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El lenguaje transmutando existencia en vida, trazo en palabra y niño en no niño, en

representación de niño
Por Tatiana Navarro
La propuesta es la lectura del texto de Lispector escudriñando un conjunto de términos que
parecen opuestos. No obstante, en primer lugar se debe especular sobre la intención de dibujar
al niño en tanto este es actualidad inaprensible. Dibujarlo es una forma de comprenderlo, pero
ni a eso se puede llegar pues el soporte material lo impide. Nada es lo suficientemente actual.
Esta es una realidad que la autora sólo logra entender a costa de llamarla, nombrarla, como
vegetativa. Nombrar es el registro de lo sonoro, pero también de lo escrito. Este intentar enlazar
con la pluma, con la palabra escrita, que por ahora es el único acceso al niño será también su
perdida, se le alcanzará cuando este domesticado y no posea esta actualidad que lo hace ser niño.
El procedimiento de la escritura ha quedado situado en el intento por aprehender el devenir
actual del niño. Pero ¿Qué es el niño? ¿Por qué el niño es un loco? Según la propuesta de
Lispector al inscribirse en el tiempo cotidiano, a la expresión y a la vida ha abandonado la locura.
Hay una unión entre niño, locura, tiempo actual, meditación y existencia. Y una verdad que
enuncia en voz propia:
“Soy un loco por solidaridad con los miles de nosotros que, para construir lo posible, también han
sacrificado esa verdad que sería una locura” (Lispector, 1961)

El niño realiza un juego de atención: adentro y afuera, afuera provocado por el acto de levantarse.
El afuera se ha convertido en foco de interés para que el niño descubra como la silla, la mesa, el
suelo y él son distintos. Son oposiciones. Es el afuera, en tanto retrato que reclama su atención,
lo que lo sostiene en pie y una vez el retrato desaparece, su estado corporal erguido se desvanece.
Lispector nos cuenta que hay un esfuerzo de vida en esta incorporación, en este ponerse de pie
y fijar la atención en algo que no es él.
Ahora merece su atención una gota de baba, su esfuerzo de vida lo lleva a examinarla con un
brazo levantado poco a poco. El niño ahora sabe de esto, también de esto. Lispector no se queja
ya de la imposibilidad de dibujarlo; parece que a medida que avanza en su tarea de describir, el
niño avanza en la suya de saber. Y es aquí que “piensa en voz alta” y dice: -niño-. Dice –niño- y
sabe, dice –mamá- y sabe.
El niño está alcanzando el saber. Sobre el decir se monta el comprender, sobre el decir también
se instala el silencio. Y sobre el ser se sitúa el otro que lo reconoce. No es casual que Lispector
logré aprehender al niño mediante el recurso de la escritura. Recordemos que nos dijo:
“Un día lo domesticaremos hasta hacerlo humano, y entonces podremos dibujarlo” (Ibídem)

En el lenguaje se ha domesticado y en el lenguaje se ha dibujado. El niño dibujado a pluma no


es ya el niño y no es ya un dibujo. Es el lenguaje transmutando existencia en vida, trazo en palabra
y niño en no niño, en representación de niño.
Bibliografía:
Lispector, Clarice. 1961. “Niño dibujado a pluma”. En Felicidad clandestina, Cuentos reunidos. Bogotá
(2002): Alfaguara

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