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Introducción al Negocio
AREQUIPA – PERÚ
2019
EMPRESA “RENZO COSTA”
Mi abuelo, Juan Méjico, era curtidor artesanal en Jauja. Podría haber sido un
empresario exitoso, pero era solidario y todo lo que ganaba se lo prestaba a la gente
que acudía a él en busca de apoyo para pagar deudas. Al final, quien terminó
endeudado fue él, así que tuvo que vender todos sus cueros e irse a trabajar a una mina
para mantener a su familia. No tuve el privilegio de conocerlo, murió antes de que yo
naciera. Pero recuerdo el día en que, de niña, descubrí el pozo enorme donde él curtía
sus cueros. Emanaba un olor muy fuerte. Como yo era muy curiosa –me encantaba
observar y preguntar por todo– me acerqué a mi abuela para que me cuente la historia
de aquel pozo que, con el paso del tiempo, terminó cubierto por la maleza.
El olfato es el sentido que mejor memoria tiene y fue precisamente el recuerdo de una
infancia feliz, con paisajes líricos e inspiradores, lo que me obligó a acercarme a los
locales que encontré en el centro de Lima. Con el poco dinero que tenía le pedí a un
vendedor que me enseñe sus cueros para ver con cuáles podría diseñar los cinturones
con hebillas de metal enormes, como los que usaba Jimi Hendrix. Por entonces
estudiaba arte dramático en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático
(ENSAD) y me encantaba la moda hippie. Como a cualquier joven de la época, sus
formas y colores me parecían libres y transgresores, en contraste con los inicios de la
dictadura militar de Juan Velasco Alvarado.
Me fue bien desde el comienzo porque, al igual que yo, mucha gente se identificaba
con esta moda. Tenía mi taller en Barrios Altos, donde producía todos los accesorios
que dejaba consignados en las boutiques de Miraflores.
Cuando cumplí 19 años pude alquilar un local en una galería comercial ubicada en la
cuadra 8 del Jirón de la Unión, conocida entonces como la Gran Vía. Contraté a unas
amigas para que me ayudaran a coser y a mi primer cortador, el maestro Julio Pérez.
Yo me dedicaba a las ventas, a hacer las boletas y las guías de remisión, desde muy
temprano en la mañana hasta las seis de la tarde. A esa hora iba a clases en San
Marcos, pero me quedaba dormida porque en plena campaña el ritmo de trabajo era
fuertísimo.
Mi papá me preguntaba: “¿Por qué tienes que estudiar de noche?”. Si tenía un hogar
y un padre que podía mantenerme, ¿para qué tenía que trabajar? Pero a mí me
encantaba tener mi dinero. No para desperdiciarlo, sino para convertirlo en una
herramienta de trabajo. El dinero no es un fin, sino un medio. Creo que este concepto
me permitió comprarme un auto –un Datsun último modelo con el que repartía la
mercadería– y una segunda tienda en el sótano de Vía Veneto. Era 1973 y se trataba
de la galería más importante de la ciudad. A esta tienda la bauticé “Renzo Costa”, el
nombre de mi primer hijo, quien nació ese mismo año.
Mientras que las otras tiendas se
llamaban Boutique Sofía o Boutique
Lorena, un local llamado “Renzo Costa”
vendía carteras, vestidos y polos de
mujer. El público no estaba
acostumbrado, ¡muchos imaginaban que
se trataba de un diseñador extranjero!
Renzo fue mi inspiración y,
actualmente, es un actor fundamental
dentro de nuestra empresa. Yo soy puro
sentimiento y estoy llena de ideales, mientras que Renzo es más cerebral. Además, yo
soy empírica, pero él estudió Administración de Empresas en Santiago de Chile.
Actualmente yo me encargo de la responsabilidad social, mientras que él lidera todo
lo referente a la proyección de la marca. Es un visionario que siempre se adelanta a
los hechos. Lo admiro muchísimo: yo lo eduqué, pero él me superó.
Nuestras estrategias de venta eran muy ingeniosas. No solo ganábamos por la venta
de ropa y accesorios, sino por el mantenimiento que ofrecíamos. Los clientes traían
sus productos cada año para que los limpiemos y tiñamos, para que cosamos botones
o cambiemos cierres (ahora el mercado de la moda ha cambiado por completo: el
cliente no se pregunta cuánto tiempo va a durar una casaca, pues solo la usará durante
una temporada). También permitíamos que los clientes que no pudieran pagar al
contado los 120 dólares que por entonces costaba una casaca, amortizaran el monto
en cuotas mensuales de veinte dólares.
Nadie nos enseñó a vender, fue algo que fuimos aprendiendo con el tiempo. Teníamos
un estupendo vendedor. Imagine usted que al cliente la manga le tapara la mano. Le
decía: “Señor, llévese esta casaca porque esta zona es peligrosa y pueden robarle su
reloj; nosotros hacemos nuestras prendas así para cuidar sus pertenencias”. Tan bueno
era que tenía unas clientas de Huaral que lo mimaban y traían quesos de su tierra
especialmente para él.
Las ventas llegaron a ser exorbitantes, yo misma no podía creerlo. A veces trabajaba
en la caja y terminaba con los dedos adoloridos porque todo el día estaba apretando
los botones de una máquina registradora muy antigua. Era de segunda mano y algunos
números no funcionaban bien, por eso me costaba el doble de esfuerzo. Como no
había billetes grandes, guardábamos el dinero en costales. No teníamos tiempo para
contarlo, solo sellábamos las bolsas con una cifra aproximada.
Así llegamos a los ochenta, con una nueva tienda al lado del Hotel Bolívar y luego
otra en Camino Real. Fue un tiempo terrible para toda Latinoamérica: las fábricas
cerraban y se sufría la peor hiperinflación. A ello hay que agregarle el terrorismo que
sufría el Perú, un episodio que los chicos de hoy no conocen lo suficiente. Luego de
que estalló una bomba en Camino Real, nadie quería pasear por los centros
comerciales por miedo a un nuevo atentado. Las explosiones y los apagones eran pan
de cada día. Parecía que nuestro negocio estaba destinado a desaparecer.
La cultura oriental sostiene que toda crisis es fuente de oportunidad, y en Renzo Costa
siempre tuvimos la voluntad de reinventarnos. A principios de los noventa, mi familia
y yo nos fuimos a vivir a Chile. Por entonces eran muy comunes las extorsiones,
secuestros y asesinatos. Dejamos encargadas las tiendas y la fábrica a José Cabanillas,
hoy gerente comercial de Renzo Costa. Ese fue el primer paso para nuestra
internacionalización, porque decidimos inaugurar locales en Santiago de Chile,
ciudad donde actualmente nos encontramos en zonas estratégicas.
A decir verdad, lo más grave para Renzo Costa fue el fenómeno de El Niño, ocurrido
en 1997. Nuestro primer producto eran las casacas de cuero, pero, ¿quién se las iba a
poner si todo el año hizo un calor infernal? No vendimos nada ese año. Estábamos a
punto de declararnos en bancarrota, cuando se nos ocurrió viajar a provincias para
organizar ferias. Con José Cabanillas al volante, partía la camioneta de Renzo Costa
a puntos de venta como Cusco, Cajamarca o Huancayo, donde seguía haciendo frío.
Organizando ferias y remates en el camino, el stock de casacas empezó a liquidarse.
Siempre fui soñadora, pienso en grande, siento pasión por lo que hago. A largo plazo,
veo a Renzo Costa como una empresa internacional, reconocida en el mundo por sus
orígenes peruanos. Amo a mi Patria y mi trabajo es el mejor homenaje que puedo
ofrecerle.
Sin embargo, no fue fácil empezar de nuevo. Al principio no teníamos recursos para
viajar a ferias internacionales, donde podíamos estudiar las últimas tendencias. Con
gran sacrificio decidimos invertir en nuestros primeros viajes a eventos en Europa.
Así pudimos contactar a proveedores que trabajaban únicamente por pedidos grandes.
Al entrevistarnos personalmente con ellos, pudimos convencerlos de que fabriquen
las cantidades que estaban dentro de nuestras posibilidades. Un vínculo forjado por la
confianza, uno de los valores que definen a nuestro equipo.
Nuestra visión ha permitido liderar este rubro en el Perú e ingresar a un mercado tan
competitivo como el de Chile. Para las empresas del país vecino es extremadamente
difícil contar con puntos de venta en el aeropuerto de Santiago o en Costanera; pero
lo ha sido aún más para una marca peruana. Haber llegado a estos lugares estratégicos
es para mí un orgullo. Nuestra próxima meta es que podamos convertirnos en un
producto bandera en Sudamérica. Esperamos llegar pronto a países como Colombia
o Brasil, a través de franquicias.
Con una cadena de más de 50 puntos de venta, Renzo Costa está ubicada en los centros
comerciales más importantes del Perú, como el Jockey Plaza, la cadena Real Plaza y
Larcomar, como también en tiendas independientes en zonas estratégicas de Lima y
en el aeropuerto internacional Jorge Chávez. Asimismo, tiene presencia en
reconocidas zonas comerciales de Chile.
Actualmente la marca ofrece un rango único de artículos de alta calidad, a partir del
uso de cueros de las mejores curtiembres nacionales y de materiales importados. De
esta manera, Renzo Costa se halla a la vanguardia del diseño de prendas de cuero en
los países donde se ha posicionado.
2. PRODUCTOS Y SERVICIOS.
MISIÓN.
La misión de Renzo Costa es la producción y comercialización de todo
producto que sea a fin al cuero, mercadeándola hasta alcanzar posiciones
de liderazgo, con miras a contribuir al desarrollo del Perú y su pueblo,
promoviendo y ejecutando la calidad total en todos los sentidos: personas,
procesos, productos y servicios.
VISIÓN.
La visión es elevar los productos hacia niveles de alta calidad y excelencia,
para que los clientes sientan total satisfacción al usarlos, y que reconozcan
que no existe otro produjo mejor en todo el mercado.
4. ORGANIGRAMA DE LA EMPRESA.
5. MAPEO DE PROCESOS DE LA EMPRESA.