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El demonio le dijo a Jesús: «Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en
pan» (Mateo 4:3). Jesús reflejaba la imagen de quien a través de treinta años no ha hecho nada.
Todavía no había comenzado su ministerio y parecía un perdedor. Nadie creía en él. Estaba
hambriento. ¿Qué había contribuido al mundo?
Nuestra cultura realiza la misma pregunta. ¿Qué has logrado? ¿Cómo has demostrado tu
capacidad? ¿A qué te dedicas? Muchos de nosotros nos consideramos valiosos si hemos logrado
muchos éxitos en el trabajo, la familia, la escuela, la iglesia, o las relaciones. Cuando no es así,
entramos en una profunda depresión por la vergüenza o culpa que sentimos frente a los demás
por nuestros aprietos.
Cuando Jesús fue llevado a ver toda la magnificencia y poder de la tierra, el demonio le dijo:
«Observa a tu alrededor y mira todo lo que los demás tienen. Tú no tienes nada. ¿Cómo puedes
pensar que eres alguien? ¿Cómo sobrevivirás? Realmente no eres nadie». El demonio jugó con
temas importantes como el miedo y el origen de su seguridad. En nuestra cultura el éxito se mide
por lo que tenemos. Las grandes compañías gastan más de quince mil millones de dólares por año
en publicidad, precisamente para seducir a los niños y adolescentes para que crean que tienen
que tener ciertos juguetes, ropa, iPods, etc. Su identidad depende de esto. Los adultos nos
medimos a través de comparaciones. Por ejemplo, quién tiene más dinero, el cuerpo más hermoso
o la vida más confortable. Generalmente nuestro sentido del valor está unido a nuestra ubicación
en el ámbito laboral, es decir, dinero y posición social. Por eso distinguimos a las personas según
el lugar donde se graduaron, la cantidad de títulos que poseen, premios, talento y hasta llegamos
al extremo de calificarlas según el atractivo o belleza de su pareja.
Algunos de nosotros somos propensos a la opinión de los demás. Satanás invitó a Jesús a arrojarse
desde el sitio más alto del templo para que las personas pudieran creer en él. Hasta ese momento
la gente no pensaba nada de Jesús. En efecto, no era conocido popularmente.
¿Cómo podían pensar que esa vida tenía tanto valor? Hoy, casi sin darnos cuenta, la mayoría de
las personas damos demasiada importancia a la opinión de otros. Y nos inquietarnos con temas
tan variados como lo que debemos decir en una reunión, la escuela adecuada para enviar a
nuestros hijos, la conveniencia de hablar con la persona que nos hirió o la elección de una buena
carrera universitaria. Observarnos que nuestra autoestima crece con un cumplido y cae con una
crítica. Ahora, la verdadera libertad la alcanzamos cuando ya no necesitamos ser alguien especial
ante los ojos de otras personas, porque precisamente sabemos que somos dignos de ese amor.
Esta frase "conocerse a sí mismo", se dice que se encontraba inscrita en el templo de Delfos.
El filósofo Sócrates la mencionaba a manera de enseñanza, ya que ésta hacía referencia a que
ese "conócete a ti mismo", tenía relación, no sólo con el conocimiento de nuestros límites, de
nuestra ignorancia, sino también con su afirmación de que la virtud reside en el conocimiento.
Hasta este punto, hemos considerado que el conocerse a sí mismo, parece originarse de la filosofía
griega. ¿Es cierto eso?
El apóstol Pablo escribió en 2 Timoteo 3:16, 17 que "Todo lo que está escrito en la Biblia es el
mensaje de Dios, y es útil para enseñar a la gente, para ayudarla y corregirla, y para mostrarle
cómo debe vivir. De ese modo, los servidores de Dios estarán completamente entrenados y
preparados para hacer el bien" (Versión Traducción en lenguaje actual).
Cuando se dice "cuida tu corazón", se refiere a lo que compone el núcleo de nuestra vida
mental y emocional. Nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, imaginaciones,
meditaciones, reflexiones, y percepciones, todos ellos, son parte de nuestro corazón. Pero, ¿somos
plenamente conscientes de cuál es la naturaleza de nuestros pensamientos, sentimientos y
emociones? ¿Se inclina al bien o al mal?
La Biblia nos revela que "como piensa una persona dentro de sí, así es ella" (Proverbios 23:7). En
pocas palabras: somos lo que pensamos y sentimos. Eso es lo que nos indica la Biblia con claridad.
Jesucristo, quien conocía perfectamente lo que había en el corazón de las personas dijo en cierta
ocasión:
Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen
los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia,
la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos
estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.
Marcos 7:20-23
De adentro del corazón salen muchas cosas. ¿Positivas o negativas? Eso depende de cómo
pensamos, de qué hay dentro de nuestro corazón.
Si buscamos la verdad, el conocerse a sí mismo es ver hacia adentro y no hacia fuera. Es aspirar
a transformar el YO en NOSOTROS, la oscuridad en luz, el odio en amor, las espadas en
instrumentos de labranza. Es el inicio del camino de regreso a Dios, que hace "nuevas todas las
cosas".