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Si una economía pura de mercado es tan buena, ¿por qué no existe? Si los
gobiernos son tan malos ¿por qué son predominantes hoy en todo el mundo? En
realidad, ¿se va a producir alguna vez una adopción extendida de los mercados
libres?
Muchos autores recientes, incluyendo a Tyler Cowen, 1[1] Cowen y Daniel Sutter,2[2]
Randall G. Holcombe3[3] y Andrew Rutten4[4], cuestionan la viabilidad de una
sociedad libertaria pura.5[5] Mantienen que un sistema así no puede aparecer o
mantenerse porque siempre existirán tanto el incentivo como la capacidad de usar la
fuerza contra otros. Estos autores ofrecen varias razones por las que, incluso si una
sociedad empezara en un mundo libertario perfecto sin estados (como defienden
Murray Rothbard y otros),6[6] los grupos en competencia acabarían formando un
gobierno coactivo.
Si tenemos suerte, no sería demasiado diferente de lo que hoy tenemos, pero podría
ser aún peor. El gobierno puede no ser justo o deseable, pero “el gobierno es
inevitable”.7[7] Aunque estas objeciones se han dirigido específicamente contra ideas
1[1] Tyler Cowen, “Law as a Public Good: The Economics of Anarchy”, Economics and Philosophy,
vol. 8 (1992), pp. 249-267 y “Rejoinder to David Friedman on the Economics of Anarchy”, Economics
and Philosophy, vol. 10 (1994), pp. 329-332.
2[2] Tyler Cowen y Daniel Sutter, “The Costs of Cooperation”, Review of Austrian Economics, vol. 12
(1999), pp. 161-173. y “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”, Review of Austrian
Economics, vol. 18, nº 1 (2005), pp. 109-115.
3[3] Randall G. Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable”, Independent Review, vol. 8
(2004), pp. 325-342; “Is Government Inevitable? Reply to Lesson and Stringham”, Independent
Review, vol. 9, nº 4 (2005), pp. 551-557 e “Is Government Really Inevitable?” Journal of Libertarian
Studies, vol. 21, nº 1 (2007), pp. 41-48.
4[4] Andrew Rutten, “Can Anarchy Save Us from Leviathan?” Independent Review, vol. 3 (1999), pp.
581-593.
5[5] Para un visión general de una economía libertaria o libre de estado pura, ver Murray Rothbard,
For a New Liberty: Libertarian Manifesto (San Francisco: Fox and Wilkes, 1996) y Edward Stringham,
ed., Anarchy and the Law: The Political Economy of Choice (Somerset, N.J.: Transaction Publishers,
2007).
6[6] Ver Rothbard, For a New Liberty.
7[7] Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable”, p. 333. Rothbard apuntaba en For a New
Liberty que “Es particularmente importante para el Estado hacer que su gobierno parezca inevitable:
libertarias radicales, se aplican más ampliamente y son relevantes para el asunto
general del cambio social.
Este marco limitado se encuentra en todos los economistas neoclásicos, desde los
defensores de un cambio radical, como David Friedman, 9[9] a quienes aceptan el
status quo, como George Stigler. 10[10] Una buena parte del programa de la
economía normativa de la elección pública y constitucional es construir “instituciones
a prueba de bellacos” que sean inmunes ante gente actuando como el “hombre
económico oportunistamente racional”.11[11]
incluso si no gusta su reinado, como suele pasar, encontrará la resignación pasiva expresada en la dupla
familiar de ‘muerte e impuestos’” (p. 70).
8[8] Murray N. Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics”, en On
Freedom and Free Enterprise: Essays in Honor of Ludwig von Mises, ed. Mary Sennholz (Princeton,
N.J.: Van Nostrand Company, 1956).
9[9] David Friedman, The Machinery of Freedom: Guide to a Radical Capitalism, 2ª ed. (La Salle, Ill.:
Open Court, 1989).
10[10] George Stigler, The Economist As Preacher and Other Essays (Chicago: University of Chicago
Press, 1982). [Publicada en España como El economist como predicar y otros ensayos (Barcelona:
Ediciones Folio, 1997)].
11[11] Hartmut Kliemt, “Public Choice from the Perspective of Philosophy”, en Friedrich Schneider,
ed., The Encyclopedia of Public Choice (Nueva York: Kluwer, 2004), pp. 235-244. Además de los
economistas de la elección pública, otros que buscan formas de restringir las instituciones políticas
incluyen a Russell Hardin, Liberalism, Constitutionalism, and Democracy (Oxford: Oxford University
Press, 1999), Douglass C. North, Institutions, Institutional Change and Economic Performance
(Cambridge, Mass.: Cambridge University Press, 1990) y Barry R. Weingast, ·The Economic Role of
Political Institutions: Market Preserving Federalism and Economic Development”, Journal of Law,
Economics, and Organization, vol. 11 (1995), pp. 1-31. Nuestra postura es más fundamental, porque
cuestionamos si las reglas constitucionales o las estructuras políticas pueden restringir
significativamente al gobierno. Como escribe Gordon Tullock, “La opinión de que el gobierno puede
limitarse por provisiones concretas es ingenua. Alguien debe aplicar esas provisiones y sea quien sea el
que las aplique no está limitado”. Para más sobre esto, ver Andrew Farrant, “Robust Institutions: The
Logic of Levy?” Review of Austrian Economics, vol. 17 (2004), pp. 447-451. Defendemos que en
definitiva la única restricción aplicable al gobierno es la ideología, es decir, las preferencias de la
opinión pública.
sino también intenta cambiar las preferencias convenciendo a la gente de que fumar
no es algo bueno.
12[12] Un economista neoclásico que analice la campaña contra el tabaco debería intentar rescatar la
suposición de preferencias constantes basándose en la explicación de Gary Becker de los “bienes Z”.
Ver Gary Becker, “A Theory of the Allocation of Time”, Economic Journal, vol. 75, nº 299 (1965), pp.
493-508. Los cigarrillos, en lugar de ser tratados como un bien de consumo final (bien X) podrían ser
analizados como una entrada para lo que Becker llama los bienes Z, que requieren otros bienes para que
los produzca una familia. Por ejemplo, una comida en un bien Z que requiere diversos ingredientes. Ver
Robert B. Eklund, Robert F. Hébert y Robert D. Tollison, The Marketplace of Christianity (Cambridge,
Mass.: MIT Press, 2006). Si suponemos que los fumadores tienen información imperfecta acerca de los
efectos de fumar, podríamos analizar los anuncios contra el tabaco como algo que simplemente
proporciona información adicional acerca de los efectos de fumar, una de las múltiples entradas en el
bien Z de la relajación. En este caso, el cambio de comportamiento no se produce por ningún cambio en
las preferencias. Igualmente podríamos analizar el libertarismo como una entrada para el bien Z de
llevar una buena vida. Así, informar a la gente acerca de los beneficios y costes de los mercados frente
al gobierno simplemente les ayuda a ver los verdaderos costes de los bienes de entrada. En su extremo,
este marco neoclásico elimina cualquier cambio de preferencia definiendo como constante la función de
utilidad del individuo. Aunque resulte una estratagema filosófica intrigante, encontramos a esta
definición tautológica de la utilidad aún menos útil para entender el mundo real que la definición
tautológica del propio interés que conlleva cada acción, no importa lo altruista que parezca. (Además,
la afirmación de que los consumidores no saben lo que es mejor para ellos contradice la suposición
estrictamente neoclásica de información perfecta). Preferimos confiar en las palabras del lenguaje
diario. En todo caso, redenominar un cambio de preferencia como información mejorada que cambia
los incentivos no disminuye el poder de nuestra argumentación. Queda un distinción, como quiera que
la llamemos, entre alterar directamente las consecuencias de una acción y alterar la percepción de las
consecuencias para un individuo. Los economistas neoclásicos casi invariablemente limitan sus análisis
a la aproximación directa.
13[13] Avner Greif, Institutions and the Path to the Modern Economy: Lessons from Medieval Trade
(Cambridge: Cambridge University Press, 2006).
14[14] Douglass C. North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast, Violence and Social Orders: A
Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History (Cambridge: Cambridge University
Press, 2009).
La historia ofrece muchos ejemplos en los que las preferencias de gente suficiente
cambiaron tanto como para que se produjeran cambios significativos en las políticas.
Al eliminar este corsé analítico impuesto por la economía neoclásica, los
economistas podrían haber tenido mucho más que ofrecer acerca de cómo mejorar
el mundo. No estamos diciendo que el libertarismo requiera convencer al 100% de la
gente para que apoye una sociedad libre. En su lugar, siguiendo a Murray
Rothbard,15[15] decimos que el libertarismo (o cualquier otro sistema) requiere el
apoyo de cierta masa crítica. Cuando gente suficiente apoye una sociedad libre y
retire su apoyo a los gobiernos, la capacidad de los pretendidos depredadores de
crear un gobierno disminuirá.
Cowen y Sutter continúan con la afirmación más general de que los mismos factores,
como la cooperación, que podrían hacer posible una sociedad libertaria también
pueden hacer probable el gobierno.18[18] Cowen y Sutter resumen si la sociedad civil
puede usar normas para aplicar soluciones cooperativas, la misma sociedad será
propensa a cierto tipo de cárteles. En otras palabras, las características sociales que
promueven la cooperación producirán malos resultados igual que buenos resultados.
Por ofrecer un ejemplo sencillo, los nazis confiaban en la cooperación además de en
sus evidentes elementos coactivos para perpetrar su crímenes. La capacidad de
organización es por tanto una bendición mixta.19[19]
15[15] Murray N. Rothbard, Four Strategies for Libertarian Change (Londres: Libertarian Alliance,
1989).
16[16] Cowen y Sutter, “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”.
17[17] Cowen, “Law as a Public Good” y “Rejoinder to David Friedman”.
18[18] Cowen and Sutter, “The Costs of Cooperation”.
19[19] Cowen and Sutter, “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”, p. 109.
El ejemplo nazi debería haber alertado a Cowen y Sutter sobre el papel crucial de la
ideología. En su lugar, concluyen que una sociedad libertaria es improbable que
sobreviva a causa de una “paradoja de la cooperación”. Alguna gente sería capaz de
cooperar lo suficiente como para amenazar a otros con el gobierno o la fuerza
privada. Cowen y Sutter consideran a este problema como una característica
prácticamente inevitable de una sociedad sin estado.
Algunos autores han cuestionado las afirmaciones de Cowen y Sutter acerca de que
las redes de industrias generen cárteles,20[20] pero los autores replican que los
cárteles son posibles en redes de industrias que usen la fuerza. 21[21] Argumentan
que incluso si la mayoría de la gente fuera pacífica, los grupos más poderosos
podrían amenazar a otros, que tendrían pocas oportunidades, salvo someterse.
Representan este escenario usando una sencilla teoría de juegos. Aunque las
víctimas estarían mejor no siendo tales, están mejor sometiéndose con responder
que peleando, porque las confrontaciones son onerosas. Probablemente por esto la
mayoría de la gente paga al atracador o al recaudador aunque prefieran no hacerlo:
perder su dinero es mejor que buscar la confrontación y potencialmente perder su
vida.
Debemos tomar en serio el hecho de que existen gobiernos en todo el mundo, para
lo bueno o para lo malo. (…) La historia demuestra “cooperar para coaccionar” es
algo relativamente fácil de hacer, independientemente de camino exacto hasta ese
estado final de cosas.22[22]
Para todos estos autores, los libertarios están en un punto muerto. Incluso si la gente
reconociera que los mercados son buenos y la coacción mala, siempre alguien
intentaría utilizar el gobierno coactivo porque le interesaría hacerlo. Estos críticos
podrían calificarse como admiradores pesimistas del libertarismo. Las ideas
libertarias son buenas, pero imposibles en la práctica.
El problema es más crudo en el artículo más reciente de Cowen, en el que toma las
opiniones políticas actuales como fijas y asume que la mayoría considera al gobierno
con un bien normal igual que muchos otros. En este mundo actual, eso puede ser
verdad. Pero supongamos que los defensores de los mercados libres tengan razón
en que los mercados son más civilizados y humanos27[27] y que el punto de vista
más sofisticado y cultivado sea apoyar la libertad por encima de la coacción. Es una
cuestión abierta, pero a medida que aumentan los ingresos de las personas y se
convierten en mejor educados, es probable que puedan convertirse en menos
estatistas.28[28] Bajo estas circunstancias, el estatismo no sería un bien normal, sino
un bien inferior.
27[27] Ver Wilhelm Röpke, A Humane Economy (Chicago: Henry Regnery, 1960).
28[28] Ver Bryan Caplan, “How Economists Misunderstand Voters, and Why Libertarians Should
Care”, Independent Review, vol. 5, nº 4 (2001), pp. 539-563.
machina”.29[29] Pero Cowen y Sutter admiten que “la eficacia cooperativa se refiere
sólo a la capacidad de una comunidad de unirse en una acción colectiva; la
selección de proyectos a realizar es una cuestión distinta”. 30[30] En otras palabras.
Puede concebirse que la gente pueda cooperar para alcanzar bienes o males
públicos. Los nazis buscaban males públicos, pero este resultado no es universal.
¿Qué factores influyen en una mezcla de bienes y males públicos en una sociedad?
De acuerdo con Cowen y Sutter, esta “cuestión distinta” la deciden los “líderes y
funcionarios de la comunidad” basándose en qué proyectos “se ajustan a sus
propios intereses”. Entonces, ¿qué determina sus intereses? Aquí volvemos
implícitamente a las instituciones y la ideología, salvo que Cowen y Sutter quieran
cambiar la ideología por el deus ex machina de las preferencias de los líderes y los
funcionarios.
¿Podrían las preferencias cambiar alguna vez tanto como para que la gente reclame
menos estado y más restricciones al gobierno? Si adoptamos las suposiciones
estrechas neoclásicas de la elección pública de Cowen y Sutter, le respuesta
probablemente será “no”, pues las preferencias son estáticas en modelos
neoclásicos estrictos. Pero esta posición olvida dos hechos importantes acerca del
mundo, a saber, que la opinión pública cambia a menudo y que la opinión pública sí
importa.
Aquí reside el clave para cambiar la sociedad: en cambiar la opinión pública o las
preferencias de la gente hacia el gobierno. Y la única forma en es probable que la
gente cambie sus preferencias es a través de la educación y la persuasión: la fuerza
es ineficaz. Por esto los economistas libertarios de distintos tipos creen que la
educación económica desempeña un papel tan crucial.
32[32] Caplan, en The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies (Princeton,
N.J.: Princeton University Press, 2007), argumenta que es probable que la gente reclame más políticas
económicamente “irracionales” o contraproducnetes cuando el coste marginal sea bajo. Trabajando
dentro del marco de su modelo, podríamos reducir de dos formas la cantidad de políticas irracionales
demandas. La primera es alterar las limitaciones para aumentar el coste marginal personal de la gente
que reclame políticas irracionales. Alterando así los incentivos sería moverse a lo largo de la curva de
demanda de las políticas irracionales. Pero una segunda forma de disminuir el número de políticas
irracionales demandadas sería producir un cambio en la curva de demanda de políticas irracionales. El
análisis de Caplan sugiere que como la gente con mejor formación es más probable que piensen como
economistas, aumentar la educación es una forma importante de cambiar las creencias de economía
política.
33[33] Rothbard, Four Strategies for Libertarian Change.
34[34] Jeffrey Rogers Hummel, “National Goods Versus Public Goods: Defense, Disarmament, and
Free Riders”, Review of Austrian Economics, vol. 4 (1990), pp. 88-122 y “The Will to Be Free: The
Role of Ideology in National Defense”, Independent Review, vol. 5 (2001), pp. 523-537.
de su empeoramiento.35[35] Tampoco consideran la posibilidad de que la acción
voluntaria pueda ser capaz de resolver muchos de los supuestos fallos del mercado.
Si los mercados libres pueden hacer maravillas, como creen los economistas
libertarios,36[36] entonces no hay razón inherente por la que las que la opinión
pública necesite demandar eternamente o incluso tolerar al estado. Frédéric Bastiat
mantiene que a la opinión pública general se le ha vendido un derecho a los
bienes.37[37] Se ha persuadido a la opinión pública para que crea en la necesidad de
una intervención del gobierno en muchas áreas.
Aún así, si los economistas del libre mercado se abrieran camino, la gente creería
otra cosa y se comportaría de otra forma. Cuando aparecerá un problema, la gente
no se dirigiría inmediatamente al estado para que lo solucionara. Cuando el estado
tratara de adoptar nuevos papeles la gente saltaría. Un pequeño grupo de personas
podría tratar de usar la fuerza para imponer su voluntad, pero sin un apoyo o
aceptación general por la opinión pública, esa minoría tendría muy difícil seguir
adelante.38[38] Como escribe Rothbard, “Desaparecerían las ropas del emperador de
la supuesta preocupación altruista por el bienestar común”.39[39]
A cierto nivel, nuestro argumento parece evidentemente cierto. Como nos escribió
uno de nuestros colegas asociados con la Review of Austrian Economics, “la tesis
central del escrito es que la anarquía libertaria prevalecería donde todos sean
anarquistas libertarios. Esto es indiscutible”. Aún así, como hemos demostrado,
realmente es algo polémico. Las objeciones de quienes cuestionan la viabilidad o
estabilidad de una sociedad libre del estado (frente a su atractivo) se basan todas en
el rechazo implícito o explícito del tópico de que las ideas tienen consecuencias.
Probablemente toda sociedad tendrá siempre alguna gente que quiera usar la
fuerza. Pero creemos que la gente sólo puede utilizar la fuerza a gran escala si está
apoyada por suficiente gente. Sin un apoyo extendido, la capacidad de crear
gobiernos disminuye.
35[35] Ver Robert Higgs, Against Leviathan: Government Power and a Free Society (Oakland, Calif.:
The Independent Institute, 2004) y Neither Liberty nor Safety: Fear, Ideology, and the Growth of
Government (Oakland, Calif.: The Independent Institute, 2007).
36[36] Rothbard, For a New Liberty.
37[37] Frederic Bastiat, Economic Sophisms, trad. Arthur Goddard (Irvington-on-Hudson, N.Y.:
Foundation for Economic Education, 1964).
38[38] Murray N. Rothbard, “Concepts of the Role of Intellectuals in Social Change Towards Laissez
Faire”, Journal of Libertarian Studies, vol. 9, nº 2 (1990), p. 47.
39[39] Rothbard, For a New Liberty, p. 72.
invocar el problema de los bienes públicos o una de sus muchas variantes, como el
dilema del prisionero o la dependencia del camino. Pero esto genera una objeción
completa de todos los tipos de mejora en política.
Aun así, la historia está llena de ejemplos en los que movimientos de masas con
espíritu público superan los incentivos del free-rider para alcanzar victorias
significativas contra el poder del estado (…). El Premio Nobel Douglass C. North ha
observado que “la observación casual (…) confirma el enorme número de casos en
los que se produce la acción de un grupo grande y resulta ser una fuerza
fundamental para el cambio”.40[40] Una vez que reconocemos que la gente no
siempre se comporta siguiendo su estrecho interés propio, que algunas veces (si no
siempre) es capaz de mostrar un altruismo ideológico o de trabajar para alcanzar
objetivos cuaya recompensa material no les compensa totalmente sus esfuerzos,
que en un mundo las preferencias son realmente flexibles, entonces el poder de las
ideas se hacen predominantes, como han apuntado con detalle Hummel, Caplan y
Stringham, Higgs y North.
Así que el factor definitivo en esta visión del mundo es la opinión pública. Cuanta
más gente adopte una cultura de empresa, más posible es que se genere un sistema
de mercados libres. ¿Es inevitable el mundo en el que la mayoría de la gente apoye
una economía pura de mercado, como se deduce del argumento de Fukuyama de la
inevitabilidad de la democracia liberal?41[41] No creemos que ningún mundo sea
inevitable, pero creemos que es indudablemente posible cambiar las preferencias
para apoyar una economía pura de mercado.
40[40] Douglass C. North, Structure and Change in Economic History (Nueva York: W.W. Norton,
1981), pp. 10-11. [Publicado en España como Estructura y cambio en la historia económica (Madrid:
Alianza Editorial, 1994)]
41[41] Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (Nueva York: Free Press, 1992).
[Publicado en España como El fin de la historia y el nuevo hombre (Barcelona: Planeta, 1992)]
42
[1] Tyler Cowen, “Law as a Public Good: The Economics of Anarchy”, Economics and Philosophy, vol.
8 (1992), pp. 249-267 y “Rejoinder to David Friedman on the Economics of Anarchy”, Economics and
Philosophy, vol. 10 (1994), pp. 329-332.
43
[2] Tyler Cowen y Daniel Sutter, “The Costs of Cooperation”, Review of Austrian Economics, vol. 12
(1999), pp. 161-173. y “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”, Review of Austrian
Economics, vol. 18, nº 1 (2005), pp. 109-115.
44
[3] Randall G. Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable”, Independent Review, vol. 8
(2004), pp. 325-342; “Is Government Inevitable? Reply to Lesson and Stringham”, Independent Review,
vol. 9, nº 4 (2005), pp. 551-557 e “Is Government Really Inevitable?” Journal of Libertarian Studies, vol.
21, nº 1 (2007), pp. 41-48.
45
[4] Andrew Rutten, “Can Anarchy Save Us from Leviathan?” Independent Review, vol. 3 (1999), pp.
581-593.
46
[5] Para un visión general de una economía libertaria o libre de estado pura, ver Murray Rothbard, For
a New Liberty: Libertarian Manifesto (San Francisco: Fox and Wilkes, 1996) y Edward Stringham, ed.,
Anarchy and the Law: The Political Economy of Choice (Somerset, N.J.: Transaction Publishers, 2007).
47
[6] Ver Rothbard, For a New Liberty.
48
[7] Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable”, p. 333. Rothbard apuntaba en For a New
Liberty que “Es particularmente importante para el Estado hacer que su gobierno parezca inevitable:
incluso si no gusta su reinado, como suele pasar, encontrará la resignación pasiva expresada en la
dupla familiar de ‘muerte e impuestos’” (p. 70).
49
[8] Murray N. Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics”, en On Freedom
and Free Enterprise: Essays in Honor of Ludwig von Mises, ed. Mary Sennholz (Princeton, N.J.: Van
Nostrand Company, 1956).
50
[9] David Friedman, The Machinery of Freedom: Guide to a Radical Capitalism, 2ª ed. (La Salle, Ill.:
Open Court, 1989).
51
[10] George Stigler, The Economist As Preacher and Other Essays (Chicago: University of Chicago
Press, 1982). [Publicada en España como El economist como predicar y otros ensayos (Barcelona:
Ediciones Folio, 1997)].
52
[11] Hartmut Kliemt, “Public Choice from the Perspective of Philosophy”, en Friedrich Schneider, ed.,
The Encyclopedia of Public Choice (Nueva York: Kluwer, 2004), pp. 235-244. Además de los
economistas de la elección pública, otros que buscan formas de restringir las instituciones políticas
incluyen a Russell Hardin, Liberalism, Constitutionalism, and Democracy (Oxford: Oxford University
Press, 1999), Douglass C. North, Institutions, Institutional Change and Economic Performance
(Cambridge, Mass.: Cambridge University Press, 1990) y Barry R. Weingast, ·The Economic Role of
Political Institutions: Market Preserving Federalism and Economic Development”, Journal of Law,
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Economics, and Organization, vol. 11 (1995), pp. 1-31. Nuestra postura es más fundamental, porque
cuestionamos si las reglas constitucionales o las estructuras políticas pueden restringir
significativamente al gobierno. Como escribe Gordon Tullock, “La opinión de que el gobierno puede
limitarse por provisiones concretas es ingenua. Alguien debe aplicar esas provisiones y sea quien sea el
que las aplique no está limitado”. Para más sobre esto, ver Andrew Farrant, “Robust Institutions: The
Logic of Levy?” Review of Austrian Economics, vol. 17 (2004), pp. 447-451. Defendemos que en
definitiva la única restricción aplicable al gobierno es la ideología, es decir, las preferencias de la
opinión pública.
53
[12] Un economista neoclásico que analice la campaña contra el tabaco debería intentar rescatar la
suposición de preferencias constantes basándose en la explicación de Gary Becker de los “bienes Z”.
Ver Gary Becker, “A Theory of the Allocation of Time”, Economic Journal, vol. 75, nº 299 (1965), pp. 493-
508. Los cigarrillos, en lugar de ser tratados como un bien de consumo final (bien X) podrían ser
analizados como una entrada para lo que Becker llama los bienes Z, que requieren otros bienes para
que los produzca una familia. Por ejemplo, una comida en un bien Z que requiere diversos ingredientes.
Ver Robert B. Eklund, Robert F. Hébert y Robert D. Tollison, The Marketplace of Christianity
(Cambridge, Mass.: MIT Press, 2006). Si suponemos que los fumadores tienen información imperfecta
acerca de los efectos de fumar, podríamos analizar los anuncios contra el tabaco como algo que
simplemente proporciona información adicional acerca de los efectos de fumar, una de las múltiples
entradas en el bien Z de la relajación. En este caso, el cambio de comportamiento no se produce por
ningún cambio en las preferencias. Igualmente podríamos analizar el libertarismo como una entrada
para el bien Z de llevar una buena vida. Así, informar a la gente acerca de los beneficios y costes de los
mercados frente al gobierno simplemente les ayuda a ver los verdaderos costes de los bienes de
entrada. En su extremo, este marco neoclásico elimina cualquier cambio de preferencia definiendo
como constante la función de utilidad del individuo. Aunque resulte una estratagema filosófica intrigante,
encontramos a esta definición tautológica de la utilidad aún menos útil para entender el mundo real que
la definición tautológica del propio interés que conlleva cada acción, no importa lo altruista que parezca.
(Además, la afirmación de que los consumidores no saben lo que es mejor para ellos contradice la
suposición estrictamente neoclásica de información perfecta). Preferimos confiar en las palabras del
lenguaje diario. En todo caso, redenominar un cambio de preferencia como información mejorada que
cambia los incentivos no disminuye el poder de nuestra argumentación. Queda un distinción, como
quiera que la llamemos, entre alterar directamente las consecuencias de una acción y alterar la
percepción de las consecuencias para un individuo. Los economistas neoclásicos casi invariablemente
limitan sus análisis a la aproximación directa.
54
[13] Avner Greif, Institutions and the Path to the Modern Economy: Lessons from Medieval Trade
(Cambridge: Cambridge University Press, 2006).
55
[14] Douglass C. North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast, Violence and Social Orders: A
Conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History (Cambridge: Cambridge University
Press, 2009).
56
[15] Murray N. Rothbard, Four Strategies for Libertarian Change (Londres: Libertarian Alliance, 1989).
57
[16] Cowen y Sutter, “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”.
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[17] Cowen, “Law as a Public Good” y “Rejoinder to David Friedman”.
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[18] Cowen and Sutter, “The Costs of Cooperation”.
60
[19] Cowen and Sutter, “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”, p. 109.
61
[20] David Friedman respondía al artículo inicial de Cowen (“Law as a Public Good·) en “Law as a
Private Good: A Response to Tyler Cowen on the Economics of Anarchy”, Economics and Philosophy,
vol. 10 (1994), pp. 319-327, mientras que Bryan Caplan y Edward P. Stringham respondían, en
“Networks, Law, and the Paradox of Cooperation”, Review of Austrian Economics, vol. 16, nº 4 (2003),
pp. 309-326, al ultimo trabajo de Cowen y Sutter (“The Costs of Cooperation”). Caplan y Stringham
apunta que solo porque la gente pueda cooperar hasta cierto punto no significa que puedan operar en
secreto en todos los límites. Por ejemplo, los bancos pueden coordinarse para hacer sus tarjetas de
débito aceptables para otros bancos, pero les sería mucho más difícil ponerse de acuerdo en tipos de
interés.
62
[21] Cowen y Sutter, “Conflict, Cooperation and Competition in Anarchy”.
63
[22] Ibíd., p. 113.
64
[23] Para un visión general de los argumentos de la elección pública acerca de la anarquía, ver
Edward Stringham, ed., Anarchy, State, and Public Choice (Cheltenham: Edward Elgar, 2005). Para
respuestas a “Government: Unnecessary but Inevitable”, de Randall Holcombe, ver Peter T. Leeson y
Edward P. Stringham, “Is Government Inevitable? Comment on Holcombe's Analysis”, Independent
Review, vol. 9, nº 4 (2005), pp. 543-549; Walter Block, “Government Inevitability: Reply to Holcombe”,
Journal of Libertarian Studies, vol. 19, no. 3 (2005), pp. 71-93 y Randall G. Holcombe, “Is Government
Inevitable? Reply to Lesson and Stringham” y “Is Government Really Inevitable?”
65
[24] Holcombe, “Government: Unnecessary but Inevitable”, p. 326.
66
[25] Cowen, “Law as a Public Good”, pp. 252, 261.
67
[26] Tyler Cowen, “The Paradox of Libertarianism”, Cato Unbound (11 de marzo de 2007). Cowen no
especifica si el resultante crecimiento del gobierno es meramente per cápita o como porcentaje de la
producción total y tal vez sea injusto por nuestra parte esperar demasiado rigor en un comentario
popular en línea. Pero en una economía en crecimiento, el tamaño del gobierno puede estar
aumentando per cápita y aún así disminuir en relación con el tamaño de la economía. Si por otro lado,
Cowen está resucitando la cansina afirmación progresista del siglo XX de que el gobierno debe crecer
como un porcentaje del PIB a medida que la economía se hace más grande y más compleja, esta
afirmación parece ser empíricamente dudosa en Estados Unidos, al menos al observar las tendencias
seculares del periodo al que se refiere, es decir, las últimas décadas.
68
[27] Ver Wilhelm Röpke, A Humane Economy (Chicago: Henry Regnery, 1960).
69
[28] Ver Bryan Caplan, “How Economists Misunderstand Voters, and Why Libertarians Should Care”,
Independent Review, vol. 5, nº 4 (2001), pp. 539-563.
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[29] Cowen, “Law as a Public Good”, p. 251.
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[30] Cowen and Sutter, “The Costs of Cooperation”, p. 165. Itálicas añadidas.
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[31] Friedman, The Machinery of Freedom, p. 117.
73
[32] Caplan, en The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies (Princeton,
N.J.: Princeton University Press, 2007), argumenta que es probable que la gente reclame más políticas
económicamente “irracionales” o contraproducnetes cuando el coste marginal sea bajo. Trabajando
dentro del marco de su modelo, podríamos reducir de dos formas la cantidad de políticas irracionales
demandas. La primera es alterar las limitaciones para aumentar el coste marginal personal de la gente
que reclame políticas irracionales. Alterando así los incentivos sería moverse a lo largo de la curva de
demanda de las políticas irracionales. Pero una segunda forma de disminuir el número de políticas
irracionales demandadas sería producir un cambio en la curva de demanda de políticas irracionales. El
análisis de Caplan sugiere que como la gente con mejor formación es más probable que piensen como
economistas, aumentar la educación es una forma importante de cambiar las creencias de economía
política.
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[33] Rothbard, Four Strategies for Libertarian Change.
75
[34] Jeffrey Rogers Hummel, “National Goods Versus Public Goods: Defense, Disarmament, and Free
Riders”, Review of Austrian Economics, vol. 4 (1990), pp. 88-122 y “The Will to Be Free: The Role of
Ideology in National Defense”, Independent Review, vol. 5 (2001), pp. 523-537.
76
[35] Ver Robert Higgs, Against Leviathan: Government Power and a Free Society (Oakland, Calif.: The
Independent Institute, 2004) y Neither Liberty nor Safety: Fear, Ideology, and the Growth of Government
(Oakland, Calif.: The Independent Institute, 2007).
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[36] Rothbard, For a New Liberty.
78
[37] Frederic Bastiat, Economic Sophisms, trad. Arthur Goddard (Irvington-on-Hudson, N.Y.:
Foundation for Economic Education, 1964).
79
[38] Murray N. Rothbard, “Concepts of the Role of Intellectuals in Social Change Towards Laissez
Faire”, Journal of Libertarian Studies, vol. 9, nº 2 (1990), p. 47.
80
[39] Rothbard, For a New Liberty, p. 72.
81
[40] Douglass C. North, Structure and Change in Economic History (Nueva York: W.W. Norton, 1981),
pp. 10-11. [Publicado en España como Estructura y cambio en la historia económica (Madrid: Alianza
Editorial, 1994)]
82
[41] Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man (Nueva York: Free Press, 1992).
[Publicado en España como El fin de la historia y el nuevo hombre (Barcelona: Planeta, 1992)]
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