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T S e c c ió n de O bra s d e F il o so f ía

S C H O P E N H A U E R E N S U S P A G IN A S

A
SCHOPENHAUER
EN SUS PÁGINAS

Selección, prólogo y notas de


Pe d r o S tepa n en ko

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Arturo Schopenhauer (1788-1860). Foto^afia de Johann Schwer, 1859.

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N O M IC A
»••íf.
prim era ed ición, 1991
Prim era reim presión, 2013

Stepanenko, Pedro (com p.)


Schopenh auer e n sus páginas / corap. de Pedro Stepanenko. — M éxico :
PRÓLOGO
rcE , 1991
30 3 p . : 22 * 14 cm — {Colee. Filosofía)
ISBN 97a«07-16-1473-5 Si quisiéramos caracterizar sucintamente el desarrollo de la idea fi-
]o8(Sfíca del conocimiento, muchos nos veríamos tentados a conside-
1. Schopenhauer. A rturo — C rítica e interpretación I. Ser. II. L rario como la historia de un desengaño. Pensemos en la exaltación
platónica del conocimiento como nóesis, comó intuición de lá verda­
L C B 3 I4 8 Dewc>-121 S863s
dera esfera del ser, en la cual los objetos mantienen una absoluta
identidad e inmutabilidad, en oposición a las efímeras imágenes
de la percepción. Comparemos esta concepción con la imagen de
Reichenbach, filósofo contemporáneo, según la cual el conocimiento
es como el bastón de un ciego, como algo que sólo nos permite tan­
tear el terreno para no caemos. Recordémosla radical transformación
que la modernidad introdujo en nuestra visión del conocimiento, co­
locando Descartes su fundamento ya no en lo que el objeto es por sí
mismo, sino en la conciencia del sujeto que con sus propias ideas lo
construye, y limitándolo BCant al campo de los fenómenos, de aquello
que Platón consideraba como efímeras imágenes de la percepción.
Tendremos, entonces, algunos motivos para considerar ese desarro­
llo como el desmantelamiento de una ilusión. A este desmantela-
miento la filosofía de Schopenhauer ha contribuido sustancialmente,
puea, si bien la modernidad limitó el alcance teórico del conocimien­
to, es decir, su capacidad para aprehender la constitución del mundo,
dejó intacta e incluso pretendió reforzar su capacidad para deter­
minar la conducta del ser humano, mientras que aquélla centró su
ataque precisamente en esta última.*
Si revisamos las filosofías anteriores a Schopenhauer, veremos que
Disirilnidón m ufidm l en todas ellas el principio de la acción humana, es decir, la voluntad,
si no se le toma como un principio racional, al menos se le condiciona
D. R. ® 1991, Fondo de Cultura E con óm ica
alas facultades cognoscitivas. La voluntad entendida como el princi­
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 M éxico, D. F.
pio del obrar humano había sido pensada siempre como algo condi­
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cionado por el influjo de las representaciones: se le veía como una
fuerza que sólo opera determinada por alguna impresión de la con*
Diseño de portada: P acía Álvarez Baldit ciencia. Ésta era lo primordial y constituía la esencia del hombre, en
cambióla voluntad era sólo una facultad a su servicio. Schopenhauer
Com entarios: editorial@ fondodeculturaeconom ica.com
Tel.: (55)5227-4672, Fax: (5 5 )3 2 2 7 4 6 9 4 * Podrá objetarse que Kant no pretendió jam ás colocar al '‘conocim iento'' como
el rector de la conducta humana y que precisamente su filoio/Ta lo excluye del ¿m bilo
Se prohíbe la reproducción total o parcial d e esta o bra, sea cual fuere ^ la razón práctica. Semejante objeción descansa en una confusí6n de palabras. Por
et medio, sin la anuencia por escrito d el titular de los derechos. conocimiento” queremos significar aqu{ la facultad de representar en general la
conciencia en sentido amplio, dentro de la cual caen necesariamente iodos los prínci*
píos racionales o las representaciones empíricas que pueden determinar la acción para
ISBN 978-607-16-1473-5
Kant.
Impreso en M éxico • PrinUd in Mexico
PRÓLOGO PRÓLOGO

inviene esta relación y ahí se encuentra el rasgo fundamental de toda gcbopcnhauer a ima visión trágica del hombre y del mundo, y quizá
su doctrina. La voluntad es lo primordial, es ella el principio origina­ ge» precisamente esta visión trágica la que inspiró toda su metafísica,
rio del ser humano, es aquello de lo cual brota incluso la conciencia, pues justamente en las descripciones de los dolores del mundo su plu­
es aquello que condiciona no sólo la existencia de ésta, sino también ma ^ q u iere una impresionante lucidez y penetración: en ellas pare*
su naturaleza, es ella la que exige una representación, una impresión ^ estar gozando. La voluntad que en sí es la misma cosa en cada uno
de la conciencia, por medio de la cual manifestarse. La voluntad es de los seres vivientes, al actuar a través de cada uno de ellos pene­
una fuerza, ajena en su origen a toda representación, que ci«a sus trando el mundo por diferentes conductos se enfrenta a sí misma: su
propios medios para fluir, y la conciencia es uno de esos medios. No manifestación está condicionada por su propia destrucción, así como
son las representaciones lo que despierta a la voluntad, antes bien es la conservación de cada ser vivo requiere la destrucción de otros. La
la voluntad la que genera esas representaciones como una forma más voluntad diseminada en la multitud de individuos se devora a sí mis­
para actuar sobre el mundo. ma entablando ima ‘‘lucha cósm ica". Y no obstante lo injusto que
Tal vez mediante la siguiente analogía podamos acercarnos a la in­ pueda parecemos este mundo en el cual todos vivimos a condición
versión que propone Schopenhauer respecto a la relación entre la vo­ de hacer sufrir, en él se ounple la "justicia universal*’, pues la mis­
luntad y la conciencia. Por lo general cuando estamos en un determi­ ma voluntad, el principio único que en él se manifiesta, es quien re­
nado estado de ánimo, se lo adjudicamos a ciertos acontecimientos presenta este espectáculo a su costa. Aquí se encuentra ya la imagen
que hemos vivido o a ciertos pensamientos que ocupan nuestra aten­ de la existencia que le permidó a Nietzsche adjudicarie a la tragedia
ción en esc momento, pero a veces caemos en esos estados sin saber griega la función de mostrar que incluso lo m ¿i terrible de la vida es
por qué y entonces se nos ocurre pensar que son más bien los estados un ‘*juego artístico que la voluntad juega consigo misma, en la eterna
los que evocan esos recuerdos o los que producen esos pensamientos. plenitud de su placer’*.* Al escribir esto Nietzsche se encontraba bajo
El estado de ánimo, aunque las palabras quieran engañamos, resulta una enorme influencia schopenhaueriana, pero justo es señalar que la
ser bajo esta última perspectiva el principio activó, el motor que pro­ acritud positiva ante el sufrimiento que d ^ a r a aquí implica asumir
duce las impresiones. Semejante a esta inversión que rara vez se nos con mayor consecuencia la tesis fundamental dé Schopenhauer, según
ocurre, parece ser la inversión que Schopenhauer llevó a cabo, pero la cual la esencia del hombre es la voluntad, pues este último parece to­
la fertilidad de esta ocurrencia ha quedado asentada por una idea que davía ceder a la pretensión de la conciencia de ser lo que omstituye la
hoy en día nos parece común y corriente, a saber; que gran parte de identidad del hombre; y esto es lo que le hace ver en él un ser perma­
nuestras acciones está inspirada por impulsos inconscientes y que só­ nentemente angustiado. Para Schopenhauer el advenimiento de la
lo a través de nuestra vida aprendemos a conocer el mecanismo de es­ conciencia al mundo representa también un acontecimiento trágico,
tos impulsos en nuestra persona. Pero la vena metafísica de este au­ pues la voluntad que la produce y a la cual finalmente se reduce, más
tor, fascinada por esta revelación, convirtió esa inversión en una que reconocerse a través de ella, se desconoce a sí misma, se asombra
cosmovisión. La voluntad inconsciente, esa fuerza ciega que nos im­ de su propia realidad. El hombre es ese medio por el cual la voluntad
pulsa y que nos sorprende a nosotros mismos apareció ante sus ojos adquiere conciencia de sí, pero ello no significa más que excepcional­
como el principio vital de toda la naturaleza, como el impulso que mente su liberación, comúnmente es un extrañamiento. L a voluntad
arroja a los individuos a la existencia, como una fuerza que en su in­ que en los niveles inferiores de su desarrollo actuaba ciegamente ]>er-
saciable afán por manifestarse adquiere formas cada vez más comple­ manedendo firme y segara en el interior de los individuos, en el
ja s hasta alcanzar al organismo humano, una de cuyas funciones es hombre entra en conflicto y se escinde en la fuerza ciega que había
la conciencia que pretende constituirse en rectora de la conducta, del sido siempre y en la conciencia que se pregunta estupefacta qué es
obrar humano, cuando en realidad no es más que un instrumento al c u fuerza que fluye y ve correr ante sí: al conflicto externo entre los
servicio de la voluntad, un esclavo que le ofrece vías por las cuales individuos viene a sumarse aquí un conflicto interno. La conciencia
acceder al mundo, que le va abriendo paso a un déspota al que ni humana, creada exclusivamente para satisfacer las necesidades de la
siquiera puede arrostrar. voluntad, no posee la capacidad de comprender ese impulso del cual
Esta transformación de los factores que determinan el obrar huma­ proviene, de tal suerte que en ella la propia voluntad se asombra de
no y la extensión de la voluntad como fuerza inconsciente al princi­
pio vital de toda la naturaleza conducen a través de la filosofía de * E t w i m w O o d t i i i n ^ i a , Alianza EditoriaJ, 1979, p. 186.
10 PRÓLOGO
PRÓLOGO 11
SÍ “ como el sonámbulo al despertar de Jo que hizo en sueños” .* L*a
vida hum ana aparece entonces como un cruel teatro, cuyos actores no se más que en los rasgos principales, es siempre un espectáculo trági­
han elegido su papel, sino que jugándolo ya han despenado de pron­ co, pero vista en sus detalles se convierte en sainete, pues las vici­
to en escena. Pero este cuadro se debe a que Schopenhauer sigue co* situdes y tormentos diarios, las molestias incesantes, los deseos y
locando la identidad del ser humano en la conciencia, no obstante temores de la semana, las contrariedades de cada hora, son verdade­
reconocer que es la voluntad la que determina todas las acciones. Esc ros pasos de com edia".*
extrañam iento con el cual caracteriza la existencia humana es el pro­ Esta serie de pensamientos que hemos recorrido de un vistazo: el
ducto de la pretensión de la conciencia que se siente en esta metafísi­ considerar a la voluntad como una fuerza inconsciente que no sólo
ca relegada. Compárese esta* posición con la de Nietzsche respecto al actúa a través del hombre, sino que representa el principio vital de
mismo problem a; a este último no parece ocasionarle ningún conflic­ toda la naturaleza, que crea una serie progresiva de manifestaciones
to despreciar a la conciencia. De ahí que no pueda extrañarnos el que hasta alcanzar al ser humano en donde cobra conciencia de sí, extra­
ñándose y corriendo ante el asombro de los individuos que no pueden
Schopenhauer, a pesar de lo paradójico que pueda resultar, vea toda­
vía en el conocim iento, en la conciencia, la única vía por la cual libe­ comprenderla ni controlaría; este conjunto de ideas me parece el ori­
gen del sistema filosófico de Schopenhauer. Esta era, por así decirlo,
rarse de esta indignante condición. E l conocimiento que deja de estar
la materia que había que estructurar utilizando los conceptos de la
al servicio de la voluntad,- que no pretende explicar los acontecimien­
nueva filosofía, la materia que había que verter en los moldes de los
tos para influir sobre ellos, sino que se limita a contem plarlas formas
conceptos filosóficos para daríe forma en un sistema.
que reviste la voluntad, o m ejor aún, el reconocimiento de la común
Antes de pasar a exponer la manera en que Schopenhauer orga­
esencia de todos los individuos y de la contradicción que sufre al ma­
nizó este material quisiera llamar la atención sobre el carácter sis-
nifestarse, es el único medio que encuentra para aplacar ese impulso
temi^co que puede atribuírsele a esta filosofía. Si por “ sistema”
que nos arrastra sin escuchar la insignificante opinión de nuestra entendemos una serie de conceptos, proposiciones o conocimientos
conciencia. que se derivan de un conjunto de principios, entonces, no sólo sería
Los hombres son, pues, para Schopenhauer como los personajes aventurado, sino erróneo hablar aquí de un sistema, pues Schopen­
kafkianOs: siempre inquietos, siempre preocupados por cumplir ór­ hauer no nos proporciona ningún método para derivar unos conoci­
denes de alguien o de algo que no saben qué es ni qué objetivos persi­ mientos de otros. Es cierto que las diferentes partes de su filosofía es­
gue m ediante el cumplimiento de las mismas, siempre enredados por tán estructuradas orgánicamente, pero no porque se deriven unas de
asuntos que no saben cóm o surgieron, que razón de ser tienen, pero otras, sino porque t ^ a s ellas señalan hacia una misma idea. El or­
a los que se entregan con todas sus fuerzas, pues de ello depende su den, la estructura es sólo un problema de exposición; lo importante
propia existencia. “ La inquieta prudencia” ‘die ängstlich Behiäsam- es acceder a esa idea central. En aquello que puede justificar esta filo­
k eit'’), esta expresión que utiliza Schopenhauer para describir al hom­ sofía su pretcnsión de ser un sistema es en la presencia de un mismo
bre entregado a sus faenas cotidianas, ¿acaso no es una excelente ex­ pensamiento en cada una de las partes, en la referencia de todas ellas
presión para calificar la actitud de los personajes kafkianos? T al vez a un mismo núcleo. Incluso podría decirse que este apuntar a un mis­
aquí, aJ m encionar a K afka, sea el lugar más oportuno para mencio­ mo punto se vuelve tan importante que atenta en contra de la cohe­
nar que Schopenhauer ve tam bién en esc ser empujado por un resor­ sión entre las partes. Schopenhauer parece haber estado tan preocu­
te interno a afrontar los acontecimientos el aspecto cómico de la exis­ pado por esclarecer el núcleo de su doctrina que muchas veces
tencia hum ana, pues el ser empujados a nuestro pesar, el forcejear desprecia la coherencia de las partes. Esto podría explicarnos el que
ante algo que tiene que suceder produce el efecto cómico que casi no sea raro ni difícil encontrar contradicciones en su “ sistema” ; con­
siempre acom paña a nuestras acciones. Y así, a pesar del carácter tradicciones que seguramente llamaron la atención de su autor, pero
trágico que pueda tener nuestra vida, en cada momento particular que no les dio importancia, pues cada una de las partes en conflicto
adquiere un tinte cóm ico. “ L a vida de cada individuo — afirma contribuía a esclarecer el núcleo de su pensamiento. Sería exagerar
Schopenhauer— si se considera en su conjunto y en general, sin fija r­ decir que su filosofía la constituye un conjunto de ideas en donde

E l mundo comt* oolunlady representación, I I, C. X X V E t mundo como voluntady repmentarión, I, ^ 56.


12 PRÓLOGO
PRÓ LO GO 13

cada una por su cuenta y sin considerar su relación con las otras trata
de penetrar un mismo pensamiento, al cual se quiere llegar de cual* (odas sus sensaciones tienen una causa en los objetos ajenos a su pro­
quier manera, incluso sin excluir la posibilidad de abandonar esas pio cuerpo; por ello pueden buscarlas o evitarlas; y no la aprenden
ideas una vez alcanzado nuestro fin. Sería exagerar afirmar esto de ya que forma parte del mecanismo de su cerebro. Schopenhauer con­
la filosofía de Schopenhauer, pero creo que a ello tiende. De ahí que sidera además que esta relación es una forma específica del principio
no pueda extrañamos que su principal continuador, su principal he­ de razón sufíciente, aquel cuya expresión racional postula que todo
redero, Nietzsche, adopte en muchas ocasiones los aforismos como lo que existe tiene una razón de ser, un por qué: no es más que el
forma de expresión: los aforismos son como breves resplandores que principio de razón aplicado a las representaciones empíricas. Así
tienden a iluminar un mismo pensamiento. Por eso no puede sor­ puef, el tiempo, el espacio y la causalidad son los medios por los que
prendernos el que este heredero acabe por despreciar el concepto de ^ sujeto se representa la realidad, las estructuras bajo las cuales apa­
sistema en su sentido tradicional. *‘Que no nos atemorícen las con­ recen ante él la realidad objetiva que rebasa la mera sensibilidad, las
tradicciones, que no nos entorpezca esa coherencia de las partes que puras sensaciones.
a muchos ha ofuscado: si sobre nosotros sentimos la presión de im Pero, si ahora pensamos en el material con el que esos instrumen­
pensamiento, lo importante es hacer todo lo posible por iluminarlo” tos daboran la-realidad empírica: las sensaciones, y reflexionamos
Esto parecen decir ambos. acerca de la semejanza que pueden tener con los objetos externos que
La idea central del "sistem a” de Schopenhauer es la del mundo suponemos como sus causas, acabaremos por convencemos que esa
como manifestación de una fuerza inconsciente, cuya razón de ser realidad que nos presenta la experiencia, lo objetivo por excelencia,
nos es imposible aprehender. Para su expresión “ sistemática” Scho­ no es más que nuestra propia representación, acabaremos por acep­
penhauer adopta la diferencia que Kant había establecido entre el tar que “ d mundo como representación” no existe más que por
nuestra conciencia y para ella. L o que sean las cosas en sí mismas,
fenómeno y la cosa en sí. La realidad empírica, el conjunto de los fe­
esto es, independientemente de las estructuras de nuestro intelecto,
nómenos, es lo que él llama “ el mundo como representación” , un
es algo que está muy lejos del conocimiento de ese mundo que noso­
mundo que el sujeto del conocimiento construye a partir de sus sensa­
tros miamos elaboramos. No es, pues, éí conocimiento que opera de
ciones gracias a las formas de la sensibilidad y a las funciones del en­
acuerdo al principio de razón el que nos puede aclarar lo que está
tendimiento. Las formas de la sensibilidad, al igual que en la filosofía
más allá de los fenómenos, pues él mismo es el que proyecta esos es*
kantiana, son el espacio y el tiempo, los cuales no son considerados
quemas que le impiden alcanzar el en sí de lo existente. Para la filo­
como propiedades de las cosas, sino como formas mediante las que
sofía kantiana el conocimiento de la cosa en sí había quedado defi­
el sujeto ordena los datos de la sensación. Las funciones del entendi­
nitivamente proscrito: todos los objetos caen, seg^n ella, bajo las
miento, que en la filosofía kantiana constituyen una serie de doce
condiciones que el sujeto impone y no hay excepción posible. Inclu­
conceptos no provenientes de la experiencia por los cuales relaciona­
so el conocimiento de nosotros mismos, lo que podría llamarse ‘ ‘in­
mos las sensaciones ordenadas espaciotemporalmente, son lo que nos
trospección^ ’, esa forma privilegiada de acceder a lo que no puede
permite estructurar la experiencia y postular leyes necesarias de la
representarse mediante el espacio, incluso este conocimiento está
naturaleza. Schopenhauer simplifica el papel del entendimiento y re­
sometido al tiempo y a las funciones del entendimiento. £1 hecho de
duce sus funciones a una sola: la relación de causalidad, aquella gra­
captamos a través del tiempo y de establecer relaciones causales en­
cias a la cual engarzamos todas nuestras percepciones formando un
tre nuestras vivencias nos condena, por así decirlo, a no saber lo que
todo unitario y cuya más elemental aplicación se encuentra ya en el
es nuestro propio ser en sí: sólo podemos conocemos tal como apare­
vínculo que establecemos entre nuestras sensaciones y los objetos que
cemos ante nosotros mismos, es decir, como fenómenos.
suponemos como las causas de aquéllas. Esta elemental aplicación es
La diferencia entre el fenómeno, como el único objeto del conoci-
para Schopenhauer la prueba más clara del carácter a priori de esta
Q i^ to , y la cosa en sí, como aquello que puede ser el objeto fuera
función, esto es, de su origen no empírico, pues la experiencia misma
^ las condiciones que le impone el sujeto, le permitió a Kant dar res­
presupone el que nos pensemos como un cuerpo en interacción con
puesta a dos de los grandes problemas filosóficos: la necesidad que
otros, y esto no es posible si el sujeto mismo no pone en juego ya des­
le atribuimos a las leyes de la naturaleza y la libertad que le adjudica­
de el primer momento esa relación de causalidad. Su uso puede en­ mos al ser humano a pesar de estar sus actos regidos por las leyes de la
contrarse incluso en los animales, pues ellos también imaginan que
naturaleza, entre las cuales hay que incluir a las posibles leyes de
14 PROLOGO
PRÓ LO GO 15
la psicología. £Ì prim er problema podemos formularlo bajo la si­
guiente pregunta: ¿cóm o es posible adquirir conocimientos que esta­ íón» P®*" tanto, no tiene razón de ser para nuestra con­
blecen relaciones necesarias entre los fenómenos, cuando éstos son ciencia.
conocidos mediante la experiencia, la cual nunca puede confirm ar de Aquí nos encontramos ya inmersos en el pensamiento de Schopen­
m anera absoluta nuestras hipótesis, ya que sólo nos proporciona un hauer. El mundo es algo que puede ser observado desde dos puntos
núm ero fin ito de confirm aciones? L a solución de K ant consiste en se­ de vista: por un lado como representación ordenada espacio-
ñalar que esas relaciones necesarias no tienen su fundamento en lo tciDporalmente y estructurada conforme a cadenas causales, por el
que adquirim os m ediante la experiencia, sino en las condiciones que otro, como una fuerza, como un querer que se manifiesta en la repre­
sentación, pero que en sí misma es diferente. Esta doble perspectiva
el propio sujeto le im pone a los datos de la experiencia: esas conexio­
nes necesarias tienen su fundam ento en nuestras propias estructuras, ,no es »ólo una forma de considerar la realidad para el filósofo, es la
forma en que cada uno de nosotros la enfrenta, es lo que constituye
no en las cosas mismas. El segundo problema puede ser expresado
nuestra experiencia en el sentido más amplio de la palabra, pues cada
de la siguiente m anera: ¿cóm o es |>osible considerar al hombre como
cual vive interiormente todas sus acciones y simultáneamente las ve
un ser capaz de determ inar sus acciones, cuaildo éstas se encuentran
integradas al mundo que contiene a todos los demás fenómenos, a to­
integradas al mundo fenom énico, para el cual valen necesariamente
dos los demás cuerpos. Esta doble perspectiva es el campo en donde
las leyes que el científico descubre? La filosofía kantiana apela aquí
se entabla la lucha con nosotros mismos, es lo que nos obliga a en­
al concepto de la cosa en sí y señala que si bien las acciones humanas frentamos, es lo que nos hace ver cómo nuestro querer se traduce en
en tanto fenóm enos responden a leyes de la naturaleza, si las pensa­ algo ajeno, en una serie de representaciones, y también lo que nos
mos com o productos de una realidad que está más allá de la percep­ permite contemplar cómo estas representaciones se van acercando
ción, com o m anifestaciones de la cosa en sí, pueden entonces ser con­ cada vez más a nuestro querer hasta arrancarlo de su pasividad y
sideradas com o acciones de una voluntad libre. En otros términos: hacerlo manifestarse.
podemos pensar que el en sí de las acciones humanas es nuestra vo­ La nueva perspectiva que ahora se nos ofrece, la de nuestro inte­
luntad libre que se determ ina a sí misma, Es verdad que esto no se rior, la de nuestra voluntad, es como el acceso que cada uno tiene
puede confirm ar,-pero tam poco se puede refutar, ya que todo conoci­ a los bastidores de ese gran escenario que nos representa la concien­
m iento es válido sólo en el cam po de los fenómenos. Se trata de un cia regida por el principio de razón suficiente. Claro está que sólo
supuesto legítimo y necesario para darle valor a nuestras leyes morales. podemos conocer inmediatamente este otro aspecto del mundo en la
L a solución a este último problem a fue para Schopenhauer la clave medida en que acompaña a un número muy reducido de fenómenos,
de su sistem a. Es cierto que para él la libertad como libre albedrío, a saber: aquellos que pertenecen a nuestra persona o más preci*
como facultad de determ inarse a sí mismo ante la posibilidad de ser sámente, los actos de nuestro cuerpo; éstos no son más que la tra­
determ inado por algo externo, no es más que una ficción, pero la idea ducción al mundo como representación de lo que interiormente
de colocar a la voluntad como la cosa en sí, como aquello que está captamos como nuestra voluntad, como nuestro querer. Pero todo
más allá de las estructuras de la conciencia, más allá del conocimien­ individuo debe suponer que algo semejante se encuentra detrás de to­
to regido por el principio de razón, allende el mundo como represen­ dos los demás fenómenos, de no ser así tendría que considerarse
tación, esa idea es el núcleo de su filosofía. Pero esta voluntad como como el único ser en el mundo al cual le corresponden estos dos as­
el en sí de los fenóm enos, lejos de ser un mero ]>ensamiento, un su­ pectos y esto le conducida al solipsismo, a lo que Schopenhauer llama
puesto, es para Schopenhauer el saber más inmediato con el que con­ “egoísmo teórico'*: egoísmo que a pesar de no poder ser refutado,
tamos, es la m ayor certeza a nuestro alcance. La fuerza que nos de­ nadie está dispuesto a sostener seriamente, a menos que esté loco
term ina a la acción, el querer que se manifiesta en nuestros actos, es ■“ Opina nuestro autor— y en tal caso, más que una demostración en su
algo que captamos inm ediatam ente, más» aún, es aquello con lo cual contra, requiere una cura. Difícilmente alguien se atrevería a contra­
nos identificam os plenam ente, pero también es una realidad que no decir que suponemos algo semejante a nuestra voluntad detrás de los
podemos som eter al interrogatorio del conocimiento que busca deter­ cuerpos humanos que vemos actuar ante nosotros e incluso detrás de
m inar causas: es una realidad que rebasa esta esfera. Así pues, nues­ cuerpos animales, pero Schopenhauer propone además identificar
tra m ayor certeza, aquella que versa sobre nuestro propio interior, *■0 que en nosotros se presenta como un querer extrciüadamentc
tiene por objeto algo ante lo cual se estrella nuestro principio de ra- ®otnplejo y auxiliado por la conciencia, eso que llamamos “ volun­
16 PRÓLOGO
PRÓLOGO 17

ta d ", con el principio del cual emanan todos los fenómenos, con el
principio que a través de diversos grados de complejidad se manifies­ ^ individuos pertenecientes a otras. El mundo es por ello una per*
ijianente lucha entre individuos, a través de la cual se mantiene la je ­
ta en todos ellos, con ese principio cuya búsqueda inauguró la filoso-
rarquía de las Ideas. En su cúspide está el hombre. En él la voluntad
fía presocràtica, y que aquí es la cosa en sf, la realidad fuera de los
esquemas del conocimiento fenoménico. Como tal no le debe afectar llega a su máximo grado de intensificación y también de individua­
la pluralidad, pues ésta sólo existe en el espacio y en el tiempo; debe ción, pues en él la individualidad alcanza tal importancia que cada
ser una, no en el modo en que cada cosa del mundo fenoménico es miembro de la especie constituye por sí mismo una Idea diferente:
al carácter genérico se agrega aquí el carácter individual, irreductible
una, sino como algo que no se contrapone a otra unidad. La plurali­
a aquél. Y es también donde alcanza la más cruenta lucha: si en los
dad sólo le incumbe en tanto que se manifiesta, en tanto que ingresa
grados inferiores los individuos de una especie se enfrentan a los de
al mundo como representación, para el cual espacio y tiempo consti­
otra, aquí los miembros de la misma especie luchan unos en contra
tuyen el principio de individuación, es decir, aquello que permite que
de los otros. Pero en esta cúspide la voluntad encuentra también su
una misma re^idad se disgregue en una pluralidad de individuos.
máximo grado de expansión, el punto a partir del cual vuelve a con­
Las anteriores reflexiones, inspiradas por la diferencia entre el fe­
centrarse, pues el hombre en su máximo desarrollo se libera de ese
nómeno y la cosa en sf, Schopenhauer las engarza con su considera­
empuje a través de la contemplación y niega su eficacia mediante el
ción acerca del alcance de las ciencias naturales. La investigación ascetismo; en los individuos más destacados de la especie abandona
científica — sostiene Schopenhauer— siempre llega a un punto deter­
iu afán de ingresar en el mundo de la representación y busca el
minado más allá del cual no puede avanzar; ese punto son las llama­ aquietamiento en el interior de la persona que reconoce su propia
das ‘^fuerzas naturales". El científico lo que indaga son las condicio­ esencia en todos los seres que la rodean, en todos los fenómenos
nes espacio-temporales de la manifestación de esas fuerzas y los que sólo aparentemente le son ajenos.
fenómenos que tienen que anteceder su aparición, pero nada nos dice Esta visión del mundo como una serie gradual de manifestaciones
acerca de lo que ellas mismas son. Tratar de explicarlo sería traspasar de una misma fuerza adquiere con frecuencia las características del
los límites del mundo fenoménico, pretender conocer mediante el evolucionismo, pues muchas veces Schopenhauer explica la génesis
principio de causalidad lo que es la cosa en sí. En estas fuerzas natu­ de nuevos y más complejos organismos como el producto de un desa­
rales encuentra Schopenhauer las más elementales manifestaciones rrollo que busca siempre instrumentos más eficaces para satisfacer las
de la voluntad, de esa fuerza inconsciente que aparece revistiendo necesidades del individuo y de la especie. Gracias a ese desarroUo,
formas cada vez más elaboradas por medio del campo de los fenóme­ cuyo fundamento es un impulso insaciable de apoderarse de la reali­
nos químicos y biológicos hasta alcanzar la forma del organismo hu­ dad, surge el cerebro como un instrumento que le permite al indivi­
mano. Así, las manifestaciones de la voluntad constituyen una serie duo buscar la satisfacción de sus necesidades sin tener que esperar un
que nuestro autor concibe como una serie gradual en la que la expre­ estímulo directo, sino haciendo uso de representaciones. Y es este
sión de una misma fuerza se va intensificando mediante la creación instrumento, el cerebro, el que crea el mundo como representación,
de organismos cada vez más complejos. Cada uno de estos grados re­ cuyas estructuras, consideradas bajo esta perspectiva, tienen un ori­
presenta además una Idea en d sentido platónico, esto es, una realidad gen fisiológico. Tenemos aquí una reconstrucción de lo que se había
genérica a la que le corresponde una pluralidad de fenómenos, de in­ explicado mediante el idealismo trascendental, mediante la idealidad
dividuos pertenecientes al mundo espacio-temporal y cuya existencia del tiempo, el espacio y la causalidad, pero con ello cae Schopen­
depende de la cadena causal. En el reino vegetal y animal esa Idea hauer en un círculo vicioso, pues pretende explicar el origen de las
es lo que llamamos “ especie", una realidad que no se agota en cada estructuras de la conciencia bajo los propios términos de éstas. En
una de las criaturas y a cuya conservación cada una sacrifica su in­ efecto, la nueva perspectiva adoptada pretende explicar mediante
dividualidad. Los miembros de la especie no son más que el medio procesos fisiológicos la génesis y la naturaleza del intelecto, pero esta
para preservar esa realidad superior. Es por la especie, por la perma­ explicación supone ya lo que quiere explicarse. E l espacio, el tiempo
nencia de la Idea, por lo que el individuo se enfrenta y lucha en con­ y la causalidad, que se habían postulado como condiciones de posibi­
tra de otros individuos que corresponden a otras Ideas. Todo indivi­ litad de toda experiencia, pasan a ser funciones de un órgano que
duo busca imponer su propia Idea, integrar las otras formas a la suya conocemos a través de la experiencia, de un órgano que es el pro­
y de esta manera la conservación de una especie exige la destrucción ducto de un desarrollo en el mundo espacio-temporal que opera de
16 PRÓLOGO
PRÓ LO GO 19

acuerdo con leyes causales. No obstante la incompatibilidad del nuevo


fiocipio de razón, mientras tratamos de explicar los fenómenos, nos
enfoque con el anterior, Schopenhauer parece haberlo conservado
^pcontramos cumpliendo con la función para la cual la voluntad creó
para aportar nuevos argumentos a favor de su tesis fundamental: la
d cerebro: explicar la relación entre los fenómenos para poder influir
prioridad de la voluntad sobre el intelecto. La nueva forma de consi­
lobiv ^ o s , preparar el terreno para que se manifieste despótica la vo*
derar a la conciencia la convierte en producto, en instrumento de la
lontad. contemplación estética en cambio abandona esa función
voluntad, cotí lo cual pierde absolutamente su autonomía. Y no sólo
origio*^> abandona la furia con la que nos aferramos al mundo de
su autonomía, sino también su veracidad, pues el mundo que nos
\o$ fenómenos, a la cadena causal que lo determina, y a través de ella
presenta resulta ser una ficción, un engaño gracias al cual la voluntad
el hombre observa el mundo sin comprometerse con él, lo ve desinte­
se manifiesta. Un engaño porque oculta la común esencia de todos
resadamente: en ella el hombre descansa del trajín cotidiano, del ver*
los fenómenos, porque establece entre éstos una separación radical.
ae arrastrado por la maquinaria del mundo.
Y no podría ser de otra manera, puesto que la conciencia como fun­
E l objeto de esta contemplación no son los fenómenos como tales,
ción del cerebro tiene un fin práctico: la conservación y reproducción
fUK) las Ideas, los diversos grados de manifestación de la voluntad.
del individuo. La conciencia está, por así decirlo, diseñada para en­
E s cierto que para penetrar en esas Ideas el sujeto tiene que tomar
focar las cosas desde el punto de vista de la individualidad y esto es com o punto de partida los objetos tal y como se le representan, pero
precisamente lo que le impide reconocer en la voluntad del individuo en ellos sólo destaca las características que revelan las formas genera*
a los demás seres. El mundo como representación es como el “ velo les que comparten con los demás fenómenos de su especie. Así, el su­
de Maya” , una ilusión, por la que todos los seres se entregan a una jeto trasciende bajo esta contemplación el mundo fenoménico, no se
lucha sin cuartel en contra de sus semejantes y por la cual sufren to­ fija en las particularidades de los objetos, en esas propiedades que los
dos los dolores. El dolor, en cambio, es lo más real que puede experi­ hacen ser ú n i^ s y que explican su existencia en el mundo espacio-
mentarse, es el sentimiento que ha<% penetrar más a fondo, que hace temporal, sino en aquello que expresan, en la forma bajo la cual se
vivir con más intensidad, es el sentimiento positivo de la vida, siendo manifiesta la voluntad en ellos; los toma como medios para remon­
la felicidad mera ausencia de dolor. Por una ilusión nos entregamos tarse a la esfera de las Ideas. Schopenhauer transforma de esta mane­
a todos los dolores que, a pesar de todo, aceptamos y asumimos, ra la con<%pción platónica del conocimiento como nóesis en contem*
puesto que no son más que el resultado de nuestras propias acciones; plación estética y con ello tal vez ha<% justicia a su verdadera
y a éstas las hemos querido así, tal como han sido; más aún, ellas no inspiración; al igual qué en aquélla, en ésta el objeto que se enfoca
son más que la traducción de nuestro querer a la representación. es trascendido, se revela como medio para alcanzar una realidad su­
Aquf se encuentran los elementos para justificar la visión trágica perior en la que se pierde la individualidad. Pero no sólo el objeto
del hombre, esa visión del ser humano como una conciencia agitada, es aquí algo universal, también el sujeto al hacer abstracción de los
siempre preocupada por presentar las opciones por las cuales una lazos particulares que lo relacionan con un objeto específico, pierde
fuerza desconocida se manifiesta, una conciencia que al pretender ex­ >u individualid^ y se transforma, por así decirlo, en sujeto univer-
plicar qué es esa voluntad que nos impulsa a la existencia se queda en “ sujeto puro del conocimiento” . La liberación y la satisfac*
muda, una conciencia que pretende comprender lo que está más allá ción que se goza en ella se debe a esta transformación, a este estado
del ámbito de los fenómenos para el cual está diseñada, y cuyo princi­ en el cual no ponemos en juego a la voluntad. El individuo que al­
pio de razón pierde su eficacia al enfrentar a la voluntad, de tal ma­ canza este estado se ubica, pues, en un plano diferente al del cono­
nera que si se pregunta por el fin que persigue, por el sentido que cimiento que opera mediante el encadenamiento de los fenómenos,
tiene, jamás encontrará una respuesta, pues buscar un fin es buscar conocimiento que puede tener una utilidad. Pero esto se logra
una razón de ser, una causa. Por ello el hombre acaba por resignarse ^cepcionalmente, y de una manera espontánea sólo en el genio.
obedeciendo y sobrellevando una vida que considera no vale la pena Sólo él puede elevarse por sí mismo a la contemplación de la Idea y
ser vivida. Pero existe una vía por la cual, al menos momentánea­ Permanecer en ella el tiempo necesario para saber cómo comunicar­
mente, salvarse, liberarse de esa indignante condición: la contempla­ as cómo transmitirla a través de la representación. Sólo él puede ser
ción estética, ese mirar sin pretender entender, ese describir sin pre­ ^ Verdadero artista, pues sabe por sí mismo en dónde buscar las for*
tender explicar. Bajo ella el conocimiento deja de estar al servicio de que hacen destacar a la Idea. La obra de arte no es otra cosa que
la voluntad, deja de ser esclavo, se libera. Mientras aplicamos el revelación de la Idea a través de imágenes fenoménicas; su funda*
20 PRÓLOGO
PRÓ LO G O 21

mentó se encuentra en la capacidad que tiene el artista de ver en los


fenómenos, en lo particular, lo que es universal. La mayoría de res. he aquí las ideas que comparte Schopenhauer con la antigua reli*
los hombres, en cambio, requiere, para llegar a ese estado, del auxilio gión veda y las que le hacen ver en el ascetismo el ideal del hombre,
pues quien penetra lo suficiente en ellas acaba por comprender que
del genio transformado en artista, del individuo cuyo intelecto supera
el d<^or es inherente a la vida, a la manifestación, a la afirmación
su función natural. La misión de las bellas artes es, pues, guiar la
(Je la voluntad en el tiempo y en el espacio. Quien esté convencido de
atención hacia el descubrimiento de la Idea por medio de representa*
esto buscará la abstinencia, la obstrucción de la voluntad, se negará
ciones que se presten a ser trascendidas. Sólo la música cae fuera de
a ser una vía más por la cual la voluntad acceda al mundo, entrará
esta caracterización, pues ella representa lo que está más allá de las
en contradicción con ella y la mortificará. A cambio de ello alcanzará
Ideas, de las formas que reviste la voluntad; las deja de lado y va di­
una paz interior permanente, una liberación no sólo momentánea
rectamente a la voluntad. Ella expresa a la voluntad de la manera
como la de la contemplación estética, sino definitiva. Así aplacará a
más pura, independientemente del grado de su manifestación. Es
la voluntad y verá en el mundo un espejismo del cual se desprenderá
como la creación de un mundo nuevo, porque no se inspira en las for­
sin sufrimiento y hasta con gusto cuando la muerte lo alcance.
mas representadas por los fenómenos, sino en la cosa en sí, en la pura
voluntad. Expresa lo mismo que se manifiesta en el mundo fenomé­
Esta cosmovisión que le da al sufrimiento un papel fundamenta],
nico, pero sin tomar en consideración las formas de éste; crea así que desemboca en los ideales ascéticos, en la negación de la voluntad
una nueva expresión de la voluntad, de la fuerza que fluye a través y que encuentra la mayor virtud en la caridad, en el asistir al prójimo
de todos los individuos y por ello tiene un efecto inmediato en todos por compasión, por el reconocimiento del dolor ajeno como propio,
nosotros. está tan cerca de) cristianismo, que se antoja llamarla un “ ateísmo
Gracias a esta concepción de la contemplación estética Schopen­ cristiano'*. En él parece haber encontrado Nietzsche el terreno pre­
hauer encuentra el vínculo del arte con la moral, de lo estético con parado y los instrumentos necesarios para llevar a cabo su critica a
lo ético; vínculo que mantendrán dos ilustres lectores de este autor: loi valores cristianos. Pues siguiendo el camino que esta filosofía
Tolstoi y Wittgenstein. Al igual que el arte, las acciones con valor abrió: el reconocimiento de la primacía de la voluntad sobre el inte*
moral suponen la superación del conocimiento fenoménico. Sólo lecto, y observando cómo ella misma justifica los valores cristianos,
aquel que puede ver por encima de la experiencia, aquel que tras­ Nietzsche encontró los elementos para desenmascarar estos valores y
ciende las diferencias entre los individuos, aquel que reconoce su pro­ caracterizarlos como productos de una voluntad fatigada. La visión
pia esencia en los demás, sólo él es capaz de llevar a cabo acciones trágica del hombre sostenida por Schopenhauer parece haber prepa*
con valor moral. Ellas tienen para Schopenhauer su fundamento en rado los instrumentos para su propia superación, y no sólo por los
ese reconocimiento, en la supresión del “ velo de M aya” , el carácter rasgos fundamentales de su filosofía, sino también por la gran perspi­
ilusorio del mundo como representación, en el sentir como propio el cacia de sus análisis psicológicos: la agudeza con la que describe el
dolor ajeno. En un primer momento esas acciones revisten el valor resentimiento, el rencor, el remordimiento, también educaron el ojo
de la justicia y entonces el individuo se abstiene de llevar a cabo ac­ de Nietzsche. Schopenhauer parece haber vivido con tanta fuerza el
ciones que por satisfacer a la voluntad que se manifiesta bajo su per­ conflicto entre la voluntad y la conciencia, que su mirada adquirió
sona niega o impide la manifestación de la misma en otra persona. una gran penetración, anticipando muchas ¡deas que posteriormen­
Pero cuando se asume verdaderamente que la propia voluntad es la te Freud fundamentaría en sus “ análisis científicos” , y esto sin otra
que sufre en otros hombres, entonces no sólo se evita causar el dolor ^l^ica que su propio interior, sin otro instrumento que su probidad.
ajeno, sino que se asiste al que lo sufre sin importar la causa por L * idea de la voluntad como una fuerza irracional que representa el
la cual lo padece. La máxima virtud es este socorrer al prójimo y sur­ principio estructurador de nuestro espíritu, aquello que permite ex­
ge de levantar el “ velo de M aya” , del sentimiento que nos hace ver plicar el hilo de nuestros pensamientos, como una facultad que juega
en los dolores ajenos el dolor propio. Esta virtud es la caridad inspira­ con U conciencia, que sólo condicionalmente la hace partícipe de sus
da en la compasión, en la piedad. motivos para actuar, la idea de la salud mental como la clara memo-
El reconocimiento del carácter ilusorio de este mundo de la expe­ del encadenamiento de ios acontecimientos pasados del individuo,
riencia, de este mundo que nos impide reconocernos en los otros y la interrupción que la voluntad provoca en este hilo de recuerdos
el descubrir sin pretender explicar la esencia común a todos los se­ Cuando no deja penetrar en la esfera de la conciencia algo demasiado
22 PRÓ LO GO

doloroso, la posibilidad que reconoce esta filosofía de ciertos actos


que aparentemente llevamos a cabo por distracción, pero que tienen NOTA ACERCA. DE LA EDICION
una razón de ser que la voluntad nos oculta, la importancia que le
concede a la sexualidad en la vida psíquica de los individuos, todo
esto son algunas de las razones por las que Juliusburger llegó a ver La selección de fragmentos que presento a continuación intenta propor­
en el psicoanálisis una “ prolongación terapéutica de la doctrina de cionar una visión de conjunto de la filosoíTa de Schopenhauer. He recogi­
Schopenhauer” .* do los pasajes de varías obras de este autor en los cuales me parece que se
Resulta extraño que una filosofía que mantiene fuertes semejanzas encuentran sus principales ideas. Las cuatro partes en las que los he orde­
con muchas de las tesis freudianas, que representad antecedente sin nado corresponden a la división del primer tomo de El mundo como volun-
el cual no hubiera podido elaborar Nietzsche su filosofía, que parece y representación, la principal obra de Schopenhauer. En este volumen, en
explicar la concepción del mundo bajo la cual se mueven los persona­ el que se encuentra el núcleo de su filosofía, Schopenhauer expuso siste­
jes kafkianos y que tanta influencia tuvo sobre Thomas Mann, resul­ máticamente las ideas que había desarrollado con anterioridad y las que
ta extraño —repito— que esta filosofía vuelva a estar rodeada de tan­ «¡guió cultivando hasta su muerte. Ésta es la razón por la cual lo he tomado
to silencio como el de aquellos años en que por primera vez vio la luz. como pauta para ordenar el material que aquí presento. No he podido, por
Podría pensarse que su pesimismo la hace repelente, pero esto nos supuesto, seguir paso a paso la secuencia de ideas de ese volumen; a veces
impediría explicar el entusiasmo con el cual han sido acogidos últi­ la he tenido que alterar para coordinar fragmentos que provienen de otros
mamente autores que sostienen una concepción mucho más oscura, libros y en algunas partes, en las que predominan fragmentos de otra obra,
mucho más desalentadora. Schopenhauer sigue siendo a pesar de la he interrumpido para seguir la secuencia de esta última. Mi preocupa­
todo —como opinaba M ann— un “ humanista” , pues le otorga al ción ha sido presentar los fragmentos seleccionados como sí formaran
hombre una misión única; la de rebelarse y liberarse de la condición parte de un solo texto, no como una colección de pasajes aislados, sin una
en la cual la naturaleza lo ha colocado. “ Esto es lo que me importa relación clara entre ellos. El texto que he colocado como introducción
—escribía Mann en su ensayo sobre Schopenhauer— : la unión de pe­ expone la función que para Schopenhauer tiene la filosofía y proporciona
simismo y humanismo. De la experiencia espiritual que nos brinda una untesis de su propia metafísica.
Schopenhauer se desprende que lo uno no excluye en modo alguno Las obras de Schopenhauer que he utilizado son los dos tomos de El
lo otro y que, para ser humanista, no se necesita andar pronunciando mundo como voluntad y representación, La cuádruple raíz del prinápio de razón
bellos discursos y halagando a la humanidad ” , * * si^kieníe, ambas traducidas por Eduardo Ovejero y Maury, Sobre la voluntad
dé la naturaleza, traducida por Miguel de Unamuno, y Sobre la libertad de la
voluntad, cuyos pasees seleccionados he traducido yo mismo. He revisado y
en los casos necesarios corregido la traducción de todos los fragmentos.
Para ello he utilizado las obras completas de Schopenhauer editadas por
Cotta-Insel en 1965. Las citas en griego, latín, francés e inglés las he tradu-
tído también, utilizando frecuentemente las versiones alemanas de la edición
antes mencionada. El lector encontrará esas traducciones en notas a pie
de p ^ n a señaladas con asteriscos, las cuales se distinguen de las notas de
Schopenhauer señaladas con una pequeña s. Schopenhauer introduce
Cßtre paréntesis la referencia de las citas después de su ocurrencia, pero es
común que las excluya; en tales casos las he añadido entre corchetes, tam­
bién haciendo uso de la edición de Cotta-Insel.
Para ayudar a comprender los fragmentos seleccionados he agregado
'^fia serie.de notas numeradas por secciones. Hay tres tipos de notas: las
críticas, las aclaratorias y las notas de remisión. La notas críticas comentan
• Vé*»e; Assoun, P .L ., Frtud. L afiU aofiay ImßUscfoi, Paldós, 1982, p. 195. problemas inherentes a la filosofía de Schopenhauer o cuestionan la
'* SchaptnkatitT. Nutíuhe. Freud, Plaza y Ja n é s. 1986, p. 69. ^terpretación que hace de otros filósofos. Las notas aclaratorias exponen
*1 Origen de algunos conceptos filosóficos que Schopenhauer utiliza sin

23
24 NOTA ACERCA D E LA EXUCION

previa exposición, comentan el significado de términos alemanes que son


importantes para comprender la ¡dea que se está desarrollando, o simple-
mente ofrecen información acerca de personajes míticos o dioses que se
mencionan en los fragmentos. Por último, introduje notas que sólo remi­
ten a otras partes del libro en donde el lector hallará exposiciones más IN T R O D U C C IO N :
detalladas de los temas tratados. A C ER C A D E LA N EC ESID A D M E T A FÍSIC A
La procedencia de los fragmentos se encuentra indicada entre corche­
EN EL H O M BRE
tes al final de cada uno con las siguientes abreviaciones:
El m undo como voluntad y representadón: [MVF(\
L a cuádruple ra k delprinápio de razón suficiente. IPRS]
E x c epto el hombre ningún ser se sorprende de su propia existen­
Sobre la voluntad de la naturaleza: [ W ]
cia; para todos los demás animales ésta es una cosa que se comprende
Sobre la libertad de la voluntad. [LIO
por ai misma y que no les asombra. En el reposo de la mirada de los
Cuando al final de algún fragmento no está señalada su procedencia,
animales se refleja la sabiduría de la naturaleza, pues en ellos la volun­
quiere decir que proviene del mismo lugar que el fragmento que le sigue,
tad y el intelecto no están todavía lo suficientemente separados para
que al verse juntos se extrañen mutuamente. Todo el fenómeno pende
aún demasiado del tronco primitivo de donde nace, y participa de la
omnisciencia inconsciente de nuestra madre común, la naturaleza. Sólo
cuando la esencia interior de la naturaleza (la voluntad de vivir en su
objetivación) se ha elevado, intrépida y animosa, a través de los dos rei­
nos de los seres inconscientes y luego a lo largo de la dilatada serie de
los animaües, para llegar, en ñn, a la manifestación de la razón, es decir,
al hombre, en el cual se refleja sobre sí misma, es cuando se asombra de
su propia obra y se pregunta lo que es.
Su asombro es tanto mayor cuanto que por primera vez se enfrenta
conacientemente ante la muerte, y al lado de la fìnitud de toda existen­
cia se le impone con mayor o menor fuerza la vanidad de todos nues­
tros esfuerzos. Con esta conciencia y este asombro nace la necesidad
meiafisiat, propia sólo del hombre, a quien pKxiemos considerar, por
consiguiente, un animal metaphysicum. Sin duda al principio su con­
ciencia lo toma todo como algo que se entiende por sí solo. Pero esto
no perdura; pronto, en el momento de la primera reflexión se ma-
niñesta en él ese asombro del cual debe nacer la metafísica. Confor-
nie a esto dice Aristóteles al comienzo de su M etafisica: yáp TÒ
®otu|id;4£w e l &v6 p<o)coi ical vúv ko\ t 6 Jip¿5rov í\p4ctvto <pi>joo(xpeiv
(Propter adtnirationem enim et nunc et primo inceperuní Lamines pkilosophari)
[1,982 b l2 ].* La disposición propiamente filosófica nos lleva también
a admiramos de cosas habituales y cotidianas, lo cual nos induce a
tratar el problema de lo general en los fenómenos; mientras que los que
practican sus investigaciones en el campo de las ciencias positivas no se
admiran más que de ciertos fenómenos escogidos y raros, y su proble-
n»a es sólo el reducirlos a otros fenómenos más conocidos. Cuanto
vulgar e ignorante es el hombre, menos enigmática le parece la
existencia; todo lo que existe y tal como existe le parece que se ex-

* l^le8 los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por el


**ombro.

25
26 IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E L A N E C E S ID A D M E T A F ÍS IC A
IfíT R C »> U C C lÓ N : A C E R C A D E LA NECESIDAD M ETAFÍSICA 27

plica por sí solo, porque su intelecto no ha rebasado aún la misión


prim itiva de servir a la voluntad en calidad de mediadora de mo> gndo como explicaciones de su existencia y como fundamento
tivos; está aú n estrecham ente unido, como parte integrante, al mun­ ^ fU oooralidad.
do y a la naturaleza, y no puede, por lo tanto, desprenderse del £ftudiemos ahora las diferentes maneras de satisfacer esa tan fuer*
conjunto de las cosas, afrontar d mundo como algo distinto de él, a te necesidad metafísica.
fin de contemplarle desde un punto de vista puramente objetivo. Por Por metafísica entiendo todo supuesto conocimiento que va más
el contrario, el asombro filosófico está condicionado por un desarrollo gilí de las posibilidades de la experiencia, es decir, de la naturaleza
considerable de la intdigencia; pero esta condición no es la única. o de los fenómenos de las cosas, para dar una solución, cualquiera que
Está fuera de duda que d saber de la muerte junto a la contemplación lea su sentido, a los problemas de esa naturaleza; o en términos más
de los dolores y miserias de la vida es lo que da mayor pábulo a \as populares, trata de descubrir qué es lo que hay detrás de la naturale­
consideraciones filosóficas y a las explicaciones metafísicas dd mun­ za y ^ lo ^ ^ c e posible. Ahora bien, la gran diferenda de
comprensiva, así como d desarrollo más o menos com|^e*
do. Si nuestra vida estuviera exenta de dolores y no tuviera límite,
to que por la instrucción alcanza y que exige tantos desvdos, crea tal
es probable que a nadie se le ocurriera preguntarse por qué existe el
diferencia entre los hombres que desde d momento en que un pueblo
mundo, y por qué es tal como es; todo esto se exj^caría por sí solo.
lak dd estado de baibarie, una misma metafísica no puede servir
Conform e a esto, vemos que d interés que despiertan los sistemas fi­
para todos, por lo que en los pueblos dvilizados vemos constante­
losóficos y aun los rdigiosos tiene su más s^ido fundamento en el
mente dos ciases de metafísica, que se distinguen en que una toma
dogma de la persistencia de la vida después de la muerte, y si bien su autoridad de sí misma y la otra dt Juera. Los sistemas de la primera
en lo que hacen hincapié las diversas rdigiones es en la existencia de clase exigen para su crédito reflexión, ilustración, esfuerzo y juido,
los dioses, débese únicamente a que con dicha existencia está relacio­ por lo que s ^ están al alcance de muy pocos hombres y únicamente
nado su dogma de la inmortalidad, considerándolo inseparable de pueden surgir y cultivarse m dvilizaciones eminentes. Por d contra­
ella; mas en el fondo lo que les interesa es este dogma. Pues, si por rio, para la mayor parte de los hombres, para los que sólo son capaces
otro medio se les pudiese asegurar a los hombres dicha inmortalidad de creer y no de pensar, y que no aceptan razones, sino sólo autori­
se en friaría mucho el ardor con que defienden a sus dioses, y si, por dad, están reservados los sistemas de la segunda espede, a los que
el contrario, se llegase a demostrar que la inmortalidad es imposi­ podríamos considerar apropiadamente como la metafísica dd pueblo,
ble, aquel celo quedaría sustituido por una absoluta indiferencia. £1 «1 modo como se habla de una poesía y de una sabiduría popular,
interés que les inspira la existencia de los dioses desaparecería al fal­ compuesta esta última por los refranes. Dichos sistemas son, sin em­
tar la esperanza de alternar con ellos, a no ser por d interés que acaso bargo, conocidos con d nombre de rdigiones y los hallamos en todos
pudieran inspirar las influencias de esos dioses sobre los aconteci­ kM países, con excepción de algunos completamente salvajes. Su cre>
mientos de la vida terrenal. Pero si fuese posible llegar a demostrar dulidad, como he dicho, se funda en motivos externos y se llama re*
la incompatibilidad de la existencia de los dioses con la persistencia vdación, la cual está acreditada por signos y milagros. Sus argu-
de la vida después de la muerte, probando, por ejemplo, que esa per­ tnentos son, por lo general, amenazas de penas eternas y temporales,
sistencia supone necesariam ente la espontaneidad de la existencia^ dirigidas contra los incrédulos y aun contra los meros escépticos.
pronto los sistemas rdigiosos sacrificarían sus dioses a la inmortali­ Como última ro/to thtolofftrum, hallamos en muchos pueblos la bogué­
dad de los hombres y confesarían d ateísmo. Ésta es la razón por la i s o cosas parecidas. Cuando buscan otra legitimación o emplean
que las doctrinas materialistas y d escepticismo absoluto no han po­ otros a lim e n to s, c^>eran ya una transición hacia los sistemas prime­
dido ejercer jam ás una influencia general y persistente. r é e n t e aludidos y pueden degenerar en una clase intermedia entre
Tem plos e iglesias, pagodas y mezquitas dan testimonio en todos vnbot, la que trae consigo más pdigros que ventajas. Pues la prenda
los países y en todos los tiempos, con su esplendor y su grandeza, de niis segura que poseen de imperar de un modo perdurable en los ce-
la necesidad m etafísica del hom bre, tan fuerte e indestructible como <^ros es el prívUegio de ser enseñadas a los niños, lo cual convierte a
la física. Si quisiéramos satirizarla, diríamos que dicha necesidad es dogmas en una especie de segunda inteligencia innata que pren­
harto modesta y fácil de remediar. Las fábulas más groseras y los de como d injerto en el árbol, mientras que los sistemas de la primera
cuentos más insípidos bastan muchas veces para satisfacerla, y si han ^^lecáe no se dirigen nunca más que a hombres maduros, en los cua-
sido inculcados a los hombres en edad muy temprana, los aceptan de ^ ha tomado la delantera un sistema de la segunda especie, arrai-
8«lo ya en d cerebro.
28 IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E LA N E C E SID A D M E T A F ÍS IC A
IN T R O D U C C IÓ N ; A C E R C A D E LA N ECESID A D M E T A FÍSIC A 29

Estas dos clases de metafísica, cuya diferencia puede enunciarse


más resumidamente llamándolas doctrinas de persuasión y doctrinas stricU» «t propno en cuanto enseñan, pues se dirigen al pensamien-
de fe, tienen de común que cada sistema especial se encuentra en re­ 0 y a persuasión. En cambio, las religiones, destinadas a la reulti-
laciones hostiles con todos los demás de la misma especie. Los prime­ (mJ innúmera de los que incapaces de examen y de reflexión no coti-
ros hacen su campaña por medio de la palabra y de la pluma; los se­ pf^g^derán jamás «mu proprto las más profundas verdades, no tienen
gundos emplean además el hierro y el fuego, habiéndose difundido oeceiidad de ser verdaderas más que sensu alegorico. Al pueblo no se
muchos de ellos gracias a esta última manera de pcdemizar; pero todos puede presentar la verdad desnuda. Un síntoma de esa naturaleza
se han difundido por la T ierra y sus títulos son tan poderosos que los gf^Srica de las rdigiones son los misterios: dogmas que ni siquiera pue­
rteo pensarse con claridad y menos ser literalmente verdaderos. Has-
pueblos se distinguen y dividen más por la fe que por su nacionalidad
tg puede añrmarse que algunos absurdos son ingredientes esenciales
o por su gobierno. S<51o éstos dominan en su circunscripción; los prime­
^ toda rdigión perfecta y la única manera adecuada de hacer sentir
ros no son más que tolerados, y esto porque, sin duda, no se les juzga
g loe espíritus vulgares y a las inteligencias incultas lo que de otro
dignos de ser combatidos a sangre y fuego, en vísta del corto número
0 iodo resultaría incomprensible para ellos, a saber: que la religión
de sus partidarios. Se han empleado, sin embargo, esos medios con trata de un orden de cosas en sí, ante el cual desaparecen las leyes de
buen éxito cuantas veces se creyó preciso. Pero además hay otra ra­ los fenómenos del mundo, conforme a las cuales tiene que expresaree,
zón para tolerados y es que casi siempre aparecen esporádicamente. y que en consecuencia, no.sÓlo los dogmas contrarios al sentido co­
Por lo común s^o se les tolera domesticados y en servidumbre, es de­ mún, sino los inteligibles, no ion en realidad otra cosa que alegorías
cir, pagando tributo al sistema de la segunda especie y acomodando y « d ila cio n e s para ponerse al alcance de la comprensión humana.
más o menos estrictamente sus enseñanzas a las de éste. Estos segun­ De este espíritu creo yo que estaban penetrados San Agustín y Lutero
dos sbtemas no solamente han vencido a los primeros, sino que se defendían los misterios dd cristianismo contra los pdagianos,
han servido de ellos frecuentemente como de un esfuerzo previo. que querían rebajarlo todo a una rastrera comprensibilidad. Desde
Pero esta estratagem a es peligrosa, pues los primeros suplen la fuerza este punto de vista pudo decir Tertuliano sin intención de burla: Pros-
con la astucia y conservan siempre una especie de perfidia oculta, sus endibile est, quia ineptum est..., certum est, guia impossibile. * {De come
que cuando llega la oca&ión se manifiesta inopinadamente y causa da­ Ckristi, cap. 5). Ésta.su naturaleza aiegóriea exime también a las reli-
ños difíciles de remediar. Y son tanto más temibles cuanto que todas gicxies de la obligación que tiene la filosofé de presentar pruebas y,
las ciencias positivas, sin exceptuar las más inocuas, son sus aliadas en general, de toda demostración en vez de lo cual piden fe, es decir,
secretas contra los segundos (las religiones) y sin estar en guerra un asentimiento voluntario a todo lo que dicen. Y como la fe se con­
abierta con éstas les causan estragos harto sensibles. Además, ya de vierte en guia de la conducta y la alegoría religiosa está siempre he­
por sí es enojoso para un sistema que se basa en una autoridad exte­ cha de manera que pueda conducir en la práctica al resultado a que
rior querer que se añada a ésta un fundamento intrínseco, aprove* conduciría también la verdad u proprto, de ahí que la religión pro*
chando para ello ios otros sistemas, pues si fuera susceptible de una nieta con dereciio a los creyentes la salvación eterna. Vemos, pues,
legitimación sem ejante, no necesitaría demostración alguna de fuera. , que las religiones satisfacen perfectamente esa necesidad general de
Por otra parte, ¿qué necesidad tiene una religión del apoyo de la filo- I uoa metafísica que tan irresistiblemente experimenta el hombre y
sofía? ¿No lo tiene todo; revelación, milagros, profetas, protección que reemi^aza muy bien a la metafísica en lo que ésta tiene de más
del gobierno, jerarquía suprema tal como a la verdad corresponde, unportante para la multitud que no tiene tiempo de pensar, sustitu­
respeto del pueblo, miles de templos para enseñarla y practicarla, ción que se verifica ya en los usos prácticos, sirviendo de guía de con-
legiones de sacerdcHes juramentados, y lo que es más que todo esto, <iucta y de bandera pública de justicia y de virtud, como muy bien
el privilegio de poder poner el sello .de sus doctrinas a la infancia, que *lice Kjuit, o ya para el efecto de procurar el consuelo indispensaUe
de este modo llegan a echar tan profundas raíces como si fueran mna- ^ medio de los rudos golpes de la vida, pues elevan al hombre por
tas? Dada esta riqueza de medios, al ver solicitar a la religión el auxi­ ^'‘ciina de sí mismo y de su existencia temporal como podría hacerlo
lio de los pobres filósofos, ¿no se muestra avara o si se quiere más ^ filosofía. En esto se demuestra cuán indispensables y preciosas
recelosa de lo que es compatible con una conciencia tranquilad
A estas diferencias hay que añadir la siguiente; todos los sistemas * E l d d todo creíble porque es abiu rd o .,., ca cieno porque e i imposible {R tsp M i-
filosóficos pretenden y, por tanto, tienen el deber de ser verdaderos *^6Í494«1).
30 IN TRODUCCION: ACERCA DE LA NECESIDAD METAFISICA IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E LA N E C E SID A D M E T A F ÍSIC A 31

son las religiones. Ya dijo Platón esta verdad: (piXóaoipov nXfj'&oq


a querer le«r en los mcddes de imprenta y no en la hoja impresa.
á S 'ú v a z o v e lv a i (vulgus philosophum esse impossibile est).* La dificultad
0 valor de una religión depende de la mayor o menor verdad que
está en que las religiones no pueden confesar nunca su naturaleza ale­
contenga la alegoría, y luego del grado de claridad con que pueda
górica y ae ven obligadas a presentarse como Verdaderas sensu proprio.
perdbine ese contenido a través del velo, o sea de la transparencia
Al hacerlo invaden el terreno de la verdadera metafísica y provocan
de évte. Parece que de igual manera que las lenguas, las religiones más
su antagonismo, que se manifiesta tan pronto como la metafísica deja
antiguas son las más perfectas. Si tomamos como medida de la ver­
de estar encadenada. Además de esto, el empeño de fundar una reli­
dad los resultados de mi filosofía, le corresponde al budismo la supe­
gión en la razón es transportarla al terreno de esa otra especie de
rioridad sobre las demás religiones. Y me complace ver la conformi*
metafísica que saca sus pruebas de su mismo seno, colocándola así en
dad que existe entre mi doctrina y una religión que tiene de su parte
terreno que no es el suyo, en el de los sistemas filosóficos; al campo de
la mayoría, puesto que es la que cuenta con mayor número de cre­
batalla, en que riñen estos sistemas, exponiéndola al mismo tiempo al
yentes en el mimdo.
fuego de fusilería del escepticismo y a la artillería de gran calibre de Pasemos ahora a considerar en general la otra especie de metafísi­
la Critica de la razón pura. Es a todas luces temerario el querer colocar­ ca, es dedr, aquella que saca sus pruebas de sí misma y se llama fih -
se en tan expuesta posición. sofia. Y a dije que la filosofía nac« del asombro que en nosotros pro-
Lo mejor, para ambas, sería que permanecieran aisladas la una de duom d m u n ^ y nuestra propia existencia, que se presentan al
la otra, ocupando cada cual su terreno propio, a fin de poder desarro­ intelecto como un enigma cuya scdución preocupa continuamente a
llarse sin estorbos, según su naturaleza. Pero en vez de hacer esto, la humanidad. Ante todo, hemos de observar que esto no podría su­
desde que el cristianismo se inició no se ha cesado de pretender su fu­ ceder si, como pensó Spinoza y onno se ha re{>etido frecuentemente
sión, transportando de la una a la otra dogmas y conceptos en daño en nuestro día« en las diversas maneras de exponer el panteísmo, el
de las dos, En nuestros días se ha dado esto de la manera más franca. mundo fuese una susia/uia y, por consiguiente, un ser absoiuia-
Se ha creado un extraño híbrido o centauro, qué bajo el nombre de ifMRtf tmesario. Esto quiere decir que existe con tal necesidad que cual­
filosofía de la religión se ha empeñado en interpretar, a manera quier otra necesidad que concibiéramos tendría que parecemos un
de gnosis, la religión establecida y explicar la verdad alegórica por accideate; el mundo sería, pues, algo que comprendería en sí no sola­
la verdad sensu proprio. Mas para esto se necesitaría conocer la ver­ mente todo lo real, sino también todo lo posible, a tal grado, como
dad sensu propñ oy entonces toda otra interpretación resultaría ociosa, dice d propio Spinoza, que su posibilidad y su realidad se confundi­
pues querer encontrar una metafísica con el simple esfuerzo de la rían y serían una misma cosa; su no existencia sería la imposibilidad
religión, es decir, tratar de descubrir la verdad sensu proprio por medio misma; no podríamos concebir .que no existiese o que fuera de otro
de la verdad alegórica es tan difícil que sólo sería lícito en caso de modo y, por consiguiente, nos sería tan impoúble eliminarle de nues­
demostrarse que la verdad, com o algunos metales, no se halla, en es­ tro pensamiento como eliminar, por ej«np]o, el tiempo y e! espacio,
tado nativo, sino en bruto y mezclada con otros materiales, de los 'teniendo que ser nosotros mismos partes, modos, atributos o acciden­
cuales hubiese que extraerla. tes de esa sustancia absoluta y única, nuestra existencia y la suya así
Las religiones son necesarias para el pueblo y constituyen para éste como su naturaleza íntima, lejos de parecemos cosa extraña y proble-
un beneficio inestimable. Pero, si pretenden oponerse al progreso de o enigma insoluble que nos sume en constante perplejidad,
la humanidad respecto al conocimiento de la verdad, tienen que ser deberían, por el contrarío, presentársenos como algo más evidente de
desplazadas con el mayor cuidado posible. Y pretender que genios *uyo que la proposición 2 x 2 - 4 . Pues nada nos parecería más fá-
como Shakespeare y Goethe acepten simpíiciter, bona fid a et sensu pro­ efl que pensar que el mundo existe y que es como es. Tan escasa con-
prio, los dogmas de una religión cualquiera es pedir a un gigante que *-*coda tendríamos de su existencia como tai, es decir, como problema
se ponga los zapatos de un enano. de la reflexión, como del movimiento de la Tierra, increíble por su
Las religiones, como calculadas con arreglo al grado de compren­ *^idez.*
sión de la masa, no pueden suministrarnos la verdad sino de una ma­ ' S p io o u coosidera, en efecto, que la natu raleu entendida como un todo es una
nera mediata. Pretender que nos den una verdad inmediata equival- que existe necesariamente. Pero por “ naturalesa" no debemos entender
7 ^ d copjuDto de los fenómenos naturales o el conjunto de todo aquello que nos es
por los wntidos, sino todo lo existente, incluso la conciencia misma que enfrenta
• Es imposible que el vulgo sea filósofo (tr. A Gómez Robledo).
32 IN TRO DU CCIÓN : ACERCA DE LA NECESIDAD METAHSICA

Pero no es así. Sólo al animal, que carece de la facultad de pensar,


le parece comprender el mundo p»or sí mismo. En cambio, para el
hombre, el mundo y la vida constituyen un problema que impresiona
hondamente aun a los espíritus más incultos y limitados en sus breves
momentos de lucidez. Cuanto más clara y reflexiva es la conciencia
y más numerosos los materiales aportados por la instrucción al pensa­
miento, más se impone este problema. En los cerebros organizados
para los trabajos fìlosófìcos, ese estado se agudiza hasta el 'dccv¡iá^eiv,
/iCíAcf (p iX óa o^ v n áú ot; (mirari, vatde phUosophkm affectus) [Platón,
Theaetetus, 155d],* es decir, hasta ese asombro que abarca en toda su
extensión el problema que ocupa sin cesar a los espíritus superiores
de todos los tiempos y países. En efecto, la agitación que mantiene
la incesante marcha del reloj metafisico procede de la conciencia de

el mundo sensible, los pensamientos o cualquier fenómeno mental. Esta naturaleza


como la totalidad de lo real es para Spiaoza la única sustancia; en términos cartesianos,
lo único que p»ara existir no necesita de otra cosa, o en los propios términos de Spinoza,
“aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa para formarse”. Cualquier
otro ser pertenece a esta natu raleza y por ello no puede pensarse más que por medio del
concepto de esta última; no es, por lo tanto, más que un modo o un atributo de la mis­
ma. £ita sustancia no puede tener una causa externa a sí misma, pues si así fuese, para
pensarla habría que recurrir al concepto de su causa, lo cual contradice su naturaleza de
sustancia. £s, por lo tanto, causa de sí, es decir, existe necesariamente. Ahora bien, la
necesidad por la cual existe de esta manera, con tales y cuales propiedades, y no de otra,
se deriva de la noción de causa que más tarde atacará Hume, a saber la de una conexión
necesaria entre dos cosas, de tal suerte que del concepto de la primera podamos derivar
el de la segunda y de la existencia de la primera concluir necesariamente la existencia
de la segunda. De acuerdo con esta noción y tomando en cuenta que todos los seres
pertenecientes a esa n^uraleza no son más que sus propiedades, de la esencia de la úni­
ca sustancia tienen que derivarse necesariamente todas sus propiedades, o en otros tér­
minos, la manera de ser de la naturaleza.
Si bien es cierto que bajo esta concepción el asombro ante la exisUncia del mundo no
parece ser posible, no podemos por ello rechazarlo en relación con la naturalaa del
mundo. Según esta ñlosofía lo único que podemos pensar con independencia de cual­
quier otra cosa es la namraleza como totalidad, y tenemos que pensarla como existiendo
necesariamente, pero ello no signiñca que estemos en posesión de la idea exhaustiva de
su esencia, de tal manera que podamos derivar de ella todas y cada una de sus propieda­
des y explicar así por qué es como es. Aun estando convencidos de la existencia necesa­
ria de la naturaleza y de la necesidad con la cual todo sucede, podemos asombramos
ante este suceder, simplemente porque no conocemos con perfección la esencia que
nos permitiría explicar ese acaecer. No resulta pues claro por qué el asombro de la con­
vicción sobre la necesidad con la cual todo se da tenga que excluirse. El propio Scho­
penhauer acepta la coexistencia del asombro y la necesidad en su crítica al concepto de
“Ihrtida de bautismo” de Schopenhauer en el re^ tro bautismal de la
la liberud como libre albedrío. Para él no es posible reaccionar de dos o más maneras
t jg f e s i f l parroquial de Santa M aría en D am ig (Gdansk).
distintas ante un mismo motivo: nuestro carácter, que es invariable, responde necesaria­
mente de un modo determinado ante un motivo en específíco.Yesto no impide que nos
asombremos de nuestras propias acciones, en la medida en que algún aspecto de nues­
tro carácter ha permanecido desconocido para nosotros mismos.
* El asombro, estado muy propio del filósofo.
La casa de Schopenhauer en Fran^ort del Main. E l edificio resultó destruido
durante la segunda Guerra Mundial.

E l padre de Arturo Schopenhauer, comerciante de Dati-dg (Gdansk) y Hamburgo.


Miniatura en acuarela, hacia 1790.
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ta tfi.

Ei mundo com o voluntad y representación, obra jundam ental de Schopenhauer,


Pnmera página del hbro primero de El mundo como voluntad y represen­ publicada en Leipzig por la, editorial Brockhaus en 1819.
tación; manuscrito original del autor.
Johanna Schopenhauer, de soltera Thsiener, madre delßlosofo. Se dio a conocer
Schopenhauer con su perro de aguas. Caricatura de Wilkeba Busch.
como escritora y pintora.
IfiT R O D U C C IÓ N : A C E R C A DE LA NECESIDAD METAFÍSICA
33

^ tan posible es la no e m e n d a del inundo como su existencia. De


la falsedad de La opinión de Spinoza, que considera d mundo
fjgfOO cosa que debe existir de una manera absoluta. Los mismos teís-
en su p*^eba cosmológica, deducen de la existencia del mundo
^ no «xirtenda anterior por lo que desde luego le consideran como
cosa contingente. Pero es tnás, comprendemos pronto que la no exis*
(gocia del mundo es, -no sólo concebiHe, sino prefenUe a su existen-
g ¡j; ta i, nuestro asombro se convierte bien pronto en sombría medi­
tación sobre faiahdad, que es lo que le ha dado existencia, y en
yirtud de la cual la fuerza inconmensurable que requieren la ptriduc-
y la conservación de un mundo constituido de esta manera ha
podido ser dingida de un modo tan contrario a sus propios intereses.
Q ascxnbro ÍHosófico es, pues, en el fondo consternación y turt^adón.
La fOoBoffa empieza, como la obertura de Den Jwm , por un acorde
en tono menor, lo cual es prenda de que no d ^ ser éspinozista ni
optimista.^ L a disposición del asombro que nos lanza a la filosofía
nace del espectáculo dtl nud y de la desgracia, los cuales no deberían
existir aunque fuese justa su mutua relación y la suma del bien los
guperase.^ Pero como de la nada no procede nada, el mal y la des-

* Por fíloforia optimista Schopenhauer se refiere aquí a'Ia filoioffa de Leíbnis. la


oual catablece que el mundo que exilie es el mejor de )o* mundos poiiblei. En opoii-
ci6n a la metafísica de Spinoza, la de Leíbniz postula la exíiiencia de ;ma pluralidad
de Mttancias, cada una de U i cuales, al igual que la única sustancia eipinozista. posee
Hwa de la cual se derivan todai sus propiedades. Estas sustancial pueden coe*
nstir áempre y cuando sus esencias no se exduyan una a la otra, es dear, que la esencia
de una no contenga nada que contradiga la existencia de la otra. Cuaquier con­
junto de cuyas esencias no le excluyan constituyen un mundo poiible. Ei
pues necesario para esta filosofía dar razón de por qué existe este mundo y no cual­
quier otro posible. Y es para esto que Leibniz introduce la fórmula del “ mejor de loi
íiptndos posibles' ’ . Según este filósofo todo posible pretende la existencia en la medida
de su perfección y un mundo que pueda hacer corxiitir el mayor número poiible de
«M ancias éa el m is perfecto, de ahí que el mundo exUtente lea el mejor de k» posi­
ble». Como puede v ene lai razones de este “ optimismo” ion de orden exclusivamente
S^KCuIativo y no prictico: nada tienen que ver con el mal que cada uno de nosotroi
pweda sufrir. .
* En alem in existen doi términos para deiignar el mal. al igual que existen doi
l*r»d e*ign ar el bien. Por un lado el término -B S u ”
«í « a l desde el punto de vista de la acción; por el otro ‘ y W sigmf.ca el ^ e
*«fr*, es decir, el mal coniiderado desde la perspectiva del que lo padece, tm o
« p riW K ha traducido “ flp«” como “ mal” y " U M " como ‘ ‘f » 5 ^ ^ *
PWtpectiva del mal que la lengua alemana coniigna e , lo que le
W e r hdílar de una po.ible relación justa entte loi d o, tipoi de mal
Schopenhauer a ¡a e d a d de 3 0 R etrato a t óUo de L u d w ig Sigismund RuhL

*'»»xlo habla de la suma del bien en eiia oración es G uie (Acerc


34 IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E L A N ECESID A D M E T A FÍSIC A
IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E LA N E C E SID A D M E T A FÍSIC A J5

grada deben tener su origen en la esencia misma del mundo. Es muy que las causas activas, por las cuales se explica todo, descansan sobre
difícil admitir esto cuando contemplamos la majestad, el orden y la ijgo enteramente inexplicable, a saber: sobre las cualidades primarías
perfeccito dd mundo físico, pues suponemos que aquello que ha te­ ^ las cosas y las fuerzas naturales destacadas en ellas, tales como la
nido el poder para producirlo tan perfecto lo habría tenido para aho> gravedad, la dureza, la elastiddad, d calor, la electricidad, las pro­
rrarle d mal y la desgracia. Esta idea (contraste entre Ormuz y Ahri* piedades químicas, etc., que obran de una manera determinada, y
mán)* es la más difícil de aceptar para d teísmo. De ahí que para gn toda explicadón permanecen en d estado de cantidades descoooci-
desplazar el mal se haya inventado la libertad de la voluntad, que no y no diminables, de una ecuación algebraica perfectamente cla­
es sino una manera encubierta de hacer algo de la nada, pues supone ra en todo lo demás, de donde resulta que no exbte ni un cacharro
un operan, que no resulta de un ess^. Luego se trató de descartar la (je la más vil espede que no se componga de una multitud de cualida­
desgracia imputándosela a la materia o a una necesidad inevitable; de des completamente inexplicables. Estos dos defectos inevitables de
mala gana se ha renunciado a recurrir al diablo, que era el mejor explicadón puramente física, es decir, causal, muestran que di­
expediens ad hoc. También la muerte pertenece a la desgracia. En cuanto chas ejqilkadones son siempre rdaiioas, que su método y su género
al mal, consiste en desembarazarse de la desgracia echándola sobre los DO son k» únicos ni los últimos, y que, por lo tanto, son insuficientes.
hombros del prójimo. Por consiguiente, como ya hemos dicho, d mal, Esto quiere decir que por tal procedimiento no llegaríamos a la $c4u-
la desgracia y la muerte son lo que caracteriza y fortalece el asombro dóo dd grave proUema de las cosas ni a la comprensión verdadera
filosófico. Lo que constituye el punctum pruriens de la metafísica no es dd mundo y de la existenda. La explicación física, pues, necesita dd
sólo d hecho de que el mundo exista, sino el que sea tan lóbrego, y concurK) de alguna ex{dicaci6 n metafísica que le dé la clave de todos
este problema comunica a la humanidad una inquietud que ni el sus supuestos, y por esto mismo necesita emplear otro método. El
escepticismo ni el criticismo pueden disipar. primer paso que hay que dar es darse cuenta de la diferencia que
También encontramos a la Jisica (en la acepción más amplia de existe entre física y meU^isica. Esta diferencia se basa a su vez en la
la p a lera ) ocupada en explicar los fenómenos dd mundo. Pero en la que estableció Kant entre fonámeno y cosa en si. Pero como el mismo
naturaleza misma de sus explicadones vemos ya que esta explicación niósc^o enseña que jamás podremos conocer la cosa en sí, no existe,
no puede bastar. La ftsica no puede sostenerse sobre sus propios pies; según él, m e tílic a , sino sólo un conocimiento puramente inmanente,
necesita una metafísica en que apoyarse, por muy desdeñosa que se es dedr, la física que sólo trata con fenómenos, y jimto a éste una crí­
manifieste con día, pues explica los fenómenos por algo más desco­ tica de la razón que aspira a la metafísica. Ahora bien, yo quiero,
nocido que ellos mismos, a saber: por las leyes naturales, fundadas en para señalar d punto concreto en que mi filosofía se enlaza con la de
fuerzas naturales como la fueña vital. Es verdad que debemos expli­ Kant, hacer notar que en su hermosa explicación de la coexistencia
car por causas puramente físicas todo d orden de cosas existente en de la libertad con la necesidad {Critica de la razón pura, P ed., pp. 532*
el mundo o en la naturaleza. Pero esta explicación, aun admitiendo 554, y Critica de la razón práctica, pp. 224-231, edic. Rosenkranz) expo­
que podamos llegar a ella en toda extensión, adolecerá siempre de de­ ne cómo una misma acción puede explicarse como necesaria, es decir,
fectos esendales que son como d talón de Aquiles o la pata dd diablo, como determinada por el carácter dd individuo, de las influencias
que hacen que todo lo que así se explica continúe siendo inexplicable que ha experimentado en su vida y de los motivos actuales, y por otro
en el fondo. El priniero es que el comienzo de la cadena de causas y lado como obra Ubre de su voluntad.^ En este sentido dice en d pá-
efectos no puede alcanzarse rtmca, y, como los límites del mundo en ^ ^ o 53 de sus Prolegómenos: “ Aunque haya una necesidad natural
d espado y en d tiempo, retrocede hasta lo infinito. El segundo es uüiereote a todo encadenamiento de causas y de efectos en el mundo
l e í b l e , se debe atribuir libertad a aquella de dichas causas que
es en sí misma un fenómeno (aunque sea su fundamento). Por
das de Us expresiones que se refieren al bien y al mal, véase: Kant, CritU a de la razón
p ráctica, libro I, C . II.) consiguiente, sin caer en contradicción podemos atribuir a la vez
* Ormuz u Ohrmazd representa el principio dd bien y Ahrimán el del mal en la ^cesidad y libertad a una misma cosa considerada desde dos puntos
r d i ^ n del Irán antiguo. Según Eznik (siglo v. d. C .) surgieron de Zurvan, dios pri­
mordial asociado al tiempo. El primero es fruto de un sacrificio que lleva a cabo Zur-
van para tener progenitura, el segundo es producto de la duda que tuvo acerca de U * Acerca de la relación que menciona aquí Srhopenh.iuer enire la diferencia del
eficacia de este sacrificio. ♦^tneno y la cosa en sí, por un lado, y por el otro, la necesidad y la libenikd que pge-
^ Véase al respecto en esta a m o le la : segunda pane, V III; y cuarta parte I, 1 c- Mr atribuidas a una misma cosa, véase el prólogo de esta uniología (segunda pane).
36 IN T R O D U C C IÓ N : A C E R C A D E LA N ECESID A D M E T A FÍSIC A

IN TRODU CCION : ACERCA D E LA NECESIDAD METAFÍSICA 37


de vista diferentes, una vez como fenómeno y otra como cosa et)
sí” . Y esto que Kant enseña del fenómeno del ser humano y de su través del velo de las formas de la intuición, cada uno la lleva en sí
conducta, lo extiendo yo a todos los fenómenos de la naturaleza, a los mismo, es él mismo; por eso le es asequible en su autoconsciencia,
cuales asigno como fundamento la voluntad en tanto cosa en sí. Doc­ aunque sea de un modo condicionado. Por consiguiente, el puente
trina es ésta tanto más legítima cuanto que no hay razón para admitir que la metafísica tiende sobre la experiencia no es otra cosa que la
que el hombre sea específica y fundamentalmente diverso de los de­ descomposición de ésta en fenómeno y cosa en sí, que, como ya he
más seres y cosas de la naturaleza, sino que debemos suponer que dicho, es el gran mérito de Kant, pues demuestra la existencia de un
sólo se diferencia de ellas en el grado. núcleo distinto del fenómeno, si bien no se le puede examinar por se­
La cuestión que ahora surge es la siguiente: ¿Cómo una ciencia parado como un ens extramundanum, y no podemos conocerle más que
inspirada en la experiencia puede conducimos más allá de la expe­ en sus relaciones con el fenómeno. Sólo la explicación y la Interpreta­
riencia y merecer así el nombre de metafísica? No puede conseguirlo ción de éste puede suministrarnos información acerca de aquél, su
del modo que tres términos de una proporción nos dan el cuarto, o propio núcleo. En este sentido, la metafísica va más allá del fenóme­
que dos lados y un ángulo daii el triángulo. Este procedimiento era no, esto es, de la naturaleza, y avanza hasta lo que se oculta en ella o
el del dogmatismo anterior a K ant, el cual, en virtud de ciertas leyes tras ella (TÓ fiez á xó tpiciKOv); pero siempre considerado como lo que
conocidas a priori, pretendía pasar de lo dado a lo que no está dado, de aparece en ella, no independientemente de ésta; por lo tanto, es siempre
la consecuencia al principio, de la experiencia a lo que no es ni puede algo inmanente y no trascendente. Nunca se sustrae de la experiencia
ser objeto de experiencia. Kani mostró la imposibilidad de cons­ completamente, sino que es la mera explicación e interpretación de
truir por este método la metafísica, haciendo ver que esas leyes, ella, puesto que no nos habla de la cosa en sí más que en relación con
aunque no se derivan de la experiencia, sólo valen para ésta. Dijo el fenómeno. Por lo menos éste es el sentido en que yo, teniendo en
luego, con razón, que no podemos pasar de esa manera por encima cuenta ios límites señalados por Kant ^1 conocimiento, he intentado
de la posibilidad de la experiencia. Pero hay otros caminos para la resolver el problema de la metafísica; por eso he aceptado sus P role^
metafísica. El conjunto de la experiencia es como una escritura secre­ menos a toda meíajtsica como valederos igualmente para la mía. Por
ta y la filosofía es su clave, cuya exactitud se confirma por una con­ consiguiente, mi sistema no \'a nunca más allá de la experiencia; sólo
cordancia de todas las partes. Si comprendemos este conjunto a fon­ indica el camino hacia la verdadera comprensión del mundo que se
do y a la experiencia interior unimos la exterior, el conjunto puede presenta en la experiencia. Ni es una ciencia de conceptos puros, se­
explicarse por sí mismo. Desde que Kant nos demostró irrefutable­ gún la definición dada por Kant. ni un sistema de conclusiones dedu­
mente que la experiencia se compone de dos elementos, a saber: de cidas de proposiciones a priori, cuya impotencia en materia de metafí­
las formas del conocimiento y de la esencia en sí de las cosas, y que sica demostró aquel maestro. Es un saber inspirado en la intuición
estos dos elementos se limitan recíprocamente, el uno como lo a priori del mundo real externo y en la aclaración que acertia de éste nos
conocido, y el otro como agregado a posíeriori, se puede, por lo menos, suministran los más íntimos hechos de la autoconsciencia; saber depo­
en general, señalar lo que en cada experiencia, que desde luego siem­ sitado en conceptos claros. Será, pues, una ciencia de experiencia,
pre t i fenómeno, pertenece a la f) m a del fenómeno y se encuentra con- j
cuyo objeto y fuentes no son experiencias particulares, sino la expe­
dícionado por el intelecto y lo que después de la eliminación de ésta riencia en su totalidad y generalidad. Con esto queda en pie la doctri­
queda como cosa en si. ^ Y si bien nadie puede conocer la cosa en sí a na de Kant según la cual el mundo experimental es puro fenómeno,
y los conocimientos a priori no se relacionan más que con el fenóme­
’ Resulta imposible dejar de reconocer aqui una falsa interpretación de la filosofía no; pero hay que observar que precisamente a título de tal fenómeno
de Kanl. La experiencia no es en ella un compuesto de la esencia de las cosas en sí ese mundo es la manifestación de aquello que en él se revela y que usan­
y de las formas dd conocimiento, como si el sujeto le aipvgara a la realidad una serie
do de la terminología kantiana llamo la cosa en sí. Esta cosa en sí ex­
de elementos que posteriomiente podría eliminar. Si quisiéramos caracterizar la expe'
riencia en esta íllosofTa por medio de la deierminación de sus componentes, habría que presa su ser y su carácter por medio del mundo de la experiencia y,
decir en todo caso que es un producto de las sensaciones y de las “ formas del conoci­ por lo tanto, hay que aprehenderla a partir de éste, y por cierto, de
m iento'' (formas de la sensibilidad y conceptos puros del entendimiento). En algiiti la materia, no de las puras formas de la experiencia. La filosotia, por
sentido las sensaciones pueden ser consideradas como el efecto que causa la cosa en
sí en nuestra facultad representativa, pero ello dista mucho de hacer intervenir a 1>
términos, su esencia, es algo que para Kant está irremediablemente fuera del alcance de
esencia de la cosa en sí en el proceso del conocimiento. Lo que es la cosa en sf, en otros
^ ru ó n teórica.
38 ÍN T R O D U C C IÓ N ; A C E R C A D E LA N EC ESID A D M E T A FÍSIC A

consiguiente, no es otra cosa que la concepción exacta y universal


la experiencia, la interpretación fiel de su significación y contenido P r im e r a P a r t e
Tal contenido es el elemento metafísico, es decir, aquello que se re-
viste de apariencia y se oculta bajo las formas del fenómeno, y e l m u n d o c o m o r e p r e s e n t a c ió n , el
se relaciona con éste» como el pensamiento con las palabras.
o b je t o d e l a e x p e r ie n c ia y d e l a c ie n c ia
Tal desciframiento del mundo en lo que se refiere a lo en él mani>
Testado debe hallar su comprobación en sí mismo, por la armonía,
que introduce en estos fenómenos tan diversos y que no aparecería
sin él. Cuando hallamos una página de una escritura cuyo alfabeto
nos es desconocido tratamos de interpretarla hasta que hallamos un
valor de las letras por medio del cual podemos construir las palabras
haciéndolas comprensibles y los períodos encadenándolos unos con
otros. Entonces no nos queda duda acerca de la exactitud del desci'
framiento, pues no es posible que la concordancia sea efecto de un
azar hasta el punto de que se puedan igualmente componer las pala­
bras y los periodos atribuyendo a los signos otro valor. De un modo
semejante el desciframiento del mundo debe hallar comprobación en
sí mismo; debe difundir una luz igual sobre todos los fenómenos y
poner la suficiente armonía entre los más heterogéneos para que
toda contradicción desaparezca. [MVR, II, C. X V II]
I. C O N S ID E R A C IO N E S G E N E R A L E S

£>] infinito hay innumerables globos luminosos alrededor


¿e cada uno de los cuales gira, aproximadamente, una docena de
otros ^obos más pequeños, que reciben su luz de los primeros, ca*
líentes en su interior, revestidos de una corteza dura y fría, sobre la
i^al una capa de humedad ha engendrado seres vivos y conscien-
tes: ésta es la verdad empírica, la realidad, el mundo. Sin embargo,
pgra un ser É[ue piensa es una posición penosa verse colocado en
una de esas innumerables esferas suspendidas en el espacio sin )Ümi*
tes, sin saber de dónde ni a dónde, y ser sólo una criatura entre la
Biuttitud innúmera de criaturas semejantes que se oprimen, se agi-
tjui y se atormentan unas a otras; que nacen y mueren rápidamente
en un tiempo sin principio ni fin: todo ello sin que haya nada perma­
nente, a no ser La materia y el retorno de las mismas formas oi^áni*
cas, distintas unas de otras, por medio de ciertas vías y canales esta-
Uecidos de una vez para siempre. Las condiciones exactas y las reglas
de estos procesos es todo lo que la ciencia empírica puede enseñamos.
La filosofía moderna, principalmente a través de Btrkeley y Kani,
fmahnente se ha dado cuenta que todo esto no es más que un Jettómeno
embral y condicionado por factores subjetivos tan numerosos y distin­
tos, que la supuesta realidad absoluta de todo ello desaparece, dejan­
do lugar a un orden de cosas distinto que sería el fundamento de
M)ud fenómeno, es decir, que tendría con él la relación que existe en­
tre la cosa en sí y sus manifestaciones.'
*'£1 mundo es mi representación’ * es una proposición que, como

' Esta afínnación de Schopenhaucr acerca de la fUosoíTa moderna generaJiza lo


*1*^**trictantente vale sólo para la filosofía de Kant. Si bien cabría aceptar que a partir
Descartes la füosofta tiende a tratar la realidad dd mundo extemo como algo que
I* coniutuye en la conciencia, sería ir deniaüado lejos afírm ar que con' ellos se da lugar
* orden de cosas distinto que sería el fundamento” de ese mundo percibido. El
de la cosa en sí, como una realidad que se encuentra detrás de los fenómenos
y la cual ya no valen las funciones del conocimiento que aplicamos al mundo fe-
es de origen kantiano. Para Berkele>' este concepto sería tan contradi^orio
d concepto de la materia, contra el cual apunta toda su filosofía. Precisamente
^ de los principales a ró m e n lo s en contra de e^e último ataca la propiedad, atribui-
* ^ nfiaieria, de ser algo en sí, independiente de la conciencia que percibe, de tal
1^,, ^ 4ue resulta imposible aceptar dentro de su sistema ese ' ‘orden de cosas distin*
^ percibido. En la filosofía de Berkeley hacer depender el mundo percibido de
'^ftciencia que percibe no significa aceptar una realidad que esté más allá de esa
por el contrario, significa postular que la única realidad ci la que se da
u **f*“ encia, o en otras palabras, que la realidad del mundo percibido se agota en
'^•‘ciencia,
42 E L MUNDO COM O REPRESENTACION
CON SIDERACIONES GENERALES 43
los axiomas de Euclides, se hace evidente en cuanio es comprendida,
el mundo objetivo o material, no existe en cuanto tal más que en
si bien no todos los que la escuchan la comprenden. Haber sustenta­
nueítra representación, siendo falso y absurdo atribuirle existencia fue-
do esta tesis vinculándola con el problema de la relación entre lo real
yg de toda representación e indejiendientemente del sujeto que cono-
y lo ideal, es decir, entre el mundo en el cerebro y el mundo que exis­
Qg. y, por consiguiente, admitir la existencia absoluta y en sí de la ma­
te fuera del cerebro, constituye, ju m o al problema de la libertad mo­
teria. Esta concepción tan verdadera y profunda constituye toda la
ral, el carácter distintivo de la filosofía moderna. Después de luengos
filosofía de Berkeley; en ella se vertió todo entero.
siglos de filosofía puramente objetiva,'' se ha descubierto que entre
Kant demuestra que el conjunto del mundo material, con sus cuer­
las muchas cosas que hacen del mundo algo tan enigmático e irresolu­
pos extensos en el espacio y enlazados entre sí p>or el tiempo mediante
ble, la primera y más inmediata es ésta; que por muy sólido y extenso
relaciones de causalidad con todas sus consecuencias, no existe indepen-
que sea el mundo, su existencia pende, en cualquier momento, de un
i^ientetitente de nosotros, sino que depende, como de un supuesto fun­
hilo; la conciencia, en la cual aparece. Tal condición íntimamente
damental, de las funciones del cerebro, por medio de las cuales es
unida a la existencia del mundo, le imprime, no obstante su realidad
solamente posible la ordenación objetiva de las cosas, ya que tiempo,
m pm ca, el sello de la idealidad-, dejándole así reducido a la condición
espacio y causalidad, en los cuales se basan todos los procesos reales
de puro fenómeno. De aquí que tenga que ser reconocido como per­
y objetivos no son otra cosa que funciones del cerebro, y que, por lo
teneciente a la misma clase de fenómenos que el ensueño, al menos
mismo el orden invariable de las cosas que forma el criterio y la pauta
bajo un cierto aspecto, en tanto emparentado con este último. Pues
de la realidad empírica de las cosas procede asimismo del cerebro, que
la misma función cerebral, que durante el sueño hace aparecer de re­
es lo único que da testimonio de él. Eato es lo que K ant demostró a
pente y como por ensalmo un mundo perfectamente objetivo, intuiti­
fondo y detalladamente; sólo que él no dice cerebro, sino “facultad de
vo y tangible, debe tener la misma parte en la representación del
conocimiento”.*
mundo objetivo que vemos cuando estamos despiertos. En efecto, es­
tos dos mundos, aunque diferentes por su materia, están vaciados no­
toriamente en un mismo molde. Este molde es el intelecto, la función ’ La expresión “funciones del cerebro” (G^iimfiinklionen) que aparece en este pá­
rrafo pone de relieve p aquí una de las principales transformaciones que sufre el siste­
cerebral.
ma kantiano en la ñlosofía de Schopenhauer. Lo que en aquél constituye el punto de
Probablemente, Cartesio fue el primero que llegó al grado de reñe- partida en la explicación del proceso del conocimiento y por lo tanto el supuesto
xión suficiente que exige el reconocimiento de esta verdad fundamen­ de toda ley concerniente aJ mundo exterior, aquí se convierte en ñindón de un órgano
tal, en virtud de la cual instauró, si bien provisionalmente, su método penenedente a ese mundo externo (al respecto véase en esta antología: segunda pane, V ).
Es cierto que Schopenhauer habla de dos vías complementarías en la consideración del
escéptico que constituye el punto de partida de su filosofía. Puede de­
iatdecto: por un lado está la “consideración sutyetiva*, la cual parte de la conden-
cirse que él encontró el verdadero punto de apoyo de toda filosofía da para explicar el conodm iento; por otro, se encuentra la "consideradón objetiva’ que
al no admitir como cierto más que su ccgx/o er^ sum [Principia philosopkwe. corresponde a la labor de la fisiología. Pero, a pesar de aceptar estas do« vías como com­
I, 7, y lOJ, y al sentar como problemática la existencia del mundo. plementaria», la concepdón del intelecto y en genera] de la condenda, a la cual fínal-
La base de la filosofía es esencial y necesariamente lo subjetivo, la propia menie conduce su filosofía, interpreta las condiciones que la conciencia impone al co-
(todniiento como algo que a su vez está determinado por un órgano de nuestro cuerpo
conciencia. Sólo ésta nos es dada de un modo inmediato; todo lo demás, ^ por k> tanto, determinado por las leyes naturales. Sin lugar a dudas, visto de esta ma-
sea lo que sea, está condicionado por ella y de ella depende. Por lo d asunto, se cae en un círculo vicioso, pues se pretende explicar ei ñjndonam iento
mismo, se considera fundadamente a Descartes como el padre de la fi­ ititelecto por las leyes naturales (consideración objetiva), las cuales por otro lado se
losofía moderna. Berkeley, dando un paso más en este camino, llegó ^’pnMeran condicionadas por el propio intelecto (consideradón subjetiva). Este drculo
**c*o*o parece ocultane o desvanecerse en el sistema de Schopenhauer al ser considera-
al idealismo propiamente dicho, reconociendo que lo extenso, es decir, dos cualesquiera de los dos puntos de partida (la con d en d a o el mundo exterior percí-
como algo relativo a la voluntad. Ninguna de las dos vías mendonadas puede
* Por “filosofía puramente objetiva" debemos entender aquí la filosofía que al ex­ ^®*w*derar*e entonces como explicadón última del conocer; ambas jnrten de algo que
plicar el conodmienio supone el objeto como algo acabado y existente y por sí, algo que ^ manifestadón de la voluntad, ambas se ciñen a ese fenómeno que es el mundo
tiene ya todas Jas propiedades que la conciencia le atribuye, es decir, que considera representación. Una vez postulada la relatividad de aquello que adoptan como
el proceso del conocer como pura adecuación del pensamiento a la cosa. Como es sabi­ de partida estas dos vías, podría pensarse en una especie de paralelismo entre
do, en contraste con esta concepción, la filosofía moderna pone en cuestión por prinie" quedando de esta manera resuelto el círculo vidoso, sin embargo Schopenhauer
ra vez este supuesto y destaca el papel activci del sujeto en la consütución misma t ^ ^ • ^ ^ e una reladón jerárquica entre el intelecto y el órgano corporal del cual depen-
objeto. '** • €0 0 10 puede verse en el siguiente pas<^:
44 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N
C O N SIO E R A C IO N E S G EN ER A LE S 45

Según esto» la verdadera filosofía debe ser idealista: es más, ue <1 mundo que le rodea no existe más que como ci representación,
que serlo si quiere ser sincera. Pues nada más cierto sino que nactie
e>i en
tto c»,
gtto ^ relación con otro ser: aquel que ^
se lo representa, es decir,
puede salir de sí mismo para identificarse directamente con ]as cosa^ 0 jQÍsnio. Si hay alguna verdad a prim es ésta, pues expresa la forma
que están fuera de é]. Y todo lo que conoce cierta e inmediatamente ^ toda experiencia posible y concebible, aquella que es más general
está en su conciencia. Fuera de ésta, no puede haber certeza inmedia­ que todas las demás, que el tiempo, el espacio y la causalidad, puesto
ta, y todos los primeros principios de una ciencia necesitan de esa cer> que U suponen. Cada una de estas últimas formas, que son otros tan-
teza inmediata. Es conforme al punto de vista empírico de las demás (0 f modos diversos del principio de razón, no es aplicable más qu¡e
ciencias el considerar el mundo objetivo como si existiese de una ma­ g una clase de representaciones, pero no sucede así con la división
nera absoluta, pero no conforme al de la filosofía, que se remonta a (je sujeto y objeto, que es la forma común a todas aquellas clases y
lo oiiginarío. Sólo la concieruia nos es dada inmediatamente; de aqu] Ia única bajo la cual es posible cualquier representación, ya sea
que su fundamento esté limitado a los hechos de la conciencia: esto abstracta o intuitiva, pura o empírica. No hay, pues, una verdad tan
quiere decir que es esencialmente idealisia. fjerta, tan independiente de todo lo demás, tan poco necesitada de
El realismo, que por sus apariencias positivas tiene fácil arraigo en una prueba, como aquella según la cual todo lo que existe para el co­
los espíritus incultos, parte, por el contrario, de una hipótesis arbitra­ nocimiento, e) mundo entero, sólo es objeto en relación al sujeto, in-
ria y es un edificio sin cimientos, pues olvida o niega un hecho pri­ tuiciÓD del que intuye, en una palabra: representación. Esto vale, por
mordial, a saber: que todo lo que conocemos está dentro de la con­ supuesto, tanto para lo presente como para lo pasado y futuro, para
ciencia. Que la existencia objetiva de las cosas está condicionada por un lo lejano como para lo próximo, puesto que vale para el propio tiem­
sujeto que se las representa, por lo que el mundo objetivo no existe po y el espacio, por los cuales se distingue todo aquello. Todo lo que
más que en cuanto representación ^no es una hipótesis establecida arbitra­ de alguna manera pertenece o puede pertenecer al mundo está inevi­
riamente, ni una paradoja ideada para la polémica. Es, por el contra­ tablemente condicionado por el sujeto y existe para el sujeto. El mun­
rio, la verdad más sencilla y certera, y si su comprensión parece difí­ do es representación. \MVR, I, f 1]
cil 'es a causa de su misma sencillez, y porque no todos poseen la El st^eto es aquel que todo lo conoce y de nadie es conocido. Es,
reflexión suficiente para elevarse a los primeros elementos de su con­ pues, d portador del mundo, la condición presupuesta de todo fenó­
ciencia de las cosas. Una existencia objetiva absoluta y en sí misma meno, de todo objeto, pues nada existe sino para un sujeto. Cada
no puede darse jamás, pues 16 objetivo, por el hecho de serlo, tiene cual es un sujeto de esta especie, pero sólo en cuanto conoce, no en
siempre su existencia en la conciencia de algún sujeto, es su represen­ cuanto es objeto del conocimiento. Su cuerpo mismo es objeto, y con­
tación y, por consiguiente, está condicionado por éste y por las formas siderado desde este punto de vista, es representación. El cuerpo es
generales de la representación, que pertenecen al sujeto y no ai obje- objeto entre objetos y está sometido a las leyes del objeto, aunque se
to. [iWKR, II, C .I.] trate en este caso de un objeto inmediato. Yace, como todos los obje*
^ de la intuición, bajo las formas del conocimiento, bajo el espacio
y el tiempo, por las cuales se da la multiplicidad. Pero el sujeto, el
“ El mundo es mi representación” —esta es una verdad que vale para que conoce y nunca es conocido, no está bajo tales formas, sino que
todo ser que vive y conoce, si bien sólo el hombre puede cobrar con* le presuponen: no le conviene, pues, ni la multiplicidad, ni su contra-
ciencia de ella reflexivamente: y lo hace en verdad; así es como se d i la unidad. No le conocemos nunca, sino que justamente él es el
en él el sentido filosófico. Al hombre que conoce esta verdad le resul' <{uc conoce allí donde hay conocimiento.
tará claro y seguro que no conoce un Sol ni una Tierra, y sí únicamen­ Por consiguiente, el mundo como representación, bajo el aspecto
te un ojo que ve él ^ 1 y una mano que siente el contacto con la Tierra; ^tie le consideramos aquí, tiene dos mitades necesarias, esenciales e
^•eparables. Una es el objeto, cuya forma es el tiempo y el espacio
El yo que conoce y es consciente está con la voluntad en la misma relación
por ende, la multiplicidad. Pero la otra, el sujeto, está fuera del
la imagen focal con el espejo cóncavo; y esta imagen, tampoco tiene más que una ^*^po y del espacio, pues está toda e indivisa en cada ser capaz de
realidad condicional y, propiamente hablando, aparente. Muy lejos de ser lo abso' f^i'esentación; {x>r lo mismo, cada uno de estos seres, con la misma
lutamente primero (como, por ejemplo, enseña Fíchte) no es en realidad sino uD
fenómeno (crciario, en cuando supone el organismo, y éste la voluntad ^tegridad que los restantes millones, completa con el objeto, el mun-
II. C . X X II). ^ Como representación; pero si desapareciera cada uno de aquéllos.
46 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N
C O N SID E R A C IO N E S G E N E R A L E S 47

desaparecería también el mundo como representación. Por eso es> tiiezM se les puede ocurrir disputar sobre su realidad, lo que implica
tas dos mitades son inseparables aun para el pensamiento, pues cada mi mal uso del principio de razón, que liga todas las representacio­
una de las dos sólo tiene sentido y existencia por y para la otra, nace nes, sí, por distintas que éstas sean, pero nunca a éstas con el sujeto
y desaparece con ella. [MVR, I, / 2] o coa algo que no sea ni objeto ni sujeto, sino sólo razón del objeto;
El dogmatismo realista, por su parte, considerando la representa­ jjgo inconcebible, porque sólo los objetos pueden ser razón y sólo
ción como efecto del objeto, pretende separar lo que es uno, a saber: pueden serio de otros objetos. {M VR, I, / 5]
la representación y el objeto, admitiendo una causa distinta de la re­
presentación, un objeto en sí independiente del sujeto, cosa imposible
de concebir» pues, como tal objeto, presupone siempre al sujeto y es
su representación. Bajo la misma falsa suposición, el escepticismo le
objeta que en la representación lo único que se tiene siempre es el
efecto, pero no la causa» por lo que nunca se conoce el ser sino el obrar
de los objetos; pero éste pudiera no tener ninguna semejanza con
aquél y aún sería tomado falsamente, pues la ley de causalidad sólo
es sacada de la experiencia, cuya realidad luego debe basarse en ella.
Ahora bien, debe contestarse a los dos, en primer lugar, que objeto
y representación son una misma cosa; luego, que el ser del objeto de
la intuición es su obrar, que precisamente en este obrar consiste la rea­
lidad de las cosas, y que la exigencia de la existencia del objeto fuera
de la representación del sujeto y también un ser de las cosas reales
distinto de su acción, es algo que carece de sentido, una contradic­
ción; que, por consiguiente, el conocimiento del modo de acción de
un objeto intuido lo agota en tanto es objeto, es decir, representación,
puesto que fuera de él no queda nada para el conocimiento. Pero el
mundo intuido en el tiempo y en el espacio y que se manifiesta en
pura causalidad es perfectamente real, y es precisamente aquello mis-
mo por lo cual se da francamente como representación sintetizada
y coordinada por la ley de causalidad. Ésta es su realidad empírica.
Mas, por otro lado, toda causalidad sólo existe en el entendimiento
y por el entendimiento; por tanto, aquel mundo completamente real,
es decir, activo, está siempre como tal condicionado por el entendi­
miento y sin él no es nada. Pero no sólo por esto, sino porque ningún
objeto se puede pensar sin sujeto sin caer en contradicción, debemos
negar al dogmático, que explica la realidad del mundo exterior como
independiente del sujeto, que tal realidad pueda existir. El mundo
entero de los objetos es siempre representación, y precisamente por
esto está condicionado perpetuamente por el sujeto; esto es, tiene idea­
lidad trascendental. Pero por esto mismo no es un engaño o una ilu­
sión; se da como aquello que es, como representación, y en verdad
como una serie de representaciones cuyo lazo común es el principio
de razón. Como tal es comprensible para el sano entendimiento, aun
en lo que respecta a su más íntima significación, y le habla en un len­
guaje perfectamente claro. Sólo a los espíritus extraviados por las su-
IL F Ó R M U L A G E N E R A L D E L P R I N C IP I O D E
R A Z Ó N S U F IC I E N T E I II . L A S R E P R E S E N T A C IO N E S E M P ÍR IC A S

Nuestra conciencia cognoscitiva, manifestándose como sensibilidad exterior t 1. E x p u c a c ió n c e n b r a l

mtón'íw (receptividad), entendimiento y razón, se descompone en sujetoy obje.


toy nada contiene fuera de esto. Pero luego encontramos que todas nuestras repte, ^^PRj^fBRAdase de objetos posibles de nuestra facultad representati*
sentaciones están relacionadas unas con otras y que se pueden determinar a VAi 1a conatituyen las representaciones inimíioas, completas, empíricas.
priori en lo que se refiere a su form a; seg^n lo cual nada se nos presenta conu¡ 50 q intiiiiit>as, considerándolas en oposición a lo meramente pensado,
existente por s i e independiente, aislado y separado. Este enlace es lo qu« es d e c ir ,, a. los conceptos abstractos; completas, en cuanto, según la
expresa el principio de razón suficiente en su generalidad. [/’i?<S, § 16] (livisióo de Kant, no sólo contienen lo formal, sino también lo mate­
Ya demostraremos que el principio de razón suficiente es una rial del fenómeno; empíricas, en parte porque no brotan de meras com­
expresión común a varios conocimientos a priori. Por el momento te­ binaciones de pensamientos, sino de un estímulo de la sensación de
nemos que enunciarle por medio de una fórmula. Elijo la wolffiana, Duettro cuerpo, al que se remiten siempre para dar testimonio de su
por ser la más general; N ihil est sine raiione cur potius sit, quam non sii, realidad; en parte, porque, conforme a las leyes del tiempo, del espa*
{Ontologia, / 70). Nada es sin una razón de ser.* § 5]. cío y de la causalidad, juntamente forman aquel complejo, sin prin­
Ahora bien: aunque este principio es susceptible de adoptar diver­ cipio ni fin, que constituye nuestra realidadempÍTÍca.{PRS, / 17.]
sas formas, s e ^ n la diferente manera de presentarse los objetos, para Laa formas de estas representaciones son el sentido interno y el
designar las cuales también el principio de razón suficiente modifica externo: tiempo y espacio. ^ Pero éstos son perceptibles sólo por su conte­
su expresión, sin embargo, conserva siempre lo común a todas nido.
aquellas formas; comunidad que expresa nuestro principio, conside­ iSi ^ tiempo fuese la form a exclusiva de nuestras representaciones, no
rado en su aspecto más universal y abstracto.* i 16.] podr& darse la simulianeidad, y por lo tanto, nada permanente, ni du-
roeiim alguna. Pues el tiempo sólo es perceptible por su contenido, y
IU progresión sólo por el cambio de lo que contiene. Así pues, la perma-
nendc de un objeto sólo la conocemos por el contraste con el am bio
de otros objetos, que le son simultáneos. Pero la representación de la
fonulíaneidad no se puede dar sólo en el tiempo, sino que necesita,
para completarse, de la representación del espacio, porque en el puro
* Nada es sin una razón por la que es, en vez de no ser. tiempo todo es sucesivamente y en el espacio todo contiguamerüe; así
* Los siguientes apartados de esta primera parte de la antología corresponden a puest *ólo surge por la unión del tiempo y del espacio.
cada una de esas maneras bajo las cuales se presentan tos objetos del conocimiento. Por otro lado, si el espacio fuese la form a excUisiita de estas representa*
Hemos conservado así la división que el propio Schopenhauer maneja tn De ^
^KUkes, ,no podría darse ningún cambio, pues cambio o variación es
cuádrupU n ú del principio J e razón sufideiOe. En cada uno de esos apartados se desarrolla'
rá el principio de razón suficiente bajo la forma correspondiente; como principio de
de estados, y la sucesión sólo es posible en el tiempo. De aquí
razón suficiente del devenir (prituipium talienis si^eientisJitndi) o ley de causalidad res* qitt también se pueda definir el tiempo como la posibilidad de deter*
pecto a las representaciones empíricas, como principio de razón suficiente d d conoced iiiuiacíoaes opuestas en una misma cosa.
(pñneipiuin raitotiis sttffieitntis cognostendi) respecto a los conceptos o representaciones Vemos, pues, que las dos formas de la representación empírica, si
abstractas, como principio de razón suficiente dd ser (Jmtuipittm rationis suffitieniis essef'
bien tienen de común su indefinida divisibilidad y su indefinida
di) respecto a las intuiciones puras de espacio y tiempo, y finalmente como ley de moti*
vación ipríncipium ralionii suffiaenlis agendi) respecto a las acciones o el obrar consciente
mente. En la elaboración de las tres primeras formas seguramente Schopenhauer * La tenninologfa de esta oración supone lo* conceptos d d tiempo y el espacio tal
basó en la división d d principio que Christian W d ff había llevado a cabo. Éste distif' enctieniran deiarndladosen el sistema kaniíano. es decir, como formas a^rmn'
guió el prituipiumJtendi que se refiere a la realidad (a la existencia) de la cosa, del p^’*' ** *ea»tbilidad. gracias a las cuales ordenamos las sensaciones. Esta caractertoica
apiitm estendi, que se reftere a las propiedades de la cosa, y añadió a estos dos el pn*^‘‘ 7^ iie■l^)o y d espacio es lo que le permite a Kam hablar d d tiempo romo "sentido
pium eognoutndi por d cusd se funda la verdad de una proposición en otra p r o p o s i c i o o - y d d espacio como “ sentido extenio” . es decir, como “ facultades del sujeto

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50 E L M U N D O C O M O R E P R E S E N T A C IÓ N
LAS REPRESEN TA CION ES EMPÍRICAS 51
extensión» sin em bargo, difieren fundam entalm ente en que, lo que ¿
una de ellas es esen ci^ , en la otra carece de significación: la contig^j, 0 ia l«y ellos, a la ley de causalidad. Y como el sujeto, sometido
8 la ley« tanto del mundo exterior como del interior, no puede perma­
dad no tiene signiricación en el tiem po; la sucesión no la tiene en
necer en una sola representación; como en el tíempK» puro no hay s¡-
espacio. P ero las representaciones em piricas, correspondientes ^
oiultaneidad alguna, así dicha representación siempre estará desapa­
regtilar com plejo de la realidad, nos aparecen bajo las dos formas
reciendo, empujada por otra, conforme a un orden que no se puede
a la vez; es m ás; la condición de la realidad es una m/íffuz unión
determinar a priori. Pero, no obstante esta fugacidad y separación de
am bas, pues em ana de eJlas, en cierto modo, como un producto
Is5 representaciones, en lo tocante a su inmediata presencia en la con­
de sus facto res. El que crea esta unión es el entendimiento, que, por
ciencia del sujeto, éste conserva, por la función del entendimiento,
m edio de su función característica, ensam bla aquellas form as heterQ.
la representación de un complejo de la realidad, que comprende to­
géneas de la sensibilidad, de modo que, pKjr su mutua compenetra­
do; así, por esta oposición, las representaciones, en tanto pertenecen
ción, s u r ^ , aunque sólo para él m ismo, la realidad empírica, corno
a dicho complejo, son consideradas como algo distinto de lo que son
u na representación de conjunto que form a un complejo mantenido
en cuanto están presentes en nuestra conciencia; en el primer caso
por el principio de razón suficiente, pero con límites problemáti- 90n llamadas cosas reales, y en el segundo, meras representaciones kut’
eos, del cual son parte todas las representaciones aisladas pene- concepción del problema, que es la común, se llama,
neclentes a esta clase, y en el cual, con arreglo a las leyes precisas como sabemos, realismo. En la fílosofía moderna le ha sido contrapuesto el
conocidas por nosotros a priori, tom an su puesto, y, por tanto, coexis­ idealismo, ganando cada ve2 más terreno. [PAS,| 19]
ten, infinito-núm ero de objetos, porque en él, a pesar de la inconteni-
bilidad del tiem po, la sustancia, esto es, la m ateria, permanece, ya
j>esar de la rígida inm ovilidad del espacio, sus estados cambian; en 2. L a l e y de causaudad (el p r in c ip io d e razón su n ciE N T E
sum a, en él está ese m undo objetivo, todo entero. ^ 18] DEL d e v e n i r )
i

A pesar d e esta unión de las form as del sentido interno y del externo, En la mencionada clase de objetos para el sujeto, aparece el principio
operada por el entendim iento, para representarse la m ateria, y con de razón suficiente como ley de causalidad, y llamo a ésta princi­
esta un m undo exterior perm anente, el sujeto sólo conoce inmediaUt- pio de razón suficiente del de\enir, principium raiionis sufficientis fier^di.
mente por el sentido interno, siendo el sentido extem o objeto a su ve* Todos los objetos que entran a formar parte de la representación glo­
del interno que percibe de nuevo las percepciones del primero; el su­ bal del complejo que constituye la realidad experimental, están ligados
je to pues, respecto a la presencia inm ediata de las representaciones unos con otros p>or él, de acuerdo con la aparición y desaparición de
en su con cien cia, está sólo subordinado a la condición del tiempo, Hu estados, y, por tanto, en la dirección del transcurso del tiempo.
com o fo rm a del sentido in tern o', de modo que sólo puede tener prc* Dicho principio es el siguiente: cuando uno o varios objetos se presen­
sente a la vez ujia representación ciara, por com pleja que pueda ser. tan en un nuevo estado, debe haber precedido otro estado anterior, al
L a inm ediata presencia de las representaciones quiere decir que son co' cual sigue regularmente, esto es, siempre que el primero se dé. Tal
nocidas no sólo en la unión del tiem po y del espacio, que realiza el proceso se llama suceso; el primer estado se llama causa, y el segundo,
entend im iento (que, com o verem os, es una facultad intuitiva) para ^ecto. Por ejemplo, si un cuerpo arde, es necesario que al estado de
fo rm ar el com plejo de la realidad em pírica, sino como representacio­ combustión haya precedido antes otro estado 1 ) de afinidad con el
nes del sentido interno, en el tiem po puro, y precisamente en el punto oxígeno; 2) de contacto con el oxígeno; 3) de determinada temperatu-
de in d iferen cia de las dos direcciones del tiempo, o, lo que es lo mis* ta. Dándose, pues, ese estado previo, debe producirse necesariamente
m o, en el presente. L a condición para la presencia inmediata de un^ 1* combustión. Puesto que sólo dado tal estado podía producirse la
representación de esta clase, es su acción causal sobre nuestros sentí' Ambustión y ésta se ha producido, quiere decirse que dicho estado
d os, y , por lo tanto, sobre nuestro cuerpo, el cual también ha de •lo ha existido siempre, sino que sólo ahora, en el momento de la
contarse entre los objetos de esta clase, y, por tanto, sometido a la mis' combustión, ha concurrido. Esta aparición se llama variadón; por con-
*^ ie n te , la ley de causalidad se halla en exclusiva relación con las
’ Cf. Crítica d t U rtudn pura, Doctrina elem entiJ, 2* sección, ^ 6. 1«. ed ., p- 35; ^
e d .,p . 4 9 . •Por excelencia.
52 E L M U N D O C O M O R E P R E S E N T A C IÓ N
L A S R E P R E S E N T A C IO N E S E M P ÍR IC A S 53

vanaciorus, y sólo se refiere a éstas. Todo efecto, en el momento h


producirse, es una variación^ y demuestra, precisamente porque ant^^ puesto <)ue ya no es, hayan salido todos los ulteriores, pues si
no existía, que se produjo otro variación anterior a ella que es, cn* tenido tu causa en él mismo, éstos hubieran existido siem-
^ y no sók> ahora. Si suponemos que empieza en un determinado
r e s j ^ o a ésta, su causa, co m o es e/ecto con respecto a una tercera
a ser causa, supondremos necesariamente que ha cambiado
riadóñy que de nuevo le precede necesariam ente. Así se forma la cadc
^ ese tiempo, con lo que habrá dejado de estar en reposo; pero esto
na de la causalidad, que necesariamente tiene que carecer de princj
^pondrti una variación, cuya causa, esto es, otra variación anterior,
pie. Según lo cual, la aparición de todo nuevo estado es consecuencia
teodieinoi que investigar, y así nos en<X)ntramos de nuevo en la esca-
de una variación anterior. Cuando un estado contiene todas las de>
(Je las causas, y somos empujados a subir y a subir, bajo el látigo de
term inaciones menos una, para producir un nuevo estado, se puede
If inexorable ley de la causalidad, in injinitum, in if^nittanf [PAS*, f 20]
Uaroar a esta última causa \aT* €^oxr¡v del nuevo estado, en cuanto
ella es la decisiva para esta nueva variación. Pero, para la identifica,
ción del enlace causal de las cosas en general, no tiene más importan­ 4. L a l e y db i n e r c i a y l a l e y d e l a p e rm a n e n c ia d e l a m a te r ia
cia que las demás por ser la última que aparece en orden al tiempo
Pero si consideramos la cuestión más atentamente, veremos que pe la ley de la causalidad se siguen dos importantes corolarios,
en realidad, la causa de un estado es el tstado completo anterior, por los se acreditan por medio de ella como conocimientos a priori,
lo que es en esencia indiferente en qué sucesión temporal han concu­ por encima de toda duda, e incapaces de excepción, a saber: la l^ d e
rrido sus determ inaciones. Según esto, se puede llamar causa xorr* h inerm y la /qp ^ ¿a permanencia de la sustancia. La primera afirma
6 ^0 x 171', respecto de cada caso particular, la determinación que apa­ qoe todo estado, así el reposo de los cuerpos, como también todos sus
rece últim a en un estado, puesto que viene a completar el número de movimientos, cualquiera que sea la clase de éstos, se conservan infl*
las condiciones que se requieren, por lo que su aparición será !a que QÍtamente los mismos, sin perder ni ganar en cantidad ni duración,
decida la variación. Sin em bargo, para una consideración general, mientrafl no aparezca una causa que los altere o anule. La segunda
sólo puede valer como causa el todo que produce la aparición del esta- iejr, que expresa la eternidad de la materia, indica que la ley de la
do siguiente. Pero las diferentes determinaciones, que sólo reunidas o mwJidad s ^ se refiere a los estados de los cuerpos, a su inmovilidad,
completan y constituyen la causa, se pueden denominar los momen* a su movimiento, a su forma y a su cualidad, y por lo tanto, dirige
tos causales, o también las condiciones, en las cuales se descompone la sn aparición y desaparición en el tiempo; pero en modo alguno a la
causa. Por el contrario, es completamente falso llamar causa al obje­ existencia del portador de estos estados, al cual se da el nombre de sus-
to mismo y no al estado. Pero no tiene sentido alguno decir que un precisamente para expresar su exención de todo comienzo y
objeto es causa de otro: en primer lugar, porque los objetos no síMo de toda desaparición. La sustancia es permanente, esto es, no puede apa-
contienen la form a y la cualidad, sino también la materia, la cual ni ncer ni desaparecer; así, pues, la cantidad de sustancia del mundo no
se crea ni se destruye, y luego porque la ley de causalidad se refiere uunenta ni disminuye. Eli conocimiento a priori de esto nos lo de-
exclusivamente a las variaciones, esto es, al aparecer y desaparecer niuestra la inconmovible certeza que todos tenemos, cuando vemos
de los estados en el tiempo, y sólo regula aquellas relaciones en U* *^^*M^arecer un cuerpo, sea por escamoteo o por fraccionamiento, por
cuales la anterior se llam a causa, y la siguiente, ^ecto, y su relación ^^buiti<^ o volatilización, o por cualquier otro proceso: presupone-
* 0 * firmemente que, cualquiera que sea la suerte de la form a de ese
necesaria se suceso. [P R S,^ 20]
la sustancia, es decir la materia del mismo, permanece sin dis*
y en alguna parte debe de estar; del mismo modo, cuando
''ftaaot un cuerpo en un lugar en que antes no se encontraba, presu-
3. L a IN FIN ITUD DE LA CADENA CAUSAL
P®®«*noB que ha aparecido ahí, o bien por precipitación de pequeñas
por (x>ncentración, o bien por algún otro medio mecánico
U na causa primera es tan imposible de pensar como el lugar dond*
pero no podemos creer que su sustancia (materia) haya po-
term ina el espacio o el momento en el que comienza el tiempo, ^
formarse de la nada, pues esto implica una imposibilidad radical
toda causa es una variación respecto a la cual hay que
^ * 0 puede ser pensado. La certeza con la que establecemos esto de
una variación anterior de la cual proviene, y así in injimlum,
(a priori) se debe a que nuestro entendimiento carece de
tum/ Tam poco se puede pensar un primer estado de la matenai
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una forma para pensar la aparición o desaparición de la materia, . Je U vida vegetativa; por tanto, irritabilidad y sensibilidad son
pues la ley de causalidad» que es ia forma general de pensar las varia, P^p^rables. Pero la manera de obrar de un motivo es notoriamente
clones, sólo se refiere a los estados de los cuerpos, y de ningún modo de la manera de obrar de un estímulo: la acción de aquél pue­
a la existencia del portador de todos los estados, la materia (WtS", § 2 0 ) de ser corta y hasta instantánea, pues su eficacia no tiene, como la
dd estímulo, relación alguna con su duración, con la proximidad del
^ jeto , etc., sino que basta que el motivo sea percibido para que
5. L as TRES FORMAS DE LA CAUSALIDAD 0 ^ , mientras que el estímulo necesita siempre del contacto, y a ve-
de U intususcepción y en todo caso requiere una duración deter-
La causalidad, ese guía de todas las variaciones, aparece en la na­ Qitnada. ^ 20]
turaleza bajo tres formas diferentes; como causa, en el más estricto
sentido; como estimulo, y como motivo. Precisamente, en esta diversi­
dad descansa la verdadera y esencial diferencia entre los cuerpos 6. L a i n t e l e c t u a l i d a d d é l a in t u ic ió n
inorgánicos, las plantas y los animales; no en las manifestaciones
anatómicas, ni en los caracteres químicos. £o la filosofía de los profesores de filosofía siempre encontramos
La causa, en su más estricto significado, es la que produce exclusi­ que el conocimiento dd mundo exterior es cosa de los sentidos, con
vamente las variaciones en el reino inorgánito', por lo tanto, la que ori­ lo cual hallan pretexto para hablar largo y tendido acerca de los cinco
gina aquellos efectos que estudian la mecánica, la física y la química. sentidos. Pero nada dicen, en cambio, de la intelectualidad de la in­
Sólo a ella es aplicable el principio newtoniano: “ acción y reacción tuición, es decir, que ella es obra del entendimiento, el cual, por medio
son iguales una a otra’', es decir, que el estado anterior (causa) produ­ de la forma de la causalidad, característica en él y de la sensibilidad
ce una variación (efecto) igual, en intensidad, al que ha provocado. pura, subordinada al mismo, esto es, el tiempo y el espacio, crea y
Además, sólo en esta forma de causalidad el grado del efecto está pro­ (»t)duce el mundo exterior objetivo, a partir del material en bruto de
porcionado exactamente al grado de la causa; así que ésta se puede la sensación, dado en los órganos sensoriales.
medir por aquélla y viceversa. Se necesita estar dejado de la mano de Dios para decir que el mun­
La segunda forma de la causalidad es el estimulo. R i ^ la vida orgá­ do intuitivo exterior, llenando en sus tres dimensiones et espacio,
nica en cuanto tal, es decir, las plantas, los vegetales y la parte in­ avanzando por el inexorable-curso del tiempo, regido a cada paso por
consciente de la vida animal, que es realmente una vida vegetativa. la inevitable ley de causalidad, pero siguiendo siempre las leyes que
Está caracterizada por la ausencia de los caracteres de la forma ante­ podemos enunciar antes de toda experiencia —que un mundo así
rior. Por tanto, en ella la acción y la reacción no son iguales, y en existe objetiva y realmente afií fuera, independiente de nuestra parti­
ningún modo corresponde la intensidad del efecto a la de la causa en cipación en él, y que, por la mera sensación de nuestros sentidos, lle-
todos sus grados; antes bien, si la causa se acentúa, el efecto puede g a a nuestro <%rebro y se presenta en él tal y como es fuera del mis*
convertirse en su contrario. mo. (Cuán mísera cosa es la mera sensación de nuestros sentidos!
La tercera forma de la causalidad es el motivo; rige la vida animal incluso en los más nobles órganos sensoriales no se opera más que
propiamente dicha, es decir, la actividad, las acciones conscientes de impresión local, específica, subjetiva, y que, como tal, no pue-
todo ser animal. El médium del motivo es el conocimiento', la receptivi­ ^ contener nada objetivo ni que se parezca a una intuición. Pues
dad del motivo implica, por consiguiente, un intelecto. De aquí que U sensación, cualquiera que sea, es y sigue siendo un proceso
la verdadera característica del animal sea el conocer, el representar- ^ nuestro mismo organismo, y, como tal, no traspasa los límites de
El animal, como tal, se mueve siempre hacia un fin, con un propósi' ^ e ttra envoltura, epidérmica, ni puede contener nada que fuera
to, el cual debe ser conocido por él, esto es, debe representársele I * dicha envoltura exista. Ella podrá ser agradable o desagradable.
como algo diferente de él mismo y tener conciencia de este algo. Por Cual sólo implica una relación con nuestra voluntad; pero nada
consiguiente, hay que definir al animal diciendo que es ‘*lo que conO' ^jetivo hay en nuestras sensaciones. La sensación de los órganos
ce*’ ; ninguna otra definición da con lo esencial; es más; quizá no pue* *^ ^ rialcs se intensifica por la confluencia de las extremidades ner-
da darse otra. Si falta el conocimiento, falta también n e c e s a ria m e n te que, gracias a su despliege, son fácilmente excitables desde
el movimiento por motivos, con lo que sólo quedará el estímulo prO' y se encuentran abiertas a cualquier influencia especial —luz,
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L A S R E P R E SE N T A C IO N E S E M P ÍR IC A S 57

sonido, olor— : pero sigue siendo pura sensación, así como las dcl
Hif sensAciones indican, sí, una causa exterior, pero no contienen
interior de nuestro cuerpo; por lo tanto, algo esencialineiite sub-
alguno para la determinación de las relaciones espaciales. Y como
jetivo, cuyas variaciones sólo bajo la forma del sentido iniemo, esto
d e*p*cio es la forma de toda intuición, esto es, de esta aprehensión
es, del tiempo, o sea sucesivamente, llegan a nuestra conciencia. Sólo
ep U cual únicamente se puede representar otjetos, síguese de aquí
cuando el enUndimiento —función, no de los nervios aislados, sino del
que dichos tres sentidos nos indican, sí, la presencia de los objetos ya
cerebro, tan artística y enigmáticamente construido, que sólo pesa
^¡0 oocida de otro modo por nosotros; pero con sus datos no logramos
tres libras, y acaso cinco por excepción— entra en actividad, apor­ júnguna construcción espacial, por tanto, ninguna intuición objetiva,
tando su sola y única forma, la ley de causalidad, se opera una por el olfato no podemos construir la rosa, y un ciego puede estar
importante transformación, pasando la sensación subjetiva a ser
oyendo toda su vida música, sin obtener la mínima representación ob­
intuición objetiva. Entonces, por medio de su forma específica, jetiva de los músicos, de los instrumentos ni de las vibraciones acústi­
por lo tanto, a prioñ, o sea anterior a toda experiencia (pues toda­ c a . £1 oído tiene su valor como vehículo del lenguaje, por lo cual es
vía no es posible ésta), concibe la sensación del cuerpo como ^ecto d sentido de la razón,^ y recibe su nombre de él;* así, como médium
(palabra que sólo él comprende) que, como tal, debe tener su corres­ de U música es el único camino para aprehender complicadas relacio­
pondiente causa. Al mismo tiempo llama en su auxilio a la forma del nes numéricas, no sólo in abstracto, sino inmediatamente, esto es, >r
sentido externo, que reside igualmente en el intelecto, esto es, en el ce­ (pitcrelo. Pero el sonido no alude a relaciones espaciales, por lo que no
rebro: el espacio, para colocar dicha causa fuera del organismo, pues nos indica la constitución de su causa, sino que nos detenemos en él
sólo de este modo se forma para él lo exterior, cuya posibilidad es el mismo; por lo que no es un dato para que el entendimiento construya
espacio; así es que la intuición pura es la que debe suministrar la Á mundo objetivo. Sólo, pues, d tacto y la vista suministran dichos
base de la intuición empírica. En este proceso, el entendimiento toma datos; de aquí que un ciego, sin manos ni pies, podría construirse a
todos'los datos de la sensación, aun los más municiosos, para prim una representación dd espacio en su total regularidad; pero dd
construir con arreglo a ellos la causa de la misma en el espacio. Esta mundo objetivo sólo tendría una representación confusa. Pero con
operación del entendimiento no es una operación discursiva, refleja, todo eso la vista y d tacto no suministran aún la intuición, sino la ma-
realizada in abslracio por medio de conceptos y palabras, sino una ope­ toia de la misma, pues en las sensaciones de esos sentidos está tan
ración intuitiva y completamente inmediata. Pues sólo por ella, por ausente la intuición, que ni siquiera hay semejanza con las cualidades
ende, en el entendimiento y para el entendimiento, se representa lo de las cosas que por medio de ellas se nos representan, como voy a
objetivo, lo real, el mundo corpóreo que llena el espacio en sus tres ■noftrar. Pero hay que distinguir con precisión lo que pertene^ a la
dimensiones, y que luego, en el tiempo, y con arreglo a la ley de la Mnsación misma de aqudlo que d intdecto ha agregado en la in­
causalidad, varía y se mueve en el espacio. Según esto, la misión del tuición, pues estamos tan habituados a pasar inmediatamente de la
entendimiento es crear él mismo ese mundo objetivo; pero no puede, sensación a su causa, que ésta se nos representa sin detenemos en
como si estuviera ya acabado, meterlo en la cabeza por medio de ios l& sensación en sí y por sí, que es como la premisa de la condusión
sentidos y de las entradas de sus órganos. Los sentidos no suminis­ &la que llega d entendimiento.
tran más que la materia bruta, que después el entendimiento; por £1 tacto y la vista tienen, ante todo, cada uno sus ventajas, por lo
medio de sus formas características, espacio, tiempo y causalidad, se auxilian mutuamente. La vista no necesita dd contacto, ni si­
transforma en la concepción objetiva de un mundo regido por leyes. guiera de la proximidad; su campra no tiene medida: llega hasta las
Según lo cual, nuestra intuición ordinaria, empírica, es una intuición estrellas. Capta los más finos matices de la luz, del color, de la trans-
intelectual, y a ella corresponde ese predicado que la fanfarronería fi' P|*<'encia; suministra, pues, al entendimiento una multitud de datos
losófica en Alemania ha atribuido a una pretendida intuición de 'l^^vnente determinados, con los cuales construye éste, con la prác-
mundos soñados, en los cuales su querido Ab^luto hace su evolución- la figura, d tamaño, la distancia y la consistencia de los cuerpos,

Sólo dos sentidos contribuyen propiamente a la intuición objetiva: ' C om o se v eri más adelante (primera parte, IV , 1 y 2) la formación de concepto«
L- mediante Jos cuales se les pueda designar es labor exclusiva de la razán,
la vista y el tacto. Sólo ellos suministran los datos, fundándose en lo»
7 *^do la única fundón del entendimiento el vínculo de las represeniaciones a través
cuales, el entendimiento, por el proceso indicado, crea el mundo oh’ ^ 'd ación de causalidad,
jetivo. Los tres sentidos restantes son esencialmente subjetivos, pu«* razón; vm chm tn: o(r.
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y representa en seguida todo esto intuitivamente. Por el contrario, e] 1^ sens^ión de frotamiento y de su duración, un cuerpo largo cilín-
tacto necesita del contacto para proporcionar datos; pero éstos son ^ c o que se mueve en una dirección uniforme; pero no podrá nacer
tan infalibles y multiformes, que se le puede considerar como el sen­ ^ su mente, por esta mera sensación de su mano, la representación
tido fundamental. Las percepciones de la vista se refieren, en último ^ movimiento, esto es, la variación del lugar en el espacio por me-
término, al tacto; así, se la puede considerar como un tacto a distan­ ^ del tiempo, pues la sensación no puede contener ni producir por
cia, aunque imperfecto, que se sirve de los rayos luminosos como de ^ sola una cosa semejante. Sino que su intelecto tiene que llevar en
tentáculos. De aquí que esté expuesta a muchos errores, porque se ^ misnio, anteriormente a toda experiencia, la intuición del tiempo,
limita a las cualidades mediadas por la luz, por lo que es unilateral, del espacio y, con ellos, de la posibilidad del movimiento, y no menos
mientras que ei tacto suministra inmediatamente los datos para el co­ jebe poseer !a representación de la causalidad para pasar de la simple
nocimiento del tamaño, figura, dureza, humedad o sequedad, suavi­ empírica a su causa y construir luego ésta como tm cuerpo
dad, temperatura, e tc ., ayudado en parte por la conformación y mo­ que se mueve con la indicada ñgura. Pues ¡cuán grande es la distan­
vimiento de brazos, manos y dedos, de cuya posición, durante la cia que hay entre la mera sensación de la mano y las representaciones
palpación, toma el entendimiento los datos para la reconstrucción es­ de causalidad, materialidad y movimiento en el espacio por medio
pacial de los cuerpos, y, en parte, por la fuerza muscular, que recono­ ({el tiempo! La sensación de la mano, pK>r muy diversos que sean el
ce el peso, la solidez, la resistencia o fragilidad de los cuerpos, todo contacto y la posición, es algo tan uniforme y pobre en datos, que por
ello con mínimas probabilidades de error. ella sola no podríamos construir la representación del espacio con sus
tres dimensiones, ni de la acción de unos cuerpos sobre otros, ni de
Pero todos estos datos no proporcionan aún ninguna intuición, la cual las propiedades de extensión, impenetrabilidad, cohesión, dureza,
es obra del entendimiento. Cuando yo oprimo la mesa con mi mano, blandura, reposo y movimiento; en una palabra, el fundamento del
en la sensación que yo recibo no hay la menor representación de la fir­ mundo objetivo. Esto sólo es posible, porque en el intelecto están pre-
me cohesión de las partes que componen esta rhasa ni nada que se le formados, el espacio, como forma de la intuición, d tiempo, como for­
parezca; sólo cuando mi entendimiento pasa de la sensación a la causa ma de las variaciones, y la ley de causalidad, como reguladora de la
que la produce construye un cuerpo que tiene determinadas propie­ aparición de las variaciones. La existencia de estas formas anteriores
dades, como son: solidez, impenetrabilidad y dureza. Si yo, en la a toda experiencia es lo que constituye el intelecto. Fisiológicamente
oscuridad, extiendo mi mano sobre una superficie, o cojo una bola es una función del cerebro, el cual está tan lejos de haberla aprendido
de unas tres pulgadas de diámetro, en los dos casos, la misma parte de la experiencia, como el estómago'la digestión, o el hígado la secre­
de la mano es la que siente la presión; pero sólo según las dos distin­ ción de la bilis. Todo esto demuestra, en suma, que tiempo, espacio y
tas posiciones que en cada uno de los casos toma mi mano, mi entendi­ causalidad no proceden ni de la vista ni del espacio, ni en modo algu­
miento construye la figura del cuerpo, el cual por medio del contacto no del exterior, sino que, por el contrario, tienen un origen interno,
ha sido la causa de la sensación, y lo comprueba haciendo variar los uitelectual y no empírico; de lo que se sigue que la intuición del
puntos de contacto. Cuando un ciego de nacimiento palpa un figura niundo corpóreo es esencialmente un proceso intelectual, obra del en­
cúbica, las sensaciones de su mano son uniformes, y por todos lados tendimiento, al cual las sensaciones de los sentidos sólo proporcionan
y en todas direcciones las mismas; las aristas oprimen, es cierto, una ocasión y los datos para la aplicación a los casos particulares.
parte menor de la mano, pero en dicha sensación no hay nada qu® Quiero ahora demostrar lo mismo del sentido de la vista. Los datos
se parezca a un cubo. Pero, de la resistencia que siente, su entendi­ inmediatos se limitan aquí a las sensaciones de la retina, que admiten
miento llega, inmediata e intuitivamente, a la conclusión de su cau' duchas variedades, todas las cuales se pueden reducir a la impresión
sa, la cual se representa, por éso, como un cuerpo sólido; y por medio ^ la claridad y de la oscuridad con sus grados intermedios, y a la de
del movimiento de sus brazos, permaneciendo las mismas sensacio­ ^• colores propiamente dichos. Esta sensación es totalmente sub-
nes de sus manos, construye en el espacio, conocido a prioñ, la figura esto es, sólo reside en el interior del organismo y bajo la piel,
cúbica del objeto. Si no tuviera ya la representación de una causa i ^ b ié n , sin el entendimiento, tendríamos conciencia de las variadas
de un espacio, junto con su ley, no llegaría nunca, por la mera succ' }|*^B^lares modificaciones de nuestras sensaciones en el ojo, las cua-
sión de sensaciones indicada, a formarse la imagen de un cubo. ^ se parecerían en nada a la figura, posición, distancia o proximi-
hace correr una soga por su puño cerrado, construirá, como causa d* de las cosas que están fuera de nosotros, pues lo que en la visión
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es obra de la sensación, es solamente una variada afección de la retln^


muy parecida a) aspecto de una paleta manchada de muchos colores! J e causalidad.’ Pero la independencia del conMpto de causali-
y nada más que esto quedaría en la conciencia de aquel que, delante jJd resp ^ ^ experiencia sólo podía ser demostrada, una vez
de un rico panorama, se viese privado repentinamente del entendí, la dependencia de la experiencia, cn cuanto a su posibilidad
miento, por la paralización del cerebro, y, sin embargo, no perdiese respecto de aquél, tal como yo lo he logrado. f 21]
la mera sensación, pues ésta es la materia prima de la cual el entendí,
miento forja luego sus intuiciones. lgi rev isan ^ mi teoría de la intuición empírica, encontraremos que
^ primer dato de la misma, esto es, la sensación de los sentidos, es
El que el entendimiento pueda foijar, con una materia tan limita­
^go dd todo subjetivo, un proceso que se da dentro del organismo,
da como el claroscuro y el color, por una función tan sencilla como
es la atribución del efecto a una causa, con ayuda de la forma intuiti­ bftjo U pid. Que estas sensaciones de los órganos sensoriales, aun ad-
ojitiendo que proceden de causas exteriores, no tienen ninguna seme-
va del espacio, un mundo visible tan rico y variado, depende de la
con la naturaleza de éstas (el azúcar no tiene nada que ver con
ayuda que la sensación le proporciona. Y esto consiste en que prime­
lo dulce, ni la rosa con el rojo), ya lo demostró minuciosamente Loc-
ramente la retina, como superficie, es susceptible de una yuxtaposi-
loB.* Pero que dichas sensaciones deisen tener una causa exterior, es
ción de impresiones; en segundo lugar, en que la luz se propaga en
consecuencia de una ley cuyo origen se encuentra en nuestro cerebro;
línea recta, y continúa, refractada en el ojo, con su trayectoria rectilí­
por c<Miáguiente, no menos subjetiva que la misma sensación; además
nea, y, finalmente, en que la retina posee la propiedad de sentir in­
d tiempo, primera condición para que sea posible toda variación, es
mediatamente la dirección en que es afectada por la luz, lo cual sólo
también la condición para que pueda aplicarse d concepto de causali­
se explica por el hecho de que los rayos de luz penetran cn el espesor
dad, así también el espacio, que es lo que hace posible colocar en d
de la retina. De aquí proviene que la pura impresión indique también
exterior una causa, es, como Kant ha demostrado, una forma subjeti­
la dirección de su causa, esto es, el lugar del objeto de donde viene
va dd intdecto.’ Según esto, todos los dementos de la intuición em-
o es reflejada. Indudablemente, el paso a este objeto en tanto causa,
supone el conocimiento de la relación causal, como también el de las ’ Precisanicntc U crftka ck Hum« «I concepto de cauta fue uno de lot motivot
leyes del espacio: ambas constituyen el equipo del intelecto, el cual, de por k » cuaks surgió eJ sistema kantiamo (véaw: Kant, Critica de la nu6n práctiea,
la mera sensación, creala intuición. \PRS,f 21] próoera parte, libro I , C . 1, ^ 8 II). Si, como supone d empirismo, todos k>s conoci-
núeato* que tenemos del mundo percibido estin constituidos por los datos que recibi-
■noi dd exteriw, no se ve cómo es pocible establecer una conexión necesaria entre dos
objetos, tal como lo e x i ^ d concepto tradicional de causa. De ahí que Hume negara
realidad al cooccpto de causa, es decir, que negara la posibilidad de conocer algo que
Por las anteriores exposiciones de los procesos del tacto y de la vis­ corresponda a ese concepto, por lo cual remite su origen a la mera costumbre de ver
ta, queda demostrado irrefutablemente que la intuición empírica es objeto* sucederse en la experiencia, sin tener la posibilidad de encontrar el vínculo
9MCluponeraoi entre ellos. K utt acepta esta crítica siempre y cuando pretendamos que
esencialmente obra del entendimiento, al cual los sentidos sólo suminis­
^ o t^ o s de la experiencia sean cosas en sí, pero justamente su filosofía postula
tran el escaso material de sus sensaciones. Así que éstos tienen la mi­ ^ didM» objetos están integrados a determ inada formas d d conocimiento que d su-
sión de proporcionar a aquél, el artista que plasma la obra, la materia apoita, es decir, que poaee previamente a la experiencia. Gracias a estas fonnas
prima. ^ posible entonces establecer una conexión necesaria entre esos objetos, no en tanto
Pero su procedimiento no consiste en otra cosa que en pasar de los en sí, sino en tanto fenómenos, es decir, objetos en cuya constitución interviene
^ cstnictura invariable de la conciencia.
efectos dados a las causas, las cuales precisamente por esto se nos re­ * En realidad Locke distinguió dos tipos de cualidades en los objetos que produ-
presentan como objetos en el espacio. Ei presupuesto aquí es la ley ^ ^ sensación. Por una parte, aqudlas que llamó “ cualidades secundarías", las cua-
de causalidad, que por lo mismo det>e ser aportada por el entendi­ ^ n o Corresponden a propiedad alguna que pueda ser atribuida al objeto independien-
miento, pues no viene a él de fuera. Es la condición primera de toda d d sujeto. Por otro lado, las llamadas “ cualidades primarías” , las que sí
propiedades d d objeto. Ejemplo« d d prímer tipo son d color, d sabor;
intuición empírica, y ésta la forma en que toda experiencia exterior
^ * ^ n d o sim la forma, la extensión o la s<^dez. De acuerdo con esto Locke sí acepta
se nos presenta; ¿cómo, pues, podría proceder de la experiencia, de de las sensaciones que tienen semejanza con el objeto que las produce.
la cual es presupuesto esencial? Nótese aquí d uso ambiguo del término “ incdecto". En muchos pasajes Scho-
Precisamente por esta imposibilidad y por haber suprimido utiliza cchqo sinónimo de “ entendimiento" d término “ intdecto” , pero en
filosofía de Locice toda aprioridad, negaba Hume la realidad del con* tiene un mayor alcance, significando en general la conciencia. De acuerdo
^ primer significado, la afirmación respecto a Kant sería errónea, pues el (iempo
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LAS R E P R E SE N T A C IO N E S E M P ÍR IC A S 63

pírica están en nosotros, y nada encontramos en elJa que indique


, i^iual pudiese asegurarnos la realidad absoluta del mundo represen-
diferente de nosotros, esto es» una cosa en sí. Pero es más, bajo
jq acuerdo con su aplicación; pero esto no hace desaparecer la
concepto de maUria pensamos aqudlo que resta en los cuerpos ciando
lación causal de los objetos, ni, por lo tanto, tampoco la que existe
les despojamos de sus formas y de todas sui cualidades específicas
entf« ^ cueipo del sujeto que conoce y los demás cuerpos. Pero la
por lo cual debe ser en todos los cuerpos una y la misma. Pero estas
ley de causalidad no relaciona más que fenómenos, sin pasar de ahí.
formas y cualidades específicas no son más que el Tnodo de acción espe.
Qon ella permanecemos en el mundo de los objetos, es decir, de los
cífico de los cuerpos, que es lo que determina su diferencia. De aquí
fe n ó m e n o s , de las representaciones. La totalidad de un mundo de la
que si hacemos abstracción de esto, sólo queda la mera acción en general
experiencia como tal está, pues, condicionada ante todo por el cono­
el puro obrar como tal, la causalidad misma, pensada objetivamente cimiento de un sujeto en general, y así por las formas específicas de
o, lo que es lo mismo, el reflejo de nuestro propio entendimiento, la nuestra intuición y aprehensión; viene a parar entonces en el puro
imagen proyectada al exterior de su única función, y la materia no
fy„¿tnent y no pretende valer para el mundo de las cosas en sí. \MVR,
resulta ser más que causalidad: su esencia es el obrar en general. Por
n .c .2]
esto la pura materia no se puede intuir sino sólo pensar: es lo que
añade el pensamiento a toda realidad como su fundamento. Pues
la pura causalidad, la mera acción, sin un determinado modo de ac* L t ley de causalidad se aplica a todo lo que pasa en el mundo, pero
ción, no puede darse intuitivamente, por lo que no se da en la expe-
0 0 al mundo mismo, porque es una ley inmanente y no trascendente;
riencia. La materia es así, pues, el correlato objetivo del enten­
ccn tila nos es dado el mundo y con ella desaparece. [MVR, II, C .4)
dimiento puro: causalidad en general y nada más; así como el
entendimiento es el conocimiento inmediato de la causa y del efecto,
y nada más. Por esto la ley de causalidad no tiene aplicación a la ma­
7. E l su eñ o y la v ic iu a
teria misma, es decir, la materia no puede ser creada ni destruida,
sino que es y permanece, pues como todo cambio de los accidentes El que creyese que, por el hecho de realizarse la intuición mediante
(formas y cualidades), es decir, toda creación y toda destrucción, sólo el conocimiento de la causalidad, la relación de causa a efecto se da
iit da en virtud de la ley de causalidad, la materia misma será pura entre sujeto y objeto, se equivocaría, pues tal relación sólo existe en­
causalidad, objetivamente considerada; no puede ejercer sobre ella tre el objeto inmediato'” y el mediato; por consiguiente, nada más
misma su poder, como el ojo puede verlo todo, menos a sí mismo. que entre objetos. En este error se basó la absurda polémica sobre la
Ahora bien; “ sustancia’ ’ es idéntico a materia, por lo que se puede realidad del mundo exterior, en la que dogmatismo y escepticismo
decir que sustancia es la acción considerada in abstracto-, accidente, el aparecen frente a frente, tomando aquél unas veces la forma de rea­
modo particular de la acción, la acción m concreto. — Éstos son, pues, lismo y otras la de idealismo. Pero esta cuestión tiene otro origen dis­
los resultados a que llega el idealismo trascendental, es decir, el ver- tinto del aquí indicado y puramente especulativo, a saber: un origen
dadero. (PJÍ5', / 2 1 ] eoipírico, aunque siempre haya sido suscitada con miras especulati*
v u , y bajo este nuevo aspecto tiene un sentido más comprensible que
w »U primera forma. Este nuevo aspecto es el siguiente: nosotros so*
•^Anios; ¿acaso no será toda nuestra vida un sueño? —o más precisa-
Con toda su idealidad trascendental, el mundo objetivo conserva *o«ntc: ¿hay un criterio seguro para distinguir el sueño de la realidad,
su realidad empírica. El objeto, aunque no es la cosa en sí, es real in ii^ n es de los objetos reales? La presunción de lu a menor vive-
en cuanto objeto. Es verdad que el espacio no existe más que en mi ** y claridad de lo soñado respecto de lo real no merece considera-
cabeza, pero empíricamente mi cabeza está en el espacio. La ley de
causalidad no suprime al idealismo, puesto que no tiende entre las ” Por “ objeto inm ediato" entiende aquí Schopenhauer el cuerpo de cada indivi-
cosas en sí y nuestro cunocimientc de las mismas un puente, gracias cuyas sensaciones se vinculan con objetos externos por medio de la ley de causali-
^ ( v é a s e a este respecto el comienzo del apartado anterior). La expresión la maneja
•"•estro autor ambiguamente, unas veces significando con ella el cuerpo, oiraa, las me-
pftra « t e último no es una categoría o función de] entendimiento, sino una forma
^ •ensaciones, y finalmente, como verá el lector más adelante (primera parte, V I),
la sensibilidad.
^voluntad.
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LAS R E P R E SE N T A aO N E S EM PIRICAS 65

ción alguna, pues nadie ha tenido ocasión de hacer esta comparación ‘Op^ y áp ouSév óvra^ ¿iXXo, nXrfv
ya que sólo se puede comparar con la realidad actual el recuerdo ^¡do^'áaoiKep ^í^iev, Koúpr¡v okiov.
ensueño— . Kant resuelve ia cuestión así: “ El enlace de las represen* Ajax, 125.
taciones entre sí por la ley de causalidad distingue la vida del ensue­
ño.” Pero también en los sueños se enlazan nuestras representa­ (Sos enim, quicum^ue x/ivimus, nihü akud es&e comperio, quam simulacra et
ciones según el principio de razón en todas sus formas, y sólo se ¡gvem umbram.)*
interrumpe la coherencia en el paso de la vigilia al sueño o entre los
distintos sueños. Por consiguiente, la respuesta de K ant sólo puede Al lado del cual aparece dignamente Shakespeare:
interpretarse así: el sueño largo (la vida) se relaciona entre sí confor­
me al principio de razón, pero no con los sueños cortos» si bien cada We are swH stuff
uno de éstos tiene la misma relación consigo mismo: entre éstos y As dreams are made of, and our üttle Ufe
aquél, por tanto, el puente se rompe y en esto está la diferencia. Sin Is rounded ivith a sleep.—
embargo, desarrollar una investigación sobre si algo es soñado o real
bajo este criterio, sería muy difícil y a veces imposible; puesto que Tempest, Act 4, Scene I
no nos encontramos siempre en condiciones de seguir el nexo causal,
eslabón por eslabón, y no por eso consideramos las cosas como soña­
das. En la vida real no empleamos tal procedimiento para distinguir Hnalmente, Calderón estaba tan profundamente penetrado por este
lo real de lo soñado. El único criterio seguro para distinguir el ensue­ pensamiento, que trató de expresarlo en una es|>ecie de drama metafísi-
ño de la realidad no es otro que el meramente empírico del despertar, co: L a vida es sueño.
por el cual la serie causal de los acontecimientos soñados y de los vivi­ Después de haber citado estos pasees de poetas, permítaseme que me
dos en vigilia, en verdad se interrumpe brusca y expresamente. La explique yo a mi vez por medio de una comparación. La vida y los ensue­
observación que Hobbes hace en el capítulo II de su Leviatán, es un ños son hojas de un mismo libro. Su lectura de conjunto se llama vida
ejemplo excelente. Allí se dice que es muy fácil tomar por realidad real. Pero cuando las horas de lectura habitual (el día) terminan y las de
un ensueño cuando nos quedamos dormidos sin proponérnoslo ni des­ descanso han llegado, nos dedicamos a henear sin orden aquí y allá; a me­
nudamos y aún más fácil cuando un proyecto o un negocio cualquie* nudo tropezamos con una página ya leída otras veces, con una desconoci­
ra absorbe nuestra atención ocupándonos tanto en el sueño como en da, pero siempre del mismo libro. Claro que una hoja leída aisladamente
la vigilia; en tales casos es tan insensible el paso de la vigilia al sueño no puede ofrecer una lectura congruente; pero esto no la rebaja demasia­
que éste se confunde con la realidad. Cuando esto sucede no hay más do, si tomamos en consideración que la lectura de conjunto, empezada y
remedio que aplicar el criterio de Kant. Pero cuando no podemos terminada al azar, no es más que una gran hoja suelta. [MVR, I, § 5]
comprobar de una manera evidente la presencia o ausencia del nexo
causal, como sucede con mucha frecuencia, tenemos que renunciar
a saber si el hecho fue real o soñado. Entonces es cuando se revela
de un modo patente el estrecho parentesco entre la vida y el sueño
y no debe sonrojamos el confesarlo, pues que tan grandes genios lo
han reconocido y proclamado.
En los Vedas y los Puranas la comparación con el ensueño del co*
nocimiento del mundo a que llaman *‘el tejido de M aya” , es frecuen-
te. Platón afirma varias veces que los hombres viven soñando y que
sólo el filósofo trata de despertar. Píndaro dice {F^thia 8 , 135) ¿xioff
o v a d <xv$mávoi{umbrae somnium kom oy* y Sófocles:

* E n ve:rdad, nosotros los que vivimos, no somos más que un espejismo y una leve
* el hombre el el sueño de un espectro.
•Ombra.
L A S R E P R E SE N T A C IO N E S A B S T R A C T A S 67

^ lift de utilizar de ellas; de lo contrario, si hubiesen de tenerse pre-


IV . L A S R E P R E S E N T A C IO N E S A B S T R A C T A S lentes en la imaginación, dichas representaciones constituirían un
lastre que nos confundiría. Pero, mediante el empleo de con-
1 . E x p l i c a c i ó n GENERAL cfptos, se piensa sólo la parte y las relaciones de dichas representacio-
que se necesitan en cada caso. Su uso, según esto, se puede com­
A dem ás de las representaciones intuitivas que ya hemos estudiado pilar con el acto de arrojar un equipaje inútil, o con el de operar
de las cuales participan también los animales, el hombre tiene repre­ quintas esencias, en vez de emplear plantas específicas, por
sentaciones abstractas, es decir, sacadas de aquéllas, que alberga en ejemplo» con la quinina, en vez de la quina. En general, el empleo
su cerebro, más.voluminoso. Se ha denominado a tales representacio. lot conceptos por el intelecto, o sea la presencia de ellos en la con­
nes conceptos [Begriße], porque cada uno de ellos comprende innu­ ciencia, es lo que propiamente y en sentido estricto se llama pensar.
merables cosas particulares bajo de sí, por lo que viene a ser un
conjunto [Inbegriff] de las mismas. También se las pudiera definir
como repusentaciones de representaciones, pues para formarlas, la fa­ Eite reflejo abstracto de todo lo intuitivo en conceptos no intuitivos
cultad de abstracción descompone las representaciones intuitivas de la razón, es lo único que da al hombre esa prudencia que tanto
estudiadas en sus partes constitutivas, para aislarlas y poderlas le distingue de los animales y por lo cual su peregrinación sobre la
pensar cada una por separado, como propiedades o relaciones di­ Tierra aparece tan diferente de la de sus hermanos los seres irraciona­
ferentes de las cosas." Ahora bien: durante este proceso, las repre­ les. A la vez los excede en poder y en sufrimiento . Ellos viven sólo en
sentaciones pierden necesariamente su carácter intuitivo, como el el presente; él además en el futuro y en el pasado. Ellos satisfacen sus
agua, cuando se descompone en sus partes constituyentes, pierde la necesidades del momento; él atiende por medio de instituciones inge­
fluidez y la visibilidad, pues toda propiedad aislada (o abstraída) de es­ niosísimas a su futuro, a los tiempos en que ya no vivirá. EUIos están
te modo, se puede pensar separada, pero no intuir separada. La formación sujetos a las impresiones del momento, a la acción de motivos intuiti-
de un concepto se realiza, en general, dejando de lado mucho de lo da­ v o í; a él, en cambio, le determinan conceptos abstractos indepen­
do intuitivamente, para, de este modo, poder pensar por separado dientes del presente. De aquí que ponga por obra planes meditados,
lo restante; así será algo menos lo pensado que lo intuido [PA^,^26.] O que proceda según máximas, sin consideración a las circunstancias
ni a las impresiones contingentes del momento. Puede, por ejemplo,
Precisamente porque los conceptos contienen menos en sí que las tomar con tranquilidad disposiciones respecto a su propia muerte,
representaciones de donde se abstraen, son más fáciles de manejar puede disimular hasta el punto de ser impenetrable, llevándose su se­
que aquéllas, y se relacionan con ellas aproximadamente como las creto a la tumba, y posee, por último, un positivo poder de elección
fórmulas de la alta aritmética con las op>eraciones del pensamiento de entre varios motivos; pues sólo in abstracto pueden tales motivos, pre­
las cuales se han obtenido y a las cuales representan, o como el loga­ sentes simultáneamente en la conciencia, traer consigo el conoci-
ritmo con su número correspondiente. Contienen, de las muchas re­ Búenlo de que el uno excluye al otro, midiendo así recíprocamente el
presentaciones de las cuales se han sacado, justamente la parte que poder que tienen sobre la voluntad, por lo que luego el motivo pre­
ponderante, al inclinar la balanza, constituye la decisión reflexiva de
" En un pasaje de E l m vndo com o coluniad y npresenlaeión (I, ^ 9) Schopenhauer ^ v(4untad y la manifiesta como un signo seguro de su naturaleza.
aclara que esta propiedad de los conceptos de ser representaciones de represen­ Q animal, en cambio, es determinado por la impresión inmediata:
taciones es su característica esencial, siendo el abarcar una pluralidad de representa­
ciones sólo una propiedad secundaria, derivada de la anterior. El concepto no
el temor por el daño infligido en el momento puede dominar sus
comprende necesariamente varios objetos o representaciones — agrega el autor— aun­ ^stintos, hasta que el temor se convierte en hábito y como tal deter­
que su carácter general le da siempre la posibilidad de abarcar más de uno- “ L'n con­ mina su conducta: esto es la domesticación. El animal siente y mira;
cepto — afirm a— es general, no porque haya sido extraído de varios objetos, sino po*^ bombre, además, piensa y sabe: ambos quieren. El animal comunica
que la generalidad en virtud de la cual no determina i^ada de particular le es inherente
sentimientos y estados interiores por medio de gestos y sonidos;
como a toda representación abstracta de la r a z ó n " d i ; f9 ).
Por otro lado, en este mismo pasaje, el autor acepta qúe los conceptos pueden tam* ^ bombre comunica sus pensamientos, o los oculta, por medio del
bién ser representaciones de representaciones abstractas y no sólo de representaciones ^ g u aje. El lenguaje es la primera creación y el instrumento necesa-
intuitivas. de su razón: de aquí que en griego y en italiano lenguaje y razón

66
6S E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N
L A S R E P R E SE N T A C IO N E S A B S T R A C T A S 69

se expresen por medio de una misma palabra: o X0 7 0 S, il discorso.


p^.ecÍ8anicnte porque los animales están limitados por las representa-
Sólo con ayuda del lenguaje puede la razón realizar sus más impof.
ciotid intuitivas y no son capaces de abstraer ni de formar conceptos,
tantes creaciones, como son armonizar la conducta de los individuos
ctrccen de lenguaje; aun cuando lleguen a pronunciar palabras, sólo
la colaboración premeditada de muchos miles de seres, la civiliia-
entenderán nombres propios.
ción, el Estado; además, la ciencia, la conservación de anteriores ex­
Si analizamos el largo y conexo discurso del hombre más inculto,
periencias, la síntesis de los elementos comunes en el concepto, la co­
eocontrvemos en él tal riqueza en formas lógicas, articulaciones, gi-
municación de la verdad, la divulgación del error, el pensar, la
foc, distinciones y fínuras de todas clases, correctamente expresados
poesía, los dogmas y las supersticiones. [MVR, I, § 8 ]
por medio de formas gramaticales, de sus flexiones y construcciones,
con d frecuente empleo del sermo obliquus, de los diferentes modos de
Así como el entendimiento solo tiene una función, el conocimiento in­
}oi verbos, etc., todo correctamente, de tal suerte, que nos admirará
mediato de la relación de causa y efecto y la intuición del mundo real,
y le supondremos dotado de extensa y coherente ciencia. Pero la
como también toda astucia, sagacidad e inventiva, por diversas qut
adquisición de todo esto se ha realizado a partir de la aprehensión del
sean sus aplicaciones, sin embargo, no son más que manifestaciones mundo intuible, y la misión de la razón es llevar este mundo a con­
de una misma función; así también la razón no tiene más que una ceptos abstractos, lo cual sólo puede alcanzarse mediante el lenguaje.
función única: la formación del concepto; y por esta función única Con el aprendizaje de este último la conciencia adquiere todo el me­
se explican fácilmente todas aquellas referidas manifestaciones que canismo de la razón, por lo tanto, lo esencial de la lógica. Manifiesta­
distinguen la vida del hombre de la de los animales, y lo que siempre mente, esto no puede hacerse sin un gran trabajo espiritual y una ten­
y en todas partes se ha llamado racional o irracional no significa otra ia atención; la fuerza para ello se la proporciona a los niños su deseo
cosa que el empleo o no empleo de dicha función. [MVR, I» § 8 ] de aprender, que es más fuerte cuando ven la utilidad y la necesi*
dad de k> que aprenden, y sólo aparece debilitada, cuando se les quiere
importunar con algo que no les concierne. Así pues, por el aprendiza­
2. E l LENGUAJE je del lenguaje con todos sus giros y sutilezas, oyendo hablar a los
adultos o hablando él mismo, el niño, hasta el menos educado, consi­
Puesto que, como hemos dicho, las representaciones sublimadas y gue d desarrollo de su razón y aquella lógica concreta y verdadera,
descompuestas en conceptos abstractos han perdido su carácter intui- que no consiste en las regias de la lógica, sino en su inmediato y recto
tivo, escaparían completamente a la conciencia y no podrían conser­ emj^eo, como un hombre de dotes musicales aprende las reglas de la
varse para el uso de las operaciones del pensamiento, si no estuviesen armonía sin necesidad de la lectura de notas y del contrapunto, con
fijadas y retenidas por signos convencionales: esto son las palabras. sólo tocar de oído el piano. [/’AS’, / 26]
De aquí que éstas indiquen, en cuanto forman el contenido de los dic­
cionarios, es decir, el lenguaje, representaciones conceptos,
nunca cosas intuibles; un diccionario que, por el contrario, enumera
cosas particulares, no contiene palabras, sino nombres propios, y £l habla como objeto de experiencia extema no es más que un telé-
será un diccionario geográfico o histórico que enumera lo que se halla Srafo muy perfeccionado que transmite con rapidez y delicadeza los
separado por el tiempo o por el espacio, pues como mis lectores sa­ *^nos convencionales. Pero, ¿qué significan estos signos?, ¿cómo se
ben, el tiempo y el espacio constituyen el principium individuationis. i^ iz a s u interpretación? ¿Será que traducimos instantáneamente las
palabras del interlocutor en imágenes que se suceden en la fantasía
El principio de individuación es aquello por lo cua] cosas de un n\ismo género la rapidez del relámpago, que se encadenan, se transforman y se
y especic se distinguen entre sí. El prc^tcma de ta individuación adquirió gran impct'
cancia durante ta escoiáalica. debido a la corriente posteríonnente denominada "re&' diitinto. £1 espacio y el tiempo son para este autor aquello por lo que la voluntad
lism o". es decir, aquella que postula la realidad de los universales (géneros y especies)' y *Ui diversos grados aparecen en la representación como una pluralidad (véase en esta
derivando la realidad de los objetos paniculares de aquélla. En Schopenhauer adqu'^' *niologla; segunda parle, IV ], La concepción a la cual conduce este enfoque del prínci-
re de nuevo relevancia, ya que, como se verá más adelante, este autor postula ^ de individuación es sorprendente, ya que como se ha visto el espacio y el tiempo
el en sí de todas las cosas una sustancia común e idéntica, a saber: [a voluntad, ^ tv n b iin formas de la representación, de tal suerte que la pluralidad de individuos
a la pluralidad, pero susceptible a la gradación, correspondiendo cada grado a un Un* misma especie no es más que un producto de nuestra conciencia.
70 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N

coloran diversamente a medida que las palabras con sus flexiones


gramaticales nos llegan? Pero entonces, ¡qué tumulto se produciría
T -uina es
quina
LAS R E P R E SE N T A C IO N E S A B ST R A C T A S

p^nsable para pensar con claridad. Pero como todo medio


^ 9 a la vez un obstáculo
oostacuio y una dificultad,
medie y toda má­
aiticuitao, lo mismo
mismo sucede con
71

en nuestro cerebro con ocasión de un discurso o de la lectura de


¿ lenguaje, pues introduce a la fuerza en formas estáticas al pensa-
libro! Las cosas, en realidad, no suceden así: el sentido de las pala,
0 iiento infinitamente matizado, movible y modificable, y así al fijarlo
bras es inmediatamente comprendido, sin que de ordinario interven­ lo encadena.
ga la imaginación. Es la razón la que le habla a la razón sin salir nun* El estudio de varios idiomas puede paliar en parte este inconve-
ca de su dominio propio, Lo que es recibido y transmitido por ella Qiente, pues en virtud de este estudio el pensamiento, al pasar de una
son siempre conceptos abstractos, representaciones no intuitivas, forma a la otra, modifica en algo su estructura y se desprende cada
que son creados de una vez para siempre y en una relativamente vez más de una sola forma o envoltura, apareciendo su esencia más
pequeña cantidad; y pueden luego aplicarse a los innumerables ob­ clara a la conciencia y recobrando su variabilidad originaría. Pero las
jetos del mundo real que abarcan o representan. [MVR^ I, § 9] )enguas antiguas prestan mejor este servicio que las modernas, por­
que en virtud de su gran diferencia con éstas, el mismo pensamiento
puede ser expresado de distintas maneras y tomar un aspecto dife­
rente; además la gramática de las lenguas antiguas, por su mayor
Lo dicho anteriormente acerca de la estrecha relación entre el concep­ perfección, permite una construcción más artística y acabada de los
to y la palabra o entre el lenguaje y la razón descansa en realidad pensamientos y sus relaciones. De aquí que un griego o un romano
sobre las siguientes consideraciones. Toda nuestra conciencia, con su pudiesen contentarse con conocer su idioma. Pero el que no conozca
percepción interna y externa, tiene como forma ti tiempo. En cambio, más que uno de nuestros paíois modernos pronto revelará en sus escri­
los conceptos, como representaciones nacidas de la abstracción, por tos y discursos esta indigencia, en cuanto su pensamiento, encadena­
ser completamente generales y distintos de las cosas individuales, go­ do insolublemente a fórmulas pobres y estereotipadas, parecerá torpe
zan de una cierta existencia objetiva que no forma parte de ninguna y monótono. {MVR, II, C. 6 ]
serie temporal. De aquí que para estar en el presente inmediato de una
conciencia individual, tienen que ser introducidos en una serie tempo­
ral, reducidos en cierto modo a la condición de cosas particulares, 3. E l p r in c ip io d e r a z ó n s u f ic ie n t e d e l c o n o c e r
individualizados y enlazados con una representación sensible: esto es
palabra. Ella es el signo sensible del concepto y el medio necesario Pero el pensamiento en sentido estricto no consiste en la mera pre­
para Jijarlo, es decir, para actualizarlo en nuestra conciencia, que está sencia de conceptos abstractos en la conciencia, sino en un enlace
condicionada por la forma temporal, y para establecer de este modo o en una separación de dos o más conceptos, bajo las modificacio­
un lazo entre la razón, cuyos objetos son universales, sin tiempo ni nes o restricciones que establece la lógica en la doctrina de los ju i­
lugar, y la conciencia sensible atada al tiempo. El único medio que cios. T al relación de conceptos, claramente pensada y expresada, re-
poseemos para reproducir, conservar y recordar a voluntad los con­ Qbc el nombre de juicio. En relación con estos juicios se impone ahora
ceptos es éste; así podemos realizar las operaciones en que emplea­ de nuevo el principio de razón suficiente, pero en una forma distin-
mos aquéllos, como son juzgar, deducir, comparar, limitar, etc. A ve­ ta de las expuestas hasta aquí, a saber: como principio de razón sufi-
ces suele ocurrir que los conceptos ocupan nuestra conciencia, aun ®entc del conocer, principium rationis sufficientis cognoscendi; y como tal
en la ausencia de signos, y que recorremos con mayor rapidez una •H« dice que, para que un juicio pueda expresar un conocimiento, debe
cadena de razonamientos de lo que hubiéramos podido hacerlo em* ^ener una razón suficiente; en consideración de esta propiedad se le
picando las palabras. Pero éstas son excepciones que suponen un gran *tnbuyc el carácter de verdadero. La verdad es, pues, la relación de gn
ejercicio de la razón, el cual sólo puede ser adquirido por medio del con algo diferente de él, que se llama su razón, y que, como ve*
lenguaje. Entre los sordomudos se ve qué tan ligados están el uso de ^Oioa, es susceptible de una considerable variedad de formas; pero
la razón y el lenguaje; éstos, cuando no han aprendido ninguna clasc •‘einprc es algo cn que el juicio se basa o apoya. Por esto la palabra
de lenguaje, apenas muestran más inteligencia que un orangután o *^***»ana Grund es tan apropiada.'^ En la lengua latina, y en todas
un elefante, pues poseen una razón enpoientia, mas no en actu.
Las palabras y el lenguaje son, por consiguiente, el medio indiS' ^ alemán el término “ Grund” significa tanto fundamento, como razón en el
r¿ EL M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N LAS R E P R E SE N T A C IO N E S A BST R A C T A S 73

las que de ella se derivan, el término Erkfnnlntsgrund es el mismo j-jizón; por ello el deducir correctamente se ha declarado como la
el de ycrnunfí\ así se expresan; ratio, la ragione, la razón, la raison, if¡g propia de la razón. Toda la silogística no es otra cosa que el
reason. Lo cual muestra que en el conocimiento de las razones de ur» ^ ju n t o de reglas para el empleo del principio de razón en relación
juicio se reconoce la principal función de la razón, su misión xctr’ ^ los juicios, esto es, el c?tnonáe\3. verdad lógica. [PRS, ^ 30]
* Ahora bien : estas razones, sobre las cuales puede descansar
un juicio, se dividen en cuatro especies, de acuerdo con las cuales va> c) Verdad trascendental
ría la verdad que contiene el juicio. ^ 29]
¡^ fo rm a s del conocimiento empírico, residentes en el entendimien­
a) Verdad empírica to y ¿n la sensibilidad pura, pueden ser, en tanto condiciones de po­
sibilidad de toda experiencia, razón de un juicio. Se trata entonces
Una representación de la primera clase, esto es, una intuición ad­ ¿t u n juicio sintético a priori. Pero como un juicio de esta dase tiene
quirida por medio de los sentidos, por ende, una experiencia, puede verdad material, ésta es trascendental, ya que el juicio descansa, no
ser razón de un juicio: entonces, el juicio tiene verdad material, y ésta ^ la expe:ríencia sin más, sino en las condiciones de posibilidad de
en tanto que el juicio se funda inmediatamente en la experiencia, ejta última, que residen en nosotros. Está pues determinado por
es una verdad empírica. aquello que determina a la propia experiencia, a saber; por las for-
Se dice, en general, que un juicio tiene verdad material cuando sus mAS dd espacio y del tiempo, intuidas a priori, o por la ley de causali­
conceptos están ligados, separados o limitados entre sí de acuerdo con dad, conocida a priori. [PRS, / 32]
lo que implican y exigen las representaciones intuitivas sobre las que
se funda. Conocer esto es el asunto inmediato del juicio, por ser el me­ d) Verdad metaiógica
diador entre la facultad del conocimiento intuitivo y la del conoci­
miento abstracto o discursivo, es decir, entre'el entendimiento y la Por último, también las condiciones formales de todo pensar residentes
razón. f 31J en la razón pueden ser la razón de un juicio, cuya verdad es tal, que el
mejor modo para designaría creo que es llamarla verdad meíalógifa. De
b) Verdad lógica esta dase de juicios de verdad metaiógica hay sólo cuatro, ha tiempo
hallados por inducción, y nombrados leyes de todo pensamiento, si
Un juicio puede tener por razón otro juicio. Entonces su verdad iÑen sobre tal expresión y sobre su número no están todos de acuer­
es lógica o formal. La cuestión de si también contiene una verdad ma­ do, pero sí sobre lo que deben generalmente designar. Son los si­
terial, queda por decidir, y depende de si el juicio en que se apoya guientes: 1) Un sujeto es igual a la suma de sus predicados, o a * a;
tiene verdad material o si la serie de juicios en que se funda conduce ^ De un sujeto no se puede afirmar y negar un predicado a la vez,
a un juicio con verdad material. Tal fundamentación de un juicio por o « » - a * o ; 5 ^ 0 e dos predicados contradictorios, uno de ellos
otro nace siempre por comparación: esto puede hacerse o bien direc­ convenir a un sujeto; 4) La verdad es la relación de un juicio
tamente por conversión o por contraposición, o bien {X)r adjunción algo fuera de él, que es su razón suficiente.
de un tercer juicio, y entonces la verdad del juicio que se funda se Que estos juicios son las condiciones de todo pensamiento, y, por
deduce de la relación de los otros dos. Esta operación es el silogisiM *^naiguíente, tienen éstas por razón, lo podemos conocer por medio
completo, que puede realizarse por oposición o por subsunción de loí ^ Una reflexión, a la cual pudiera llamarse autoinspección de la ra-
conceptos. El silogismo, en cuanto fundamentación de un juicio pof Al hacer vanos esfuerzos para pensar en contra de estas leyes,
otro con auxilio de un tercero, siempre se refiere a juicios, y éstos sólo
son combinaciones de conceptos, los cuales son el objeto exclusivo de ^ Estas “ leyes de todo pensamiento", como quedará expresado en el siguiente apar-
*on el principio de identidad, de contradicción, d d tercero excluido y de razón
sentido de causa <'Ma ra»<Sn de ser de una cosa” ) o en el sentido que k damos en I* icicnic. La interpretación que se da aquí de estos principio« como juicios ctetermina-
expresión "d a r razón", el cual es idéntico al que tiene en el párrafo que comenia^*^ por las “ condiciones formales de lodo pensar residentes en la razón” , es decir,
{ErktTinInisgTuná-. razón dcl conocer). En cambio la razón como facultad de la conci«** ‘gentes en una de las facultades inteleciuales del hombre, sostiene claramente una
cía se designa en alemán con el termino “ V m unjt” “ psicologisla" de los misrntu, la cual será severamente atacada por Frege
* por excelencia. ^Husseri.
74 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IO N
L A S R E P R E SE N T A C IO N E S A BST R A C T A S 75

las reconoce como condiciones de la posibilidad de todo pensar; concreto nos lo hace conocer ella cn forma abstracta y general,
tonces encontramos que pensar en oposición a tales leyes es como s| e# mucho más importante de lo que parece a primera vista, pues
quisiéramos mover nuestros miembros en sentido contrario al de suj ^ conservar con seguridad nuestros conocimientos, el comunicarlos y el
articulaciones. j 33] nlicarlos con seguridad y por extenso, depende del hecho de haber
jido transformados en un saber, en un conocimiento abstracto. El co-
i^^jiQÍento intuitivo se refiere sólo al caso particular, a lo más inme-
4. E l SABER
diftto» y puede pasar de allí porque la sensibilidad y el entendi-
fiiiento DO pueden abarcar de una vez más que un solo objeto. Toda
La razón es de naturaleza femenina: sólo puede dar después de ha­ j^ividad sostenida, complicada y metódica tiene que partir de prin­
ber recibido. Abandonada a sí misma, no posee más que las formas cipios, es decir, de un saber abstracto, y tiene que ser dingida por
sin contenido con que opera, Un conocimiento racional completa­ ellos> Así por ejemplo, el conocimiento que tiene el entendimiento de
mente puro no se encuentra más que en los cuatro principios a los relación entre la causa y el efecto, es cierto que es más perfecto,
que yo he atribuido verdad metalógica, a saber: los principios de profundo y completo, que aquello que puede pensarse en abstracto;
identidad, de contradicción, del tercero excluido y de razón suficiente, el entendimiento por sí mismo reconoce el mecanismo de una palan­
El resto de la lógica ya no es un conocimiento racional completamen­ ca, de una polea, de una rueda de engranaje o la manera en que una
te puro, puesto que supone las relaciones y combinaciones de las esfe­ bóveda se sostiene; pero, por la mencionada característica del conoci­
ras de los conceptos, y los conceptos en general sólo existen en virtud de miento intuitivo de no pasar de lo inmediatamente presente, el enten­
previas representaciones intuitivas, su relEtción con las cuales constitu­ dimiento solo no basta para construir una máquina o un edificio:
ye su esencia y consecuentemente se encuentra ya presupuesta. Pero aquí tiene que intervenir la razón sustituyendo intuiciones por con*
como este supuesto no se extiende al contenido del concepto, sino a la ceptos abstractos que, de ser exactos, harán que se cumpla lo pro*
existencia del mismo en general, la lógica en-su conjunto puede ser puesto. [M VR, I, j 12]
considerada como una ciencia racional. En todas las demás ciencias,
la razón recibe su contenido de las representaciones intuitivas; en la
matemática, de las relaciones espacio-temporales conocidas intuitiva­ 5 . L a CIENCIA
mente y anteriores a toda experiencia; en las ciencias naturales puras,
es decir, en lo que antes de toda experiencia sabemos del curso de la Todo saber, es decir, todo conocimiento elevado a conciencia m abs~
naturaleza, el contenido de la ciencia procede del entendimiento pu­ trñcto, es a la ciencia propiamente dicha como la parte al todo. Cada
ro, esto es, del conocimiento a priori de la ley de causalidad y su nexo uno de nosotros se ha formado un saber en tomo a diversas cosas por
con aquellas intuiciones puras de espacio y tiempo. En todas las >nedio de la experiencia, de la observación de casos aislados; pero
demás ciencias, todo lo que no está tomado de los elementos referidos *1^ el que se ha impuesto la tarea de adquirir un conocimiento com­
procede de la experiencia. Saber, en general, quiere decir: poder repro­ p r o in abstracto sobre algún género de objetos, se esfuerza por la
ducir a voluntad en virtud de las facultades de nuestro e s p í r i t u juicios piencia. Sólo por medio del concepto éste puede aislar esa clase de ob-
tales que tengan su razón suficiente de conocimiento en algo fuera de J ^ s ; por esto, en la cima de cada ciencia aparece un concepto, del
ellos; es decir, juicios verdaderos. Sólo el conocimiento abstracto es, aquélla nos promete un conocimiento completo in abstracto, y a
pues, un saber; de aquí que este último esté condicionado por la ra­ ^ v é s del cual es pensada la parte del conjunto de todas las cosas.
zón, y que de los animales no podamos decir exactamente que saben
algo, aunque tengan conocimiento intuitivo y gracias a éste tambiet» ^ perfección de una ciencia como tal, es decir, en cuanto a su for-
recuerdos, así como imaginación, lo cual demuestran sus sueños- consiste en que ha de ser en lo posible subordinación antes que
[MVR, I , ^ 10] ^rd in ación de las proposiciones. £1 talento para las ciencias en ge-
será, por consiguiente, la capacidad para subordinar las esferas
Ahora bien, como la razón no nos da a conocer sino lo que recibe ^ *0 $ coüceptos según sus diferentes determinaciones, porque, como
por otro conducto, en realidad no amplía el campo de nuestros cooí>' *^tón recomendaba reiteradamente, la ciencia se constituye, no por
cimientos, pues lo único que hace es darles otra forma. Lo conocic^*^ ^ ^era subordinación inmediata de una multiplicidad inabarcable a
76 E L M UNDO C O M O R EPRESEN TA CIO N LAS R EPRESEN TA CIO N ES ABSTRACTAS 77

un demento universal, sino descendiendo de lo general a lo particu. 6. L a ris a


lar por una gradación progresiva de conceptos intermedios y por
clasificación cada vez más detallada. Según la expresión de Kant, esto 5 Í bien el saber abstracto es el reflejo de la representación intuitiva y
se llama dar satisfacción igualmente a la ley de la homogeneidad y basado en ella, no corresponde a ésta de modo que pueda sustituir*
a la de especificación. Pero precisamente por constituir esto la verda­ antes bien, nunca coincide totalmente con ella; de aquí que, sí bien
dera perfección científica, resulta que el fin de la ciencia no es alcan­ Q]uchas de las ocupaciones humanas sólo pueden realizarse con ayu-
zar una mayor certeza, pues ésta la puede poseer en el mismo grado ^ de ia razón y de la conducta reflexiva, otras, en cambio, se efectúan
el conocimiento aislado sin conexión sistemática alguna; lo que la ^oejor sin su empleo.— Precisamente la dicha incongruencia del co­
ciencia persigue es ia simplificación del saber por la forma del mismo nocimiento intuitivo y del abstracto, por efecto de la cual éste sólo se
y por la posibilidad de su integración. Aproxima a aquél como el mosaico a la pintura, es también la razón
de un curioso fenómeno, que, como la razón, es privilegio exdusivo
Este paso de lo universal a lo particular, propio de las ciencias, trae del hombre y respecto del cual todas las tentativas de explicación han
consigo el que mucho de lo que hay en ellas se funde a través de la resultado insuficientes hasta ahora: me refiero a la risa. La risa no tie­
deducción pzirtiendo de principios anteriores, es decir, por demostra­ ne otra causa que la incongruencia repentinamente percibida entre
ción, y esto es la causa del antiguo error por d cual se considera que un coDcepto y el objeto real que por él es pensado bajo algún aspecto,
sólo lo demostrado es completamente verdadero, y que toda verdad y es s<Uo expresión de tal incongruenda. A menudo es originada por el
requiere demostración, siendo más bien cierto lo contrario: que toda hecho de ser pensados dos o más objetos reales bajo un concepto, tras­
demostración exige una verdad indemostrable, que es su fundamento ladando a ellos la identidad de éste; siendo dichos objetos completa­
o el fundamento de su demostración; de aquí que una verdad inme­ mente distintos en todo lo demás resultan extraños, pues el concepto
diata sea preferible a la fundada en una prueba, como el agua tomada no les cuadra más que parcialmente. A menudo también se trata de
del manantial lo sea a la del acueducto. La irituición, tanto la pura un solo objeto real, cuya incongruencia con el concepto, al cual legíti­
a priori, que es la de la matemática, como la empírica a posterio- mamente es subsumido en uno de sus aspectos, se nota repentina­
n, que es la de todas las demás ciencias, es la fuente de toda ver­ mente. Cuanto más legítima es en un aspecto la subsunción de tales
dad y el fundamento de toda ciencia, con la única excepción de la realidades bajo el concepto, y cuanto mayor y más detonante por otro
lógica, que se funda en d conocimiento no intuitivo, pero inme­ ei su incongruencia con él, tanto más fuerte es el efecto cómico que
diato, que la razón tiene de sus propias leyes. No los juicios ob­ nace de esta oposición. Por consiguiente, la risa se produce a causa
tenidos por deducción, ni sus pruebas, sino los que nacen inmedia­ de una paradójica e inesperada subsunción, ya se exprese con pala­
tamente de la intuición y están fundados en ella por no necesitar de bras o con actos. Esta es, brevemente, la verdadera explicación de lo
la demostración, son en la ciencia como d Sol en el universo: pues risible.
de dios parte toda luz, incluso la que ilumina a los otros. Fundar in­ Nuestra explicación puede ser robustecida y aclarada por la
mediatamente en la intuición la verdad de aquellos primeros juicios, ■fisión de lo risible en dos clases que se derivan de la teoría expues­
poner de relieve este fundamento de la ciencia en toda la infinita mu­ ta. Puede suceder que en el conocimiento se nos den de antemano
chedumbre de cosas reales; ésta es la obra de la facultad de! juicio, do* o más objetos ízales, representaciones intuitivas, las cuales iden­
que consiste en la capacidad de trasladar a la conciencia abstracta lo tificamos deliberadamente por la unidad de un concepto que los
conocido intuitivamente y, por consiguiente, es la mediadora entre »barca: esta especie de lo risible se llama agudeza [Witz].^^ Pero
el entendimiento y la razón. Únicamente los individuos que poseen
esta facultad desarrollada en grado eminente sobre d nivel común de El término “ WUz” se refiere tanto a la agudeza en el sentido de “ viveza de in*
los demás pueden hacer adelantar un paso a la ciencia; en cambiOi Bcdid” y en este contexto de “ capacidad para provocar la risa’’, como al producto de
deducir una proposición de otra, demostrar, razonar, lo puede hacer ^ capacidad: el chiste, e) dicho gracioso, ia agudeza o la broma. Hemos conservado
tannino que utiliza Ovejero y Maury en la traducción por varias razones: I) mantie-
cualquiera que tenga sana razón. [MVR, I, § 14]
la Modación de la capacidad con el producto de la misma; 2) no era posible traducir*
Pw “ chiste” , pues ello hubiera provocado confusión, y aqu e este término lo utiliza-
P*r« designar un dicho o un relato gracioso, mientras que Schopenhauer le da
^ *)Snificado más amplio a la expresión ''W iu ” -, 3} tampoco era posible traducirlo
78 E L MUNEK> C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N L A S R E P R E SE N T A C IO N E S A B S T R A C T A S 79

puede suceder lo contrario, que e! concepto se dé primero en el j)OS matices y a las diversas modificaciones de la realidad. El pedante
conocirn'ento y se pase luego a la realidad y al efecto sobre ella, sus máximas generales pierde casi siempre en los negocios de la
a la acción. Objetos que por lo demás son completamente distintos, vidAi carece de tacto, es insípido, inútil; en el arte, en el cual el con­
pero que se piensan bajo aquel concepto, son tomados y tratados cepto es estéril, produce engendros torpes, sin vida, enfáticos y ama­
como si fueran idénticos, hasta que su completa desemejanza se ma­ cerados. Aun en el terreno de la moral el propósito de obrar recta
nifiesta repentinamente con gran sorpresa y asombro del actor; esta y noblemente no puede ser siempre realizado poniendo en práctica
clase de lo risible se llama extravagancia [Narrheit]?^ Según esto, pues, Qiixinias abstractas; {>orque en muchos casos la naturaleza de las cir­
lodo lo risible es o una ocurrencia ingeniosa o una acción extravagan­ cunstancias, inñnitamente matizada, hace necesaria una decisión in-
te, según se pase de la discrepancia de los objetos a la identidad del [nediata nacida del propio carácter, mientras que la aplicación de
concepto o a la inversa, siendo la primera clase voluntaria y la segun­ (Deras máximas abstractas, por una parte da falsos resultados, por­
da siempre involuntaria e impuesta por los hechos externos. Ahora que sólo se adaptan a medias al caso concreto, y por otra no son prac­
bien; el arle de los bufones de corte y de los payasos consiste cn inver­ ticables porque son ajenas al carácter del que obra y éste nunca se
tir el punto de partida y disfrazar la agudeza de extravagancia; cons­ deja engañar completamente; por eso resultan Incongruencias. Cree­
cientes de la diversidad de los objetos, los unifican clandestinamente mos que Kant no está libre del reproche de haber dado ocasión a la
bajo un mismo concepto y partiendo luego de éste reciben luego de pedantería en materia de moral, al hacer consistir todo el valor ético
la diversidad de los objetos la sorpresa que ellos mismos han prepa­ de un acto en su dependencia de máximas racionales abstractas y al
rado. proscribir toda inclinación o afecto momentáneo. Y este mismo re­
De esta breve pero suficiente teoría de lo risible, se sigue que, de­ proche es el sentido del epigrama de Schiller titulado “ Escrúpulo de
jando de lado el caso del payaso, la agudeza siempre se expresa con conciencia” .—Cuando, especialmente en los asuntos políticos, se
palabras, mientras que la extravagancia la mayor parte de las veces habla de doctrinarios, teoréticos, eruditos, e tc., se piensa en los pe­
lo hace mediante actos, aunque también con palabras cuando el ex­ dantes, es decir, en hombres que conocen las cosas in abstracto, pero
travagante sólo expresa sus propósitos sin llegar a ponerlos en prácti­ no m concreto. Esta abstracción consiste en no entrar cn detalles; pero
ca, o también cuando una extravagancia consiste en puros juicios y en la práctica los detalles son lo que más importa.
opiniones. Para completar esta teoría debemos aún mencionar otro tipo de
Un género de extravagancia es también la pedantería. Su origen es i^pjideza: el juego de palabras, calembour, junto al cual también puede
la falta de confianza en el propio entendimiento, por lo cual el pedan­ ser incluido el equívoco, l ’équivoque, cuyo principal uso es la obsceni­
te no quiere dejarle decidir lo conveniente en cada caso particular y dad. Así como la agudeza incluye dos objetos reales muy diferentes
le pone bajo la tutela de la razón, sirviéndose así de conceptos genera­ bajo un mismo concepto, así el juego de palabras reúne dos conceptos
les, reglas, y máximas, y ateniéndose rígidamente a éstos tanto en la diferentes bajo una sola palabra utilizando el acaso: prodúcese aquí
vida, como en el arte, y hasta en la conducta moral. De aouí que el ^ mismo contraste, si bien más apagado y superficial, porque no pro­
pedante se apegue a la forma, a los modales, a la expresión y a la pa­ cede de la esencia de las cosas, sino de la casualidad de los paróni-
labra, que cn él ocupan el lugar de la esencia de la cosa. Esto muestra njos. Quizá resultase una imagen un poco rebuscada decir que el jue*
pronto la incongruencia del concepto con la realidad, muestra cómo Bo de palabras es al ingenio lo que la parábola del cono invertido
aquél jam ás desciende al caso particular, cómo su generalidad y su *üperior es a la del inferior. La confusión de una palabra o sea el quid
rígida determinación nunca pueden adaptarse con exactitud a los fi' quo, es el calembour involuntario y se relaciona con éste como la ex-
travagancia con la agudeza; de aquí que el sordo, tanto como el paya-
por “ broma’ ', pues era necesario reservar esu paJabra para traducir el tcrmin°
"ScivTi", el cual íHiestrn autqr utiliza para distinguir otro tipo de lo nsible, a saber, f dé lugar a risa, y los malos escritores de comedias utilicen aquél
provocar intencionadamente “ un desacuerdo entre la realidad y los pensamientos lugar de este para hacer reír. [MVR, I, / 13]
olra gente*' (“ brom a'’ la utilizamos cn este sentido cuando decimos “ no te enojes, O
sólo una brom a” , mientras que ' ‘chiste” no se puede usar de esta manera),
I* “ Chistoso" cont irrda con ‘'N an '’ cuando decimos de alguien que es chisto^’
no piirque cuente chistcs (primer significado que le da el Diccionario de la Real A<a ^
mia Española. 19* edición) o porque se haga el chistoso, sino precisamente por su c* ^gún pasemos de lo real al concepto o del concepto u lo real, lo
travagancia, por caer en situarinnes que le extrañan, por distraído o por estar chiHa en nosotros provocará la risa será una agudeza o un absurdo,
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pero sobre todo en la práctica una extravagancia. Para poner ejem­ ^ medio de otro concepto menos extenso, una realidad que en rigor
plos del primer caso, es decir, de agudezas, citaré el caso de aquel ^ aquél» pero que difiere totalmente de la verdadera intención
gascón que dijo al rey, que se reía de verle vestido muy a la lige,
y de o rien ta d ^ primitiva del pensamiento. Por consiguiente, la
ra en un día de mucho frío: “ S i V . M , llevara lo que yo Uevo en­ agudeza consiste en hallar en cada caso que se presente un concepto
cim a, se moriría de calor*', y al preguntarle el rey qué era lo que lle­ ggoérico en el cual pueda ser comprendido, aun siendo la cosa de que
vaba encim a, contestó: “ Todo mi guardarropa^’ . B ajo este último le trata de distinta naturaleza que los demás elementos que integran
concepto se puede comprender tanto el numeroso guardarropa del
ej concepto.
rey como el único vestido de verano de un pobre diablo; pero al verle £1 segundo género de lo risible procede» como hemos dicho, en
tiritar de frío comprendemos lo inconciliable de las dos cosas. — £) geotído inverso: del concepto a lo real pensado bajo aquél, a lo intui'
publico de un teatro de París pedía en cierta ocasión que tocaran la tivo» <]ue entm ces muestra la incongruencia antes no iidvertida y por
M arsellesa, armando un estrepitoso alboroto al ver que no se le com­ ]p cual K origina un absurdo y, en la práctica, una acción extrava­
placía. U n agente de policía vestido de uniform e, salió al escenario só te. Véanse algunos qemplos de esta clase de lo risiUe: Un ayuda de
a manifestar que en el teatro no se podía ejecutar más que lo anuncia­ c^jinara frota el gabán de pieles de su señor, que se está quedando pe­
do en el cartel. Entonces dijo uno: “ Y usted, ¿está en el cartel?'* lado» con aceite de bellotas o de Macassar, acordándose que este liqui­
vous, Monsieur, iUs vous aussi sur l'afficke?), lo cual provocó la hilaridad do hace crecer d p e b .—Los guardias de un puesto de policía invitan a
general. E n este caso, la subsunción de lo heterogéneo salta a la vista. jugar am ellos a las cartas a un detenido; como éste hace trampas y
— En el epigrama: “ Bav es aquel fiel pastor de quien la Biblia dice; provoca una reyerta, le edian a la calle. Aquf se parte del concepto gene-
Cuando su rebaño duerme, él sólo permanece despierto’ \ se trataba n l de que se debe expulsar de una reunión al que se conduce incoirec-
de un mal predicador, cuyo auditorio se ha dormido, y que continúa tímente; pero olvidan que se trata de uo preso cuya custodiá les había
perorando aunque nadie le escucha subsumiéndole en el concepto del é ó o confiada. Muchas de las aventuras de Don Quijote son de este
pastor que vela junto al rebaño dormido.— Del ihismo género es aquel géMfO. Incluye en conceptos tomados de los libros de caballería las
epitafio de un médico; “ Aquí yace X , como un héroe rodeado de sus cosas más heterogéneas, v. gr., cuando por socorrer a los oprimidos
víctimas” , en el que se incluye al médico, cuya misión es conservar pone en libertad a los galeotes. Al mismo género pertenecen también
las vidas, en el concepto, que glorifica al héroe, de reposar entre los las aventuras de todos los barones de Múnchausen, sólo que ellas no
enemigos a quienes dio muerte. SODacciones extravagantes que puedan realizarse, sino acciones im­
Es frecuente en Alemania aplicar poesías elevadas, particularmen­ posibles que se ]c» quiere hacer pasar por reales. En todas ellas el
te las de Schiller, a hechos triviales; en tales casos hay evidentemente está tramado siempre de modo que parezca posible a frmri',
subsunción de lo heterogéneo bajo el concepto general que el verso ex­ peto cuando se llega a la intuición del hecho particular, a posU rim ,.
presa. Así, por ejemplo, cuando alguien ha hecho una necedad carac­ * advierte la imposibilidad del caso, provocando entonces la risa la
terística, rara vez falta alguien que diga: Doran erkenn ‘ ich meine Pappen- ^^^coD^ruenda entre el pensamiento y la realidad. Esto sucede en el
keimer. (E n esto reconozco a mis gentes {W allensteins Tod, 3, 15)] Pero ^ ^*^0 de la batalla de los lobos, que se devoraron con tal furor que
es muy original e ingenioso lo que se suele decir cuando a uno le gusta ^ fueron hallados más que los rabos.
la pareja fem enina de unos recién casados, aplicando la balada de
Schiller ' ’D ie Bürgschaft” [la prueba):

Sé am e p erm itid o el ruego


^ Onfinario la risa es un estado placentero; la percepción de la tn-
de h a c e r el te rce ro en vuestro p acto.
^°Q|ruencia entre lo pensado y lo intuido, es decir, la realidad, nos
•legrfa y nos entregamos gustosos al espasmo nervioso que este
El efecto cómico es aquí poderoso e indefectible, porque bajo
^ ^ **iin ie m o nos produce. La razón es la siguiente: en la conticn-
concepto con el cual expresa Schiller un alto hecho moral se subsurt»®
un acto prohibido e inmoral, pero legítimamente y sin alteració»'-
U intuición y el pensamiento, aquélla aparece siempre ven-
porque no está sujeta a error, ni tiene necesidad de que algo
— En todos los ejemplos de agudezas referidos siempre se trata de
Z / * ^ a ella la justifique pues ella aboga por sí misma. Su conílicto
cluir en un concepto o pensamiento abstracto, ya inmediatamente
~ pensamiento se debe, en última instancia, a que éste, con sus
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conceptos abstractos, no puede abarcar la infinita diversidad y mati. que le oponemos triunfaimente. Nuestro propia risa amarga
zación de lo intuitivo. La victoria del conocimiento intuitivo sobre e) las verdades que descubrimos sobre nuestro destino frustrado
pensamiento abstracto nos gusta, porque la intuición es la forma del ¿;(prefa trágicamente que acabamos de convencernos de la dispari*
conocimiento inseparable de la naturaleza animal, y en el cual se nos entre nuestras esperanzas, una ciega confianza en los hombres
ofrece todo lo que puede ser objeto de la voluntad; es el médium de y en suerte, y la realidad que ante nosotros se deseiunascara.
lo presente, del placer, y de la alegría; además no exige ningún es­ \j3 risible buscado intencionadamente se llama broma \Scherz\ y
fuerzo. Con el pensamiento ocurre lo contrario: es el conocimiento tiende a provocar un desacuerdo entre la realidad y los pensamientos
elevado a la segunda potencia y siempre requiere algún esfuerzo, a (Je otra persona, sacando de su quicio uno de los dos ténninos; mien*
veces considerable; además, sus conceptos se oponen frecuentemente que la seriedad consiste en la conformidad entre estos dos elemen*
a la satisfacción de nuestros deseos inmediatos, pues como médium del tos. Ctiando la broma se oculta, tras la seriedad nace la ironía; por
pasado, dei futuro y de las graves decisiones es el vehículo de nuestros ejemplo, cuando, aparentando hablar en serio, fingimos aprobar y
temores, de nuestros arrepentimientos y de nuestras inquietudes. Por compartir las opiniones de otro que en realidad son contrarias a las
consiguiente, ha de sernos grato ver de cuando en cuando acusada de nuestras, de suerte que al final queda desconcertado tanto por lo que
deficiente a ia razón, ese dómine severo, perpetuo y molesto. Por esto toca a nuestro modo de ver como al suyo. Éste era el procedimiento
la nsa está emparentada estrechamente con la alegría. que empleaba Sócrates contra Hipias, Protágoras, Gorgias y demás
El animal que carece de nociones generales está privado de la risa, lofistai y aun contra toda clase de interíocutores.
como también del lenguaje. La risa es, pues, un privilegio y una nota Lo contrario de la ironía sería, de acuerdo con lo anterior, la serie*
característica del hombre. Sin embargo, dicho sea de paso, el perro dad oculta tras la broma, y esto es el humorismo. Podría llamársele
posee un acto análogo que le pertenece a él sólo y le caracteriza; el d doble contrapunto de la ironía. —Definiciones como “ el humo­
tan expresivo, afectuoso y sincero movimiento de la cola. Este saludo rismo es la recíproca penetración de lo finito con lo infinito” no
otorgado al perro por la naturaleza, ¡qué contraste no hace con las ri> demuestran sino la incapacidad intelectual de los aficionados a estas
dícuías muecas de cortesía del hombre y cuánto más sincero que frases huecas. — La ironía es objetiva, va dirigida contra los de­
ellas, por lo menos en estos tiempos! más. £1 humorismo es subjetivo: en general se refiere a nosotros
Lo contrario de la risa es la seriedad. Consiste en la conciencia de miimos. Por eso, entre los antiguos, encontramos los grandes mode*
la conformidad entre el pensamiento y la realidad. El hombre serio los de la ironía, y entre los modernos los grandes maestros del humo­
está convencido de que piensa las cosas tal como son y de que son rismo. Este aparece inspirado por una disposición subjetiva, seria
tal como las piensa. Por esto es muy fácil el tránsito de la seriedad y elevada, que involuntariamente choca con un mundo brutal que
a la risa y puede ser provocado por cualquier detalle insignificante. le es heterogéneo, sin poder variar éste ni variarse ella misma. Enton*
Cuanto más perfecta es aquella conformidad que admite la seriedad, cet intenta una conciliación pensando su propio parecer y el del
más fácilmente se desvanece a causa de una pequeñísima e inadverti­ mundo extemo bajo un mismo concepto, el cual por eso contiene
da incongruencia. Por eso cuanto más serio es un hombre, tanto más una doble incongruencia ya en uno o en el otro sentido, de donde
cordialmente es capaz de reír. Las personas mediocres, intelectual y *urge la impresión de lo risible intencionado, de la broma, detrás
moralmente hablando, suelen tener una risa forzada y afectada. Po' la cual se esconde la profunda gravedad que se transluce. La iro­
dríamos decir en general que la manera como ríe una persona y las nía comienza seriamente y acaba riendo. El humorismo sigue el pro­
cosas que le hacen reír son indicios seguros de su carácter. Las reU* ceso contrario.
ciones entre uno y otro sexo ofrecen tema tan a propósito para bro­ El humorismo tiene, pues, su ongen en una disposición del espíritu
mas, que poca agudeza basta para forjar un chiste obsceno, y no ha­ por la cual se da un predominio de lo subjetivo sobre lo objetivo en
bría tantos si el fondo de la cuestión no fuese cosa tan seria. ía manera de considerar el mundo. [MVR, II, C. 8 ]
El que los demás se rían de lo que hacemos o decimos nos ofend«
tan sensiblemente debido a que ello significa que encuentran una no*
tabíe incongruencia entre nuestro pensamiento y la realidad. Por la
misma razón el adjetivo ridículo es ofensivo. La risa sarcástica adviert«
al adversario vencido cuán diferentes eran sus pensamientos de la rea'
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7. L a s u p e r i o r i d a d d e l c o n o c i m i e n t o in t u i t i v o r k s p e c t ü pgnsodo, pero no ha visto\ ha escrito guiado por la reflexión, no por


AL ABSTRACTO intuición, y esto es lo que les hace medianos y tediosos. Lo que
pienM el autor también pudiera haberlo pensado el lector con un
El concepto de una cosa, sin su intuición, sólo nos proporciona un co- pQCO de trabajo, porque todo se reduce a reflexiones racionales y a
nocimiento general de aquélla. No tendremos una comprensión sólida exposición de lo que estaba contenido implícitamente en el tema,
de las cosas y de sus relaciones mientras no podamos representárnoslas ^ to DOda origen a conocimientos nuevos, los cuales sólo pueden na-
por medio de intuiciones claras y sin ia ayuda de las palabras. ExpH. ^ en el momento de la intuición, de la aprehensión directa de un as­
car palabras por palabras o conceptos por otros conceptos — y a esto pecto nuevo de las cosas. Cuando, por el contrario, el pensamiento
se reducen la mayor parte de las discusiones filosóficas— no es otra Je un autor tiene por fundamento una visión directa de las cosas, pa­
cosa que un juego en que se comparan las esferas de los conceptos dece que transporta al lector a un país desconocido; todo aparece con
para ver si caben o no las unas en las otras. En el caso más afortuna­ colores frescos y nuevos, porque todo está tomado inmediatamente
do podremos llegar de este modo al razonamiento; pero el razona­ de la fuente original del conocimiento.
miento no nos proporciona conocimientos nuevos, sino que única- Un ejemplo aclarará la diferencia a que rae refiero. Cualquier escri*
meñte nos pone de manifiesto lo que se contiene en los conocimientos tor mediano describirá fácilmente la actitud de inmovilidád de un
ya adquiridos y lo que es aplicable en cada caso dado. Por el contra­ hombre sumido en honda meditación o en el asombro que petrifica,
rio, ver las cosas, dejar que éstas nos hablen, captar nuevas rela­ diciendo: Parecía una estatua. Pero Cervantes dice: que no parece sino esta-
ciones entre ellas, y luego depositar todo esto en conceptos para con­ (M vestida, que el aire le mueve la ropa {Don Quijote, parte 2 *, C . X IX ).
servarlo con seguridad; esa es la manera de adquirir conocimientos Así los grandes ingenios piensan en presencia de la intuición y clavan
nuevos. Cualquiera es capaz de comparar unos conceptos con otros, fijamente en ella la mirada con sus pensamientos. Por esto, seme­
mientras que comparar conceptos con intuiciones es facultad exclusi­ jantes autores, a pesar de la heterogeneidad que hay entre ellos,
va de unos cuantos: ella es la causa, según su grado de perfección, del coinciden frecuentemente en algunos puntos, pues hablan todos
ingenio, el juicio, la perspicacia, el genio. La otra sólo puede produ­ de lo mismo que han tenido ante los ojos, a saber: el mundo, la
cir consideraciones razonables. realidad intuible; por lo que todos vienen a decir lo mismo y los
La esencia de todo conocimiento auténtico y real es la intuición y demás no les creen nunca. Esto se reconoce también por la precisión,
toda verdad nueva es su fruto. Todo pensamiento original está for­ originalidad y propiedad del estilo, pues la intuición les ha inspi­
mado de imágenes, por lo que la imaginación es, a este respecto, in* rado, así como por la sinceridad de la expresión, por la novedad
dispensable. Los que poseen escasa imaginación no crearán nunca cié las imágenes y por lo sorprendente de las comparaciones. Estas
nada grande, a no ser en las matemáticas. Los pensamientos pura­ las cualidades que distinguen las obras de los grandes inge-
mente abstractos que carecen de médula intuitiva, se parecen a las fiios y que faltan en los escritos de los que no lo son, los cuales só­
figuras que forman las nubes y que son una mera apariencia. El mis­ lo disponen de giros vulgares y de hnágenes gastadas. No pueden
mo lenguaje escrito o hablado en la didáctica o en la poesía tiene permitirse el lujo de la sencillez porque caen en la vulgaridad y se ven
como fin último el de conducir al lector u oyente a participar del co­ obleados a buscar la afectación. Por eso dijo Buffon: le styU est l ’homme
nocimiento intuitivo que sirvió al autor de punto de partida; si este Cuando los espíritus mediocres hacen poesía dan a sus perso-
falta, carece de valor, De aquí que la observación y la contemplación *^|cs sentimientos y pasiones que toman de la tradición y, por consi­
de lo real, siempre que ofrezcan al observador algo nuevo, sean mas guiente, son concebidos por el autor in abstracto. Los personajes son
instructivas que todo lo que se pueda leer u oír. Porque, mirándolo *^eras personificaciones de esos sentimientos, verdaderas abstraccio-
bien, toda verdad y toda sabiduría y hasta el últinio secreto de las co­ ^ enojosas y aburridas. CuEtndc filosofan estos autores han recibido
sas, residen en los objetos reales, aunque en ellos se contengan en U tradición numerosos conceptos que combinan incesantemente,
concreto como el oro en su mineral y haya que extraerlas. Por el coo' si se tratase de ecuaciones algebraicas con la esperanza de que
trario, un libro, cn el mejor caso, nos da verdades de segunda ^ resulte alguna cosa. A lo sumo, lo que se saca en limpio es que to-
y muchas veces no nos da ninguna. 7 ^ ellos han leído los mismos autores. Pero semejante transposi-
Con la mayoría de los libros, aparte los que son completainf:»^® perpetua de abstracciones al estilo del álgebra y que actualmente
malos, sucede que cuando no tratan de materias empíricas, el autor ^ama dialéctica, no da el resultado positivo que cn las matemá­
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ticas, porque el concepto representado por la palabra no es ¡fggtUTtU sin descender nunca a lo particular, que es la materia de la
cantidad constante y concreta como la que representan las letras Por otra parte, los conceptos son abstraídos de lo particular y
usadas en álgebra; hay en él algo dudoso capaz de muchas explicacio. ^ lo intuido en la experiencia, por lo que Hay que conocer bien estas
nes y que es susceptible de mayor o menor extensión. para conocer lo general que los libros nos enseñan. La erudi-
Si estudiamos detenidamente el pensamiento, o sea la combinación no puede sustituir al genio, porque no da más que conceptos,
de conceptos abstractos, observaremos que sus materiales no son más jnientras que el conocimiento propio del genio consiste en la concep-
que recuerdos de intuiciones anteriores y aun esto indirectamente, en de la idea (platónica), siendo, por tanto, intuitivo.’^ En el pri­
el sentido de que esas intuiciones forman la base que sostiene lodos mer caso, falta la condición objetiva-, en el segundo, la subjetiva; pero
los conceptos. El verdadero conocimiento, el conocimiento directo, es primera puede adquirirse, y la segunda no.
siempre la intuición, la percepción fresca y nueva. Ahora bien, los Sabiduría y genio, estas dos cimas del Parnaso del conocimiento
conceptos que construye la razón y que la memoria conserva nunca liiiniano, no están basadas en las facultades abstractas y discursivas,
están todos juntos; sólo podemos tenerlos presentes al mismo tiempo sino en las intuitivas. La auténtica sabiduría es algo intuitivo, no es
en un corto número. En cambio, la energía con que la intuición ac­ cosa abstracta. No consiste en proposiciones ni pensamientos alma­
tual, en la cual se encuentra siempre contenida y representada vir­ cenados en el cerebro como resultado de investigaciones propias o
tualmente la esencia de todas las cosas, es concebida, llena con todo ajenas, sino en el aspecto total bajo el que se ofrece el mundo al ce­
su poder, en un momento dado, toda nuestra conciencia. De aquí la rebro. Esta diferencia es tan grande que el sabio vive en otro mundo
inmensa superioridad del genio sobre la erudición; están en la misma que el necio, y el genio ve otro mundo que el hombre vulgar.
relación que un texto clásico antiguo respecto de su comentario. Real­ El que las obras del genio superen tanto a las demás, consiste en
mente: toda verdad y toda sabiduría se derivan en último término que el mundo que aquél contempla y del cual toma su mensaje es
de intuiciones. Pero, desgraciadamente, éstas no pueden conservarse ni mucho más claro y más profundamente elaborado que el que se
transmitirse. En todo caso, las artes plásticas y'más indirectamente dibuja en los demás cerebros, el cual efectivamente contiene las mis­
la poesía, podrán presentar a los demás las condiciones objetivas pu­ mas cosas, pero se parece al mundo del genio como un cuadro chino,
rificadas y dilucidadas; pero éstas dependen también de las condicio­ lin sombras ni perspectiva, al lienzo de un gran pintor. La materia es
nes subjetivas, que no todo el mundo posee ni encuentra a su alcance la misma en todas las cabezas, pero la diferencia está en la perfección
en todo momento, y que en su grado más alto de perfección son el de la forma que en cada una reviste y de aquí la infinita gradación de
privilegio de una pequeñísima minoría. Transmisible en absoluto lo es las inteligencias; esta forma ya está en la raíz, en la concepción
sólo el peor de los conocimientos: el abstracto, el secundario, el con­ y no en la abstracta. De aquí que esta superioridad espiritual
cepto, la sombra del auténtico conocimiento. Si las intuiciones pudieran originaria se revele tan fácilmente en cualquier ocasión, se imponga
transmitirse a los demás, sería éste un trabajo realmente remunera- inmediatamente y resulte odiosa a los demás.
dor, pero finalmente, cada uno de nosotros tiene que permanecer en­ El conocimiento intuitivo del entendimiento puede regir inmedia*
cerrado bajo su piel y en su cerebro, y a este respecto nadie puede hacer lamente en la práctica nuestros actos y nuestra conducta, mientras
nada por su prójimo. Incesantemente se esfuerzan la poesía y la filo­ <)ue el abstracto de la razón sólo puede hacerlo mediante la memoria.
sofía para enriquecer los conceptos por medio de la intuición. Per® ^ aquí la ventaja del conocimiento intuitivo en todas las ocasiones
los principales fines del hombre son prácticos, y para ello basta que lo que no dan tiempo a reflexionar, por lo tanto, en el trato cotidiano,
que aquél capta intuitivamente deje en él huellas, con auxilio de las ^ el cual se distinguen las mujeres. Unicamente quien conoce intui-
cuales pueda reconocerlo en la ocasión oportuna: así se adquiere la
prudencia en el mundo. El hombre de mundo no puede enseñar a los ” Como podrá ver el lector en la tercera parte de esta antología, para Schopen-
demás la sabiduría que él ha aprendido; sólo puede emplearla, cap* el Arte consiste en la aprehensión de Ideas en sentido platónico y en su comuni*
tando con exactitud lo que sucede y resolviendo de acuerdo con ello- a través de la intuición empírica. Estas Ideas son “ grados” de objetivación de
Los libros no suplen la experiencia ni la erudición sustituye al g^' ^ Voluntad y se encuentran fuera del alcance dd conocimiento que opera de acuerdo
^ relaciones causales, fuera, por lo tanto, del mundo espacio-temporal. De ahí que la
nio: la común razón de estos dos fenómenos conexos es que lo
de arte se considere sólo como el medio por el cual el espectador puede alcanzar
abstracto no puede reemplazar a lo intuitivo. Los libros no pueden ~*UWuición de esas entidades suprasensibles, siendo el privilegio del genio, del verda*
sustituir a la experiencia, porque los conceptos permanecen en la esfera di creador de obras de arte, la intuición directa de las mismas.
8a E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N LAS R E P R E SE N T A C IO N E S A B S T R A C T A S 89

tivamente la naturaleza humana tal como é»ta es habitualmente y g a lle s y muestra muchos aspectos; guiados por ella no obramos con
además capta lo peculiar del caso presente, comprende con seguri» g]ena confianza. Pero semejante incertidumbre subjetiva está com­
dad y exactitud cómo comportarse. De poco serviría llevar en la me, pasada con la seguridad objetiva, pues entre la cosa y nosotros no se
moría loi trescientoi preceptos de Gnuübt si nos falta el conocimiento interpone concepto alguno y tenemos ante los ojos el objeto; si vemos
intuitivo, pues no nos impedirían cometer loi mayores desadertot ^actamente lo que tenemos delante y'lo que hacemos, el resultado
ya que el CMoammto a^síraelo se compone de principios y reglas gen«- tiene que corresponder. Obraremos pues con toda seguridad sólo
rales, pero el caso particular casi nunca se ajuMa exactamente a la re­ ^ando prcct'damos guiados por un concepto abstracto fundado y
gla. En primer ^ugar se necesita llevar la re^ a en la memoria» lo cual aplicable por completo y sin género alguno de duda al caso de que
rara vez se consigue con oportunidad y luego hay que formar con el le trata. Procediendo en virtud de conceptos caeremos fácilmente en
caso dado l&proposttíc minor para sacar en seguida )a conclusión. Pero la pedantería, como caeremos en la ligereza o en la locura, abando­
antes de consumar esta operación, la ocasión nos habrá vuelto la es­ nándonos a la impresión intuitiva.
palda y los oiejOTes principios y las mejores recias no nos seWirán Con arreglo a )o expuesto, en todas las capas sociales hallamos
más que para calcular la magnitud del error cometido. Sin duda que hombres de inteligencia superior, aunque carezcan de ilustración. £1
con el tiempo, la experiencia y el ejercicio se adquiere al fin la pru* entendimiento natural puede suplir cualquier grado de cultura, pero
dencia en el mundo y entcmces las re^as abstractas» unidas a la expe­ ésta no puede suplir a aquél. El letrado tiene la ventaja de poseer un te­
riencia, pueden servir de mucho. Por el contrarío, el £otuemierUo átim- soro de hechos y mcesos (conocimientos históricos), así como de rela­
aW, que sólo concibe lo particular, está en relación directa con cada ciones causales (ciencias de la naturaleza); todo ello bien ordenado y
caso presente. Para ¿l, la regla, el caso dado y la ^ ic a c ió n , son una presente en la memoria; pero esto no le basta para tener una exacta
misma cosa, y la acción se produce inmediatamente, 2o cual explica y profunda comprensión de todos los hechos y de sus relaciones cau­
d porqué en la vida rea2, el erudito, cuya ventaja consiste en la ríque* sales. El ignorante, si está dotado de penetración y perspicacia, puede
za de sus conocimientos abstractos, resulta tan inferior al hombre de preKindir de aquellos tesoros: con mucho se sostiene una casa, con
mutKio, cuya ventaja está en sus perfectos conocimieatos intuitivos, poco se sale del paso. Un solo caso tomado de la propia experiencia en­
adquiridos por una disposición innata desarrollada por la experien* seña al ignorante más que al letrado un millar de casos que conoce, pero
cia. no comprende-, pues lo poco que aquél s< ^ es cosa viva y se apoya en
La diferencia entre ambas clases de conocimiento puede comparar* una intuición exacta y bien comprendida que le permite abarcar mil
se a la que existe entre el papel moneda y el numerario, que así como cosas semejantes. En cambio, todo el saber de un hombre culto cual­
en ciertos casos el primero es preferible al segundo, también hay oca­ quiera es saber muerto, pues si no consiste en meras palabras, como su­
siones en las que d conocimiento abstracto es más útil que el intuiti' cede con frecuencia, consiste en puros conocimientos abstractos; pero
vo. El concepto que en un asunto dirige nuestra conducta tiene la éstos no tienen valor más que por los intuitivos a los que se refíeren
ventaja de ser invariable una vez hallado y nos permite caminar con y por los que se compueban. La cabeza de un letrado pobre en cono­
seguridad en la dirección que nos señala. Pero esta seguridad subjeti­ cimientos intuitivos se parecerá a un banco cuyo papel emitido as­
va está contrarrestada con la incertidumbre objetiva, porque es posi' cendiera a diez veces el valor de la reserva en metálico, lo cual, tarde
ble q ^ el concepto sea falso o infundado o que la cosa de que se trate o temprano, conduce a la quiebra. Por eso, a la par que la exacta
no guarde relación con él, por no ser en todo o en parte de su género. incepción del mundo intuitivo marca la frente de algunos igno-
Cuando lo advertimos, nos desconcertamos, y no adviniéndolo a i^ te s con el sello de la inteligencia y de la sabiduría, el estudio
tiempo el resultado se encarga de desengañamos. Por eso dice Vau* in stan te marca el rostro de algunos letrados con el sello de la ex­
venargues; Ptnonne n*est xu^ a plus de fm tes que ceux qui n^agissettí q^ tenuación y de la fatiga, consecuencias inevitables de la tensión
per rifíeáon. * Por el contrario, si la intuición de las cosas y de sus reía* forzada y excesiva de la memoria abmmada por un cúmulo de con-
ciones es la que dirige nuestra conducta, fácilmente variamos a cada ^ptos muertos, que excede de las fuerzas naturales. Los letrados de
momento, pues la intuici<ki es variaUe, ambigua, inagotable en su^ ^na clase suelen tener la mirada tan estúpida y apagada que se incli-
uno a creer que cuando la inteligencia se aplica con exceso a los
* N«dic esti «ijcto a unto» erto i o como aquello* que actúan de acuerdo cod ^ ^nocimientos mediatos y abstractos, se debilita la fuerza de los intui-
reflexión (Ar^MHu 131, cd. GUbeil. 1, p. 386). (N. d elE .) ^^Os e inmediatos, y que la luz de los libros enturbia poco a poco la
90 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N L A S R E P R E SE N T A C IO N E S A B ST R A C T A S 01

mirada. Es indudable que la asimilación continua de las ideas ajen^ A lumberhausofbooks ineo'ry htad
detiene y cohíbe las propias y hasta paraliza, al cabo, la facultad For ecer reading, never to be read
pensar, si no tiene la elasticidad necesaria para resistir esa corrieni^
contra naturaleza. La lectura y el estudio continuos alteran |>ositiva. [The Dunciad 3, vera. 194]
mente al cerebro, entre otras cosas porque la cohesión de nuestro*
pensamientos y conocimientos pierde su unidad y enlace, cuando Iqj £1 espíritu es libre por su naturaleza; no es esclavo y sólo hace bien
interrumpimos con frecuencia para dar entrada a una serie de pensa­ fuello que hace por sí mismo. Toda aplicación obligada a estudios
mientos ajenos. Abandonar mis pensamientos para dar cabida a loi qiie no están a su alcance o que emprende fatigado, y en general todo
contenidos en un libro, me parece que es lo mismo que hacían los vía* fu e rz o del espíritu continuado por mucho tiempo e invita Minerva*,
jeros a quienes censuraba Shakespeare* por vender sus propiedades ggst» el cerebro, como el leer a la luz de la luna, la vista. El mismo
para visitar otras lejanas. En la mayor parte de los que están reputa­ efecto producen los estudios excesivos de la infancia cuando aún el
dos por eruditos el afán de la lectura es una especie áefu g a oacui ante cerebro DO está maduro, y creo que el estudio de las gramáticas griega
la ausencia de ideas propias. Para llenar este vacío se ven obligados y ¡atina desde los seis años hasta los doce es la razón del embotamien-
a recurrir a los pensamientos ajenos, necesitan leer para tener pensa­ ^ posterior de la mayoría de los letrados. No niego que el espíritu
mientos, siendo como los cuerpos inanimados que reciben el .moví- [lecesite alimento suministrado del exterior; pero lo que comemos
miento del exterior, mientras que el pensador original, como el cuer­ lólo nos aprovecha cuando lo digerimos. Por la digestión asimilamos
po vivo, se mueve a sí mismo. una pequeña porción de lo que ingerimos, y el resto es expulsado.
También es peligroso leer obras que versen sobre materias acerca Así, pues, será inútil y hasta nocivo que comamos más de lo que po­
de las cuales no hemos reflexionado, pues con la materia nueva se in­ demos digerir, y esto puede aplicarse también a la lectura: sólo en la
troducen a hurtadillas las opiniones ajenas y el modo de tratar el medida en que nos proporciona materia para pensar, incrementa
asunto, tanto más cuanto que la apatía y la peteza mental nos llevan nuestro propio saber. Por eso Heráclito dijo: ToXv/iQ^ia vovr oo
a ahorrarnos el trabajo de pensar, adoptando los pensamientos gene­ 6ik í 0 X€i {multisciíia non dat inteUectumy *. A mi juicio, la erudición

ralmente aceptados. Estos arraigém en nosotros y nuestras propias re­ puede compararse a una pesada coraza, que hace invencible al hom­
flexiones, a modo de una corriente de agua desviada de su curso na­ bre vigoroso, pero que abruma al débil. \MVR, II, C. 7)
tural por un canal, seguirán por éste, siendo cada vez más difícil
hacerlas cambiar de dirección. Esto es lo que constituye la falta de
originalidad de los letrados. A ello hay que agregar que se imaginan
tener que dividir su tiempo, como las demás gentes, entre los placeres
y el trabajo. Consideran que el leer es su trabajo y su profesión, se
atiborran de lectura hasta indigestarse, y al cabo, la lectura no se con­
tenta con preceder al pensamiento, sino que le sustituye por complc*
to; no piensan sino cuando leen y piensan con la cabeza de otro. Pero
una vez abandonado el libro su atención es embargada por objetos
muy distintos, como lo son los negocios personales, los espectáculos»
los juegos de naipes o de bolos, las noticias y el chismorreo del día-
Pero el pensador es ajeno a todo esto y se entrega a sus meditaciones
sin necesidad de libros; disposición de ánimo que es imposible adqui'
rir cuando no se posee es|X)ntáneamente. Por eso el pensador habí*
de lo que ha pensado, mientras que los otros hablan de lo que han
leído. De ellos dijo Pope:
t 1* voluntad de Minerva (antiguo refrán citado por Cicerón en D* offitiis,

• En Ásyvn iUu, 4 , 1. ^ mucha ñcncia no in$i ruyc la mentr ( B40. ir. J . Gaos).
LAS IN TU IC IO N ES PURAS 93

la cual las partes del espacio y del tiempo se determinan unas


V . L A S IN T U IC IO N E S P U R A S ^ otras de acuerdo con estas relaciones, la denomino principio de razón
jufioente del ser, principium rationis sujfficientis essendi. Comprensible es
por sí mismo que el examen de tal razón de ser puede llegar a ser razón
1 . E x p l i c a c i ó n CENERAi. ^ conocimiento, como el examen de la ley de causalid^ y su empleo
cü un determinado caso es razón de conocimiento del efecto, por lo
L a t e r c e r a clase de objetos para la facultad representativa la consti­ oo desaparece de ningún modo la diferencia entre la razón del
tuye la parte formal de las representaciones completas, es decir, las del devenir y del conocer. En muchos casos, aquello que, según
intuiciones a prion de las formas del sentido externo y del interno, el ^ forma de nuestro principio, es consecuencia, según otra forma, es
espacio y el tiempo.'® fszón; así con frecuencia el efecto es razón de conocimiento de la cau-
Como intuiciones puras, separadas de las representaciones com­ 1^ Por ejemplo: la subida del termómetro es, según la ley de causali-
pletas y fuera del alcance de las determinaciones de lleno y vacío, son jed , consecuencia del aimiento de calor; pero según el principio de
objetos de la facultad representativa, pues ni siquiera el punto y la razón del conocer, es razón, razón de conocimiento del aumento
línea, en sentido estricto, pueden representarse gráficamente: sólo de calor, como también del juicio que lo expresa. [PRS, § 36]
pueden ser intuidos a priori-, así también la extensión infinita y la
divisibilidad al infinito del espacio y el tiempo son objetos sólo de
la intuición pura, extraños a la empírica. [PRS, § 35] 3 . R azón d e s e r e n e l e s p a c io

£n el espacio, la posición de cada parte del mismo, digamos de una


2. E l p r in c ip io d e r a z ó n s u f ic ie n t e d e l s e r Knga (y lo mismo se puede decir de superficies, de cuerpos y de pun­
tos) respecto a otra línea, determina al mismo tiempo rigurosamente
La naturaleza del espacio y del tiempo es tal que todas sus partes la posición de esta última, diferente por completo de la primera, res­
están entre sí en una relación, de modo que cada una de ellas está pecto de cualquier otra línea posible, de modo que la última posición
determinada y condicionada por otra. En el espacio, esta relación se está, respecto a la primera, en la relación de la consecuencia con la
llama posición, y en el tiempo, sucesión. Eítas relaciones son distintas razón. Como esta relación se puede invertir, es indiferente cuál de
de todas las demás relaciones poíiiblrs de nuestras representaciones, ellas determina a la otra, esto es, cuál se toma como ratio y cuál como
por lo que ni el eniendimiento ni la razón pueden aprehenderlas por ntiofuiUii pero esto sucede porque en el espacio no existe sucesión,
medio de meros conceptos: exclusivamente la intuición pura a prioñ puei sólo por la reunión del espacio con el tiempo, para formar la re­
nos las hace comprensibles, pues lo que indica abajo y arriba, a la presentación global del complejo de la experiencia, surge la represen-
derecha y a la Izquierda, detrás y delante, no se puede explicar por t^ión de simultaneidad. Así, pues, en la razón de ser en el espacio
meros conceptos. Kant dice, en consonancia con esio, que la diferen­ ' ^ a un analogon de la llamada acción redproca. Ahora bien: como
cia entre el guante de la mano izquierda y el de la derecha no pode­ línea, respecto de su posición, tanto determina a todas las demás
mos comprenderla sino por medio de la intuición. Ahora bien, la ley como es determinada por ellas, depende de nuestro arbitrio el consi-
’^«rar una línea sólo como determinante de las demás y no como de-
teriQinada, y la posición de cada línea, en relación con una segunda,
Como se ha visto, Schopenhaucr comparte coa Kani la concepción del i¡<;mpo y
del espacio como formas de la sensibilidad, es dccir, cumo propiedades d<' la ronricnt'ia
Permite buscar su posición en relación con una tercera; en virtud de
por las cuales $e delcrmina el orden y la forma de las sensaciones contribuyí'ndiJ asi *sta segunda posición la primera es necesariamente tal como es. De
a la constitución de! objeto. Pero, de aiuerdo aJ sistema kantiano que aquí se da por que en la cadena de las razones del ser, como en la cadena de
supuesto, eslas formas por sí mismas, independiemememc de las sejwanoncs. ^ razones del devenir, no se encuentre ningún fin a parte ante, y a
también intuiciones, es decir objeto* de conocimiento. Gracias a estos dos aspecios
tiempo y el espacio, lo tjue conocemos de ellos en lanlo intuiciones puras o
de la infinitud del espacio y de las líneas en él posibles, tainpo-
esto e». lo que conocemos de elU» independientemente de su relación con las wnsac*»* ^ apartepost. Todos los espacios relativos posibles son figuras, por-
nes es necesariamente válido para los objetos de la experiencia, en la medida en son limitados, y todas estas figuras tienen, a causa de su comuni-
son eJJos los que conMíiuyen el aspecto formal de estos úliimos. de límites, su razón de ser unas en otras. La series rationum essendi
92
94 E L M U N D O C O M O R EP R E SE N T A C IÓ N LAS IN T U IC IO N E S P U R A S 95

en el espacio se extiende, como la series raiionum fiendi, in infinitum, y ^la consecuencia cuando la razón es dada, pero no a la razón cuando
no sólo, como ésta, en una dirección, sino en todas. ^ dada la consecuencia, ya que ésta puede proceder de varías razo*
Es imposible dar una demostración de todo esto, pues son princi* 0 ««. Este último género de conocimiento es siempre inducción; quiere
píos cuya verdad es trascendental, teniendo su razón Inmediataincn- decir esto que por varias consecuencias que indican una razón, se
tc en la intuición a priori del espacio. / 37] acepta la razón como cierta; pero como los casos nunca pueden reu­
nirse completamente, la verdad aquí nunca es incondicionalmente
cierta.
4. R a z ó n d e s e r en e l t ie m p o

Si, persuadidos de que la intuición es la fuente primaria de toda evi­


En el tiempo, todo momento es condicionado por el anterior. Tan dencia, de que la relación mediata o inmediata con aquélla es la única
sencilla es aquí la razón del ser como ley de sucesión, porque el tiem­ verdad absoluta y de que el camino más corto hacia ella es siempre
po sólo tiene una dimensión; de ahí el que no pueda darse en él multi­ el más seguro, puesto que toda mediación por conceptos está expues­
plicidad de relaciones. Cada momento es determinado por el ante­ ta al error; si nosotros, digo, con esta convicción nos acercamos a las
rior: sólo por éste podemos alcanzarlo, y sólo en tanto que el primero fítíUemáticas tal como fueron constituidas en ciencia por Euclides y han
fue, es decir, que ha desaparecido, es el segundo. En este nexo de las perdurado hasta nuestros días, no podrá menos de parecemos raro y
partes del tiempo está basada toda numeración, cuyas palabras sólo aun impropio el camino que siguen. Nosotros exigimos la reducción de
sirven para marcar los pasos singulares de la sucesión; por consi­ toda fund¿mientación lógica a una intuitiva; ella, por el contrario, se
guiente, en esto se basa también toda la aritmética, que no enseña esfuerza en desechar la evidencia intuitiva que le es propia, para sus­
más que metódicas abreviaciones de la numeración. Cada número tituida por una evidencia lógica. Esto nos parecerá como si alguien se
supone los anteriores como la razón de su ser; no puedo llegar ai 10 cortase las piernas para andar con muletas, o como si el príncipe en
sino pasando antes por todos los anteriores, y sólo por la considera­ el Triunfo de la sensibilidad, huyendo de la hermosa naturaleza real, se
ción de su razón de ser sé que donde hay diez, hay también ocho, refugiase con gozo en una decoración de teatro que la imita.
seis o cuatro. [PRS, § 38] [MVR, 1 , ^ 1 5 ]

5. L a e v id e n c ia m a t e m á t ic a

La evidencia de la matemática, que ha pasado a ser el modelo y


** Resulta curiosa « t a observación de Schopenhauer si tomamos en consideración
el símbolo de toda evidencia, está basada esencialmente, no en de­
d auge que alcanzará más tarde el método axiomático cn d desarrollo de las invesiiga-
mostraciones, sino en la intuición inmediata, la cual, por consiguien­ matemáticas. Y digo “ curiosa” y no simplemente “ falsa” porque a pesar del
te, aquí, como en todas partes, es la razón última y la fuente de toda **'omve impulso que le ha dado, no ha podido, y al parecer no podrá, satisfacer las
verdad. Sin embargo, la intuición que sirve de base a las matemáticas vnbtciones que engendró: alcanzar una “ prueba absoluta” de las consistencia de sia-
tiene una gran ventaja sobre todas las demás y, por tanto, sobre la tcmas de postulados que constituyan los fundamentos de alguna rama importante de
matemáticas. No obstante el fracaso del proyecto logicista, representado principal­
empírica. A saber, como es a priori y, por tanto, independiente
mente por Frege, Russell y Whitehcad, de mostrar que las matemáticas están funda*
de la experiencia que siempre nos es dada parcial y sucesivamente, exclusivamente en principios lógicos, y d d proyecto formalista, impulsado por Hil-
está toda ella a nuestra disposición, y podemos partir lo mismo "***► d cual buscó formalizar completamente las matemáticas, es decir, convertirlas
de la razón que de la consecuencia. Y esto le da una completa veraci­ Q>uq cálculo cuyas expresiones carecen de significado, no obstante este fracaso, puesto
dad, jwrque en ella la consecuencia es conocida por la razón, único co­ ^ Videncia por Godei, las investigaciones elaboradas por estos proyectos, así como
^ <icsarruUo de las geometrías^no-cuclideanas. han demostrado que la naturaleza de
nocimiento que está dotado de necesidad: por ejemplo, la igualdad d« 'i'Utemáticas es mucho más abstracta de lo que Schopenhauer consideraba. Sin em-
los lados de u n triángulo es conocida como fundada en la i g u a l d a d la escuela intuicionista (fundada por Brouwer) retomando en algún sentido a
de los ángulos; en cambio, toda intuición empírica y la mayor parte d® de quien depende la opinión de Schopenhauer en este punto, ha reivindicado
la experiencia en general sólo va de la consecuencia a la razón y ^ de la intuición en las matemáticas, poniendo énfasis en d proceso mediante
conocimiento no es infalible, puesto que la necesidad sólo c o n v i e n e ^ ^ * 1 se construyen las entidades matemáticas, e incluso conservando a] parecer el
de ésta con la sensibilidad al menos en lo que atañe al tiempo.
LA V O L U N T A D EN T A N T O O B JE T O D E L C O N O C IM IE N T O 97

2. E l SUJETO DEL CONOCER Y E L OBJETO


V I . L A V O L U N T A D E N T A N T O O B JE T O
D E L C O N O C IM IE N T O Todo conocimiento supone inevitablemente sujeto y objeto; de
gquf que la autoconciencia no sea absolutamente simple, sino que
dividida, al igual que la conciencia de las otras cosas (esto es, la
1 . E x PUCACIÓN GENERAL facultad intuitiva) en un conocido y un cognoscxnte. Aquí se nos apa-
ahora lo (»nocido completa y exclusivamente como voluntad.
Nos QUEDA p>or e x a m i n a r l a ú l t i m a c la s e d e o b je t o s d e l a fa c u lta d Según esto, d sujeto se conoce a sí mismo sólo como volente, no
r e p r e s e n t a t iv a . Es d e u n a n a t u r a l e z a c o m p le t a m e n t e e s p e c ia l, pero corno cognoscente, pues el yo que tiene las representaciones, el sujeto
m u y i m p o r t a n t e : n o c o m p r e n d e m á s q u e u n s o lo o b je t o p a r a c a d a in ­ conocer, no puede llegar a ser representación u objeto, puesto
d iv id u o , a s a b e r : e l o b je t o in m e d ia t o d e l s e n t id o in t e r n o , e l sujeto de que, como correlato necesario de toda representación, es condición
la v o lk ió n ,'^ q u e p a r a e l s u je t o c o g n o s c e n t e es o b je t o , y q u e , por ^ las mismas; a él se le puede aplicar la hermosa frase del sagrado
c ie r t o , s ó lo s e d a a l s e n t id o i n t e r n o , p o r lo q u e s ó lo a p a r e c e en el Upaittschúá: id videndum non est: omnia videi; et id audiendwn non est: omnia
t ie m p o , n o e n e l e s p a c io , y a u n a h í , c o m o v e r e m o s , c o n u n a c o n s id e ­ sùàit,' sciendum non est: omnia scii; et inielligendum non est: omnia inielligit.
r a b le l im i t a c ió n , / 40] Pnetir id, videns, et sciens, et intelligens ens aliud non est (Oupnekhat. voi.
I , p . 2 0 2 ) .;
De aquí se sigue que no hay un conocimiento del conocer, porque para
esto sería preciso que el sujeto pudiera separarse del conocer y cono­
® La expresión “ objeto inmediato del sentido inierno'’ adquiere aquí una signifi­ cerle, lo que es imposible.
cación problemálica. Si recordamos la explicación que nos ha proporcionado la filoso­ A la objeción: “ Y o no sólo conozco, sino que sé que conozco'’, res­
fía de Schopenhauer de la intuición empírica, nos veremöi obligados a tomar como pondería yo: Tu saber del conocer difiere de éste sólo en la expresión.
objeto Inmediato del sentido interno (el liempo) a las sensaciones antes de ser «ransfor- “Yo sé que conozco” , no quiere decir otra cosa sino: “ Yo conozco” ,
madas, gracias a la función del enientlimienio (la causalidad) y al sentido externo, «n
una intuición objetiva. Sin embargo aquí se nos dice que el objeto inmediato del scnt^
y esto, así, sin más determinación, sólo quiere decir *‘Yo” . Si tu cono­
do interno es el sujeto de la volición, nuestra voluntad, nuestro querer, ¿Cómo conci­ cer y tu saber del conocer son dos cosas distintas, trata de tener cada
liar estas afirmaciones? Podríamos pensar por un lado que la sensación, como afcccLón uno por separado tan sólo una vez, trata de conocer, sin saber de ello,
puramente subjetiva, es una afección de la voluntad; a ello nos invita la afirmación y luego trata de saber del conocer, sin que este saber sea ya conocer.
de Schopenhauer, más adelante consignada, según la cual el "sentim iento” ex un esta­
do de la voluntad. Esto nos permitiría sostener sin conflicto que d objeio inmediato
Sin duda se puede hacer abstracción de todo conocer en particular,
del sentido interno es la vcJuntad, pero nos obligaría a considerar que d naatcrjal de y llegar así a la proposición “ Yo conozco” , la cual es la última abs­
la intuición objetiva son los estados de la voluntad, con lo cual la diferencia entre <1 tracción posible para nosotros, pero es idéntica a la proposición “ Para
mundo como representación y el mundo como voluntad quedaría disueha. Hodríamoe míhay objetos” y ésta idéntica a “ Y o soy sujeto” , la cual no contiene
pensar por otro lado que las sensaciones antes de su transformación en intuición obje­
«no el puro “ Y o” .
tiva no son sólo objeto dd sentido interno, sino que están ya dcU-rminadas en algún
sentido por el espacio, aun cuando no considerado como sentido externo, es ciccir. Pero ahora se podría preguntar: ¿cómo, no siendo el sujeto conoci-
como aquel sentido que nos permite localizar respecto a nuestro cuerpo los objetos q«f conocemos sus diferentes facultades cognoscitivas, como la sensi-
consideramos causas de nuestras sensaciones, Pero Schopenhauer nunca resuclvf^ ex­ |^*dad, la inteligencia, la razón? — No nos son conocidas en virtud de
plícitamente el problema. Acepta, pues, de una manera am bigua, la existencia de dot
objetos diferentes correspondientes al mismo concepto y ello se debe a b postulación
transformación del conocer en objeto; de lo contrario, no habría
de dos tipos totalmente diferentes de conoi imicnto: el conocimiento que .»pera de acuer­ •obre las mismas tantos juicios contradictorios; sino que son Ìnferi*
do con el principio de razón suficiente y d conocimiento o aprehensión dirccta « o más exactamente, son expresiones generales para designar las
proceso interior que determina nuestras acciones, es decir, la conciencia de nuestra ' 0 - de representaciones que siempre hemos distinguido en esas fa-
luntad. Sin lugar a dudas esta postulación resulta aquí problemática cu la meiiida ^
'^^Udes cognoscitivas. Pero éstas, al estar referidas al sujeto como
que la ley de motivación que se va a desarrollar es una de las formas del principiiJ
razón suficiente. Esia cuestión la resolverá Schopcnliaurr mediante las idras que
pondrán en la segunda pane d r esta antología, colmando a la ley dv la motivación^
No puede ser visto: lo ve lodo; no puede ser escuchado; lo escucha todo; no puede
no como una ley que determine lo que es la voluntad, sino como una lev que drteriii't* ^ ^^Xiocido: lo conoce todo, no puede ser compiendido: lo comprende indo. Fuera
la forma en que se manifiesta la voluntad en el mundo romo irprcscntcu iúri- *Prque ve. escucha, conoce y comprende, no existe nada.

96
98 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N
l A VOLUNTAD EN TANTO O B JE T O DEL C O N O CIM IEN TO 99

condición de las representaciones en tanto correlato necesario, sorj volente, esto es, del sujeto con el objeto. El que tenga presente lo
abstraídas de las propias representaciones, y por consiguiente man- inexplicable de esta identidad la llamará conmigo el milago Kat’
tienen la misma relación con las clases de representaciones que la que
el sujeto en general mantiene en el objeto en general. Como con e] Así como el correlato subjetivo de la primera dase de las represen­
sujeto es puesto a la vez el objeto (pues si no la palabra no tendría taciones, es el entendimiento, el de la segunda, la razón, y el de la tercera,
significado) y con el objeto el sujeto, ser sujeto significa tener un obje­ la sensibilidad pura, así vemos que la de esta cuarta clase es el sentido in­
to, y ser objeto, ser conocido por un sujeto; asimismo, con un objeto terno o, en general, la autoconciencia. IfTÍS, § 42]
determinado de cierta manera es puesto inmediatamente también el sujeto
como conociendo precisamente de esa determinada manera. De modo que
dará lo mismo decir; “ Los objetos tienen tales o cuales determinacio- 4 . L a l e v d e l a m o t iv a c ió n
nes’ \ que decir: “ El sujeto conoce de tal o cual manera” ; y decir;
“ Los objetos se pueden dividir en tales clases", será lo mismo que Precisamente porque el sujeto del querer se da inmediatamente en la
decir; “ El sujeto tiene tales facultades cognoscitivas diferentes" autoconciencia, no se puede deñnir ni describir lo que es el querer; más
[ m , f 41] aún, es el más inmediato de todos nuestros conocimientos, es el que, por
su inmediatez, debe arrojar luz sobre todos los demás.
Al atender a una decisión, ya sea de los demás o de nosotros mis­
3 . E l SU JET O DE LA VOLICIÓN mos, nos consideramos autorizados para preguntar: ¿por qué?, esto

es, presuponemos que le ha precedido algo de lo cual es consecuen­
El sujeto del conocer no puede ser conocido, esto es, no puede ser cia, y a lo cual llamamos la razón, y más exactamente, el motivo del
objeto, representación, según lo dicho arriba; pero como tenemos, no acto cn cuestión. Sin esto no podemos pensar el acto, así como no po­
sólo un conocimiento externo de nosotros mismos (en la intuición demos pensar el movimiento de un cuerpo inanimado sin impulso o
sensitiva), sino también uno interno, y todo conocimiento, con arre­ aln tracción. Según esto, el motivo está comprendido entre las causas,
glo a su esencia, supone un conocido y un cognoscente, asi lo conoci­ y ya ha sido enumerado y caracterizado entre éstas como la tercera
do en nosotros no será el cognoscente, sino el volente, el sujeto del forma de la causalidad;^' pero la causalidad es sólo la forma del
querer, la voluntad. Partiendo del conocimiento, se puede decir que principio de razón en la primera clase de objetos, o sea en el mundo
la proposición “ Yo conozco’ ' q s una proposición analítica; por el con­ corpóreo dado a la intuición externa. Allí es ella el lazo de las va­
trario, la proposición “ Yo quiero” es una proposición sintética, y, riaciones entre sí, siendo la causa la condición exterior de aquel pro­
por cierto, a posteriori, a saber, dada por la experiencia, en este caso ceso. El interior de dicho proceso queda para nosotros en secreto,
interna (esto es, sólo dada cn el tiempo). A este respecto, es para pues estamos siempre fuera de él. Vemos bien que esta causa pro­
nosotros el sujeto del querer un objeto. Cuando miramos nuestro
duce aquel efecto, pero no llegamos a saber cómo puede hacerlo, qué
interior, nos vemos siempre queriendo. Sin embargo, el querer tiene
sucede allí dentro. Así vemos producirse por sus respectivas causas
muchos grados, desde el más ligero deseo hasta la pasión, y no sólo
los efectos mecánicos, físicos, químicos, como también los origina­
todos los afectos, sino también todos los movimientos de nuestro
dos por la excitación, sin que podamos por esto comprender el
interior, que se pueden subsumir bajo el vasto concepto de senti­
pnx:eso, sino que lo principtal de éste sigue siendo para nosotros
miento, son estados de la voluntad,
'w misterio: le atribuimos unas veces a las propiedades de los cuer­
Pero la identidad del sujeto del querer con el sujeto c o g n o s c e n t e ,
pos» otras, a las fuerzas naturales; otras, a la fuerza vital, pero todas
por medio de la cual (y, por cierto, necesariamente) la palabra «Vo»
comprende y designa a ambos, es el nudo del mundo, y, por tanto, ®*tas cosas no son más que qualüaíes occuUae. Tampoco compren­
inexplicable, pues sólo podemos comprender las relaciones de los ob­ deríamos mejor con nuestro entendimiento el movimiento y las
jetos, y, entre éstos, sólo pueden dos constituir uno, cuando son pa*“ •telones de los animales y de los hombres, y las veríamos brotar
tes de un todo. Por el contrario aquí, donde se habla de sujeto, ya ^ sus causas (motivos) de una manera inexplicable, si para nosotros
son aplicables las reglas de conocimiento del objeto, y se nos da
dialameníe una identidad real del cognoscente con el conocido coro® * por excelencia.
Véase en esta antología: primera parte, III, 5, Las tres formas de la causalidad.
LA V O L U N T A D EN T A N T O O B JE T O D E L C O N O C IM IE N T O 101
100 E L MUNDO C O M O REPRESENTACION

no estuviese franca la inspección del interior de este proceso. En efecto: fantasía, como todo juicio que no sigue a su razón, han de ser produ­
sabemos, por la experiencia interna, que dicho proceso es un acto de la cido* por un acto de la voluntad que tiene un motivo, si bien éste pue-
voluntad, el cual se produce por el motivo, que consiste en una mera ^ aér tan insignificante y el acto tan fácil de realizar, que se produ-
representación. La influencia del motivo la conocemos no sólo por fuera ffiti al mismo tiempo y no los percibimos (i’üiS', i 4-4. ]
y mediatamente, como la de todas las demás causas, sino al mismo tiem­
po por dentro y de un modo inmediato, por consiguiente, según su ma­
nera completa de obrar. Aquí estamos, por decirlo así, entre bastidores,
y descubrimos el secreto de cómo, de acuerdo con su más íntima esen­ por lo general el proceso de los pensamientos de nuestro interior
cia, la causa produce el efecto: pues aquí conocemos por un camino no es en la realidad tan sencillo como su teoría, pues aquéllos se enca­
totalmente distinto, por tanto, de una manera completamente diferen­ denan entre sf de múltiples maneras. Para aclarar la cuestión pode-
te. De aquí se sigue esta importante proposición: la motivación es la causa- IQOS comparar nuestra conciencia a una masa de agua de cierta pro*
Üdad, vista por dentro. Ésta, pues, se nos presenta aquí de una manera fundidad: en la superficie están los pensamientos claramente
completamente distinta, en otro medio distinto, para otro modo de co­ conscientes; el resto es confuso, se compone de sentimientos, de im­
nocer; de aquí que sea presentada como una forma especial y caracterís­ presiones que nos han dejado las intuiciones y las expteríencias, todo
tica de nuestro principio, que aparece como principio de razón sufi­ eilo combinado con la disposición particular de nuestra voluntad,
ciente del obrar, prinápium rationis suffiáentis agendi; en resumen, como c-M ^a de nuestro ser. £sta totalidad de la conciencia se halla en una
ley de la motivación. [PRS, § 43] mayor o menor agitación perpetua según la vivacidad intelectual, y
aquello que aflora a la superficie son las imágenes claras de la imagi­
nación, los pensamientos expresados en palabras, de los cuales somos
5. El i n f l u jo d e l a v o lu n t a d s o b r e k l c o n o c im ie n to conscientes distintamente, y las resoluciones de la voluntad. Es raro
que todo el trabajo de nuestros f>ensamientos o de nuestras decisiones
No en la causalidad propiamente dicha, sino en la identidad del su­ le realice en la superficie, es decir, por medio de un encadenamiento
jeto cognoscente con el sujeto volente, es en lo que se basa la influen­ de juicios distintamente pensados; en verdad, ésta es nuestra aspira-
cia que la voluntad ejerce sobre el conocer, en cuanto la voluntad le cito para poder rendir cuentas a los demás y a nosotros mismos; pero
obliga a reproducir las representaciones que una vez estuvieron pre­ de ordinario es en la oscura profundidad donde se realiza la rumirui-
sentes, a poner la atención en esto o aquello, a seguir una serie par­ ti»* que transforma en pensamientos la materia tomada del exterior;
ticular de pensamientos. También aquí está determinada la voluntad y esta ruminatio es tan inconsciente como la transformación del alí-
por la ley de la motivación, con arreglo a la cual la voluntad es la ínti­ tnento en jugos y sustancias de nuestro cuerpo. De aquí que muchas
ma guía de la llamada asociación de ideas, que no es otra cosa que veces no podemos dar razón de cómo han surgido nuestros más pro­
la aplicación del principio de razón suficiente, en sus cuatro formas, fundos pensamientos: son el producto de nuestro misterioso interior.
al curso subjetivo de los pensamientos, y, por tanto, a la presencia Una carta nos comunica imprevistas e importantes noticias, a conse*
de las representaciones en la conciencia. La voluntad del individuo i^uencia de las cuales se da una confusión entre nuestros pensamien-
es la que pone en marcha todo este mecanismo, impulsando al intelec­ ^ y raotivos; alejamos momentáneamente la cuestión y no pensa-
to, en consonancia con el interés, es decir, con los fines personales más en ella, pero, al día siguiente, o pasando tres o cuatro días,
del individuo, para procurar a las representaciones presentes otras el problema se nos presenta claramente resuelto con la conducta
hermanadas con ellas lógicamente o analógicamente, por vecindad ^ debemos seguir. La conciencia es la pura superficie de nuestro
espacial o temporal. La actividad de la voluntad es, en este punto, *^ ritu , del cual, como del globo terrestre, no conocemos el interior,
tan inmediata, que e a la mayor parte de los casos, la conciencia no iólo la corteza.
se da cuenta de ella; y tan rápida, que a veces no somos conscientes ^ que provoca la asociación de pensamientos es, en úhimo térmi-
de la ocasión que ha suscitado una representación, por lo que nos p»* en lo secreto de nuestro interior, la voluntad que impulsa a su ser-
rece que ha llegado a la conciencia sin conexión alguna con olra; p^ro el intelecto, en la medida de sus fuerzas, a alinear pensamiento
que esto no puede suceder es justamente la raíz del principio de
suficiente. Toda imagen que aparece repentinamente en nuestra r e n e x i ó n , m editaciónf noníiio; meditar ||rumiar.
102 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N LA V O L U N T A D EN T A N T O O B JE T O D E L C O N O C IM IE N T O 103

tras pensamiento, a evocar lo análogo o simultáneo y a reconocer 1^ cualquier meditación o deliberación, aunque nada haya veni-
causas y las consecuencias. £n el interés de la voluntad está qu« ^ n interrumpirla, y nos veremos forzados a expulsarla de nuestra
individuo piense para que se halle orientado lo mejor posible ant« (^nciencia y a ocupamos de cosas indiferentes, a pesar de la impor­
cualquier eventualidád. De ahí que el principio de razón, bajo la tancia que el asunto tenga para nosotros. Durante este tiempo, la
ma de ley de motivación, gobierne y estimule la asociación de pensa­ cxiexáón deja de existir para nosotros, quedando en estado latente, co*
mientos, pues la voluntad del sujeto pensante es quien guía el senso, 100 el calórico en el agua fría. Al volver más tarde sobre ella nos pare­
rio y le determina a buscar en esta o aquella dirección, ya la analogía ce algo nuevo y tenemos que orientamos otra vez, aunque más rápi­
ya cualquier otra forma de asociación. \MVR, II, C . 14.] damente, y vuelve a ejercer ia misma atracción o repulsión que
^cxÓM sobre nuestra voluntad. Pero mientras tanto no hemos perma­
necido invariables del todo, pues con la mezcla fisiológica de los hu-
jDores y la tensión de los nervios, que cambian con las horas, los días
La autoconciencia tiene por forma, no el espacio, sino simplemen­ y las estaciones, cambia también la disposición de nuestro humor y
te el tiempo Por eso el pensamiento no se realiza, como la intuición de nuestras opiniones; además, las representaciones adquiridas en el
según tres dimensiones, sino sólo según una, por consiguiente, en una intervalo dejan en nosotros vibraciones cuya nota repercute sobre las
línea sin ancho ni profundidad. La mayor parte de los defectos de representaciones actuales. Por eso una misma cosa nos parece dife­
nuestro intelecto provienen de aquí. No podemos conocer más que ai- rente en distintos momentos, varía según la pensemos por la maña­
cesivamenU', sólo podemos ser conscientes de un conocimiento a la vez y na, al mediodía, por la noche o al día siguiente, y nuestras dudas vie­
a condición de olvidar por el momento todos los demás, de los cuales nen a aumentarse por las encontradas opiniones que nacen en
dejamos de tener conciencia, lo que equivale a decir que en aquel ins­ nosotros. Por eso se ha dicho que la almohada es buena consejera y
tante dejan de existir para nosotros. Desde este punto de vista pode­ se recomienda reflexionar mucho antes de tomar una resolución gra­
mos comparar el intelecto con un telescopio de campo visual muy re­ ve. Pero, si esta condición del intelecto, originada por su debilidad,
ducido. Esto se debe a que la conciencia no puede detener su marcha, tiene sus desventajas, también tiene algo bueno, y es que después de
sino que tiene que avanzar siempre. El intelecto capta las cosas de habernos disti'aído y de haber cambiado de humor, nos volvemos
modo sucesivo y para aprehender una necesita dejar escapar la ante* otros y nos encontramos frescos ante el negocio que nos ocupa, pu-
rior, de la cual sólo conserva huellas que se van borrando poco a po­ diendo de esta manera examinarlo bajo aspectos muy diferentes.
co. El pensamiento que más nos obsesiona en un momento determi­ Por lo expuesto se comprende que nuestra conciencia y nuestro pen*
nado debe alejarse de nosotros tras un breve lapso, y si luego nos samiento son, de acuerdo con su naturaleza, fragmentarios y que el
entregamos a un profundo sueño puede ocurrir que no volvamos a resultado teórico o práctico que obtenemos de la yuxtaposición de es­
encontrarlo, a menos que esté ligado a nuestro interés, es decir, tos fragmentos deberá ser la mayoría de las veces defectuoso. Nuestra
a nuestra voluntad, en cuyo caso se mantiene firme. conciencia es como una linterna mágica en la cual el fuco sólo puede
Esta im perfección 'del intelecto es lo que da a nuestro curso de pensa­ iluminar una imagen a la vez, y en la que cada imagen, por noble
mientos ese carácter rapsodico o fragmentario y que produce la dispersión que sea, tiene que desaparecer pronto para ser sustituida por otra,
de nuestro pensar. Y lo que turba e interrumpe nuestro pensar, intro­ aunque sea la más heterogénea c insignificante.
duciendo en él la discordancia, es, unas veces las sensaciones venidas En los asuntos prácticos, el plan y las decisiones más importantes
de fuera, otras un pensamiento que mediante la asociación expulsa a determinan primero de un modo general; luego se colocan otras
otro, o, finalmente el propio intelecto que no es cap az de fijarse mu­ que deberán servir de medios para llegar al fin; a éstas se subordinan
cho tiempo y con constancia en un objeto, como el ojo, que cuando ^ >U vez otras, y así sucesivamente, hasta los últimos detalles concre*
mira muy insistentemente a una cosa acaba por no ver distintamente, ^ de lo que se ha de ejecutar; pero en la ejecución el orden no co-
porque los contornos se borran y confunden y el objeto se desvanece. ^sponde a la importancia; mientras nos ocupamos en el plan gene-
Del mismo modo, si pensamos demasiado tiempo sobre un mismo ob­ ^ tenemos que luchar con los más ínfimos detalles y las dificultades
jeto, la reflexión va haciéndose gradualmente más confusa, hasta em­ ^ momento, lo cual hace que nuestra conciencia sea cada vez más
botarse completamente. Así, al cabo de algún tiempo, cuya duración Inestable. En general, las ocupaciones teóricas del espíritu nos hacen
varía según los individuos, habrenxos de suspender momentánea* **^^>aces para los negocios prácticos, y viceversa.
104 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N LA V O L U N T A D EN T A N T O O B JE T O D E L C O N O C IM IE N T O 105

Como consecuencia de esta dispersión y fragmentación del pensa­ fXi el cual ora se refleja un objeto, ora otro, o todo lo más la de un
miento y de la mezcla que de ahí se sigue de las representaciones más espejo convexo, cuyos rayos convergen en un punto imaginario situa­
heterogéneas, condición inherente de toda inteligencia, hasta la do detrás de su superficie. En la conciencia, lo que hay de permanen­
más elevada, resulta que en realidad no poseemos más que una semi- te e invariable es la voluntad. Esta es lo que retiene y relaciona, como
conciencia (halbe Bcsinnung) con la cual marchamos a tientas por el labe­ 0 }cdios para sus ñnes, los pensamientos y las representaciones, colo-
rinto de la vida y entre las tinieblas de nuestras investigaciones. Algunos j^ándolos con los matices de su carácter, de su disposición y de su
instantes lúcidos iluminan, como relámpagos, nuestro camino. Pero, interés, guiando la atención y teniendo en sus manos el hilo de los mo-
en general, ¿qué puede esperarse del cerebro humano, cuando aun dvos, cuya influencia pone en movimiento la memoria y la asociación
los mejores organizados son por la noche teatro de los ensueños más de ideas. De ella se trata en el fondo siempre que en un juicio se
extravagantes y absurdos, al salir de los cuales hay que reanudar el enuncia ‘ ‘yo” . Ella es el verdadero y último principio de unidad de
curso interrumpido de las meditaciones anteriores? Es evidente que la conciencia, el nexo de todos sus actos y funciones; mas ella en sí
una conciencia sujeta a restricciones tan considerables es poco apro­ no pertenece al intelecto; es su raíz, su origen, y su soberano.
piada para penetrar el enigma del mundo, y esta pretensión parecería la form a dtl tiempo^ de la dimensión única de la serie de representa*
insensata y digna de compasión a seres de especie superior, cuyo inte­ ciones, en virtud de la cual el intelecto, para concebir una cosa, nece­
lecto no se haUara sometido a la forma del tiempo y cuyo pensamien­ sita abandonar todas las demás, síguese, además de la dispersión, el
to tuviese integridad y unidad reales. Y aún es para maravillarse que olvido. La mayor parte de lo que el intelecto deja escapar no vuelve
esa mezcla tan heterogénea de representaciones y pensamientos no jamás a recobrarlo, tanto más cuanto esta recuperación está ligada
nos desconcierte del todo y que podamos orientarnos y armonizarnos al principio de razón y, por consiguiente, necesita ser determinada
cn medio de esa confusión. Es indudable que debe haber un hilo por motivos o por la asociación de ideas. Sin embargo, puede esta de­
único, en el cual se va engarzando todo; pero ¿cuál es ese hilo? Por terminación ser ocasionada por una circunstancia tanto más lejana
sí sola es insuficiente la memoria, por ser limitada y además imper­ e insignificante, cuanto más nos interese el asunto. La memoria no
fecta e infiel. El^o lógico y la unidad sintética trascendental de la apercepción es un almacén, sino sencillamente la facultad, adquirida con el ejerci*
son expresiones que no aclaran ciertamente el asunto.^^ Al contra­ ció, de reproducir las representaciones cuando es menester, y esas re­
rio, algunos echarán de ver aquello de: “ En verdad, vuestra barba presentaciones, para que no se pierdan con el tiempo, han de ser man­
es crespa, pero no levanta los cerrojos” (Goethe, Faust, I, vera. 671]. tenidas en ejercicio por una repetición frecuente de las mismas. El
La afirmación de Kant '‘elyo pienso debe acompañar a todas nuestras laber, por consiguiente, aun cn el cerebro mejor organizado, no exis­
representaciones” es insuficiente, pues el yo es una cantidad desco­ te más que virtualiter, a modo de una facultad adquirida de reproducir
nocida, es un misterio. Ese algo que da unidad y cohesión a la con­ las representaciones conocidas; pero actualiter está limitado a una re-
ciencia, que pasa a través de todas las representaciones, que es su {H^sentación única, y en un momento dado no puede tener concien­
substrato y su portador, no puede estar a su vez condicionado por cia más que de ella. De aquí el contraste entre lo que se sabe en po­
la conciencia, ni ser, por lo tanto, una representación, Debe ser el tencia y lo que se sabe en acto, es decir, entre el saber y lo que se pien­
prius de la conciencia, la raíz de! árbol cuyo fruto es aquélla, Es la sa en cada momento. Aquello constituye una masa inmensa y caótica,
voluntad. Sólo ella es inmutable y absolutamente idéntica, y ella ha ^ o un pensamiento único y claro. Entre ambas cosas hay la misma
producido la conciencia para sus fines. Ella es también aquello que ^]^aaón que entre las innúmeras estrellas del firmamento y el campo
le da su unidad y mantiene la cohesión entre las representaciones y h ita d o del telescopio.
los pensamientos: los conduce como un bajo continuo. Sin ella, el in­
telecto no tendría mayor unidad de la conciencia que la de un espejo, Kparamos cn el origen y destino del intelecto no nos sorprende-
que sea tan deficiente su naturaleza. El intelecto ha sido creado
El concepto kanliano de la unidad sintéilca de la apercepción no sólo nr) sc^ucio- el servicio de una voluntad individual; por consiguiente, está
na el problema aquí planicado, sino que ni siquiera pretende hacerlo, Kani no ^^■tinado a conocer los objetos sólo en cuanto suministran motivos
ba en él aquello que pueda perraitimo» explicar la sucesión de representaciones q
eaa voluntad, y no a profundizar en dichos objetos ni a descubrir
pasan por nuestra conciencia. Con él se trata simplemente de consignar ia
más elemental de nuestra Taculiad de sintetizar representaciones, a saber: el referin** l^üitima esencia. El intelecto humano no es más que una ampliación
todas a una sola conciencia, a la unidad de ia conciencia. ^ intelecto de los animales, y así como en éstos se halla limitado
106 E L M U N D O C O M O R E P R E SE N T A C IÓ N

por completo al presente, eJ nuestro conserva huellas bien notorias


de esta limitación. Por eso es tan imperfecta nuestra memoria; Segunda P a rte
¡cuán poco podemos recordar lo que hemos hecho, vivido, aprendido,
leído!, y esto con mucho esfuerzo e imperfección. Por la misma EL M UNDO C O M O VOLUN TAD.
razón es tan difícil sustraerse a las impresiones del momento. LA O BJETIV A C IÓ N DE LA VOLUNTAD
El estado primitivo y natural de todos los seres es la inconsciencia
y ella es también la raíz de donde nace como suprema floración la
conciencia, por lo cual también en ella predomina. [MVR, II, C.
XV.1
I. IN S U F IC IE N C IA D E L A E X P L IC A C IO N
C IE N T ÍF IC A

;^{^i£NDO a la vista la representación intuitiva, trataremos de cono­


cer su contenido, sus determinaciones más concretas y las formas que
Qos presenta. Trataremos muy especialmente de precisar su significa­
ción propia, es decir, aquello por lo cual las imágenes que nos ofrece
go pasan por delante de nosotros como cuadros extraños y mudos
sino que nos hablan directamente y despiertan en nosotros un interés
que nos absorbe por entero.
Si volvemos los ojos a la matemática, a las ciencias naturales y a
la filosofía, con la esperanza de que nos den en parte la explicación
que buscamos, veremos que la última semeja un monstruo de mu­
chas cabezas, cada una de las cuales habla un lenguaje diferente.
Ciertamente que no todo es discrepancia en el punto que aquí nos
^ u p a , o sea la significación de la representación intuitiva, pues con
lexcepción de los escépticcfs y los idealistas, los demás están de acuer­
do en hablar de un objeto que sirve d e fundamento a la representación
y que difiere de ella esencialmente, pero que al mismo tiempo se
[parece tanto a ella en todas sus partes como un huevo a otro. Sin
bargo, nada salimos ganando con esto, pues no sabemos cómo
tinguir el objeto de su representación, sino que, por el contra­
rio, sabemos que ambos son una misma cosa, puesto que todo ob­
jeto supone siempre y necesariamente un sujeto, y de aquí que sólo
sea representación; y así nosotros hemos reconocido conveniente-
meme el ser objeto como la forma más general de la representación,
que no es otra cosa que la escisión de un objeto y un sujeto. Además,
el principio de razón es también forma de la representación, es de-
. cir, el nexo regular de una representación con otra, pero no la conexión
f de toda la serie finita o infinita de representaciones con algo que no
•ea representación y que, por lo tanto, no pueda ser representable.
Si ahora tratamos de obtener, con arreglo a las matemáticas, el co*
pocimiento más detallado que buscamois de las representaciones in*
Witivas, hasta ahora sólo conocidas por nosotros en lo que atañe a
forma, aquéllas sólo nos hablan de éstas en cuanto llenan el tiempo
y el espacio, esto es, en cuanto son magnitudes. Nos dan exactamente
los datos cuantitativos y extensivos; pero corno éstos siempre son me-
Peínente relativos, es decir, no consisten más que en la comparación
Una representación con otra y esto sólo por lo que respecta a la
Snitud, no podemos encontrar aquí la explicación que buscamos,
por último, dirigimos la mirada al vasto campo de las ciencias

109
no EL M UNDO C O M O VOLUNTAD IN SU F IC IE N C IA D E LA E X P L IC A C IÓ N C IE N T ÍF IC A 111

naturales, dividido en múltiples áreas, podremos distinguir ante todo es decir, predice qué fenómeno se producirá necesariamente en
dos principales dominios. En efecto, las ciencias naturales, o son des­ tal momento y en tal lugar; por consiguiente, determina su lugar en el
cripción de formas que llamaremos mojfologia, o explicación de trans­ tiempo y en el espacio, según una ley, cuyo contenido concreto nos
formaciones, que llamaremos etiología. La primera estudia las formas ha suministrado la experiencia, pero cuya forma y necesidad nos son
permanentes, la segunda las transformaciones de la materia según la ¿^nocidas independientemente de la experiencia. Pero sobre la esen­
ley que rige el paso de una forma a otra. La primera es lo que se ha cia interior del fenómeno no nos dan estas ciencias la menor noticia.
llámado, si bien impropiamente, historia natural, en toda su exten­ Esta esencia interior es denominada fiterza natural y está completamente
sión. Como botánica y zoología nos describe las diferentes formas or­ fuera del campo de la explicación etiológica. La inmutable constancia
gánicas permanentes y perfectamente determinadas a través de los con la cual se da la manifestación de tal fuerza, siempre que se den
incesantes cambios de los individuos, las cuales constituyen gran par­ las condiciones a que obedece, se denomina natural. Esta ley natu­
te del contenido de la representación intuitiva. Esta ciencia las aísla, r a l, estas condiciones y aquella manifestación referida a un determi­
asocia, clasifica y ordena según sistemas naturales y artificiales, sub- nado tiempo y a un determinado lugar, son empero todo lo que nos
sumiéndolas bajo conceptos que hacen posible su conocimiento y su enseña y nos puede enseñar. La fuerza misma que se manifiesta, la
visión de conjunto. Además nos descubre una analogía infinitamente esencia interior de los fenómenos sujetos a dicha ley es para la ciencia
matizada de las mismas {unití de pían), en virtud de la cual se parecen iin misterio, una cosa extraña y desconocida, tanto en los fenómenos
a un tema con infinitas variaciones, El paso de la materia por más sencillos como en los más complicados. Pues si bien la etiología
aquellas formas, es decir, el nacimiento de los individuos, no es una ha realizado hasta ahora sus fines de la manera más perfecta en la
parte principal de este estudio, pues cada individuo procede de otro mecánica y de la manera más imperfecta en la fisiología, sin embar­
semejante a él por vía de generación, la cual, en todas partes igual­ go, la fuerza en virtud de la cual una piedra cae al suelo o un cuerpo
mente misteriosa, se ha sustraído hasta ahora a una clara compren­ choca con otro, es tan desconocida y misteriosa en cuanto a su esen­
sión; pero lo poco que de ella se sabe encuentra su lugar en la fisiolo­ cia como la que produce el movimiento y el desarrollo de un animal.
gía, que ya pertenece a las ciencias naturales etiológicas, A éstas La mecánica supone la materia, la gravedad, la impenetrabilidad, la
tiende ya la mineralogía, que en su mayor parte está comprendida comunicación del movimiento por el choque, la dureza, etc., como
dentro de la morfología, particularmente ahí donde es geología. Etio­ insondables [unergrundlick],'' las llama fuerzas naturales y denomina
logía propiamente dicha son todas las ramas de la ciencia natural que ley natural a su aparición regular y necesaria bajo ciertas condicio­
tienen como objeto principal el conocimiento de la causa y el efecto; nes, y luego empieza su explicación, que consiste en indicar con fiel
ellas nos enseñan cómo, en virtud de una regla indefectible, a un esta­ y matemática exactitud cómo, dónde y cuándo se ha de manifestar
do de la materia sucede necesariamente otro determinado; cómo una cada fuerza y en reducir cada fenómeno a una de estas fuerzas. Lo
variación dada produce y condiciona otra variación determinada; y mismo hacen la física, la química y la fisiología en sus dominios, sólo
este testimonio se llama explicación. Aquí encontramos principalmente que éstas presuponen aún más y explican menos. Según esto, la más
a la mecánica, a la física, a la química y a la fisiología. completa explicación etiológica de todos los fenómenos naturales no
Si nos entregamos a sus enseñanzas, pronto caeremos en la cuenta ^ría más que un registro de fuerzas inexplicables y una indicación
de que la información que sobre todo buscEunos nosotros no la encon­ Kgura de la ley según la cual la aparición de estas fuerzas se efectúa
traremos más en la etiología que en la morfología. Esta última nos el tiempo y en el espacio, es decir, se suceden y ceden el paso las
da a conocer una infinita variedad de formas en las cuales encontra­
mos un innegable parecido de familia, representaciones que, para
' significa por lo genera] sin forillo o insondftbJe. Sin emb&rgo en
nosotros, por esta vía nos son completamente extrañas, y cuando así ^ contexto en el cual aparece aquí cobra múltiples significacionei, puea ae erata de un
las consideramos nos parecen otros tantos jeroglifos indescifrables. •*íjeiivo proveniente del austanilvo ‘ 'Grund", que «ignifica a la vez fondo, fundamen-
— La etiología, en cambio, nos enseña que según la ley de causa y cauta y razón de ser; conceptos que Juegan un papel esencia] en el fragmento anota-
to un determinado estado de la materia acarrea necesariamente otro y - A if pues, al caliricar Schopenhaucr a las fuercaa naturales de insondables quiere
<iue no pueden ser explicadas por la ciencias naturales que operan de acuerdo
de este modo lo explica, con lo cual ha realizado su misión. Pero en
^ el principio de razón suficiente determinando las causas de sus objetos, que ya no
el fondo no hace otra cosa sino indicar el orden regular en que apar®' un fundamcnto, tanto por ser algo que rebasa nuestras facultades cognoscitivas
ceñ ios estados en el tiempo y en el espacio, y esto para todos los c®' Permanece en la oscuridad, como por ser el principio de toda explicación científica.
112 E L M UNDO C O M O VOLUN TAD IN SU F IC IE N C IA D E LA E X P L IC A C IÓ N C IE N T ÍF IC A 113

unas a las otras. Pero la esencia interior de estas fuerzas que así apa­ fia ra de días. Cualquiera que sea la forma de nuestra investiga-
recen, queda siempre sin explicar, porque la ley a la que obedecen no ^ j j DOencontraremos más que imágenes y nombres. Nos parecemos
nos la revela y no pasa de establecer el orden de su aparición. Podría­ g aqud que para entrar en una fortaleza diese vueltas alrededor de
mos compararla al corte de un mármol que nos muestra muchas vetas ^ buscando en vano una entrada y mientras tanto dibujase las fa-
unas al lado de otras, pero que no nos deja seguir el curso de és­ chadas.^ Y , sin embargo, éste es el camino que han tomado todos
tas, desde el interior a la superficie de la piedra. Y si se me permite [ot filósofos que me han precedido. [MVR, 1 / 1 7 ]
una comparación cn tono de broma, el filósofo se encuentra frente
a la etiología de la naturaleza entera en la situación de un hombre
que sin saber cómo se introdujese en una sociedad completamente
desconocida para él, y cuyos individuos le fuesen presentando de uno
en otro como a un pariente o como a un amigo, hasta que llegase a
conocerlos a todos: al ser presentado a cada uno de ellos y cumpli­
mentarles diría para sí: “ pero, ¿cómo diablos me he metido yo entre
esta gente?”
Por consiguiente, tampoco la etiología puede darnos la explicación
deseada sobre aquellos fenómenos que conocemos como nuestras re­
presentaciones. Pues siguiendo sus explicaciones aquéllas no dejan de
ser meras representaciones que nos resulteui del todo extrañas y cuya
significación no comprendemos. El nexo causal sólo nos da la regla
y ordenación relativa a su aparición en el tiempo y en el espacio, pero
no nos hace conocer más de cerca lo que así aparece^ Además de esto,
la ley de causalidad sólo tiene validez para las representaciones, para
objetos de una determinada clase bajo cuya suposición tiene solamen­
te sentido; por consiguiente, ella, tanto como estos objetos mismos,
sólo existen en relación con un sujeto, es decir, de una manera condi­
cionada y por lo mismo, tanto en el caso cn que partamos del sujeto,
es decir, a p ñ o r i, como si partimos del objeto, es decir, a p o sterio ri
como Kant nos enseña.
Pero lo que nos mueve a esta investigación es que no nos basta sa*
ber que tenemos representaciones y que éstas son de tal o cual modo
y están regidas por estas o aquelJas leyes cuya expresión general es
el principio de razón. Queremos saber lo que significan dichas repre­
sentaciones: preguntamos si este mundo no es más que representa*
ción, en cuyo caso sería como un sueño insustancial o una ficción
fantasmal y no merecería nuestra estimación, o si es otra cosa además
y en qué consiste esta otra cosa. Lo cierto es que aquello por lo que
se pregunta debe ser algo completamente distinto de la representa­
ción y sustraerse por lo mismo a sus formas y leyes, y que, por lo tan­
to, para llegar a este algo partiendo de la representación, no nos pue­
den servir de guía esas leyes que sólo sirven para unir objetos o sea
representaciones unas con otras y que no son fundamentalmente mas
que las formas del principio de razón.
Ya vemos por esto que no podemos Uegar a la esencia de las cosas ^ * T . J . Reed considera qur n ta imagen influyó a Kafka en su concepción de E l
V íase: K ^ka-H andhvtk. II. Alfred Kroner W rlag . Sfutigart. 1979. p. +43.
LA V O L U N T A D Y E L C U E R P O 113

cuerpo no son dos estados diferentes, conocidos objetivamente y uni­


II. L A V O L U N T A D Y E L C U E R P O dos por la ley de causalidad, no están en la relación de causa y efecto,
iíjio que son una y la misma cosa que se da de dos maneras completa-
fuente distintas: una vez inmediatamente y otra en la intuición para
La s i g n i f i c a c i ó n del mundo que se me da sólo como mi represen­ entendimiento. La acción del cuerpo no es otra cosa que el acto
tación, o el paso de este mundo en tanto pura representación del su­ Je voluntad objetivado, es decir, dado en la intuición. Además, ya
jeto cognoscente a lo que pueda ser independientemente de éste, ja­ veremos que esto mismo se puede decir de cada uno de los movimien­
más se encontraría, si el investigador mismo no fuera más que puro tos del cuerpo, no sólo de los motivados, sino también de los involun-
sujeto cognoscente, algo así como una cabeza alada sin cuerpo, Pero t^ o s y ocasionados por estímulos; en suma, que el cuerpo entero no
tiene sus raíces en dicho mundo, se encuentra en él como indh/iduo; el otra cosa que la voluntad objetivada, es decir, convertida en reprc-
su conocimiento, sostén indispensable del mundo entero, en cuanto ^ntación. [MVR, I , / 18]
éste es representación, está mediatizado por un cuerpo, cuyas afec­
ciones, como queda demostrado,* son para el entendimiento el pun­
to de partida de la intuición de dicho mundo. Para el puro sujeto del
conocimiento como tal, este cuerpo es una representación entre otras El conocimiento que ya tengo de mi voluntad, si bien es inmediato,
muchas, un objeto entre objetos; los movimientos, las acciones de QO se puede, sin embargo, separar de mi cuerpo. Yo conozco mi vo­
este cuerpo no le son conocidas, sino como los cambios de lodos los luntad, no en su totalidad, no como unidad, no según su esencia aca­
demás objetos intuitivos, y le serían tan extraños e incomprensibles bada, sino solamente en sus actos particulares; así, pues, en el tiempo
como éstos si no penetrase su sentido por otra vía completamente dis­ que es la forma fenoménica de mi cuerpo como de todo objeto; de
tinta. Por otra parte, ve sus acciones ocurrir por motivos dados, con aquí que el cuerpo sea la condición del conocimiento de mi voluntad.
la constancia de una ley natural, lo mismo que las vaHaciones de los Sin mi cuerpo yo no puedo representarme realmente mi volun­
demás objetos por causas, estímulos y motivos. No comprendería el tad. [MVR, I, / 18]
influjo de los motivos, sino como el nexo de cualquier otro efecto con
su causa. Llamaría a la esencia interior e incomprensible de aquellas
manifestaciones y acciones de su cuerpo, una fuerza, una cualidad
o un carácter, según se le ocurriese, pero no sabría más respecto de Ck)mo ser en sí del propio cuerpo, como aquello que es este cuerpo,
ella. Pero no es así, sino que, por el contrario, al individuo, sujeto independientemente de ser objeto de la intuición, representación, se
fenoménico del conocer, le es dada la clave del enigma en la palabra manifiesta, como hemos dicho, la voluntad en los movimientos vo­
voluntad. Ésta y sólo ésta le proporciona la llave de su propio fenóme­ luntarios del cuerpo en cuanto éstos no son otra cosa que la visibili­
no. le revela el sentido, le muestra el mecanismo interior de su ser, dad de los actos voluntarios particulares, con los cuales aparecen in­
de su acción, de sus moWmientos. Al sujeto del conocer, que por su mediata y completamente como uno y lo mismo con ellos y sólo
identidad con el cuerpo aparece como individuo, le es dado este cuer­ distinguibles de ellos por la forma de la cognoscibilidad que adquie­
po de dos maneras diferentes: una vez como representación en la in­ ren, o sea la forma representativa.
tuición del entendimiento, como otyeto entre objetos y sometido a Pero estos actos de voluntad tienen siempre una razón fuera de sí
las leyes de éstos; pero simultáneamente se le da de otra manera, del en motivos. Sin embargo, ios motivos no determinan más que lo que yo
todo diferente, a saber: como aquello que cada uno de nosotros co­ quiero cn esU momerfto, en € S te lugar, bajo estas circunstancias, pero
nocemos inmediatamente y que expresamos con la palabra voluntad. el hecho de querer en general y tampoco aquello que quiero en
Todo acto verdadero de su voluntad es al mismo tiempo y necesaria­ Seneral, es decir, la máxima que caracteriza mi voluntad íntegra. De
mente también un movimiento de su cuerpo; no puede realmente que no se pueda explicar mi voluntad, de acuerdo con su esencia,
querer el acto sin percibir simultáneamente que ese acto aparece motivos, pues éstos determman solamente su manifestación en
como movimiento de su cuerpo. El acto de voluntad y la acción del momento dado, son sólo la ocasión en la cual se muestra mi vo-
^ ta d ; ésta, en cambio, cae fuera del campo de la ley de la motiva-
* Véase en esta antología: primera parte, III, 6, La intelectualidad de la intuición. sólo su manifestación en cada momento está determinada ne­

114
116 EL M UN DO C O M O VOLUN TAD LA V O L U N T A D Y E L C U E R P O 117

cesariamente por ésta. Únicamente bajo el supuesto de mi carácter ticular del cuerpo son los actos singulares de la voluntad. Es decir,
empírico/ es el motivo razón suficiente de explicación de mis actos; todo el cuerpo no debe ser más que mi volimtad, que se hace visi-
pero si hago abstracción de mi carácter y me pregunto por qué quiero debe ser mi voluntad misma, en cuanto este objeto intuitivo es
o no quiero esto, no encuentro respuesta posible, porque precisamen­ una representación de la primera clase.
te lo único que está subordinado al principio de razón es el fenómeno
de la voluntad, pero no ella misma, que en sí carece de razón. £n verdad, si bien muy imperfectamente, podemos explicar el ori-
Por el momento he de señalar que la fundamentación de un geo, y aún mejor el desarrollo y !a conservación de nuestro propio
fenómeno por otro (aquí el acto por el motivo) no se opone en nada cuerpo por un pnx:edímiento etiológico, que es lo que se llama fisio­
a que su ser en sí sea la voluntad, la cual no obedece a razón alguna, logía» pero ésta sólo explica su objeto como los motivos explican la
porque el principio de razón en todas sus figuras es sólo la forma ge­ acción. Pero así como la fundamentación de los actos aislados por el
neral del conocimiento, y su validez, por to tanto, sólo se extiende a la niotivo y la secuencia necesaria de los mismos no impide que el acto
representación, al fenómeno, a la visibilidad de la voluntad, no a en general, y en cuanto a su esencia, sólo sea manifestación de una
ésta misma que se hace visible. voluntad que no tiene en sí razón de ser, tampoco la explicación fbio-
Ahora bien, si cada acto de mi cu c rj» es el fenómeno de un acto lógica del funcionamiento del cuerpo se opone a la verdad filosófica
de la voluntad en el cual se expresa bajo determinados motivos mi vo­ de que la existencia entera de este cuerpo y la serie toda de sus funcio­
luntad en general y en su totalidad, es decir, mi carácter, la condición nes sólo sea la objetivación de aquella voluntad que se manifíesta en
y el supuesto de cada acción deberá ser fenómeno de la voluntad, Us acciones exteriores del cuerpo en función de los motivos. [M V/t,
pues su manifestación no puede depender de cosa alguna que no i.m
dependa a su vez de mi carácter, pues en tal caso su manifestarse
serfa contingente; y esa condición es el cuerpo entero. Éste, por
lo tanto, debe ser fenómeno de la voluntad y deb¿ relacionarse con
mi voluntad íntegra, ea decir, con mi carácter inteligible, cuyo fe­
nómeno en el tiempo es mi carácter empírico, como la acción par­

* Como podrá leerse en el segundo de los párrafos que siguen a éste, el carácter em-
píHco es la manifestación en el tiempo de la forma peculiar del querer de cada indivi­
duo, forma que Schopenhauer denomina, siguiendo la terminología kantiana, “ carác­
ter inteligible". Este último es lo que correspK>nde al ser en sí del individuo, y en tanto
tal queda fuera de la representación, pero constituye la condición de todas las manifes­
taciones de la vcjluntad de un sujeto, es decir, de lodos los actos que podemos observar,
ea eaa máxima a la cual se acalsa de harer referencia, que caracterica a la voluntad
de cada cual y que carece de razón de ser en la medida en que no pertenece al mundo
como representación. Este carácter inteligible es lo que determina el que una persona
responda de tal o cual manera ante determinadoa motivoa, pero no se agota en esas
reacciones. El carácter empírico es por el contrario el conjunto de actos que podemos
observar, el conjunto de las manifestaciones de aquella forma del querer estimulada por
ciertos motivos, desarrollada en el mundo espacio-temporal, y por lo tanto, siempf<
configurada por ese tipo de cauaaa que Schopenhauer Ihtma “ motivos” . La diferenct^
entre el cáracier inteligible y el empírico resalta si lomamos en consideración que al
carácter inteligible de cada individuo le podrían corresponder m últiiJes caracteres em­
píricos determinados por diferentes series de motivos.
Tomando en consideración estos i^os aspectos del carácter la siguiente ocurrencia de
este término en el párrafo que estamos anotando no debe entenderse como carácter
en general, sino sólo como carácter empírico.
En cuando al origen de estos términos en la filosofía kantiana, v£ase: CrílicA "
m ón pn etica, primera parte, segundo libro, C . 3, Aclaración crítica a la analític* ^
la raeón pura práctica, 174-I7B.
T R A N S IT O D E LA V O L U N T A D IN D IV ID U A L 119

Eí egoísmo teórico no se puede refutar con argumentaciones. Sin


I II . T R A N S IT O D E LA V O L U N T A D IN D IV ID U A L enibai^» en la filosofía no ha sido empleado de hecho más que como
A LA V O L U N T A D U N IV E R S A L jofísta escéptico, es decir, como ficción. Como convicción seria sólo
\t podríamos encontrar en los manicomios, y en esos casos no necesi­
taría pruebas, sino cura.
E l S U J E T O que conoce precisamente por esta su relación a un cuerpo

que considerado fuera de esta relación es sólo una representación fío cabc, pues, duda alguna de que poseemos un doble conocimien­
como las restantes, es individuo. Pero la relación, en virtud de la cual to la esencia y actividad de nuestro cuerpo, el cual obtenemos
el sujeto que conoce es un individw, se da solamente entre él y una por dos vías enteramente distintas. Esto nos ha de servir de clave
sola de sus representaciones; de aquí que tenga conciencia de ésta, conocer la esencia de todos los fenómenos de la naturaleza,
no sólo como representación, sino de otro modo; como voluntad. y para estimar por analogía con nuestro cuerpo todos los demás obje­
Mas sí hacemos abstracción de aquella relación especial, de aquel do­ tos, es decir, todos aquellos objetos que conocemos simplemente
ble y heterogéneo conocimiento de lo uno y de lo mismo, entonces como representaciones. Por consiguiente, hemos de admitir que si
aquella unidad, el cuerpo, es una representación igual a todas las de­ por una parte son como nuestro cuerpo, representaciones, y en esto
más representaciones. Por consiguiente, el individuo que conoce, se parecen a él, por otra, cuando se hace abstracción de su existencia
para orientarse en este punto, o tiene que admitir que lo distintivo como representaciones del sujeto, lo que de ellos queda debe ser lo
en aquella representación consiste en que su conocimiento está con mismo que en nosotros llamamos voluntad. Pues, ¿qué otro género
ella en esta doble relación, pero que el objeto en sí mismo no es dis­ de existencia o realidad podríamos atribuir al resto del mundo mate­
tinto de los demás, sino que la diferencia sólo se explica por la dife­ rial? ¿De dónde tomar los elementos para reconstituirle? Fuera de la
rente relación que guarda con su conocimiento, o tiene que convenir voluntad y de la representación no conocemos nada ni podemos con­
en que dicho objeto es esencialmente distinto de todos los demás, que cebir natía. Si queremos atribuir al mundo material, que nos es dado
sólo él entre todos los otros es voluntad y representación a la vez, 8(^0 en la representación, la más alta realidad que nos es conocida,
mientras que éstos, son sólo representación, es decir, meros fantas­ entonces le atribuimos la realidad que para cada uno de nosotros tie­
mas. y su cuerpo el único individuo real en el mundo, es decir, la ne nuestro cuerpo; pues para cada cual esto es lo más real. Y si anali­
única manifestación de ia voluntad y el único objeto inmediato del zamos la realidad de nuestro cuerpo y de sus actos no hallaremos,
sujeto. aparte de nuestra representación, más que la voluntad: con ésta
Que los demás objetos, considerados como meras representaciones, w realidad está agotada. En pane ninguna podríamos encontrar otra
son ¡guales a su cuerpo, es decir llenan como éste (en cuanto sólo es realidad que atribuir al mundo material. Si, pues, el mundo corpóreo
posible percibirle como representación) el espacio, y obran como él ha de ser algo más que mera representación nuestra, tenemos que
cn el espacio, es cosa que se puede demostrar a priori por la ley de convenir que además de la representación, es, en sí y en cuanto a
causalidad que rige las representaciones y según la cual no hay efecto »u esencia íntima, lo mismo que hallamos inmediatamente en noso­
sin causa; pero, sin tomar en cuenta que por el efecto sólo se infiere tros como voluntad. [MVR, I, / 19]
una causa en general, y no una misma causa, estamos siempre en el
terreno de la mera representación, el único para el cual vale la ley
de causalidad, y, por lo tanto, no pKKlemos salir de la representación-
Pero la cuestión de si los objetos conocidos por el individuo sólo como Si por medio de estas consideraciones hemos conseguido elevar a
representaciones son además, al igual que su cuerpo, manifestaciones Conocimiento abstracto, y ptor lo tanto, claro y seguro, el conocimien­
de una voluntad, es lo que constituye el problema de la realidad del to que cada uno de nosotros tiene in concreto, esto es, posee como sen-
mundo exterior. Negar esta realidad es el sentido del egoísmo teórico, c i e n t o , a saber: que el ser cn sí de su propio fenómeno, el cual se
el cual toma por fantasmas todas las representaciones, excepto la del le da como representación, tanto por sus actos como por su cuerpo,
propio individuo, que es lo que hace el egoísmo práctico respecto a f'iítrato de aquéllos, es su voluntad, que constituye el elemento más
la conducta al tratar y considerar a la propia persona como lo único ^^ediato de su conciencia, y como tal no se ciñe a la forma de la
real, y a todas las demás como meros fantasmas. *^rescntación, en la cual el objeto y el sujeto se oponen entre sí, sino
lie
120 E L M U N D O C O M O VOLUN TAD
T R A N S IT O D E LA V O L U N T A D IN D IV ID U A L 121

que se revela de una manera inmediata, en la cual sujeto y objeto se error el que no fuese capaz de dar al concepto de voluntad esta mayor
confunden y que, sin embargo, no se manifiesta al individuo en su extensión que aquí le asignamos y quisiera entender por la palabra
totalidad, sino sólo en sus actos particulares; si. como digo, el lector ^'voluntad” exclusivamente la única especie designada hasta el día
ha llegado conmigo a esta convición, tendrá ya la clave para el cono­ por ella, es decir, la voluntad que va acompañada de conocimiento
cimiento de la esencia interior de la naturaleza entera, aunque ésta y se maniriesta sólo mediante motivos, y por motivos abstractos, por
no se le presente sino unilateralmente, es decir, como fenómeno, consiguiente, bajo la dirección de la razón, siendo ésta, como hemos
como representación. Y no sólo reconocerá esta propia esencia, la vo' dicho, la manifestación más clara de la voluntad. [MVR, I, / 22)
luntad, en los fenómenos semejantes al suyo, como los demás hom­
bres y los animales, sino que una reflexión sostenida le convencerá
de que la fuerza que palpita en las plantas y los vegetales y aun la
que da cohesión al cristal, la que hace girar a la aguja magnética ha­ Hasta la fecha no se han considerado como manifestaciones de la
cia el polo Norte, aquella que brota al contacto de metales heterogé­ voluntad más que aquellas modificaciones que no tienen otra causa
neos, la que se revela en las afinidades de las sustancias como atrac­ más que el motivo, es decir, la representación.^ de aquí que en la
ción y repulsión, unión y separación y hasta, en último término, la naturaleza no se atribuya voluntad más que al hombre y en todo caso
gravedad que tan poderosa se manifiesta en toda clase de materia y mloa animales, porque el conocer, el representar, es indudablemente,
que atrae la piedra hacia la Tierra y la Tierra hacia el Sol; todas ellas como ya he dicho en otra parte, carácter exclusivo de la animalidad.
sólo son diferentes en el fenómeno pero esencialmente son lo mismo, Pero que la voluntad también existe allí donde no se encuentra cono­
son aquello mismo que él conoce inmediatamente de modo tan ínti­ cimiento que la dirija, nos lo demuestra el instinto y la destreza de
mo y superior a todo lo demás, aquello que con la máxima nitidez los animales. El hecho de que éstos tengan representaciones y conoci-
se destaca, y se llama voluntad. Este empleo de la reflexión es lo úni­ miento, no es de tener aquí en cuenta, pues el fin al que tienden como
co que no nos deja permanecer en el fenómeno, sino que nos transla- ti fuera un motivo conocido les es completamente desconocido; de
da a la cosa en si. El fenómeno es representación y nada más; toda re­ aquí que su conducta se dé sin motivos, no siendo dirigida por la re­
presentación, de cualquier género que sea, todo olmeto, t^Jenóvuno. presentación, lo cual nos muestra de la manera más evidente que la
Sólo la voluntad e% cosa en s í ; y en cuanto tal no es representación, sino v<^untad obra aun en ausencia de todo conocimiento. El pájaro de un
algo diferente de ella, toto genere. Es aquello de lo cual toda represen­ año no tiene la menor representación de los huevos para los cuales cons-
tación, todo objeto, la apariencia, la visibilidad, es objetivación. Es lo
más íntimo, el núcleo de todo lo individual, como también del uni­ * No cootidcrar a la voluntad como una facultad dependiente de la conciencia,
dd conocimiento o de nuestras facultades representativas, es, tal vez, eJ principa] pos*
verso; aparece en cada una de las fuerzas ciegas de la naturaleza,
miado de la filosofía de Schopenhauer, aquello que le da su aspecto característico fren­
aparece también en la conducta reflexiva del hombre, que en toda su te a sus antecesores. Al menos así lo entendió él mismo en el siguiente texto: “ El rasgo
diversidad sólo se diferencia en el grado de sus manifestaciones, mas fundamental de mi docuina, to que la cd oca en contraposición ccm todas las que han
no por la esencia del fenómeno. [MVR, I, ^ 21] odstiilo, ea la total separación que establece entie la voluntad y el conocimiento, los
cuales han sido considerados por todos los filósofos que me preceden, como insepara­
bles Y hasta como condicionada la v o lu n (^ por ei conodm iento, que es para dJos el
fondo de nuestro ser espiritual, y cual una m era función por lo tanto, la voluntad del
conocimiento" voUaiiad en le natunleia, tr. M . de Unam uno, Alianza Editorial,
Hs^ta hoy no se ha reconocido la identidad de esencia de cada una Madrid, 1970, p. 62). En efecto, en término« generales ta filosofía había visto hasta
de las fuerzas que obran en la naturaleza con la voluntad, por lo cual cotonees en la voluntad una facultad mediante la cual el hombre se determina cons­
cientemente a la acción, es decir, una facultad que c ^ r a de acuerdo con fines y por lo
no se ha visto que la inmensa variedad de sus fenómenos sólo son es­ **>uo de acuerdo con representaciones. De esta manera, siempre se le concibió asociada
pecies del mismo género, sino que han sido considerados como hetero­ * U razón o al menos a deliberaciones o impresiones conscientes previas a la acción
géneos; por esto no disponemos de una palabra para la d e s i g n a c i ó n y por d io como algo opuesto a los impulsos inconscientes. Al contradecir Schopen-
del concepto d e este género. D e ahí que yo designe el género con el ^»ueresta visión, la voluntad deja de ser para él la consecuencia de un fin, la facultad
llevar a cabo algo previamente representado, y se convierte en un impulso, en una
nombre de la más excelente de sus especies, la que está más p r ó x i m a ^**crxa que ol>liga a la conciencia, al intdecto, a buscar los medios, las vías por los cua-
a nosotros y que por ser conocida inmediatamente nos lleva al conoc»* ^ fluir. Desaparece pues la oposición entre ta vduntad y d impulso, y se resuelve en
miento mediato de todas las demás. Por esto caería en un p e r p e t u o diferencia de medios y grados por los cuales aflora una misma fuerza.
122 EL M U N D O C O M O VOLUN TAD
T R Á N S IT O D E LA V O L U N T A D IN D IV ID U A L 123

truye el nido, ni la araña de la presa para la cual hace la red, ni la hor>


cía. debemos aplicaria también al mundo inorgánico, el más distante
miga león de las hormigas para las cuales cava su hoyo por primera
vez; la larva del ciervo volante^ socava su agujero en el palo donde ha ¿Je nosotros.
Sí tomamos ahora en consideración este mundo con mirada es-
de hacer su transformación, agujero de doble dimensión cuando es ma­
crvxadoTSí, si observamos el impulso poderoso e incontenible con el
cho que cuando es hembra, en el prímer caso para hacer espacio a sus
^fll 5c precipitan las corrientes de agua en los abismos, la persistencia
cuernos, de los cuales todavía no tiene ninguna representación. Es in­
CODque el imán se vuelve siempre al polo Norte, la impaciencia con
dudable que en el obrar de estos animales, como en todos sus demás
que d hierro sigue siempre al imán, y la viveza con que los i>olos de la
actos, la voluntad está presente; pero está en una actividad ciega que,
electricidad tratan de reunirse y que, lo mismo que los deseos huma*
si bien va acompañada de conocimiento, no está dirigida por éste.
00 «, se acrecienta con los obstáculos; si observamos formarse el cristal
Una vez convencidos de que la representación como motivo no es rápida y repentinamente, con tal regularidad de formación, que nos
una condición necesaria y esencial de la actividad de la voluntad, re­ indica que se trata de un decidido movimiento de expansión en todas
conoceremos fácilmente la acción de la voluntad aun en casos en que direcciones, perfectamente determinado, paralizado por el endureci­
es poco ostensible, y así, por ejemplo, la casa del caracol no nos miento; si advertimos las afinidades con que los cuerpos puestos en
parecerá obra de una voluntad extraña a la suya y dirigida por ei co­ libertad por d estado de fluidez y sustrayéndose a los lazos de la solí*
nocimiento, como no nos lo parece la casa que nosotros mismos edifi­ dez se buscan o se rehuyen, se Juntan o se separan; si, por último,
camos, sino que en ambos casos reconoceremos las dos obras como sentimos inmediatamente cómo una carga, cuyos esfuerzos retienen
producto de la actividad objetivada de la voluntad, la cual opera en nuestro cuerpo sobre la masa terrestre, lo presiona y oprime sin cesar,
nosotros por motivos y en el caracol ciegamente, como un instinto siguiendo así su único afán, no nos costará un gran esfuerzo de ima­
creador que se exterioriza. También en nosotros esta misma volun­ ginación reconocer aún a tan gran distancia de nuestro propio ser
tad obra ciegamente en todas las funciones de nuestro cuerpo que no aquello mismo que en nosotros persigue, a la luz del conocimiento,
son dirigidas por el conocimiento, en todos sus procesos vitales y ve­ sus propios fines, si bien aquí, en el más atenuado de sus fenómenos,
getativos, como digestión, circulación de la sangre, secreción, creci­ obra de una manera ciega, opaca, parcial e invariable, sin embargo,
miento, reproducción, No sólo las acciones del cuerpo, sino éste por ser una y la misma cosa en todas partes —así como las primeras
mismo es, como ya hemos demostrado, manifestación de la voluntad, luces del alba Uevan ei mismo nombre que los intensos rayos del
voluntad objetivada, voluntad concreta; todo lo que en él sucede, su­ mediodía— también aquí debe llevar el nombre de voluntad, el cual
cede por obra de la voluntad, si bien no va acompañada de conoci­ designa lo que constituye el ser en sí de todas las cosas del universo
miento, no se determina por motivos, sino que obra ciegamente por y ei núcleo exclusivo de todo fenómeno. [MVR, I, / 23]
causas que en este caso se llaman estímulosJ \MVR, I, ^ 23]

Quédanos ahora por dar el último paso: extender nuestra considera­


ción a todas aquellas fuerzas que en la naturaleza obran según leyes
generales e inmutables, con arreglo a las cuales se producen todos los
movimientos de todos los cuerpos que, careciendo en absoluto de ór­
ganos, no tienen sensibilidad para el estímulo ni conocimiento para
el motivo. La clave para comprender el ser en sí de las cosas, la única
que puede darnos el conocimiento inmediato de nuestra propia esen-

^ El Diccionario de la Real Academia Española (decimonovena edición) nos infor­


ma lo siguiente acerca de este insecto: ' ‘insecto coleóptero de unos 15 cm de larf^o.
parecido al escarabajo, de ctdor negro, con 4 alas y las mandíbulas lustrosas, ahor­
quilladas y ramosas, como los cuernos del ciervo'’ .
^ Véase en esta antología; prímera parte, III, 5. Las tres formas de la causalidad-
LA UNIDAD D E LA V O L U N T A D 125

fenómeno, es decir, a la visibilidad, a la objetivación. De ésta tene>


IV , L A U N ID A D D E LA V O L U N T A D Y L O S ipos ya un grado más alto en la planta que en la piedra; en el animal
G R A D O S D E S U O B JE T IV A C I Ó N tino más alto que en la planta; y su aparición en la visibilidad, su ob-
j^vación, va revistiendo infinitas gradaciones, como las que se dan
entre d más débil crepúsculo y la más intensa luz solar, entre el soni­
La v o l u n t a d como cosa en sí es completamente distinta de su fenó­ do cnás fuerte y el más ligero eco. Ya volveremos más adelante a tra­
meno [de su manifestación) y no se encuentra sujeta a las formas del tar de este grado de visibilidad que corresponde a su objetivación, al
mismo, a las cuales se ciñe en la medida en que se manifiesta, poj- reflejo de su esencia. Pero aún menos que la gradación de su objetiva­
lo tanto sólo afectan a su objetividad siéndole a ella misma extrañas. ción le afecta la pluralidad de fenómenos en cada uno de los diferen­
Ya la forma más general de toda representación, la de ser objeto para tes grados, esto es, el conjunto de individuos de cada forma, o las ma­
un sujeto, no le afecta; aún menos esas otras subordinadas que tienen nifestaciones aisladas de cada fuerza, porque esta pluralidad está
su expresión común en el principio de razón y a las cuales, como es condicionada inmediatamente por el tiempo y el espacio, de los cua­
sabido, pertenecen también el tiempo y el espacio y consiguiente­ les ella misma no participa. Se manifiesta íntegra tanto en un roble
mente la pluralidad, que sólo se da en estas últimas. En este sentido como en millones; su número, su multiplicación en el tiempo y en el
designaré al tiempo y al espsicio, empleando una antigua expresión to- espacio no tienen ningún sentido respecto a ella, sino sólo respecto
mafia de la escolástica, como el principium individuationis, * lo que hago a la pluralidad de los individuos que conocen en el tiempo y en el es­
notar para que se tenga en cuenta de ahora en adelante. Pues el tiem­ pacio y en ellos se multiplican y diseminan. De aquí que se pueda
po y el espacio es aquello en virtud de lo cual lo que en su esencia también afirmar que aun cuando per impossibile un ser cualquiera, el
y según el concepto es uno y lo mismo, aparece como diverso, como más insignificante, pudiera ser aniquilado, con él desaparecería el
múltiple, bien en la sucesión, bien en la simultaneidad; son, por con­ universo entero. \MVR, I, f 25]
siguiente, el principium individuationis, el objeto de tah largas disquisi­
ciones y disputas entre los escolásticos, las cuales se pueden encontrar Aquellos diversos grados de objetivación de la voluntad que en los
reunidas en Suárez {Dispuíatioms metaphysicae, 5, sectio 3). Así pues, la inntunerables individuos se expresan como inaccesibles modelos o
voluntad como cosa en sí, de acuerdo con lo dicho, está fuera del do­ como las eternas formas de las cosas, no apareciendo en d tiempo y
minio del principio de razón en todas sus formas y carece por comf^eto en el espacio, medium del individuo, sino inmóviles, no sujetos a
de causa, si bien cada una de sus manifestaciones está subordinada al cambio alg^uno, siendo siempre y no deviniendo nunca, mientras los
principio de razón; además, está libre de toda multiplicidad, si bien sus individuos nacen y mueren, siempre están llegando a ser y nunca
manifestaciones en el tiempo y el espacio son innumerables; por sí •oa, estos grados, digo, de la objetivación de la voluntad no son otra cosa
es una, pero no como es uno cualquier objeto, cuya unidad es conoci­ que las ideas de Platón. Hago esta consideración para poder usar de
da en oposición a la muitipiicidad posible; ni tampoco como es uno ahora en adelante la palabra Idea en este sentido. Así pues, habrá
el concepto que sólo por abstracción nace de lo múltiple, sino que de entenderse siempre esta palabra en el sentido auténtico y orig^ario
es una como aquello que está fuera del tiempo y del espacio, o sea del que le dio Platón, y no pensar en aquellas producciones abstractas de
principium individuationis, esto es, de la posibilidad de la pluralidad. una razón es«)lástica y dogmatizada, para cuya designación Kant
[MVR, I, j 23] empleó tan inoportuna como abusivamente aquella palabra ya cono­
La pluralidad de cosas en el espacio y en el tiempo, que es lo que cida por Platón y usada por él en sentido más apropiado.^ Entien*
constituye su objetividad^ no le afecta, por lo cual permanece, a pesar
de ella, indivisa. No hay una parte menor de ella en la piedra y una * La Idea para Platón es una entidad ideal, un objeto suprasensible, es decir, algo
parte mayor en el hombre, porque la relación de parte a todo perte­ existencia no depende de nuestra conciencia, y por lo tanto, de ninguna facultad
nece exclusivamente al espacio y carece de sentido en cuanto prescin­ ^**f>MMcítiva. Su “ status ontològico” es superior al de los objetos •ensibles, en virtud
^ inmutabilidad y de no poseer más caracteríiticas que las esencialcB, en contrapo-
dimos de esta forma intuitiva; además, el más y el menos sólo afectan * ® ^ * é n o s , qiie »e transforman permanentemente, dejando de ser lo que son. y que
expuestos a determinaciones accidentales. E iia superioridad en el orden del ser
* principio de individuación.* par» Platón que la Idea es fundamento de las cosas particular» que compar-
* Véase la noca 12 de la primera parte de esta antología. Ui propiedades de la Idea, es decir, que es aquello a lo que deben su ser las cosas

124
126 E L M U N D O C O M O V O LU N TA D
LA U N ID AD D E LA V O L U N T A D 127

do, pues, por Idea cada uno de los grados determinados y fijos de objeti­ ^i^gínarías cuyas manifestaciones se producen, es cierto, según cau-
vación de la voluntad en cuanto ésta es cosa en sí y, por tanto, ajena a n« y efectos, de tal manera que toda manifestación particular de las
la multiplicidad, grados que son respecto a las cosas individuales uiisznas tiene una causa, que a su vez es otra manifestación particu­
como sus eternas formas o modelos. {M VR, I , ^ 25] lar, U cual determina que dicha fuerza se exteriorice en un momento
c$pecifico del tiempo y del espacio; pero de ningiún modo puede ser la
fuerza efecto de una causa o causa de un efecto.

El grado inferior de objetivación de la voluntad lo representan las En los grados superiores de objetivación de la voluntad vemos apa­
fuerzas primordiales de la naturaleza, las cuales en parte aparecen en recer la individualidad, especialmente en el hombre, como la gran di­
toda materia sin excepción, como la gravedad, la impenetrabilidad; ferencia de los caracteres individuales, es decir, como personalidad
en parte se distribuyen en la materia existente en general, de tal ma­ cabal, expresada ya exteriormente por la fisonomía individual fuerte­
nera que cada una de ellas domina en ésta o aquella materia en espe­ mente marcada, la cual comprende todo el conjunto de la corporiza-
cífico, como la solidez, fluidez, elasticidad, electricidad, magnetismo, ' cíóo> Esta individualidad no se da ni con mucho en tan alto grado
propiedades químicas y cualidades de todo tipo. Son en sí manifesta­ en los animales; sólo algunos de los grados superiores tienen un aso­
ciones inmediatas de la voluntad con el mismo derecho que los actos leo de individualidad sobre la cual, sin embaído, predominan los ca­
del hombre y como tales carecen de causa al igual que el carácter del racteres genéricos y por lo mismo poseen escasa fisonomía indivi­
hombre, sólo sus fenómenos [manifestaciones] particulares están su­ dual. Guando más descendemos en la escala de los seres animados,
jetos al principio de razón como los actos humanos, pero ellas mis­ tanto más se va perdiendo toda huella de carácter individual en el
mas no pueden ser llamadas ni efectos ni causas, sino que son la con­ general de la especie, permaneciendo sólo la fisonomía de esta últi­
dición previa y supuesta de toda causa y todo efecto, por los cuales ma. Conociendo el carácter psicológico del género sabremos con bas­
su propia esencia se revela y manifiesta. Por esto es absurdo pregun­ tante exactitud lo que del individuo podemos esperar. En cambio, en
tar por la causa de la gravedad o de la electricidad; son éstas fuerzas la especie humana cada individuo tiene que ser estudiado y examina­
do a fondo por sí mismo para poder predecir su modo de proceder
sensibles, íer que les viene dado a éstas por su participación en aquélla. La idea para | alguna seguridad, lo que a causa de la posibilidad de la represen­
Kant es, por el contrario, un concepto de la razón pura, esto es, que no proviene de ]a tación, incorporada con la razón, resulta de la mayor dificultad. Pro­
experiencia, pero que, a diferencia de los conceptos puros del entendimiento, tampoco bablemente esta diferencia de la especie humana respecto de las de­
tiene aplicación legítima en la experiencia, lo cual significa dentro del sistema kanliano
más especies está relacionada con el hecho de que los surcos y
que carece de valor objetivo, es decir, no puede determinar objetivamente cosa alguna.
L a característica que distingue a estas ideas del resto de las representaciones mentales circimvoludones del cerebro, que cn los pájaros faltan completa­
es su referencia a una toialtdad o a un incondicionado, por lo cual no pueden ser utili­ mente y en los roedores son muy poco marcados todavía, en los ani­
zadas para el conocimiento de los fenómenos siempre condicionados, pero pueden ser­ males superiores son más simétricos a los dos lados del cerebro de
vir ccwno ideales hacia los cuales dirigir la actividad teórica mediante la sistematiza­ cada individuo y más constantes como en el hombre.' Además de-
ción de nuestros conocimientos, en cuyo caso adquieren un valor "regulativo” , o bien
toemos considerar como fenómeno del carácter individual que dis-
pueden servir como supuestos gracias a los cuales el hombre puede determinar moral­
mente su conducta. T res son las clases de ideas de la razón pura; 1) aquellas que signi­ ^ g u e al hombre de todos los dem^s animales, el que en éstos el
fican un sujeto pensante incondicionado, es decir, una sustancia a la cual se refieren instinto sexual se satisfaga sin elección especial, mientras que esta
todos los predicados y que no puede ser nunca considerado él mismo como predicado; «lección en el hombre, que por cierto se realiza con entera inde-
2 ) aquellas que significan la unidad absoluta de las secuencias causales de los fenóme- P®í’*dcncia de toda reflexión y de un modo instintivo, es tan fuerte-
iM», es decir, el mundo como una totalidad acabada; 3) la condición última de todos
lo« objetos que pueden ser pensaiios, lo cual se identifica para K.ani con Dios.
**iente estimulada que da lugar a la poderosa pasión. Por consiguien-
Las características que comparten estos conceptos de la razón pura con las Ideas pía* i^ n tr a s que cada hombre debe ser considerado como una
tónicas son, por un lado, el ser entidades que rebasan la experiencia, y por el otro, ”***iife8tación especialmente determinada y caracterizada de la vo-
el poder considerarse como modelos a los cuales tienden lo^ actos humanos sin pud<^‘'
nunca igualarse con ellos. Esta relación entre las Ideas y los objetos de la experiencia
(dentro de los cuales caen los actos humanos) qur para Platón vale cualesquiera sca^ * W eittd. D t [ptm ttcri] sínutara ttribri humani ei bmtantm, 1012, cap. 3 .— Cuvier,
Cuv» L e-
esos objetos, K ant la restringe a la conducta humana, esto es, a los hechos humano^ ^ lección 9 , arts. ♦ y 5. —Vicq d ’Aeyr, H istw e de ¡'acode
'academie des
con significación mora]. 1783. pp. 4 7 0 y 483.
128 EL M U N D O C O M O VOLUN TAD LA UNIDAD D E LA V O LU N TA D 129

luntad y hasta en cierto modo como una Idea, en los animales este jj^lelebranche tenia razón; toda causa natural no es más que causa
carácter individual faha en absoluto, puesto que en ellos sólo la esp«. ycesional,*® sólo da ocasión al fenómeno de esa voluntad una e indi-
d e tiene una significación propia y su huella cada vez desaparece más etencia de todas las cosas y cuya gradual objetivación constituye
cuanto más se alejan del hombre, hasta llegar a las plantas, que no el conjiinto de este mundo visible. Lo único que produce la causa,
tienen más individualidad que aquella que puede explicarse por las lo úoiióo que de ella depende es la aparición, la visibilidad en un tiem*
inñuencias favorables o desfavorables del suelo y del clima u otras cir­ po y lugar determinados, pero no d conjunto del fenómeno ni su ser
cunstancias semejantes. Por último, en el mundo inorgánico de la na­ interior« que es la voluntad misma, a la cual no es aplicable d princi­
turaleza desaparece todo vestigio de individualidad. [MVR, I, ^ 26] pio de razón y que, por tanto, carece de causa. Ninguna cosa en d
mundo tiene una causa en sentido absoluto, sino simplemente una
citusft por la cual existe aquí o allí, en éste o en aquel momento. Lo
que depende de causas es el pcxqué una piedra pesa en este momento
Cada fuerza elemental de la naturaleza no es otra cosa en su ser o manifiesta aquí solidez, allí electricidad, en otra ocasión propieda*
interior que la objetivación de la voluntad en un grado inferior. Nos­ des químicas; esto es lo que depende de influjos externos y lo que és­
otros llamamos a cada uno de estos grados una Idea eterna, en el sen­ tos pueden explicar; pero las propiedades mismas, la esencia de la
tido en que Platón usó esta palabra. Pero la ley natural es la relación cosa que ellas constituyen y que se exterioriza de modos específicos,
de la idea con la forma de su manifestación. Esta forma es tiempo» d hedió de ser como es y, en general, de existir, no tiene causa, es
espacio y causalidad, que están relacionados, necesaria e insepara­ simplemente d devenir visible de esa voluntad sin fundamento.
blemente, unos con otros, Por el tiempo y el espacio se multiplica la ( ^ .1 ,^ 2 6 ]
idea en innumerables fenómenos; pero el orden según el cual ésta
aparece en aquellas formas de la multiplicidad, está fijamente deter*
minado por la ley de causalidad, que constituye la regla de los puntos £n la naturaleza vemos por todos lados lucha, contienda y alterna­
que delimitan las manifestaciones de las diferentes ideas, según la ciones de la victoria, en lo cual hemos de reconocer el esencial desdo­
cual se distribuyen espacio, tiempo y materia. Esta regla se refiere, blamiento de la voluntad. C » la grado de objetivación de ésta disputa
pues, necesariamente a la identidad de la materia existente en con­ al otro la materia, el espado y d tiempo. La materia cambia constan­
junto, materia que es el substratum común a los diferentes fenóme­ temente de forma en los fenómenos mecánicos, físicos, quünicos y
nos. Si todos éstos no tuvieran que ver con una materia en común, orgánicos, gimiendo el hilo de la causalidad; éstos luchan por mani­
cuya posesión han de repartirse, no necesitarían que dicha ley fijase festarse, disputándose mutuamente la materia que necesita cada uno
sus pretensiones, llenarían todos a la vez el espacio infinito y el tiem­ de ellos para expresar su Idea. A través de la naturaleza entera pode-
po infinito. Por lo tanto, por estar ligados todos aquellos fenómenos
de las Ideas eternas a una y a la misma materia, es por lo que debe ** La teo iít de l u causM ocaiionales de M«lebrancbe po«uU que la únka \*erda-
haber una regla para su aparición y su desapararíción; de no ser así d e n cauta de cualquier acontecimiento es Dios, siendo lai lUmadai ca u u s oatu raki
ocutonei laa cuales Dio« obra de una manera e^wcíTica, de acuerdo con las
no se dejarían lugar unos a los otros. La ley de causalidad, por lo mis­ lejret o con el orden que mismo ha determinado. Esta concepcióo «e origÍDÓ al t n ia r
mo, está esencialmente relacionada con la ley de la permanencia de (k nlMCtonar d probíexna de la relacido entre el espíritu y el cuerpo, que había dejado
la sustancia; ambas reciben significación una de la otra, pero a su vez Deacsnes. Sefú n écte el pensamioMo y la materia son do« nutatKias diferen*
también sucede esto entre ellas, el espacio y el tiempo. Pues el tiempo es dedr, que pueden existir con todas las propiedades que no aoa conoci*
^ Bkdependientemente una de la otra. Pero, dado d concepto p m aleciente de causa.
es la mera posibilidad de determinaciones opuestas en una misma
• saber: d de una conexión necesaria entre dos sustancias, surgió d siguiente proUe*
materia, y el espacio es la mera posibilidad de la permanencia de la laK ¿cómo explicar que una determinada ptopiedad del pensamiento tenga por causa
misma materia bajo todas sus determinaciones contrapuestas [MVR, * ^ B M e r ia , si esa propiedad podría d a ñ e sin la existencia de la materia, r x-icet-ersa?
I . f 26] Malcbnm die. antecediendo a Spinoxa, concibió uiM especie de paralelismo entre los
^^^Mecimicntos del mtindo material y tos del espíritu^: un determinado hecho dd
material es la ocasión b ^ o la ó ijJ Dicts pnxlucr en nosotros la idea de ese be-
o «na determinada volición de iniestro espíritu es la ocasión bajo la cual Dios pro*
Un determinado mtn-imiento en nuestro cuerpo. Esta s<4ució« al problema de la
causal mente-cuerpo Malebranche la extendió a toda rdarión causal.
130 E L M U N D O C O M O VO LU N TA D LA U N ID A D D E LA V O L U N T A D 13i

mo8 s e ^ ir esta lucha, porque, en el fondo, el mundo no consiste más ^jtóontA animales; luego también en la naturaleza inorgánica, por
que en ella; ei 7 Óf(j ro pelixo% év roís TQáytuxaty, ív ¡xp ejemplo, en la formación de cristales, los cuales se encuentran, se
¿■Kavrott iii ‘E^iredoxX^f {nam si non innessei in rebtis conlen- cruzan y se perturban los unos a los otros de modo que no pueden
tio, unum omnia essení, uí ait EmpedocUs. Aristóteles, Metapkysica, la forma pura regular; también casi todas las incrustaciones
2, 5 (4, p. 1000 b, !]);• y esta lucha no es otra cosa que la revela­ son la imagen de esta lucha de la voluntad en aquel bajo grado de
ción del esencial desdoblamiento de la voluntad misma. Esta lucha $u objetivación, o también cuando un imán magnetiza al hierro, para
cósmica alcanza su más clara representación en el mundo animal, imponer aquí su Idea, o cuando el galvanismo vence y descompone
cuyo alunento está constituido por el reino vegetal, y en el que cada las más fuertes combinaciones, perturbando de tal modo las leyes
animal es botín y alimento de otro, es decir, la materia en la cual re­ químicas, que el ácido de una sal descompuesta en el polo negativo
presenta su Idea debe abandonarla para dar lugar a la representación marcha hacia el positivo sin poder combinarse con los ^calis, por los
de la Idea de otro, ya que cada animal sólo puede conservar su exis- cuales atraviesa sin enrojecer siquiera el papel del tornasol puesto en
tencia por el constante sacrificio de otra existencia, de modo que la su camino. En el espacio sideral muéstrase esto en la relación entre
voluntad de vivir se devora constantemente a sí misma y en distintas el cuerfK> central y el planeta; éste si bien bajo distintas dependencias
fonnas en su propio alimento, hasta que, por último, la especie hu­ resiste siempre igual que las fuerzas químicas en el organismo; de
mana, como superior a las demás, considei^a el mundo como una in­ aquí la constante tensión entre fuerza centrípeta y centrífuga que man­
mensa fábrica para su uso, pero este género encarna también aquella tiene universo en movimiento y es ya una expresión de esta lucha
lucha, aquel autodesdoblamiento de la voluntad, y con la más terrible general en la que se manifiesta esencialmente la voluntad y que aquí
violencia hasta convertirse en el homo homini lupus. * * estamos tratando. Y a que cada cuerpo debe ser considerado como
Entretanto hemos de reconocer esia misma lucha, esta violencia en manifestación de una voluntad, y como la voluntad se manifiesta ne­
las más bajas escalas de la objetivación de la voluntad. Muchos insec­ cesariamente en forma de esfuerzo, el estado originario de cada cuer­
tos (especialmente los icneumónidos) ponen sus huevos en la piel y po no puede ser el reposo, sino el movimiento, esfuerzo hacía adelan­
en el cuerpo de las larvas de otros insectos, cuya lenta destrucción te en el espacio infinito, sin descanso y sin término. A éste no se
es el prrnier acto del germen recién salido del huevo. El pólipo joven, c^ n en ni la ley de la inercia ni la de causalidad, pues, si la materia
que crece como una rama del viejo y se separa luego de él, lucha ya es indiferente al reposo como al movimiento conforme a aquella ley,
con éste mientras todavía está sobre él, disputándole la presa alimen­ su estado originario puede ser tanto el uno como el otro; de aquí que,
ticia, hasta el punto de quitársela de los fauces (Trembley, Polypodii, si la encontramos en movimiento, tan poco autorizados estamos a su­
2, p. 110 y 3, p. 165). Pero el ejemplo más elocuente lo ofrece la hor­ poner que a éste ha precedido un estado de reposo y a preguntar lue­
miga buUdog {bulidog-ant) en Austral! n. Si la cortamos, comienza una go por la causa del movimiento, como a la inversa, si la encontrára­
lucha entre las dos pares seccionadas; la cabeza y la cola; aquélla mos en reposo, a pensar que a este estado había precedido un estado
aprisiona a ésta con las mandíbulas y ésta se defiende audaz a picota­ de movimiento y a preguntar luego por qué causa había cesado. Por
zos; la lucha suele durar una media hora, hasta que muere o se la eso no necesitamos buscar un primer impulso, para la fuerza centrí­
Uevan las otras hormigas. Este proceso se da siempre. (De una carta fuga. sino que ésta es, en los planetas, aceptando la hipótesis de Kant
de Howitt en WeeklyJounuii, impr. en Galignani’s Afessengir, 7 de nov, y Laplace, un resto del movimiento priginario de rotación del cuerpo
de 1853.) En las orillas del Misuri se ve muchas veces un añoso roble central del cual aquéllos se separaron al contraerse. Pero a este mis­
rodeado por una gigantesca vid silvestre que le ciñe tan fuertemen­ mo le es esencial el movimiento; sigue girando y vuela al propio tiem­
te que acaba por marchitarse. Esto mismo lo vemos hasta en los más po por el espacio sin fin, o circula quizá alrededor de otro cuerpo cen-
bajos grados, cuando por la asimilación orgánica el agua y el carbono ^ mayor, invisible para nosotros. Esta opinión coincide totaimente
se transforman en el jugo de una planta o los vegetales y el pan en ^ la conjetixra de los astrónomos de un sol central, como también con
sangre, y así cn todas partes, en donde por la restricción de las fuer­ ^ A jam ien to que se advierte de todo nuestro sistema solar, y
zas químicas a un efecto de un género determinado se producen se- dd grupo estelar, al cual pertenece nuestro sol; de donde po-
deducirse la existencia de un movimiento general de todas las es-
• PuM ti no dominara la luch« entre las couis, lodo seria uno, como dice Empédocle* ^'^Uas fijas conjuntamente con el centro solar, movimiento que, real-
* * hombre lobo del hombre [Plauto, A sinaria, 2, 495] *****'te, en el espacio infinito deja de tener sentido alguno (pues el
132 E L M UN DO C O M O VO LUN TAD LA U N ID A D D E LA V O L U N T A D 133

movimiento no se distinguiría del reposo en un espacio absoluto), y Q oadá, donde los estímulos son también los que provocan los fenó­
precisamente por este camino, como ya inmediatamente por el es­ menos* Por último, los grados superiores de la objetivación de la
fuerzo, y la carrera sin fin de los astros» llegaríamos a convencernos voluntad nos conducen a aquel punto en el cual el individuo, cuya
de la inanidad, de la ausencia de un objetivo final en las aspira­ Idea representa, no podría ya proporcionarse alimento asimilable si
ciones de la voluntad en todos sus fenómenos. De aquí también que fUS movimientos no obedecieran más que a estímulos, pues el estímu­
el espacio infinito y el tiempo infinito sean las formas generales lo tiene que esperarse, pero aquí el alimento es más específico y con
y esenciales de todos los fenómenos de la voluntad y expresen toda su la creciente diversidad de los fenómenos la a^omeradón y el tumulto
esencia. 900 tales que se estorban mutuamente, de tal manera que sería del
Podemos finalmente reconocer en la mera materia, considerada todo desfavorable si el individuo tuviera que esperar un caso fortuito
como tal, la lucha de todas las manifestaciones de la voluntad que es­ que lo estimulara para así obtener su alimento. De aquí que el ali­
tamos considerando, en cuanto la esencia de su fenómeno es, según mento deba ser buscado y elegido desde el momento en que el animal
observó Kant muy acertadamente, la fuerza de repulsión y de atrac­ •e ha desligado del huevo o del cuerpo de su madre. De esta manera
ción, con lo cual ya se ve que su misma existencia consiste en una ]a locomoción por motivos y por ésta d conocimiento se vudven ne­
lucha de fuerzas contrarías. Si hacemos abstracción de todas las dife­ cesarios e intervienen en este grado de objetivación de la voluntad
rencias químicas de la matería o si nos im a n a m o s la cadena de cau­ como auxiliar o indispensable para la conservación dd indi*
sas y efectos hasta el punto que se borre toda diferencia química, viduo y para la propagación de Ja especie. El conocimiento aparece
quedará la materia pura, el mundo apelotonado en una esfera, cuya representado por el cerebro o por un gancio más desarrollado, de
vida, o sea la objetivación de la voluntad, estará constituida por la igual modo que cualquier otra tendenda o determinación de la vo-
mencionada lucha entre la atracción y la repulsión; aquélla como luntad que se objetiva está representada por un órgano, esto es, se
gravedad que tiende de todas partes hacia el centro; ésta bajo la for­ manifesta a la representación como un órgano. Pero con este medio
ma de impenetrabilidad, oponiéndose a la otra por la rigidez o por auxiliar o surge de súbito d mundo como representación con to*
la elasticidad. Tal oposición de empuje y resistencia constante puede das sus formas: objeto y sujeto, tiempo, espacio, pluralidad y causali­
ser considerada como la objetivación de la voluntad en el grado infe­ dad. Muéstranos el mundo entonces su segunda faceta. Habiendo
rior, pero expresa ya su carácter. sido hasta aquí mera voluntad ahora es también representación, objeto
Así pues, vemos que la voluntad en el más bajo peldaño se mani­ para un sujeto que conoce. La voluntad, que hasta entonces seguía
fiesta como un impulso ciego, como un jaleo oscuro y sordo, despro­ su tendenda en las tinieblas con infalible segundad, se provee al lle­
visto de todo conocimiento. Esta es la forma más sencilla y débil de su gar a este punto de una antorcha que le era necesaría para compensar
objetivación. En todo el mundo inorgánico la vemos aparecer también la desventaja que ofrecen la multitud y la complejidad de sus fenóme­
en esa misma forma de impulso ciego y de esfuerzo sin conocimien­ nos, aun a los más perfectos. L a seguridad y regularidad indefectibles
to, en todas las fuerzas elementales cuyas leyes estudia la física y la con que la voluntad venía procediendo en d mundo inorgánico y ve*
química, y cada una de las cuales se msinifiesta en millones de fenó­ getal, como tendencia ciega que era, defendía de que en su condidón
menos, semejantes todos, todos igualmente regulares, pero sin que en primitiva obraba sin d concurso, pero también sin las perturbadones
ellos encontremos ningún rasgo de carácter individual, sino que sólo de un mundo nuevo, diferente por completo: d mundo de la repre­
se multiplican en el espacio y en el tiempo, es decir, por el principium sentación que, aunque sólo refleja la propia esencia de la voluntad,
individuationis, como se multiplica una imagen en las mil facetas de presenta una naturaleza enteramente distinta e interviene en la cade*
un cristal. ^ ^ de fenómenos de aquélla. Con esto cesa en lo sucesivo la seguridad
Cada vez más distintamente objetivada, según va ascendiendo en ^defectible de la voluntad. Los animales están ya expuestos a la apa-
grados, la voluntad obra en el reino vegetal aun desprovista de todo ^CAda y a la ilusión. Pero no tienen más que representadones intui-
conocimiento, como una fuerza impelente y oscura, a pesar de que tivas, no tienen conceptos ni reflexión, por lo que están ligados al mo­
el vínculo de los fenómenos en este reino ya no son las causas propi^' mento presente y no pueden prever lo porvenir.— Parece como si
mente sino los estímulos; y finalmente también obra así en la parte coiM>cimiento no racional no fuese, en todos los casos, suficiente
vegetativa del reino animal, en la generación y en el desarrollo de
todos los animales, así como en la conservación de su interior eco* camino, recuno, remedio.
134 EL M UNDO C O M O VO LUN TAD

para sus fines y que en ocasiones necesitase ayuda. Pues se ofrece a


nuestra observación el curioso fenómeno de la acción ciega de la vo­
luntad y la ilustrada por el conocimiento que en dos órdenes de fenó­
V. EL INTELECTO EN TANTO PRODUCTO
menos invaden ia una el terreno de la otra de sorprendente manera.
DE LA VOLUNTAD
El primero cuando entre los actos de los animales dirigidos por el co­
nocimiento intuitivo y por los motivos que éste engendra vemos algu-
C omo he dicho en más de una ocasión, la necesidad de una concien­
nos que carecen de ellos, y que, por consiguiente, se realizan ciega
cia nace por la creciente complicación del organismo y de sus más va­
y necesariamente, como son los instintos industriosos que, aun no es*
rias necesidades, las cuales exigen que los actos de su voluntad sean
tando guiados ni por un motivo ni por el conocimiento, parece que
guiados por motivos y no por simples estímulos, como en los grados
se consuman por motivos que pudieran considerarse como resultado inferiores. £1 organismo ha menester pues, a este efecto, de una con­
de la abstracción y del raciocinio. Por el contrario, otras veces, la luz
ciencia dotada de conocimiento, es decir, de un intelecto que sirva
del conocimiento ilumina la ciega voluntad y esclarece las funciones de intermediario de los motivos. Este intelecto percibido objetiva­
vegetativas de! cuerpo humano; tal es el caso de la clarividencia mag­ mente ei el cerebro, con la médula espinal y los nervios. En él, con
nética. Finalmente, cuando la voluntad llega a su grado más intenso ocasión de las impresiones exteriores, es donde se forman las repre-
de objetivación, no son ya suficientes los conocimientos de los cuales sentacionea, las cuales pasan a ser motivos para la voíuntad. Cuando
es capaz el animal por medio del entendimiento, cuyos datos le son el intelecto va acompañado por la razón estas representaciones sufren
suministrados por los sentidos, conocimientos meramente intuitivos además una reelaboración mediante la reflexión y la deliberación. Un
y limitados al momento presente. El hombre, como naturaleza com­ intelecto como éste debe, ante todo, concentrar esas impresiones con
pleja, mullifacética, dúctil, necesitada y vulnerable debía estar asis­ sus correspondientes modificaciones, ya en vista de la pura intuición,
tido por un doble conocimiento para poder subsistir; debía poseer ya en vista de los conceptos, en un solo punto, a modo de foco de sus
una potencia superior asociada al conocimiento intuitivo para refle­ rayos, con lo cual surge aquella unidad de la concrencia que constituye
xionar sobre éste, es decir, la razón como la facultad de los conceptos e l ^ teórico, portador de la conciencia íntegra, en el cual se identifica
abstractos. Con ésta apareció la reflexión abarcando una visión de lo con e l >0 voientí y al cual sirve como función de conocimiento. Este
pasado y de lo porvenir, y, como consecuencia de ésta, la delibera­ punto de tinión de la conciencia o el yo teórico es lo que Kant Uama
ción, el cuidado, la capacidad de premeditar, la conducta indepen­ xuiidad sintética de la apercepción, en la cual se unen todas las repre­
diente del presente, y, en fin, la clara conciencia de las propias reso­ sentaciones como las perlas en el hilo de un collar y por virtad de la
luciones como tales. cual eljw pienso ‘*debe poder acompañar a todas nuestras representa­
ciones” *. Este punto de concentración de los raotivos, en donde se
El conocimiento en general, tanto el racional como el puramente opera su ingreso al foco unitario de la conciencia, es el cerebro. La
intuitivo, tiene, pues, su fuente en la voluntad, pertenece esencial­ conciencia no dotada de fazón se contenta con intuirlos allí; la con­
mente a los grados superiores de objetivación como una simple ciencia racional los aclara mediante conceptos, es decir, los piensa en
como medio para la conservación del individuo y de la espe­ *hitracto y los compara; luego la voluntad, de acuerdo con su inmuta­
cie, lo mismo que cada órgano del cuerpo. Originado para el servicio r e carácter individual decide, y una vez adoptada una resolución pone
de la voluntad, para la realización de los fines de ésta, casi siempre en movimiento los miembros externos, mediante el cerebelo, la mé­
está pronto a servirla sin reserva, y esto en todos los animales y en dula y los nervios. Pues aun estando la voluntad inmediatamente
casi todos los hombres. {MVR, I, ^ 27] presente en todas las partes del cuerpo, necesita, en estos casos en los
ha de moverse guiada por los motivos, y más aún cuando lo ha
hacer por la deliberación, del aparato destinado a recibir las repre-
*^taciones y a transformarlas en motivos, de acuerdo con los cuales
^ * c t o s se verifican como resoluciones, así como la conservación de
** »togre por el quilo exige un estómago y unos intestinos que elaboren

nuónpura, L parte, ^ 1 6 .

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156 E L M UN DO C O M O VO LUN TAD
E L IN T E L E C T O EN T A N T O P R O D U C T O D E LA V O L U N T A D 137

este líquido y le envíen a los vasos sanguíneos por el canal torácico 0 intelecto, como procedente de la voluntad, sólo existe para el
que aquí hace el papel de la médula espinal en el sistema nervioso’ ggfvicio de ésta, y su tendencia es, por consiguiente, exclusivamente
[MKft. I I ,C . X X .) Bito vale igualmente si consideramos la significación me-
de la vida como significación ética, pues también en este sen-
Si fisiológicamente debemos considerar el intelecto como la ódo encontramos que se Ib ha concedido al hombre para que dirija
ción de un órgano corporal, desde el punto de vista roetafísico, m conducta. Semejante faciJtad, con fines estrictamente prácticos,
obra de la voluntad, cuya objetivación es el cuerpo entero. Por lo tan­ go podrá nunca, por su misma naturaleza, comprender más que las
to, la voluntad de conocer, considerada objetivamente, es el cerebro j^l^ones mutuas de las cosas y no la esencia de éstas, lo que son en
como la de andar son los pies; la de coger, la mano; la de digerir, el estó­ El viejo error fundamental ha sido tomar estas rdaciones por la
mago; la de procrear, las partes genitales. Claro que toda esta objetiva* cyynria absoluta del mundo tal como es en al igual que tomar a los
ción no existe, en último término, más que para el cerebro, como su Qiodot, en qxie aquellas relaciones se representan necesariamente se*
intuición, pues en ésta es donde la voluntad se manifiesta como cuer­ gún leyes prefiguradas en el cerebro, por leyes eternas de la existen­
po orgánico. Pero el cerebro, en cuanto conoce, no es conocido él cia de todas las cosu y construyendo entonces sistemas ontológicos
mismo, sino que es el sujeto del conocimiento. En cuanto es conocido y tecdógicos; éste fue el error fundamental con el cual acabó I^ n t.
en la intuición objetiva, es decir, en la conciencia de las cosas exteriores, En este punto, pues, nuestro estudio objetivo y en parte físiológic» de
o sea secundariamente, pertenece como órgano del cuerpo a la objeti­ la inteligencia, viene a coincidir con el trascendental de K ant, y hasta
vación de la voluntad. Todo este proceso no es más que el autoconoci- podría decirse que es como una cc»nprensión a priori de las considera-
miento dt voluntad, que parte de la voluntad y vuelve a ella, constitu­ dones de este filósofo, puesto que adoptando un punto de vista exter­
yendo lo que Kant llamó tljenóm eno, en oposición a la cosa en sí. Lo no al de éstas, nos permite descubrir de acuerdo con su génesis y por
que es conocido, lo que se hace representación es, pues, la voluntad, y esta cDo com o algo necesario, lo que aquéllas demuestran sólo positivamen­
representación es lo que llamamos el cuerpo, qué, siendo extenso en te partiendo de hechos de la conciencia. Resulta, en efecto, conforme
el espacio y móvil en el tiempo, no existe más que en virtud de las a nuestra consideración objetiva del intelecto, que el mundo como re­
funciones cerebrales y solamente en el cerebro. El que conoce, por el presentación, tal como existe en el tiempo y el espacio y tal como se
contrario, el que posee aquella representación, es ei cerebro, el cual no se desuToUa según las leyes r^urosas de la causalidad, es, ante todo, un
conoce a sí mismo y sólo tiene conciencia de sí como intelecto, es de­ fenócneoo fisiológico, una función del cerebro que éste lleva a cabo
cir, subjetivamente, como cognoscente. Lo que, percibido interior­ en ocasión de ciertos estímulos, pero con arreglo a sus propias leyes.
mente, es facultad de conocer, visto desde fuera es cerebro. Este es S^ún esto, se comprende, desde luego, que lo que se pn^uce bajo
una parte del cuerpo porque él mismo pertenece a la objetivación de esta función, y por lo tanto, por ella y para ella, no puede ser tomado
la voluntad, es decir, la voluntad de conocer del propio cuerpo, su ten­ como la naturaleza de la cíisa en sí, existente con independencia de esa
dencia hacia el mundo exterior, se objetiva en él mismo. Según esto, fundón y completamente diferente de la misma, sino únicamente
el cerebro y, por lo tanto, el intelecto, están inmediatamente condi­ coox> la forma de esta función, sometida tan sólo a una modificación
cionados por el cuerpo y éste, a su vez, por el cerebro, si bien sólo iQuy subordinada por parte de lo que existe fuera del cerebro, a sa-
de una manera mediata, a saber: como objeto material y extenso en por el estímulo que la pone en movimiento. Y así como Locke vin-
el mundo de la representación, pero no en sí, o sea como voluntad. ^^*caba para los sentidos o i^ n ico s todo lo que la sensación suministra
En último término, todo ello es ia voluntad, que se tranforma a sí mis* * U percepdón, negándc^o de la cosa en sí, Kant, persiguiendo el
ma en representación y constituye aquella unidad que llamamos fin por el mismo camino, fue más lejos y demostró que todo
“ yo” . El mismo cerebro, en cuanto es representado —en cuanto perte­ ^ que se hace posible por la intuición, a saber: d tiempo, el espa-
nece a la conciencia de otras cosas— no es más que representación. ^ y la causalidad, no es más que una función cerebral, si bien no
Pero en sí y en cuanto es él quien posee la representación es voluntad, empleó este término de fisiología que nos es necesario utilizar a
pues ésta es el substratum real de todo fenómeno, y su querer conocer se ^^^^^ros en nuestra consideración del aspecto real, opuesto, del
objetiva bajo la forma de cerebro y de las funciones cerebrales. Kant llegó por la vía analítica a este resultado: que no
[MVR, I I . C . X X ] ^oocemos más que fenómenos. Nuestra consideración objeti*
^ del intelecto aclara lo que esta enigmática expresión indica,
138 EL M UNDO C O M O VOLUN TAD
EL IN T E L E C T O EN T A N T O P R O D U C T O D E LA V O L U N T A D 139

a saber: los motivos para los fines de una voluntad individual, ta]
i«br^ con su regularidad, dependiente de sus funciones inmuta-
como se representan a este efecto en el intelcao (el cual aparece ob­
por el ser en sí del mundo y de las cosas, ser independiente
jetivamente como cerebro) los cuales en su conjunto proporcionan
cerebro, que existía antes que éste y seguirá existiendo des-
en tanto seguimos su encadenamiento, el mundo que se despliega en
de BU desaparición, es evidentemente ir más allá de lo lícito,
el espacio y el tiempo, y que yo llamo el mundo como representación. p e ese Mundus phaenomenon, de esa intuición que para producirse
También desaparece desde nuestro punto de vista la “ disonancia"’ necesita tantas condiciones diversas, están sacados todos nuestros
que se deriva de la doctrina kantiana, a saber: que, puesto que el
conceptos, que sólo tienen valor para ese mundo, o por lo menos lo
intelecto, en lugar de conocer las cosas como son en sí, sólo conoce tienen sólo en cuanto a él se refieren. De ahí que, como dice Kant,
meros fenómenos, se ve inducido en paralogismos e infundadas hi< i¿lo tengan un uso inmanente y no trascendente, o sea que los con­
póstasis a través de “ sofismas, no de los hombres, sino de la razón ceptos, materia prima del pensamiento, y con mayor razón los juicios
pura misma, y contra los cuales no puede precaverse el más sabio, nacidos de la combinación de aquéllos, son incapaces de llevar a cabo
pues aun en el caso de que a costa de un gran esfuerzo consiga evitar la tarea de pensar la esencia de las cosas y la verdadera cohesión del
el error, no puede jam ás librarse de la apariencia que constantemente mtindo y de la existencia; intentarlo sería tanto como querer expresar
le acosa y engaña’ * .* " Esto nos hace creer que el intelecto está desti­ en medidas de superficie la capacidad estereométrica de un cuerpo.
nado intencionalmente a inducimos en error. Pero el modo objetivo Nuestro intelecto, originariamente destinado sólo para indicarle a la
aquí desarrollado de tratar el intelecto, el cual abarca su génesis, vduntad individual sus cercanos fines, comprende, acuerdo con ello,
hace comprensible el que esté determinado estrictamente en función meras reladones entre las cosas, no penetra su interior, su propio ser;
de fines prácticos, que sea sólo médium de motivos, y por lo tanto, cum­ por consiguiente, no es más que una fuerza superficial que se detiene
pla con su misión al presentárnoslos adecuadamente, que, cuando tra­ en la o>rteza de las cosas y capta puras sptcies transitiva* no el verda*
tamos de reconstruir la esencia de las cosas en sí a partir de los fenó­ dero ser de las mismas. Por eso, no hay cosa, por pequeña e insigni­
menos que se presentan objetivamente, lo hacemos por nuestra ficante que sea, que podamos comprender a fondo; siempre queda
cuenta y riesgo y bajo nuestra exclusiva responsabilidad. Hemos re­ algo completamente inexplicable. — Ya que el intelecto es un produc­
conocido que la Tuerza interna de la naturaleza, carente de conoci­ to de la naturaleza únicamente calculado para sus fines, los místicos
miento e impelente en la oscuridad, cuando se encumbra hasta la tuvieron razón en llamarle “ luz de la naturaleza’ * y en mantenerlo
autoconciencia y se revela como voluntad, sólo puede alcanzar este en sus límites, pues la naturaleza es el únicó objeto para el cual aquél
grado mediante la creación de un cerebro y del conocimiento co­ es sujeto. Aquí encontramos ya el pensamiento que dio origen a la
mo función del mismo, después de lo cual surge en este cerebro Critica de la razón pura. £1 que no podamos comprender el mundo por
el fenómeno del mundo intuitivo. Pero tomar este fenómeno ce- el camino inmediato, es decir, a través de la aplicación directa y acri­
tica del intelecto y sus datos, sino que nos veamos envueltos cada vez
* Critiía dt la rat¿H pura, De ]os raciocinios dialécticos de la razón pura, A. 339*340. más profundamente por un enigma insoluble al reflexionar sobre el
" Estos sofismas, a los que hace referencia K ant en esu cita, no son, como lo hace mismo, se debe a que el intelecto, y por lo tanto, el conocimiento, es
creer aquí Schopenhauer y como frecuentemente se interpretan, producto del atribuir
a las cosas en sí lo que sólo puede valer para los fenómen os. Estos sofismas son producto
•Igo secundario, un mero producto del desarrollo de los seres del
de las ideas de la razón pura (véase nota 9 de esta segunda parte) que no tienen un mundo, que se da como un abrirse hacia la luz a partir de la oscura
referente en la experiencia y que, por lo tanto, no pueden servir para determinar obje­ profundidad del ciego impulso, y cuya esencia se presenta en la auto-
tivamente los objetos de la misma, pero pueden tener una función regiJativa, gracias conciencia, que surge simultáneamente, como voluntad. Lo que ha
a la cual sistematizar los conocimientos obtenidos mediante la intuición y el entendi* precedido al conocimiento, la condición que le hace posible y consti*
miento. Cuando se rebasa este uso regulativo de las ideas y se pretende determinar
el objeto que significan es cuando se cae en sofismas, en tos cuales, es cierto, hacemos
^ye su base, no puede ser comprendida inmediatamente por el inte­
uso de categorías que sólo pueden aponar conocimiento referidas a los fenómenos. Por lecto, como tampoco el ojo puede verse a sí mismo. Su asunto son
ejemplo, la idea del mundo como una totalidad puede ser útil para sistematizar y unifi' ^ relaciones que se dan en la superficie de las cosas y que existen
car ramas del contKimiento empínco, pero pretender determinar mediante el uso de por el aparato del intelecto, es decir, sus formas: espacio, tiempo
conceptos, que sólo son eficaces respecto a la experiencia, si ese mundo tiene y causalidad. Como el mundo se ha producido sin el concurso del co-
o si está compuesto por partes simples, en liigar de ser infinito y estar desprovisto de
elementos últimos, eso es caer en sofismas; inevitables para la razón pura, puesto que
* maoìiestaciones fugaces.
ella misma nos exige pensar en objetos que no nos son dados en la experiencia.
140 E L M UN DO C O M O VO LUN TAD

nocimiento, éste no puede penetrar la esencia total de aquél, y como


supone la existencia del mundo, el origen del mismo no cae dentro VI. ALGUNOS EJEMPLOS ACERCA DE LA
de su jurisdicción. Está circunscrito pK>r las relaciones de lo existente,
SERVIDUMBRE DEL INTELECTO
y esto le basta a la voluntad, para cuyo servicio fue creado. Tiene por
condición la naturaleza, ocupa un lugar en ella y forma parte de
y no puede, como m le fuera del todo ajeno, colocarse frente a ella, VOLUNTAD, como la cosa en constituye el ser interior, verdadero
para registrar en sí todo el ser de aquélla de manera absolutamente e inde^ructible del hombre; en sí misma es, sin embargo, inconscien*
objetiva. Lo que puede conseguir, ayudado por la fortuna, es com­ te. Pue» la conciencia está condicionada por el intelecto, y éste es un
prenderlo todo en la naturaleza pero no a la naturaleza misma, al mero accidente de nuestro ser, mera función del cerebro, que con los
menos no directamente. nervios y la médula espinal que de aquél se desprenden es simple­
Por más desalentadora que pueda ser para la metafísica esta esen­ mente el fruto y el resultado del resto del organismo. Hasta podida-
cial limitación del intelecto, debida a su condición y a su origen, ofre­ mo8 dedr que es el parásito del oi^anismo ya que no toma parte en
ce, sin embargo, un aspecto consolador. Veda al lenguaje de la natu­ su trabajo interior de un modo directo, ni contribuye a su conserva­
raleza esa validez al^oluta que quiere atribuirle el naturalism ción más que iiegulando sus relaciones con el mundo exterior. El or­
propiamente dicho. Por lo tanto, cuando vemos que todo ser nace de ganismo, en cambio, es la visibilidad, la objetividad de la voluntad
la nada para volver a ella, después de una efímera existencia, pare­ individual, tal como se le presenta al cerebro. Está, pues, condicioiia-
ciendo que la naturaleza se complace en producir nuevos seres para dopor las formas del conocimiento: espacio, tiempo y causalidad, y,
destruirlos sin poder crear nada que dure; cuando no encontramos por consiguiente, se manifiesta como extenso en el espacio, obrando
nada duradero más que la materia, que, increada e imperecedera, niceaivamente, y como material, es decir, como dotado de actividad.
produce de su seno todas las cosas (de donde parece derivarse su Los miembros no pueden ser directamente sentidos ni intuidos me­
nombre de mater rerum), y junto a ella, como el pàdre de las cosas, la diante los sentidos más que en el cerebro. Según esto, podemos decir:
forma, tan fugitiva como aquélla permanente, que varía a cada ins­ el intelecto es un fenómeno secundario; el organismo, el primario, a
tante, que sólo puede mantenerse mientras permanece parasitaria­ saber: la manifestación inmediata de la voluntad. La voluntad es me­
mente unida a la materia (ya es ésta, ya aquélla parte de la misma) tafísica; el intelecto, físico. El intelecto es, como su objeto, mero fenó­
y que se desvanece en cuanto pierde este apoyo, como lo prueban el meno; sólo la voluntad es cosa en sí. Y en una acepción cada vez más
ichiiosaurus y el p<deothtrium\ cuando vemos todo esto no podemos me­ figurada podemos añadir: la voluntad es la sustancia del hombre; el
nos de reconocer en ello la expresión directa y sincera de la naturale­ intelecto, el accidente; aquélla, la materia; éste, la forma; aquélla,
za; pero al mismo tiempo, visto el origen y la condición del inteUcto, no d calor; éste, la luz. *
podemos conceder a estas manifestaciones una veracidad incondicional, Ahora quiero documentar y ejemplificar esta tesis con hechos to­
sino, por el contrario, una veracidad condicionada, que Kant caracteri­ mados de la vida interna del hombre, lo cual nos permitirá acaso
zó muy bien denominándola/íntOTwnc en oposición a la cosa en si. Mopiar más conocimientos acerca de su naturaleza íntima que los
[W /?, II, C. X X IL ] <|ue pueden suministrarnos muchas psicologías sistemáticas.

Si descendemos en la escala animal, veremos que la inteligencia va


•*endo cada vez más débil e imperfecta, pero no vemos ninguna de-
Sradack^ correspondiente de la voluntad. Ésta se conserva siempre
xléntíca; se manifiesta como apego a la vida, en forma de cuidados
Ppi* el individuo y por la especie; en forma de egoísmo y de indiferen­
cia absoluta hacia todos los demás, con todas las afecciones que de
te derivan. En el más pequeño insecto, la voluntad existe com­
ísela e íntegra; lo que quiere, lo quiere tan decidida y perfectamente
^ ^ o en el hombre. La única diferencia está en lo que cada uno quie-
es decir, en los motivos, pero éstos son asunto del intelecto. Este

ui
142 EL M UNDO C O M O V O LU N TA D A LG U N O S E JE M P L O S A C E R C A D E LA S E R V ID U M B R E 143

Último, como algo secundario y ligado a órganos corporales, posee i^^bio, cuando lo que actúa sobre la voluntad son los pensamientos
grados infinitos de perfección, y en general es limitado e imperfecto, V las imágenes de la fantasía. Cuando, por ejemplo, en la soledad,
En cambio, la voluntad, como lo originario, como cosa en sí, no pue­ jQcditaiido sobre nuestros asuntos personales, nos representamos al-
de ser imperfecta; todo acto voluntario es plenamente lodo lo qu^ peligro real o algún accidente desgraciado, la angustia nos opri-
puede ser. Por su simplicidad de cosa cn sí, como parte metafísica die el corazón, y la sangre se detiene en nuestras venas. Si entonces
del fenómeno, su ser no admite grados; es siempre y enteramente el intelecto pasa a la posibilidad del suceso contrario, y la imagina­
la misma; lo único que es suceptible de grados es su excitación, ción nos pinta realizada la ventura con que soñábamos, nuestras pul­
va desde el más débil capricho hasta la pasión, como los tierve su saciones se aceleran en alegre movimiento y nuestro corazón se en­
intensidad, que va desde el temperamento flemático al colérico. El sancha hasta que el intelecto despierta de su sueño. Si recordamos
intelecto, no sólo tiene grados en su excitación desde el amodorra­ cualquier ofensa o injusticia sufrida en otro tiempo, la cólera y el ren­
miento hasta la inspiración, sino que también los tiene en su ser, en cor vendrán a ^ t a r nuestro pecho, antes tranquilo. Pero luego, de
su perfección, que se eleva gradualmente, desde'el animal dotado pronto animados, se nos presenta la imagen de una mujer amada hace
apenas de vaga percepción, hasta el hombre, y luego en la especie hu­ tiempo perdida, imagen vinculada con el encanto de las escenas de
mana desde el necio hasta el genio. La voluntad es la única que subsis­ una novela; y entonces a la cólera anterior sucederá una impresión
te siempre la misma. Pues su función es de lo más simple: consiste de melancolía y nostalgia. Por último, si evocamos cualquier circuns­
en querer o no querer, lo cual se cumple con la mayor facilidad y no tancia humillante de nuestra existencia pasada, nos encorvamos y
exige esfuerzo ni ejercicio alguno. Por el contrario, el conocer tiene quisiéramos escondemos debajo de tierra; el rubor nos sube a la cara
múltiples funciones y no se realiza sin esfuerzo; éste se necesita para y tratamos a veces de desviar y distraer nuestro pensamiento por me­
fijar la atención, para hacer comprensible el objeto, y más aún para dio de cualquier exclamación proferida en voz alta como para poner en
pensar y reflexionar, Por lo mismo, es susceptible de gran perfeccio­ fuga a los espíritus malignos. Se ve, pues, que el intelecto es la mú­
namiento por medio del ejercicio y el estudio. Cuando el intelecto sica conforme a la cual la voluntad baila. El intelecto trata a la
presenta a la voluntad un objeto, ésta pronuncia su fallo en estos vol\mtad como a un niño, al cual su nodriza relata sucesivamente
términos: “ agradable” o “ desagradable". Lo mismo sucede cuando cuentos alegres o tristes que ponen, alternativamente, al pequeño en
el intelecto ha reflexionado laboriosamente y sopesado numerosos da­ los estados de ánimo correspondientes. Y esto se debe a que la volun­
tos para llegar al resultado más conforme con los intereses de la vo­ tad, por sí misma, carece de conocimiento, mientras que su compa­
luntad. Ésta, que mientras tanto estaba ociosa, una vez obtenido el ñero, el entendimiento, carece por su parte de voluntad: ésta es com*
resultado, avanza como un sultán en el diván para emitir de nuevo pand>le a un cuerpo que es movido, aquél es comparable a las causas-
su monótona sentencia; “ agradable” o “ desagradable” . En cuanto que lo ponen en movimiento, pues es el médium de los motivos. Con
al grado de energía, esta sentencia podrá variar; pero cn el fondo per­ todo, aunque la voluntad se convierta en juguete del intelecto desde
manece inmutable. que ella se abandona, pronto recobrará su supremacía cuando llegue
Esta naturaleza, fundamentalmente diferente de la voluntad y del la ocasión de hacer sentir su autoridad. Entonces le prohibirá al inte­
intelecto, esa calidad excesivamente simple y primaria de la primera, lecto ciertas representaciones; no le consentirá evocar esta o aquella
que contrasta con la índole complicada y secundaria de la otra, resal­ serie de pensamientos, pues le ha enseñado que tales pensamientos la
ta más si seguimos atentos los esfuerzos recíprocos, tan sorprenden­ c*^>oduciiían a uno de esos estados antes descritos; ahora ella le pone un
tes, a que ambas se entregan en nosotros, y si observamos, cómo las freno al intelecto y lo obliga a dirigirse a otras cosas. E^a operación,
imágenes y los pensamientos que surgen en el intelecto ponen en ac­ tiendo difícil, se consigue en cuanto la voluntad se lo propone
ción a la voluntad, y cuán distintos son sus papeles. Ya con ocasión •enameote, pues el intelecto no opone resistencia, ya que ésta procede
de hechos reales que afectan a la voluntad, aunque por sí mismos ^ It voluntad misma, que bajo algún respecto rechaza una represen­
sean sólo objetos del intelecto, podemos advertido. Mas, por una tación, bajo otro respecto se indina hacia ella. En efecto, una repre-
parte, esta realidad como tal no existe más que en el intelecto y n® •*^t»aón puede ofre<»r por sí interés a la voluntad, pero el conoci-
salta a la vista en tales casos; y por otra, el intercambio no se realizó *wnto abstracto advierte a ésta que aquella representación la
tan velozmente como fuera necesario para comprender la cosa clara* sin provecho ni dignidad. Tal advertencia es decisiva y en-
mente. Los requisitos necesarios para esta comprensión concurren, obliga al intelecto a obedecer. Esto se llama ser “ dueño de sí” .
144 EL M UN DO C O M O VO LUN TAD
A LG U N O S E JE M P L O S A C E R C A D E LA S E R V ID U M B R E 145

El dueño O señor es aquí evidentemente la voluntad y el sirviente el


^pnao que esto me produce. Muchas veces no sabemos ni lo que desea­
intelecto, puesto que aquélla es siempre la que ordena en definitiva;
mos ni k> que tememos. Durante años podemos abrigar un deseo sin
ella es, pues, la sustancia propia, la esencia del hombre. A este res­ cpofesámoslo o sin tener clara conciencia de ello, ya que el intelecto
pecto tendría derecho al título de itiip a v ix ó v * mas por otra parte, debe ignorarlo, pues de lo contrario se vería afectada la buena opi-
este tituló parece corresponder al intelecto en la medida en que éste U ^ q u e tenemos de nosotros niismos. Pero si llega a realizarse ia co­
es el conductor, el dirigente, como el guía que acompaña al viajero. is, comprendemos por nuestra satisfacción, no sin avergonzamos de
Pero en verdad la comparación más adecuada a la relación entre am- ello, que la deseamos efectivamente; v. gr., la muerte de un pariente
bos es la del ciego que lleva en sus hombros a un paralítico que ve. * • cercano de quien debemos heredar. A veces no sabemos lo que en
EsU relación entre la voluntad y el intelecto se puede reconocer verdad tememos, porque nos falta valor para esclarecerlo. Incluso con
además en que el segundo es de ordinario completamente ajeno a las frecuencia nos equivocamos acerca del motivo que nos mueve a obrar
decisiones de la primera. El intelecto suministra los motivos; pero o a no obrar; el azar, descorriendo el velo, nos enseña entonces que
sólo después, muy a postm ori, es cuando descubre cómo han obrado, d verdadero motivo no es el que suponíamos, sino otro muy distinto
como quien lleva a cabo un experimento de química: aplica los reac­ que no queríamos confesar porque no se acomoda a la buena opinión
tivos y espera el resuludo. El intelecto se h ^ a a tal punto excluido que tenemos de nosotros mismos. Nos abstenemos, por ejemplo, de
de las determinaciones ocultas de la voluntad, que sólo tiene conoci­ cualquier acción, a nuestro parecer por razones morales, pero más
miento de ellas (como si se tratase de un extraño) a fuerza de es­ tarde advertimos que sólo el temor nos refrenaba, pues realizamos
piarlas y por sorpresa. Para descubrir las verdaderas intenciones de aqud acto cuando ya no ofrece peligro. En ciertos casos, ni siquiera
la voluntad debe sorprenderla en el acto de su manifestación. Por sospechamos el verdadero motivo de un acto, ni nos creemos capaces
ejemplo: yo tengo un plan, pero mantengo aún algunos escrúpulos de movemos por un motivo semejante, cuando la verdad es lo contra­
respecto de su realización; por otra parte, no tengo seguridad de rio. En todo esto, dicho sea de paso, vemos una confirmación de la
si será realizable, pues su realización depende de circunstancias de La Rochefoucauld: **Vamour propre est plus habite que le plus
exteriores todavía inciertas, de suerte que es inútil por el momen­ habiU homme du monde"'* y hasta un comentario del dèlfico a ta
to adoptar resolución alguna sobre el particular, y así dejo en sus­ v n v ** y de sus dificultades.
penso el negocio. Pero ocurre muchas veces que yo ignoro cómo me Si, como creen todos los filósofos, el intelecto constituyera nuestra
he aficionado secretamente a dicho plan y hasta qué punto deseo su propia esencia y las resoluciones de la voluntad no fueran más que
realización, a pesar de mis escrúpulos; es decir, mi intelecto lo ig­ im resultado dd conocimiento, entonces el motivo por el cual creemos
nora. Pero si llega hasta mí alguna noticia que me indica que la cosa obrar tendría que ser lo decisivo de nuestro valor moral; de igual
es factible, al punto se despertará en mí una alegría triunfal que se modo que la intención y no el resultado sería aquí lo decisivo. Pero
difundirá por todo mi ser y se apoderará de mí al punto de sorpren­ entonces sería imposible distinguir entre los supuestos motivos y los
derme a mí mismo. En este instante es cuando el intelecto advierte verdaderos motivos.
con qué ardor mi voluntad había abrazado aquel proyecto y cómo es­ Los hechos citados, así como todos los demás casos análogos que
taba del todo conforme con él, cuando el intelecto lo tenía aún por cada uno puede observar en sí mismo poniendo un poco de atención,
problemático y por difícilmente compatible con sus escrúpulos. Su­ nos enseñan que el intelecto es extraño a la voluntad hasta el punto
pongamos que, en otra circunstancia, contraigo con una persona un de ser engañado con frecuencia por ella; pues él le suministra los mo-
compromiso que creo muy conforme con mis deseos. Más tarde com­ ^ o s , pero no penetra en el taller secreto de sus resoluciones. Es cier­
prendo los inconvenientes y desventajas del negocio y me re p r o c h o to que es un confidente de la voluntad, pero un confidente al cual no
el arrepentirme de lo que tan ardientemente deseaba, pero me excul­ •e le dice todo. Esto lo confirma el hecho de que a veces el intelecto
po asegurándome a mí mismo que cumpliría con el compromiso aun­ confía plenamente en la voluntad. En efecto, cuando hemos toma-
que no estuviera obligado a ello. Pero inesperadamente la otra parte ^guna determinación importante y osada (que no es aún más que
disuelve el compromiso y me sorprende entonces la alegría y el des-
* “ d amor propio es más h ^ il que el más hábil hombre de mundo" [R r fífx w n s .

'***'Bie4V
* el que manda o conduce.
'• Tomado de la fábula “ El ciego y et paralítico” de G ellen. conócete a ti mismo.
146 EL M U N D O C O M O V O L U N T A D

una promesa hecha por la voluntad al intelecto) succdc a veces que du-
damos ligeramente de nosotros mismos sin coníesárnoslo, y no sa­
bemos si acometeremos la empresa o si retrocederemos en el momen­ V I I . L A V O L U N T A D : U N C IE G O IM P U L S O
to de la ejecución. Necesitamos Uegar ai acto para saberlo.
Todo esto demuestra la gran diferencia entre el intelecto y 1a vo­
luntad; la supremacía de ésta y la subordinación de aquél. [MVR^ T oda voluntad es voluntad de algo, tiene un objeto, un fin de su
querer; si esto es así ¿qué querrá, pues, en último término, o a qué
II, C. X IX ]
aspirará esa voluntad que se nos presenta como el »er en sí del mun­
do? Bsta pregunta, como otras muchas, se debe a que se confunde
la cosa en sí con el fenómeno. A éste únicamente y no a aquélla se
refiere d principio de razón, cuya forma es también la ley de motiva*
ción. Sólo se puede dar la razón de los fenómenos, la causa de las co­
sas particulares, pero no de la voluntad ni de la Idea, en la cual tiene
su objetivación adecuada. Así, pues, se puede buscar la causa de un
movimiento aislado o, en general, de un cambio en la naturaleza, es
decir, el estado previo que lo produce necesariamente, pero no se
puede buscar la causa de la fuerza natura] que se manifíesta en aquel
fenómeno y en otros muchos semejantes; de ahí que sea un sinsentido,
ocasionado por falta de reflexión, el preguntar por la causa de la gra­
vedad, de la electricidad, etc. Sólo en el supuesto de que la gravedad
y la electricidad no fueran realmente fuerzas originarias, sino modos
de manifestarse alguna otra fuerza natural ya conocida, podría pre­
guntarse por la causa que hace que dicha fuerza natural produzca en
un caso dado el fenómeno de la gravedad o de la electricidad. Igual*
mente, todo acto aislado de la voluntad de un individuo consciente
(el cual »ólo es manifestación de la voluntad como cosa en sQ tiene
necesariamente un motivo sin el cual el acto no se produciría; pero
así como la causa material no contiene más que la determinación del
momento^ el lugar y la materia específica, en los cuales debe aparecer
una manifestación de esta o aquella fuerza natural, el motivo no de­
termina tampKxo más que el acto de voluntad de un sujeto que cono­
ce en un momento, lugar y circunstancia determinados, pero de nin­
gún modo determina el que ese sujeto quiera en general y el que
quiera de esta manera en (>articular: esto es la expresión del ceu-ácter
uitel^ble, el cual, al igual que la voluntad misma, la cosa en sí, care­
ce de causa, en tanto que está fuera del dominio del principio de ra-
*ón. De ahí que todo hombre tenga también motivos y fines, de acuer-
con los cuales dirija su conducta, y que sepa dar razón de cada
de sus actos; pero si se le preguntara a cualquiera por qué quiere
general o por qué quiere existir, no sabría qué contestar y hasta
Jugaría absurda la pregunta, con lo cual expresaría la conciencia
tiene de no ser nada más que voluntad, cuyo querer se compren-
por sí mismo, sólo necesitando determinación más precisa a través
***otivos sus actos particulares.

147
14B EL M U N D O C O M O VO LUN TAD LA V O L U N T A D : U N C IE G O IM P U L S O 149

De hecho la ausencia de todo fin, de todo límite pertenece a coociencia. Diríase que d universo entero va a aniquilarse en ese
esencia de la voluntad en sí, que es una aspiración sin término fejtócneno único. Todo el ser de la criatura viviente se concentra en
ggP momento en una lucha desesperada contra la muerte. Pensemos
La manifestación de la voluntad es un perpetuo fluir, un eterno de- p0 T uo momento en la inmensa angustia de un hombre que se halla
venir. Lo mismo encontramos en las aspiraciones y en los deseos dei en pdigTO de muerte, en d interés profundo de todos los que le asis­
hombre, que nos presentan su realización como el fín último del que­ ten, eo su alegría cuando se salva. Recordemos d espanto que nos
rer; pero, una vez alcanzados, no parecen ya lo que antes y pronto produce una sentencia de muerte, d horror con que presenciamos los
los olvidamos, dejándolos a un lado como ilusiones desvanecidas. To­ ptepanuivos de la ejecución y la compasión que nos desgarra el alma
davía podemos consideramos afortunados cuando nos queda algo que ^ contemplar la ejecución misma. Parece que se trata de algo com­
desear y que pretender, porque con ello este juego, que consiste en el pletamente diferente del mero abreviar unos años una existencia tris­
perpetuo paso dd deseo a su realización y de ésta a un nuevo deseo, te y vacía, siempre insegura, emponzoñada sin cesar por tormentos
paso que cuando es rápido se llama felicidad y cuando es lento desdi­ de todas clases; antes bien debería pensarse que es un prodigio el que
cha, podrá continuarse, y no caeremos en aqud estancamiento, que se pueda llegar unos años antes al lugar donde habrá de permanecer
muestra como un terrible hastío paralizante, como una débil ansie­ eternamente después de una efímera existencia. Esto me autoriza
dad sin objeto determinado, como un mortal langour. * para afirmar que la voluntad de vivir es aquello que ya no puede ex­
De todo lo expuesto se deduce que la voluntad sabe, cuando el co­ plicarse, en lo cual se funda toda explicación, y que lejos de ser d
nocimiento la ilumina, lo que quiere aquí y ahora, pero nunca lo que mero sonido de una palabra, como lo absoluto, lo infinito, la idea u
quiere en general. Cada acto particular tiene su fin, pero la voluntad otras semejantes, es lo más real que conocemos, la médula de toda
en general no tiene ninguno, del mismo modo que cada fenómeno realidad.
natural está determinado a aparecer en un cierto momento y en un Si prescindimos ahora de esta interpretación sacada de nuestro in­
derto lugar por una causa suficiente, pero la fuerza que en el terior y nos limitamos a contemplar desinteresadamente la naturale-
fenómeno se manifesta no la tiene, porque es un grado de objetiva­ sa, veremos que, a partir dd grado en que la vida orgánica comienza,
ción de la voluntad, o sea de la cosa en sí, que carece de causa. aquélla sólo tiene im propósito: la conservación de las especies. Para con­
[MVR, 1 ,^ 2 9 ] seguir este resultado emplea todos los medios: la abundancia pletòri­
ca de los ^rm enes, el fogoso impulso dd instinto sexual, la facilidad
con que ^ e se acomoda a todas las circunstancias y condiciones y
Cada ojeada que le echamos al mundo que el filósofo debe inter­ que liega hasta d hibridismo, y d instintivo amor maternal, de tal po­
pretar, confirma y atestigua que la voluntad de vitñr, lejos de ser una der que se sobrepone en muchas especies al amor a sí mismo y lleva
hipóstasis caprichosa o una palabra vacía, es la única expresión ver­ a ia madre a sacrificar su vida por salvar a su prede. En cambio, d
dadera de su más íntimo ser. Todo corre, todo se precipita hacia ía individuo no tiene para la naturaleza más que un valor relativo, a
existencia, y si es posible, hacia la existencia orgánica, es decir, hacia la Mber: el de medio para conservar la espede. Fuera de esto, su exis­
vida y por ello hacia sus grados más altos. En la naturaleza animal tencia le es indiferente, y eUa misma se encarga de destruirle cuando
es patente que la voluntad de vivir es la nota fundamental de su ser, <leja de tener aptitud para servir a sus designios. Sabemos exacta­
su única propiedad inmutable e incondicionada. Contemplemos esa mente d porqué de la existencia individual; pero a la pregunta ¿por
sed de vida, esa solicitud, esa facilidad, con la cual la voluntad de vi­ existe la especie?, la naturaleza objetivamente considerada no da
vir, bajo millones de fomias, por fecundaciones y gérmenes o a falta '^puesta. En vano tratamos de buscar una finalidad a esa agitación
de ellos por generaciones espontáneas, se precipita tumultuosamente tregua, a ese tumultuoso impulso hacia la vida, a esos cuidados
a la existencia, aprovechando toda ocasión, apoderándose de toda *^Bustiosos por la conservación de las especies. La energía y d tiem­
materia capaz de vivir; consideremos luego su aterradora alarma y po ^ los individuos se consumen en esfuerzos por su propia conser-
su salvaje rebdión cuando ella, en alguno de sus fenómenos aislados, vaaÓQ y la de su prole, para lo cual apenas bastan y aun a veces no
se ve en pdigro de perder su forma existencial, sobre todo cuando a ser suficientes. Pero aunque en algunos casos quede un so-
de fuerza y, por consiguiente, de bienestar y además, en la es-
* languidez, apat(a. humana, una pequeña suma de conocimiento, esto es demasía-
150 EL M U N D O C O M O VOLUN TAD LA V O L U N T A D : U N C IE G O IM P U L SO i51

do insignificante para que pueda ser considerado como el fín de todo dblc ^ ^ naturaleza, la riqueza de sus medios, y la pobreza del re*
ese batallar de la naturaleza. ^ i t á o perseguido y adquirido, se llega forzosamente a la conclusión
Considerando el asunto imparcial y objetivamente, parece como si Je que la vida es un negocio que no cubre gastos. Esto se demuestra,
la naturaleza sólo se preocupase de no dejar que se pierda ninguna todo, en la vida de algunos animales cuya existencia es de
de sus Ideas (en el sentido platónico), es decir, ninguna de sus formas pfQplickUd especial. Contemplemos al topo, infatigable trabajador.
permanentes. Tan satisfecha parece estar del feliz hallazgo y de la ocupación constante de su vida es cavar penosamente con ayuda
disposición de esas Ideas (de las cuales fueron un ensayo las tres po­ (le sus enormes patas en forma de paletas, rodeado de una noche per­
blaciones anteriores de la superficie terrestre) que hoy su único cuida­ petua, pues sus ojos embrionarios sólo le sirven para huir de la luz.
do es el que no se pierda ninguna de esas hermosas invenciones, es gf d único animal verdaderamente nocturno, pues los gatos, los bú-
decir, que ninguna de sus formas se sustraiga al tiempo y a la causali­ hos y los murciélagos ven de noche. ¿Qué gana el topo con vida tan
dad. Pues los individuos son efímeros, como el agua del arroyo, en miserable? La alimentación y la cópula, o sea, exclusivamente los
cambio, las Ideas permanecen como los remolinos del arroyo, que medios de continuar tan triste existencia y de trasmitirla a otro indi­
sólo desaparecen si se agota el agua. \MVR, II, C . X X V III] viduo. Tales ejemplos demuestran claramente que entre los esfuerzos
y las penas de la vida y sus goces no hay proporción alguna. A la vida
de los animales dotados de vista, la conciencia del munto intuitivo,
aunque subjetiva en ellos y limitada a la influencia de los motivos,
Si revisamos la serie animal y examinamos la infinita variedad de presta, no obstante, alguna apariencia de valor objetivo. Pero el cügo
sus formas, viendo cómo se modifican perpetuamente según las con* topo hace que salte a la vista la desproporción entre los medios y el
diciones del medio o de su manera de vivir; si consideramos al mismo fin. A este respecto, el estudio de la fauna en las comarcas no habita-
tiempo el arte infinito e igualmente perfecto en todos los individuos das por el hombre es muy instructivo. Huraboldt, en sus Ansúhten der
de su estructura y de sus órganos, así como la suma incalculable de Natwr (segunda edic., p. 30 y siguientes), nos presenta un bello
fuerza, de destreza, de astucia y de actividad que cada animal emplea cuadro de esas comarcas y de los dolores que la naturaleza, sin inter­
en su vida; sí penetramos más a fondo en el problema, viendo, por vención del hombre, prepara por sí misma a sus criaturas; y no deja
ejemplo, el trabajo incesante de las diminutas hormigas, las construc­ tampoco de echar una ojeada a los dolores análogos que soporta la
ciones admirables de las abejas; si contemplamos at ‘'sepulturero" especie humana siempre y en todas partes en lucha consigo misma.
{necropkorus oespillo), que en dos días entierra el cadáver de un topo Pero en la vida de los animales, más fácil de abarcar de un vistazo, es
cuarenta veces mayor que él, para depositar sus huevos y asegurar donde se advierte mejor la vanidad de los esfuerzos de todo el fenó-
el sustento de su prole; si pensamos que la vida de la mayoría de los La variedad de las organizaciones, la perfección artística de
insectos es una labor sin fin, coifsagrada a preparar el stistento de sus ios medios en virtud de los cuales cada una de ellas está dispuesta en
larvas futuras, que después de consumido el alimento preparado Menaón a sus elementos y a sus presas, contrastan aquí claramente
abordarán la vida para realizar un trabajo idéntico; si observamos ^ la ausencia de todo lo que peería suponerse como fin. En lugar
que la existencia de las aves se invierte en parte en realizar penosas « esto hallamos sólo el bienestar de un momento, un goce fugitivo
y largas emigraciones, en construir luego el nido y en transportar ali­ wndicioa^o por la necesidad, largos y numerosos dolores, un com-
mento para las crías, que a su vez harán luego lo mismo, de suerte **«6 perpetuo, bellum omnium, * en el que cada ser es a su vez cazador
que todos trabajan para lo porvenir, que cuando parece que llega se confusión, privaciones, necesidad, angustia, lamentos, gri-
¿ e ja de nuevo, preguntaremos: ¿cuál es la recompensa de todo este ^ y congojas, y esto per saecula saeculorum, o hasta que estalle otra vez
arte y de todos estos esfuerzos, w á l es el fin que persiguen incesante­ corteza de nuestro planeta. Junghuhn refiere haber visto en Jav a
mente los animales, a qué viene todo esto? ¿Qué se alcanza a través ^^^tenso campo que se perdía de vista cubierto de osamentas y que
de la existencia animal, que requiere de tan innumerables disposicio* ^l'^e era un campo de batalla. Los esqueletos eran de grandes
nes? A estas preguntas no hallaremos respuesta, como no sea la satis* ^ metro y medio de largo y uno de ancho, que abandonando
facción del hambre y del instinto de reproducción y a lo sumo alg^** tomaban ese camino para depositar sus huevos; entonces eran
breve momento de placer, que todo ser encuentra aquí y allá en ni®
dio de su miseria y sus penas sin fin. Si comparamos el arte indescnp todo lo m is.
152 E L M U N IX> C O M O V O LU N TA D
LA V O L U N T A D : U N C IE G O IM P U L SO 153

atacadas por perros salvajes {ccnis mctilans), que acometiéndolas en yp DwM, un ens perfectissimum; es decir, que no puede existir ni concc-
grupos las vuelcan, les arrancan la coraza inferior y las conchas abdo­ Ijlife nada mejor. Luego, no hay necesidad de redención, y por lo
minales y las devoran vivas. A veces en este momento se presenta un taoto, oo existe. Y no hay que pensar en comprender toda esa tragi­
tigre y se lanza sobre los perros. Esta horrible escena se repite milla« comedia, pues no tiene espectadores y los mismos actores, por un
res de veces todos los años. ¿Es para esto para lo que han nacido las placer mínimo y de índole completamente negativa, tienen que so­
tortugas? ¿Que culpa expían con tales tormentos? ¿A qué obedecen portar dolores sin fin.
esas escenas horribles? No hay otra respuesta que esta; así se objetiva Veamos ahora lo que sucede cx>n el género humano. Aquí la cues-
la voluntad de vivir. Es necesario estudiarla a fondo y abarcarla en to­ te complica, revistiendo grave aspecto, pero el carácter principal
das las formas de su objetivación si se quiere alcanzar la comprensión sigue siendo el mismo. La vida se nos revela también aquí, no como
de su ser y del mundo, lo cuaJ no se logra elaborando conceptos gene­ un goce, sino como una tarea, como un deber que hay que cumplir.
rales y construyendo castillos en el aire con ellos. La comprensión del Lo que en ella encontramos es también miseria por todas partes, fati­
gran espectáculo de la objetivación de la voluntad de vivir exige una ga constante, confusión perpetua, lucha eterna, actividad forzada
observ2u:ión más precisa y estudios más profimdos de los que se nece­ con esfuerzo« extremos de cuerpo y de espíritu. Millones de hombres
sitan para explicar el mundo titulándole Dios, o para venir, con una agrupados en naciones aspiran al bien común; cada individuo, a su
necedad que sólo la nación alemana ha podido concebir y ver con b¡en particular; pero esto no se consigue sino a costa de millares de
agrado, a explicar la naturaleza diciendo que es la “ Idea en su ser víctiznas. Los hombres se ven lanzados a la guerra, ya por insensatas
otro” , Estas necedades han satisfecho durante veinte años a los ton­ quimeras, ya por sutilezas políticas. Entonces es preciso que la sangre
tos de mi tiempo. Según el panteísmo o espinosismo, del que esos sis­ corra a torrentes. Cuando reina la paz, la industria y el comercio
temas de nuestro siglo no son más que dbfraces, todo ese movimiento prosperan, se hacen descubrimientos asombrosos, los navios surcan
del mundo se opera durante una eternidad.’* El mundo es entonces, Jos mares en todas direcciones y se recorre hasta los confines del mun*
do para buscar tesoros de todas clases, y las olas se tragan a los hom­
Schopenhauer se refíere aquí a los sistemas filosóficos de Srhelling y de Hegel- bres a millares. Todos se agitan, los unos con el pensamiento, los
La alusión al eipinousmo se debe a la filosofía del primero, la cita peitcnecc a la Encido- otros con la acción; el tumulto es indescriptible, pero ¿cuál es el re­
ptdia dt ios ciencias/ilo iiß c a i ( f 247) del segundo. Schopenhauer no se cansa de injuriar sultado final? Permitir que las criaturas efímeras y atormentadas vi­
a ellos dos filósofos contemporáneos suyos, particularmente a Hegel, cachándolos de
chariatanes. Sin lugar a dudas se debe esta actitud al rencor que le ocasionaba presen*
van un breve instante, a lo sumo, y en el mejor caso, en el seno de
ciar la gran aprobación que recibía la fUosofía de aquéllos frente a la indiferencia con una miseria soportable que se conviene en aburrimiento, y luego ha­
la cual fueron acogidas sus ideas hasta mediados del siglo pasado: la primera edición de cerles perpetuar su especie, para que ésta comience el mismo trabajo.
£ / mundo como voJuniad / npretetiiadóti tuvo que ser vendida al peso y sus intentos, por La voluntad de vivir, mirada desde este punto de vista de la des­
impartir cursos en la Universidad de Berlín duranre 24 semestres fueron un fracaso,
proporción entre el trabajo y la recompensa, nos parece una necedad,
cn parte debido a su necedad de impartirlos a la misma hora de los cursos de Hegel,
d cual había ya adquirido un gran renombre. Los ataques del rabioso Schopenhauer
o subjetivamente una quimera que alucina a toda criatura y que la
no causaron ningún ruido: fueron simplemente ignorados, en'lo cual veía nuestro au­ lleva a consumir sus fuerzas, persiguiendo un fin que no tiene valor
tor “ una conjuración tramada” . Aún después de la m ucne de Hegel {1832), en el pró­ alguno. Sólo a través de una consideración más precisa, veremos que
logo a la segunda edición de Sobn ia ooiuntad en la Jialuraltza (1B54), cuando sus obras se trata de un ¡mpvüso ciego, de una inclinación sin fin ni razón.
empezaron a ser reconocidas, se atrevió a decir: "T en g o ... que participar una noticia
La ley de motivación se aplica a los actos aislados, pero no al quê­
triste a los profesores de Filosofía, y es que G aspar Hauser, aquel a quien han privado
cuidadosamente de aire y luz durante unos cuarenta años, manteniéndole bien empa* ter m general y en su totalidad A esto se debe el que, ^ considerar el
redado, de modo que no llegase rumor alguno de su exisiencia al mundo, el tal Gaspar
Hauser, ¡ha salido!; ha salido, sí, y corre por el mundo, y hay quienes le creen un prin­
^ conocer “ lo absoluto’’ , expresión que para Schopenhauer no hace m is que
cip e " (tr. M- de Unamuno, Alianza Editorial, Madrid, 1970, p. 26). Testimonio c?
**Mader d antiguo concepto de Dios, con lo cual se reinstaura la “ teología especulati*
éste de una sorprendente vanidad, la cual, es de suponerse, fue lo que inspiró a Goeihe
^ con su “ pcicologfa racional” , doctrinas que, aegún Schopenhauer, habían queda-
al escribir en ei álbum de Schopenhauer: “ Si quieres ufanarte de tu valor, has de a ijr
^ definitivaroente sepultadas por la Crítica de la riudn pura. “ La tarea de la filosofía
buir valor al mundo” (véase: Vecchiotti Iciiio, SchopenJtauer, Doncel, Madrid, l972.
cátedra —escribe irónicamente Schopenhauer, refiríéndcwe a aquellos filósofos—
P 91) en el fondo a exponer las verdades fundamentales del catecismo a través de
Entre todos los ataques infundados que Schopenhauer les dispensa a Schelling y *
'*** oscuridatd de fórmulas y de frases abstractas” ( 5 ^ « la oolunlad en la naturalaa,
Hegel, podemos sin embargo distinguir uno que al menos tiene una razón de ser: cons^'
^ i«aca Editorial, Madrid, 1970, p. 29).
dera a su filosofía como un retorno a la filosofía precrítica, en lam edidaen que pretcn
154 E L M U N D O C O M O VO LUN TAD LA V O L U N T A D : UN C IE G O IM P U L SO 155

movimiento de la humanidad en generaly en su totalidad, no veamos er\ n >e la considera objetivamente debería ser para él un objeto de
él, como sucede al observar los actos ainados, un juego de marionetas horror, siendo así que, por el contrario, nada teme tanto como ver
movidas por hilos exteriores, como las marionetas ordinarias, sino llegtf su término, que es lo único de lo cuaJ puede estar seguro.'
por un mecanismo interior. Comparando, como antes Ío hacíamos, la En conformidad, vemos a menudo un ser enfermizo, raquítico y
actividad incesante, seria, penosa, del hombre, con lo que merced a ^fonxiado por !a edad, la miseria y las enfermedades, implorar desde
ella obtiene o podrá obtener, hallamos, por la desproporción que re­ fi (oxido de su alma nuestra ayuda para prolongar una existencia
sulta, que el fin perseguido es absolutamente insuficiente como fuer­ ^ y o témaino debiera ser el objeto de todos sus anhelos, si el hombre
za motriz para explicar todo ese movimiento y ese tumulto sin fin. fuese guiado en este punto por un criterio objetivo. En vez de ello,
¿Qué es un corto aplazamiento de la muerte? ¿Qué un débil alivio ct la vi^untad ciega la que lo determina bajo la forma de impulso de
de la miseria humana, un corto aplacamiento del dolor, o una satis- la vida, de apetito de vivir, de valor de vivir; es una fuerza idéntica
facción momentánea del deseo, junto al triunfo seguro de la muerte? a la que hace crecer la planta. Este valor de vivir puede ser compara­
¿Tan exiguas ventajas pueden ser las causas reales que ponen en mo­ do a una cuerda tendida sobre la escena del mundo y de la cual pen­
vimiento a todo el género humano, innumerable al renovarse sin ce­ diesen las marionetas sostenidas por hilos invisibles, mientras que sus
sar, y al cual vemos correr, agitarse, empujarse, atormentarse, pies sólo en apariencia tocasen el tablado (valor objeto de la vida). Si la
moverse convulsivamente, representar sin punto de reposo la tragi­ cuej:da cede, la marioneta baja; si se rompe la marioneta cae, pues el
comedia de la historia del mundo, y lo que es peor, perseoerar en una piso no la sostiene más que en apariencia. En otros términos, la rela­
existencia irónica tanto como le es posible a cada cual? jación del deseo de vivir es la hipocondría, el spieen. Su agotamiento trac
Evidentemente, esto es inexplicable si buscamos las causas motri­ la inclinación al suicidio, al cual se lanza el hombre por el motivo más
ces fuera de los personajes y pensamos que los hombres corren refle­ nimio, a veces imaginario, como si se buscase camorra a sí mismo
xivamente en pos de bienes cuya posesión no compensa los tormentos para matarse, como otros la buscan a otra persona; y hasta se da el
y trabajos que cuestan. Considerado así el asunto, ha mucho tiempo caso de matarse sin motivo determinado. (Ejemplos de esto se en­
que los hombres habrían reconocido que el bollo no vale el coscorrón cuentran en Equirol, Des maladics mentales, 1838.)
y habrísin abandonado la partida. M as, por el contrario, cada uno La misma causa que obliga al hombre a perseverar en la vida le lle­
de nosotros defiende su vida como si fuera un precioso depósito del va también a moverse para vivir. Nadie se mueve por impulso pro­
que tuviera que responder y se consume entre los cuidados y tormen­ pio; la necesidad y el tedio son las cuerdas que ponen al peón en mo­
tos que cuesta el conservarla. Ignora el porqué y el para qué, no co­ vimiento. De aquí que todo movimiento lleve impreso el sello de la
noce la recompensa; admite a ojos cerrados y bajo palabra, que el coacción: el individuo, perezoso en el fondo y anhelando el reposo,
premio tiene un gran valor, pero ignora en qué consiste. De aquí que pero obligado a avanzar, se asemeja al planeta en el que habita, al
yo haya dicho que las marionetas no están movidas por hilos exterio­ cual la fuerza que le impulsa hacia adelante es lo único que le impide
res, sino por un mecanismo interior. Este mecanismo infatigable es caer al Sol. Así pues, todo está en estado de tensión perpetua y de mo­
la voluntad de vivir, impulso irreflexivo que no tiene su razón suficiente vimiento forzado y la marcha del mundo se efectúa como decía Aris-
en el mundo exterior. Ella es quien impide a los hombres abandonar tóteles {De coelo II, 13) oü tpiotiy ciXXa jSía {motu, non naturali, sed vio-
la escena, éíprim wn m obilede sus movimientos. Los motivos, los obje­ Los hombres no son atraídos más que en apariencia, pues en
tos exteriores, no determinan más que la dirección en los casos parti­ i^ id a d son empujados; no les atrae la vida, es la necesidad lo que
culares, sin lo cual la causa no sería adecuada al efecto, Así como ^ espolea. La ley de motivación, como toda causalidad, es una pura
toda manifestación de una fuerza natural tiene alguna causa, pero la forma del fenómeno. —Dicho sea de pasada, éste es el origen del as-
fuerza misma no la tiene; igualmente todo acto aislado de la voluntad P^to cómico, burlesco, grotesco de la vida, pues cuando los indivi­
tiene un motivo, pero la voluntad carece de él; en el fondo, ambas duos son empujados por detrás contra su voluntad, gesticulan y se
cosas son una y la misma. La voluntad es el límite metafísico de to ^ hueven como pueden, y la confusión que de aquí nace ofrece con fre-
consideración de las cosas, más allá del cual no es posible ir, El carac-
ter originario e incondicionado de la voluntad explica el que el hombre Auguitinus, De civilaU D ei. L . X I . C- 27, w un buen comentario de todo lo aquí
ame sobre todas las cosas una existencia llena de miserias, de tormen­
tos, de dolores, de angustias y, por añadidura, de aburrimiento, 1* ^M pontincjim en te, sino violentamente.
156 E L M UN DO C O M O VOLUN TAD

cuencia un aspecto chusco; mas no por eso son menos serios los dolo-
res de la vida.
Por todas estas consideraciones queda en claro que la voluntad v m . LA LIBERTAD DE LA VOLUNTAD
de vivir no es una consecuencia del conocimiento de la vida, no es de
ninguna manera una conclusio ex praemissis ni nada secundario; antes
al contrario, es lo primero, lo incondicional, la premisa de todas las j(j£;ORDBMO$ ahora una verdad, demostrada detalladamente en mi
premisas, y precisamente por esto aquello de lo cual la filosofía debe obra laureada Sobre la libertad de la v o lu n ta d ,a saber; que en virtud
U validez absoluta de la ley de causalidad, todo lo que existe en
partir, pues la voluntad de vivir no existe como una consecuencia del
el mundo está determinado con necesidad rigurosa respecto a su obrar
mundo, sino el mundo como una consecuencia de la voluntad de vi<
por causas específicas; y es Indiferente si lo que provoca la acción es
vir. [MVR, I I ,C .X X V I I I .]
una causa, en la acepción estricta de la palabra, un estímulo o un mo­
tivo, pues estas diferencias sólo se refieren al grado de receptividad
de los diferentes seres. Sobre este punto no hay duda posible: la ley
de causalidad no admite excepción; desde el vuelo de una pajuela
hasta el acto más premeditado del hombre, todo está sujeto a ella con
el mismo rigor. D« aquí que en la marcha completa del mundo jamás
un granito de polvo ha podido recorrer en su vuelo otra trayectoria
que la que ha descrito» ni un hombre ha podido obrar de otra manera
de como ha obrado; y no hay verdad más cierta que aquella según
la cual todo lo que sucede, grande o pequeño, sucede necesariamente.
En cada momento, el estado general de las cosas está estrictamente
determinado por el inmediatamente anterior, lo que sucede igual­
mente sí remontamos el curso de los tiempos hasta lo infinito o des­
cendemos en ¿1 hasta lo infinito. La marcha del mundo puede, por
consiguiente, ser comparada a la de un reloj cuyas piezas han sido
ajustadas perfectamente y que se encuentra con la cuerda dada y an­
dando. Desde este punto de vista, el mundo es una mera máquina
cuyo fin desconocemos. Si quisiéramos suponer un comienzo yendo
contra la razón y contra las leyes del pensamiento, la cuestión no ha­
bría variado en lo esencial, pues ese estado primitivo de las cosas, ad­
mitido gratuitamente, habría determinado y fijado irrevocablemen-
tt, así en d conjunto como en los más mínimos detalles, un segundo
estado, éste habría hecho lo mismo con el siguiente, y así sucesiva-
ntente per saecula saeculorum, ya que la serie de causas, con su rigor abso­
luto —esa cadena de bronce de la necesidad y el destino— lleva con-
**9 0 , fatal e invariablemente, todos los fenómenos, tal como se
producen. La única diferencia sería que en una de las hipótesis ten­
d a m o s un reloj con la cuerda dada en un determinado momento,

V¿aae en esta antología: cuarta parte, I. Ahí cn contrari d lector una más deta-
cxpoñción, tomada de !a obra mencionada, acerca de los principales cotkceptos
^Pueatoa en este f r e ^ e n t o , el cual hemos insertado aquf para destacar de una vez
c^Ukexión de las ideas metafísicas previamente expuestas con la ética, que se encuen*
^ ^ x p u c sta en la cuarta parte. Con ello no hemos más que reproducido el proceder
ptopio Schopenhauer.

¡57
156 E L M UN DO C O M O VOLUN TAD LA L IB E R T A D D E LA V O L U N T A D 159

y cn la otra un perpetuum mobiU\ pero, en ambos casos, la marcha sería pcrnuuiecido insoluble, porque procediendo al revés, se buscaba la li­
igualmente fatal. Irrefutablemente he demostrado en mi obra laurea­ bertad en el operan y la necesidad en el esse. Yo, por el contrario, afir-
da ya referida que los actos del hombre no pueden constituir ninguna 200 que todo ser sin excepción obra con rigurosa necesidad pero existe
excepción a esta regla, pues se producen siempre con el concurso fatal y es como es, en virtud de su libertad. No existe más ni menos libertad
de dos factores: el carácter individual y los motivos actuales; aquél y necesidad en mi sistema que en cualquier otro, aunque parece ha-
innato e invariable; éstos fatalmente impuestos por la marcha de las un exceso, bien de libertad, bien de necesidad, según lo que más
cosas, determinada rigurosamente por la causalidad. ^3candaiice: el atribuir voluntad a los fenómenos naturales, explicados
Según esto, desde un punto de vista al cual no podemos renunciar, jiasta ahora por la pura necesidad, o el reconocer la misma necesidad
porque nos es impuesto por las leyes objetivas y ciertas a priori que en la motivación como en la causalidad mecánica. Y , sin embargo,
rigen el mundo, éste, con todo lo que encierra, se nos aparece como no hay más que un cambio en el orden de los términos; la libertad
un incomprensible juguete de una eterna necesidad, de una insonda­ está colocada en el esse y la necesidad limitada al operari.
ble e inexorable d p á y x f i * Sólo por un medio podemos suprimir lo En resumen, el determinisrm tiene razón; en vano durante miles de
que hay de chocante y hasta de indignante en esta manera inevitable años se le ha tratado de quebrantar a impulso de ciertas quimeras,
de considerar las cosas, y es el de reconocer que si todo ser es, por que más vale no mencionar por su verdadero nombre. Pero de acuer­
una parte, fenómeno determinado necesariamente por leyes de los fe­ do con aquél, el mundo se convierte en un teatro de marionetas movi*
nómenos, por otra parte es cn sí voluntad Ubre, absolutamente libre, das por alambres (motivos), sin que podamos comprender siquiera
pues la necesidad sólo reside en las formas que pcnenecen totalmente a quién divierte este espectáculo; la obra que se representa tiene un
al fenómeno y se desprende tan sólo del principio de razón bajo sus plan, es un Faium quien la dirige; no lo tiene, entonces obedece a una
diferentes formas; pero entonces esta voluntad debe estar dotada de ciega necesidad. Para escapar de este absurdo no hay más que un re­
aseidad,** porque siendo libre como cosa cn sí, no sujeta al principio medio: admitir que la existencia y la esencia de una cosa son manifesta­
de razón, no puede depender de ninguna otra cosa, ni en su existencia ciones de ima voluntad libre que no se reconoce, a sí misma más que
y esencia, ni en su obrar. Tal es el único medio de introducir la sufi­ allí; en cuanto al obrar, no puede sustraerse a la necesidad. Para sal­
ciente libertad para compensar la severa necesidad que rige la marcha var a la libertad de la fatalidad o del azar hay que hacerla pasar de
del mundo. Por lo tanto, o tenemos que considerar el mundo como la acción a la existencia. [MVR, II, C. X X V ]
una mera máquina, cuya marcha es forzosa, o hay que reconocer que
su ser en sí es una voluntad libre, cuya primera manifestación no es
el obrar de las cosas, sino su existencia y su esencia. Por consiguiente,
esta libertad es trascendental y coexiste con la necesidad empírica,
del mismo modo que la idealidad trascendental de los fenómenos coe­
xiste con su realidad empírica. En mi obra laureada sobre la libertad
de la voluntad hago notar que los actos del hombre, sólo bajo esta
condición, le son propios, a pesar de la necesidad con la cual se produ­
cen en virtud del carácter y de los motivos; y esto es precisamente
lo que le da aseidad a su ser. La misma condición vale para todo cuanto
existe en el mundo. La fUosofía debe poder conciliar la necesidad más
inflexible con la libertad llevada hasta la omnipotencia; y esto sólo
puede hacerlo sin mengua de la verdad, atribuyendo toda la necesi­
dad al obrar {operari) y toda la libertad al jít y a la esencia {esse). De este
modo se resuelve esc enigma tan antiguo como el mundo, y que ha

* necesidad,
*• Térm ino de la escolástica que significa la propiedad de ser por *í mismo, es decir
de tener en sí el principio de su propio ser.
E L O R IG E N D E LA M AGIA 161

pO pueden haber nacido empíricamente, ni puede ser su confirma*


I X . E L O R IG E N D E L A M A G IA por la experiencia lo que las haya mantenido en todos los pue-
durante los tiempos todos, puesto que en la mayoría de los
ha de haberle sido adversa la experiencia. Opino, por lo tanto,
Si s e LEE la historia de la magia, escrita por Tiedemann, bajo el título que b*y Que ir a buscar muy en lo hondo el o ri^ n de esa idea tan
de Disputaiio de qjaestione, qiuufuerit ariitm magicarxm oñga, Marburgo ^^iieralizada en la humanidad toda, y tan inextinguible a pesar de
1787, obra premiada por la Sociedad de Gotinga, asómbrase el que Qponérwtle tanto la experiencia y de ser opuesta al sentido común, y
la lea de la perseverancia con que, a pesar de tantos contratiempos, que ese origen está en el sentimiento íntimo de la onmipotenda
ha proseguido la humanidad en todo tiempo y lugar los pensamientos de la voluntad en sí, de aquella voluntad que es el ser íntimo dd hom-
de la magia, infiriéndose de aquí que tiene que haber para ello una y a la vez de la naturaleza toda, y en la presuposición asociada
profunda razón, por lo menos en la naturaleza humana, si es que no á tal sentimiento de que la tal omnipotencia puede hacerse valer de
en las cosas en general, sin que pueda ser un capricho arbitrario. plgón modo por d individuo. No había nadie capaz de investigar y
Aunque discrepan los escritores al dar la definición de m a ^ , no cabe discernir qué es lo que podía ser esa volimtad como cosa en sí, y qué
desconocer su pensamiento fundamental. En todos los tiempos y en como fenómeno particular; sino que se aceptaba sin más, que podía
los pueblos todos se ha cobijado la creencia según la cual fuera del eo ciertas circunstancias romper los diques de la individuación, pues
arte regular de producir alteraciones en el mundo mediante el nexo aqud sentimiento resistía firme el juicio que nos insta a adoptar la
causal de los cuerpos, debe haber otro enteramente distinto de aquél, experiencia: que “ d Dios que habita en mi seno puede remover pro­
que no descanse en el nexo causal; de donde resulta que aparecen pa­ fundamente mis entrañas; pero el entronizado sobre mis fuerzas to­
tentemente absurdos sus medios, si se los concibe en el sentido del das nada puede mover hacia fuera” [Goethe, Fausto, I, vers. 1566-
primer arte, en cuanto salta a la vista la disconformidad de la causa 15691-
aplicada respecto al efecto que se busca y lo impbsible dd nexo causa] Conforme a las ideas fundamentales que acabamos de exponer, en
entre ellos. Sólo que la presuposición que aquí se hacía era, que fuera todos los ensayos de magia no se ha tomado el medio físico empleado
de enlace externo, fundado en el nexum physicum, entre los fenómenos más que como vehículo de algo roetafísico, puesto que era evidente
de este mundo, tenía que existir otro, que operara a través del ser en que no podía tener rdación alguna con d efecto propuesto. Tales me­
sí de todas las cosas, un enlace subterráneo, gracias al cual se pudiera dios eran palabras extrañas, actos simbólicos, figuras dibujadas, imá*
obrar inmediatamente desde un punto del mundo fenoménico sobre genes de cera, etc. Y conforme a aqud sentimiento originario vemos
otro cualquiera, a través de un nexum nutapkysicum; que, por lo tanto, que lo transmitido por tales vehículos era siempre, a fin de cuenta, un
debía ser posible una acción sobre las cosas ejercida desde adentro, acto de la voluntad que se asociaba con aquéllos. La naturalísima oca-
en vez de la ordinaria desde fuera, una acción del fenómeno sobre w n de esto era el que se advertía a cada momento en los movimientos
el fenómeno, merced al ser en sí, que es uno y el mismo en todos del propio cuerpo un influjo de la voluntad completamente inexplica-
ellos; que así como obramos causalmente en cuanto natura naturata, Ue» y por lo tanto claramente metafísico, y ¿no había de poder exten­
debemos también ser capaces de una acción en cuanto ruitura naiv^’ derse esto a otros cuerpos? Hallar el camino para suprimir d aisla-
rans, y que por d momento podríamos hacer valer el microcosmos Quento en que se halla la voluntad en cada individuo, logrando así
como macrocosmos; que por muy sólidas que sean las barreras que un ensanche de la esfera inmediata de la voluntad sobre el cuerpo
separan a los individuos, habían de permitir en ocasiones una comu* propio del que quiere, tal era d propósito de la magia.
nicación entre bastidores, o por debajo de la mesa, como juego fami* Faltaba mucho, sin embargo, para que ese pensamiento funda-
liar; y que así como en la clarividencia sonambúlica se da una su- P^nul, del cual parece haber brotado propiamente la magia, fuese
presión del aislamiento individual dd conocer, podría también lavado a la conciencia y reconocido ir abstracto, y mucho faltaba, por
suprimirse el aislamiento individual de la voluntad. Semejantes ideas ^ tanto, para que la magia se comprendiese a sí misma. Tan sólo en
*^gunoi escritores, pensadores y doctos de más antiguos si^os, halla-
La expresión "natun naluraía” se refiere a la naturaleza creada, a la nacuralci*
—como podría probarlo con citas— la clara idea de que estriba
como un producto actü>ado, en cambio '‘naiufa naíjirans” se refíere a la naturaleza
la fuerea creadora de aquélla, la cual, como se ha visto, se identifica para Scho* ^ la voluntad misma la fuerza mágica, y de que los signos y actos ex-
penhauer con la voluntad. ^^^vagantes, juntamente con las palabras sin sentido que los acompa-

160
162 EL M U N DO C O M O VO LUN TAD
E L O R IG EN DE l A MAGLV 163

ñan y que sirven de medio de conjuro para los demonios, no son mág negra*. Su opuesta, la blanca, era aquella en que el encantador no se
que meros vehículos y medios fijativos de la oolunlad, mediante lo$ amistaba con el diablo, sino que buscaba el permiso y aun la coopera­
cuajes el acto volitivo, que ha de obrar mágicamente, deja de ser un ción del Dios único, por intercesión de los ángeles y a menudo nom­
mero deseo y se hace acto, recibe un cuerpo (como dice Paracxlso), en< brando los extraños nombres y títulos hebraicos del mismo, como Ado-
tregándosele en cierto modo la exposición expresa de la voluntad ¡n. naí, etc.; evocaba a los diablos y los reducía a obediencia, sin prometerles
dividual, que se hace valer como voluntad en general o voluntad en nada por su parte, lo cual era una coerción sobre el infierno (v. Del Río,
sí. Pues en todo acto mágico, cura simpática o lo que fuese, la acción Oisquisitionum magicarum, lib. ii, q. 2; Agrippa de Nettesheim, De vanitaíe
externa (el medio unitivo) es precisamente lo que en el magnetizar scterU tarum C. 45). Pero hasta tal punto se tomaba p>or la esencia de la
son los pases, no lo esencial, sino el vehículo, aquello por lo cual la cosa y como procesos ol:yetivos estas meras interpretaciones y vestiduras
voluntad, que es el único agente propiamente tal, recibe su dirección de ella, que todos los escritores que no conocían la magia por propia
y fijación en el mundo corpóreo y entra en la realidad, siendo por esto práctica, sino de segunda mano, como Bodina, Del Río, Bindsfeldt, etc.,
imprescindible por lo común. En los demás escritores de aquellos determinan su esencia diciendo que es un obrar, no por fuerzas ni ¡>or
tiempos lo único que aparece asentado, correspondiendo a aquella vías naturales, sino con ayuda del demonio. Ésta era y sigue aún siendo
idea fundamental de la magia, es el fin de lograr mediante el albedrío en donde quiera la opinión corriente, modificada localmente según las
un dominio absoluto sobre la naturaleza. Pero no pudieron alcanzar religiones de cada país; fiie el fundamento de las leyes contra los encan­
la idea, según la cual tenía que ser inmediato tal dominio, sino que tamientos y de los procesos contra las brujas; e igualmente se dirigían
lo imaginaban como mediato, puesto que las religiones de los pueblos por lo regular contra ella las objeciones a la posibilidad de la magia. Se­
habían puesto por donde quiera a la naturaleza bajo el señorío de dio­ mejantes concepción e interpretación objetivas de la cosa tenían, empe­
ses y demonios. Y ahora bien; el manejar a éstos a voluntad, el mo­ ro, que producirse necesariamente a causa del decidido realismo que
verlos y aun obligarlos a que se pongan al servicio del hombre, era reinaba en Europa, tanto en la Antigüedad como en la Edad Media, rea­
la ambición del mágico, quien les atribuía lue^o lo que había dado lismo quebrantado por vez primera por Descartes. Hasta éste no había
resultado; precisamente lo mismo que Mesmer atribuyó en un princi­ aún aprendido el hombre a dirigir su especulación a las misteriosas pro­
pio el éxito de su magnetización al imán o barra magnética que lleva­ fundidades de su propio interior, sino que buscaba todo fuera de sí. Y el
ba en las nfanos, en vez de atribuírselo a su voluntad, que era el ver* hacer señora de la naturaleza a la voluntad, a la que hallaba en sí mismo,
dadero agente. Así se tomó la cosa en todos los pueblos politeístas y así era una idea tan atrevida pues se hubiera espantado de querer estable­
entendían la magia, como íeurgia, * Plotino y especialmente Yámblico; cerla, por lo cual se la hacía señora de fingidos seres, a los cuales la su­
expresión esa de teurgia empleada primero por Porfirio. Tal interpre­ perstición dominante atribuía poder sobre la naturaleza, para lograr así
tación era favorable al politeísmo, esta aristocracia divina en cuanto hacer a aquélla dueña, siquiera mediata, de ésta. Por lo demás, los demo­
divide el señorío sobre las diversas fuerzas de la naturaleza entre dio­ nios y dioses de todo género son siempre hipóstasb, mediante las cuales
ses y genios que, por lo menos cn su mayor parte, no e r ^ nada más los creyentes de toda secta y color se hacen comprensible lo metajisico, lo
que fuerzas naturales personificadas, y de entre las cuales sé ganaba el que está detrás de la naturaleza, y participantes de su existencia y consti­
mágico o hacía que se pusieran a su servicio a ésta o a aquélla. Pero tución, y dominadores, pK>r lo tanto. Así, pues, cuando se dice que la
en la monarquía divina, en que obedece la naturaleza toda a uno sO' magia obra con ayuda de los demonios, el sentido que sirve de base a
lo, habría sido idea demasiado osada la de entrar en comercio priva­ esta idea es siempre el de que es una acción no por \ia física, sino metafí­
do con él, o la de querer ejercer sobre él señorío alguno. De aquí el sica, no natural, sino sobrenatural. [ VW]
que donde dominaron el judaismo, el cristianismo o el islam, salió si
paso de esa interpretación la omnipotencia del Dios único, con lo que
no podía atreverse el mágico. No le quedó, pues, más recurso que re­
fugiarse en el diablo, rebelde o descendiente inmediato de A r im á n ,
a quien seguía concediéndose algún poder sobre la naturaleza, y co^
el cual cerraba trato, asegurándose así de su ayuda. Tal era la “ magi&

* Magia que pretende operar por comunicación con las divinidades.


T ercera Pa rte

LA CON TEM PLACIÓN EST ÉT IC A


I. EL CONOCIMIENTO INDEPENDIENTE DE LA
VOLUNTAD Y EL GENIO

pggEMOS recordar que el conocimiento en general penenece a la ob-


j^vactón de la voluntad en sus grados superiores, y que la sensibili­
dad, el sistema ncn/ioso, el cerebro, así como otras partes del ser or­
gánico, w n expresiones de la voluntad en este grado, y de aquí que
jji fcprc**^tación que ellos forman también esté al servicio suyo,
ctano un medio para la realización de sus complicados
fines y para la conservación de un ser de múltiples
>necesidades. Por consiguiente, originalmente y de acuerdo con su esen­
cia el conocimiento está completamente al servicio de la voluntad, y
como el objeto inmediato, que por medio de la aplicación de la ley
<iecausalidad constituye su punto de partida, es sólo voluntad objeti­
vada, Codo<conocimiento sujeto al principio de razón está, de cerca
o de lejos, relacionado con la voluntad. Pues para el individuo su
cuerpo es un objeto entre los objetos con los cuales sostiene una mul­
titud de relaciones regidas todas por el principio de razón y, por Jo
tanto, su consideración de estos objetos vuelve siempre tarde o tem­
prano a su cuerpo, esto es, a su voluntad. Siendo el principio de ra-
lón el que pone los objetos en esta relación con el cuerpo, es decir,
con la voluntad, el único afán de este conocimiento, siervo de la vo­
luntad, será conocer las relaciones de estos objetos determinados por
«l principio de razón, es decir, averiguar sus múltiples relaciones en el
jMpaao, en el tiempo y en la causalidad. Pues sólo por éstos el obje-
' ^ interesante al individuo, es decir, tiene una relación con la vo-
aquí que este conocimiento siervo de la voluntad no co-
•wca de ios c^jetos realmente más que sus relaciones, es decir, que
•wconozca los objetos en cuanto se dan en un tiempo y lugar deter-
T"®*dos bajo ciertas circunstancias, en cuanto son productos de cau-
^ y a su vez producen efectos; en una palabra, como cosas particu-
M suprimimos todas estas relaciones, desaparecen también los
porque el entendimiento no reconoce otra cosa en ellos,
debemos tampoco olvidar que lo que estudia la ciencia en todas
no es en sustancia sino esto mismo, a saber; sus relacio-
^ relaciones de tiempo, de espacio, las causas de sus variaciones
las diferencias en sus formas, los motivos de los aconteci-
en suma: puras relaciones. Lo que distingue a la ciencia del
,®nto vulgar es únicamente la forma sistemática que facilita
*nncnto por la síntesis de todos los particulares, por la subor-
de los conceptos, y consigue de esta manera abarcar la tota-

167

n
166 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A
E L C O N O C IM IE N T O IN D EP EN D IE N T E 169

Udad de los mismos. Pero toda relación tiene sólo una existencia rcla. una imagen intuitiva; cuando de este modo el objeto se ha
tiva; por ejemplo; todo ser cn el tiempo es a la vez un no ser; py^^ por
^ g p feo d iá o de toda relación con algo que no sea él mismo y el sujeto
el tiempo es aquello que hace que una misma cosa revista determina, gg ha emancipado de todo lo que le liga a la voluntad, lo conocido
ciones opuestas, de aquí que cn el tiempo todo fenómeno sea y r)o ^piottce* no es ya la cosa particular, como tal cosa particular, sino
sea; pues lo que separa su principio de su fin es únicamente el tiert). Jdf^i ^ forma eterna, la objetividad inmediata de la voluntad en
po, algo esencialmente efímero, sin consistencia y relativo, y qu^ efe grado; y por eso mismo el que se entrega a esta intuición no es
aquí llamamos duración. Pero el tiempo es la forma más general de individuo, pues el individuo se ha ¡ardido en tal intuición, sino
todos los objetos del conocimiento puesto al servicio de la voluntad ¿rtie es puro sujeto del conocimiento, por encima de la voluntad, del dolor
y el prototipo de todas las formas restantes. y dd t i e m p o . I , ^ 34]
Por lo general el conocimiento está sometido al servicio de la vo­
luntad como nacido para este servicio, y hasta podría decirse que Si queremos adueñamos de una Idea y albergarla en nuestra con­
brota de la voluntad como la cabeza del tronco. En los animales esta ciencia, necesitamos producir en nosotros un cambio que puede
servidumbre es constante. En el hombre sólo excepcionalmente es considerarse como un acto de renuncia a nosotros mismos, ya que su
suspendida, como veremos más adelante. Esta diferencia entre el efecto es desviar el conocimiento de nuestra propia voluntad, apartar
hombre y el animal se expresa exteriormente por la diferencia de las la vista totalmente del precioso depósito que le está confiado, y consi­
relaciones entre la cabeza y el tronco. En los animales inferiores, am-. derar las cosas como si fueran tales, que no pudiesen interesar nunca
bos están completamente entrelazados; en todos, la cabeza se dirige a nuestra voluntad. Esta es la única manera de transformar el conoci­
a tierra, donde se hallan los objetos de la voluntad; aun en los anima­ miento en espejo puro del ser objetivo de las cosas. Toda auténtica
les superiores, la cabeza y el tronco están menos diferenciados que obra de arte debe tener por fundamento un conocimiento de este tipo
en el hombre, en el cual la cabeza está libremente colocada sobre el coiDO su origen. [M VR, II, C . X X X ]
cuerpo, sustentada por éste y no puesta a su servicio. Este privilegio
de la especie humana está representado de modo eminente en el Apo­ Mientras que la ciencia persigue la incesante e incontenible co­
lo de Belvedere; la cabeza del Dios de las musas domina con su mira­ rriente de razones y consecuencias en sus cuatro formas, y se ve siem­
da el espacio y aparece tan libremente sobre los hombros que parece pre obligada a correr tras un nuevo fin, sin encontrar jam ás una meta
desprenderse del cuerpo y como emancipada de los cuidados que al definitiva ni satisfacción completa, así como no es posible por mucho
cuerpo la atan. I,/ 3 3 ] que corremos alcanzar aquel punto del horizonte en el cual descansan
las nubes, el arte, por el contrario, siempre encuentra su fin, pues
Cuando el hombre, elevándose por la fuerza del espíritu sobre la mane- arranca de la corriente que arrastra a las cosas de este mundo el objeto
ra ordinaria de considerar las cosas, no se limita ya a buscar las rela­ de su contemplación y lo aísla ante sí, y este objeto particular que en
ciones entre aquéllas guiado ]x>r las formas del principio de razón, re­ didia corriente era una pequeña parte efímera se convierte para él
laciones cuyo fin último es el vínculo con su voluntad; es decir, cviando en representante del todo, en equivalente de la multiplicidad espacio*
no considera más el dónde, el cuándo, el porqué y el para qué de las temporal; por consiguiente, se detiene ante este particular, para la
cosas, sino únicamente lo que son; cuando no se entrega tampoco al nieda del tiempo; las relaciones desaparecen; sólo lo esencial, la Idea,
pensar abstracto, a los conceptos de la razón, sino que concentra toda la es su objeto.
fuerza de su espíritu en la visión intuitiva, absorbiéndose enteramente Podemos, pues, definir el arte justamente como la consideración de
en ella, y llena su conciencia con la tranquila contemplación de los ob­ ^ cosas independientemente del principio de ratón, en oposición a aquella
jetos naturales, como un paisaje, un árbol, ima roca, un edificio, o cual­ ^^a manera de considerar las cosas, que es la vía de la experiencia
quier otro, perdiindost en estos objetos, es decir, olvidándose de sí mismo y de la ciencia. Esta última clase de consideración puede ser compa*
como individuo y de su voluntad y convirtiéndose en puro sujeto, en ^‘*da a una línea horizontal que se prolonga infinitamente; aquélla a
claro espejo del objeto, de tal modo que parece que el objeto está solo, línea perpendicular que corta a ésta en un punto cualquiera. La
sin el ser que lo percibe y que no se puede separar el sujeto que perci­ ^nsideración que se rige por el principio de razón es la consideración
be de la percepción misma, sino que ambos son una misma cosa, p^»*' ^^onal, única que tiene valor y utilidad en la ciencia y en la vida
que la conciencia en su totalidad está completamente ocupada y llena I^*^ica; la que prescinde del principio de razón es la manera de ver
170 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A E L C O N O C IM IE N T O IN D E P E N D IE N T E 171

dei genio, única válida y útil en el arte. La primera es la de Aristóte­ 3 ^ 0 es capaz de dirigir su atención a las cosas en cuanto éstas se rela­
les, la segunda es en conjunto la de Platón. Aquélla se asemeja al hu­ ción*»» aunque sea de manera mediata, con su voluntad. Y como a
racán impetuoso que sin tener cohilcnzo ni fin corre arrollándolo tQ. ettc respecto, que sólo exige el conocimiento de relaciones, basta el
do, sacudiéndolo y arrastrándolo consigo; Ja segunda, d rayo de sol concepto abstracto de las cosas, el hombre ordinario sale pronto de
plácido que atraviesa este huracán sin ser agitado por él. La primera Ja mera intuición, su mirada no se detiene largamente en un solo ob*
se parece a las gotas de agua de una catarata, innumerables y violen­ jeto, sino que en todo lo que se le presenta persigue al punto el con*
tas, que son reemplazadas incesantemente por otras y no reposan ja­ cepto bajo el cual se ordena la cosa, como el perezoso busca el asiento
más; la segunda, al arco iris, que tranquilo reposa sobre aquel furioso y fuera de éste nada más le interesa. Por eso se detiene muy poco ante
tumulto. (cualquier objeto: una obra de arte, un aspecto bello de la natura-
Las Ideas sólo pueden ser concebidas por medio de esa contempla­ IgjM O el signifícativo espectáculo de la vida en todas sus escenas.
ción pura que se pierde en el objeto, y la esencia del genio consiste en En nada se fija, pues va buscando su camino a través de la vida o, a
la capacidad preeminente para esta contemplación; pues como ésta lo tumo, b que podría ser acaso su camino, y hace acopio de datos
exige un completo olvido de la propia persona y de sus intereses; la topográficos en la más amplia acepción de la expresión. En cuanto
genialidad no es otra cosa que la más perfecta objetividad, es decir, la di­ a la contemplación de la vida misma como tal, no pierde el tiempo.
rección objetiva del espíritu en oposición a la dirección subjetiva El hombre de genio, en cambio, cuyas facultades cognoscitivas, por
encaminada hacia la propia persona, o sea hacia la voluntad. Segim ■u misma preponderancia, pueden desligarse por cierto tiempo del
esto, la genialidad es la facultad de conducirse meramente como con* servicio de la voluntad, se detiene en la contemplación de la vida mis*
templador, de perderse en la intuición y de emancipar el conocimien­ ma y se afana por penetrar la Idea de cada cosa, prescindiendo de
to, que originariamente está al servicio de la voluntad, de esta sen'i- tus relaciones con los demás objetos. Por esto desatiende muchas ve­
dumbre, dejando de lado el interés, la voluntad y sus objetivos, así ces su propio camino en la vida, por lo que frecuentemente marcha
como la propia individualidad, para convertirse en sujeto puro del con paso torpe. Mientras que para el hombre corriente la facultad de
conocimiento, en visión transparente del mundo, y esto no de una ma­ conocimiento es como una linterna que ilumina su camino, para el
nera momentánea, sino por tanto tiempo y tan reflexivamente como genio es el sol que ilumina el mundo y le revela su sentido. Tan dife­
sea necesario para reproducir el objeto contemplado por un arte su­ rentes maneras de considerar la vida no tardan en manifestarse al ex­
perior, para “ fijar en pensamientos perdurables lo que se encuentra terior. La mvada del hombre, en quien palpita y se desarrolla el ge­
suspendido del vacilante fenómeno” . [Goethe, FatiSto^ 1, vers. 384f.] nio, es intensa y firme a la vez y le distingue con el sello de, la
contemidación, como puede observarse en los retratos de los pocos
Parece como si, para que se manifieste el genio en un individuo, le
fuese concedido a éste una cantidad de conocimiento que excediese en b beltesa de un objeto debemo«, pue*. prescindir del interés que pueda tener U cxiaten-
mucho del necesario para el servicio de una voluntad individual. Cii de «*e objeto para nosotros en U nto sujetos d d deseo o del deber. Como conse-
Este exceso de conocimiento liberado se convierte en sujeto purificado ««enci* de e « a ausencia de interés Kant deriva la univefMlidad del juicio de gusto:
y* q « ningiuu “ indinadón” del individuo está en rdación con d objeto, d sujeto
de la voluntad, en claro espejo de la esencia del mundo. [MVR, I, f 36]
adopta una posición universal. En esto último debemos ver también d ante-
d d concepto que sostiene Schopenhauer acerca del sujeto de la contemplación
£1 hombre corriente, ese producto manufacturado de la naturaleza •«nica como sujeto puro d d conocimiento. Sin embaído, hay una diferencia radical
que ésta edita por millares diariamente, no es capaz, al menos persis­ esto* dos autores respecto a la “ objetividad” de la contemplación estética. Mien-
tentemente, de una contemplación en todos sentidos y completamente ^ <iue para Kant é su no nos proporciona conocimiento alguno d d objeto, pues en
^ ^ e rirn o * la representación del mismo a “ nuestro sentimiento de placer o dolor’ ’
desinteresada, que es lo que constituye la verdadera contemplación.
»1 objeto, siendo d fundamento del juicio de gusto s ^ subjetivo, para Schopen-
contrario. Ia contemplación estética es precisamente d conocimiento ob*
’ La contemplación estética como una contemplación dcsinccm ada C9 uno de io* de las cosas en la medida en que los intereses de la voluntad no intervienen en
tantos conceptos que Schopenhauer comparte con K ant (véase: Crítica d elJu irío, Anah' cambio, el conocimiento regido por d principio de razón, ya sea d de la expe-
tica de lo beUo). En efecto, para rste último la condición de un juicio de gusto, es dcc^^- cotidiana o d de la ciencia, es sólo un instrumento de la voluntad, y en este
de un juicio que predica belleza de un objeto, es la ausencia de interés en el sujeto ¿ T ^ p o d r f a m o * incluso llamarlo “ subjetivo” . Curiosamente aquí, en la filosofía de
ei objeto que se juzga, o en términos más estrictamente kantianos, la ausencia de ^^^P*nbauer, la eficacia, la aplicación práctica d d conocimiento que tanta c(>nftanza
facción unida a la "representación de la existencia” del objeto. Para poder conteropl*^ ^ «napira, resulta ser criterio de subjetividad.
J72 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A
E L C O N O C IM IE N T O IN D E P E N D IE N T E 173

hombres de genio que la naturaleza ha producido entre tantos millo, fjlempve nublada, podemos comparar el humor sombrío que-con tan-
nes; por el contrarío, en la mirada de los otros, cuando no se encuen- frecuencia observamos en los hombres eminentes; pero cuando se
tra embotada como la mayoría de las veces, se revela el verdadero algunas veces por la mañana el velo de las nubes, cuando la
contrario de la contemplación: el acechar. E)e aquí se deduce que montaña, teñida de rojo por los rayos solares, con la cabeza tocando
expresión genial de una cabeza consistirá en la preponderancia de los al fK>r encima de las nieblas, contempla a Chamonix a sus pies,
signos del conocimiento sobre los del querer y, por consiguiente, e» ofi«ce un espectáculo ante el cual el corazón se alegra en lo más pro­
la expresión de un conocimiento sin relación con una volición, es de­ fundo de BU ser. Lo mismo el genio, tocado de su melancolía ordina-
cir, de un conocimiento puro. Por el contrario, en los rostros comunes i^amente, presenta a intervalos esa serenidad particular a que me he
predomina la expresión del querer y se advierte que el conocimiento referido, propia de él solamente, que nace de la perfecta objetividad
funciona siempre por el impulso del querer, que está concentrado dd espíritu, y que se cierne como un reflejo Itiminoso sobre su vasta
por lo tanto, en los motivos.^ [MVR, I, § 36] fíente: m tristitia kHaris, in hilaritaie tristis. *
La mediocrídad consiste sustancialmente en que el intelecto,
Convienen todavía algunas observaciones acerca de la individualidad todavfá muy ligado a la voluntad, no trabaja más que a instigación
del genio. Aristóteles, según Cicerón {Tusculanarvm disputationun, de ésta, estando, por lo tanto, enteramente a su servicio. Las media­
1, 33 [80] ), observó ya que omnes ingeniosos nulancholicos esse, * lo que in- nías no tienen otras miras que las personales, a lo que se debe que
dudablemente se relaciona con cierto pasaje que se encuentra en hagan cuadros malos, poesías triviales, filosofemas banales, absurdos
Problemata 30, I [953 a 10] de Aristóteles.^ Goethe también dice: y hasta de mala fe cuando con ellos quieren fingir una devoción hipó­
crita ante sus superiores. Toda su conducta, todo su pensamiento es
Mi arder poético era débil cuando caminaba hacia la dicha; pero a] huir personal. Todo lo más, logran hacerse de un estilo, asimilándose la
de una desgracia que me amenazaba, me encendía una viva llama. La parte exterior, accidental, facultativa, de las grandes obras. Se apo­
suave poesía, semejante al arco iris, sólo se dibuja bien sobre un fondo deran de la envoltura en vez de la almendra y creen haber alcanzado
sombrío; por eso el genio se presta a la melancolía. [SpTÍchtaÓTtlick\
con ello la perfección y hasta haber superado a los maestros. Si fraca­
san notoriamente, más de uno espera triunfar al cabo a fuerza de
Esto se explica por lo siguiente; ya que la voluntad hace valer
buena voluntad. Pero precisamente esa buena voluntad lo hace im-
constantemente su originario señorío sobre el intelecto, éste se sus­
po«tt>le, ya que ésta sólo se diríge hacia objetivos personales, pero con
trae fácilmente del mismo bajo desfavorables condiciones personales,
ella no se puede alcanzar nunca algo seno ñi en el arte, ni en la poe-
porque se aparta con gusto de las circunstancias adversas, cual si
ni en la fUosofía... No llegan a comprender que para ser capaz
quisiera distraerse, y entonces se dirìge hacia el mundo exterior con
de producir obras de arte verdaderas es condición indispensable que
mayor energía, haciéndose así más fácilmente objetivo. Las condicio­
el intelecto se emancipe del dominio de la voluntad y sus intenciones,
nes personales favorables influyen en sentido inverso. Pero, conside­
con absoluta libertad en su trabajo. Afortunadamente ellos no com­
rada la cuestión desde un punto de vista más general, la melancolía
prenden estas cosas, pues de comprenderlas se tirarían, desespera­
que acompaña al genio se debe a que, cuanto más claramente ilumi­
dos, de cabeza al río. —En moral, la buena voluntad lo es todo, en el
na el intelecto a ia voluntad de vivir, tanto más claro se percibe lo
vU , nada, pues aquí se necesita poder, como lo indica la palabra ale-
miserable de su <x>ndición. Con el Montblac, cuya cima está casi
m tna.**
Definitivamente, el secreto está en saber dónde se encuentra lo ver­
^ El lector debe tomar en constdcractón aquí la resonancia d d término "WüU” daderamente importante del hombre. Para la mayoría está en su pro­
(voluntad) al ser utilizado e] verix) “ moUen ” (querer; “w iü ” en la primara y tercer*
pio bien y el de los demás; lo que les incapacita para trabajar en otra
personas del presente en indicativo).
* todo hombre de genio es melancólico. cotui que no sea esto, ya que ningún propósito, ningún esfuerzo vo-
’ Esta idea que asocia la creación artística con la mdancoUa se encuentra tambi^i* Kmtario puede suplir o reemplazar lo verdaderamente serio e impor-
en uno de los principale» representantes del platonismo renacentista, Marsilio Ficino ^ t e . Esto permanece siempre donde la naturaleza lo colocó, y sin
(1433-1499), as[ como cn Comelius Agrippa von Nettesheim (1486-1535) (véase á t
este último: De ocevlla phiiosophia). También Durerò expresa este vínculo cn su grabado
Melancoba I (véase: Klibansky, Panofsky, Saxe, Salam an d M etaneholy, Londres. * en la tristeza alegre, en la alegría triste.
1964). ** K tm tl: arte; iin n ett: poder
174 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A
E L C O N O C IM IE N T O IN D E P E N D IE N T E 175

ello nada se hace más que a medias. Esta es la razón de por qué loj género que sea, y al genio, pues sólo ellos, contrariando la na-
hombres de genio son por regia general malos administradores de humana, desdeñando el propio interés, no viven para sí,
intereses. Sucede con dios lo mismo que con esos objetos que siempr« ¿130 pant humanidad entera. Ahora bien, no tenemos más remedio
están en equilibrio por tener un plomo por peana. Lo verdaderamen> que reconocer que la inmensa mayoría de los individuos no saldrán
te serio del hombre atraerá siempre la fuerza y la atención de su int«. Qunca de su pequenez y que jam ás podrán llegar a ser grandes; sin
lecto hacia el punto donde reside, siendo todo lo demás secundario. e m b a r g o , la inversa no es posible, es decir, que un hombre perma­
Por eso sólo esos hombres para quienes lo serio no reside en las cosas nezca siendo grande siempre y en todo momento:
personales y prácticas, esos individuos raros y anormales, que no ven
lo importante, sino en lo objetivo y en lo teórico, están en situación Pues el hombre está hecho de masa vulgar
de comprender la esencia del mundo y de las cosas, las verdades más y llama a la costumbre su nodriza.
elevadas, y de reproducirlas de algún modo. Colocado lo serio en el
[Schiller, La muerte d¿ Waltenstein, I, 4]
aspecto objetivo, fuera del individuo, tiene algo de extraño y de con­
trario a la naturaleza humana, casi de sobrenatural, pero sólo bajo
En efecto: por muy grande que sea un hombre, con frecuencia no
esta condición llega el hombre a ser grande, y lo que crea entonces
es más que individuo, no se preocupa más que de sí, que es lo que se
se le atribuye a un genio de naturaleza diferente a la suya, que le tie­
Dama ser pequeño. [MVR, II, C . X X X I ]
ne poseso. Para un hombre como éste, todo lo producido por él, poe­
sía, cuadros, meditaciones, es el fin mismo, siendo en cambio, para Aunque de la exposición hecha resulta que el genio consiste en la
los demás solamente un medio. Éstos no buscan más que su negocio capacidad de conocer independientemente del principio de razón,
y saben por lo general hacerlo prosperar, pues se adaptan a las nece­ y por lo tanto en la capacidad de conocer, no las cosas particula­
sidades y caprichos de sus contemporáneos para servirlos; de ahí que res, cuya existencia descansa en las relaciones, sino las Ideas de
vivan la mayoría en chrcunstancias favorables,- mientras que aquél las mismas, así como en el ser correlato de las Ideas, y por lo tan­
vive con frecuencia bajo circunstancias miserables, pues sacrifica su to, en el no ser ya individuo, sino sujeto puro del conocimiento;
bienestar personal al fin objetivo, sin que pueda hacer otra cosa, por­ ón embargo, esta capacidad, si bien en distintos grados y más es-
que ese fin es para él lo serio. Con aquéllos sucede lo contrario; por escasamcDte, es patrimonio de todos los hombres, pues sin ella se­
eso son pequeños, mientras que el genio es grande, La obra de éste rian tan incapaces de apreciar las obras de arte como lo son de pro­
es de todos los tiempos, aunque su mérito no suele ser apreciado por ducirlas y en general carecerían de sensibilidad para lo bello y para
los contemporáneos, sino por la posteridad, en tanto que aquéllos vi­ to sublime; no tendrían estas palabras ningún sentido para ellos. Por
ven y mueren en su época. Generalizando, podemos decir que sólo consiguiente, a menos de que se trate de personas del todo incapaces
es grande aquel cuya actividad teórica o práctica no persigue el inte- para d placer estético, hay que admitir que esa facultad de reconocer
rés persona], sino un fin objetivo, sin que deje de ser grande porque las Ideas en las cosas y de prescindir momentáneamente de su propia
en la práctica el fin perseguido sea una equivocación, ni aunque fuese individualidad, existe en todo hombre. La única ventaja dd genio es
un crimen. Lo que hace grandes a los hombres es no a t e n d e r jamás que posee esta capacidad en más alto grado y por más tiempo, lo cual
a su persona, ni a su interés, cualesquiera que sean las circunstan­ ^ permite reflexionar lo necesario para poder reproducir de algún
cias. Por el contrario, toda actividad dirigida hacia un fin personal es modo el objeto así contemplado. Esta reproducción libre es la obra
pequeña, pues el que obra llevando por guía ese norte no se reconoce, ^ arte. Por medio de la obra de arte nos comunica el genio la Idea
ni se encuentra a sí mismo, como no sea en su insignificante persom* ^puda. Pero la Idea permanece inmutable y es siempre la misma; de
lía. El que es grande se reconoce a sí mismo en todas las cosas, y, por ^ u í que d placer estético sea el mismo cuando es producido por una
consiguiente, en el conjunto de ellas; no vive, como aquél únicamen­ de arte que cuando es provocado por la contemplación inmedia-
te en el microcosmos, sino en el macrocosmos. A ello se aplica y busca ^ de la naturaleza y de la vida. L a obra de arte no es más que un me-
aprehenderlo para reproducirlo, explicarlo o para obrar práctica­ db para facilitar d conocimiento en el cual consiste ese placer. El que
mente sobre ello. Puesto que nada le es ajeno, siente que todo le infla* ^ nos presente más claramente la Idea a través de la obra de arte
ma. Por esta expansión de su esfera recibe el calificativo ó c gran^- por medio de la naturaleza y la realidad, se debe a que el artista,
Este calificativo pertenece únicamente al héroe verdadero, de cual' ^ contemplar sólo la Idea y no la realidad, reproduce también sólo
176 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A E L C O N O C IM IE N T O IN D EP EN D IE N T E J77

lo Idea, aislándola de la realidad y haciendo caso omiso de toda con­ Pero cuando una circunstancia exterior o nuestro mismo estado de
tingencia perturbadora. El artista nos hace ver el mundo con sus ^0 X0 0 no 9 arranca, de improviso, del torrente sin fin de la voluntad
ojos. Lo propio del genio, lo nativo en él, es que su mirada descubre y eni^cipa nuestro conocimiento de la esclavitud de la voluntad, la
lo esencial de las cosas, lo que éstas son fuera de toda relación; pero ^tendón ya no se dirige a los motivos de la voluntad, sino que conci-
la facultad de hacernos ver esto a nosotros, de prestamos su mirada, ^ las cosas libres de sus relaciones con el querer, por consiguiente,
esto es lo adquirido, la técnica del arte. [MVR, I, j 37) ^ un modo desinteresado, sin subjetividad, de una manera pura*
oiente objetiva, entregándose a ellas plenamente, en cuanto son pu­
ras representaciones y no meros motivos; entonces la tranquilidad,
buscada antes por el camino del querer y siempre huidiza, aparece
En la contemplación estética hemos encontrado dos elarunios inse. por primera vez y nos colma de dicha. Surge entonces aquel estado
parabUs-. el conocimiento de los objetos, no como cosas aisladas, libre de dolores que Epicuro encarecía como el supremo bien, como
sino como Ideas platónicas, esto es, como formas permanentes de el estado de los dioses, pues en aqud instante nos vemos libres del
todo un género de objetos, y luego la autoconciencia del que conoce, ruio acoso de la voluntad, celebramos el sábado de los trabajos forza­
no en cuanto individuo, sino como su/Oo puro y sin voluntad del dos de la voluntad y la rueda de Ixión cesa de dar vueltas.
conocimiento. La condición para que estos dos elementos, siempre jun­ Semejante estado es el que yo describí anteriormente como indis­
tos, se den es el abandono del conocimiento sujeto al principio de ra­ pensable para el conocimiento de la Idea, como contemplación pura,
zón, que, al contrario de aquél, está al servicio de la voluntad como como el consumirse en la intuición, perderse en el objeto, olvidarse
de la ciencia, para los cuales es sólo útil. También el placer que na­ öe toda individualidad, como la supresión de la forma de conocer que
ce de la contemplación de lo bello, es producto de la concurrencia de guía el principio de razón y sólo capta relaciones, a cuyo efecto se ele­
estos dos elementos, ya en mayor medida el uno o el otro, según sea van simultánea e inseparablemente la cosa particular intuida a Idea
el objeto de la dontemplación estética. de su género y el individuo que conoce a sujeto puro sin voluntad del
Todo querer nace de una necesidad, por consiguiente, de una caren­ conocer, y así ambos permanecen al margen de la corriente del tiem­
cia, y, por lo tanto, de un sufrimiento. La satisfacción pone fin a éste, po y de todas las demás relaciones. Entonces, lo mismo da contemplar
pero por un deseo que es satisfecho hay por lo menos diez que no lo la puesta de sol desde un calabozo que desde un palacio.
son; a más de esto los apetitos duran mucho, las exigencias son infini­ Una disposición interna, el predominio del conocer sobre el que­
tas y su satisfacción es corta y escasa; a veces la satisfacción defínitiva rer, puede, bajo cualquier circunstancia, provocar ese estado. Esto
es sólo aparente; el deseo colmado deja su puesto a otro nuevo, aquél es nos lo muestran esos admirables holandeses que fijaron la intuición
un error conocido y éste un error desconocido. Ningún objeto de objetiva y pura sobre los objetos más insignificantes y colocaron el
la voluntad puede dar lugar a una satisfacción duradera, sino que se monumento de su objetividad y de su serenidad de espíritu en la naíu-
parece a la limosna que se arroja al mendigo y que sólo sirve para
prolongar sus tormentos. itn foodo en Us regiones subterráneas por haber matado, a instigaición de su padre, a
*>!> Burtdot, los cincuenta hijos de Egísto, hermano de aquél. Quizá buscan con ello
Así pues, mientras nuestra conciencia está ocupada por la volun*
puriTmne de su ddito.
tad, estamos bajo la presión del deseo con sus constantes esperanzas txión está condenado a girar eternamente atado a una rueda encendida, pues una
y temores; mientras seamos sujetos de la voluntad jam ás tendremos ^ purificado por Zeus dd asesinato de su suegro y liberado así de la locura que le oca-
dicha ni tranquilidad duraderas. Y a seamos perseguidores o perse­ U persecución de las divinidades que vengan los crímenes (las Erinias). se atre\’iÓ
guidos, ya temamos la desgracia o corramos tras los placeres, en el * intentar seducir a H era, desencadenando así la furia de Zeus. Su condena la cumple
d T ártaro, a donde fue precipitada la rueda desde el CHirapo.
fondo todo es lo mismo; los cuidados que nos impone la voluntad exi*
Q suplicio de Tántalo consiste en estar sumergido hasta el cuello en las aguas de
gente, cualquiera que sea su forma, agitan y desasosiegan constante­ 1*80 y a la sombra de árboles rebosantes en frutos que se encuentran a la mano.
mente nuestra conciencia, y sin tranquilidad no hay bienestar posi­ ^ Pocter. no obstante, comer los frutos ni beber el agua, pues cuando intenta arrancar
ble. E>e este modo el sujeto de la voluntad está atado a la rueda de fruto« d viento levanta las ramas de !os árboles y cuando intenta beber, el agua
T ^ teode. El hijo de Zeus y Pluto (hija de Crono) sufre este castigo por sus múltipes
Ixión, está condenado a llenar el tonel de las Danaides, al suplicio
robo de ambrosía, juram ento en falso, divulgación de secretos. Uasfemia. y
de Tántalo.* todo por haber querido poner a prueba la omnisciencia de los dioses dándoles
* Las Danaides, las cincuenta hijas de Dánao, intentan llenar de agua una cráter* * ®otoer a su propio hijo Pélope.
J70 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A

raleza muerta, que el espectador no puede contemplar sin emoción


pues nos revela el ánimo tranquilo, sereno y privado de voluntad <j«|
II. INTUICIÓN ARTÍSTICA Y CONCEPTOS
artista, indispensable para mirar cosas tan insignificantes de
ABSTRACTOS
modo objetivo y atento, y para reproducir las imágenes tan cuidado­
samente; y al mismo tiempo que el cuadro le invita a compartir es«
estado de ánimo, su emoción incluso aumenta por contraste con el ej.
RESOLUCIÓN del problema de la existencia trabaja no sólo la fi*
tado inquieto, y turbado por la violenta voluntad, en el cual con
losofía» sino también las bellas artes, pues cuando e! espíritu se entre*
frecuencia se encuentra. Con este mismo espíritu algunos paisajistas ^ a la contemplación pura objetiva del mundo, se despierta en él la
y especialmente Ruysdael, han pintado paisajes harto insignificantes tendencia (por muy oculta e inconsciente que pueda ser) a querer
que producen la misma impresión de un modo más agradable toda­ comprender la verdadera naturaleza de las cosas y de la vida. Esta
vía. cuestión es la única que le interesa al intelecto como tai, ea decir,
Este efecto sólo puede lograrse por la fuerza interior de una dispo­ al sujeto puro dei conocimiento emancipado de todo fin de la volun­
sición artística. Pero aquella disposición de ánimo puramente objeti­ tad, fines que son, a su vez, lo único que interesa ai sujeto que conoce
va, es favorecida y estimulada exteriormente por ciertos objetos que en tanto i^ividuo. — El resultado de toda concepción puramente ob­
nos invitan a contemplarlos, y más aún por la imponente exuberancia jetiva, y por lo tanto, de la concepción artética de las cosas, es una
de la bella naturaleza, Esta, al abrirse de repente ante nuestros ojos, nueva expresión de la esencia de la vida, una nueva respuesta a la
consigue arrancamos, aun cuando no sea más que por un momento, pregunta '^¿qué es la vida?” . A esta pregunta toda auténtica y logra­
de la subjetividad, de la esclavitud de la voluntad, transportándonos da obra de arte responde a su manera y siempre de un modo exacto.
al estado del conocimiento puro. Bástale, al que está agitado por una Sólo que el arte habla en el idioma ingenuo e infantil de la intuición,
pasión, por la necesidad o por el temor, lanzar libremente una mira­ no en el abstracto y serio de la r^exi^\ su respuesta es una imagen
da sobre la naturaleza para sentirse reanimado y confortado; la bo* pasajera y no un conocimiento general permanente. Toda obra de
rrasca de la pasión, el impulso del temor o del deseo, todas las tor­ arte dirige su respuesta a la intuición, toda pintura, toda escultura,
mentas del querer, en fin, se calman como por ensalmo, pues en el todo poema, toda escena de teatro; también la música da su respues­
instante mismo en que, desasiéndonos del querer, nos abandonamos ta, y más profunda que las demás, expresando la naturaleza íntima
al conocimiento puro y libre, parece que entramos en un mundo nue­ de la vida en un lenguaje directamente intdigible, aunque no pueda
vo, en donde nada de lo que a la voluntad conmueve y nos agita vio­ traducirse aJ de la razón. Todas las demás artes presentan a quien
lentamente existe. [MVR, I, ^ 38] las interroga una imagen intuitiva y le dicen: *'mira, esto es la vida” ,
respuesta que por exacta que pueda ser no satisface más que por el
Enomento y jam ás de un modo completo y definitivo, pues sólo nos da
un fragmento, un ejemplo y no la regla, no el todo, que sólo nos
puede ser dado en la generalidad del coruepto. Dar una respuesta a esa
pregunta por medio de la reflexión y en abstracto, y por lo tanto, per­
manente y satisfactoria para siempre, esa es la tarea de la filosofía.
^ manifiesto se pone ahora en qué consiste el parentesco de I» filo-
con las bellas artes, y nos damos cuenta que la capacidad para
^ b a s es la misma en su origen, aunque difiera en cuanto a su direc­
ción y en lo secundario.
acuerdo con lo anterior toda obra de arte se esfuerza en mos-
^^'Vnos la vida y las cosas tal como son, pues no todos pueden com­
prenderlas en medio de la bruma de las contingencias objetivas y
objetivas. EJ arte deshace esta bruma.
Las obras del poeta, del pintor y del artista plástico en general en-
cierran un tesoro de profunda sabiduría, porque precisamente la sa-

179
180 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A
INTUICIÓN ARTÍSTICA Y CONCEPTOS ABSTRACTOS 161

bidurfa de la naturaleza es la que habla a través de ellas, y.io que e|]^


hacen no es más que traducir ese lenguaje, reproduciéndolo en tèrmi, SU condusión. Por aquella ley fundamental estética, que se ha
nos más daroa y más precisos. Pero todavía es necesario que el qij^ jQCBCionndo, puede explicarse también d porqué las figuras de cera
lee d poema o contempla la obra de arte contribuya con sus propig^ ouftca pueden producir un efecto estético y por ello no son obras de
Igi bellas artes, aun cuando en ellas la copia de la naturaleza puede
recursos a sacar a luz esa sabiduría, y consiguientemente, la capt^
3lcanzar los más altos grados de ésta: pues no dejan nada que hacer
sólo en la medida en que sus facultades y su formación se lo pentii,
la jrnaginación. La escultura nos da la pura forma sin d color, la
ten, del mismo modo que d navegante en alta mar no puede medir
pintura nos da el color, pero en la mera apariencia de la forma; am-
la profundidad más que hasta donde llega su sonda. Ante un cuadro
]yta se dirigen a la imaginación dd espectador. La figura de cera en
hay que comportarse como ante un monarca: esperar a que nos hable
cambio nos da todo: la forma y d color simultáneamente, lo cual pro-
y atender a lo que nos dice, no ser los primeros en dirigir la palabra
iluce U apariencia de la realidad y deja fuera de juego a la imagina­
pues entonces sólo nos escucharíamos a nosotros mismos. —De todo
ción. L a poesía se diríge sólo a la imaginación, poniéndola en activi*
esto se sigue que la obra de arte comprende ciertamente toda sabidu*
dad sólo mediante palabras.
ría, pero virtualmente o implícitamente, mientras que la filosofi
pugna por ofrecérnosla actual y explícitamente; en este sentido es a
En conaecuencia de cuanto dejo dicho, así como de toda mi teoría dd
las artes lo que d vino a la uva. La fUosofía nos promete una ganan­
arte» d fín de éste es facUitar el conocimiento de las Idees dd mun­
cia contante, un patrimonio firme y duradero, mientras que el bene­
do (en d sentido platónico, que es el único que acepto para la palabra
ficio de las producciones y creaciones artísticas tiene que ser siempre
“Idea’*. Las Ideas son esencialmente objetos de la intuición y, por lo
de nuevo adquirido. Mas el que quiera producir obras filosóficas y tanto, en sus determinaciones más específicas son inagotables y no
d que quiera disfrutarlas necesita cumplir difíciles requisitos, lo cu¿ pueden comunicarse más que por la vía intuitiva, que es la del arte.
desanima a muchos. De ahí que el público de la filosofía sea siempre Quien'está pues penetrado por la concepción de una Idea, está en su
reducido, mientras que el del arte es numerosoc derecho cuando elige el arte como el medio de su comunicación. —El
En la apreciación de una obra de arte, el espectador pone un con­ mero concepto por d contrarío está perfectamente determinado, puede
tingente propio y necesario, porque toda producción artística obra agotarse, pensarse daramente y su contenido comunicarse fríamente
por medio de la imaginación, a la cual debe estimular, no dejándola mediante palabras. Querer comimicar un concepto mediante la obra
nunca fuera de juego, ni permitiendo que permanezca inactiva. Esta de arte es un rodeo inútil... Una obra de arte, cuya concepción resul*
es una condición del efecto estético y por dio una ley fundamental le de meros conceptos, es falsa. Cuando al contemplar un cuadro o una
de todas las bellas artes. Consecuencia de esto es que la obra de arte escultura, al leer una poesía o escuchar una composición musical
no puede fiar todo a la percepción sensible, no debe dar más que (que quiere expresar algo preciso) vislumbramos a través de la ríque-
aqudlo que se necesite para guiar a la imaginación por buen camino; xa de medios artísticos d claro y preciso, frío y seco concepto y al fi-
es necesario que le quede algo por hacer, y porcierto, lo último. Has­ nal vemos destacadamente lo que era el núcleo de esa obra, cuya
ta el escritor debe dejar al lector algo que pensar; Voltaire lo ha dicho completa concepción descansa en daros pensamientos y por ello su
con exactitud; ”Le secrd d*etre ennuyeux, c ‘a t de loui U dire” .* Lo mejor comunicación la agota, experimentamos entonces fastidio y enojo,
que hay en el arte es demasiado espiritual para ser presentado a los pues nos vemos engañados y estafados por la atendón y participadón
sentidos; la imaginación del espectador es quien debe darlo a luz, aun <|uehemos empeñado. Sólo estaremos completamente satisfechos con
cuando sea la obra de arte quien la fecunda. A esto se debe el que ^ impresión que nos causa una obra, cuando en ella queda algo que
frecuentemente los bocetos de los grandes maestros nos produzcan ^ podemos reducir a la clarídad del concepto por más que reflexio-
una mayor impresión que sus cuadros acabados; verdad es que influ­ acerca de ella. [MVR, II, C . X X X IV ]
ye mucho en ello el que el boceto esté hecho de un golpe y en el mo­
mento de la concepción, mientras que la pintura acabada tiene que
Uevarse a cabo mediante continuos esfuerzos, prudentes reflexiones
y deliberaciones permanentes, pues la inspiración no puede durar

* '*EJ KCrtio para ser «burrido e l decirio todo'’ {D isew s w 6. 172).


L O B E L L O Y L O S U B L IM E 1B3

cuerpo humano. Si por la aflicción y el peligro ante el objeto un acto


III. L O B E L L O Y L O S U B L IM E ® ^grticular de la voluntad ocupara la conciencia, entonces triunfaría
^ d acto la voluntad individual, imposibilitando la tranquilidad de
contemplación y haciendo desaparecer la impresión de lo sublime;
C u a n d o las condiciones favorables de la naturaleza, es decir, ^ miedo se implantaría y bajo éste los esfuerzos del individuo se con-
formas claras y precisas que hacen resaltar las Ideas individualizadas centrarfaji en ponerse a salvo, suprimiendo cualquier otro pensa­
por ellas, son lo que nos aparta del conocimiento supeditado a la vo­ miento.
luntad para elevamos a la contemplación estética y convertirnos en Algunos ejemplos contribuirán a hacer más clara e indudable esta
sujeto puro del conocimiento, lo que obra sobre nosotros es lo bellf) teorÍA de lo sublime estético, y además mostrarán los diversos grados
y el sentimiento que en nosotros se despierta es el sentimiento de la (]e este mismo sentimiento...
belleza. Pero cuando estos mismos objetos, cuyas formas significati­
vas nos invitan a la contemplación, se presentan bajo una relación Trasladémonos a una región solitaria: el horizonte se extiende in­
de hostilidad con el hombre y la voluntad humana en general tal definidamente, el cielo está limpio de nubest ni el más ligero soplo
como se objetiva en nuestro cuerpo; cuando le amenazan con su po­ de viento agita los árboles, no hay animales ni hombres ni aguas co­
der irresistible o le reducen a la nada ante su grandeza inconmensu­ rrientes, el silencio más profundo reina en toda la extensión; este pai­
rable; cuando el espectador sin embargo no dirige su atención a esta saje despierta graves pensamientos, invita al olvido de la voluntad y
relación hostil en tanto afecta a su voluntad, sino que, viéndola y re­ de sus miserias, pero esto mismo comunica a aquel paisaje solitario
conociéndola, se desprende de su voluntad con sus relaciones y con­ y silencioso cierto matiz de sublimidad. Pues como no ofrece a la vo-
templa tranquilamente desde la posición del sujeto puro del conoci­ liuitad, ávida siempre de desear y adquirir, objeto alguno favorable
miento esos objetos terribles para su voluntad, concibiendo sólo la ni desfavorable, no queda más que el estado de contemplación pura,
Idea ajena a toda relación, deteniéndose en su-contemplación y por y d que no sea capaz de elevarse a ella se abandonará denigrándose
ello elevándose sobre su persona y su querer, entonces accede al sen­ al vacío de la voluntad desocupada, al suplicio del fastidio. La capaci*
timiento de lo sublime, se encuentra en estado de exaliación, y por ello dad para esa contemplación nos proporciona una medida de nuestro
denomina “ sublimes también a los objetos que ocasionan ese estado. pro^MO valor intelectual, para d cual la aptitud de soportar o amar
Lo que distingue pues al sentimiento de lo sublime del de lo bello es la soledad es una buena escala. El paraje descrito nos proporciona,
lo siguiente: con lo bello el conocimiento puro triunfa sin lucha, pues pues, un ejemplo de lo sublime en grado inferior, puesto que el esta­
la belleza del objeto, es decir, su propiedad de facilitar el conocimien' do de conocimiento puro, con su calma y suficiencia, evoca por con­
to de la Idea, aparta a la voluntad y al conocimiento de las relaciones traste d recuerdo de la servidumbre y miseria de una voluntad siem­
dependiente de ella de una manera suave e inadvertida para la con­ pre menesterosa. Este es d género de lo sublime que ha hecho
ciencia, de suerte que no queda ningún rastro de la voluntad; con lo célebres a las praderas sin fin de América del Norte.
sublime por el contrario aquel estado del conocimiento puro triunfa Si despojamos ahora este mismo paraje de toda dase de plantas,
desprenidiéndose consciente y violentamente de las relaciones desfa* IM quedando en él mas que rocas peladas, la voluntad se sentirá an-
forables de los objetos con la voluntad, elevándose libremente por Suttiada por la ausencia completa de toda producción orgánica nece-
encima de la voluntad y del conocimiento a ella vinculado. Este esta­ ••na para nuestra subsistencia, el desierto adquirirá un carácter ate­
do de elevación no sólo se alcanza conscientemente, sino que también rrador, nuestro ánimo se sobrecogerá trágicamente; la devación al
tiene que ser conservado, y por ello va siempre acompañado de una conoamicnto puro se operará arrancándonos de los intereses de la
evocación de la voluntad, pero no de una forma particular, indivi' J u n t a d y mientras permanezcamos en este estado el sentimiento de
dualizada del querer, como el temor o el deseo, sino de la voluntad lo sublime nos dominará claramente.
humana en general, tal como se manifiesta en su objetivación, en <1 Este sentimiento de lo sublime se elevará aún más en las siguientes
^^^'cuQstancias: la naturaleza se halla en violenta agitación, por entre
^ La diferencia enere lo bello y lo sublime fue considerada antes de Schopenhau^^
^ oscuras nubes sólo llega a nosotros una media daridad, ingentes
por Edmund Burke en pkilou ph ü al Inquisy into A t Origin a f Our ¡¿tas « J tke S u bliiu ^ peladas que amenazan desplomarse cierran con sus masas el
tht Beaiítiful, 1756, y por K ant en la Cníicú d elJu ieio. ®®<Í2 onte, los torrentes se precipitan con estruendo, la soledad es

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IB4 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A L O B E L L O Y L O S U B L IM E 165

completa, el viento aúlla por las gargantas de las montañas. Entonce^ St nos perdemos en la contemplación de la inconmensurable gran-
se nos manifiesta nuestra debilidad, nuestra lucha con la hostil ¿ezA mundo en el espacio y el tiempo, si meditamos en los siglos
turaleza, la voluntad quebrantada por esa lucha; pero mientras nues< ^prins y venideros, nos sentimos reducidos a la nada y, como indi*
tro sentimiento de angustia personal no se sobrepone y permanece­ como cuerpos vivos, como fenómenos de la voluntad, senti-
mos en la contemplación estética, el sujeto puro del conocimiento ipoi perdernos como gotas de agua en el océano. Pero a la vez, contra
tranquilo e inconmovible, observa impávido {unconcemed) esta lucha «Bte fantasma de nuestra propia nada, contra tan engañosa imposibi­
de la naturaleza, esta imagen de la voluntad quebrantada, y en estos lidad cobramos conciencia de que todos esos mundos no existen más
mismos objetos terribles que así amenazan a la voluntad no percibe q u e eo nuestra representación y no son más que modificaciones del
más que sus Ideas, En este contraste estriba precisamente el funda* sujeto eterno del conocimiento puro, con el cual nos identificamos en
mentó de lo sublime. tanto olvidamos nuestra individualidad, y el cual es el fundamento
Pero la impresión es aún más fuerte cuando observamos las fuerzas oecesarío de.todos los mundos y de todos los tiempos. La inmensidaci
naturales desencadenadas, bien ante una catarata cuyo estruendo inquietante del mundo depende ahora de nosotros: nuestra depen*
nos impide oír nuestra propia voz o a orillas del inmenso mar agitado
por la tempestad, cuando montañas de olas que se elevan para de­
"libre juego” de la imaginación y dcl enttndimiento. C m e«to quiere decir K ant que
rrumbarse chocan impetuosamente contra los acantilados de la costa bajo el lentimiento de lo beUo la im a n a c ió n opera librem ente, sin la coerción del
y levantan nubes de espuma, ruge el huracán, braman las aguas, los entendimiento, la facultad de los concepto* o de las reglas, pero al mismo tiempo, en
relámpagos desgarran las negras nubes y los truenos cubren el es> cae jugar libremente concuerda, coincide con esta última facultad. En otras palabras:
truendo del mar y del viento. En estos momentos el espectador impá* la imaginación se desenvuelve por tí misma lin tomar en consideración iteterminado-
aes ajenas, pero en este pnxxder libremente concuerda con reglas o conceptos posibles
vido reconoce con toda claridad la duplicidad de su conciencia; com­ del entendimiento. Así pues, bajo el sentimiento de lo bello sentimos que nuestra ima-
prende, por una parte, que es individuo, fenómeno contingente de pnación se desarrolla libremente, pero como si estuviera conducida por alguna regla,
voluntad, a quien el menor golpe de aquellas fuerzas podría destro­ que, sin embargo, no sabertras en qué consiste.
zar, se siente desamparado ante la poderosa naturaleza, dependien­ El sencimiento de lo sublime despierta al entrar en relación la imaginación con la ra-
a te . con la facultad de las ideas, es decir, de aquellos pensamientos que rebasan el
te, abandonado al acaso, insignificante frente a las fuerzas colosales;
campo de ia sensibilidad, que no pueden ser representados empíricamente. Esta rda-
pero al mismo tiempo se siente sujeto imperturbable e inmortal del cióa, en oposición a la que se da bajo el sentimiento de lo bello, tu> es una relación ar*
conocimiento que como condición del objeto es el fundamento de nwniosa, por el ctMitrario, se trata aqu( de una oposición, de un conflicto entre estas
todo este mundo, comprende que esta lucha aterradora de la natura* facultades.. Al estar violentada la imaginación, al estar agitada co n o queriendo expre­
leza no es más que su representación, y en la tranquila contempla­ sar algo que ya no es capaz de representar, nos remite a través de esta impotencia al
campo de las ideas de la raión, despierta en nosotros pensamientos que se refíeren a
ción de las Ideas está por encima de todo querer y de toda necesidad. lo absoluto, a lo inctmdicionado, a lo que Schopenhauer califícó de "hipóstasis escolás-
Tal es la impresión acabada de lo sublime. Nace de la contemplación Las imágenes sensibles parecen exigimos luyo el sentimiento de lo sublime el
de una fuerza incomparablemente superior al individuo y que ame* <1^ las rebasemos para acceder a pensamientos y sentimientos que y« no tienen reta-
naza aniquilarle. este oon «I ámbito de loa fenámenos, sino con algo que está allá de íatos. Para Kant
significa acceder al ámbito de lo moral, pues es aquí en donde el hombre tiene
Por muy otro camino puede producirse esta misma impresión:
pensarse como algo más que un fenómeno determinado por las mismas leyes que
cuando nos representamos una simple dimensión en el espacio o en cualquier otro fenómeno de la naturaleza, es aquí en donde tiene que pensarse
el tiempo, cuyas proporciones ilimitadas nos reducen a la nada. El pri­ sujeto incondicionado, como voluntad que puede determinarse a sí misma sin
mer género podría llamarse sublime dinámico y el segundo sublime toiBur en consideración condiciones empíricas, es decir, ccm o volimtad libre, es aquí
matemático, si hemos de conservar la denominación de Kant y su donde tiene que pensarse como sujeto que puede determinar su acción, no de acuer-
con las leyes que podemos cm statar en la experiencia, sino de acuerdo con leyes
acertada división, a pesar de apartamos completamente de su expH* inórales que rebasan el campo de lo empírícaroente condicionado. Al poner en juego la
cación de la naturaleza íntima de esta impresión y de estar en contra ***M^acián violentada estos pensamientos nos hace ccmsiderar la superioridad de
de las consideraciones morales y de las hipóstasis escolásticas que for* valor en tanto personas sujetas a la ley moral y pone de relieve nuestra vanidad
man parte de la misma.^ ® tanto fetkótnenos de la naturaleza. T a l es a grandes rasgos la explicación kantiana
^ lo sublime y el vínculo con las consideraciones morales que menciona Scbopen-
las cuales no tienen nada que ver con algún deber determinado, sino sólo con
* Para Kant ei sentimiento de lo bello o el de lo sublime se deben a] juego de dis' ^ Sentimiento de superioridad en tanto nos pensamos como personas con valor irtoral
tintas facultades del espíritu humano. El primero, el de lo bello, es ocasionado por un i'cspecto, véase; C rítka d elJn ie» , Analítica de lo sublime).

J
186 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A L O B E L L O Y L O S U B L IM E 187

dencia dcl mundo se resuelve en su dependencia de nosotros. Per^ ^ e ia n o la injusticia con que le tratan, sin sentirse inclinado por
todo esto no se presenta inmediatamente a la reflexión, sino que se ^ parte a odiarlos; contemplará su dicha sin sentir envidia, recono-
nos revela como un sentimiento consciente de ser, en cierto modo cfitk sus buenas cualidades sin desear trato con ellos; percibirá la be-
(que sólo la filosofía aclara), una misma cosa con el mundo, y lejos |lezA<^ las mujeres sin desearlas. Su felicidad o desdicha personales
de ser rebajados por su grandeza, somos engrandecidos. Este es el qO \c afectarán fuertemente: más bien será como el Horacio que pin-
sentuniento consciente que los upcnisad de los vedas repiten con tanta Hamlet, cuando dice:
frecuencia en diferentes formas y que expresa la sentencia: “H at om-
7US creaturae in totum ego sum, et praeter me aliiid ens non est” {U pntk’hot^ fOT thou hast ¿wn
1, 122). Es la supresión del propio individuo, el sentimiento de lo su­ Asont, insufftringaU, tkat su^s notíiing;
blime. A man, thaifarUme’s buffets and rewards
De una manera del todo inmediata alcanzamos ya esta impresión Hast ta ’en with equal thanks, etc. *
de lo sublime matemático a través de un espacio, que, si bien compa­
rado con el universo resulta pequeño, sin embargo al poderlo percibir (act 3, scene 2)
directamente obra sobre nosotros conforme a sus tres dimensiones y
En su propia vida con sus desgracias verá más la suerte de la hu-
con toda su magnitud, las cuales logran empequeñecer casi infinita­
oianidad en general que la suya individual, y será para él objeto de
mente nuestro cuerpo. Un espacio vacío para la percepción, un espa­
conocimiento más que causa de dolor. [MVR, I,/ 39]
cio abierto jam ás podrá causar esta impresión; sólo puede lograrlo un
espacio que, gracias a su delimitación en todas sus dimensiones, pue­
da ser inmediatamente percibido, como las altas bóvedas de San Pe­
dro en Roma o de San Pablo en Londres. El sentimiento de lo subli­
me nace aquí al percatarnos de la insignificancia de nuestro propio
cuerpo ante una magnitud, que, por otro lado, sólo se encuentra en
nuestra representación y cuyo fundamento somos nosotros mismos en
tanto sujetos del conocimiento, por lo tanto, aquí como siempre, sur*
ge por el contraste de nuestra insignificancia y dependencia en tanto
individuos, en tanto fenómenos de la voluntad, frente a la conciencia
de nuestro yo como sujetos puros del conocer. Al igual que la bóveda
obra el cielo estrellado cuando lo observamos sin pensar en sus verda*
deras dimensiones, sólo contemplándolo como una bóveda de piedra
en sus dimensiones aparentes. — Muchos de los objetos que observa­
mos producen en nosotros la impresión de lo sublime porque sus di­
mensiones o su antigüedad, es decir, su duración en el tiempo, nos
hacen sentir nuestra pequenez y, no obstante, nos deleitamos en su
contemplación; a esta clase pertenecen las montañas de gran altura,
las pirámides de Egipto, las ruinas colosales de la más remota anti­
güedad.
Esta explicación de lo sublime es aplicable también a la esfera mo­
ral, es decir, a lo que llamamos un carácter sublime. También aquí
se debe a que la voluntad no se excita ante los objetos que ciertamen­
te son propios para excitarla, sino que el conocimiento conserva so
predominio. Un carácter de esta índole considerará a los hombres de
una manera puramente objetiva, prescindiendo de las posibles reía* * Has sido como d hombre que padeciéndolo todo, nada ha padecido; ba< recibido
ciones entre ellos y su voluntad; reconocerá sus faltas, el odio que 1^ la próspera y adversa fortuna.
LAS B E L L A S A R T E S 189

lo que es capaz de soportar y cada sostén está donde debe


IV . L A S B E L L A S A R T E S se desarrolla aquel juego, aquella lucha entre la solidez y la
giKvedftd que constitu^ la vida de la piedra, la manifestación de su
y^luntad, y da expresión visible a estos grados inferiores de la ob­
1 . L a a r q u it e c t u r a jetividad de la v<4untad. Asimismo, la configuración de cada una
^ las partes debe estar determinada por su fin y por sus relaciones
Si c o n s i d e r a m o s la arquitectura como arte bello, abstracción hecha de ^ el todo, no por el capricho. La columna es la forma más sencilla
sus fines utilitarios, por los cuales sirve a la voluntad y no al conoci­ dd sostén y está determinada por el fin que realiza; la columna torci-
miento puro, y, por lo tanto, no es arte en el sentido propio de la pa­ ¿g carece de gusto, el pilar cuadrangular es, de hecho, menos sim­
labra, no podremos ver en ella otro fin que el de hacer intuitivas algu- ple, pero algunas veces más fácil de hacer que la columna redonda.
nad de aquellas Ideas que constituyen los grados inferiores de la Igualmente el friso, el entablamento, los arcos, la cúpula, están con-
objetivación de la voluntad, a saber: la gravedad, la cohesión, la soli­ (J^onados por su inmediata función y se explican por sí mismos. La
dez, la dureza, esas cualidades generales de la piedra, esas primeras, (^Tiainentación de los capiteles, etc., pertenece a la escultura, no a
más sencillas y tenues manifestaciones visibles de la voluntad, bajo la arquitectura, la cual los permite como adornos suplementarios,
continuo de la naturaleza, y junto a ellas la luz, que en muchas partes cuando no los proscribe.
es lo contrario de aquéllas. Aun en estos bajos grados de la objetivi­ Las obras de la arquitectura presentan al mismo tiempo una espe­
dad de la voluntad ya vemos desdoblarse su esencia, pues propia­ cial rdación con la luz; adquieren doble belleza a la plena luz del sol,
mente la lucha entre la gravedad y la solidez es el único asunto estéti­ con el cíelo azul como fondo, y ofrecen también otro aspecto comple*
co de la arquitectura como arte bello; su misión es hacer patente esa tamente distinto a la luz de la luna. De aquí que al construir una obra
lucha de múltiples maneras. Este asunto lo resuelve dando cauce a de arte arquitectónica deba hacerse especial aprecio de los efectos de
dichas fuerzas para que hallen su satisfación por el camino más corto luz y del carácter del cielo bajo el cual se ha de construir. Y esto tiene
y conteniéndolas por medio de rodeos, alargando así su lucha y ha­ tu principal razón en que una clara y viva luz es lo que puede dar
ciendo visible de múltiples maneras su impulso inagotable. Aban­ adecuada visibilidad a cada una de las partes y sus relaciones; pero,
donada a su propia tendencia, toda la masa del edificio no además, sostengo la opinión de que la arquitectura está destinada a
representaría más que un mero amontonamiento, Hgada tan fijamen­ expresar, junto a la solidez y la gravedad, la esencia de la luz, com­
te como le fuera posible a la superficie de la Tierra, a la cual la grave­ pletamente contraria a éstas. En efecto, como la luz está contenida
dad, que es como aquí aparece la voluntad, la sujeta incesantemente, y reflejada por las impenetrables masas variamente configuradas, de­
mientras que resiste por la solidez, que es también objetivación de la sarrolla su naturaleza y sus cualidades de la manera más pura y dis­
voluntad. Pero precisamente la inmediata satisfacción de esta ten­ tinta c o D gran placer del espectador, puesto que la luz es la más rego­
dencia es lo que la arquitectura impide, permitiéndole sólo una satis­ cijante de las cosas, como la condición y d correlato objetivo del más
facción mediata por medio de rodeos. Así, el entablamento sólo pue­ perfecto conocimiento intuitivo.
de apoyarse en tierra por medio de columnas. La bóveda también Como las Ideas que la arquitectura expresa de un modo intuitivo
tiene que ser sostenida y sólo por medio de los pilares puede satisfacer los más bajos grados de la objetivación de la voluntad, y, por o)n>
su impulso de gravedad, etc. Pero precisamente por estos rodeos obli­ oguiente, d valor objetivo de lo que la arquitectura nos revda es re-
gados, por estos obstáculos, se despliegan de la manera más clara y ^ivamente escaso, el goce estético que experimentamos al contem-
variada las fuerzas ocultas en ia materia bruta de la piedra; y P ^ u n bello edificio, favorablemente iluminado, no consiste tanto en
fines estéticos de la arquitectura no pueden ir más lejos. Por eso la ^ ocaicepción de la Idea como en d correlato subjetivo de la misma
belleza de un edificio estriba en la visible adecuación de sus partes, ^^prendido en esta concepción, es decir, consiste preferentemente
no en los fines exteriores de la voluntad del hombre (a este respecto ^ que en dicha contemplación el espectador se siente emancipado
la obra pertenecería a la arquitectura utilitaria), sino directam ente ^ conocimiento individual que sirve a la voluntad y está regido por
en la estabilidad del conjunto, con la cual la posición, el tamaño y ^principio de razón y devado a puro y libre sujeto del conocer; es
forma de las partes deben guardar una relación tan precisa que si un^ 7^^» d estado contemplativo puro, libre de todos los sufrimientos
parte faltase el edificio se desplomaría. Pues sólo cuando cada part^ ^ U voluntad y de la individualidad. En este sentido, lo opuesto a

188
190 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A LAS B E L L A S A R T E S 191

la arquitectura es el drama, que ocupa el otro extremo en la serie ^ un ser humano perfecto en todas sus partes? Para contestar a
las bellas artes y que nos da a conocer las Ideas más significativa» ^ta pregunta se ha dicho que el artista reúne las partes bellas reparti-
predominando, por consi^iente, en el placer estético que despierta' entre los hombres y con ellas compone una figura perfecta. Pero
el lado objetivo. [MVR, I, / 43) una opinión disparatada y falta de sentido. Porque, se puede
yolver a preguntar, ¿cómo conoce que unas formas son bellas y otras
pO lo son? También vemos a qué grado llegaron en la representación
2 . L a s ARTES PLÁSTICAS la belleza los antiguos pintores alemanes, por la imitación del mo-
(jelo natural. Contémplense sus figuras desnudas. A postm ori sola­
La pintura histórica y la escultura tienen la alta misión de hacer mente, y por la mera experiencia, no es posible el conocimiento de
inmediatamente intuitivas las Ideas en que la voluntad alcanza su Ù belleza; éste es siempre, por lo menos en parte, a pHori, si bien de
más alto grado de objetivación. En ellas predomina el lado objetivo un carácter distinto que el principio de razón en todas sus formas,
del goce estético, quedando en segundo término el lado subjetivo. que también conocemos a priori. Éstas se refieren a la forma general
Además hay que advertir que en el grado inferior a éste, en la pintura del fenómeno en cuanto tal, que es lo que hace posible el conocimien­
de animales, lo característico está fundido todavía con lo bello: los to en general, el cómo del fenómeno, universalmente y sin excepción,
animales más caracterizados, como el león, el lobo, el caballo, la ove­ de donde surgen las matemáticas y las ciencias naturales; en cambio,
ja o el toro, son también los más hermosos. La razón es que el animal aquel otro género de conocimiento a priori, que hace posible la repre-
sólo posee el carácter genérico, pero no el individual. En cambio, en •entación de lo bello, se refiere, no ya a la forma, sino al contenido
la representación del hombre el carácter genérico se separa del indivi­ del fenómeno, no al cómo sino al qué de éste. Q,ue todos nosotros reco­
dual; aquél se Uama belleza (en su sentido completamente objetivo) nozcamos la belleza humana cuando la vemos, que en el verdadero
y el individual lleva el nombre de carácter o expresión, con lo que artista esta belleza resplandezca con suprema claridad, mostrándo­
nace un nuevo problema: el de expresarios ambos de un modo acaba­ la como no la ha visto nunca y sobrepujando a la naturaleza en sus
do en el mismo individuo. representaciones, sólo es posible porque lo que aquí se considera es
Cuando hablamos de btüeza humana usamos una expresión objeti* 1« voluntad en la adecuada objetivación de sus últimos grados, o en
va, que designa la más perfecta objetivación de la voluntad, en el gra­ otras palabras: porque somos nosotros mismos. Sólo por esto poseemos
do su]>erior de cognoscibilidad: la Idea del hombre en general, expre* en realidad una anticipación de aquello que la naturaleza (que asimis­
sada enteramente en la forma intuitiva. Mas, cualquiera que sea el mo es voluntad, la cual constituye nuestra propia esencia) se esfuerza
predominio que aquí consiga el lado objetivo de la belleza, siempre por representar. Y esta anticipación en el verdadero genio va acom­
va éste acompañado de la parte subjetiva; y precisamente porque pañada de aquel grado de discernimiento que le permite reconocer
ningún objeto nos arrebata tan rápidamente a la intuición como d en las cosas particulares su Idea, como si el artista comprendiera a la
rostro bello y la bella ñgura humana, a cuya vista se apodera de noso­ naturaleza a media palabra y expresara de un modo acabado lo que
tros instantáneamente un bienestar indecible, elevándonos sobre no­ »6\o balbucea, comunicando al duro mármol el poder de expresar
sotros mismos y sobre nuestras pasiones; y esto sólo es posible porque la belleza de la forma que aquélla no consigue expresar sino en miles
aquélla, la más clara y pura cognoscibilidad de la voluntad, nos trans­ de ensayos incompletos. Parece decir a la naturaleza: “ esto es lo que
porta de la manera más fácil y rápida al estado de conocimiento puro, tú querías decir” y el conocedor agrega: “ sí, esto era” . [MVR, I, §
en que nuestra personalidad y nuestro querer, constantemente ator­ 45.)
mentados, desaparecen mientras dura el goce estético. Por esto dijo
Goethe: *'E1 que contempla la belleza humana se sustrae por un nto* Eq el ser humano, como ya dijimos antes, el carácter del género
mentó del mal, se siente en armonía consigo mismo y con el mun* y ^ del individuo se separan, de manera que cada hombre represen-
do.” [Las afinidades electivas, I, 6 ] \MVR, I, ^ 45] ^ et) cierto modo, una Idea peculiar. De aquí que las artes, cuyo
es la representación de la Idea de la humanidad, tengan por mi*
Generalmente se cree que el arte imita a la naturaleza. Pero, ¿<^* representar junto a la belleza como carácter del género, el carác-
mo sabría reconocer el artista el modelo que debe imitar si no tuviera del individuo, que es lo que se llama por antonomasia carácter,
a prtori un ideal de belleza? Además, ¿ha producido nunca la natura* no como algo contingente que sólo se dé en el individuo en cuan-
192 LA C O N T E M P L A C IO N E S T E T IC A
r LAS B E L LA S A R T E S 193

to talj sino como un aspecto de la Idea de la humanidad, manìrestada


porque no representaron más que escenas de la vida común las más
especialmente en aquél y para cuya expresión resulta adecuada ia re­
¿e 1^ veces, como si no tuvieran importancia más que las escenas
presentación del mismo. Por eso el carácter debe estar concebido y
bíblicas o los grandes acontecimientos históricos. Pero ante todo
representado, si bien como individual, idealizado, es decir, destacan­
debemos considerar que la importancia interior de una acción es
do su significación respecto a la Idea de la humanidad en general (a
]Duy diferente de la exterior y que ambas no suelen correr parejas. La
cuya objetivación él contribuye a su manera): fuera de esto, la repre­
¡piportancia exterior de un acto aquella que puede tener sus con­
sentación es retrato, reproducción de lo singular como tal con todos
secuencias en el mundo real; éstas se rigen por el principio de razón.
sus accidentes. Y aun el mismo retrato debe ser como Winckelmann
La importancia interior de un acto es ia profundidad con la que pene­
dice, el Ideal del individuo.
tra en la Idea de la humanidad que comunica, puesto que ese acto
arroja luz sobre ciertos aspectos destacados de esa Idea, revela la pe­
Como el individuo pertenece siempre a la humanidad y, por otra
culiaridad de individualidades pronunciadas a través de circunstan­
parte, la humanidad se manifiesta siempre en un individuo con una
cias adecuadas. Esta importancia o significación interior es la única
significación ideal propia del mismo, ni la belleza debe ser disuelta
que el arte toma en consideración; la otra pertenece a la historia. Una
por el carácter ni éste por aquélla, porque ia supresión del carácter
y otra son enteramente independientes y pueden darse Juntas o sepa­
genérico por el individual se convertiría en caricatura, así como la del
radas. El más importante hecho histórico puede ser vulgar y secunda*
carácter individual por el genérico daría por resultado lo insignifican­
rio en cuanto a su significación interior, y a la inversa, una escena
te. Por eso la representación, en cuanto se resuelve en belleza, que
de la vida diaria puede tener la más alta significación interior siem­
es lo que hace principalmente la escultura, presenta siempre al carác­
pre que nos muestre con viva luz el hacer y el querer humanos. En
ter genérico, modificado por ei carácter individual y la Idea de la hu­
hechos de importancia exterior muy desigual, puede ser la misma su
manidad en una forma individualmente determinada, destacando un
importancia interior. Así, por ejemplo, es indiferente respecto a esta
lado especial de la misma, porque el individuo humano como tal po­
última que se trate de ministros que inclinados sobre sus mapas se
see, en cierto modo, la dignidad de una Idea propia, siendo esencial
disputan pueblos y provincias, o de aldeanos sentados a la mesa de
a la Idea de ia humanidad el ser representada en individuos de signi­ una taberna que se juegan su dinero con naipes o dados, como es in*
ficación propia. De aquí que en las ubras de los antiguos, que tan cla­ diferente jugar al ajedrez con figuras de oro o de madera. Además,
ramente concibieron la belleza, la hallemos expresada, no por una fi­
los hechos y acciones que componen la vida de tantos millones de
gura, sino por muchas de diverso carácter, como captada en sus
hombres, sus esfuerzos, sus penas y alegrías, son ya, por esto sólo,
diversas facetas y, por lo tanto, expresada de un modo en Apolo, de
dignos objetos del arte y deben dar por su variedad materia suficiente
otro en Baco, de otro en Hércules, de otro en Antinoo; pero lo carac­
para desarrollar la Idea de humanidad. [MVR, I, f 48]
terístico puede limitar lo bello y llegar hasta lo feo como en el Sileno
borracho, en los Faunos, etc., y si llega a suprimir el carácter del gé­
nero, hasta lo no natural, se convierte en caricatura. [MVR, I, f 45j
3 . L a POESÍA

Para representar la Idea de la humanidad hay que mostrar las múl­


Si» continuando ahora nuestras consideraciones generales sobre el
tiples fases de su desenvolvimiento en individualidades significativas,
^ e , pasamos de las artes plásticas a ia poesía, no podemos dudar de
y éstas sólo pueden ser representadas en toda su significación a través
ésta tiene también por fin expresar Ideas, grados de objetivación
de las más variadas escenas, sucesos y acciones. Esta tarea infinita
de la voltmtad y comunicarlos al oyente con la precisión y vivacidad
sólo puede realizarla la pintura histórica, exhibiendo escenas de la
^ que el espíritu del poeta los concibe. Como ya sabemos, las Ideas
vida en todos sus géneros, cualquiera que sea su importancia. N i n ­
eaencialmente intuitivas, y aunque la poesía sólo comunica por
gún individuo ni suceso carece en absoluto de interés, todo c o n t r i b u ­
de palabras los conceptos, la intención es mostrar intuitiva-
ye a la paulatina revelación de la Idea de la humanidad. Ni hay hecho
? ^ t e , con ayuda de estos signos representativos de los conceptos, las
alguno de la vida humana que deba ser excluido de la pintura. G r a n
de la vida, lo cual sólo se logra con ei concurso de la imagina-
injusticia se comete con los pintores holandeses no admirando ct*
dcl oyente. Pero para despertar la ima^nación y encaminarla
ellos más que la perfección técnica, desdeñándoles y rebajándole*
^ ^ e l fin propuesto, es necesario que los conceptos abstractos, que
194 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A LAS B E L L A S A R T E S 193

constituyen el material inmediato de la poesía al igual que el de la hemos adoptado la posición de artista, del poeta, es decir, conce­
más árida prosa, se agrupen de tal modo que sus esferas se corten; bimos la Idea, no el fenómeno, el ser interior, no las relaciones,
de esta manera los conceptos dejan de tener aquel su carácter univer­ t^uestra propia experiencia es condición ineludible para la compren­
sal y abstracto, siendo sustituidos por una imagen intuitiva que se sión de la poesía así como de la historia, pues es como el diccionario
ofrece a la fantasía, la cual es continuamente modificada por las pala­ ¿e la lengua, en la cual nos hablan. Pero la historia es a la poesía,
bras dcl poeta de acuerdo con su intención. Así como el químico, com­ lo que el retrato a la pintura histórica: aquélla nos da la verdad parti­
binando líquidos perfectamente claros y transparentes, obtiene un cular, ésta la verdad universal, aquélla tiene la verdad del fenómeno
precipitado sólido, el poeta, asociando los conceptos generales y no puede legítimamente traspasarla, ésta tiene la verdad de la Idea,
abstractos e incoloros, sabe precipitar, por decirlo así, lo concreto, lo que no se encuentra en ningún fenómeno particular, aunque en todos
individual, la imagen intuitiva. Pues el conocimiento de la Idea a que ic exprese. El poeta representa caracteres significativos en situacio­
tiende el arte sólo es posible en la intuición. La maestría, tanto en nes significativas de acuerdo con su elección y con su intención; el his­
la poesía como en la química, consiste en obtener en cada caso el pre­ toriador toma ambos tal como se dan. Es más, este último no contem­
cipitado que se desea. Á este fin sirven cn poesía los varios epítetos pla ni sdecciona los acontecimientos y las personas de acuerdo con su
por los cuales se limita la generalidad de los conceptos abstractos has­ lignificación interna, auténtica, que expresa la Idea,- sino de acuerdo
ta hacerlos intuitivos. Homero pone casi al lado de cada sustantivo con su significación externa, aparente, relativa al encadenamiento de
un adjetivo, que corta y disminuye considerablemente la esfera del los hechos y a las consecuencias de importancia. No puede considerar
concepto, medio por el cual nos acerca lo más posible a la intuición. los acontecimientos en y por si mismos, de acuerdo con su carácter y
[MVR, I , # 5 1 1 expresión esenciales, sino que tiene que hacerlo conforme a las rela­
ciones, al encadenamieno, a la influencia en el porvenir, y particular­
En virtud de la generalidad del material del cual se sirve la poesía mente en su propia época. Por eso no puede omitir los hechos reali­
para comunicar las Ideas, su esfera es muy extensa. La naturaleza zados por un monarca por insignificantes y vulgares que sean, pues
entera, las Ideas cn todos sus grados, son susceptibles de ser repre­ tienen consecuencias y trascendencia. En cambio no relata los actos
sentadas por ella, y, según el grado de la Idea a comunicar, adop­ en sí altamente significativos de individuos ilustres, sí éstos no tie­
tará la forma descriptiva, narrativa o dramática. Si las artes plásticas nen ninguna consecuencia, ninguna trascendencia, pues procede de
son por lo general superiores para expresar los grados inferiores de ob­ acuerdo con el principio de razón y capta el fenómeno cuya forma es
jetivación de la voluntad, porque la naturaleza inconsciente y hasta la ese principio. El poeta, por el contrario, concibe la Idea, la esencia de
naturaleza animal manifiestan todo su ser en un solo momento opor­ la humanidad fuera de toda relación y de todo tiempo. Concibe ta ob­
tuno, el hombre, que no sólo se manifiesta por la forma y la expresión jetividad adecuada de la cosa en sí en su más alM grado de manifesta­
del semblante, sino por una serie de actos acompañados por pensa­ ción. Si bien es cierto que aun en aquel género de consideración pro­
mientos y emociones, es el objeto principal de la poesía, la cual aven­ pio del historiador, el ser interior, el sentido de los fenómenos, el
taja en este terreno a todas las demás artes, pues tiene la facultad, núcleo de aquella corteza, nunca puede perderse, al menos para
que no tienen las artes plásticas, de desarrollar sus asuntos en forma aquel que lo busca, sin embargo aquello que es importante en sí y
sucesiva. ^ en sus relaciones, el desarroUo propio de la Idea, está más exacta
Así pues el asunto de la poesía consiste en representar aquellas y netamente expresado en la poesía que en la historia, por lo que
Ideas que constituyen el más alto grado de objetivación de la voluntad, ^uélla, aunque parezca paradójico, contiene más verdad intrínseca
es decir, el hombre cn la serie de sus aspiraciones y de sus actos. Es ésta. Pues el historiador debe seguir los hechos particulares como
cierto que también la experiencia y la historia nos dan a conocer al ^Kos se desarrollan en la vida, como se desenvuelven en el tiempo,
hombre, pero más frecuentemente a los hombres que al hombre, es *fSÚn la cadena múltiple de las causas y de los efectos; pero es impo-
decir, nos dan noticias empíricas de su comportamiento, de donde •*ble que pueda poseer todos los datos, que pueda verlo y examinarlo
podemos sacar reglas para la nuestra, no una visión profunda de su ^ 0 . A cada momento pierde de vista el cuadro original o le encuen-
ser interior. Esto último no está excluido de aquéllas, pero en la m^' ^ Sustituido por uno falso, y esto con tanta frecuencia, que creo po*
dida en que aquello que se nos revela en la historia o en la propi* ^ afirmar que en la historia abunda más lo falso que lo verdadero.
experiencia es la esencia del hombre, nosotros mismos o el histon* ^ poeta, en cambio, se apodera de la Idea de la humanidad bajo el
196 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A la s BELLA S A RTES 197

aspecto que desea expresar, y lo que se objetiva ante él es la esencia 1^ obras líricas de los grandes poetas conservan a través de los siglos
de sí mismo; su conocímiemo, como ya dije a propósito de la escultu­ III v e n c ía , su autenticidad y su frescura. U n gran poeta representa
ra, existe en él a priori en una mitad; el modelo distinto, preciso y cla­ por ai solo a toda la humanidad, pues todo lo que ha hecho latir el
ro, radiante de luz, está siempre ante su espíritu y no puede abando­ 0OT9 XÓa de los hombres y lo que la naturaleza humana ha dado de
narlo; la Idea pura nos la muestra en el espejo de su espíritu, y sus jí, todo lo que en el corazón del hombre puede nacer y ocupar algún
descripciones, hasta en los menores detalles, son tan verdaderas iugmr, es su tema y su material, como también todo el resto de la na­
como la vida misma. [MVR, I, / 51] turaleza. De aquí que el poeta pueda cantar tanto la voluptuosidad
como e] sentimiento místico; puede llamarse Anacreonte o Angel Si-
lesio, escribir comedias o tragedias, trazar caracteres vulgares o su­
blimes, según su humor o su vocación. Por lo mismo, nadie puede
La representación de la Idea de i a humanidad, misión del poeta, al poeta a que sea noble, elevado, moral, cristiano, ni que sea
puede hacerse de dos modos. Lo representado ptiede ser el poeta mis­ esto o aquello, y mucho menos reprenderle el ser como es y no de
mo, y entonces nace la lírica, que es la canción propiamente dicha otro modo. £1 es el espejo de la humanidad y le presenta lo que siente
en la que el poeta contempla y describe sus propios estados, por lo y k estimula.
cual es esencia] a este género un cierto grado de subjetividad. Pero Si examinamos ahora más detalladamente los caracteres de la can­
también puede suceder que el sujeto que representa sea diferente del ción propiamente dicha, acudiendo a los modelos más acabados y pu­
objeto representado. Esto es lo que ocurre con los demás géneros. En ro« que no invaden la esfera de ningún otro género, como el roman­
ellos el poeta se oculta más o menos detrás de lo representado hasta ce, la elegía, el himno, el epigrama, etc., veremos cuáles son los
llegar a desaparecer. Todavía en el romance, por el tono y la actitud caracteres de la canción en el sentido estricto de la palabra. Lo que
general, el autor expresa algo de sus propios estados: mucho más siente y llena la conciencia dd autor de la canción es el sujeto de la
objetivo que la canción, tiene todavía algo de sobjetivo, que desapa­ voluntad, es decir, su propio querer, a veces como un querer libre
rece ya en el idilio, mucho más en la novela, casi completamente en y satisfecho (alegría) y otras como un querer contrariado (tristeza),
el poema épico, para no conservar ni la menor huella en el drama, siempi« como afecto, pasión, estado de ánimo agitado. Pero a la vez
que es el género más objetivo y, en más de un respecto, el más per­ la contemplación de la naturaleza circundante despierta en el cantor la
fecto, si bien el más difícil de la poesía. conciencia de sí mismo, como sujeto del conocimiento emancipado
El género lírico es por esto el más fácil de todos, y si bien el arte sólo de la vduntad; esta condición le sume en una calma perfecta que
es patrimonio del genio, tan raro en el mundo, sin embargo, un hom­ contrasta <x>n la agitación de una voluntad siempre limitada y sedien­
bre de medianas dotes puede escribir una bella canción cuando está ta. Lo que expresa la canción en su conjunto y lo que en general cons­
poseído de un vivo entusiasmo, pues le bastará para ello una profun­ tituye la inspiración lírica, es el sentimiento de este contraste y el
da intuición de su estado durante ese momento de exaltación. Así lo efecto de estas alternativas. En tal estado lírico, pudiéramos decir que
demuestran gran número de canciones de individuos que han perma­ d conocimiento puro nos invade y nos libra de la voluntad y de sus
necido anónimos, especialmente las canciones populares alemanas, unpulsos; lo seguimos, pero sólo por un momento, pues el querer, el
de las cuales tenemos una admirable colección en el Como maravilloso '^cuerdo de nuestros fines personales, nos arranca de esa serena con-
( Wunderhom] así como en innumerables canciones populares de amor l^ p lació n , pero el bello entorno, que nos ofrece el conocimiento li-
y de otras asuntos en todos los idiomas. Pues todo el mérito de este de la voluntad, nos vuelve a sacar del querer. Por esto, en la
género (x>ético está en captar el sentimiento del momento y en expre­ ^ c i ó n y en el sentimiento Urico, el querer (el interés de los fines
sarlo en la canción. Pero si se trata de un verdadero poeta lírico sü P®f*>nale8) se mezcla maravillosamente con la pura contonplación del
obra reflejará el interior de la humanidad, y todo lo que en el pasado, Jundo circundante; se buscan e imaginan relaciones entre ambos; la
presente y porvenir sintieron, sienten y sentirán millones de hombres °**po«¡ción subjetiva, o sea la afección de la voluntad, pinta, con sus
en determinadas ocasiones, siempre idénticas y siempre repetidas, ^ p io s colores, la contemplación de la naturaleza y recíprocamente,
encontrará en su obra adecuada expresión. Y como estas situaciones> ^ v erd atjcra canción es fiel trasunto de estos sentimientos, mezcla-
por su constante repetición, parecen tan permanentes como el génct^ T®*» pero contrarios. Cualquiera de las inmortales canciones de Goe-
humano y los sentimientos que despiertan son siempre los mismo*' ^ *s un ejemplo de este desdoblamiento abstracto. Muy especial­
198 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A LAS B E L LA S A R T E S 199

mente recomiendo: L a qutja del pastor. Bienvenida y adiós, A la go los géneros más objetivos, y sobre todo en la novela, la epopeya
En el lago, Impresiones de otoño. Las canciones que componen el ÍVundf^ ^ ^ drama, dos condiciones se requieren p>ara la perfecta realización
hom son también excelentes modelos, y, sobre todo, la que comienzjj ^ ^ fin, o sea para ia expresión de la Idea de la humanidad: la
así: jOk, Brema, tengo que abandonarte! Voss tiene una canción cómica f^BCCpòàti exacta y profunda de caracteres importantes y la in*
que parodia el género lírico, en la que describe las sensaciones de un y^DciÓD de situaciones interesantes en las cuales se desarrollen
vidriero borracho que se cae desde lo alto de un torre y que al caer ^uéUos. Pues así como el químico no se limita a obtener en toda
repara en que el reloj señala las once y media, observación bien ex­ pureza las sustancias simples y sus principales compuestos,
traña, porcierto, respecto a su situación y que emana de un conoci­ liiio que debe hacer patentes sus propiedades, por medio de reacti*
miento libre de todo interés personal. yog apropiados, tampoco el poeta ha de concretarse a presentar los
El que comparta mis opiniones sobre el estado lírico deberá admi­ {jjacteres significativos tales como la naturaleza los presenta, con
tir igualmente que no es más que la concepción intuitiva y poética yerdad y fidelidad, sino que debe colocarlos en situaciones distintas
de una proposición sentada en mi opúsculo sobre el principio de ra­ para que desarrollen sus peculiaridades y los conozcamos bien, dibu­
zón y que he reproducido en la presente obra: que la identidad del jándolos con líneas exactas y firmes; y esto es lo que da a las situacio-
sujeto que conoce y el sujeto que quiere puede ser llamado el mi­ Ekes su importancia. En la vida real y en la historia rara vez produce
lagro x < x t ' efoxv*' y , por lo tanto, la impresión poética de la canción d azar una de estas situaciones, y permanecen aisladas y ocultas por la
se basa, cn último término, sobre la verdad de dicha proposición.’ multitud de los hechos insignificantes. La importancia de las situacio­
Durante el curso de la vida estos dos términos o, para hablar como nes debe distinguir a la novela, la epopeya o el drama, de la vida real,
el pueblo, la cabeza y el corazón, se van separando cada vez más; en tanto como la combinación y la dección de los caracteres; ¡>ero la
efecto, el sentimiento subjetivo se aísla cada vez más dei conocimien­ coodidón ineludible de su efecto es la más estricta verdad, y la falta de
to objetivo. En el niño están aún confundidos; apenas sabe distin­ unidad en los caracteres, o su contradicción, ya consigo mismos o con
guirse a sí mismo de lo que le rodea y se confunde con el mundo cir­ la naturaleza humana en general, como también su imposibilidad o
cundante. En el joven, todo lo que percibe obra sobre su sensibilidad su inverosimilitud patente, aunque sólo sea en los detalles secunda­
y su disposición interior, y hasta se mezcla con ésta, como Ío expuso rios, ofenden en la poesía tanto como las figuras desdibujadas, la fal-
Byron tan bellamente:
contaba con veintidós años, hizo circular una serie de poemas que cantaban las haza*
/ Uve n oi in m yself, bu i I beconu fias dd guerrero legendario y bardo gaèlico Ossin (Ossián), hijo de Find (Fingal), de
P ortion o ft k a t arou n d n u ; an d lo m e quien le dice vivió en el siglo ni. En realidad sólo dos de los dieciséis poemas estaban
H ig h m ounioins are a feelin g . * en cantos de los antiguos bardos, los cuales fueron conservados por manuscri-
MMque datan de entre el si^o kd y el xvii Estimulado por un cfrctilo de escritores en*
{C h ild e H afold , 3 . 72] tie los cuales ce encontraban David Hume. W illiam Robertson y Hugh Blair, se publi­
có ea 1760 la colección bajo el título Fragintntf «jA ncitra poeiiy, (*IU cííd in íhe HighUmds
Por esto el joven se fija tanto en la apariencia exterior de las cosas H m i íTtulatedfr»m tíu G die or E rte langtugr. E n e¡ prefacio de esta publicación
y sólo sirve a la poesía lírica, mientras que la obra del hombre forma­ 7 *>Q mayor fundamento que lo» informes de Macpherson, Blair a fírm a te que estos
do es la poesía dramática. El viejo podrá imaginarse a lo sumo como f>vgRicnt0 8 no eran más que episodios de un poema épico en el cual se narraban las
poeta épico, como Homero y Ossián, porque la narración es propia de F i li a l . Los Fragnents causaron tal sensación que un grvipo de escritores de
UiniburgD deddió financiar un viaje para que Macpherson rect^iese no sólo manus-
del carácter de la vejez."
sino también la tradición oral de las montañas e islas de Escocia. Para enero
’ V¿ase el fragmento de L a oáádrupU raíz d e iprintipio dt razón suftciertU al cual se re­ ^ *5o siguiente, después de un par de coitos viajes, la ansiada epopeya nacional de
fiere aquí Schopenhauer en esta antología; primera pane. V I, 3. estaba ya preparada y poco después veía la luz simultáneamente en Londres
* No vivo en m í mismo, sino que me convierto en parte de lo que me circunda, i Edimburgo b ^ d título Fingai, a» AncitM Epie Poem ík Six Books, logtíker unlh Sam U
para mi las altas montañas son un sentimiento. 7^ ttmpQud by Ouian Uu ion o f Firig^, baslúttdfrom tkt GcUc Lastguíge ty fam et
* El viejo poeta épico Ossián en realidad no es más que la invención del joven El entusiasmo por la obra no se dejó esperar: aparecieron muchas reseñas
ta escoces Ja m e s Macpherson (I7 3 6 '1 7 9 6 ), quien decía traducir del gaèlico las obra> J * y ” dole, entre tas cuales se encuentra una de Edmund Burke, e incluso Ja m es Bos-
de un bardo (poeta de los antiguos celtas) del siglo iii. Este engaño constituye unO el fuego del entusiasmo declaró que Ossián era superior a Homero, Virgilio
de los capítulos más curiosos de la historia de la literatura, pues la enorme influcnci* ^ t o n . Hiúiía, pues, que aprovechar este furor, de tal manera que para marzo de
que ejercieron los llamados “ Poemas de O ssián " se debió precisamente a la crcenc'^ •Pareció otra “ traducción’* de otro "antiguo poema ép ico ": T m ora, an A ncint
de hdier descubieno la epopeya que necesitaba Europa: una epopeya de un poeta cd**' r j * O íw M E i^ B ooki, logethtr with Sevtral oüm Pvtrru, compMtá ky O tsiái, tkescn ú j Fin-
La historia es a grandes rasgos la siguiente. Hacia el año 1756 Macpherson, qu'C'’ ^ the G álit Languagt byJam ts MocfAerton. E n 1763 se publican finalmente
200 LA C O N T E M P L A C IÓ N E ST É T IC A LAS B E L LA S A R T E S 201

sa perspectiva o la defectuosa iluminación en pintura, pues tanto que el artista fontanero hace con el líquido y el arquitecto con
ésta como en aquélla exigimos una imagen fiel de la vida, de la hu­ j[0 materia sólida, lo hacen el poeta épico y el dramaturgo con la Idea
manidad y del mundo, que debe hacerse clara y relevante a través ^ la humanidad. El fín común de todos es desarrollar y dar claridad
de la composición. g la Idea, a los grados de objetivación de la voluntad que expresan
Como el fin de todas las artes es representar Ideas, y su principa] ¡pg objetos del arte. La vida del hombre tal como se muestra por lo
diferencia consiste en el grado de objetivación de la voluntad que general en la realidad semeja el agua tal como se muestra por lo gene*
cada Idea expresa, las artes, aun aquellas que más se diferencian en­ eo estanques y ríos; pero en la novela, en la epopeya y en la trage-
tre sí, pueden explicarse mutuamente por comparación. Así, por los caracteres son elegidos y colocados en circunstancias, en las
ejemplo, para concebir de un modo completo la Idea que el agua ex­ cuiies se desarrollan todas sus propiedades, se manifiestan las pro-
presa, no basta verla detenida en un tranquilo estanque o corriendo fundidaides de su espíritu y se hacen visibles a través de acciones ex-
moderadamente por el cauce de un río, sino que dicha Idea sólo se {j-aoidinarías. Por estos medios, la poesía objetiva la Idea de la hu­
desarrolla completamente cuando el agua aparece bajo toda clase de manidad, que se revela mejor en los caracteres más individualizados.
circunstancias y obstáculos que, obrando sobre ella, la fuerzan a ma­ Tanto por la mayor impresión que produce sobre el espectador
nifestar todas sus propiedades. Por eso la encontramos bella cuando como por sus grandes dificultades, se considera con razón a la trage­
cae, cuando ruge, cuando se convierte en espuma, cuando salta o se dia como el género poético más elevado. Para comprender bien el
precipita pulverizada, o, en fin, cuando, dirigida por el arte se lanza conjunto de reflexiones hechas, conviene observar que el fin de esa
en poderoso surtidor, mostrando así sus diversas cualidades; en estas labor suprema del genio poético es mostramos el aspecto terrible de
diversas condiciones conserva fielmente la unidad de su carácter; la vida, los dolores sin número, la desolación del ser humano, el
para ella es tan natural lanzarse juguetona hacia la altura, como re­ tritinfo del mal, el dominio del azar que se burla del hombre, la irre­
posar inmóvil como un espejo; tan dispuesta está a una cosa como mediable desgracia del justo y del inocente, lo cual nos proporciona
a otra, según las circunstancias. una signifícativa muestra de la naturaleza del mundo y de su existen­
da. La tragedia nos representa la lucha de la voluntad consigo misma
lai obras completas de O iiián y en 1773 aparece una nueva edición en dos volúmenes,
eo todo su horror y en el desarrollo más completo del grado supremo
correada y auTnrntada.
Es cierto que las sospechas acerca de la autenticidad de los poemas tampoco tarda­ de objetivación. Y nos presenta este cuadro, ya provengan las desgra­
ron en surgir, pues Macpherson nunca mostraba loa manuscritos originales, pero K cias del azar y del error en tanto soberanos del mundo y de su perfidia
trataba de una ilusión tan añorada que en un principio no causaron grandes proble* persoDÍñcada como destino, que parece intencionada, ya tengan su
mas. Sin embargo para 1763 el filósofo David Hume exige se muestren ios manuscrito« origen en la misma voluntad humana, en las aspiraciones individua­
originales, más tarde el presidenle norteamericano Thomas Jefferson sigue su ejemplo
y íinalmeiice Samuel Johnson niega la autenticidad de las obras, viaja a los lugares de les que se entrecruzan y combaten o en la malicia y confusión de la
donde supuestamente proceden y declara no sólo la inexistencia de los manuscritos, ouiyor parte de los mortales. Una y la misma voluntad es la que vive
sino también la ausencia de ese género literario en la tradición poética de e«as regiones- y te manifiesta en todos; pero sus manifestaciones luchan y se destro­
Johnson concluye que Macpherson es un impostor; éste le desafia; lo mismo hace nan entre sí. En tal individuo aparece más enérgica, en otro más dé-
aquél; y a pesar de no llevarse a cabo el duelo, la controversia se desata violen*
um entc. Se constituyen entonces dos sociedades para investigar seriamente el asunto:
aquí o allí más o menos suavizada por la reflexión, hasta que por
ia H ighlaná SoñH j de Londres y la H igklaitdSociety de Edimburgo. En 1605 esta última último, en un individuo superior, el conocimiento, purificado y en-
publica un repone, producto de una minuciosa investigación acerca de manuscritos ^^^oWecido por el mismo dolor, llega a ese estado en que el mundo
gaélicos, en el cual se establece defínitivamente ia inautenticidad de los poemas pre* ^ e rio r, el velo de Maya, no le engaña ya, y ve claro a través de la
suntamente traducidos por Macpherson. Para entonces los “ Poemas de Ossián" y*
habfan ejercido una gran influencia e inspirado a muchos artisu s. En la Gran Breta­
•Ofma del fenómeno, o principio de individuación, y el egoísmo, con-
ña habian surgido poetas “ ossiinicos" e incluso Byron en su Juventud llegó a imitar *^c^ieiicia de este principio, desaparece de él; los tnotioos, hasta enton-
ficticio Ossián. En Alemania Klopstock y su círculo fueron deslumbrados por el poeta tan poderosos, pierden su poder y en su lugar el conocimiento
épico, Herder lo exaltó en Ober O uim ur<d die Lieder aiiet vóíker, H^derlin lo leyó tam* Perfecto de la esencia del mundo, obrando como aquütadúr de la vo-
bién con entusiasmo, y hasta Goethe puso en boca de W erther lo siguiente; “ Ossiái*
trae la resignación y la renuncia, no sólo de la vida, sino de
ha desplazado en mi corazón a H om ero". En Francia se convirtió además en tema
de grandes pintores: Ingres pintó el “ Sueño de O ssián "; Gerard, Girodet y Oros p'**' voltmtad de vivir. Por eso vemos que en la tragedia hasta los ca-
taron también escenas de sus poemas. T al es en término« generales la historia de más nobles renuncian tras cruentos combates y prolongados
ilustre engaño. Véase: M ontiel, I , O ssiiit en E spatis, Planeta, Barcelona. 1974. a los fines que hasta entonces habían perseguido. Vemos que
202 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A
LAS BELLA S A RTES 203

sacrifican para siempre los goces de la vida, y hasta se desembarazan


ciones <»n la tragedia que pone ante nuestros ojos ese mismo desdo-
voluntariamete y con gozo de la carga de la vida. [MVR, I, / 5 l.]
jjlamicnto con proporciones grandiosas y terribles cn los grados supe­
riores de objetivación de la voluntad, encontramos que aún queda y
El placer que la tragedia nos proporciona no pertenece al sentimicD'
debe quedar excluida de nuestra consideración una de las bellas ar­
to de lo bello, sino al de lo sublime, y en grado supremo. Una escena tes, porque en la sistematización que estamos haciendo no hay lugar
sublime de la naturaleza que se desarrolla ante nosotros nos aparta para ella; nos referimos a la rrtúsica.
de la voluntad para mantenernos en disposición puramente contem* La música constituye por sí sola capítulo aparte. En ella no encon­
plativa; pues de igual modo ante la catástrofe trágica nos desprende­ tramos la imitación o reproducción de una Idea de la esencia del
mos hasta de la misma voluntad de vivir. La tragedia nos presenta e] mundo; pero es un arte tan grande y admirable, obra tan poderosa­
aspecto terrible de la vida, la desolación del hombre, el reinado del mente sobre el espíritu del hombre y es comprendida tan completa
azar y del error, la desgracia del justo, el triunfo del mal; contempla* y profundamente, como una lengua universal cuya claridad superara
mos, pues, todo aquello que más repugna a nuestra voluntad en el a todas las demás, que hay que ver en ella algo más que un exetcilixurn
mundo. Este espectáculo nos conduce a apartar la voluntad de la vi­ anthtneíicae occultum nescientis se numerare animi, como Leibniz se refirió
da, a no amar a ésta ni desearla, y esta disposición despierta precisa­ a ella* y con justa razón, pese a que él no consideraba más que su
mente en nosotros la conciencia de que debe haber en nuestro ser significación exterior e inmediata, su coneza. Si no fuera más que
algo que nos es imposible conocer de una manera positiva y sí sólo e$o, la satisfacción que nos produce se podría comparar a la que ex­
de un modo negativo, como aquello que no quiere la vida. De la mis­ perimentamos cuando resolvemos un problema matemático, y no
ma manera que el acorde de séptima llama al acorde fundamental; lerfa aquella íntima alegría con la cual vemos expresarse lo más
del mismo modo que el rojo provoca y hasta produce en la retina el profundo de nuestro ser. Desde nuestro punto de vista, que está
verde, la tragedia exige otra existencia, un mundo diferente, a cuyo caracterizado por el efecto estético, tenemos que reconocerle una im­
conocimiento sólo podemos llegar indirectameitte, que es como nos portancia mucho más seria y profunda que se refiere al ser interior
lo proporciona el sentimiento que la tragedia despierta. Al estallar la del mundo y de nuestro yo, y a este respecto, las relaciones numéricas
catástrofe trágica vemos más que nunca claro que la vida es una pesa­ en las cuales se resuelve no deben considerarse como lo significado,
dilla, de la cual conviene despertarse. Desde este punto de vista, la lino como el signo. Pues cn relación con el mundo, debe con^cirse, en
impresión trágica es análoga a la de lo sublime dinámico, puesto que cierto modo, como la representación a lo representado, como la copia
nos eleva como ésta por encima de la voluntad y de sus intereses y al modelo, y esto lo deducimos por analogía con las otras artes, a to­
nos permite encontrar placer en aquello que repugna a la voluntad. das las cuales es propio este carácter. Su efecto sobre nosotros es se­
El arrebato sublime que todo lo trágico envuelve, nace del que nos n ta n te al de éstas, aunque es más poderoso, más rápido, más nece-
hace ver que el mundo y la vida no pueden ofrecemos verdadera sa­ »«no e infalible. También su relación representativa con el mundo
tisfacción, y que, por consiguiente, no merecen que nos apeguemos debe »er muy íntima e infinitamente verdadera y adecuada, puesto
a ellos; en esto está la esencia de lo trágico; en que nos conduce a la <?uc es comprendida instantáneamente por cualquiera, mostrando
resignación- {MVR, II, C . X X X V I I.] especie de infalibilidad por el hecho de que sus formas son sus­
ceptibles de reducción a reglas exactas y que se expresan en números,
de ’as cuales no se puede apartar sin dejar de ser música.
4. L a música Sin embargo, la semejanza entre la música y el mundo, el aspecto
^|o cl cual la música puede ser una imitación o reproducción del
Después de haber considerado hasta aquí todas las bellas artes en es algo profundamente oculto. En todos los tiempos se ha
aquella generalidad que requiere nuestro punto de vista, e m p e z a n d o ^J^vado la música sin poder dar razón de esta relación; contentán-
por la arquitectura artística, cuyo fin en cuanto tal es hacer visibl« Con comprenderla inmediatamente y renunciando a concebir en
la objetivación de la voluntad en los grados inferiores de su manifcs' *°**facto esta comprensión inmediata. {ÁfVR, I, f 52]
taciÓD, en los que se muestra como impulso ciego, inconsciente y
guiar de las masas, mostrando ya desdoblamiento y lucha entre 1^ . ^¡«ícicio aritmético oculto, cn el <jue eJ alma cuenta sin advertirio [L tibn ilii tpistc-
gravedad y la solidez; y d e s p u é s de haber cerrado nuestras c o n s i d e r é Kortholti, ep. J54).
204 LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A
LA S B E L L A S A R T E S 205

Las Ideas (platónicas) constituyen la adecuada objetivación de siempre según el en sí, no según el fenómeno, según el alma
voluntad. Estimular el conocimiento de estas Ideas por la representa­ Interior, por decirlo así, de los mismos, sin cuerpo. [MVR, I, f 52]
ción de las cosas singulares (pues no otra cosa es la obra de arte) es
el fín de todas las demás artes. Por consiguiente, todas ellas sólo obje. IjO inefablemente íntimo de toda la música, en cuya virtud nos
tivan la voluntad de una manera mediata, a saber: por medio de entrever un paraíso tan familiar como lejano de nosotros y lo
las Ideas; y como nuestro mundo no es más que la manifestación de laj que le comunica ese carácter tan comprensible y a la vez tan inexpli­
Ideas en la multiplicidad por medio del pñncipium indioiduationis (úni. cable, consiste en que reproduce todas las agitaciones de nuestro ser,
ca forma posible del conocimiento del individuo como tal), la música
pero sin la realidad y lejos de sus tormentos. Del mismo modo aquel
que trasciende las Ideas y es por completo independiente del mundo
lU inherente carácter de seriedad, que excluye lo cómico de su domi­
fenoménico y aun le ignora en absoluto, podría subsistir, en cierto
nio inmediato, que explica porque su objeto no es la representación,
modo, aun cuando el mundo no existiese, lo cual no se puede afirmar
sólo respecto de la cual es posible lo engañoso y visible, sino la volun­
de las demás artes. Por lo tanto, la música es una objetivación inme­
tad, y ésta es lo más serio que existe porque todo depende de ella.
diata y una imagen de la ooluntad toda, como ^ mundo mismo, y hasta 1 ,^ 5 2 .]
podemos decir como las Ideas, cuya múltiple manifestación constitu­
ye el mundo de las cosas singulares. Por consiguiente, la música no
es en modo alguno la imagen de las Ideas, como las demás artes,
sino la imagen de la voluntad misma, cuya objetivación también la cons­
tituyen las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho
más poderoso y penetrante que el de las otras artes, pues éstas sólo
nos reproducen sombras, mientras que ella esencias. Pero como lo
que se objetiva en las Ideas y en la música es una misma voluntad,
si bien de un modo distinto en cada una de ellas, entre la música y
las Ideas debe existir, si no una semejanza directa, un paralelismo,
alguna analogía cuya manifestación en la multiplicidad e imperfec*
ción ea el mundo visible. [MVR, I, / 52]

Podemos considerar a la naturaleza y a la música como dos expre­


siones distintas de una misma cosa que es el lazo de unión entre am*
bas y cuyo conocimiento es imprescindible para entender dicha ana­
logía. L a música es, pues, en cuanto expresión del mundo, un
lenguaje dotado del grado sumo de universalidad, que respecto a la
generalidad del concepto se conduce como éste con las cosas particu*
lares. Pero su generalidad no es en modo alguno la generalidad vacía
de la abstracción, sino que tiene otra naturaleza completamente
distinta y va siempre unida a una determinación más clara. Po*’
esto se parece a las figuras geométricas y a los números, que como
formas generales de todos los objetos posibles de la experiencia y
aplicables a prion a todas las cosas no son, sin embargo, abstractos»
sino intuitivos y completamente determinados. Todos los estímulos y
esfuerzos posibles de la voluntad, todos aquellos procesos internos
del hombre que la razón arroja en el ancho y negativo c o n c e p t o d«
sentimiento, son expresados por el infinito número de melodía^
fK>sibles, pero siempre en la generalidad de la forma pura sin mate
C u a rta Pa rte

LA VOLUNTAD HUMANA
I. A C E R C A D E L A L IB E R T A D

I . C r ít ic a a l concepto de l a libertad c o m o libre a r b itrio

a) ¿Q uésig^fica ^libertad'’?

£ l CONCEPTO de la libertad, considerado rigurosamente, es un con­


cepto negativo. Con él pensamos sólo la ausencia de todo obstáculo.
Éste, por el contrario, en tanto fuerza que se manifiesta^ debe ser
^go positivo. De acuerdo con las posibles modalidades del obstáculo,
el concepto de la libertad tiene tres divisiones muy distintas una de
la otra: la libertad física, la intelectual y la moral.
k) La libertadfísica es la ausencia de cualquier tipo de obstáculo maie-
rial. En este sentido decimos: el cielo Ubre, el horizonte libre, el aire
X Bbre, cl campo libre, una plaza libre, la electricidad libre, la libre co-
^j^^riente de un río en donde no es obstruida por montañas o por presas,
etc. Incluso habitación libre, alimentación libre, prensa libre, desig­
nan la ausencia de condiciones vejatorias^ las cuales suelen añadirse
en tanto obstáculos del usufructo de esas cosas. Pero lo más frecuente
Ct pensar ^ concepto de la libertad como predicado de los seres ani-
^|Males, cuyo rasgo característico consiste cn que sus movimientos pro­
ceden de su voluntad, son voluntarios y como tales son llamados libres
ido ningún obstáculo los imposibilita. Pues bien, mientras que
obstáculos pueden ser de muy diversos tipos, lo obstaculizado es
»pre la voluntad, por ello y para simplificar, se prefiere captar el
to de la libertad desde un punto de vista positivo, pensan-
' con él todo lo opera o se mueve sólo por su voluntad; inversión del
spto que en esencia nada cambia. Así, bajo la significación física
omcepto de la libertad se les Uama libres a los animales y al hom-
lli cuando ni cadenas, ni prisión, ni trabas, y por lo tanto, ningún
físico, material, impiden su obrar, sino que éste procede de
lerdo con su voluntad.
Este significado físico dcl concepto de la libertad, sobre todo en
^ t o predicado de los seres animales, es el concepto original e inmc-
^ y <ic ahí que sea también el más usual; bajo este significado el
^**^epto de la libertad no está expuesto a ninguna duda o controver*
^ pues siempre puede darse testimonio de su realidad a través de
ríencia. Basta con que un animal obre sólo por su voluntad
‘ *er en este sentido librt., sin tomar cn consideración lo que pueda
^ influencia sobre su propia voluntad, porque el concepto de la
en este su significado original inmediato y popular, se refie-

209
210 l A VOLUNTAD HUMANA A C ERC A D E LA L IB E R T A D 211

re sólo al poder [poder obrar], es decir, a la ausencia de obstáculos en sus


QtfO la voluntad. La respuesta del sano entendimiento no podía ser
acciones.
im plicada: un motivo jamás podría tener el efecto de un obstáculo
¡i) La libertad intelectual, TO ¿Ko^oiov x a l áKoi3cn.ov x a t á 5i¿tvoiav*
fígico, puesto que éste supera fácilmente las fuerzas corporales del
en Aristóteles. El intelecto o la facultad del conocimiento es el medio de
jioinbre y resulta así irresistible, mientras que un motivo nunca es
los motivos;^ a través de éste los motivos actúan sobre la voluntad, el nú­
por sí mismo irresistible, nunca tiene un poder invencible, por el con­
cleo del hombre. Sólo cuando este medio de los motivos se encuentra en
trarío, siempre puede quedar anulado por un motivo opuesto de mayor
estado normal, lleva a cabo regularmente sus funciones y expone a la
jfttna-. basta con este último para que el hombre en cuestión se deter­
elección de la voluntad los motivos sin alteraciones, tal como se pre­
mine por el mismo, como se ve con frecuencia cuando, incluso el más
sentan en el mundo real exterior. La voluntad puede, entonces, deci­
poderoso de todos los motivos, la conservación de la vida, resulta
dirse de acuerdo con su naturaleza; es decir, de acuerdo con el carácter
también anulado por otros motivos, por ejemplo, en el suicidio, en
Individual del hombre y manifestarse ítn trabas según su propia esencia:
el sacrificio de la vida por otros hombres, por opiniones o por diver­
en este caso el hombre es inteUciualmente libre, lo cual significa que sus
sos intereses, mientras que por otro lado se soporta el más intenso y
acciones son sólo el resultado de la reacción de su voluntad ante los mo­
rebuscado martirio por el mero pensamiento de perder la vida de no
tivos que se le presentan en el mundo externo de la misma manera que sobreponerse. Pero, si bien de esta manera se hizo constar que el mo­
a todos los demás. Es entonces cuando se le atribuyen sus acciones moral tivo no conlleva una coacción objetiva, se le podía aún atribuir una
y jurídicamente. coacción subjetiva, a saber: relativa a la persona implicada, lo cual
Esta libertad intelectual queda suprimida, o bien cuando el medio de en ultima instancia venia a ser lo mismo. De ahí que persistiera la
los motivos, la facultad del conocimiento, está transtomado temporal pregunta: ¿es la voluntad misma libre? —rCon esto d concepto de la li­
o definitivamente, o cuando las circunstancias exteriores en determi­ bertad, que hasta entonces sólo se había pensado en relación con el
nados casos adulteran la aprehensión de los motivos. El primer caso p0dtr [poder obrar] fue puesto en relación con el querer y surgió el pro­
es el de la locura, el delirio, el paroxismo y el delirio de la borrachera; blema de si el querer mismo era libre. Pero una consideración más
el segundo, el de un error del cual no somos culpables, como, fx>r ejem­ atenta muestra que este enlace con el querer no cae dentro de la com­
plo, cuando alguien sirve veneno en lugar de medicina o dispara con­ petencia del concepto original, puramente empírico y popular de la li­
tra el criado que ha entrado por la noche tomándolo por un ladrón. En bertad» pues, según este concepto “ libre” significa “ conforme a ia
ambos casos los motivos están adulterados y, por lo tanto, la voluntad voluntad” . Si se pregunta ahora si la voluntad misma es libre, se está
no puede decidirse como lo haría bajo las mismas circunstancias si el inte­ preguntando si la voluntad está conforme consigo misma, lo cual es
lecto se los suministrase correctamente. evidente, pero con ello no se resuelve nada. De acuerdo con el concepto
iii) Me dirijo ahora al tercer tipo de libertad, la libertad moral, que empírico de la libertad se puede decir: “ soy libre si puedo hacer lo que
es propiamente el libre arbitrio... Este concepto está vinculado por qviern , y en la expresión “ lo que quiera” está ya presupuesta la li­
un lado con el de la libertad física, el cual nos permite concebir la for­ bertad. Pero como ahora preguntamos por la libertad de la voluntad,
mación, necesariamente posterior, de aquél. La libertad física, como la cuestión debe plantearse así: “ ¿puedes querer también lo que quie-
hemos dicho, hace referencia sólo a los obstáculos materiales, cuya De esto se sigue que el querer depende de otro querer anterior.
ausencia basta para que ésta exista, Pero pronto se hizo notar en mu­ Supongamos que la respuesta a esa pregunta fuera afirmativa, enton-
chos casos que un hombre, sin estar impedido por obstáculos mate­ ^ surgiría inmediatamente una segunda: ¿puedes también querer
riales, se abstenía por motivos, como amenazas, promesas, peligros « que quieres querer?, y así se desencadenaría una serie infinita, ya
y similares, de obrar tal como lo habría hecho en ausencia de éstos que siempre pensaríamos en una volición como dependiente de otra
de acuerdo con su voluntad. Se puso en cuestión entonces si semejanie interior o más profunda, y nos esforzaríamos inútilmente por alcan-
hombre era libre o si el motivo que le era contrario, como un obstáculo a través de este camino una volición que pudiéramos pensar y
físico, podía impedir e imposibilitar la acción propiamente acorde Aceptar como independiente. Si quisiéramos no obstante tomar una
''®lKión como independiente, daría lo mismo tomar la primera que
* el pensamiento TOluntarío o involuntario. cualqujgp otra, de tal manera que la cuestión volvería a formularse
‘ Respecto a] intelecto como medio de los motivos, véase en esta antología; prinicf^ *'*^os términos elementales “ ¿puedes querer?” . Pero lo que se quie-
parte, VI, 4; segunda parte, V, ^ •aber es si la respuesta positiva a esia pregunta resuelve el proble­
212 LA V O L U N T A D HUM ANA A C ERC A D E LA L IB E R T A D 213

ma de la libertad del querer, por lo cual la mera respuesta positiva gígue siendo lo que no es necesario bajo ningún aspecto, lo cual signi-
deja sin resolver la cuestión. El concepto original y empírico de la \[, pca; independiente de cualquier causa. Si aplicamos este concepto a
bertad se resiste pues a ser enlazado directamente con el de la voIun> [g voluntad humana, podríamos decir que una voluntad individual
tad. Para poder aplicar a pesar de todo el concepto de la libertad ^ ^ sus manifestaciones (actos de voluntad) no está determinada por
la voluntad, se le debió modificar de tal manera que se le hiciera más ,f)Otivot o razones suficientes en general, pues de otra manera sus ac-
abstracto. Esto sucedió al concebirse el concepto de la libertad como fos 0 0 serían libres, sino necesarios, ya que la consecuencia de una
la mera ausencia en general de toda wcesidad. Con ello el concepto rtzón dada, sea del género que fuere, siempre es necesaria.^ A esto
conserva el carácter negativo que le he reconocido desde cl principio. le debe La definición de Kant según la cual la libertad es la capacidad
Lo que hay que considerar ahora es el concepto positivo de necesidad de i n i c i a r si tnismo una serie de modificaciones. Y “ por sí mismo”
para someter a deliberación la significación n a tiv a dada del concepto quiere dedr, reducido a su verdadera significación, “ sin causa ante-
de la libertad. nor*') lo cual es idéntico a “ sin necesidad” .’ De tal manera que, si
Preguntemos pues; ¿que significa necesario? La definición común bien esa definición le da la apariencia al concepto de la libertad de
“ necesario es aquello cuyo opuesto es imposible o aquello que no un concepto positivo, una consideración más atenta pone de relieve
puede ser de otra manera” es una mera explicación de palabras, una su naturaleza negativa.
perífrasis que en nada acrecienta nuestro conocimiento. Propongo Una voluntad libre sería pues una voluntad no determinada por
como definición real la siguiente; necesario es aquello que se sigue de una
razán suficiente dada\ proposición que, como todas las definiciones co­ * Nótese que Schopenhauer, al lacar la consecuencia de k> que signifícaiia aptkar
d coacepto de la libertad como ausencia de necesidad a la voluntad, especifíca aquí
rrectas, puede invertirse. Ahora bien^ según pertenezca esta razón "la voluntad individual en sus moK^ataciofies (aeUu de Mltmlad)’’. El lector recordará que
suficiente al orden lógico, matemático o físico (en cuyo caso se llama Schopenhauer acepta la ausencia de necesidad referida a la voluntad como cosa en
causa), la necesidad será lógica (como la necesidad de la conclusión da­ si (vtaae en esta antología: segunda parte, V III). Eato se debe a que la c o u en sí no
das las premisas), matemática (como la igualdad de los lados de un se encuentra sometida al campo del conocimiento regido por el principio de razón sufi-
cieote, al ámbito de los fenómenos. Podría objetarse que resulta igualmente problemá­
triángulo cuando los ángulos son iguales), o física (como la aparición
tico aplicar d concepto de la libertad a la voluntad como cosa en sí, ya que el problema
de un efecto tan pronto se da la causa); pero, cualquiera que sea el ca­ se encuentra en d carácter inintdigible d d concepto mismo. Sin e m b a i^ , Schopen­
so, la consecuecia está unida con el mismo rigor a la razón dada. Sólo hauer acepta que no podemos llegar a comprender lo que es la co«a en sí precisamente
en la medida en que concebimos algo como consecuencia de una de­ por no poder aplicarle d principio de razón suficiente. Podemos constatar su realidad
terminada razón, lo reconocemos como necesario, y viceversa, tan y k> hacexoos con certeza absoluta, pero eso no quiere decir que podamos entender
en qu¿ consiste, de tal manera que predicar de ella d concepto de la libertad significa
pronto reconocemos algo como consecuencia de una razón suficiente, por lo pronto simplemente dejarla fuera de la esfera de lo que puede ser comprendido
comprendemos que es necesario, pues toda razón es constrictiva. Esta ■Bediante relaciones causales.
definición real es tan adecuada y completa que * ‘necesidad*’ y “ con­ La cautda con la cual tiene que proceder aquí Schopenhauer se debe a que este f r ^ -
secuencia de una razón suficiente determinada*’ son conceptos inter­ UMato peitenece a un texto presentado a un concurso ante la Sociedad Real Noruega
^ ia Ciencia, a saber: Sobn U Uberíad. En él Schopenhauer no supone ningún concepto
cambiables, es decir, que pueden ser sustituidos uno por el otro.
de cu metafísica y aborda de entrada el problema de la libertad, que va conduciendo
Según lo anterior la ausencia de necesidad equivaldría a la ausen­ poco a poco hasta desembocar en su concepción de la libertad insertada en su sistema.
cia de una determinada razón suficiente. Sin embargo se concibe ’ La definición kantiana de la libertad a la que se refíere aquí Schopenhauer es la
como el contrario de lo necesario a lo cmtingente, lo cual no crea aquí ^ se encuentra en la tercera antinomia expuesta en la Crílicá de U m ó n puré. El pro-
ninguna difícultad, porque todo lo contingente es relativo. Pues, en el que ocasiona esta antinomia es d de saber si es poaible aceptar causas que no
a su vez d efecto de una causa anterior, y que, por lo tanto, inicien una serie de
único lugar en donde puede hallarse lo contingente, en el mundo real,
Acontecimientos en el mundo. No es este el lugar de exponer los ambiguos argumento«
todo suceso es necesario en relación con su causa, en cambio, en Kant proporciona en pro o en contra, bástenos aclarar que la libertad es considera*
relación con todo lo demás, con lo cual puede coincidir en el espacio da ahí como la facultad cíe iniciar una serie de fenómenos encadenados causalmente.
y en el tiempo, es contingente. Siendo así, lo libre, cuyo rasgo caracte­ ^ >M>exiitiese esa facultad, entonces todos nuestros actos tendrían una causa en d pro-
rístico es la ausencia de la necesidad, debería ser la independencia ^ mundo fenoménico, estaifan integrados a las cadenas causales determinadas por
^ ieyet naturales. Schopenhauer es consecuente con d |danteamiento kantiano, pues
absoluta respecto a cualquier causa, es decir, la absoluta contingencia'’ tanto la existencia de "cau sas primeras” (véase en esta antología: primera
concepto del todo problemático, que no me es posible concebir, pero I II , 3) como la libertad en tanto libre arbitrio, en tanto facultad de deierminarse
que coincide por otro lado con el de la libertad, ^ a como fuere, lo Hbf* • ^ acció n sin motivo empírico alguno.
214 LA V O L U N T A D HUM ANA
ACERCA D E LA LIBERTAD 215

ninguna razón; y, ya que todo lo que determina es una razón, es de­ y en este último caso, o bien no hay ningún otro acto que lo reempla­
cir, una causa, nada la determinaría; sus manifestaciones panícula- ce, o bien puede darse otro totalmente diferente e incluso opuesto;
res (actos de la voluntad) surgirían estrictamente de sí misma, ning^. por lo tanto, si esa reacción puede faltar o puede darse de otra ma­
na circunstancia las procuraría necesañamente, y por lo tanto, no nera bajo estrictamente las mismas circunstancias. Resumiendo: ¿el mo­
estarían determinadas por ninguna regla. Semejante concepto cae tivo produce necesariamente el acto de voluntad o antes bien perma­
fuera de lo que puede ser pensado con claridad, ya que el principio nece libre la voluntad de querer o no querer al ingreso del motivo en
de razón en cualquiera de sus aspectos, aquel que constituye la forma la conciencia? Aquí está pues el concepto de la libertad antes discutido,
esencial de nuestra íntegra facultad de conocimiento, debe ser aquí en su sentido abstracto como mera negación de la necesidad, y así que­
abandonado. Pero a este concepto no le falta su terminus Uchnkus: se da planteado nuestro problema. Pero es en la autoconcienda inmedia­
llama Ubtrum arbitrium indijereníiae (Ubre arbitrio]. Porlo demás este es ta en donde hemos de buscar los datos para la solución del problema...
el único concepto consistente y claramente determinado de lo que &e ¿Qué información puede proporcionarnos esta autoconciencia
llama libertad de la voluntad; de ahí que no se le pueda perder de acerca de aquella abstracta pregunta, es decir, acerca de la aplicabili-
vista sin caer en vagas y nebulosas explicaciones, tras de las cuales
dad o no-aplicabilidad del concepto de necesidad a la ocurrencia del
se esconde una vacilante insuficiencia, como al hablar de razones que
acto de voluntad seguida del motivo representado por el intelecto?
no implican necesariamente sus consecuencias. Si se acepta semejan­
Kos veríamos confundidos si esperásemos de esa autoconciencia in­
te Uhm arbitñi indiferenliae, se sigue, como consecuencia característica
formación fundada acerca de la causalidad en general y de ia motiva­
y por lo tanto como señal distintiva del mismo concepto, que para un
ción en particular, así como de la necesidad que acarrean, ya que
individuo bajo determinadas circunstancias son igualmente posibles
aquélla, tal como se da en todos los hombres, es harto sencilla y limi­
dos acciones diametralmente opuestas. [LV, I]
tad^ más aún: esos conceptos [causalidad, motivación, necesidad]
han sido tomados del entendimiento puro, que se concentra en lo ex­
b) L a voluntad ante la autoconcúncia terior, y sólo pueden acceder al lenguaje ante el foro de la razón refle­
xiva. Aquella autoconciencia natural, sencilla e incluso simple, no pue­
Cuando un hombre quiere, quiere algo: su acto de voluntad está siem­ de ni siquiera comprender la pregunta, menos aún responderla.
pre dirigido a un objeto, y sólo puede pensarse en relación con éste. Su testimonio acerca del acto de voluntad, que cada cual puede escu­
¿Qué significa pues “ querer algo” ? Significa que el acto de voluntad, char en su interior, puede expresarse, despojado de todo elemento
que por sí mismo no es más que objeto de la autoconciencia, surge que le sea ajeno o accidental, de la siguiente manera: “puedo querer
a causa de algo que pertenece a la conciencia de las otras cosas* por y tan pronto quiera un acto los miembros de mi cuerpo lo realizarán
lo tanto, que es un objeto de nuestra facultad de conocimiento, al indefectiblemente". En otras palabras: "puedo hactr b que quiera“. El
cual se le llama, bajo esta relación, motivo, y constituye la materia del testimonio de la autoconsciencia inmediata, por donde se le vea o
acto de voluntad, ya que éste se dirige a él, es decir, tiende a modifi­ como quiera plantearse la pregunta, no puede ir más lejos: siempre se
carlo de alguna manera, reacciona pues sobre el mismo: en esta reac­ refíere al poder hacer conforme a la voluntad, pero esto es lo mismo que el
ción se funda toda su esencia. Ya con esto resulta claro que el acto concepto empírico, original y popular, expuesto al principio, según
no puede darse sin el objeto, de lo contrario carecería de causa y áe el cual libre significa “conforme a la voluntad". Esta es la libertad
materia. Sólo hay que preguntar, si, presentándose el objeto en nues­ que la autoconciencia atestig^ua incondicionalmente. Pero no es
tra facultad de conocimiento, el acto tiene que ocurrir o ha de faltar, fu e lla por lo cual preguntamos. La autoconciencia afírma los actos,
presuponiendo las voliciones: pero aquello por lo que se ha preguntado
* Schopenhauer entiende por “ autoconciencia" la conciencia de nuestra volun- es por la libertad de éstas. Lx> que indagamos es la relación entre las
tad, e] sentir interno por medio del cuaJ captamos los actos de nuestra voluntad, de 'oliciones y los motivos, sin embargo acerca de eso la afirmación “pue­
nuestro querer (véase en esta antología: primera parte, V I, 3). A esta “ facuiiad" ^
blo hacer lo que quiera" no nos dice nada. La dependencia de nues-
contrapone el intelecto o entendimiento, que tiene por objeto Us r e p r e s e n t a c i ó n ^ }
espacio-temporales. Aquí Schopenhauer Jlama ai entendimiento “ conciencia de actos, es decir, de nuestros movimientos corporales, respecto a
otrai cosas” ("BewussUein andetex D ingt'') para contrastarlo más nítidamente con 1* *iuestra voluntad, atestiguada por la autoconciencia, es otra cosa
autoconciencia. n»uy distinta a la independencia de nuestros actos de voluntad respec­
216 LA V O L U N T A D HUM ANA A C ERC A D E LA U B E R T A D 217

to a las circunstancias externas, independencia que constituiría la li­ y ei hombre en tanto objeto; mundo que es asunto de la conciencia
bertad de la voluntad y sobre la cual la autoconciencia nada puede ^ las otras cosas. Aquella posibilidad subjetiva es del mismo género
decimos, pues, al referirse aquélla al enlace causal del mundo exter* que la de la piedra de producir chispas, condicionada por el hierro,
no (que nos es dado como conciencia de las otras cosas) con nuestras ^ cual responde por la posibilidad oijetiva [LV, II]
resoluciones, cae fuera de la competencia de la autoconciencia, ya
que ésta no puede juzgar la relación de algo que está dcl todo fuera
de su dominio, con aquello que le pertenece. Ninguna facultad cog­
noscitiva puede establecer una relación entre ciertos términos, cuan­ pensemos en un hombre que, encontrándose en la calle, se dijese:
do uno de ellos no se le puede dar de ninguna manera. Pero evidente­ “Son las seis de la tarde; el trabajo ha terminado. Puedo irme a pasear
mente los objetos del querer, que determinan el acto de voluntad, o ir al dub, puedo también subir a la torre para ver la puesta del
están fuera de los límites de la autoconciencia, en la conciencia de las sol, ir al teatro o visitar a un amigo, puedo incluso abandonar la ciu­
otras cosas. Sólo el acto de voluntad mismo pertenece al campo de la dad» recorrer el mundo y no volver nunca. Todo esto depende de mí;
autoconciencia y sobre lo que se pregunta es acerca del enlace causal soy completamente libre al respecto. Pero no haré hoy nada de eso,
entre éste y el objeto. Asunto de la autoconciencia lo es solamente el mejor iré a casa <x>n mi mujer.” Esto es lo mismo que si cl agua dije­
acto de la voluntad, con su dominio absoluto sobre los miembros del ra: “ puedo levantar altas olas (isí!, en cl mar y con tormenta), puedo
cuerpo, al cual se alude propiamente con la expresión “ lo que quie­ correr impetuosa ((sf!, en un río caudaloso), puedo precipitarme a
ra” . Incluso el ejercicio de este dominio, es decir, d hecho, es lo que borbotones espumando (jsí!, cn una cascada), puedo subir a chorro
le permite a la conciencia identificar al acto de voluntad. Pues este por los aires (¡sí!, en un surtidor), puedo incluso evaporarme y desa­
último, mientras se está gestando se llama deseo, cuando está acaba­ parecer (¡sí!, a 80° de temperatura); pero no haré nada de eso por
do, resolución-, pero sólo el hecho mismo demuestra a la autoconciencia el momento, mejor permaneceré voluntariamente tranquila y crista­
que aquél ha llegado a este estado, pues antes del hecho puede cam­ lina en el estanque” . AI igual que el agua sólo puede hacer todo eso
biar. Aquí nos encontramos ante el principal origen de aquella ilu­ cuando aparece la causa que la determina a ello, aquel hombre no
sión que no puede negarse, en virtud de la cual el ingenuo (sin puede hacer lo que cree poder más que bajo determinadas condicio­
educación filosófica) opina, apelando a lo que supone atestigua la au­ nes. Hasta que la causa intervenga, le es imposible hacerlo; pero tan
toconciencia, que en un determinado caso serían posibles actos de vo­ pronto se encuentra bajo las circunstancias correspondientes tiene que
luntad opuestos. Confunde el deseo con el querer. Puede desear cosas hacerlo, lo mismo que el agua. Su error o cn general la ilusión proce­
opuestas, pero sólo puede una, y esto lo pone de manifiesto ante dente de la autoconciencia mal interpretada y según la cual puede ha­
la autoconciencia cl propio hecho. Pero respecto a la necesidad con la cer cualquiera de esas acciones en cualquier momento, se debe a que
cual, de dos deseos opuestos uno de ellos, y no el otro, pasa a ser w imagin^ión sólo puede concentrarse cn una imagen a la vez, cx-
acto de voluntad y hecho, la autoconciencia no puede decir nada, ya duyendo cn ese instante a las demás. Si se representa ahora el motivo
que ella misma se entera del resultado a posteriori^ no lo conoce a de una de esas acciones posibles, sentirá el efecto del mismo sobre su
priori. Deseos opuestos suben y bajan alternativamente ante ella y voluntad, la cual es solicitada por aquél: esto se llama cn lenguaje téc-
ésta declara lo mismo acerca de cada unn, a saber; que pasará a ser **ico veÜeitas. * Pero entonces cree que puede transformar esta velleitas
un hecho, cuando pase a ser acto de voluntad. Esta última posibili' en voluntas,** es decir, cree poder realizar la acción propuesta: cn
dad puramente subjetiva es precisamente lo que se expresa con «I etto consiste la ilusión. Pues tan pronto reflexione y se dirija a otros
"puedo hacer lo que quiera” , pero es del todo hipotética y sólo dice: aspectos del asunto o recuerde los motivos contrarios, verá que no
“ íí quiero esto, puedo hacerlo". Sin embargo la determinación nece­ ®itá determinado a hacerlo. Al sucederse las representaciones que ex-
saria de la voluntad no está ahí, puesto que la autoconciencia sólo ^uyen a los otros motivos diferentes, siempre acompañadas por la
abarca el querer, no la razón que determina al querer, la cual se en* •^^ación interior “ puedo hacer lo que quiera’ ’ , la voluntad, como
cuentra en la conciencia de las otras cosas, es decir, en la facuhad dd veleta* bien engrasada cuando el viento varía, gira en dirección
conocimiento. Por el contrario, es la posibilidad oljetiva la que decide
acerca de esa determinación, pero ésta se encuentra fuera de la auto* aleteo, iiKcnción.
conciencia, en el mundo de los objetos, al cual pertenece el *cto de voluntad, volición.
2 ie LA V O L U N T A D HUMANA A C E R C A D E LA L IB E R T A D 219

a cada motivo que la imaginación le presenta, y ante cada uno piensa -iieS, sólo tenemos que ver con seres movidos por la voluntad, los
poder querer lo que le ofrece, poder fijar la veleta en esa direcciór» son objetos del sentido externo, y no con la voluntad misma tal
lo cual es pura ilusión. Pues su afirmación “ puedo querer eso” es erl coiíio la pone de manifiesto sólo el sentido interno. SÍ de esta manera
realidad hipotética y exige el añadido “ si no prefiero lo otro” , lo cual ^ encontramos en desventaja al tener que considerar el objeto de
anula ese poder-querer. investigación sólo mediatamente y a gran distancia, obtene-
Volvamos con aquel hombre que delibera a las seis de la tarde e no obstante una ventaja mayor al poder contar para nuestra in-
imaginemos que se ha dado cuenta que estoy detrás de él poniendo v e i t ig * e ió n con un instrumento mucho más acabado que la oscura,
en cuestión su libertad respecto de aquellas acciones posibles; puede gorda y parcial autoconciencia directa, el llamado sentido interno, a
suceder que lleve a cabo alguna de ellas para contradecirme, pero en­ gabcr: el entendimiento equipado con todos los sentidos externos y con
tonces mi duda y su efecto sobre su espíritu de contradicción serían todai Us facultades dirigidas a la comprensión objetiva.
el motivo que hace necesaria la acción. Sin embargo este motivo sólo La forma más general y fundamental de este entendimiento es la
podría determinarle a realizar una de las acciones fáciles antes men­ dt causalidad, pues incluso la intuición del mundo real se constituye
cionadas, por ejemplo, ir al teatro, pero de ninguna manera la úl­ fffio por su mediación, ya que por ella las sensaciones y modifícacio-
tima: irse a recorrer el mundo; para esto el motivo es muy débil. oes de nuestros órganos sensoriales son inmediatamente concebidos
—Asimismo algunos creen erróneamente que por tener una pistola como ^'efectos” y referidos al instante (sin necesidad de práctica o ex­
cargada en la mano pueden dispararse. Para eso lo de menos es el periencia previa) a sus '‘causas” , las cuales sólo gracias a este proceso
medio mecánico de realizarlo, lo importante es un motivo sumamen­ del entendimiento se representan como objetos en el espacio.^ De esto
te grave y por lo tanto raro, que tenga la fuerza necesaria para sobre­ le sigue que 1^ de causalidad nos es conocida a priori como una ley
pasar el placer de vivir o más exactamente el temor a la muerte; una necesaria acerca de la posibilidad de toda experiencia en general, sin
vez que interviene el motivo, puede un hombre dispararse y lo hace que sea necesaría la compleja e incluso insuficiente prueba indirecta
necesariamente, a menos que se dé otro motivo.más poderoso, si pue­ que Kant ha dado de esta importante verdad. La ley de causalidad
de existir, que lo impida. está fírmemente establecida como la regla bajo la cual caen sin excep­
Puedo hacer lo que quiera: puedo, jí quiero, dar a los pobres todo ción todos los objetos reales del mundo exterior. Esta ausencia de
lo que tengo y convertirme en uno de ellos — si quiao. — Pero no ten­ toda excepción se debe a que es una ley a priori. Se refiere exclusiva­
go la capacidad de quererlo, porque los motivos contrarios tienen de­ mente a las variaciones y afirma que, si algo cambia en el mundo exte­
masiado poder sobre mí. Si tuviera otro carácter en cambio, al extre­ rior material y objetivo, cualquiera que sea el lugar y el momento,
mo de ser un santo, podría quererlo, pero entonces no podría más tuvo que haber cambiado antes otra cosa, y a su vez a este cambio tuvo
que quererlo y lo haría necesariamente. \LV, III) que haberle antecedido otro, y así hasta el infinito, sin poder alcanzar
y ni Q u ie ra poder pensar como posible el comienzo de esta serie
regreúva de variaciones que llena el tiempo así como la materia y el
c) La voluntad ante el entendimiento ^pacio. Pues infatigablemente aparece la pregunta “ ¿qué produjo
este cambio?” y no le concede al entendimiento un último punto de
Si nos dirigimos ahora con nuestro problema a la facultad del cono* descanso, por lo cual es tan impensable una causa primera como un
cimiento, sabemos de antemano que, como esa facultad se dirige (Comienzo del tiempo o un límite del espacio. Igualmente la ley de
esencialmente a lo exterior, la voluntad no puede ser para ella un ob­ Causalidad afirma que, cuando la variación antecedente — la causa—
jeto inmediato de la percepción, como lo era para la autoconciencja N^arece, la posterior que ésta acarrea —el ^ecto— tiene que darse in­
que se ha mostrado incompetente respecto a nuestro asunto. Lo que
defectiblemente, y por lo tanto, sucede rucesariametúe.
puede ser considerado aquí son los seres dotados de voluntad que se Todas las modijxcaciones que ocurren en el mundo exterior caen,
presentan a la facultad de conocimiento como fenómenos externos y bajo la ley de causalidad y por lo tanto suceden siempre necesaria
objetivos, es decir, como objetos de la experiencia y sólo como tales * ^»defectiblemente. Ninguna excepción puede darse, puesto que la
son examinados y juzgados, en parte según reglas generales, ciertas
a priori y relativas a la posibilidad de la experiencia, en parte según
los hechos que nos proporcionan esa experiencia real y acabada. As>
^ Al respecto, v¿asc en esta antología: primera parte, III , 6.
220 LA V O L U N T A D HUM ANA A C E R C A D E LA L IB E R T A D 221

regla se establece a priori para toda posibilidad de ]a experiencia ^ ^0fov {Rttóriea I, Cap. 9).* Así pues, no es al acto efímero a lo que
liK nii ^ dirigen el odio, la aversión y el desprecio, sino a las propiedades
^fioanentes del autor, es decir, a su carácter, del cual emana
gquéUa. De ahí que en todas las lenguas ios epítetos de la perversidad
2. L a v e r d a d e r a lib e r ta d y e l c a r á c t e r
giorat» los términos injuriosos que la designan, sean más bien predi­
c o * <^el hombre que de las acciones. Al carácter se refieren, porque a
Si a consecuencia de nuestra exposición precedente hemos recono>
es al que le incumbe la culpa, que en ocasión de los actos se le
cido que toda libertad del obrar humano está anulada y que este
probado.
obrar cae bajo la más estricta necesidad, habremos alcanzado el pm^.
Ya que en donde está la culpa, tiene que estar la responsabilidad, y
to en el cual podremos concebir la verdadera libertad moral que pertene­
que ésta es el único dato que nos autoriza inferir la libertad moral,
ce a otro género,
entonces la libertad también tiene que estar ahí, por lo tanto, tiene que
Existe un hecho de la conciencia que he apartado completamente
fesklir en el carácter del hombre; más aún si nos hemos persuadido de
de nuestra consideración para no interrumpir el curso de nuestra in­
que DO K encuentra en los actos particiüares, que como tales ocurren
vestigación. Este hecho es el claro y seguro sentimiento de la responsa-
con estricta necesidad bajo la condición del carácter.
bilidad de lo que hacemos, de nuestros actos, el cual descansa en la
Toda acción humana es producto de dos factores: el carácter y el
firme certeza de que nosotros somos los autores de nuestras acciones. En
motivo. Esto no significa que la acción sea un mediador, como un
virtud de esta conciencia a nadie se le ocurre disculparse, ni siquiera
ctHopromiso entre el motivo y el carácter, sino que es algo que satis­
al que está totalmente convencido de la necesidad con la cual suceden
face completamente a cada uno, pues conforme a su posibilidad de­
nuestros actos, de una falta por esa necesidad, echándole la culpa a
pende de ambos, a saber: de que el motivo acierte con el carácter y
los motivos, ya que con su presencia se da indefectiblemente el acto.
que este carácter sea dcterminable por ese motivo. El carácter es la
Pues se sabe muy bien que esta necesidad tiene,una condición subjeti-
naturaleza empíricamente reconocida, permanente c invariable, de una
va y que objetivamente, es decir, bajo las circunstancias dadas, por
voluntad individual. Y como este carácter es un factor tan necesario
lo tanto, bajo el influjo de los mismos motivos que han determinado
para la acción como el motivo, por ello se explica el sentir que nues-
a un hombre, era posible una acción completamente distinta e in­
troi actos provienen de nosotros mismos o aquel quiero” que
cluso opuesta a la suya, siempre y cuando él fuera otro. A él no cl era
acompaña todas nuestras acciones y por cl cual tenemos que recono­
posible otra acción porque es de esta manera y no de otra, porque
cerlas como nuestras y nos sentimos moralmcntc responsables. Aquí
tiene tal carácter; pero en sí mismo, por lo tanto, objetivamente, era
e»tá de nuevo el “ quiero, y siempre quiero sólo lo que quiero” que
posible.
encontramos antes de nuestra indagación de la auto(X>nciencia y que
La responsúbilidad de la cual es consciente se refiere en el mo*
UMiuce al »entido común a sostener obstinadamente una libertad ab-
mentó al acto, pero en cl fondo le atañe al carácter: es por éste por
el que se siente responsable. Y es por éste también por el que los otros K^uta del hacer o dejar de hacer, un Uberum arbitñum indifferetuiae.
lo hacen responsable, puesto que su juicio hace a un lado el acto, no es más que la conciencia del segundo factor de la acción, el
para fijarse en las propiedades del autor: “ es un perverso, un mal­ ^ual por sí mismo sería incapaz de producirla, así como sería incapaz
vado” — o “ es un sinvergüenza” —o “ es un alma mezquina c de no llevarla a cabo bajo la intervención dcl motivo. Y debido a que
hipócrita” — así suena su juicio y sus reproches recaen sobre sw determinado de esta manera en su actividad, da a conocer así
carácter. El acto no es más que el testimonio dcl carácter del autor, tuturaleza a la facultad del conocimiento, que como tal se diríge
es sólo un síntoma del carácter por el cuaJ está determinado indefec­ *»eacialmcntc al exterior, no a lo interno, e incluso conoce empírica-
tiblemente y para siempre. De ahí que Aristóteles diga acertada­ la naturaleza de su propia voluntad a través de sus acciones,
mente: ’E yxojfiiá^ oftev xpáfavTQÉí r á §€Qya orm ^la conocimiento cada vez más íntimo es propiamente lo que suele
¿orí, ¿reí ix a iy o iiu v a ij * a t fii¡ TreirQOíyÓTOi, el Trionvoinev eivoti to* ^*®*r la conciencia^ la cual por eso mismo sólo deja oír su voz direc-

i|. ^^oparaot a aquel que ha llevado a c^>o una acción, pero las acciones son indicios
^ La conclusión de este apartado es, pues, que ta libertad en tanto ausencia
porque alabaríamos también a aqud que no las ha llevado a cabo, si le
necesidad, en tanto ausencia de toda causa, está totaimente excluida dd camp*^ °
capaz.
consideración del entendimiento.
T*Oda* las anteriores ocurrencias de la palabra “ conciencia” corresponden al tér-
222 LA V O L U N T A D HUM ANA A C E R C A D E LA U B E R T A D 223

tanunU después de la acción; antes sólo lo hace indirectamente a través de fuitnío sujeta al tiempo, el espacio y la causalidad, esto es, la manera en
la reflexión y del recuerdo de casos semejantes sobre los cuales ya se que representa nuestro propio yo. De esto se sigue que la voluntad
ha pronunciado, como si avisara su futura intervención mediante la Ubre, pero sólo en sí misma y fiiera del fenómeno; en éste pK>r el con­
deliberación. trario se presenta ya bajo un determinado carácter, al cual tienen que
Éste es el lugar para recordar la exposición que Kant ha dado acer­ conformarse todas sus acciones y por lo tanto, cuando está más precisa-
ca de la relación entre el carácter empírico y el inteligible® así como inente determinada por los motivos, éstas ocurren necesariamente de
de la consecuente compatibilidad de la libertad con la necesidad, la una manera especíñca y no de otra.
cual pertenece a los más bellos y profundos pensamientos que ese Como puede verse fácilmente, esta senda nos lleva a buscar la obra
gran espíritu, e incluso el hombre, ha producido en todos los tiem­ de la tiberiad, ya no en nuestras acciones particulares, com o se hace co­
pos. Sólo me voy a referir a ella, pues reproducirla sería una prolijí. múnmente, sino en el ser y en la esencia del hombre mismo; ser que
dad excesiva. Ella es la única que nos permite comprender, en la me­ debe pensarse como un hecho libre que sólo ante la facultad del cono­
dida de la capacidad de las facultades humanas, cómo se concUia la cimiento sometida al tiempo, el espacio y la causalidad se presenta
rigurosa necesidad de nuestras acciones con aqueUa libertad que ates­ bajo la pluralidad y diversidad de las acciones, las cuales no obstante,
tigua el sentimiento de la responsabilidad y de acuerdo con la cual so­ precisamente por la unidad originaria de lo que en ellas se represen­
mos los autores de nuestros actos y se nos pueden imputar. Aquella ta, tienen que mostrar exactamente el mismo carácter y aparecer con
relación entre el carácter empírico y el inteligible expuesta por Kant estricta necesidad ante los diferentes motivos que las provocan y de­
se deriva íntegramente del rasgo fundamental de toda su filosofía, a sa­ terminan en particular. De acuerdo con esto el "operari sequitur esse”,*
ber: la distinción entre el fenómeno y la cosa en sí; así como la realidad es válido sin excepción para el mundo de la experiencia. Todo hom­
empírica del mundo de la experiencia se concilla gracias a ella con su bre obra según como es y la acción conforme a su naturaleza está de­
idealidad trascendental, también lo hace la rigorosa necesidad empírica de terminada en cada caso particular sólo p>or los motivos. La libertad que
nuestro obrar con la libertad trascendental. El carácter empírico, el hom­ no puede por lo tanto encontrarse en el “operañ”, tiene que estar en
bre en tanto objeto de la experiencia, es un mero fenómeno y por lo el “esse“. Ha sido un error fundamental, un •OaxE^v JcpótEpov** de
tanto está sujeto a las formas de todos los fenómenos, tiempo, espacio todos los tiempos el atribuir la necesidad al ‘esse^y la libertad al "opera-
y causalidad, y sometido a sus leyes; en cambio, la condición perma­ ri". AI contrarío: en el esse se encuentra ia libertad, el operari se sigue ne­
nente e invariable, el fundamento de todo este fénomeno, el carácter cesariamente del esse y de los motivos; de a h í que reconozcamos lo que somos
inteligible en tanto cosa en sí, existe independientemente de esas for­ en lo que hacemos. A esto y no al supuesto libero arbitrio indifferentiae
mas y por ende no está sometido a ninguna diferencia temporal: a se debe la conciencia de la responsabilidad y la inclinación moral de la
éste, es decir, a la voluntad como cosa en sí, le corresponde en este
vida. Todo depende de lo que alguien es; lo que hace se sigue de
sentido la libertad absoluta, esto es, la independencia respecto a la
ello como un corolario de un principio. La conciencia de la propia
ley de causalidad (en tanto mera forma dcl fenómeno). Pero esta li­
capacidad que acompaña a todas nuestras acciones no obstante su de­
bertad es trascendental, es decir, no aparece en el fenómeno, sino que
pendencia de los motivos y conforme a la cual éstas son nuestras accio­
existe sólo en tanto hacemos abstracción del fenómeno y de todas sus
nes, no nos engaña: pero su verdadero contenido rebasa las acciones
formas, para poder pensar lo que constituye la esencia del hombre
en sí. De acuerdo con esta libertad todas las acciones del hombre son y se remonta más allá, puesto que comprende nuestro ser y nuestra
su propia obra, aun cuando se deriven necesariamente del carácter esencia, de los cuales emanan necesariamente todas las acciones en
empírico al encuentro con los motivos, porque este carácter empírico ocasión de los motivos. En este sentido podemos com parar esa con­
es sólo la manifestación dcl inteligible en nuestra facultad del conoá- ciencia de la propia capacidad, así como la de la responsabilidad que
E m p a ñ a a nuestras acciones, con una aguja que al señalar un obje­
minoaJcmán "RtwussUein’ ', quesignifira la conciencia en su aspecto cognoscitivo to lejano pareciera indicar uno más cercano situado en la misma di­
cambio el término “ G ew nsm ", que es el que aquí uti]lra Schopenhauer. significa lección.
la conciencia en su aspecto moral, el fuero interno; corresponde al significado
En una palabra: el hombre hace siempre lo que quiere y sin embar-
“ conciencia" en expresiones como “ sobre mi conciencia pesa”
pesa o *‘»in careo de con-
ciencia” , etc.
* Al respecto véase en esia antología la nota 4 de ia segunda parte. • “la acd ón se sigue del ser".
*• confusión del fundam ento con la consecuencia.
224 LA V O L U N T A D HUM ANA A C ERC A D E LA L IB E R T A D 225

go lo hace necesariamente. Esto se debe a que el hombre es lo 1^ a p añ ^ cia de una libertad empírica de la voluntad (en lugar de
quiere: pues de lo que es se sigue lo que hace en cada ocasión. Consi­ litKitad trascendental, que es la única que se le puede atribuir),
derado su obrar objetivamente, esto es, exteriormente, se reconoce gt docÍTt de una libertad de las acciones en particular, proviene de
apodícticamente que tiene que estar sujeto a la ley de la causalidad, ^ posición separada y subordinada del intelecto respecto a la volun-
como el obrar de cualquier otro ser de la naturaleza; por el contrario t«d. En efecto, el intelecto no se entera de las resoluciones de la vo*
subjetivamente cada cual siente que siempre hace sólo lo que quiere. imitad más que a posUriori y empíricamente. Según esto, no posee
Esto indica exclusivamente que sus acciones son la mera exterioriza- niogún dato para saber qué decisión tomará ante una determinada
ción de su propia esencia. Lo mismo sentiría cualquier otro ser de la jtlternativa. Pues el carácter inteligible, según el cual en presencia de
naturaleza, incluso el más ínfimo, si pudiera sentirlo. (jetenninados motivos sólo es posible una decisión, y por lo tanto ne­
Así pues, la libertad no ha sido suprimida por mi exposición, $ino cesaria, no cae bajo la inspección del intelecto, siéndole tan sólo co­
sólo desplazada del campo de las acciones particulares, en donde pue< nocido el carácter empírico de una manera sucesiva por sus actos par­
de demostrarse que no se encuentra, a una esfera más elevada, pero ticulares. De aquí que la conciencia que conoce (intelecto) crea que
no tan fácilmente accesible a nuestro conocimiento; esto significa que en cada caso son igualmente posibles para la voluntad dos decisiones
es trascendental. [LV, V .) opuestas. Pero aquí sucede como si en presencia de una vara puesta
en posición vertical que, desviada de su situación de equilibrio, se ba­
lancease a uno y a otro lado, dijésemos que puede caer a la derecha
o a la izquierda; en donde el “ puede" sólo tiene una significación
Todas las cosas en cuanto fenómenos, en cuanto objetos, están so­ subjetiva» y en realidad quiere decir ‘^respecto de los datos conocidos
metidas a una necesidad absoluta; pero en s i son voluntad y ésta es por nosotros' ’ , pues objetivamente la dirección de la caída está ya de­
completa y enteramente libre. El fenómeno, el objeto, está determi­ terminada de un modo necesario desde que la oscilación comienza.
nado necesaria e invariablemente en el encadenamiento de causas y Dd mismo modo, la decisión de la voluntad individual sólo es inde­
efectos, que no admite interrupción alguna. Pero, en general, la exis­ terminada para su espectador, que es el propio intelecto, por lo tanto,
tencia de ese objeto y su modo de ser, o sea la Idea que en él se mani­ •6k> relativa y subjetivamente, es decir, para el sujeto del conocer;
fiesta, o, dicho de otro modo, su carácter, es una exteríorización in­ pero en sf y de una manera objetiva, se halla determinada inmediata
mediata de la voluntad. En atención a la libertad de ésta podría muy y necesariamente ante aquella alternativa. Pero la conciencia sólo co­
bien no existir o existir de cualquier otra manera; pero entonces ía noce esta determinación por la decisión que la sigue. Hay una prueba
cadena, de la cual es un eslabón y que, por su parte, es también fenó­ empírica de que las cosas suceden así. Cuando nos hallamos ante una
meno de la voluntad, sería diferente; pero, una vez que existe, ha in­ difícil e importante alternativa sometida a ima condición previa aún
gresado ya en la serie de causas y efectos, ocupando en ella un lugar no cumplida, de manera que por el momento tenemos que permane­
determinado, y ya no puede ni trocarse en otro, es decir, cambiar, cer pasivos, reflexionamos sobre el partido que nos convendrá tomar
ni salir de la serie, o desaparecer. E! hombre, como cualquier otro cuando la condición se cumpla y quedamos en libertad de acción. Ge-
objeto de la naturaleza, es objetivación de la voluntad y, por tanto, ^^eralmente, una de las decisiones está recomendada por la prudencia
todo lo que acabamos de decir le es aplicable. Así como cada cosa de TU razón, mientras que la otra se halla más en armonía con nuestras
la naturaleza tiene sus cualidades o propiedades que la hacen reaccio­ ^ m a cio n e s. Mientras permanecemos inactivos la razón parece pre-
nar de una manera determinada a cualquier influjo, y que constitu­ ^Qderar; pero ya prevemos cuánto nos arrastrará la solución contra-
yen su carácter, así también el hombre tiene su carácter, por virtud del ^ en el momento de decidirnos. Hasta entonces nos hemos esforza-
cual los motivos determinan necesariamente sus actos. En esta su ^ celosamente en ponderar, por una fría meditación del pro y el
manera de conducirse manifiesta su carácter empírico, que, a su vez, los motivos que militan en favor de cada una de las dos solu-
manifiesta el carácter inteligible la voluntad en sí, de la cual aquél para que dichos motivos puedan obrar sobre nuestra voluntad
es el fenómeno determinado. [M VK, I, § 55] ^ ^ momento preciso y sin que el intelecto extravíe a la voluntad y
^ baga decidirse de modo contrario al que se decidiría si todo obrase
^**^ormemente. Pero todo lo que puede hacer el intelecto ante ia al-
***'**tiva es presentar claramente los motivos en pro y en contra. En
A C E R C A D E LA U B E R T A D 227
226 LA V O L U N T A D HUM ANA

cuanto a la decisión misma, la espera tan pasivamente y con la mis­ que e s a consecuencia de su conocimiento; vendría al m undo corao un
m oral, coDOcerfa las cosas y se decidiría a ser de esta o de aque-
ma cuñosidad que si se tratase de una voluntad ajena. Por lo tanto,
m anera, a conducirse de un modo o de otro, y en virtud de un
desde su punto de vista, las dos soluciones le parecen igualmente po-
jiuevo conocimiento podría adoptar otra conducta y U e ^ r a ser otro,
sibles, y en esto consiste precisamente la ilusión de la libertad empíri.
además conocería una cosa com o buena y por lo m ism o la que-
ca de la voluntad. En la esfera del intelecto, la decisión aparece de un^
cuando, por el contrario, lo que ocurre e» que prim ero la
manera empírica y como resultado final del asunto; sin embargo, ha
y después la califica de buena. Pero, conform e al punto de vista
nacido de la naturaleza íntima, del carácter inteligible, de la voluntad
fuDctúnental de m i filosofía, todo eso es la inversa de la verdadera
individua], en sü choque con determinados motivos y, por lo tanto,
pjflfjón. L a voluntad es lo prim ero; lo originario, el conocim iento, es
con necesidad absoluta. El intelecto no puede hacer más que diluci­
dar en lo posible la naturaleza de los motivos, pero no puede determi­ «]go que se añade, siendo un nuevo instrum ento al servicio de la ma-
nar a la voluntad misma, pues le es inaccesible e inescrutable. nifeitación de la voluntad. P o r lo tanto, cada hom bre es lo que es,
Si un hombre pudiera obrar en las mismas circunstancias, una vez pprsu voluntad y su carácter es lo originario, puesto que la voluntad
de una manera y otra de otra, su voluntad se habría modificado en d la base de su ser. Por el conocimiento que luego adquiere aprende
el intervalo, lo que supondría que la voluntad existe en el tiempo, ea el curso de la experiencia lo que él es, o en otros térm inos, Uega
pues sólo en el tiempo es posible el cambio; y entonces, o la voluntad a conocer su carácter. Por consiguiente, se reconoce en virtud y con
sería un mero fenómeno, o el tiempo una determinación de la cosa arralo a la naturaleza de su voluntad; m ientras que de acuerdo con
en sí. En consecuencia, aquella disputa sobre la libertad de cada acto, la antigua doctrina quiere en consonancia con su conocim iento. Según
o sea sobre el Ubtrnm arbitrium indifferentiae, gira realmente en tomo al hombre le bastaría reflexionar cómo quiere ser para serlo: en
del problema de si la voluntad existe o no en el tiempo. En el caso esto consiste su libertad de la voluntad. Sostiene pues que el hombre
de que, como ensena Kant y como nosotros hemos demostrado, la es su propia obrá creada a la luz del conocimiento. Y o sostengo, en
voluntad sea la cosa en sí y esté fuera del tiempo y del dominio dei cambio, que es su propia obra, sí, pero antes de todo conocim iento
principio de razón, el hombre, al encontrarse bajo las mismas condi­ y que éste viene después para iluminarla. D e aquí que no pueda re­
ciones, tiene que obrar siempre de la misma manera, y toda mala solverse a ser tal o cual, ni llegar a ser otro, sino que es lo que es de
acción es garantía segura de otras muchas que el individuo tiene que una vez para siempre y conoce lo que es gradualm ente. E a el prim er
realizar y no puede dejar de hacerlas. Y también se infiere, como dice sistema quiere lo que conoce; en el mío conoce lo que quiere. \MVR,
Kant, que si el carácter empírico y los motivos pudieran ser plena* I,/55)
mente conocidos, podría calcularse la conducta futura del hombre
como se calcula un eclipse de soT o de luna. Así como la naturaleza
es consecuente, así también lo es el carácter, y así como todo fenóme*
no se realiza conforme a una ley, así todas las acciones obedecen a una quiera que los motivos que determinan la m anifestación del
ley: la causa y el motivo no son más que causas ocasionales. La vo- o de la conducta obran por medio del conocim iento y el co­
luntad, cuya manifestación constituye el ser y la vida del hombre, no nocimiento es variable, vacilando a menudo en tre el error y la ver-
puede negarse en los casos aislados, y lo que el hombre quiere en total pero por lo general corrigiéndose más y m ás en el curso de la
debe quererlo también en cada instante. li bien en grados muy diversos, la conducta de un hombrp pue-
La afirmación de una libertad empírica de la voluntad, de un liben ^ variar notablemente sin que por ello se pueda in ferir con ju sticia
arbitrii indifferentiae, está íntimamente relacionada con el hecho de co* »u carácter ha variado. Lo que el hom bre quiere realm ente y en
locar la esencia dcl hombre en un alma que sería originariamente un la tendencia de su ser más íntim o, y el fin que con arreglo
ser que conoce, esto es, un ser abstracto pensante, y sólo secundaria* II tendencia persigue, no puede v ah ar nunca por ninguna ense-
mente un ser que quiere, haciendo así de la voluntad una cosa de se* ni influencia exterior; de lo contrarío podríamos crearle de nue-
gundo orden, cuando en realidad lo secundario es el conocimiento- •Séneca dice m agistralmente: ” oelle non disciiur’ *;* con lo cua] de-
La voluntad ha sido incluso considerada como un acto del pcn»*' que prefería la verdad a las enseñanzas estoicas que decían
miento e identificada con el juicio, particularmente en los sisicm **
de Descartes y Spinoza. Según este modo de pensar, el hombre sería I® oo s« aprende 8 1 . 14.]
A C E R C A D E LA L IB E R T A D 229
226 LA V O L U N T A D HUM ANA

iióaxT ffp tlp u i T^p dQtrítP {doctri posse virtuUm).* Desde fuera pfcfentes, por lo que su elección queda limitada a la estrecha zona
sólo podemos obrar sobre la voluntad por los motivos. Pero éstos no ^ fU percepción actual e Intuitiva. Por lo mismo, la necesidad con
pueden cambiar nunca la voluntad, pues sólo tienen poder sobre ella que 9C determina la voluntad por los motivos y que es igual a la que
a condición de que sea justamente tal como es. Todo lo que los moti­ ^ijie la causa y el efecto, sólo se hace patente de un modo Inmediato
vos pueden, es, por consiguiente, variar la dirección de su esfuerzo, fji lof animales, pues el observador tiene aquí, delante de los ojos,
es decir, hacer que lo que la voluntad invariablemente persigue, lo ^ una manera inraediata los motivos ai mismo tiempo que sus efec-
busque por un camino distinto a aquel por el cual lo había buscado toi; ^ ^ hombre, por el contrario, los motivos son casi siempre re*
hasta entonces. De modo que la enseñanza, el conocimiento perfec- presentaciones abstractas que ;1 espectador ignora, y In misma nece*
clonado, es decir, el influjo exterior, podrá mostrar a la voluntad qu« 0dad de la acción se disfraza para el mismo actor tras el conflicto
se equivocó en los medios y podrá hacer que el fin que se propone ^ lo« motivos. En la conciencia, sólo en abstracto y bajo la forma de
con arreglo a su íntima esencia lo busque por otra vía y hasta en un juiciot y de razonamientos pueden coexistir varias representaciones
objeto diferente. Pero nunca podrá hacer que la voluntad quiera de y reaccionar unas contra otras, fuera de toda condición temporal, has­
otra manera a como ha querido hasta entonces; esto permanece inva­ ta que la más poderosa se sobrepone a las otras y determina a la vo­
riable, pues es lo que constituye este querer cn particular, de lo con­ luntad. Y en esto consiste la acabada facultad de determinación elec­
trario quedaría anulado. En cambio, la modificación de nuestra con­ tiva que posee el hombre como privilegio sobre los demás animales
ducta por el conocimiento puede hacer que la voluntad persiga su fin y que ha hecho que se le atribuya libre arbitrio. Este último supone,
invariable, aunque sea el paraíso de Mahoma, unas veces en el mun­ pues, que la volición es un mero resultado de las operaciones del inte­
do real y otras en un mundo imaginario, empleando cada vez los me­ lecto, que no se funda en Impuso alguno instintivo. Pero en realidad
dios más adecuados, es decir, en el primer caso por medio de )a astu­ lot motivos no obran más que condicionados y fundamentados por un
cia, de la fuerza o del engaño, y en el segundo, por medio de la instinto bien determinado, y que en el hombre es el instinto indivi­
continencia, de la justicia, de la limosna o de las peregrinaciones a dual, o en otros términos: el cu^cter.
la Meca. Pero su intención no ha variado por esto ni tampoco ella Pero esta misma ca]>acidad de deliberar que posee el hombre perte­
misma. Así pues, por diferentes que sean los actos en distintos mo­ nece al número de cosas que hacen su vida mucho más atormentada
mentos el querer permanece siempre el mismo. '*Vtlle non discitur. “ que la de los demás animales, pues por lo general nuestros mayores
dolores no hay que buscarlos en la intuición Inmediata y presente,
El conocimiento, como medio de los motivos, ejerce su influjo, no lino en la razón bajo la forma de conceptos abstractos, de pensamien­
sobre la voluntad, sino sobre su manifestación en las acciones. Ahora tos que nos atormentan y de los cuales el animal está exento, porque
bien, este influjo establece la principal diferencia entre la conducta éste sólo vive en un presente Inmediato y, por lo tanto, en un estado
del hombre y la de los anímales, porque el modo de conocer de unos exento de cuidados digno de envidia.
y otros se diferencia notablemente. El animal sólo tiene representa­ Éstas son las grandes diferencias en la manera de obrar y de sufrir,
ciones intuitivas; el hombre, en virtud de la razón, posee también re­ fjue surgen de la diferencia entre el conocimiento animal y el huma-
presentaciones abstractas o conceptos. Si bien los motivos obran con Además, el carácter individual, que es lo que principalmente dis-
la misma necesidad sobre el animal que sobre el hombre, este último ^gue al hombre de los animales, que no poseen más que el carácter
aventaja al animal por su acabado poder de determinarse electivamenU, lo S é r ic o , está condicionado por la elección de los diferentes motivos,
que se ha considerado como la libertad de la voluntad en las acciones, que sólo los conceptos abstractos hacen posible. Pues sólo des-
aunque no es otra cosa que la posibilidad de un conflicto entre moti' de una previa elección son las diferentes resoluciones de los dis-
vos, de los cuales cl más fuerte termina determinándolo necesaria* individuos signo del carácter Individual de los mismos, que en
mente, Mas para ello es necesario que los motivos se hayan presenta* cual es distinto, mientras que el acto del anima) sólo depende de
do en forma de pensamientos abstractos, pues sólo por éstos es posibl« l^aencia o la ausencia de una impresión, suponiendo que ésta
una deliberación verdadera, es decir, es posible sopesar los motivo» /**^luya un motivo en general para la especie. De aquí, por último,
opuestos de la conducta. El animal sólo puede elegir entre los motivo* ^ en el hombre el signo auténtico de su carácter, tanto para él
para otro, es solamente la resolución y no el simple deseo. £1
• l i virtud pued« enseñarse (Diógene* Laertioi 7, 91.) ^ una mera consecuencia de la impresión actual, ya sea ésta

J
230 LA V O L U N T A D HUM ANA

el resultado de una excitación exterior, ya de una disposición interna


transitoria, y j>or esto es tan inmediato y tan irreflexivo como los ac­ II. L A V O L U N T A D D E V IV IR
tos del animal, y como éstos, no expresa más que el carácter genérj.
co, no el individual, es decir, que denota simplemente lo que ti homhtt
m general y no el individuo que siente el deseo sería capaz de hacer, 1. V o l u n t a d , VIDA Y PRESENTE
Sólo el acto efectivo, que expresa la máxima inteligible de su conduc­
ta, es para el hombre el resultado de su voluntad más íntima, porque (JOMO LA VOLUNTAD cs la cosa en sf, el contenido interior, la esencia
los actos humanos exigen siempre cierta reflexión y porque el hombre ¿eJ mundo, y el mundo visible, fcl fenómeno, no es más que el espejo
es, por lo general, dueño de la razón, es decir, suele reflexionar o, de la voluntad, la vida acompañará a la voluntad tan inseparable-
en otros términos, decidirse por motivos abstractos y meditados. El joente como la sombra a los cuerpos. Allí donde hay voluntad hay
acto, por consiguiente, puede compararse a una de las letras que com­ también vida. Por consiguiente, a la voluntad de vivir le está siempre
ponen la palabra que designa su carácter empírico, el cual es sólo la asegurada la vida, y mientras ella aliente en nosotros, no debemos
expresión en el tiempo de su carácter inteligible. De aquí que cuando preocupamos por nuestra existencia, ni aun ante el espectáculo de la
el espíritu está sano sólo los actos pesan sobre la conciencia y no los muerte. Es verdad que vemos al individuo nacer y morir, pero el in­
deseos ni los pensamientos. Pues sólo los actos son el espejo de nues­ dividuo no es más que un fenómeno, existe sólo para el conocimiento
tra voluntad. (Afra, I, ^ 55) sujeto al principio de razón y al principio iadit/iduaíionis: p ira éste el in-
di^duo recibe la vidá como un don; sale de la nada, sufre luego por
la muerte la pérdida de aquel don y vuelve a la nada de donde salió.
Pero nosotros queremos considerar la vida filosóficamente, es dedr,
Quien se asuste ante estos principios, tiene algo que aprender y según su Idea, y ya veremos que ni la voluntad, cosa en sí de todos
algo que olvidar: pero terminará reconociendo que son la fuente más los fenómenos, ni el sujeto del conocimiento, espectador de éstos, son
fecunda en consuelo y tranquilidad. —Nuestros actos no son, en afectados en nada, ni por el nacimiento ni por la muerte. El nacer y
modo alguno, primer comienzo, nada realmente nuevo llega en ellos el morir son cosas que pertenecen al fenómeno de la voluntad y, por
a la existencia; sólo llegamos a saber lo que somos a través de lo que k>tanto, a la vida, y a ésta es esencial manifestar, en individuos que
hacemos. [LV, III] nacen y perecen como fenómenos efímeros que aparecen en la forma
del tiempo, lo que en sí no conoce el tiempo, pero debe necesariamen­
te manifestarse en el tiempo para objetivar su verdadera naturaleza.
Nacimiento y muerte pertenecen por el mismo título a la vida y se
obtien en en equilibrio entre sí como condicionados recíprocamente
o, si se nos permite esta expresión, como polos del fenómeno total de
1^ vida. La más sabia de todas las mitologías, la hindú, expresa este
Rusmo pensamiento dando por atributos a Siva, el dios de la destrue­
c o y de la muerte (así como Brahma, el más bajo y pecador de la
’^rímurti, simboliza la procreación y el nacimiento, y Vishnú la con­
servación), el collar de calaveras y al mismo tiempo el Lingam, sím-
de la generación, que aquí aparece compensando el de la muer-
con lo cual quiere decirse que la generación y la muerte son
Orminos correlativos que se neutralizan y se compensan recíproca-
Los griegos y los romanos cubrían sus costosas sepulturas con
adornos, representando fiestas, danzas, bodas, cacerías, luchas de
**úmales, bacanales, es decir, las escenas más animadas de la vida,
^i'caentadas, no sólo bajo la forma de estas escenas, sino también en
^ p o s voluptuosos y hasta en cópula entre sátiros y cabras. El fín

231
232 LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 233

que se proponían era indudablemente apartar el pensamiento de ^^Qixftante de un mismo impuUo, de su fíbra más sencilla, que se
muerte del individuo llorado para recordamos con fuertes impresÍQ. agrupa C“ hojas y ramas; es un agregado sistemático de plantas ho-
nes la vida inmortal de la naturaleza, indicando así, sin necesidad de jgogéneas que se sostienen las unas a las otras, y cuya única función
emplear pensamientos abstractos, que la naturaleza no es más que e| gg reproducida indefinidamente; para la satisfacción de esta tenden-
fenómeno o también la realización de la voluntad de vivir. La forma de se mctamorfosea gradualmente en flor y en fruto, que son el com­
este fen ^ en o es tiempo, espado y causalidad y al mismo tiempo la in­ pendio de su existencia y de su esfuerzo, alcanzando así, por el cami­
dividuación, la cual trae consigo que el individuo nazca y muera; pero no más corto, su fin constante y realizando de una vez y en infmitos
a la voluntad de vivir, de la que el individuo no es más que un ejem­ ejemplares lo que hasta entonces practicaba sólo al por menor: la re­
plar o specimm, le afecta tan poco la muerte de un individuo como a producción de sí misma. Su inclinación al fruto se relaciona con éste
la naturaleza entera. Pues no es el individuo, sino la especie, lo que el escrito a la imprenta. Manifiestamente sucede lo mismo en el
a la naturaleza le importa y a la que trata de guardar con todo su celo animal. £1 proceso de la nutrición es una generación continua, y
con esa prodigalidad de gérmenes y con el poder inmenso del instinto d de la generación es una nutrición altamente potencializada: el pla­
de reproducción. En cambio, el individuo no tiene para ella valor al* cer de la cópula es el bienestar que produce el sentimiento de la vida
guno, ni puede tenerlo, puesto que en sus límites caben un tiempo en su máxima concentración. Por último, la excreción, es decir, la
infinito, un espacio infinito y un número también infínito de indivi­ eliminación de la materia, no se diferencia de la muerte, que es lo
duos posibles; de aquí que siempre esté dispuesta a dejar perecer al opuesto a la generación, más que en el grado. Y así como en todo
individuo, el cual no sólo se halla expuesto a perecer de mil maneras tiempo estamos contentos-de conservar nuestra forma y no sentimos
y por mil causas sin importancia, sino que de antemano está ya con­ perder la materia excretada, la misma actitud debemos conservar
denado a la desaparición y la misma naturaleza le empuja a la muer­ cuando la muerte viene a cumplir en mayor escala lo que sucede cada
te en cuanto ha cumplido su misión, que es conservar la especie. día y a cada hora con la excreción; así como permanecemos indife­
De este modo la naturaleza expresa ingenuamente la gran verdad de rentes en d primer caso debemos serlo también en el segundo. Vbtas
que sólo las Ideas y no los individuos tienen verdadera realidad, esto las cosas bajo este aspecto, tan absurdo es pretender la permanencia
es, son la perfecta objetivación de la voluntad. Pero como el hombre de nuestra individualidad, cuyo lugar vienen a ocupar otros indivi­
es la naturaleza misma, y por cierto en su más alto grado de, concien­ duos, como lo sería pretender la permanencia de la misma materia
cia, y la naturaleza no es más que la voluntad de vivir objetivada, en nuestro cuerpo, reemplazada por otra a cada insante; y tan in^n-
el hombre, que ha llegado a ver las cosas de este modo y se mantiene Mto es embalsamar los cadáveres como lo fuera conservar cuidadosa-
en este punto de vista, se consolará de su propia muerte y de la de ttiente nuestras deyecciones. El sueño suspende totalmente cada no-
los suyos contemplando la vida inmortal de la naturaleza, que es él ^ e la conciencia individual ligada al cuerpo. Muchas veces ni
mismo. Así hay que interpretar a Siva con el Lingam y esos antiguos •iquiera se siente cl paso del sueño a la muerte, como por ejemplo,
sarcófagos que con sus cuadros de la vida más ardiente le dicen al es­ * ^ ndo un hombre muere helado. Un profundo sueño no se diferen-
pectador que se lamenta: natura non contristaiur. * ^ d e la muerte en cuanto a su duración actual, sino en cuanto a su
Que el nacimiento y la muerte deben ser considerados como algo duración futura, es decir, al des|>ertar. La muerte es un sueño cn cl
perteneciente a la vida y esencial a este fenómeno de la voluntad, ^ ^ al la mdividualidad es olvidada; pero todo lo demás despierta de
infiere de que representan la expresión más enérgica de lo que consti' ouevo, o, mejor dicho, permanece despierto.*
tuye la vida entera. En efecto, ésta no es en sustancia más que un
cambio constante de materia, bajo la permanencia invariable de U
forma, y esto se expresa por la caducidad de los individuos y la esta* aifuiente observación podrá ayudar, a] que no le parezca demasiado lutil, a
■®®pfeoder <jue el individuo no t% m is que fenómeno,.no cosa en sí. Todo individuo
bilidad de la especie. La nutrición y la renovación incesantes no una parte, el sujeto d d conocimiento, e i decir, condición intégrame de la posi-
diferencian de la generación, ni la excreción de la muerte, más qu* mundo objetivo, y por otro fenómeno individual de la voluntad que se ob-
en el grado. La prímera se manifiesta en su forma más sencilla y lodai las cosas. Pero esta doble natu raleza de nuestro ser no descansa cn una
ra en el reino vegetal, en la planta. Ésta no es más que la repeticit^^ Otistente por sí misma, pues si así fuera podríamos llegar a la conciencia de
Staroos indtpmáwtUmtnU dt ias objtíu d tl ^ utm y ti emoeer, I9 «¡tu mu es ímpotibU',
^ Rue cuando tratamos de llegar a este conocimiento descendemos a lo profundo
* la naturaleza no entriitece. ser y concentrando nuestra conciencia en nuestro interior nos perdemos en
234 LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 235

Ante lodo debemos reconocer claramente que la forma dcl fenóme­ y objetos reales no los hay más que en eJ presente; el pasa-
no de la voluntad, cs decir, la forma de la vida o de la realidad, Uito y el porvenir no contienen más que meros conceptos y fantas-
propiamente el presente y no el futuro ni el pasado, que no existen más por lo que el presente es la form a esencial de la m anifestación
que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia some­ ^ la voluntad e inseparable de ésta. El presente es lo único que
tida al principio de razón. En el pasado no ha vivido nadie, ni vivirá ggístc siempre y permanece inmutable. S i, concebido em píricam en-
nadie en el futuro; sólo el presente es la forma de la vida y su segufQ le, e» lo más fugitivo que pueda imaginarse, desde el punto de vista
p^rimonio, que nada puede arrebatarle. El presente existe siempre que se eleva sobre las form as de la intuición em pírica, se
con su contenido; ambos se ostentan firmes, como el arco iris en U oof revela como lo único permanente, el '^Nunc stans'^* de ios escolás-
cascada. Pues la voluntad posee la vida y la vida el presente con pose­ tico*< La fuente y el sostén de su contenido es la voluntad de vivir o
sión segura y cierta. Es verdad que cuando volvemos la mirada a log jii cosa en sí — que somos nosotros. L o que constantemente deviene
siglos transcurridos, a los millones de hombres que vivieron en ellos, y perece, en cuanto o ya ha sido o no ha Uegado a ser todavía, -perte­
preguntamos: “ ¿Qué fueron, que ha sido de ellos?” Pero nosotros nece al fenómeno en cuanto tal en virtud de sus form as que hacen
sólo podemos evocar el pasado de nuestra propia vida y revivir sus potibie el nacer y el perecer. Según esto deberá decirse: Q yid fu ti?
escenas en la fantasía y entonces preguntamos: ‘'¿Qué fue todo —Q juitsi- — Q ^ e r ii? — * * tomándolo en el sentido riguroso
aquello? ¿Dónde ha ido a parar?” Pues todo ello sufrió la suerte de de U palabra y entendiéndolo no sirrále, sino idem. Pues para la volun­
tantos millones de hombres. O ¿hemos de pensar que el pasado, por tad la vida es lo cierto, y para la vida et presente. De aquí que cada
el hecho de recibir el sello de la muerte, adquiere una nueva existen* cual pueda decir también: ‘*Yo soy defmitivamente dueño del pre­
cia? Nuestro propio pasado, el mismo día de ayer, es sólo un sueño sente y me acompañará por toda una eternidad como mi sombra;
de la fantasía y lo mismo ei pasado en que vivieron tantos millones de por etto no me asombra ni pregunto de dónde procede este presente
seres. ¿Qué fue? ¿Qué es? Lo que ha sido y lo que es, es la volun­ y cómo es que sea ahora mismo. * '
tad, cuyo espejo es la vida, y el conocimiento libre de todo querer que Podemos comparar el tiempo con un círculo que diera vueltas eter­
la descubre en dicho espejo. Quien no haya reconocido esto o no lo namente; la mitad que desciende sería el pasado; la otra mitad que
quiera reconocer, a las anteriores preguntas sobre la suerte del pasa­ siempre asciende el futuro, y el punto superior indivisible que m ar­
do debe añadir ésta: ¿por qué, él precisamente, el que pregunta, tie­ c a d contacto con la tangente sería el presente inextenso; así como la
ne la dicha de poseer el presente, precioso y fugitivo tesoro, el único tangente no toma parte en el movimiento circular, tam poco el pre­
real, mientras que aquellos cientos de generaciones humanas, incluso sente, el punto de contacto dei objeto cuya form a es el tiem po, con
los héroes y los sabios de aquellos tiempos, se han hundido en la no­ e} sujeto que carece de form a porque no es cognoscible, sino que es
che del pasado y se han reducido a la nada, y, en cambio, él, su insig­ la condición de todo conocimiento. O tam bién podemos im aginar al
nificante yo, existe realmente? —O más breve, pero igualmente ex­ tiempo como un río que nunca detiene su corriente, y el presente a
traño: ¿por qué este ahora, su ahora, es actualmente y no lo fue antes? *ma roca en la cual aquél se estrella, pero no puede arrastrarla consi-
—Al preguntar esto ve su existencia y su tiempo como independien­ fo. L a voluntad como cosa en sí, tanto como el sujeto del conocimien-
tes uno del otro y aquélla como si hubiera sido aventada en éste; «n que en último término y en cierto modo es la voluntad m isma o
realidad piensa dos tiempos, el uno que pertenece al objeto, y el otro *u manifestación, están emancipados del principio de razón; y así
al sujeto, y se asombra de la feliz contingencia que los hace coincidir. a la voluntad le es cierta la vida, su m anifestación propia,
Pero lo que constituye verdaderamente lo actual es el punto de con­ le es cierto el presente, única form a de la vida real. Por
tacto del objeto, cuya forma es el tiempo, con el sujeto, cuya forma “^•iguiente, no tenemos que investigar el pasado anterior a la
no tiene nada que ver con ninguna de las cuatro figuras del princi­ ni el futuro posterior a la m uerte, porque sólo podemos conocer
pio de razón. Pero todo objeto es la voluntad en cuanto ha llegado ^ p r a n u , form a única en que la voluntad se m anifiesta; es inse-
a ser representación, y el sujeto es el correlato necesario del ob' ^'•‘■•ble de ella, pero ella también lo es de él. Así, pues, el que se
A te n ta con la vida tal como ésta es, quien afirm a todas sus ma-
un vacío sin fondo, y nos vemos lem ejantei a una esfera hueca de cristal, en la
resuena una voi cuyo origen no está deniro de eUa. y al tratar aaí de apodcrarno» ^ • u.
noiotro» miim oi no» estremecemos de hallar sólo un fantasma sin consistencia- •• ahora” (Albertu» M agnus, Sam m a lht«logiag\ , tract. 5 , q u a cit. 2 2 .]
f» e ? — L o qxie es. -~*¿Qué aerá? — L o que fu e .
236 LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 237

nifestaciones, puede confiadamente considerarla como sin fin y qué tiembla y se esconde? Porque siendo pura voluntad de vivir y es-
alejar de si la idea de la muerte como una quimera inspirada pQ^ j^pdo destinado a morir, quiere ganar tiempo.
un abmrdo temor de un tiempo sin presente/parecido a aquella hombre le sucede lo mismo. La muerte es para él el mayor de
ilusión en virtud de la cual uno de nosotros se imagina que el pu^^. rnales, la amenaza más terrible; no hay angustias que puedan
to ocupado por él en cl globo terrestre es lo alto y todo lo demás lo jgualarK a las de la muerte. Nada despierta tan viva e irresistible-
bajo: del mismo modo cada cual liga el presente a su individuali, jnentc nuestra compasión como el ver a uno de nuestros semejantes
dad y supone que con ella se extingue todo presente. Pero así corno en peligro de muerte, ni hay espectáculo más aterrador que ei de una
en nuestro glote lo alto se encuentra en cada punto de la superficie ejecución capital. Sin embargo, ese apego tan grande a la vida que
así el pmenle es la forma de toda vida; el miedo a la muerte, porque se manifiesta no puede venir dcl conocimiento y de la reflexión;
ésta nos pueda arrebatar el momento presente, es tan absurdo como más bien después de reflexionar sobre él, debería parecemos absur­
si temiéramos deslizamos hacia lo bajo del globo terrestre desde la do, y* el valor objetivo de la vida es muy problemático y por lo
altura en que ahora felizmente nos encontramos. La objetivación de menos es difícil resolver si no valdría más no existir; incluso si la ex­
la voluntad tiene por forma necesaria el presenU, punto indivisible que periencia y la reflexión fuesen llamadas a decidir, ganaría el pleito cl
corta una línea que se prolonga infinitamente en ambas direcciones DO ser. Llamemos a la puerta de los sepulcros; preguntemos a los
y que permanece inconmovible, como un mediodía eterno que no muertos si querrían resucitar; seguramente contestarían que no. Esta
fuera interrumpido por noche alguna, o semejante, si se quiere, al sol el la opinión de Sócrates en la apología de Platón; también Voltaire,
verdadero que arde sin cesar cuando nos parece que se sumerge en que se distinguía por su amabilidad y animación, no pudo menos de
el seno de la noche. De aquí que cuando un hombre teme la muerte decir: ‘^amamos la vida, pero la nada no deja de tener sus atracti­
como si fuera la destrucción, me parece como si el sol al ponerse gri­ vos” ,* y en otro lugar añade: “ ignoro lo que es la vida eterna, pero
tase: “ ¡Ay!, voy a perderme en la eterna noche.” ésta es una broma de mal gusto” . ** Además, la vida tiene, en todo
En cambio, lo contrario también es verdad.'El que abrumado por caso, un fin próximo, de manera que los pocos años durante los cua­
la carga de la vida y aun amándola y afirmándola, teme sus adversi* les somos, se desvanecen completamente cn el tiempo infinito en que
dades y se rebela a soportar cl penoso lote de su suerte, en vano espe­ nos corresponde no ser. Reflexionando parece ridículo preocupamos
re hallar la liberación en la muerte y salvarse por medio del suicidio. uuito de un espacio de tiempo tan corto, temblar tanto cuando nues­
¡Vano espejismo cl que le ofrece el Orco sombrío y helado! La Tierra tra vida o la de otra persona se halla en peligro, o buscar en la trage*
rueda por el espacio, pasando del día a la noche: el individuo muere, dxad terror dramático exclusivamente en los resortes que nac^n del
pero el sol bríUa sin cesar y el mediodía es eterno. La voluntad de miedo a la muerte. Tan poderoso apego a la vida resulta, pues, ciego
vivir sabe que la vida es cierta; la forma de la vida es un presente sin t uraaonal, sin otra explicación que el ser todo nuestro ser volunté
fin y es indiferente que ios individuos, manifestaciones de la Idea, de vivir. La vida, aun con su brevedad c inseguridad y aun tan amar­
nazcan y mueran como ensueños fugitivos. \MRV, I, § 54] ga OMno es, ea el bien supremo, y aquella voluntad de vivir, por su
®*encia y por su origen es inconsciente y ciega. El conocimiento, por
^ contrarío, lejos de ser el orígen de ese apego, actúa en su contra,
2 . E l TEM OR A LA MUERTE Y LA INDESTRUCTIBILIDAD DE NUESTRO SER poniendo de manifiesto d escaso valor de la vida y combatiendo de
modo el temor a la muerte.
El animal teme la muerte sin conocería; por eso realmente el temor Cuando el hombre vence este miedo y afronta valiente y sereno a
a la muerte es independiente de todo conocimiento; todo ser viviente * muerte, califícamos su actitud de noble y celebramos entonces el
lleva en sí tal temor al venir al mundo, y este temor a priori no es siiK) **iUJifo del cx)nocimiento sobre la ciega voluntad de vivir, que, a pe-
el reverso de la voluntad de vivir, que es nuestra común esencia. De de todo, es el núcleo de nuestro ser. Por el contrario, cuando el
ahí que el temor a la destrucción sea innato en todos los animales, ^®**ocunicnto cede en la lucha, cuando el hombre desea la vida a
como cl cuidado de la conservación; y ese temor y no el deseo de huir ^'^quier precio y se defiende desesperádamente de la muerte, que ve
el dolor es lo que se manifiesta en la prudencia inquieta con que el
animal procura proteger a su individuo y más aún a su prole, de todo •{¿«((ro i ¡a Ma^iu du Dtffand, [, XI, 1769]
aquello que podría ofrecer peligro. ¿Por qué huye el animal? * [ I t t la iM . L eC o m u d ’Á rin iB t, 27, V II, 1768]
238 LA V O L U N T A D H U M A JÍA LA V O L U N T A D D E V IV IR 239

qué se aproxima, y se desespera al recibirla, entonces le desprecia­ que lo mismo importa que el tiempo no ocupado por nuestra existen-
mos, y sin embargo no hace más que manifestar la esencia de noso­ esté en relación de pasado o en relación de porvenir con el mo-
tros mismos y de la naturaleza. Y ahora inctdentahnente podríamos juento en que existimos.
preguntar: ¿cómo el amor sin límites a la vida y la aspiración a con­ preicindiendo de estos razonamientos, hay que reconocer el absur-
servarla por todos los medios y por todo el tiempo posible, pueden ^ que impone creer que d no ser pueda ser un mal, pues ei mal, como
ser juzgados sentimientos viles y despreciables? ¿Cómo los prosélito» el bien, presuponen la existencia y la conciencia, las cuales cesan
de cualquier religión los declaran indignos de sus creencias, si la vid^ idísido tiempo que la vida, como cesan durante el sueño o durante
es un don de los dioses, por el cual debemos agradecimiento a su bon-; iiB síncope. Sabemos que el estado de inconsciencia no es doloroso,
dad suprema? ¿Cómo puede parecer, en este caso, noble y grande y que, en todo caso, el momento en que se produce es un breve ins­
desdeñar ese don? tante. Desde este punto de vista considera la muerte Epicuro cuando
Estas consideraciones atestiguan por el momento: 1°, que la vo­ (jioe: muerte no nos concierne” ; y añade como explicación que
luntad de vivir es la esencia del hombre; 2 ®, que, en sí, esa voluntad mientras existimos la muerte no existe y que cuando isobreviene la
es inconsciente y ciega; 3°, que el conocimiento le es originariamente muerte nosotros no existimos. (Diógeoes Laertio, X , 27.) Perder lo
extraño, que es una añadidura, y 4 ° , que el conocimiento está en lu­ que no se puede extrañar evidentemente no es un mal; luego el no ser
cha con la voluntad de vivir y que nuestro juicio le otorga su aproba­ futuro debería inquietamos tan poco como el no haber sido. Desde
ción cuando sale victorioso. el punto de vista del conocimiento no hay razón alguna para temer
Supuesto que el terror a la muerte fuera debido a la idea que tene­ U muerte, y como en el conocimiento es donde reside la conciencia,
mos del no ser, igual terror debería dominamos al pensar en el tiempo para ésta la muerte no es un mal. No es la parte conocedora del jio
en que aún no existíamos, pues no cabe duda que el no ser que sigue la que teme la muerte: la Jitga mortis procede sólo de la ciega vohtniad. La
a la muerte no puede ser distinto ai no ser que precede a la vida, ni, jiiga mortis le es esencial a la voluntad porque ésta es voluntad de vivir,
por lo tanto, de especie más temible. Mientras no existíamos, la eterni­ cuyo ser está íntegramente constituido por el impulso a la vida y a la
dad seguía su curso; pero esto no nos asusta nada; mas lo que encon­ existencia, y porque el conocimiento no le pertenece desde su origen,
tramos cruel e insoportable es el pensamiento de que tras el corto in­ lino que cohabita a consecuencia de su objetivación en individuos ani*
tervalo de esta existencia efímera debe venir una segunda eternidad, males. Cuando a través de éstos advierte que la muerte es d fin del fe­
durante la cual tampoco existimos. Esta ansia de vivir, ¿puede prove­ nómeno, con el cual se ha identificado y al cual se ve limitada, todo
nir dcl haberla gustado y hallarla amable? Indudablemente no: la su ser le resiste con todas las fuerzas. Después examinaremos si real­
prueba soportada sería más propia para disponemos a lamentar pro­ mente tiene algo que temer de la muerte, y entonces será preciso no
fundamente el paraíso perdido del no ser. A la ilusión que abrigamos dvidar el verdadero origen que hemos asignado al horror que nos
acerca de la inmortalidad del alma, se une siempre la de un “ mundo uupira la muerte, ni la distinción cuidadosamente establecida entre
m ejor'’ , lo cual demuestra claramente que el nuestro no vale mucho. «I elemento volitivo de nuestro ser y el elemento cognoscitivo. IMVR
[MVR, 1 1 ,0 .4 1 .) n ,c .4 ij

La eternidad sin mí a parte posi no debería ser más aterradora que consideraciones que nos han traído hasta aquí y a las cuales se
la eternidad sin mí a parte ante puesto que no se diferencian una de «•a ido agregando las ulteriores deliberaciones, tenían por punto de
otra más que por la intervención del sueño efímero de la vida. Ade* el terror manifiesto que inspira la muerte a todo ser dotado
más, todos los argumentos en favor de la continuidad después de 1* vida. Cambiaremos ahora de punto de vista, para observar cómo
muerte, pueden ser vueltos in partem ante y demostrarán entonces U conduce respecto de la muerte el conjunto de la naturaleza, a dife-
existencia antes de la vida actual, admitida por los hindúes y los budi^ l^ c ia del individuo. No saldremos, en este estudio, del terreno em-
tas con tanta consecuencia lógica. La doctrina kantiana de la idealidad en que nos hemos situado.
del tiempo es la que resuelve todos estos enigmas; mas por el mome"' ^ indudable que no hay asunto más importante que aquel en el
to no hablaremos de ella. Resulta pues, de lo que venimos exponicí** jugamos nuestra vida o nuestra muerte; cuando puede ser decisi-
do, que tan absurdo es llorar el tiempo en que ya no e x i s t i r e m o s , PVa ella llama nuestra atención en el más alto grado, solicita toda
como lo sería llorar por aquel otro en que no existíamos todavía, Y* ^'***tra participación o despierta pavor, puesto que para nosotros se
240 LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 24]

juega en esta partida el todo por el todo. Por el contrario, la naturale­ y su muerte se suceden con rapidez, mientras que el mundo inorgáni-
za, que no miente jam ás, franca y sincera siempre, habla de este pu^. situado en escala inferior, tiene una duración incomparablemente
to de otra manera muy distinta, habJa como Krishna en cl Bhagavai fjiÁs larga, y la materia, absolutamente informe, tiene una perma-
Gita. Declara que la muerte y la vida del individuo no tienen impor­ pencia indefinida que reconocemos hasta a priori. Meditemos todo
tancia alguna, y esto lo manifiesta abandonando la vida de todos los ^to y cuando nos hayamos hecho cargo, de una manera empírica,
animales, incluso la del hombre, a cualquier evento, sin acudir en $u pero objetiva e imparcial, de semejante orden de cosas, sentiremos
auxilio. Considérese el insecto situado en nuestro camino: un pequ«. formarse automáticamente en nosotros la convicción de que ese or-
ño e involuntario giro de nuestra pisada es decisivo para su vida. p¡. ¿en no puede ser más que un fenómeno superficial: de que ese perpe­
jaos en la babosa, carente en absoluto de recursos para huir, para de­ tuo nacer y desaparecer no afecta a la raíz misma de las cosas, sino
fenderse, para ocultarse o emplear la astucia, presa fácil y al alcance que es relativo, o mejor dicho, aparente, puesto que el ser verdadero
de todos. Observad cómo el pez juega descuidado junto a la red de las cosas, su principio íntimo totalmente misterioso, que se esconde
que va a cogerle; a la rana, demasiado indolente para huir y librarse por completo a nuestras miradas, permanece a salvo de semejan­
de la muerte; al pájaro que no divisa al halcón que se cierne sobre tes ataques y continúa existiendo, aunque nosotros no seamos capa­
él; al cordero a quien espía el lobo, oculto tras un matorral. Despro­ ces de percibir ni de comprender siquiera cómo sucede esto y no
vistos casi por completo de previsión, todos estos seres caminan con podamos representárnoslo más que de una manera vaga y general.
confianza en medio de los peligros que a cada instante les amenazan.
Estos organismos tan maravillosamente ingeniosos, entregados por la Si examinamos en el otoño el mundo de los insectos, veremos que
naturaleza, no sólo a la rapacidad del más fuerte, sino ai más ciego imo prepara su cama para dormir aletargado el largo sueño del in­
azar, al capricho de un aturdido o a la travesura de un niño, ofrecen vierno; el otro hila su capullo para pasar el invierno convertido en
el elocuente espectáculo de la indiferencia con que la naturaleza crisálida y despertar en la primavera más joven y más perfecto, y
mira su aniquilamiento; nada pierde ésta con su muerte, bien claro otros, por fin, que forman el mayor número y se proponen gustar el
manifiesta que no le va nada en ello, y que, en todos esos casos, el repoto en brazos de la muerte, se limitan a disponer de un abrigo
efecto, como la causa, carecen de importancia. Y al hablar así no conveniente para sus hueveciUos, de donde saldrán un día renovados.
miente; pero no comenta sus sentencias y se expresa en el estilo lacó­ Ésta es la doctrina de la inmortalidad que nos enseña la naturaleza,
nico de los oráculos. Si nuestra madre común entrega así a sus hijos, la cual quiere hacemos comprender que entre el sueño y la muerte
indefensos, a los mil peligros que les rodean, es porque sabe perfecta­ no hay verdadera diferencia y que la una no compromete más que
mente que si caen es para volver a su seno, donde se encuentran al el otro la existencia. El cuidado con que el insecto prepara su celda,
abrigo de todo riesgo, siendo su caída solamente un incidente sin im­ su agujero o su nido, y deposita su huevo con provisiones para las
portancia. La naturaleza procede con el hombre al igual que con las Ivvw que saldrán en primavera, tras lo cual muere tranquilamente,
bestias. Lo que dice ella se aplica también al ser humano. Le es indi* es semejante al cuidado con que el hombre prepara por la noche su
ferente la vida o la muerte del individuo, y, por lo tanto, la vida y U y su desayuno para el día siguiente por la mañana y se va luego
muerte deberían sernos también indiferentes, puesto que la natura* tranquilamente a dormir. Bien visto, esto no podría ocurrir si en sí y
leza es lo que nosotros mismos. Cierto que si nuestra mirada pudiera ^ su verdadera esencia el insecto que muere en otoño y el que sale
ir muy lejos, participaríamos de su manera de ver las cosas y contem* ^ luz en primavera no fuesen idénticos, como lo es el hombre que se
piaríamos la vida y la muerte con ojos indiferentes; pero, sea como ^ e s t a por la noche y se levanta a la mañana siguiente.
quiera, nuestra razón debe interpretar la indiferencia de la natural«* Si después de estas consideraciones volvemos los ojos a nosotros
za por la vida de los individuos, como una prueba de que la destruc* ^sm os y a nuestra especie, ampliando nuestro horizonte a lo por ve-
ción de un fenómeno de este género no afecta a la verdadera y propia y tratamos de representamos las generaciones futuras y sus millo-
esencia. '*1®* de individuos, tan diferentes de nosotros por sus usos y costum-
Fijémonos también en que no sólo, como acabamos de ver, depei*' al Instante nos preguntaremos: “ ¿De dónde podrán venir todos
den la vida y la muerte de la más insignificante circunstancia. aeres? ¿Dónde estarán ahora? ¿Dónde están las entrañas de
que, en general, la existencia de los seres orgánicos es efímera, ^ nada, preñada de mundos, que contienen esas generaciones futu*
animales y plantas nacen hoy para morir mañana, que su nacimici**^ No hay que tomar en broma estas preguntas, y la respuesta no
LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 243

podrá ser sino ésta; “ ¿Dónde ha de estar todo eso, sino allí donde la U^en otros'’ . Nietzsche ha observado el hecho durante seis días
realidad es y será siempre, a saber: en el presente, con todo cuanto consecutivos.
contiene, y, por lo tanto, en ti, cl que preguntas, quien desconocien­ Éste es el destino de todos los seres, duran un instante y corren ha­
do tu propio ser, te asemejas a la hoja que, unida aún a la rama, pero cia la muerte. El vegetal y el insecto mueren al terminar el estío; otros
marchita y próxima a caer, se lamentará de su muerte, no queriendo jLjiímales y el hombre, al cabo de algunos años. La muerte esgrime
consolarse con la perspectiva del fresco verdor del cual se revestirá guadaña sin descanso. Y , sin embargo, como si nada de esto suce­
el árbol en la primavera, y exclamase desconsolada: '¡Ese verdor no diese, todo se encuentra en todos los momentos en su lugar, como si
seré yo, lo formarán otras hojas!’?'* [Hojainsensata! ¿De dónde crees todo fuese inmortal. Siempre verdea y florece la planta, zumba el in­
que vendrán las otras hojas? ¿Dónde está esa nada cuyo abisme te­ secto, existen el animal y el hombre con juventud inalterable y cada
mes? Reconoce tu propio ser, ese mismo que siente tal sed de existir: estío vuelve a traemos las cerezas que mÜ veces hemos gustado. Los
reconócele en la fuerza interior misteriosa que hace brotar el árbol pueblos, aunque mil veces cambien de nombre, son también .como
y que siendo siempre una misma en todas las generaciones de hojas individuos itmiortales; ni en sus hechos, ni en sus intrigas ni en sus
se halla a salvo del nacimiento y de la muerte.^ Y con el hombre suce­ dolores hay nada que no sea siempre lo mismo, aunque la historia
de lo que con la hoja. pretenda referir siempre algo nuevo. Por el contrario, es un caleidos­
copio que nos muestra en cada vuelta una nueva combinación de fi­
oÍTf vcQ T oiif 6 Ì x o là v Ò Q Ù P * guras, pero formadas siempre con los mismos elementos que tenemos
(Qualisfotiorwn gmentio, tális ei hominion.) delante de los ojos.
Por lo tanto, esos nacimientos y esas muertes no son la esencia de
las cosas, siendo un hecho que el ser intimo permanece intacto e in­
La mosca que zumba en este momento alrededor de mí, si se duer­ mutable y que todo lo que quiere existir existe realmente, sin interrup­
me por la noche para comenzar de nuevo su zumbido, o si muere esta ción y sin fin. Siendo esto así, en cualquier momento todas las espe*
noche, y a la primavera otra mosca salida de algún huevo de la pri­ cié» de animales, desde el mosquito al elefante, existen completas,
mera se pone a zumbar, todo es en sí la misma cosa. De ahí que un pues aunque se han renovado ya muchos millares de veces, siguen
conocimiento que no considere esto como la misma cosa, sino co­ siendo las mismas; nada saben de sus congéneres que vivieron antes
mo cosas distintas, no sea un conocimiento absoluto, sino relativo, o vivirán después de ellos; es la especie la que vive en todos los tiem*
un conocimiento del fenómeno, no de la cosa en sí. Por la mañana, pos, y los individuos, poseídos del sentimiento de su inmortalidad y
la mosca vuelve a estar presente; en la primavera lo está de nuevo. de su identidad con elia, viven gozosos y animados. La voluntad de
¿Qué es lo que distingue al invierno de la noche? Leemos en la Fisio­ vivir se manifíesta en un presente infinito, porque el presente es la
logía de Burdach, vol I, § 275: “ Hasta las diez de la mañana no era forma de existencia para la especie, que se conserva siempre joven
visible todavía (en cierta infusión) ni un infusorio; a las doce, todo y no envejece, siendo la rouerte para la especie lo que el sueño para
el agua hormigueaba de ellos. A la noche mueren, y al día siguiente cl individuo, o lo que el entornar el párpado es para el ojo. En la falta
de este párpado se reconoce alos dioses hindúes cuando aparecen bajo
^ Este fragmento tal vez les hará recordar a algunos lectorei aquellas reflexiones la forma humana. Así como la noche hace desaparecer al mundo, sin
que Thomas Buddenbrook, el principal personaje de la novela L es Buddtnbrook de 9 ue éste deje por eso de existir un solo instante, el hombre y el animal
mas M ann, lleva a cabo bajo la crisis que sufre hacia el final del libro. “ ¿Dónde estaré
desaparecen con la muerte, permaneciendo, sin menoscabo alguno,
yo cuando haya muerto? — pregunta Thom as Buddenbrook— iPero si es tan lumino*
sámente claro, si es tan soberanamente sencillo! E sure en todos aquellos que han di* su verdadera esencia. Representémonos esos cambios del nacimiento
cho, dicen y dirán 'y o '; pero de modo especial estaré en aquellos que lo dicen de un y de la muerte como vibraciones infinitamente veloces, y tendremos
modo más pteno, más enéi^ico, m ía alegre.'' Que estas palabras están inspiradas por ^ imagen de la objetivación permanente de la voluntad, de las Ideas
la filosofea de Schopenhauer es claro, pues el propio personaje piensa asi después de Eternas de los seres, inmóviles como el arco iris que corona una casca-
haber hojeado E l mtuulo como ooluntady ttprtstníaeiótt y Thomas Mann confesó cn vanas
ocasiones la fuerte influencia de esta obra bajo la cual se encontraba cuando estaba
Ésta es la inmortalidad temporal, y ella es la que hace que, a pe*
escribiendo esa su primera novela (véase “ Schopenhauer” y “ Freud y el porv'cn»r de los millares de siglos de muene y descomposición, nada se haya
cn Schopenhauer. Nietzsche. Freud, Plaza y ja n é s , Barcelona, 1986). P ^ k lo hasta ahora, ni un átomo de materia, ni menos la más insig­
* Cho/ la generación de las hojas, a si es la de los hombres \La litada, 6,-146]. nificante partícula de esa sustancia íntima que se representa en la na-
LA V O L U N T A D D E V IV IR 24 5
244 LA V O L U N T A D HUM ANA

turaleza. Podemos, por lo tanto, decimos en cualquier momento, con El gran misterio de nuestro ser y no ser, que todos estos dogmas
buen humor; "A pesar dcl tiempo, la muerte y la descomposición, y otios semejantes están llamados a iluminar, se debe a que aquello
;henos aquí a todos presentes!’ * que objetivamente constituye una serie infinita de tiempos, subjetiva-
juente no e» más que un punto, un presente indivisible y siempre ac­
tual; ¿pero quién se da cuenta de esto? K ant lo expuso de la m anera
ptás ciara en su inmortal doctrina acerca de la idealidad del tiempo
Quien concibe su existencia como algo contingente, tiene que te­ y de Ia exclusiva realidad de la cosa en sí. Pues de ella se sigue que
mer perderla por la muerte. Por el contrario, quien considera, aJ me­ la verdadera esencia de las cosas, el hombre y el m undo, está en el
nos de una manera general, que descansa sobre alguna necesidad permanente Nunc stans, y que el cambio de los fenóm enos y de lo»
originaria, no creerá que esta necesidad, que ha producido algo tan acontecimientos no es más que una consecuencia de nuestra m anera
maravilloso, esté limitada a un espacio de tiempo tan corto, sino que de conocerla por medio del tiem po, form a de nuestra intuición.
actúa siempre. Pero reconocerá su existencia como algo necesario
quien considere que hasta el momento actual en el que existe ha Si consideraciones de este tipo propician la convicción según la
transcurrido ya un tiempo infinito y por lo tanto una infinidad de cual hay algo en nosotros que la muerte no puede destruir, esto se
cambios, y no obstante ello, él existe: la serie entera de todos los es­ debe sólo al elevado punto de vista desde el cual el nacim iento no re­
tados posibles se ha agotado ya sin que haya podido suprimir su sulta ser el comienzo de nuestra existencia. Pero de aquí se sigue
existencia. Si pudiera dejar de existir en algún nwmento, y a no existiría en que aquello que es indestructible para la muerte, no es propiamente
este instante, pues la infinidad de tiempo pasado agotó ya todos los d individuo, el cual, por otra parte, habiendo venido al m undo por
acontecimientos posibles dentro del tiempo, y nos garantiza que todo la procreción y presentando las cualidades de su padre y de su madre
cuanto existe, existe necesariamente. De ahí resulta que cada cual debe sólo representa una variedad de la especie y com o tal no puede ser
considerarse como un ser necesario, cs decir, cortio un ser cuya defi­ más que finito. Conform e a esto, como el individuo no tiene recuerdo
nición exacta y completa, si pudiéramos llegar a formularla, encerra­ alguno de su existencia anterior al nacim iento, tam poco después de
ría el atributo de la existencia. £ n esta serie de ideas está contenida la la muerte podrá tener recuerdo de su actual existir. P ero cada cual
única prueba inmanente, es decir, sacada de los datos de la ex|>erien- coloca su yo en la conciencia y ésta se nos presenta sujeta a la indivi­
cia, que demuestra la permanencia de nuestro propio ser. La existen­ dualidad, con la cual desaparece todo lo que le es peculiar y lo distin­
cia debe serle inherente, puesto que se manifiesta independientemen­ gue de los otros. Su permanencia sin su individualidad le restilta por
te de todos los estados que puede producir el encadenamiento causal. ello indiscernible de la perm anencia de los otros seres y ve perder su
Todas las causas han producido sus efectos, pero, con todo, nuestra yo. Pero el que liga de esta m anera su existencia a la identidad de
existencia permanece tan poco quebrantada como el rayo de luz que su conciencia y reclama para ésta una continuidad indefinida después
atraviesa el huracán. Ni el tiempo por sí solo puede producir la felici­ de la muerte, debería com prender que no podría obtenerla más que
dad, pues en este caso hace tiempo que seríamos dichosos, pues tene­ *1 predo de un pasado igualmente infinito, que precediese a su nací-
mos la eternidad detrás de nosotros, n f tampoco puede conducirnos »len to, y como no tiene recuerdo alguno de una existencia preceden­
a la destrucción, pues, en ese caso hace tiempo que no existiríamos. te a su nacim iento, y por ende, su conciencia principia en el momen-
Del hecho de que existimos se sigue que debemos existir siempre. So­ toen que nace, debe parecerle que viene de la nada. A dquiere, pues,
mos nosotros mismos el ser que el tiempo ha recogido para llenar d eternidad de existencia después de la m uerte a costa de u na eter-
vacío y así llenamos la totalidad del tiempo, sin distinción de pasado, ®«»d de existencia antes dcl nacim iento, con lo cual se salda la cuen-
presente o porvenir, y nos es tan imposible salir de la existencia como sin dejarle el m enor beneficio. P or el contrarío, la existencia que
del espacio. Considerándolo con exactitud, es impensable quc ^ perturba la muerte es d istin u de la existencia de la conciencia in-
aquello que ha existido con todas las fuerzas de la realidad se aniquile ®vidual, tiene que ser tan independiente del nacim iento com o de la
y quede aniquilado por toda la eternidad. Esto es lo que dio origen “tuerte y podrá decirse a sí m ism a con igual verdad: ^‘existiré eterna-
a la doctrina cristiana de la resurrección universal, a la de los hindúes
o “ he existido eternam ente” , lo cual nos da dos eternidades
de la creación perpetua del mundo por Brahma y a otras s e m e j a n t e » Por una.
que exponen algnos filósofos griegos.
Si ae recuerda la distinción entre la parte conocedora y la parte vo-
LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V I V I R 247
24€

litiva de nuestro ser, se comprenderá fácilmente que en realidad gj iyjertc ya su necesidad moral. Trasladam os a un mundo m ejor y
gran equívoco está cn la palabra yo. Según entendamos esta palabra ^ b U r toda nuestra manera de ser significa, cn realidad, lo mismo,
podremos decir: “ La muerte es mi fin absoluto” , o bien: “ Así comò r ^ r t esto descansa la subordinación de lo objetivo y lo subjetivo, éste
soy una parte infinitamente pequeña del mundo, cl fenómeno indivi­ ^ ei punto cn que la filosofía trascendental se enlaza con la ética. T c-
dual que constituye mi persona es una pane infinitamente pequeña a ie o ^ en cuenta esto veremos que para poder despertar del sueño de
de mi verdadero ser. Pero cl yo es el punto oscuro de la conciencia, In vida no hay otro medio que deshacer enteram ente su tram a, y la
como cl punto de inserción del nervio óptico es el punto ciego de la fjtsnti de este sueño es su órgano mismo, el intelecto y sus formas, con
retina, como la sustancia del cereb p es insensible, como cl cuerpo cuales continuaría cl ensueño desarrollándose hasta lo infinito; tan
del Sol es oscuro, como cl ojo que lo ve todo no se ve a sí mismo, íntimunente ligados se hallan ambos elementos. Pero el objeto del en ­
Nuestra facultad de conocimiento está dirigida enteramente hacia lo sueño ca distinto del órgano y permanece independiente de éste. P or
exterior, ya que es el producto de una función cerebral, creada única­ otra parte, temer que la muerte sea la destrucción de todo, es como
mente con el fin de conservar al individuo de tal forma que sirva para c r e e r , mientras soñamos, que no existen m ás que ensueños, sin a l­
hallar los alimentos y apoderarse de la presa. De ahí que el hombre guien que sueñe. [M VR, II, C . 41]
no se conozca más que como individuo, como se representa cn la in­
tuición externa. Si el hombre llegara al conocimiento de Jo que es
además de eso y más allá de eso, se desprendería fácilmente de su 3 . E l in s t in t o s e x u a l y e l a m o r
individualidad; su apego a ésta le haría sonreír, y se diría: “ ¿qué me
importa la pérdida de esta individualidad si llevo en mí seno la posi­ La conservación del cuerpo por sus propias fuerzas e s un grado tan
bilidad de innumerables individualidades?” Se convencería de que el débil de afirmación de la voluntad, que si las cosas se lim itasen sim ­
resultado es el mismo, sí no poseyera la permanencia individua], que plemente a él, tendríamos que adm itir que con la muerte de dicho
si la tuviese, puesto que lleva en sí con qué suplirla ampliamente. Ade­ cuerpo se extinguiría también la voluntad que en él aparece. Pero ya
más no debe olvidarse que la individualidad de la mayor parte de los la satisfacción del instinto sexual rebasa la afirm ación de la propia
hombres es tan mísera y poco digna, que al perderla en realidad no exigencia que llena tan corto tiempo, y afirm a la vida más allá de
pierden nada. Lo que en ellos tiene algún valor es el elemento general la muerte del individuo y por un tiempo indeterminado. L a natura­
humano, y éste puede contar con la inmortalidad. Sin lugar a dudas, si leza, siempre verdadera y consecuente, y en este caso hasta ingenua,
k> individual, con su inflexible inmutabilidad y sus estrechos límites, tu­ pooe ante nuestros ojos con gran clarídad la significación interíor del
viese duración eterna, su monotonía terminaría por producirnos tal acto sexual. La propia conciencia, la fuerza del instinto, nos hacen
hastío que para libramos de él preferiríamos caer en la nada. Desear la comprender que este acto implica la más decisiva afirm ación de la vo­
inmortalidad para el individuo es querer eternizar un error, pues en el luntad de vivir pura y sin mezcla. Y luego, en el tiempo y cn la serie
fondo la individualidad no es en cada caso más que un error, una falta, causal, es decir, cn la naturaleza, aparece como consecuencia del
algo que sería mejor que no existiese, y el verdadero fin de la vida con­ Kto una nueva vida; ante el procreador, el ser engendrado es dife­
siste en desengañarnos de ese error. Lo confirma la circunstancia de rente a él en cuanto a su fenóm eno, pero desde cl punto de vista de
que la mayoría de los hombres, por no decir la totalidad, está hecha
i* Idea es id é n ti^ a él. L a procreación, respecto dcl procreador, no
de tal forma que no podría hallar felicidad en mundo alguno al que fue­
et más que cl signo o expresión por medio de la cual afirm a enérgica-
se transportada. Cuanto más libres se hallasen los hombres de miserias
O'ente su voluntad de vivir; respecto del procreado, sin em bargo, no
y de sufrimientos, más les consumiría el aburrimiento, y cuanto más
la razón de que aparezca cn él una voluntad, pues ésta no tiene
se emancipasen de éste más esclavizados se verían por las necesida*
causa ni efecto, sino la causa ocasional de que la voluntad se m a­
des, los cuidados y los dolores. Para que el hombre pudiera alcanzar
nifieste en un determinado tiempo y en un determinado lugar. La vo-
una condición feliz no bastaría en manera alguna trasladarle a un
W ta d , tanto la del uno como la dd otro, consideradas com o cosa cn
“ mundo mejor” , habría que cambiarle a él radicalmente, de ta! ma­
«on idénticas, porque lo que está sujeto al principio de individua*
nera, que no fuese lo que es; mas para esto lo primero que sería nece­
es sólo cl fenómeno, no la cosa cn sí. [M V R, I, j 60]
sario es que dejase de ser lo que es. La muerte cumple provisional'
mente esta condición, y considerada desde tal punto de vista, se
24fi LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 249

El amor, por etéreas e ideales que sean sus apariencias, tiene su ^ proceso por virtud del cual se determina irrevocablemente esa
raíz en el instinto sexual, no siendo, en realidad, más que ese instinto ^jencia. En esto consiste la clave del problema.
determinado, especializado, individualizado, en la acepción más es­ £1 conjunto de las relaciones amorosas de una generación entera re-
tricta de la palabra. Si consideramos, sin olvidar este punto de partí- pfCfcnta para la humanidad cosa tan seria como la “medxtalio composi-
da, el gran papel que desempeña el amor» en todos sus grados y con ffffHíS gmerationis Juturae, et qua intenon pendeí innumerae ^nerationes * La
todos sus matices, no sólo en el teatro y en la novela, sino en et mun> suprema importancia de este negocio, que no se limita, como los
do real, donde, al mismo tiempo que el apego a la vida, constituye ^ dicha o la desgracia individuales, sino que atañe a la exis­
el más activo y e n é tic o de los resortes» donde acapara la mitad de tencia e índole de la generación futura, es la que sirve de base a) as­
las fuerzas y de los pensamientos de la parte más joven de la humani* pecto patético y sublime del amor, formando el elemento trascen­
dad, donde es el fin último de todas las aspiraciones del hombre- dente de sus encantos y sus dolores. La voluntad individual, elevada
cuando le vemos ejercer dañina influencia en los más graves ne­ a una potencia superior, se trueca en voluntad de la especie. El que
gocios, interrumpir las ocupaciones más serias, desordenar mo­ lot poetas de todas las edades nos hayan pintado en innumerables
mentáneamente las cabezas más seguras y turbar sin escrúpulo cuadros la imagen de esta pasión, es porque no hay tema más intere­
las deliberaciones del hombre de Estado o las meditaciones del sabio, sante que éste, porque, afectando directamente a la suerte de la espe-
consiguiendo introducir sus cartitas melosas y sus mechoncitos de de, guarda con lo meramente individual la misma relación que un só­
pelo hasta en la cartera de un ministro o entre las hojas de un manus­ lido coo una superficie. De ahí que sea tan difícil dar interés a un
crito filosófico; cuando observamos cómo es causa de las complicacio­ drama si no aparece en él una intriga amorosa; por eso no se gasta
nes más enredadas, de las más envenenadas enemistades; cómo di­ d asunto aunque se use de él cotidianamente.
suelve las relaciones más preciosas, los más solidos lazos y arrebata Tal como se manifiesta en la conciencia individual y sin tendencia
a sus víctimas la vida o la salud, la riqueza, la categoría y la dicha, particular hacia un individuo del otro sexo, el instinto sexual es en
haciendo del hombre honrado un miserable, y un traidor del que lí, fuera dd mundo del fenómeno, mera voluntad de vivir; pero este
siempre fue leal; cuando lo vemos, en una palabra, conducirse como miimo instinto, cuando aparece en la conciencia dirigido hacia un in­
un demonio enemigo, dedicado a trastornar, embrollar y destruir to­ dividuo específíco, es entonces voluntad de vivir en un ser particular­
das las cosas, no podemos menos de preguntar: ¿A qué obedece todo mente determinado. En semejante caso, el instinto sexual, que es una
este ruido? ¿A qué responden esos aprietos, ese delirio, esa angustia necesidad subjetiva, sabe ponerse la careta de la admiración objetiva
y esa miseria? Pues todo se reduce, sencillamente, a que cada Juan para engañar a la conciencia, pues la naturaleza necesita de esta es-
encuentre su Juana. Y ¿cómo semejante fruslería desempeña papel trat^em a para cumplir con sus fines. Y aunque esta adoración tome
tan prepKjnderante e introduce continuamente la discordia y el desor­ tpariencias ideales y se revista de la forma de una tendencia objetiva,
den en el curso pacífico de la vida humana? £1 espíritu de la verdad d designio dd amor no es otro que la procreación de un ser determina­
va dictando poco a poco la respuesta al observador atento y le deja do, como lo prueba cl quo.lo esencial para el amante no es d ser co­
entender que no se trata de una bagatela, sino que esfuerzos tan se­ rrespondido, sino la posesión, d deleite físico. Para consolarse de la
rios y ardorosos guardan proporción con la importancia del asunto. u&posibilidad de poseer a la persona amada no basta la seguridad de
El fin de toda intriga amorosa, ya la veamos representarse con co­ •er OCMTespondido, y más de un amante, al verse cn esta situación,
turno o con zueco, es el más grave de los fines de la vida humana *Peló al suicidio. En cambio, los enamorados, cuando no consiguen
y merece la importancia que dan a este negocio todos los hombres. *er correspondidos, se contentan con la posesión, con d deleite físico,
Lo que en él se decide es nada menos que la Jormación de la gener<ui<^ lo prueban los matrimonios a la fuerza, los favores amorosos
fiitura. EJ comercio amoroso, aparentemente tan frívolo, está llamado ^mprados al precio de grandes sacrificios de dinero o de otro género,
a determinar el ser y ia esencia de los personajes del drama, que ha* tener en cuenta la repugnancia que muestra la mujer amada, y,
brán de reemplazarnos en la escena, cuando de e l l a nos a u s e n t e m o s - último, los casos de violación. Procrear un hijo determinado es
La exisíeníia d e esos seres futuros exige como condición i n d i s p e n s a b l e ^ fin que se persigue en toda novda de amor, aunque los actores lo
el instinto sexual en su generalidad, y su asentia, su índole o n a t u r a l ^
za, está a su vez condicionada por c l amor, por la selección i n d i v i d u a * ^ ^ ’ ‘reflexión «cerca de ta formación de la futura generación, de la cual dependen
entre los seres mediante los cuales puede aquél satisfacerse; éste *** innumerables generaciones’ ’ .
LA V O L U N T A D D E V IV I R 251
250 LA V O L U N T A D HUM ANA

ignoren: los medios son cosa secundaria. El realismo brutal de mi$ ^tdtvidualidad de cada ser humano; el fenómeno cs el mismo; lo que
opiniones indigna a las almas tiernas y elevadas y en particular a los eocicrra implícitamente en el primer caso es lo que muestra de un
enamorados; pero, necesariamente, tengo razón; sus sentimientos jQodo explícito en el segundo. Verdaderam ente, el principio del naci-
etéreos e inmateriales son pompas de jabón junto a la importancia y jniento de un nuevo individuo, el verdadero punctum sdiens de su exis­
sublimidad de la misión que consiste en determinar las individualida­ tencia está en aquel instante en que comenzaron a amarse sus padres,
des que han de componer la futura generación. No hay otra en el tojan^ toch other, como se dice con tanta exactitud en el idioma inglés,
mundo más elevada ni más vasta. Es la única que puede explicar la p e las miradas lánguidas que se cruzan entre los amantes surge el
grandeza dcl amor apasionado, lo muy en serio que lo tomamos, y germen primero del nuevo ser, que, como todos los gérmenes, queda
la importancia que se da a las mil puerilidades de que se compone niuchas veces ahogado antes de desarrollarse. Este nuevo individuo
y que le dan origen. Si tras estas puerilidades no se ocultase aquel el, en cierto sentido, una nueva Idea platónica. £>e igual modo que
fin, ¿cómo explicarse los innumerables rodeos que tenemos que dar, todai las Ideas aspiran con vehemencia a m anifestarse y se apoderan
los esfuerzos y los tormentos infinitos a que nos sometemos para con* ávidamente de la materia que la ley de causalidad reparte entre ellas
seguir, al cabo, al objeto amado? La generación futura, con entera para dicho efecto, esta Idea particular de un individuo hum ano pro­
determinación, es quien está empujando para entrar en la vida, en cura con igual vehemencia y avidez penetrar en el mundo fenom éni­
todos esos impulsos y esfuerzos. Esa misma generación es lo que se co. De ahí dimana la mutua pasión de los futuros padres de este indi­
agita en la selección circunspecta, decidida y tenaz que busca la satis­ viduo.
facción del instinto sexual y que llamamos amor. En la creciente in*
clinación de dos amantes late, por decirlo así, la voluntad de vivir del Profundicemos más. Es el egoísmo propiedad tan hondamente
nuevo individuo que quieren y pueden engendrar; en la llama de las arraigada en el individuo, que los fines egoístas son los únicos con
ardientes miradas llenas de deseos que entre aquéllos se cruzan se los cuales puede contarse, seguramente, para estim ular la actividad
está encendiendo la nueva existencia de ese ser que se anuncia ya de la criatura individual. Y aunque la especie tiene derechos anterio­
como una individualidad armónicamente organizada. Los dos aman- res más precisos y poderosos sobre el individuo que la pasajera indivi­
tes desean unirse, fundirse en un solo ser que continúe su existencia, dualidad, cuando el individuo tiene que realizar esfuerzos o sacrifi*
y esta aspiración se realiza en el hijo que de ellos ha de nacer y en cioi en aras de la existencia y la constitución de la especie, el intelecto
el cual las cualidades hereditarias de ambos se perpetuarán, combi* IX) puede apreciar lo bastante la importancia de estos sacrificios y es­
nadas y confundidas en una sola criatura. Por el contrario, la mutua fuerzos, pues está organizado para servir al individuo, en favor del
repulsión, perseverante y acentuada, entre un hombre y una mujer, cual influye, por consiguiente. En este caso, ia naturaleza sólo cuen­
indica que el fruto de su unión sería un ser mal organizado, desacor­ ta para realizar sus fines con el medio de infundir al individuo una
de consigo mismo y desdichado. Ésta es ia profunda enseñanza que
que le haga considerar como su propio interés el de la especie,
pretendió Calderón al representarnos a la terrible Semíramis, a la de modo que ponga al servicio de ésta la actividad que cree emplear
que llama la hija del aire, como fruto de una violación seguida de para la consecución de su propio bien. M ientras este proceso se desa-
la muerte del esposo.
*Tt>Ua, flota delante de los ojos del individuo e influye sobre él como
La mutua atracción, fuerte y exclusiva, entre dos individuos de di'
rootivo real una quimera que se desvanece bien pronto, quim era que
ferente sexo, no es otra cosa que la voluntad de vivir de la especie
no es otra cosa que el irutinto, el cual, en la mayoría de los casos, pue-
que se objetiva por anticipado en un ser que ha de corresponder a
ser consideraido como el sentido de la especie, cuya misión es pre-
sus miras: este ser es el hijo que puede engendrar aquella pareja de
|entar a la voluntad objetos que convienen a la especie. Pero como
amantes. El hijo recibirá del padre la voluntad, el carácter; de la ma*
• Víduntad está individualizada en el hombre o en el anim al, hay que
dre, la inteligencia; de ambos, la organización corporal. En la ccnfi"
bucinarla para que perciba por los sentidos del individuo lo que les
guración se parecerá más, por lo general, al padre, y en la estatura
*faiiiniite el sentido de la especie; en otros términos: la voluntad cree
a la madre, por virtud de la ley que rige la hibridez en la descenden­
cia de los animales, y según la cual la talla del feto se regula por la* un fin individual, cuando en realidad persigue un fin
dimensiones del útero. *^^rico en la más estricta acepción de la palabra. E n los animales
Tan inexplicable es la pasión individual de dos amantes es como 1* H observar m ejor las manifestaciones exteriores del instinto,
* en ellos el papel de éste es más im portante, pero la m archa

A
252 LA V O L U N T A D HUM ANA LA V O L U N T A D D E V IV IR 253

interior del instinto sólo podemos estudiarla en nosotros mismos ^ g e una mujer determinada, cuya naturaleza le es individualmente
como todos los fenómenos internos. Existe la creencia de que el hom­ ^ p á t ic a , y el ardor con que la desea. Cuántas veces ei ímpetu con
bre sólo conserva débiles instintos, como no sea el del recién nacido que persigue su fin le hace despreciar toda prudencia, sacrificar la fe-
que busca el pecho de su madre; pero, en realidad, tenemos un in&. de toda la vida, contrayendo un matrimonio insensato o
tinto resuelto, claro y sin complicación alguna: el que nos dirige en pxADteniendo relaciones que han de costarle la pérdida de su caudal,
la elección, tan seria, perseverante y escrupulosa, que hace el indivi­ ^ su honor y hasta de su vida. Cuántos crímenes como la violación
duo para satisfacer las necesidades del sexo. L a satisfacción por sí y el adulterio se cometen, todo obedeciendo al imperio soberano y
misma, reclamada por una imperiosa necesidad del hombre, nada universal de la voluntad de la naturaleza y a fin de servir lo mejor
tiene que ver con ia belleza o fealdad de la persona en quien la cn> posible a los intereses de la especie, aunque sea a costa de los del indi­
contraroos. El preocupamos tanto de las cualidades físicas y viduo. Aparentemente, todo instinto obra según un fin racional pero,
escrupulosa elección de las mismas no deprende del que elige, como eo realidad, le es ajeno por completo. La naturaleza crea el instinto
cree el individuo, sino del verdadero fin, del hijo que ha de engen­ allí donde el individuo llamado a obrar no sería capaz de comprender
drarse y en el cual se trata de conservar el tipo de la especie lo más el fín de la acción o no querría trabajar en pos de ese fín; por regla
puro posibie. Mil accidentes físicos, mil congojas morales contribu­ general, sólo los animales se guían por el instinto, y entre ellos princi-
yen a degenerar la forma humana bajo todos sus aspectos; pero su palmente los que ocupan los lugares más bajos de la escala, por ser
verdadero tipo se rectifica sin cesar en todas partes, gracias al sentido los menos inteligentes. Pero en el caso, que es casi único, del que ve­
de la belleza, que preside constantemente el instinto sexual y sin el nimos hablando, el hombre participa igualmente del instinto, no por­
cual sentido no sería éste más que una de las más despreciables nece­ que no sea capaz de comprender el fin que se persigue, sino porque
sidades naturales. En consecuencia, todo individuo elige con prefe­ no lo perseguiría, a no ser así, con todo el celo necesario, esto es, a
rencia y desea ardientemente a los individuos más bellos del sexo costa de su propio bien. En este caso, como acontece con todo instin­
contrario, esto es, aqueUos que ostentan el sellò más pronunciado del to en general, la verdad se disfraza con una ilusión para obrar eficaz­
carácter de la especie, y después busca con preferencia las perfeccio­ mente sobre la voluntad. Una ilusión es, en efecto, el espejismo de
nes que le faltan y aun verá bellezas en las imperfecciones opuestas la voluptuosidad, que hace creer al hombre que la muyer cuya belleza
a las suyas; los hombres bajitos, por ejemplo, gustan de las buenas le seduce podrá proporcionarle un deleite mayor que alguna otra, o
mozas, los rubios de las morenas, etc. La sugestión que se apodera de que, impulsándole hacia una determinada mujer exclusivamente, le
un hombre al encontrarse con la mujer cuya belleza responde a su ideal ui^ira la convicción de que gozarla sería para él ia mayor felicidad
y que le alucina haciéndole creer que en los brazos de ella puede posible en la Tierra.
conseguir la felicidad suprema, no es otra cosa que el sentido de la espe­ Se engaña el hombre al imaginar que sus esfuerzos y sacrificios se
d í, que, reconociendo en aquella beldad el sello claramente dibuja­ dirigen a proporcionarle su goce individual, cuando sirven para con­
do de la misma, aspira a perpetuarlo, puesto que la conservación del servar en su pureza normal el tipo de la especie o para dar vida a un
tipo de la especie descansa en el atractivo infalible de la belleza y de UKiividuo especial que sólo puede ser engendrado por determinados
donde le viene a este atractivo su gran poder. Más adelante v e r e m o s Padres. Se ve aquí con toda claridad el carácter del instinto; es decir,
cómo se determina su acción. El norte del individuo en este negocio ^ una acción que parece guiada por un fin racional, sin que esa in-
es positivamente un instinto que trabaja en interés de la especie, tetíción exista, pues el individuo, dominado por su ilusión, aborrece
mientras que el hombre se figura que persigue la satisfacción del sU’ ®Í fin que cn realidad le guía, y querría, frecuentemente, estorbar su
premo goce individual. ^«Ittación, como sucede, por lo común, con las relaciones ilícitas.
De hecho, en esto tenemos la explicación de todos los instintos, que Wno es éste el carácter de la cuestión, sucede, naturalmente, que
en casi todos los casos mueven, como Etquf al individuo, en f u n c i ó n ** »mante, satisfecho su deseo, experimenta una extraña decepción
del beneficio de la especie. El cuidado con que cl insecto escoge exclu­ y Se asombra de no haber hallado en lo que con tantos desvelos pre-
sivamente una flor, un fruto, una clase de estiércol, un trozo de carn« deleite mayor que en cualquier otro acto de satisfacción se-
o hasta la larva de otro insecto, como hace el ichneumon, para de* de suerte que se queda casi como antes. Y es que aquel deseo
positar sus huevos sólo ahi sin retroceder ante ningún peligro w* en relación con sus demás deseos, lo que la especie es al indivi-
trabajo, es muy semejante a aquel otro cuidado con que el homb*^ lo que lo finito a lo infínito; pero la satisfacción no aprovecha más
254 LA V O L U N T A D HUMANA
LA V O L U N T A D D E VTVIR 255

que a la especie, ni llega a la conciencia del individuo, que, inspirado ción que encontramos al hecho de que hombres de juicio y en ocasio­
por la voluntad de aquélla, había consagrado todos sus afanes a
nes talentos eminentes se casen con arpías y basiliscos. De otra ma-
fin ajeno. Consumada la gran empresa que perseguía, todo amante
otra no se comprenderían estos matrimonios; no en vano pintaban
queda defraudado, porque desaparece entonces la ilusión con que la ciego al Amor los antiguos.
especie engañaba al individuo. Por eso dijo Platón: ct'xávTtíM
¿iha^oveoTarov {voluptas omnium máxime vaniloquaY {MVR, II, C. 44]
Como la pasión amorosa tiene por base una ilusión, que finge ser
precioso para el individuo lo que sólo tiene valor para la especie, es
{orzado que el error desaparezca cuando se ha conseguido aquel fín.
El genio de la especie, que tenía cautivo al individuo, le devuelve la
Cuando la pasión ha adquirido toda su intensidad, es tan luminosa
libertad, y abandonado así, vuelve a caer en sus miras estrechas y en
y radiante aquella quimera, que si el hombre no consigue realizarla,
$u miseria original y se asombra al ver que aspiraciones tan elevadas,
pierde para él la existencia todo su encanto y toma un carácter tan
heroicas e infinitas no le dan otro deleite que el que hubiera podido
desconsolador de vacuidad y de insipidez que el tedio de la vida vence
hallar en cualquier otra satisfacción del instinto sexual. Contra lo que
los terrores de la muerte e impulsa al hombre a abreviar voluntaria­
esperaba, no se siente más dichoso que antes y advierte que ha sido
mente sus días. Su voluntad entra en el torbeUino de la voluntad de
engañado por la voluntad de la especie. Por eso, todo Teseo satisfe­
la especie, o bien esta última se sobrepone de tal modo, que no pu-
cho suele abandonar a su Anadna. Si Petrarca hubiera logrado satis­
diendo trabajar la voluntad individual en beneficio de la especie, se facer sus deseos, su voz habría enmudecido, como cesa el canto del
niega a obrar en interés del individuo. Es el hombre vaso demasiado •ve cuando quedan puestos los huevos en el nido.
frágil para resistir la formidable presión de la voluntad de la especie,
Habrá que convenir, por lo tanto, que por desagradable que resul­
concentrada y dirigida hacia un objeto determinado. Estos casos ler*
te mi metafísica del amor para los enamorados, si alguna considera­
minan por el suicidfo de los dos amantes, a no.ser que la naturaleza,
ción racional pudiese influir sobre el sentimiento amoroso, la expli­
para conservar la vida, produzca la locura que cubre con su velo la
cación verdadera que acabo de dar sería el único medio de vencer el
conciencia de una situación tan desesperada. Todos los años ocurren amor. Desgraciadamente, hay que atenerse a la sentencia del antiguo
catástrofes que atestiguan la verdad de este cuadro.
poeta c 6 mio>: ” Qutu res in se ñeque consilium, ñeque modum habet ullum,
Y no es únicamente la pasión no satisfecha la que puede acarrear ctemeonsüio regere nom potes*’.*
un fin trágico, sino que también el amor satisfecho conduce con ma­
Los matrimonios por amor se hacen en interés de la especie, no en
yor frecuencia a la desgracia que a la felicidad, pues las exigencias
interés de los individuos. Los novios creen perseguir su felicidad per-
de la pasión suelen hallarse en oposición al bienestar p>ersonal del ena­
lonal; pero el fin verdadero cs aquel del que no tienen conciencia:
morado, minan su dicha, y no pudiendo conciliarse con todas las
crear un ser que sólo ellos pueden engendrar. Unidos por este fin co-
demás relaciones de la vida, destruyen el plan de vida basado en
oiún, a ellos incumbe ver el medio de armonizarse lo mejor que pue-
esas relaciones. En ocasiones, el amor está en contradicción no sólo
pero muy frecuentemente la pareja, unida por esa ilusión instin­
con las condiciones exteriores, sino también con la propia individua­
tiva que es la esencia de la pasión, es, bajo los demás aspectos,
lidad cuando se enamora el hombre de una mujer a quien desprecia
CMnpletamenie heterogénea. La disparidad de caracteres se manifies­
y odia, fuera de las relaciones sexuales, y que a no ser por sus atracti­
ta en cuanto la ilusión desaparece, y ésta forzosamente tiene que desa­
vos sería para el objeto de aborrecimiento. Pero la voluntad de la es­
parecer. Por consiguiente, los matrimonios por amor suelen ser des-
pecie tiene tal dominio sobre la del individuo, que, tratándose del
^^iados y sirven a la generación futura a costa de la presente.
amor, cierra los ojos acerca de los defectos que le son odiosos, los ol*
Quien se casa por amores, ha de vivir con dolores” , dice un refrán
vida y se une para siempre con el objeto de su pasión; hasta tal punto **paíkrf.
le ciega su ilusión, que desaparece tan pronto como se realizan las
En los matrimonios de conveniencia, concertados casi siempre por
tenciones de la especie, quedándole al enamorado como castigo 1*
padres, suele ocurrir lo contrario. Las consideraciones tenidas en
compañía de un ser aborrecible para toda la vida. Es la única explica*

* ‘ ‘no hay mayor presunción que la del deleite” |fi7f¿o]. que en sí no puede someterse a deliberación ni estar sujeto a una norma» no
fobem arse por la razón” [Terendo, Eunuchus, vers. 5?|.
256 LA V O L U N T A D HUMANA

cuenta en la elección de esposa o de marido en estos casos, cualquiera


que sea su índole, son reales y no pueden disiparse por sí mismos III. L O S D O L O R E S D E L A V ID A
Proveen al bienestar de la generación presente a costa de la genera­
ción futura, y aun a veces ese bienestar es problemático. El hombre
que se casa por interés en vez de casarse por inclinación, vive más gH CADA UNO de los grados en que la voluntad aparece iluminada por
en el individuo que en la especie, lo cual, siendo opuesto a la verdad el conocimiento, se reconoce como individuo. El individuo humano
parece contrario a la naturaleza e inspira cierto desprecio. Una joven en tanto fínito se encuentra en el espacio infinito y en el tiempo iníini*
que rechaza contra la voluntad de sus padres la mano de un hombre to, por consiguiente, está dentro de un inmensidad ante la cual k
rico y joven todavía, para unirse con otro, siguiéndolas inclinaciones píente y por la cual sólo posee un cuándo y un dónde relativos, nunca
instintivas de su corazón y desdeñando las conveniencias, sacrifica su absolutos, pues su lugar y su duración son partes fínitas de un todo
dicha individual a la de la especie, por lo cual no se le puede negar infínito y sin limites. Su propia existencia está limitada al momento
cierta aprobación, puesto que ha preferido lo más importante y ha actual, cuyo fluir en el pasado es un caminar perpetuo hacia la muer*
obrado con arreglo al espíritu de la naturaleza o, mejor dicho, de U te, un constante morir, porque su vida pasada, si hacemos abstrae*
especie, mientras que los consejos de los padres estaban inspirados ción de sus consecuencias para la presente y del testimonio de su vo*
en el egoísmo. luntad ahí impreso, está definitivamente terminada y muerta, ya no
Parece desprenderse de lo que queda dicho que en el matrimonio existe; por lo que, desde un punto de vista rad oiul, lo mismo le de­
tiene que padecer alguien: o el individuo o el interés de la especie, bería dar haber sufrido que haber gozado. El presente se convierte
y así sucede en la mayoría de los casos, pues es rarísimo que las con­ siempre en sus manos en pasado y el futuro es incierto y siempre de
veniencias se junten con el amor apasionado. Es muy probable que corta duración. Por lo cual, su existencia, si la consideramos sólo
la miserable condición de la mayoria de los hombres, así en lo físico desde el punto de vista formal, es un constante caer del presente en
como en lo moral y en lo intelectual, provenga en parte de que los d pasado muerto, un constante morir. Pero si consideramos ahora la
matrimonios no suelen hacerse siguiendo las inclinaciones del cora­ cosa por d lado físico, es evidente que, así como nuestro aiular es
zón, sino por consideraciones exteriores y circunstancias accidenta? siempre un caer contenido, la vida de nuestro cuerpo es un morir
les. Conciliar con las conveniencias la inclinación, en cierta medida, incesantemente retardado, una destrucción retardada de nuestro
es una especie de transacción con el genio de la especie. Todos sabe­ cuerpo; y finalmente la actividad de nuestro espíritu no es sino
mos cuán raros son los matrimonios felices, {>orque está en la esencia un hastío amortiguado. Cada uno de nuestros movimientos respira-
dcl matrimonio atender principalmente a la generación futura y no t(MÍos evita la muerte, con la cual luchamos a cada instante, y lo
a la presente. Para consuelo de las almas delicadas y amanees, mismo sucede al comer y al dormir. Pero la muerte ha de triunfar
añadiré que a veces se junta con el amor apasionado un sentimiento de necesariamente, porque le pertenecemos por d hecho mismo de haber
diferente origen, una amistad basada en la armonía de los caracteres: nacido y no hace en último término sino jugar con su víctima antes
pero por lo general no se manifiesta hasta que la posesión va extin­ <ie devorarla. Mientras tanto hacemos todo lo posible por conservar la
guiendo la pasión amorosa. Esta amistad tiene por origen frecuente­ vida, como inflaríamos una burbuja de jabón todo lo que se puede,
mente las cualidades complementarias y correspondientes, físicas, aimque sabemos que al fin ha de reventar.
morales e intelectuales que primitivamente determinaron el amor de Según hemos visto, la esencia de la naturaleza carente de conoci-
los esposos en atención a la propagación de la especie, y que luego Dúento es una constante aspiración sin fin y sin descanso, lo cual
resulta que guardan la misma relación complementaria desde el pun­ v eaot de una manera más dara en d animal y en el hombre. Querer
to de vista de los individuos, bien como contraste de tem peram entos y ambicionar: ésta es su esencia, como si nos sintiéramos poseídos
o bien de cualidades intelectuales, de donde resulta la armonía de la^ una sed que nada puede apagar. Pero la base de todo querer es
dos naturalezas. [M VR, II, C . 44) ^ falta de algo, la privación, el sufrimiento, el cual, consecuentemen-
le es esencial. Cuando ha satisfecho todas sus aspiraciones siente
vacío aterrador; el tedio; en otros términos: la existencia misma
*ecbnvierte en una carga insoportable. La vida como péndulo, oscila
^'^'(Utantemente entre d dolor y el hastío, que son en realidad sus ele*

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258 LA V O L U N T A D HUM ANA L O S D O L O R E S D E L A V ID A 259

mentos constitutivos. Este hecho ha sido simbolizado de una manera I0 A muerte, en huir de la cual empleamos el esfuerzo de nuestra vida.
bien rara: habiendo puesto cn el inficrac todos los dolores y todos los gt d e desear y a veces corremos hacia d ía gustosos, y por otra parte,
tormentos, no se ha dejado para el cielo más que el aburrimiento. que tan pronto como la necesidad y d sufrim iento nos conceden una
El perpetuo anhelar, que constituye en el fondo todo fenómeno de tregua, estamos tan próximos al tedio que deseamos que pasen las
voluntad, cn los grados superiores de su objetivación encuentra su horas rápidas. Lo que a todo ser vivo le ocupa y le i>one cn movi>
principal razón de ser cn que la voluntad se manifiesta ahí como oiíeoto es la lucha por ia existencia. Pero con la existencia una vez
cuerpo viviente, con la inflexible exigencia de alimentarse, y lo qu^ asegurada no hemos hecho nada aún; necesitamos sacudir la carga
le da fuerza a esta exigencia es que el cuerpo no es más que la propia de ia existencia, hacerla insensible, m atar el tiempo, es decir, evi>
voluntad de vivir objetivada. Siendo el hombre la objetivación más (AT d fastidio. E n consonancia con esto vemos que todas las personas
perfecta de la voluntad de vivir, es al mismo tiempo cl ser que tiene que han conseguido ponerse a cubierto de la necesidad y las preocu>
más necesidades; es de un extremo a otro querer y necesitar, es una padoaes por la subsistencia, después de hat>er sacudido todas las
concreción de mil necesidades. Y con todo esto se encuentra en el cargas, son ellas una carga para sí mismas y ven con alegría cada
mundo abandonado a sí mismo, incierto de todo menos de su indi­ hora que m atan, es decir, cualquier abreviación de su vida, en cuya
gencia y de sus necesidades; de aquí que toda su vida ia absorban ios posible prolongación habían empleado hasta entonces todas sus
cuidados que reclama la conservación de su cuerpo. A esto se une lúe* fuerzas. El aburrimiento no es un mal que se deba tener en poco; deja
go el imperativo de la propagación de la especie. Por todas partes le en d rostro la hudla de una verdadera desesperación. H ace que seres
acechan peligros de todo género y necesita desplegar una actividad como los hombres, que tan poco se am an, se busquen unos a otros,
infatigable, una constante vigilancia para evitarlos. Tiene que reco­ siendo por esto el origen de la sociabilidad. El m ism o Estado se pre­
rrer su camino con pies de plomo, escrutando con mirada recelosa, viene contra d aburrimiento de los ciudadanos com o contra otras c a ­
pues le acechan toda clase de contingencias y de adversarios. Así ca* lamidades, porque este m al, así como su contrario, el ham bre, puede
minaba en d estado salvaje y así camina ahora'en las sociedades civi- lanzar ai hombre a los mayores excesos: el pueblo necesita panem et
lizadas. Jam ás se encuentra seguro: eircm sts.* El riguroso sistema penitenciario de FUadelfia convierte en
instrumento de suplicio el aburrim iento por medio de la soledad y la
Qmtibus in lentbñs viiat; quantisifue inacción; y es tan temible que los penados han recurrido al suicidio.
periclis — De^íur hoct tuoi,
Así como la necesidad es el látigo del pueblo, el tedio lo es del mundo
quodcumque estf*
distinguido. En la vida burguesa está representado por el dom ingo,
(Lucrecio II, 15). así como ia necesidad por los seis días restantes de la semana.
Ahora bien» entre el querer y el lograr se desliza la vida hum ana.
La vida de la mayor parte de los hombres no es más que una lucha Bi deseo es por su nauraieza doloroso; la satisfacción engendra a]
constante por su existencia misma, con la seguridad de perderla al punto la saciedad: el fin era sólo aparente; la posesión m ata el estí­
fin, Pero lo que les hace persistir cn esta fatigosa lucha, no es tanto mulo; d deseo aparece bajo una nueva figu ra, la necesidad vuelve
cl amor a la vida como el temor a la muerte, que, sin embargo, está otta vez, y cuando no sucede esto, la soledad, el vacío, el aburrim ien-
cn cl fondo y de un momento a otro puede avanzar. L a vida misma nos atorm entan y luchamos contra éstos tan dolorosam ente como
es un mar sembrado de escollos y arrecifes que el hombre tiene que contra la necesidad. [M VR, I , f 57]
sortear con el mayor cuidado y destreza, si bien sabe que aunque lo­
gre evitarlos, cada paso que da le conduce al total e inevitable naufra­
gio, la muerte. Ella es la postrera meta de la fatigosa jornada, que
le asusta más que los escolios que evita. Toda satisfacción, o lo que com únm ente se llam a felicidad, es,
Pero también es muy digno de atención, por una parte, que lo* P®** *u naturaleza, siempre negativa, nunca positiva. No es algo que
mismos dolores y males de la vida son fáciles de evitar, y que la mis* por sí mismo, sino la satisfacción de un deseo. Pues el deseo,
decir, la carencia de algo, es ia condición de todo goce. M as con
* ¡En qué (inieblu de la vida y por cu in to i peligroi se pasa de cualquier m odo
que sea! |Z>r rtrum itoAtra]
*Ju v rn a], Sit<iinicr JO. 81.
260 LA V O LU N TA D HUMANA LO S D O L O R E S D E LA VIDA 261

la satisfacción desaparece el deseo y por lo tanto cesa la condición del lo* poseemos, sino después de haberlos perdido, pues también esos
placer y el placer mismo. De ahí que la satisfacción o felicidad no bienes son negaciones. Hasta que vienen los días de tristeza, no ad­
puede ser nunca más que la supresión de un dolor, de una necesidad, vertimos que algunos momentos de nuestra vida fueron dichosos,
pues en esta categoría entran no sólo los dolores reales y evidentes, proporcionalmente al aumento de nuestros goces, nuestra aptitud
sino todo deseo importuno que turba nuestro reposo y hasta el mortal para disfrutarlos disminuye; lo que se hace habitual deja de ser goce,
aburrimiento que hace de nuestra existencia una pesada carga. Y pero con esto mismo crece nuestra capacidad para el dolor, pues la
[cuán difícQ es llegar a un fin, lograr algún deseo! Tropezamos siem­ gupresión de un hábito produce una impresión penosa. Por eso la po­
pre con mil dificultades, a cada paso se acumulan los obstáculos. Y sesión aumenta las necesidades y, como consecuencia, la facultad de
cuando al fin los hemos vencido y llegamos a la meta, nunca logra- padecer.
mos otra cosa más que vemos libres de un dolor o de una necesidad, Cuando empleamos nuestras horas agradablemente, transcurren
C8 decir, hallamos exactamente igual que antes. Inmediatamente no más de prisa; pero cuando esas horas son tristes se deslizan con más
nos es dado más que la privación, es decir, el dolor. Pero la satisfac­ lentitud, porque no es la dicha, sino el dt^or, el elemento positivo que
ción y el goce son conocidos sólo mediatamente por el recuendo del se deja sentir; de la misma manera perdemos la noción del tiempo
dolor y de la privación pasados, que se interrumpen a la aparición transcurrido cuando estamos divertidos, no cuando nos aburrimos.
de aquéllos. De aquí que no sintamos ni apreciemos bastante los bie­ Ambos hechos demuestran que nuestra existencia es más dichosa
nes y ventajas que poseemos, sino que creemos que son como deben cuando menos la sentimos, de donde se infíere que sería mejor para
ser, pues no nos hacen felices más que negativamente, apartando de nosotros no poseerla. U na viva y extremada alegría sólo se concibe
nosotros el dolor, Sólo después de haberlas perdido conocemos su va­ como resultado de una gran necesidad que la antecedió, pues nada
lor, pues la necesidad, el dolor, la privación cs lo único positivo, lo puede venir a sumarse a un estado duradero de contento, como no
que sentimos inmediatamente. Por esto nos es grato recordar los ma­ sea algún pasatiempo o alguna satisfacción de la vanid^. A esto se
les que huyeron, porque cs el único medio de gozar de los bienes ac­ debe que los poetas se vean obligados siempre a colocar a sus héroes
tuales. Y hemos de confesar también que por ese concepto y desde en situaciones peligrosas o desgraciadas para poderlos libertar de
el punto de vista del egoísmo, que es la forma del deseo de vivir, el ellas. Los personajes del drama y de la epopeya son siempre seres que
aspecto o el relato de las desgracias ajenas nos proporciona asimismo luchan, que padecen, que se atormenta, y cada novela es una linterna
una grata satisfacción. [MVR, 1,^ 58] mágica en donde podemos contemplar los espasmos y las convulsio­
nes de un corazón humano que se desespera. VValter Scott expresó
Debemos estudiar todavía el aspecto más especial de la cuestión, ingenuamente esta necesidad estética en ia conclusión de su novela
pues aquí es donde he tropezado con mayor contradicción. Prime­ titulada '"OídtnorUUity**. £1 mismo Voltaire, tan favorecido por la na­
ramente confirmaré lo que expuse acerca de la índole negativa de turaleza y por la felicidad, reconoce expresamente la verdad de lo que
toda satisfacción de la voluntad, de todo deleite y de toda dicha, en heexpuesto: ‘'Ubonhgurn’tstqu ’m riv e, tí ladouieur est ré«lU*";y atáade:
contraposición a la naturaleza positiva del dolor. a qaatn-vin^ ans queje l^tfmmoe. Jtn 'y sais autre chose que me resigner,
Sentimos el dolor, la inquietud, el miedo; pero no sentimos la au­ ^ me dire que U mouches sont nées pour être mangées par Us araignées, et les
sencia del dolor, la tranquilidad. Sentimos ei deseo lo mismo que sen­ ^*mmes pour Hre dévorés par tes cha^ns.
timos el hambre o la sed; en cuanto se realiza ocurre con él lo Suele afirmarse con mucha seguridad que la vida es un bien desea-
con el bocado o el sorbo, que apenas tragados dejan de existir para ^ y digno de gratitud, pero antes de hacer esta afirmación conven-
la sensación. Nos duele la pérdida de un bien o de un placer, mas hacer una comparación serena y fría de la suma de gO(X8 que
desaparición de un dolor, aunque vengamos padeciéndole mucho ^ hombre puede experimentar en su existencia con la de los dolores
tiempo, no cs directamente sentido: a lo sumo ^nsam os en ello d«h' P*^^*ibles de la misma. Creo que el balance se haría en seguida. Pero,
beradamcnte con el auxilio de la reflexión. Únicamente el dolor y ^ realidad, es baladí disputar sobre si la suma de los bienes o de los
necesidad pueden ser experimentados positivamente y se hacen
por sí mismos. El bienestar es un estado puramente negativo. E* . **!>fdicid>d no et mi« que un <ueik> y el dolor c* red". **Hace ochenu «ñot que
^Mrimento. No lé mi» que res^iuume y dearme que la* n>o«ca* bao oacklo para
es la explicación de por qué no apreciamos en todo su valor los t 5^/*6voradai por laa aranas y loa hombres por las penas” [LeOrt e M. ¡t Mtrqms dt
grandes bienes de la vida; la salud, la juventud y la libertad, micntr 16. r a . 1774).
262 LA V O L U N T A D HUM ANA L O S D O L O R E S D E LA V ID A 263

males predomina en el mundo, puesto qué la existencia del mal basta lado por dicha alguna futura, ya que el dolor ocupa su tiempo como
por sí sola para resolver la cuestión, pues un mal no puede ser borra> dicha ocupa el suyo— se necesitaría que no existiese dolor alguno
do ni compensado por un bien que le acompañe o siga: y que desapareciera también la muerte o no tuviera nada de horrible
para nosotros. Sólo así la vida sería la recompensa de sí misma.
Milu piacer’ non oagliano un Umnento Esta existencia nuestra, siendo de esta manera, que valdría más
que no existiera, hace que todo lleve a nuestro alrededor ese mismo
P e tra rc a (so n e to 195)
^ o , semejante a lo que ocurre en el infierno, que todo huele a
azufre, pues todo resulta imperfecto y engañoso, todo lo agradable
La felicidad y la alegría de millares de individuos no bastarían para
tiene algo desagradable, todo goce es goce a medias, toda alegría
anular los tormentos y angustias de uno solo; del mismo modo que
lleva en sí algo que la altera, todo descanso trae nuevas fatigas, todo
el bienestar presente no puede borrar mis anteriores sufrimientos.
medio para solucionar nuestras necesidades cotidianas nos falla en el
Aunque la suma del mal fuese cien veces menor de lo que en realidad
momento oportuno; con frecuencia el suelo que pisamos se abre a
es, la mera existencia del mismo bastaría para apoyar una verdad,
nuestros pies; las desgracias grandes y pequeñas constituyen la trama
que puede expresarse de muchas maneras, pero siempre indirecta­
de nuestra vida; en resumen, nos parecemos a Fineo, a quien las
mente, a saber: que no hay de qué alegrarse por la existencia del
Harpías ensuciaban los manjares para que no pudiera comérselos.
mundo, sino más bien de qué acongojarse; que su no existencia sería
Todo cuanto cogemos se resiste, pues tiene su propia voluntad,
preferible a su existencia; que el mundo en realidad no debería exis­
que es preciso vencer.
tir, etc. Byron expresa admirablemente este pensamiento:
Por dos medios se trata de hacer tolerable este estado de cosas: uno
es la es decir, la prudencia, la precaución, la sagacidad;
Our tijt is a false nature — ’tis not in
The harmony o f things, this hard de^et,
pero esta prudencia es insuficiente e infructuosa. £1 otro es la impasi*
This uneradicabte taint o j sin, bilidad estoica, medíante la cual se quieren parar los golpes de la for­
The boundless Upas, this all-blasting tree tuna, despreciándolos: en la práctica, conduce este camino al dnismo,
Whose root is earth, whose leaves and brarukes be que renuncia de una vez a todos los recursos y a todas las facilidades
The skits, which rain their plagius on men like dew - y hace del hombre un perro, un Diógenes en su tonel.
Disease, death, bondage • all the woes we see - La verdad es que debemos ser miserables y lo somos, y la fuente
And worse, the woes we see not - which throb through principal de los mayores males que afligen al hombre es el hombre
The inmedicable soul; wiih heart-aches eoer new. * mismo: homo komini lupus. * Cuando nos damos exacta cuenta de esta
verdad, el mundo nos parece un infíemo superior al de Dante, pues
Si la vida y el mundo tuvieran su propio fin, no necesitarían ni
aquí cada hombre está condenado a ser el demonio de su prójimo;
justificación en la teoría, ni recompensa en la práctica, serían, como
sunque es forzoso confesar que alguno tiene capacidades especiales
Spinoza y los actuales espinozistas lo exponen, como la manifestación
para dio, de suerte que tal hombre es, ante todo, demonio o archide-
extraordinaria de un dios, que por placer o para reñejarse, realizara
nionio, y bajo la figura de un conquistador se planta ante cientos de
una evolución en sí mismo, por lo cual no necesitarían ser justifi*
®üe8 de hombres y les dice: “ Padecer y morir es vuestro destino: y
cados mediante razones, ni redimidos mediante consecuencias, pero
•hora haced fuego con vuestros fusiles y vuestros cañones” » y ellos
entonces sería preciso, no que los males y los dolores de la vida estu*
^ hacen.
viesen compensados por sus placeres y sus dichas —pues ya hemos
Por lo genera], la norma de las relaciones de los hombres entre sí
visto que esto es imposible, porque el dolor actual no puede ser anu*
^^siste en la injusticia, la iniquidad extremada, la dureza de
^razón y la crueldad; lo contrario es la excepción. En esto se funda
* "F alsa naturaleza, en desacuerdo con la armonía de las cosas, es nuestra vida,
* necesidad del Estado y de las leyes, y no sobre las tonterías que
ese d uro decreto, esa m ancha im borrable del pecado, ese ilimitado y venenoso árbol
que todo lo infccu, cuya raíz es la tierra, cuyas hojas y ramas son el cielo que dcj^ * cl hombre es para ei hombre un lobo [Plauto, Asinaria 2 v. 495].
caer como cl rocío sus plagas: la enferm edad, la m uerte, la esclavitud, todas las pena*
B Fineo al cual se refiere aquí Schopenhauer es a q u d adivino ciego cc« quien
que vemos, todos los males que no vemos, que palpitan siempre en el alma incurable
encuentran los argonauus, que lo liberan de su torm ento a cam bio de recibir noti*
con renovadas aflicciones.’" [Childe HaroU A, 126]
M erca de su porvenir.
2M LA V O L U N T A D HUM ANA L O S D O L O R E S D E LA V ID A 265

sobre el particular suelen decirse. Pero en todo aquello que no cac vífta práctico, no debiera existir, 'no sería tampoco un problema teórico,
bajo la acción de las leyes, se manifiesta libremente la brutalidad pro. pues, o bien su existencia no exigiría explicación alguna, puesto que
pia del hombre para con sus semejantes, nacida de un egoísmo sin le comprendería por sí y nadie se asombraría de ella ni preguntaría
límites y también, a veces, de pura maldad. El que quiera saber cómo por ella, o bien sería tan evidente su fin que nadie podr¿ ignorarle.
trata el hombre a sus semejantes, no tiene más que fijarse en la escla­ Miui» lejos de ser así, d mundo es un problema que no puede resol­
vitud de los negros, mantenida con el fín de proporcionamos azúcar v e re , pues toda filosofía, basta la más perfecta, contendrá siempre
y café. Y no necesitamos buscar los testimonios tan lejos: fijaos en un demento inexplicable, una incógnita semejante a un precipitado
los trabajos de los telares de una fábrica; entra en ellos el operario indiaoluble o al residuo que deja la írradonal relación entre dos canti­
a los cinco años de edad para pasar todos los días diez horas sentado dades. Por eso, cuando nos preguntamos por qué existe d mundo,
en un taburete, después doce y después catorce, ejecutando siempre en vez de no existir, no puede justificarse a sí mismo, no puede en­
el mismo trabajo mecánico, y confesad si esto no es comprar a un contrarse una razón, una causa final, en él mismo; ni puede d mun­
precio demasiado caro el placer de respirar. Ésta es la vida de millo­ do demostramos que existe por su propia ventaja.
nes de seres humanos, y no es mejor la suerte de otros tantos m¡- M i teoría exiidica esto, mostrando que d principio de la existencia
Ucmes, cuyo destino es análogo. dd mundo carece de razón, es decir, que es una voluntad de vivir
En cambio, a los privilegiados, mil circunstancias insignificantes ciega, que como cosa en st no st encuentra sometida al principio de ra­
pueden hacemos completamente desgraciados, pero nada en el mun­ zón, d cual es exdusivamente la forma dd fenómeno y lo único que
do nos puede proporcionar la felicidad absoluta. Por mucho que se nos autoriza para plantear la cuestión del porqué. [M VR, II, C . 46]
pretenda demostrar en contra, el momento más feliz en la vida de un
hombre dichoso es aquel en que se duerme, como d instante de des­
pertar es el más desgraciado en la vida del hombre infdiz. Una prue­
ba indirecta» pero conduyente, de que todos les hombres se sienten Podríamos comparar a los hombres con relojes a los que se les da
desgraciados es esa envidia enorme por la cual todos están poseídos, cuerda y andan sin saber por qué; y cada vez que un hombre na<%
que les atormenta en todas las circunstancias de la vida y destila su o es engendrado, d rdoj de la vida humana tiene cuerda de nuevo
ponzoña al ver que otro hombre adquiere la menor ventaja. Como los para repetir al pie de la letra la cantilena ya tocada tantas veces, com-
hombres se sienten infelices, d espectáculo de alguno que parece di­ pás por compás, con insignificantes variaciones. Cada individuo,
choso les es insoportable; en cambio cuando alguien se siente fdiz, cada rostro humano no es más que un breve ensueño de la eterna vO‘
quisiera difundir la dicha en tom o suyo y decir: “Qtu tout U monde iá hintad de vivir, dd genio inmortal de la luUuraleza. Es un bo<»to más
soit hereux de m ajoie“’. * que la voluntad traza jugando, sobre d lienzo infinito dd tiempo y
Si la vida fuese por sí misma un bien precioso y preferible a la na* el espacio, y que no conserva más que un instante imperceptible, bo­
da, no sería necesario que la salida estuviese vigilada por guardianes rrándolo en seguida para pintar nuevas figuras. Pero — y aquí está
tan temibles como la muerte y sus terrores. Pero, ¿quién tendría pa* ú aspecto grave de la vida— cada uno de estos bocetos pasajeros,
ciencia suficiente para continuar viviendo una vida tal si la muerte cada uno de estos viilgares croquis, tiene que pagar con muchos su*
fuese menos espantosa? Y , por otra parte, si la vida fuera la fdicidad, frimientos profundos y al cabo con la muerte amarga, largo tiempo
¿quién podría soportar el pensamiento de la muerte? En d actual es­ temida y que siempre llega pronto. Ésta es la causa de que al contem-
tado de las cosas, la muerte tiene eso de bueno: que es d fin de la {dar un cadáver nos pongamos repentinamente graves.
vida, por donde la muerte nos consuela de los males de aquélla y, a La vida de cada individuo, si se considera en su conjunto y en ge-
la vez, los dolores de la vida nos consuelan de la muerte. Ambas están (>era], sin fijarse más que en los rasgos principales, es siempre un es­
ligadas indis(dublemente y nos crean una condición lamentable, d t pectáculo trágico; pero vista en sus detalles se convierte en sainete,
la cual es tan difícil como apetecible poder emancipamos. pues las vicisitudes y tormentos diarios, las molestias incesantes, los
Si d mundo no fuera algo que, expresándonos desde un punto de dáteos y temores de la semana, las contrariedades de cada hora, son
^rdaderos pasos de comedia. Pero lo que constituye una verdadera
* todo d muzido panicipe de mi dicha" (H d v étiu t, Dt 1‘aprit, discours ^lagedia son las decepciones, las ilusiones que la suerte pisotea cruel-
cbap. 2]. *<^te, nuestros errores y d dolor creciente, cuyo desenlace es la
266 LA V O L U N T A D HUM ANA L O S D O L O R E S D E LA V ID A 267

muerte, De este mcMÍo, como si el destino hubiera querido añadir a, determinada de antemano la medida del dolor que ha de soportar por
la desolación de nuestra existencia el sarcasmo, nuestra vida encierra su naturaleza, medida que no puede contener ni más ni menos de lo
todos los dolores de la tragedia, arrebatándonos la dignidad de los que en ella cabe, aun cuando la forma del dolor pueda variar. Según
personajes trágicos. Por el contrario, en los detalles de la vida, nece­ esto, su próspera o adversa fortuna no procedería del exterior, sino
sariamente nos convertimos todos en caracteres cómicos. \MVR, T del interior, y variaría por su disposición física en las distintas épo­
#58] cas, pero en conjunto sería la misma y no distinta de lo que se llama
temperamento, o más exactamente, el grado que posee de seitsibili-
dad, o como Platón dice en el primer libro de la República: tvMoXos
Pero nadie se queja, pues la voluntad representa esta tragicomedia o B ^ x o \o s.*
a su costa y al mismo tiempo que actora es espectadora. Si el mundo El hecho, observado frecuentemente, de que los grandes dolores
cs como es, es porque la voluntad, cuya representación es, lo quiere nos hacen insensibles a los pequeños, y a la inversa, que a falta de
así, porque ella también es como es. La justificación del dolor es que grandes sufrimientos, las más pequeñas contrariedades nos atormen­
también en este fenómeno se afírm ala voluntad, afirmación justifica­ tan e irritan, habla en favor de esta hipótesis; pero además, la experien­
da y compensada por el hecho de que la voluntad es quien soporta cia nos enseña que cuando soportamos una gran desgracia, que sólo
los dolores. [MVR, I, f 60] con pensar en ella nos estremecíamos, nuestro ánimo sigue siendo
siempre el mismo una vez experimentado el dolor; y, a la inversa,
cuando alcanzamos una dicha largo tiempo apetecida, apenas nos
Por mucho que nos abatan estas consideraciones, quiero, sin em* sentimos más contentos ni más alegres que antes, una vez pasado
bargo, poner la atención en uno de sus aspectos, del cual pedemos d primer momento. En el instante mismo de producirse tales cam­
obtener un consuelo y quizá una estoica indiferencia ante nuestras bios, la emoción es fuerte y se sale de lo corriente, manifestándose
propias desdichas. Pues la impaciencia con que las conllevamos de­ como desesperación o júbilo, pero pronto desaparece, porque descan­
pende, en gran parte, de que las consideramos contingentes, es decir, sa en una ilusión. La desesperación o el júbilo no eran debidos al do­
como traídas por una serie de causas que muy bien pudiera haber lor ni al gozo presentes, sino a la perspectiva de un porvenir anticipa­
sido otra. Pues los males que consideramos como necesarios y gene­ do. Lo que tan anormales proporciones les permite adquirir es esta
rales, la vejez y la muerte y muchas molestias de la vida diaria, no anticipación de lo futuro; pero eso no puede durar.
suelen preocuparnos. La consideración de que se trata de una cir­
cunstancia casual es precisamente lo que nos proporciona dolor, lo Pero la mayor parte de las veces nos negamos a aceptar esta idea,
que da al hecho su aguijón. Pero sí lleg^amos a reconocer que el do­ cx>mo nos negaríamos a beber una medicina amarga, esta idea según
lor como tal es esencial e inseparable de la vida y que lo único acci* la cual et dcdor es esencial a la vida y no proviene del exterior, sino que
dental y dependiente del acaso es la forma bajo la cual se presenta, cada uno de nosotros lo lleva dentro de sí, como un manantial
que nuestro dolor ocupa un lugar, el cual de no estar ocupado por que no se agota. Siempre buscamos una causa o un pretexto exterior
éste sería reemplazado por otro, que ahora se encuentra excluido; del dolor que no se separa de nosotros; somos como el hombre libre
que, por consiguiente, el destino poco nos puede quitar; tal reflexión, que se crea un ídolo para tener un amo. Pues infatigablemente vola-
en caso de convertirse en viva persuasión, podría suministrarnos una nios de deseo en deseo, y aunque ninguna realización, por mucho
buena dosis de ecuanimidad estoica, disminuyendo en gran parte que prometa, pueda satisfacemos y no ser más que un vergonzoso
nuestras angustiosas preocupaciones acerca de nuestro propio bienes­ error, nos empeñamos, no obstante, en no comprender que estamos
tar. Pero de hecho, tal poderoso dominio de la razón sobre los dolO' haciendo el trabajo de las Danaídes" y corremos incesantemente
res que sentimos de un modo inmediato, pocas veces o nunca se en­ hacia nuevos deseos.
cuentra. Así continuamos indefinidamente o hasta que encontramos un de-
Por lo demás, esta consideración sobre la inevitabilidad del dolor, la *eo que no podemos satisfacer ni rechazar, lo cual es más raro y supo-
sustitución de unos dolores por otros y la aparición de nuevos tras
la desaparición de los anteriores, puede llevarse hasta sostener la hi' * buen o mal hum or.
póte^is, paradójica, pero no absurda, de que en cada individuo esta " Acerca de l&s Datiaides, véase la nota 4 de la tercera parte de esta antología.
268 LA V O L U N T A D HUM ANA

nc ya cierta fuerza de carácter; eotoncea poseemos en cierto modo lo


que anhelamos, a saber: algo a lo que podemos achacar siempre el IV , L A J U S T I C I A U N IV E R S A L
ser la causa de nuestros dolores, en vez de acusar a nuestro propio
ser; este algo nos malquisU con la suerte, pero nos reconcilia con U
vida porque aleja de nuestro espíritu la idea de que el dolor es parte E l mundo en toda la multiplicidad de sus partes y formas es el fe­
de nuestra naturaleza y de que toda dicha es imposible. La conse* nómeno, o sea, la objetivación de una voluntad de vivir única. La
cuencia de este proceso es una disposición algo melancólica. El hom* misma existencia y sus formas, tanto en el conjunto como en cada
bre lleva en sí entonces un gran dolor único, que le hace olvidar todaa una de las partes, provienen únicamente de la vcrfuntad. Ésta es libre
las alegrías y todas las aflicciones menores. Esto constituye ya una y cMnnipotente.’’ En cada cosa la voluntad aparece determinándose
actitud más digna que la carrera incesante en pos de fantasmas que a ti misma con exclusión del tiempo. El mundo no es más que el espe­
varían continuamente. \MRV, I, § 57] jo de esta voluntad, y toda su imperfección, todos sus dolores y tor­
mentos pertenecen a la expresión de lo que la vc^untad quiere y es
como es porque así lo quiere. Por consiguiente, todo ser, por estricta
justicia, Ueva sobre sf la carga de la existencia en general y luego la
de su especie y la de su propia individualidad, absolutamente como
es, bajo las circunstancias dadas y en un mundo tal como el que ve-
OKM, gobernado por la contingencia y el error, temporal, efímero y
Ueno de dolor: todo lo que le sucede, e incluso lo que le puede suce­
der, es justo que le ocurra, pues suya es la voluntad y a tal voluntad
tal mundo. La responsabilidad de la existencia y del modo de ser del
miindo recae sobre el mundo mismo y sobre nadie más, pues ¿quién
cargaría con ella? — Si se quiere saber lo que vale el hombre moral-
mente considerado en su conjunto, no hay más que considerar su
destino también en general. T a l destino es miseria, dolor, tormento
y muerte. La eterna justicia se cumple: si el hombre no fuera, en ge­
neral, tan indigno, su destino no sería tan triste. En este sentido po­
demos decir que el destino del mundo es su sentencia. Si se colocara
en uno de los platillos de la balanza toda la miseria del mundo y en
d otro todas las culpas del mismo, la aguja permanecería en el fiel.
Sin embargo, al conocimiento puesto al servicio de la voluntad, al
Uidtviduo en cuanto tal, no se le presenu el mundo, tal como se le
^'evela al investigador: como la objetivación de una sola y única vo­
luntad de vivir, que es él mismo. La vista del individuo está enturbia­
da, como dicen los hindúes, por el velo de Maya;'^ no ve la cosa en

_** RecuirdeK que U voluntad ea Ubre en tanto coea en af, no en tanto que ae ma*
Su manirestación en d mundo de la repreaentación está determinada por las
d d coaodniento, entre las cuales se encuentra d principio de que
*^Muuuaa una causa a todo acontecimiento, a toda manifestación de la voluntad. Pero
cosa en sí es libre precisamente porque se halla fuera dd mundo como repre-
7* ^ n 6n, único para d cual vale ese principio. Respecto a la libertad de la voluntad
com en sí, véase en esta antología: sepinda parte, VIH.
. . Para U rdigidn védica la m iy i era una fuerta mágica, un poder de ilusión atri*
• Varufui. d dio« que vela por d orden d d mundo. Mediante la m iy i ese dio«

269
270 LA V O L U N T A D HUMANA LA JU S T IC IA U N IV E R SA L 271

SÍ, sino su fenómeno en el tiempo y en cl espacio, bajo el principio de ción no puede protegerle. A este presentimiento se debe el espanto
individuación y bajo las otras formas del principio de razón. Dado que hace presa en todos los hombres (y quizás también en los anima­
este modo de conocer, el individuo no descubre la unidad de la esen­ les más inteligentes) cuando por cualquier contingencia se encuen­
cia de las cosas; no ve más que los fenómenos en su múltiple varie­ tran desorientados por el principio de individuación; es decir, cuando
dad, en su aislamiento, en su número inagotable y en su oposición. el principio de razón parece derogado en alguna de sus formas, cuan­
Entonces cree que el placer y el dolor son cosas radicalmente distin­ do creemos haberse producido un cambio sin causa, o que una perso­
tas; considera a unos hombres como verdugos y asesinos, y a otros na muerta ha resucitado, o que lo pasado reaparece, o vemos próxi­
como atormentados y víctimas; la maldad (Bósé) es para él una cosa mos objetos muy lejanos. Entonces se apodera de nosotros un terror
y otra distinta el perjuicio {Übet).^* Y al ver al uno colmado de di­ inmenso porque nos sentimos desconcertados en nuestra manera de
chas, disfrutando de la abundancia y de la voluptuosidad, y al otro comprender los fenómenos, que es lo que hace que consideremos
morir de hambre y de frío a sus puertas, se pregunta: ¿dónde está nuestro individuo como cosa separada del mundo.,Pero esta separa­
la justicia? Y él mismo, arrastrado por cl ciego impulso de esa misma ción no existe más que en el fenómeno y no en la cosa en sí; y
voluntad que constituye su esencia, se lanza a los goces de ia vida, precisamente en ésta está la justicia eterna. En realidad toda nues­
abrazándolos con todas sus fuerzas, sin saber que por ese mismo acto tra dicha y toda nuestra prudencia están cimentadas sobre arena. La
ha tomado para sí los dolores de la existencia y los tormentos que un prudencia nos previene contra las adversidades; la dicha nos propor­
momento smtes le horrorizaban. Ve el sufrimiento y la maldad en e! ciona goces; pero el individuo no es más que fenómeno, y si se ve li­
mundo; pero, lejos de comprender que ambas cosas no son sino los bre de los dolores que otros padecen, es sólo como fenómeno y en vir­
dos lados del mismo fenómeno de la única voluntad de vivir, le pare­ tud del pnncipium individuaiionis. Si atendiésemos a la verdadera
cen cosas contrarias, y con frecuencia recurre a la malicia, es decir, esencia de las cosas, cada uno de nosotros debería mirar como cosa
trata de mortificar a los demás, para librarse de los dolores y afec­ suya todos los dolores del mundo, considerando como reales aun los
ciones de su propia individualidad, extraviado por los errores de la meramente posibles, mientras continúe siendo una firme voluntad de
individuación y engañado por el velo de Maya. —Pues así como el vivir, es decir, mientras afirma la vida con todas sus potencias. Para
marino, cuando el mar irritado ruge furiosamente levantando aquel cuyo conocimiento vaya más allá del principium indioiduationis,
monstruosas olas que cubren el horizonte, permanece sentado en su una vida dichosa, presente del azar o resultado de la prudencia, en
barco, tranquilo y confiado en su débil embarcación, así el hombre, medio del dolor, no es más que el ensueño del mendigo durante el
en un mundo lleno de dolores, permanece aislado y sereno, porque cual se figura ser rey, pero del que ha de despertar para reconocer
pone toda su confianza en el principio de individuación, o sea, en la que al querer elevarse 4x>r encima de las miserias de la existencia ha­
manera que como individuo conoce las cosas, como fenómenos. £1 bía sido víctima de una ilusión.
vasto mundo colmado de dolores, tanto en el pasado infinito como El conocimiento subordinado al principio de razón, al priruipitim
en el futuro interminable, le es extraño como una fábula. Lo único que indtmduaiionis, es incapaz de comprender la justicia eterna; en vano
para él tiene realidad es su insignificante persona, su presente, la busca el hombre en estas condiciones y no puede hacer más que sus-
que no es más que un punto, su bienestar del momento; para conser­ tituiiia por fantasmas. Ve cómo el malvado, después de haber come­
var esto hace esfuerzos indecibles hasta que un conocimiento más tido todo género de infamias, vive honrado y dichoso y muere sin cas­
profundo de las cosas ilumina su mirada. Hasta este momento, en los tigo, y en cambio ve al oprimido arrastrar una existencia miserable
más ocultos repliegues de su conciencia sólo se agita un oscuro pre­ sin que nadie se cuide de redimirle ni de vengarle. Sólo el que sabe
sentimiento de que quizá el mundo no sea completamente ajeno a él elevarse sobre el conocimiento que procede según el principio de ra-
y tenga una conexión con él, contra la cual el principio de individua* zón y que se limita a las cosas particulares, es el que ve y comprende
la justicia eterna, porque éste concibe las Ideas, va más allá del princi-
castigaba toda infracción del orden, de la palabra dada y de ia liturgia. Es probable pi*m indioiduationis y reconoce que las formas del fenómeno no convie-
que originariamente Varuna haya tenido una función creadora, pues estaba vinculado a la cosa en a . Este mismo es el que, gracias a didio conocimiento,
al agua, de la cual surge el universo, según esta religión. Los Upanithads afirman que puede comprender el sentido de la virtud, tal como la conoceremos
el mundo es creación de e&a “ magia de V aruna” ; de ah( su carácter ilusorio.
’♦ Respecto a los términos alemanes " B iu " y " ( J M " , véase la nota 4 de la Intro­
pronto en el curso de estas consideraciones, si bien su práctica no ne­
ducción de esta antología. r i t a en modo alguno del conocimiento abstracto. Por consiguiente.
LA V O L U N T A D HUM ANA LA J U S T I C I A U N IV E R S A L 273
272

el que ha alcanzado este conocimiento comprenderá que, siendo ia cepto mismo, en su estilo lleno de imágenes y hasta rapsódico; si bien
voluntad la esencia de todo fenómeno, tanto los tormentos infligidos en la religión popular o doctrina esotérica está expresado por medio
a los demás como los que él mismo padece, la maldad y el peijuicio de mitos. En los Vedas hallamos su exposición directa, producto del
afectan siempre a uno y el mismo ser, aunque en la forma fenoméni­ foás alto conocimiento y sabiduría a que ha Uegado la humanidad.
ca aparezcan como afectando a individuos distintos separados en el Los Upanischads, el don más precioso que nos ha Uegado al pre­
espacio y en el tiempo. Llegará a comprender que la diferencia entre sente siglo, nos dan la esencia de esta exposición en form as diversas,
aquel que causa el dolor y el que lo soporta no se refiere más que de la cuales la más notable es ésta: se hace desfilar ante el iniciado
al fenómeno y no a la cosa en sí, no a la voluntad que vive y se agita todos los seres del mundo, tanto animados com o inanim ados, pro­
en ambos, voluntad que extraviada por el conocimiento del que se nunciando respecto a cada uno de eUos la palabra totumes o más pro­
sirve, se desconoce a sí misma> y tratando de aumentar la felicidad piamente, tat twam asi, palabra que ha quedado com o fórm ula llam a­
para uno de sus fenómenos o individuos, produce un exceso de dolor da Mahavakya, y que quiere decir: esto eres tú .* [M V R, I, ^ 63]
en los demás, como si arrastrada por su vehemencia clavase los dientes
en sus propias carnes, sin saber que se hiere a sí misma y expresando
de este modo, por medio del principio de individuación, la contradic­
ción que palpita en su seno. El atormentador y el atormentado son
idénticos. EJ uno se engaña no creyendo participar en el dolor del
otro y éste creyendo ser ajeno a la culpa de aqud. Si ambos fueran
curados de su ceguera, el malo reconocería que él vive en el fondo
de toda criatura que sufre en el vasto mundo y que dotada de razón
se pregunta con qué fin ha venido a la vida para soportar dolores in­
merecidos; y el atormentado comprendería que todo el mal que se
hace o se ha hecho nace de esa voluntad que es xu esencia y que se
manifiesta en él; que, a través de esta manifestación y su afirmación
ha aceptado todos los dolores consiguientes y deberá soportarlos
mientras continúe siendo esta voluntad. De este conocimiento habla
el vate Calderón en L a vida es sueño, cuando dice:

Pues el delito mayor


del hombre es haber nacido.

¿Cómo no ha de ser un delito si una ley eterna le castiga con la


muerte? Calderón expresaba además, en estos versos, el dogma cris­
tiano del pecado original.
El conocimiento vivo de la justicia eterna, de esc fiel de la balanza
que enlaza indisolublemente el malum culpae con el malitm poenoe,
exige una completa elevación sobre la individualidad y sobre el prin­
cipio mismo que la hace posible; por esto siempre será inasequible
para la inmensa mayoría de los hombres, así como lo es el conoci­
miento claro y preciso de la esencia de la virtud, de que a continua­
ción vamos a ocupamos. — De aquí que los sabios autores de los li­
bros índicos que constituyen la doctrina esotérica, cuyo estudio no
era permitido más que a las tres castas regeneradas, hayan e x p r e s a d o
esta verdad tan directamente como lo permitían su idioma y el con­
* p. 60 y SI.
E L A S P E C T O M O R A L D E LA V O L U N T A D HUM ANA 275

el conflicto interior de la voluntad consigo misma, pues dicho egoís-


V. EL ASPECTO MORAL DE LA VOLUNTAD 0 >o debe su orígen y su esencia a la mencionada oposición entre el
HUMANA microcosmos y el macrocosmos, o también a que la objetivación de la
voluntad tiene por forma cl principium individuaiionis, apareciendo
la voluntad en los innumerables individuos de la misma manera, y en
I. E l E G O ÍS M O
cada uno de ellos completa y acabada en sus dos aspectos (voluntad y
representación). Por consiguiente, mientras cada individuo ve en sí
H e m o s d i c h o que d espacio y cl tiempo constituyen el principium in~
toda la voluntad y toda la representación, los demás sólo le son dados
dividuationis, porque la multiplicidad de lo semejante sólo es posible como mera representación; de aquí que su propia existencia y conser­
en ellos y por ellos. Son las formas esenciales del conocimicnto natu­ vación le importen más que la de todos los demás seres juntos. Cada
ral, es decir, del conocimiento nacido de la voluntad. De aquí que la uno de nosotros considera su muerte como el fin del mundo, mientras
voluntad se manifieste en la multiplicidad de los individuos. Pero esta que mira a los demás como la cosa más baladí del mundo, cuando
multiplicidad no se refiere a la voluntad como cosa en sí, sino sola­ no comparte con ellos nada personal. En la conciencia que ha llegado
mente a sus fenómenos. En cada una de sus manifestaciones la volun­ a su mayor grado de perfección, la conciencia humana, el egoísmo,
tad se da entera e indivisa y en torno suyo se ve la imagen repetida así como el conocimiento, el dolor o el placer, alcanza su más alto
hasta lo infinito de su propio ser. Pero éste, su propio ser, es decir, grado, y el conflicto de los individuos que de aquí nace reviste los más
lo verdaderamente real, sólo lo encuentra inmediatamente en su inte­ tenibles caracteres. Y esto lo tenemos constantemente ante nuestros
rior. De aquí que cada cual quiera todo para sí, quiera poseerlo todo, ojos, tanto en lo p^ueño como en lo grande: lo vemos unas veces en
o al menos dominarlo, y todo lo que le opone resistencia, quisiera su aspecto aterrador en la vida de los tiranos y malvados, así como
en esas guerras que devastan el mundo, y otras en su aspecto rídículo,
aniquilarlo. A esto hay que agregar que en los seres dotados de cono­
cimiento, el individuo es el sustentador del sujeto que conoce y éste de donde toma su tema la comedia, manifestándose principalmente
t a la forma de presunción y vanidad, defectos que La Rochefoucauld
el portador del mundo; lo que quiere decir que la naturaleza exterior
describió y definió en abstracto como nadie; lo vemos en la historia
y, por lo tanto, también los demás individuos, no existen más que en
universal y en nuestra propia experiencia. Pero en ninguna parte se
su representación; no tiene conciencia de ellos más que como repre­
manifiesta más claramente como en una multitud desenfrenad y de­
sentación suya, es decir, de una manera mediata y como algo depen­
sentendida de toda ley; entonces se deja ver con claridad aquel bellum
diente de su esencia y existencia. En efecto, si desapareciera su con*
m niwn contra omnes* de Hobbes, tan admirablemente descrita en el
ciencia desaparecería con ella el mundo, lo que quiere decir que su
ser o no ser son para él idénticos y no pueden ser discernidos. Por primer capítulo De cive. * * Entonces se ve que cada uno de nosotros
consiguiente, todo ser que conoce es en realidad, y como tal se consi­ íes capaz no sólo de arrebataríe a otro lo que quiere, sino de destruir
dera, la totalidad de la voluntad de vivir o del en>sí del mundo, al su fdicidad y aun su vida misma, con tal de proporcionamos una
mismo tiempo que la condición complementaria dcl mundo como re* aumento insignificante de bienestar. Esta es la expresión más acen­
presentación y, por ende, un microcosmos, que tiene el mismo valor drada del egoísmo, cuyas manifestaciones sólo son superadas a este
que el macrocosmos. La naturaleza, siempre y en todas partes since* respecto por las de la maldad propiamente dicha, que busca el daño y
ra, le da ya originariamente y con independencia de toda reflexión el dolor ajenos por puro placer y sin provecho personal alguno.
[MVR, I , Í 6 1 . ]
este conocimiento sencillo e inmediatamente cierto. Por estas dos de­
terminaciones necesarias se explica que el individuo, perdido en 1^
inmensidad del mundo y empequeñecido hasta la nada, se considere 2 . L a IN JU STICIA Y EL D ERECH O
no obstante como centro del universo y no se preocupe más que de
su conservación y de su bienestar, y que desde el punto de vista natu­ La primera y más simple afirmación de la voluntad de vivir es la
ral esté dispuesto a sacrificar todo lo demás, a destruir el mundo, ^innación del propio cuerpo, es decir, la representación de la volun-
para conservar un poco más su propio ser, esa gota de agua en
mar. Este sentimiento es el egpísmo, esencial a todos los seres de la na­ * la guerra de todos contra rodos.
turaleza. Pero es también lo que nos revela de una manera trágica ** dél LeDÜtíkan.

274
276 LA V O L U N T A D HUM ANA E L A SP E C T O M O R A L D E LA VOLUhTTAD HU M A NA 277

tad a través de actos en el tiempo, en cuanto ya el cuerpo, en su for. ¿xpUcado en términos abstractos, y una herida que no se cierra acaba
ma y en sus fines» no representa otra cosa que esa misma voluntacl para el resto de la vida con la tranquilidad del espíritu, pues el terror
en el espacio. Esta afirmación se manifiesta como conservación del que nos estremece después de haber cometido el asesinato, así como
cuerpo por medio del empleo de sus propias fuerzas. Con ella se reía- ¿ espanto que nos hace retroceder ante Ja ejecución, corresponde al
ciona inmediatamente la satisfacción del instinto sexual y puede con> ilimitado apego a la vida, del cual está penetrado todo ser viviente
siderarse como parte de ella, puesto que los órganos sexuales forman en tanto fenómeno de la voluntad de vivir. Como semejante al asesi­
parte deJ cuerpo. Pero como quiera que la voluntad presenta dicha nato en su esencia y sólo diferente del mismo en el grado es de consi-
aiítoafirmación del cuerpo en una serie innumerable de individuos que ^ a r la mutilación intencionada o la mera lesión del cuerpo de otro
viven en sociedad, el egoísmo, natural a todos, hace que en un indivi. individuo y hasta un golpe. También representa una injusticia el re­
dúo se convierta fácilmente, de mera afirmación, en tugación de esa ducir a otro hombre a la esclavitud; y finalmente el atentar contra la
misma voluntad manifestada en otro. La voluntad del primero tras­ propiedad de otro, en la medida en que ésta sea considerada como
pasa los límites de la afirmación de la voluntad ajena, ya lesionando fruto de su trabajo, es del mismo género que la anterior injusticia y
o destruyendo su cuerpo, ya ejerciendo coacción sobre sus fuerzas se relaciona con ella como las lesiones con el asesinato.
para que sirvan a su propia voluntad en vez de servir a las del cuerpo
en que aparecen. Esie hombre despoja así a Ja voluntad objetivada en
un individuo, de las fuerzas por las cuales se manifestaba, para
aumentar en la misma medida las suyas propias; por consiguiente, La propiedad, que no se le puede arrebatar al hombre sin cometer
al afirmar su voluntad traspasa los límites de su cuerpo y la niega en una injusticia, sólo puede ser aquella que con arreglo a nuestra expli­
otro. Esta invasión de los límites de la afirmación de la voluntad aje­ cación es el resultado del empleo de sus fuerzas. T al despojo priva
na ha sido conocida en todos los tiempos y su concepto se designa con a la voluntad de las fuerzas del cuerpo en que está objetivada para ha­
el nombre de injustiáa. Pues ambas partes conocen el hecho, no como cerlas servir a otra objetivación de la voluntad en un cuerpo distinto.
aquí le definimos por medio de abstracciones, sino como sentimiento. De este modo el que comete una injusticia, atacando no el cuerpo de
£1 que sufre la injusticia siente la irrupción en la esfera de la afirma­ otro, sino algo inanimado y que difiere por completo del cuerpo, in­
ción de su propio cuerpo, la negación que del mismo hace un indivi­ vade, sin embargo, la esfera de la afirmación de la voluntad ajena,
duo extraño, onno un dolor espiritual inmediato, enteramente separa­ ya que las fuerzas y el trabajo de ese otro cuerpo están unidas e iden­
do y distinto del dolor físico que le causa el acto o del pesar que le tificadas con la cosa. De aquí se sigue que todo verdadero derecho
proporciona el daño. £1 que la.comete conoce por otra parte que de propiedad, es decir, todo derecho de propiedad moral, tiene su
él es en sí la misma voluntad que aparece en el otro cuerpo, y que és* origen única y exclusivamente en el trabajo, como se admite general­
ta se afirma con tanta vehemencia en uno de sus fenómenos que, mente, incluso por K ant, y como lo consigna clara y bellamente el
traspasando los límites y las fuerzas de su cuerpo, se convierte en ne­ más antiguo de todos los códigos del mundo, el código de Manú, en
gación de esta misma voluntad en otro fenómeno; por consiguiente, ^ siguiente pasaje: “ Los sabios, que conocen los tiempos más remo­
considerado como voluntad en sí, siente que esta vehemencia le pone tos, declaran que un predio cultivado es propiedad del que lo ha rotu­
en lucha consigo mismo y desgarra su propio seno. Pero tal conoci* lado, labrado y mejorado, como un antflope pertenece al primer ca­
miento no se presenta en abstracto, sino como un oscuro sentimiento, zador que lo hirió mortalmente. ” ( I X , 44). Sólo la debilidad senil de
que es lo que llamamos remordimiento de conciencia, o en el presente ca­ Kant explica su teoría del derecho, que no es más que un conjunto
so, el sentimiento de haber corrutido una injiisticia. de errores nacidos unos de otros, sobre todo en lo que se refiere al de-
La injiísticia, que hemos analizado aquí en su concepto más genera) i'echo de propiedad, que funda en la ocupación. Pero ¿es que la sola
y abstracto, se expresa en concreto de la manera más acabada y pal' ^declaración de mi voluntad basta para excluir a los demás del goce de
pable en el canibalismo; éste es su tipo más claro y evidente, la ima* cosa y para crear inmediatamente un derecho? Esta declaración
gen espantosa de la más aguda contradicción de la voluntad consiga) ^^ecesita evidentemente un título de derecho, mientras que Kant
misma en el más alto grado de su objetivación: el hombre. A éste le acepta que ella misma ya lo e s ...’^ Siempre que por el esfuerzo del
sigue el asesinato, cuya perpetración va seguida inmediatamente y
con temible certeza del remordimiento, cuya significación ya hemos Ei derecho de propiedad fundado en la ocupación no es para Kant m is que una
278 LA V O L U N T A D HUM ANA E L A S P E C T O M O R A L D E LA V O L U N T A D HUM ANA 279

hombre, por pequeño que esie esfuerzo sea, reciba forraa una cosa tural hay propiedad con perfecto derecho natural, es decir, moral,
o sea mejorada o protegida contra la destrucción, aunque tal esfuerzo derecho que no puede ser vulnerado sin injusticia y que sin injusticia
no consista más que en recoger un fruto silvestre, si un tercero quiere puede ser defendido. En cambio, sí es cierto que fuera del Estado
apoderarse de él, priva evidentemente a otro del resultado de ]as fuer­ no puede darse un derecho petud. Todo tlerecho a castigar está fundado
zas empleadas, utilizando el cuerpo de ese otro en el servicio de su v q . en la ley positiva, que antes de cometerse el delito ha determinado una
luntad, en vez de utilizar el suyo; de este modo afirma su propia pena cuya amenaza sirve de contramotivo y está encaminada a con­
voluntad sobre su fenómeno, llegando hasta negarla en el ajeno, es trarrestar todos ios motivos que pueden conducir a la delincuencia.
decir, comete una injusticia. Por el contrario, el mero goce de una Esta ley positiva es de considerar como sancionada y reconocida por
cosa sin ejercer sobre ella trabajo alguno ni defenderla de la destruc­ todos los ciudadanos dcl Estado. Por consiguiente, se funda en un
ción, no da más derecho a ella que la declaración de la voluntad de pacto común a cuyo cumplimiento en todos los casos están obliga­
poseerla exclusivamente. De aquf que, aunque una familia hubiera dos todos los miembros del Estado; de aquí que el Estado tenga dere­
cazado durante un siglo en un coto sin hacer nada que lo mejorase, cho a exigir su cumplimiento. Se deduce de esto que el fin inmediato
no podría, a menos de cometer una injusticia moral, negar que otro di la pena cn cada caso concreto es la ejecución de la l^ como convenida.
cazador utilizara dicho terreno. El llamado derecho del primer ocu­ Mas el único fin de la es impedir, por la intimidación, el menoscabo
pante, con arreglo al cual, por sólo haber disfrutado una cosa, se pide de los derechos ajenos, para lo cual se han reunido todos en Estado,
como recompensa el derecho exclusivo a disfnitaria siempre, carece renunciando a cometer injusticias y contribuyendo a sostener las car­
de fundamento moral. Los que llegasen después podrían decir con gas de ese Estado. Por lo tanto, la ley y su cumplimiento, a saber,
mejor derecho al que sólo se apoyase en aquella pretensión: “ Precisa­ la pena, están dirigidos principalmente al fiuuro y no al pasado. Ésta
mente porque tú has disfrutado ya de la cosa es justo que ahora ta es la diferencia entre la pena y la venganza, la última de las cuales está
disfruten otros. ’ ’ De toda cosa que no sea susceptible de ser trabajada motivada simplemente por el hecho, es decir, por lo pasado como tal.
para mejorarla o para conservarla, no hay posesión exclusiva moral­ Toda represalia ejercida a consecuencia de una injusticia, sin fín al­
mente fundada, a no ser que exista una cesión voluntaria por parte guno por lo futuro, es venganza, y no puede tener otra intención que
de todos, en recompensa a ciertos servicios, por ejemplo. Pero esto la de consolarse del mal sufrido con el espectáculo del mal ajeno. Esto
supone ya un Estado regido por una constitución. El derecho de pro­ es maldad y crueldad y no puede tener justifícación ética. El mal que
piedad moralmente fundado tal como lo hemos definido, da por su na­ otro me haya hecho no me autoriza a mí para devolvérselo. Devolver
turaleza al que lo posee un poder tan ilimitado sobre las cosas como mal por mal, sin fin ulterior, no es moral ni obedece a ninguna razón
el que ejerce sobre su propio cuerpo de donde se infiere que puede moral ni racional, y el ju s talionis carece de sentido como principio
transmitir su propiedad a otros por cambio o por donación, y enton­ último de derecho penal. [MVR, I, j 62]
ces poseerán éstos la cosa con tan justo título como cl transmisor.
[MVR, I, í 62]

Kant sienta la afirmación, fundamentalmente falsa, de que fuera El resultado de todo esto es que el concepto de injusticia es primordial
del Estado no existe un verdadero derecho de propiedad.'® Pero y positivo; el de derecho, opuesto a él, es derivado y negativo. Pues
conforme a nuestra anterior argumentación, también en el estado na- no debemos atenemos a las palabras, sino a los conceptos. En efecto,
nunca se hubiera hablado de derecho si no existiera la injusticia. Pues
el concepto de derecho no contiene otra cosa que la negación de la
'‘«dquiskiÓQ provisional"’ en ausencia de un estado civil, el único en d cual puede dar­
se la "adquíiiciún perentoria". La adquisición por ocupación corresponde, pues, sólo
injusticia, y en ella se subsume toda acción que no traspasa el límite
al estado natural, no al civil, )' puede extenderse u n to como la facultad que se tenga uites señalado, es decir, que no niega la voluntad de otro para afir-
para defenderla. " E t trabajo — afirma K anl— si se trata de la primera adquisición, niar con más fuerza la propia. Dicho límite divide, bajo el aspecto
no « más que un signo externo de la loma de posesión que puede ser reemplazado mortU, toda la esfera de las acciones posibles en acciones justas y ac­
por muchos otros que cuestan mucho menos esfuerzo.” V íase: K ant, M tíafitka de Ia¡ ciones injustas. Mientras una acción no invade del modo descrito la
cojtum brej, primera parte: Doctrina de] derecho, capítulo primero, f f 1^ 17.
Schopenhauer se refiere aquí al carácter provisional que le otorga K ant a ta ad­
esfera de las afirmaciones de la voluntad ajena negándola, no consti­
quisición en el estado natural. Véase la nota anterior. tuye injusticia. De aquí que el negar ayudar en una necesidad apre­
280 LA V O L U N T A D HUM ANA
E L A SPEC TO M O RA L D E L A V O L U N T A D HUM ANA 281

miante o ver tnoñr de inanición a un hombre con mirada impasible, vehemente y múltiple, el rostro del malvado Ueva el sello del dolor
aun siendo actos de diabólica crueldad, no son actos injustos; lo que interno: incluso si ha adquirido todos los éxitos exteriores, la desgra­
sí puede decirse con seguridad es que quien es capaz de llevar la indi­ cia se expresa en su rostro tan pronto como el regocijo momentáneo
ferencia y la dureza de corazón hasta ese punto, lo será también de desaparece o deja de disimular. D e este tormento interior del malva­
cometer cualquier injusticia en cuanto le convenga y no haya quien do nace también el goce desinteresado por los males ajenos, que no
se lo impida. [MVR, I, / 62] puede surgir del mero egoísmo y qu e es lo que constituye la maldad
propiamente dicha, que Uega hasta la crueldad. Entonces el mal de los
demás no es ya un medio para alcanzar los fines de su propia volun­
3. L a MALDAD tad, sino que constituye un fin en sf mismo. Este fenómeno se explica
de la siguiente manera: corao el hom bre es la manifestación de la vo­
Llamamos m ah a un hombre que, no contenido por fuerza alguna luntad iluminada por el conocimiento, mide constantemente la satis­
exterior, no desperdicia ocasión de obrar injustamente. Según nues­ facción real que experimenta comparándola con la posible que le pre­
tra explicación de la injusticia, esto quiere decir que semejante hom­ senta el conocimiento. De aquí nace la envidia; toda privación
bre no se limita a añrm ar su voluntad de vivir tal como se manifiesta se agrava desmesuradamente o>n el placer que otro experimenta y se
en su cuerpo, sino que llega a negarla en otros individuos, tratando alivia con la idea de que otros padecen el mismo mal. Los males co­
de emplear las fuerzas de éstos en el servicio de su voluntad y des­ munes a todos nos afligen poco, así como los que dependen del clima
truirlos cuando a ella se oponen. El origen de esta disposición de áni­ y afectan a toda una comarca. El recuerdo de los males ajenos supe­
mo es, en úUimo término, un alto grado de egoísmo, del que ya he­ riores a los nuestros mitiga nuestro dolor. Supongamos ahora un
mos hablado. Dos cosas se manifiestan aquí patentes: primera, que hombre dominado por una voluntad de excesiva violencia y que, con­
en semejante hombre se expresa una vehemente voluntad de vivir, sumido por sus ai^titos, quisiera gozarlo todo para saciar la sed de
que rebasa la afirmación de su propio cuerpo; segunda, que su cono­ su egoísmo, y que, al mismo tiem po, Uegara a convencerse de que
cimiento sometido exclusivamente al principio de raizón y preso en toda satisfacción ds sólo aparente y que los logros nunca cumplen con
el principium individuationis, se atiene tercamente a la distinción que lo que prometen líos deseos, a sal^ r: la satisfacción final del furioso
este último establece entre su persona y las demás, procurando su impulso de la voluntad, sino que a través de la satisfacción del deseo
bienestar, sin importarle el ajeno, y considerando a los demás seres sólo cambia su forma y entonces atorm enta bajo otra forma, y aun
como extraños a él y separados de su individualidad por un abismo, cuando todos los anhelos se agotaran, el impulso de la voluntad persis*
e incluso» como si fueran fantasmas sin ninguna realidad. Estas dos tiría sin motivo conocido, manifestándose com o el terrible sentimiento
propiedades son los elementos fundamentales dcl carácter del malvado. del vacío y el abandono. Todo esto sentido en escasa medida no pro­
Aquella intensidad del querer es ya en sí y por sí una fuente per­ duce más que un cierto humor sombrío en las personas dotadas de un
manente de dolor. En primer lugar, porque todo querer nace de la carácter ordinario, pero en el malvado provoca necesariamente
carencia de algo y, por lo tanto, de un dolor. (De aquí que, como re­ un tormento interno excesivo, una inquietud permanente, un dolor
cordaremos, el apaciguamiento momentáneo del todo querer que se uicurable; entonces buscará indirectam ente el alivio que no puede
produce tan pronto como nos constituimos en sujeto puro del conoci­ encontrar directamente, buscará aplacar su dolor con d espectáculo
miento libre de la voluntad, en sujeto de la contemplación estética, es del dolor ajeno, en el cual ve tam bién una expresión de su propio po­
ya, por esto mismo un elemento principal del placer estético.) En se­ der. De este modo se convierte p ara él el dolor ajeno en un fin, en
gundo lugar, porque el encadenamiento causal de las cosas hace que un espectáculo que le deleita: así s u i ^ la manifestación de la cruel­
la mayor parte de los deseos no se satisfagan y que la voluntad este dad, de esa sed de sangre que con tanta frecuencia nos ofrece la his­
por lo general más contrariada que satisfecha; de aquí que un querer toria en los Nerones y Domicíanos, en los déspotas de Africa, en Ro-
vehemente y múltiple traiga constantemente tras de sí un dolor vehe­ be^ierre, etc.
mente y múltiple también. Pues todos nuestros sufrimientos no son Con la maldad está emparentada tam bién ia venganza que paga
otra cosa que un querer insatisfecho y contrariado, y hasta el mismo ^ mal con el mal, sin mirar a lo porvenir, que es lo que caracteriza
dolor físico sólo es posible por ser el cuerpo voluntad objetivada. Po^ ^ castigo, sino únicamente a lo pasado, a u n hecho acaecido, y que,
esto, porque el dolor vehemente y múltiple es inseparable del querer por consiguiente es desinteresado y se le busca, no como medio, sino
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como fin, para gozar con el dolor que se le causa al otro. Lo que dis­ ante sus ojos en los mismos tormentos que causa a sus víctimas y a
tingue a la venganza de la mera maldad y en algo la justifica, es una la que se encuentra tan estrechamente enlazado que produce lo terri­
mera apariencia de justicia, por cuanto el mismo acto de la venganza, ble para afirmar plenamente su propia voluntad. Reconócese como
si se realiza legalmente, cs decir, de acuerdo con una ley sancionada fenómeno concentrado de la voluntad de vivir, siente hasta qué pun­
por la sociedad, consdtuiria una pena y, por lo tanto, un derecho. to está atado a la vida y por ende a los infinitos dolores que constitu*
yen su esencia, pues la vida tiene por delante un tiempo y un espacio
Por espeso que sea el velo de M aya que envuelve el sentir del mal­ iofinitos para llenar la distancia que media entre la posibilidad y la
vado, es decir, por grande que sea la terquedad con que se atrinchera realización y para transformar los dolores meramente pensados en do­
detrás del prinápium indioiduationis, que le hace considerarse como lores experimentados. Sin embargo los millones de años de constante re­
esencialmente distinto de los demás y separado de ellos por un abis­ generación sólo existen conceptualmente, como sólo existen en la
mo, lo cual constituye el sostén de su egoísmo y del conocimiento fal­ abstracción el pasado y el futuro: sólo el presente es el tiempo ocupa­
seado por la voluntad, no obstante, en el seno de su conciencia palpi­ do, la forma de la manifestación de la voluntad, y para el individuo
ta la sospecha de que todo esto no es más que un fenómeno, mientras ' el tiempo es siempre nuevo: siempre se encuentra a sí mismo como
que en sí es muy distinto, y que, a pesar de la distancia que en el acabado de nacer. Pues la vida cs inseparable de la voluntad de vivir
tiempo y en el espacio le separa de los demás y de sus dolores, hacien­ y su forma es siempre el ahora. L a muerte se parece a una puesta de
do abstracción de la representación y sus formas, en todos ellos palpi­ aol, el cual sólo aparentemente es «jlevorado por la noche, pues en rea­
ta la misma voluntad de vivir, aunque aquí se desconozca a sí misma, lidad briUa sin interrupción y aporta sin cesar el día a otros mundos
volviendo contra sí sus armas, pues tratando de conseguir un mayor en un amanecer y un ocaso perpetuos. El principio y el fin sólo exis­
bienestar para uno de sus fenómenos, carga a los otros con los más ten para el individuo condicionado por el tiempo, que es la forma de
grandes dolores, y que él, el malvado, es precisamente esta voluntad este fenómeno para la representación. Pero fuera del tiempo sólo
completa, que, por lo tanto, no es sólo el que atormenta, sino tam­ existe' la voluntad, la cosa en sí de Kant, y su adecuada objetivación,
bién el atormentado, de cuyos dolores sólo le separa un sueño enga­ la Idea de Platón. De aquí que el suicidio no nos salve; lo que cada
ñador cn forma de tiempo y espacio, pero que cl sueño se desvanece uno quiere en su interior es lo que tiene que ser, y lo que cada uno es,
y él mismo en realidad compra el bienestar al precio del tormento, es precisamente lo que quiere ser.
que como voluntad de vivir le afectan todos los tormentos, aun los Así pues, junto al conocimiento meramente sentido de lo ilusorio
meramente posibles, pues sólo para el conocimiento del individuo y y vacío de las formas que separan a los individuos en la representa­
por virtud del pñncipium individuaiionis son distintas la posibilidad y ción, el conocimiento de nuestra propia voluntad y de su grado, es lo
la realidad, la proximidad y la distancia en el tiempo y en el espacio, que aguijonea a la conciencia. El curso de la vida forma el cuadro de
no en sí. El mito de la transmigración de las almas no expresa otra nuestro carácter empírico, cuyo original es el carácter inteligible; y
cosa sino esta misma verdad, adaptada al principio de razón y expuesta el malvado se estremece ante semejante cuadro, importando poco
en el lenguaje del fenómeno. Pero su más clara expresión la encontra­ que sus rasgos sean lo bastante grandes para estremecer al mundo o
mos en ese oscuro sentimiento, en ese tormento sin consuelo que lla­ tan finos que sólo él los perciba, pues esto sólo a él le concierne inme­
mamos remordimiento de conciencia. diatamente. El pasado en tanto mero fenómeno sería indiferente y no
Pero éste nace también de un conocimiento emparentado con el podría inquietar a la conciencia, el carácter no se reconocería como
primero, a saber: el reconocimiento de la fuerza con que la voluntad Uhlependientc del tiempo e invariable, si él no se negara a sí mismo;
de vivir se afirma en el hombre malvado, que va mucho más allá de por eso las cosas pasadas siguen pesando mucho tiempo sobre la con­
5 u fenónteno individual y llega hasta la negación total de esa misma ciencia. La súplica *‘no me dejes caer en la tentación” significa ‘"no
voluntad en otros individuos. Por consiguiente el horror que le pro­ me hagas ver lo que soy” . [MVR, I, f 65]
ducen al malvado sus propias acciones y que procura ocultarse a s>
mismo, contiene, junto a ese presentimiento de la mera apariencia
del principio de individuación y de la diferencia que éste crea entre
su persona y las demás, el reconocimiento de la violencia de su propia
voluntad, de la fuerza con que se aferra a la vida, cuyo aspecto tiene
2S4 LA V O L U N T A D HUM ANA E L A S P E C T O M O R A L D E LA V O L U N T A D H U M A N A 285

4 . E l ORIGEN DE LA V IRTU D ccn de inñuencia; los falsos no la perturban y los verdaderos difícil­
mente ia estimulan.
Una moral sin fundamento, por lo tanto un mero moralizar, no
tiene eficacia alguna, porque no puede motivar,'^ y una moral que Es verdad que los dogmas pueden ejercer una fuerte influencia so­
motive, sólo puede hacerlo actuando sobre el amor propio. Pero lo bre la conducta, sobre el obrar externo, como la ejercen el hábito y el
que procede de este último no tiene ningún valor moral. De esto se ejemplo (la inñuencia de estos últimos se debe a que el hombre, por
sigue que la moral y en general el conocimiento abstracto no pueden lo común, no se fía de su juicio, cuya debilidad reconoce, sino de su
promover la auténtica virtud. La virtud no puede nacer más que del propia experiencia o de la ajena) pero no cambian en nada la disposi­
conocimiento intuitivo que nos reveía en los demás la misma esencia ción interior. Todo conocimiento abstracto se limita a proporcionar
que en nosotros. Es cierto que la virtud procede del conocimiento, modvos; pero los motivos, como he dicho anteriormente, no hacen
pero no del conocimiento abstracto, que puede transmitirse por me- más que señalar una dirección a la voluntad, no la cambian.*^ El
dio del lenguaje.'® Si así fuera, podría enseñarse y su esencia po­ conocimiento que puede comunicarse no puede obrar sobre la volun­
dría ser expresada en abstracto; en tal caso podríamos corregir moral­ tad más que como motivo; cualquiera que sea la dirección en que los
mente a aquel que la comprendiera. Pero, lejos de suceder esto, los dogmas le guíen, lo que quiere el hombre permanece idéntico; lo úni­
sermones o los discursos sobre la moral son tan impotentes para ha­ co que puede conseguir son los caminos por los cuales lograrlo, y a
cer a un hombre virtuoso, como todos los tratados de estética lo han este respecto los motivos imaginarios le guían con la misma eficacia.
sido desde Aristóteles para hacer poetas. El concepto es tan estéril A^, por ejemplo, desde el punto de vista del valcH* moral del individuo,
para la virtud como para el arte; todo lo más puede prestar servicios lo mismo da que distribuya limosnas a los pobres pensaindo que en
subordinados, ayudando a realizar y a conservar lo que por otros ca­ una vida futura obtendrá diez veces más de lo que da, corao que
minos ha Uegado a reconocerse. Velie non discitur.* Sobre la virtud, es emplee la misma stuna en formar un fondo que le produzca, al cabo
decir, sobre la bondad de la intenciones, los dogtnas abstractos care* de algunos años, una renta segura y considerable; de igual manera,
el que por ortodoxia entrega al hereje a las llamas es un asesino, lo
En U oración alemana correspondiente a ésta x da un juego de palabras que no es
posible traducir. L a expcesión ” ofme B«;riuuAmj "sig n iñ ca sin fundamento, pero “Be-
grúnduñg^ ' quiere decir, por un lado, fundamento, establecimiento, y por el otro, moti­ Aquí te encuentra una de las m is importantes contradiccicmes d d ''sistem a” de
vación I de tal manera que esta oración considerada bajo esta última significación resul­ Schopenhauer. P or un lado se noc ha dicho que tro existe libertad de la voluntad, que
ta ser una tautología. ta voluntad no puede cam biar, que d carácter inteligible es inmutable, que pensar las
'* Una de las principales críticas de Schopenhauer a la ética kantiana consiste en acciones humanas sin motivos que den razón de ellas es imposible, y ahora se nos dice
señalar que ella pretende fundar el vak>r moral de las acciones en un conocimiento que las acciones morales, los actos d d virtuoso, no pueden proceder de motivos. Po*
abstracto, proveniente de la razón; facultad que para Schopenhauer no es más que la dr<a intentarse salvar La contradicción argumentando que Schopenhauer se refiere aquí
capacidad de formar representaciones abstractas, es decir, conceptos. Para Kant la •6k> a los motivos pertenecientes al mundo como representación, y que va a introducir
razón no es la facultad de form ar conceptos en general, es una facultad que nos e x i^ un nuevo tipo de motivos, aquellos que provienen d d aentido interno, de la experien­
pensar “ lo incondicionado” , pensar en conceptos a los cuales no les corresponde re­ cia interna, de nuestros sentimientos. S i ae acepta esto, uno de lo« ai^umentos en con-
presentación empírica alguna. Esta facultad es la que nos permite pensar el mundo tra de la libertad, a saber: aqud que postula que la única facultad que tiene que ver
como una totalidad o nuestro yo como una sustancia (véase a este respecto la nota 9 directamente con ios actos de la vcduntad, esto es, la autoconciencia, no puede decidir
de la segunda parte de esta antología). E n ella encuentra Kant la única facultad que d problema de ú d motivo ocasiona necesariamente el acto o no, pues la razón por
puede proporcionamos el principio gracias al cual otorgarie valor moral a nuestras ac­ l* cual no puede decidirio es d hedió de que d motivo cae fuera de su campo de compe­
ciones, pues no se refiere a representaciones empíricas. S i, por d contrario, no exigie­ tencia, en la “ conciencia de las otras cosas” , pero en d caso que estamos suponiendo
ra esa facultad, entonces todas nuestras acciones estarían determinadas por represen­ d motivo sí pertenecería al ámbito de la autocoiKÍencia. Esto no sería to más grave,
taciones empíricas, tas cuales responden a leyes necesarias de la naturaleza y, por lo h oofuecuencia más peligrosa de esa suposición, según la cual kxs sentimiento« podrían
tanto, nuestras acciones estarían integradas a esa necesidad. Ht principio de la moral constituirse en r m m í v o s , wría d quedamos sin causas en el mundo de la representación
es, pues, para K ant un principio que no proviene ni de la experiencia extem a (percep­ por lis cuales explicar las acciones humanas. Tendríamos, pues, fenómenos sin una
ción), ni de la experiencia interna (sentimientos), pero tampoco consiste en un conocí- Hz6n suficiente, lo cual para Schopenhauer es inintdigiUe. Así pues, Schopenhauer
m iento*‘racional’ ’ que puede ser enseñado mediante el lenguaje. P a r a S c h o p e n h a u c r . vio en la necesidad, por un lado, de llamar “ conocimiento intuitivo” a lo que en
como se verá inmediatamente, ci fundamento de la moral está e n un “ c o n o c i m i e n t o (Calidad es un sentimiento (la piedad, como llega a reconocerlo en EtJund»ntHU> d t U
intuitivo” ; en realidad se trata de un sentimiento que nos hace sentir como propia 1^ ^ 16 y en £/ mtmdit camo vobai/ady rtfir€Jtiaaaén, f € 7) y por d otro, de aceptar
vduntad ajena y. por ello, tiene la fuerza de movemos a la acción. <|ue ese conocimiento sí puede cam biar nuestra vduntad, nuestro carácter, nuestra
* El querer no se aprende [Séneca, E p istu laeS l, 14]. fonna de querer.
286 LA V O L U N T A D HUM ANA E L A SP E C T O M O R A L D E LA V O L U N T A D H U M A N A 287

mismo que el que asesina por robar, e incluso que el cristiano que U maldad, que es lo que constituye \a. justicia. Y a hemos explicado
degollaba turcos cn Tierra Santa, creyendo de este modo alcanzar un suficientemente lo que es justo y lo que es injusto; podemos, pues,
lugar en el cielo, pues no se preocupaba más que de sus fines egoístas, decir en pocas palabras que el h o m b r e e s el que reconoce y acata
como el bandido antes aludido y dcl cual no se diferencia sino por ese límite puramente moral que separa lo ju sto de lo injusto, en au*
Ja estupidez de los medios que empleaba. Según hemos dicho, desde sencia de ley o de otro poder que lo garantice, por consiguiente y se­
el exterior no obran sobre la voluntad más que los motivos y éstos gún nuestra explicación' el que no llega a negar la voluntad en la
sólo tienen la capacidad de modificar la manera como esta voluntad afirmación de su voluntad. El hombre ju sto no hará padecer jam ás
se manifiesta, pero no su propia sustancia. VelU non discitur. a un semejante para acrecentar su propio bienestar, es decir, no co­
meterá crünenes, respetando siempre los derechos y la propiedad de
Los actos y los modos de conducirse de los individuos y de los pue­ los demás. De aquí resulta que para el ju sto el principio de individua­
blos pueden sufrir grandes modificaciones por los dogmas, los ción no es, como para el malvado, un muro infranqueable, pues no
ejemplos y las costumbres. Pero en sí los actos {opera operata) no son afírm a, como aquél, su propia manifestación de la voluntad, negan­
más que imágenes; lo que les da valor moral es la disposición interior do todas las demás, ni los otros son a sus ojos meros fantasm as de
del que los realiza. Este valor puede ser el mismo aun en fenómenos esencia diferente a la suya, sino que por su conducta demuestra que
muy diferentes. Con igual grado de maldad podrá morir un hombre reconoce su propia esencia, la voluntad de vivir como cosa en sí, en los
en el cadalso y otro tranquilamente cn su lecho rodeado de los suyos. demás, en aquellos que le son dados como fenóm enos en la represen­
El mismo grado de maldad puede darse en una nación groseramente tación, que se reconoce en ellos hasta cierto grado, a saber: el que
entregada al asesinato y al canibalismo que en otra que cultive la fina consiste en no cometer injusticia, en no hacer daño a nadie. Su m ira­
intriga cortesana, las persecuciones e infamias de todas clases disfra* da traspasa entonces en la misma medida cl principio de individua­
zadas elegantemente; el fondo es cl mismo cn ambos casos. Puede ción, el velo de M aya, en cuanto considera que la esencia de los de­
pensarse que un Estado o quizá un dogma, al cual se conceda crédito m is es igual a la suya y no la perjudica.
absoluto y que nos hable de penas y recompensas de ultratumba, E n la justicia encontramos ya la resolución de no ir tan lejos en la
consiga impedir toda clase de crímenes; políticamente iríamos ga­ afirmación de la propia voluntad como para negar la manifestación
nando algo; moralmente, nada; todo lo más conseguiríamos el cuadro de la voluntad ajena, obligándola a servir a la primera. E l ju sto estará
de una voluntad reprimida por la vida. siempre dispuesto a dar el equivalente de lo que recibe. E n el grado
La auténtica bondad de las intenciones, la virtud desinteresada y supremo de esta ju sticia de las intenciones, que alcanza ya a la bon­
la nobleza no las produce pues el conocimiento abstracto. La fuente dad, cuyo carácter ya no es meramente negativo, cl hombre llega a
de todo esto es un conocimiento inmediato e intuitivo, que no se puede poner en cuestión su derecho a las propiedades heredadas, no quiere
adquirir dicursivamente, que precisamente por no ser abstracto, lervirse más que de sus propias fuerzas para ganarse el sustento, se
no puede comunicarse, sino que se revela por sí mismo, y que para reprocha todo lujo, toda prestación de servicios, y finalm ente abraza
su expresión propia y adecuada recurre, no a las palabras, sino a los vc^untariamente la pobreza.”
actos, a la conducta, a la manera toda de vivir. Nosotros, que estu­
diamos aquí la teoría de la virtud y que tenemos que enunciar en una Hemos visto que la justicia que surge espontáneamente tiene su ín ­
fórmula abstracta cl fondo del conocimiento que le sirve de base, no timo origen en un cierto grado de superación dcl principium indi-
podremos llegar de esc modo a proporcionar nunca cl conocimiento
mduaUonis, mientras que el injusto permanece cautivo en él. Esta
mismo, sino solamente su concepto; expondremos su concepto par­
superación puede llegar a un grado más alto del necesario para la jus-
tiendo siempre de la conducta en la cual se hace visible y a la cual
nos referimos como su única expresión adecuada. Lo que tenemos
que comentar e interpretar cs esta expresión, cs decir, tenemos que • Dos c¿iebret lectores de Schopenhauer d em oatn ron con hechoi la concepción
<)ue aquí expresa eite autor acerc^a de la ju sticia en su grado suprem o. Estos hcMsbrcs
enunciar en fórmulas abstractas lo que realmente sucede cn la con­ fueron León Tolstoi y Ludwig W itt^ n s te ín . El prim ero abandona h acia e l fin al de su
ducta. ''Via sus propiedades de Y asnaia P oliana, para a d o p tv una vida de asceta, dirigiéndo­
Antes de hablar de la bondad propiamente, en oposición a la maldad, le al m onasterio de O ptina y m is tarde al de Cham ordino. £1 segundo, qu ien tam bién
debemos tratar antes de un grado intermedio: ia mera negación de a T o iito i, renunció a una ^ a n herencia y vivió algún tiem po en una aislada ca-
bafta que él m iim o construyó en Noruega.
288 LA V O L U N T A D HUM ANA E L A SP E C T O M O R A L D E LA V O L U N T A D HU M A NA 289

ticia y que conduce a hacer el bien, a la benevolencia, a la caridad, que ejerce la caridad el velo de M aya se hace transparente y el enga­
y esto cualquiera que sea la fuerza o la energía de ia voluntad en el ño del principio de individuación se desvanece. En cada ser y, por
individuo. El conocimiento podrá en este caso equilibrar a la volun­ consiguiente, en todo lo que sufre se reconoce, reconoce su ser, su vo­
tad, enseñándola a resistir la tentación de obrar injustamente y aun luntad. Entonces comprende todo el absurdo de la voluntad de vivir
produciendo todos los grados de bondad hasta la resignación. Así que se desconoce a sí misma y que goza en un individuo voluptuo­
pues, no ha de pensarse que el hombre bueno es una manifestación sidades efímeras e Uusorias, mientras que en otro soporta el dolor y
de la voluntad originariamente más débil que la del malo, sino que la miseria, que impone tormentos y los sufre, sin ver que, como
es el conocimiento lo que en él domina al ciego impulso de la volun­ Tiestes,^^ se alimenta de su propia carne, que por un lado se queja
tad. Es verdad que hay individuos que sólo parecen ser buenos a cau­ de su ingrata suerte y por otro, sin temor a la Némesis comete toda
sa de la debilidad de la voluntad en ellos manifestada, pero pronto clase de crímenes, sólo porque no se reconoce en el fenómeno ajeno,
se descubre lo que son en la falta de dominio sobre sí mismos cuando desconociendo la justicia eterna, y porque esclava del principium indi-
se trata de realizar un acto de justicia o una buena acción. viditationis, está sometida al conocimiento regido por el princio de
Ahora bien, si por rara excepción nos encontramos con un hombre razón. La práctica de la caridad es la abjuración de las ilusiones y del
que posee considerables ingresos, pero de los cuales utiliza para sí delirio de Maya. El amor es el signo inconfundible de este conoci­
sólo una exigua parte, dando el resto a los pobres y privándose así miento.®*
de muchos goces y comodidades, y buscamos aclarar la conducta de
este hombre, veremos que, haciendo abstracción de los dogmas por Uestes es d hermano de Atreo (padre de Agamenón y Menelao), con quien mata a
su otro hermano, Crisipo, i in c ita d ^ de la madre, y por lo cual reciben la maldición
los cuales pretende comprender su propia conducta, la expresión más
del padre que ocasiona la terrible rivalidad de loi hermanos. Acogidos en la corte de
sencilla y el carácter esencial de su manera de obrar consiste en que M kenas entran en pleito por el trono, que el oriculo de Detfo* Kabía vaticinado que
establece menos diferencia de la que generalmente se acepta entre él y los demás. quedaría en manos de alguno de los dos hermanos. En este pleito la esposa de Atreo,
Mientras que para la mayoría de los hombres esta diferencia es tal, (^ue es amante de Tiestes, intriga ran este último en contra de tu marido. Finalmente
que para el malvado el dolor de otro es motivo directo de alegría y lo« dioses favorecen a Atreo, quien sube al trono y dcstierra a su hennano, pero una
ve* enterado de la traición en su contra, arroja a su m ujer al m ar e invita a su hermano
para el injusto un buen medio para su propio bienestar, mientras que a regresar. £1 regreso se festeja con un banquete en el cual se sirven tres hijos de Ties-
el hombre meramente justo se limita a no causar dolor y la mayor Ms. A este último bed ) 0 »e refíere Schopenhauer al comparar a la voluntad que hace
parte de los hombres ven junto a ellos innumerables dolores sin deci­ sufrir, con Tiestes que se alimenta sin sabeiio con su propia carne. Al final del banque­
dirse a aliviados, porque tendrían que imponerse alguna privación, te Atreo muestra las cabezas de los tres hijos. Posteriormente Tiestes se venga a trav^
de un hijo, produao de un incesto con su propia hija, quien destrona a Atreo para
mientras que para todos ellos la diferencia entre su persona y las
ceder el tono a su padre.
demás es enorme, para aquel noble carácter que imaginamos carece El amor al cual se refiere aquf Schopenhauer no es el amor que ha quedado con­
de importancia; el principium individuationis, la forma del fenómeno, signado en esta antilogía (^ ^ < ). Es otro tipo de amor que reconoce: el amor puro,
no le tienen tan fuertemente esclavizado, sino que el dolor que ve en U compasión que identific% cmi la piedad (véase: E i mundo comt otíundady rr-
los demás le afecta casi tanto como el suyo; por lo mismo trata de es* PmtnUKxÓK, f 67). Ésta es la fuente de toda virtud según él, y no ese frío deber, esc
respeto a la ley moral, a un mandato, que la ética kantiana considera como el funda­
tablecer el equilibrio con sus semejantes y renuncia a placeres, acepta
mento de la moral. En su obra E lJundamento «tr la m on i Schopenhauer nos presenta una
privaciones, para aliviar los males ajenos. Siente en su interior que •impática historia para ganarse el juicio del lector ante la ética de Kant. Supone la exis­
la diferencia que le separa de los demás y que al malo le parece un tencia de dos hermanos. Cayo y T ito , ambos enamorados de dos muchachas, pero obs­
abismo, pertenece a un fenómeno pasajero y engañoso, reconoce in­ taculizados por dos rivales que deciden asesinar cada uno por su cuenta. Pueden come­
mediatamente y sin necesidad de emplear razonamiento alguno que ter d homicidio sin ningún peligro de ser descubiertos, pero en d momento decisivo
•e arrepienten. “ De ese abandono de su idea —escribe &hopenhauer— deben expli­
el en-sí de su propío fenómeno es también el de los demás, a saber: carte ante ttosoiros, sincera y claramente. En cuanto a Cayo, dejo que d lector escoja
aquella voluntad de vivir que constituye la esencia de todas las cosas, Us explicacitmes que le pondrá en la boca. Podrá haber sido contenido por motixxis
que vive en todas ellas y se extiende a los animales y a toda la natura- religiosos, por d pensamiento de la voluntad divina, del castigo que le espera, d d ju i­
leza, por lo que se abstendrá de atormentar a las mismas bestias- cio futuro, etc.; o bien dirá: 'H e reflexionado que la máxima de mi conducta en esta
circunstancia no hubiera sido propia para suministrarme una regla capaz de aplicarse
Es incapaz de dejar vivir a otro en la miseria, mientras él tiene más
* todos los seres racionales en general, porque iba a tratar a mi rival como a un simple
de lo necesario, como lo es cualquier otro de padecer hambre un día ioedio, sin ver en él al mismo liempo un fin en sC (perífrasis d d im pentivo categórico
para tener al siguiente más de lo que puede gozar. Pues para aquel ^*ntiano]... En una palabra, dirá lo que queráis. Pero vayamos con T ito, el cual se
290 LA V O L U N T A D HUM ANA

Lo contrarío d«l remordimiento o dolor de la conciencia, cuyo orí-


gen y significación quedan explicados, es la buena coruwuia, la satis­ V I . L A N E G A C IÓ N D E L A V O L U N T A D D E V I V I R
facción que toda acción desinteresada proporciona. Esta satisfacción
surge al confirmarse el conocimiento del que provienen esas acciones,
a saber: el reconocimiento inmediato de nuestra propia esencia en los Si ANTE LOS OJOS de un hombre »e descorre el velo de Maya y pe­
fenómenos ajenos, el saber que nuestro verdadero yo no existe sólo netra más allá del pnncipium ináxviduationis, de modo que todía distin­
en nuestra propia persona, en este fenómeno aislado, sino en todo lo ción entre los individuos queda borrada, si toma parte en los dolores
que vive. Gracias a esto el corazón se ensancha, mientras que bajo ajenos, llegando no sólo a la suprema piedad, sino hasta d sacrífício
el egoísmo se siente oprímido. Pues como éste concentra nuestro inte­ por salvar a muchos, este hombre, que se reconoce en todos los seres
rés en el fenómeno aislado del propio individuo, con ello el conoci­ y que descubre su verdadera esencia en todos ellos-, deberá considerar
miento nos presenta constantemente los innumeraUes peligros que nos también como propios los sufrimientos de todo ser vivo, apropiándo­
rodean, haciendo predominar en nuestro ánimo la inquietud y la pre­ se así el dolor universal. Ningún sufrimiento le será extraño. Todos
ocupación; mientras que la convicción, según la cual todo lo que vive los tormentos de los demás, que 61 contempla y que tan pocas veces
es como la esencia de nuestra persona, extiende nuestro interés sobre puede evitar, todos los dolores ^ e sólo conoce indirectamente y has­
todo lo que vive y por ello ensancha el corazón. Por disminución del ta los que considera como posibles, obrarán en su espíritu como los
interés en el propio yo, la medrosa inquietud es restringida y aco­ suyos propios. Y a no estarán fíjos sus ojos en sus dolores personales,
metida en su raíz; de ahí la tranquila y confiada serenidad de la bue­ como le sucede ál egoísta, sino que, en la medida en que ha traspasa­
na conciencia, y la clara forma en que se destaca en toda buena do d principium individuatiimis, todos le son igualmente próximos.
acción, pues con ella nos confirma el fundamento de ese estado de Comprenderá la totalidad, verá a todos los seres destinados al aniqui­
ánimo. £1 egoísta se siente rodeado de fenómenos extraños y enemi­ lamiento, a la lucha y al dolor sin descanso; dondequiera que mire
gos y todas sus esperanzas descansan en su propio bienestar. £1 bue* verá padecer al hombre, al animal, verá que el mundo se desvanece.
no vive en ua mundo poblado de fenómenos que le son afínes; el bien Todo ello le interesará tanto como al egoísta su propia persona. ¿Có­
de los demás es el suyo. Y aunque el conocimiento del destino huma­ mo* podrá entonces con este conocimiento del mundo afirmar precisa­
no en general no puede alegrarle demasiado, la firme convicción de mente esta vida a través de constantes actos de voluntad, atándose
hallar su propia esencia en todo lo que vive le proporciona tranquili­ cada vez más a ella, oprimiéndose a sí mismo siempre con más fuer­
dad y serenidad. Pues, el interés, repartido entre los innumerables za? Sí, pues aquel que todavía está encadenado al prineipiwn itukoidua'
fenómenos, no puede inquietarle tanto como concentrado en uno so­ tioms y es esclavo del egoísmo, no concibe más que las cosas particu­
lo. Las vicisitudes concernientes a la totalidad de los seres se comj>en- lares y las relaciones de éstas con su persona, sacando de ellas nuevos
san, mientras que referidas a uno solo producen la felicidad inespe­ motivos de su querer, el que alcanza el conocimiento de la totalidad
rada o la desgracia. [MVR, I, ^ 6 6 ] y comprende la naturaleza de las cosas en sí, habrá conseguido apaci-
guar su querer. Entonces la voluntad se aparta de la vida y sus goces
le causan horror, pues en ellos reconoce la afirmación de esa vida.
El hombre llega entonces a un estado de renuncia vduntario, a la re­
signación, a la verdadera serenidad y al completo aniquilamiento de
la voluntad.
Cuando a nosotros, los que todavía estamos envueltos en el velo
e x i^ k a ri a su manera, diciendo: ‘Cuando estuve en loi preparativos; cuando, en con* de Maya, una desgracia personal hondamente sentida o el dolor ajé-
secuencia, he debido co n iid en r por un momento no ya mi pasión, sino mi rival, en­ no contemplado en toda su intensidad, como ocurre a veces, viene a
tonces he comenzado a ver claramente de lo que se trataba, para mí y para éi. P ero revelamos toda la vanidad y amargura de esta vida y nos dispone
entwices faaJt surgido en m í la piedad, la compasión; no he tenido c o r a z ^ para res»'
a arrancar de nuestro seno, por la renuncia definitiva, el aguijón de
tir; no he podido hacer lo que yo qu ería.' Aliora pregunto a cualquier lector sincero
y libre de preocupaciones; ó e esos dos hombrea ¿cuál es lo m q or?, ¿en manos de quién los deseos, a cerrar todo acceso al dolor, y quisiéramos purificamos
pondría más de buen grado su destino?, ¿dónde nace desde luego el fundamento y santificamos, pronto volvemos a caer bajo el encanto del mundo
la m oral?" (Ed. Atlante, Barcekma, pp. 122-123) feifiomenal y nuevos motivos de este mundo no tardan en excitar de

291
292 LA V O L U N T A D HUM ANA

nuevo nuestra voluntad, encontrándonos impotentes para desasirnos


de aquél. Las promesas de la esperanza, los favores dcl presente, las
I LA N EG A C IÓ N D E LA V O L U N T A D D E V IV IR 293

Veda, y también en su MiscelUineous essay, vol. I, pág. 8 8 .) Sacrificio


significa, en general, resignación, y el resto de la naturaleza espera
dulzuras dcl placer, el bienestar, en medio de un mundo de miseria, su salvación del hombre, que a la vez es sacerdote y víctima.
poniéndonos bajo el dominio de! acaso y el error, todo ello tira de no­
sotros y aprieta de nuevo nuestras ligaduras. Por eso dijo Jesús: “ Es Este as(^ism o manifiéstase en la pobreza voluntaria, que no sólo
más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que entre un nace per accidens, al deshacerse de las propiedades para aliviar el dolor
rico en el reino de los ciclos.” (San Mateo, 19, 24) ajeno, sino por sí misma, para servir de mortifícación constante de
Podemos comparar la vida a una vía circular cubicra, salvo algu­ la voluntad a fin de que los goces de la vida no vengan de nuevo a
nos espacios libres, de ascuas encendidas, vía que nosotros recorre­ excitar a la voluntad, que el autoconocimicnto aborrece. El que Uega
mos sin tregua. El espacio frío que pisamos por un momento ó que a este punto siente todavía, como cuerpo animado por la vida, como
divisamos a nuestro alcance, nos (x>nsuela; pero el que por haber su­ fenómeno concreto de la voluntad, toda clase de disposiciones para
perado el principium individuationis ve la naturaleza de la cosa en sí y querer; pero las ahoga deliberadamente, condenándose a no hacer
de la totalidad, no admite semejante consuelo, pues se ve al mismo nada de lo que quisiera y a hacer, por el contrarío, todo lo que no
tiempo en todos los puntos de la ruta y prefiere salir de ella. Su volun­ quiere, aunque no tenga otro fin que mortificar su voluntad. Como
tad se (»nvierte, ya no afirma su propia esencia, de la cual es espejo reniega de la voluntad manifestada en su persona, no se opondrá al
el fenómeno, sino que la niega. El fenómeno por el cual se revela esta mal que otro le cause; le dará la bienvenida al daño producido por
transformación es el paso de la virtud al ascetisvw. Y a no se contenta el azar o la maldad de otros; la ignominia, las ofensas, todo peijuicio
con amar al prójimo como a sí mismo ni con hacer por los demás lo le servirá para cerciorarse de que no afirma ya la voluntad y que toma
que haría por sí, sino que nace en él un horror hacia ese ser, cuya alegre partido por todo enemigo de su fenómeno, es decir, de su
manifestación es su persona, la voluntad de vivir, núcleo y esencia persona. De aquí que soporte toda humillación y todo dolor con pa­
d¿ un mundo que considera como un tormento. Reniega de ese ser ciencia y dulzura inagotables, pagando el mal, sin ostentación, con
que se manifiesta ya en su cuerpo y su obrar, castiga a su fenómeno, el bien y extinguiendo en sí el fuego de la ira así como el de la codicia.
se pone en abierta contradicción con él. No siendo en el fondo más Y así como mortifica a su voluntad, lo hará también con su manifes­
que una manifestación de la voluntad, cesa, sin embargo, de querer tación visible, su objetivación, el cuerpo, alimentándolo con escasez
cosa alguna, se cuida de no hacer depender su voluntad de nada y para evitar que un florecimiento exuberante dé nuevo impulso a la
busca la indiferencia por todo. Su cuerpo, sano y robusto, expresa voluntad, de la que el cuerpo es mera expresión o reflejo. Ayunando,
el instinto sexual; pero él reniega de toda voluntad y castiga a su macerando y flagelando su carne, quebrantará cada vez más por me­
cuerpo engañador; no quiere satisfacción sexual bajo ninguna condi­ dio de privaciones y dolores, esa voluntad que conoce y detesta como
ción. La castidad completa y voluntaria es el primer paso hacia la origen de los dolores de su propia existencia y dd universo. Y
vida ascética o negación de la voluntad de vivir. La castidad es una por último, cuando la muerte venga a destruir este fenómeno de la
negación de esta afirmación y anuncia que con la vida del cuerpo ce­ voluntad, quebrantada hacía mucho tiempo por una deliberada ne>
sará también la voluntad de la cual ese cuerpo cs la imagen exterior. gación de sí mismo, salvo en el débil residuo que li m a b a el cuerpo,
La naturaleza, verdadera siempre e ingenua, dice que si esta máxima la saludará con júbilo y la aceptará como una redención ardiente’
se generalizase el género humano se extinguiría, y, según lo que he mente deseada. Con ella no sólo acaba el fenómeno, sino también la
dicho acerca de la serie gradual de las manifestaciones de la voluntad, esencia misma, que no tiene más que una débil existencia en y por el
creo poder admitir que con su manifestación más brillante desapare­ fenómeno, cuya última ligadura se ha roto a su vez. Para aquel que
cería también su pálido reflejo, es decir, los animales, como desapa­ así termina ha cesado también de existir ci mundo. [MVR, I, i 6 6 ]
rece ante el sol la penumbra. Con la completa desaparición del cono­
cimiento, desaparecería el mundo, pues no hay objeto sin sujeto. Así como vimos antes que el malo por su voluntad impetuosa pa­
Quisiera recordar, en relación con este punto, un pasaje dcl Veda, dece un tormento interior que le roe constantemente y que una vez
que dice así: "D el mismo modo que los niños hambrientos se agrupan saciados sus apetitos procura extinguir la sed que le devora con el es­
en tomo a su madre, todas la criaturas esperan el santo sacrificio.’ pectáculo del sufrimiento ajeno, así vemos que el hombre que ha lle­
{Asiatic rtsearches, vol. 8 , Colebroock, On the Vedas, extracto del Sema- gado a la negación de la voluntad de vivir, por muy pobre y triste
294 LA V O L U N T A D HUM ANA LA N EG A C IÓ N D E LA V O L U N T A D D E V IV IR 295

que nos parezca su condición vista desde fuera, goza de la más per* j está medio dormido, por el cual se trasluce ya la realidad y no puede
fecta alegría interior y de una paz verdaderamente celestial. No se ya engañar. Al igual que este sueño, la vida misma se desvanece.
trata del inquieto impulso de la vida, del júbilo condicionado por vio­ [MVR, I , i 6 8 ]
lentos dolores previos y posteriores, propio del hombre ávido de vi­
vir, sino de una paz inalterable, de una profunda tranquilidad, de una Mientras que la vida ascética es un medio para alcanzar la nega­
alegría interior; es un estado que, si pudiéramos tenerlo ante nosotros ción de la voluntad, hay una segunda vía (5ct/TE(^ot t Xoüs)* que con­
o imaginarlo, lo veríamos con un gran anhelo, pues reconoceríamos duce al mismo resultado: ei dolor en general, tal como el destino nos
finalmente que es el único verdadero, que está por encima de todos lo depara, pudiendo decirse que la mayoríá de los hombres no llega
los otros, y lo más noble que hay en nosotros nos gritaría entonces *'sa- 9 ella más que por este camino. Los dolores que sentimos y no los
pere aude” .* Sentiríamos entonces que toda satisfacción de nuestros que vemos sentir a los demás son los que nos conducen a la resignacito
deseos se parece a la limosna, que mantiene la vida al mendigo hoy más absoluta, sobre todo al borde del sepulcro. Pues en muy pocos
y con ello vuelve a pasar hambre mañana; la resignación cn cambio el conocimiento logra superar el principium individmíioms, produ­
se parece al patrimonio heredado, que libra al propietario de preocu­ ciendo primero la perfecta bondad de las intenciones y en general la
paciones. caridad, y finalmente haciendo reconocer todos los dolores del mun­
Sabemos que el goce estético que nos proporcionan los objetos be­ do como propios, para procurar la negación de la voluntad. Incluso
llos consiste en gran parte en que, sumidos en el estado de contempla­ para aquel que se ha acercado a este punto, casi siempre el tolerable
ción pura, libertados durante este intervalo de todo querer, es decir, estado de su propia persona, la adulación del momento, la seducción
de todo deseo y de toda preocupación, nos libramos, por así decirlo, de de la esperanza y la ocasión que se nos ofrece siempre de satisfacer
nosotros mismos, y nuestro conocimiento deja de estar al servicio a la voluntad, es decir, el deseo, son un constante obstáculo para la
de nuestra voluntad, no siendo ya aquel correlato del objeto particu­ negación de aquélla y una permanente tentación de afirmarla nueva­
lar para el cual todos los objetos se convierten en motivos de volición, mente; por esto se ha personificado esa tentación en la figura del
sino el sujeto inmortal del conocimiento puro, el correlato de la Idea, diablo. En la mayoría de nosotros, los grandes dolores son los que
y sabemos que este momento en que nos sustraemos del feroz impul­ se encargan de quebrantar nuestra voluntad para que su negación
so de la voluntad es de los más dichosos de nuestra vida, porque nos pueda producirse. Entonces vemos al hombre, después de haber pa­
elevamos, por decirlo así, por encima de la presada atmósfera terres* sado por todos los grados de la aflicción oponiendo la más violenta
tre. Así podremos comprender cuán bienaventurada deberá ser la resistencia hasta el borde de la desesperación, concentrarse de repen­
vida del hombre cuya voluntad no está apaciguada por un breve ins­ te en sí mismo, reconocerse y reconocer al mundo, cambiar de ser,
tante, como sucede con el goce estético, sino para siempre, pues se elevarse por encima de sí mismo y de su dolor, y como purificado y
encuentra completamente apagada, salvo una tenue chispa para con­ santifícado, con una paz, una beatitud y una majestad, renunciar li­
servar la existencia del cuerpo y que desaparecerá con éste. Este bremente a cuanto deseaba y esperar la muerte con júbilo. Es la lla­
hombre, después de amargas luchas contra su propia naturaleza, ha­ ma del dolor que purifica produciendo el resplandor de la negación
brá vencido, convirtiéndose en espíritu puro, como límpido espejo del de la voluntad, es decir, de la liberación. Incluso vemos que los hom­
mundo. A él ya nada le puede agitar, pues ha coñado los mil lazos bres más perversos, purificados por un gran dolor, se vuelven otros
con que la voluntad nos ata a la Tierra y que bajo la forma del deseo, y cambian por completo. Y a no atormentan su conciencia sus críme­
el miedo, la envidia o la ira, nos tironea dolorosamente. Tranquilo nes pasados, pero están dispuestos a expiarlos con la muerte y ven
y a>ntento mira ya esos espejismos terrenales que antes tanto le con­ llegar con satisfacción el aniquilamiento del fenómeno de esa volun­
movían y agitaban y que ahora le dejan indiferente, como las piezas tad que ahora es para ellos una «>sa extraña y hasta un objeto de ho­
del ajedrez después de la partida, o como los trajes de máscaras arro­ rror. [M VR, I, ^ 6 8 ]
jados por la mañana en el guardarropa después de haber palpitado
bajo ellos la noche de carnaval. La vida y sus formas flotan ante sus
ojos como sombras fugitivas, como un ligero sueño matutino del que Muy distinto de esa negación de la voluntad de vivir... es el ani­
quilamiento de su fenómeno particular, el stiicidio. El suicidio, lejos
* ''atrévete a ler juicioso” (H orado, Epistulat, I, 2, 40).
•nueva tentativa, fracasad» la primera.
296 LA V O L U N T A D HUM ANA LA N EG A CIÓ N D E LA V O L U N T A D D E V IV IR 297

de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues la nega­ incesante de todas las fuerzas naturales y entre todos los seres orgáni*
ción no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. £1 eos que se disputan mutuamente la matería, el espacio y el tiempo,
suicida quiere la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condi* y vimos cómo este conflicto adquiere cada vez más una espantosa cla­
ciones bajo las que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a ridad conforme se asciende por los grados de la objetivación de la vo­
la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere la vida, la existencia de luntad; aaí pues, alcanza finalmente e¡ grado superior, que constituye
su cuerpo sin estorbos, la afirmación, pero las circunstancias no se la Idea del hombre, y aquí, no sólo se destruyen unos a otros los indi­
lo permiten y le producen grandes dolores. La misma voluntad de vi­ viduos que representan una misma Idea, sino que incluso el mismo
vir se encuentra tan cohibida en este fenómeno particular que no individuo se declara la guerra a sí mismo, y la violencia con la cual
puede desarrollar sus aspiraciones. De aquí que entonces se decida a quiere la vida y se agolpa contra los obstáculos de la misma, contra
obrar conforme a su naturaleza de cosa en sí, colocada fuera de las los dolores, viene a destruirlo a él mismo, de tal manera que la volun­
formas del principio de razón y a la cual le es indiferente todo fenó­ tad del cuerpo, que no es más que su propia objetivación, se suprime,
meno particular, puesto que está por encima del nacimiento y de la antes que reprimir sus propios dolores. Precisamente porque el suici­
muerte y es la esencia de la vida de todas las cosas. Pues, aquella fir­ da no puede dejar de querer, deja de vivir, y la voluntad se afirma
me certeza interior que nos permite a todos nosotros vivir sin la obse­ en él por la supresión de su fenómeno, ya que no puede de otro mo­
sión constante de la muerte, es decir, la convicción de que a la vo­ do. Pero como el dolor al cual se sustrae así, era lo que podía condu­
luntad no le puede faltar nunca su manifestación, es el fundamento cirle, como mortificación de la voluntad, a la negación de sí mismo
mismo del suicidio. L a voluntad de vivir, pues, se manifiesta, tanto y a la salvación, el suicida se conduce como un enfermo que se negase
en el hecho de darse muerte (Siva), como en el placer de la propia a acabar una operación ya empezada y que podría curarle radical­
conservación (Vishnú) y en el de la procreación (Brahma). Este es el mente, prefiriendo seguir enfermo. El dolor se le acerca y le da, como
sentido interior de la unidad del TrimurtP que cada hombre Ueva en tal, la posibilidad de negar la voluntad, pero él lo desvía, destruyendo
sí y que en el curso del tiempo muestra, ya una,' ya otra, sus tres la manifestación de la voluntad, el cuerpo, con lo que la voluntad
cabezas. permanece intacta. [M VR, I, / 69]
El suicidio es a la negación de la voluntad, lo que las cosas particu­
lares son a su Idea; el suicidio niega sólo al individuo, no a la especie.
Ya vimos anteriormente que a la voluntad de vivir le está siempre
asegurada la vida y que a la vida le es esencial el dolor, por lo que Esta exposición de lo que yo Uamo negación de la voluntad, a la
el suicidio, la destrucción voluntaria del propio fenómeno, es un acto que pongo ya fin, podrá parecer inconciliable con mis reflexiones an­
inútil e insensato, pues con él la cosa en sí permanece intacta, como teriores en las cuales establecía que la motivación, lo mismo que las
el arco iris permanece inmóvU por rápida que sea la sucesión de gotas demás formas del principio de razón, se haUa sometida a la necesi­
de agua que lo sustentan. Pero, además, es la obra maestra de Maya, dad, que los motivos, como todas las causas, no son sino causas oca­
pues nos presenta la im ^ en más estridente de la contradicción de sionales que sirven para que el carácter manifieste su esencia, y esto
la voluntad de vivir consigo misma. Esta contradicción fue ya consi­ con todo el rigor de una ley de la naturaleza; por esto rechacé tam­
derada en las manifestaciones inferiores de la voluntad, en la lucha bién la libertad en cuanto liberum arbitñum xndijferentiae. Pero lejos de
suprimirlo ahora, lo asumo. La libertad propiamente dicha, es decir,
” L a TnmuTÜ cs la unidad que constituyen los tr«s d io s« antes mencionados y la independencia respecto al principio de razón, le corresponde sólo
cuya importancia es lo que caracteriza al hinduismo. Siva representa el aspecto des­ a la voluntad como cosa en sí, no a su fenómeno, porque éste se rige
tructivo del mundo y por ello se encuentra asociado a] tiempo devastador, a la muerte siempre por ese principio, elemento de toda necesidad. El único caso en
y al Inframundo. Se le llama “ el Espantoso’ *. Pero tiene un carácter ambiguo, ya que
también es “ el bienhechor, el protector” y está asociado al tinga, signo fálico. Además que la libertad se manifiesta directamente en el fenómeno es aquel
se le representa a veces corao un asceta, en poKura de meditación, con un tercer ojo en que viene a poner fin a lo que así se manifiesta; pero como el fenó­
y con una trenza enroscada en la cabeza. Vishnú es el protector del universo, el que meno, en cuanto eslabón de la cadena de causas, o sea como cuerpo
lo mantiene en orden. Cuando este orden se altera Vishnú encam a para reestaUecer- dotado de vida, continúa existiendo en el tiempo, que no contiene
lo. Estas encamaciones, entre las cuales se encuentra la de K ríshna y la de Buddha.
más que fenómenos, la voluntad que se manifiesta en el cuerpo se
son los AM iara, loa descensos del dios a la Tierra. Finalmente Brahm a representa la
creación; no obstante, es el menos importante de tos tres. pone en contradicción con él, puesto que niega lo que él afirma.
298 LA V O L U N T A D HUM ANA
LA N EG A CIÓ N D E LA V O L U N T A D D E V IV IR 299

Esta contradicción real qu« nace del engrane de la libertad de la vo­ sentidos; lo que significa es sencillamente que estamos limitados a te­
luntad en sí, que no conoce necesidad alguna, en la necesidad de su ner un conocimiento del todo negativo de esa cosa, lo cual puede de­
manifestación, se expresa en la reflexión filosófica por medio de ia pender muy bien de los estrechos límites de nuestro punto de vista.
contradicción entre nuestra afirmación de la necesidad de la determi­
[MVR, II, C. X L V IIIl
nación de la voluntad por motivos de acuerdo con el carácter, por un
lado, y de la posibilidad de la completa supresión de la vo­
Nosotros lo reconocemos, efectivamente: lo que queda después de
luntad, con la cual los motivos pierden todo su poder. Para conciliarias
la supresión total de la voluntad no es para todos aquellos a quienes la
basta observar que la disposición interior que emancipa al carácter
voluntad misma anima todavía sino la nada. Pero también es verdad
del imperio de los motivos no procede directamente de la voluntad,
que para aquellos en los que la voluntad se ha convertido o suprimido
sino del conocimiento, que ha cambiado de naturaleza. En efecto,
este mundo tan real, con todos sus soles y galaxias, no es tampoco
mientras el conocimiento está sometido al prit^cipium iruHviduationis y
otra cosa más que la nada. [MVR, I, / 71)
se guía por el principio de razón, el poder de los motivos es invenci­
ble; pero así como se supera el principium individuationis y se compren­
de la Idea y el ser de la cosa en sí como una sola y única voluntad,
proporcionándonos este conocimiento un absoluto aquietamiento del
querer, los motivos pierden toda su fuerza, pues aquella modalidad
del conocimiento sobre la cual podían tener eficacia ha desaparecido,
reemplazándola un conocimiento de otro género muy distinto. Es
verdad que el carácter no puede cambiar nunca parcialmente, sino
que tiene que cumplir, con el rigor de una ley de la naturaleza, con
la voluntad, cuya manifestación, es el carácter mismo en su totalidad,
pero éste puede convertirse completamente mediante la transforma­
ción del conocimiento descrita. Esta conversión que tanto asombraba
a Asmus y que llamaba “ metamorfosis católica y trascendental” , la
Iglesia cristiana le llama muy apropiadamente regeneración” , y el co­
nocimiento que la produce es lo que ha llamado '*lagracia” . Y como
aquí no se trata de un cambio, sino de una conversión radical, se com­
prende por qué los caracteres que tanto se diferenciaban antes de esta
conversión, muestran, después de la misma, una enorme semejanza
en su conducta, aunque en razón de sus conceptos y dogmas, se ex­
presan en formas muy distintas. [MVR, I-, ^ 7 0 J

M i doctrina, de acuerdo con estos principios, toma, al llegar a su


punto culminante, un carácter negativo y termina con una negación,
pues al llegar a este punto no le queda más que hablar de lo que se
niega, de lo que ha sido anulado; en cuanto a lo que gana se ve obli­
gada a denominarlo la nada; sólo por vía de consuelo añade que no
es una nada absoluta, sino una nada relativa. Pues, cuando una cosa
no es nada de lo que conocemos, en realidad no es nada para noso­
tros. Pero esto no quiere decir que sea nada hablando en términos
absolutos, es decir, que no sea nada bajo todos los aspectos y en todos

i
IN D IC E

Prólogo........................................................................................................ 7
Noia acerca de la ed ición ........................................................................ 23
Introducción: acerca de la necesidad metafísica en eí hombre............... 25

P r im e r a P arte

E L M UN DO C O M O R EPR ESEN TA C IÓ N .
E L O B JE T O DE LA E X P E R IE N C IA Y DE LA CIENCL\

L Cortsideraciones generales......................................................... 41
II. Fórmula general del principio de razón suficiente.............. 48
III. Las representaciones empíricas.................................................. 49
1. Explicación general......................................................... 49
2. La ley de causalidad (el principio de razón sufi-
ciente del d even ir)......................................................... 51
3. La infinitud de la cadena causal................................ 52
4. La ley de inercia y la ley de la permanencia de la
materia................................................................................ 53
5. Las tres formas de la causalidad................................ 54
6 . I^a intelectualidad de la intuición............................... 55
7. El sueño y la v igilia...................................................... 63
IV . Las representaciones abstractas................................................ 66
1. Explicación general......................................................... 66
2. El lenguaje......................................................................... 68
3. El principio de razónsuficiente del conocer . . . . 71
a) Verdad empírica, 72; b) Verdad Lógica, 72;
c) Verdad Trascendental, 73; d) Verdad meta-
li^ c a , 73
4. El s a b e r............................................................................. 74
5. La ciencia........................................................................... 75
6 . La r is a ............................................................................... 77
7. La superioridad del conocimiento intuitivo respec­
to al abstracto................................................................... 84
V, L as intuiciones puras............... ............................................ 92
1. Explicación general......................................................... 92
2. El principio de razón suficientedcl ser..................... 92
3. Rarón de ser en el esp acio ......................................... 93
4. Razón de ser en el tiem po.......................................... 94
5. La evidencia matemática.............................................. 94
301
302 ÍNDICE ÍNDICE 303

V I. Ijx voluntad en tanto objeto del conocimiento ............................. 96 tad an te la au toconciencia, 214; c ) L a voluntad
1. Explicación general.............................................................. 96 ante el en tendim iento, 218
2. E l sujeto del conocer y el objeto.................................. 97 2. L a verdadera libertad yel c a r á c t e r .............................. 220
3. El sujeto de la volición..................................................... 98 I I. L a ooluntad de v iv ir ..................................................................... 231
4. L a ley de la m otivación .................................................. 99 1. V olu n tad , vida ypresente....................................... ... 231
5. El influjo de la voluntad sobre el conocimiento. . 100 2 . £1 tem or a la m uerte y la indestructibilidad de
nuestro ser................................................................................. 236
3 . EJ instinto sexual y el am or................................................ 247
S egunda P j^ t e
III. Los dolores de la vida.................................................................... 257
E L M U N D O C O M O V O LU N TA D . IV . L a justicia universal....................................................................... 269
LA O B JE T IV A C IÓ N D E LA V O L U N T A D V. E l aspecto moral de la voluntadhumana. . ............................. 274
1. El egoísm o................................................................................ 274
I. Insuficiencia de la explicación cien tífica .................... 109 2. L a injusticia y el d e r e c h o ............................................... 275
I I . L a voluntad y el cuerpo................................................................ 114 3. L a m a ld a d .............................................................................. 280
I II. Tránsito de la voluntad individual a la voluntad universal. 118 4. El origen de la v ir tu d .................................................. 284
IV . L a unidad de la voluntad y los grados de su otjeticacián . . 124 V I. La negacián de lavoluntad de v iv ir ............................................ 291
V . E l intelecto en tanto producto de la voluntad.......................... 135
V I . Algunos Qemplos acerca de la servidumbre del intelecto. .. . 141
V i l . L a ooluntad: un ciego im pulso.................................................. 147
V I II . L a libertad de la voluntad.......................................................... 157
I X . E l origen de la m agia........................................... ..................... 160

T ercera P arte

LA C O N T E M P L A C IÓ N E S T É T IC A

I. E l conocimiento independiente dela ooltm iady el genio . . . 167


II. Intuición artística y conceptosabstractos................................... 179
III. L o bello y lo sublim e.................................................................. 132
IV . L as bellas a r te s........................................................................... 188
1. L a arquitectu ra................................................................. 188
2. Las artes plásticas.......................................................... . 190
3. L a poesía............................. ............................................. 193
4. La m ú s ic a ........................................................................... 202

C uarta P arte

LA V O L U N T A D HUMANA
I. Acerca de la Libertad.......................................... ...................... 209
1. Crítica al concepto de la libertad como libre arbi­
trio ...................................................................................... 209
a)¿Qué significa “ Libertad” ?, 209; b) La volun-
S rhopen hau ^ en su sp á^ n as, com pilación d e P edro Stepanenko,
se term inó de im prim ir y encuadernar en ju lio d e 2013
c n Im presora y Encuadernadora Progreso, S. A. d e C. V. ( i e p s a ) ,
calzada San Lorenzo, 244; 09830 M éxico, D. F.
El tiraje fue de 250 ejemplares.

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