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Las políticas lingüísticas1

Louis-Jean Calvet

I. LOS ORÍGENES DE LA POLÍTICA LINGÜÍSTICA

La intervención humana en la lengua o en las situaciones lingüísticas no es algo nuevo:


desde siempre los individuos han intentado legislar, fijar, el uso correcto o intervenir en
la forma de la lengua; desde siempre también, el poder político privilegió tal o cual
lengua, decidió gobernar el Estado en una lengua o imponer a la mayoría la lengua de
una minoría. Pero la política lingüística, determinación de las grandes opciones en
materia de relaciones entre las lenguas y la sociedad, y su puesta en práctica, la
planificación lingüística, son conceptos recientes que recubren solo en parte estas
prácticas antiguas. Si bien, la elección de un alfabeto para una lengua, por ejemplo,
corresponde a la política lingüística, esto no significa que Cirilo y Método, cuando
crearon el alfabeto glagolítico2, ancestro del cirílico, o que Thonmi Sambhota, cuando
fija el alfabeto tibetano, escriban un capítulo en la historia la política lingüística. Del
mismo modo, si bien en ciertos países, como Turquía e Indonesia, se forjó la lengua del
Estado interviniendo en una lengua existente para modernizarla y adaptarla a las
necesidades del país, no pondremos en el mismo plano a los inventores de las lenguas
artificiales (como el esperanto3) cuyas creaciones han quedado casi siempre en sus
cajones. Porque la política lingüística es inseparable de su aplicación, y este libro se
ocupa, pues, del par política lingüística y planificación lingüística. […]

Cuando aparece el término planificación [1920-1930], en la lingüística, es tomado en su


sentido económico y estatal: determinación de objetivos (un plan) y provisión de
medios necesarios para alcanzar esos objetivos. Es así como puede hablarse de
planificación de la natalidad o de la economía. […] El aspecto “estatal” de la política
lingüística es un rasgo importante de su definición. En efecto, cualquier grupo puede
elaborar una política lingüística: una diáspora (los sordos, los gitanos, los hablantes de
ídish, etc.) puede reunirse en un congreso para determinar una política, y un grupo
minoritario dentro del Estado (los indios quechuas en Ecuador, por ejemplo) puede
hacer lo mismo. Pero solo el Estado tiene el poder y los medios para pasar al estadio de
la planificación, poner en práctica sus elecciones políticas. Por eso, sin excluir la
posibilidad de políticas lingüísticas que trasciendan las fronteras ([el caso del español,
pero se trata en este caso de una reunión de Estados]) ni de las políticas lingüísticas que
involucren a entidades más pequeñas que el Estado (las lenguas regionales, por
ejemplo), hay que admitir que en la mayoría de los casos las políticas lingüísticas son
obra del Estado o de una entidad en el seno del Estado que disponga de cierta autonomía
política (como Cataluña, Galicia o el País Vasco en España). […]

En 1967, Heinz Kloss introducía una distinción, que tendrá importantes repercusiones,
entre planificación del corpus y planificación del estatus. La planificación del corpus se

1
Calvet, L.J. (1997) Las políticas lingüísticas. Buenos Aires: Edicial. Selección y adaptación por Victoria
Boschirolli y Mercedes Pujalte para uso interno de LCCE. Para marcar las partes no incluidas del texto
original se utiliza la siguiente notación […]. Por su parte, para incluir los comentarios y aclaraciones
agregados por MP y VB se utiliza la siguiente notación [TEXTO].
2
[Se trata del primer alfabeto eslavo, que fue creado para traducir la biblia y otros textos sagrados, por
dos religiosos entre el 862-863 d.c.]
3
[El esperanto fue pensada como una lengua internacional. Fue creada por L.L. Samenhof en 1887.]

1
refiere a las intervenciones en la forma de la lengua (creación de escritura, neología,
estandarización, etc.), en tanto que la planificación del estatus, a las intervenciones en
las funciones de la lengua, su estatus social y sus relaciones con las demás lenguas. Así,
se puede querer cambiar el vocabulario de una lengua, crear nuevas palabras, luchar
contra los préstamos, y todo eso corresponde al corpus, pero también se puede querer
modificar el estatuto de una lengua, promoverla a la función de lengua oficial,
introducirla en la escuela, etc., y esto corresponde al estatus.
[…]

III. LOS INSTRUMENTOS DE LA PLANIFICACIÓN LINGÜÍSTICA

La acción concertada sobre la lengua y las lenguas puede reducirse al siguiente


esquema: sea S1 la situación sociolingüística actual inicial, que luego de analizada se
considera no satisfactoria. Sea S2 la situación que se querría alcanzar. La definición de
las diferencias entre S1 y S2 constituye el campo de intervención de la política
lingüística, y el problema de saber cómo pasar de S1 a S2 es el dominio de la
planificación lingüística.
[…] Desde el momento en que el Estado se preocupa por la gestión de su situación
lingüística surge el problema de los medios de que dispone. ¿Cómo intervenir en la
forma de la lengua? ¿Cómo modificar las relaciones entre las lenguas? ¿Cuáles son los
procesos que permiten pasar de una política lingüística, estadio de opciones generales,
al estadio de su puesta en práctica, la planificación lingüística?

1. El equipamiento de las lenguas

El término equipamiento aplicado a lenguas puede parecer extraño, sobre todo cuando
uno se ha distanciado de una concepción instrumentalista de la lengua. Sin embargo, es
perfectamente apropiado, sobre todo si se recuerda el sentido primero del verbo
equiparar: “proveer a un navío de lo que es necesario para la navegación”. En efecto, si
todas las lenguas son iguales a los ojos de los lingüistas, esta igualdad se sitúa en el
nivel de los principios, es decir, en un nivel extremadamente abstracto. Pero,
concretamente, no todas las lenguas pueden cumplir las mismas funciones. Por ejemplo,
es evidente que una lengua no escrita no puede ser el vehículo de una campaña de
alfabetización, que resultará difícil enseñar computación con una lengua que no tiene
vocabulario informático, que elegir una lengua hablada por una ínfima minoría como
lengua de la unificación de ese país puede resultar problemático, etc. Si por motivos
políticos se desea utilizar, de todas maneras, lenguas con estas características para esas
funciones, habrá que reducir sus déficits, equiparlas para que puedan desempeñar ese
papel.

La escritura

El primer estadio de ese equipamiento es dar un sistema de escritura a las lenguas no


escritas, lo que requiere que primeramente se establezca una descripción fonológica de
la lengua, que se sepa cuál es el sistema de sonidos a transcribir. Luego, será preciso
elegir un tipo de escritura: ¿alfabética o no alfabética? Y en el primer caso, ¿qué tipo de
alfabeto? Esta elección no surge de suyo. Cerca de un cuarto de la humanidad utiliza un
sistema no alfabético, el de caracteres chinos. Y cuando fue necesario transcribir
lenguas africanas, largas discusiones enfrentaron a los partidarios del alfabeto latino con
los del árabe o de una grafía indígena. Estas discusiones tenía, por cierto, un trasfondo

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ideológico: por una parte hay un estrecho vínculo entre la expansión de los sistemas de
escritura y la de las religiones (el alfabeto árabe está ligado al Islam, el alfabeto latino es
percibido como vinculado a la cristiandad) y, por otra parte, el alfabeto latino era
percibido por algunos como huella simbólica de la época colonial. Pero frente a estos
dos sistemas, ambos ajenos al África negra, existían también sistemas gráficos
indígenas, silabarios en general recientes que, a los ojos de sus partidarios, tenían la
ventaja de constituir escrituras autónomas y afirmar la identidad africana. Pero las
discusiones tenían también un contenido científico: el alfabeto árabe, por ejemplo, no
permite transcribir las vocales de las lenguas africanas; el alfabeto latino es, en este
aspecto, más preciso, más eficaz, etc. […].

En todos estos puntos se ve que la planificación lingüística pasa primero por una
descripción precisa de la lengua y después por una reflexión sobre lo que se espera de
un sistema de escritura. ¿Es necesario, por ejemplo, elegir una ortografía de tipo
fonológico, en la cual a cada fonema le corresponde un grafema o, para decirlo de otro
modo, a cada sonido una letra? ¿O hay que elegir, por el contrario, una ortografía de
tipo etimológico, en la cual la forma global de una palabra nos aportará información
sobre su historia y sobre la familia en la cual se inserta? En el primer caso se escribirá
[en el español americano ubo una bes un rreino; en el segundo caso se destacará que la
grafía hubo, vez y reino], aun cuando utilice letras aparentemente inútiles, presenta la
ventaja de remitir a la vez al latín y a la historia del español...

Solo después de este estadio científico y técnico, cuando la lengua ya queda equipada en
el plano gráfico, viene el estadio práctico: difundir el sistema de escritura elegido, es
decir, producir abecedarios y manuales, organizar campañas de alfabetización,
introducir la lengua recientemente transcripta en el sistema escolar y en el entorno
gráfico, etc.

El léxico

Otro problema es el del léxico. El desarrollo de la ciencia y la técnica y la


multiplicación de las comunicaciones especializadas han hecho que un pequeño número
de lenguas vehiculice hoy la modernidad con ayuda de un vocabulario propio, y las
demás se limiten a tomar en préstamo ese vocabulario. Hoy en día la tendencia es hablar
de informática, por ejemplo, utilizando un vocabulario inglés. En una escala más
amplia, existen miles de lenguas que permiten cotidianamente a millones de hablantes
comunicarse con satisfacción general en el marco de su vida social tradicional pero que
son incapaces de garantizar una comunicación científica. Sería delicado, por ejemplo,
presentar la teoría de la relatividad en una lengua indígena de Amazonia. Por supuesto,
se puede juzgar que esto no tiene ninguna importancia, porque si un indio wayana de
Guyana, por ejemplo, quiere especializarse en estudios nucleares lo hará en francés o en
inglés. Pero una política lingüística puede decidir también equipar tal o cual lengua de
manera de utilizarla para enseñar matemáticas o medicina. Esto nos lleva a otro dominio
de la planificación lingüística: el de la terminología. Su actividad principal es la
creación de palabras, la neología. Se trata de determinar necesidades, inventariar el
vocabulario existente (préstamos, neología espontánea), evaluarlo, eventualmente
mejorarlo, armonizarlo, luego difundirlo en forma de diccionarios terminológicos,
bancos de datos, etc. Esta operación puede responder a dos objetivos muy diferentes:

3
- Uno de ellos es el equipar una lengua para que pueda cumplir una función que no
cumplía hasta entonces. Es el problema al que se han enfrentado los países del Maghreb
cuando decidieron emprender una política de arabización, o de Indonesia cuando
decidió reemplazar el holandés por el malayo como lengua oficial. [El mismo problema
se presentó en España a partir de la década de 1970 cuando se reconocieron como
lenguas oficiales el catalán y el vasco, por lo que surgió la necesidad de desarrollar
terminologías en esas lenguas]

- El otro, en el marco de una lengua ya equipada, es luchar contra los préstamos,


reemplazar un vocabulario ajeno por uno endógeno. Es el problema al que se han
dedicado en Quebec o incluso las comisiones de terminología creadas en los diferentes
ministerios franceses. [En relación con el español, en España organizaciones como
FUNDEU (Fundación del Español Urgente), orientadas a fijar normas de uso o despejar
dudas al respecto, dedican gran parte de sus esfuerzos a combatir préstamos y sugerir
alternativas en castellano].

En ambos casos, sin embargo, volvemos a encontrar la importancia (señalada a


propósito de la escritura) de la descripción de las lenguas, del análisis de sus procesos
de creación léxica: no se forja una palabra de cualquier manera; es necesario respetar a
la vez el "espíritu" de la lengua y los sentimientos de los hablantes. La terminología
supone, pues, por un lado, un conocimiento preciso de los sistemas de derivación, de
composición de la lengua, un inventario de las raíces, etc., pero también, que las
palabras creadas, los neologismos, sean aceptadas por los usuarios, es decir, que sean
ante todo aceptables. Porque un neologismo puede ser rechazado (cosa muy frecuente:
sin duda, los terminólogos producen muchos más términos que nadie utilizará jamás que
términos que "prenden"), ya sea porque no corresponde a los gustos lingüísticos de los
hablantes, ya sea porque entra en competencia con palabras que ya están en uso,
productos de la neología espontánea o del préstamo de otra lengua. [En décadas muy
recientes surgieron denominaciones como memoria USB o lápiz de memoria, pero en
nuestra variedad el uso consagró el término pendrive, así como tablet se impuso a
tableta; de manera similar, se han propuesto frases como por defecto o por omisión para
referirse a los valores predeterminados de un programa, pero los usuarios suelen optar
por por default. Muchas veces, las sugerencias llegan tarde: son los casos en que los
neologismos se difunden por uso espontáneo, como es el caso de biopic que FUNDEU
recomienda reemplazar por película biográfica]. […]

La estandarización

Cuando un país decide promover una lengua a determinada función, puede verse
confrontado con una situación de dialectalización. Es decir que esta lengua puede ser
hablada de diferente manera en todo el territorio, con una fonología diferente y un
vocabulario y una sintaxis parcialmente diferentes. Se plantea entonces el problema de
saber cuál será la forma que cumplirá la función elegida por los decisores. También en
este caso hay diferentes soluciones. Se puede seleccionar una de las formas en presencia
o se puede forjar a partir de estas una forma nueva. El primer caso supone centralismo
jacobino si, por ejemplo, se impone el dialecto de la capital. En el segundo caso es
necesaria una descripción precisa de las variaciones dialectales para intentar forjar una
forma intermedia, una suerte de lugar común entre las diferentes hablas, que habrá que
difundir a continuación por diferentes vías (medios masivos, escuela, etc.). Este
problema se plantea ante todo en el nivel de la grafía: ¿cómo transcribir una palabra

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pronunciada de distintas maneras en el territorio de manera tal que todo el mundo la
reconozca? Se presenta luego en el nivel léxico: ¿qué variante conservar cuando el
mismo objeto o la misma noción no son nombrados de la misma manera en las
diferentes formas dialectales? Por último aparece en el nivel sintáctico, por ejemplo,
cuando hay que elegir la norma a enseñar. […]

De lo "in vivo" a lo "in vitro"

Las intervenciones que acabamos de reseñar sobre la transcripción de lenguas, su léxico


o su estandarización implican que es posible cambiar la lengua. Ahora bien, en todas las
épocas las lenguas han cambiado, pero han cambiado de manera muy diferente, sin
intervención del poder, sin planificación.

Cuando estudiamos, por ejemplo, la historia de la escritura, vemos claramente que fue la
práctica social, en respuesta a necesidades sociales, la que desempeñó el papel motor en
la lenta evolución que va de los primeros signos cuneiformes mesopotámicos a los
silabarios y más tarde a los alfabetos. Del mismo modo, el léxico de las lenguas siempre
ha cambiado, según el modo de la neología espontánea o del préstamo. Cada vez que
hubo que nombrar nuevas realidades, se lo hizo sin dificultad: la invención de la
electricidad vino acompañada de la creación de la palabra electricidad, construida sobre
una raíz latina, y la aparición de un nuevo juego, el fútbol, trajo consigo el préstamo del
inglés football. Por último, cuando consideramos el número de lenguas que existen en la
superficie del globo (entre cuatro y cinco mil, es decir, un promedio de treinta por país)
podemos tener la impresión de que están dadas todas las condiciones para que los
hombres no se comprendan. Sin embargo, a pesar delo que algunos consideran como la
maldición de Babel -la multiplicación de las lenguas-, la comunicación funciona en
todas partes. Es que hay dos tipos de gestión de las situaciones lingüísticas: una procede
de las prácticas sociales, y la otra, de la intervención sobre esas prácticas. El primer
tipo, que llamaremos gestión in vivo, concierne al modo en que la gente resuelve los
problemas de comunicación con que se enfrenta cotidianamente. El resultado de esta
gestión pueden ser "lenguas aproximativas" (los pidgins), o incluso lenguas vehiculares,
que son o bien "creadas"(como el munukutuba en el Congo) o bien promovidas: se
amplían las funciones de una lengua ya existente (como las del bambara en Mali, del
wolof en Senegal o del inglés en el mundo). Ninguno de estos casos, ya sea que la
comunicación quede garantizada por la "creación", ya por la "refuncionalización" de
una lengua, es producto de una decisión oficial, un decreto o una ley: tenemos aquí
simplemente el resultado de una práctica. Esta práctica, por lo demás, no resuelve sólo
los problemas del plurilingüismo. Así, cada día, en todas las lenguas del mundo,
aparecen palabras nuevas para designar cosas (objetos o conceptos) que la lengua aún
no designaba. Esta neología espontánea fue particularmente activa en la época colonial
en las lenguas africanas. En efecto, las sociedades colonizadas se veían confrontadas
con tecnologías (el automóvil, el tren, el avión, etc.), a estructuras (la administración, el
hospital, etc.) o a funciones (oficial, médico, gobernador, etc.) importadas de Occidente
que era preciso nombrar. Se puede estudiar así el modo en que una población explota su
competencia lingüística para forjar palabras nuevas que designan nociones nuevas. Por
ejemplo, en el bambara de Malí, para designar la bicicleta se creó espontáneamente el
neologismo nègèso ("caballo de hierro"), para designar el tren se utiliza la forma
négésira ("camino de hierro"), que se puede analizar como un neologismo o como un
calco sobre el modelo del francés […].Pero en este libro nos ocupamos de otra
aproximación a los problemas del plurilingüismo o la neología, la del poder, la gestión

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in vitro. En sus laboratorios los lingüistas analizan las situaciones y las lenguas, las
describen, formulan hipótesis sobre el porvenir de las situaciones, propuestas para
resolver los problemas, y luego los políticos estudian estas hipótesis y propuestas,
toman decisiones, las aplican. Estas dos aproximaciones son, pues, extremadamente
diferentes y sus relaciones pueden ser a veces conflictivas, si las elecciones in vitro van
a contramano de la gestión in vivo o de los sentimientos lingüísticos de los hablantes.
Por ejemplo, será difícil imponerle a un pueblo una lengua nacional que no quiere, o
que considera no una lengua sino un dialecto. Será también poco coherente intentar
imponer para esta función una lengua minoritaria si ya existe una lengua vehicular
ampliamente utilizada. A veces incluso resulta difícil imponerle a una parte de la
población una lengua mayoritaria que rechaza

Los instrumentos de la planificación lingüística aparecen, pues, como el intento de


adaptar y utilizar in vitro fenómenos que siempre se han manifestado in vivo. Y la
política lingüística se ve confrontada entonces al mismo tiempo a los problemas de la
coherencia entre los objetivos que se plantea el poder y las soluciones intuitivas que el
pueblo ha puesto a menudo en práctica, y al problema de cierto control democrático, de
manera de no dejar que los "decisores" hagan lo que se les ocurra.

II. El entorno lingüístico

Cuando paseamos por las calles de una ciudad, al llegar a un aeropuerto, al encender un
televisor en un cuarto de hotel, inmediatamente recibimos cierta cantidad de
informaciones sobre la situación lingüística a través de las lenguas utilizadas en los
afiches públicos, la publicidad, los programas de televisión, las canciones, etc. Pero al
mismo tiempo, cuando estudiamos de cerca una situación sociolingüística, cuando
llegamos a conocer bien las lenguas y variantes lingüísticas existentes, nos damos
cuenta de que muchas de ellas no aparecen en estos medios. Es esta presencia o
ausencia de lenguas en su forma oral o escrita en la vida cotidiana lo que llamamos
entorno lingüístico. […] La situación de la ciudad en cuestión (Nueva York, Hong
Kong, o cualquier otra capital), rica en informaciones, corresponde a lo in vivo, pero la
planificación lingüística puede intervenir también en ella in vitro. De nada sirve dar un
alfabeto a una lengua si este no aparece en la vida cotidiana de los hablantes de esta
lengua. De modo que los carteles que indican los nombres de calles, la señalización vial,
las chapas patentes de los autos, los afiches publicitarios, los programas de radio o
televisión son los lugares privilegiados de intervención para la promoción de las
lenguas. Un viajero que, por ejemplo, desembarcara en los años noventa en el
aeropuerto de Bilbao o el de Barcelona luego de veinte años de ausencia quedaría
sorprendido por la presencia de la lengua vasca en el primer caso, la catalana en el
segundo, presencia debida evidentemente a una intervención planificadora en el entorno
lingüístico, una conquista o reconquista de ese entorno por parte de lenguas que estaban
excluidas. […] Y esta marcación del territorio, producto de prácticas espontáneas o de
prácticas planificadas, nos ofrece un instrumento de lectura semiológica de la sociedad:
entre las lenguas en presencia hay algunas que se muestran y otras que apenas se
perciben, lo cual no deja de tener relación con su peso sociolingüístico y su porvenir. Es
por ello que la planificación lingüística actuará sobre el entorno, para actuar por esta vía
sobre el peso de las lenguas, sobre su presencia simbólica. Aquí también la acción in
vitro utiliza los medios de la acción in vivo, se inspira en ella, si bien actúa de manera
ligeramente diferente. […]

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Pero la función de esta marcación del territorio es la misma en ambos casos. Una
inscripción en árabe, en chino o en hebreo en las calles de Nueva York, París [o Buenos
Aires] constituye un mensaje en dos niveles. En el nivel de la denotación, en primer
lugar, el mensaje limita considerablemente sus receptores potenciales (solo quienes
saben leer esas lenguas pueden decodificar el mensaje). Pero al mismo tiempo, en el
nivel de la connotación, la inscripción constituye otro tipo de mensaje: sin saber leer el
árabe o el chino es posible reconocer estos sistemas gráficos cuya presencia desempeña
entonces un papel simbólico, un papel de testimonio. La inscripción que indica en chino
sobre la puerta de un restaurant "restaurant cantonés" dice dos cosas: a aquellos que
saben leer chino les dice "esto es un restaurant cantonés"; a quienes no leen chino les
dice "esto es chino". Y si varios negocios, unos al lado de otros, exponen su razón social
en chino, la coexistencia de estas inscripciones dirá "esta es una calle china", o "este es
un barrio chino". Este doble nivel de lectura nos muestra la importancia del entorno
gráfico. Cuando el Estado decide intervenir en este terreno, en un primer momento la
lengua que se expone puede no ser leída por la mayoría de la gente (esto depende, claro
está, del grado de alfabetización de la población), pero es percibida como lo que es,
como una lengua escrita, y su presencia simboliza, por tanto, una opción política.

III. Las leyes lingüísticas

Cuando se toma una decisión, cuando se elige una opción, hay que llevarla a la práctica.
Al contrario de la gestión in vivo, en la cual el cambio se difunde en la práctica de los
hablantes por vía de un consenso que todavía no ha sido estudiado en detalle, la gestión
in vitro debe imponerse a los hablantes, para lo cual el Estado dispone esencialmente de
la ley. La ley es, para el diccionario, una "regla imperativa impuesta al hombre desde el
exterior". Lo que significa que las leyes no conciernen a los objetos, a los bienes, sino al
uso que los hombres hacen de esos objetos o bienes. Para dar un ejemplo simplista, una
ley no puede prohibirles a los edificios que se incendien, o a los billetes que
desaparezcan, pero sí puede prohibirle al hombre que prenda fuego a los edificios o que
robe dinero. Además, el derecho sólo puede intervenir en lo que es jurídicamente
definible. Desde este punto de vista, cabe interrogarse sobre el sentido de la noción de
ley lingüística o de derecho lingüístico. ¿Puede ser la lengua objeto de ley? No cabe
duda de que los Estados intervienen con frecuencia en el dominio lingüístico, como para
responder a esta pregunta de manera práctica, evitando el debate teórico: intervienen de
hecho en los comportamientos lingüísticos, en el uso de las lenguas. Pues las políticas
lingüísticas son casi siempre constrictivas y por eso necesitan la ley para imponerse: no
existe planificación lingüística sin un aspecto jurídico. Es necesario distinguir aquí entre
varias concepciones de leyes lingüísticas. En efecto, hay:

-leyes que se refieren a la forma de la lengua, que fijan, por ejemplo, la grafía, o
intervienen en el vocabulario a través de listas de palabras;

-leyes que se refieren al uso que los hombres hacen de las lenguas, que indican qué
lengua hay que hablar en tal o cual situación, en tal o cual momento de la vida pública,
y fijan, por ejemplo, la lengua nacional de un país o las lenguas de trabajo de una
organización;

- leyes que se refieren a la defensa de las lenguas, ya se trate de garantizarles una mayor
promoción, por ejemplo, internacional, ya de protegerlas como se protege un bien
ecológico.

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Desde luego, es posible avanzar en el detalle de las legislaciones lingüísticas, intentar
establecer una tipología. […] Distinguiremos primero entre las leyes lingüísticas según
su campo de aplicación geográfico. Hay así legislaciones internacionales, que
determinan las lenguas de trabajo de las organizaciones internacionales (ONU,
UNESCO, Corte Internacional de Justicia, etc.) o que protegen las minorías lingüísticas
(como la Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías
nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas adoptada por las Naciones Unidas en
1992), legislaciones nacionales, que se aplican en el límite de las fronteras de un Estado,
y legislaciones regionales (en Cataluña, Galicia o el País Vasco, por ejemplo). Desde
luego, es esperable que aparezcan contradicciones u oposiciones entre estos tres niveles.
En un segundo momento es necesario distinguir según el nivel de intervención jurídica.
En ciertos casos, la situación lingüística es definida por la propia Constitución. Esto
ocurre, por ejemplo, en España, que, en el artículo 3 de su Constitución de 1978,
distingue entre la lengua oficial del Estado, el castellano, y las lenguas oficiales de las
comunidades autónomas (el vasco, el catalán, el gallego). En otros casos, la situación
lingüística es establecida por una ley (nacional o regional); en otros es definida por
recomendaciones, resoluciones, cuya fuerza de ley es menor. El nivel de intervención
jurídica condiciona su eficacia. Si una ley lingüística nacional puede ser, según los
casos y según las opciones, incitativa o imperativa, una resolución adoptada por una
organización internacional prácticamente no tiene posibilidades de ser aplicada fuera de
los casos en que se trate de una legislación interna, que apunte, por ejemplo, a establecer
las lenguas de trabajo de esa organización.
Pero este marco general no agota los problemas de la intervención jurídica en la lengua
y las lenguas ni las repercusiones de esta intervención.

Nombrar la lengua

Dios, según la Biblia, creó el mundo y nombró sus constituyentes. Pero desde entonces,
los hombres no han dejado de renombrar el mundo: los nombres de los pueblos, de los
lugares, no han dejado de variar, al ritmo de las invasiones o las alternancias de poder.
Hay así una danza constante toponímica y etnonímica, atestiguada a veces por una
aproximación fonética (cuando en África, por ejemplo, la lengua bãmana se vuelve
bambara en francés, o cuando el pulaar se vuelve peul), a veces una voluntad
peyorativa (cuando los españoles llaman jíbaros, es decir, "campesinos", "paisanos" a
los indios shuars), y a veces una voluntad identitaria (cuando el Congo belga se
convierte en Zaire, por ejemplo). Rainer Enrique Hamel ve en estas prácticas "la
expresión de políticas lingüísticas que han existido desde que los seres humanos se han
organizado en sociedad y extendido sus relaciones de contacto, intercambio y
dominación hacia otras sociedades cultural y lingüísticamente diferentes". 4 De hecho,
la política lingüística en esta materia comienza realmente cuando se renombra, y uno de
los efectos de las leyes lingüísticas se manifiesta a veces simplemente en el nombre que
el texto jurídico asigna a las lenguas. Acabamos de ver que, según la Constitución
española, la lengua oficial del Estado es el castellano, y esta denominación para una
lengua que todo el mundo llama español es ya un hecho de política lingüística. En
efecto, al sugerir relaciones entre la lengua y una región del país, Castilla, subraya que
no hay correspondencia término a término entre el país, España, y la lengua, el
castellano (ex español). Al convertirse oficialmente en "castellano", el español no ha
4
Hamel, R. E. (1993) Políticas lingüísticas y planificación del lenguaje: una introducción. Iztapalapa 29-
México:UAM.

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cambiado; sigue siendo la misma lengua. Pero si bien castellano denota lo mismo que
español, connota algo muy diferente. Del mismo modo, en Indonesia, el malayo
convertido en lengua nacional fue rebautizado bahasa indonesia, "lengua indonesia",
con el mismo tipo de variación en las connotaciones. Y se puede prever que numerosas
lenguas que hoy se llaman de manera genérica créoles serán rebautizadas en los
próximos años haitiano, reunionés, guineano, martiniqués, caboverdiano o mauriciano;
esta nominación tendrá por función en cada caso revalorizar simbólicamente esas
formas lingüísticas y reforzar su dimensión identitaria.

Nombrar las funciones

Otro efecto de estas leyes está en la nominación de las funciones de las lenguas. Lengua
nacional, lengua oficial, lengua regional, lengua "propia": en los textos legales
encontramos numerosos calificativos que se refieren a las funciones de la lengua o las
lenguas y que no siempre tienen el mismo sentido. Si, para un francés, los adjetivos
"nacional" y "oficial" aplicados a la lengua pueden parecer sinónimos, en el África
francófona tienen sentidos muy diferentes: la lengua "oficial" es la lengua del Estado,
por lo general el francés (cooficial con el inglés en Camerún, con el sango en la
República Centroafricana), en tanto que las lenguas "nacionales" son ciertas lenguas
africanas o todas las lenguas africanas del país. Así, en Senegal, junto al francés lengua
"oficial", la ley distingue seis lenguas "nacionales" (el wolof, el serere, el diola, el
mandinga, el peul y el soninké) entre la veintena de lenguas habladas en el país. En
Camerún, en cambio, junto a las dos lenguas "oficiales", todas las lenguas africanas
habladas en el territorio del país, más de doscientas, son consideradas como lenguas
nacionales. Y estos dos ejemplos nos muestran que la nominación de las funciones de
las lenguas por la ley tiene evidentes repercusiones en las posibilidades de política
lingüística. En efecto, se puede imaginar una política lingüística que afecte, como en
Senegal, a seis lenguas nacionales, pero es difícil concebir una política que abarque
doscientas lenguas. En especial, sería imposible introducir todas estas lenguas en la
escuela... […]

Todo el mundo sabe hoy que no hay necesariamente coincidencia entre lengua y
fronteras estatales. Se sabe, por un lado, que hay lenguas cuyo territorio es más pequeño
que el del Estado (el bretón en Francia, el gallego en España, [el wichí en Argentina]),
por otro lado que hay lenguas cuyo territorio está a caballo sobre las fronteras
interestatales (el vasco o el catalán entre Francia y España, [el guaraní entre Argentina y
Paraguay]) y que por último hay lenguas que son dominantes en varios Estados. Existen
así imperios lingüísticos (francófono, anglófono, hispanófono, arabófono, etc.). Pero,
como hemos dicho, la política lingüística sigue teniendo, por lo general, una dimensión
nacional; interviene en un territorio delimitado por fronteras. Existen también otros
casos: las diásporas, los grupos de migrantes, por ejemplo, que no se definen por el
territorio que ocupan sino más bien por su dispersión. Es lo que ha llevado a distinguir
en las políticas lingüísticas entre el principio de territorialidad y el de personalidad. En
el primer caso, es el territorio lo que determina la elección de lengua o el derecho a la
lengua: se aprende el catalán en la escuela en Cataluña, el holandés en la parte flamenca
de Bélgica, etc. […] En el segundo caso, la persona que pertenece a un grupo lingüístico
reconocido tiene el derecho de hablar su lengua en cualquier punto del territorio: por
ejemplo, francés u holandés en Bruselas, inglés o francés en Canadá, etc. […] Un
extranjero que vive en Francia incluso tiene derecho a un intérprete ante el tribunal. La

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elección entre ambos principios tiene repercusiones sobre el futuro de las lenguas, pero
también en la gestión del país. […]

El derecho a la lengua

Hasta aquí nos hemos ocupado del derecho lingüístico, es decir, la intervención de la ley
en el dominio de la forma, el uso o la defensa de las lenguas. En lo que se refiere a la
forma y el uso, la ley, si es aplicada, constriñe al individuo: lo obliga, por ejemplo, a
hablar tal lengua en tal situación y de tal manera. En cambio, cuando se trata de la
defensa de las lenguas, la ley puede presionar sobre las instituciones: estaremos
entonces en el dominio del derecho a la lengua de los individuos. En un primer
momento, la expresión "derecho a la lengua" remite a la protección de las minorías
lingüísticas, y el hecho mismo de que se hable de protección muestra hasta qué punto
están amenazadas. Pero hay también, en todo el mundo, un gran número de países en
los cuales la lengua oficial, el inglés, el francés o el portugués, es apenas hablada, o
países del Maghreb en los cuales el árabe oficial tiene escasa relación con el árabe
hablado y menos aún con el berebere. Estas situaciones dan otro sentido a la expresión
"derecho a la lengua". Puesto que el hecho de no hablar la lengua del Estado priva al
ciudadano de numerosas posibilidades sociales, se puede considerar que todo ciudadano
tiene derecho a la lengua del Estado, es decir, derecho a la educación, a la
alfabetización, etc. Pero el principio de defensa de las minorías lingüísticas hace que,
paralelamente, todo ciudadano debería tener derecho a su lengua. […]En consecuencia,
una política lingüística puede tener en cuenta a la vez el derecho a la lengua del Estado
y el derecho a la lengua del individuo, pero, como en el caso de los principios de
territorialidad y de personalidad, esto será más difícil cuantas más lenguas haya en
juego.

Conclusión

Ya se trate de equipar las lenguas, ya de intervenir en el entorno lingüístico o de


legislar, la planificación lingüística constituye in vitro una especie de réplica de
fenómenos que siempre se han producido in vivo. La lingüística nos ha enseñado que
las lenguas no se decretaban, que eran producto de la historia, de la práctica de los
hablantes, que evolucionaban bajo la presión de factores históricos y sociales. Y,
paradójicamente, existe el afán de intervenir en estos procesos, de querer modificar el
curso de las cosas, acompañar el cambio o actuar sobre él. Esta pretensión puede
parecer enorme. Pero las relaciones entre lo in vivo y lo in vitro que hemos indicado, el
hecho de que la planificación lingüística "imite", en cierto modo, el curso natural de la
evolución de las lenguas, nos muestran que el primer instrumento de la planificación
lingüística sigue siendo el lingüista. Si bien la política lingüística es, en último análisis,
competencia de los decisores, no se puede tomar ninguna decisión sin una descripción
precisa de las situaciones -problema que hemos descripto en el capítulo anterior-, del
sistema fonológico, léxico y sintáctico de las lenguas en presencia, etc., así como de los
sentimientos lingüísticos, las relaciones que los hablantes establecen con las lenguas
que frecuentan en su vida cotidiana. La política ha sido definida a menudo como el arte
de lo posible. Aplicada a la política lingüística, esta propuesta subraya también el papel
fundamental del lingüista. Él es quien puede indicar lo que es técnicamente posible de
hacer y lo que será psicológicamente aceptable para los hablantes. Todo el arte de la
política y la planificación lingüísticas se encuentra en esta complementariedad necesaria

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entre los científicos y los decisores, en este difícil equilibrio entre las técnicas de
intervención y las elecciones de la sociedad.

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