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DOCTRINAS POLÍTICAS
Hay que considerar, también, otra característica propia en mayor medida de los
siglos centrales de la Edad Media, entre los siglos X y XIII, pero cuya herencia es
muy perceptible aún a finales de la Edad Media: me refiero a la falta de
diferenciación conceptual clara entre Estado y sociedad, entre formas de poder
político y otras formas de poder. En la práctica feudo-vasallática, lo político nunca
se diferenciaba por completo en el seno de un conjunto más amplio de relaciones
sociales y formulaciones ideológicas: por una parte, poder político y formas de
dominio socio-económico están ligados entre sí directa y visiblemente, lo que
justifica la naturalidad con la que, en aquel sistema, se acepta y aplica el principio
de desigualdad jurídica y de calidades diversas de los individuos –principio muy
ajustado, por otra parte, a las teorías funcionalistas sobre el orden y las jerarquías
sociales–, y así se explica también la realidad primitiva o, al menos, la tendencia a
una adaptación del campo del ejercicio del poder político a los espacios y agentes
que ejercen el poder socio-económico. A estos principios de fragmentación viene
aunirse el de no división de poderes y, también, las nociones de superposición,
multiplicidad y pacto para el ejercicio de varios poderes sobre los mismos espacios
y poblaciones, lo que a menudo genera complejidad e incluso confusión
administrativa.
En ambos casos –el pactista y el absolutista–, aunque por distintos caminos, fue
preciso renovar el sistema de relaciones entre la corona, los poderes ejercidos
por los diversos sectores de la «sociedad política» y el reino en su conjunto; hallar,
en suma, un nuevo equilibrio tanto en las bases doctrinales del poder como en sus
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medios institucionales. En este último aspecto, los grandes retos que debieron
superarse fueron la renovación y modernización de los medios de acción política
y administrativa, el disponer de recursos financieros y militares más potentes, y la
constitución de un sistema nuevo de relaciones exteriores.
Entre los autores peninsulares dignos de mención por la audien- cia o por los
lectores que tuvieron, aunque no tanto por su originalidad, se cuentan Gil de
Zamora, preceptor de Sancho IV de Castilla (De preconiis Hispaniae), Ramon Llull
y, ya en el siglo XIV, don Juan Manuel (Libro de los Estados), el portugués Álvaro
Pelayo (Speculum Regum, 1344), Juan García de Castrojeriz, traductor y
comentarista de Egidio Romano, el infante Pedro de Aragón (Tractatus de vita,
moribus et regimine principum) y el catalán Francesc Eiximenis (Regiment de
princeps e de comunitats). En el siglo XV, entre otros, Arnau de Vilanova, el obispo
burgalés Alfonso de Cartagena, Rodrigo Sánchez de Arévalo (Vergel de Príncipes
o Suma de la política; Historia Hispanica), Diego de Valera (Doctrinal de
ELEMENTOS Y CONDICIONES DE LA
MADURACIÓN INSTITUCIONAL
Las monarquías bajomedievales limitaron su acción
tanto en el ámbito territorial, puesto que ninguna
aspiró a la universalidad imperial, como en sus finalidades,
pues renunciaron a ejercer prerrogativas
teocráticas aunque tomaran muchas atribuciones y
rentas de raíz eclesiástica. Pero ambas limitaciones
las hicieron más sólidas y fuertes. Por lo demás, los
principios y doctrinas de autoridad antes reclamadas
por emperadores e incluso por papas fueron plenamente
transferidas al concepto y figura del rey, de
modo que se aceptaba generalmente la idea de que el
monarca poseía plena autoridad para ejercerla en
pro del bien común sobre el «cuerpo» que era su reino:
así, los diversos principios de soberanía y poder
crecen y se aglutinan en torno a la figura del rey, concebido
como cabeza del cuerpo político.
La manifestación más clara del poder regio creciente
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La nobleza
Es fácil comprender la importancia de la actitud
de la nobleza, clase dominante de la sociedad, ante
los proyectos de cambio político: el estudio de las relaciones
entre la nobleza y la monarquía saca a la luz
gran parte de las estructuras del poder medievales,
así como las tendencias generales de su evolución.
En Castilla, la alta nobleza tuvo que escoger, en
definitiva, entre constituir un brazo u orden capaz de
obligar a la monarquía a establecer con él un pacto
de gobierno y reparto de poderes, como sucedió en
Aragón, o dejar que sus miembros se integraran a título
individual o de facción en las estructuras mismas
del poder real, para beneficiarse de él y dominarlo,
en función de las posibilidades de cada cual,
de la personalidad de los reyes y de las fluctuaciones
de las luchas de facciones o bandos nobiliarios que
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LAS CORTES
Las Cortes, asambleas representativas de los diversos
reinos de España, llegaron a su madurez en la
segunda mitad del siglo XIII. Su aparición fue precoz en
León y Castilla, donde hay mención a representantes
de ciudades en la Curia Regia desde 1188. Aparecieron
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CONCLUSIONES
La Baja Edad Media española legó a los tiempos
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BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA DE VALDEAVELLANO, L.: Curso de historia de las instituciones
españolas, Alianza Editorial, Madrid, 1968.
LADEROQUESADA, M. A.: «La genèse de l’État dans les royaumes hispaniques
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