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1. Campagne analiza la evolución del señorío durante el feudalismo tardío y, particularmente, apunta al
análisis de la baja tendencial de la renta señorial. En ese sentido, analiza cuatro casos diferentes. El
primero es el caso de Pont-St-Pierre: Entre las causas que explican la caída de la renta señorial está el
hecho de que ésta renta fija se percibía en dinero y, por ende, era susceptible a procesos inflacionarios;
existía una administración señorial descuidada en cuanto a la recaudación de las rentas; la resistencia
creciente de los tenentes dependientes a pagar las cargas; los tribunales de justicia señorial dejaron de
ser una fuente de ingresos una vez que el naciente Estado absolutista centralizó la actividad poniendo
como condición una mejor preparación intelectual. Bajo estas circunstancias el señorío debió reorientar
los modos de obtener ganancias enfocándose en la explotación comercial de la reserva dominical
mixturado con prácticas tradicionales como el arrendamiento de explotaciones agrícolas. Otro aspecto
es que con el Estado absolutista la renta fiscal centralizada implicó una fuente de ganancias para los
señores en tanto que recaudadores de la misma. El segundo caso es el señorío de Ceutí: Ubicado en una
región atrasada (Murcia), las rentas señoriales cayeron durante el siglo XVI tras la Concordia de 1592.
Las diferentes prestaciones laborales, como la corvea anual, desparecieron en gran medida por la
resistencia campesina, pero las cargas enfitéuticas continuaron. Se puede decir que los lazos de
dominación económica se imponían sobre la dependencia jurídica. Esto llevó a los señores de Ceutí a
orientarse progresivamente en la explotación comercial de sus tierras. El tercer caso es el de los
señoríos de Languedoc: Esta provincia había logrado mantener sus principales instituciones de
autogobierno durante el ascenso del absolutismo. Por este motivo, aunque la monarquía determinaba la
suma que la provincia debía aportar en concepto de impuestos, la provincia era la que determinaría que
impuestos se priorizarían. Las elites locales tenían el control de la administración de la renta fiscal.
Estas elites le dieron prioridad al impuesto directo, del cual obtenían grandes ganancias. Pero iban en
detrimento de las otras formas de rentas del suelo. Es decir, la nobleza vivía de la extracción
centralizada de la riqueza campesina vía renta fiscal. El último caso es Bretaña: Al igual que
Languedoc, contaba con sus instituciones de autogobierno pero, además, mantuvo su capacidad de
extracción del excedente campesino de manera descentralizada. Sin embargo, debían responder a las
exigencias fiscales del Estado: La estrategia nobiliar consistió en aumentar el impuesto al consumo de
las ciudades y, de este modo, mantenía altas las otras formas de rentas señoriales.
Con estos casos Campagne pretende demostrar que la caída de la renta señorial y la evolución del
señorío en el feudalismo tardío estaban condicionadas por procesos inflacionarios, las resistencias
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campesinas y el ascenso del Estado absoluto. Pero a la vez también intenta constatar que el Estado
absoluto no funcionó en todas partes como un mecanismo centralizado de exacción campesina. Todo
dependía también de las estrategias adoptadas por las elites locales.
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“demografía diferencial” e implica un microanálisis de la realidad europea moderna que permite
descubrir otros factores (como el cultural) implicados en las crisis demográficas.
3. Las Guerras de religión fue un enfrentamiento bélico que implicó la relación cambiante entre tres
elementos: el calvinismo, la oposición aristocrática y el descontento popular. El enfrentamiento fue de
carácter internacional aunque los progresos fueron diferentes según los países. Particularmente en
Francia significó el enfrentamiento entre dos casas nobiliarias: Los Guisa y los Borbones. Los Guisa
eran una familia de fuertes nexos con la iglesia católica y otras dinastías, pero además tenían el control
del ejército real. Frente a esto, los Borbones buscaron el apoyo de los hugonotes a cambio de ofrecerles
una libertad de culto condicionada. Esto llevó a que los calvinistas sean considerados como los
defensores de la causa real y la revuelta aristocrática de los Borbones tome el carácter de un
levantamiento religioso, pese a que el enfrentamiento era por el control de la Corona. Esta mezcla de
intereses significó una mejora en la organización de la resistencia frente a los ataques de los Guisa. Sin
embargo, los calvinistas nunca llegaron a tener el apoyo del pueblo francés y tampoco tenían la
seguridad de que otras monarquías católicas no atacarían a sus hermanos en otros países. Esto generó
nuevos enfrentamientos que terminaron con el desgaste de ambos ejércitos y los forzó a un acuerdo de
paz. Esto no les garantizó la victoria hugonota pero les permitió seguir profesando su fe de forma
condicionada. Según Zagorín, las guerras de religión son una sucesión de guerras civiles que encajan
perfectamente en el concepto general de revolución (intento de subordinar a grupos a través del uso de
la violencia para provocar un cambio de gobierno). Para Zagorín resulta irrelevante tratar de
concentrarse en el resultado de un proceso revolucionario porque se podría caer en una concepción
cerrada de revolución. Por eso, aunque los hugonotes no lograron un triunfo total en Francia puede
considerárselo revolucionario. Para Arendt no sería una revolución en la medida que las guerras de
religión fue un proceso que se mantuvo dentro de la lógica de los golpes nobiliares.
La Fronda (1648-53) se dio en el marco de una fuerte recesión económica, malas cosechas, precios
altos y grandes cargas impositivas sobre la población. Esto generó un gran malestar social y derivó en
disturbios contra los funcionarios de la Hacienda Real, pero no contra la nobleza militar local (que
protegía a los campesinos de los agentes fiscales). De cualquier modo, el inicio de la Fronda fue
parlamentario y se debió a la venta de cargos. Las corporaciones burocráticas obtenían sus cargos por
herencia y los garantizaban con el pago de la Paulette, por lo tanto, la venta de cargos implicaba un
peligro a las ganancias de la burocracia. A la vez, el Parlamento se negaba a aceptar los edictos
financieros del rey por considerarlos desmesurados. Sin embargo, la mayor disputa estaba por el
mantenimiento de la Paulette. Ante esta situación se declararon en desobediencia y, aun cuando
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lograron recuperar el seguro de herencia de sus cargos, no pudieron echarse atrás en tanto se había
autoproclamado defensores del pueblo. De hecho, fundamentaron su accionar en una vieja teoría
política: la Curia Regis de los Capetos, esto llevaba a considerar que los parlamentarios eran los únicos
que podían ejercer la justicia y deliberar acerca de asuntos de Estado. Sin embargo, ésta iba en contra
de la Constitución consuetudinaria que establecía que el Rey era la cabeza y el reino era el cuerpo.
Esto tiene una importancia revolucionaria en la medida que con la vieja tradición política citada por los
parlamentarios dieron una base de oposición constante. Dicho sea de paso que detrás de todo este
conflicto parlamentario (que luego se extenderá a toda Francia) estaba la frustración de una nobleza
que se consideraba con el derecho a ejercer el poder. Zagorín pondera a la Fronda como revolucionaria
porque la desobediencia del Parlamento de Paris estuvo justificada en la alusión a una condición pasada
(la Curia Regis), creando un precedente revolucionario de conflicto con el régimen monárquico. En
este aspecto Arendt estaría de acuerdo porque la revolución moderna muchas veces fue justificada en
términos de restauración. Pero la Fronda no pasaría de ser una revuelta en la medida que el propósito
de la desobediencia no era cambiar el orden, sino de restaurar un orden en el que el rey respondía al
Parlamento. Es decir, la figura real no desaparece.
Elliott define al reino de Carlos V como una “monarquía compuesta” en el que el sistema de poder
contiene la referencia a la unidad (la “monarquía”), pero dicha referencia es compatible con una
extensa autonomía de poderes políticos. Esto es la “teoría del poder preeminente” de Hespanha. No
obstante esto, la inestabilidad provocada por la ausencia real llevó a que Carlos buscara en la guerra
como en la diplomacia los puntos de autoridad para ejercer su poder eminente, cuestión que a la larga
desgastaría su dominio. Esto queda patente en su testamento al poner énfasis en la necesidad de
mantener la paz, principalmente, porque sus señoríos no están en condiciones económicas de soportar
más guerras. Pero, dentro del balance que hace Carlos en su testamento, lo más significativo es que
reconoce su derrota en la intención de conformar una hegemonía política y la uniformidad religiosa.
Era el límite de su imperio humanista y abierto: Y porque después de tantos trabajos y gastos que yo he
hecho y sostenido por reducir a nuestra fe y religión los desviados en esta Germanía no se ha hallado
otro medio ni remedio suficiente que el del Concilio, al cual, a instancia se han sometido todos los
Estados della, os ruego y encargo que si no se acabare antes de mi fallecimiento, tengáis la mano y
procuréis con el rey de Romanos, mi hermano, y los otros reyes y potentados cristianos, que se celebre
y efectúe y hagáis en esto de vuestra parte y por los reinos y señoríos y Estados que os dejaré toda la
buena obra y oficio debido conveniente a buen rey y príncipe obediente a nuestra Santa Madre Iglesia.