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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA.

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS.


CURSO: DERECHO Y GLOBALIZACION.
PROFESOR: HERNANDO LONDOÑO BERRIO.
OCTUBRE DE 2016.
ALUMNOS: NICÓLAS FERNANDO MOLINA ARANGO.

CONSECUENCIAS DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL: MAS POBREZA, MÁS


CRIMINALIZACIÓN Y MÁS RECLUSOS EN COLOMBIA.

El término de exclusión social lo entendemos como un proceso


multidimensional, que tiende a menudo a acumular, combinar y separar, tanto a
individuos como a colectivos, de una serie de derechos sociales tales como el
trabajo, la educación, la salud, la cultura, la economía y la política, a los que
otros colectivos sí tienen acceso y posibilidad de disfrute y que terminan por
anular el concepto de ciudadanía, donde las personas aunque siguen haciendo
parte de la sociedad lo hacen en condiciones precarias, lo que los hace
vulnerables y desiguales con respecto al medio social en el cual viven o
trabajan. Autores como Castell, también nos define el termino de exclusión
social como: “... el proceso por el cual a ciertos individuos y grupos se les
impide sistemáticamente el acceso a posiciones que les permitirían una
subsistencia autónoma dentro de los niveles sociales determinados por las
instituciones y valores en un contexto dado”1

El fenómeno de exclusión social presenta unas características particulares: la


primera la ubicamos entre 1930 y 1970, durante esta época el desarrollo
económico en Latinoamérica provoca una alta fragmentación social que genera
un alto grado de desigualdad que conlleva a una exclusión progresiva,
especialmente de la clase trabajadora, la cual se ve sometida a periodos largos
de desempleo o en el mejor de los casos a subsistir por medio de un empleo
informal.

1 http://www.scielo.cl/pdf/estped/v34n1/art10.pdf
En un segundo momento, la exclusión social se presenta en las últimas tres
décadas con la globalización. Aquí, los cambios en las relaciones laborales se
dan con la precarización del empleo, la desregularización y la flexibilización
laboral que llevan a una pérdida total o parcial de ingresos, lo que provoca
mayor pobreza, mayores desventajas sociales y políticas y una pérdida de
vínculos sociales.

Y es con la globalización neoliberal y con el dominio del capitalismo que se


agota el contrato social donde existió, ya que el trabajo como mecanismo de
integración social se transforma, se flexibiliza e informaliza. Se presentan
transformaciones del mercado laboral, el trabajo a través de la sociedad salarial
pierde esa función integradora. Muchos trabajadores pierden su empleo, son
despedidos o remplazados por trabajadores pero de forma temporal y más
recientemente por trabajadores asociados a cooperativas de trabajo asociado.

El Estado benefactor pasa a privatizar muchos de sus servicios que antes eran
bienes no mercantiles, se da una reestructuración de los mercados económicos
y un progresivo desmantelamiento del Estado Social.

Las políticas neoliberales y la exclusión de los derechos sociales producen


grandes focos de pobreza, desigualdad, marginación e injusticia social. “El
neoliberalismo traslada la responsabilidad de los problemas de pobreza,
exclusión y marginación social a los individuos, debido a que sus postulados se
fundamentan en la libre competencia, en este sentido, los que triunfan en la
sociedad, lo hacen por una suma de aptitudes y actitudes, mientras que los
perdedores, lo son por su incapacidad e ineptitud para competir en el
mercado”2

Todas estas condiciones y ante la falta de oportunidades aumenta el riesgo que


los individuos sean estigmatizados no solo por la misma sociedad, sino también
por el Estado, el cual se encarga de implementar políticas criminales para ir en
contra de una población que, por sus rasgos y características, pertenece a los
sectores menos favorecidos de nuestra sociedad. “La miseria empieza a ser
considerada como producto de la desorganización social, como desorden

2 http://www.ipc.org.co/agenciadeprensa/index.php/2016/10/12/la-produccion-neoliberal-de-vidas-
residuales/
político, y sobre todo como un gran peligro que acecha al Estado. La pobreza
empieza a ser un asunto público”3.

Para gran parte de estas personas, el delito se convierte en un mecanismo de


subsistencia dada las condiciones que los rodean, como su posición social y
las barreras económicas para obtener ingresos .

Y durante estas últimas décadas los delitos contra el patrimonio económico y


contra la vida e integridad personal, suman cerca del 50% del total de delitos
que terminan en las prisiones. Además, las personas detenidas por delitos
relacionados con el narcotráfico no suelen ser grandes o medianos traficantes,
sino las denominadas mulas o los pequeños traficantes de las calles que
también suelen pertenecer a los sectores menos favorecidos de la sociedad.
Los centros de reclusión en Colombia son, así, sitios privilegiados de control de
un tipo muy definido de conductas y de la denominada, delincuencia clásica.

En esta población encontramos unas características socioeconómicas básicas,


las cuales las encontramos reflejadas especialmente en: un nivel educativo
precario, ingresos relativamente bajos pues los trabajos que realizaban antes
de entrar en prisión, si es que los tenían, no requerían mayor especialización y
se ubicaban por lo general, dentro del sector informal; la gran parte de los
prisioneros en Colombia son jóvenes y, en su mayoría, son hombres.

Si bien resultaría simplista señalar a la pobreza como la gran determinante de


la delincuencia recluida en las prisiones, teniendo en cuenta el perfil de la
población y las características y condiciones de la sociedad colombiana, sí se
puede afirmar que, para gran parte de estas personas, el delito es su único
medio de subsistencia. “La historia delictiva de algunos reclusos los lleva a
establecer el delito “como oficio”, es más lo toman como el único medio de
subsistencia, que muchas veces se aprende desde la primaria y en familias
disfuncionales tienen relaciones de carácter delictivo” 4.

3 Restrepo Meza, Clara Inés. Pobreza urbana en Medellín. Mediciones y percepciones. Medellín.
Corporación Región. 2010.

4http://repository.unimilitar.edu.co/bitstream/10654/13548/2/Plan%20para%20crear%20una
%20fundaci%C3%B3n.pdf
En cuanto al nivel educativo que tienen la gran mayoría de la población reclusa
en el país, esta presenta niveles educativos bastante bajos, gran parte de la
población no había aprobado ningún nivel educativo y unos pocos habían
cursado solo algunos años de primaria (tercer grado en promedio) y estudios
de secundaria (3,25 años en promedio); finalmente, una minoría había
realizado estudios universitarios.

Esto quiere decir que un gran porcentaje de las personas detenidas o no


recibieron ningún tipo de educación básica o, si lo hicieron, sólo llegaron al
nivel primario. “En general, la gran mayoría de las personas recluidas tiene
apenas el nivel más básico de formación educativa. En efecto, el 53% apenas
alcanzó el nivel primario, mientras que cerca de 12% no recibió ningún tipo de
educación formal. Esto quiere decir que el 65% de las personas detenidas o no
recibieron ningún tipo de educación básica o, si lo hicieron, sólo llegaron al
nivel primario. Por su parte, el 31% de los reclusos alcanzó bachillerato y tan
sólo un 3 % posee formación universitaria”5.

Los anteriores aspectos, sumados a la deficiente infraestructura de los penales


colombianos, la cual no ofrece los requisitos mínimos para garantizar
condiciones de vida digna a los reclusos ni posibilidades reales de
resocialización, hacen de la población carcelaria colombiana un verdadero
grupo marginal puesto en situaciones desventajosas y de inferioridad con
respecto a un gran sector de la sociedad.

El neoliberalismo traslada la responsabilidad de los problemas de pobreza,


exclusión y marginación social a los individuos, debido a que sus postulados se
fundamentan en la libre competencia, en este sentido, los que triunfan en la
sociedad, lo hacen por una suma de aptitudes y actitudes, mientras que los
perdedores, lo son por su incapacidad e ineptitud para competir en el mercado

+++++++y cuyas vidas se encuentran atadas la vida de la cárcel. +++++++

5 http://www.unilibrebaq.edu.co/unilibrebaq/pdhulbq/html/POBLACION%20RECLUSA.htm
.

http://www.unilibrebaq.edu.co/unilibrebaq/pdhulbq/html/POBLACION
%20RECLUSA.htm#marks26

Sobre la política criminal se ha divergido tanto como se ha escrito; no obstante,


su ejecución, desde lo estatal, es una línea identificatoria en todos los enfoques
y concepciones. Sobre el particular y en forma muy didáctica nos ilustra la obra
de Emiro Sandoval Huertas.

No se trata de polemizar acerca del alcance de la política criminal ni sobre las


concepciones existentes sobre la materia, sino de rescatar al Estado como eje
transversal que materializa o concreta la operación de reacción al crimen, ya
sea preventiva o curativa.

El diseño y la aplicación de la política criminal en Colombia no es, ni de lejos,


un ejercicio democrático, lo que hace que ésta sea, antes que una reacción
estatal al delito, una reacción estatal al crimen y/o, en el mejor de los casos,
una reacción de los poderosos ocultos tras el Estado a lo que ellos denominan
crimen. "La ley es pa' los de ruana" se dice en este país, en clara alusión al
sesgo antipopular de la política criminal.

Esta obra autoritaria se ha reforzado por el matiz armado que desde hace ya
cuarenta años adquirió nuestro conflicto político, económico y social. Situación
aprovechada para, de un lado, hacer prevalecer la seguridad del Estado y de
una élite todopoderosa sobre la seguridad de toda una nación. Y, de otro,
garantizar la impunidad en los crímenes políticos o de Estado cometidos por los
agentes de la fuerza pública. Por ello no se nos debe hacer extraño que
mientras la pena para el alzado en armas oscila entre seis y nueve años de
prisión, la impuesta al secuestrador extorsivo, que llegaba hasta sesenta en el
anterior código, alcanza cuarenta (máxima) en la reciente reforma; el pánico
económico, al que cíclicamente somete el sector financiero a toda la población,
no es siquiera investigado y por el contrario es premiado con la recapitalización
de la banca privada por parte del Estado. Tampoco debe sorprender que hasta
este año la desaparición forzada de personas, tan practicada por los militares,
no era una conducta considerada en Colombia como un hecho delictivo.

Llegado a este punto es pertinente decir con algunos autores que el Estado en
Colombia (y ojalá en ningún otro país hermano sea así) en ejercicio de su
espuria política criminal, no previene, no controla, no persigue ni ejerce
contención a la criminalidad, sino, dadas la prioridad y la conveniencia políticas
para mantener el statu quo, previene, controla persigue y ejerce contención
sobre su adversario político, calificado como enemigo.

La política criminal tiene por destinatarios (o enemigos) a los desaparecidos, a


los discriminados, a los marginalizados, a los desharrapados y a los que
políticamente representan una alternativa. Los y las criminales se encuentran a
raudales en todas y cada una de las luchas que abogan por resolver los
problemas estructurales, como la tenencia de la tierra, la distribución de la
riqueza, el endeudamiento externo. También las hay en las protestas contra la
deshumanizada globalización, los megaproyectos y las privatizaciones. Son
defensores de los derechos humanos, desplazados internos, ecologistas,
cultivadores ilícitos; opositores a la impunidad, al modelo de desarrollo y a la
implementación del Plan Colombia (léase intervención militar de los Estados
Unidos). Son denunciantes de la corrupción y de los que han conducido a la
nación a la bancarrota, a la inestabilidad económica, a la recesión, al
desempleo y al hueco fiscal. Son prisioneros y perseguidos políticos. Son
víctimas de la represión o campesinos sin tierra. Delinquen por defender la
educación pública y por solicitar la ampliación de la cobertura y mayor calidad
de la misma. Conspiran e incurren en hechos punibles cuando reclaman
ampliación, gratuidad y mejoramiento de los servicios públicos; o cuando se
obstinan en demandar reformas orientadas a acabar con el sistema político
excluyente de clientela; o cuando se rebelan contra los altos intereses
impuestos a los créditos de vivienda, o cuando deliberadamente roban para
llevarles un pan a sus famélicos hijos.
En resumen, la política criminal en Colombia tiene por blanco a los pobres y a
quienes, eventualmente, podrían representar una alternativa de cambio
democrático. La reacción estatal se orienta a judicializar y a criminalizar sus
luchas, en la mayoría de casos de supervivencia.

La criminalización y la judicialización de los pobres, que normalmente también


son los opositores, no se reduce a un problema de estrados judiciales y leyes
de control social públicas. Vale decir, la reacción estatal no se contrae a la
forma pública, sino que la política criminal asume la otra cara: la paraestatal-
oculta, a la que le reconoce mayor eficacia y, por ende, a la que recurre con
más frecuencia.

La materialización de la manifestación embozada y paralegal de la política


criminal ha sido encomendada a los grupos paramilitares. Estas bandas de
asesinos fueron y continúan siendo animadas por el establecimiento y dirigidas
por oficiales de la fuerza pública, sus hechos, entonces y en la práctica, son
violaciones pervertidas y encubiertas del Estado.

La estructura paramilitar diseñada para la política criminal real, oculta y


paralegal, es un andamiaje que se alimenta de la base de datos que de los
pobres, de los opositores y de los que lideran la protesta social y sindical hacen
los cuerpos de inteligencia militar. El informe de inteligencia es procesado por
jueces paramilitares secretos, que se encargan de criminalizar y judicializar,
secreta y sumariamente, las conductas de los considerados adversarios
políticos, para pasar ala ejecución de la sentencia, por supuesto nunca
comunicada al condenado. Las penas van desde la amenaza, el destierro o el
desplazamiento forzado, la tortura y la mutilación hasta la desaparición
involuntaria y la ejecución de la pena capital. Valga aclarar que la pena no sólo
cobija al "infractor" sino que se extiende a su núcleo familiar próximo y lejano.
La política criminal paramilitar comparte en sus haberes algunos subrogados
penales, pues, el penado y su prole gozan del beneficio de la condonación de
la pena en tanto acepten postrarse a sus verdugos y sin reparo acojan su
causa criminal

http://www.derechos.org/nizkor/colombia/libros/dih/cap4.html
PROCESO DE PENALIZACIÓN DE LA POBREZA

La ley 228 de 1995 es a la criminalización de la pobreza lo que el Estatuto


Antiterrorista (decreto 180 de 1998) es a la criminalización de la protesta social
y a la desfiguración del delito político.

La mencionada ley es fruto de la concreción de las ideas para la prevención del


delito de los analistas economicistas, cuyo resultado es "el ingreso de un
número mayor de internos a las cárceles con más larga permanencia".

Como la mayoría de la legislación colombiana de los últimos cincuenta años,


esta ley se expidió al amparo del Estado de sitio (hoy conmoción interior), que
posteriormente fue transformada en legislación permanente. La peligrosidad
que caracteriza estas normas, reforzada por el ánimo punitivo de los analistas
economicistas, conlleva a que se contemple la detención preventiva como
única medida de aseguramiento.

Sobre esta ley, se ha dicho que "convirtió en permanente el decreto 140 de


conmoción interior que se había declarado inconstitucional... Esta norma
criminaliza la miseria y los delitos de pan coger que responden a la pobreza
estructural del país; el problema no es (solamente) que se penalicen los
pequeños hurtos y las lesiones personales de poco daño, lo grave es que esos
delitos menores no son excarcelables y la ley ordena hacer presos a todos los
procesados por ellos".

"Las estadísticas del INPEC indican que entre enero y agosto de 1996
ingresaron por estos delitos un total de 3.833 nuevos internos; la cifra es
escandalosa si se tiene en cuenta que en términos globales en ese año la
población reclusa aumentó en 9.372 personas, mientras que entre 1994 y 1995
el incremento había sido en promedio de mil internos anuales. Ello explica por
qué en la cárcel Modelo de Bogotá se haya colocado un aviso que dice: "no se
reciben detenidos por ley 228".

En esa misma cárcel, el director expresó que el número de internos aumentaba


de manera indeclinable, pues diariamente ingresaban 80 y apenas
abandonaban el centro entre 40 y 45 personas..."
Un estudio reciente citado por Mauricio Martínez Sánchez, concluye que en
nuestro medio la marginalización es determinante en los procesos de aumento
de la criminalidad. Otro estudio citado por el mismo autor refuta
categóricamente la hipótesis de que la población pobre es violenta por
naturaleza. Son las pésimas condiciones de vida en la que "viven" los pobres
las que fuerzan a la agresividad y al crimen como solución a los conflictos y a
la superación de la inequidad".

Digamos finalmente que las formas delictivas más graves que se suceden en
Colombia, vale decir las que ofenden hondamente la conciencia universal, en
tanto crímenes de lesa humanidad, no son objeto de represión penal y en su
comisión los victimarios no son los pobres, sino las víctimas. Mientras esto
discurre con los auténticos criminales, hay que señalar que el 31 de agosto de
1999, en el marco de una protesta nacional, fueron detenidas en Bogotá más
de 1.100 personas, en su mayoría niños y niñas, todos habitantes de barrios
pobres

http://www.derechos.org/nizkor/colombia/libros/dih/cap4.html

Conclusión

La política criminal colombiana en sus dos versiones, que criminaliza y penaliza


la pobreza y la protesta popular, no tiene posibilidad alguna de alcanzar la
mínima legitimidad entre la población a la que fundamentalmente está dirigida.
Lo más seguro es que a fuerza del terror y la represión, podrá contener y
sancionar el ejercicio, ése sí legítimo, de la acción social y política de los
marginalizados del proceso productivo y de todos aquellos inconformes con el
estado de cosas; empero, ningún éxito le auguramos con los verdaderos
componentes de una política criminal democrática. Vale decir, jamás logrará
prevenir el cuestionamiento a un régimen espurio y, mucho menos, obtener que
los autores se reinserten con tranquilidad en una estructura social que
secularmente los ha empobrecido y perseguido.

El futuro de la sociedad colombiana y de su política criminal descansa en un


esfuerzo que comprenda que para la superación de las consecuencias,
necesaria e inevitablemente se deben consultar las causas que originaron el
viejo y actual conflicto. En dicha iniciativa deben buscarse soluciones reales a
temas estructurales como la tenencia de la tierra y la distribución de la riqueza.
Debe ofrecerle a la nación salidas soberanas y dignas a los temas de la deuda
externa, la globalización, los megaproyectos productivos y las privatizaciones
de las empresas estatales.

Debe comportar el respeto efectivo a los derechos humanos y una reparación


integral a las víctimas. Bajo ningún pretexto deberá permitirse la intervención
militar de los Estados Unidos ni de ninguna otra potencia extranjera.

Comprendiendo la envergadura de lo anterior, como que implica la superación


de causas estructurales, en el entretanto tendrá que trabajarse por el diseño de
una política criminal de transición que investigue y enjuicie a quienes han
defraudado al fisco, generado la pasada y actual inestabilidad económica, el
desempleo y, entre otros, mantenido y propulsado un modelo de desarrollo
económico, social y político represivo y excluyente.

En lo inmediato, que se devele la verdadera política criminal del Estado y se


descriminalice y despenalice la pobreza y la protesta popular. Ello implica el
desmantelamiento de las estructuras paramilitares y la creación transitoria de
una jurisdicción que se ocupe de juzgar a los determinadores de la pobreza y a
quienes criminalizan la acción popular y sindical de protesta. Pasa, igualmente,
por una reforma del estatuto penal que elimine las conductas criminalizantes de
la acción social popular, política y sindical de protesta

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