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Jacques-Alain Miller1

¿CÓMO REBELARSE?

“¿Cómo rebelarse? Recibí este título, con el que me apostrofó Catherine Clément,2 como un
oráculo, es decir, como algo indiscutible y, a la vez, enigmático. No le pedí ni aclaraciones ni
explicaciones ni comentarios y obedecí, dócil a su demanda -en todo caso, hay uno que no se
rebela. No sé nada del contexto en que se inscribe este tema que se me propone e ignoro todo
lo relativo al auditorio que constituyen. No tengo más que estas tres palabras entre signos de
interrogación para sostener mi charla, que lanzo como una botella al mar, sin la menor idea de
adónde llegará.

Sin mediación

Una botella lanzada al mar no es algo poco apropiado para referirse a una rebelión porque en
su punto de origen no hay deliberación, es algo que se siente y se hace. Para enfocarlo con
categorías que podrían ser dudosas, pero que no son menos comunes, la rebelión es del
registro de la emoción más que de la razón deliberativa.

Tomar en serio este tema de la rebelión me recuerda la curiosa novela de Anatole France, esa
especie de extravagancia que se llama La rebelión de los ángeles. Empieza con el misterio de
una biblioteca imponente donde los volúmenes desaparecen inexplicablemente hasta que se
sabe que un ángel rebelde los sustrae. “Es lo que más escasea entre los nuestros [ … ]: no
piensan”.3 Por esto, dice este primer ángel -seguido por muchos otros que se agitan en los
distritos quinto y sexto hasta el bulevar Rochechouart- nos conviene propalar la ciencia en el
cielo.

Esta anotación indica que la rebelión está separada del saber: es sin mediación.

La rebelión no piensa y se distingue por ello de la subversión, empresa de larga duración que
requiere conocer en profundidad el orden que se trata de echar por tierra, de invertir. La
imagen de la subversión es la del famoso viejo topo, que cava en la sombra, explota la larga
duración y da tiempo al tiempo.

La rebelión no es en absoluto la revolución. En el curso del pasado siglo, fue un verdadero


tópico recordar la oposición entre la rebelión y la revolución: la rebelión es sin mediación
mientras que la revolución es una larga elaboración, amplia, diversificada, que pide suputar
ampliamente la configuración del orden inédito que se trata de instituir.

Subversión y revolución se inscriben en el tiempo. La rebelión, no: para aislarla en su punto


extremo y en lo que tiene de más original, diría que ella se juega en el instante, es una
emoción brusca que les embarga. Para emplear una palabra que tiene un sentido más pesado:
su esencia es un “no instantáneo.
El encuentro con un imposible de soportar

Si busco el resorte de la rebelión, lo que me viene, lo que creo apercibir es que se trata de un
encuentro, inopinado, azaroso que sorprende al sujeto: el encuentro con un imposible de
soportar. Este término que introduzco es quizás el que me ha inspirado C. Clément al proponer
este tema de la rebelión a alguien que profesa el psicoanálisis. En efecto, ¿quién recurre a un
psicoanalista sino aquellos que se confrontan con un imposible de soportar bastante intenso,
bastante virulento? Se necesita eso para romper la inercia de toda paciencia – porque la
paciencia quiere decir que se soporta. Luego, en un momento dado, se encuentra lo imposible
de soportar, que adquiere tal incandescencia que les empuja a ir, como se dice, a pedir un
análisis.

Ahora bien, en el caso del psicoanálisis, este encuentro no suscita ninguna rebelión: cuando
uno deviene, como se dice, el paciente de un análisis, este imposible de soportar lo sitúa en su
interior. Solo hay rebelión si colocan este imposible en el exterior, en el mundo, en un otro,
con otros. Si no consiguen saber hacer con un otro, con otros -arreglárselas con un padre, una
madre o una fratría por ejemplo-, puede ser que esta misma impotencia les lleve a análisis. En
general, se busca una terapia cuando uno experimenta ser objeto de una rebelión interior
intensa. Una parte de sí mismo se subleva contra su propio pensamiento o su propio cuerpo.
Hay ideas que se rebelan, que obran a su antojo, que se les imponen, del mismo modo que
algunas partes de su cuerpo pueden hacer lo mismo.

De entrada quiero precisar que descarto toda idea de terapeutizar al rebelde.

La rebelión se debe respetar como tal en su sentido y su dignidad. La rebelión se consagra a un


“no que lleva hasta la incandescencia la potencia del negativo que -de creer a algunos
filósofos- constituiría el honor de la humanidad. Sin embargo, el animal puede también
rebelarse, en particular cuando es salvaje y uno se apodera de él para domesticarlo, para
hacerle entrar en el orden humano, es decir, para proporcionarle un amo.

A este respecto, yo admiro que C. Clément no haya pedido “¿Por qué rebelarse?, sino” ¿ Cómo
rebelarse? Razones para rebelarse no faltan, hay en abundancia. Esto es lo que comporta el
dicho famoso, que no puedo dejar de citar, de ese rey filósofo que se llamaba Mao Tse Tung:
“Siempre hay razones para rebelarse, hay muchas. Dejo de lado el contexto de esta acción,
donde parece que este amo había usado esta rebelión para fines propios, los de consolidar el
poder -el poder revolucionario o su poder personal, depende de las interpretaciones. Pero
tomemos lo que las palabras dicen: la rebelión es siempre legítima, en el sentido en que ella se
verifica a sí misma, cumple su propia tesis, su auto afirmación -sea ex nihilo. Testimonia de un
imposible para usted, respecto al cual nadie puede convertirse en juez. Ahora bien, hay que
saber que lo insoportable para uno, otro lo llevará con paciencia. Incluso es sobre el fondo de
paciencia general de la rutina que se alzan la rebelión singular y su estallido.

Sacrificio y estructura de apuesta


El título que me propuso C. Clément me ha llevado a releer otro libro, El hombre rebelde de
Albert Camus. Este último cree deber formular una modalidad colectiva de la rebelión bajo la
forma: “Yo me rebelo, luego nosotros somos.4 Tal como lo entiende, toda rebelión se haría en
nombre de la humanidad y se inscribe en un horizonte de humanidad; la rebelión “tiene
inmediatamente en sí lo universal, diríamos en términos hegelianos. Pero esta virtualidad que
lleva en sí misma no asegura de ningún modo que, en la actualidad, la rebelión en efecto
colectivice. Camus por otra parte no lo ignora ya que más adelante en la obra citada, después
de desplazar su sinóptico, escribe que “el movimiento de rebelión, en su origen, se interrumpe
pronto. No es sino un testimonio sin coherencia.5

Retengo el término de testimonio. El rebelde es en efecto un testigo, incluso en potencia un


mártir, de su rebelión.A falta de esto, es solo alguien que protesta, un cascarrabias
incomodado por el curso del mundo cuya insurrección no va más allá de manifestar su mal
humor. ¿Qué distingue, me pregunté, al rebelde del cascarrabias? El rebelde hace la prueba de
lo imposible, mientras que el cascarrabias solo testimonia incesantemente de su impotencia.
No paga más que con palabras vacías, con un blablablá sin consecuencias, mientras que el
rebelde paga con su persona hasta las últimas consecuencias, es decir, que pone -al menos
virtualmente, en potencia- su vida en la balanza.

¿ Cómo rebelarse? Reflexionando sobre ello, no he encontrado, a decir verdad, más que una
respuesta a esta cuestión enigmática: sacrificándose. Uno se rebela sacrificándose. No hay
rebelión digna de ese nombre sin sacrificio de sí mismo. Lo serio de la rebelión se mide por lo
que el sujeto de esta rebelión, el que la soporta -”el hombre rebelde en términos de Camus-,
pone enjuego. Se trata siempre en esencia de una pérdida: pérdida de sus bienes, de su
bienestar, de su libertad y, al límite, de su vida. En esta breve declaración, puedo llegar a decir
que toda rebelión se inicia sobre un horizonte de muerte. Una vía eminente conduce de la
rebelión al heroísmo. Los rebeldes constituyen la materia de las grandes gestas heroicas,
donde figuran al lado de los caballeros, de los grandes generales -quienes no son rebeldes. En
el heroísmo legendario, los grandes defensores del orden establecido conviven con los
rebeldes.

El acto de rebelión podría responder a una estructura que no es sin analogía con la apuesta
llamada de Pascal. Se podría hablar de la apuesta de la rebelión -que implica que se pueda
poner en juego la vida, hacer de la vida una apuesta, tomarla como una unidad elemental, una
ficha que se lanza sobre la mesa de juego con vistas a una retribución. En Pascal, se trata de
ganar lo que llama “una infinidad de vidas infinitamente felices, a condición de que el
partenaire exista. Éste, para Pascal, no es nada menos que Dios, el Dios de la vida, el de
Abraham, de Isaac y de Jacob. Parece que se puede reconocer la estructura de esta apuesta,
pero jugada con el Dios de otra escritura sagrada, en el acto suicida de los terroristas cuyo
sacrificio alimenta con regularidad la actualidad mundial de este siglo. En el fondo, ellos juegan
también su partida: con su acto sacrificial, piensan ganar una retribución para su ser que se les
abonará en un más allá, un paraíso descrito en otros términos que los de Pascal.

Inspirándome en esta estructura, diría incluso que esta apuesta duplicada de Pascal se jugó
mucho en el siglo pasado con una divinidad cuya existencia no era menos dudosa y que se
llamó la historia o el sentido de la historia. La retribución entonces esperada -lo he constatado-
solo se evoca hoy en día en tono sarcástico como un mañana, un futuro feliz,6 versión laica,
colectivizada, de la fórmula pascaliana que he citado, “Una infinidad de vidas infinitamente
felices. Para hacer memoria, recordaré que Les lendemains qui chantent era el título de la
autobiografía póstuma de un resistente, fusilado por los alemanes en el monte Valérien.
Gabriel Péri era miembro de un partido que se quería revolucionario, el partido comunista
francés, del que sobrevive en el siglo XXI un retoño muy distinto. Un partido revolucionario,
como una religión militante, les da como partenaire un gran Invisible, un gran Otro por así
decir; el sacrificio que hacen sirve para demostrar y consolidar su existencia. Puesto que se
sacrifica la vida por él, tiene la posibilidad de existir, sea con la forma de divinidad, sea con la
del sentido de la historia. Pero esto supone ser miembro de un partido o adherirse, creer en
una religión. Si el acto puro de rebelión existe, ¿puede aislárselo, extraérselo de esta
estructura de la apuesta de Pascal, de esta relación con el gran partenaire e, incluso, de todo
ideología de la esperanza?

La rebelión, como tal, no tiene fe, ella no especula sobre el porvenir, fulgura en el instante. Ella
se sostiene completamente en el encuentro de lo que he llamado lo imposible de soportar y en
la decisión, el acto, que se sigue de inmediato, sin tiempo muerto. Es preciso entonces creo,
extraer la rebelión de esta estructura de apuesta y avanzar que se trata de un arrebato. Este
transporte extático le toma -como una ficha, decía- totalmente reunido y condensado en la
unidad de su ser, hacia y para la muerte.

Ciertamente, en la rebelión, esta muerte se presenta más como la muerte del otro, no del gran
Otro de la apuesta neopascaliana, sino del hombre que está frente a ustedes -el hombre
indignante, si puede decirse así, el hombre que les *domina, les desposee, les priva de aquello
a lo que tienen derecho. Él es el partenaire del acto de rebelión. En el acto puro de rebelión, se
alega por lo común una injusticia o el espectáculo de la injusticia -ahora bien el rebelde no es
necesariamente el oprimido, puede tratarse también del privilegiado que se solidariza con el
oprimido. Sin duda, el sentimiento de injusticia puede considerarse como un afecto primario:
la justicia como un absoluto antropológico. Se dice, por otra parte, que Jacques Derrida,
experto en deconstrucción, consideraba la justicia una excepción, un término no
deconstruible.

Sin embargo, incluso si se admite que toda rebelión es suscitada por el espectáculo de la
injusticia devenido intolerable, ¿la injusticia es la clave del asunto? Puede decirse pero
también puede sospecharse que la justicia sería una última barrera a franquear para acceder a
la verdad de la rebelión. Se trata en este caso de la justicia distributiva: a cada uno según su
derecho. Ahora bien, el derecho no es un dato primitivo sino relativo a un discurso, forjado,
plegable, una ficción. La sabiduría de los religiosos como de los revolucionarios consiste en
dejar para más tarde el reino de la justicia distributiva, el castigo de los malvados y la
recompensa de los buenos.

La rebelión por el contrario es el Juicio Final, rápido, en el presente, en que el sujeto mismo es
el condenado. Si la rebelión apunta al Otro, al privador, la trayectoria de su flecha alcanza y
perfora al sujeto mismo, puesto que se juega la vida, que apuesta, se sacrifica y se arranca, con
lo que hace, la raíz de la existencia. En esto, la rebelión tiene una estructura de espejo: no
alcanzo al otro más que sacrificándome. La agresión repentina que este otro suscita me
alcanza a mí mismo. Lo que Camus llama “el movimiento de rebelión retorna, hace un bucle
sobre el rebelde que lo ha iniciado. Es decir, la rebelión es trabajada por el suicida, está
siempre en trámite de suicidio. Cuando el hombre rebelde llega a percibir la verdadera
naturaleza de su imposible de soportar, se da cuenta si llega el caso, despavorido, de que se
trata de su propio rostro.

Una rebelión advertida ...

Este movimiento de retorno es constitutivo de todo lo que legítimamente puede llamarse


rebelión. Esto no quiere decir que devenga efectivo. El sujeto no es afectado más que
virtualmente. En la actualidad, no es imposible que la rebelión escape de la reversión. Primero,
a veces la rebelión triunfa. Pero, por regla, de ordinario, el rebelde deviene lo que combatía.
Toma el lugar del privador, del opresor contra el que se rebelaba. Si no es mártir, será amo.
Por otra parte, esto es lo que Camus subrayaba en su retórica del hombre rebelde: ciertos
rebeldes serán mártires para que otros sean amos. Parece que haya ahí una fatalidad, una
maldición de la rebelión.

Entonces, ¿cómo rebelarse de la buena manera? ¿O hay que pensar en definitiva que hay
siempre razón en someterse? Determinar cómo rebelarse de la buena manera es lo que podría
esperarse de un psicoanalista, al menos de un psicoanalista tal como debería de ser, es decir,
que haya aislado su imposible de soportar en sí mismo, como sujeto y tomado distancia con
este intolerable. Para rebelarse de la buena manera, conviene estar advertido de la reversión
de la rebelión y de su relatividad. Conviene estar advertido también de la relatividad de lo
imposible de soportar: este imposible es el propio, y cada uno tiene el suyo que no coincide
con el del otro más que por encuentro. Conviene igualmente estar suficientemente advertido
del efecto sobrecogedor que puede causarles el espectáculo de lo insoportable,
suficientemente advertido para no precipitarse en él sino para detenerse. Si el espectáculo de
lo imposible de soportar anima la rebelión es que coincide con el teatro más íntimo -que Freud
llamó fantasma- y que un goce se vuelve a encontrar ahí. La rebelión en nombre de la justicia
está a menudo habitada por una rebelión para el goce, por una envidia de goce, diría. De esta
envidia de goce, conviene tener mucho cuidado si uno quiere rebelarse de la buena manera, es
decir, sin hacerlo en el modo del suicidio.

jam@lacanian.net
Traducción de Margarita Álvarez

Notas
1Jacques-Alain Miller es psicoanalista, miembro de la École de la Cause Freudienne (ECF) y de
la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP).

2 Conferencia pronunciada por J.-A. Miller el jueves 8 de abril de 2010 en la universidad


popular del Quai Branly, concebida y animada por Catherine Clémento Esta alocución se
inscribía en el marco de un ciclo llamado Apostrophe:
Est-ce ainsi que les hommes vivent? El debate con C. Clément, y luego con los participantes,
que siguió a la intervención no se retranscribe aquí. Texto establecido en francés por Pascale
Fari, no releído por el autor. Publicado en francés en La Cause Freudienne n° 75: “La
psychanalyse, en forme, Paris, ECF, 2010.

3 France,A., La revolte des anges, Paris, Payot et Rivages, 2010, p. 103. En español:

La rebelión de los ángeles. Se puede leer en: http://libros.literaturalibre.com/wpcontent/


uploads/2008 / 11 /lrdla -af-librosliteraturalibrecom. pdf

4 Camus, C. Lihomme révolté, Paris, Gallimard, coll. Folio/Essais, 1951, p. 38. En español: El
hombre rebelde (1951). Madrid, Alianza Editorial, 2002.

5 Ibid., p. 140.

6 NdT: En francés, les lendemains qui chantent, literalmente las mañanas que cantan, es el
nombre de la autobiografia de Gabriel Péri publicada en 1947 y que J.-A. Miller cita a
continuación. He optado por traducirlo por “un mañana feliz pues el sentido figurado remite a
un futuro feliz, a la creencia en un futuro mejor.

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