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Graciela Brodsky [1]

Hace algunos años J.-A. Miller dio un seminario en Bahía sobre El hueso de un
análisis. El tema fue retomado luego en Paris, en su curso (inédito) El
partenaire síntoma. La presente contribución retoma lo esencial de ese
recorrido.
Miller propone allí que en le camino de la palabra analizante lo que se pone de
manifiesto es que ésta gira alrededor de un punto fijo, aproximándose a un
núcleo central. Cuando esto no se produce provoca el sentimiento de estar en
falta respecto de la lógica de la cura. Esto lo lleva entonces a proponer como
concepto general, que no tiene afinidades con tal o cual período de la
enseñanza de Lacan, la existencia en el análisis de una operación de reducción.
Mi idea actual es intentar hacer de esta operación un principio de la práctica
lacaniana, a pesar de que todo en la práctica psicoanalítica va en el sentido
contrario y tiende a la amplificación, en especial la amplificación del sentido. La
ampliación semántica acompaña necesariamente el despliegue de la cadena
significante porque un significante sólo adquiere significación por su conexión,
ya sea metafórica, ya sea metonímica, con otro significante. Y así hasta el
infinito
Pero también hay una amplificación producto de la homofonía, añade Miller,
una ampliación por el sonido, y no por el sentido, que por ejemplo se
manifiesta especialmente en la esquizofrenia, pero del que hay otros ejemplos,
como el de Joyce, que han hecho proliferar la lengua a partir de la homofonía
interlingüística.
Por último, Miller evoca la proliferación de la referencia.
Entonces, sentido, sonido y referencia son los recursos, inagotables en cierto
modo, que se explotan cuando se hacen resonar los poderes de la palabra.
Esta proliferación, que es congruente con la estructura del lenguaje, tiene
sobre la práctica analítica un efecto de prolongación sin que se vea de donde
podría venir una detención, ni de la sesión ni del análisis.
Cuando se dice que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, lo
primero que hay que ubicar es que la consecuencia es el análisis interminable.
Eso conduce a la necesidad de recurrir a algo exterior a la sesión misma –el
reloj, por ejemplo– que libera al analista de tener que quedarse durante un
tiempo infinito siguiendo la proliferación de la cadena significante. Parece
extremo, pero la lógica del significante conduce a la Biblioteca total.
Se comprende entonces que si se hace de la reducción de la proliferación
significante un principio, se trata de esos principios de la práctica que van
contra otro principio, en este caso, contra el principio diacrítico se Saussure,
así como en otra ocasión mencionamos que para Lacan la regla fundamental
iba contra el principio de placer, o que la interpretación iba contra el
Inconsciente. Se trata del principio como regla de acción que contradice el
principio como axioma (fantasmático) o como ley (del lenguaje, por ejemplo).
O, para decirlo de otro modo, se trata de la tensión entre el discurso del Icc,
equiparado por Lacan al discurso del Amo, y el discurso del analista, que
quiere ser su revés.
De todos modos, habría que hilar mas fino.
La amplificación significante del lenguaje no es exactamente equivalente en la
sesión analítica y en el diccionario, o en la narrativa, por ejemplo. El
descubrimiento freudiano no fue tanto demostrar que una palabra trae a la
otra porque existe entre ambas una conexión oculta, un enlace inconsciente,
sino poner de relieve que si se deja hablar lo suficiente a alguien la sorpresa es
que siempre dice más o menos lo mismo, que se trata, como en la música, de
variaciones sobre un mismo tema donde siempre se puede identificar el mismo
estribillo como telón de fondo. Es lo que llamamos repetición.
Sin embargo esta repetición no prolonga una cadena significante en línea recta
hacia el infinito sino que va delineando un recorrido circular en torno a un
punto fijo, recorrido que en el seminario 7 Lacan equipara con el principio de
placer. La contra cara de esta repetición en redondo en torno a un centro es la
evitación del encuentro con este núcleo que en dicho seminario es presentado
como la Cosa (Das Ding).
En este sentido, repetición de un mismo circuito y evitación de un mismo
núcleo introducen ya un límite a la proliferación en la medida en que hacen
presente “lo mismo”. Es lo que le permite a Miller indicar a la repetición y a la
evitación como dos modos de reducción que acotan la proliferación
significante.
La pregunta que se plantea entonces es qué es lo propio de la sesión analítica
que transforma la amplificación significante propia de las leyes del lenguaje en
una repetición y en una evitación de lo mismo. La búsqueda de una respuesta
es lo que lleva a Lacan a agregar a la escritura de la cadena significante y su
efecto subjetivo, un elemento exterior al lenguaje que se segrega cuando el
inconsciente se pone en ejercicio.
Pienso que esta alteración del lenguaje en el dispositivo analítico es
necesariamente producto de la presencia misma del analista. Que es el propio
analista, en tanto consienta a encarnar ese objeto que fuerza a la repetición y
a la evitación, el que impide la proliferación indefinida del lenguaje. Retomo
en este punto la indicación preciosa de Marco Focchi en Papers 6, cuando
propone que la única regla del encuadre lacaniano es que analista y analizante
compartan el espacio de la sesión, independientemente de dónde esta se
realice.
A la repetición y la evitación hay que sumarle ahora la convergencia.
La convergencia, a diferencia de la repetición, no es circular. En cada vuelta
dicha (le tour dit- l’ etourdit) hay una distancia que se acorta.
La convergencia es, entre otras cosas, la referencia latente del caracol que
sirve de emblema para el próximo congreso de la AMP.
Lacan trabajó la convergencia especialmente en sus seminarios de los años 67,
68, 69 y 70. Allí se dedicó reiteradamente a explorar las propiedades de la
serie de Fibonacci (1775 ? –1240) de la que se deduce una serie convergente
hacia el célebre número de oro que fascinó primero a los artistas y luego a los
naturalistas, que la descubrieron, por ejemplo, en los alcauciles (alcachofas),
en los coliflores, en las flores, en las piñas de los pinos, en las familias de
abejas y también en los caracoles. (puede consultarse la siguiente pagina en
internet) http://www.mcs.surrey.ac.uk/Personal/R.Knott/Fibonacci/fib.html
Sin embargo, lo que interesó a Lacan no fue tanto la divina proporción como el
carácter de número irracional en el que desemboca la serie convergente. En
tanto que número irracional es imposible reducirlo a 1, lo que lo hace apto
para representar la imposibilidad de alcanzar el objeto a a través de los
significantes, que se aproximan a él sin conseguir atraparlo. Solo es posible
capturarlo en el infinito, lo que da lugar a dos concepciones del final del
análisis, o bien el análisis es indefinido (si no se quiere decir infinito) o bien el
final se alcanza por el salto al límite, única manera de hincar el diente en el
cuerpo vivo que la caparazón significante protege.
Lacan explota diversas propiedades específicas del número de oro que le sirven
para alejar toda creencia en una complementariedad entre el sujeto y el
objeto, lo que daría acceso a la unidad, a un Uno ilusorio sostenido en el
fantasma (véase Natalie Charraud, en Qui sont vos analystes?).
Para decirlo en otros términos, la repetición del trazo puede o bien evitar o
bien converger hacia a. En este “o bien o bien “se abre el espacio del acto
analítico y se perfila que nuestro empleo del tiempo y nuestro uso de la
interpretación como corte son subsidiarios, o se deducen del principio de
reducción que orienta nuestra práctica.
La reducción significante, con sus tres variantes enunciadas por Miller
(repetición, evitación y convergencia) ponen de manifiesto tanto lo que no cesa
en su aspecto positivo, lo que no cesa de sí (la repetición) como lo que no cesa
de no (la evitación), la conexión necesaria y la conexión imposible. Eso le lleva
a indicar que se trata de una reducción simbólica y a proponer al mismo
tiempo una segunda reducción, ya no significante, sino de lo que podría
llamarse el factor cuantitativo.
Esto pertenece a otro registro, no se trata ya de lo posible o de lo imposible
sino de lo contingente y lo posible. Puede producirse… o no. Y no es seguro
que lo reducción significante desemboque necesariamente en la reducción
cuantitativa, libidinal, pulsional.
¿Cesará de escribirse no el trazo, no el S1, sino el goce? ¿Cesará de no
escribirse?
Es allí donde se juega la eficacia del acto analítico.
Como indicación final diré que la reducción significante y la reducción de goce
se intersectan en la reducción del sentido.
Los Papers escritos por Esthela Solano exploran este punto. La contribución de
Leonardo Gorostiza que se publica en este número va en la misma dirección.
¿Qué nombre dar a la reducción “cuantitativa”? Miller propone: caída de las
identificaciones, atravesamiento del fantasma. Tal vez sea posible agregar
separación.
¿Podríamos considerar la separación un principio de la práctica lacaniana?
Continuará.
[1] Extracto de la intervención en las Jornadas de la EBP- Río de Janeiro el 7 y
8 de Noviembre de 2003

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