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c r eat i v o
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el c or azón
c r eat i v o
m a r t í n avdolov
m o nt evide o, abril de 2017
a r t e d e tapa
da ni sc h arf
danis char f.com
Mi eterno
agradecimiento.
el c or azón
c r eat i v o
Prólogo
U
na tarde de verano recibí un correo electrónico de Martín
Avdolov en el que me preguntaba si quería ilustrar la
portada de su nuevo libro.
A Martín lo conozco desde hace muchos años. Tenemos
varios amigos en común y ambos trabajamos en el mundo de la pu-
blicidad y la comunicación.
Sin leerlo le contesté que sí. El concepto del libro me resultó inte-
resante, así como la idea de distribución gratuita, haciéndolo acce-
sible para todo el mundo.
Cuando finalmente lo leí, me encontré con un libro luminoso y po-
sitivo, y me sentí identificado en muchos pasajes.
Un mediodía nos juntamos para conversar sobre la portada y le con-
té algo que generalmente comparto cuando doy charlas. De niño
dibujaba mucho y, aunque ni siquiera era uno de los mejores de la
clase (mis dibujos eran muy deformes), sabía que quería hacer eso
cuando fuera grande.
Curiosamente, en primero de liceo me fui a examen de Dibujo; y no
solo eso, sino que lo perdí.
Usualmente dibujábamos un ladrillo y un florero con proporciones y
texturas realistas, lo que me resultaba muy poco interesante.
Fue así como la institución educativa me dijo, no una, sino dos veces,
que yo no sabía dibujar. Pero eso no me desmotivó. Fui honesto con
lo que sentía y continué, feliz, por el camino de las artes.
Luego de muchos años de poner corazón y energía, hoy tengo va-
4 rios reconocimientos a nivel nacional e internacional, ilustro en
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dani sc harf
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Índice
7 Introducción
9 Un acto de supervivencia
14 Un corazón creativo no envejece
18 ¿Para qué?
20 Amar las diferencias
25 En constante movimiento
28 La maestra Esther y mi madre y los caballos salvajes
32 Las cosas que aprendí con mi padre
35 ¡Estoy aburrido!
38 Soltar si no hay pasión
42 La sabiduría del error y los fracasos
44 Entre la pasión y la búsqueda de la perfección
47 La fiebre
50 Aprender a aprender
53 En medio de un terremoto
56 The dark side of the riesgo
60 ¡Mío!
62 Quedó horrible, pero...
65 El exorcista: educación sin demonios
68 ¿Quién dijo que solo podemos vivir una vida?
70 Siempre hay algo para hacer, incluso cuando pensamos
que no hacemos nada
72 Una puerta que se abre nunca se cierra del todo
74 En el equipo de los buenos
75 ¡Sin excusas, por favor!
77 La belleza está en el camino
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Introducción
A
lo largo de los años, como docente de talleres de creati-
vidad, siempre me encuentro con el mismo desafío. La
mayoría de los alumnos comienza con varias dudas sobre
sus propias capacidades. Algunos, incluso, convencidos
de que no son creativos en absoluto.
Hasta hace un par de años, muchos de ellos terminaban adquiriendo
conocimientos como el proceso creativo, diversas técnicas o herra-
mientas y el uso de lenguajes, pero sin el valor ni la confianza para
poder ponerlos en práctica.
En los últimos años la humanidad atraviesa cambios con un vértigo
asombroso. Lejos de detenerse, la tendencia es que los cambios han
llegado para quedarse.
La irrupción de lo digital hizo que replanteara la forma de enseñar. El
énfasis debía estar puesto en mejorar las capacidades creativas inter-
nas de los estudiantes, para que así pudieran nutrirse constantemen-
te, adquirir nuevos conocimientos y utilizarlos de formas novedosas
en todos los ámbitos de la vida. En los últimos años el foco del taller
estuvo puesto en la persona. Los resultados han sido favorables y el
feedback, mucho más enriquecedor.
Al investigar sobre la creatividad en todas sus manifestaciones, pude
descubrir que este principio se da en todas las actividades de la vida
humana. El aspecto emocional inherente a cualquier disciplina es
elemental para su buen desarrollo.
Este libro no pretende ser un manual; ni siquiera está basado en una
investigación científica. Este libro está narrado desde mi propia expe-
7 riencia. Cómo he superado varios obstáculos, cómo aún no he superado
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m artín avdolov
marzo, 2017
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Un acto de supervivencia
L
o que voy a narrar a continuación se basa exclusivamente en
mi experiencia personal. No me considero un genio ni un gurú
de la creatividad. Sin embargo, puedo decir que desde hace
más de veinte años disfruto, trabajo y pago las cuentas gracias
a la actividad creativa. Hace veinte años que no sufro la depresión del
domingo por la tarde ni de los lunes por la mañana.
A través de todo ese tiempo, e incluso desde la niñez, he estado en
contacto con la parte más íntima de mi ser creativo. Sin embargo, no
fue hasta que tuve dieciocho años que fui consciente de ello, y -como
suceden este tipo de cosas-, lo hice a partir de un hecho traumático
que marcaría un antes y un después.
Cuando tenía seis años mi padre era mi ídolo. No había nada que de-
seara más en el mundo que ser como él. Por ese entonces él trabajaba
como gerente en una fábrica textil.
Me encantaba investigar las cosas que llevaba en su maletín. La
calculadora, las muestras de tela y diversos artículos de papelería.
Recuerdo el sonido que los mocasines hacían en el pedregullo; to-
davía tengo marcada la cadencia de sus pasos. Lo veía gigante, no
solo físicamente, sino en cuanto a su temple y sabiduría. Siempre
elegante y casual a la vez. Saludaba a todos en el barrio, en el trabajo
y cuando iba por la calle. Yo lo miraba con absoluta devoción. Años
después, ya en mi preadolescencia, lo vi convertirse en un viejo león
que es apartado de la manada.
Los fines de semana, cuando me quedaba con él y me llevaba por la
tarde o noche a algún espectáculo popular, siempre antes hacíamos
una parada en el bar de la esquina. Aprendí a calcular, de acuerdo a
9 los whiskys que tomaba, cómo iba a terminar la jornada.
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Sabía que si tomaba cuatro medidas, horas más tarde estaría sujetán-
dolo y subiéndolo a un taxi para luego recostarlo en la cama de su casa.
Después yo caminaba por la oscuridad del barrio rumbo a la casa
en la que vivía con mi madre, que por suerte quedaba a unas pocas
cuadras de distancia. No tenía miedo, tampoco vergüenza; lo úni-
co que sentía era una profunda soledad y desamparo. No es que mi
madre no estuviera allí para apoyarme. Pero a los once años pensa-
ba que debía ocuparme de mis propios problemas y salir adelante.
Mi madre estaba terminando su carrera universitaria y trabajaba
todo el día.
Nunca quise culpar a mi padre ni alejarme de él. Lo ayudé todo lo
que pude, a pesar de que las borracheras fueron cada vez más conti-
nuas, sobre todo cuando las fábricas textiles en Uruguay comenzaron
a fundirse y se quedó sin trabajo. A esa altura yo ya era adolescente,
y el miedo a que mi padre muriera se intensificó. Fumaba al menos
dos cajas de cigarrillos por día y había pasado de ser un tomador so-
cial a un alcohólico.
Por esa época vivió unos años en Argentina, pero no funcionó. Su
situación empeoró hasta que su hermano mayor le alquiló un apar-
tamento pequeño y le regaló un automóvil. El plan a mediano pla-
zo era abrir un restaurante. Mi padre ya había sido propietario de
uno a fines de los setenta y era un excelente cocinero. Ese impulso
lo llevó a tratar de dejar la bebida. Probó durante un tiempo con
cerveza sin alcohol.
A los dieciocho años me fui a vivir con él por unos meses, pensando
que todo mejoraría de ahí en más. Lo veía bien, charlábamos y jugá-
10 bamos a las cartas. Teníamos un ovejero alemán adoptado con el que
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saber que eso que está ahí escrito, sin ser una obra de arte, sin siquie-
ra ser un poema, o un cuento, o una canción, es nada más ni nada
menos que un acto de supervivencia. Curiosamente, mientras escri-
bía el libro me encontré en un sitio de noticias con la experiencia del
fotógrafo Richard Billingham, quien creció en una familia llena de
problemas, marcada por el alcoholismo de su padre, y quien plasmó
todo en una serie de fotografías que ha logrado trascender alrededor
del mundo. Volviendo a mis dieciocho años, en esa fatídica y mila-
grosa noche, pienso que también podría haberme puesto a pensar
una lista de opciones creativas para ayudar a mi padre. Y, por qué no,
trabajar en cómo mejorar mi relación con su enfermedad. La crea-
tividad es un acto de supervivencia que existe en todos los ámbitos
de la condición humana, incluso hasta para los que están alejados de
las prácticas artísticas -quizás ese sea uno de los mayores prejuicios
que debamos derribar para alcanzar todo nuestro potencial creativo-.
Los corazones creativos estamos hechos para crear más allá de las
circunstancias. Es una forma de vida y de interpretar la realidad. Es
una manera de enfrentarse al mundo, a las cosas buenas y malas,
y transformarlas en algo nuevo que atraviesa las propias entrañas
del ser humano, para salir renovado y entregarse al universo. Así
ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, no solo en cuanto
a la supervivencia emocional, sino también a la intelectual y mate-
rial. El ser humano ha usado la creatividad a lo largo de los siglos
para solucionar diversos problemas. Basta con leer cualquier libro
de historia para reconocerlo. También se han escrito infinidad de
manuales sobre el proceso creativo, herramientas creativas, ejerci-
cios creativos, experiencias creativas y mucho más. Pero en el fon-
12 do siempre supe que había algo más difícil de describir o analizar.
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Más allá de todo, existe el corazón creativo como el chispazo que lo-
gra poner la maquinaria en marcha. Todos lo tenemos. El de algunos
late con más fuerza, el de otros es apenas imperceptible, pero ese co-
razón está ahí, esperando con toda su energía vital, para ayudarnos a
superar los obstáculos, alcanzar las metas, crear en lugar de destruir,
amar en lugar de odiar, y trascender en lugar de simplemente ser. A
la mañana siguiente de aquella gran borrachera no hablamos con mi
padre sobre lo ocurrido. Así había sido siempre. Un extraño código
de silencio y complicidad que siguió hasta el día de su muerte, unos
pocos años después.
En cuanto a mí, seguí adelante, con aciertos y fracasos. Comencé una
carrera que dejé al tiempo, hice otra en la que me recibí, trabajé en
muchísimos lugares, seguí estudiando, me convertí en creativo pu-
blicitario, guionista, docente universitario, escritor y consultor en el
área de creatividad para empresas privadas y distintas organizaciones.
Así llegué hasta hoy, consciente de que a lo largo del tiempo he logra-
do ponerle atención a algunas cosas que muchas veces pueden pasar
desapercibidas para los demás, pero que sin lugar a dudas tienen la
capacidad de llegar a ayudar a muchos de los lectores a reencontrarse
con su propio corazón creativo, sin tener que atravesar experiencias
tan dolorosas como la mía, y mejorar sus vidas para siempre.
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Un corazón creativo
no envejece
A
l contrario de lo que sucede con el resto de nuestros órga-
nos, un corazón creativo no envejece, se mantiene como
un niño durante toda su existencia.
Juana de Ibarbourou, poetisa uruguaya, decía que «la ni-
ñez es la etapa en que todos los hombres son creadores». La pregunta
indicada en este caso es: ¿qué sucede después? ¿Por qué, cuándo y
cómo muchos pierden esa capacidad creativa?
Cuando realizo talleres de creatividad para adultos, generalmente les
pido que hagan una lista de las características de las personas creativas.
Los conceptos suelen repetirse una y otra vez, y llegamos a la misma
conclusión:
• Son curiosas. Cuestionan todo.
• Les cuesta respetar los límites.
• No tienen miedo del error.
• Prueban distintas experiencias y formas de solucionar las cosas.
• Son auténticas; es decir, no intentan ser como otros ni quedar
bien con los demás.
• Les importa muy poco el qué dirán.
• Entran fácilmente en un estado de flow (el estado mental de
máxima motivación).
También son distraídas y, a veces, pueden estar pensando en otras
cosas en lugar de poner toda su atención en una sola tarea. No re-
primen sus emociones. Se sienten atraídas por la novedad. Son muy
observadoras. Le dedican tiempo y atención a lo que más les gusta.
Si los analizamos brevemente, podemos ver que estamos nada más
14 ni nada menos que describiendo a un niño.
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Tuve la fortuna de tener una niñez muy feliz. Luego del colegio me
la pasaba jugando en la calle del barrio junto a otros niños, o en las
plantaciones de naranjos que estaban frente a la casa donde viví du-
rante varios años. Disfruté del contacto con la naturaleza, de la se-
guridad de moverme con independencia y descubrir el mundo a mis
propios tiempos.
Michel de Montaigne (1533-1592), escritor y filósofo francés, soste-
nía que «los juegos infantiles no son tales juegos, sino sus más serias
actividades». Minimizar el juego es propio de los adultos, y muchas
veces es el principio del envejecimiento prematuro de muchos de los
corazones que hoy se enfrentan a este libro. Qué sucedería si le da-
mos un nuevo sentido a la frase de Michel de Montaigne y afirmamos
que: Para los adultos, sus más serias actividades pueden ser repro-
gramadas como un juego, al menos en alguna de sus perspectivas.
¿Qué es lo que les impide a algunos corazones abandonar la idea del
juego? ¿Por qué dejamos de ver el mundo como niños? El mundo de
hoy nos plantea un escenario de constantes cambios, de una crisis
permanente, donde la imaginación, la creatividad y la innovación
tienen un protagonismo esencial en la supervivencia. ¿Cómo lo
hacemos? ¿Es posible hacerle un lifting al corazón? Mi respuesta es
simple y concisa: por supuesto.
Los siguientes consejos son producto del aprendizaje de un camino
que emprendí desde hace más de dos décadas: En primer lugar, al
momento de crear aparten el juicio y no tengan miedo de equivocar-
se. La evaluación racional llegará a su debido momento.
Permítanse jugar. Permítanse ser salvajes, locos e irracionales en sus
15 propuestas. La innovación jamás proviene de lugares comunes.
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¿Para qué?
S
iempre admiré y hasta tuve cierta envidia de aquellas personas
que desde niños encontraron su vocación. En mi caso fue un
periplo bastante intenso y por momentos pienso que aún estoy
inmerso en el viaje. Más allá de que existen ambas realidades,
tengo la certeza de que el corazón creativo es un cuestionador nato.
Sin preguntas no hay aprendizaje ni creatividad.
En las clases de creatividad orientada a la publicidad, suelo pregun-
tarles a los estudiantes para qué eligieron esa carrera. Las respuestas
son en su mayoría bastante vagas. Supongo que muchos de ellos, al
igual que me pasó a mí en su momento, encontrarán en la actividad
publicitaria una buena forma de ganarse la vida intercalando expre-
siones creativas con las cuales se sienten afines. Hace un año, en la
ronda tradicional de preguntas, una estudiante me respondió que ha-
bía elegido publicidad porque le gustaba el marketing. Mi pregunta,
una vez más, fue para qué. Su respuesta fue «para vender». Proseguí
con el interrogatorio: «¿Y para qué querés vender o te gusta vender?».
Ella sonrío amablemente y no supo qué responder. Ese fue su inicio
en el semestre.
Un par de meses después, hablando del flow creativo, ese estado men-
tal y emocional en el cual estamos completamente conectados con lo
que estamos haciendo, les pregunté a los estudiantes si recordaban
una experiencia del estilo en el corto plazo. La misma alumna que me
había dicho que había elegido la carrera porque le gustaba vender me
sorprendió con una historia emocionante y reveladora. A principios
de 2016 la ciudad de Dolores, en Uruguay, sufrió un trágico tornado
que la dejó semidestruida. Muchísima gente fue a ayudar como volun-
taria. La alumna en cuestión y su familia eran oriundos de la ciudad,
18 por lo que pasaron varios días en la zona de la catástrofe. En medio
el c or azón
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E
xisten varias teorías sobre el proceso creativo. La mayoría
coincide en los conceptos centrales, más allá de diferir
en las palabras que utilizan. En primer lugar, el proceso
creativo requiere un estudio específico tanto del problema
a solucionar como de consideraciones generales, lo que permitirá
mayores conexiones al momento de generar nuevas ideas. Luego
de incorporar conocimientos, lo que sigue es generar la mayor can-
tidad de conexiones posibles a través de herramientas o técnicas
creativas. Se sugiere un reposo posterior, conocido técnicamente
también como incubación.
Finalmente aparece la idea. El famoso momento de la iluminación,
culturalmente representado por una lamparilla encendida. Y lue-
go, cuando muchos creen de forma equivocada que el trabajo ya
está listo, debemos evaluar si esa nueva idea es la correcta para el
problema previamente planteado: ¿es adecuada a los objetivos? ¿Es
realizable? ¿Tenemos los recursos económicos y humanos para lle-
varla adelante? ¿Lo podremos hacer en el tiempo apropiado? ¿Cómo
la implementamos? Lo singular de los pasos del proceso es que la
práctica varía de persona a persona. Si bien cada paso es relevante,
no hay ninguna certeza de que debe hacerse de una forma u otra.
Lo que sí se recomienda es seguir un orden determinado. Quizás
la primera diferencia esté justamente en el título del libro: el cora-
zón creativo. La pasión que tengamos al momento de la práctica
creativa será esencial en cada uno de los pasos a seguir.
Repasemos lo que sucede en cada etapa del proceso. En primer lugar,
la forma de análisis del problema y del estudio es diferente para cada
una de las partes involucradas. Pongamos como ejemplo el estudio
20 del problema, tanto específico como general. En este caso la analogía
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Reposo e iluminación
Bandeja de entrada: Conexiones
(deportes, meditación,
Problema estudio específico ¿Utilizo alguna técnica
manejar, pasear, mirar
y general en particular?
un espectáculo, etc.)
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En constante movimiento
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l corazón es el primer órgano que se forma. Comienza a latir
a las cuatro semanas de existencia del embrión y no se detiene
durante el resto de nuestra vida. Lo hace sin descanso, ochen-
ta veces por minuto, un promedio de cien mil latidos al día,
que bombean aproximadamente ocho mil litros de sangre. Si el cora-
zón fuera una fuente, de acuerdo a un estudio de Texas Heart Institute,
la potencia haría que la sangre alcanzara una altura de diez metros. Su
función es bombear la sangre para que lleve oxígeno y nutrientes a todo
el cuerpo. Mientras haya vida el corazón no se detiene. Eso quiere de-
cir que nosotros tampoco lo hacemos. Ni siquiera cuando dormimos.
Siempre estamos haciendo algo; nuestro cuerpo trabaja continuamente,
aunque no seamos conscientes de ello.
Si partimos de esa base y lo asociamos a la actividad creativa, podemos
concluir que un corazón creativo tampoco se detiene y se encuentra
en constante movimiento, así sea desde la aparente pasividad de la ob-
servación o el reposo, hasta el momento más activo de la creación, en
este caso, por ejemplo, mientras escribo estas palabras.
Es muy importante aceptar esta condición y hacerla presente para
que todo momento del proceso creativo sea productivo. Mentiría
si dijera que cada vez que me enfrento a un trabajo la creatividad
fluye como por arte de magia. No creo que eso le suceda a nadie de
forma cotidiana y profesional. Sin embargo, la productividad no
necesariamente se manifiesta solo en el producto. El camino hacia
el objetivo será también determinante.
Cuando por fin me tomé en serio la escritura, participé en algunos
certámenes literarios. Luego de varios años, comencé a obtener men-
25 ciones y premios por mi trabajo, en su mayoría cuentos.
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de Eric Berne cuando analiza en profundidad los tres estados del yo:
padre, adulto y niño.
De forma muy simplificada:
Padre: lo que se debe hacer, los prejuicios.
Adulto: el responsable de razonar lo que conviene o no conviene ha-
cer basado en datos de la realidad.
Niño: lo que nos gusta hacer, basado en la emoción, creatividad y el
sentido de la vida.
Recomiendo absolutamente la lectura de ese libro en su totalidad.
No solo por su valor académico, sino por su sensibilidad al momento
de encarar una mejora sustantiva en nuestras relaciones humanas.
Dentro del proceso creativo hay varias etapas. En muchas de ellas
como, por ejemplo, el estudio y la evaluación, están presentes el padre
y el adulto. Pero al momento de crear es el niño el que debe preva-
lecer por sobre todo, sin dejar contaminarse por los otros estados.
El niño debe divertirse, dejar de lado los prejuicios, preconceptos y
críticas y dedicarse a fluir creativamente.
Cuando el padre y el adulto se entrometen en esa etapa del proceso,
no hacen más que paralizar la acción. La estrategia correcta es darle
su espacio oportuno a cada estado del yo de acuerdo a la etapa del
proceso creativo. Así, siempre estamos en movimiento.
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U
no no se imagina cuánto puede llegar a influir en la vida
de los demás. A veces son las palabras justas en el mo-
mento adecuado. Otras veces es a través de un ejemplo
o un mínimo gesto.
Lo más curioso es que cuando crecemos dejamos de buscar algu-
nas respuestas en los lugares y personas más simples y adquirimos
la falsa creencia de que solo un psicólogo, un docente afamado o un
gurú de alguna disciplina oriental puede ayudarnos con determina-
dos problemas.
Si bien hay una gran posibilidad en ello, es increíble pensar en toda la
sabiduría que se nos presenta cada día y a la que no le damos valor. Solo
tenemos que estar atentos. Todos nacemos con el potencial creativo
intacto. Es raro que un niño de cinco años piense que no es creativo.
Algunos niños tienen mayor facilidad para la música, las artes plásticas,
el deporte, un sinfín de actividades. Pero todos confían en que pueden
lograr lo que se proponen. Sin embargo, hay un momento en la vida
en que los juicios de los demás comienzan a contaminar el corazón
creativo. Esas voces que un adulto escucha en su cabeza que le dicen
«no soy lo suficientemente creativo» tienen su origen en determinados
momentos de la niñez y la adolescencia.
Yo tuve la suerte de que, cuando tenía cuatro años, mi maestra Esther
le dijera a mi madre que veía en mí una gran capacidad creativa y
que tratara de cuidarla. Mi madre podría haberlo pasado por alto,
pero se lo tomó muy en serio. Tuvo la sensibilidad como para prestar
atención a esa percepción.
Más adelante, ya en la escuela, tuve una materia que se llamaba
28 «manualidades». Lo único que hacía la maestra de aquel entonces
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era corregirme los trabajos porque yo no los hacía como ella quería.
Siempre me ponía una nota mediocre y me obligaba a estar quieto
como una estatua durante toda la clase. Entonces, lo que se suponía
que debía ser entretenido se transformaba en algo tedioso.
Luego, en el liceo me pasó lo mismo en otras materias. Los conceptos
de algunos docentes podrían haberme desanimado por completo, de
no haber sido por las palabras de Esther y mi madre.
El simple hecho de que desde los cuatro años hayan reforzado mi ca-
pacidad creativa me preparó para enfrentarme a varios momentos de
frustración y salir airoso, porque, en definitiva, sabía que más tarde o
más temprano, con menos o más dedicación, iba a poder solucionar
cualquier desafío que se me presentara. En este preciso momento en
el mundo hay personas enjuiciando y minando el potencial creativo
con el que nacemos.
Los momentos de frustración, que son comunes en toda actividad
humana, conducen inevitablemente hacia el abandono de determi-
nadas áreas de práctica. No porque no seamos capaces de hacerlo,
sino porque el juicio externo e interno nos lleva a refugiarnos en un
lugar más seguro, en aquellas áreas que creemos o nos han dicho
que debemos o podemos dominar. Entonces sobreviene la lógica y
simplemente nos concentramos en aquello en lo que nos han hecho
creer que somos mejores.
Así, el miedo al juicio y al fracaso predominan muchas veces sobre
nuestra propia esencia. Entonces decidimos seguir el camino que esas
voces externas fueron delineando. Pero el corazón creativo nunca se
detiene, y tarde o temprano termina dando señales cuando menos
29 lo esperamos.
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L
a suma de horas que acompañé a mi padre en diversos bares,
cantinas y restaurantes tanto en Montevideo como en otras
ciudades del mundo se convirtieron en una segunda escuela.
Aprendí el arte de la observación. No porque él la practicara
a menudo y me hubiera transmitido lo más relevante de su esencia en
forma consciente. Sino porque no tenía otra cosa para hacer. No había
dispositivos electrónicos en los cuales sumergirme durante horas, ni
otros niños presentes con quienes compartir un momento de juego.
Por momentos, el único sonido era el de una máquina de café, el del
murmullo que venía de la calle o el de la ronca tos de mi padre. En
ocasiones, presenciaba acaloradas charlas entre otros hombres que
se juntaban alrededor de una mesa. Con el paso de los años conocí
todo tipo de personas. Desde importantes empresarios hasta linyeras.
Y puedo decir que de todos ellos me he llevado algo. Cuando uno
empieza a ver que todos tienen el potencial de convertirse en maes-
tros de la vida, así sea por sus cosas buenas o malas, uno aprende a
tratar a todos de la misma manera, regido bajo las mismas premisas:
humildad, bondad y respeto.
Este punto ya genera una apertura a la vivencia de nuevas experien-
cias, y lo que muchas veces puede suponer una amenaza se convierte
en una oportunidad de aprendizaje. La nutrición creativa es un as-
pecto fundamental para obtener mejores resultados. No existe límite
alguno que se pueda imponer. Todo lo que nos rodea es una fuente
inagotable de elementos con los cuales trabajar para mejorar nuestra
capacidad creativa.
Si tenemos en cuenta que las nuevas ideas son producto de combina-
32 ciones de varios elementos, entonces cuantos más elementos tengamos,
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¡Estoy aburrido!
S
upongo que todos los padres habrán escuchado alguna vez a sus
hijos decir que están aburridos. Supongo, también, que todos los
hijos lo habremos dicho en más de una oportunidad. Mi hijo
de seis años lo dice con frecuencia y debe tener cien veces más
juguetes que los que yo tenía a su edad. Eso, sin contar el acceso a con-
tenidos audiovisuales y videojuegos. Cuando los recursos materiales son
limitados es cuando aparece la imaginación. Incluso hasta para aquellos
que creen que la habían perdido. Es que la imaginación es inherente a
la naturaleza humana. Todos nacemos con ella.
Un ejemplo claro de esto sucede cuando a un niño le regalan algo y pre-
fiere jugar más con la caja que con el obsequio. Lo que en un principio
puede ser sorprendente tiene una explicación bastante lógica: la caja le
permite al niño resignificarla de acuerdo a su propia imaginación. El
desarrollo cognitivo y emocional del niño con un juego libre es muy
distinto al que se genera con los juegos estructurados.
Lamentablemente, el juego libre está perdiendo protagonismo, pro-
ducto de las condiciones de vida en las ciudades propias del siglo XXI,
donde el niño, así sea por razones locativas o de seguridad, pierde
libertad de acción. En múltiples charlas sobre creatividad comienzo
mostrando la imagen de una caja y les pregunto a los asistentes qué
ven. Así como en el inicio de El principito, ese maravilloso libro del
francés Antoine de Saint-Exupéry, el adulto veía un sombrero en lu-
gar de una boa que se alimentó de un elefante, en el caso de la caja
todos responden de forma literal.
Pero un niño no ve solo una caja. Ve infinitas posibilidades. Ve un
barco, una casa rodante, una nave espacial, una pantalla de cine, un
35 refugio antimonstruos, una máquina del tiempo.
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E
s extraño ver cómo muchas veces se avanza en la vida de
acuerdo a lo que debería ser y no a lo que somos o sentimos.
Incluso cuando percibimos esas coordenadas correctas desde
nuestro interior, les hacemos más caso a voces ajenas, que
nos llenan la cabeza con un mapa aparentemente perfecto de cómo
deberían ser las cosas. Lo triste es que, tarde o temprano, nos damos
cuenta de que la clave del éxito está en escucharse más a uno mismo
y no definirse tanto por las palabras de los demás. Hay muchísimas
personas que merecen mi absoluta admiración simplemente por saber
desde muy pequeñas en qué consiste su pasión, cuáles son las cosas
que las movilizan desde lo más profundo de su ser. Mi caso no era
precisamente ese. Yo era uno de los que en plena adolescencia no te-
nían la menor idea de lo que irían a hacer en el futuro. No por falta
de pasión, sino por abundancia. No quería restringir mis elecciones
tan temprano, y, sin embargo, tuve que tomar una decisión.
De acuerdo a mis calificaciones, la facilidad que tenía para determi-
nadas materias y consejos familiares, opté por la carrera Economía.
Menos de un año después de haber empezado la facultad, decidí aban-
donarla. No solo no me había gustado, sino que además no me veía
a futuro trabajando como contador o economista en una empresa u
otra organización. En ese momento, como suele suceder, nadie en la
familia recibió la noticia con agrado. La reacción fue bastante simple:
debía encontrar un trabajo. Luego de dejar algunos currículums, me
llegó, a través de un conocido, la oportunidad de acceder al puesto
de cadete en una agencia de publicidad.
Yo no sabía mucho de publicidad más allá de lo que había visto
en la televisión local en los ochenta y noventa, o lo que escuchaba
38 en la radio. Por supuesto que me divertían mucho algunas piezas
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La sabiduría
del error y los fracasos
C
elebro la reciente redención del fracaso como plataforma de
aprendizaje. Durante años, vivimos la intolerancia al error
en todos los aspectos de nuestra vida. La falsa premisa de
una perfección inalcanzable ha hecho mella en muchísi-
mas personas que podrían haber alcanzado su máximo potencial si
no se hubieran paralizado en medio del camino. Hoy la rapidez de
los cambios hacen que el fracaso o el error sean parte de toda expe-
riencia. Y por lo tanto, probar cosas nuevas, adaptarse y mejorarlas
es un proceso continuo. Con la creatividad sucede lo mismo. Si uno
no está dispuesto a equivocarse en el proceso, lo mejor es que ni si-
quiera lo intente.
Es como pretender que un científico encuentre la cura a una enfer-
medad probando la primera combinación de elementos que tiene a
su alcance. Son muchas las horas de laboratorio que requiere un nue-
vo descubrimiento. Lo mismo sucede con las ideas: hay que probar y
equivocarse hasta dar con la solución correcta.
En este caso, como mencionaba anteriormente, la confianza es fun-
damental. Si nos paraliza el fracaso, es muy difícil poder seguir ade-
lante. Sin embargo, si lo tomamos como un trampolín, puede ser la
salvación. La clave: Aprender de todos y de todo.
Luego de entrevistar a varios líderes empresariales en las áreas tecnoló-
gica, empresarial y artística, encontré algo en común en la pasión por
aprender. Eso es lo que realmente los motiva día a día en sus trabajos.
Por otro lado, he visto casos de profesionales que se desmoronan ante
el fracaso. Líderes que no se permiten tener un error, siendo ese su
principal error. Esta forma de entender el proceso creativo está muy
42 lejos de aceptar la mediocridad. Todo lo contrario. Las verdaderas
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Entre la pasión
y la búsqueda de la perfección
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l cambio de milenio fue bastante significativo en mi vida.
Para muchos, habrá sido simplemente el miedo al famo-
so Y2K. En mi caso fue una especie de eclosión. No sé si
la fecha en cuestión haya traído consigo una especie de
crisis existencial para gran parte de los habitantes del planeta, pero
en mi caso generó una extraña mezcla de emociones y consecuen-
tes acciones.
El año 2000 no solo me enfrentó a nuevos desafíos profesionales, sino
que comencé un proceso de experimentación creativa que continúa
hasta el presente. Luego de varios meses sin trabajo, estaba absolu-
tamente quebrado, viviendo en la casa de mi madre. Con la llegada
de las vacaciones de verano, conseguir empleo en Montevideo se ha-
cía aun más difícil. El primo de un amigo me invitó a sumarme a un
grupo que había alquilado una cabaña rústica a metros del océano
Atlántico, a casi trescientos kilómetros de Montevideo. Salvo por él,
no conocía al resto de los acompañantes. Llegué a media mañana con
una mochila y me dirigí al punto de encuentro, cerca de la terminal
de buses. Desde allí caminé hasta una zona rodeada de árboles, donde
se elevaba una cabaña próxima a un estado de demolición. No había
agua potable ni luz; sin embargo, la carencia de comodidades coti-
dianas se suplió con la calidez humana y la magia de la naturaleza.
Fueron días inolvidables, llenos de sol, agua salada, música y una
energía vital abrumadora.
Sin planificarlo en absoluto, con Juan, uno de los habitantes de la caba-
ña, comenzamos a componer canciones a diario. Para la mayor parte
de las ocasiones él componía la música y yo le agregaba la letra. En
44 otras era yo el encargado de generar las melodías, gracias a las pocas
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clases de guitarra que había tomado a los trece años. Con el paso de
los días la química creció y la creatividad comenzó a fluir. Era como
estar inmersos en uno de esos juegos de cuando éramos niños, en los
que uno perdía la noción del tiempo. Luego de aquellas vacaciones,
volvimos a juntarnos a arreglar las canciones que habíamos creado.
Algunas tenían mucho potencial, otras no tanto. Nos quedamos con
cinco y decidimos que el material era suficiente para juntar a otros
músicos amigos y comenzar a ensayarlas. Lo que siguió después me
ha dejado varios aprendizajes.
Durante un par de meses ensayábamos casi a diario y el tiempo de
experimentación era mayor que el de práctica. Con unos pocos te-
mas en carpeta y con más ensayos encima, salimos a la ruta. Tocamos
en algunos boliches de Montevideo y hasta viajamos a una fiesta en
Buenos Aires. Las canciones tenían su encanto, pero el virtuosismo
era escaso. Ni yo sabía cantar, ni el resto de los músicos dominaba
su instrumento a la perfección. Lo que comenzó como un juego dio
paso a un ejercicio constante que se fue convirtiendo en otro traba-
jo. Al año el baterista original dejó la banda y lo sustituyó otro que
dominaba mucho mejor el instrumento. Eso hizo que todos sintié-
ramos que debíamos realizar una notoria mejora si queríamos editar
un primer disco. Los ensayos se pusieron cada vez más exigentes y
el clima se enrareció.
Mi disfrute absoluto estaba en la creación. Pero los ensayos se ba-
saban en la minuciosidad de los detalles. Todo se hacía muy entre-
cortado y comenzó el hastío. El siguiente en dejar la banda fue el
guitarrista, lo que de inmediato generó un temblor en los cimien-
tos del grupo. Con Juan habíamos compuesto todas las canciones.
45 Demián, un amigo de la escuela, vino en su lugar. Su talento natural
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La fiebre
C
omo comentaba previamente, el cambio de milenio me en-
contró sumergido en una crisis vocacional. Durante años
había hecho un enorme sacrificio para poder trabajar en
lo que finalmente creía que era mi gran pasión: la publi-
cidad. Sin embrago, la experiencia en la agencia me generó muchas
dudas al respecto.
Mientras mantenía algunas reuniones con directores creativos de otras
agencias, recibí la propuesta de una radio. El programa periodístico
de la mañana no solo era uno de los más escuchados, sino que man-
tenía un enorme prestigio en la opinión pública.
Luego de un par de charlas con el director de la radio, me ofrecieron
generar ideas creativas para un segmento de humor. A los pocos días
el desafío fue otro. El programa insignia de la tarde dejaría de salir al
aire el próximo año y estaban planificando un cambio de rumbo en ese
horario. Buscaban apartarse del periodismo político y lograr un espacio
más cercano a la audiencia a través del entretenimiento.
Tuve varios encuentros con otros profesionales y directores de la radio.
Trabajamos mucho en la estructura del programa y hasta realizamos
un piloto (capítulo que suele servir a los productores y directores de un
medio para valorar el posible éxito de un proyecto). Finalmente, cuando
todo parecía concretarse, se decidió contratar para el espacio vespertino
a dos reconocidos humoristas que habían dejado su lugar en otra radio
que estaba atravesando serios problemas económicos.
Luego de varias reuniones más, decidieron sumarme al equipo.
Si bien la escritura formaba parte de mi vida y ya había obtenido
47 un primer puesto y menciones en concursos literarios, no tenía
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Aprender a aprender
C
uando estaba atravesando el tercer año de mi carrera uni-
versitaria recibí un consejo que no pasó absolutamente
desapercibido pero al cual no le di la menor oportunidad
en su momento. Uno de los docentes me comentó que
veía en mí un potencial para la escritura de guiones audiovisuales.
Escribía desde chico pero jamás me lo había propuesto como una
profesión. Sin embargo, el eco de las palabras de aquel profesor si-
guieron zumbando en mis oídos, como un insecto revelador. Luego
de finalizar la carrera de Licenciatura en Comunicación Publicitaria,
por primera vez en muchos años mi rutina consistía en trabajar du-
rante el día y descansar por las noches y los fines de semana. Venía
de cuatro años de jornadas laborales completas y largas noches en
la universidad.
Frente a ese escenario decidí posponer mis estudios de especialización
en contenidos audiovisuales. Lo que vino después, como narré en los
capítulos anteriores, fue un par de años en agencias de publicidad,
la posterior crisis vocacional y mi llegada a los medios de comuni-
cación. Los primeros años me encontraron en el aire con un perso-
naje muy parecido a mí. Tenía veintipico, pocas responsabilidades,
cierta inocencia y mucho por aprender. Con el paso de los años el
personaje que funcionaba en la radio y la televisión se fue alejando
de la persona. Era evidente que ya no era el mismo Martín que había
comenzado en la radio seis años atrás. Frente a esa situación, propu-
se varios cambios en la programación de la radio e incluso tanteé la
posibilidad de trabajar en una FM y aprovechar al máximo mi con-
dición de melómano.
50 Pero no tuve feedback. El país estaba inmerso en una gran crisis
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En medio de un terremoto
S
i uno busca las condiciones perfectas para ponerse a crear, se-
guramente lo que esté buscando sean excusas para no enfren-
tarse al desafío. En cuanto a mi experiencia personal y a la de
varios colegas con los que he mantenido varias charlas previo
a la escritura de este libro, las condiciones perfectas rara vez existen.
Por el contrario, el camino hacia la actividad creativa puede estar pla-
gado de excusas, antes, durante y por supuesto, después, sobre todo
si los resultados no son los esperados. La única condición ideal para
crear está en el corazón creativo. Es decir, está en nosotros mismos.
Pensemos en las grandes mentes creativas de todos los tiempos, e
incluso en los colegas con quienes trabajamos a diario en cualquier
disciplina. ¿Cuáles son las condiciones ideales? ¿Una vida personal
perfecta en todos los aspectos, la familia, los amigos, el contexto la-
boral, la situación del país, un mundo sin conflictos?
La creatividad está más asociada al trabajo adaptado a las condicio-
nes que existen que a esperar las condiciones ideales y confiar en esos
mágicos momentos de inspiración.
A los pocos meses de haber ingresado como director creativo en la
productora audiovisual viví el momento más feliz de mi vida: me con-
vertí en padre. Eso, por supuesto, trajo consigo varias dificultades:
pocas horas de sueño, el cambio que produce un nuevo integrante en
la dinámica familiar y una mudanza en el medio.
El nuevo trabajo en la productora no solo exigía experiencia y ofi-
cio, sino el estudio constante de las nuevas tendencias que a nivel
de medios y formatos habían irrumpido en el mundo audiovisual.
53 A su vez, escribía artículos periodísticos semanales para el Círculo
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L
o primero que muchas personas piensan cuando escucha la
palabra «riesgo» es peligro. Es entendible que así sea. Hasta
en el diccionario de la Real Academia Española se hace re-
ferencia a la contingencia o proximidad de un daño.
Sin embargo, el riesgo tiene una cara oculta muy significativa al mo-
mento de afrontar nuevos desafíos. El mayor riesgo en creatividad es
no atreverse a correr riesgos. Una de las dos caras de la palabra suele
generar parálisis y una resistencia natural frente a las nuevas ideas. Pero,
¿qué pasa con todo lo que obviamos ante la inminencia de un cambio?
Muchas veces las grandes cosas de la vida y los mejores aprendizajes
ocurren cuando nos animamos a correr un riesgo. Al hacerlo, incluso
aunque nos vaya de la peor manera imaginada, la pérdida nunca es to-
tal. Siempre nos queda la experiencia. La sabiduría está en aprovecharla
al máximo, para que los nuevos desafíos tengan aún mayores posibi-
lidades de éxito. El simple hecho de no correr riesgos puede generar
otros aun mayores, sobre todo en estos años, en los que los cambios
avanzan más rápido que lo que podemos asimilar. La opción de que-
darse tranquilo y acompasar los diversos movimientos que acontecen
genera una pérdida de competitividad que a veces somos incapaces de
dimensionar. Las veces que me quedé en un trabajo o en una relación
determinada por comodidad o miedo, el riesgo de no correr riesgos
también fue bastante alto. Pensemos solamente en las afecciones físicas
o emocionales de estas acciones o, para ser más precisos, de estas no
acciones. Por otra parte, es curioso cómo la vida te termina moviendo
de lugar o de situación, por más que uno se resista al cambio.
Varias veces escuché la misma historia con diversos protagonistas,
siempre con el mismo denominador común: un movimiento obliga-
56 do que termina generando muchísimas oportunidades.
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¡Mío!
E
s curioso cómo el cerebro se resetea a partir de los tres años.
Hay muchas teorías al respecto y la idea de este libro no es
desarrollarlas. Son muy pocas personas las que conservan
recuerdos de una edad tan temprana. E incluso muchas veces,
ni siquiera están seguros de si esos recuerdos son propios o fueron re-
creados a través de narraciones familiares. Confieso que no conservo
ningún recuerdo de mi vida a los tres años. Aunque supongo que no
habrá sido muy distinta de la de otros niños con respecto al tema que
quiero compartir. A los niños de tres años les cuesta mucho prestar
las cosas. Creen que todo les pertenece, y dejar de lado un pequeño
juguete, por más insignificante que parezca, puede llegar a convertirse
en todo un drama. Esta acción la representan con la palabra «mío».
Expertos en educación sugieren que esto ocurre porque el niño
considera el objeto parte de sí mismo. Con el tiempo, la mayoría de
los niños aprende a desprenderse de los objetos y puede compar-
tirlos con el resto de sus amigos. ¿Qué sucede con la creatividad?
Cuando comencé a trabajar en creatividad estaba convencido de que
cada idea que me surgía era absolutamente mía. Que me pertenecía en
su totalidad. ¡Qué grave equivocación! Cargar sobre mí tanta responsa-
bilidad, en el acierto o en el error. Luego entendí que cada nueva idea
y obra creativa eran parte del equipo de trabajo. Sobre todo gracias a
la sinergia que se generaba entre todos los que participaban durante el
proceso. Hoy creo que es parte de algo mucho más grande y poderoso.
¿Como adultos, podemos decir «mío» cuando hablamos de una crea-
ción? ¿Quién puede decir con absoluta propiedad que algo le pertenece?
Evidentemente, hay una responsabilidad del trabajo en encontrar esa
nueva combinación de viejos elementos y crear algo nuevo. Pero, ¿no
60 son esos elementos con los cuales trabajamos un gran entramado de
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l semestre pasado, un alumno del taller de creatividad que
doy desde hace una década en la universidad se dispuso
a presentar una idea en la que había trabajado durante la
clase. Se trataba de un alumno aplicado, con muy buena
expresión interpersonal.
Apenas llegó hasta la pizarra, dibujó un rectángulo que serviría como
marco para realizar una serie de viñetas y así explicar el material au-
diovisual que había planeado. El rectángulo estaba levemente torcido.
Cualquiera podía notar claramente que no se trataba de un rectán-
gulo perfecto -algo realmente difícil de lograr a mano alzada si no
se es un profesional del dibujo-. Antes de comenzar con la presenta-
ción, lo primero que dijo fue: «Perdón, soy espantoso dibujando». Le
pregunté cuál era el problema, por qué se excusaba y de dónde había
sacado ese juicio que lo atormentaba.
No supo responderme con claridad. Lo tranquilicé diciéndole que
no había ninguna necesidad de dibujar un rectángulo perfecto y que
se diera la libertad de presentar su idea de una forma positiva. Esta
autocrítica previa a una presentación no es un caso aislado. A lo largo
de mis años de docencia universitaria, sobre todo en el área creati-
va, no ha pasado ni un semestre en el que un alumno no comience
la presentación de una idea con la frase «quedó horrible, pero...».
En ese momento, y previo a que continúe con la presentación, suelo
interrumpirlo. Lejos de criticarlo por comenzar con el pie izquierdo,
lo tranquilizo y le pido que confíe en su idea.
Más allá de la autocrítica, tan necesaria al momento de la evaluación
creativa, si llega al instante de una presentación, le especifico que si dio
62 lo mejor de sí en el tiempo que tuvo, no tiene nada de qué excusarse.
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Luego, la idea puede prosperar o no, incluso hasta puede servir como
plataforma para nuevas y mejores ideas. Pero comenzar una presenta-
ción con un juicio tan negativo sobre el trabajo propio es una alarma
que como docente no puedo dejar pasar. La pregunta que me hago es
de dónde provienen esos juicios tan negativos.
En primer lugar, provienen de los demonios internos que se han apo-
derado del corazón creativo. En el próximo capítulo podrán entender
la experiencia del profesor exorcista. Pero los prejuicios limitantes
también surgen de la comparación. Los alumnos suelen ver ideas
publicitarias exitosas en diversos medios. Suelen tenerlas como refe-
rencia. Lo que desconocen, en su corta experiencia de trabajo crea-
tivo, es todo el trabajo que conllevan. Es como pedirle a un niño que
comience a correr antes de dar los primeros pasos.
Cuando finalmente entienden que existe un proceso de aprendizaje
y que apenas están dando los primeros pasos en su profesión, la an-
siedad suele minimizarse. Esto ocurre en muchas otras disciplinas.
Los procesos hay que respetarlos. Si somos parte de la naturaleza,
¿por qué ese patrón debería ser distinto en cuestiones creativas?
¿Quién no recuerda el ejercicio de germinación en la escuela?
Poníamos la semilla en algodón mojado y con el paso del tiempo
aparecía un brote y luego la planta. Había que saber esperar. No es
como bajarse un aplicación en el celular, con la que a los pocos se-
gundos ya estamos jugando.
El caso del bambú es paradigmático en todo a lo que el crecimiento
y el esfuerzo requiere. El bambú crece hacia dentro de la tierra du-
rante años hasta que, en un momento determinado, se expande hacia
63 afuera en pocos días.
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El exorcista:
educación sin demonios
L
o que ocurre en la educación terciaria en el mundo es com-
plejo. La tarea de los educadores universitarios va mucho
más allá de la transmisión de información o el apoyo a la
resolución de diversos problemas.
Estoy inmerso en el sistema educativo desde que tengo memoria.
Primero fue como alumno y luego como docente universitario. En
todos los casos, y sin ninguna excepción, me he enfrentado al mismo
problema. Nadie se encarga de exorcizar los demonios que atormen-
tan a los alumnos desde que ingresan en el sistema escolar.
Hace un par de meses, mi hijo de seis años volvió de la escuela y me
dijo «papá, soy desprolijo». Evidentemente, alguien le mencionó esa
palabra en una circunstancia determinada.
Esa etiqueta, con el tiempo, se transforma en un demonio que lo po-
dría perseguir hasta el fin de sus días si nadie se atreve a exorcizarlo.
Lo primero que le dije fue que él no es desprolijo, que tiene seis años
y que está en pleno proceso de aprendizaje. Le ofrecí mi apoyo y le
dije que si practicaba cada día, iba a poder solucionar cualquier pro-
blema que se le presentara.
Si trasladamos el caso de mi hijo a la educación de millones de estu-
diantes a lo largo del mundo, podemos observar cómo esos juicios
los persiguen hasta el día de hoy.
Evidentemente, uno elige la carrera en la que más se siente cómodo
y donde cree que puede alcanzar su mayor potencial. Sin embargo,
existen muchas materias que ponen a prueba nuestra capacidad de
vencer determinados demonios. Y muchas veces, hay estudiantes que
65 se dan por vencidos.
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n Uruguay, a los quince años el sistema educativo te en-
frenta a tu primera gran decisión con respecto al futuro
profesional. Una vez que se elige un camino, todos los
esfuerzos deben estar destinados a una de esas áreas de
conocimiento. Después viene la universidad, donde una vez más
debemos elegir otra especialización, y luego una especialización
dentro de otra especialización. En algunos casos, esta particulari-
dad del sistema educativo funciona a la perfección. Pensemos, por
ejemplo, en un cirujano especializado en rodillas y otro especia-
lizado en ojos. Si tuvieras que operarte la vista, ¿a cuál de los dos
elegirías?. Sin embargo, esta regla no se cumple en todos los ámbi-
tos. Y ahí está el mayor problema de un sistema educativo que por
un lado tiende a segmentar y por otro a generalizar. En mi adoles-
cencia y primeros años de la juventud, tuve charlas con psicólo-
gos que me aconsejaron dedicarme a una sola tarea. Familiares me
han dicho insistentemente que no puedo seguir experimentando
y cambiando de trabajo una y otra vez. ¿Por qué no? Son cada vez
más los jóvenes estudiantes y profesionales que se encuentran en
una situación similar.
Hace un par de décadas, en un mundo sólido, donde los cambios eran
más resistidos, cuando uno encontraba un lugar no quería moverse
de ahí. Hoy el mundo es más líquido que nunca. Lo sólido tiende a
licuarse y las fronteras, a desaparecer. Las profesiones actualmente
exigen una flexibilidad como pocas veces se ha visto.
El mercado laboral pide curiosidad, creatividad y aprendizaje cons-
tantes. Exige no tener una sola vida, sino varias. Todo lo que nos ha
llevado hasta aquí es parte del aprendizaje necesario para enfrentar
68 cada nuevo desafío.
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C
›
uando estamos atentos al proceso creativo, somos cons-
cientes de que podemos permanecer activos siempre. Todo
está interconectado entre sí. En un mundo ideal, dormi-
mos ocho horas, nos alimentamos de forma saludable, ha-
cemos suficiente ejercicio, mantenemos buenas relaciones humanas
con nuestro entorno y trabajamos y vivimos en espacios llenos de
aire puro, luz natural y música inspiradora.
Pero no vivimos en un mundo ideal. Muchas veces me encuentro ante
la terrible dificultad de lograr concentrarme. Estoy nervioso, inquie-
to, cansado, de mal humor, hambriento o en medio de una reunión
con una energía que te deja por el piso. Pues bien, aquí es donde más
debemos prestarle atención al corazón creativo y pedirle que venga
a nuestro rescate.
¿Cómo? En primer lugar, lo que más recomiendo es mimarse. En vez
de autoflagelarse porque la productividad no es la que pretendemos o
necesitamos en ese momento determinado, hagamos lo contrario a for-
zar una situación que el propio corazón nos está advirtiendo. Mimarse
es darse el tiempo de sanar y recuperar la energía. Para algunos puede
ser una caminata, para otros, tomar un delicioso refresco; otros pre-
ferirán un breve retiro a una sala desierta donde nadie interfiera con
su búsqueda de la tranquilidad. A veces ayuda un helado, una breve
llamada a un ser querido, una ducha refrescante. No hay una receta
única para sentirse mejor. Una vez que acomodamos un poco más el
cuerpo, debemos prestarle atención a cada etapa del proceso creativo.
Siempre podemos hacer cosas productivas. Por ejemplo, durante el
proceso de escritura de este libro, aproveché cada momento de in-
70 quietud o falta de concentración para leer artículos interesantes.
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En lugar de sentir culpa por no estar escribiendo, lo que hice fue su-
plir ese vacío con la primera etapa del proceso creativo: la bandeja
de entrada. En lugar de ser un creador pasivo, me puse en el lugar
de un receptor activo. Es increíble cómo todo ese tiempo, que gene-
ralmente se vive con cierto estrés, pasa a ser sumamente disfrutable.
Cuando uno lo acepta como parte del proceso, la falsa sensación de
no hacer nada desaparece. Despertar la nada y transformarla en una
experiencia activa es una de las armas más poderosas que tiene un
corazón creativo para mantenerse productivo. Con los años pasé de
ser una persona que rendía creativamente más en la noche a una que
alcanza su máxima productividad en la mañana. Ese conocimiento
me permite administrar mejor los tiempos y energías.
Y si dormí mal porque mi hijo estuvo enfermo o porque tuve una
fiesta hasta altas horas de la noche, no fuerzo la mañana. La aprove-
cho al máximo en otras manifestaciones del proceso.
Es así como desaparecen la ansiedad, el miedo, el dolor, y todo se
vuelve más placentero.
71
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L
a sabiduría china lo conoce como el aleteo de una mariposa.
Dicen que esa mínima acción, que es parte de una sucesión
de hechos aparentemente inconexos, puede llegar a modifi-
car todo un sistema incluso hasta en el otro lado del planeta.
En una visión más mundana y menos romántica de la teoría del caos,
yo le llamo «abrir puertas». Cuando comencé la vida laboral tenía la
falsa percepción de que uno abría una puerta e inmediatamente se
encontraba con algo del otro lado. Podía ser una oportunidad, un de-
safío, una disyuntiva o todo lo que uno pudiera imaginarse. Cuando
la puerta se abría, inmediatamente tenía que ver los resultados. La
experiencia me enseñó otra cosa. Y siento que mi deber es transmi-
tir estos conceptos, sobre todo a los que están comenzando su vida
profesional, porque han nacido y viven en un mundo donde la in-
mediatez es una constante. En primer lugar, en cualquier actividad
creativa, nuestro deber es abrir puertas permanentemente. Eso signi-
fica mantenerse en movimiento. En segundo lugar, cuando uno abre
una puerta, puede que del otro lado aparentemente no haya nada.
En ese caso, el peor pecado que podemos cometer como seres crea-
tivos es pegar un portazo. ¿Por qué? Simplemente porque por más
fuerza que hagamos en cerrarla, una vez que la abrimos, la puerta
jamás vuelve a su posición original. Queda una grieta imperceptible
capaz de sorprendernos a lo largo de nuestra vida e incluso hasta en
la de nuestros hijos. En tercer lugar, aceptar que estas son las reglas
del juego nos genera la consciencia de un pensamiento de largo pla-
zo. Toda acción que generamos tendrá su reacción tarde o temprano,
para bien o para mal... E incluso para algo que quizás nunca llegue-
mos a comprender. Para poder abrir puertas es necesario abandonar
72 la idea de la perfección, ese altar inalcanzable donde a veces ponemos
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l ser humano siempre ha utilizado la creatividad para la re-
solución de problemas. Lo más curioso de esta sentencia es
que las distintas soluciones suelen generar nuevos problemas.
Cada vez que me enfrento a un desafío creativo, recuerdo
una pregunta que siempre comparto con mi hijo: ¿en qué equipo esta-
mos? Su respuesta siempre es: «En el equipo de los buenos». Cuando
planteo un objetivo, luego de generar opciones creativas me encuen-
tro en una etapa de evaluación.
La solución que considero más adecuada es la que satisface los intereses
puntuales pero también contribuye al bien común. Si la solución crea-
tiva que planteo es buena para mí, pero puede llegar a ser un problema
aún mayor para el resto de la sociedad, la descarto. Pero medir las con-
secuencias no siempre es tan sencillo. Pensemos en Albert Einstein y en
cómo sus descubrimientos terminaron generando una de las armas de
destrucción masiva más poderosas de la humanidad. ¿Alguna vez fue
su objetivo? ¿En qué equipo jugaba Albert Einstein?
No tengo dudas que estaba en «el equipo de los buenos». La historia
está repleta de estas perversas excepciones.
Más allá de eso, desde nuestro corazón creativo debemos tener en
cuenta esta simple premisa: amar lo que uno hace es hacer las cosas
bien para hacer el bien.
Lo que suceda después, más allá de la meticulosa evaluación que reali-
cemos, será otra obra misteriosa del universo. Eso sí, lo que podemos
controlar, en mayor o menor medida, es definir en qué equipo esta-
mos. Quizás planteando nuestras creaciones de esta forma tengamos
74 la oportunidad de vivir en un mundo mejor.
el c or azón
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E
n una de las cenas que regularmente disfruto con un gru-
po de amigos que tengo la fortuna de mantener desde
la infancia, uno de ellos compartió una ocurrencia que
había leído en las redes sociales y que me pareció reve-
ladora: «Según el cerebro, el cerebro es el órgano más importante
del cuerpo».
Nuestro cerebro es tan inteligente y dominante que primero nos ase-
gura todo su poderío y luego nos llena de excusas cuando algo no
funciona como debería. El cerebro es experto en inventar excusas.
Sobre todo cuando nuestro corazón, algo debilitado por la falta de
confianza, no se cree capaz de llevar adelante cualquier emprendi-
miento. Esto funciona tanto para lo personal como para lo laboral. En
el caso de la creatividad me ha pasado una infinidad de veces, sobre
todo al enfrentarme a la mítica página en blanco.
En lugar de ponerme a escribir, comienzo a hacer todo tipo de cosas
que casi siempre quedan en segundo plano. Desde lavar los platos,
ordenar el comedor, revisar la agenda de la semana, chequear las re-
des sociales y un sinfín de actividades que han llegado incluso hasta
ponerme a cocinar un plato exótico.
Otras veces es mucho más sutil. Las excusas aparecen en forma de
dolores de espalda, cansancio, falta de concentración o la más clá-
sica de todas: «poca inspiración». Así dejamos pasar un día. Total,
mañana las cosas serán distintas. Entonces, como si estuviéramos
inmersos en una máquina del tiempo, pasan una semana, un mes,
y hasta un año. ¿El resultado? La misma página en blanco que el
primer día, o, a lo sumo, algunos garabatos. Debo especificar que la
página en blanco funciona tanto de forma literal como metafórica.
75 Se trata de todo proyecto en el que estemos embarcados.
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E
n los últimos años disfruto mucho visitando reservas naturales
en los distintos lugares del mundo a los que viajo. Si tengo el
suficiente tiempo, suelo hacerme una escapada de la ciudad
para conectarme con la naturaleza propia de cada región.
Recuerdo en especial uno de esos viajes, que compartí con un grupo
de amigas. Había manejado durante varias horas a causa de un impor-
tante desvío por el mantenimiento de una de las autopistas principa-
les. Cualquiera que haya conducido por caminos sinuosos, con poca
visibilidad y durante varias horas, sabe a lo que me refiero. Pasado el
mediodía nos cruzamos con varios restaurantes. Estuve a punto de
frenar en cada uno de ellos. Sin embargo, decidimos seguir adelante
y disfrutar algo ligero en la reserva. Habíamos escuchado que había
cantinas donde comprar desde agua hasta frutos secos, sándwiches,
frutas y golosinas.
Durante el trayecto, veníamos conversando sobre la importancia de
desprogramarse. Fue una conversación sumamente enriquecedora
desde el punto de vista espiritual. Varios de los ocupantes de la camio-
neta habían leído numerosos libros sobre budismo y asistían a clases
de yoga. Antes de entrar a la reserva natural, uno ya podía enfrentarse
a la majestuosidad del paisaje. Elevadas montañas, ríos caudalosos,
vegetación abundante. Todo era un absoluto disfrute para la vista.
Una vez que ingresamos, nos enteramos de que el centro de servicios
se encontraba todavía a una distancia considerable. A esa altura de
la tarde todos estábamos hambrientos, pero ya no había vuelta atrás.
Mientras el cuentakilómetros avanzaba, las señales de los teléfonos
celulares comenzaron a desvanecerse y el equipo del GPS del auto-
77 móvil comenzó a perder referencias salvo en los caminos principales.
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m a r t í n avdolov n aci ó e n Montev ideo,
U r u gu ay, e l 5 de fe bre ro de 1976.
S u tr a baj o como c omu n i cador,
p u b lici s ta , gui on i s ta y e s c ri tor s e
f u e en tre me zcl an do c on e l tiem po,
gen er a n do u n a vas ta e xpe ri encia en
co n ten i dos cre ati vos. I n qui e to por
n a tu r a le za , con u n a c u ri osi dad infinit a
y p a s ión por l a vi da , bu s ca gener ar
u n im pacto posi ti vo e n l as per s onas
a tr av é s de acci on e s qu e ge neren
m ejo re s proce s os y producto s creativ os.