despedazan. Como con frecuencia son contradictorios,
tiran desde distintas direcciones y someten al sujeto a
una continua agitación. En cambio, quien somete los
19
distintos aspectos de su vida a la guía unitaria de la
razón, tiene, por ese mismo hecho, un norte al que
apuntan todas sus actividades, de modo que con el
paso del tiempo su personalidad se va haciendo cada
vez más unitaria.
JUSTO MEDIO
9
Ética a Nicómaco 1105a35-b6
20
No siempre resulta fácil acertar: según nuestro
temperamento tenderemos a inclinarnos hacia uno u
otro extremo. Aristóteles era consciente de este
problema y aconsejaba inclinarse siempre hacia el
extremo respecto del que tenemos menor afinidad,
igual como uno procura enderezar una vara
torciéndola hacia el lado contrario. Todo esto nos
muestra que la razón práctica funciona de un modo
muy distinto al que es propio de la especulativa. La
razón en su uso práctico se acerca a su objetivo
gradualmente. El hombre virtuoso sabe que hay ciertas
fronteras que no debe transgredir (no debe hacer lo
que sabe que está mal), pero dentro de esa amplia
gama de bienes disponibles va eligiendo en cada caso
lo que le parece más adecuado. Y lo más adecuado no
siempre es lo mejor desde el punto de vista teórico.
Como señala Inciarte, el problema fundamental de la
ética no es la elección entre lo bueno y lo malo, sino
entre lo mejor y lo peor 10. Esto no se consigue de una
vez por todas, sino que esa capacidad de juicio se va
afinando en la misma medida en que el sujeto, por
haber elegido bien, se va haciendo mejor hombre. Una
cierta dosis de ensayo y error es inevitable en la vida
moral.
Por otra parte, la virtud consiste en un justo medio
sólo cuando se la compara con los extremos viciosos,
sin embargo ella nada tiene que ver con la
mediocridad. Así ve el Dante el destino de quienes no
parecen ni buenos ni malos, cuando Virgilio lo lleva a
conocer el Infierno:
10
Cf. F. Inciarte, “Ética y política en la filosofía práctica”, en
íd. El reto del positivismo lógico, Rialp, Madrid, 1974, 213.
21
“Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban
suspiros, quejas y profundos gemidos, de
suerte que, apenas hube dado un paso, sentí
asomarse las lágrimas a mis ojos. Diversas
lenguas, horribles blasfemias, palabras de
dolor, acentos de ira, voces altas y roncas, y
chocar de manos entre ellas, producían un
tumulto que iba girando siempre por aquel
espacio eternamente oscuro, como la arena
impelida por un torbellino.
“Y yo, llena el alma de horror, le dije: —
Maestro, ¿qué es lo que oigo?, ¿qué gente es
esta, que parece anegada en el dolor?
“—Aquí sufren, contestome él, las tristes almas
que vivieron sin merecer alabanza ni
vituperio, y a quienes está reservada esta triste
suerte” .11
11
Divina Comedia. Infierno, canto III.
12
Tomás de Aquino, Suma teológica, I-II, 64, 1 ad 1.
22
OBJETIVIDAD DE LA VIRTUD
13
Ética a Nicómaco X 6, 1176b25-26.
23
que lo verdadero es lo que le parece al hombre
bueno”.14 Si esto es así, resulta posible que haya
individuos que gocen con lo que a él le desagrada,
porque no tienen la misma buena disposición de juicio:
“y si las cosas que le molestan [al hombre bueno] le
parecen agradables a alguien, no es sorprendente, pues
en los hombres hay muchas corrupciones y vicios”. 15
De este modo, Aristóteles encuentra otra explicación,
que se agrega a las ya mencionadas, para el hecho de la
diversidad del juicio humano en materias morales.
Esta referencia a un determinado tipo de hombre
como criterio de juicio para determinar lo bueno, se
hace presente en la caracterización aristotélica de la
virtud moral, cuando dice que es “un hábito electivo
consistente en un término medio relativo a nosotros,
determinado por la razón y por aquello por lo que
decidiría un hombre prudente”.16 Dicho con otras
palabras, de lo que se trata es de alcanzar un hábito
que nos lleve a elegir bien en un determinado ámbito
de la realidad, ya sea en nuestra relación con los otros,
en el modo de enfrentar los peligros o en el
comportamiento ante los placeres. Elegir bien, en todos
esos casos, es tanto como dar con el justo medio. Pero
ese justo medio no se determina externamente, sino
que es un medio racional. Debe determinarse
racionalmente atendiendo a las características del
sujeto y las circunstancias en las que se encuentra. Y
quien acierta en esa tarea de determinar el justo medio
es el prudente. Nadie puede decir a priori si es valiente
o temerario quien se interna a la una de la mañana por
14
Ética a Nicómaco X 5, 1176a16.
15
Ética a Nicómaco X 5, 1176a20-21.
16
Ética a Nicómaco II 6, 1106b36-1107a2.
24
un barrio dominado por los narcotraficantes sin saber
antes si se está hablando de un policía o de un turista
desaprensivo. Elegir bien, entonces, es elegir tal como
lo haría el prudente.
25