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Colegio de Mexico

Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

Chapter Title: PRÓLOGO Para dar cuerpo a un “fantasma insustancial”

Book Title: Para mexicanizar el segundo imperio


Book Subtitle: el imaginario político de los imperialistas
Book Author(s): Erika Pani
Published by: Colegio de Mexico, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
(2001)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv512s5w.4

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PRÓLOGO

PARA DAR CUERPO A UN "FANTASMA INSUSTANCIAL"

Al ordenar el pasado para construir la Historia nacional, los historiadores


establecen una periodización, arbitraria quizás, pero que dota de estruc-
tura y de sentido a la experiencia común, compartida, supuestamente
"nacional", que fue forjando y definiendo a la "patria" y a su presente. 1
Dentro de la reconstrucción histórica del siglo XIX mexicano, surge 1867
como fecha mágica, como parteaguas definitivo. El triunfo de la Repú-
blica sobre el imperio de Maximiliano significó la victoria de la nación
soberana sobre las huestes invasoras del imperio más poderoso del mun-
do; la nulificación del anacrónico proyecto político conservador, y la
consolidación del Estado moderno, liberal y republicano. Los mismos
protagonistas de la lucha contra la intervención y el imperio la percibie-
ron como una "segunda Guerra de Independencia": si Hidalgo, Morelos
y Allende habían cortado las amarras que ataban a México a la metrópoli,
Juárez y los suyos habían rematado su obra, transformándolo en un país
políticamente moderno. 2
De esta manera, como escribiría Justo Sierra, la República "en
el año de 67 había conquistado el derecho indiscutible e indiscutido
de llamarse una nación". 3 No debe sorprender que ésta, la versión
no sólo de los triunfadores, sino también la de aquellos hombres que
ocuparon el poder por el resto del siglo, fuera la que permeara prácti-
camente toda la historiografía sobre la intervención y el imperio. Este

1 Según Daniel Cosío Villegas, es "bien sabido que la división periódica de la

historia es convencional y arbitraria, y que no la corta ni el instrumento más afilado,


pues la realidad es fluida, continua, como la clara corriente del agua. Lo verdade-
ramente cierto es, sin embargo, que nadie prescinde de dividirla de algún modo, y
que principia uno a discurrir históricamente cuando propone una partición y ensaya
fundarla". Cosío VILLEGAS, 1988, p. 3.
2 Cosío VILLEGAS, 1988, p. 12.
3 SIERRA, 1970, p. 428.

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16 PARA MEXICANIZAR EL SEGUNDO IMPERIO

periodo de la historia de México, considerado fundador, ha hecho


correr cantidades impresionantes de tinta, como lo demuestra el
trabajo historiográfico de Martín Quirarte: 4 mexicanos y extranjeros,
historiadores y cronistas, pero también novelistas, poetas, drama-
turgos y varios guionistas de cine se han ocupado de este episodio,
aprovechando los visos románticos de la princesa enloquecida y del
rubio archiduque soñador que no supo gobernar, pero supo morir.
Sin embargo, como hizo notar ya en 1969 Edmundo O'Gorman,
el extensísimo material que ha conformado la visión tradicional de
El triunfo de la &pública, por glorificar la "imagen inmaculada y ab initio
del ser republicano del pueblo de México'', no ha querido hacer un
análisis serio y objetivo de los rivales de la misma, engendros ridícu-
los c:_C)lldenados de antexp.ano~Lfr:acaso. Así, la histonografi~al
ha reducido al monarquismo mexicano, a los imperialistas, al "llama-
do Partido Conservador" y al "llamado Imperio" a "meros fantasmas
insustanciales". 5 Consecuentemente, los años del gobierno de Maxi-
miliano han sido estudiados como un periodo anómalo, exótico, casi
ajeno a la historia de México.
Lógicamente, quienes triunfaron en la contienda -y quienes
enaltecieron a sus héroes después: Vigil, Sierra, Iglesias Calderón,
Galindo y Galindo, Valadés y Fuentes Mares, entre otros- considera-
ron que el imperio patrocinado por el ejército del ambicioso Napo-
león III no era más que un escenario de cartón pintado y oropel. Sus
vivencias, si bien pintorescas, han sido descritas como superficiales y
fantoches; y descartadas su política, su legislación, su administración
de la cosa pública como meras patadas de ahogado de un grupo polí-
tico minúsculo, ridículo y decrépito, manipulado a placer por el inva-
sor. En opinión de estos hombres, lo central, lo realmente importante
para la historia nacional era, en primer lugar, lo que había sucedido
en el norte del país, alrededor de Benito Juárez y sus allegados, y en
segundo, en los campos de batalla, con Mariano Escobedo, Ramón
C9rona, Vicente Riva Palacio y Porfirio Díaz. Así, se diría que entre
1864 y 1867, "México se refugió en el desierto". 6
La imposición de esta versión fue tan eficiente que gozará de
poca fortuna el investigador que intente rastrear en la Legislación mexi-

4 QUIRARTE, 1970.
5 O'GORMAN, 1969, pp. 4-5.
6 La expresión es de José FUENTES MARES, 1963.

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PRÓLOGO 17

cana de Manuel Dublán yJosé María Lozano, las leyes que formalmen-
te rigieron sobre la mayor parte de la población durante estos años.
El noveno volumen de la Colección completa de disposiciones legislativas
--compilada por quien fuera nombrado procurador imperial- no
contiene más que las disposiciones emitidas por la República cuando
anduvo errante.7 Para la Historia patria, el imperio no representa más
que el iluso rival de un liberalismo republicano destinado al triunfo,
pues con él estaban "las simpatías, el entusiasmo, el apoyo efectivo
de los pueblos" .8 De esta manera, la historiografía liberal no sólo negó
que el gobierno imperial hubiera realizado aportaciones positivas;
nulificó su existencia. La frase lapidaria pi:onm:iciada en 1864 porJosé
María Iglesias se convertiría en el veredicto incuestionado de la expe-
riencia imperial, repetido innumerables veces por los historiadores
que lo siguieron, hasta bien entrado el siglo :xx: 9 "el Imperio [había]
sido el resultado de un aborto. Enclenque, raquítico, destartalado,
tendría una vida enfermiza y temprana muerte" .10 No podían haberse
adherido a un proyecto así más que los malos mexicanos; los necios,
los traidores y los imbéciles.
No obstante, llama la atención que aquellos historiadores que
buscaron defender a los "pseudo mexicanos" --como desdeñosamente
los calificara José María Iglesias-11 que colaboraron con el gobierno
imperial, así como los que intentaron relativizar el tan glorificado papel
de Benito Juárez -como Francisco Bulnes- describieron también al

7 DUBLÁN y LOZANO, 1876-1912, vol. IX ( 1861-1866).


8 México a través... ,
1940, t. V, vol. 2, p. 804.
9 En los últimos años se han realizado cuidadosos estudios monográficos que
han empezado a minar la interpretación tradicional. Véase, sobre la historia militar,
la actitud de Francia y los soldados franceses, DABBS, 1963; LECAILLON, 1994; sobre
la política indigenista del imperio, ARENAL, 1991; MEYER, 1993; PANI, 1998; sobre la
política educativa, ARENAL, 1978; sobre la política exterior, BLUMBERG, 1971; sobre
los designios franceses sobre Sonora, SUÁREZ ARGÜELLO, 1990; sobre las relaciones
Iglesia-Estado, GALEANA, 1991; sobre la producción artística, ACEVEDO, 1995; sobre
las estrategias de legitimación, DUNCAN, 1996; sobre el ceremonial público, PANI,
1995; sobre asuntos varios, ARNAIZ Y FREG, 1965 y los trabajos del Seminario "La
definición del Estado mexicano: 1857-1867", organizado por el Archivo General de
la Nación en agosto de 1998. Para una revisión de la historiografía reciente, véase
PAN!, 1997a.
10 IGLESIAS, 1966, p. 437. De aquí en adelante, se utilizarán los corchetes para

asegurar la concordancia de los verbos dentro del texto.


11 IGLESIAS, 1966, p. 527.

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18 PARA MEXICANIZAR EL SEGUNDO IMPERIO

imperio como un régimen exógeno, gobernado, como escribiría furi-


bundo Francisco de Paula Arrangoiz, "desde París y a la francesa". 12
Cabe recordar que la historia del imperio es la de un fracaso escandalo-
so. Aquel que la escribe busca inevitablemente a alguien a quien cobrar-
le los platos. Así, según los autores que se identifican a sí mismos como
conservadores -Arrangoiz, Niceto de Zamacois-, el proyecto im-
perial había fracasado no porque, como decía José María Iglesias, la
monarquía, con sus "decadentes instituciones del viejo mundo", fue-
se ya obsoleta en una América "enteramente" republicana,13 sino, al
contrario, porque Maximiliano, mal aconsejado, manipulado por los
generales franceses, había contravenido su mandato e ido contra la
naturaleza profundamente católica del pueblo mexicano, ratificando
las Leyes de Reforma y estableciendo una política liberal.
De esta forma, el emperador se había "nulificado moralmente" ,14
intentando gobernar mediante decretos "inaplicables a México", cu-
yo único objetivo era "dar a conocer a la Alemania ultraliberal que él
era un soberano democrático" .15 Lo que era peor, estando Maximilia-
no demasiado atareado, según Bulnes, "disecando pájaros y lanceando
mariposas" como para ocuparse de las prosaicas actividades guberna-
mentales, 16 había entregado las riendas del gobierno a un grupo de
extranjeros, que "desconocían las costumbres, el carácter, el idioma y
las necesidades del país [y que] se cuidaban muy poco del pmvenir de
México" .17 Así, a decir de la versión conservadora de los hechos, aque-
llos que habían visto en el régimen monárquico la tabla salvadora de
la nación mexicana, se vieron desplazados por unos mercenarios ex-
tranjeros sin escrúpulos. Los hombres que habían suspirado por la
monarquía, que cifraban en ella la supervivencia de México como
nación civilizada e independiente, habían sido excluidos -majade-
ramente, aseguraría Arrangoiz- del proyecto imperial. Por lo tanto,
podían lavarse las manos de todo el triste episodio que culminó con la
tragedia del Cerro de las Campanas.
Así, la historiografia -la oficial y la que se escribe en su contra;
la liberal y la conservadora; la contemporánea a los hechos y la poste-

12 ARRANGOIZ, 1968, p. 7.
13 Citado en 1996a, p. 165.
PI-SUÑER,
14 ZAMACOJS, 1882, t. XVII, p. 892.
15 ARRANGOJZ, 1968, pp. 588 y 648.
16 BULNES, 1973, p. 504.
17 ZAMACOIS, 1882, t. XVII, p. 683.

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PRÓLOGO 19

rior- ha transformado al segundo imperio en un episodio hueco,


extrínseco a la experiencia histórica mexicana. A pesar de las aporta-
ciones importantes de la historiografía reciente, la imagen del im-
perio que aún pervive dentro de la memoria mexicana es la de un
accidente que nos vino de fuera. Se percibe como el resultado exclusivo
de la ambición de un Bonaparte caricaturesco, de la ingenuidad y el
romanticismo de un Habsburgo segundón con ínfulas de buen gober-
nante, y de los proyectos disparatados de unos pocos traidores a la
patria. Se describe como un paréntesis histórico que interrumpe mo-
mentáneamente la ascensión natural, irresistible, de la corriente liberal,
federalista, democrática y popular que había emergido definitivamente
triunfante de la guerra de Reforma.
A continuación, pretendemos sacar al segundo imperio de este
paréntesis. Sin duda, la intervención y el imperio son sucesos de la
historia de México que, más que otros, se inscriben dentro de la histo-
ria mundial. Incomprensibles serían estos episodios sin los problemas
suscitados por la deuda de México con Inglaterra, España y Francia;
sin los proyectos expansionistas del emperador de los franceses; sin
la guerra de Secesión estadounidense. Pero su historia no puede
limitarse a la de la guerra y las relaciones internacionales. Por otra
parte, la derrota del imperio significó ciertamente la consolidación
del partido deJuárez como partido nacional, el fracaso de la alterna-
tiva conservadora, el eclipse de la Iglesia como actor político, y el
triunfo definitivo de un proyecto de nación republicana y "liberal"
que permaneció vigente hasta 1917 .18 Sin embargo, pensamos que
la importancia histórica del imperio va más allá de esta función legi-
timadora, que estos años no fueron solamente un periodo de sangre
y heroísmo liberal. Quisiéramos demostrar entonces que el impe-
rio representa no simplemente una ruptura, sino una época de con-
tinuidad y cambios, durante la cual actuaron hombres conocidos
-no extranjeros que ni español hablaban-, que intentaron dar solu-

18 Se puede debatir largamente sobre el tinte "liberal" del porfiriato. Sin em-
bargo, sugerimos que el régimen autoritario mantuvo el proyecto liberal -la Consti-
tución de 1857, la glorificación de la Reforma y sus héroes, etc.- como parte oficial
de su proyecto de nación. Como ha indicado Charles Hale, durante el porfiriato,
el liberalismo, lejos de desaparecer, se transformó en un "mito unificador"; HALE,
1989. Asimismo, la Revolución, en su primera etapa, por lo menos en la vertiente
maderista, pretendía simplemente derrocar a la dictadura porfirista, y restablecer,
en su pureza, los principios del 57.

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20 PARA MEXICANIZAR EL SEGUNDO IMPERIO

ción a problemas que la clase política venía arrastrando desde la inde-


pendencia. En este aspecto, el imperio está firmemente inscrito den-
tro del proceso histórico nacional.
Quisiéramos recuperar al imperio como experiencia mexicana.
Para "mexicanizar" este episodio, para rastrear sus raíces y razones
locales, nos hemos acercado a sus protagonistas mexicanos, a los
"imperialistas", 19 a aquellos hombres que colaboraron en primera
línea con el gobierno del emperador. Esta es la historia de los pro-
yectos de Estado de aquellos políticos, y de cómo imaginaron que
éstos podían llevarse a cabo dentro de un sistema monárquico. Ten-
dremos que dejar a un lado, por ahora, la actuación del régimen mis-
mo; el día a día del imperio; los mecanismos mediante los cuales
operaba; la manera en que se aplicaba, manipulaba o ignoraba la
legislación maximiliana; las pugnas internas del régimen, y sus cons-
tantes conflictos con el ejército expedicionario. La historia militar de
la guerra de Intervención, sus estrategias y batallas, tampoco tendrán
-::abida aquí, por haber sido ampliamente abordadas por la historio-
grafía de la época, y en particular por José Maríá Vi gil. No nos ocupa-
remos tampoco de Maximiliano, ni de su particular estilo de gobierno,
ni de sus romances con la India Bonita, ni de Carlota, plantada en el
castillo de Chapultepec. 2º
Lo que interesa entonces es advertir cómo fueron fraguándose, den-
tro del ideario de la clase política mexicana, una serie de proyectos de
Estado que promovieron, o por lo menos aceptaron el establecimiento
de un rég-imen monárquico. Para explicar a los imperialistas, inten-
taremos recuperar el debate político de los turbulentos primeros años
de la segunda mitad del siglo XIX; rescatar aquellos "lenguajes po-
líticos", mediante los cuales la sociedad mexicana discutió consigo

19 La utilización de la palabra "imperialista" es de la época-aunque se usaba

también la de "imperiales". Designaba a los adictos al imperio y no tenía ninguna


connotación de "imperialismo" corno fórmula de dominación política y económi-
ca de un país sobre otro.
20 La atención de los investigadores se ha centrado de forma algo excesiva

-por no decir morbosa- en la pareja imperial; como si ésta hubiera actuado en


el vacío. Testimonio de esto son las polémicas que se desataron durante el seminario
"La definición del Estado mexicano: 1857-1867'', organizado por el Archivo General
de la Nación en agosto de 1998, mismas que en su mayoría se centraron, en detri-
mento de otros importantes ternas abordados, sobre la calidad moral y las prefe-
rencias sexuales del emperador, lo liberal o antiliberal de su ideología, las relaciones
entre los cónyuges y el protagonismo político de la emperatriz.

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PRÓLOGO 21

misma las formas en que sus hombres pensaron la política y el Estado,


para así descubrir cómo y por qué el importar un príncipe Habsburgo
prógnata, güero y de ojo azul-aspiración que parece tan aberrante
hoy en día- fue percibida como una solución no sólo viable, sino
atinada, a los problemas de un México independiente que llevaba 40
años tratando -con un éxito bastante regular- de consolidarse
como Estado-nación.

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