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Sin embargo, el hombre conserva el poder para practicar las virtudes naturales
que son: la prudencia, la justicia, el valor y control propio; pero éstas, si bien
producen cierto grado de felicidad, no son suficientes para capacitar al hombre
a alcanzar su fin verdadero que es: la visión de Dios. Sólo la gracia gratuita e
inmerecida puede restaurar al hombre al favor de Dios y capacitarlo para
practicar las virtudes cristianas.
Ahora bien, el concepto de justicia que Santo Tomás desarrolla, tiene su origen
en Platón, para quien todas las virtudes se basan en la justicia; y la justicia se
basa en la idea del bien, el cual es la armonía del mundo.[2]
La justicia sobresale en primer lugar entre todas las virtudes porque apunta a la
rectitud de la voluntad por su propio bien en nuestras interacciones con los
demás.[5] Todas las demás virtudes funcionan ya sea internamente, es decir que
son dirigidas hacia el bien del individuo actuante como un acto de auto-
perfección como, por ejemplo, la prudencia y la fortaleza; o, como en el caso de
la valentía, pueden dirigirse hacia los demás sólo en circunstancias especiales y
extraordinarias, como en la guerra o en casos donde el peligro atípico esté
presente.
La definición clásica de justicia desarrollada por Santo Tomás es dar a cada uno
lo suyo. Dicha definición sirve como base en pensamiento social cristiano a
partir de la cual pueden comprenderse las nociones de los derechos (como
tener derecho a), de la conducta correcta y de lo correcto de una situación. Es
decir, lo que a una persona le corresponde, lo que es de ella, es a lo que la
misma tiene derecho. Dichas acciones, que están dirigidas a asegurar a una
persona lo que le es propio constituyen la conducta correcta. Y es una situación
justa, por ende, el estado final de cosas en donde a la persona se le ha dado lo
que le es propio a través de la conducta correcta de otros que lo hicieron
posible.
Kant presenta los principios morales como universalmente válidos para todos los
seres racionales, independientemente de sus apetitos, deseos e inclinaciones
contingentes.
Distinción de Kant:
c) Universales: Cada ser racional querrá la misma ley que querría cualquier otro ser
racional, y, por lo tanto, esa ley moral obliga a todos los seres racionales por igual.
El fundamento del imperativo categórico radica en algún fin absoluto de todos los
seres humanos. Y ese fin absoluto es que todo ser humano existe como fin en sí
mismo y no solamente como medio.
Esto permite a Kant fundar el siguiente principio: “Obra de tal modo que uses a la
humanidad, tanto en tu propia persona como en los demás, siempre como fin en sí
mismo y nunca solamente como un medio”, retomando el ejemplo anterior es
obvio que estaríamos usando a la persona como medio y no como fin.
Los fines subjetivos de seres que son fines en sí mismos deben ser también mis
fines.
Hay que obrar en aras del cumplimiento del deber. El valor del carácter moral de
alguien estriba en hacer el bien no por inclinación sino por deber.
El hombre descubre su libertad en la conciencia de que debe hacer ciertas cosas
porque son debidas y no porque las desea.
La filosofía moral nunca más fue la misma después de Kant, pero las debilidades de
la filosofía moral kantiana son también evidentes:
e) Se ha objetado por último que sostener que el deber impuesto por ciertos
principios morales deben cumplirse, cualesquiera que sean las consecuencias,
constituye una actitud formalista y fetichista frente a las reglas, que carece de
justificativo racional.