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El porvenir del inconsciente


Filosofía / política / época del psicoanálisis Jorge Alemán

Presentación Libro
Por Mario Pujó

En primer lugar quiero agradecer a Jorge su invitación a acompañar la presentación de su –


por ahora– último libro: "El porvenir del inconsciente" y, en particular, a hacerlo junto a
Sergio Larriera, quien hace ya casi veinte años que no viene por estas tierras, y que ha
transitado junto a Jorge un largo recorrido del que quedan abundantes testimonios. Siempre
me he preguntado, y es un enigma, cómo se puede escribir de a dos, cómo se escribe de a
dos no ya un articulo o una serie de artículos, sino un libro, varios libros enteros, es algo
que me pregunto con curiosidad y hasta, como se dice, con un poco de envidia sana si eso
existe. Quizás, podamos develar hoy parte de esa intriga. En todo caso, el libro que nos
ocupa hoy, escrito por Jorge, guarda una evidente continuidad con varios de sus libros
anteriores. Conozco a Jorge hace muchos años, leo sus textos hace también muchos años, y
constato respecto de esos libros anteriores una innegable continuidad, pero también alguna
variación, diría una variación en continuidad, una variación cuyo sentido y cuya orientación
voy a ir intentando precisar, pero que incluso, ya en el subtítulo del libro podría ser
indicada. Porque el subtítulo de "El porvenir del inconsciente" explicita: "filosofía/ política/
época del psicoanálisis", y uno podría pensar que si la interrogación por la época, nuestra
época, se encuentra en los trabajos de Jorge desde siempre y constituye uno de los ejes que
caracterizan su discurso (un discurso que, además de interrogar la época, por su contenido y
por su discurrir podría legítimamente aspirar a formar parte de esa época que comenta, algo
que creo ya ha logrado, al menos en nuestro medio), y si, por otra parte, el recurso a la
filosofía trama de manera permanente ese discurso, lo entreteje de manera íntima, en una
operación en la que la noción de antifilosofía se instituye a mi juicio como una de sus
referencias más logradas, se puede constatar que el interés, la atención, la inclinación por la
política toma ahora –y sin duda no por casualidad– una relevancia que quizás no resulte
evidente de inmediato, pero que se desenvuelve sin embargo de manera explícita desde el
comienzo y a lo largo del texto. Sólo que, y lo digo de entrada, esta preponderancia que
asume ahora lo político, esta inclinación por repensar la política, por imaginar una política,
conlleva cierta singularidad, en la medida en que Jorge se dispone a pensar la política a
partir de un discurso que él mismo es no político. Y si no se trata estrictamente de una
política del psicoanálisis, de una política psicoanalítica, se trata de una política que no sólo
no desconoce al psicoanálisis, sino que no podría ser concebida sin el psicoanálisis, una
política que no podría ser pensada desde luego sin Marx ni sin Heidegger, pero que
tampoco podría ser pensada sin Freud ni sin Lacan. Por lo que se trata de configurar una
política sin mesianismos ni disposiciones sacrificiales, a partir de categorías tales como la
imposibilidad, la desidealización, la sustracción, el no todo, la no coincidencia del sujeto
con su representación, la destotalización, la contingencia, el inconsciente, la pulsión de
muerte, vale decir, cuestiones que se inscribirían ellas mismos en el terreno de lo
"impolítico", y que conducirían, por su propia pendiente, a un movimiento de
deconstrucción de ese campo de lo político. Lo que es ya en sí mismo todo un tema, un
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conjunto de temas sobre el que espero tendremos oportunidad de escuchar a Jorge


conversar.

Ahora bien, y me parece que esto es algo que también merece ser señalado, este giro que
apunta a una reevaluación, un resituamiento de la dimensión de lo político, es acompañado,
en el mismo movimiento, por cierta problematización, cierta prevención, cierta cautela que
Jorge pone de manifiesto en el tratamiento del lugar y la función de la ética, algo que me
parece debe ser tenido en cuenta considerando el privilegio que la referencia ética ha tenido
y tiene, después de Lacan, para los psicoanalistas, en relación tanto al propio estatuto del
inconsciente como al deseo del analista en cuanto opera en la cura.

Este es un movimiento que puede ser seguido a lo largo del seminario dictado por Jorge en
Málaga (y establecido por Alejandra Glaze), que se titula, precisamente, «angustia y ética».
Jorge repasa allí la ontología de lo que es, la ontología de lo que hay, la descripción de la
realidad en su expresión epocal, siguiendo para ello a Heidegger, a Marx y a Freud. Para
recordarnos que Heidegger (en su texto: "La época de la imagen del mundo") entrevió el
devenir del mundo como imagen, dado que en la modernidad inaugurada por el cogito
cartesiano, en la modernidad de la metafísica sujeto-objeto, en la que la ex-sistencia se
vuelve sujeto y el objeto se vuelve enteramente calculable, en esa modernidad de la
entificación, en la que todo viene a presencia y se torna visible, ya no tenemos una imagen
del mundo, porque el mundo mismo se ha vuelto imagen. No hay más mundo, hay imagen,
el pensamiento se ha vuelto representación, todo va a ser ganado para la información, el
ente va a estar siempre disponible, y la política se va a construir entonces forzosamente
sobre lo visible. Lo que deja planteada una pregunta esencial por lo que se sustrae, eso
esencial que escapa a toda posibilidad de cuantificación y que deja ver su sombra
incalculable. Pero, subraya Jorge, y vale la pena remarcarlo, Heidegger no habla ni hace
ninguna solicitación a la ética.

En cuanto a la ontología Marxiana, se puede ser aún más conciso: para Marx, todo lo que
es, lo es en tanto está en el mercado; todo lo que es ente, lo es en tanto mercancía. (E
incluso, y éste es un asunto crucial, la fuerza de trabajo en el mercado capitalista es tratada
como un ente más, como una mercancía entre otras, cosa que Marx contesta y sitúa su
punto de inflexión). Pero, señala Jorge, si Marx hace una Crítica de la economía política
estableciendo las condiciones de posibilidad de la economía burguesa, no hay tampoco en
esa Crítica ninguna mención a la palabra ética.

En tercer lugar y más brevemente aún, diremos que en Freud lo que hay es la civilización:
la realidad es la civilización y, a su vez, lo que hay en la civilización es el malestar. La ética
no es tampoco para Freud una respuesta suficiente a ese malestar. Todo lo contrario: la
ética, resultado de la civilización, no sólo no logra apaciguar el malestar sino que forma
parte de ese mismo malestar al que, además, relanza y, a su vez, promueve. Tal es, como
sabemos, la paradoja inscripta en el superyó tal como Freud describe su génesis en El
malestar en la cultura, una instancia que exige la renuncia al goce hasta gozar ella misma de
la renuncia, lo que inscribe un circuito infernal en el que la compulsión y la repetición
confinan con lo que toda pulsión conlleva necesariamente de mortífero.
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"El superyó es la pulsión de muerte hecha ley", dice Jorge, más de una vez, a lo largo de su
texto. Y esa constatación, se encuentra en el horizonte de todos los trabajos y entrevistas
que el libro reúne. Que el superyó sea "la pulsión de muerte hecha ley" explica,
seguramente, la prevención que deja traslucir al señalar la ausencia de mención de la
palabra ética en Heidegger y en Marx, el carácter paradójico de su referencia en Freud.
Porque, podríamos decir, la ley en su ambición categórica es kantiana y el superyó, como la
clínica psicoanalítica lo ha establecido desde muy temprano, se evidencia capaz de un
sadismo feroz.

Ahora bien, y en relación a esa ley kantiana, es verdad que Lacan ha dedicado todo un año
de su seminario a la cuestión ética, proponiéndose precisamente pensarla a distancia de los
ideales, alejada de cualquier postulado ideal, encontrando un referente incondicionado para
fundar una ética del psicoanálisis apropiada al inconsciente en lo real del deseo, el deseo en
tanto real. Pero también es cierto que la formulación canónica de esa ética bajo la forma de
una suerte de precepto: "no cederás sobre tu deseo", en cuanto adopta él mismo una
dimensión imperativa y kantianamente categórica, es decir, en cuanto no da lugar a la
excepción, en cuanto exceptúa a la excepción, se inscribe inexorablemente en el circuito
mortífero de la pulsión. El sostén irreductible del deseo mantiene siempre en su horizonte la
perspectiva posible del sacrificio como destino probable. Jorge ha tratado el tánatos de ese
deseo irreductible en un antiguo y muy lindo trabajo sobre Antígona, y el mismo Lacan, al
año siguiente del seminario sobre la ética, deja indicada la eventual persistencia
melancólica de un deseo irreductible en el destino trágico elegido por Sócrates. Sabemos,
además, que el propio Lacan se decía disconforme con el texto de su seminario, y se
mostraba dispuesto a reescribirlo, cosa que finalmente no hizo, lo que supone por su parte,
al menos, la percepción de alguna dificultad.

Aunque, desde luego, esto que expositivamente despliego como un desplazamiento desde la
pregunta por la ética hacia una revalorazión de la dimensión política, no debería ser
entendido en términos de una simple oposición, de una simple contrariedad, sino como una
reubicación de los acentos y del interés, y quizás también una reformulación de las
urgencias y las prioridades. Lacan emplea ambas categorías, ética y política, para situar al
inconsciente, estableciendo que el estatuto del inconsciente no es ontológico, no es del
orden del ser ni del no ser, sino del orden de lo no realizado, confiriéndole un estatuto ético;
pero también ha afirmado suscintamente que "el inconsciente es la política", situándolo de
entrada fuera de las estructuras permanentes y estables propias de la metafísica, y
ubicándolo desde el inicio en una dimensión transindividual, al definirlo, por ejemplo,
como "el discurso del Otro".

Se trata entonces en este texto de acentuar esa dimensión transindividual, transpersonal, esa
dimensión de lazo social que convoca lo político, entendiendo que la ética y la política no
se contraponen, ambas cuestiones se solicitan y se reclaman mutuamente y enfrentan
desafíos y dificultades semejantes. Jorge es también claro al respecto cuando señala que
tanto la ética como la política se construyen bajo la premisa del sujeto como sujeto del
símbolo, un sujeto que actúa a través del logos, inspirado en la razón, vale decir, a través de
ese elemento mortificante que constituye el significante en las redes de lenguaje que
captura al viviente en el que habita el sujeto que habla. Pero, y esta cuestión central es una
pregunta permanente, "¿cómo construir categorías políticas y éticas que tengan en cuenta
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que en cada sujeto hay una parte de vida?", una parte de vida que es contrabandeada en el
mundo del significante, que el significante produce o no logra alcanzar ...

Esta pregunta hace eco notablemente a una respuesta que Freud formula alguna vez, cuando
en cierto momento crítico de la humanidad (otro momento crítico de la humanidad) es
conminado a definirse políticamente para proclamarse "blanco" o "rojo" (vale decir,
fascista o comunista), a lo que Freud responde escuetamente: "No. Hay que ser color
carne", tomando distancia de los ideales, y haciendo valer no tanto la dimensión de lo
humano, como la dimensión de Eros, ese Eros unitivo como empuje a la vida que la
aspiración totalizante de los ideales demuestra siempre menoscabar.

Ante la deslegitimación de la política que conlleva lo que resumiría como la globalización


planetaria del capital, ante la estructura de emplazamiento heideggeriana que se dirige a lo
que hay sólo en tanto cuantificable y lo administra en términos de información, frente al
creciente gerenciamiento cosificante de la vida humana, Jorge responde invocando a tres
grandes movimientos críticos contemporáneos que se desprenden de esas ontologías
modernas que sustentan Marx, Heidegger y Freud, para señalar la convergencia de
perspectivas de lo que denomina la línea lacaniana, la deconstrucción derrideana y la línea
foucaultiana-deleuziana, reconociendo en estas tres estrategias narrativas una posición más
o menos equivalente, por defender las tres (y lo cito): "frente al carácter estable y
trascendente de las existencias, el carácter contingente; frente al mundo del sentido, la
presencia del sinsentido; frente al mundo del progreso y el fín trascendental de la historia,
la finitud de cada uno; frente a la universalidad del para todos, el carácter radical de cada
singularidad". Y, empleando términos de una innegable resonancia política, escribe:
"Estamos en un mismo frente, y tendríamos que ser lógicamente aliados, porque estas tres
corrientes se están percibiendo, sin llegar a hablar de ética, como las únicas alternativas
distintas de afrontar la ontología de la imagen, el paradigma de la información, la
enredadera (rizomática) que se ha vuelto el discurso capitalista".

Es notable que pocas páginas después llegue a expresar al respecto un Wunsch, un anhelo,
cuando en su texto sobre «El estado del alma de Europa», propone una ubicación
geográfica a la eventualidad de esa alternativa distinta. Escribe: «¿No sería ésta una tarea
latinoamericana? La traducción de una herencia europea de emancipación sin condiciones
violentas ni sacrificiales. Latinoamérica, el lugar donde se traduce a Europa sin su tradición
hermenéutica, sin las razones que pretenden justificarla. Latinoamérica: el lugar de una
emancipación que desconecte la maquinaria que articula la Revolución con el Terror». Lo
que reclamaría, indica, una tarea previa: expropiarnos de nosotros mismos, "emanciparnos
de ese ‘nosotros’ que hace obstáculo a toda apertura".

En relación a este Wunsch, y dentro de las muchísimas cosas que hay en este libro, no
querría dejar de mencionar la transcripción de una entrevista que le realizamos a Jorge para
Psicoanálisis y el Hospital bajo el título "la diseminación argentina". "Diseminación
argentina" es una expresión de tinte derrideano acuñada por el propio Jorge, una expresión
que hemos adoptado hace ya varios años como título de una sección de la revista en la que
se trata de dar la palabra a algunos de quienes se vieron en situación de tener que partir en
los años ’70. Diseminación no significa estrictamente diáspora, ni designa sólo la idea de
dispersión. Todos los que hemos conocido las condiciones del desarraigo, y hemos hecho la
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experiencia de la argentinidad como una identidad que se construye a la manera de un


bricolage, con pequeños retazos tomados desde la distancia y la nostalgia, en un país
conformado por la inmigración, cuya particularidad distintiva surge paradójicamente con
una gran nitidez a la obligada distancia de la emigración forzada. Pero el término
diseminación porta, sobre todo, un matiz generativo, un matiz proliferante, porque en esa
sección nos interesamos no tanto por el pathos del exilio o el dramatismo del desarraigo
que, desde luego, existe, sino mucho más por ese movimiento generativo, creativo, de
proliferación que el exilio a veces también permite e incluso favorece, quiero decir, el
exilio no tanto como drama sino como oportunidad. Y, por cierto, como puede leerse en esa
entrevista en un tono coloquial, personal e intimista, Jorge (y también Sergio que está hoy
aquí con nosotros), son exponentes de esa argentinidad que se despliega, prolifera y se
contagia, y que ha sabido llevar su crecimiento y su desarrollo más allá de las fronteras y
sus circunstancias.

Pero preferiría concluir mi breve comentario, deteniéndome en un párrafo de otra


entrevista, la entrevista realizada por Massimo Recalcati sobre "lo otro de la razón", en la
que Jorge responde a la pregunta sobre cómo sería una comunidad humana que tuviera en
cuenta la enseñanza de Freud. Les leo, para concluir, su respuesta literal: "¿Cuáles serían
las condiciones de una comunidad freudiana? Apostar al deseo, sin garantías de que no se
excluya el horizonte de la responsabilidad. Aceptar el carácter irreductible del deseo sin
caer en la tentación del goce propio del mártir. Soportar la infelicidad contingente sin que
se convierta en una desdicha necesaria. Saber perder sin identificarse con aquello que se ha
perdido. Tener conciencia de la propia finitud, escapando a la fascinación de la cultura de la
pulsión de muerte. En esta sociedad imposible, habría lugar para la tragedia singular, pero
no para la humillación planificada; encontraría lugar el dolor de existir, pero no la
explotación de la fuerza de trabajo, se realizaría la voluntad de decir cualquier cosa y
también la de callar, pero no en un silencio cobarde; estaría contemplado el hecho de ser
extranjeros a sí mismos, pero no el desarraigo obligado de las multitudes". Con esta breve
enumeración, Jorge nos permite vislumbrar el horizonte de esa política que su libro nos
invita a pensar, una política ya no configurada como un mero acto gerencial que se cobija
en la coartada siempre invocable del arte de lo posible, sino una política referida a la
estructural imposibilidad que habita necesariamente la vida contingente del ser que habla.

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