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FECRISTIANA

Y SOCIEDAD
MODERNA

Determinación y libertad
Klaus M. Meyer-Abich

Causalidad-Azar-Providencia
Karl Rawer/Otto Hermann Pesch

Fenómenos naturales y milagros


Bela Weissmahr/Otto Knoch

4
%
Biblioteca dirigida por
Franz Böckle
Franz-Xaver Kaufmann
Karl Rahner
y Bernhard Welte
y coordinada por

Robert Scherer

Edición española dirigida por


Alfonso Alvarez Bolado
Adela Cortina Orts
José Ramón García-Murga
Antonio López Pina
Juan Martín Velasco
y Andrés Torres Queiruga

y coordinada por Jesús Larriba


Fe cristiana
y Sociedad moderna
4
Biblioteca dirigida por
Franz Bóckle
Franz-X aver K aufm ann
K arl R ahner
Bernhard W elte Fe cristiana
y coordinada por
Robert Scherer y Sociedad moderna
Edición española dirigida por
4
Alfonso Alvarez Bolado
Adela C ortina O rts
José Ram ón G arcía-M urga
Antonio López Pina
Determinación y libertad
Ju a n M artín Velasco Klaus M. Meyer-Abich
Andrés Torres Q ueiruga
y coordinada por Causalidad - Azar - Providencia
Jesús Larriba
Karl Rawer/Otto Hermann Pesch

Fenómenos naturales y milagros


Bela Weissmahr/Otto Knoch

ediciones General Tabanera 39 28044Madrtí


Introducción

¿Somos verdaderamente libres? ¿Lo somos únicamente en aparien­


cia? He aquí un viejo problema que supuesto entender de mu­
chas maneras la libertad a lo largo de la historia.
Es difícil establecer con claridad cuál sea la interacción entre
libertad y determinismo. Obrar libremente supone autodetermina­
ción. Pero ¿Por qué factores está influido en cada caso este auto-
determinarse?
La reflexión acerca de la relación del hombre con la natura­
leza ha sido muy compleja. Se ha constatado, por una parte, que
los acontecimientos naturales están estrechamente imbricados entre
sí; por otra, que el hombre, aun percibiéndose como libre, se ve
afectado por esa imbricación, y a que ^ mismo form a parte de la
naturaleza. Además, hay que tener en cuenta que, tras la formu­
lación de las relaciones de incertidumbre, no podemos asignar sin
más al cosmos un férreo determinismo■Quien trata de estudiar la
influencia de la voluntad libre en la naturaleza física, o la de
ésta en la voluntad humana, se halla ante un difícil problema.
La actuación libre de Dios tiene también que ver con esta
Titulo original: Christlicher Glaube in moderner Gesellschaft problemática. E l anonimato de los acontecimientos naturales pa­
© Verlag Herder, I'riburgo de Brisgovia 1982 rece completamente ajeno al cuidado amoroso de Dios sobre todas
© Ediciones S.M. 1984 las cosas y especialmente sobre el hombre. Negar la providencia
General Tabanera 39 - 28044 Madrid de Dios es cerrarse a su amor. Pero ¿cómo afirmarla sin que ello
Diseño de cubierta: Alfonso Ruano suponga un intervencionismo que co n ceb iría a Dios como un factor
más de este mundo?
Distribuidor exclusivo: CESMA S.A. Una problemática análoga se plantea cuando nos referimos al
Aguacate 25 - 28044 Madrid
milagro como actuación libre de Dios, que a través de un aconte­
ISBN de la obra completa: 84-348-1513-3 cimiento extraordinario nos envía el mensaJe , su presencia y de
ISBN del tomo 4: 84-348-1553-2 su salvación. No podemos negar la posibilidad del milagro, pues
Depósito legal: M. 7449-1985
Fotocomposición Grafilia S.L. ello supondría rechazar la libertad de Dios. Pero es necesario que
Impreso en España / Printed in Spain el c r e y e n te , al mantener sus c o n v ic c io n e s, no invada el campo de
Imprenta S.M. (Gral.'Tabanera 39 28044 Madrid)
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I. Determinaciones del obrar 11 I. Determinaciones del obrar
1. Libertad e independencia 11
2. Libertad política 16
3. Necesidad, deseo, petición 19
4. La falta de libertad del tirano 22 «Ante dos manjares igualmente
distantes y apetitosos, las almas li­
II. Determinaciones de la voluntad 28 bres se morirían de hambre antes de
llevarse a la boca uno de ellos.»
1. Schopenhauer: ¿querer lo que uno quiere? 28 (D ante, Divina Comedia,
2. La salvación de la libertad en Kant 32 El P araíso, C an to 4)
3. Naturaleza y libertad 41
4. De Spinoza a Schelling 47
1. Libertad e independencia
Por libertad se entiende ordinariam ente tener a la vez varias
Artículos complementarios posibilidades: poder hacer esto o aquello, poder obrar así o
de otra m anera. Según la fórm ula clásica de M olina, es libre
Animal y hombre; autonomía y condición creatural; castigo y perdón; quien, «dadas todas las condiciones necesarias para obrar,
causalidad - azar - providencia; cuerpo y alma; culpa y pecado; derecho y puede obrar o no obrar, hacer esto o lo contrario». Pero en­
moral; derechos humanos - derechos fundamentales; desarrollo y madu­ tender la libertad en este sentido, como independencia, no
ración; desviación y norma; diálogo; economía y moral; emancipación y puede constituir para el análisis filosófico más que un punto
libertad cristiana; evolución y creación; experiencia de la contingencia de partida.
y pregunta por el sentido; fenómenos naturales y milagros; historia del La definición de la libertad como independencia obedece
mundo e historia de la salvación; interés y desprendimiento; ley y gra­ al hecho de que, en una situación concreta, nunca es posible
cia; materialismo, idealismo y visión cristiana del mundo; mito y cien­ todo, sino que siem pre hay algo que ya es real o que es im po­
cia; mundo pulsional y maduración; naturaleza e historia; negatividad sible. Por ejemplo, la construcción de una casa sólo es posible
y mal; orden político y libertad; participación, planificación y autode­ allí donde no bay otra y donde, adem ás, se cum plen ciertas
terminación en la Iglesia; pluralismo y verdad; realidad - experiencia - condiciones legales. Y lo que es posible durante el tiem po de
lenguaje; religión y política; revolución y resistencia; sistema y sujeto; trabajo en una relación laboral está determ inado, de una
soberanía - poder - violencia; universo - Tierra - hombre; valores y fun- parte, por los derechos y facultades con que se cuenta y, de
damentación de normas. otra, por las obligaciones y limitaciones im puestas por la ley.
Ahora bien, como el ám bito del com portam iento posible se
ensancha cuando desaparecen las restricciones debidas a obs­
táculos y preceptos, la libertad de poder com portarse así o de
la otra m anera se considera ordinariam ente como la no exis­
tencia o desaparición de restricciones. Así, durante el tiempo
libre no existen las restricciones que lleva consigo la actividad
profesional, y en las profesiones liberales está uno exento de
tales restricciones incluso durante el tiem po de trabajo.
10 11
DETERM INACIÓN V LIBERTAD
LIBERTAD E INDEPENDENCIA
En muchos casos, libertad significa tam bién ausencia de «determ inación» debe entenderse siem pre que un com porta­
limitaciones íisicas. Así, el acusado declarado libre de culpa miento va a ser distinto de lo que sería si no estuviera deter­
sabe valorar lo que significa en ese aspecto no ir a parar tras m inado, es decir, que intervienen factores o restricciones de
las rejas y los m uros de la cárcel. Y el que sale de casa las que podríam os y, quizá, desearíam os im aginar libre tal
— bien para ver a los niños corretear libremente por el jardín, com portam iento. En este sentido hay una oposición entre de­
bien para pasear por el campo libre, o bien para presenciar term inación y libertad. Por ejemplo, en el marco de la con­
una obra de teatro al aire libre— quiere dejar tras sí los techos cepción m ecanicista del m undo, se creyó, durante mucho
y paredes de la casa, que restringen estas libertades. Y tiempo, que la conducta hum ana está determ inada por las
cuando la red de alta tensión le distorsiona el paisaje, ad­ leyes de la mecánica y, por tanto, es previsible, de suerte que
vierte con sorpresa que tam bién la com pañía eléctrica se ins­ sería m era ilusión la coexistencia de posibilidades para obrar
tala, a su modo, al aire libre. En un sentido sem ejante, el fí­ así o de otra m anera.
sico habla de la libertad de movimiento de un cuerpo, y el Pero ¿qué hacemos cuando hay (o parece haber) posibili­
ingeniero, del movimiento libre de una rueda o un piñón. Pero dades de hacer esto o lo otro, de com portarse así o de otra
en la m ayoría de los casos entendemos por libertad la ausen­ m anera? Supongam os que una decisión es todo lo indepen­
cia de im pedim entos no sólo físicos, sino tam bién sociales, diente que cabría desear en el caso ideal. Por tanto, no hay
como en el caso de la cárcel citado anteriorm ente o en la eje­ ninguna presión externa en ninguna dirección. Supongamos
cución de un tiro libre en un partido de fútbol. tam bién que no sentimos de antem ano ninguna preferencia ni
Especialm ente problem áticas son las libertades que im pli­ ninguna pulsión oscura y, quizá, poco fiable m ediante la cual
can la supresión de reglam entaciones estatales de la actividad pueda determ inar la decisión el hom bre prim itivo que hay en
individual, particularm ente de la burguesa. De hecho, estas nosotros. Supongamos, finalm ente, que de nuestra socializa­
libertades fueron históricam ente las prim eras en abrirse ca­ ción individual no surge ninguna de esas preferencias de las
mino en el pasado. La libertad de los mares, por ejemplo, signi­ que cabe sospechar si son realm ente nuestras, de nuestros an­
fica que ningún Estado puede ejercer derechos de soberanía tepasados o de nuestro estrato social. Así pues, la elección
en alta m ar, y el comercio libre tiene lugar cuando el desarrollo tiene que efectuarse de forma enteram ente «libre» entre posi­
de las corrientes comerciales no está condicionado por trabas bilidades igualm ente atractivas. ¿Cómo llegar en esas circuns­
estatales (especialmente por las aduanas), al menos hasta los tancias a una decisión? ¿No nos ocurrirá como al famoso asno
puertos francos. En un sentido análogo, el límite libre o no im­ de Buridán, que, colocado a la misma distancia de dos fajos
ponible, dentro del cual los ingresos no están sujetos a de heno iguales, se m urió de ham bre porque se sentía atraído
ningún gravam en, designa el ám bito en que se puede dispo­ hacia am bos lados con la misma fuerza, o como a las almas
ner libremente de las ganancias, pues por encim a de ese límite libres del Paraíso de Dante, que, situadas ante m anjares
una parte de los ingresos va a parar al Estado en concepto de igualm ente distantes e igualm ente apetitosos, correrían la
impuestos y, en ese sentido, no es de libre disposición. misma suerte?
Derechos fundam entales como el de libertad de expresión, ¿Nos queda alguna salvación o hemos de perecer miserable­
libre elección del trabajo, libertad religiosa o libertad cientí­ mente con nuestra libertad? Examinaremos detenidamente si es
fica garantizan, de entrada, libertades del mismo tipo que las mejor hacer esto o lo otro, y nuestra única salvación podría re­
de las situaciones cotidianas descritas, es decir, libertades sidir en que nos dejemos determ inar por motivos o inclinaciones a
frente a las trabas y disposiciones de un reglamento. De esta hacer esto y no aquello, o aquello y no esto. Así, estaremos
coincidencia básica común a todas las libertades m encionadas tanto más satisfechos de nuestra libre decisión cuanto más deter­
nace la contraposición entre libertad y determ inación. Por minadas sean las inclinaciones o más imperiosos los motivos ha-
12 13

»
DETERM INACIÓN Y LIBERTAD LIBERTAD E INDEPENDENCIA

liados en favor de la elección que al fin hacemos. Cuando sólo obligaciones que lleva consigo. Si querem os conservar las li­
había motivos débiles para obrar como hemos obrado, queda bertades garantizadas constitucionalm ente, incluida la liber­
siempre la sospecha de que quizá hemos pasado por alto una tad científica, tenemos que tom ar conciencia de las responsa­
razón que podría haber orientado la decisión en otro sentido o bilidades inherentes a ellas. Esto es válido para todos los
que hemos cedido inconscientemente a alguna determinación grupos sociales y, por tanto, tam bién para los científicos. De
oculta. Pero, evidentemente, tenemos que encontrar alguna de­ lo contrario, tales libertades se diluyen tras un concepto de li­
terminación para escapar al triste destino de las almas libres y bertad, usado una y otra vez en num erosos discursos, que
del asno que hemos citado. Es necesario un impulso para obrar sólo sirve para encubrir los propios intereses» (Scheel 839s).
en una u otra dirección, y el impulso que menos experimen­ Hoy hay un dato nuevo: que, adem ás de la libertad eco­
tamos como coacción o restricción de nuestra libertad es, sin nómica, tam bién resulta problem ática la libertad científica en
duda, la fuerza de unas razones convincentes. En todo caso, las el sentido negativo de m era ausencia de restricciones. Pero el
razones válidas no constituyen una coacción que nos quite la li­ fenómeno fundam ental sigue siendo el mismo: una libertad en
bertad, pues de lo contrario representaría una restricción de la que las determ inaciones em anadas de la responsabilidad
nuestra libertad el hecho de que dos y dos son cuatro y no no sustituyan a las limitaciones suprim idas, cuya ausencia re­
cinco, por ejemplo. presenta una libertad negativa, significa sim plem ente «dar
¿No ha dem ostrado tam bién la historia del liberalismo vía libre a los ciudadanos libres», es decir, dejar que cada
que no basta con estar libre de determinaciones (en el sentido cual haga lo que se le antoje, y eso no merece el nom bre de
de suprim irlas), sino que es necesario establecer unos fines libertad.
para los que debe usarse y a los que debe conducir esa liber­ La oposición entre libertad y determinación no puede enten­
tad? La libertad en el sentido de ausencia de restricciones, en derse, por tanto, en el sentido de que cualquier determinación es
cuanto falta de m iram ientos ante la situación social, llevó al contraria a la libertad. Lo hemos visto ya al analizar casos de
trágico e inhum ano estado que siguió a la revolución indus­ decisiones en los que era preciso encontrar motivos o inclina­
trial y que continuó agravándose hasta que la legislación so­ ciones determinantes, hasta el punto de que la decisión resul­
cial comenzó a restringir poco a poco sem ejante «libertad». taba más satisfactoria cuanto más vinculantes eran los motivos
Hoy nos hallam os en una situación análoga con respecto a en favor de ella e incluso cuando en realidad era la única deci­
los fundam entos naturales de la vida. «La libertad indiscrim i­ sión que cabía. En cambio, «el concepto ordinario de libertad,
nada lleva a la ruina completa» (H ardin 1244). Pero una li­ según el cual ésta consiste en la facultad totalmente indetermi­
bertad que da cabida a la falta de m iram ientos consistente en nada de querer, entre dos cosas contradictorias, la una o la otra
que ciertos grupos sociales hagan valer sus intereses a costa sin motivos determinantes, simplemente porque se quiere...,
de otros, o unas naciones consigan ventajas a costa de otras, conduce a los mayores absurdos» (Schelling IV ,274).
o la hum anidad entera se enriquezca a costa de sacrificar las Si la libertad no es incom patible con cualquier tipo de de­
condiciones de vida de la naturaleza, no es la libertad de la term inaciones e, incluso, sólo puede realizarse cuando se dan
que podemos sentirnos legítim am ente orgullosos en nuestro ciertas determinaciones, hay que preguntarse qué determ ina­
sistema social libre. Al contrario, la propia responsabilidad li­ ciones son com patibles con ella y cuáles no. Porque, de otra
beral nos recuerda «que las libertades garantizadas en nues­ parte, es claro que no todas ellas pueden ser consideradas
tra Constitución no pueden consistir en que cada uno las como determ inaciones de carácter libre. Por tanto, ¿qué de­
aproveche al máximo en beneficio de sus propios intereses y term inaciones no lesionan la libertad y cuáles se oponen a
deseos. La libertad no es un estado, sino una tarea. Consiste ella?
esencialm ente en reconocer y asum ir voluntariam ente las Los elementos básicos de nuestra conducta que entran en
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD LIBERTAD POLITICA

juego en el tem a de la libertad y la determ inación son dos: de blemático que, por ejemplo, a Adam Sm ith hace doscientos
una parte, la acción o actuación efectiva; de otra, la volun­ años. Pero el problem a principal no está en que cada uno
tad. Son concebibles determ inaciones o restricciones tanto pueda hacer lo que quiera, sino en que el «yo puedo hacer lo
con respecto a la voluntad libre como con respecto a la liber­ que quiero» se generalice y, así, se convierta en principio de un
tad de obrar en consonancia con la voluntad. Prim ero exam i­ orden social libre, es decir, en que, m ediante la generalización,
narem os las determ inaciones del obrar hum ano que llevan a ponga límites a la arbitrariedad individual.
divergencias entre lo que queremos y lo que hacemos, y La libertad del «yo puedo hacer lo que quiero» tom ada
luego, las determ inaciones de nuestra voluntad (—» realidad - como fundam ento de una concepción liberal del Estado no
experiencia - lenguaje). puede considerarse como la libertad sin más, porque aquí
sólo se trata de la coincidencia del obrar con la voluntad, es
decir, de la libertad de acción, m ientras que el problem a de
2. Libertad política la libertad de la voluntad debe tratarse por separado, como
harem os en la segunda parte de nuestro estudio. Sin em­
¿Qué im portancia tiene para nosotros la libertad entendida bargo, estos dos problem as tienen un estatuto muy diferente.
como coexistencia de posibilidades (poder hacer esto o aque­ Si nuestra voluntad es libre o si hay determ inaciones de la
llo), si en definitiva nos decidimos por una sola de las dis­ voluntad que puedan considerarse com patibles con la libertad
tintas posibilidades? C abría incluso pensar que si de varias es un problem a filosófico de gran im portancia para la funda-
posibilidades elegimos siempre una sola, podríam os conten­ mentación de la ética y, consiguientem ente, para la obligato­
tarnos de antem ano con una única posibilidad. De hecho, po­ riedad de las norm as de conducta; en com paración con éste,
dríam os hacerlo si tal posibilidad única fuera precisam ente la el problem a de la conformidad de la voluntad y la acción
que nosotros queremos. Sólo dam os im portancia a la coexisten­ aparece como secundario. No obstante, en el plano político,
cia de varias posibilidades porque nos gusta hacer lo que esta últim a libertad del «yo puedo hacer lo que quiero» fue
querem os hacer. Poder hacer lo que uno quiere es, por tanto, la aquella por la que se luchó en la época m oderna y cuya con­
piedra de toque de la libertad en su concepción ordinaria, y quista puede considerarse como uno de los mayores progresos
la coexistencia de posibilidades (poder hacer esto o aquello, en la cultura política de la hum anidad.
obrar así o de otra m anera) se considera sólo como condición Olvidam os con gran facilidad hasta qué punto destacan
necesaria para ello. sobre el trasfondo de la historia de la hum anidad las liber­
El hecho de que un individuo o un grupo social no pue­ tades garantizadas en nuestra Constitución (y en las de otros
dan hacer lo que quieren no significa necesariam ente una países industrializados): el libre desarrollo de la personalidad,
falta de libertad. Todo el m undo quiere aproxim ar lo más po­ la libertad de creencias y de conciencia, la libertad religiosa,
sible sus actos a sus deseos, y la constitución política de un la libertad de pensam iento y de expresión, la libertad del arte
Estado debe procurar, incluso contra la voluntad de los indi­ y la ciencia, la libertad de reunión, asociación y residencia y
viduos, que no se busquen los fines privados a costa de otros la libertad para elegir profesión son conquistas con las que
individuos o de la com unidad en general. Sin em bargo, la todavía sueñan y por las que tendrán que seguir luchando
idea fundam ental del liberalismo m oderno era que para ello durante un período imprevisible otros países. Nosotros, en
basta un reglam ento más sencillo que el del sistem a feudal y cam bio, aunque tengamos que estar siempre atentos a los pe­
que determ inadas reducciones del reglam ento redundan in­ ligros que am enazan nuestro sistema de libertades — «la li­
cluso en beneficio del bien común. D eterm inar en qué bertad no es un estado, sino una tarea» (Scheel 839)— , nos
supuestos se verifica esta hipótesis nos resulta hoy más pro­ encontram os en la feliz situación de que no es preciso tratar
16 17
DETERM INACIÓN Y LIBERTAD NECESIDAD, DESEO, PE TICIÓN

la libertad política (poder hacer lo que queremos) en la pre­ objetos, de forma que surgen nuevas relaciones). Yo suelo ex­
sente enciclopedia como un problem a central de la fe cris­ plicar esta estructura con el ejemplo de la satisfacción de una
tiana en la sociedad moderna. necesidad (M eyer-Abich 1979 [1]) (—> derechos h u m an o s-
Así pues, nuestro problem a no es, afortunadam ente, que derechos fundam entales; orden político y libertad; participa­
seamos perseguidos por nuestra fe o por nuestras ideas, que ción; planificación, adm inistración y autodeterm inación en la
no podam os escoger la profesión que nos guste o que no po­ Iglesia; religión y política; soberanía - poder - violencia; tra­
dam os movernos librem ente de un sitio a otro, etc. Pero ¿sig­ dición y progreso).
nifica realm ente la ausencia de estos im pedim entos que
hemos avanzado lo suficiente como para poder decir que ha­
cemos lo que queremos? Pese a que nuestra situación es envi­
diable y privilegiada en com paración con la de la m ayor 3. Necesidad, deseo, petición
parte de la hum anidad del presente y del pasado, podría ser
erróneo dar a esta pregunta una respuesta afirm ativa en tér­ Quien entra en un restaurante suele hacerlo para com er o be­
minos generales. ber algo. N orm alm ente, esta necesidad no está tan concre­
Las reservas frente a la afirmación de que, en el sistema tada que se tenga previsto lo que se va a tom ar: el contenido,
de libertades de nuestro país, ocurre lo que se quiere que los ingredientes, la preparación concreta. Es cierto que a
ocurra obedecen, en parte, a equívocos que adoptan la forma veces entra uno en un restaurante para comer, por ejemplo,
de exigencias egoístas frente a la generalidad. Así, la libertad lenguado preparado de una m anera determ inada y para to­
de elegir profesión, concebida como libertad común (y no marlo con un vino concreto; pero si esto fuera lo norm al, no
como privilegio individual), no puede significar que cada cual habría cartas de comidas y bebidas, sino que entraríam os en
tiene derecho a im poner sus preferencias profesionales frente el local, expresaríam os sin más nuestros deseos y nos lim ita­
a todos los demás. Pero hay tam bién reservas justificadas: la ríamos a esperar que nos sirvieran la com ida o la bebida pre­
generalidad no desea la destrucción de los fundam entos de la viamente determ inada. La existencia y el uso de las cartas in­
vida ni la carrera arm am entista, y, sin em bargo, estamos dican que entre la decisión de querer comer o beber algo y la
asistiendo a las dos cosas. ¿Cabe decir, pues, que no hacemos tarea de hacer una petición «determ inada» m edia un proceso
lo que queremos? En caso afirmativo, ¿a qué se debe que de concreción que perfila de algún modo la necesidad inicial.
nuestro obrar se aparte de nuestro querer? El resultado de este proceso — la forma en que se m anifiesta
El hecho de que en un ordenam iento social tan libre como la necesidad— es lo que yo llamo petición, para distinguirlo de
el de la República Federal alem ana haya razones para dudar la necesidad que subyace a él y de la que es expresión.
de que hacemos socialm ente lo que queremos y, por tanto, de La distinción entre petición y necesidad es de sum a im ­
que obram os librem ente tiene su fundam ento en la radical portancia para las circunstancias de nuestra vida. El cliente
disparidad existente entre el obrar y el querer. Tal disparidad de un restaurante, por ejemplo, no puede pedir «algo» (co­
obedece a que toda acción ejerce una causalidad concreta in­ m ida o bebida sin más); no le servirán nada m ientras no de­
cluso en los detalles y particularidades más insignificantes, cida si va a tom ar carne, pescado o huevos, y qué tipo de
m ientras que la voluntad sólo encierra originariam ente ciertas guiso prefiere, de modo que pueda expresar su necesidad en
ideas acerca del fin. Expresado en térm inos aristotélicos: la forma de petición. Lo mismo puede decirse del proceso eco­
voluntad es una causa final (un objetivo por el cual se hace nómico en su conjunto. C ualquier cosa que querem os conse­
algo), m ientras que la acción es una conjunción de la causa guir (el cum plim iento de una función, un buen traje para
eficiente, la causa m aterial y la causa formal (influjos en los vestir, unas vacaciones atractivas, proporcionar una alegría a
18 19
DETERM INACIÓN Y LIBERTAD NECESIDAD, DESEO, PETICIÓN

alguien) term ina por concretarse en algo determ inado; es de­ Para describir más exactam ente cómo se expresan las ne­
cir, la necesidad se expresa como petición. Pero ¿quién no ha cesidades se requiere una tercera determ inación entre los
experim entado alguna vez que una necesidad no se satisface polos de la necesidad y la petición. Comencemos por exami­
con la petición en que se ha concretado? Así ocurre en el co­ nar los casos en que una necesidad está ya tan avanzada en
nocido caso de las com pensaciones de insatisfacciones profe­ su proceso de concreción que puede preverse un determ inado
sionales o privadas m ediante la com pra de productos que or­ tipo de petición (una casa, un coche, un viaje), pero no se ha
dinariam ente sólo pueden proporcionar una distracción llegado todavía a una petición individualizada; entonces pa­
m om entánea. Y ocurre tam bién por la falta de calidad del ar­ rece indicado hablar de un deseo. En tal caso, habrá que de­
tículo com prado. Pero hay tam bién casos en que una persona cir, por ejemplo, que las necesidades de un determ inado tipo
que tiene una relación satisfactoria consigo misma y con su de vida familiar, de seguridad, de independencia, etc., se han
entorno quiere tener una experiencia de libertad y, por ejem­ plasm ado en el deseo de una vivienda unifam iliar y que este
plo, se com pra una moto para poder gozar del aire «libre». deseo se expresará oportunam ente en la petición del solar «x»
Tam bién en este caso está por ver si la moto responde o no a del m unicipio «z». Pero el concepto de deseo no implica que
la necesidad subyacente. T al vez responda, o tal vez no. En el deseo en cuestión tenga que traducirse necesariam ente en
este último supuesto, el resultado (el correspondiente acto de una petición en sentido económico. Así, la necesidad de fres­
com pra) no habría proporcionado lo que propiam ente se que­ cura corporal suele concretarse, por ejemplo, en el deseo de
ría: la satisfacción de la necesidad. Pero ¿a qué obedece la di­ aire fresco, deseo que no se traduce en una petición en sen­
vergencia entre la voluntad y la acción? tido económico, o sólo está unido a tal petición incidental­
La determ inación de la voluntad a hacer una com pra en mente (por ejemplo, dem anda de servicios de transporte a los
el m arco de la oferta existente es un proceso largo, que re­ lugares de vacaciones o dem anda de una vivienda para los
quiere un análisis detallado. Aquí tenemos que lim itarnos a fines de sem ana).
algunas observaciones. En prim er lugar, el térm ino «peti­ Lo que aquí llam am os deseo suele definirse como «orien­
ción», introducido para designar la forma en que se expresa tación de la necesidad» (Hondrich) en los estudios recientes
la necesidad, no es suficientem ente genérico: el concepto de sobre las necesidades. Yo no sigo esta term inología porque el
petición incluye tam bién, en sentido económico, que se quiere térm ino «orientaciones» suele designar actitudes genéricas
y se puede gastar dinero por algo. En cambio, el proceso de que apenas han recibido aún una concreción.
concreción (o plasm ación) de una necesidad puede no desem ­ La distinción conceptual entre nuestras necesidades y la
bocar, o desem bocar de forma accidental o a largo plazo, en forma en que se expresan como deseo o como petición es de
el surgim iento de una necesidad en sentido económico. Así, la gran im portancia práctica para valorar rectam ente los peli­
necesidad de proporcionar una alegría a alguien no tiene por gros que la sociedad industrial entraña para las condiciones
qué expresarse siem pre en forma de petición en sentido eco­ de la vida. Deberíam os preguntarnos si el modelo de creci­
nómico. En otros casos se produce tal petición, pero de forma m iento económico que destruye las bases naturales de la exis­
puram ente incidental y secundaria (por ejemplo, se pide lana tencia satisface, en realidad, una petición que no responde
para hacer un jersey, o pinturas para pintar un cuadro). Fi­ (ya) a nuestras necesidades. Pongamos un ejemplo: la necesi­
nalm ente, con frecuencia está claro con m ucha antelación que dad de no pasar frío lleva al deseo de m antener determ inadas
una necesidad presente se expresará algún día en una peti­ tem peraturas. Pero este deseo no tiene por qué conducir a
ción, aunque de m om ento no se llegue a tal petición porque una petición de productos energéticos en la m edida en que
no se tienen los medios necesarios (por ejemplo, para una vi­ ocurría hasta ahora, sino que puede ser satisfecho en gran
vienda) y hay que com enzar por ahorrarlos. parte (y hoy más fácilmente) con factores totalm ente dis­
20 21
«

DETERM INACIÓN Y LIBERTAD FALTA DE LIBERTAD DEL TIRANO

tintos, sobre todo con capital (por ejemplo, en forma de aisla­ ningún otro hom bre, pues son los que más injusticias come­
m iento térmico) y con conocimientos técnicos (como tecnolo­ ten. Por eso son los menos libres. En realidad, ellos quieren
gía térm ica) y, en general, con el «ahorro de energía como el bien, como todos los hom bres; pero lo consiguen en menor
fuente de energía». El mismo deseo de m antener una tem pe­ m edida que los demás. El hom bre sólo obra librem ente
ratura determ inada puede ser discutible, pues con un jersey cuando hace lo que es bueno hacer. Vam os a exponer con
apropiado no se pasa frío en una habitación con tem peratura más detenim iento el razonam iento de Platón y llegaremos a
baja. la conclusión de que tam bién nosotros sólo hacemos lo que
Se trata, pues, de precisar en qué m edida la actividad in­ querem os y obram os librem ente cuando hacemos lo que es
dustrial responde realm ente (todavía) a nuestras necesidades bueno hacer.
y, por consiguiente, de saber si realm ente hacemos lo que que­ El diálogo comienza con una conversación entre Sócrates
remos. Y no se diga que este planteam iento pone en entredi­ y el sofista Gorgias sobre la retórica, el arte de persuadir, que
cho la soberanía de los consumidores; al contrario, más bien los sofistas prom eten enseñar a sus discípulos. A prim era
habría que llam ar soberano al consum idor que satisface me­ vista, este arte parece una cosa por la que vale la pena esfor­
diante su petición las necesidades por las cuales la expresa. zarse. En efecto, quien puede convencer a los tribunales y a
Pero ¿qué punto de referencia tenemos para arm onizar los gremios políticos de que deben decidir como a él le parece
nuestro obrar con nuestra «auténtica» voluntad y para juzgar justo tiene ventajas sobre los dem ás. Si un abogado consigue
a posteriori si se ha hecho o no lo que se quería? m ediante la retórica la absolución de un inocente, ello consti­
Así pues, la coincidencia entre la voluntad y la acción o tuye un mal m enor que su condena. Pero si em plea su arte
entre la concreción y la idea siem pre se mide, en últim a ins­ para lograr la absolución de un culpable, actúa injustam ente.
tancia, por lo bien que resulta el acto o la concreción. En Gor- Gorgias term ina por reconocer que lo que legitima la retórica
gias, Platón expone, de m anera sencilla, con el caso límite del es su referencia a la justicia, de la que, según Sócrates, viene
tirano, que el bien es ordinariam ente la pauta con que m e­ a ser un reflejo.
dimos si hacemos lo que querem os (—> economía y m oral; va­ En este m omento interviene en el diálogo Polo, discípulo
lores y fundam entación de norm as). de Gorgias y, a juzgar por sus ideas y quizá por su praxis,
tan poco interesado por la justicia como su m aestro. A Polo
sólo le preocupa cómo se puede ganar un proceso ante un tri­
bunal — sea o no ju sta la sentencia— , y tom a la palabra por­
4. La fa lta de libertad del tirano que cree que Gorgias no ha contestado con sinceridad. En su
respuesta, Sócrates establece un paralelism o entre la retórica
Los griegos llam aban tiranos a los autócratas, que ordinaria­ y el arte culinario; la retórica proporciona al alm a lo mismo
m ente habían obtenido el poder de forma ilegal y cuya arbi­ que el arte culinario al cuerpo: bienestar. Pero no está garan­
trariedad no estaba lim itada por ninguna ley ni por ninguna tizado que lo que inicialm ente es agradable resulte luego pro­
constitución. Por tanto, el tirano — independientem ente de la vechoso. Del mismo modo que el arte culinario debe medirse
valoración política y m oral de su conducta— es el prototipo por el grado en que contribuye a la salud del cuerpo o, al
del hom bre que en todo m om ento puede hacer lo que le p a­ menos, no la daña, así tam bién la acción de los oradores
rece bien. ¿No hacen los tiranos todo lo que quieren y, por debe medirse por el servicio que presta a la justicia. Pero
consiguiente, son libres en grado sumo? Platón responde a Polo no quiere servir al poder superior de la justicia: quiere
esta pregunta en Gorgias (466a-468e): en realidad, los tiranos establecer él mismo la justicia ante el tribunal m ediante el
no hacen lo que quieren. Lo hacen, incluso, menos que arte de la persuasión. Así pues, él valora el poder de los ora­
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD FALTA DE LIBERTAD DEL TIRANO

dores de distinto modo que Sócrates; por eso le pregunta si medio. C uando se elige un medio para un fin, la voluntad nc
los oradores no son respetados en todas partes y si no tienen se dirige al medio, sino al fin.
el poder más grande en los Estados. Sócrates contesta: no; al En el segundo paso, Sócrates ofrece una definición m ate­
contrario, si se acepta que tener poder representa un bien rial de lo que, no estando a nuestra disposición, es objeto de
para quien lo tiene, los oradores son precisam ente los que deseo. Pese a la diversidad de las inclinaciones personales, los
menos poder tienen en el Estado (466b). Éste es el contexto contem poráneos de Sócrates consideraban com únm ente de­
en que Sócrates m uestra que los tiranos no hacen lo que seables la riqueza, la salud y la belleza, así como la fama, el
quieren. poder y la gloria, por ejemplo una victoria en los juegos olím­
A Polo le sorprende que Sócrates no parezca tener la me­ picos; finalm ente, tam bién la sabiduría y la prudencia figura­
nor idea sobre quién posee el poder en el Estado. Por eso le ban para algunos entre las cosas en que se busca la felicidad.
pregunta: ¿cómo? ¿No m atan los oradores, lo mismo que los En todo caso, Polo concede inm ediatam ente que la sabiduría,
tiranos, a quien quieren y despojan de sus posesiones y ex­ el poder, la salud y la riqueza son cosas buenas. Y esta enu­
pulsan del país a quien les parece? Sócrates responde prim ero m eración podría encerrar tam bién para nosotros una parte
que hacer lo que uno quiere y hacer lo que a uno le parece im portante de lo que a veces nos deseamos m utuam ente con
bien son dos cosas distintas. Luego aborda las dos tesis por la fórm ula «toda suerte de bienes». De todos modos, se po­
separado. drían añadir otros factores. Además, es claro que cada per­
Com ienza por dem ostrar que hacer lo que a uno le parece sona no puede tener todo, de suerte que es preciso decidir si
bien puede no ser bueno, por ejemplo cuando se actúa de uno prefiere poner más énfasis en la sabiduría o en la ri­
forma irracional. H acer arbitrariam ente y sin sentido lo pri­ queza, etc. Así pues, enum erando la sabiduría, el poder, la
mero que se le ocurre a uno no puede representar una forma salud y la riqueza, sólo se podría dar una respuesta bastante
de vida deseable ni, por tanto, constituir la esencia de la po­ provisional a la pregunta que es preciso contestar: ¿a qué
sesión de poder, pues el poseer poder es considerado como tiende nuestra voluntad, si no es a los medios correspon­
algo bueno, por lo cual se envidia a los tiranos. Es cierto que dientes? Sin em bargo, al m argen de los cambios y com ple­
los tiranos «hacen lo que les parece bien»; pero eso no de­ mentos, hay que constatar que todos estos bienes apetecibles
m uestra que tengan poder. A continuaciónj Sócrates exam ina son concreciones del deseo expresado con fórmulas como
la segunda peculiaridad que Polo atribuye a los oradores: «que te vaya bien», pues este «bien» viene a ser la forma ge­
«hacer lo que uno quiere». nérica de cualquier deseo, es decir, de todo lo que deseamos
Sócrates dem uestra prim ero que todo lo que se hace por y querem os. Riqueza, salud, belleza, prestigio, poder, fama,
otra cosa se hace por el «bien», de suerte que, en realidad, saber, etc., son otras tantas respuestas a la pregunta so­
tam bién los tiranos quieren lo bueno y lo mejor (para ellos); bre qué se considera como «bien». En otras palabras: pregun­
por consiguiente, en la m edida en que son tiranos y, como tar qué se considera como bien equivale a preguntar qué se
tales, se apartan m ucho del bien, no hacen lo que quieren. quiere. C ada cual quiere precisam ente lo que tiene por un
La argum entación consta de dos pasos. En el prim ero se ex­ bien; por eso lo quiere y no quiere otra cosa. Lo que se
pone lo siguiente: cuando uno hace algo con vistas a otra quiere, se quiere siem pre como lo mejor. Y lo que hacemos
cosa, no quiere lo que hace, sino aquello por lo que lo hace. por un bien querido, lo hacemos convencidos de que es mejor
Así, uno se somete a tratam iento médico porque quiere cu­ para nosotros hacerlo que dejar de hacerlo; es decir, lo ha­
rarse, no porque le agrade ser tratado por un médico. Y los cemos por am or al bien (Gorgias 468b).
que usan un medio de transporte, norm alm ente quieren lle­ Incluso el m alhechor desea «todo bien». Así, cuando un
gar a un lugar en el que todavía no están m ientras usan tal atracador de bancos decide im pedir que el transporte del di­
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD FALTA DE LIBERTAD DEL TIRANO

ñero llegue al destino previsto por el banco, quiere cierta­ com ún considera como una paradoja «idealista» porque sólo
m ente algo malo de acuerdo con el derecho vigente, pero a la suele tom ar en consideración los problem as que adm iten una
vez sólo quiere lo mejor para él mismo. Por tanto, tam poco respuesta. Sin em bargo, una conversación, por ejemplo, sólo
en este caso se trata de que alguien quiera realm ente el mal, tiene sentido en el supuesto de que exista «la verdad», y la
sino únicam ente de que alguien busca lo m ejor para él al advertencia cotidiana de que nadie posee «la verdad» no dice
margen de la ley. Pero es claro que no busca el mal para sí nada contra tal suposición. Preguntar por la verdad es una
mismo. Porque cuando uno quiere una cosa, quiere que le condición natural del hom bre, aunque éste no llegará nunca
ocurra a él, y nadie quiere que le ocurra un mal (Platón, M e­ a poseerla. En este conocimiento de la ignorancia, Sócrates
llón 77c). Así pues, la diferencia entre el atracador del banco aventajó a todos los hom bres. Del mismo modo, la tesis de
y quienes respetan la ley no reside en que él no tenga por que siempre se quiere el bien se confunde a m enudo con la
mejor lo que hace que lo que deja de hacer (de lo contrario afirmación de que el bien es siem pre conocido, cosa que, ob­
no lo haría), sino en que él tiene por buenas y hace cosas dis­ viam ente, no es cierta. En cambio, la atinada observación de
tintas que sus contemporáneos. que no sabemos qué es bueno, y en este punto surgen siem­
Si en la tesis de que la voluntad tiende siem pre al bien pre los mayores conflictos, es plenam ente com patible con la
entendem os por «bien» lo «mejor para nosotros», como hace tesis platónica de que, a pesar de ello, querem os el bien, no
Platón en Gorgias (468b6,d3), tal tesis resulta de entrada con pleno conocimiento, sino rastreándolo. No se discute que
menos paradójica. En ese caso es preciso afirm ar que tam ­ el bien sea querido: se discute qué es el bien. Incluso discuti­
bién los tiranos quieren únicam ente su bien — es decir, aque­ ríamos menos qué es el bien si no lo buscáram os constante­
llo en lo que ven el bien para ellos— cuando tiranizan a sus mente.
súbditos. Sin em bargo, la relativización del bien al «para no­ La discrepancia entre el bien realm ente querido y la ac­
sotros» no es más que una concesión aparente. Porque a este ción correspondiente, que sólo puede ajustarse al propio pare­
respecto hay dos alternativas, una de las cuales es insosteni­ cer, se solapa en la crítica de las necesidades con la discre­
ble y de la otra nunca se puede escapar. La prim era es el pancia entre la necesidad y la petición. En este aspecto, los
bien tal como lo determ inan la tradición y las convenciones tiranos representan sólo un caso límite, pues todos sabemos
sociales, por ejemplo las leyes. Pero este bien no puede ser lo por experiencia que m uchas de nuestras decisiones no han
que se quiere en todas las voliciones, porque se da tam bién la sido acertadas y, por tanto, que no estamos seguros del bien.
voluntad de legislar y de cam biar las leyes. La segunda alter­ Si entendem os por acción libre aquella con la que se realiza
nativa es el bien «en absoluto». Ahora bien, de esta pauta no lo que se quiere, según el análisis de Platón sólo obra libre­
se escapa m ediante la adición «para mí», pues la pregunta m ente quien obra bien y, por consiguiente, nuestros actos no
sobre lo que es bueno «para mí» no busca otra cosa que la son libres la m ayoría de las veces. En cam bio, obram os tanto
información acerca de dónde puede residir aquí y ahora el más librem ente cuanto mayor es la fuerza con que nuestra
bien en absoluto para mí. El bien para mí sólo tiene sentido conciencia nos im pone una acción. En la m entalidad m o­
como una especificación histórica del bien en cuanto tal, pues derna, esta forma de concebir la libertad se expresa como au­
sólo en virtud de este últim o es aquél bueno para mí. Así todeterminación. Así pues, la libertad entendida en el sentido
pues, la relativización de lo querido como un bien al bien corriente de independencia no excluye la determ inación como
para nosotros sólo expresa en el fondo la evidencia de que tal, sino únicam ente la falta de autodeterm inación (—» con­
somos nosotros quienes querem os el bien. ciencia; derecho y m oral; diálogo; em ancipación y libertad
C uando Platón afirm a que la voluntad siem pre tiende en cristiana; interés y desprendim iento; valores y fundam enta-
últim a instancia al bien, enuncia una tesis que la m entalidad ción de norm as).
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SCHOPENHAUER

II. Determinaciones de la voluntad hacerla, y si quiere aquélla puede hacerla tam bién. Pero la pre­
gunta de si, en un caso dado, puede querer lo mismo la una
que la otra no se resuelve con esto y es objeto de un análisis
más profundo. Por tanto, aquella incontestable afirmación de
la autoconciencia “yo puedo hacer lo que quiero” no dice ni
«Así se hace sucesivamente al decide absolutam ente nada sobre la libertad de la voluntad,
hombre responsable de sus obras, que en cuanto tal consistiría en que el correspondiente acto
de sus acciones, de sus motivos y , de la voluntad pueda term inar en cada caso así o de otra m a­
por fin , de su ser.» nera» (o.c. 23).
(Nietzsche, KSA 11,63) Según Schopenhauer, la confusión de la libertad de acción
y la libertad de la voluntad estriba, «en últim a instancia, en
que la voluntad del hom bre es su propio yo, el verdadero
La libertad y la determ inación no son radicalm ente incom pa­ núcleo de su ser... De ahí que preguntarle si podría querer
tibles. Pero las determ inaciones del obrar no suelen ser deter­ una cosa distinta de la que quiere es lo mismo que pregun­
m inaciones com patibles con la libertad si no son al mismo tarle si podría ser alguien distinto del que es; y esto no lo
tiem po determ inaciones de la voluntad. El carácter libre de sabe» (o.c. 21). Por eso, la cuestión decisiva de si el hom bre
estas determ inaciones es el tem a que vamos a analizar ahora. no sólo puede hacer lo que quiere, sino que tam bién puede
querer lo que quiere, no se plantea siquiera. En su obra pre­
m iada, Schopenhauer explica cómo y por qué hay que dar
una respuesta negativa a este problem a.
1. Schopenhauer: ¿querer lo que uno quiere? Pero si la voluntad reside en el núcleo de la individuali­
dad hum ana, más allá de todas las contingencias de la iden­
«La libertad de la voluntad hum ana», en contraste con la li­ tidad social, ¿no cabría esperar que su determ inación fuera
bertad de obrar, es el tem a de una obra de A rthur Schopen­ percibida con toda claridad, hasta el punto de que no pu­
hauer prem iada en 1839 por la Real Sociedad Noruega de las diera ocultársenos en ningún caso la falta de libertad de la
Ciencias. Tam bién Schopenhauer parte de la libertad conce­ voluntad? Schopenhauer responde que se da una gradación
bida en el sentido del «yo puedo hacer lo que quiero», tal de todas las causas, de modo que el influjo sobre la voluntad
como la entiende «el hom bre ajeno a toda filosofía», pero hum ana se ejerce siempre de una m anera muy compleja, ade­
añade inm ediatam ente que «éste debe exam inar si es capaz cuada a su estructura y apenas perceptible, cosa que, sin em­
de querer lo mismo lo uno que lo otro» (o.c. 19). bargo, no viola la necesidad de la causalidad, «a la que están
«La autoconciencia de cada uno dice muy claram ente que él sometidos sin excepción todos los objetos reales del mundo exte­
puede hacer lo que quiere. Ahora bien, es posible im aginar rior» (o.c. 27). Schopenhauer piensa que el hombre, a diferencia
como queridas por él acciones totalm ente opuestas; de aquí de los animales, se caracteriza porque, gracias a la razón, puede
se sigue, lógicamente, que uno puede hacer lo contrario si sopesar comparativamente diversos motivos — objetos de la vo­
quiere. U n entendim iento rudo confunde esto y cree que, en luntad (o.c. 14)— ; sin embargo, esta «libertad relativa... sólo
un caso dado, es posible tam bién querer lo contrario, y llam a cambia el tipo de motivación: no suprime ni reduce en lo más
a esto libertad de la voluntad. Pero la afirmación anterior no im­ mínimo la necesidad del influjo causal de los motivos. El motivo
plica que, en un caso dado, se pueda querer lo contrario; sólo abstracto, consistente en una simple idea, es una causa externa
dice que, de dos acciones contrarias, si uno quiere ésta puede determinante de la voluntad, lo mismo que el motivo visible,
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD SCHOPENHAUER

que consiste en un objeto real y presente; por consiguiente, es versal del principio de causalidad y considera al hombre,
una causa como otra cualquiera... y su única ventaja reside en igual que todos los objetos de la experiencia, como un fenó­
la longitud del hilo conductor» (o.c. 35s). meno enm arcado en el espacio y el tiempo. Semejante con­
«El hom bre, al igual que todos los objetos de experiencia, cepción es kantiana; pero ¿podemos sustraernos a su lógica?
es un fenómeno enm arcado en el espacio y el tiempo; como la En el siglo XX nos crea menos dificultades la pertenencia del
ley de la causalidad es válida a priori y sin excepción para hom bre a la naturaleza porque contraponem os la naturaleza
tales fenómenos, tam bién el hom bre tiene que estar sometido y la sociedad como dos ám bitos de realidad; atribuim os a las
a ella». Y no debemos dejarnos engañar por el hecho de que ciencias naturales y técnicas la com petencia exclusiva sobre
aquí las causas influyentes se eleven a puras ideas «que lu­ la naturaleza, y a las ciencias (históricas) del espíritu y de la
chan con otras ideas hasta que se im pone la más fuerte y sociedad la com petencia exclusiva sobre la sociedad. Pero
pone al hom bre en movimiento: todo procede con el mismo esta división sólo puede ser adecuada, a lo sumo, m ientras no
rigor causal que en las causas puram ente m ecánicas, las entre en juego la conexión entre la naturaleza y la sociedad,
cuales actúan unas contra otras en una concatenación com­ pues la conexión (la relación) se pasa por alto si siempre se
pleja, y se produce indefectiblem ente el resultado previsto... considera sólo lo uno o lo otro. A hora bien, el hom bre se ha­
Si la voluntad fuera libre, cada acción hum ana sería un m ila­ lla precisam ente en el punto de intersección de la naturaleza
gro inexplicable, un efecto sin causa» (o.c. 45s). y la sociedad, pues nosotros formamos parte de las dos reali­
Sólo el carácter inm aterial y abstracto de los motivos de­ dades. Es cierto que no solemos tener conciencia clara de
term inantes de la voluntad hum ana puede ocultarnos hasta nuestra pertenencia a la naturaleza; pero cuando nos some­
qué punto nos fuerzan estas presiones, que son las menos temos a un tratam iento médico, por ejemplo, reconocemos, al
perceptibles. menos tácitam ente, que el hom bre es un sistema físico-quí­
Según Schopenhauer, si ordinariam ente no percibimos la mico lo mismo que todos los dem ás objetos de la experiencia
falta de libertad de la voluntad, pese a que ésta reside en el sensible, pues de lo contrario no esperaríam os ningún resul­
núcleo de la individualidad hum ana, es tam bién porque el in­ tado de procedim ientos que, como la quim ioterapia, sólo pue­
flujo de una causa depende, en parte, de la naturaleza especí­ den aplicarse razonablem ente a tales sistemas.
fica del objeto sobre el que actúa. La falta de conciencia de nuestra pertenencia a la natura­
Según Schopenhauer, por tanto, la voluntad del hom bre leza es la causa de que hayam os tardado tanto en com enzar a
está determ inada, de una parte, por motivos que actúan con advertir la destrucción del medio am biente producida por la
necesidad como móviles lógicos m ediante el conocimiento; de actividad industrial. Porque lo que ocurre es que aquí se ha­
otra, por la naturaleza individual de su carácter. Su quin­ cen valer necesidades con respecto a la naturaleza, pero una
taesencia se expresa en el principio: «Todo lo que ocurre, desde gran parte de las ciencias sólo sabe algo sobre la naturaleza y
lo más grande hasta lo más pequeño, ocurre necesariamente. Q uidquid no sabe nada sobre necesidades, y la otra parte sabe algo so­
fit necessario fit» (o.c. 60). Y añade: «¿Qué sería de este bre necesidades (evidentem ente, no tanto como las ciencias
m undo si la necesidad no penetrara todas las cosas y les naturales saben sobre la naturaleza) y no sabe nada sobre la
diera cohesión y, sobre todo, si no presidiera la procreación naturaleza. Según esto, hemos perdido de vista la cuestión
de los individuos? U n m onstruo, un m ontón de escombros, abordada por Schopenhauer y antes por K ant, y hemos caído
un gesto sin sentido ni significado: la obra del verdadero y por debajo del nivel que ya había alcanzado el planteam iento.
auténtico azar» (o.c. 61). Por otra parte, el problem a se ha agravado aún más por la
El determ inism o de Schopenhauer no es sorprendente si evolución de las ciencias naturales en los últimos tiempos: hoy
se tiene en cuenta que su autor da por supuesto el valor uni­ se nos m uestra plásticam ente con medios técnicos que, em-
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d e t e r m i n a c i ó n y l ib e r t a d KANT

pleando psicofármacos, es posible determ inar la voluntad y la deducir ninguna necesidad. Así, por la experiencia sabemos
conducta del hom bre por procedim ientos físico-químicos, y la que, en el pasado, el sol ha salido y se ha puesto siempre con
fisiología (¡no psicología!) de la conducta abre constantem ente regularidad, pero no sabemos si ocurrirá lo mismo en el fu­
nuevas posibilidades de determ inar la voluntad hum ana en un turo. H um e concluyó de aquí que «poder y necesidad son, en
sentido o en otro m ediante m anipulaciones. Así, la pregunta consecuencia, cualidades de nuestras percepciones, no de los
de por qué una m ujer siente fem eninam ente puede respon­ propios objetos percibidos» ( Treatise 166; ed. esp. 1,166). De
derse hoy indicando una serie de combinaciones quím icas, y este modo, la causalidad — cualquier influjo causal tal como
quien conoce tales reacciones sabe qué hay que hacer para in­ creemos percibirlo constantem ente en la vida ordinaria— se
fluir los sentimientos en una dirección o en otra. convierte en algo, por así decir, subjetivo, no perteneciente a
Hoy sabemos, con más precisión que nunca, que los seres la objetividad de las cosas. «H ablando en general — aclara
vivos son sistemas físico-bioquímicos y que, como tales, están Hum e— , la necesidad es algo existente en la m ente, no en los
determ inados en su conducta por las leyes de la naturaleza. objetos» {o.c. 165; ed. esp. 1,165). La «determ inación de la
Esta idea no excluye, sin em bargo, que los m alhechores sean mente» (o.c. 167; ed. esp. 1,167) a suponer una relación cau­
castigados por sus malas acciones, en cuanto que la pena sal se produce, en su opinión, por la simple costum bre que
produce causalm ente un cam bio hacia el bien en las disposi­ surge de la repetición de muchos casos similares. Así, quien
ciones para obrar. Pero entonces tam bién habría que inter­ ha observado m uchas veces que el agua se congela a 0 °C «se
pretar, a la luz de las ciencias naturales, la libertad y la verá obligado» a esperar que ocurra lo mismo en el futuro.
culpa, la responsabilidad y todas las dem ás propiedades esen­ K ant advirtió que la interpretación psicológica de Hum e,
ciales para la autocom prensión y la convivencia hum anas. en el sentido de que la «determ inación de la mente» no tiene
Esta consecuencia no se ha sacado todavía. ¿Por qué razón? más base que la costum bre, no hace justicia al rigor efectivo
La teología de la época m oderna ni siquiera tiene conciencia de las ciencias naturales exactas. Con la m ecánica celeste de
de este problem a porque, como ciencia del espíritu, no posee Newton, sobre todo, había surgido una nueva im agen de la
un concepto del hom bre en cuanto ser de la naturaleza. La fi­ ciencia, a la que no se podía negar de forma convincente la
losofía se conduce de forma muy parecida tras la disgregación necesidad objetiva. Por eso, K ant sacó de la constatación de
de la filosofía y las ciencias naturales a partir de Schelling, o H um e la conclusión contraria, es decir, que la causalidad en­
se lim ita a compromisos verbales diciendo, por ejemplo, que tendida como relación necesaria de causa y efecto existe, pero
el hom bre es distinto según los distintos aspectos, pero sin nosotros no la percibim os por los sentidos. En el lenguaje de
preguntarse nunca a fondo por la identidad que unifica esos Platón, en el Teeteto, esto significa que la causalidad figura
aspectos. Sin em bargo, para K ant, el eje del pensam iento fi­ entre las cosas que el alm a «percibe por sí misma» ( Teeteto
losófico era precisam ente la contraposición entre la determ i­ 185els). Si K ant hubiera visto así el problem a, no habría re­
nación de las ciencias naturales y la libertad de la voluntad currido a su filosofía trascendental para salvar la libertad de
(—*■castigo y perdón; ciencia y ethos; m undo pulsional y per­ la voluntad. Situado más cerca de H um e y sobre el terreno
sonalización; naturaleza e historia). de la filosofía m oderna de la subjetividad, K ant se limitó a
trasladar la «determ inación psíquica» de la conciencia em pí­
rica a la conciencia trascendental, es decir, de la conciencia
2. La salvación de la libertad en Kant como objeto de la psicología hum ana al pensam iento sin más
o a la conciencia en general.
El punto de partida de la filosofía kantiana fue esta constata­ La filosofía trascendental trata de las condiciones de posi­
ción de David Hume: de la simple experiencia no podemos bilidad de la experiencia y establece al respecto la tesis si-
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD KANT

guiente: la experiencia sería absolutam ente inviable si no se ciones m aterialistas y m ecanicistas del siglo XVIII, K ant se
cumpliesen determ inados supuestos. El objetivo de la filosofía m antiene inflexible respecto de la causalidad:
trascendental es legitim ar estos supuestos como condiciones «Todos los actos del hom bre se hallan en la esfera del fe­
de posibilidad de la experiencia. Con respecto a la causali­ nómeno — es decir, en el espacio y el tiempo— determ inados,
dad, el análisis kantiano llega al siguiente resultado: no ten­ según el orden natural, por su carácter em pírico y por las
dríam os ninguna experiencia sensible si la pluralidad que nos otras causas cooperantes. Si pudiéram os investigar a fondo
llega por los sentidos no fuera com prendida desde un princi­ todos los fenómenos de la voluntad hum ana, no habría nin­
pio con la forma m ental de la causalidad, entre otras formas guna acción del hom bre que no fuese predecible con certeza y
del entendim iento. Por eso, cuando observamos algo, siempre (|ue no fuese conocida como necesaria teniendo en cuenta sus
observamos las cosas sensibles unidas por relaciones causales, condiciones previas. Con respecto a este carácter empírico no
pues de lo contrario no podríam os observar absolutam ente hay, pues, libertad. Sin em bargo, es únicam ente desde él
nada. Si estas relaciones o nexos existen tam bién «en sí», es desde donde podemos considerar al hom bre, si es que sólo
decir, independientem ente de nuestro modo de conocer, es queremos observarlo e investigar fisiológicamente — como hace
otro problem a. la antropología— las causas que m otivan sus acciones»
Así pues, según la filosofía trascendental, la causalidad es (CRPu B577s).
un principio vigente para todos los seres del m undo sensible El determ inism o form ulado aquí fue más tarde, bajo la
sin excepción. Ahora bien, el hom bre «es uno de los fenó­ m odalidad del «demonio laplaciano», la línea directriz de las
menos del m undo sensible y, en este aspecto, una causa natu­ ciencias naturales mecanicistas. La ficción de este demonio se
ral cuya causalidad ha de estar som etida a leyes empíricas» basa en que, según las ecuaciones diferenciales de la física
(K ant, CRPu B574). Esto significa «que todo acontecim iento clásica, todos los estados futuros de un sistem a físico son pre­
y, por consiguiente, toda acción que sucede en un punto del decibles con certeza siempre que se conozca íntegra y exacta­
tiempo es necesaria bajo la condición de lo que fue en el mente el estado de tal sistem a en un solo m omento. Para des­
tiem po precedente. Ahora bien, como el tiem po pasado no cribir un estado, en la m ecánica sólo se necesita conocer las
está ya en mi poder, tiene que ser necesaria toda acción que posiciones e impulsos de todas las partes del sistema. U na
yo ejercito por fundam entos determ inantes que no están en mi * mente que conociera estas m agnitudes para un solo m om ento
poder, es decir, que en el m om ento en que obro nunca soy li­ y que supiera calcular bien podría conocer todo el futuro del
bre» (K ant, C R Pr A 169). universo hasta en los últimos detalles:
Los hom bres son objetos de los sentidos y, como tales, es­ «U na m ente que, en un m om ento dado, conociera todas
tán sometidos a las m ismas leyes que los dem ás objetos de los las fuerzas que vivifican la naturaleza, así como la posición
sentidos. En tiempos de K ant, la m ecánica era la ciencia más relativa de todas las cosas que forman el universo — si tuviera
avanzada, y K ant orientó su pensam iento de acuerdo con capacidad suficiente para som eter todos estos datos al análisis
este modelo; sin em bargo, recalca expresam ente que la vali­ matemático-—, tendría que poder expresar en una sola fór­
dez del principio de causalidad no quiere decir que todas las m ula el m ovimiento de los cuerpos celestes más grandes y de
cosas y todos los seres vivos sean m áquinas: podemos llam ar los átomos más pequeños. Para ella no habría nada incierto.
«mecanismo de la naturaleza a toda necesidad de los sucesos en El futuro y el pasado estarían patentes a sus ojos» (Laplace
el tiempo según la ley natural de la causalidad, aunque no 1814, Prefacio).
por ello se entienda que las cosas sometidas a tal mecanismo T ras el prim er gran éxito de la ciencia natural m oderna
tengan que ser verdaderas máquinas m ateriales» (CR Pr A l73). (en la m ecánica celeste), K ant tenía todas las razones para
Pero, por grata que resulte esta reserva frente a las exagera­ esperar que el desarrollo posterior de esta ciencia confirm aría
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD
KANT
el determ inism o universal de todo el acontecer. Y aceptó este capital im portancia de esta distinción en el pensam iento de
determinism o. Pero creyó poder afirm ar que el hom bre es li­ Kant. Se ha dicho que sin la cosa en sí no hay ningún acceso
bre, es decir, que se puede conciliar la determ inación con la a la filosofía kantiana, y que con ella no se puede perm anecer
libertad: en esta filosofía; pero quien rechaza la cosa en sí renuncia a
«Se puede adm itir, pues, que si para nosotros fuera posi­ la salvación kantiana de la libertad. En favor de la distinción
ble tener del modo de pensar de un hom bre, tal como se entre el fenómeno y la cosa en sí habla ante todo la autoexpe-
m uestra por sus actos internos y externos, una visión tan pro­ riencia hum ana: el hom bre se conoce, por un lado, como fe­
funda que todo m otor, aun el más insignificante, nos fuera nómeno en el espacio y el tiempo, como objeto de la percep­
conocido, y del mismo modo todas las circunstancias externas ción; por otro, como un «objeto inteligible» (CRPu B574) del
que influyen en él, se podría calcular con seguridad la con­ pensam iento. Así, la m edicina estudia al hom bre en cuanto
ducta de un hom bre en el futuro, como los eclipses de sol o fenómeno, y la filosofía trascendental lo estudia en cuanto
de luna, y, sin em bargo, sostener que el hom bre es libre» cosa en sí. «El mismo sujeto» que, cfo mo fenómeno, está so­
(CR Pr A177s). metido en sus determ inaciones a la necesidad de la n atu ra­
Pero ¿cómo es posible que el com portam iento hum ano leza (al principio de causalidad) es «consciente de sí mismo
pueda predecirse como un eclipse de sol y, sin em bargo, el como cosa en sí» y considera «su existencia, en la medida en que
hom bre sea libre? no se halla bajo las condiciones del tiempo, y se considera él mismo
La solución de K ant se desarrolla en una situación muy como determ inable únicam ente por las leyes que él se da me­
difícil para los defensores de la libertad y es definida por él diante la razón» (CR Pr A l75). El hom bre, partiendo de la
mismo como «salvación de la libertad» (CRPu B564). La sal­ experiencia inm ediata, se reconoce, de un lado, como ser ra­
vación se logra, si la solución de K ant es válida, distin­ cional; de otro, como sistem a m aterial. Por consiguiente, «la
guiendo entre las cosas como «fenómenos» — es decir, tal misma acción» (CRPu B578) puede ser descrita a la vez
como las conocemos m ediante las formas (puram ente) hu­ como un proceso causal del m undo físico y como un acto m o­
m anas de intuición, espacio y tiempo— y las cosas tal como ral. La cuestión está en saber si esta experiencia de dos
son en sí, que nosotros no conocemos: m undos es sostenible filosóficamente o constituye una des­
«Ahora bien, si se tom an las determ inaciones de la exis­ cripción inconsistente de una situación más originaria. Noso-
tencia de las cosas en el tiempo como determ inaciones de las iros podemos tener certeza de la unidad de nuestra vida, pero
cosas en sí mismas (que es el m odo más común de represen­ no de la consistencia y com patibilidad de todo lo que de­
tación), es absolutam ente imposible conciliar la necesidad de cimos sobre ella.
la relación causal con la libertad; las dos aparecen opuestas En su teoría sobre la libertad, K ant procura satisfacer las
entre sí contradictoriam ente... Por consiguiente, si se quiere exigencias del entendim iento adm itiendo como científica­
seguir salvando la libertad, no queda otro cam ino que atri­ mente justificado todo lo que en principio puede justificarse
buir la existencia de una cosa en cuanto es determ inable en de ese modo. A hora bien, el desarrollo de la ciencia perm ite
el tiempo y, por tanto, la causalidad según la ley de la necesi­ establecer que el curso del m undo en el espacio y el tiem po
dad natural sólo al fenómeno; la libertad, en cambio, al mismo ser está determ inado, pero nada más. Por consiguiente, fuera de
como cosa en sí misma» (CR Pr A169s, cf. A181). esto «no se causa ningún perjuicio al entendim iento adm i­
El hecho de que la salvación kantiana de la libertad sólo tiendo, aunque sólo sea ficticiam ente, que algunas causas na­
se logre, en la m edida en que se logra, m ediante la distinción turales poseen una facultad que es sólo inteligible, en el sen­
entre las cosas como fenómenos y las cosas como son en sí tido de que su determ inación a la acción nunca se basa en
— desconocidas para nosotros— m uestra en prim er térm ino la condiciones empíricas, sino en m eras razones del entendi­
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KANT
DETERM INACIÓN Y LIBERTAD

m iento, pero de suerte que la acción de esa causa en la esfera tivam ente causa de estos actos en cuanto fenómenos, pero
del fenómeno es conforme a todas las leyes de la causalidad em ­ que no se hallara sometido a ninguna condición de la sensibi­
pírica» (CRPu B573). lidad ni fuese, por su parte, un fenómeno. Podríam os igual­
La capacidad intelectual o la fuerza m ental del hom bre de m ente llam ar al prim ero carácter de la cosa en la esfera del
que se habla aquí puede, por tanto, determ inar una acción fenómeno, y carácter de la cosa en sí m ism a al segundo»
por razones intelectuales, es decir, en virtud de una reflexión, (CRPu B567).
m ientras que, por lo dem ás, el desarrollo de un proceso se M ás adelante, K ant llam a al carácter em pírico aspecto
basa exclusivamente en condiciones em píricas, es decir, en los sensible, y al carácter inteligible aspecto del pensam iento
correspondientes datos del espacio y el tiempo, según el prin­ (CR Pu B579). Esto perm ite establecer una distinción; pero
cipio de causalidad. Pongamos un ejemplo: el hecho de que ¿queda la libertad realm ente a salvo por el simple hecho de
Sócrates no huyera de la prisión — como les habría gustado a que afirmemos la realidad de los dos m undos en que se en­
los atenienses— cuando sus amigos le brindaron ocasión para cuentra el hom bre? ¿No entendem os tam bién por libertad de
ello, sino que por respeto a las leyes prefiriera que le aplica­ la voluntad la libertad de la concreción de la voluntad en el
ran la pena de m uerte a que había sido injustam ente conde­ m undo sensible?
nado, «era conforme a todas las leyes de la causalidad em pí­ A K ant, personalm ente, le preocupaba, sobre todo, esta­
rica»; por ello podría ser descrito, desde la fisiología de la blecer que entre la libertad y la determ inación no hay contra­
conducta, como un fenómeno que no pudo desarrollarse de dicción, si una rige en un m undo y la otra en el otro. Para
otra m anera. Pero no redunda en menoscabo de tal descrip­ entender cómo es posible realm ente la libertad son necesarias
ción suponer, aunque sólo sea «ficticiamente», que adem ás ulteriores reflexiones (CRPu B586), a las que K ant, sin em ­
Sócrates pensó que era mejor no huir. bargo, se aplica ya en la Crítica de la razón pura (1781 = A,
¿Consiste, pues, la salvación kantiana de la libertad en 1787 = B). Así, a propósito de la distinción de los dos carac­
dejar que el pensam iento flote como un corcho sobre la teres, se dice allí que deben ser «acordes» entre sí (CRPu
superficie del acontecer necesario de la naturaleza? En esta B568) y que el carácter em pírico es «sólo el fenómeno del in­
imagen, el pensam iento aparece como algo subordinado; teligible» (CRPu B569). En la form ulación de la tercera anti­
K ant, en cambio, quiere dejar bien sentado que no hay nin­ nomia se insinúa ya que, en la m edida en que cada carácter
guna contradicción en adm itir un paralelism o y una sim ulta­ condiciona al otro, el carácter inteligible (el aspecto del pen­
neidad entre los dos m undos, el sensible o fenoménico y el in­ sam iento) no representa en K ant el corcho flotante. Efectiva­
teligible, no fenoménico. m ente, en la citada form ulación se afirm a que, para explicar
«N ada im pide, por tanto, que atribuyam os a ese objeto «la causalidad según las leyes naturales», es necesario supo­
trascendental, adem ás de la propiedad a través de la cual se ner la libertad (CRPu B472). En tal sentido, K ant sigue pre­
m anifiesta, una causalidad que no sea fenómeno, aunque su guntándose si «esta causalidad em pírica no podría ser, sin in­
efecto aparezca en un fenómeno. Pero toda causa eficiente terrum pir en absoluto su relación con las causas naturales,
debe poseer un carácter, es decir, una ley de causalidad sin la efecto de una causalidad no em pírica, sino inteligible» (CRPu
cual no sería causa. En un sujeto del m undo sensible encon­ B572). De un «efecto» del m undo inteligible en el sensible se
traríam os entonces: en prim er lugar, un carácter empírico en hablaba ya en la descripción de los dos caracteres (CRPu
virtud del cual sus actos estarían, en cuanto fenómenos, li­ B567, cf. 581).
gados a otros fenómenos conforme a leyes naturales cons­ K ant tiende a concebir la causación inteligible (suprasen­
tantes...; en segundo lugar, habría que conceder, adem ás, a sible) de una cadena causal sensible (em pírica), es decir, el
dicho sujeto un carácter inteligible en virtud del cual fuera efec­ «surgimiento» de una relación causal según leyes de la natu­
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD NATURALEZA Y LIBERTAD

raleza como «efecto» (no según leyes de la naturaleza) de la term inism o de la conducta tanto hum ana como planetaria,
razón, de m anera que los «efectos» (de la razón) «preceden en que «si fuésemos capaces de una intuición intelectual..., nos
el fenómeno del sentido interno» (CRPu B579), es decir, po­ apercibiríam os de que toda esta cadena de fenómenos, en
nen el comienzo. Según esto, la razón tiene la «capacidad de aquello que sólo puede interesar siem pre a la ley m oral, de­
iniciar por sí m ism a una serie de acontecim ientos» (CRPu pende de la espontaneidad del sujeto como cosa en sí misma»
B582). U n ejemplo claro es la defensa de la libertad de la vo­ (CR Pr A178)?
luntad según la «tesis» de la tercera antinom ia: La problem ática del comienzo de nuevas cadenas causales
«Por ejemplo: si ahora me levanto de la silla de modo ple­ no implica necesariam ente que la causalidad del m undo sen­
nam ente libre y sin el influjo necesariam ente determ inante de sible no tenga ningún fundam ento fuera de dicho m undo.
las causas de la naturaleza, una nueva serie se inicia, en tér­ K ant entiende por creación la de las cosas en sí (CR Pr A 183),
minos absolutos, en este suceso y en sus consecuencias natu ­ no la de las cosas en el tiempo. Por tanto, si la creación ha
rales hasta el infinito, aunque, desde un punto de vista tem ­ de poder reconocerse tam bién en los fenómenos, debe tener
poral, este mismo suceso no sea más que la continuación de su expresión en la naturaleza no sólo la voluntad del hom bre,
una serie anterior. En efecto, la decisión y el acto no forman sino toda voluntad creacional en su conjunto. ¿Es éste el
parte en modo alguno de la secuencia de meros efectos n atu ­ «fundam ento de la unidad de lo supransensible, que constituye
rales ni son una simple continuación de los mismos. Al con­ la base de naturaleza, con todo lo que com porta en la prác­
trario, con respecto a este acontecim iento, las causas natu­ tica el concepto de libertad» (CJ A X X ), y del que dice K ant
rales determ inantes cesan por completo fuera de esos efectos. en la Crítica del juicio que «tiene que existir»? K ant indica
A unque el efecto sigue a estas causas naturales, no se sigue tam bién en la Crítica de la razón pura, de forma muy inciden­
de ellas. Consiguientem ente, debe llam arse un comienzo ab ­ tal, que el carácter em pírico del hom bre es el «esquema sensi­
solutam ente prim ero de una serie de fenómenos, si bien no ble» (CRPu B581; la cursiva es nuestra) de su carácter inteli­
con respecto al tiempo, sino con respecto a la causalidad» gible, donde por esquem a hay que entender un procedim iento
(CRPu B478). general de la im aginación para reconocer un concepto en el
Pero ¿cómo quiere K ant levantarse de la silla sin el influjo fenómeno (CRPu B179ss). Pero si existe tal esquem a, ¿no
necesariam ente determ inante de las causas naturales? Si no tendrá que ser posible percibir la libertad tam bién en la na­
se diera este influjo, perm anecería eternam ente sentado. Y turaleza? ¿Ha pretendido K ant salvar la libertad frente a
este influjo determ inante bajo el que K ant se levanta de su la naturaleza en lugar de llevar la libertad a la naturaleza?
silla, ¿no está predeterm inado desde la eternidad? ¿No está (—» autonom ía y condición creatural; causalidad - azar - provi­
tam bién la conducta hum ana tan determ inada en principio, dencia; naturaleza e historia).
aunque de otra m anera, como los eclipses de sol (cf. C R Pr
A177s y C RPu B577)?
La espontaneidad del nuevo comienzo de cadenas cau­ 3. Naturaleza y libertad
sales presenta, pues, dificultades cuando se acepta el determi-
nismo físico de forma tan consecuente como en realidad En la Crítica del juicio (1790), K ant ve claro que su prim er in­
quiere K ant. La im posibilidad de com prender el comienzo tento de salvar la libertad m ediante la contraposición de lo
del m undo (CRPu B472) ofrece aquí tan pocas perspectivas sensible y lo suprasensible, «exactam ente como si fueran
de solución como el argum ento newto-bentleyano de la exis­ otros tantos m undos distintos» (CJ A X IX ), sólo puede m an­
tencia de Dios, refutado precisam ente por K ant. ¿Cómo tenerse si la naturaleza puede ser pensada de forma análoga:
puede, pues, K ant m antener, incluso en el contexto de un de- «La naturaleza, por tanto, debe poder pensarse de tal modo
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD
NATURALEZA Y LIBERTAD
que al menos la conform idad con leyes, propia de su forma, a prim er plano para K ant, junto con la tarea de salvar de la
concuerde con la posibilidad de los fines, según leyes de liber­ naturaleza a la libertad, sobre todo la de concebir la natura­
tad, que se han de realizar en ella» (CJ A X IX s). En mi opi­ leza desde la perspectiva de la libertad (CJ A X IX s).
nión, no fue K ant sino Schelling quien logró por prim era vez ¿Qué determ inaciones de nuestra voluntad son las que,
plantear filosóficamente en sus Investigaciones sobre la esencia de según la Filosofía Práctica de K ant, pueden considerarse
la libertad humana el tem a de la existencia de la libertad en la como determ inaciones com patibles con la libertad y bajo las
naturaleza o de la naturaleza como creación. Sin em bargo, cuales debería ser posible concebir tam bién la naturaleza?
fue K ant quien, con la rigurosa lógica de su pensam iento, K ant garantiza la condición libre de los deberes que determ i­
puso el problem a sobre el tapete, con lo cual pudo buscársele nan nuestra voluntad, dem ostrando que se trata de deberes
más tarde una respuesta: «Sigue, sin em bargo, siendo muy hacia nosotros mismos. Esto no debe entenderse, evidente­
notable que, de las tres ideas puras de la razón: Dios, libertad m ente, en el sentido de que somos nosotros quienes nos im­
e inmortalidad, la de la libertad es el único concepto de lo ponemos tales deberes, pues en tal caso podríam os dispen­
suprasensible que (m ediante la causalidad que se piensa con sarnos de ellos más tarde y, por tanto, no nos vincularían.
él) dem uestra su realidad objetiva en la naturaleza por su po­ Existen, más bien, porque la razón determ ina nuestra libertad
sible efecto en ella, y precisam ente por eso hace posible el en­ m ediante leyes, es decir, «porque la ley en virtud de la cual
lace de las otras dos con la naturaleza, y de las tres entre sí me considero vinculado procede siem pre de mi propia razón
bajo una religión»; ... «por tanto, el concepto de libertad... práctica, que me obliga, al tiem po que yo soy el obligante
puede ensanchar la razón por encim a de aquellos límites den­ con respecto a mí mismo» (M C A64).
tro de los cuales todo concepto (teórico) de la naturaleza de­ Así pues, aquí la m edida no es el hom bre, sino la razón.
bería perm anecer encerrado sin esperanzas» (CJ A461s). En el hom bre, la voluntad es de nuevo la «facultad de deter­
Así pues, según mi interpretación, el concepto teórico de m inarse personalm ente a obrar conforme a la representación de
la naturaleza, irrem ediablem ente encerrado, tiene que dar ciertas leyes» (FM C A63). Según esto, los deberes hacia noso­
paso a un concepto práctico en el que se unen la naturaleza y tros mismos son determ inaciones de nuestra voluntad libre,
la libertad. El punto de partida es ahora la Filosofía Práctica conforme a las cuales podemos obrar como personas particu­
de K ant. lares, por parte de la razón práctica, en la que encontram os
K ant entiende por la libertad que él quiere salvar, de una nuestra identidad como m edida (no sólo hum ana) de nuestra
parte (teóricam ente), la «independencia respecto de causas hum anidad. Así, K ant transform a en una autonom ía de corte
determ inantes procedentes del m undo sensible» (FM C A l 13, prusiano la heteronom ía de tener que someterse a la ley mo­
cf. 109); de otra (prácticam ente), la determ inación de la vo­ ral como a los m andam ientos de un soberano m ediante la in­
luntad por su carácter inteligible (aspecto del pensam iento), teriorización de ese soberano:
es decir, por la razón. En su intento de salvarla, K ant ads­ «Y no es de adm irar, si consideram os todos los esfuerzos
cribe la libertad a este aspecto del hom bre. Fijándonos en la em prendidos hasta ahora para descubrir el principio de la
relación existente entre libertad y determ inación, hasta ahora m oralidad, que todos hayan fallado necesariam ente. Veíase al
hemos seguido preferentem ente la interpretación m encionada hom bre atado por su deber a las leyes; mas nadie dio en pen­
en prim er lugar. A hora bien, el quicio de los elementos co­ sar que está sujeto únicam ente a su propia legislación, si bien
munes a am bas interpretaciones es una contraposición entre ésta es universal, y que está obligado solam ente a obrar de
naturaleza y libertad según la cual la libertad tiene que ser conformidad con su propia voluntad legisladora, si bien ésta,
salvada del acontecer natural, regido por la ley de la causali­ según el fin natural, legisla universalm ente» (FM C A73).
dad. En cambio, con el desarrollo de la Filosofía C rítica pasa Así pues, nos sentimos sometidos a la ley m oral «obra como
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DETERM INACIÓN V LIBERTAD NATURALEZA Y LIBERTAD

si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley univer­ Por ello, la labor intelectual del científico está som etida a de­
sal de la naturaleza» (FM C A52), precisam ente porque noso­ term inados presupuestos históricos, políticos y prácticos cuya
tros mismos lo querem os por la razón práctica, al experi­ trascendencia puede ser un tem a de la Filosofía Práctica. A
m entar el som etimiento como autonom ía en virtud de la esto ha aludido, sobre todo, M ax W eber: «N inguna ciencia es
identificación con el soberano. absolutam ente incondicionada y ninguna puede dem ostrar su
Del mismo modo que, según la Crítica de la razón pura, co­ propio valor a quien no adm ite tales presupuestos» (W eber
nocemos las leyes de la naturaleza porque la razón misma las 610).
produce según su propio plan, así tam bién ahora se ve que Se presupone ante todo «que el resultado del trabajo cien­
admitimos la ley m oral precisam ente porque nos la dam os no­ tífico es im portante en el sentido de “digno de saberse” . Y
sotros mismos. U na voluntad autodeterm inada de este modo aquí radican, al parecer, todos nuestros problem as» (o.c.
es una voluntad libre, y dado que — como en Platón— está 599). La ciencia presupone un juicio de valor sobre lo que es
orientada al bien, es una voluntad buena, el único bien ilimi­ bueno hacer (averiguar m ediante la actividad científica) o sa­
tado del m undo (FM C A I). Pero producir esta voluntad era, ber. En este sentido no es axiológicam ente neutra. Pero tal
según K ant, un propósito de la naturaleza. Así, el razona­ opción axiológica precede al trabajo científico, escapa a su
m iento retorna nuevam ente a la naturaleza, como en la ci­ com petencia y sólo puede encontrarse en los objetos de la
tada formulación del im perativo categórico. Con la determ i­ ciencia como interés común a todos ellos. La ciencia tiene en­
nación de nuestra voluntad libre por la razón práctica parece tre sus presupuestos unos intereses que no constituyen un
estar correctam ente explicada «la intención con que la natu­ tem a científico. Sólo en este sentido es axiológicam ente neu­
raleza le ha puesto a nuestra voluntad la razón como direc­ tra o, mejor, ciega para los valores.
tora» (FM C A4). Así pues, en la actividad científica, es decir, en el trabajo
Este giro tiene im portantes consecuencias para la filosofía intelectual del científico, nos encontram os con el mismo pro­
de la naturaleza. Aquí no harem os más que m encionarlas. En blem a que en todas las dem ás acciones: ¿qué autodeterm ina­
todo caso, quien haya dado los pasos anteriores con K ant, ción racional de nuestra voluntad puede justificarse y cuál
puede entender de qué habla Schelling cuando concibe la na­ no? Por tanto, en lo concerniente a la actividad científica, te­
turaleza desde las perspectivas de la libertad. En lo tocante a nemos que recurrir a la Filosofía Práctica; por ejemplo, a una
la relación entre determ inación y libertad, es preciso seguir Filosofía Práctica de la naturaleza.
m anteniendo que una voluntad libre es ante todo una volun­ En Gorgias, Platón m uestra que los tiranos no hacen lo que
tad autodeterminada. Son com patibles con la libertad las deter­ quieren, pues en realidad quieren (como todos) el bien y, sin
m inaciones de nuestra voluntad que nos imponemos perso­ em bargo, es lo que menos hacen. Y como no hacen lo que
nalm ente en virtud del don natural de la razón y que luego quieren, no son libres. Sólo obra librem ente el que hace el
pueden traducirse en determ inaciones de la naturaleza. bien. Aplicado a la conducta del científico, a la actividad cientí­
El pensam iento de K ant contiene en esbozo una idea que, fica, esto significa: ... «quien conoce el bien». Ciencia libre es cono­
por la im portancia de la ciencia para el poderío económico de cimiento del bien. Los límites dentro de los cuales gozamos de li­
un país, iba a atraer más tarde la atención de todos: que bertad aparecen en la definición de la filosofía como filo-sofia:
tam bién el conocimiento científico sigue a la autodeterm ina­ experimentamos el bien, no como algo encontrado, sino en la
ción de la voluntad, de m anera que cabe preguntar qué conoci­ búsqueda amorosa. En palabras de Nietzsche: la verdad deja de
miento de la naturaleza sigue a una autodeterminación de la voluntad ser verdad «cuando uno le quita el velo» (KSA 111,352).
conforme con la propia naturaleza. La ciencia natural es algo que En las ciencias particulares, que tienen casi todas su
se hace, es un acto socio-industrial y una actividad pública. unidad histórica en la filosofía, esta búsqueda am orosa se
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD DE SPINOZA A SCHELLING

plasm a en el afán de conocer, bajo ciertos presupuestos — que luntad las cualidades de la m ateria, sino a la m ateria las de
escapan a la com petencia del científico— , este o aquel bien la voluntad, cosa que, por lo dem ás, hizo ya H um e ( Treatise
(o bueno para algo). El hecho de que tal afán pueda resultar 410; edic. esp. 1,410) antes de K ant. C. F. von W eizsácker
fallido no cam bia nada en la orientación general; de ahí que, realiza el mismo cam bio, siguiendo a Platón, cuando adm ite
en mi opinión, la tesis de K ant según la cual «ni siquiera po­ que los seres vivos son sistem as físicos, pero pregunta a su
demos preguntar qué debe ocurrir en la naturaleza» (CRPu vez qué se entiende por sistem a físico, pregunta que no puede
B575) resulte hoy insostenible desde una profundización en ser contestada en térm inos físicos.
su propia filosofía. Porque la consecuencia de esta concepción Que la libertad consiste en comportarse de acuerdo con la
de la naturaleza es que la ciencia actual no puede juzgar qué naturaleza propia y no someterse a ningún otro motivo determi­
es perjudicial y qué no — por ejemplo, no puede establecer nante es una idea fundamental que la tradición filosófica ha
científicam ente los estándares de calidad del entorno— , y que mantenido ininterrum pidam ente desde Platón. Las discrepan­
las cosas m ateriales sólo se definen como buenas o malas, cias surgen cuando se pregunta qué es acorde con la naturaleza.
provechosas o nocivas, en virtud de sus «aplicaciones». U na vez que el planteamiento antropocéntrico de pretender juz­
En realidad lo que K ant intuyó en algunas reflexiones del gar todo partiendo exclusivamente de los supuestos intereses de
Opus postumum, aunque no lo desarrolló de forma sistemática, es la hum anidad ha llevado en el siglo XX a una situación en que
el reconocimiento de la efectividad pragm ática de la moderna las bases de la vida están amenazadas en mayor grado que
ciencia natural, incluso en sus resultados. Al menos la teoría nunca, me parece que haríamos bien en olvidarnos del énfasis
cuántica en la interpretación de Bohr y Heisenberg ha de en­ ilustrado de K ant en el yo que se determ ina a sí mismo.
tenderse en el sentido de que la acción del físico forma parte de No obstante, la pregunta sobre cómo concebir la naturaleza
la realidad física. Así, la divisibilidad de los átomos no puede re­ desde el punto de vista de la libertad — y, por tanto, no sólo
presentarse como una simple composición objetiva de los ele­ desde nosotros, sino tam bién desde ella misma— podemos
mentos. Si se cam bia el dispositivo experim ental se habla de abordarla partiendo de Spinoza y Schelling, toda vez que K ant
otra cosa, de un hecho distinto. C uando estos hechos no pue­ es más bien tributario de Descartes. Para Spinoza, la libertad,
den existir (representarse) sim ultáneam ente y, sin em bargo, en la medida en que la poseemos, es «una realidad... que nues­
se refieren al mismo objeto, tal coincidencia constituye lo que tro entendimiento recibe, por su unión inm ediata con Dios,
Bohr llam a «com plem entariedad» (Bohr 1931, 36) de los fe­ para producir dentro de sí representaciones y fuera de sí efectos
nómenos. En la física clásica, por el contrario, la relación o la acordes con su naturaleza» (Kurze Abh. 109 = 2.26) (—> autono­
unidad de la experiencia viene dada por la causalidad deter­ mía y condición creatural; causalidad - azar - providencia; m a­
m inista. El principio de com plem entariedad es en este sentido terialismo, idealismo y visión cristiana del mundo).
una generalización del principio de causalidad.
En la física, el hom bre se relaciona con la naturaleza me­
diante el conocimiento científico y, a la vez, forma parte de 4. De Spinoza a Schelling
esta naturaleza m aterial en razón de su corporalidad. Pero en
la física clásica no aparece que una parte de la naturaleza Spinoza llama «libre a una cosa cuando existe y obra sólo por
tenga una relación cognoscitiva con el todo. La interpretación la necesidad de su naturaleza; forzada, cuando es determ inada
de la teoría cuántica elaborada por Bohr y Heisenberg en Co­ por otra cosa a existir y obrar de una forma concreta» (Briefe
penhague representa en este aspecto un paso hacia la arm oni­ 235 = n. 58). Según esta definición, sólo Dios es realmente li­
zación de la existencia de la física con los resultados de la bre, pero tampoco puede dejar de hacer lo que hace, pues obra
misma. Por este cam ino se podría llegar a no atribuir a la vo­ por necesidad interna. «Afirmamos, por tanto, que Dios no
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DETERM INACIÓN Y LIBERTAD DE SPINOZA A SCHELLING

puede dejar de hacer lo que hace, cosa que algunos tienen por brem ente cuando hacemos lo que debemos según la voluntad
una blasfemia y una disminución de Dios. Pero ese modo de divina? Lutero defendió acertadam ente contra Erasm o que en
hablar se debe a que no se comprende rectamente en qué con­ este deber no tenemos ninguna posibilidad de elección que
siste la verdadera libertad» (Kurze Abh. 28). En cambio, los merezca el nom bre de libertad. Para otros, en cambio, la
hombres se consideran libres únicamente porque «son cons­ superación de la oposición significa «que lo aparentem ente
cientes de sus actos y desconocen las causas que los determi­ necesario es de suyo algo libre». Dicho de otro modo: «En
nan» (Etica 170). últim a instancia, la misma cosa que es un ser del m undo m o­
«Una piedra recibe cierta cantidad de movimiento de una ral es tam bién un ser de la naturaleza» (Schelling IV ,234).
causa externa que la lanza... La permanencia de la piedra en Por tanto, cabe decir tam bién que la conciliación de la de­
movimiento es forzada... Y lo que aquí digo de la piedra se term inación con la libertad introduce en la libertad la ne­
debe entender de cualquier cosa particular... Además suponga cesidad — sin la cual aquélla tendría siem pre un resto de
ahora, si le place, que la piedra, mientras continúa moviéndose, arbitrariedad o indiferencia— y lleva a la naturaleza la pro­
piensa que se mueve ella misma, y sabe que hace cuanto puede mesa de la libertad que ella espera (como escribe Pablo en
para seguir en movimiento. Sin duda, esta piedra, dado que Rom 8).
sólo tiene conciencia de su esfuerzo, y no es indiferente, creerá Pero Schelling no se queda en el spinozismo tratando
que es completamente libre y que se mantiene en movimiento de vivificarlo «m ediante un cálido hálito de amor» (o.c. 242),
única y exclusivamente porque quiere. Y ésta es la libertad hu­ como a la estatua de Pigmalión. Yendo más allá que K ant,
m ana que todos se jactan de tener y que sólo consiste en esto: desarrolla una filosofía natural que eleva la naturaleza a la li­
en que los hombres tienen conciencia de sus deseos, pero igno­ bertad. De acuerdo con el program a idealista, es preciso
ran las causas que los determinan. Así se cree libre el niño «m ostrar que todo lo real (la naturaleza, el m undo de las
cuando pide leche, el chico airado cuando desea la venganza, y cosas) tiene por fundam ento la actividad, la vida y la libertad
el tímido cuando quiere huir» (Briefe 236). o, en térm inos de Fichte, que no sólo la yoidad es todo, sino
De este determ inism o spinoziano quiere salvar K ant la li­ tam bién, viceversa, todo es yoidad» (o.c. 243). Las mayores
bertad. Para ello distingue entre la cosa en sí y los fenó­ dificultades del concepto de libertad aparecen, evidentem ente,
menos, pone en nosotros el espacio y el tiempo como formas a partir de áquí.
(m eram ente) hum anas de intuición y afirm a en este sentido «El idealismo sólo ofrece el concepto más genérico y, por
la pura «idealidad» de las mismas. «Cuando no se adm ite otro lado, m eram ente formal de libertad» (es decir, obrar
aquella idealidad del tiem po y del espacio, no queda más que conforme a las leyes de la propia naturaleza, o.c. 276). «Pero
el spinozismo, en el cual espacio y tiem po son determ ina­ el concepto real y vivo es que la libertad constituye un poder
ciones esenciales del propio ser prim ero, m ientras que las del bien y del mal. En este punto reside la m ayor dificultad
cosas dependientes de él (así pues, tam bién nosotros mismos) de toda la doctrina de la libertad, dificultad que se ha adver­
no son sustancias, sino sólo accidentes a él inherentes» (CRPr tido desde siem pre y que no afecta sólo a este o aquel sis­
A182). Pero ¿es realm ente necesario salvar la libertad del de­ tema, sino a todos, aunque en distinta medida» (o.c. 244). La
term inism o spinoziano? realidad y el significado del mal en el m undo en cuanto crea­
La superación de la oposición entre determ inación y liber­ ción constituyen en adelante el verdadero tem a de las investi­
tad puede contem plarse siem pre en dos direcciones. En la gaciones de Schelling sobre la esencia de la libertad hum ana.
prim era, la libertad se diluye en la necesidad. Pero ¿se causa Aquí no podemos seguir su pensam iento. U na conclusión es
algún perjuicio a la libertad cuando se trata de la necesidad de que la vida del hom bre en el tiem po está determ inada por un
un decreto divino, de suerte que en realidad sólo obram os li­ hecho que no pertenece al tiem po, sino a la eternidad.
48 49
DETERM INACIÓN Y LIBERTAD DE SPINOZA A SCHELLING

«Así, el hom bre que aquí aparece resuelto y determ inado Láquesis, el pasado, Cloto, el presente, y Atropo, el futuro. Del
tomó en la prim era creación una figura determ inada, y nace regazo de Láquesis saca un adivino los destinos o «paradigmas
tal como es desde la eternidad, pues en virtud de aquel acto de vida» (Refi. 617d4s) — más de los que es preciso entregar—
están determ inados, incluso, el tipo y la estructura de su cor- que pueden escoger para sí las almas que van a encarnarse
porización... De ahí... la hipótesis de la predestinación. Los nuevamente, así como las suertes, cuya distribución determina
defensores de la misma estim aron que las acciones del hom ­ el orden de preferencia a la hora de elegir. Er no puede escoger,
bre tenían que estar determ inadas desde toda la eternidad; porque tiene que volver a su destino anterior. Allí hay los
pero no buscaron dicha determ inación en la acción eterna, si­ más distintos tipos de vida, los mismos que encontramos en la
m ultánea con la creación, que constituye la propia esencia tierra; todas las almas eligen libremente tras la siguiente ex­
del hom bre, sino en un decreto divino absoluto, es decir, to­ hortación:
talm ente gratuito, por el que uno ha sido predeterm inado a «He aquí lo que dice la virgen Láquesis, hija de la Nece­
la condenación y otro a la salvación, con lo cual cortaron las sidad: Almas efímeras, va a dar comienzo para vosotras una
raíces de la libertad. Tam bién nosotros defendemos la predes­ nueva carrera m ortal en un cuerpo tam bién portador de la
tinación, pero en un sentido totalm ente distinto, a saber: tal muerte. No será un ser divino el que elija vuestra suerte, sino
como obra el hom bre aquí, así ha obrado eternam ente y (|ue vosotras m ismas la elegiréis. La prim era en el orden de
desde el principio de la creación» (o.c. 279). la suerte escogerá la prim era esa nueva vida a la que quedará
Según esto, ya antes de nuestro nacim iento se ha decidido luego necesariam ente unida. Pero la virtud no tiene dueño;
quién es cada uno de nosotros. Después, cada cual se con­ cada una la poseerá, en m ayor o m enor grado, según la
duce conforme a su propia identidad así fijada. Nosotros po­ honra o el menosprecio que le prodigue. La culpa es de quien
demos considerar esta concepción razonable desde el punto elige; la divinidad es inocente» (Rep . 617de) (—> cau salid ad -
de vista de la genética hum ana. Schelling, por su parte, pa­ .1 zar - providencia; desarrollo y m aduración; m aterialism o,
rece tener presente el mito de Er, narrado por Platón en La idealismo y visión cristiana del m undo; mito y ciencia; nega-
república. U n breve recuerdo de este mito puede servir para lividad y mal).
cerrar el presente estudio sobre la relación entre determ ina­
ción y libertad. [Traducción: Tomás Romera]
C uenta Platón que Er, originario de Panfilia, m urió en
una batalla y, después de estar doce días m uerto, volvió a la
vida y refirió cómo le había ido durante ese tiempo. Su alm a,
tras abandonar el cuerpo, llegó a un lugar en el que, por un
lado, los injustos desaparecen en dirección a la tierra y los
justos en dirección al cielo, m ientras que, por otro lado,
suben las almas que el m undo inferior devuelve de las profun­
didades tras haber sido purificadas durante un milenio de pere­
grinaciones; las almas llegadas al cielo, por su parte, vuelven de
allí. Las almas que arriban de nuevo a ese lugar, tras un breve
descanso, tienen que seguir caminando algunos días, hasta que
llegan a un lugar desde donde se ve el cielo tensado por el lazo
de luz y donde el universo gira en el regazo de la Necesidad,
mientras las hijas de ésta cantan a la armonía de las esferas:
50 51
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52 53
Causalidad - Azar - Providencia

Karl Rawer
Otto Hermann Pesch
I. Causalidad (Karl Rawer) 58 c) Tesis sobre la providencia y la libertad 115
1. La causalidad en filosofía 58 d) Nota sobre la predestinación 121
2. La causalidad en las ciencias de la naturaleza 61 4. Consecuencias liberadoras 125
3. Causalidady libertad de la voluntad 66 a) Oración de súplica 125
b) Aceptación del destino 125
II. Azar 70 c) «Milagros» 126
d) Consumación de todas las cosas 126
e) ¿«Corona de la creación» o «episodio de la evolución»? 127
III. Causalidad y azar en las ciencias naturales modernas 73
1. De la teoría cuántica a la mecánica cuántica 74
2. Interpretaciones de la mecánica cuántica 76 Artículos complementarios
3. La «incertidumbre» de las observaciones físicas 78
— La relación de incertidumbre de Heisenberg 80 Animal y hombre; antropología y teología; ateísmo y ocultamiento de
4. Incertidumbre y azar 81 Dios; autonomía y condición creatural; cuerpo y alma; culpa y pecado;
5. Incertidumbre y causalidad 82 determinación y libertad; evolución y creación; experiencia de la contin­
gencia y pregunta por el sentido; fenómenos naturales y milagros; histo­
IV. Conclusiones 86 ria del mundo e historia de la salvación; ley y gracia; materialismo,
idealismo y visión cristiana del mundo; mito y ciencia; muerte y re­
1. Macrocosmos y causalidad 86 surrección; mundo técnico-científico y creación; naturaleza e historia;
2. La causalidad en el mundo de los seres vivos 87 negatividad y mal; reconciliación y redención; tiempo y eternidad;
3. Azar y evolución 88 trascendencia y Dios de la fe; universo - Tierra - hombre.
4. Decisiones libres 90
5. Consecuencias para el ámbito religioso 92
V. Reflexiones teológicas sobre la providencia a la luz de las
ciencias de la naturaleza y del espíritu (Otto Hermann Pesch) 94
1. Una declaración liberadora sobre Dios 94
a) La doctrina «clásica» de la providencia: Tomás de Aquino 94
b) Declaraciones de la Iglesia 97
c) ¿Razón cósmica o solicitud constante de Dios? 98
d) Griegos convertidos al cristianismo 100
e) Consecuencias 102
2. Una declaración problemática sobre Dios 103
a) Presupuestos tácitos 103
b) Respuestas radicales 105
c) Sin posibilidad de retorno 107
3. Un sinónimo de Dios 109
a) Dios y la contingencia 109
b) Dios y la libertad 112
56 57

\
LA CAUSALIDAD EN FILOSOFIA

I. Causalidad pendientes de las de la filosofía que las ha precedido en cada


caso. Así, la idea de finalidad, de que el acontecer natural es te-
leológico, desempeñó históricamente un papel im portante entre
los investigadores que pusieron los fundamentos de la ciencia en
la prim era mitad de la época moderna, desde Kepler (1571-
En las páginas siguientes vamos a estudiar los problem as de 1630) hasta Newton (1642-1727) y Leibniz (1646-1716). No
la causalidad y el azar, principalm ente, tal como se plantean obstante, las nociones un tanto ingenuas de «atraer» y «ser pro­
en las ciencias naturales. Y sólo aludirem os de pasada a las puesto», válidas todavía para Kepler, las sustituyeron Galileo
m últiples ideas que las filosofías más diversas han defendido (1564-1642) y Pascal (1623-1662) por otras de carácter mecani-
sobre este tema*. cista2.
U na versión más restringida del principio de causalidad
es el principio del movimiento, que se rem onta a Aristóteles; en
1. La causalidad en filosofía términos latinos, reza así !: «Q uidquid m ovetur ab alio mo-
vetur». Esto significa que todo lo que acontece debe tener
Analizarem os más detenidam ente las ideas de las filosofías una causa eficiente. Con respecto al ám bito específico de las
aristotélico-escolásticas tradicionales1 porque creem os que ciencias naturales, se dice sobre esta «causalidad natural»:
han desem peñado un papel de cierta im portancia en la histo­ «Como en la esfera de la naturaleza infraespiritual no se da
ria de las concepciones científicas. Estas filosofías, aunque no
son de carácter exclusivamente deductivo, plantean siempre ¿ Cf. a este respecto M. Planck (1923, 13): «Según Descartes..., Dios ha
nuestro problem a partiendo de un principio, del principio de creado todas las leyes de la naturaleza y del espíritu por su propio querer
causalidad: «todo ente “contingente” es causado» (Brugger libre según fines tan altos que nuestro pensamiento humano es incapaz de
176,180; cf. Kirchner; De Koninck; Caldin 1940). Y entienden comprenderlos en toda su significación. De ahí que el sistema de Descartes
el término «causa» en un sentido muy general: como una causa no excluya los milagros y los misterios. En contraste con esto, el Dios de
Spinoza es el Dios de la armonía y del orden: penetra todo el acontecer
eficiente «que produce, m ediante su acción, un ente que, en cósmico de tal manera que la misma ley de causalidad general ha de consi­
cuanto efectuado, recibe el nombre de efecto. Según el principio derarse como divina, es decir, absolutamente perfecta e inviolable. Por eso,
de finalidad, toda acción está determinada, en última instancia, cu el mundo de Spinoza no tienen cabida el azar ni el milagro. El Dios de
por un fin o propósito cuyo valor, una vez conocido y querido, Leibniz, en cambio, formó al principio todo el mundo según un plan unita­
atrae a la causa eficiente y es propuesto por el Creador como fi­ rio y conforme con su sabiduría suprema; para ello imprimió desde el pri­
mer momento a cada ser particular las leyes definitivas de su actividad es­
nalidad de su acción naturalm ente necesaria; de ahí que el fin o pecífica, de suerte que, ahora, cada cual se comporta y desarrolla con
propósito, por constituir aquello por cuya razón existe el ente, plena independencia de todos los demás seres y de acuerdo únicamente con
sea causa extrínseca del mismo» (Brugger 376). su propia esencia. Por eso, en Leibniz, la interacción entre dos cosas no es
Pese a múltiples malentendidos y polémicas entre las disci­ más que simple apariencia».
plinas, las ideas científicas no han sido nunca totalmente inde­ 1 Cf. Mitterer. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles analiza la relación del
«movimiento desencadenado por la acción del hombre con aquel otro mo­
vimiento que proviene del primer motor inmóvil de todas las cosas». Pero,
según la tradición que se remonta a sus obras perdidas, «Aristóteles... ha­
* En memoria de Pascual Jordán (f 31-7-1980), con gratitud. bía dividido el cosmos en dos estratos... De la Luna hacia arriba impera
sin fisuras la jerarquía de las causas... En cambio, a este lado de la Luna
1 Aristóteles de Estagira (384-322): Física (ocho libros); Del cielo, (cuatro li­ cesa de algún modo la acción del primer motor... Las cosas pueden discu­
bros); De la generación y corrupción (cuatro libros); cf. Aristóteles, Obras (M a­ rrir impredeciblemente así o de otra manera. Aquí queda margen para la
drid 21967). decisión libre del hombre» (Gigon 1959, 165).
58 59
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA LA CAUSALIDAD EN LAS CIENCIAS

ninguna autodeterm inación libre, las causas naturales produ­ fenómeno, no a la «cosa en sí», que es incognoscible. Ahora
cen sus efectos con necesidad. Entre causa y efecto existe, bien, como las ciencias naturales sólo contem plan fenómenos,
pues, una conexión unívoca, de suerte que las m ismas causas en ellas rige necesariam ente una causalidad estricta, a juicio
producen siempre los mismos efectos. U na causa del m undo de K an t7. Su influjo entre los científicos fue notable, particu­
infraespiritual no puede producir un efecto distinto, ni mayor larm ente a finales del siglo X IX , hasta el punto de que la opi­
ni menor, del que en realidad produce (“ley de causalidad”). nión dom inante en la época era, a pesar del em pirism o de
En el reino orgánico figuran, entre las causas que determ inan Hum e, que en el acontecer de la naturaleza rige una causali­
inequívocam ente el efecto, no sólo los estímulos externos, sino dad estricta (—» determinación y libertad; fenómenos naturales y mi­
tam bién el estado concreto del propio organism o que reac­ lagros) .
ciona» (Brugger 230)+.
C orría ya el siglo X V III cuando semejantes ideas sobre la
finalidad fueron rechazadas radicalm ente por H um e5, para 2. La causalidad en las ciencias de la naturaleza
quien la causalidad no es sino una idea que el hom bre encas­ Pero si estas ideas se traducen al lenguaje de las ciencias
queta a la naturaleza: observamos procesos regulares y dedu­ exactas de la naturaleza (entre las que ocupa un puesto central
cimos de esa regularidad una conexión intrínseca. M ás tarde, la física), que entonces em pezaban a desarrollarse, se llega a
K a n t6 interpretó la causalidad, si bien partiendo de otras unas leyes naturales absolutam ente válidas y expresables
consideraciones (y en el marco global de su filosofía trascen­ cuantitativam ente. A unque estas leyes se establecieron induc­
dental crítica), como una categoría inscrita, a priori, en el en­ tivam ente, hasta comienzos del siglo X X la m ayoría de los
tendim iento. Esta categoría sólo se aplica a la cosa en cuanto científicos estaban convencidos de que las más im portantes
leyes halladas por ellos poseían validez absoluta y exacta8.
4 En la línea de la filosofía neoescolástica de la naturaleza, Brugger (ibíd.
230) añade: en toda acción de la causalidad natural, los cuerpos aparecen 7 «Esto significó una infravaloración implícita de la labor de las ciencias
en «interacción». Un cuerpo provoca mediante la eficacia de su «fuerza» naturales, porque Kant considera no sólo el concepto de causalidad, sino
un «cambio en otro cuerpo». Aquí se toma la idea-de interacción material también el contenido de la ley de causalidad como algo inmediatamente
en sentido muy estricto: «Gran parte de la acción de la causalidad natural dado por intuición y, por tanto, de valor universal. Este paso no pueden
se basa en las fuerzas de atracción y repulsión. Mediante ellas están los darlo las ciencias particulares. Ellas tienen que examinar... el problema del
cuerpos en interacción y, de ese modo, tratan de aproximarse o de alejarse sentido de la ley de causalidad en cada caso concreto...» (Planck 1923,
entre sí. Aquí no aparece nunca una acción a distancia mediante la cual una 1929.) Por lo demás, el propio Kant estudió los más diversos problemas
causa material produciría un efecto en un lugar alejado sin eslabones inter­ científicos, desde la «teoría de los vientos» hasta el origen del sistema pla­
medios. Además, aunque no se puede demostrar con certeza, es muy pro­ netario, pasando por los «volcanes de la luna». M. Planck escribe sobre el
bable que semejante acción a distancia sea absolutamente imposible. Con el particular (1923, 20): «Según Kant, las impresiones sensibles existentes en
fin de hacer posible la acción contigua, se supone la existencia del éter, me­ la conciencia no constituyen la única fuente de conocimiento, sino que a
dio imponderable y elástico, que llena el espacio vacío de los cuerpos pon- ellas añade el entendimiento algo propio, creando previamente, y al mar­
derables». gen de cualquier experiencia, ciertos conceptos, las categorías, cuyo uso
Aunque estas ideas no incluyen la gravitación, que ya había introdu­ constituye la condición necesaria para que sea posible adquirir conoci­
cido Newton, todavía eran sostenidas, con más o menos rigor, por muchos mientos. Para nuestro problema, es importante el hecho de que entre las
científicos hacia 1900. De ahí la obstinación con que esta época se aferró a categorías kantianas figure el concepto de causalidad y de que la ley de
la teoría del éter (cf. Rawer, vol. 3, pp. 16ss de esta Enciclopedia). causalidad aparezca allí como un juicio sintético a priori, que puede expre­
David Hume (1711-1776), A treatise of human nature I. O f the understanding sarse en los siguientes términos: “Todo lo que acontece supone algo de lo
(Londres 1739). que procede según una regla”».
b Immanuel Kant (1724-1804), Kritik der reinen Vernunft (Riga 1781)- cf. 11 Después se llegó a una cierta relativización con el esclarecimiento crítico
Kant 1783, 1786. de las ideas acerca del «modelo» (cf. Rawer, vol. 3, pp. 16ss).
60 61

X
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA I.A CAUSALIDAD EN LAS CIENCIAS

En lo concerniente a la naturaleza inanim ada había una la naturaleza, esto significa algo m ucho más preciso que lo
am plia coincidencia entre los científicos de la época en esta que los filósofos suelen entender por «principio de causali­
validez exacta. No obstante, en el caso de la naturaleza anim a­ d ad» 12: si las leyes de la naturaleza valen con todo rigor y te­
da algunos autores postulaban ciertas excepciones9. Diversas nemos un «sistema cerrado» (es decir, un ám bito en el que
filosofías de signo escolástico habían dado ya «al fundamento no actúa ningún influjo externo), es posible calcular de ante­
sustancial de las leyes que caracterizan a los “organismos” mano con toda exactitud su estado en cualquier m om ento fu­
frente a todo lo inorgánico» el nombre de «principio vital» turo, siempre que se conozca exactam ente el m om ento inicial
(llamado también entelequia)10. El vitalismo sostiene que la del mismo.
diferencia de los organismos con respecto a la naturaleza ina­ Evidentemente, nadie pretenderá efectuar semejante cálcu­
nim ada no puede explicarse sin dicho principio vital lo. Para ello habría que resolver la tarea prácticam ente irrea­
Así pues, a comienzos del siglo XX era obligado suponer, lizable de determ inar con exactitud la posición, velocidad y
al menos para el ám bito de la naturaleza inanim ada, una estado de todas las partículas elementales del sistem a en el
causalidad rigurosa. Para un estudio exacto (m atem ático) de m om ento inicial; adem ás habría que hacer operaciones de
cálculo que desbordan la capacidad de los más modernos ce­
9 Brugger 229 (de acuerdo con las ideas neoescolásticas): «En la esfera in- rebros electrónicos. Pero lo im portante es que tal cálculo del
fraespiritual, la disposición natural constituye el fundamento de un aconte­ futuro es posible, en principio, para cualquier sistem a cerrado
cer necesario que, sin embargo, tiene cierto margen de movimiento en lo y rigurosam ente determ inado. Lo mismo puede decirse de los
orgánico, pues el ser vivo responde de distinta forma, según sus necesi­ «sistemas abiertos», siem pre que se conozcan los influjos ex­
dades, a los estímulos que actúan sobre él».
10 «Según se entienda su unión con el cuerpo, el principio vital se conce­ ternos.
birá como una “sustancia” completa en sí misma que se une más bien ex­ Tratem os de explicar cómo resultaría esto en la práctica
trínsecamente con el cuerpo y produce todos los efectos de la vida orgánica tom ando como ejemplo la predicción num érica del tiempo. Se
—desarrollo, conservación, reproducción— mediante una dirección teleoló- comienza por registrar en muchos lugares el estado inicial del
gica de los procesos físico-químicos; entonces, el organismo es una mera sistem a «atmósfera»; como influjos externos se com putan la
unidad de acción, y el principio vital una mera “forma asistente” que no se
une con el cuerpo en una unidad de ser; o será considerado como algo sus­ radiación solar y las condiciones del suelo; después se tom an
tancialmente incompleto que sólo llega a constituir un todo natural merced en consideración las leyes de la dinám ica de los gases, las tér­
al ser, igualmente incompleto (en orden a la vida), del cuerpo material. micas y las quím icas, y con todos esos datos se calcula me­
Entendido así, el principio de vida recibe entre los escolásticos el nombre diante un ordenador la evolución ulterior del sistema. Los
de forma sustancial o “alm a” (que no tiene que ser necesariamente cons­ que se rigen por las predicciones meteorológicas saben que la
ciente)» (cf. Brugger 194s).
11 El fundador del vitalismo moderno fue Hans Driesch (1867-1941); cf. evolución real se irá apartando cada vez más de la prevista,
Driesch 1905... 1928. Los argumentos aducidos en favor de sus teorías se refie­ puesto que ni el estado inicial ni los influjos externos pueden
ren sobre todo al desarrollo de los embriones y a la capacidad de completarse conocerse con exactitud. El pronóstico es especialm ente
que tienen los organismos. En lugar del «principio de totalidad», considerado
indispensable por Driesch, la biología moderna afirma que las instrucciones
sobre la construcción están almacenadas en las moléculas de DNA y que su 12 A veces, los filósofos parecen temer que el concepto de causalidad se res­
replicación se efectúa por medio de moléculas de RNA; cf. Bosshard, vol. 3, trinja en las ciencias y que quede reducido a una «predeterminabilidad nu­
pp. 113s; André 1925, 1931; Ungerer 1927; Oldekop 1930. Este último de­ mérica».
fiende un «vitalismo jerárquico»: «El dualismo vitalista corriente... debería También se distingue entre enunciados «cualitativos» y «cuantitativos»,
sustituirse por la relación de polaridad del todo respecto de sus miembros o por la ten­ dando ordinariamente más valor a los primeros. Pero para el científico
sión polar entre la tendencia unitaria de la unidad operativa superior y la ten­ tiene más valor un enunciado cuantitativo que uno «meramente cualita­
dencia autoafirmativa de los miembros; así esta relación polar, que reaparece tivo». El científico emplea fórmulas matemáticas para expresar nexos cono­
en todos los niveles de la forma, impregnaría toda la naturaleza». cidos porque son más precisas que las palabras.
62 63
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA LA CAUSALIDAD EN LAS CIENCIAS

arriesgado cuando desarrollos concernientes a grandes espa­ com partía la opinión de M. Planck14, que siguió siendo deter­
cios dependen de otros que se producen en áreas pequeñas y minista rígido toda la vida: «Se distinguen... en la física
no pueden conocerse exactam ente. Según esto, hay microfe- dos tipos distintos de observación: la m acroscópica, sin deta­
nómenos que pueden influir decisivam ente en macrofenó- lle, sum aria, y la microscópica, más m inuciosa, más detalla­
menos. Así, la predicción del tiempo es para el meteorólogo da. El azar y la probabilidad sólo existen para el observador
algo prácticam ente indeterm inado; sin em bargo, el m eteoró­ macroscópico..., mientras que el observador microscópico ve
logo continúa convencido de la validez de las leyes naturales en todas partes seguridad y causalidad rigurosa... [Así]...
estrictas y las presupone en sus cálculos. puedo afirm ar que tam bién la investigación biológica... ha
El proceso está, pues, fundam entalm ente determ inado; llegado progresivam ente a adm itir la validez universal de
pero en la práctica, no. Por tanto, puede darse el caso de unas relaciones rigurosam ente causales. U n azar en sentido
que, por falta de suficiente información inicial, un sistem a sea absoluto o, lo que aquí viene a ser lo mismo, un m ilagro es
indeterm inado para quien hace el pronóstico, m ientras que el algo que la fisiología desconoce en la m isma m edida que la fí­
filósofo de la naturaleza tiene que considerarlo como determ i­ sica, aunque, evidentem ente, en fisiología resulta m ucho más
nado. difícil todavía una observación microscópica» (Planck1’ 1923,
Antes se creía que la lim itación de la información inicial 33-35). Análogas consideraciones se hicieron tam bién sobre el
era un problem a de hecho, pero no de principio. Se pensaba ám bito psíquico. Así, de nuevo Planck: «El papel que desem ­
que un m ayor esfuerzo perm itiría acercarse todo lo que se peña en la naturaleza la fuerza como causa de los movi­
quisiera a la m eta de un conocimiento exhaustivo del esta­ mientos, lo asum e en el m undo del espíritu el motivo como
do presente. M ás adelante explicaremos hasta qué punto c ausa de las acciones, y lo mismo que los movimientos de un
son distintas las cosas según el ideal epistemológico de hoy cuerpo m aterial resultan en todo m om ento con necesidad de
(cf. aptdo. 3). la cooperación de fuerzas de distinto signo, así las acciones
De todos modos, para los vitalistas, la determ inación rí­ hum anas surgen con igual necesidad del juego cam biante...
gida se rom pe en cuanto hay un ser vivo en el sistema. Pero de los motivos... C uanto más ha logrado penetrar la ciencia
conviene tener presente que, ya a comienzos del siglo X X , nu­ histórica en las particularidades del origen de los grandes
merosos investigadores rechazaban el vitalismo y suponían movimientos espirituales de la historia universal, con más
una unidad sin rupturas entre la naturaleza orgánica y la
inorgánica13. Algunos de ellos sostenían tam bién que era pre­ Max Planck (1858-1947), autor de la teoría cuántica, postuló la grada­
ciso encuadrar al hom bre en la esfera de la naturaleza. Pero ción discontinua de la energía en su teoría de la radiación térmica. Con
del carácter determ inista de la naturaleza se seguía necesaria­ rilo puso el fundamento para explicar numerosos fenómenos antes inexpli­
m ente que las decisiones hum anas, lo mismo que los fenó­ cables, incluidos los espectros ópticos de los distintos átomos y moléculas.
menos meteorológicos, sólo podían ser libres en apariencia y I I «cuanto de energía» de Planck depende de la longitud de onda X de la
que «en verdad» tenían que estar predeterm inadas por el es­ radiación (como onda electromagnética; por ejemplo, onda de luz) y es
igual a h ■c / \ = hv, donde v representa la frecuencia de vibración corres­
tado inicial del sistema. pondiente a X; c, la velocidad de la luz; y h = (6,626/1034) julios por se­
Todavía en 1923, un grupo muy num eroso de científicos gundo, es la constante de Planck.
Planck (1923) tiene en cuenta la distinta situación con respecto a las
ciencias naturales exactas cuando dice (35): «Por eso la mayoría de las
13 Los argumentos en favor de esta opinión eran entonces débiles, pero hoy leyes fisiológicas son de tipo estadístico, lo que llamamos reglas. Cuando se
son de gran peso; cf. III. La mayoría de los científicos que rechazaban el observan excepciones a una de estas reglas comprobadas empíricamente,
vitalismo mantenían posturas ateas y materialistas; pero también había al­ no se atribuyen a un fallo de la ley de causalidad, sino a nuestro defectuoso
gunos con una orientación religiosa. conocimiento de las condiciones que presiden la aplicación de las reglas».
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CAUSALIDAD- AZAR PROVIDENCIA
CAUSALIDAD Y LIBERTAD
claridad se ha visto el condicionam iento causal, la dependen­ ( ausalm ente, es decir, que siempre que alguien se encuentra
cia respecto de factores previos y preparatorios; se podría in­ cu situación de m anifestar espontáneam ente o tras larga re-
cluso decir... que... la investigación científica tiene sus raíces llexión una voluntad concreta o de tom ar una determ inada
en una observación causal de la realidad, que la hipótesis de decisión, un observador suficientemente perspicaz puede, aun
una causalidad sin excepción, de un determ inism o absoluto, m anteniendo una actitud totalm ente pasiva, prever el com ­
es el supuesto necesario y la condición previa del conoci­ portam iento del sujeto en cuestión. Podemos representarnos
m iento científico. Se com prende que nosotros no podamos esto im aginando que la voluntad del observado se gesta ante
detenernos con estas conclusiones ante ninguna frontera con­ los ojos del observador por la acción conjunta de una serie de
creta ni tengamos reparos en extenderlas hasta las rea­ motivos o im pulsos..., de modo parecido a como en la física
lizaciones más prom inentes del espíritu hum ano» (Planck diversas fuerzas se unen para form ar una determ inada fuerza
1923, 38-41 ) ,ü. resultante». Según esto, científicamente, la voluntad no es libre
(Planck 1936, 6s)17.
No obstante, Planck atribuye a la conciencia subjetiva, por
3. Causalidad y libertad de la voluntad 10 menos, una especie de libertad de decisión, puesto que dis­
tingue entre acciones pasadas y futuras: «... puede decirse
Con tal extensión, el determ inism o abarca toda la acción que el conocimiento exhaustivo del proceso causal de las ac-
hum ana, de modo que se plantea el problem a de la libertad i iones voluntarias propias pertenecientes al pasado, incluidos
de la voluntad. Planck (1923, 1936, 1947) lo tom a muy en se­ sus motivos más oscuros, entra, al menos en principio, en el
rio. Por un lado, como científico cree que no puede renunciar ám bito de lo posible. Pero la cosa es muy distinta cuando
al determ inism o estricto (cf. 1,2); por otro, como hom bre no nuestra acción voluntaria pertenece al futuro, pues aquí no
quiere desm ontar con ello la ética. En 1936 resum ía este pro­ «abe la pasividad del observador. Al contrario, observador y
blem a de la siguiente m anera: «... Es claro que no se podría observado funden el yo cognoscente y el yo volente en nues­
hablar de una causalidad universal si ésta se quebrara en tra autoconciencia, y no cabe decir que el observador se abs­
algún lugar y, consiguientem ente, si los ‘fenómenos de la vida tiene de cualquier influjo causal en el observado»... «O dicho
psíquica consciente y subconsciente, los sentimientos, las sen­ de otra m anera: la voluntad ajena está ligada causalm ente; si
saciones, los pensam ientos y, en definitiva, la voluntad no es­ se conocen con suficiente precisión los condicionam ientos pre­
tuvieran sometidos a la ley de causalidad... Así pues, nosotros vios, todo acto voluntario de otra persona puede entenderse,
opinam os que tam bién la voluntad hum ana está determ inada 11 menos en principio, como resultado necesario de la ley de
causalidad y puede predecirse en todas sus particularidades.
Planck prosigue (ibíd. 40s): «Así, tenemos que admitir forzosamente que I I grado en que pueda lograrse esto en la práctica es sólo un
hasta el espíritu de cada uno de nuestros más grandes maestros — de un problem a de inteligencia. La voluntad propia, en cambio,
Kant, un Goethe o un Beethoven— estuvo sometido, incluso en los ins­
tantes de sus más elevados pensamientos y de sus más íntimas y profundas 1 M. Planck (1947 [2], 24-26): «Si un historiador quisiera atribuir la reso-
emociones, a la fuerza ineluctable de la causalidad, era un mero instru­ lución de Julio César de cruzar el Rubicón no a sus miras políticas y a su
mento en manos de la omnipotente ley del universo». Y añade a continua­ temperamento natural, sino a su libre albedrío, ello significaría sencilla­
ción (ibíd.)\ «La ley de causalidad conserva su vigencia en todas las cir­ mente renunciar a entender científicamente los hechos. Por eso deberemos
cunstancias merced a su carácter trascendental; pero si en la naturaleza concluir que, desde la perspectiva externa de la observación, la voluntad
sólo es constatable para un observador microscópico, en el mundo espiri­ li.i de considerarse como causalmente determinada... Contemplada desde
tual sólo lo es para un espíritu cuya inteligencia sobrepase extraordinaria­ fuera, la voluntad está causalmente determinada; contemplada desde den­
mente... la del espíritu que se ha de investigar». tro.,,, es libre».
66 67
CAUSALIDAD Y LIBERTAD
CAUSALIDAD - AZAR PROVIDENCIA

sólo se puede entender causalm ente con respecto a las ac­ Heller 89)‘°. En una postura sem ejante se desdram atiza de
ciones pasadas: en lo tocante a las acciones futuras es libre; algún modo el problem a de la libertad hum ana21. Pero a la
un acto voluntario propio futuro no puede deducirse de forma mayoría de los científicos no les satisface un positivismo como
puram ente racional del estado actual y de los influjos del en­ el de M ach. El objetivo de las investigaciones científicas no es
torno» (Planck 1936, 16-21). hacer «un inventario sinóptico exhaustivo de los hechos de un campo
Con esta distinción entre la visión «desde fuera» y la vi­ determinado»" , sino elaborar una «teoría»25, aunque no abar­
sión «desde dentro», Planck cree haber salvado la libertad de que todos los datos (cf. 111,5 y IV ,1).
la voluntad18. El problem a de la justicia penal lo resuelve
luego de la siguiente m anera: a un crim inal se le puede casti­
gar porque creyó que podía decidir librem ente, aunque, desde
el punto de vista del observador científico, tuvo que com eter su
crimen 19 .

El problema indicado de la interacción psico-física tiene una importan­
Q ueda por decir que, para un positivista rígido como cia especial. Con independencia de la forma en que se conciba el proceso
E. M ach, la situación se presenta de forma totalm ente distin­ de los fenómenos y decisiones de orden psíquico, una intervención de la
psique podría, en principio, percibirse en el plano físico con métodos cientí­
ta (E. M ach 1900, citado por Heller 1964, 89). Siguiendo a ficos y rompería la cadena de la causalidad puramente física. Para que esto
Hum e, M ach niega que sea posible conocer la relación de la sea posible tiene que haber «órganos de dirección» susceptibles de un in­
voluntad y del movimiento (m aterial), y sólo adm ite la expec­ flujo por parte de la psique. Cf. IV ,2.
tativa de la costumbre: «El análisis detallado m uestra que noso­ «Los conceptos “causa eficiente” y “fin” proceden originariamente de
tros sabemos tan poco por qué un cuerpo im pelente pone en concepciones animistas, como todavía se advierte con claridad en el caso de
la investigación primitiva. Sin duda, el salvaje no se romperá la cabeza
movimiento a un cuerpo impelido como por qué nuestros es­ pensando en sus propios movimientos espontáneos, para él tan naturales y
tados psíquicos tienen consecuencias físicas. Ambas co­ evidentes. Pero tan pronto como percibe en la naturaleza movimientos
nexiones se dan sim plem ente en la experiencia, con la única inesperados y llamativos, los pone instintivamente en analogía con los
diferencia de que la prim era es más sencilla y le resulta más suyos. Así surge en él la idea de la voluntad propia y de la ajena. Luego
fam iliar a un mecánico experim entado» (M ach, citado por van apareciendo alternativamente —y cada vez con mayor claridad— las
semejanzas y discrepancias de los fenómenos físicos y biológicos con el es­
quema básico del acto voluntario... En el acto voluntario consciente coinci­
18 «Ninguna inteligencia ni ninguna ciencia pueden explicarnos plenamente den todavía la causa y el fin. La gran simplicidad de los fenómenos físicos y
cómo obraremos en una situación determinada. Para ello se requiere otro la posibilidad de cuantificarlos van desterrando progresivamente esta con­
guía, que influye no sólo en nuestro entendimiento, sino también y de modo cepción ani mista. El concepto “causa” se transforma poco a poco, a través
directo en nuestra voluntad... Por eso, la ética aparece aquí junto a la ciencia de formas torpes, en el concepto de dependencia, en el concepto de fun­
como complemento necesario del vacío dejado por ésta. La ética añade al “te­ dón» (E. Mach 1886, H1911, 79s).
ner que” de orden causal el “deber” de orden moral...» (Planck 1936, 21). E. Mach 1896 ó 21900, editada por Heller con el título Ziet der Forschung
(1964).
19 Hace siglos fue muy controvertido en la teología, concretamente en el tra­ «Porque el gran milagro del perfeccionamiento constante de la imagen
tado sobre la predestinación, un problema semejante al nuestro (cf. infra V i ientífica del mundo impulsa forzosamente al investigador a buscar la con­
3d). Pero allí se intenta ver el problema «desde Dios». Cabría preguntar figuración definitiva de la misma. Y como uno tiene que suponer que existe
hasta qué punto tiene sentido para el hombre tal planteamiento. En cual­ lo que busca, se afirma en él el convencimiento de la existencia real de un
quier caso, en este punto existen entre las confesiones diferencias profundas mundo en sentido absoluto. Esta fe, firme e inconmovible ante cualquier
(cf. infra. V 3d), que dieron lugar a grandes controversias en la época de la obstáculo, en lo absolutamente real de la naturaleza constituye para él la
Reforma. La problemática parece resultarles lejana a los teólogos de hoy y condición previa y evidente de su trabajo y lo confirma en la esperanza de
raramente se aborda (cf. infra, pp. 122s). La idea de una determinación es­ que podrá llegar a rastrear un poco más de cerca el ser de la naturaleza
tricta podría conciliarse mejor con la teología reformista (calvinista) que objetiva y a descifrar más y más sus enigmas» (Planck 1947 [1], 1909).
con la luterana o la católica.
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AZAR

II. Azar peñan hoy un papel muy im portante en economía y en ciencias


de la información. Tales métodos se emplean para exponer si­
nópticamente un cúmulo de datos, para hacer análisis y deducir
relaciones (leyes estadísticas). Pero aquí nos interesa otra apli­
cación: la que se hace para formular pronósticos sobre el acon­
Vam os a estudiar ahora el problem a del «azar». C om en­ tecer futuro; con frecuencia se recurre a ella cuando no es posi­
cemos de nuevo con la escolástica. Distingue (Brugger 432) ble una previsión exacta21’. Comencemos con un ejemplo:
dos acepciones: «1.a, lo que no es necesario por su esencia ni Un seguro contra incendios, a la hora de hacer sus cál­
está determ inado por una causa eficiente o final (azar abso­ culos, considera todos los siniestros como surgidos de forma
luto); 2.a, lo que tiene causa eficiente, pero no causa final». El «casual», es decir, pone en práctica la estadística, establece
azar en el prim er sentido está en contradicción con el «princi­ tablas em píricas de frecuencia y calcula con estos datos la
pio de causalidad» y con la unidad del ser, pues significa la prim a. Sin em bargo, en caso de liquidación de daños, se re­
falta absoluta de sentido de algo real. El azar en el segundo serva el derecho de investigar detenidam ente la causa — e in­
sentido no puede darse con respecto a Dios (causa prim era): cluso el autor— . Aquí el seguro distingue entre sucesos de­
im plicaría una contradicción con el «principio de finalidad». bidos a causas objetivas, m otivados por procesos naturales
Respecto de las causas segundas (por ejemplo, del hom bre), (por ejemplo, la inflam ación espontánea del heno), y sucesos
se da el azar en el segundo sentido «sólo como efecto acceso­ debidos a causas subjetivas, especialm ente los iniciados por
rio no pretendido de algo querido o como efecto surgido de la «libre decisión de la voluntad» (como el incendio intencio­
coincidencia de dos o más causas eficientes que no están nado). Lo que inicialm ente se clasificó como «casual» puede
orientadas expresam ente a tal coincidencia por su propia n a­ aparecer como un suceso determ inado o indeterm inado tras
turaleza ni por una causa extraña dirigida a un fin. El azar una investigación precisa. De todos modos, cuando tales in­
en este sentido no está regulado por la naturaleza ni por el vestigaciones no son posibles, tiene que quedar todo en la ca­
fin» (Brugger 43 2)24. tegoría «azar» (para el seguro, claro está).
Sin entrar en un análisis detenido de esta opinión filosófica, El ejemplo pretende m ostrar que el concepto «azar» ha de
queremos esclarecer el problema examinando los métodos de entenderse en sentido relativo: el azar es azar para alguien, es
cálculo matemático que, bajo el nombre de estadística25, desem­ decir, para un determ inado «observador».
U na versión m odificada de la alegoría de la caverna de
24 En Brugger 433 se rechaza también la «teoría del azar» (en las ciencias l’latón nos m ostrará todo lo que se puede conocer partiendo
naturales) como intento de explicar sin causa final lo que en la naturaleza de observaciones estadísticas: un prisionero es enviado a la
aparece como teleológico; por ejemplo, el orden de las cosas y el origen de cárcel en un país extraño para él; no ve el exterior, pero
los grados superiores del ser a partir de los inferiores. Dicha teoría «no es puede oír; sin em bargo, no entiende la lengua del país. Des-
científica porque no puede señalar ninguna causa que explique el tránsito
de las cosas del estado caótico al ahora existente, ordenado y regido por
leyes». Aquí, el físico piensa inmediatamente en el segundo principio de la Imrgo 121956); O. Anderson, Probteme der statistischen Methodenlehre in den So-
termodinámica, aunque su deducción (o, mejor, su plausibilidad) se ob­ iulwissenschaften (W ürzburgo 1957); O. Morgenstern, (Jber die Genauigkeit
tiene precisamente con métodos estadísticos. La evolución de una materia wirtschaftlicher Beobachtungen (W ürzburgo 1952); I. N. Bronstein y K. A. Se-
poco organizada hacia una materia más organizada en base al azar estadís­ mendjajew, Taschenbuch der Mathematik (Leipzig l91979), cap. 5 sobre el cál­
tico desempeña un papel fundamental para una concepción científica gene­ culo de probabilidades y la estadística matemática.
ral. Cf. Bosshard, vol. 3, pp. 113ss de esta Enciclopedia. 11 Tal aplicación se hace en la técnica de resistencia de materiales, por
25 Cf., por ejemplo, B. W. Gnedenko, Lehrbuch der Wahrscheinlichkeitsrechnung ejemplo cuando, antes de construir un puente, se calculan las presiones a
(Berlín *1962); R. A. Fisher, Statistische Methoden fúr die Wissenschaft (Edim- que se verá sometido en distintos casos de carga.
70 71
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA

de su celda oye las salidas de las brigadas volantes de la poli­


cía. Pronto conoce los procesos que se repiten regularm ente.
III. Causalidad y azar en las ciencias
Con el tiem po com probará que la frecuencia de las salidas naturales modernas
depende de la hora del día, pero tam bién de la estación del
año, del tiempo, etc. Por tanto, ordenará los acontecim ien­
tos en un esquem a estadístico y logrará así una «descripción
útil». Sin em bargo, cada salida concreta sigue siendo para Tres descubrim ientos del siglo XX son particularm ente im­
él un hecho casual. No así para el jefe de la brigada, que portantes para nuestro planteam iento:
puede «comprender» por sus actas cada una de las salidas. Su 1.° La teoría de la relatividad de Einstein27: la teoría de
forma de «comprensión» es superada, a su vez, por la del la relatividad especial (cf. Rawer, vol. 3, pp. 20ss) acentuó
psicólogo de la policía, que incluye en su esquem a m ental la enfáticam ente la im portancia de la «situación» en que un ob­
psique del respectivo autor del delito, sin que por eso se lle­ servador hace sus percepciones. Einstein logró form ular las
gue a una certeza plena. Así el papel del azar se va reduciendo leyes físicas fundam entales de forma tan general que resulta­
paso a paso, pero nunca queda elim inado por completo. ron aplicables a las «situaciones» m ás dispares. Esto (así
Lo prim ero que m uestran estos ejemplos es que se puede como la cosmogonía m oderna, cada vez más especulativa; cf.
adquirir cierto conocimiento aunque sea muy lim itada la in­ ibid., p. 35) dio pie para someter a exam en crítico la form a­
formación procedente del m undo exterior. Si uno analiza es­ ción de las teorías científicas («modelos», cf. Rawer, vol. 3,
tadísticam ente las observaciones sobre la frecuencia y la coin­ pp. 16ss).
cidencia de los acontecim ientos, puede obtener conocimientos 2.° Las «relaciones de incertidum bre» de Heisenberg28,
muy valiosos, aunque con frecuencia bastante limitados (y, derivadas de una formulación más exacta de la teoría cuán­
q uizá, m uy insuficientes p ara un o bservad o r «m ejor si­ tica de Planck, condujeron a una valoración totalm ente nueva
tuado»), T ales estadísticas pueden em plearse incluso para de nuestro tema. Aclararem os este punto en 111,1.
pronósticos, que no ofrecerán ninguna certeza, pero sí una 3.° El descubrim iento del «código genético» (cf. Boss-
cierta probabilidad estadística. No cabe hablar de un conoci­ liard, vol. 3, p. 112) por Chargaff, Avery, W atson y Crick2''
m iento más profundo (en el caso del prisionero o en el del se­ está en contra, según la opinión común, del vitalismo dua-
guro contra incendios); pero, al menos, la estadística reduce
un poco para el observador el «riesgo» del azar. A este res­ ''' Albert Einstein (1879-1955): Ann. d. Physik (4) 17(1905) 891; (4) 18
pecto, debemos observar todavía que un acontecim iento ais­ (1905) 639; cf. Lorenz y otros 1913, Einstein 1917, Einstein y Minkowsky
lado puede diferir m ucho del pronóstico; pero si se tom an 1920.
m uchos acontecim ientos sim ilares, es posible predecir con Werner Heisenberg (1901-1976); cf. Heisenberg 1935; mecánica cuán­
bastante seguridad sus frecuencias características. U n ejem­ tica: ZS f. Physik 33(1925) 879; Naturwiss. 14(1926) 989; ZS f. Physik
13(1927) 177.
plo de ello son las estadísticas realizadas por los seguros de Una vez que E. Chargaff (cf. su Autobiographie, 1979) descubrió el papel
vida. decisivo de las bases en la molécula DNA, se consideró que esta molécula era
La estadística, por tanto, quita al azar una pequeña parte l.i transmisora de la información: O. T. Avery, C. M. Mcleod, M. McCarty:
de su indeterm inación y perm ite incluso predicciones razona­ | exp. Med 79(1944) 137. Estructura bihelicoidal de la molécula de DNA:
bles, aunque no ofrezcan más que una «seguridad estadís­ |. D. Watson, F. H. C. Crick: Nature (Londres) 171(1953) 737. Visión de
conjunto en V. Luzzati: Progr. Nucí. Ac. Res. 1(1963) 347; cf. Sutton (1927)
tica». Como base basta una cifra prudente de observaciones. cap. 8, Bresch y Hausmann (1964) cap. 6, Czihak y otros (1967) Zi. 2.2,
Y no se requiere para ello conocer las relaciones existentes en Siark y otros (1981) cap. 19, Wostenholme y O ’Connor 1959, Lindigkeit y
el plano objetivo. Langen 1968, Watson 1969, 1977, Jabubke yjeschkeit 1976, Herder 1972.
72 73
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA DE LA TEORÍA CUÁN TICA A LA MECÁNICA CUÁN TICA

lista. Dicho descubrim iento llevó a un conocimiento más pro­ la luz de onda corta que en la de onda larg a55 y, por tanto,
fundo de la vida y de su posible origen en la m ateria inani­ explicarían el dato indicado. Esto era absolutam ente incom ­
m ada (cf. vol. 3, pp. 39s y 111). patible con las ideas que se tenían entonces sobre la luz como
una onda electrom agnética. Con la hipótesis de Planck se re­
cogían ideas que habían sido adm itidas en la teoría de New-
1. De la teoría cuántica a la mecánica cuántica ton sobre el carácter corpuscular de la lu z54, pero que luego
habían sido rechazadas con sólidas razones. Pese a ello, no
D esgraciadam ente, Planck introdujo su teoría cuántica30 con fue posible refutar las razones por las que H uyghens5’ había
ocasión del estudio de un problem a difícilm ente asequible rechazado en su época las ideas de Newton.
p ara un profano en la m ateria. Poco m ás tarde, Einstein H asta el presente no se ha encontrado ninguna salida «ra­
aplicó la teoría de Planck a un problem a fácilmente inteligi­ cional» del dilem a en que cayó la física clásica con los experi­
ble51. En el llam ado «efecto fotoeléctrico», los experimentos mentos de los cuantos. En otras palabras: no existe ningún
revelaron un dato sorprendente: con luz de longitud de onda modelo intuitivo que perm ita explicar en el sentido de la m e­
más corta se pueden conseguir efectos que no se consiguen cánica y la teoría eléctrica tradicionales los fenómenos obser­
con lo n g itu d de onda m ás larg a ni siq u ie ra en caso de vados. Desde entonces se atribuye a la luz una curiosa mez­
m áxim a intensidad5". Planck había introducido (ad hoc y sin cla de propiedades: las de una onda y, a la vez, las de una
fundam entación en el m arco de la física de la época) el si­ corriente de p artícu las que se m ueven a gran velocidad;
guiente postulado: la emisión de energía se produce sólo en según sea el experim ento que hay que explicar, se emplea
«paquetes» compactos; no puede em itirse cualquier cantidad, uno u otro modelo. Para la teoría de la ciencia sobre la física,
sino únicam ente múltiplos enteros de una unidad pequeña, esto representó un cam bio radical: como «modelo» se utilizó
pero finita. Según Planck, estos cuantos deben ser mayores en entonces (cf. Rawer, vol. 3, pp. 16ss) un conglom erado de
dos concepciones heterogéneas in tu itiv am en te in co ncilia­
bles36. T ras m últiples discusiones, se llegó finalm ente a dos
in M. Planck: Verh. d. D. phys. Ges. 2(1900) 202 y 237.
!l A. Einstein: Ann. d. Physik 17(1905) 132. La comprobación empírica se
la debemos a Ph. Lenard: Ann. d. Physik 8(1902) 149. Cf. supra, nota 14. Esto es válido no sólo en el espectro visible, donde la
32 El experimento fue el siguiente: se proyectó luz sobre una plancha metá­ luz azul es más efectiva (posee cuantos mayores) que la roja, sino en toda
lica situada dentro de un recipiente en el que previamente se había hecho la gama de radiaciones, de manera que el orden decreciente de longitud de
el vacío, y se comprobó que emergían electrones de la superficie de la plan­ onda visible-ultravioleta-rayos X-rayos gamma es a la vez un orden rápida­
cha. Luego se determinó la velocidad con que salían del metal y se supuso mente creciente de efectividad. Este hecho es de gran importancia para la
que, aumentando la intensidad de luz, tendría que aumentar también tal tísica y la biología de las radiaciones.
velocidad. En realidad sólo se observó un aumento del número de los elec­ Isaac Newton (1643-1717), Opticks or a treatise of the reflexions, refractions,
trones desprendidos, pero no un aumento de su energía (velocidad). Pero inflexions and colours of light (Londres 1704); Lectiones Opticae (Londres 1729).
cuando se cambiaba el color de la luz — pasando, por ejemplo, de luz am a­ *’ Chr. Huyghens (1629-1695), Traite de la lumiére (Leiden 1691).
rilla a azul— , aumentaba la energía de salida (velocidad) de cada electrón. i(> Para los estudiosos de la naturaleza de otras épocas, tal modelo habría
Así pues, incluso la más débil luz azul es más efectiva que la amarilla en lo sido «ilógico» y, por tanto, inadmisible. Semejantes objeciones siguen ha­
concerniente a la energía de salida. En general se comprobó que la energía ciéndose hoy, bien es verdad que de forma muy aislada. Cf. W. G. Gut-
de salida de los electrones está en proporción inversa con la longitud de mann, en Stark y otros, 31 y 37. La observación hoy común sobre la forma
onda de la luz; a menor longitud de onda, mayor energía de salida de los en que han de emplearse los dos modelos «complementarios» puede formu­
electrones. El postulado de Planck sobre la gradación cuántica-de la^ener- larse en estos términos: «El modelo según el cual la radiación electrónica
gía (cf. supra, nota 14) tiene en cuenta este hecho y explica satisfactoria­ está formada por partículas sólo puede demostrarse experimentalmente
mente las observaciones. como verdadero en la medida en que sus resultados no están en contradic-
74 75
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA
INTERPRETACIONES DE I.A MECÁNICA CUÁNTICA
form ulaciones m atem áticas, que se verificaron incluso en tículas. La m ecánica cuántica hace tam bién lo contrario:
casos que no eran accesibles a la teoría originaria de Planck. asigna a las partículas m ateriales del microcosmos (átomos,
Se trata de la mecánica ondulatoria de Schrödinger37 y de la electrones y otras partículas elementales) propiedades típicas
«m ecánica cuántica» de Heisenberg38. A unque los dos sis­ de las ondas40. U n rayo de electrones como se emplea, por
temas de cálculo emplean métodos m atem áticos totalm ente ejemplo, en el tubo de imagen de cualquier televisor se «ex­
distintos, sus resultados son exactam ente los mismos. plicaba» antes m acroscópicam ente com o una «ráfaga de
La mecánica cuántica, como llamaremos en adelante a la proyectiles». Se pensaba que los electrones tenían que com­
nueva formulación, se discutió larga y detenidam ente. U na p o rtarse h asta en los últim os detalles com o los grandes
serie de físicos renom brados (entre ellos Planck y Einstein) se proyectiles; la trayectoria de cada uno de ellos tenía que po­
inclinó durante largo tiempo a aceptarla, a lo sumo, como der calcularse de acuerdo con las leyes de la balística m ecá­
una solución de emergencia. Pero actualm ente, sobre todo nica. Experimentos adecuados han m ostrado, sin em bargo,
después de las m odernas teorías sobre los núcleos atómicos, que un obstáculo im penetrable no ofrece una protección ab­
la opinión de la mayoría de los físicos es que aquí no cabe soluta contra un bom bardeo de electrones, sino que por el
una representación gráfica. La razón está en que la natu ra­ canto del obstáculo llegan algunos electrones al «espacio os­
leza se com porta en el plano microscópico de las moléculas, curo». Esta observación41 responde exactam ente a los fenó­
los átomos y las partículas elementales de distinto modo que menos del borde de una som bra, que desde antiguo se expli­
en el plano macroscópico de los «grandes objetos» (cada uno can por la propiedad ondulatoria de la luz y en su tiempo se
de los cuales contiene una enorm e cantidad de partículas ele­ adujeron, incluso, como prueba de este carácter.
m entales3’, mucho más asequible para nosotros. No todas las Aplicado a un chorro de partículas (por ejemplo, de elec­
«leyes naturales» deducidas de observaciones realizadas en el trones), esto significa que no se puede afirm ar nada con segu­
ám bito macroscópico son válidas en el microscópico (—» uni­ ridad sobre la trayectoria que en tal caso seguirá una partí­
verso - T ierra - hom bre). cula concreta. De hecho, la mecánica cuántica sólo informa
sobre la densidad estadística del bom bardeo y sobre su es­
2. Interpretaciones de la mecánica cuántica' tructura espacial; del mismo modo que un seguro de vida
sólo se atiene a la estadística de las defunciones, así tam bién
Hemos visto que, si se quieren com paginar las observaciones, aquí el caso particular se pierde en la estadística.
hay que atribuir a las ondas (de luz) propiedades de las par-
de distinto carácter que las leyes inmediatas de la naturaleza. En este as­
ción con el modelo que la concibe como una radiación ondulatoria. Y lo pecto, podemos alegrarnos de que al menos una parte de las leyes dedu­
mismo se puede decir en sentido contrario: el modelo según el cual la ra­ cidas de los experimentos macroscópicos sean válidas también en el ámbito
diación electrónica es una radiación ondulatoria sólo puede demostrarse ex­ microscópico.
perimentalmente como verdadero en la medida en que no está en contra­ 40 El primero en hacerlo fue L. de Broglie (Thèse, París 1924; Ann. de phy­
dicción con el modelo que la concibe como una radiación de partículas» sique 3 [1925] 22); cf. también 1926, 1927, 1928. Para la longitud de onda
(cf. W. Döring, Atomphysik und Quantenmechanik I (Berlín 1973) 330. de los fenómenos ondulatorios que describen una corriente corpuscular dio
17 Ernst Schrödinger (1887-1961); cf. Schrödinger 1932; Born 1926, 1927. de Broglie la fórmula X ~ht(m v), donde h es la constante de Planck, m la
111 Werner Heisenberg (cf. mpra, nota 28); M. Born, P. Jordan: ZS f. Phy­ masa y v la velocidad de las partículas.
sik 34(1925) 858 y 35(1926) 557 (con W. Heisenberg); cf. Born y otros 41 Junto al borde de la sombra aparecen bandas simétricas de mayor o me­
1962; Heisenberg 1942, 1967, 1971. nor densidad de bombardeo. Cf. C. Davisson y C. H. Kunsmann: Phys.
iJ Por eso, en este campo hay que contar con la estadística, concretamente Rev. 22(1923) 242. Demostraron la fórmula de De Broglie, C. Davisson y
con la de las múltiples partículas atómicas. Pero las leyes estadísticas son L. H. Germer, p. 558, así como G. P. Thomson y A. Reid, p. 800, ambos
en Nature 119 (1927).
76 77
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA INCERTI DUMBRE ¡>K [.AS OBSERVACIONES IÍSICAS

Así pues, la mecánica cuántica ha devaluado los antiguos núcleo atómico) con un «disparo certero». Sin em bargo, se
«modelos», sencillos y gráficos, en lo concerniente a las creía poder reducir cada vez más este influjo no deseado per­
ondas de luz y a las corrientes de corpúsculos, pues aplica feccionando los métodos de experim entación. En esta misma
en lugar de ellos, tanto a las ondas como a las partículas, línea, se conocía el influjo de la presión lum ínica en la obser­
una combinación inconsecuente de dos modelos considerados vación óptica de los objetos. Pero se creía poder reducirlo
antes inconciliables. Pero al mismo tiempo palia esta «falta perfeccionando las técnicas de medición y dism inuyendo con­
de lógica» renunciando por completo a afirmaciones particu­ secuentem ente la intensidad de la luz. Esto se había logrado
lares; de hecho, se refugia en enunciados estadísticos. Para el repetidas veces en la esfera m acroscópica (y todavía puede lo­
«conocimiento de la naturaleza», esto representa un paso grarse hoy).
atrás y una abdicación. Porque la estadística sustituye el co­ La circunstancia de que las cosas sean distintas en el ám ­
nocimiento de las relaciones «causales» por una descripción de bito microscópico se debe al postulado de Planck, según el
los fenómenos. En el m arco de la estadística, los formalismos cual hay una cantidad mínima de energía que necesariam ente
m atem áticos de la m ecánica cuántica proporcionan una des­ tiene que em itirse o no em itirse en cada caso. Así, ya no es
cripción de este tipo. posible reducir cuanto se quiera la alteración del sistem a ob­
servado. Tal dificultad podría soslayarse eligiendo una luz
con m ayor longitud de onda (por ejemplo, luz infrarroja en
3. La «incertidumbre» de las observaciones físicas vez de luz visible) y reduciendo así la cantidad de energía del
cuanto. Pero entonces se tropezaría con otra barrera, cono­
Heisenberg fue el prim ero en advertir que la m ecánica cuán­ cida desde hace tiempo: la «resolución» de un dispositivo óp­
tica afirma im plícitam ente una limitación de las posibilidades tico es tanto peor cuanto m ayor es la longitud de onda de la
de la observación científica, limitación que puede com pren­ luz em pleada 2. La conjunción de estos dos hechos constituye
derse perfectam ente con las categorías de la macrofísica. El un dilem a, porque el experim entador desea alterar su objeto
punto de partida de sus reflexiones fue que, para realizar lo menos posible y, a la vez, quiere obtener una información
cualquier experim ento e incluso cualquier observación, es precisa sobre el mismo.
preciso em plear una cierta cantidad de energía: durante la Heisenberg (1930) y Bohr (1932, 1939)43 exam inaron crí­
observación se introduce energía en el sistema observado, con ticam ente, de acuerdo con estas consideraciones, una serie de
lo cual se altera un poco el estado del mismo. Dicho de otra procedim ientos de medición típicos del microcosmos y com­
manera: la medición de un estado modifica el objeto de la probaron lo siguiente:
propia medición. 1.° Pese a la inevitable alteración, en principio es posible
En el fondo, esta consideración no era nueva. Especial­ m edir cualquier «m agnitud de situación» (en nuestro ejem-
m ente en las ciencias de la vida (biología y m edicina), m u­
chas investigaciones sólo podían hacerse, en la práctica, inter­ 42 Ernst Abbé (1840-1905), Grenzen der geometrischen Optik (Jena 1880); Ges.
viniendo en los procesos vitales (por ejemplo, operando o Abh. I: Theorie des Mik.rosk.ops (Jena 1904). Se da el nombre de «resolución»
colocando sondas). Pero hasta entonces no se había conside­ óptica a la menor distancia angular de dos objetos que todavía se ven sepa­
rado tal circunstancia como una dificultad insuperable, sino rados. El principio es fácil de comprobar empíricamente, pues la onda lu­
minosa tiene que ser alterada por el objeto de la observación: de lo contra­
como algo debido sim plem ente a la falta m om entánea de mé­ rio no podríamos percibirlo. Pero ello exige que no sea demasiado pequeño
todos de experim entación más apropiados. T am bién los fí­ en comparación con la onda luminosa.
sicos sabían que la localización de un núcleo atóm ico m e­ 4i N. Bohr [Discusión con Einstein sobre problemas epistemológicos de la
diante corpúsculos sólo es posible golpeando el objeto (el física atómica, en ruso]: Usp. fiz. Nauk 66(1950) 571.
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA INCERTIDUM BRE Y AZAR

pío, el lugar de la partícula) con la exactitud que se desee, que calificar de inexacta por principio la definición de las
siempre que se utilicen los sistemas adecuados. m agnitudes con que se cuenta constantem ente. Y el m alestar
2.° Pero la medición altera otra m agnitud conjugada (en es considerablem ente m ayor todavía porque... en la interpre­
nuestro ejemplo, la velocidad de la partícula), y la alteración tación... se ha introducido el concepto de probabilidad. Pues
será tanto m ayor cuanto mayor sea la precisión exigida. con ello parece abandonarse la exigencia de una causalidad
3.° Esta modificación es incontrolable y, por tanto, no estricta en favor de un cierto indeterm inism o... Si sem ejante
puede rectificarse m ediante el cálculo44. paso llegara a resultar necesario, quedaría considerablem ente
rebajada la m eta de la investigación física y habría que afron­
tar un perjuicio cuyo alcance es difícil sobrevalorar»41’. Ése es
La relación de incertidumbre de Heisenberg45 el motivo de que Einstein no adm itiera nunca la incertidum ­
bre de la mecánica cuántica. Sin em bargo, Bohr logró dem os­
Esta afirmación causó una enorm e conmoción en su época trar que, exam inados más de cerca, los experim entos e ideas
porque, como decía Planck, «en cierto sentido, por ella hay aducidos por Einstein para probar lo contrario47 llevan a una
nueva confirmación de la incertidum bre4*3.
44 Así, si queremos determinar con un microscopio ia posición de un mi-
croobjeto, io iluminamos y, con ayuda de la luz difundida sobre él, obte­
nemos una imagen que permite conocer la posición. Pero la conclusión sólo 4. Incertidumbre y azar
puede extraerse con una exactitud limitada, porque la longitud de onda X
es limitada; además, la imagen es tanto más borrosa cuanto menor es el La renuncia de la mecánica cuántica a explicar detallada­
ángulo de abertura a. Según Abbé (cf. supra, nota 42), la incertidumbre de
la posición es X / sena. Es posible reducirla a discrección eligiendo una lon­ mente los microfenómenos modifica tam bién la concepción
gitud de onda adecuadamente menor. Por otra parte, la luz esparcida da al científica del «azar». La física clásica estim aba que tanto el
objeto un golpe de retroceso que cambia la velocidad del mismo. Tal golpe macrocosmos como el microcosmos tienen que com portarse
no puede reducirse a discreción, porque es preciso captar con el instru­ de forma controlable, es decir, de acuerdo con leyes estrictas,
mento, al menos, un cuanto disperso. Pero el efecto de choque es tanto más y consideraba tan imposible como la filosofía y la teología es­
fuerte cuanto más corta es la longitud de onda X,'concretamente (cf. supra,
nota 14) h sen|3 / X; aquí (3 es el ángulo (con el eje) bajo el que el cuanto colásticas la existencia de un azar auténtico (cf. II). Ya
llegó al microscopio. Ahora bien, cabría pensar que tal efecto se puede co­ hemos indicado que el azar debe entenderse siempre en sen­
rregir por medio del cálculo. Pero no es así: el efecto resulta incontrolable tido relativo, es decir, con respecto a un observador. Ahora
por la inseguridad sobre el ángulo (3, del que sólo se sabe con certeza que bien, para la mecánica cuántica hay realm ente un azar autén­
se hallaba dentro de la abertura 2a. Si reducimos esta apertura, vuelve a tico, al menos en la microsfera. Podemos determ inar estadísti­
aumentar la incertidumbre de la posición (cf. supra). Si se multiplica la
última por la incertidumbre del choque 2h sena / X, se obtiene el valor fijo 2h, cam ente la probabilidad de que den en el blanco los elec-
independiente de la longitud de onda X y de la abertura a. Por eso, en princi­ i roñes que caen en la pantalla de un televisor; pero la
pio es posible calcular la situación con la precisión que se quiera, pero a trayectoria de una determ inada partícula individual es inacce-
costa de una gran alteración incontrolable de la velocidad. Así pues, es imposi­
ble determinar simultáneamente las dos magnitudes con la precisión que se
cjuiera.
4> Dicho más exactamente: si la imprecisión tolerada en la medición de M. Planck (1929, 43): «Porque, si cabe elegir, en mi opinión el determi-
una magnitud es 81, y 82 es la inseguridad que sobre el valor de la «mag­ nisino es preferible, en cualquier caso, al indeterminismo, sencillamente
nitud conjugada» se origina con tal medición, entonces el producto 81-62 porque una respuesta determinada a una pregunta es mejor que una res-
nunca podrá ser inferior a un valor que corresponde aproximadamente al puesta indeterminada».
cuanto de acción h de Planck (sin embargo, si h—0, no habría ninguna in­ A. Einstein, B. Podolsky, N. Rosen: Phys. Rev. (2) 47(1935) 777.
certidumbre). N. Bohr: Phys. Rev. (2) 48(1935) 696.

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CAUSALIDAD A /A R PROVIDENCIA INCERTIDUM BRE Y CAUSALIDAD

sible, por principio, a nuestro conocimiento y escapa siempre a inicial. Con lo cual queda sin base cualquier cálculo previo
cualquier predicción. Por perfecto que sea el arte hum ano de hecho de acuerdo con las leyes naturales.
la investigación, continuará siéndonos imposible en el futuro Volvamos ahora a la prim era de nuestras prem isas ante­
seguir y com prender en detalle los procesos del microcosmos. riores, que trata de las leyes naturales, y preguntém onos en pri­
Heisenberg no abrió la puerta a un «azar sin sentido», sino mer lugar por el camino que es preciso seguir para llegar al
que m ostró dónde se hallan los límites del conocimiento de conocimiento de las mismas (Bolzano 1837). Dicho conoci­
cualquier científico. Sólo así surge para él una cierta inseguri­ miento se basa en una inducción, es decir, en una generaliza­
dad, que él debe considerar como «azar»49. ción de experiencias particulares. Aquí el problem a es cómo
se puede llegar de tales experiencias a principios de valor
universal sobre la realidad de la naturaleza. A este respecto
5. Incertidumbre y causalidad liay dos respuestas: la positivista y la apriórica de K ant. Para
el positivismo rígido de la «Escuela de Viena», las leyes natu­
Volvemos de nuevo a nuestras consideraciones anteriores so­ rales no tienen realm ente valor universal, sino que consti-
bre la determ inación causal de los fenómenos de la n atu ra­ luyen únicam ente una representación sintética de las expe-
leza. Ya hemos dicho (cf. 1,2), en el sentido de la física clá­ i iencias habidas hasta el m om ento y, por tanto, hablando con
sica, que: 1.° si las leyes naturales son conocidas y tienen una propiedad, no pueden servir de fundam ento para predecir el
validez estricta, y 2.° si se conoce con exactitud el estado ac­ futuro. Pero, como ha objetado Popper (1981), esto no res­
tual de un sistem a (incluidos los posibles influjos externos), ponde a la idea que las ciencias naturales tienen de sí
entonces el estado del sistem a está inequívocam ente determ i­ m ism as: las ciencias hacen m uchas veces predicciones y tra­
nado para cualquier m om ento del futuro y, en principio, po­ ían de som eterlas posteriorm ente a una verificación o falsa-
dría predecirse con toda exactitud. Las discusiones prece­ ción. Tam poco el apriorism o de K ant responde a la autocom-
dentes han versado principalm ente sobre la prim era de las prensión de las ciencias. La respuesta de Popper (1934) a
prem isas anteriores. Respecto de la segunda se reconocía la este problem a puede form ularse así: las leyes de las ciencias
im posibilidad práctica de recoger todos los datos iniciales en empíricas no pueden dem ostrarse en sentido estricto; pero tie­
los casos de grandes sistemas; pero no se veía en ello una di­ nen que ser, al menos en principio, verificables o falseables
ficultad insuperable. Esto cam bió por completo con la m ecá­ mediante la experiencia; es decir, han de ser com probables
nica cuántica. Los investigadores hum anos sólo podrían cono­ experim entalm ente.
cer el estado inicial sirviéndose de mediciones, en las que es Ahora bien, ¿qué ocurre con esa com probabilidad en el
inevitable una alteración incontrolable del sistema, como ya microcosmos? Según la mecánica cuántica allí vigente, no es
hemos explicado (cf. 111,3). Así pues, la vigencia de las rela­ posible (desgraciadam ente) efectuar ninguna verificación, ya
ciones de incertidum bre nos impide conocer con exactitud el estado que es imposible por principio una determinación exacta del estado
inicial, y tal determ inación sería indispensable para la verifi­
49 Independientemente de la postura ante la causalidad, existen suficientes cación. Con ello desaparece tam bién la posibilidad de una
posibilidades de explicar el llamado azar de la vida ordinaria, concreta­ com probación exacta. H ay que decir que ni siquiera sabemos
mente por la acción conjunta de varias causas eficientes que escapa al más si en dicho plano rigen leyes naturales estrictas, es decir,
atento observador. Así, se producirá el «azar» del accidente de una presa
cuando hiele y, luego, llueva torrencialmente, al tiempo que se desarrollan leyes que afecten por igual a todos los casos particulares. Por
en la roca ciertos procesos químicos imprevistos, de suerte que la resisten­ eso existen dos posibilidades distintas de interpretación, que
cia de la cimentación termina por ser insuficiente y un embate provoca la se inscriben en las posiciones filosóficas indicadas anterior­
ruptura. mente:
82 83
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA INCERTIDUM BRE Y CAUSALIDAD

1 Interpretación positivista. No existen leyes estrictas; la según Heisenberg y Jo rd an, al investigador de la naturaleza
naturaleza, cuando entran en juego micro-objetos, se com­ no le está perm itido ocupar el puesto de Dios, ni siquiera
porta de forma acausal: las mismas causas pueden producir m entalm ente; su tarea consiste más bien en arrancar pacien­
efectos distintos. Por consiguiente, el acontecer natural es in­ temente a la naturaleza sus misterios m ediante la experim en­
determinado. Defendieron esta postura Bohr, Heisenberg tación. Y él tiene que vivir con la inseguridad inherente a su
(1935... 1971) y, sobre todo, Jo rd an (1936... 1972). Estos au­ tarea.
tores son indeterministas, m ientras que Planck (1936) y Eins­
tein rechazaron decididam ente tal punto de vista.
2." Interpretación apriórica. Existen leyes naturales estrictas
y válidas en los casos particulares, pese a que nosotros, según
la mecánica cuántica, no podemos verificarlas. Si (aparente­
mente) las mismas causas producen efectos distintos, ello se
debe, según L. de Broglie50, a parámetros ocultos e inaccesibles
para nosotros. «En realidad», el acontecer físico está determi­
nado. De Broglie y otros son deterministas.
Sobre este particular hay que hacer una im portante obser­
vación de principio: si la mecánica cuántica con sus rela­
ciones de incertidum bre (cf. 111,3) es válida, jam ás se podrá
dem ostrar que sea verdadera (o falsa) ninguna de las dos in­
terpretaciones.
Ni un indeterm inista puede afirm ar la posibilidad de de­
m ostrar que los acontecim ientos naturales se desarrollan de
forma acausal y, por tanto, están claram ente indeterm inados,
ni un determ inista puede afirm ar lo contrario. U no y otro de­
fienden puntos de vista indemostrables '.
De todos modos, como no se puede calcular con «parám e­
tros ocultos», todos los investigadores usan en sus trabajos el
planteam iento indeterm inista, independientem ente de su pos­
tura «filosófica». En este aspecto, el indeterm inism o es la po­
sición preferida de los físicos actuales.
La conocida frase de Einstein «Dios no juega a los dados»
pone de manifiesto toda la hondura de su incomprensión:

r,u J. Phys. Rad. 20(1959) 963; cf. De Broglie (1957, 1963). De Broglie ad­
mite un «medio de subcuantos», inconocible para el observador, que in­
fluye en las partículas conocibles. A diferencia de Planck y Einstein, De
Broglie admite enteramente la mecánica cuántica, pero la-interpreta de
forma causal (mediante ese influjo inverificable).
51 K. Rawer, Die Kausalität in der modernen Physik: W erkblätter 8(1935) 170.
84 85
I.A CAUSALIDAD EN LOS SERES VIVOS

IV. Conclusiones cida por la m ecánica cuántica no puede excluirse entera y ra­
dicalm ente del macrocosmos. Si ello es así, tam bién en el m a­
crocosmos tiene que m anifestarse por principio la causalidad
«incierta» de la mecánica cu ántica14.
I. Macrocosmos y causalidad
2. La causalidad en el mundo de los seres vivos
En el apartado III hemos estudiado los problem as relativos a
la ley natural, la causalidad y el azar, centrándonos en el m i­ Ya hemos indicado (cf. 1,2) que la causalidad estricta afir­
crocosmos, donde, según la mecánica cuántica, los «objetos m ada por la física clásica es problem ática en el plano de los
pequeños» observan un com portam iento totalm ente distinto seres vivos en el caso de que la concepción vitalista de la
del que cabía esperar según la física «clásica». En el ám bito esencia del ser vivo sea verdadera. A unque la pregunta al
de los «objetos grandes» (grandes en com paración con las respecto no ha recibido todavía una respuesta definitiva, ha
m edidas atóm icas)52, el caso es distinto. Aquí la estadística aum entado el núm ero de científicos que no aceptan la tajante
de los m últiples átomos intervinientes suele proporcionar un «bipartición» — establecida por el vitalism o rígido— de la es­
com portam iento que (en el marco de la exactitud empírica) tructura de la naturaleza que nos rodea. Ellos preferirían ha­
sigue leyes estrictas. blar de una estructura de «dos pisos» o plantas. Al reino or­
Ahora bien, im portaría m ucho saber si esto es así siempre gánico, que ocuparía la «planta superior», se le reconocen sus
o hay casos en los que la indeterm inabilidad del microcosmos peculiaridades, pero no por un com portam iento distinto de
influye en el macrocosmos. Al parecer, tales influjos existen, los átomos que lo integran, sino por la diferente organización
por ejemplo, en el ám bito de la m oderna técnica de semicon­ de los mismos, que im plica la regeneración y la transm isión
ductores, donde, en ciertos dispositivos, la acción de un solo de informaciones (cf. vol. 3,112s). Entre el reino inorgánico y
electrón basta para provocar un cam bio de estado de todo el el orgánico se han descubierto entre tanto algunas estructuras
sistema. Este fenómeno, por el que un-m icroproceso inter­ interm edias (vol. 3,42) que, según la propiedad que se consi­
viene decisivam ente en un macrosistem a, recibe el nom bre de dere, deben adscribirse a uno u otro reino. Pero con esto
«conducción»33. queda rota la disyuntiva excluyente «que constituye la base
Por tanto, no sólo existe una zona de transición fluida en­ (1el vitalismo rígido» (Schrödinger 1946).
tre las leyes propias del macrocosmos y las del microcosmos, Si se exam ina la m ateria orgánica con métodos físicos y
sino que a veces se produce tam bién un influjo del m icro­ químicos, no se encuentra nada distinto de lo que se encuen­
cosmos en el macrocosmos m ediante procesos de conducción. tra en el reino inorgánico. Con el perfeccionamiento de los
Así, la indeterm inación práctica del microcosmos puede apa­ métodos de medición y de observación se ha ido am pliando
recer tam bién en los «objetos grandes». cada vez más el ám bito analizable físico-químicamente, sin
Según esto, la problem ática de las leyes naturales introdu-
52 Los átomos tienen aproximadamente un diámetro de 1/10 millonésima 11 1’. Jordan (1970) 155 sostiene que — al menos en principio— también en
de milímetro. Las partículas atómicas, por ejemplo los electrones, son mu­ el macrocosmos puede darse, «como caso límite estadístico», un comporta­
cho más pequeñas todavía. miento divergente de la experiencia, pues el comportamiento de los objetos
53 La energía de la partícula conductora es mínima, pues la -energía em­ grandes está determinado en último término por la disposición «casual» de
pleada en el proceso procede del suministro de corriente; los electrones de átomos. Sin embargo, estas contingencias extremas tienen que ser
conducción se limitan a «darle la orden de salida».
mis

.'unamente infrecuentes.
86 87
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA AZAR Y EVOLUCIÓN

que quepa decir todavía que abarca todos los procesos esen­ habría que suponer actualm ente una acum ulación de aconte­
ciales de la vida. La bioquím ica m oderna es, sin duda, la que cimientos casuales sum am ente im probable (M onod).
más ha contribuido a este desarrollo (cf. Stark y otros 1981; Pero Eigen puede aducir que la term odinám ica m oderna”
H erder 1972). Pero no le van a la zaga el alm acenam iento y adm ite la ocupación de estados poco probables, particular­
la transm isión de información que se producen biológica­ mente cuando ciertas estructuras especiales favorecen la per­
m ente (cf. Sutton; Bresch y otros; Czihak y otros). Los dos m anencia de tales estados. Esto puede com prenderse fácil­
son decisivos para nuestra discusión. mente observando los procedim ientos industriales de
Hoy sabemos que la transm isión de la información bioló­ selección. Así, si agitam os con una criba grava con guijas de
gica se efectúa preferentem ente a través de la estructura de distinto tam año, caen las guijas pequeñas, pero no las
algunas moléculas grandes. Lo mismo puede decirse de la in­ grandes. Por tanto, m ediante la estructura «criba» se consi­
formación genética (cf. vol. 3,112), que no sólo contiene los gue (haciendo el trabajo de agitar) un cierto orden a partir
«planos de construcción», sino tam bién instrucciones para el del desorden56, sin que intervenga un ser capaz de razonar y
«desarrollo» posterior e incluso para las «reparaciones» nece­ discernir. (La microelectrónica m oderna ofrece dispositivos
sarias. T am bién en las funciones vitales más im portantes de­ mucho más refinados que funcionan autom áticam ente.) Con
sem peña la conducción quím ica el papel decisivo. De acuerdo ello cae por tierra la objeción — form ulada a m enudo desde el
con esto, la transm isión de informaciones se efectúa preferen­ cam po filosófico— de que sin una intervención espiritual no
tem ente a través de elementos que pertenecen claram ente al puede surgir de un estado inferior un estado superior.
microcosmos y en los que tiene que darse, por tanto, una De todos modos, en el m undo de la técnica, las estruc­
cierta incertidum bre (cf. Jordán 1941, H eitler). Así pues, el turas necesarias no aparecen espontáneam ente: es preciso in­
reino orgánico cae bajo la excepción de la conducción proce­ ventarlas m ediante la intervención de la m ente hum ana. Por
dente del microcosmos a que hemos aludido al final de IV , 1, otra parte, todos los procesos propuestos para explicar el ori­
y, por tanto, los seres vivos escapan — de form a totalm ente gen de las formas previas de la vida son todavía insatisfacto­
distinta que en el vitalismo— a la causalidad estricta de la fí­ rios, en el sentido de que las com binaciones «deseadas» no
sica clásica. suelen ser tan estables como en realidad supone la aplicación
de la «term odinám ica irreversible»57. Esto tiene particular vi­
gencia en el caso de las largas macrom oléculas que se requie­
3. A za r y evolución ren como sillares de la m ateria orgánica.
Si suponemos con Eigen que la evolución se desarrolla
En su forma rígida, el evolucionismo afirma que todas las
formas de vida actuales han surgido de la m ateria inorgánica I’ La «termodinámica irreversible» contempla sistemas en los que «estados
de modo com probable racionalm ente. Hoy casi todos los improbables», una vez que se adoptan, permanecen ocupados. Cf., por
científicos suponen que ha habido evolución en la T ierra. En ejemplo, J. M eixner/H. G. Reik, en H. Ebert (ed.), Physikalisches Taschen-
cam bio, quedan todavía grandes problem as pendientes en lo buch (Braunschweig *1962) 309s.
tocante a la «com probación» (cf. Bosshard, vol. 3 II). Son II Aquí disminuye la llamada «entropía», que es una medida estadística
dem asiado num erosas y dem asiado grandes las lagunas exis­ del grado de desorden; en cambio, en los procesos «normales» aumenta
tentes todav'ía en el proceso argum entativo como para poder siempre (segundo principio de la termodinámica). Dicho gráficamente: el
desorden surge «por sí mismo», mientras que el orden sólo se consigue con
aceptar la opinión de Eigen, el cual piensa que, .«con una esfuerzo, cosa que puede comprobarse fácilmente en casi todas las mesas
probabilidad rayana en la certeza», la evolución tuvo que de­ de Irabajo.
sarrollarse tal como se desarrolló. Al menos en algunos pasos, Cf. supra, nota 55.
88 89
CAUSALIDAD - A/A R - PROVIDENCIA DECISIONES LIBRES

con ayuda de ciertas estructuras (naturales) apropiadas, ha­ Planck las sintió con gran fuerza59 (cf. 1,3). Su postura se ba­
brá que preguntar cómo surgieron tales estructuras. A dm itir saba en las concepciones de la física clásica que rechaza el vi­
como un hecho la evolución en la T ierra no implica, nece­ talismo. Pero, como hemos visto (IV ,2), la m ecánica cuántica
sariam ente, interpretarla de forma puram ente m aterialista, tiene hondas repercusiones en la esfera de la vida. A unque el
como pensaba Darwin (cf. Bosshard, vol. 3 I). Al contrario, vitalismo en su versión dualista apenas cuenta hoy con defen­
se puede y se debe adm itir un «vínculo espiritual» (Riedl) sores, la «cadena argum entativa» de Planck está rota, y no
como trasfondo de este hecho. Pese al «juego» de Eigen, dado sólo en lo concerniente a los seres hum anos. Según esto, no
el lim itado espacio de tiempo de que dispuso la evolución, es­ hay nada que im pida adm itir la posibilidad de decisiones li­
tamos muy lejos de poder explicar satisfactoriam ente el ori­ bres, y ello sin «violar las leyes naturales».
gen de tantos detalles y sistemas regulativos refinados me­ Con frecuencia se ha entendido mal la afirmación de que
diante un ensayo «ciego» repetido una y otra vez. Las sólo la indeterm inación ha perm itido entender las decisiones
apreciaciones difieren notablem ente (cf. Rawer, vol. 3, p. 45) libres de los seres vivos o el libre albedrío del hombre. Jo r­
y no parece (todavía) refutada la opinión de M onod, según dán, por ejemplo, no afirma, como a veces se supone, que in­
el cual la evolución es «un azar sum am ente im probable» determ inación equivalga a libertad, con lo que el sistem a bio­
(cf. IV, 5). lógico de información sería, por así decir, una especie de
«sustrato» de la libertad. Conscientes de que la libertad hu­
m ana como tal no cae dentro de su campo, los especialistas
4. Decisiones libres en ciencias naturales se sienten interpelados cuando se trata
de los cambios pertenecientes al mundo Jisico iniciados por una de­
La gran m ayoría de los pensadores actuales considera el libre cisión libre, y tales cambios son muy num erosos en nuestra
albedrío del hom bre como una condición fundam ental de su civilización. Antes, las consecuencias de las decisiones libres
existencia. Sin em bargo, siempre ha habido opiniones discre­ tenían que considerarse como una violación de las leyes natu­
pantes, incluso en la A ntigüedad58. En los tiempos modernos rales60, como una especie de «milagro no religioso».
han sido los especialistas en ciencias naturales quienes han Los especialistas en ciencias de la naturaleza se hallaban
tenido particulares dificultades con la libertad de la voluntad. en una situación em barazosa 61. De ella los libró la mecánica
cuántica con sus relaciones de incertidum bre, ya que rompió
>i! Para el pensamiento antiguo, el hombre se distingue esencialmente del la cadena de la causalidad estricta de Planck m ediante la in-
animal no porque «disponga de una libertad de decisión irreductible...,
sino más bien porque tiene conocimiento de lo universal, de lo eterno; en
definitiva..., de Dios» (Gigon 1959, 161/2). A diferencia de Aristóteles, la 'w M. Planck (1923, 5): «... Aquí aparece una antinomia tan grande que
Estoa considera la necesidad del destino (heimarmene) como una idea cen­ apenas cabe imaginarla mayor. Por una parte, el desarrollo de todos los
tral. «La vida del universo entero, lo mismo que la del hombre individual, acontecimientos según leyes inquebrantables — tanto en la naturaleza como
se desarrolla de acuerdo con la heimarmene... Es absolutamente imposible en la vida del espíritu— , la condición previa de todo conocimiento intelec­
obrar al margen de ella... Con este concepto del destino... se unió la doc­ tual y la base de toda acción práctica. Por otra, la certeza —garantizada
trina de la cadena de causas y efectos..., de suerte que no hay ningún acon­ por nuestra propia conciencia, es decir, por la más inmediata fuente de co­
tecimiento que no esté condicionado y fijado de antemano por causas pre­ nocimiento que puede haber— de que en definitiva somos dueños de nues­
viamente dispuestas» (ibíd. 163). «Todo el problema toma una dirección tras propias ideas y decisiones, de que tenemos en todo momento la posibi­
completamente nueva con el cristianismo, donde la omnipotencia de Dios, lidad de obrar así o de otra manera, prudente o insensatamente, bien o
por un lado, y la responsabilidad del hombre sobre su alma, por otro, se mal...».
amplían y se profundizan de un modo hasta entonces desconocido» (ibíd. 1,0 Cf. supra, nota 17.
167). 61 Cf. supra, nota 59.
90 91
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA CONSECUENCIAS PARA EL ÁM BITO RELIGIOSO

determ inación de los microsistemas. Así, ahora puede resul­ evolución inadm isible por «m ecanicista» (cf. supra y Boss-
tarles indiferente que se intervenga en «su» m undo lísico, por hard, vol. 3, p. 108). Lejos de m enguar la grandeza del C rea­
ejemplo, m ediante decisiones libres. Ahora es imposible, por dor, la evolución lleva (a los creyentes) a una comprensión
otros conceptos, conocer las relaciones causales en todos sus más profunda de su obra.
detalles. Por lo dem ás, esto es válido tam bién para los inves­ De todos modos es preciso observar, en general, que las
tigadores que se creen obligados a adm itir a priori una deter­ ciencias naturales no pueden hacer afirmaciones sobre cues­
m inación últim a (cf. 111,5,2.°). También estos investigadores tiones religiosas. No obstante, las anteriores reservas de tales
reconocen que la indeterm inación existe de hecho y para ciencias han quedado en gran parte sin contenido.
ellos6“. Ahora bien, con esto se desvanece el problem a del li­ Los científicos de otras épocas consideraban admisible, a
bre albedrío contem plado desde las ciencias naturales. lo sumo, un Dios deísta63 que no interviniera en la natura­
Evidentem ente, lo dicho no constituye una explicación leza. Con el examen crítico y la autolim itación efectuados por
psicológica ni filosófico-teológica del significado del libre albe­ la mecánica cuántica comenzó a rom perse la vinculación, te­
drío. Nuestro análisis ofrece sim plem ente un «punto de en­ nida hasta entonces por indisoluble, de las ciencias naturales
tronque» donde, desde la perspectiva de las ciencias natu ­ al universo de las categorías m aterialistas, «de suerte que el
rales, podría insertarse una decisión libre a la hora de universo del pensam iento religioso puede coexistir con la
realizarse en la esfera m aterial. Para los especialistas en cien­ ciencia actual sin contradicción lógica» (Jordán 1970, 148s).
cias de la naturaleza, tal aclaración es de gran im portancia.
Hoy ya no les resulta difícil com paginar con su concepción de Karl Rawer
la naturaleza la posibilidad de decisiones libres.
[Traducción: Tomás Romera]
5. Consecuencias para el ámbito religioso
Lo mismo puede decirse, al menos en cierta m edida, sobre
las intervenciones de otro origen. U na acción oculta de Dios
en la psique de un hom bre individual, o incluso una interven­
ción directa m ediante un milagro, entraría en la m isma cate­
goría que las citadas decisiones libres de la voluntad (al
menos en la m edida en que pudiera estar en juego una con­
ducción procedente del microcosmos).
El especialista en ciencias naturales puede abstenerse de
discutir tales fenómenos sin ningún «sacrificium intellectus».
En lo que respecta a la relación entre creación y evolu­
ción, lam entablem ente se sigue m anejando m uchas veces la
disyuntiva excluyente de Darwin. No se debería aducir el re­
lato bíblico de la creación contra la evolución ni declarar la
Esto no es aplicable a los deterministas rígidos de la «vieja escuela», 63 Cf. supra, nota 2.
como Einstein y Planck.
92 93
LA PROVIDENCIA F.N TOMÁS DE AQUINO

V. Reflexiones teológicas sobre la providencia acciones divinas inmanentes. El acto «ad extra» correspon­
diente a ella es el «gobierno del mundo». Dios gobierna el
a la luz de las ciencias de la naturaleza m undo mediante la providencia (I 103-104); pero el gobierno
y del espíritu del m undo no es en sí mismo la providencia, sino la «ejecu­
ción» de la misma. La providencia es el «plan» (ratio) del go­
bierno del m undo o, como dice Tom ás en el tratado sobre la
providencia, «la razón del orden de las cosas a su fin en la
El tema de la providencia divina se presta para articular una m ente divina» (I 22,1). M ás adelante, I omás identifica íeal y
reflexión global sobre la fe cristiana en Dios y sobre su rela­ conceptualm ente la providencia con la «ley eterna» de Dios,
ción con el m undo, el hom bre y la historia. Pero, en la histo­ que se describe tam bién como la «razón del gobierno de las
ria de la teología, prácticam ente nunca ha sido usado con tal cosas» {ibid. I II 91,1; 93,1; cf. Pesch 1977, 561-564), señal
propósito. H a constituido siem pre un tem a particular del tra­ inequívoca de que esta distinción entre la providencia y el go­
tado sobre Dios, y las mismas dimensiones de los artículos bierno del m undo se hace deliberadam ente. En otras pala­
correspondientes de los m anuales y diccionarios teológicos bras: para Tom ás, la «providencia» es en sentido estricto una
m uestran que lo mismo ocurre en el presente. Por eso no re­ declaración sobre Dios (en sí) mismo.
presenta un em pobrecim iento el hecho de que la cuestión de 2. La providencia aparece desde el principio en conexión
la providencia se estudie aquí con la m irada puesta en los objetiva con la «predestinación». La prim era se refiere a la
problemas relativos a la causalidad, la determinación, el azar y ordenación general de todas las cosas a su fin último, la se­
la libertad. En esencia, y prescindiendo de variaciones moti­ gunda, a la ordenación de los hombres a la vida eterna en
vadas por la situación histórica, ése ha sido el planteamiento de cuanto fin especial reservado para ellos (cf. ibid. I 22 proem.
la tradición. No obstante, conviene tener presente, sobre todo con 23 proem .). Así pues, el problem a de la predestinación es
con vistas al resultado de las siguientes reflexiones, que seme­ un problem a específico, pero no puede soslayarse cuando se
jante enfoque es un empobrecimiento. aborda el tem a de la providencia en relación con la libertad
hum ana.
3. Creemos que también está relacionado con e sto — aun­
1. Una declaración liberadora sobre Dios que T om ás no exponga detenidam ente su pensam iento—
el hecho de que en una im portante observación de pasada se
a) La doctrina «clásica» de la providencia: Tomás de Aquino diga en otro pasaje que sólo la fe conoce la providencia di­
vina (II-II 1,7), afirmación que debería disuadir de catalogar
I omás expone el tratado sobre la providencia, relativam ente como «teología natural» la doctrina de 1 omás sobre la pro­
breve, en el m arco del tratado sobre la acción divina (Summa videncia y, en general, su tratado sobre Dios.
Theologiae I 14-25; providencia: I 22). Inm ediatam ente antes Con estas aclaraciones previas quedan ya indicadas las
aborda el tem a de la esencia («substantia») divina, que bajo afirmaciones m ateriales del tratado sobre la providencia. Hay
este epígrafe general incluye el tratad o sobre las «propie­ que adm itir en Dios el acto cognoscitivo-volitivo de la «provi­
dades» de Dios, su cognoscibilidad y su «efabilidad» (I 3-13). dencia»: el movimiento de todas las cosas hacia Dios como
Esta disposición revela ya algunos aspectos sobre el contenido fin últim o figura entre las perfecciones de las criaturas y
y la im portancia del tema: form a parte de su plenitud («bonum »); de ahí que, como
1. La providencia es un acto «simultáneo» del entendi­ todo «bien», proceda de la acción creadora divina, y de ahí
miento y de la voluntad de Dios y, por tanto, figura entre las que, como toda acción creadora de Dios, presuponga el acto
94 95
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA DECLARACIONES DE LA IGLESIA

divino de conocer y querer, en este caso el «plan» creacional divina, que se m anifiesta en el castigo (ibíd.; cf. 19,9; 48,6).
según el cual las cosas están en m ovim iento hacia su fin Tam poco los pecadores, a quienes Dios no im pide incurrir en
(I 22,1). Por la misma razón, todos los acontecimientos están culpa perm itiendo el pecado, quedan fuera de la providencia
bajo la providencia divina, pues cualquier excepción significa­ divina, pues de lo contrario caerían en la nada (22,2 ad 2 y
ría la existencia de algún bien no creado por Dios (22,2). ad 4).
Consiguientem ente, son ociosas las distinciones que se hacen Los manuales de dogmática académica se limitan a modifi­
cuando se afirma que la providencia abarca lo im perecedero car y profundizar esta doctrina en detalles accidentales. Preci­
pero no lo perecedero, o lo perecedero sólo en lo que respecta san y formalizan, sobre todo, las divisiones: «providentia gene-
a las especies como tales y no en lo concerniente a los indivi­ ralis» para las criaturas infrahum anas (y para el hombre en lo
duos, y todavía es más inadm isible suponer que el m undo es que respecta a su vinculación con la criatura infrahum ana);
fruto del azar... ¡Uno cree estar oyendo réplicas a posturas «providentia specialis» para el hombre en sus actos libres; «pro­
m odernas! (ibíd.). El plan divino afecta «directam ente» a videntia specialissima» para el hombre en su camino hacia la
todas las criaturas, pero su ejecución puede incluir la inter­ unión con Dios por la gracia ( = predestinación); «providentia
vención de «causas segundas», no porque el poder de Dios ordinaria» para el curso normal del acontecer mundano; «provi­
tenga necesidad de ellas, sino por pura bondad, «para que dentia extraordinaria» para los hechos de la historia salvífica,
(Dios) com unique a las criaturas la dignidad de la causali­ para los milagros, etc. En tales obras se discuten, naturalm ente,
dad» (22,3). La acción universal de la providencia no hace las teorías sobre la relación entre la libertad hum ana y la cau­
que sean necesarios, inevitables, todos los acontecimientos; salidad universal de Dios.
únicam ente hace que lo sean los de las criaturas que por su
propia naturaleza — es decir, por voluntad de Dios— deben h) Declaraciones de la Iglesia
alcan zar su fin en base a relaciones causales necesarias
(22,4). Pero otras criaturas alcanzan su fin m ediante rela­ Las declaraciones eclesiásticas, no muy num erosas, reflejan
ciones causales que funcionan de forma contingente; y en el es preciso reconocerlo— la doctrina clásica sobre la provi­
caso concreto del hombre, la providencia actúa teniendo en dencia proponiendo o subrayando, según la ocasión, una u
cuenta la libertad, que el propio Dios ha otorgado a la natu­ otra de sus afirmaciones. A la tendencia que excluye de la
raleza hum ana (22, 3 ad 5). providencia divina y atribuye a los astros o a otros poderes
La providencia y el gobierno del mundo por parte de Dios (malos) el acontecer terreno y, sobre todo, el mal del m undo
consiguen, indefectiblemente su m eta porque, de la forma di­ se opuso ya el Sínodo de Braga el año 561 (DS 459 = NR
ferenciada descrita, influyen en todo el acontecer. Lo contra­ .327) y luego, en la Edad M edia, la Profesión de fe propuesta
rio supondría que puede frustrarse la voluntad de Dios, de la .i los valdenses conversos (DS 790 = NR 294), así como el
que son actos la providencia y el gobierno del m undo (19,6; Concilio de C onstanza (1415) contra W icleff (DS 1156;
103,5.7.8). Tam poco el mal del m undo cae fuera de la provi­ 1176). La negación deísta de una intervención divina en el
dencia divina, porque el mal físico, la pérdida de un bien, mundo es condenada en el Syllabus de Pío IX (DS 2902 =
contribuye siempre a la consecución de un bien m ayor y, por NR 314). La más larga de las breves declaraciones de la Igle­
tanto, a la «perfección del universo» (49,2). En cambio, el sia es la proposición del Concilio V aticano I: «Todo lo que
mal moral, el mal en sentido propio, Dios lo crea y lo dirige Dios creó, lo conserva y gobierna con su providencia, alcan-
con su providencia en lo que hay en él de ser positivo; en lo /.m do de un confín a otro poderosam ente y disponiéndolo
que tiene de negativo, de rechazo y de perversión, lo perm ite lodo suavem ente (Sab 8,1). Porque todo está desnudo y pa-
por un bien mayor, aunque sólo sea el de resaltar la justicia lente ante sus ojos (Heb 4,13), incluso lo que acontece por la
96 97
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA ¿RAZÓN CÓSM ICA O SOLICITU D DE DIOS?

libre acción de las criaturas» (DS 3003 = NR 317). Seña­ la idea de prónoia se rem ontan al siglo V a.C. (Anaxágoras,
lemos que, en la encíclica Humani generis, Pío X II, a diferen­ I leráclito, Heródoto); Platón y Aristóteles las reelaboran en
cia de santo Tom ás, enum era la providencia entre las ver­ la perspectiva de un orden ontològico entendido teológica­
dades que la razón puede conocer en principo por sí misma, mente. La «razón cósmica» no deja al hom bre ninguna liber­
como la propia realidad de Dios (DS 3875 = NR 71). tad, pero el estoico paga gustosam ente ese precio por poder
Las afirmaciones de la dogm ática protestante se asemejan tener conciencia de que existe una instancia racional que le
a las de la católica, hasta el punto de que apenas se puede Ix-rmite confiar en que los acontecim ientos incomprensibles
hablar de diferencias inconciliables. Las diferencias son toda­ del m undo, particularm ente el dolor, tienen un sentido oculto
vía menores si se tom an como punto de referencia las exposi­ más elevado. A pesar de todo, el concepto de providencia o la
ciones de la ortodoxia luterana, que al descom poner los base del mismo — es decir, la hipótesis de una determ inación
efectos de la providencia en «conservación», «concurso» y teleologica de todo el acontecer— fue cuestionado reiterada­
«gobierno» se m antiene dentro de la corriente doctrinal de mente en la Antigüedad por el epicureismo y el escepticismo
la tradición católica. Evidentem ente, la nueva tonalidad de la lilosófico, y lo mismo ha seguido ocurriendo hasta el presente,
teología reform ada resuena tam bién en la doctrina de la pro­ siempre por razones similares.
videncia: siguiendo a Lutero, dicha teología pone como úl­ Así pues, el concepto y el término «providencia» son clara­
timo fundam ento de la providencia la fe en la justificación, mente ajenos a la Biblia, y las pocas resonancias (sobre todo en
que a través de la propia providencia se aplica de algún el libro de la Sabiduría, escrito en griego, y en los apócrifos pos-
modo a todo lo que acontece en el m undo. Por eso, la fe en la luí dicos) permiten conjeturar que se trata de préstamos to­
providencia no incluye en Lutero ni en sus seguidores la li­ mados del pensamiento griego. En su lugar, aparece en el pen­
bertad del hom bre, sino que la excluye; en cambio, no ex­ samiento bíblico la fe en la solicitud constante de Dios para con
cluye la responsabilidad hum ana (cf. Pesch 1967, con bibl.). el mundo, el hombre y la historia. Es posible, a lo sumo, que
La conexión con la fe en la justificación ha contribuido a que esta fe tenga en común con el pensamiento griego el nombre;
la teología protestante y, ahora, tam bién la católica contem ­ pero se diferencia radicalmente de las ideas estoicas en dos as­
plaran la providencia desde la perspectiva de la teología bí­ pectos: la solicitud de Dios tiene como objeto primario la his­
blica y le dieran un nuevo acento que ha perm itido tom ar toria de su pueblo, y la convierte en historia de salvación;
conciencia otra vez del doble origen — cargado de tensiones— además, Dios no suprime la libertad ni la responsabilidad del
de este capítulo dogm ático (—» ley y gracia). hombre. La fe en la solicitud divina se refiere originariamente al
pueblo como un todo — en los libros históricos e incluso en los
c) ¿Razón cósmica o solicitud constante de Dios? profetas mayores— ; más tarde se extiende también a los indivi­
duos (Jr 1,5; Jo b 5,19ss; Pro 16,9; Sal 16,5ss). La mayor afini-
La palabra «providencia» — en griego prónoia y en latín provi- «I.kI del pensamiento bíblico con el griego se da al hablar del
dentia— sólo aparece en el A T (Job 10,12; Sab 6,7; 14,3; i .irácter oculto del gobierno de Dios (Jr 23,13; Is 40,13-18;
17,2). En el N T aparece el verbo pronoein, pero en sentido no I », 15; 55,8s; Pro 30,1-4; Job; Ecl).
teológico (Hch 24,2; Rom 12,17; 13,14; 2 Cor 8,21; 1 Tim Jesús resalta con el m ayor énfasis la bondad con que Dios
5,8). En la Estoa, por el contrario, «providencia» es una cate­ cuida de todos los seres (M t 6,25-34; 10,29-31). El eco re­
goría central y designa la «razón cósmica» que gobierna, or­ niña en Pablo, cuando el Apóstol dice que, con quienes lo
dena y dirige todo para bien y provecho del hombre; tal ra­ aman, Dios coopera en todo para su bien (Rom 8,28). Al
zón es divina, pero im personal. Se pretendía así superar la fe mismo tiempo, la fe neotestam entaria conoce el carácter se-
en el poder ciego del «azar» (tyche). Las formas prim erizas de «reto del designio y la elección de Dios. La pasión y m uerte
98 99
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA GRIEGOS CONVERTIDOS AL CRISTIANISM O

de Jesús «tienen que» ocurrir (Le 12,50; 13,32s), y los judíos — un Dios personal se halla frente al hom bre como per­
y los gentiles no hacen otra cosa que cum plir el designio sona responsable;
eterno de Dios (Hch 2,23; 4,28). Así, en la conocida fórmula — un Dios libre trata con el hom bre libre y reacciona
«de él [Dios], por él y para él son todas las cosas» (Rom ante sus actos libres, sean buenos o malos;
II,36), Pablo puede recoger una idea estoica y, al mismo — un Dios soberano actúa con los hom bres, y no pocas
tiempo, transform arla en expresión de la acción con que Dios veces a pesar de ellos, en la historia, con vistas a un
elige en la historia salvifica. De ahí que la fe cristológica en fin que su voluntad y su gracia han fijado al m undo y
la prom esa de Dios constituya tam bién la raíz de la certeza a los hombres;
experiencial de que nada puede separarnos del am or de Dios — Dios no es en ningún caso responsable del mal que hacen
en Cristo (Rom 8,38s). los hombres; más bien se tiende a explicar sim plista­
m ente la miseria y el mal del m undo como una antici­
d) Griegos convertidos al cristianismo pación intrahistórica del juicio final de Dios.
Así pues, la fe bíblica pasó por el tam iz de la idea de pró-
Como hemos visto, la fe bíblica en la constante solicitud de noia con las consiguientes repercusiones y pérdidas, pero im ­
Dios puede entenderse plenam ente sin ayuda de la idea poniendo claram ente sus condiciones. Con ello, la fe en la pro­
griega de la prónoia. Así, el desarrollo de una fe cristiana en la videncia pasó a ser un tem a parcial de la fe en la creación,
providencia no se debe a impulsos bíblicos, sino a que ciertos hasta que se llegó a su vinculación sistem ática con la fe en la
intelectuales de orientación estoica deseaban no tener que predestinación. Las m últiples referencias que en la historia de
anatem atizar como cristianos lo que habían venerado como 1.1 filosofía y de la teología se hacen a los textos aducidos de
griegos. Son muchos y muy prestigiosos los Padres de la Igle­ santo Tom ás, así como la lógica interna de los mismos, refle-
sia que reflexionaron sobre el tem a de la providencia: los jan las dos cosas: la radical transform ación y las repercu­
griegos Clemente de Alejandría, Atanasio, Gregorio Naciance- siones de la idea de prónoia. Destaquem os dos repercusiones.
no, Gregorio Niseno, Basilio, Juan Crisòstomo, Teodoreto de Primera: la fe bíblica apenas se ocupa de la providencia
Ciro, Eusebio de Cesarea, Sinesio de Círene; los latinos Lac- cu cuanto acto de la m ente divina y se interesa sobre todo
tancio, Salviano de Marsella y, naturalmente, Agustín64. Y en por sus repercusiones en la creación y en la historia — lo cual
todos aparece con claridad — sobre todo cuando la conversión ■ iparece claram ente en los Padres de la Iglesia siempre que
es reciente— el mismo esquema básico: la idea previa de provi­ m ierpretan acontecim ientos históricos a la luz de la fe en la
dencia se confronta con la fe bíblica y se deja transformar por providencia— , m ientras que la fe en la providencia, cuando
ésta. Puntos esenciales de la transform ación son siempre: •><■utiliza como instrum ento m ental para profundizar especu­
lativamente en la fe bíblica, conduce a una m arcada distinción
04 Se trata de las siguientes obras: Clemente de Alejandría, El pedagogo; entre providencia y gobierno del m undo, como aparece clara­
Atanasio, Oratio contra gentes; Gregorio Nacianceno, Discursos IV; Gregorio mente en Tom ás de Aquino. En el fondo de esta tradición de
Niseno, Oratio magna catechetica 20; Dialogus de anima et resurrectione; Basilio, 1.1 Iglesia occidental late, sobre todo, el pensam iento de Agus-
en distintas homilías; Juan Crisòstomo, Adversus oppugnatores vitae monasticae
III,10; Homilías IX y X al pueblo de Antioquía; Teodoreto de Ciro, 10 Discursos lín, particularm ente su distinción entre las «ideas divinas» y
sobre la Providencia; Graecarum affectionum curatio; Eusebio de Cesarea, Praepa- i l gobierno del m undo (cf. Scheffczyk 61-66). La tensión de
ratio evangelica; Sinesio de Cirene, Relatos egipcios o sobre la Providencia; Lac- ambos polos im pregna todavía la argum entación de Tom ás:
tancio, De ira Dei; De mortibus perseculorum; Salviano de Marsella, De guber- l is argum entaciones sobre la providencia y sobre el gobierno
natione Dei; Agustín, De civitate Dei. Para más detalle, cf. B. Altaner, «leí m undo se asem ejan hasta identificarse; adem ás, los textos
Patrología. Vida, escritos y doctrina de los Padres de la Iglesia (Espasa-Calpe, M a­
drid 1945). bíblicos que cita en el tratado sobre la providencia se refie-
100 101
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA PRESUPUESTOS TÁCITOS

rcn, casi sin excepción, no a la providencia en Dios, sino a su epígrafes «causalidad-azar-determ inación-libertad», esos dos
acción providente «ad extra», la cual, según los análisis con­ ejes han vuelto a entrar en juego, en un juego en el que está
ceptuales del propio Tom ás (cf. supra), no debe incluirse en la en juego el propio tratado sobre la providencia (—» determina­
providencia. Precisam ente por esto habrá que tener muy pre­ ción y libertad; fenómenos naturales y milagros).
sente la m arcada concentración del térm ino «providencia» en
el ám bito de los atributos entitativos de Dios.
Segunda repercusión: si ha habido una verdadera transfor­ 2. Una declaración problemática sobre Dios
mación del pensam iento bíblico por el filosófico no ha sido
con respecto a la providencia, sino con respecto a la predesti­ a) Presupuestos tácitos
nación. No sólo Pablo (Rom 9-11), sino todavía la teología
deuteropaulina (Ef 1) conciben enteram ente la predestinación La declaración liberadora sobre la providencia y gobierno del
como fundam ento de la acción histórico-salvífica de Dios en m undo con que Dios nos proporciona seguridad y libertad re­
el creyente. Pero, al parecer, la idea griega de la prónoia llevó sulta hoy problem ática porque ciertos presupuestos antes tá­
sin grandes dificultades a desarrollar, de acuerdo con su pro­ citos se han expresado poco a poco y se están expresando. El
pio modelo, la doctrina de la predestinación, haciendo de ella más im portante consiste en que la trascendencia de Dios se
una teoría universal sobre la relación entre el itinerario salví- concibe no sólo como fuente universal de todo ser y acontecer
fico del hom bre y la acción salvadora de Dios. U na vez más contingente — cosa que es obvia— , sino tam bién, en lo que
fue Agustín quien determ inó en O ccidente este cam bio de respecta al tem a de la «providencia», como un acto suprem o
rum bo (cf. Pesch/Peters 33s), de cuyas nefastas consecuencias y soberano de dirección. Es cierto que Dios no se halla antro­
para la imagen de Dios y la práctica religiosa em pezamos a pomòrficamente en el puesto de m andos del acontecer para
librarnos lentam ente ahora. hacer que llueva o salga el sol ni para decidir la victoria o la
derrota de los ejércitos en guerra, por más que alguna expre­
sión bíblica y teológica pudiera dar pie a tal concepción. La
e) Consecuencias intervención de Dios en el m undo se efectúa habitualm ente a
La interpenetración del pensam iento bíblico y del griego de­ través de una cadena inm ensam ente larga de causas se­
term inaron los dos ejes clásicos del tratado sobre la provi­ cundas, que han recibido del propio Dios la capacidad natu­
dencia, que siguen influyendo todavía y al mismo tiempo cons­ ral de ser causas segundas. Pero lo decisivo es que Dios no
tituyen el punto de partida de problem as que esperan un tiene necesidad de usar las causas segundas, sino que podría ac­
nuevo planteam iento: tuar soberanam ente de otra forma. La causalidad ha sido
1. Dios y las leyes naturales. Éste no era originariamente un otorgada libremente (cf. supra V .l.a) . Las leyes de la n atu ra­
tema bíblico; pero la fe bíblica tiene que planteárselo en el con­ leza son un don de la libertad de Dios, lo mismo que los
texto de la idea de prónoia, y en el contexto de sus parale­ actos libres del hombre.
lismos modernos. Tam bién es decisivo que Dios no sólo «da un im pulso» a
2. Dios y la libertad. Éste no era originariamente un tema filo ­ la prim era de las causas segundas y luego deja que actúe por
sófico (porque se consideraba resuelto en detrim ento de la li­ i misma, sino que sigue influyendo en ella y dirigiéndola in­
bertad o en detrim ento de Dios); pero la reflexión filosófica m ediatam ente, y, a través de ella, dirige y dom ina todo el
del griego cristiano tuvo que abordarlo en el contexto de la fe conjunto subsiguiente. Esto es posible porque Dios puede in-
bíblica en la solicitud constante de Dios. lluir en las prim eras causas segundas de espíritu a espíritu,
Con los interrogantes de las ciencias naturales bajo los de persona a persona: en los ángeles para el acontecer natu­
102 103
CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDExNCIA RESPUESTAS RADICA!,ES

ral (los ángeles influyen en los «cuerpos celestes», y éstos a su pre la pregunta por la posibilidad y realidad del «milagro».
vez en los acontecim ientos de la tierra), en los hom bres para Es posible que en su planteam iento m oderno — es decir,
la historia (cf. testimonios y bibliografía en Pesch 1977, 517- como pregunta por la relación de las leyes naturales con la
519; B üttner). Sólo así tiene fuerza probativa en el m arco del acción soberana de Dios— no sea una pregunta bíblica y, por
pensam iento medieval la «tercera vía» para dem ostrar la tanto, no pueda responderse sólo desde la Biblia; pero no
existencia de Dios, que deduce del fundam ento contingente el puede eludirse honradam ente, como ha puesto de manifiesto
fundam ento necesario del acontecer (Summa Theol. I 2,3). la discusión de los últimos años. Sobre la base del esquem a
De aquí se deduce lo siguiente: el conocimiento de los fundam ental esbozado, la respuesta tiene que ser siempre:
nexos causales del acontecer natural, forzado a diferenciar «los milagros son posibles», en virtud de la soberanía del Se­
cada vez más (sobre todo cuando tales nexos son algo más ñor de la naturaleza sobre las leyes naturales.
que una descripción de tipo m atem ático), y, de forma aná­ El esquem a fundam ental sólo puede tam balearse si, por
loga, el descubrim iento de nexos cuasi-causales en las cien­ motivos científicos o teológicos, o por unos y otros a la vez,
cias hum anas empíricas no pueden poner en peligro el núcleo deja de ser razonable el supuesto de que Dios, adem ás de co­
del esquem a básico. La «reserva trascendente» de Dios pone m unicar perm anentem ente el ser a las prim eras causas se­
a salvo la fe en su providencia y gobierno del m undo. Por gundas, las dirige con su contacto inm ediato en la forma des­
eso, el eslogan del «Dios tapagujeros» o de la (superflua) «hi­ crita y, a través de ellas, llega a todo el entram ado de las
pótesis Dios» fue quizá una falta de tacto frente a los senti­ causas segundas (—* evolución y creación ; fenómenos naturales y
mientos y actitudes religiosas de los creyentes, y para la teo­ milagros; universo - T ierra - hom bre).
logía únicam ente representó y representa, a lo sumo, «un
segundo de pánico del pensam iento», al que siempre se puso I>) Respuestas radicales
fin rápidam ente con la referencia a la «autonom ía relativa de
las causas segundas», incluidos los retos del evolucionismo. Un prim er intento de respuesta radical, surgido de la situa­
Esto puede afirm arse incluso de Lutero y sus seguidores, ción descrita, pudo ser neutralizado todavía: el deísmo de los
los cuales desvirtúan la causalidad acorde con las leyes natu­ siglos XVII y XVIII y su idea de un Dios que, con su acción
rales en aras de la libertad absoluta de la acción de Dios. creadora, pone en movimiento el proceso cósmico, pero luego
Baste recordar algunos epígrafes: las criaturas son «disfraz y lo deja a merced de su funcionam iento autónom o. La autono­
m áscara» de Dios (WA 15,373,14), «mano», «caña», «medio» mía del acontecer natural pudo aceptarse fácilmente (tras el
de Dios (WA 30 1,136,8 = BSLK 566,20); el gobierno del «segundo de pánico») interpretándola como algo otorgado
m undo viene a ser «un torneo o ejercicio de caballería» de por Dios; pero precisam ente por eso no pareció necesario ni
Dios, un «juego» suyo (WA 19,360,7; 15,370,29). Aquí la fe lórzoso hacer concesiones a la idea de un Dios que se lim ita a
bíblica en la solicitud, oculta pero constante, de Dios hacia el contem plar el m undo, idea que constituía una am enaza di­
m undo ha contrarrestado más que en la tradición católica los recta para la recta concepción del ser de Dios. Lo mismo se
elementos de la causalidad natural procedentes de la vieja puede decir, en sentido contrario, del panteísm o (Spinoza) y
idea de prónoia, por no decir que los ha anulado por com­ de la filosofía de un Dios que retorna a sí mismo a través de
pleto, incluso a costa de ideas antropom órficas. Ahora bien, la historia, según la concepción de Hegel. De todos modos, el
esto puede hacer la labor más difícil al científico protestante, deísmo debilitó considerablem ente las reflexiones teológicas
si quiere atenerse estrictam ente al pensam iento de Lutero, sobre el m undo en su «coexistencia con Dios» (Ebeling 1979,
pero no al teólogo. 1,309). Y desde que la teología, por influjo de la «fórmula del
Por tanto, la piedra de toque del esquem a básico es siem­ universo» de K ant y Laplace, tuvo que reconocer definitiva­
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA SIN POSIBILIDAD l)K RETORNO

m ente a las ciencias naturales el «ateísmo metódico», se tiempos», «por los siglos de los siglos»). Dios está presente en
puede hablar con razón de una «actitud deísta» latente entre los fenómenos cósmicos con una identidad no directa, sino pa­
los teólogos que se aventuran a una discusión con las ciencias radójica; es decir, su presencia (que crea, dirige, salva y re­
de la naturaleza. Creían poder «permitirse» tal cosa sin dime) en los fenómenos es indemostrable y se admite por la fe.
ningún inconveniente, porque las ciencias estaban lejos de Por eso, la presencia de Dios sólo puede afirmarse mediante
poder invalidar categóricam ente la hipótesis de que el fenó­ enunciados sobre la nueva autocomprensión creyente del hom­
meno de la vida en cuanto tal, y dentro de él especialmente bre: «Si uno quiere hablar de Dios, tiene que hablar evidente­
el hombre, se distingue radical e irreductiblem ente — pese a mente de sí mismo» (Bultmann 1966 [=1925], 28). «Dios crea»
las relaciones causales que tam bién aquí pueden consta­ significa: yo me concibo como una criatura que no ha recibido
tarse— del acontecer de la naturaleza «inorgánica» y, por de sí misma el ser. «Dios redime» significa: yo me considero
tanto, se halla abierto sin contradicción a un acto específico de trasladado por Dios a la libertad frente a las leyes del acontecer
creación y, en el caso del hom bre, a un acto específico de direc­ mundano. Por tanto, «Dios gobierna con su providencia» tiene
ción inmediata por parte de Dios. Sólo cuando este «vitalismo» que significar: yo me concibo como liberado de la tiranía de la
comenzó a tam balearse (cf. supra Rawer) aparecieron las dos necesidad y cobijado en el am or de Dios. Cuando la Escritura y
respuestas radicales del siglo XX. la tradición teológica hacen tales afirmaciones en forma de
Según la prim era, tam bién el hombre, incluido su «espí­ constatación objetivante de los hechos, se trata de un lenguaje
ritu», es fruto de la evolución, en el sentido de que el espíritu «mitológico», que en su época era quizá un recurso lingüístico
constituye sólo el estadio más elevado alcanzado hasta ahora imprescindible, pero que hoy debe ser «desmitologizado», pues
por la m ateria, que adquiere conciencia de sí misma en el de lo contrario se corre el peligro de no captar lo específico de
curso de la evolución. La prim acía del hom bre consiste en la fe cristiana. Esta necesidad de una «desmitologización» está
que, en el estadio evolutivo a que ha llegado, puede y debe indicada en la propia Escritura. En efecto, la Escritura, sobre
influir en el curso ulterior de la evolución, con el riesgo de todo en Pablo y Juan, habla mitológicamente, pero da a enten­
que su intervención puede hacer que term ine en un fracaso el der que su verdadero mensaje no es de tipo mitológico, sino
«experimento hum anidad». La única forma de evitarlo es que que se refiere a Dios en relación con el hombre y al contrario.
los hom bres lleguen a un «acuerdo común» que procede de la Esto no supone en modo alguno negar la realidad de Dios, sino
fuerza uniflcadora de un «super-am or» al que se entregan los únicamente rechazar su objetivabilidad; por eso, las afirma­
hombres: el am or de Dios. C uando lo hacen, la evolución ca­ ciones sobre la acción de Dios son posibles en la medida en que
m ina hacia Cristo, am or divino encarnado, que constituye su se hacen con categorías y modelos representativos del ámbito de
«punto omega». Tal es la respuesta de Pierre Teilhard de la relación interpersonal. Tales afirmaciones sobre Dios no son
Chardin. mitológicas, sino analógicas y, por tanto, legítimas. Ésta es la
Según otra respuesta, el acontecer cósmico — en todos sus respuesta de Rudolf Bultmann (—> evolución y creación; mito y
planos— discurre realm ente de acuerdo con sus propias leyes. ciencia; universo - Tierra - hombre).
Tal es la convicción espontánea e inconmovible de todos los
cristianos. Por tanto, quien no quiere caer en una esquizofre­ c) Sin posibilidad de retorno
nia entre la fe y la experiencia científica del m undo, no puede
suponer ya que Dios se manifieste «verificablemente» en Las dos respuestas radicales fueron objeto de num erosas crí­
algún fenómeno m undano creando, actuando o dirigiendo, lo ticas desde el m om ento de su formulación. Tales críticas se
mismo que no se puede concebir su trascendencia de forma lo­ referían, sobre todo, al pretendido carácter irrefutable de sus
cal («por encima del mundo») ni temporal («antes de todos los presupuestos: la explicación estrictam ente causal y evolutiva
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA DIOS Y LA CONTINGENCIA

del m undo y la autonom ía absoluta de los fenómenos n atu ­ motriz o, mejor, como centro gravitatorio de la evolución, por
rales; en una palabra, el carácter norm ativo de la imagen el hecho de que el hombre acepta el «super-amor», cima del
científica del universo. Por eso, la pregunta por la posibilidad universo. No puede decirse lo mismo de Bultmann. Para él,
de los milagros constituye siem pre aquí la piedra de toque. «creer» significa hacerse «amundano» («los que tienen una con­
Ahora bien, no es ningún secreto que tanto los científicos cepción moderna del mundo deben vivir como si no la tuvie­
como los teólogos han superado, entre tanto, los plantea­ ran»; Bultmann 1964 [=1958], 101); para Teilhard de Chardin,
mientos y los esbozos de respuesta adelantados por Teilhard «creer» significa asumir la responsabilidad histórica de que, en
de C hardin y por Bultm ann. Pero las preguntas de que par­ la alternativa entre el suicidio y la adoración, la hum anidad se
tieron constituyen un punto del que no se puede volver atrás. decida por la adoración como consumación suprema de la evo­
Por tanto, quien habla de una «intervención» — cualquiera lución en el estadio alcanzado (cf. Neues Glaubensbuch 95-100;
que sea su forma concreta— de la providencia divina o in­ Kúng 201-205). Pero las diferencias quedan de nuevo enm ar­
cluso de un «plan universal» de Dios (¡cosa que hace todavía cadas en la idea básica común de que la «providencia» no es ya
Teilhard de C hardin!), tiene que m ostrar qué significa y un acto particular de Dios, una «propiedad entitativa» distin­
cómo se plasm a eso en el contexto del conocimiento científico ta, sino un sinónimo de Dios. La forma en que se debe hablar de
del universo. Adem ás tiene que explicar cómo es posible que Dios en el contexto de las actuales ciencias naturales determina
Dios no se convierta por la m isma pregunta y, sobre todo, cómo se debe hablar de la providencia (—> trascendencia y Dios
por una eventual respuesta en una parte del m undo, concre­ de la fe).
tam ente en un factor de su funcionam iento. Porque, pese a
todas las diferencias, las tesis de Bultm ann y de Teilhard
de C hardin presentan en relación con nuestro tem a los si­ 3. Un sinónimo de Dios
guientes puntos comunes:
a) El acontecer m undano, es decir, todo el acontecer a) Dios y la contingencia
perteneciente al ám bito de la «m ateria», es autónom o, está
dirigido por reglas inscritas en él mismo de carácter evolutivo Por consiguiente, los supuestos y la situación de la fe en la
y causal y, por tanto, puede predecirse m atem áticam ente en providencia vuelven a asem ejarse hoy a la idea de prónoia de
gran m edida. la A ntigüedad antes de su encuentro con la tradición bíblica.
b) C ontem plado desde el punto de vista científico, el Nuestra situación parece más radical todavía: hoy no se
hom bre está inserto por completo en este contexto m undano, puede hablar de un «plan» del acontecer m undano o, al
en el cual no hay otra cosa que «mundo». Incluso su aper­ menos, de un plan que pueda ser de algún modo objeto de
tura a la trascendencia, su «espíritu», forma parte de su ser nuestro conocimiento y servir de base a la autocom prensión
m undano. religiosa y la vida de unión con Dios que en la tradición sur­
c) La única alteridad radical con respecto al m undo es gían de la fe cristiana en la providencia. En el plano cientí­
la realidad de Dios, y lo es tan realm ente que Dios no im pe­ fico, los últimos vestigios de tal idea fueron pulverizados hace
dirá la catástrofe de la evolución si el hom bre no acepta esta años por Jacques M onod, particularm ente en sus objeciones
alteridad. contra Teilhard de C hardin; y las rectificaciones hechas a
A estos tres puntos de coincidencia se opone con más cla­ M onod por Paul Lüth y M anfred Eigen, desde el punto de
ridad la diferencia esencial, que debe constituir el punto de vista científico, y por Alexandre Dum as (1973), H elm ut Thie-
partida para las ulteriores reflexiones. En Teilhard de C har­ licke (1976) y H ans K üng (1978), desde el teológico, no pue­
din, Dios forma parte del acontecer m undano como fuerza den devolver al teólogo el valor para hablar como antes de la
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA DIOS Y LA CONTINGENCIA

providencia divina y su acción en el m undo. H ay dos datos gía de la creación frente al evolucionismo) en la idea de una
de im portancia decisiva que, al menos en parte, están com­ especie de poder «causal» de tales reglas de juego o, al
probados experim entalm ente: a) El paso de los procesos quí­ menos, en la pregunta por la fuente de su validez (cf. K üng
micos «muertos» al prim er unicelular «vivo» se efectuó a 712s). Pero eso supondría ignorar el carácter estadístico de
través de varios estadios interm edios; no requirió un co­ dichas reglas y, por tanto, la rigurosa lim itación metódica del
mienzo cualitativam ente nuevo de tipo creacional, como sos­ pensam iento científico. «Azar» y «reglas de juego» no son
tiene el vitalismo dualista (cf. Rawer, supra IV ,2). b) En ese causas, sino conceptos descriptivos en relación con determ i­
paso y en todo el curso de la evolución desem peña el «azar» nados procedim ientos cognoscitivos de las ciencias naturales
un papel im portante (Eigen), si no decisivo (M onod). Pero, (cf. Rawer, supra). Desde el punto de vista científico, ofrece
dada la subjetividad del azar (cf. Rawer, supra II), esta afir­ menos problem as la idea de un «principio espiritual» de la
mación sólo es válida para el observador hum ano. Las leyes evolución, que podría residir «en la dirección del proceso o
naturales que, según Eigen, «dirigen» el azar son «reglas de en el genial diseño de la estructura de los átomos» (cf. R a­
juego» que sólo adm iten una representación estadística. No wer, vol. 3, p. 46). De todos modos, aquí se da una falta de
pueden contener ninguna afirmación sobre el aspecto que sintonía, una «coexistencia de convicciones e ideas todavía no
ofrecen tales procesos para quien tiene una visión integral; sintetizadas» entre las ciencias naturales y la teología (R ah­
por ejemplo, para un Dios creador. ner, ibíd. 50s). A este respecto habría que preguntarse, en la
La teología no escapa a la dificultad de este plantea­ línea de B ultm ann, hasta dónde puede llegar una síntesis se­
m iento contraponiendo a la noción metafísica de providencia m ejante sin hacer de Dios un factor «objetivo» del acontecer
la solicitud personal del Dios bíblico en la historia de la sal­ m undano.
vación, del mismo modo que no es posible desvirtuar la teolo­ El resultado de la historia del problem a de la fe en la pro­
gía de la «m uerte de Dios» m ediante la referencia a la m uerte videncia es el siguiente: la creciente sensibilidad de los teó­
del Dios de la metafísica y a la vida del Dios personal de la logos para el progresivo conocimiento científico de las rela­
Biblia. Y quien afirm a que la fe en la providencia tiene su ciones causales y evolutivas del universo y de la vida — por
lugar específico en la oración (Ebeling 1'979, 1,328-330; Fis­ oscuras que puedan resultar aún— y para la inobjetivabili-
cher), no hará más que rehuir el problem a si no lo presenta dad de Dios han concentrado la fe en la providencia en una
como tal y lo tom a decididam ente en serio. Ahora bien, el declaración básica sobre el significado teológico de la contin­
problem a consiste en que, supuesta la explosión inicial y el gencia de todo el acontecer m undano. Así, «providencia»
«magma» prim itivo, la evolución de la m ateria en el cosmos pasa a ser de hecho un sinónimo de Dios, con las mismas es­
y, al menos en la Tierra, la de la vida hasta el hom bre «do­ tructuras tem áticas que el problem a de Dios ante una imagen
tado de espíritu» parecen desarrollarse espontáneam ente, sin evolutiva del m undo. «Fe en la providencia» significa que el
una intervención «externa» cognoscible, y, en todo caso, pue­ hom bre puede confiar el destino del m undo y su propia vida
den describirse según las m encionadas «reglas de juego». Así al am or de Dios, dejar que estén a salvo en tal am or y espe­
pues, el problem a reside en que las ciencias naturales se incli­ rar que tengan un desenlace feliz. Creer en Dios quiere decir
nan a opinar «que en ellas no rige el viejo principio ontolò­ lo mismo.
gico de que, para poder ser causa adecuada de su efecto, la
causa debe tener, cuando menos, tanta realidad y potencia Planteada en térm inos generales, la pregunta sobre Dios y
ónticas como su efecto» (Rahner 1984, 75), a no ser que pre­ la evolución se aborda en otros artículos de la presente obra.
fieran transform ar la idea, tam bién antigua, de la presencia En nuestro contexto, culm ina en el tem a «Dios y la libertad»
virtual del efecto en la causa (recurso predilecto de la teolo­ (—» autonom ía y condición creatural; cuerpo y alma; evolu­
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA DIOS Y LA LIBERTAD

ción y creación; experiencia de la contingencia y pregunta propia libertad del hombre, si bien tal contacto se hallaría in­
por el sentido; m undo técnico-científico y creación; uni­ serto en el sistema biológico de información y ligado a sus con­
verso - T ierra - hom bre). diciones.
Con ello se plantea — no sólo al teólogo— un problem a
b) Dios y la libertad65 que es prolongación de la pregunta indicada — y quizá inso-
luble— sobre la determ inación o indeterm inación de los «mi­
La «traducción» de la providencia a la secuencia de las causas croelementos»: ¿es posible, en principio, que las ciencias na­
segundas se efectúa, según la doctrina y la concepción clásicas, turales lleguen a explicar la libertad hum ana? En otras
m ediante un encuentro de espíritu a espíritu; así se evita conce­ palabras, ¿se identifica la libertad con sem ejante indeterm ina­
bir a Dios como (primer) factor del acontecer mundano. Aquí ción? En este punto se dividen las opiniones. M ientras al­
no podemos abordar la problemática actual de la doctrina sobre gunos científicos (como Jo rd án 1972, 158s, y Rawer, cf. supra
los ángeles (pero cf. Mystenum Salutis 11-2,1044-1118; Auer 389- IV,4) piensan que este ámbito de lo indeterminado rompe la
433; Rahner 1957ss, 13,381-428). Así, sólo queda el problema cadena causal lo suficiente como para poder adm itir una inter­
de Dios en relación con la libertad humana, problema que santo vención de Dios sin ningún «sacrificio del entendimiento», sin
Tomás caracterizó ya en estos términos: «La criatura racional ninguna falta de honestidad intelectual, otros rechazan tal con­
está sujeta de modo especial a la providencia divina en cuanto cepción. Otros, por su parte, opinan que las reglas establecidas
que ella misma interviene en la providencia, puesto que puede para los sistemas inorgánicos podrían variar siempre que son
“proveer” para sí y para otros» (Summa Theol. I-II 91,2; cf. «violentadas» por una decisión voluntaria, cualquiera que sea
Pesch 1977, 552-555). En este punto, las ciencias naturales han su naturaleza. Dicho de otro modo: por su propio plantea­
esclarecido los últimos presupuestos y condiciones materiales de miento metodológico, las ciencias naturales ignoran todas las
las acciones hum anas libres y «providentes». Tales acciones se particularidades que tienen los seres inteligentes; por eso, ni
efectúan sobre la base de un sistema biológico de información, para comprender la voluntad libre y sus consecuencias físicas ni
en el que el científico no puede discernir con sus métodos si para adm itir una intervención divina es necesario tener en
ciertos «microelementos» dentro del sistema están determinados cuenta las consideraciones de las ciencias naturales (Caldin
o no y, consiguientemente, si actúan determinando o no deter­ 1949, 35); tal recurso es inútil e incluso peligroso. Únicamente
minando, es decir, dejando en libertad. El científico no puede quien defienda con Planck (cf. Rawer, supra 1,2 y 3) una rela­
afirmar ni negar lo uno ni lo otro, porque las «reglas» que cabe ción causal estricta, considerará la libertad no sólo como algo
establecer son meramente estadísticas, no «causales» (cf. Rawer, inexplicable, sino como un engaño. En ese caso, también serían
supra). Así, las ciencias naturales estarían tan lejos de poder ex­ inconciliables la fe en la providencia y el pensamiento de las
cluir el punto último de la fe tradicional en la providencia — el ciencias naturales, basado en la causalidad.
contacto inmediato de Dios con el espíritu hum ano— como la El teólogo no puede aceptar la última idea de una cadena
causal irrompible, cosa que hay que afirmar también contra
l” Aunque forma parte de nuestro tema, la problemática teológica de la li­
Bultmann. Naturalmente, también a él le resulta problemática
bertad, es decir, la pregunta por la relación entre la libertad infinita y la fi­ la idea de una intervención directa de Dios en la cadena
nita, entre la libertad de Dios y la del hombre, sólo puede indicarse aquí. («rota») de causas. Así, el teólogo, que en lo concerniente a la
Teniendo presente la exposición de K. M. Meyer-Abich (cf. supra I), fe en la providencia debe tener siempre presente la analogía en­
consúltense las obras, reseñadas en la bibliografía, de Bóckle, Kraus, tre la libertad de Dios y la del hombre, se encuentra ante la si­
Krings, McSorley, Metz, Oeing-Hanhoff, Pannenberg 1978 y 1980, Pesch, guiente alternativa, por no decir dilema: O la libertad es sólo lo
Rahner (sobre todo Schriften 2,247-278; 6,215-237; 8,239-326), Siewerth, que (posiblemente) dejan abierto los presupuestos microbioló-
Vorster y Weimer.
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA TESIS SOBRE I.A PROVIDENCIA

gicos y sus constantes puram ente estadísticas, y entonces no se dicalmenle distinto de una propiedad de los presupuestos m ate­
da en Dios ninguna libertad, precisamente por la ausencia de tales riales naturales sin los que, sin em bargo, no puede llevarse a
presupuestos, si no es en sentido metafórico, del mismo modo cabo la acción libre del hom bre. Esto es lo que querem os po­
que es posible llam ar a Dios «roca» o «león» (cf. Summa Theol. I ner de relieve en las páginas siguientes, donde, resum iendo lo
13,3); en tal caso tampoco existe una «providencia» divina expuesto hasta aquí, vamos a procurar redefinir, a través del
como encuentro libre y rector de Dios con el hombre libre. O la tema de la libertad hum ana, cómo puede concebirse literal­
libertad es más y algo distinto que las indeterminaciones (quizá) mente la expresión «providencia de Dios» (—» determinación y
abiertas microbiológicamente; en este caso, desde el punto de libertad).
vista de las ciencias naturales, la libertad es aceptable, pero no
explicable, y constituye un error entender determinadas afirma­ c) Tesis sobre la providencia y la libertad
ciones científicas como explicación e incluso como «prueba» de
la libertad; pero esta solución se limita a establecer que entre la 1.a La libertad humana debe entenderse como una participación gra­
fe en la providencia y el pensamiento (causal) de las ciencias ciosa de —y como una facultad para la comunicación con— la
naturales no hay ninguna contradición, pero sí una última dis­ subjetualidad y la libertad que son esenciales a Dios frente al
paridad permanente, una imposibilidad de llegar a una síntesis mundo.
(Rahner).
Incluso los científicos que no siguen la línea de Planck op­ Esto im plica que es necesario adm itir una dualidad — no
tarán por la segunda alternativa. Para el teólogo, la decisión un dualism o— últim a y diferenciadora entre el espíritu y la
no ofrece ninguna duda, ni en lo concerniente a Dios ni en lo m ateria preespiritual. Con ello se aboga por un «vitalismo»
concerniente al hom bre. Pensar que Dios no es libre es pen­ de orden superior. Por lo dem ás, no hay ninguna razón plau­
sar que no es Dios. Y pensar que Dios es un misterio oculto sible para dejarse llevar por la creciente tendencia a contem ­
en las indeterm inaciones de ciertos procesos naturales signi­ plar el m undo con un esquem a m onista y a preferir tal es­
fica concebirlo como un factor del m undo y, por tanto, como quem a al de una dualidad fundam ental. Teológicamente, la
una parte del mismo. Pero tam poco la libertad hum ana innegable unidad del ser tiene como presupuesto la distinción
puede agotarse en el carácter indeterm inado de algunos mi- entre el C reador y la criatura. La alternativa sería, por tanto,
croelementos reguladores de nuestra acción. Y ello porque el o una interpretación del m undo de tipo m onista-panteísta, en
hom bre sabe que conoce esos elementos reguladores de su ac­ la que el hecho de la contingencia del m undo quedaría nece­
ción «libre»; en otras palabras, porque puede reflexionar so­ sariam ente sin explicación, o el dualism o de dos principios
bre su autoobjetivación en las ciencias naturales y hum anas, del ser iguales y concurrentes, dualism o que destruiría por sí
quererla librem ente y ponerla en m archa, y puede tam bién mismo la unidad del ser. Pero, antropológicamente, la incontro-
interrum pirla, es decir, distanciarse nuevam ente de ella; en vertida y encom iable unidad del hom bre no puede anular la
una palabra: porque sigue siendo sujeto frente a su autoobjeti­ cesura existente entre el sujeto y el m undo de los objetos (in­
vación y, por ello, es el «ser de la trascendencia» (cf. R ahner cluida la relativa objetualidad del propio sujeto). Tal cesura
1976, 42-46; Splett). aparece ya en el ám bito de los fenómenos y puede dem os­
Si las ciencias naturales pudieran explicar la libertad, ten­ trarse filosóficamente de forma irrefutable; más aún, la subje­
drían que probar que la autotrascendencia y la subjetividad tividad en cuanto tal puede definirse por la capacidad de dis­
del hom bre están fundam entadas de forma suficiente y com ­ tanciarse del m undo de los objetos. La alternativa sería
pleta en la microbiología; pero entonces el sujeto' tendría de reducir la espiritualidad hum ana a una variedad notable­
nuevo conciencia refleja de ello. La libertad es, pues, algo ra- mente desarrollada de la «inteligencia» instrum ental de los
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA TESIS SOBkK I.A PROVIDENCIA

anim ales superiores — el hom bre como «anim al inventivo»— 3.a E l acto creador específico que hizo al hombre en cuanto tal no
o de una com putadora sum am ente compleja (—» anim al y debe concebirse como un acto por el que Dios creó «primero» el
hombre; cuerpo y alm a). espíritu, para entrar «después» — mediante un nuevo acto especí­
fico — en comunicación con él, sino como el mismo acto de entrar
2.a La libertad humana, por tanto, no se explica suficientemente por en comunicación, en el estadio evolutivo en el que el antropoide es­
la evolución de sus supuestos bioquímicos (ácidos nucleicos, pro­ tuvo «maduro» para ello, fuese cual fuese la fecha de tal madura­
teínas, código genético) y biológicos (sistema nervioso central, ce­ ción.
rebro, etc.), sino sólo por un acto de creación específico por parte
de la libertad de Dios, sin que constituya una objeción el hecho de Este planteam iento perm ite entender cómo la libertad del
que tal acto no haya podido ser explicado todavía por las ciencias hom bre puede tener su fundamento en la libertad de Dios y no
naturales ni por la teología. es anulada por ella. En efecto, al acto por el que Dios entra
en comunicación con el hom bre debe concebirse como una
Esta tesis puede sorprender, sobre todo, al teólogo que, entrada en comunicación permanente y, por tanto, como consti­
por razones bíblicas o teológicas, considera como algo obvio tución permanente del espíritu libre por obra de Dios, incluida
la superación de la problem ática «cuerpo-alm a» y de todas la progresiva autotrascendencia que caracteriza al espíritu
las ideas creacionistas «clásicas» y está acostum brado a pen­ creado y que se realiza en interdependencia con la evolución
sar según la pauta del «talante» m onista, al que se ha abierto biológica del hombre. La relación con el pensam iento de
tam bién la teología en su discusión con la teoría evolucio­ Teilhard de C hardin puede apreciarse fácilmente.
nista. Pero la hipótesis de que el espíritu hum ano tiene su Señalemos de paso un paralelism o esclarecedor y muy sig­
origen en un acto creador específico y, por consiguiente, la li­ nificativo. La pregunta por la relación entre la creación de la
mitación de la evolución al «sustrato» biofísico del mismo naturaleza hum ana de Cristo y su asunción por el Logos, la
cuentan, hoy como ayer, con argum entos dignos de conside­ contesta Agustín con la tesis clásica: «el hom bre en Cristo no
ración (Ratzinger; Auer; Schm aus 1979). La teología pre­ fue prim ero creado y después asum ido, sino que fue creado me­
tende «sintetizar» sus afirmaciones con las de las ciencias na­ diante la misma asunción (por el Verbo)»w>. Al «ipsa assum p-
turales m ediante la tesis siguiente: Dios, por ser espíritu, no tione creatur» cristológico responde el «ipsa com m unicatione
puede crear una m ateria absolutam ente no espiritual y total­ creatur» del espíritu hum ano. ¿Aparece tam bién aquí la
m ente dispar de su propio ser; por tanto, no implica una con­ fuerza persuasiva de la conocida idea de K arl Rahner, según
tradicción teológica pensar que la m ateria tiene, desde el pri­ la cual la antropología es una «cristología deficiente», y la
m er m om ento de su creación, una tendencia a desarrollarse cristología una antropología radical, prototípica? Al para­
evolutivam ente y una capacidad de autotrascendencia activa lelismo cristológico responde un paralelism o soteriológico:
que encuentra su plasm ación suprem a en el hom bre dotado Tomás de Aquino define el am or divino (caritas) como una
de espíritu (Rahner 1984, 705; y ya en O verhage-Rahner). «amistad» entre Dios y el hom bre basada en la «com unica­
Pero esta tesis sólo es posible lógicamente porque se da de he­ ción» de la vida eterna al hombre por parte de Dios (Summa
cho una autotrascendencia que es más que un resultado de la Theol. II-II 23,1). Supongam os que, como ha enseñado siem­
evolución biológica. En efecto, la autotrascendencia presubje- pre la tradición, el hom bre fue creado desde el prim er m o­
tiva, explicable todavía evolutivam ente, es decir, la del ani­ mento con la gracia, que es por sí m isma comunión de vida
mal inteligente, no puede pensarse a sí m ism a ni pensar a Agustín, Contra sermonem Arianorum 8,6: PL 42, 688. Cf. a este respecto la
Dios, su origen, como espíritu puro y pura libertad (—> evolu­ obra, todavía muy interesante, de F. Malmberg, Über den Gottmenschen (Fri-
ción y creación; universo - T ierra - hom bre). Imrgo de Br. 1960) 38-70.
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA TESIS SOBRE LA PROVIDENCIA

eterna con Dios; supongam os tam bién que, por tanto, la en­ lim itándose a usarlo por necesidad, y m ostrar, así, que la n a­
trada en com unicación, que es la constitución del espíritu turaleza de la acción trascendental de fundam entación efec­
creado, se identifica con el establecim iento del am or de am is­ tuada por Dios no es susceptible de representación.
tad entre Dios y el hom bre m ediante la «comunicación» de la De ahí que la arm onía entre la libertad de Dios y la del
vida eterna. ¿No se aclararía así definitivam ente, por encima hom bre sólo pueda expresarse en form a de paradoja: Dios
de todos los recelos luteranos, el verdadero sentido de la tesis actúa sobre la libertad del hom bre de forma que éste obra li­
tradicional sobre la «fides caritate form ata» y sobre la cari­ brem ente; la acción libre es totalm ente de Dios y totalm ente
dad como acto salvífico total del hombre? (—> antropología y del hombre; es de Dios como causa prim era, y del hom bre
teología). como causa segunda. Al actuar sobre la libertad, Dios no la
restringe, sino que la destraba. La vinculación a Dios consti­
4.a Con este acontecimiento de comunicación, Dios fundamenta los tuye el alum bram iento de la libertad. Y otras expresiones pa­
actos libres del hombre: llama a la existencia al espíritu, lo une radójicas semejantes (—> ley y gracia).
sustancialmente al cuerpo y hace de los dos un solo principio de
tales actos; a la vez, lo vincula a sí mismo en cuanto único fin 5.a En el plano de los fenómenos, la fundamentación divina de la li­
satisfactorio que, precisamente por eso, garantiza la libertad bertad se manifiesta concretamente en la circunstancia de que la fe
frente a todos los bienes particulares. en Dios valora y dirige la experiencia de la libertad y los actos
libres del hombre.
En este punto es especialm ente difícil lim itarse a indicar
la problem ática teológica (y filosófica) sobre Dios y la liber­ La fe en Dios perm ite concebir la libertad como un don
tad (incluidos ciertos aspectos im portantes de la m ism a rela­ orientado a la com unicación personal con Dios, inm ediata y
cionados con la teología de controversia). La dificultad está m ediada «en, con y bajo» el trato con el prójimo y con el
en que aquí hay que acudir a la distinción entre el funda­ mundo. Tal inm ediatez m ediada no desaparece en el acto de
m ento trascendental de posibilidad y la realidad categorial toma de contacto «inm ediato» con Dios en la oración.
fundam entada. Por otra parte, los enunciados trascendentales La fe en Dios perm ite com prender que la libertad está li­
sólo pueden hacerse con el «modelo» de los enunciados cate- mitada: lim itada por la contingencia de su propio ser, por sus
goriales, lo mismo que, en otro plano, la descripción de los condiciones naturales (biológicas), por su im pronta individual
fenómenos del ám bito microscópico sólo puede hacerse con («característica»), por su situación social, por sus condiciona­
modelos macroscópicos, por más que esto no responda a la mientos históricos.
realidad (cf. la contribución de Rawer en este mismo tomo). La fe perm ite concebir la libertad como la tarea de reali­
En razón del «modelo», el discurso en torno a la acción tras­ zarse responsablem ente, dentro de los límites de cada situa­
cendental fundam entante de Dios sobre la libertad del hom ­ ción, con la m irada puesta en Dios, en el hom bre y en el
bre parece sugerir que se trata de un «influjo». T al «influjo» mundo.
suscita inm ediatam ente la asociación ulterior de una lim ita­ La fe perm ite concebir la libertad como malograda: m alo­
ción cuantificable que reduce la libertad del hom bre. Ésta es, grada por el abuso de su semejanza con Dios y por la preten­
sin duda, la razón más profunda de que Lutero y sus segui­ sión de ser como él, que han dado como resultado la esclavi­
dores, en vista de la om nipotencia y causalidad universal de tud bajo la tiranía del propio yo, que jam ás se basta a sí
Dios, sólo puedan reaccionar con la tesis de que la voluntad mismo.
no es libre (cf. Pesch 1963, 1967; M cSorley). Por tanto, hay La fe en Dios dirige la libertad del hombre y la realización
que negar inm ediatam ente el «modelo» del «influjo» de Dios, de la misma en orden a su fin, no intercambiable, le fija las
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA NOTA SOBRE LA PREDESTINACIÓN

normas para establecer prioridades en el marco de las limitadas Con respecto a las cosas de que no puede disponer, el
posibilidades que se le ofrecen y, sobre todo, le muestra el ca­ hom bre ejecuta la providencia de Dios cuando las reconoce
mino que conduce de la propia perdición culpable a un nuevo como tales, es decir, como cosas no som etidas a su disposición;
comienzo, abierto por la gracia, en su fuente originaria. así reconoce que él es ciertam ente la «corona de la creación»,
pero no su centro ni su clave últim a; reconoce, por tanto, que
6.a En esta armonía entre la libertad de Dios y la del hombre se de­ adem ás de él hay infinidad de cosas dignas de adm iración;
sarrolla la «providencia especial» (santo Tomás) con que Dios con otras palabras, reconoce que no sólo el hom bre capaz de
dirige la vida del hombre. conocer como sujeto, sino tam bién el m undo prerracional de
la vida y de la m ateria, es, en cuanto tal, un indicio de la gloria
Esto se com prende fácilmente si se tiene en cuenta que la del Creador. Este aspecto del contacto con la creación im ­
perm anente entrada en comunicación con que Dios consti­ pregna, como fácilmente se com prenderá, todas las relaciones
tuye el espíritu hum ano (cf. tesis 3.a) es para éste lo mismo del hom bre con el m undo prehum ano, siem pre que dichas re­
que su conservación como creación continua, y que, según la laciones tengan como base la fe en la providencia. El princi­
doctrina clásica, la creación continua constituye uno de los pio bíblico «someteos la tierra» (Gn 1,28) significa en prim er
contenidos del concepto de «providencia». Pero aquí aparece lugar: «entended el m undo», como huella y m anifestación anti­
tam bién el contenido central, la dirección hacia el fin último: cipada de la bondad divina que se entrega.
Dios, al constituir el espíritu como espíritu para la com unica­ Este uso y reconocimiento responsable del mundo constituye la plas-
ción con el E spíritu divino, lo constituye con vistas al fin mación actual de la fe en la providencia. Con él, «providencia»
(último) de su libertad, en la m edida en que el hom bre no se pasa a ser un sinónimo de Dios que desvela inm ediatam ente
sustrae voluntariam ente a este acontecim iento. sus consecuencias soteriológicas y éticas. En efecto, creer en
Dios bajo el nom bre de «providencia» significa que la idea
7.a En esta armonía de la libertad de Dios con la del hombre se de­ del puesto exclusivo del hom bre en el cosmos ha perdido defi­
sarrolla también la «providenciageneral» con que Dios dirige nitivam ente la posibilidad de convertirse en base de una con­
todas las cosas hacia su fin y gobierna el mundo. cepción del m undo exclusivam ente antropocéntrica. La «ve­
neración de la m ateria» (Teilhard de C hardin) forma parte
En efecto, el m undo de las criaturas infrahum anas está de la autocom prensión creyente del hom bre bajo Dios en el
subordinado al hom bre en una triple relación de gran im por­ m undo de Dios (—* anim al y hombre; evolución y creación;
tancia para su vida: las cosas y criaturas sirven directam ente m undo técnico-científico y creación; naturaleza e historia).
para la subsistencia y provecho del hom bre; están a su dispo­
sición para que las use, sin ser vitalm ente necesarias; no es­ d) Nota sobre la predestinación*’7
tán a su disposición, pero puede contem plarlas.
Con respecto a las cosas necesarias para la vida, el hom ­ Como ya se ha indicado, la doctrina de la predestinación no
bre pone en práctica la providencia de Dios cuando las usa es otra cosa que la aplicación de la doctrina clásica de la pro-
como sustento; así las conduce al fin último que les ha fijado
Dios. 67 La introducción más amplia a la problemática de la predestinación es
Con respecto a las cosas de que puede disponer, el hom ­ actualmente la que ofrece la obra de G. Kraus, que tiene un excelente
bre ejecuta la providencia de Dios cuando las usa responsable­ complemento en el amplio excurso de Kuss y en la reflexión sistemática
de Lóhrer. Para cuestiones específicas, cf. Wilckens (sobre exégesis),
mente, es decir, cuando no destruye irrem ediablem ente, al Pesch/Peters (sobre san Agustín), Pesch 1967 (sobre santo Tomás y Lu-
usarlas, el espacio vital de tales cosas ni el suyo propio. tero), Pannenberg 1978 (sobre la sistemática actual).
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA NOTA SOBRE I.A PREDESTINACIÓN

videncia al cam ino del hom bre hacia la salvación. Por tanto, miento del hombre, pues prevé desde la eternidad la condición
com parte su suerte, se derrum ba con ella y con ella debe re- moral del mismo y, por decirlo así, la engloba en su predestina­
formularse. Además, tiene sus propios problem as inm anentes, ción; no predestina «ante», sino «post praevisa merita». Esta
que no se derivan de la doctrina general de la providencia. concepción sólo puede mantenerse a costa de convertir a Dios
Son los siguientes: en espectador del hombre, al menos en el punto infinito de la
— una base bíblica difícil de interpretar; eternidad. Se trata de una concepción, en el fondo antropomór-
— una serie de declaraciones (bíblicas) que, leídas a la fica, que no tiene sentido sobre la base de una teoría metafísica
luz de la doctrina sobre la providencia, no parecen clásica que fundamente en Dios la libertad hum ana ni en el
afirm ar la conducción del hom bre a su fin últim o, sino marco de una teología actual que fundamente en Dios la subje­
su exclusión de él. La «doctrina de la predestinación» tividad. Evidentemente, esta última no ofrece tampoco ninguna
incluye siempre la «doble» predestinación: la predesti­ posibilidad para una nueva interpretación de la predestinación,
nación a la salvación o a la perdición, o tam bién la pues lo que determina la relación entre la libertad de Dios y la
predestinación y la reprobación. del hombre no puede entenderse en sentido determinista, como
Desde que se interpretaron en este sentido las declara­ una conducción irresistible hacia un fin determinado, y es precisa­
ciones predestinacionistas de la Biblia, particularm ente Rom mente en este punto donde la doctrina clásica de la predestina­
9-11, es decir, al menos desde san Agustín, lo que preocupó a ción va más lejos que la doctrina de la providencia.
los teólogos no fue el efecto nefasto sobre la im agen de Dios La conclusión es, pues, que los problem as de la doctrina
— tal inquietud no fue sentida hasta Lutero, para quien, a la de la predestinación son insolubles en la versión clásica de tal
vista de la doctrina de la predestinación, puede surgir el peli­ doctrina, es decir, si debem os entenderla como una teoría
gro de desesperar de Dios— , sino el problem a de cómo librar universal sobre la acción de Dios y la salvación del hombre.
a Dios de la responsabilidad del pecado de los réprobos, Ahora bien, el hecho de que se haya convertido en una teoría
causa inm ediata de la condenación de éstos. En la línea agus- universal obedece a su unión sistem ática con la doctrina de la
tiniana, el problem a se resuelve siempre sin restar eficacia a providencia. Por eso se desliga de ella y, así, pasa a constituir
la predestinación absoluta. Así, sólo caben dos esquem as de nuevam ente un problem a soluble.
solución: o se declara que, a pesar de todo, el hom bre es res­ Esto no significa que no haya en adelante puntos oscuros
ponsable de su pecado y se afirm a que tal responsabilidad y problem as sin respuesta. Pero son los que la propia Escri­
constituye una paradoja inescrutable — tal es la respuesta de tura no quiere contestar, y no aporías surgidas de las disqui­
Lutero— , o hay que distinguir, en el propio acto divino de siciones teóricas del hom bre. Lo que sabemos es que el
reprobación, entre la com unicación positiva del ser al acto Nuevo Testam ento no ofrece ninguna teoría universal de la
pecaminoso y la «simple», aunque voluntaria, «permisión» de predestinación, ni ninguna orientación al respecto, sino una
su pecam inosidad en cuanto tal; pero esto no resuelve el pro­ declaración sobre la acción m isteriosa — indescifrable para el
blema, sino que sólo lo precisa conceptualm ente, dado que el hombre, pero salvífica, graciosa— de Dios en su pueblo y en
pecado o la perm anencia definitiva en él se producen inevita­ los paganos que llegan a la fe; una declaración sobre la
blem ente porque Dios retiene la gracia que, de haberla con­ eterna elección graciosa de los hom bres en Cristo, que nos ha
cedido, habría evitado indefectiblem ente el pecado; tal es la sido revelada ahora como m isterio de nuestra salvación; una
respuesta de santo Tom ás. exhortación a perm anecer en esa gracia revelada de la elec­
En la línea antiagustiniana, el problema «se resuelve» des­ ción; una exhortación a no olvidar que el rechazo de dicha
virtuando la eficacia absoluta de la propia predestinación: Dios gracia constituye una som bría posibilidad nuestra, pero tam ­
predestina desde la eternidad de acuerdo con el comporta­ bién un motivo para respetar el enigma de la realidad de tal
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA

rechazo; una invitación a alabar «el abismo de riqueza, de 4. Consecuencias liberadoras


sabiduría y de conocimiento de Dios» (Rom 11,33), en todas
la cuestiones no resueltas de la elección divina. Estas reflexiones sobre la relación entre Dios, el m undo y el es­
A esto habrá que seguir ateniéndose hoy. La plausible ex­ píritu hum ano como base de una fe en la providencia literal­
plicación teológica del mal como perversión de la libertad do­ m ente com prensible perm iten tom ar en serio y m antener fir­
nada por Dios para la autoglorificación frente a su dador no memente, sin evasivas ni sucedáneos, algunos contenidos y
perm ite entender cómo un hom bre que, por la fe, ha recono­ actos centrales de la fe cristiana, cosa que probablem ente no
cido a Dios como fuente de la libertad puede esperar algo de sería posible sin dichas reflexiones.
sem ejante perversión. Nos hallam os ante el eterno «m iste­
rio de la iniquidad», que brilla con especial claridad cuando a) Oración de súplica
uno lo proyecta sobre la clásica representación ideal de un
estado original en el que el hom bre vivía totalm ente unido a La oración de súplica puede ser seriamente oración de súplica,
Dios. es decir, algo más que la mera forma de expresar una idea so­
Por tanto, a la luz de nuestras consideraciones, la doc­ bre Dios que, como es obvio, se basa en la experiencia de Dios
trina de la predestinación puede recogerse otra vez por entero efectuada en el contexto de la relación con el prójimo, pero no
en la doctrina de la providencia, ahora en su nueva versión. se atreve a afirmar la realidad de Dios más allá de este contexto,
En la comunicación de Dios con el hom bre se realiza siempre la deja en el ámbito de lo desconocido y, como es lógico, luego
— «totalm ente por obra de Dios y totalm ente por obra del tiene que negarse a hacer de la pregunta sobre la posibilidad de
hombre»— la predeterm inación y dirección como un «diá­ invocar a Dios la pregunta clave de la fe en Dios (así Hassen-
logo» sobre la consumación de esa comunión con vistas a la húttl 236-243). Sólo si se da entre Dios y el espíritu humano
cual Dios «prevé» al hom bre en el m undo, hace de él un una dimensión de inmediatez — que está mediada evolutiva­
sujeto, una persona, y lo llama a la existencia como corona­ mente, pero no es en sí misma de naturaleza evolutiva— , tiene
ción de su obra. Desde la perspectiva del hombre, el hecho del sentido y fundamento real pedir a Dios que dirija los corazones
pecado obliga a distinguir entre providencia divina general, de los hombres (Pesch 1980, 41-48). Esto tiene particular vigen­
especial y especialísima, pues de lo contrario habría que cia si, además, se quiere atribuir «poder» a la oración de
suponer que el pecador, que no acepta el diálogo con Dios, súplica. Sólo si Dios está frente al mundo como su Señor, puede
podría escapar a la providencia divina. Desde la perspectiva ser conforme con la realidad pedirle que, en medio y por en­
de Dios, sin embargo, hay que m antener la unidad de su ac­ cima de todas las evoluciones, dirija también los fenómenos de
ción creadora y redentora. El perdón de los pecados y la la naturaleza (Sudbrack 132) y, en general, considerar la salva­
nueva acogida del pecador, el restablecim iento de la com uni­ ción de la muerte como petición fundamental de todas las ora­
cación tras su ruptura y la salvación de una desgracia culpa­ ciones de súplica (Greshake), pues la salvación de la muerte no
ble no son otra cosa que ejecución de su providencia creadora se halla en la perspectiva de la evolución.
o, si se quiere, de su «plan» — inaccesible para las ciencias
naturales— sobre el hom bre en la creación, ejecución im pul­ b) Aceptación del destino
sada por el mismo torrente de bondad y de gracia a que se
debe todo lo que existe y que, en definitiva, deja sin conte­ N uestras reflexiones posibilitan de forma nueva algo que
nido la distinción entre «natural» y «sobrenatural» (cf. Ratzin- siem pre fue una consecuencia capital de la fe en la providen­
ger 1968, 297) (—> culpa y pecado; ley y gracia; negatividad y cia divina: aceptar el destino con fe. En efecto, la fe en la
mal; reconciliación y redención). providencia, en el sentido explicado, perm ite concebir el des­
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA ¿«CORONA DE LA CREACIÓN» O «EPISODIO DE LA EVOLUCIÓN?

tino como el resultado de la situación en que ha sido colo­ m anente del m undo, concepción que entraría rápidam ente en
cada mi individualidad en el acontecer natural, im pulsado conflicto con las distintas teorías astronóm icas sobre el desen­
por el poder universal de Dios, y, al mismo tiem po, como lace del universo. La fe no se lim ita a ofrecer la indicación
fruto de la historia de com unicación con Dios que soy yo abstracta de que, pese a las apariencias, todo el acontecer
mismo en el contexto de mi historia natural. En esta concep­ tiene su sentido bueno y definitivo. La fe en la providencia
ción, el «azar» (de las ciencias naturales) es siem pre lo que puede afirm ar concretam ente que, «al final» (sea cuando y
nos «cae» en suerte, en lo bueno y en lo malo; es decir, lo como fuere), Dios trasform ará el universo m ilagrosam ente
que se nos da de forma inesperada e inm erecida y lo que se — es decir, de modo que el resultado no se deba a la evolu­
nos exige de forma igualm ente inesperada pero con toda ju s­ ción— , de forma que pase a constituir la m orada de los glori­
ticia. ficados, y preparará el cuerpo de los justos, radicalm ente dis­
tinto del terreno, para esta m orada. En todo caso, será lícito
c) «Milagros» que la fe afirme este «milagro» concreto, y ello dista de cons­
tituir un guión apocalíptico sobre las «postrim erías». En una
Partiendo de nuestras reflexiones, es posible dar una res­ palabra: es posible concebir la «vida eterna» sin refugiarse en
puesta al problem a de los milagros. Aquí no es necesario pre­ la abstracción (—» cuerpo y alma; m uerte y resurrección;
cisar si ha habido alguna vez un milagro en el sentido de una tiem po y eternidad).
«interrupción de las leyes físicas», ni si los milagros bíblicos,
al menos algunos de ellos, deben entenderse así. Pero, a nues­ e) ¿«Corona de la creación» o «episodio de la evolución»?
tro juicio, la afirmación de que un milagro así entendido es
siem pre posible se halla implícita en la idea de una alteridad Desde esta perspectiva, finalm ente, la teología podrá conside­
soberana y subjetual de Dios con respecto a la naturaleza. En rar que no hay contradicción en que el hom bre sea la corona
efecto, ¿qué objeción podría poner límite a esta soberanía o de la creación y, al mismo tiempo, con respecto a la evolu­
dem ostrar que está en contradicción con la esencia de Dios? ción general, constituya un episodio, al que tal vez siga un
De aquí se sigue, adem ás, que la idea de una «interrupción nuevo tiempo cósmico sin hom bres. Porque si en la evolución
de las leyes naturales» es engañosa. Porque, en el caso del ha tenido lugar, aunque haya sido sólo durante un segundo,
(posible) milagro, Dios no pasa a constituir un factor m un­ una com unicación de Dios con un espíritu creado, tal hecho
dano, como si su acción «inm ediata» ocupara el lugar de la es indeleble en razón del propio Dios, no puede «refundirse»
ley natural o de la relación causal regida por tal ley. Dios ac­ en el resto de la evolución (Ratzinger). C uando se habla de
tuaría, más bien, disponiendo las causas segundas de otra «episodio», no se quiere reconocer esto; pero, así, tal discurso
m anera, pero no sin causas segundas (—» fenómenos naturales y descalifica el nivel ontològico, único en que es posible como
milagros). enunciado reflejo. Por ello, pese a los problem as de método,
no se debe tener por «insensatos» a los especialistas en cien­
d) Consumación de todas las cosas cias naturales que encuentran en sus conocimientos científicos
un punto de apoyo para su fe en Dios. Perm ítasenos citar
Esta respuesta al problem a de los milagros se corrobora aquí a Pascual Jordan en representación de otros muchos. En
cuando se exam inan las consecuencias escatológicas, pues un todo caso, ellos no abandonan el nivel ontològico del hombre.
milagro sería sólo una anticipación de lo que ocurre al final.
Nuestras reflexiones nos liberan de tener que concebir la con­ Como hemos visto, tam bién en su versión nueva es la fe
sum ación escatológica de todas las cosas como un proceso in- en la providencia, como ha sido siempre, una piedra de toque
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CAUSALIDAD - AZAR - PROVIDENCIA

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Bela Weissmahr
Otto Knoch

136
I. Historia de las religiones (Bela Weissmahr) 139 I. Historia de las religiones
II. Fenómenos naturales y milagros en la Sagrada Escritura (Otto
K noch) 141
1. El milagro, autorrevelación del Dios que salva en la historia 141 Según el testimonio de la historia de las religiones, los acon­
2. Signos milagrososy fe 142 tecimientos «extraordinarios» y «milagrosos» form an parte
3. El carácter escatológico de los relatos bíblicos de milagro y su interpre­ del patrim onio de todas las convicciones religiosas, pues en
tación teológica 144 ellos experim enta el hom bre religioso lo santo y lo divino.
a) Antiguo Testamento 144 C uando éste no ha descubierto todavía la regularidad y cons­
b) Nuevo Testamento 144 tancia de los procesos naturales, no deslinda (todavía) lo que
c) Los milagros de Jesús y la proclamación del reino de Dios 146 le parece milagroso de lo natural. Pero tam bién cuando hace
d) Hechos milagrosos y relatos de milagro 147
e) Los milagros, testimonio de que el poder salvífico de Jesús sigue esta distinción sigue contando con lo milagroso, pues reco­
actuando en la Iglesia 149 noce la realidad de lo santo y de lo divino como un poder
4. Los grandes signos de Satán y el discernimiento de espíritus 149 supraterreno. Sometiéndose a tal poder, adopta una actitud
5. Los relatos de milagro, estímulo para la fe en situaciones difíciles 149 religiosa. Si trata de dom inarlo, hablam os de magia.
Los fenómenos extraordinarios a los que se atribuye un
III. Fenómenos naturales y milagros en la historia del pensa­ significado religioso son múltiples: vivencias de inspiración,
miento (Bela Weissmahr) 151 éxtasis, estados de trance, visiones, precogniciones, sueños, le-
vitaciones, curaciones, resurrecciones. Con frecuencia apare­
1. Patrística y escolástica 151 cen unidos a determ inadas personas (cham anes, magos, vi­
2. Edad Moderna 152 dentes, hechiceros, brujos, nigrom antes, curanderos) o a
a) Spinoza 152 determ inados lugares (Delfos, Epidauro, etc.).
b) Hume 153 Desde el punto de vista de la teología católica hay que de­
c) Método histórico-crítico 153 cir lo siguiente: el centro de la historia de salvación lo consti­
d) Método cognoscitivo de las ciencias naturales 154
tuye la revelación de Dios en Jesucristo, que representa el
IV. Reflexiones sistemáticas 158 «milagro» central frente a todos los dem ás fenómenos m ila­
grosos de carácter religioso. Pero, según el pensam iento cató­
lico, la gracia de C risto no obra sólo dentro de la com unidad
Artículos complementarios que se confiesa expresam ente cristiana; por eso se puede ha­
blar tam bién de milagro en sentido teológico en las religiones
Ateísmo y ocultamiento de Dios; autonomía y condición creatural; causali­ no cristianas. Por tanto, en ocasiones, es posible estar de
dad - azar - providencia; comunidad; cristianismo y religiones del mundo; de­ acuerdo con sus seguidores cuando interpretan un aconteci­
terminación y libertad; evolución y creación; experiencia y fe; felicidad y sal­ miento extraordinario como signo de Dios. Pero, consideradas
vación; historia del mundo e historia de la salvación; Ilustración y históricam ente, las m últiples religiones no sólo se presentan
revelación; materialismo, idealismo y visión cristiana del mundo; mito y como caminos y pasos previos hacia la revelación definitiva
ciencia; muerte y resurrección; mundo técnico-científico y creación; natu­ de Dios, sino que son tam bién senderos hum anos que desca­
raleza e historia; símbolo y sacramento; sociedad y reino de Dios; teoría m inan y desvían del Dios verdadero; por eso, en muchos
de la ciencia y teología; trascendencia y Dios de la fe. casos es preciso rechazar la interpretación que ofrecen y con­
138 139
FENÓM ENOS NATURALES Y MILAGROS

siderarla como superstición. La distinción entre lo realm ente


divino y lo supuestam ente divino debe hacerse, en esencia, II. Fenómenos naturales y milagros
según los criterios que pueden tom arse de la Sagrada Escri­
tura y que rigen tam bién dentro de la Iglesia (—* cristianism o
en la Sagrada Escritura
y religiones del m undo; historia del m undo e historia de la
salvación).
1. E l milagro, autorrevelación del Dios que salva
Beta Weissmahr en la historia
[Traducción: Tomás Romera] Tam bién en la Biblia — docum ento oficial y vinculante de la
revelación divina y de la correspondiente «religión» del pue­
blo de Dios— aparecen todos los fenómenos citados y las per­
sonas carism áticas capacitadas para llevarlos a cabo (vi­
dentes, profetas, carism áticos); pero estos acontecim ientos
extraordinarios se hallan en un contexto radicalm ente nuevo:
el de la acción salvífica del Dios verdadero. Él es el autor de
tales signos y acontecim ientos; él da las facultades y poderes
extraordinarios a las personas escogidas para este fin, las
cuales tienen que ajustar dócilm ente su acción al plan salví-
fico de Dios y no pueden utilizar egoístam ente sus poderes.
Este Dios actúa a la vez como creador y como salvador;
por eso, los autores bíblicos no ven ninguna contradicción en­
tre la acción de Dios en el orden de la creación y su acción
en el curso de la historia. A ellos no se les plantea el pro­
blema de la interrupción del orden de la creación o de «la
naturaleza» (que cada autor conoce de distinto modo). De
ahí que, desde el punto de vista bíblico, los fenómenos «m a­
ravillosos y asombrosos» deban definirse como aconteci­
m ientos extraordinarios en los que Dios se m anifiesta y obra
salvíficamente en favor de un individuo o del pueblo entero.
En este aspecto, tales hechos tienen carácter de signo. El
«milagro» es parte tan esencial de la historia de la revelación
del Antiguo Testam ento y del Nuevo que no es posible elimi­
narlo m ediante la interpretación ni presentarlo como algo se­
cundario para el creyente. En el Antiguo Testam ento hay tra­
diciones de milagros, sobre todo en la tradición del Exodo
(en relación con M oisés), en los Profetas (particularm ente en
los casos de Elias y Eliseo); en el Nuevo Testam ento, en rela­
ción con Jesús (en los cuatro Evangelios, especialm ente en
140 141
FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS SIGNOS MILAGROSOS Y FE

M arcos y Ju an ) y con los Apóstoles (Pedro y Pablo en los Dios (nifláot, nóráót, pala’, thaumasia, paradoxa), signos milagrosos
Hechos de los Apóstoles). A este respecto conviene tener pre­ (mojet, teras), proezas que deben ensalzarse y reconocerse como
sente que el lector y el oyente de la Biblia se encuentran con milagros (aretai; 1 Pe 2,9). Tales hechos aparecen en el contexto
narraciones de milagros, no con los propios hechos milagrosos del encuentro entre Dios y el hombre y tienen carácter de diá­
de que hablan tales «relatos». logo. De un lado, presuponen un determinado horizonte de ex­
Los acontecim ientos «milagrosos» con que Jahvé intervino pectativas: conocer la acción de Dios en la historia y sus pro­
en favor de su pueblo en situaciones extraordinarias tienen, mesas de fidelidad, solicitud y disponibilidad para escuchar,
según el testimonio de la Biblia, una im portancia capital para pero también su justicia, y saber que Dios escucha las súplicas
el pueblo elegido, pues en ellos se revelan el poder y la gran­ de los hombres; de otro, estar abierto a una intervención espe­
deza de Dios, su santidad, su designio salvífico, su fidelidad y cial de Dios en la historia y tener experiencia, por la fe, de la
su am or. De ahí que el pueblo elegido tenga que «recordar naturaleza de la acción extraordinaria de Dios. Lo que distin­
estos hechos milagrosos» del Dios de la alianza para cercio­ gue a un especialista en ciencias naturales de un creyente es
rarse una y otra vez, m ediante la fe, de la fidelidad de Dios. que, ante los fenómenos especiales todavía no esclarecidos de la
Por eso, los milagros deben transm itirse y atestiguarse; hay naturaleza y de la historia, aquél mantiene por principio la pos­
que celebrarlos y conm emorarlos en el culto: «Cuando el día tura previa de considerarlos inmanentes al mundo. Ahora bien,
de m añana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esas norm as, esos Dios sólo se manifiesta allí donde los hombres están abiertos a
m andatos y decretos que os m andó el Señor, vuestro Dios?”, su «revelación». Además, las «obras milagrosas» de Dios tienen
le responderás a tu hijo: “Éram os esclavos del Faraón en una dimensión salvífica. Dios no hace milagros por arrogancia
Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte; el Se­ ni por placer. Por eso, no es posible disponerlos arbitrariam ente
ñor hizo signos y prodigios grandes y funestos en Egipto..., ni pedirlos o repetirlos a capricho. Los milagros son obras salví-
pero a nosotros nos sacó de allí para... darnos la tierra que ficas de un Dios libre, y el hombre tiene que recibirlos con doci­
había prom etido a nuestros padres. Y nos m andó cum plir lidad.
todos estos m andatos, respetando al Señor, nuestro Dios, Según su naturaleza, estas acciones salvíficas extraordina­
para nuestro bien perpetuo” ...» (Dt 6,20-25). rias de Dios pueden ser milagros de dirección, en los que la con­
«Hemos descrito estos signos que Jesús realizó en presen­ junción de una serie de circunstancias «naturales» produce
cia de sus discípulos... para que creáis que Jesús es el Mesías, un modelo en el que se manifiesta al creyente la mano de Dios,
el Hijo de Dios, y con esta fe tengáis vida gracias a él» (Jn o milagros en la naturaleza, donde «las reglas del orden de la crea­
20,30s). ción conocidas por nosotros» (según san Agustín) quedan sin
efecto (por ejemplo, la resurrección de los muertos, las cura­
ciones extraordinarias). Pero también con respecto a estos
2. Signos milagrosos y f e últimos «milagros» es preciso adm itir (recuérdense los hechos
análogos de las religiones no bíblicas y las observaciones de la
En este aspecto, las tradiciones de milagros pertenecen al ám ­ parapsicología) que determinados hombres «con poderes espe­
bito de la fe y de su proclam ación, no al de las ciencias natu ­ ciales» pueden intensificar y activar sorprendentemente ciertos
rales. Así lo indican ya los términos con que la Biblia designa factores extraordinarios del orden de la creación. Tam bién los
los fenómenos correspondientes: signo (’dt, semion, sobre todo en llamados milagros en la naturaleza de la Biblia presentan siem­
el Evangelio de Juan), acto de poder o de fuerza de Dios (gebü- pre una relación personal; no ocurren sin más en un «objeto
rot, dynameis), actos, obras de Dios (maasdh, erga), prodigios, natural»; están orientados a la revelación de Dios y a la fe.
grandes obras de Dios (gedóldt), hechos asombrosos, terribles de
142 143
NUEVO TESTAM ENTO

tual afirma casi unánim em ente que Jesús hizo efectivamente


3. E l carácter escatológico de los relatos bíblicos milagros, y enum era entre ellos, sobre todo, las curaciones de
de milagro y su interpretación teológica enfermos de todo tipo m ediante una palabra de curación,
acom pañada frecuentem ente de un gesto curativo. Se discute
En relación con las tradiciones bíblicas de milagros, hay que si las resurrecciones de personas recién fallecidas (la hija de
tener presente que no pretenden narrar los hechos de forma Jairo, el joven de Naín) pueden contarse entre estas cura­
«objetiva» y «aséptica» como un protocolo, sino que quieren ciones. De ser así, constituirían un caso límite. (El relato de
alabar con agradecim iento las obras extraordinarias de Dios la resurrección de Lázaro, J n 11, tiene una im pronta clara­
y confesarlas con propósitos misioneros. Y la razón es que el m ente cristológica.) Las expulsiones de demonios suelen com­
milagro im pacta a los hom bres, no ocurre sencillamente como putarse entre estos hechos curativos (enfermedades psíquicas
algo cotidiano. Este carácter aretalógico de todos los «relatos especiales con pérdida de la autodeterm inación personal).
de milagro» exige exam inar y determ inar cuidadosam ente su Como razones que avalan esta posición, pueden citarse las
forma literaria, para poder averiguar cómo debe interpretarse siguientes: algunas palabras de Jesús, de signo claram ente
teológicamente un «relato» semejante. prepascual, rem iten a tales milagros de curación (incluidos
los exorcismos; cf. Le 11,19; M t 12,27: M e 3,22s; Le 7,22s y
a) Antiguo Testamento M t li,5 s; Le 10,24 y M t 13,16s; Le 10,13-15; Le 13,32 con
Como en el Antiguo Testamento no hay relatos paralelos neu­ M t 11,20-24); adem ás, la tradición judía supone la actividad
trales y, por otra parte, las tradiciones de milagros de la histo­ taum atúrgica de Jesús (cf. Trat. Sanedrín 43a: «Jesús practicó
ria de Israel muestran la tendencia a magnificar los hechos mi­ la m agia, sedujo a Israel y le hizo apostatar...»). Los judíos
lagrosos de Dios, nunca se puede averiguar con precisión qué no esperaban que el M esías fuera un taum aturgo. Además, la
hay históricamente «detrás de» los relatos. Esta circunstancia tradición de los milagros de Jesús ocupa tanta extensión en
la indica ya el Antiguo Testam ento cuando, por ejemplo, acu­ todos los Evangelios (en M arcos, casi un tercio) que debe de
ña y transmite varias versiones de la milagrosa salvación del tener un fundam ento histórico.
M ar Rojo (cf. Ex 13,20; 14,l-3.5a.l0b.lÍ.12.15.20b.25a.27b.31b Algunos hechos milagrosos de Jesús presentan rasgos típi­
con Ex 13,2s; 14,5b. 10a. 13.19b.20b.21a.24.25b.27a.30.31a y Ex cam ente «jesuánicos»; por ejemplo, las curaciones en sábado,
13,17-19; 14,16.19a.22s.26.27a.28s; 14,6s). que dieron origen a los conflictos sobre el sábado (cf. Me
El mayor m ilagro de la antigua alianza es que Dios se re­ I,23-31; 3,1-6; Le 13,10-17; 14,1-6).
Pero hay algo más im portante todavía: todos estos m ila­
veló a la pobre agrupación tribal israelita, integrada por se- gros se hallan en un nuevo contexto significativo, fijado, sin
m inóm adas, condujo a esta com unidad de modo particular e duda alguna, por el propio Jesús: con sus milagros, Jesús
hizo de Israel el transm isor de su revelación. La forma con­ quiere indicar y poner de manifiesto que el reinado de Dios
creta de las diversas etapas de esta revelación sólo puede des­ está despuntando y que su propia actividad ha derrocado el
cribirse a grandes rasgos. señorío de Satán: «Si yo echo los demonios con el dedo de
Dios, señal que el reinado de Dios os ha dado alcance» (Le
b) Nuevo Testamento II,20; M t 12,28; cf. Le 10,18; Me 3,27). «Como carism ático
En el Nuevo Testam ento hay que exam inar tam bién cuidado­ taum atúrgico apocalíptico, Jesús ocupa un puesto singular en
sam ente las formas en que aparece la tradición de milagros. la historia de las religiones. U ne dos m undos espirituales que
Desde el punto de vista teológico, tiene especial im portancia antes nunca habían estado unidos de esta m anera: la expecta­
la cuestión de si Jesús hizo milagros y cuáles. La exégesis ac­ ción apocalíptica de un futuro de salvación universal y la rea­
144 145
FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS
HECHOS MILAGROSOS Y RELATOS DE MILAGRO

lización episódica de la curación milagrosa actual». «La nidad para colaborar en su misión. Como los milagros de Jesús
unión de la escatología y el m ilagro es singular en Jesús» no superan por su naturaleza a los del Antiguo Testamento, lo
(Theissen 274.277). De este contexto forma parte tam bién el específico de tales milagros sólo puede conocerse por el contexto
hecho de que Jesús aplique a sus propias obras las promesas en que Jesús los situó: su anuncio del reino de Dios y su pre­
salvíficas de Is 26,19; 29,18; 35,3ss; 61,1 ss (cf. Le 7,22s; M t tensión de ser el salvador definitivo: «Aquí está uno que es más
ll,5 s). «Jesús entiende sus milagros como hechos orientados que Salomón... Aquí está uno que es más que Jonás» (Le
hacia algo que no se ha dado nunca. A nticipan el nuevo 11,29-32; M t 12, 38-42; M e 8, lis).
m undo del reino de Dios» (Theissen). De un lado, los m ila­ Por eso tam poco se puede probar la «filiación divina» o la
gros son expresión de la conciencia m esiánica de Jesús, ins- «divinidad» de Jesús tom ando como única base sus milagros
taurador del tiempo de salvación prom etido; de otro, un fac­ (—> sociedad y reino de Dios).
tor y un medio para realizar este tiempo de salvación. La
salvación abarca aquí al hom bre entero, incluida su realidad d) Hechos milagrosos y relatos de milagro
psíquica, corporal y social, y no afecta sólo a su relación con
Dios. La salvación se plasm a en el perdón de los pecados, en Jesús hizo milagros, pero no escribió relatos de milagro. Fue
la reconciliación con la com unidad religiosa del pueblo de después de su resurrección cuando sus discípulos recurrieron
Dios (cf. los publícanos y pecadores) y en el restablecim iento a sus hechos milagrosos para ganarle adeptos y para m ostrar
de la salud psíquica y física y de la autodeterm inación. En la naturaleza y el significado de su persona y de su obra. Y
este sentido, dichos milagros eran una llam ada a Israel y a expusieron las obras milagrosas de Jesús sirviéndose tanto del
sus dirigentes para que reconocieran los signos del tiempo y Antiguo Testam ento como de narraciones paganas del m undo
aceptaran a Jesús (—» felicidad y salvación). greco-rom ano sobre taum aturgos y milagros. Su presentación
de Jesús como taum aturgo está influida por la fe en el propio
c) Los milagros de Jesús y la proclamación del reino de Dios Jesús, el Resucitado, el Señor, el Hijo de Dios, así como por
la orientación a destinatarios que form an parte de la Iglesia o
Característico de su actividad taum atúrgica es que Jesús rehúsa no pertenecen aún a ella.
hacer milagros puramente demostrativos y acreditativos: «A Así, para indicar que Jesús consuma la antigua alianza, se
esta generación nunca se le dará un signo» (Me 8,11 par); tam ­ aplican a su obra ciertos motivos veterotestamentarios: el mila­
poco actúa cuando no hay una apertura hacia él y hacia su mi­ gro del maná, realizado por Moisés (cf. la tradición de la multi­
sión. Porque con sus milagros quiere m ostrar quién es él y cuál plicación de los panes — Me 6,34ss; Jn 6,lss— con Ex 16); la
es su misión. «No pudo hacer ningún milagro en Nazaret por­ salvación de los peligros del m ar (Me 4,37ss con Sal 107, 25ss;
que... lo rechazaron» (Me 6,5). En este sentido, Jesús presu­ Jon 1,4-6); las resurrecciones de muertos llevadas a cabo por
pone la fe, es decir, una apertura a su misión y a su potestad, Elias y Eliseo (cf. M e 5,21-23. 35-43; Le 7,11-17 con 1 Re
para poder obrar con el poder de Dios. Para él, la fe es condi­ 17,17-24; 2 Re 4,18-37); la curación de un leproso realizada por
ción previa, no resultado de sus obras. De todos modos, su acti­ Eliseo (cf. M e 1,40-45; Le 17,1 lss con 2 Re 5,7-14); a este
vidad se encamina a dar a conocer su misión y su potestad y, grupo pertenecen también los milagros que acompañan el naci­
consiguientemente, su «secreto» (cf. el «secreto mesiánico» en miento de Jesús (cf. M t 1-2, Le 1-2). Los distintos relatos de
Marcos, pero también en Juan). Jesús no quiere instaurar el milagro suelen narrarse siguiendo la pauta de los relatos pa­
reinado de Dios en Israel sin el consentimiento y colaboración ganos de curaciones de la época. Gerd Theissen ha puesto de
de éste. Los milagros de Jesús no tenían como fin avasallar a relieve los diversos elementos. Comienza por distinguir exor­
sus coetáneos, sino que constituían una invitación y una oportu­ cismos, relatos de curaciones, epifanías (relatos de autorrevela-
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FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS SIGNOS DE SATÁN Y D ISCERNIM IENTO I)E ESPIRITUS

ción, cf. Me 4,35-41; Le 5,1-11; Jn 21,1-14), milagros de salva­ paganos (Asclepio, Apolonio de Tiana) (—» m uerte y resu­
mento (Ale 4,35-41; también el relato de la multiplicación de rrección; símbolo y sacram ento).
los panes), milagros de donación (bodas de Caná, multiplica­
ción de los panes, pesca milagrosa) y milagros normativos, que
deben refrendar la nueva predicación (cf. los conflictos sobre el e) Los milagros, testimonio de que el poder salvífico de Jesús
sábado). sigue actuando en la Iglesia
Pero es mejor encuadrar los milagros de salvam ento entre
las epifanías e interpretarlos como milagros de revelación; lo Las narraciones de milagros hechos por apóstoles o por diri­
mismo se puede decir de los milagros de donación y de los gentes cristianos, que en parte presentan rasgos claram ente
norm ativos. En la exposición del relato concreto, Theissen legendarios (cf. Hch 5,1-11.12-26; 7,8; 8,4-8; 13,10s; 14,8-20;
enum era un «arsenal» de treinta y tres elementos. Los más 16,16-18; 19,11-20; 2 Cor 12,16.12), sirven para probar que el
im portantes son: la descripción de las circunstancias, la apa­ poder salvífico de Cristo está presente y sigue actuando en la
rición del taum aturgo (a veces con oponentes e inllujos ad ­ Iglesia; que la época apostólica está especialm ente m arcada
versos), el acontecim iento milagroso, la reacción de los pre­ por tal poder y que los carism as de la Iglesia son efecto del
sentes (con una declaración general de tipo cristológico). poder salvífico del Resucitado (cf. 1 C or 12,4-11.28-30; Rom
Como funciones (Sitz im Leben o «contexto originario») de 12,3-8; E f 4,1-16) (—» com unidad; Iglesia).
los relatos de milagro se mencionan las siguientes: anunciar a
Cristo (Cristo ocupa el centro de tales relatos; así, sobre todo,
en Juan: «Yo soy la luz», «la vida», etc.); suscitar la fe en Dios, 4. Los grandes signos de Satán y el discernimiento de espíritus
en el Resucitado; invitar a la oración de súplica en todas las
ocasiones de la vida (cf. Me 5,36; 9,23; 11,20-25: «cualquier Notemos, finalm ente, que tanto el Antiguo Testam ento como
cosa que pidáis en vuestra oración, creed que os la han conce­ el Nuevo piensan que tam bién Satán, como oponente de
dido, y la obtendréis»); apoyar la acción de los carismáticos Dios, puede obrar grandes signos y milagros sirviéndose de
cristianos y la atención de la Iglesia a los enfermos y desvalidos hom bres, y que sólo la convivencia con el pueblo de Dios y la
(cf. 1 Cor 12,9s: «El Espíritu da... el don de curar enferme­ observación de la conducta de las personas carism áticas pue­
dades, poder de hacer milagros...»; también Me 6,7; M t 10,1; den descubrirnos «de qué espíritu es hijo cada cual» (cf. Dt
Sant 5,14s); corroborar la convicción de estar viviendo ya en la 18,9-22; Os 5,1-7; Dn 11,21-39; M e 3,22; 13,5s; M t 24,lis;
salvación, y la esperanza de una pronta transformación y con­ 2 Cor 11,3s; 13-15; 2 Tes 2,1-12; 1 Jn 2,18-23; Ap 13,1-18).
sumación definitiva de la creación.
Todos estos relatos de m ilagro están m arcados por la fe
en el Resucitado y en su acción en la Iglesia. Por eso son m a­
nifestaciones visibles del significado salvífico de la comunión 5. Los relatos de milagro, estímulo de la f e
con el Resucitado m ediante la fe y el bautism o o la eucaristía en situaciones difíciles
(cf. los milagros del pan y del vino) y m ediante la salvación
donada por él, que quiere salvar al hom bre entero. Los lla­ En la predicación pospascual, los relatos de milagro sirven
mados relatos de epifanía («milagros en la naturaleza») de­ para alentar a los cristianos a una fe resuelta en el am or y la
sem peñan con particular eficacia esta función de m anifesta­ fidelidad de Dios, que actúa en la Iglesia por medio del Re­
ción visible. Q uizá pretenden tam bién presentar a Jesús como sucitado; al mismo tiempo m uestran de qué es capaz esa fe
el verdadero salvador (soter) frente a los relatos de salvadores en situaciones difíciles. «Para el que cree, todo es posible»
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FENÓM ENOS NATURALES Y MILAGROS

(M e 9,25). Así, los relatos de m ilagro atestiguan hoy lo que


puede esperar quien cree que el am or de Dios es más fuerte III. Fenómenos naturales y milagros en la
que el mal y la m ism a m uerte (—» experiencia y fe; Ilustra­ historia del pensamiento
ción y revelación).
Otto Knoch 1. Patrística y escolástica
[Traducción: Tomás Romera] Los Padres de la Iglesia conocen sin duda las constantes de
la naturaleza, pero no hacen una distinción rígida entre fenó­
menos naturales y milagros. Para Agustín, lo mismo prueban
el poder de Dios los acontecim ientos más ordinarios de la na­
tu raleza que los m ilagros m ás ex trao rd in ario s. Pero los
últimos son más llamativos para el hombre.
La escolástica tiene conciencia refleja de la autonom ía re­
lativa de la naturaleza. Para Tom ás de Aquino, el curso ordi­
nario de la naturaleza se rige por la naturaleza de los seres
fija en cada especie. Pero esta naturaleza procede de Dios,
que por eso obra a través de ella de modo «ordinario». La
acción conjunta de las fuerzas naturales da lugar al orden de
la naturaleza. Pero Dios no está ligado a este orden; es su Se­
ñor libre y, por su om nipotencia creadora, puede hacer por sí
mismo, y al m argen de las fuerzas naturales, cosas imposibles
para éstas. C uando Dios obra de este modo «especial», nos
encontram os ante un milagro. El milagro debe ser, por tanto,
un acontecim iento realizado por Dios fuera del orden general
de la naturaleza (como signo de salvación). T am bién se sa­
bía, n aturalm ente, que hay m ilagros que sólo superan las
fuerzas de la naturaleza por la forma en que se realizan.
El conocimiento del milagro como tal — es decir, la com­
probación de que un acontecim iento determ inado es real­
m ente expresión de que Dios cuida de nosotros con pleno po­
d er— no p a re c ía o frecer esp eciales d ific u lta d e s en esta
concepción. Se creía conocer con bastante claridad lo que se
puede esperar de la naturaleza. C uando aparecía algo que so­
brepasaba las fuerzas n aturales (resurrección de m uertos,
transform ación o m ultiplicación de la m ateria), se estim aba
que no podía proceder sino del Dios creador. C uando se tra­
taba de algo que sólo era milagroso en razón de la forma
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FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS HUME

(como una curación instantánea o muy rápida), había que te­ petidas constantem ente por los filósofos y escritores de la
ner en cuenta las circunstancias del acontecim iento — es de­ Ilustración: nada puede suceder contra la naturaleza. O en
cir, la finalidad religiosa y el bien resultante del aconteci­ térm inos algo diferentes: es indigno de Dios suponer que
miento— para poder hablar de una acción divina (pues se tiene que estar corrigiendo constantem ente su creación.
suponía que en tales casos había que contar con la posibili­
dad de falsos milagros dem oniacos). Esta concepción del mi­ b) Hume
lagro ha sido determ inante p ara la teología católica hasta
nuestros días. En H um e aparece, adem ás, una consideración de tipo gno-
seológico: los testimonios acerca de m ilagros no son fiables
por principio. «N ingún testim onio es suficiente — escribe
2. E dad M oderna Hum e— para establecer un milagro, pues el testim onio ten­
dría que ser de tal naturaleza que su falsedad fuera más mi­
La amplia unanimidad existente en el Occidente cristiano sobre lagrosa que el hecho que trata de establecer... Si alguien me
la posibilidad y la cognoscibilidad de los milagros desapareció dice que ha visto a un m uerto volver a la vida, yo me pre­
con la Ilustración. Las objeciones más importantes, formuladas gunto inm ediatam ente qué es más verosímil: que el inform a­
incesantemente a partir de entonces, van unidas a los nombres dor m ienta o esté equivocado o que el suceso contado por él
de Baruch Spinoza y David Hume, así como al mélodo histórico- haya ocurrido realm ente. Yo com paro un milagro con otro y
crítico, característico de la ciencia bíblica, y a la explicación cientí­ me decido en razón de la superioridad que descubro; siempre
fica del universo, que constituye el fundamento general de la crí­ rechazo el milagro superior. Si la falsedad de un testimonio
tica de los milagros en la época moderna (—» Ilustración y reve­ fuera más milagrosa que el acontecim iento narrado por él,
lación; teoría de la ciencia y teología). entonces y sólo entonces p od ría exigir un asentim iento»
(Hum e 135s).
a) Spinoza
c) Método histórico-crítico
Spinoza cree que no puede haber milagros, porque todo lo
que sucede en el m undo se realiza según leyes y reglas La ciencia bíblica cultivada con el método histórico-crítico,
eternas que dim anan de la esencia de Dios. C uando se habla que comenzó a desarrollarse en el siglo XVII1 y alcanzó su
de «milagros» (o «fenómenos extraordinarios»), tal expresión m adurez en el XIX, abogó por una interpretación no dogm á­
sólo puede significar que no es posible explicar el aconteci­ tica y rigurosam ente científica de la Biblia. Su principio fun­
miento en cuestión según el modelo de los hechos ordinarios. dam ental era que la Biblia, como cualquier docum ento anti­
Si alguien, sin em bargo, quisiera afirm ar que Dios hace algo guo, debe exam inarse e interpretarse en su contexto histórico
contra las leyes de la naturaleza, tendría que afirm ar tam bién sin ninguna clase de prejuicios, es decir, sin dejarse influir
que Dios hace algo que está en contradicción con su natura­ por ninguna tradición religiosa. El objetivo de la investiga­
leza. Spinoza deduce de aquí que todas las historias que no ción es determ inar «cómo fueron realm ente las cosas», por ci­
pueden explicarse naturalm ente han sido introducidas en las tar una conocida expresión de Leopold von Ranke. N um e­
Sagradas Escrituras por m anos criminales. «Pues lo que es rosos relatos de m ilagro fueron víctim a de esta tendencia.
contrario a la naturaleza es tam bién contrario a la razón, y lo H abía que explicarlos racionalm ente, es decir, había que pre­
que es contrario a la razón es absurdo y, por tanto, rechaza­ sentarlos como im postura o como equivocación, o bien — ya
ble» (Spinoza 125). Estas afirmaciones de Spinoza fueron re­ entonces— como simple recurso literario. El presupuesto vá­
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FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS MÉTODO COGN OSCITIV O DE LAS CIENCIAS

lido para el método histórico-crítico en general y, consiguien­ diante ecuaciones m atem áticas) que existen entre aspectos
temente, para la investigación bíblica, lo formuló con toda exactamente determinados (y examinados en el mayor aisla­
claridad Ernst Troeltsch a finales del siglo XIX: «La analogía miento posible) de los fenómenos naturales. U na ley formulada
de lo que acontece ante nuestros ojos y de lo que ocurre den­ primero como hipótesis se considera comprobada cuando los es­
tro de nosotros mismos es la clave de la crítica histórica... La tados deducidos (calculados) teóricamente de la regla se com­
coincidencia con los acontecimientos y estados norm ales, or­ prueban mediante la observación metódica (experimento).
dinarios o atestiguados num erosas veces, tal como ios cono­ En el sentido de las ciencias naturales, una cosa está acla­
cemos, es la señal de verosim ilitud de los fenómenos que la rada cuando se puede indicar la regla según la cual un es­
crítica puede adm itir como realm ente sucedidos o, por el con­ tado B se sigue de otro estado A. Las ciencias naturales, al
trario, rechazar» (Troeltsch 732). explicar los procesos o estados m ateriales en la forma indi­
cada, hacen las siguientes suposiciones, características de
d) Método cognoscitivo de las ciencias naturales ellas:
1.a Como las leyes naturales son válidas siempre según
El método cognoscitivo de las ciencias naturales y la interpre­ la regla «si A, entonces B», la interpretación científica trata
tación del universo derivada del mismo influyen en nuestro siempre de reducir una cosa a otra (adecuadam ente distinta
pensamiento: las ciencias naturales constituyen un elemento de ella).
im portante de la formación m oderna; adem ás, vivimos en un 2.a La investigación científica parte tam bién de que todo
m undo m arcado profundam ente por el sello de la industriali­ acontecim iento intram undano se debe a condiciones o causas
zación y del progreso constante de la técnica, que en defini­ intram undanas. Pero este principio, que puede denom inarse
tiva deben su existencia a las ciencias de la naturaleza. principio de causalidad intram undana, ha de entenderse co­
Las propiedades decisivas del pensamiento científico obede­ rrectam ente. Negativamente, afirm a que el recurso a una causa
cen a que las ciencias naturales sólo se ocupan de la realidad extram undana (Dios) no puede ser una explicación en sen­
material en la medida en que ésta o los procesos que se desa­ tido científico. Positivamente, expresa al mismo tiempo la acer­
rrollan en ella pueden conocerse con exactitud y describirse me­ tada idea de que todo lo que sucede en el m undo está en re­
diante relaciones cuantificables. El fundamento histórico-cientí- lación ontològica con el m undo, cosa que debe tenerse en
fico de esta opinión está en el convencim iento de que las cuenta en cualquier explicación (no sólo en la científica). Sin
estructuras de la realidad material pueden entenderse por me­ em bargo, este principio no se debe interpretar en sentido ex­
dio de las m atem áticas, convencim iento que se rem onta a clusivo; es decir, no se puede afirm ar que la única explicación
ciertos principios pitagórico-platónicos y que volvió a cobrar vi­ posible — y siem pre suficiente— de un hecho consiste en re­
gencia en el Renacimiento. Esta convicción determina también ducirlo a otro hecho intram undano: entendido así, el princi­
el concepto de materia de Descartes: m ateria es la sustancia ex­ pio es sólo un postulado metodológico de las ciencias de la
tensa, que puede ser conocida investigando las relaciones cuan- naturaleza.
tificables existentes entre sus partes. Las ciencias de la natura­ 3.a O tra suposición de las ciencias naturales es la si­
leza se b asan en la o b serv ació n y, en este asp ecto , son* guiente: la regularidad observada en los procesos de la natu ­
empíricas; pero no adquieren el carácter de verdadera ciencia raleza es expresión de una necesidad. Sin esta suposición,
hasta que no logran explicar los fenómenos observados como nunca sería posible inferir de observaciones particulares una
casos particulares de una regla general y exactamente formu­ ley general.
lada. Esta regla, llamada también ley natural, expresa las rela­ 4.a Finalm ente, las ciencias de la naturaleza se lim itan,
ciones constantes y claramente descriptibles (expresables me­ como ya se ha indicado, a estudiar aquellos aspectos de la
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FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS M ÉTODO COG NO SCITIVO DE LAS CIENCIAS

realidad que son de algún modo cuantificables. Esto es abso­ derno en muchos teólogos aparece con toda claridad en las pa­
lutam ente legítimo desde el punto de vista metodológico. El labras de Rudolf Bultmann, quien, en un artículo introductorio
peligro está únicam ente en que, a veces, esta actitud lleva a al debate de la desmitologización, escribe: «El conocimiento y el
pensar que tiene que ser posible reducir todo lo cualitativo a dominio del mundo han progresado tanto con la ciencia y la téc­
io cuantitativo. nica, que ningún hombre puede tom ar en serio — ni de hecho
Lo dicho hasta aquí puede resum irse en la descripción la toma— la imagen neotestam entaria del mundo... No es posi­
— hecha por K ant y considerada como clásica— de la ley de ble usar la luz eléctrica y el aparato de radio, recurrir a los mo­
causalidad (en ciencias naturales). Para destacar los cuatro dernos servicios médicos y clínicos en caso de enfermedad y, al
puntos indicados, com pletamos la definición kantiana aña­ mismo tiempo, creer en el m undo de espíritus y milagros del
diendo entre paréntesis algunas palabras: «C uando adver­ Nuevo Testamento» (Bultmann 15s).
timos que sucede algo, siem pre suponemos que (este aconte­ De todos modos es preciso constatar que — en lo tocante a
cim iento) va precedido de algo (distinto y ocurrido en el la opinión común de que la imagen científica del mundo, con
m undo) a lo que sigue según una regla (necesaria y, en prin­ su causalidad natural cerrada, no deja lugar para lo que tradi­
cipio, expresable de forma exacta)» (CRPu A195). cionalmente se llamaba «intervención de Dios en el mundo»—
Esta postura metodológica im plica que, para el estudioso se ha producido un cambio, aunque 110 se conozca todavía en
de la naturaleza, es absurdo afirm ar que el milagro consti­ todas partes. Este cambio no es principalmente fruto del descu­
tuye una suspensión de las leyes naturales. C uando algo dis­ brimiento de la indeterminación radical de ciertos fenómenos
curre de distinta forma que se esperaba, el científico se verá microfísicos, sino que obedece más bien a la profundización en
quizá forzado a form ular la ley de otra m anera, pero jam ás ciertas ideas pertenecientes a la teoría de la ciencia: cada vez
explicará un hecho inesperado diciendo que se trata de una hay más conciencia de que las ciencias naturales y su método
excepción de la ley natural. sólo nos ofrecen un modelo del m undo y, por tanto, no pueden
La apelación a Dios, por tanto, no puede ser nunca una pretender decir la palabra definitiva sobre la realidad (—* auto­
explicación científica válida de algo que ocurre o se produce nomía y condición creatural; causalidad - azar - providencia: determi­
en el m undo. D urante largo tiem po 110 se tuvo suficiente­ nación y libertad; materialismo, idealismo y visión cristiana del
m ente en cuenta la distinción entre «explicar científicamente» mundo; mito y ciencia; muerte y resurrección; m undo técnico-
y «explicar en general» (o «explicar» y «entender»); por eso, científico y creación; teoría de la ciencia y teología; trascenden­
el auge y progreso constante de las ciencias — que tuvo como cia y Dios de la fe).
consecuencia la p osibilidad de explicar n atu ralm en te un
núm ero creciente de hechos que antes se atribuían a una in­
tervención inm ediata de Dios en el m undo— pudo dar pie a
que surgiera la idea de que Dios está de sobra. Tal conclu­
sión era falsa, pero no surgió sin culpa de los teólogos. U na
teología cuyo argum ento principal para probar la acción de
Dios en el m undo eran los hechos carentes de una explicación
natural tuvo que ceder cada vez más terreno. Sus constantes
«combates en retirada» dieron la impresión de que la explica­
ción intram undana de todas las cosas era sólo cuestión de
tiempo.
Hasta qué punto lia influido el pensamiento científico mo­
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REFLEXIONES SISTEMÁTICAS

IV. Reflexiones sistemáticas cho, la creación del universo en cuanto totalidad es un caso
completamente distinto del que se contempla aquí. Para poder
pertenecer al mundo, un ser o un acontecimiento que forman
parte del mismo tienen que estar, en cuanto criaturas, en rela­
ción con el mundo entero. Ahora bien, esto presupone una co­
La concepción escolástico-neoescolástica del milagro conside­ nexión basada en el hecho de ser producido por las fuerzas pro­
raba los fenómenos naturales y los milagros como hechos abier­ pias del mundo (que en última instancia, pero sólo en última
tamente antitéticos y se basaba en una distinción entre la ac­ instancia, proceden de Dios).
ción «ordinaria» de Dios en el mundo, que se efectúa a través De lo dicho no se sigue, sin em bargo, que la concepción
de las «causas segundas» (a través de las fuerzas naturales), y escolástica de los milagros sea totalm ente rechazable. Encie­
la acción «extraordinaria» divina, con la que Dios produciría rra dos puntos de vista esenciales para la fe: Dios puede
«inmediatamente» — es decir, sin el concurso de fuerzas natu­ obrar en el m undo personalm ente, es decir, librem ente; el
rales o al margen de las causas segundas— algún efecto en el hom bre es capaz de reconocer la acción divina como tal.
mundo. Pues bien, esta concepción y la distinción subyacente a Pero una vez que hemos com probado que no es posible
ella han resultado insostenibles por dos m otivos. Prim ero: hablar de hechos de Dios en el m undo que no se deban a la
nunca se puede demostrar con exactitud ni, por tanto, con rigor acción propia de las criaturas (acción basada últim am ente en
científico que, en un caso concreto, algo no ha sido realizado Dios), surge una pregunta: ¿cómo debe entenderse el discurso
por fuerzas pertenecientes a la realidad creada. Eso sólo podría religioso que presenta muchos acontecim ientos como acciones
probarse si a) todos los procesos naturales discurrieran siempre libres y personales (y, en este sentido, inm ediatas) de Dios?
de forma totalmente determinada y si b) los científicos tuvieran Actualm ente, muchos opinan que se puede renunciar a con­
un conocimiento exhaustivo de todas las fuerzas que actúan en testar a esa pregunta, puesto que sólo m ediante el acto de fe
la naturaleza. Pero ninguna de estas condiciones se cumple. es posible conocer que un hecho es milagro (es decir, acción
Además, y sobre todo, una reflexión teológica especulativa libre y personal de Dios). Esto es cierto; sin em bargo, es pre­
— cuya evidencia es reconocida por un número creciente de teó­ ciso m ostrar que, incluso tras cerrársenos la vía de una expli­
logos— ha mostrado que es impensable un acontecimiento par­ cación sobrenaturalística, es concebible una acción libre y
ticular que proceda sólo de Dios y no también de las fuerzas personal de Dios. Aquí está en juego la racionalidad de la fe
creadas: un acontecimiento semejante estaría en contradicción en la autom anifestación divina en general. H ay que explicar
con la divinidad de Dios y con la unidad de lo creado por el el «cómo», la estructura ontològica, de los actos personales
mismo Dios. En efecto, si Dios hiciera algo en el m undo sin la divinos en un m undo que se desenvuelve de acuerdo con
mediación (com patible con su intervención inm ediata en el leyes propias; de lo contrario no se puede defender de forma
acontecimiento) de las causas intram undanas, que actúan con convincente el «qué», la efectividad, de las acciones salvíficas
la autonomía propia de las criaturas, debería ser considerado y libres de Dios en el mundo.
como causa única del acontecimiento y, por tanto, en este caso Las dificultades que surgen aquí se deben a que espontá­
pasaría a ser también la causa intram undana de lo que sucede. neam ente se dan por supuestas dos cosas: 1.a, lo que procede
Así, Dios sería, al menos en este caso, una fuerza equiparable a inm ediatam ente de las criaturas no puede ser una obra espe­
las otras fuerzas intram undanas y, consiguientemente, no sería cial de Dios en el m undo; 2.a, lo que se puede producir de
el Creador trascendente del cielo y la tierra. Esto no quiere de­ forma intram undana coincide con lo que, en principio, puede
cir que Dios no pueda en modo alguno obrar sin fuerzas creadas, conocerse m ediante las ciencias naturales. Examinemos críti­
sino únicamente que no puede obrar así dentro del mundo. De he­ cam ente las dos suposiciones.
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FENÓMENOS NATURAI.ES Y MILAGROS REFLEXIONES SISTEMÁTICAS

Con respecto a la prim era, es un error pensar que un he­ privativas del hom bre (aunque en su caso sea más fácil com­
cho que, en el plano m undano, procede de causas creadas no probarlas), sino que se trata de una propiedad presente en
puede ser al mismo tiempo obra de Dios en el pleno sentido todas partes, si bien nunca es posible exponerla inequívoca­
del término. De hecho, Dios y el m undo, el C reador y la cria­ m ente («individuum est ineffabile») ni objetivarla con preci­
tura, no se hallan entre sí en una relación de com petencia, sión. Pero ello no debe ser motivo para ignorar este aspecto
como ocurre en la cooperación de las causas mecánicas. Lo de la realidad, y m ucho menos para negarlo. H ay que
que Dios hace en el m undo lo hace tam bién una criatura, y subrayar, sobre todo, que la individualidad, siempre intrans­
lo que procede intram undanam ente de la criatura, siem pre es ferible, es algo que el ente tiene no sólo en cuanto ente, sino
producido creadoram ente por Dios. M ás aún: cuanto más in­ tam bién en cuanto agente. Por tanto, en toda acción hay algo
tensam ente interviene Dios en el m undo, más actúa la propia que sólo puede atribuirse al propio agente. Así pues, en toda
criatura; y cuanto más autónom am ente obra la criatura, más acción puede encontrarse el factor de la autodeterm inación,
sirve de mediación para la acción de Dios en el m undo. De de la libertad en sentido análogo, si bien en muchísimos
aquí resulta que todo lo que ocurre en el m undo es de algún casos sólo de una forma irrelevante para la vida práctica.
modo obra de Dios, pero de forma distinta en cada caso. De Pero si en todo acontecim iento hay un m om ento de es­
Dios procede no sólo la unidad, sino tam bién la m ultiplicidad pontaneidad, de eficiencia propia, es concebible, en principio,
de las criaturas y de los acontecimientos. Pero con esto no que Dios haga en el m undo algo nuevo e imprevisto actuando
hemos explicado todavía cómo se puede reconocer que un a través de la propia actividad de las fuerzas intram undanas.
acontecim iento implica una atención especial de Dios. Para No obstante, de aquí no se sigue que la libertad de Dios en el
ello hay que dem ostrar prim ero la posibilidad de una libre m undo sea ilim itada; pero tam poco es necesario. La om nipo­
acción divina a través de las fuerzas creadas. tencia divina no puede consistir en que Dios tenga que poder
Con respecto a la segunda suposición: la «naturaleza» en realizar en el m undo todo lo im aginable. Basta que Dios
el sentido de realidad creada en general no se identifica con pueda realizar, con la mediación de la autonom ía de las
lo que es accesible para las ciencias naturales. El objeto de la causas intram undanas (que reciben de él el ser y el obrar),
investigación científica es, como hemos indicado, la estruc­ tales hechos extraordinarios y, por tanto, acontecim ientos
tura cuantificable de la realidad y lo que, en principio, puede inesperados que, por su significado personal, representan
repetirse. El científico tom ará nota de lo irrepetible y no para el hom bre un signo de la atención personal, del designio
cuantificable, pero no puede incorporarlo a sus teorías en ra­ salvífico de Dios. Porque una acción libre y dialogal de Dios
zón de su método. Así pues, el conocimiento científico es referida sólo a las cosas m ateriales sería absolutam ente incon­
siem pre abstracto y basado en modelos; ni siquiera pretende cebible. Sólo podría considerarse como una corrección de su
poder descubrir la naturaleza en sentido ontològico (tal como obra creada, cosa que está en abierta contradicción con su
«es en sí»). sabiduría. En cambio, una manifestación de la libertad tiene
Ahora bien, en el m undo se da lo irrepetible, y hay tam ­ pleno sentido cuando va dirigida a una persona.
bién m uchas cosas que deben aceptarse sencillam ente como Como es obvio, independientem ente de los hechos, no po­
determ inaciones cualitativas. Esto aparece en las teorías de demos determ inar de qué son capaces las fuerzas libres — en
las ciencias naturales como condición inicial y como cons­ sentido análogo— y espontáneas de la naturaleza infrahu­
tante. El ejemplo más significativo de este aspecto de la reali-' m ana. Pero está com probado que las fuerzas naturales pue­
dad es la libertad del hom bre (que debe aceptarse necesaria­ den mucho más de lo que nosotros creemos en virtud de
m ente como condición de posibilidad de la conducta ética). nuestra experiencia ordinaria. Esta afirmación no se apoya
Pero la irrepetibilidad y la determ inación cualitativa no son únicam ente en las reflexiones teóricas que acabam os de ha­
160 161
FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS REFLEXIONES SISTEMÁTICAS

cer. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días circu­ Dichos fenómenos tienen im portancia para el problem a de
lan relatos sobre fenómenos que no encajan en nuestras ideas, los milagros porque perm iten poner en duda la legitimidad
aceptadas com únm ente de la Ilustración, acerca de lo que es de una separación radical — hecha por muchos teólogos— en­
posible naturalm ente. Analizar críticam ente dichos fenómenos tre los milagros y los fenómenos naturales. Los límites de lo
es el objetivo que se propone la parapsicología. Al hacerlo, que es «posible naturalm ente» estarían, pues, mucho más
presupone que en tales fenómenos existe un cierto orden que lejos de lo que suele suponerse. En todo caso, de aquí se si­
perm ite clasificarlos e incluso form ular de algún modo sus re­ gue para la teología una m ayor apertura ante los relatos de
gularidades. Además de analizar críticam ente los relatos milagro contenidos, por ejemplo, en los Evangelios.
transm itidos por tradición, la parapsicología puede observar De lo dicho se deduce que el milagro como tal (como «ac­
de forma controlada los fenómenos que surgen espontánea­ ción personal de Dios») nunca puede conocerse m ediante un
mente, y es capaz de realizar con sujetos de experim entación argum ento que dem uestre que aquí ha ocurrido algo que en
pruebas para fines determ inados. Con el propósito de excluir modo alguno puede deberse a fuerzas intram undanas. Por
las fuentes de error — ilusión, engaño, azar— que pueden otra parte, esto se deduce ya de la doctrina de la Iglesia,
darse en la observación de los fenómenos extraordinarios, la según la cual el asentim iento de la fe es un acto libre del
parapsicología ha desarrollado métodos de control muy pre­ hombre. El milagro como tal es algo que el hom bre conoce
cisos. La investigación guiada por una actitud de crítica se­ más bien cuando, en una situación de gran im portancia exis-
rena ha reunido un m aterial tan im presionante que no se tencial para él (es decir, en una situación en la que, aunque
puede dudar de la realidad de la llam ada percepción extra- directam ente estén en juego bienes particulares como la salud
sensorial — en la que uno percibe, sin intervención de los ór­ o la felicidad terrena, se expresa su anhelo del Absoluto),
ganos sensoriales conocidos, algo que ocurre fuera de él— , es percibe el sentido absoluto y la seguridad de su existencia a
decir, de la clarividencia, la telepatía e incluso la precogni­ través de un hecho real, extraordinario y consiguientem ente
ción. Tam bién la psicocinesis — es decir, el influjo directo de inesperado, que le proporciona ayuda y salvación. En un he­
fuerzas psíquicas en la m ateria sin ningún eslabón causal co­ cho sem ejante, que se percibe como respuesta de una instan­
nocido— constituye un hecho com probado. En lo que res­ cia personal, descubre a Dios el hom bre en cuestión. El cono­
pecta a determ inar la naturaleza de las fuerzas actuantes en cimiento del milagro es, pues, la forma más característica del
tales fenómenos, la parapsicología cam ina todavía a tientas. conocimiento de la fe. Porque el núcleo de la fe es siem pre un
La hipótesis anim ista cree poder explicar todo con el alm a o reconocimiento oblativo de que Dios se nos ha entregado.
sustrato inconsciente de la psique hum ana. La hipótesis espi­ Para quien se resiste a reconocer el significado personal y
ritista coincide con la anim ista en la m edida en que afirma existencial del hecho y para quien lo registra de forma im per­
que m uchas cosas pueden y deben ser explicadas animística- sonal, el milagro como tal perm anece oculto. Si no se reco­
mente; pero cree que para explicar ciertos fenómenos es pre­ noce en un acontecim iento la dimensión dialogal que rem ite a
ciso adm itir la intervención de seres espirituales (por ejemplo, la realidad trascendente, no se produce el conocimiento del
las alm as de los difuntos). milagro.
En cualquier caso, los materiales probativos de la parapsico­ Para el hom bre que ve la realidad en toda su profundi­
logía muestran que los fenómenos estudiados son «naturales» en dad, Dios actúa en todas partes. La actuación especial de
el sentido de que forman parte de un todo ordenado. Es cierto Dios se hace patente en los hechos inesperados. C uando estos
que se desarrollan según regularidades distintas de las del hechos adquieren un significado personal, de forma que en
mundo físico; pero nada habla contra una cierta continuidad ellos se m anifiesta la providencia divina, hablam os de «he­
entre los dos ámbitos. chos providenciales». Para los no afectados, tales hechos pue­
162 163
FENÓMENOS NATURALES Y MILAGROS

den ser puro azar. En cambio, quien experim enta en ellos la Bibliografía
salvación los interpretará, con toda razón, como signos di­
vinos.
El m ilagro no se distingue de estos hechos por tener una F. Annen, Parapsychologie und Wunder, en G. Condrau (ed.), Die Psy­
estructura ontològica distinta de la ordinaria, sino porque en chologie des 20. Jahrhunderts, XV: Transzendenz, Imagination und
ella aparece de modo especial una dim ensión de toda la reali­ Kreativität (Zurich 1979) 706-716.
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tras ideas previas sobre lo que es posible intram undanam ente Außeuchtungen (Arbeiten z. N.T. und Judentum 2; Francfort
y a través de los cuales el Dios trascendente, sirviéndose de 1977).
las fuerzas de las criaturas, capaces de producir lo nuevo e B. Bron, Das Wunder. Das theologische Wunderverständnis im Horizont des
im previsto — es decir, actuando de forma inm anente al neuzeitlichen Natur- und Geschichtsbegriffs (Gotinga 1975).
m undo— , otorga al hom bre de modo inesperado una ayuda E. Brunner, Offenbarung und Vernunft (Zurich 1941).
intram undana o salvación terrena y, al mismo tiempo, le m a­ N. Büchel, Wunder und parapsychologische Phänomene, en H. Harsch/
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166 167
Indice analítico

acción en ciencias naturales 60, 73ss


por razones del entendimiento 37 en el macrocosmos 86s
y leyes naturales (Kant) 38s en el mundo de los seres vivos
alma 87s
y elección del paradigma de vida en Kant 38s, 61, 156
en Platón 51 libre de Dios y providencia 103s,
amor 112s
de Dios y providencia 106s y azar (en ciencias naturales)
angelologia 122 73ss
animismo 162 y creación (en Kant) 38s
antropología y finalidad 58s
y cristologia 117 y libertad (en Kant) 32ss
arbitrariedad y libertad de la voluntad 30
y libertad 16s causalidad, principio de 58
en Schelling 49 en Aristóteles 59
y poder 24 y azar 70
azar 70ss ciencias de la naturaleza
absoluto 70 causalidad en 61ss
causalidad y providencia 58 pas­ causalidad y azar en 73ss
sim mecánica cuántica 74ss
en ciencias naturales 65 problemática de las predicciones
en estadística 70ss 63ss
relativo 71 relación de incertidumbre 73,
y causalidad (en ciencias) 74ss 78ss
y evolución 88s, 110 y fenómenos religiosos 92s
y finalidad 70 y teología (fe en la providencia)
y necesidad en Schopenhauer 30 111
y probabilidad 71 s consumo
libertad y necesidad 19ss
bien contingencia
y acción (Sócrates) 24ss Dios y la contingencia 109ss
y providencia 95s y providencia 115
y verdad (Platón) 26s creación
bien y mal y acción de Dios 153, 158s
y libertad (Schelling) 49 cristología
y antropología 117
causalidad cuerpo
azar y providencia 58 passim y espíritu 116
determinista (en física) 46 cuerpo-alma
e incertidumbre (en física) 82ss creación 116
169
ÍNDICE ANALÍTICO ÍNDICE ANALÍTICO

deísmo 105 expectación mesiánica y causalidad 61ss mal


derechos de libertad 12, 14ss en el judaismo y milagros de y Dios (providencia) 102s y libertad 124
derechos fundamentales 12, 14ss Jesús 145 y libertad (en Kant) 38ss, 46ss y providencia divina 101
determinación experiencia liberalismo manipulación
y libertad 7 y passim y necesidad (según Hume) 32s libertad y determinación 14 físico-química 31 s
determinismo libertad mecánica cuántica 74ss
científico 35 fe cristiana concepto llss milagro
en Schopenhauer 30 y desmitologización 107 de Dios (Spinoza) 47s acción salvífica de Dios 142
en Spinoza 47s y libertad 119s divina y humana 113ss demostrabilidad 153, 163
Dios y milagros 142s, 149s, 163 e independencia llss crítica moderna 152ss
acción divina (y ciencias natu­ física falta de libertad del tirano 22ss de la revelación 139s
rales) 92s causalidad y azar en 54s, 73ss fines 14s Dios y la naturaleza 126
acción divina y causalidad crea­ relación de incertidumbre 78ss política 16ss en el AT 144
da 103s, 158 presupuestos filosóficos (Kant) en el NT 144s
acción divina y providencia 94ss hechos milagrosos 36s método histórico-crítico 153s
acción salvífica (milagros) 142s de Jesús 126, 144ss querer y obrar (Schopenhauer) y consumación escatológica 126s
causalidad y providencia 103s, y relatos de milagro 147s 28ss y fenómenos naturales 124 passim
112ss historia de las religiones y milagros y arbitrariedad 14, 17 y leyes naturales 105, 107s, 156s
comunicación con el hombre 124s y causalidad (en Kant) 32ss en Descartes 59
117ss, 124, 127 hombre y condición creatural 116 en Spinoza 59, 152s
gobierno del mundo 96, 103 evolución y creación 116, 127 y determinación 11 y passim y naturaleza
libertad de Dios (Spinoza) 47s unidad 115 compatibilidad 15s en la escolástica 15ls, 158
libertad divina y humana 112ss en Kant 33ss milagros, conocimiento
«providencia», sinónimo de Dios ideas en la providencia 113s y conocimiento de fe 163
109, 111, 121 y razón (Kant) 42 en Platón 50s mundo
omnipotencia y acción de Dios identidad en Spinoza 47s acción de Dios en el 158ss
161 determinación y libertad 50s y Dios (providencia) 102, 112ss y realidad de Dios 108
solicitud para con el mundo imagen de Dios y fe 119s
99s e igualdad con Dios 119 y necesidad (Schelling) 49 naturaleza
y la contingencia 109ss imagen del mundo y naturaleza (Kant) 41ss como realidad creada 160
y la creación 106 científica y milagros 107s y providencia 115ss y causalidad en Hume 60
y las criaturas 159ss libertad científica y libertad (en Kant) 41ss
y la libertad (providencia) 102, (derecho) 12, 15 y libertad de la voluntad 69
112ss Jesucristo libertad de acción llss y sociedad 31
y la naturaleza (milagros) 126, y el milagro de la revelación 139 y causalidad 66ss
J56s Jesús y determinación (Kant) 33ss obrar
carismàtico taumatúrgico 145 y libertad de la voluntad (Scho­ libertad y determinaciones llss
energía milagros de 142, 144ss penhauer) 28ss por el bien (Sócrates) 23ss
necesidad y oferta 21 s justicia libertad de decisión 13ss y querer (discrepancia) 18, 22ss, 24
espíritu legitimación de la retórica 23 libertad de elección en Platón 50s oración
creación 117 libertad de la voluntad y fe en la providencia 110
evolución leyes naturales en Kant 39s orden social
Cristo, omega de la (Teilhard) en la teoría cuántica 73ss y causalidad 30 libre 17s
106 interpretación apriórica 84 desde el punto de vista científico
y azar 88ss, 110 interpretación positivista 83s 58ss parapsicología 162
y libertad (en la creación) 116 validez universal 82ss y determinación 90ss pecado
y providencia 106, 109, 125s y acción (en Kant) 37ss y naturaleza 96 y providencia divina 96s
170 171
In d ic e a n a l it ic o

predestinación carácter escatológico 144s


en Lutero 122 en la Biblia 141 ss
en Tomás de Aquino 122 estímulo para la fe 149s
y providencia 95, 101, 121ss exégesis 127ss
profesión y hechos milagrosos 147ss
libertad de elección 17s religión
promesa y milagros 124ss
y amor de Dios 100
providencia
responsabilidad cristiana
y fe 109
Contenido
azar y causalidad 50 passim resurrección
consecuencias éticas 120s de los muertos (evolución y mila­
consecuencias soteriológicas 121, gro) 127
125ss retórica
en el Vaticano I 97s arte ambivalente 23ss
en la Biblia 99ss revelación Introducción.......................................................................................... 7
en la Stoa 98s milagro de 139s Determinación y libertad (Meyer-Abich) ......................................... 9
en los Padres lOOss
en teología 94ss satisfacción de las necesidades I. Determinaciones del obrar............................................................... 11
especial (Tomás de Aquino) 120 y petición 19ss 11. Determinaciones de la voluntad*»................................................... 28
general (Tomás de Aquino) 120s signos milagrosos Causalidad - azar - providencia....................................................... 55
plan de Dios 955, 108 en la Biblia I42ss
sinónimo de Dios 109, 111, 121 sistema social I. Causalidad (Rawer)....................................................................... 58
solicitud de Dios para con el libre 14s II. Azar ............................................................................................... 70
mundo 98ss sociedad III. Causalidady azar en las ciencias naturales modernas................... 73
y acción divina (Tomás de libertad en la 16ss IV. Conclusiones.................................................................................... 86
Aquino) 94ss y naturaleza 31
y amor de Dios 107 V. Reflexiones teológicas sobre la providencia a la luz delas cien­
y causalidad 103, 112ss teología cias de la naturaleza y del espíritu (Pesch) 94
y evolución 106, 109ss, 125 de la muerte de Dios 110 Fenómenos naturales y milagros...................................................... 137
y libertad 115ss de la providencia 74ss
y predestinación 95, 101, 121 ss teoría cuántica 74ss I. Historia de las religiones (Weissmahr) ......................................... 139
y razón cósmica 98ss teoría de la relatividad 73 II. Fenómenos naturalesy milagros en la Sagrada Escritura(Knoch).......... 141
providencia, fe en la tiranía III. Fenómenos naturales y milagros en la historia delpensamiento
hoy 109ss, 121 falta de libertad del tirano 22ss (Weissmahr)............................................................................... 151
providencia, tratado de la trascendencia IV. Reflexiones sistemáticas.................................................................. 158
en Tomás de Aquino 94ss y contingencia 103s
ps ico fármacos 32 índice analítico..................................................................................... 169
vitalismo 62, 87, 106, 115
reino de Dios voluntad
y milagros de Jesús 146s legitimación de su autodetermi­
relatos de milagro nación 45s
carácter aretalógico 144 y obras (discrepancia) 18, 21ss, 29

172 173
BIBLIOTECA 14 Autoridad / Soberanía - poder - violencia / Revolución y
resistencia

FE CRISTIANA Y SOCIEDAD MODERNA 15 Estado - sociedad - Iglesia / Estado social y diaconía cristiana

16 Desviación y norma / Minorías, grupos marginales e integración


social / Solidaridad y amor / Interés y desprendimiento

17 Justicia / Pobreza y riqueza / Economía y moral


1 Realidad - experiencia - lenguaje / Diálogo / Trascendencia y Dios
de la fe 18 Burguesía y cristianismo / Secularización / Autonomía y condición
creatural / Emancipación y libertad cristiana
y
2 Mito ciencia / Arte y religión / Lenguaje literario y lenguaje
religioso 19 Humanismos y cristianismo / Materialismo, idealismo y visión
cristiana del mundo / Pluralismo y verdad
3 Universo - Tierra - hombre / Evolución y creación / Animal y
hombre / Naturaleza e historia 20 Teoría de la ciencia y teología / Mundo técnico-científico y
creación / Ciencia y ethos
4 Determinación y libertad / Causalidad - azar - providencia /
Fenómenos naturales y milagros 21 Ilustración y revelación / Ideología y religión / Crítica y
reconocimiento
5 Cuerpo y alma / Muerte y resurrección
22 Ateísmo y ocultamiento de Dios / Espíritu y Espíritu Santo /
6 Mundo pulsional y personalización / Desarrollo y maduración / Tiempo y eternidad
Fases y crisis de la vida - ayudas para vivir / Relación entre los
sexos y capacidad para el amor 23 Tradición y progreso / Utopía y esperanza / Historia del mundo e
historia de la salvación / Reconciliación y redención
7 Matrimonio / Familia
24 Antropología y teología / Persona e imagen de Dios / Sistema y
8 Formación / Rendimiento y ocio / Acción y contemplación / sujeto
Trabajo
25 Anonimato e identidad personal / Experiencia cotidiana y
9 Experiencia de la contingencia y pregunta por el sentido / espiritualidad / Experiencia y fe / Socialización religiosa
Angustia y confianza cristiana / Felicidad y salvación / Negatividad
y mal 26 Tolerancia y pretensión de validez universal / Cristianismo y
religiones del mundo / Judaismo y cristianismo
10 Sufrimiento / Salud - enfermedad - curación / Agonía y asistencia
a los moribundos / Tristeza y consuelo 27 Derechos humanos - derechos fundamentales / Religión y
política / Legitimación
11 Orden político y libertad / Participación / Planificación,
administración y autodeterminación en la Iglesia 28 Sociedad y reino de Dios / Dimensión pública del mensaje
cristiano / Símbolo y sacramento
12 Derecho y moral / Valores y fundamentación de normas / Culpa
y pecado / Conciencia 29 Comunidad / Iglesia / Confesiones y Ecumene

13 Ley y gracia / Paz / Castigo y perdón 30 índices

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