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La dimensión estética, H.

Marcuse

Capitulo III
La pregunta central del capítulo es por la posibilidad que tiene el arte de plantear su
“diferencia cualitativa”. La pregunta se hunde en lo más profundo del debate por el arte
revolucionario o su carácter político. ¿Cómo el arte puede ser político sin perderse en ese
elemento político, sin dejar de ser arte? Lo que se pone en juego es la cuestión de su
autonomía, es decir de su cualidad específica.
Sin embargo, existe una autonomía abstracta e ilusoria que consiste en suponer que el fin
del arte se encuentra en la relación con su propia forma, y por lo tanto más allá de todo
contenido. Esta separación entre forma y contenido (político, por ejemplo) no es sino una
autonomía ilusoria y abstracta. La realidad del arte, en cambio, depende de su esencial
capacidad de transformar lo que es (la sociedad, es decir los modos establecidos de
sentido), y esa transformación es ya una modulación formal de un contenido y de una
nueva percepción.
“En este sentido el arte participa inevitablemente de lo que es y sólo como fragmento de
lo existente se pronuncia contra lo que es. Esta contradicción se conserva y se resuelve
(aufgehoben) en la forma estética que ofrece al contenido y la experiencia familiares el
poder de enajenación -que conduce a la creación de una nueva consciencia”

De ahí la crítica de Brecht al expresionismo, para el cual el contenido debía imponerse en


crudo, a espaldas de la forma. Brecht considera, en cambio, que un contenido que no
tenga en cuenta la forma no es un contenido en puro, sino una forma descuidada, cuyo
contenido es entonces banal. ¿Por qué banal? Porque repite el orden dado, el sentido ya
establecido. Un contenido que descuida la forma siempre es banal.
A esa relación estrecha e íntima entre forma y contenido es a lo que Marcuse llama
estilización estética. De ahí proviene la posibilidad de señalar una verdad que la realidad
cotidiana obtura. Es esta la relación y diferencia entre verdad y apariencia que hace que
el arte sea posible: para captar la esencia contradictoria de lo que es, de la sociedad en la
que vivimos, debemos extrañarnos, tener un “efecto de distanciamiento”. El arte es
también parte de lo que es, es decir, de una sociedad, pero su capacidad de producir una
apariencia es lo que permite dar cuenta de la verdad de la esencia (de la sociedad). Se
trata entonces de una verdad irreal, es decir, en una verdad que no es accesible desde la
realidad cotidiana y sus formas del principio de realidad, sino desde lo otro de esa
realidad. Ese otro de la realidad (que no significa en absoluto que sea “mera ilusión”) es
el arte: “esa estilización hace posible la transvaloración de las normas del principio de
realidad establecido -de sublimación sobre la base de la sublimación original, disolución
de los tabúes sociales”, etc.
La sublimación estética es en esencia mimesis, pero esto es lo contrario del mero reflejo
de la realidad, sino que la mimesis se constituye en la “enajenación, la subversión de la
conciencia.” Ese poder de enajenación no lo constituye ni el contenido ni la forma por sí,
sino la TOTALIDAD de la obra: “Sólo el conjunto confiere a esos elementos su
significación y su función estética.”
La mimesis crítica, el carácter crítico del arte, no depende de una forma ni de un
contenido, sino de la disposición de conjunto. El carácter crítico es tanto la búsqueda
explicita del cambio tal como sucede en Brecht como así también en la obra de Beckett,
en la que la necesidad de ese cambio social no es explicita. El carácter político (y hasta
revolucionario) de una obra no radica en su contenido, sino en la forma que se da a ese
contenido. Pero esa crítica no es solo denuncia, sino también una “promesa de liberación”.
La promesa, sin embargo, pertenece solo al arte, en la realidad solo hay oportunidades.
Por eso la promesa de liberación no coincide con liberación alguna, sino que debe ser
todavía “realizada”. Esa promesa de liberación que produce el arte, sino embargo,
ensancha la realidad (y su principio).
El arte es lo negativo (hegelianamente hablando), pues su función es la de extrañarse de
lo dado y abrir un sentido nuevo. Por esta razón el arte se opone a la noción de progreso
y al cierre del conflicto en los “finales felices”. Es por esto que “Cuando el arte abandona
esa autonomía, y con ella la forma estética que la expresa, sucumbe ante aquella realidad
a la que trata de apresar y denunciar.”
En la actualidad del texto Marcuse discute con el no-arte, es decir, con el arte que pretende
o bien que todo es arte o bien el arte subordinado a intereses y lógicas políticas. En ambos
casos el arte se despolitiza, pues renuncia a su función negativa. La mimesis sin
transformación no logra ser lo otro de la sociedad, ese lugar ficticio desde el que
extrañarse para comprender la esencia de la sociedad, y pasa a constituirse como un mero
espejo, es decir una parte de la sociedad que solo reproduce otra parte menor, pero que
no logra totalizar un sentido, es decir captar la verdad de la esencia mediante la apariencia.
Es por esto que en la sociedad actual la resistencia es también estética, la resistencia a
totalizar la sociedad.
Capitulo IV
“Como mundo ficticio, como apariencia [el arte] contiene mayor cantidad de verdad de
la que posee la realidad cotidiana”. Esto es porque la realidad no logra mostrar más que
las determinaciones de su principio histórico de realidad; el arte, en cambio, se abre a lo
posible.
El arte es sin embargo incapaz de representar adecuadamente el dolor extremo, por
ejemplo, Auschwitz. Al querer hacerlo se impoen la realidad del dolor que sobrepasa la
estilización estética, y el arte deviene entonces “catarsis conciliadora”, es decir
ocultamiento de la esencia contradictoria entre el arte y la vida. El dolor es irreductible al
arte, y el dolor extremo no puede ser estilizado sin conciliación, y por eso sin falsedad.
Sin embargo, Dice Marcuse que: “El arte auténtico conserva la memoria pese y contra
Auschwitz; la memoria constituye el fundamento sobre el que siempre se ha originado el
arte -la memoria, la necesidad de suscitar imágenes de lo «Otro» posible.” El arte no
puede representar el dolor, pero si puede abrir un posible donde la realidad lo niega. El
arte puede ayudar a hacer posible la imposibilidad de Auschwitz, es decir reconfigurar
una realidad en la que Auschwitz ya no sea posible. Pero el arte no puede hacer nada por
sí, su ideal debe realizarse. Hay aquí un “imperativo categórico oculto en el arte; su
realización se sitúa fuera de su ámbito:” en la realidad.
El arte más negativo incluso afirma; así como el arte que expresa la afirmación no es sino
la afirmación de una negatividad (angustia, miedo, sufrimiento, etc.) pasada. La lírica es
siempre lírica de un dolor que ya es pasado, pero que no por eso deja de ser presente.

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