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Arrepentimiento: ¿qué significa el arrepentimiento?

Uno de los mensajes primordiales de la Biblia es el llamado al arrepentimiento y el cambio. Esta enseñanza es de
vital importancia.

INTRODUCCION

Tal como escribió el apóstol Pablo, Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos
17:30). Sin embargo, el concepto de arrepentimiento no es un tema recurrente en la mayoría de los escenarios
religiosos modernos; hoy en día rara vez se exhorta a una congregación de creyentes a arrepentirse.

Por otro lado, en la Biblia vemos que Juan el Bautista, primo de Jesús, predicó fervientemente: “Arrepentíos, porque
el reino de los cielos se ha acercado” y además alentó a quienes le oían a hacer “frutos dignos de arrepentimiento”
(Mateo 3:2, 8). Y, poco después de la muerte de Juan, Jesucristo insistió en esta enseñanza diciendo: “Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17).

Más adelante, cuando la Iglesia del Nuevo Testamento fue fundada unas semanas más tarde después de la
crucifixión de Cristo, el apóstol Pedro se dirigió a miles de creyentes judíos diciendo: “Arrepentíos, y bautícese cada
uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”
(Hechos 2:38).

¿Cómo debemos arrepentirnos?

El verdadero arrepentimiento es mucho más que una reacción emocional efímera, ¡es un proceso que dura toda la
vida! Muchas personas reconocen que deben cambiar ciertos aspectos de su forma de vivir, pero ¿qué es exactamente
lo que debemos cambiar? ¿Qué debemos hacer para tener una actitud de arrepentimiento permanente? ¿Según la
Biblia cómo debemos arrepentirnos?

I Reconocer la superioridad de la mente de Dios

Una de las primeras cosas de que debemos recordar siempre es el hecho de que la mente de Dios es muy superior a la
nuestra. En Isaías 55: 8-9 Dios nos dice: “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos…Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos”.

La mente humana funciona de manera muy diferente a la de Dios; tal como explica el apóstol Pablo, “los que son de la
carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5).

En otras palabras, nuestra mente carnal produce pensamientos y acciones que no son agradables a Dios. Nuestra
naturaleza humana tiende hacia las “obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que
practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21).

Por lo tanto, si queremos agradar a Dios, debemos aprender a arrepentirnos y cambiar nuestra manera de pensar;
debemos resistir a la tendencia de nuestra mente carnal hacia la maldad, pues “los designios de la carne son enemistad
contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). Debemos reconocer la
importancia de procurar que nuestra mente esté en armonía con los caminos y pensamientos de Dios.

II Reconocer nuestra culpa

Cuando un grupo de creyentes judíos celebraba la Fiesta de Pentecostés en Jerusalén, el apóstol Pedro dio un poderoso
mensaje que estremeció sus conciencias. Miles de ellos “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros
apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Al reconocer su culpa, sintieron la necesidad de saber
cómo podían arrepentirse y comenzar a cambiar sus vidas.
El arrepentimiento va más allá de reconocer lo que está bien o mal; implica aceptar que somos culpables de quebrantar
la santa ley de Dios. Es una profunda tristeza que viene de Dios y que nos lleva a cambiar diligentemente nuestra
manera de vivir (2 Corintios 7:9-10) cuando nos damos cuenta de que nuestro estilo de vida nos ha alejado de Él. El
arrepentimiento implica entender que nuestros pecados nos han separado de nuestro Creador y que necesitamos del
sacrificio de su Hijo, Jesucristo. Nuestro deseo de ser perdonados y de obedecer a Dios de ahora en adelante, debe
nacer de lo más profundo de nuestro corazón.

III Vivir según la Palabra de Dios

El arrepentimiento nos lleva a la conversión—un cambio profundo en nuestra vida. Y la ley de Dios nos enseña qué
necesitamos cambiar exactamente. Debemos tomar muy seriamente las instrucciones de Dios.. “Arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados (Hechos 3:19).

Más adelante, en Mateo 5: 17-19, encontramos el mensaje principal de Jesucristo. Él afirmó dogmáticamente: “No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de
cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya
cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos…muy pequeño será llamado en el
reino de los cielos; mas cualquiera que los haga…será llamado grande en el reino de los cielos”.

Entonces, quien desea aprender a arrepentirse debe comenzar a obedecer a Dios guardando sus mandamientos; “pues
este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). El libro
de Apocalipsis nos da más información sobre los cristianos de los últimos tiempos “que guardan los mandamientos de
Dios” (Apocalipsis 12:17; 14:12; 22:14).

IV Cambiar nuestros pensamientos y caminos

En Isaías 55:7, el profeta Isaías nos da el siguiente consejo: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en
perdonar”.

Ninguna persona es inmune al pecado; “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos
3:23). “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si
decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:8, 10).

Arrepentirnos implica dejar atrás nuestros pecados—sean acciones o pensamientos—y comenzar a obedecer a Dios.
Para esto, debemos confesarle nuestros pecados y dejar de pecar. Si nuestro deseo de agradar a Dios es sincero, este
proceso durará toda la vida.

V Pedir a Dios la actitud de arrepentimiento

Ninguno de nosotros puede entender la importancia del arrepentimiento por sí mismo; nuestra mente carnal se resiste
a arrepentirse. Sólo Dios puede darnos la actitud de verdadero arrepentimiento y ayudarnos a comprender lo
importante que es arrepentirnos. Es por esto que en Romanos 2:4 el apóstol Pablo escribe: “¿O menosprecias las
riquezas de su benignidad…ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?”.

Dios también nos provee con la determinación y la fuerza necesarias para enfrentar nuestros pecados y vencerlos.
Nuestra determinación humana no es suficiente para triunfar en esta batalla espiritual; Dios debe estar involucrado en
este proceso sin importar cuánto tiempo nos tome vencer el pecado. Es Él quien nos da la fortaleza tanto para “el
querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

VI El arrepentimiento es para con Dios

En 1 Juan 3:4 leemos: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la
ley”. Arrepentirse es dejar atrás toda acción o pensamiento que infrinja la ley—lo cual es pecado—y comenzar a
pensar y vivir según la voluntad de Dios, que son sus mandamientos. El arrepentimiento es mucho más que sentirnos
culpables por nuestros pecados; debe ser un “arrepentimiento para con Dios” (Hechos 20:21), quien nos ha entregado
sus leyes. Cada vez que pecamos estamos infringiendo la ley “santa…justa…buena…espiritual” de Dios (Romanos
7:12, 14, 16) y, por lo tanto, arrepentirnos es el proceso de corregir nuestra conducta para que esté de acuerdo con esta
ley.
Cuando el rey David se dejó llevar por su mente carnal, no justificó sus pecados; en cambio, cuando fue confrontado
reconoció inmediatamente que había pecado “contra el Eterno” y que lo había ofendido profundamente (2 Samuel
12:13; Salmos 51:4). David comprendía lo que Isaías escribió tiempo después en Isaías 59:2: “vuestras iniquidades
han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no
oír”. Era consciente de la gravedad de sus pecados y temía destruir su relación con Dios, por lo que se arrepintió
amargamente “para con” Él.

VII Tener fe en Jesucristo

Además de predicar sobre el “arrepentimiento para con Dios”, el apóstol Pablo enseñó acerca de la “fe en nuestro
Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). Cuando nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados a Dios, Él nos perdona
gracias a lo que Jesucristo ha hecho y sigue haciendo por nosotros.

Jesucristo es nuestro Salvador. Su muerte pagó la pena que merecíamos por nuestros pecados; como leemos en
Romanos 5:8, “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.

Nuestra fe hacia Él y lo que ha hecho por nosotros, debe continuar toda nuestra vida. Cada vez que pecamos debemos
pedir a Dios perdón, el cual es posible sólo a través del sacrificio de Jesucristo. Cada vez que nos arrepentimos
debemos tener fé en que el sacrificio de Cristo se va a aplicar a nosotros.

Además, Cristo también cumple el rol de Sumo Sacerdote y está a la diestra de Dios en el cielo: “por tanto, teniendo
un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (Hebreos 4:14).
Esto implica que, además de ser nuestro Salvador, Jesucristo es el intermediario entre Dios y la humanidad.

Nuestros pecados son perdonados por la muerte de Cristo y así somos reconciliados con Dios. Nuestra fe en Jesucristo
debe ser constante, pues es Él quien nos guía hacia la salvación. Como dice Romanos 5:10, “seremos salvos por su
vida”.

VIII El arrepentimiento debe ser una actitud permanente

Nuestra naturaleza humana tiende a dejarse guiar por los deseos carnales y siempre lo hará; tendremos que luchar
contra esos impulsos por el resto de nuestra vida. Algunas veces lograremos vencerlos y otras no, pero, siempre y
cuando Dios vea que deseamos dejar de pecar sinceramente, que odiamos el pecado y que luchamos por obedecer sus
leyes, ¡Él tendrá misericordia de nosotros!

“Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está
lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se
compadece el Eterno de los que le temen” (Salmos 103:11-13). Dios entiende que somos humanos y está presto a
perdonarnos cuando nos arrepentimos genuinamente.

En 1 Juan 1:7-9, el apóstol Juan explica cómo debemos arrepentirnos y cuál será la respuesta misericordiosa de Dios
ante nuestro arrepentimiento: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado…Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (consulte también Salmos
51:2, 7).

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