II. El Origen de la tradición jurídica occidental en la revolución papal – Harold
Berman La Iglesia y el Imperio: La Reforma Cluniacense Antes de finales del siglo XI, el clero de Occidente (obispos, sacerdotes y monjes) estaba, por regla general, bajo la autoridad de emperadores, reyes y principales señores feudales, mucho más que bajo la de los papas. Casi toda la propiedad de la Iglesia pertenecía a esos mismos emperadores, reyes y señores feudales. No sólo gobernaban las tierras y los ingresos de las Iglesias, sino que también nombraban personas para ocupar los obispados y otros cargos eclesiásticos que eran parte de su propiedad. Esta facultad del nombramiento de los cargos eclesiásticos a menudo era muy lucrativa, pues por lo general tales cargos entrañaban la obligación de aportar ingresos y servicios en las tierras correspondientes. Además de la subordinación político-económica, la Iglesia también se veía sometida en su estructura interna al dominio de los laicos principales. Emperadores y reyes convocaban a concilios eclesiásticos y promulgaban el derecho de la Iglesia. Al mismo tiempo, los obispos y otros clérigos importantes formaban parte de cuerpos gubernamentales. El obispado a menudo era dependencia importante de la administración civil. Los obispos eran grandes miembros de la jerarquía feudal. Emperadores y retes investían a obispos no sólo con su autoridad civil y feudal, sino también con su autoridad eclesiástica. Hubo, así, una fusión de las esferas religiosa y política. Sin embargo, no es totalmente correcto llamar laicos a los reyes y emperadores de la Europa occidental de los siglos VI a XI. Cierto que no eran clérigos, es decir, no eran sacerdotes ordenados. Pero sí eran “vicarios de Cristo”, figuras sacras consideradas como dirigentes religiosos de su pueblo. El emperador afirmaba ser el supremo dirigente espiritual de la cristiandad, a quien nadie podía juzgar, pero que en cambio juzgaba a todos los hombres y sería responsable de todos en el día del Juicio Final. No hay que confundir el Imperio de Carlomagno o de Enrique IV con el anterior Imperio romano de César Augusto o de Constantino. Aunque se mantuvo una ilusión de continuidad con la antigua Roma, el término carolingio de “imperio” (imperium) no designaba un territorio ni una federación de pueblos, sino la naturaleza de la autoridad del emperador, que era muy distinta de la de los romanos. Carlomagno y sus sucesores no gobernaban a sus súbditos por medio de una burocracia imperial. No había una capital comprable a Roma o Constantinopla. En cambio, el emperador y su séquito viajaban por todo su vasto reino, estaban en constante movimiento. El emperador también tenía la tarea militar de mantener una coalición de ejércitos tribales que defenderían el Imperio contra sus enemigos de fueras y a la vez la tarea espiritual de mantener la fe cristiana del Imperio, preservándola de una recaída en el paganismo. También era el juez primero y máximo de su pueblo. El Imperio no era una entidad geográfica, sino una autoridad militar y espiritual. Durante el siglo X y comienzos del XI hubo una poderosa corriente que pretendía purgar a la Iglesia de todas sus influencias feudales y locales, y de la inevitable corrupción concomitante. Una gran parte de este movimiento fue desempeñada por la Abadía de Cluny. Ésta fue la primera orden monástica en que todos los conventos, dispersos por Europa, quedaron subordinados a una sola cabeza. Los monasterios cluniacenses eran gobernados todos ellos por priores bajo la jurisdicción del abate de Cluny. La importancia de Cluny como modelo de gobierno translocal, jerárquico y corporativo es comparable a su importancia al apoyar el primer movimiento por la paz en Europa. La idea de una Paz de Dios recibió la sanción oficial no sólo del clero, sino también de gobernantes seculares. Además, utilizaron el recurso del juramento para obtener apoyo: se pedía al pueblo jurar colectivamente que apoyaría la paz. Sin embargo, sólo en parte tuvieron éxito en una época de violencia como lo fueron los siglos X y XI. De todas formas, para el futuro fue muy importante el movimiento de paz, y sobretodo para el futuro de la tradición jurídica occidental, debido a la experiencia de los juramentos colectivos. Ante todo, los cluniacenses y otros conventos reformistas trataban de elevar el nivel de la vida religiosa atacando el poder eclesiástico de los señores feudales y locales, que se había manifestado sobretodo en la compra y venta de cargos religiosos (llamada “simonía”)y también en las prácticas de los matrimonios clericales y el concubinato clerical (“nicolaísmo”), por el cual obispos y sacerdotes intervenían en la política local y de clan. Sin embargo, para que estos esfuerzos lograran algo se necesitaba el apoyo de un fuerte poder central, que en la Iglesia no existía, pues el papado había sido demasiado débil. En aquella época los papas estaban subordinados a la nobleza de Roma. Los cluniacenses buscaron y obtuvieron entonces el apoyo de los emperadores, los sucesores de Carlomagno. A su vez, a los emperadores les agradó contar con el apoyo de Cluny. Con ese apoyo, a la larga arrancaron a los nobles de Roma el poder de nombrar al papa. En el año 1000 la Iglesia no era concebida como una estructura visible, corporativa y jurídica que se opusiera a la autoridad política. Por el contrario, la Iglesia, la ecclesia, era el pueblo cristiano encabezado por gobernantes seculares y clericales. Algunos historiadores sostienen que el papa León III hizo emperador a Carlomagno, cuando más cerca de la verdad estaría decir que Carlomagno hizo papa a León y posteriormente, coronaría a su hijo sin intervención del clero. De hecho, posteriores emperadores germanos pidieron al papa, en el día de su elección, que prestara juramento de lealtad al emperador. El control imperial y real de la Iglesia era necesario para emanciparla de las influencias corruptoras de la política de baronía, local y económica. Sin embargo, ese objetivo básico de la Reforma cluniacense tropezó con un obstáculo insuperable: el clero estaba tan profundamente enredado en la estructura económica y política en todos sus niveles que no era posible extraerlo de ahí. Bajo la égida de los grandes emperadores reformistas de los siglos X y XI, se pudieron limpiar las órdenes monásticas y fortalecer al papado, pero la Iglesia en general no pudo ser radicalmente reformada porque no era independiente (la simonía y el nicolaísmo seguían siendo cuestiones candentes). El nicolaísmo no sólo era una cuestión moral, sino también cuestión social, política y económica. El matrimonio introducía a los sacerdotes en la estructura feudal y de clan. También implicaba la herencia de algunos cargos eclesiásticos por los hijos y otros parientes de sacerdotes. Esto, al menos, colocaba ciertos límites a la simonía. Si no podían heredarse los cargos eclesiásticos, ¿podría el nombramiento (investidura) continuar en manos de laicos? ¿Estaban espiritualmente calificados los emperadores y los reyes para hacer los nombramientos si los sacerdotes ya no pudieran casarse y tener herederos para sucederlos? Siempre había existido una cierta tensión relacionada con la subordinación del clero y especialmente del papado a personas que, por muy dignos y sacros que fueses sus cargos, no eran sacerdotes ordenados. La doctrina original de “las dos espadas” implicaba que el clero administraba los sacros misterios, pero los emperadores hacían la ley, incluso la ley eclesiástica. Entre los francos, reyes y emperadores a menudo habían dependido del apoyo de los papas y en general habían reconocido su superioridad y la de los obispos en cuestiones de fe. Sin embargo, los emperadores francos, y en los siglos X y XI también los emperadores germanos y los reyes de Francia e Inglaterra, daban órdenes a los obispos hasta en cuestiones de doctrina religiosa. Además entregaban al clero las insignias de sus cargos clericales. Esto colocaba la espada secular y la espada espiritual en una misma mano. La justificación era que emperadores y reyes eran gobernantes consagrados, sacros, “vicarios de Cristo”. El obispo de Roma llevaba el título de “vicario de San Pedor”, y en el siglo XII adiquirió el de “vicario de Cristo”. Sólo entonces se vio el emperador obligado a abandonar ese título. Como vicario de Cristo, el papa afirmó que él tenía ambas espadas: una directamente, la otra indirectamente. Ahora había muchos gobernantes seculares, pero sólo un papa. La primacía del obispo de Roma entre los obispos de la Iglesia se había afirmado desde el siglo IV. Sin embargo, mientras la Iglesia de Occidente permaneciera en gran parte descentralizada y bajo el dominio de gobernantes laicos locales, la autoridad papal era inevitablemente débil y estaba directamente relacionada con la autoridad imperial, débil, también. En 1046 Enrique III, al llegar a Roma para su coronación imperial, hizo deponer a los tres papas rivales y elegir a un cuarto. Al morir éste y el segundo nombrado, un tercero, León IX, rechazó considerar el papado como obispado del emperador y afirmó no sólo su propia independencia sino también su poder sobre todos los demás obispos y el clero. Durante el reinado de León, un buen número de sus protegidos, encabezados por Hildebrando, formaron un partido que propuso e impulsó la idea de la supremacía papal sobre la Iglesia. Entre sus ténicas estuvo una amplia propaganda al programa papal. Los panfletos papales pedían a los cristianos negarse a recibir los sacramentos de manos de sacerdotes que vivieran en concubinato o matrimonio, refutaban la validez de los nombramientos clericales hechos a cambio de pago monetario y exigían la “libertad de la Iglesia”, es decir, la libertad del clero, a las órdenes del papa, ante emperadores, reyes y señores feudales. Por último, en el año 1059, un concilio en Roma convocado por el papa Nicolás II declaró por primera vez el derecho de los cardenales romanos a elegir al papa. Los dictados del papa Fue Hidelbrando quien, en el decenio de 1070, como papa Gregorio VII lanzó el movimiento reformista de la Iglesia contra la misma autoridad imperial que había encabezado a los reformadores cluniacenses durante el siglo X y comienzos del XI. Proclamó la supremacía legal del papa sobre todos los cristianos y la supremacía jurídica del clero, a las órdenes del papa, sobre todas las autoridades seculares. Los papas, sostuvo, podían deponer a emperadores y procedió a deponer al emperador Enrique IV. Además, decretó que todos los obispos tenían que ser ungidos por el papa y quedarían subordinados a él, y no a la autoridad secular. Una vez papa, Gregorio empleó tácticas revolucionarias para alcanzar sus objetivos: en 1075 ordenó que todos los cristianos boicotearan a los sacerdotes que estaban viviendo en concubinato o matrimonio. Pero, a falta de ejércitos propios, ¿cómo podía el papado imponer sus exigencias? ¿Cómo ejercería el papado la jurisdicción universal que reclamaba? Un aspecto importante de las respuestas a estas preguntas fue el potencial papel del derecho como fuente de autoridad y medio de control. En las últimas décadas del siglo XI, el partido papista comenzó a buscar una constancia escrita de la historia de la Iglesia, para que la autoridad legal apoyara la supremacía papal sobre el clero, así como una independencia clerical y posible supremacía sobre toda la rama secular de la sociedad. El partido papista consiguió que estudiosos desarrollaran una ciencia del derecho. Al mismo tiempo, el partido imperial también empezó a buscar textos antiguos que apoyaran su causa contra la usurpación papal. En diciembre de 1075, Gregorio dio a conocer el contenido de su Manifiesto Papal (como se le llama hoy) en una carta enviada al emperador en que exigía la subordinación del emperador y de los obispos imperiales de Roma. Enrique replicó y, como respuesta, Gregorio excomulgó y depuso a Enrique, quien en enero de 1077 fue en peregrinación a ver al papa. Así, solicitado en su capacidad espiritual, el papa absolvió a Enrique y retiró su excomunión y deposición. Esto dio oportunidad a Enrique de reafirmar su autoridad sobre los magnates alemanes, tanto eclesiásticos como seculares, que se habían declarado en rebeldía contra él. Sin embargo, la lucha con el papa sólo se aplazó un breve tiempo. En 1078 el papa emitió un decreto en que decía: “Decretamos que nadie del clero recibirá la investidura de un obispo o abadía o Iglesia de manos de un emperador o rey o cualquier laico…esa investidura carece de autoridad apostólica…” El conflicto entre el papa y el emperador volvió a estallar, dando como resultado la Querella de las Investiduras. El resultado político inmediato de la Querella fue que emperadores y reyes tuvieron facultad para investir a obispos y otros clérigos con las insignias de su cargo. Tras esto se encontraba la cuestión de la lealtad y disciplina del clero después de la elección y la investidura, de importancia política fundamental. Dado que el Imperio y los reinos eran administrados principalmente por el clero, afectaban la naturaleza misma de la autoridad eclesiástica y de la autoridad imperial o real. No obstante, algo más estaba en juego: la salvación de las almas. Antes, al emperador o al rey se le había considerado Vicario de Cristo, era él quien respondía por las almas de todos en el Juicio Final. Ahora el papa, que antes se había llamado Vicario de San Pedro, afirmaba ser el único Vicario de Cristo. Gregorio vio al emperador como el primero entre los reyes, como un laico cuya elección como emperador tenía que ser confirmada por el papa y que podía ser depuesto por él, por insubordinación. Esta interpretación dejó sin base la legitimidad de emperadores y reyes, pues aún no nacía la idea de un Estado secular (un Estado sin funciones eclesiásticas). También daba a los papas poderes teocráticos, pues la división de funciones eclesiásticas en espirituales y temporales tampoco nacía aún. A la postre, ni emperadores ni papas pudieron sostener sus pretensiones originales. Según el Concordato de Works de 1122, el emperador garantizó que obispos y abades serían elegidos libremente elegidos sólo por la Iglesia y renunció a su derecho de investirlos con los símbolos espirituales del anillo y el báculo, que representaban el poder de cuidar las almas. Por su parte, el papa concedió al emperador el derecho de estar presente en las elecciones y de intervenir cuando las elecciones fuesen reñidas. Además, los prelados alemanes no serían consagrados por la Iglesia hasta que el emperador los hubiese investido con su cetro con lo que se llamó los “regalia”, es decir, derechos feudales de propiedad, justicia y gobierno secular, que entrañaban el deber recíproco de rendir homenaje y lealtad al emperador (el homenaje y la lealtad incluían la prestación de servicios feudales y de pagos en los grandes feudos agrícolas que siempre acompañaban a los altos cargos eclesiásticos). El hecho de que hubiese que compartir el poder de nombramiento, hizo decisiva la cuestión de la ceremonia, de los procedimientos. Los concordatos dejaron al papa con una autoridad sumamente extensa sobre el clero y también con considerable autoridad sobre los laicos. Sin su aprobación no se podía ordenar a ningún clérigo. Establecía las funciones y poderes de obispos, sacerdotes y diáconos y otros dignatarios de la Iglesia. Podía crear nuevos obispados, dividir o suprimir otros, transferir o deponer obispos. Era indispensable su autorización para instituir una nueva orden monástica o para cambiar la regla de una ya existente. Además, al papa se le llamaría el “principal dispensario” de toda propiedad de la Iglesia, concebida como “patrimonio de Cristo”. El papa también reinaba supremo en cuestiones de culto y de creencia religiosa. También convocaría a concilios. Gregorio declaró que el tribunal papal era “el tribunal de toda la cristiandad”. Desde entonces, el papa tuvo jurisdicción general sobre los casos que cualquiera le sometiese. Esto era enteramente nuevo. Sobre los laicos, el papa gobernaba en cuestiones de fe y de moral, así como en varias cuestiones civiles, como matrimonios y herencia. En algunos aspectos, su regla en estas cuestiones era absoluta; en otros, era compartida con la autoridad secular. La separación, competencia e interacción de las jurisdicciones espiritual y secular fueron fuente principal de la tradición jurídica occidental. El carácter revolucionar de la revolución papal El término revolución tiene cuatro características principales: totalidad (su carácter de transformación total en que se entrelazan categorías de cambio social, políticas, religiosas, económicas, etc.); su rapidez (carácter súbito); su violencia y su duración (dos o tres generaciones más durante las cuales se confirman y restablecen los principios subyacentes de la revolución). La totalidad de la revolución: Las grandes revoluciones no ocurren sin que coincidan muchos factores distintos. La revolución papal puede verse en términos políticos cual un enorme cambio de poder y autoridad, tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones entre ésta y las entidad políticas seculares. En términos socioeconómicos, como respuesta y a la vez como estímulo a una enorme expansión de la producción y del comercio, y al brote de miles de nuevas ciudades. Desde una perspectiva cultural e intelectual, puede verse como una fuerza para la creación de las primeras universidades europeas, el surgimiento de la teología, la jurisprudencia y la filosofía como disciplinas sistemáticas, y el desarrollo de una nueva conciencia social. Lo que constituyó el elemento revolucionario fue la vinculación de todos esos aspectos. Cambios políticos: Algunos de los cambios políticos ocurrieron al mismo tiempo en las relaciones entre Europa occidental y las potencias cercanas. Durante siglos habían existido constantes incursiones militares en Europa, desde el norte y el oeste por los normandos, desde el sur por los árabes y desde el este por los eslavos. El papel del emperador consistía en movilizar soldados, especialmente caballeros, entre los diversos pueblos del Imperio para oponer la fuerza militar a esas presiones del exterior. Europa se vio encerrada en sí misma, con su principal eje corriendo de norte a sur. Sin embargo, al término del siglo XI, el papado, que durante dos decenios había estado pidiendo a los gobernantes seculares que liberaran de los infieles a Bizancio, finalmente logró organizar la primera cruzada. Estas primeras cruzadas fueron las guerras extranjeras de la Revolución papal. No sólo aumentaron el poder y la autoridad del papado, sino que también abrieron un nuevo eje por el este al mundo exterior y convirtieron al mar Mediterráneo en ruta para la expansión militar y comercial de Europa. Cambios socioeconómicos: Los finales del siglo XI y el siglo XII constituyeron un período de gran aceleración del desarrollo económico en Europa occidental. Nuevos avances tecnológicos y nuevos métodos de cultivo contribuyeron al rápido aumento de la productividad agrícola y a la consiguiente expansión del comercio en excedentes agrícolas en los campos. A su vez, estos factores hicieron posible un rapidísimo aumento de la población. La creciente población se dispersó sobre miles de ciudades y poblados que surgieron en Europa por primera vez desde la decadencia del Imperio romano. En los dos siglos siguientes brotaron grandes centros comerciales y fabriles por toda Europa occidental. La clase mercantil pronto aumentó de número y cambió de carácter a finales del siglo XI y en el XII. El comercio por tierra y con ultramar llegó a ser aspecto importante de la vida económica y social. Cambios culturales e intelectuales: A finales del siglo XI y durante el XII se dio una explosión cultural e intelectual. Ésa fue la época en que se crearon las primeras universidades, se desarrolló el método escolástico y la teología, la jurisprudencia y la filosofía fueron sometidas a una rigurosa sistematización. Tal fue la época en que se modernizó el latín como lengua culta y cuando las lenguas y la literatura vernáculas empezaron a adoptar su forma moderna. Otros tres cambio fundamentales de la conciencia social contribuyeron a la transformación de la vida cultural e intelectual de los pueblos del occidente europeo: primero, el desarrollo de un sentido de identidad corporativa en el clero, su conciencia de grupo y una enconada oposición entre el clero y los laicos; segundo, el cambio a un concepto dinámico de la responsabilidad de la Iglesia de reformar el mundo; tercero, el desarrollo de un nuevo sentido del tiempo histórico. Rapidez y violencia de la revolución papal: Lo que estaba en juego era más que una lucha por el poder. Fue una lucha apocalíptica por un nuevo orden de cosas. Pero al mismo tiempo, la manifestación política de esa lucha fue lo que le dio su ritmo. Puede parecer que debiéramos considerar gradual una transformación comenzada a mediados del siglo XI y terminada a fines del XII. Sin embargo, en una revolución como ésta la vida se acelera: primero, al comienzo de la revolución (con el dictatus papae de 1075) se declaró abolido el anterior orden político y jurídico; luego, nuevas instituciones y políticas fueron introducidas súbitamente mientras se abolían las anteriores. El recurso de la violencia estuvo directamente relacionado con la rapidez de los cambios. Aparte de las cruzadas, la violencia adoptó la forma de una serie de guerras y rebeliones. Los partidos papista e imperial empleaban a la vez mercenarios y ejércitos feudales. Sin embargo, la fuerza no pudo dar una victoria final a ninguno de los bandos. La revolución papal terminó en un compromiso entre lo antiguo y lo nuevo. La duración de la revolución papal: En parte por esa misma rapidez y violencia así como por su totalidad, los principios subyacentes de esos cambios debieron ser confirmados y reestablecidos por sucesivas generaciones. Causas y consecuencias sociopsicológicas de la revolución papal Ya se han mencionado tres aspectos de la nueva conciencia social que brotó durantes los siglos XI y XII. El primer aspecto, la conciencia corporativa del clero, fue esencial para la revolución como causa y consecuencia. El clero siempre había tenido cierto sentido de su propia identidad de grupo y, sin embargo, era una sensación de unidad espiritual, no política o corporativa. En lo político y lo legal, el clero anterior al siglo XI, estaba dispersado localmente, con muy pocos nexos con las autoridades eclesiásticas centrales. La reforma cluniacense sentó las bases para el nuevo sentido de una unidad política corporativa entre el clero de la cristiandad occidental. Además, Cluny ofreció un modelo para unir al clero en una sola organización translocal, ya que todas las casas cluniacenses estaban sometidas a la jurisdicción de la abadía central. La Querella de las investiduras puso las cosas en claro. A la postre, la cuestión de las investiduras fue zanjada por negociaciones separadas entre cada uno de los principales dirigentes seculares, representando a su entidad secular, y el papado representando a todo el clero de la cristiandad occidental. Así, la revolución papal ayudó a establecer la conciencia de clase clerical en que se basó. Esto fue inseparable de un segundo aspecto, el surgimiento de un nuevo sentido de la misión del clero como reformador del mundo secular, lo cual produjo una marcada distinción entre el clero y los laicos. Por otro, esta distinción entrañó la implicación de que el clero no sólo era superior a los laicos, sino responsable de éstos. Esto se reflejó en un pronunciado cambio en el significado del término “secular”. En el latín clásico saeculum significaba “una época”, “un tiempo” o “la gente de cierto tiempo”. Los Padres de la Iglesia, en los siglos II, III y IV emplearon saeculum para referirse al mundo del tiempo (al mundo “temporal”) en contaste con el reino eterno de Dios. Para San Agustín, el verdadero cristiano, sea sacerdote o laico, vive en la sociedad terrenal y a la vez en la celestial. La visión negativa del saeculum reflejada en los escritos de San Agustín y en la mayoría de los pensadores cristianos, contribuyó a establecer una marcada división entre el clero regular y el secular. El primero vivía alejado del saeculum y cerca de la Ciudad de Dios. Temporal o secular tenía sentido peyorativo, significaba atado al tiempo, producto de la decadencia y corrupción de la existencia humana, particularmente en la esfera del gobierno político. Ahora, sería aplicable a todos los laicos. El antónimo de temporal o secular era “espiritual”. Ahora, todos los miembros del clero fueron llamados “los espirituales”. La autoridad Imperial, según sus enemigos, carecía de cualidades espirituales, es decir, sagradas o celestiales. La revolución papal comenzó con este intento del papado de reducir al Sacro y Cristianísimo emperador, quien durante siglos había desempeñado el papel principal en la vida de la iglesia, a la condición de simple laico. El hecho de que emperadores y reyes sólo empuñaran la espada secular (sólo fueran responsables de los asuntos temporales) los colocaba en posición subordinada de quienes empuñaban la espada espiritual: los laicos eran inferiores al clero en cuestiones de fe y de moral y lo secular era menos valioso que lo espiritual. Y, sin embargo, Gregorio VII y sus partidarios nunca dudaron de que el gobierno secular representaba la autoridad divina, que el poder del gobernante había sido establecido por Dios y que el derecho secular fluía de la razón y de la conciencia y había que obedecerlo. Un tercer aspecto de la nueva conciencia social, sería un nuevo sentido del tiempo histórico, incluyendo los conceptos de modernidad y de progreso. También esto fue causa y a la vez consecuencia de la revolución papal. Un nuevo sentido del tiempo estuvo implícito en el cambio de significado de saeculum y en el nuevo sentido de misión de reformar el mundo. Una visión relativamente estática de la sociedad política fue reemplazada por una mucho más dinámica: hubo una nueva preocupación por el futuro de las instituciones sociales. Hubo una fundamental reevaluación de la historia, una nueva orientación al pasado así como al futuro y un nuevo sentido de la relación del futuro con el pasado. Los reformadores gregorianos encontraron precedentes en los escritos patrísticos de los primeros siglos de la Iglesia, pasando por encima de la época carolingia y poscarolingia en Occidente. El énfasis ideológico se hacía en la tradición, pero sólo se podía establecer la tradición suprimiendo el pasado inmediato y regresando a uno anterior. Los escritos patrísticos fueron interpretados de modo que se adaptasen al programa político del partido papista. Esto tenía una fuerza especial en una época en que casi todo el derecho prevaleciente era derecho consuetudinario. En todos estos grandes trastornos, la idea de una restauración (un retorno a un anterior punto de partida) estuvo conectada con un concepto dinámico del futuro. El surgimiento del Estado moderno La revolución papal dio a luz el moderno Estado occidental, cuyo primer ejemplo fue, paradójicamente, la Iglesia misma. La Iglesia, antes del papa Gregorio VII, se había mezclado con la sociedad secular y carecía de los conceptos de soberanía y de un poder legislador independientes que son fundamentales para la condición de Estado moderno. En cambio, después de Gregorio VII, la Iglesia adoptó casi todas las características distintivas del Estado moderno. Afirmó ser una autoridad independiente, jerárquica y pública. Su cabeza, el papa, tenía el derecho de legislar. La Iglesia también impuso sus leyes por medio de una jerarquía administrativa, a través de la cual el papa gobernaba como un soberano moderno gobierna por medio de sus representantes. Además, la Iglesia interpretaba sus leyes y las aplicaba mediante una jerarquía judicial que culminaba en la curia papal de Roma. La Iglesia ejerció así los poderes legislativo, administrativo y judicial de un Estado moderno. Además, se adhirió a un sistema racional de jurisprudencia: el derecho canónico. Fijó impuestos a sus súbditos en forma de diezmos. Por medio de los certificados de bautismo y de defunción llevó una especie de registro civil. Y, a veces, la Iglesia reclutó ejércitos. Sin embargo, resulta paradójico llamar Estado moderno a la Iglesia, ya que el rasgo principal por el cual el Estado moderno se distingue del antiguo así como del germánico o franco es su carácter secular. La eliminación de la función y el carácter religiosos de la suprema autoridad política fue uno de los principales objetivos de la revolución papal. En adelante, emperadores y reyes fueron considerados, por quienes seguían la doctrina católica romana, como laicos y sin ninguna competencia en asuntos espirituales, reservados al clero. No obstante, por varias razones ésta no fue una separación de la Iglesia y el Estado en el sentido moderno. En primer lugar, el Estado en su sentido moderno aún no nacía. En cambio, había varios tipos de poder secular, incluyendo a los señores feudales y los gobiernos municipales autónomos y sus interrelaciones fueron afectadas por el hecho de que todos sus miembros, incluso sus gobernantes, también estaban sometidos en muchos aspectos a un general Estado eclesiástico. En segundo lugar, aunque el emperador, los reyes y otros gobernantes laicos hubiesen perdido su autoridad eclesiásticas, continuaban desempañando un papel importante en el nombramiento de obispos, abades y otros clérigos y en la política eclesiástica en general. En tercer lugar, la Iglesia retuvo importantes poderes seculares. Los obispos continuaron siendo señores de sus vasallos y siervos feudales y administradores de sus feudos. Y el papado afirmó su autoridad de influir sobre la política secular en todos los paises. Por ello, hay que condicionar la frase de que la Iglesia fue el primer Estado moderno. La revolución papal echó las bases para el ulterior movimiento del moderno Estado secular, al despojar a emperadores y reyes de la competencia espiritual. La Iglesia tuvo el carácter paradójico de un Estado-Iglesia: era una comunidad espiritual que también ejercía funciones temporales y cuya constitución tenía la forma de un Estado moderno. Por su parte, el Estado secular tenía el carácter paradójico de un Estado sin funciones eclesiásticas, una comunidad secular, cuyos súbditos también constituían una comunidad espiritual con una separada autoridad espiritual. De este modo, la revolución papal dejó un legado de tensiones entre los valores seculares y los espirituales dentro de la Iglesia, dentro del Estado y dentro de una sociedad que no era Iglesia por completo ni Estado por completo. Sin embargo, también dejó un legado de instituciones gubernamentales y jurídicas, tanto eclesiásticas como seculares, para resolver las tensiones. El nacimiento de los sistemas jurídicos modernos La revolución papal también generó los modernos sistemas jurídicos occidentales, el primero de los cuales fue el sistema moderno de derecho canónico. Desde los primeros siglos la Iglesia acumuló muchas leyes: cánones (reglas) y decretos de concilios y sínodos eclesiásticos, decretos y decisiones personales de obispos y leyes de emperadores y retes cristianos concernientes a la Iglesia. También produjo muchos penitenciales (manuales para sacerdotes). Se consideraba que todas estas leyes quedaban subordinadas a los preceptos contenidos en la Biblia (los Testamentos Antiguo y Nuevo). Estos escritos, que eran autoridad y en los que se encontraban los cánones, habían contribuido entre los siglos VI y X al gradual establecimiento, por toda la cristiandad occidental, de un cuerpo común de doctrina teológica. Sin embargo, en el año 1000 no existía un libro ni una serie de libros que tratara de presentar todo el cuerpo del derecho eclesiástico o que tratase de resumir sistemáticamente alguna parte de él. Había ciertas colecciones de cánones, pero sólo con importancia regional. El carácter descentralizado del derecho eclesiástico antes de finales del siglo XI, estuvo relacionado directamente con el carácter descentralizado de la vida política de la Iglesia. Por regla general, los obispos estaban más bajo la autoridad de emperadores, reyes y señores importante que bajo la de los papas. La universalidad de la Iglesia no se basaba en una unidad política y legal, sino en una herencia espiritual común. Como secuela de la revolución papal surgió un nuevo sistema de derecho canónico y nuevos sistemas jurídicos seculares, junto con una clase de juristas y jueces profesionales, jerarquía de tribunales, escuelas de derecho, tratados de derecho y un concepto de derecho como cuerpo autónomo e integrado. El “recto orden” significaba una nueva división de la sociedad en autoridades eclesiásticas y seculares separadas, la institucionalización de la autoridad eclesiástica como entidad política y jurídica y la fe en la responsabilidad de la autoridad eclesiástica para transformar la sociedad secular. El dualismo de los sistemas jurídicos eclesiástico y secular condujo a un pluralismo de sistemas jurídicos seculares dentro del orden jurídico eclesiástico y a la competencia de jurisdicciones de los tribunales eclesiásticos y los seculares. Fueron necesarias la sistematización y la racionalización del derecho para mantener ese complejo equilibrio de sistemas jurídicos plurales en competencia. En resumen, el nuevo sentido de derecho y los nuevos tipos de derecho que surgieron en Europa occidental como secuela de la revolución papal fueron necesarios como medio: 1) para el dominio, por las autoridades centrales, de una población sumamente dispersa, con diversas lealtades de grupo; 2) para mantener la separada identidad corporativa del clero y añadir una nueva dimensión jurídica a su conciencia de clase; 3) para regular las relaciones entre entidades eclesiásticas y seculares en competencia; 4) para permitir a las autoridades seculares aplicar en forma deliberada y programática su proclamada misión de imponer la paz y la justicia dentro de sus jurisdicciones respectivas; 5) para permitir a la Iglesia aplicar en forma deliberada y programática su proclamada misión de reformar el mundo. El derecho de los pueblos de Occidente, a finales del siglo XI, en el XII y en adelante, fue concebido como un sistema en desarrollo orgánico, un cuerpo creciente y vivo de principios y procedimientos, construido a lo largo de generaciones y de siglos.