Вы находитесь на странице: 1из 16

5.5.

- DE SAN AGUSTÍN A ROUSSEAU PASANDO


POR MAQUIAVELO Y LOCKE.

El Estado es la institución política soberana, con


jurisdicción suprema sobre su territorio y capacidad
exclusiva de promulgar leyes.
El Estado tiene una estructura unitaria de poder, que
pretende ser legítima y permanecer a través de los
cambios de gobernantes.
El poder del gobernante, con capacidad de imponer
sanciones y coacciones, debe ser reconocido y
aceptado por los ciudadanos.
La aceptación social del poder depende de su
legitimación o justificación.
En la Edad Media esta justificación es religiosa pues
estima que toda autoridad procede de Dios.
SAN AGUSTÍN.

Trece años después de Las Confesiones


(autobiografía “escrita en/con sangre”) Alarico y los
godos entran y saquean Roma.
Los paganos acusan: “si con nuestros dioses
paganos Roma estaba en lo alto y ahora, tras la
abolición por los cristianos del culto a nuestros
dioses, Roma cae en poder de los bárbaros, los
responsables son los cristianos”.
Con Constantino, con el Edicto de Milán,… de la no
persecución a los cristianos, a la libertad de cultos,
para llegar a ser la “religión oficial del Imperio”,
aprovechando todos los resortes de éste y
facilidades para llegar a coincidir, en extensión, con
los límites del Imperio.
Trece años tardó San Agustín en escribir “De civitate
Dei”, no sólo para defender la religión cristiana, sino
para atacar.
“Dos amores hicieron dos ciudades: “el “amor Dei”,
hasta el desprecio de sí mismos” dando lugar a
Jerusalén, “la Ciudad de Dios o celestial” y “el “amor
sui”, hasta el desprecio de Dios” dando lugar a
Babilonia, “la ciudad del diablo o terrena”.
Ambas ciudades persiguen lo mismo: la justicia y la
paz, pero tienen concepciones diferentes de esas
metas comunes.
Babilonia no debe identificarse con el Imperio
pagano ni Jerusalén con el Imperio cristiano.
No todo estuvo mal en el Imperio durante el
paganismo.
La Ciudad de Dios no es lo mismo que la Iglesia
Cristiana sobre la tierra, aunque, posteriormente su
libro fuese tomado como guía para las relaciones
entre Iglesia y Estado.
Decimos “ciudad” (ciudadanos) y no “urbe” (edificios,
calles,…)
La Iglesia mira al hombre “entero”, con su cuerpo y
con su alma y su meta es llevarlo, conducirlo, a la
vida eterna.
En esta vida debe comportarse, interna y
externamente, de manera cristiana para merecer la
vida eterna.
Mientras el Estado sólo se fija en la conducta
externa de los hombres, si cumplen o no las leyes.
Los delitos sólo atañen a la conducta externa, no así
los pecados, que pueden ser “de pensamiento,
palabra, obra y omisión”.
La Ciudad de Dios, más que una Filosofía de la
Historia es una Teología de la Historia y en ella el
poder religioso prima sobre el poder civil, porque ser
“hijo de Dios” es más que ser meramente
“ciudadano”. La vida eterna es más que esta mortal
vida. Por lo tanto, la Iglesia debe informar con sus
principios al Estado y éste, por su parte, ha de
prestar a la Iglesia el apoyo de su poder para que
ésta pueda realizar plenamente su misión.
El libro cuenta la Historia de la Humanidad, desde
Adán y Eva hasta la actualidad y es la historia de
una lucha, la del Bien y la del Mal y, aunque a veces
parezca que el Mal va venciendo, al final triunfará el
mal.
Es como el atleta que, para saltar más lejos, se
distancia, hacia atrás, para tomar más impulso.
La guerra –dice- no siempre es mala. El quinto
mandamiento: “no matarás” no queda infringido por
quienes hacen la guerra, si la hacen bajo la
autoridad divina, ni tampoco por los verdugos, que la
ejecutan en conformidad con las leyes de los
Estados.
No se glorifica la guerra, ni se la quiere como un fin,
es sólo un medio para conseguir la paz, una paz
justa (aunque en toda guerra una de las partes
aparecerá como la “mala”).
De todas maneras el concepto de “paz” en San
Agustín es muy amplio. Así:
“La paz del cuerpo es la ordenada complexión de
sus partes y la paz del alma irracional la ordenada
calma de sus apetencias. La paz del alma racional
es la ordenada armonía entre el conocimiento y la
acción, y la paz del cuerpo y del alma la vida bien
ordenada y la salud del animal. La paz entre el ser
humano mortal y Dios es la obediencia ordenada por
la fe bajo la Ley Eterna. Y la paz de los hombres
entre sí, es la ordenada armonía entre los
ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz
de la casa es su ordenada concordia. La paz de la
Ciudad Celestial es la unión ordenadísima y
concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios.
Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del
orden”
¿Cuál será la culminación de ambas Ciudades?
Cristo volverá, al final de los tiempos, para juzgar a
los vivos y a los muertos, para rectificar la iniquidad
de la vida presente, en que los buenos sufren y los
malvados prosperan.
Tras la resurrección del cuerpo cada uno irá a “su
Ciudad”. Unos al cielo, eterna felicidad, los otros al
infierno, eterno sufrimiento, donde irán los que no se
hayan arrepentido de sus pecados, los herejes, los
no bautizados, sean adultos o niños (después, la
Iglesia tendría que inventarse ese otro lugar(¿)
llamado “limbo” de los justos)
Un enigma que aparece en la obra. Y es que la
elección de aquellos que han de salvarse y de los
que han de condenarse ya la hizo Dios mucho antes
de que unos y otros llegaran a la existencia o
hicieran buenas o mala obras.
Por lo que surge la pregunta, enigmática: ¿para qué
sirve pues ser bueno o malo en este mundo, en esta
vida si ya….?
Es el misterio (más que problema) de la
“predestinación”.
Es el “silogismo cornudo” que el diablo le planteaba
a Santa Teresa: “Si…..entonces…., peri si
no…..entonces también…” ¿para qué pues…?
Aunque la Santa, vivaracha, le responde con otro
“silogismo cornudo”: “¿y tú por qué me tientas si….?”
No fue el Agustín joven y amable, el de las
Confesiones, sino el viejo, el de La ciudad de Dios,
el que habría de tener más trascendencia para la
historia de la Iglesia, gozando de mayor autoridad
que cualquier otro Padre de la Iglesia y, sobre todo,
con la Reforma. Calvino agudizó y endureció la
doctrina agustiniana igual que San Agustín lo había
hecho con la de San Pablo.
Aún hoy su figura sigue siendo fascinante para unos
y repelente para otros (porque, entre otras cosas, el
concepto de sexualidad que la Iglesia ha estado
defendiendo hasta hoy es, ni más ni menos, que el
que tenía San Agustín, unas connotaciones
negativas, pecaminosas,… mejor es el celibato y la
renuncia a la misma…).
Año 800. Coronación de Carlomagno como
emperador del orbe cristiano. Restablecer el antiguo
Imperio Romano convertido ahora en Sacro Imperio
Romano Germánico bajo la suprema autoridad
espiritual del Papa y la temporal del Emperador, es
el nuevo ideal de la Cristiandad Universal.
Sólo en el siglo XIII el Papa y el Emperador eran
aceptados como autoridades por casi todos los
Príncipes de Occidente. Aunque los Teólogos de la
Universidad de París eran los que interpretaban la
Biblia y los dogmas cristianos.
Pero el surgimiento de las nacionalidades modernas,
algunas ciudades libres y varios reyes rechazaron
que ni Papa ni Emperador metieran las narices en
sus naciones, numerosos teólogos rompen con el
monopolio de Roma y la Universidad de París pierde
su hegemonía a favor de otras Universidades.
Sólo en el XIV se abre una nueva perspectiva con
Guillermo de Ockham y su propuesta de separación
Iglesia-Estado, con dos ámbitos distintos de
actuación.
Su NO al cesaropapismo. El Papa sólo debe tener
una autoridad sobrenatural y moral, pero el poder
político les corresponde a los reyes. Por lo tanto NO
a las investiduras. El Papa no tiene por qué investir y
dar el visto bueno al Rey y. menos aún, vestirse con
tanto lujo y pompa, sino vestir y ser pobre, vivir con
austeridad.
Su NO a “el poder viene de Dios”. El poder viene del
pueblo, directamente o a través de sus
representantes. Y el pueblo, que puede poner al
Rey, también puede deponerlo, si se comporta
inadecuadamente.
La “soberanía reside en el pueblo”
Reyes y Papas en pugna. Felipe IV de Francia y
Bonifacio VIII, Luis de Baviera y Juan XXII. Aquellos
por la no sumisión y la separación de poderes, ésta
por la preeminencia.
Todo el entramado medieval se viene, poco a poco,
abajo.
Durante la Edad Media la prepotencia del poder
eclesiástico de someter al poder civil. Las cruzadas.
Los monasterios y sus “scriptoria”. Las catedrales. El
gregoriano. El Trivium, el Quadrivium, las Artes y la
Teología. Las Escolástica y las Universidades. Santo
Tomás. Las Órdenes mendicantes. Las
excomuniones. Las herejías. Las condenas. El
predominio como institución sobre toda otra
institución. La fe y la razón: la armonía entre ellos.
La lucha contra el Islam.
Pero, después, todo empieza a cambiar. El Papa en
Avignon. El cisma de Occidente. La Reforma
protestante y sus consecuencias políticas y
territoriales. Reparto del Cristianismo. Lutero en
Alemania y otros reformadores, Zwinglio y Calvino
en Suiza, Enrique VIII en Inglaterra. Las guerras de
religión. El desprestigio paulatino de la Iglesia. Sus
intentos de renovación con Trento o la Antirreforma.
En el Renacimiento se impone la concepción
antropocéntrica y humanista, frente a la teocéntrica
medieval.
La caída de Constantinopla, la invención de la
imprenta, la progresiva laicización de la filosofía, el
inicio del abandono del latín y el surgimiento de las
lenguas nacionales, el desarrollo de las Matemáticas
y de las Ciencias Físicas, con los nuevos métodos
científicos, el surgimiento de la idea de progreso, fin
de la Guerra de los cien años (entre Francia e
Inglaterra), la navegación marítima portuguesa y
posterior española con el descubrimiento de nuevos
mundos, el matrimonio de Isabel de Castilla y
Fernando de Aragón, mientras Alemania e Italia
dividida, políticamente, entre ciudades libres,
condados, ducados, principados,…No unidad
nacional.

MAQUIAVELO.

En 1.492 muere Lorenzo el Magnífico y dos años


después los Médicis son expulsados de Florencia y
el fraile dominico reformador Savonarola hizo de
Florencia, durante un breve tiempo, una república
puritana, una especie de “teocracia”. Pero pronto,
tras cuatro años, caería en desgracia y sería
quemado como hereje en 1.498, pero la república
florentina sobrevivió y uno de sus funcionarios y
diplomáticos era Nicolás Maquiavelo que sirvió,
como secretario de “Los diez de Valía”, en su
Cancillería, una especie de Ministerio de Asuntos
Exteriores, desde el 1.498 hasta el 1.512, visitando
las cortes europeas y entrando en contacto,
visitando y negociando con los políticos europeos
más destacados de su época.
Tenía, pues, un profundo conocimiento de los
asuntos europeos y de la conducta habitual de sus
dirigentes.
Así que conoció la violación de promesas,
juramentos y tratados por parte de los príncipes y
reyes, el poder corruptor del dinero, la conducta
deshonesta de los soldados mercenarios y sus jefes,
el comportamiento mendaz e hipócrita de numerosos
obispos y cardenales,… y de todo ello sacaría
conclusiones, que expondría en El Príncipe.
En 1.512 vuelven los Médicis a Florencia y perdió su
puesto y, al ser, además, sospechoso de
participación en una conspiración fue torturado,
encarcelado y desterrado, refugiándose en las
afueras de Florencia, una especie de arresto
domiciliario, tiempo que aprovechó en escribir El
Príncipe (y otras obras), compendio de consejos y
estrategias que ha de emplear un monarca para
lograr, conservar y fortalecer el poder.
Y como experiencia no le falta y estudio de la
realidad política europea e italiana, moderna y
antigua, tampoco, en él explica cómo se ganan y se
pierden provincias y cuál es la mejor manera de
ejercer su control
Él es el padre de la Política como ciencia. Con él se
inicia una nueva época en el pensamiento político,
sin consideración alguna con la Ética, con la
Religión, ni con la Iglesia como Institución.
Se eleva a César Borgia, amigo y admirador suyo,
hijo ilegítimo del Papa Alejandro VI, español, que
había ascendido al papado en 1.492, como modelo.
Con el consentimiento de su disipado padre, recurrió
al soborno y al asesinato para apropiarse de la
mayor parte de Italia central, en beneficio de la
familia Borgia, lo que sólo impidió la muerte de su
padre y su estar a las puertas de la muerte.
Pues a este César Borgia es al que propone
Maquiavelo, como modelo de destreza política,
“ejemplo al que hay que imitar”
Frío y pragmático, Maquiavelo justifica el poder por
el poder, al margen de cualquier planteamiento
moral. El príncipe puede mentir, si lo considera
necesario e imprescindible, igualmente que no
cumplir con los tratados firmados (“siempre habrá
una justificación a la que acudir para ello”)
Impresiona el frío cinismo de sus consejos a los
príncipes, ajenos a toda moralidad, que deben
esforzarse por parecer virtuosos más que por serlo.
Debe aparentar ser liberal pero, una vez en el poder,
hay que olvidar toda liberalidad. Parecer oveja, pero
ser lobo.
Debe desear que se le considere clemente antes
que cruel pero, en realidad, es mucho más seguro
ser temido que ser amado. Debe infundir miedo,
pero debe evitar que lo odien y, para eso, nada
mejor que no tocar ni a sus mujeres ni a sus bienes.
“Los hombres olvidan antes la muerte de su padre
que la pérdida de su patrimonio”.
Nada que ver este viraje con la concepción griega o
medieval o humanista de la política, lo que supone
una crisis y un corte con los valores hasta ahora.
Maquiavelo no sólo consagra la ruptura entre el “ser”
y el “deber ser” sino que es la escisión misma la que
se erige como principio fundamental.
Según la Filosofía Medieval la Política se fundaba en
la Moral Natural y ésta en un orden metafísico, en la
Naturaleza Humana y en última instancia, en Dios.
El comportamiento político debía regirse por
principios morales.
El Príncipe, el gobernante, debe actuar sin tener en
cuenta, para nada, a la moral. Desliga ambos
campos. La Política es una ciencia (o un arte)
autónoma e independiente, no subordinada a nada,
ni a la Ética ni a la Metafísica. Es totalmente
empírica y fenoménica, se mantiene en el plano de
los hechos y prescinde de toda referencia a ideales y
a normas universales.
En Política lo que cuentan son los resultados. La
bondad o maldad de los medios empleados no debe
tomarse en consideración. Cualquier medio es válido
si se consigue el objetivo, sea el engaño, la
violencia, la astucia, la violación de tratados, la
crueldad, la utilización de la religión,….
En Maquiavelo se unen un “pesimismo
antropológico” a un “pragmatismo político”.
El gobernante debe ser astuto y fuerte, como león y
zorro, sin escrúpulos a la hora de emplear cualquier
género de fuerza o de violencia, pues “la razón de
Estado” justifica los métodos más crueles e
inhumanos.
¿Mantenerse fiel a la palabra dada? Siempre habrá
razones plausibles para romper una promesa. Sólo
hace falta habilidad, hasta para engañar.
Debe aparentar ser, hablar y comportarse como si
fuera la personificación de la clemencia, de la
integridad, de la buena fe y buenas intenciones, de
la humanidad y de la religión PERO, para preservar
su principado tendrá que quebrantar, con frecuencia,
todas esas reglas.
El Príncipe debe hacer lo que tenga que hacer por
“razón de Estado”, éste es el máximo y único criterio
de actuación, sin otro miramiento.
Puede, por ejemplo, enviar a un militar, con “licencia
para matar”, a fin de poner orden en un territorio
díscolo y, cuando, a base de represión, violencia y
muerte lo haya conseguido, ante el descontento de
la población se presenta él, el príncipe, el
gobernante, y ante el mismo pueblo asesina al
represor, enviado por él.
Si se consigue, “todo vale”.
La “Razón de Estado” como criterio político.
Señala como el “Rey más destacado de la
Cristiandad” a nuestro Fernando de Aragón que, con
su matrimonio había conseguido la unidad de
España, la paz tras tantos años de guerra, poner fin
al reino moro de Granada, apoyar a Colón, había
expulsado a los judíos y a los moros, hasta había
obtenido del Papa Sixto IV el establecimiento de una
Inquisición española independiente, y de Alejandro
VI una bula que dividía el nuevo mundo descubierto,
entre Portugal y España, quedándose con “la parte
del león”.
Destaca en él su “piadosa crueldad”
Francia había logrado su unidad con Carlos VII y
Alemania, aunque dividida, vivía en paz, libre de
injerencias extranjeras, al revés que Italia, su
“patria”, que se desangraba en guerras intestinas.
En la que numerosos príncipes de pequeñas
provincias teóricamente independientes, buscaba
apoyo en las potencias extranjeras para poder
subsistir y que, con frecuencia, acababan
sucumbiendo ante el yugo de sus protectores.
Esto le duele a Maquiavelo. Porque, además, Italia
tiene un desarrollo cultural y artístico, lo que
contrasta con su situación política.
Se dirigió a la poderosa familia de los Médicis
invitándoles a llevar a cabo una reforma radical de
las costumbres y de los ejércitos, con el fin de
comenzar una “guerra justa” que permitiera llegar a
que Italia fuera un Estado Nacional.
Llamar a alguien maquiavélico es un insulto,
equivalente a engañoso, hipócrita, pérfido y lleno de
doblez. Persona a la que no le importa utilizar
medios crueles, incorrectos, ilegales,
inmorales,…con tal de conseguir los fines que
pretende.
En una palabra, obrar según el principio: “EL FIN
JUSTIFICA LOS MEDIOS”, sean éstos los que sean.
La obra de Maquiavelo no pretende ser un tratado
de Moral, ni de Filosofía Social o Política, sino de
Política Positiva, de la Política fáctica que él había
observado en su época y que había leído en los
Tratados de Historia.
Su pecado (¿) fue decir, en “voz alta”, lo que casi
todos los consejeros políticos de su tiempo (y los de
todos los tiempos) dicen en “voz baja”.
El Príncipe constituye una exposición machacona y
reiterada de “realismo político” que, a veces, resulta
cínico y brutal.
A pesar del antropocentrismo y de una visión
optimista del hombre en el Renacimiento, tanto
Lutero como Maquiavelo adoptaron una visión
pesimista.
Los seres humanos son malos por naturaleza y,
dejados a su arbitrio, se portan egoístamente y
tienden a prescindir de toda clase de principios
morales. Surge, pues, la necesidad de crear el
Estado como medio adecuado a poner fin a aquella
situación y ordenar la convivencia humana.
El Estado será el que imponga normas morales
(costumbres, “mores”) y leyes pero él permanece
fuera de ellas y sólo dentro del Estado rigen, luego
no es el Estado quien deba someterse a ellas, sino
al revés. Tanto las normas morales como las leyes
positivas surgen en el seno del Estado, no son
previas a él, y el príncipe puede usar de ellas según
su conveniencia.
El príncipe y el Estado se encuentran en un estado
metamoral.
Una vez desaparecido el feudalismo comenzaban a
formarse los estados modernos, fuertes y
centralizados.
En este contexto no debe extrañar que Maquiavelo
eleve a norma suprema del político “La razón de
Estado” en que “toda conducta, toda ley, todo
principio, toda religión,…debe subordinarse a los
intereses del Estado y, en último término, a la
voluntad del príncipe que gobierna.
La virtud del gobernante no es/no tiene que ser una
virtud moral, sino la fuerza y la astucia para
conseguir lo que se propone. Cuando sea necesario
debe ser fuerte como el león y, cuando no, astuto
como la zorra.
La norma suprema del príncipe, una vez en el poder,
es mantenerse en él y fortalecerlo, buscando la
eficacia, ajeno a toda consideración moral, ética o
religiosa.
Hay que estar vigilantes, desconfiar y atento a los
peligros que la fidelidad y la amistad traen consigo.
No hay que fiarse de nadie.
Y quienes no le amen, que al menos lo teman.
Como en el Renacimiento es el hombre, y no Dios,
el centro de la sociedad, el ciudadano gana
protagonismo político y aparece como la clave del
orden político y social.
Por lo tanto, como “el poder ya no viene de Dios”
sino que “reside en el pueblo”, el modelo de
justificación política que se impone es el “contrato
entre todos los ciudadanos, miembros de la
sociedad”.
Se imponen, pues, las Teorías del Pacto.
Pacto Social entre hombres libres e iguales.
Y serán Hobbes, Locke y Rousseau los principales
defensores, aunque de manera distinta, del origen y
legitimación contractualista del Estado.
TH. HOBBES (1.588 – 1.679)

http://blogdetomasmorales.blogspot.com/2014/01/55-de-san-agustin-rousseau-pasando-
por.html

Вам также может понравиться