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Durante la Alta Edad Media se deshizo la “división del trabajo autárquica”, y en su lugar
surgió una división del trabajo determinada por el mercado. Así, se adjudicaba al campo la
producción agrícola, y a la ciudad la producción manufacturera. Para el nacimiento de
esta economía de mercado fueron necesarias dos condiciones: tenía que darse un
excedente agrario con el cual alimentar a la población no empleada en el sector primario,
y tenía que producirse un crecimiento demográfico suficiente para impulsar el desarrollo
de las ciudades.
Aún así, el surgimiento de esta economía de mercado tuvo un alcance limitado. Para los
campesinos el mercado seguía siendo periférico, ya que el campo producía
principalmente valores de uso y no valores de cambio, y solo llevaba al mercado una
mínima parte de su producto bruto. Gran parte de sus necesidades en cuanto a productos
alimenticios y productos manufacturados se satisfacía por la producción de la propia
economía doméstica. La economía campesina solo podía presentar una demanda
relativamente importante en el mercado después de haberse especializado en la
producción agraria o manufacturera doméstica rural, es decir, después de haber dejado
en segundo plano la producción destinada al autoconsumo.
Las causas de este proceso se encuentran dentro del sector agrario. La vinculación al
ritmo de las estaciones es muy importante en el sector agrario, ya que el ritmo estacional
está relacionado con fuertes fluctuaciones en la demanda de trabajo. El desempleo
característico del sector agrario encuentra aquí su origen. En un sistema basado en
explotaciones familiares para la autosubsistencia, es decir sin jornaleros, este fenómeno
permanece oculto. Pero en una economía agraria dependiente de trabajadores
asalariados, el desempleo se manifiesta abiertamente en las épocas del año de menor
intensidad del trabajo. El paro estacional en la agricultura es uno de los requisitos
necesarios para la expansión en el campo de la producción manufacturera. Aún así esta
producción estaba destinada al mercado solo cuando la necesidad lo exigía.
Tras la crisis del siglo XIV se produjo un importante crecimiento demográfico, pero con el
tiempo el crecimiento económico no pudo seguir el ritmo del crecimiento demográfico.
Aquí entra en vigor la ley de productividad decreciente del suelo. Al agotarse las tierras
fértiles, los campesinos pusieron en uso tierras marginales. Por otro lado, en las regiones
con una tradición sucesoria proindiviso (mayorazgo) surgió un amplio sector de
campesinado sin tierra, mientras que en las regiones con sucesión igualitaria se produjo
una extraordinaria fragmentación de la tierra. Como consecuencia de estas
transformaciones, ya en el siglo XVIII el grueso de la población no estaba compuesto por
campesinos cuyas tierras eran suficientes para mantener a la familia, sino por una clase
social baja con poca o ninguna propiedad: tenemos por un lado a los pequeños
campesinos, que poseían solo una casa y un pequeño pedazo de terreno de su
propiedad, y por el otro están los jornaleros, que vivían en las fincas de los señores
feudales y de los grandes campesinos. Los medianos campesinos tendieron a
desaparecer, estableciéndose una marcada separación entre un grupo de grandes
campesinos propietarios y un grupo de pequeños campesinos desposeídos. Frente al
aumento de los precios, las explotaciones más grandes, y sobre todo las que tenían una
orientación más comercial, tuvieron un beneficio mucho mayor, lo cual fortaleció su
posición económica frente a los pequeños productores. A estos últimos no les quedaba
excedente para vender y en ocasiones hasta tenían que comprar su alimento. Debido a
que se endeudaban cada vez más, no tenían más remedio que vender parte de su
patrimonio.
Aquellas familias cuyas granjas no rendían lo bastante como para cubrir sus necesidades
vitales, se veían ante dos alternativas. Por un lado, la de intentar asegurar su sustento
mediante una explotación más intensa de la tierra. Pero debido a la progresiva
disminución del tamaño de las explotaciones, llegó un momento en que el rendimiento ya
no podía ser intensificado. A los campesinos en esta situación solo les quedaba una
alternativa: tratar de compensar el déficit de sus ingresos con ocupaciones secundarias.
Aunque estos campesinos pudieran encontrar trabajo en las propiedades de los grandes
terratenientes, esto no solucionaba el problema del desempleo estacional, por lo que la
industria doméstica se convirtió en la única solución posible. Además, esta se basaba en
un proceso dominado por la intensificación del trabajo.
Por otra parte, las industrias rurales pudieron desarrollarse solo en aquellas zonas en
donde las propias comunidades y los señores feudales carecían del poder suficiente para
imponer una cohesión social. En las zonas en las que existía dicha cohesión, esta tuvo
que debilitarse para que se pudieran desarrollar los procesos de crecimiento demográfico
y diferenciación social. En las regiones de Europa Oriental, donde los señores ejercieron
un dominio muchos más directo, no quedaba margen para el desarrollo de industrias
rurales.
En las regiones alemanas al oeste del Elba y en Europa Occidental, debido a las
conmutaciones de las prestaciones de trabajo a una renta pagada en especies y en
dinero, y a una progresiva disolución del sistema feudal, no hubo ningún impedimento
para el desarrollo de la industria en zonas rurales.
Por último hay que considerar el factor de los costes. Las materias primas eran con
frecuencia más baratas en las zonas rurales. Pero lo más importante es que, cuando los
artesanos rurales poseían una porción de tierra, y por lo tanto una base de subsistencia
agrícola, podían renunciar a parte de sus salarios. Es decir, que podían trabajar bajo
condiciones en las que la remuneración no cubría la totalidad de su fuerza de trabajo. Los
comerciantes y artesanos lograron, aprovechándose de las condiciones de este sector,
imponer unos salarios mucho más bajos que en las ciudades.
La protoindustrialización
Los campesinos ricos con orientación empresarial, así como la burguesía local, tuvieron
frecuentemente un papel estratégico en el proceso de la protoindustrialización: tomaron
una posición de intermediarios entre los productores domésticos y los comerciantes, y
constituyeron el personal del Verlag o sistema de trabajo a domicilio.
La demanda interna no hubiera sido suficiente por sí sola para iniciar el proceso de
protoindustrialización. Tuvo que ser complementada por una expansión de la demanda
exterior. En Inglaterra, una combinación entre la relativamente amplia demanda interior y
una demanda exterior en expansión fue lo que aseguró una ventaja sobre el resto de los
países europeos. Apoyada por un mercado nacional fuerte, la industria inglesa estuvo
más protegida contra las fluctuaciones del mercado internacional.
La expansión demográfica junto con las coyunturas y crisis agrarias y con la agudización
de los impuestos y tributos señoriales y estatales, contribuyeron a fomentar la
diferenciación social de la población rural. Esta diferenciación tuvo lugar a través de un
proceso de acumulación discontinua o de expropiaciones campesinas, que originó el
surgimiento de un estrato de productores rurales compuesto por pequeños campesinos y
subcampesinado. Este sector de campesinos marginales se vio inmerso en una situación
de descenso de los ingresos provenientes del trabajo agrícola, llegando a un nivel en que
resultaba imposible compensarlo únicamente mediante la intensificación del trabajo
agrícola.
El valor de supervivencia que tenían los ingresos monetarios para los productores rurales
que veían amenazada su subsistencia hizo posible el surgimiento de relaciones de
intercambio desiguales.
En las ciudades, debido a la presión ejercida por los gremios, y también en las ramas
competitivas de la industria manufacturera, el beneficio del empresario era menor que en
la industria rural. El empresario tenía que contribuir por medio de los salarios a la
reproducción de la fuerza de trabajo. La industria rural pudo convertirse en la fuerza
motriz del desarrollo de la industrialización gracias a este beneficio diferencial.
La familia nuclear, sin sirvientes, y con una gran cantidad de hijos, era el tipo de hogar
predominante en los productores domésticos rurales. El trabajo infantil era imprescindible
para las familias productoras de mercancías.
Los trabajadores oponían de esta manera una tenaz resistencia a la concepción ética del
trabajo de los señores. Las fiestas no tenían el solo objetivo de compartir la diversión, sino
que constituían una expresión y una afirmación de la cohesión social de la comunidad.
El carácter político latente en la vida pública plebeya se manifestaba sobre todo en los
tiempos de depresión, cuando la economía moral de la plebe defendía su acostumbrado
nivel de subsistencia y por lo tanto la existencia misma de su cultura plebeya.
La esfera de la circulación estaba regida por las leyes del capital. El comerciante llevaba
su capital al mercado y lo cambiaba por los productos de numerosos pequeños
productores, pero siempre con el propósito de volver a intercambiar estos productos por
dinero. Este circuito solo tenía sentido si la cantidad obtenida en el intercambio final era
superior a la cantidad oficial, ya que el comerciante no estaba interesado en el tipo de
mercancías, sino en su valor de cambio. El beneficio era la fuerza motriz de la circulación.
El pequeño productor llevaba los productos al mercado porque las cantidades producidas
superaban su propio consumo y porque necesitaban dinero para adquirir otros productos
que no podía producir él mismo debido a su especialización (impuesta a su vez por la
carencia de una base agraria). Para este productor la meta final de la comercialización de
sus productos no era el dinero obtenido, sino el valor de uso de las mercancías que podía
obtener con ese dinero.
Un método que utilizaban a menudo los Verleger era el “arriendo” de los instrumentos de
trabajo a los productores a precios fijos, para transferir a los trabajadores las cargas y
riesgos que conllevaba la propiedad. Al mismo tiempo, este sistema dejaba a los
productores la facultad de disponer, al menos aparentemente, de los instrumentos de
producción.
Por lo general, los pequeños productores no obtenían ingresos superiores a los que
necesitaban para su propia subsistencia y la de sus familias.
Los productores ya no tenían que preocuparse por el coste de los medios de producción,
aunque esto significaba que ya no poseían más que su fuerza de trabajo para vender al
capital. Su objetivo al vender esta “mercancía” se limitaba a poder obtener con el dinero
de la remuneración, el valor de uso de otras mercancías.
Las ventajas de las empresas centralizadas estaban basadas en el ahorro de los gastos
de transporte y en el hecho de que el control y la dirección del proceso de producción
eran muchos más efectivos que en los pequeños talleres domésticos. Por otro lado,
también fueron introducidas innovaciones y máquinas mucho más adelantadas, aunque
no tan arrolladoras como las de la revolución industrial.
Las fluctuaciones entre las buenas y malas cosechas seguían teniendo una importancia
considerable para las regiones protoindustriales, ya que sus poblaciones tenían que
abastecerse en primer lugar de alimentos. Pero puesto que con el transcurso de la
protoindustrialización fue aumentando el porcentaje de productores manufactureros que
no poseían suficientes tierras, el aprovisionamiento general de alimentos se hizo cada vez
más dependiente de las fluctuaciones de los precios en los mercados de cereales.
Las crisis de “tipo antiguo” (crisis agrarias) tenían un efecto desastroso sobre las
poblaciones industriales: no solo se encarecían repentinamente los productos más
básicos, sino que la población se veía obligada a gastar todos sus ingresos en alimentos.
Las regiones protoindustriales también se vieron afectadas por las fluctuaciones del
comercio internacional, originadas frecuentemente por motivos políticos, tales como
cambios en la política económica y arancelaria, revueltas políticas o conflictos militares.