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El principio de feminismo del Movimiento Autonomista

El principio de feminismo del Movimiento Autonomista, uno de los más votados por su congreso
Construyendo Alternativa, goza de amplia aceptación por parte de la militancia, sin embargo,
son variadas las formas en que este no se cumple. Ejemplo de ellas es el desbalance
evidenciado en nuestra conformación orgánica y nuestra reciente apuesta electoral
parlamentaria, tímida en su voluntad de prefigurar el escenario y aun atada a una cultura
política de izquierda que no logra ver la centralidad de las contradicciones de género, pero está
abierta a aceptarlas como un ​tema ​importante. ​Dicho convencimiento ha llegado hoy a un punto
sin mayor rendimiento por delante. Existe conciencia (sin duda mayor que en otras fuerzas del
FA) sobre la importancia de la lucha contra la violencia patriarcal, de la defensa de los
derechos de las mujeres y la diversidad sexual, y de una inserción en espacios feministas del
movimiento social. Existe menor, pero igualmente relevante acuerdo sobre la necesidad de que
cada militante de cuestione sus prácticas machistas. Sin embargo, no existe aún una apertura
como movimiento a cuestionar sus supuestos y hacer los ajustes que sean necesarios para que
el feminismo cobre un lugar central, y no accesorio, en la política del mismo. Esto es así porque
el feminismo es aun hoy vivido como un deber ser, un principio ético y no político, una
aspiración de buena voluntad, conciencia, y solidaridad a nivel sectorial, y no un elemento
central de una reflexión marxista y socialista. O bien, la construcción de esta síntesis no tiene
aún un lugar importante en los esfuerzos del movimiento en su conjunto. Desde el análisis del
Frente Feminista del M.A, este último punto es clave para una política de izquierda que logre
interpretar los malestares, necesidades y aspiraciones del “pueblo”, pues este pueblo, aun
asumido como neutro (o más de clase que de género, como si ambas categorías pudiesen ser
efectivamente desagregadas), tiene género. Ello quiere decir que se encuentra radicalmente
atravesado por la diferencia sexual y la división sexual del trabajo que en ella se justifica, y a
menos que incorporemos las herramientas para identificar esa distinción en cada análisis, los
mismos no responderán a la realidad que buscamos transformar, ni darán cuenta de las formas
en que se produce y reproduce la vida en la configuración actual del sistema capitalista. Solo
en la medida que el feminismo es entendido como un principio político, es decir doctrinario,
transversal en la apuesta del movimiento e internalizado como tal, será posible elaborar los
análisis pertinentes para cuestionar dicho sistema, nuestro contexto social, y, por cierto, la
cultura y prácticas políticas machistas que persisten en el movimiento. Las herramientas de
análisis y reflexión feminista permiten avanzar hacia una comprensión de los aspectos políticos
y económicos de la vida privada y los aspectos íntimos, experienciales y emocionales de la vida
pública, y evidencian la artificialidad de la separación entre ambos espacios, y por tanto, la
inconducente (no solo injusta) priorización de uno por sobre el otro en el análisis de la
izquierda. Dicha comprensión se asoma –aun- como posible sello del movimiento, pero
depende de una voluntad política real de aprovecharla e impulsarla tanto desde su conducción
como en sus bases.

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