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La llovizna persistía desde la madrugada. Soledad despertó tan pronto como el reloj sonó,
como todos los días: las siete en punto.
¡Qué pesadilla! Durante unos minutos, se quedó pensativa. Tenía recuerdos de lo que
había soñado; las imágenes pasaban ante su mirada: veía un automóvil dar varias vueltas
y luego incendiarse, quemando a una persona atrapada en su interior. Y así, como quien
no quiere desprenderse de un sueño, ella se metió debajo del agua de la ducha; sabía que
debía apurarse.
Algunos sorbos de café y Don Gerardo Pascuel, rápidamente, estaba en la calle. Envió la
noticia a la editorial del diario, donde trabajaba hace cinco años.
Las noticias corrían rápido. Cada minuto era crucial: una manifestación, algo de política
de aquí y de allá.
También debía hacer reportajes. A veces sus notas eran tristes y no tan gratas como
hubiesen deseado sus compañeros. Había enfermado y tenía que cubrir esta nota. Ella se
dirigía rumbo a otro puerto para entrevistar a un funcionario.
Carlos Pérez
Yo y la Gratitud
En un pueblo lejano, vivían dos jóvenes soñadores y de escasos recursos. Estos jóvenes
trabajaban día y noche para poder alimentar a su familia. Cierto día, llegaó al pueblo un
grupo de personas en busca de atletas con buena resistencia. Dichos empresarios
organizaron una gran carrera en el pueblo. Nelson y Jhonny, los muchachos trabajadores
y soñadores, se inscribieron con el propósito de triunfar y sacar a sus familias adelante.
Luego de varios meses de entrenamiento, Nelson y Jhonny estaban preparados para el
gran día de la carrera. Sonó el disparo que dio inicio a la esperada carrera. Todos los
habitantes del pueblo corrían desesperados con la esperanza de ser ganadores, pero
Nelson y Jhonny corrían concentrados y con toda la fuerza de su corazón. Avanzaron
varios kilómetros y, poco a poco, tomaron posesión de los primeros lugares. A pocos
metros de la meta, Jhonny cayó. Nelson se percató de la caída de su amigo y lo tomó
entre sus brazos. Juntos atravesaron la meta en último lugar. Este acto de compañerismo
llamó la atención de los organizadores y fue así como Nelson y Jhonny compitieron en
las grandes ligas, llegando a ser excelentes competidores.
Jhonny Tipán
El Cóndor de Jamaica
Vino de Jamaica; allá vivía y trabajaba en una plantación de piñas. El trabajo era duro y
le pagaban una miseria; de ahí le descontaban parte de la deuda por los alimentos que
sacaba al fío en la tienda: no le quedaba un centavo y la deuda seguía creciendo.
Imaginaba con pesimismo su futuro inmediato, y su situación actual era desesperada.
“Tal vez hubiera sido mejor seguir como esclavo…”, cavilaba, “al menos teníamos la
comida asegurada”, concluía. Cuando le dijeron que necesitaban trabajadores para la
construcción del Ferrocarril en el Ecuador, se enlistó inmediatamente. Se decía que los
extranjeros iban a pagar en dólares. Él sería un extranjero en aquel lejano país, del que
solo sabía que estaba a orillas de otro océano. Era la oportunidad que esperaba para
arreglar su vida. Llegó a Guayaquil junto con varios miles de compatriotas. Le gustó el
clima de la ciudad. “Caliente como Jamaica”, pensó. No imaginó que le mandarían a
trabajar en el páramo, donde el frío calaba los huesos, en unas montañas más altas que
las nubes, al lado de profundos abismos, en un sitio llamado “La Nariz del Diablo”. Lo
más peligroso era colocar los tacos de dinamita en las escarpadas paredes de la
montaña, actividad encomendada a los indios más acostumbrados a trabajar a esa altura
y más prescindibles en caso de accidentes. Pero una mañana, él y otros cinco negros
jamaicanos recibieron la orden de colocar la dinamita como castigo por la riña de la
noche pasada al calor de varias garrafas de aguardiente de caña. “¡Qué maldito
chuchaqui!” decía, usando la jerga de los ecuatorianos, mientras pendía de una soga y
trataba de asirse a las rendijas de la pared, sin soltar la dinamita. Sentía que el alcohol
aún circulaba por sus venas, cuando lo vio venir, majestuoso, espléndido, con sus alas
negras desplegadas, debía ser el “rey de los gallinazos”: era un cóndor. El ave lo miró y
comenzó a volar en círculos, cada vez más cerca de él. Pensó que quería enseñarle a
volar, así que él extendió sus brazos y comenzó a balancearse en la soga tratando de
hacer círculos, al igual que el cóndor. En ciertos momentos, el cóndor se acercaba
bastante y casi se podían tocar. Observó que el cóndor lo miraba con gesto de
aprobación y de consentimiento. Entonces, lo hizo, tomó impulso y se soltó de la soga,
con los brazos extendidos, el pecho inflado y las piernas juntas, voló… unos segundos,
pero voló.
El cuerpo apareció flotando en la orilla del río Tahuando. Al amanecer, dos hombres
hallaron el cadáver, tras una larga búsqueda. Después pidieron auxilio a unas personas
que paseaban por el lugar. Acto seguido, llegó la policía. Un sinnúmero de policías,
periodistas y entrometidos llegaron al lugar a curiosear. Dejaron todo el contaminado,
borrando todo tipo de huellas y evidencias. Al momento, llegó el Sargento López y
observó a todas las personas amontonadas en la orilla del río. Se molestó y ordenó a su
agente retirar al tumulto, para proceder a colocar las cintas amarillas en la zona donde se
encontraba el cadáver. El Sargento miró con atención las rocas, la maleza y la orilla del
río Tahuando; estaba en busca de un indicio, cualquier cosa fuera de lugar, pues esto le
daría una pista de lo que había sucedido. Caminó de lado a lado, mirando de arriba a
abajo, en busca de objetos relacionados con el hecho ocurrido. Al poco tiempo, llegaron
los expertos, levantaron el cuerpo y lo sacaron del agua. Al instante, llamarón al
Sargento López. Los peritos le dijeron que la muerte fue provocada por un fuerte golpe
en la cabeza, posiblemente mientras el hombre resbalaba por la barranca del camino,
dado que se encontraron restos de piedra en la herida. El Sargento llamó a uno de los
amigos del fallecido y le pidió que le contara lo sucedido. El amigo del difunto relató su
versión confirmando lo sospechado por los expertos. Afirmó que, cuando se dirigía con
su amigo a pescar, este cayó por la barranca golpeándose con las piedras hasta que su
cuerpo terminó en la orilla del río Tahuando. El Sargento pidió ver los equipos de pesca
que estaban en la canoa, allí estaba todo el equipamiento: cañas, anzuelos, carnadas y
cajas. El Sgto. López levantó una caja y luego otra. Se preguntó por qué una pesaba más
que la otra. El agente inspeccionó las cajas y se dio cuenta de que una de ellas tenía una
abolladura en la parte inferior. Inmediatamente, el Sgto. López ordenó al agente que
esposara al hombre que era amigo del fallecido, ya que esta había matado a su
compañero, dándole un golpe en la cabeza con una de las cajas de pesca. Para encubrir
el crimen, el compañero de pesca del difunto, puso sobre la herida restos de piedra y
colocó el cadáver a orillas del río. Desesperado y angustiado el autor del crimen quiso
saber cómo el Sargento descubrió lo acontecido. El Sgto. López encontró unos anzuelos
y carnadas a la orilla del río, los mismos que estaban en las cajas de pesca. Una vez que
el hombre fue golpeado se derramó el contenido de la caja, dejando una abolladura en la
parte inferior. El Sgto. estaba conmovido por la escena, quiso saber por qué un amigo
mataría a otro. El asesino confesó que momentos antes de salir de pesca, su esposa le
había dicho que lo engañaba con su mejor amigo y compañero de trabajo.
Alexis Cifuentes.
El cantante
Corría el año 1935, empezando el mes de octubre, en la familia Jaramillo Laurido nacía
el segundo de los hijos, en la perla del pacífico, la hermosa ciudad de Guayaquil. El
señor Jaramillo y su esposa decidieron ponerle los nombres de Julio Alfredo y así fue
inscrito en el registro civil. Julio Alfredo creció y su madre se percató de que el niño era
enfermizo. Los médicos le diagnosticaron asma. Al terminar la educación primaria,
Julio no deseó ingresar al colegio; es más, nunca le agradó estudiar. En estas
circunstancias, su madre, que enviudó, le exigió que trabajara. Julio se fue de aprendiz
de zapatería. El dueño del taller, Don Filemón, no se cansaba de aconsejarle al joven
Julio: - Oye, Julio, sé buen hijo, aprende este oficio y no cosas malas. - Sí, Don
Filemón, yo soy buen hijo; el único problema que tengo es que no me gusta estudiar,
pero sí me gustaría aprender a tocar la guitarra. Usted tiene una allí, colgada. Enséñeme
a tocar la guitarra, le pido de favor. Don Filemón solamente le dirigió la mirada y le
hizo entender que debía continuar trabajando con las obras que estaban pendientes.
Cierta tarde, Don Filemón volvía del centro de la ciudad y, al estar en el umbral de la
puerta de ingreso a su taller, escuchó que alguien cantaba e interpretaba la guitarra. Se
sorprendió al ver al joven Julio que era quien, con cierta destreza, cantaba un pasillo.
Don Filemón decidió apoyar a Julio; sin embargo, el hermano mayor de Julio, José
(Pepe), no estuvo de acuerdo, argumentando que ser cantante no era para él, que los
cantantes se mueren de hambre. Julio persistió y poco a poco se fue haciendo conocer a
nivel local, nacional e internacional. - Mamita, quiero que no le falte nada, quiero darle
lo que no hemos tenido- le decía Julio a Doña Apolonia, su madre. - Hijo mío, gracias
por lo que me dices. Solamente te recuerdo que debes ser responsable con todas esas
muchachas y con los hijos que has procreado. - Gracias, madre mía, por tus consejos,
pero no depende de mí, son ellas las culpables, ellas me buscan. Dicho esto, Julio dio un
beso en la frente a su madre y se despidió. Al pasar el tiempo, se supo que Julio estuvo
por Colombia, Perú, México, Argentina, Uruguay, Paraguay y otros países más,
paseando nuestra música y poniendo en lo más alto el nombre del Ecuador. El
presidente de Venezuela, John Mackenzie, le dijo alguna vez: - Oye, Julio, te propongo
que te nacionalices como venezolano; aquí tienes tu esposa, tu hogar, y tu música gusta
a grandes y chicos. Julio respondió: - Gracias, señor presidente, pero yo nací
ecuatoriano y ecuatoriano moriré. Transcurrieron varios años, y el ruiseñor de América,
Mr. Juramento, el inmortal, como fue calificado por sus miles de admiradoras y
admiradores, volvió a su natal Guayaquil. Al poco tiempo, su salud se quebrantó. Luego
de algunas intervenciones quirúrgicas, dejó de existir. Nuestro país y el mundo se
quedaron sin uno de los mayores y mejores exponentes de la música ecuatoriana. Cosa
absurda: en vida Julio nunca fue homenajeado, al igual que muchos otros artistas. El
gobierno, como para reparar en algo este absurdo, decretó el 1 de octubre como el Día
del Pasillo. Alguien dijo:
A tu encierro
Me levanto cada día dando gracias a Dios por todo lo que ocurrirá en este nuevo
amanecer. Pasan lista y estoy formado como un niño bueno. Al cabo de unos minutos,
me veo tomando una tibia colada con pan de cincuenta centavos, para posteriormente
utilizar el tiempo de manera adecuada. En talleres de aprendizaje y cultura física, me
han dicho que no tenía que hacer nada durante todo el tiempo que me toque estar en este
encierro. Ya estoy hundido hasta las mismas, y ya nadie podrá hundirme más. Entonces,
para qué trabajaré, por qué asearme todos los días, nadie te puede obligar. Un día
desperté, vi por el gran ventanal que ocupa mi dormitorio (adivinen con cuántas
personas más lo comparto, no creo que acierten). Ah, pero hablaba de mi ventana, le
pregunté y me respondió: “estás aquí, pero no has perdido la fe, la dignidad”, y eso es
más que suficiente para no echarme a la cama a dormir y dormir, gastando en vano las
reservas, los ahorros de existencia que aún me quedan. Cada semana, tienes una o dos
visitas de una a dos horas, donde pueden pasar de una a dos personas; y también de una
a dos… visitas íntimas. No todo es drama. Existe, también, algo ultra-archi-multi-
extraordinario, mega importante: nadaaaaaaaaa, sí, no hay nada. Solo quedan los
recuerdos gratos de cuando te encontrabas tras esa puerta negra. El encierro, con todo el
sufrimiento que conlleva, es innegable porque negarlo es engañarse. La gratificación te
permite seguir avanzando, posiblemente, lento pero seguro hacia el triunfo. Piensas que,
si la vida es linda, vale la pena seguir viviéndola. Gracias al encierro he tenido tiempo
suficiente para reflexionar y enmendar errores conmigo y mi familia, hasta alcanzar esta
Odisea, coronando la libertad. Olvidaba comunicarte que, en el encierro, encontré
fuentes de inspiración como: grandes compañeros, amigos caídos en desgracia como yo
y con quienes compartimos alegrías, pesares y glorias.
Los Lagarteros
Allá por los años 70 u 80, fui compañero de colegio, en la ciudad de Guayaquil, de Raúl
López, con quien compartíamos deporte, estudios y fiestas. Teníamos un grupo de
amigos para el efecto. Mi amigo Raúl tenía un papá muy fuera de lo normal si lo
comparamos con otros papás. ¿Por qué digo esto? Porque su papá era el guitarrista más
conocido de las calles Sta. Elena y Colón. Era llamado “El gato López”, famoso porque
tocaba excelente la guitarra y, creo, también cantaba. Por las noches, en las calles Sta.
Elena y Colón, concurrían muchas personas con el papá de mi amigo. Eran conocidos
por la ciudadanía como “Los Lagarteros”. Ellos trabajaban de músicos de noche y de
madrugada. Quienes solicitaban sus servicios musicales eran los enamorados, para una
serenata a sus parejas o cuando estaban peleados en el día del amor, 14 de febrero; o en
el día de la madre, que era una locura; así como también en cumpleaños y otras
ocasiones especiales. El papá de mi amigo, lamentablemente, murió hace algunos años,
pero la tradición de los conocidos “Lagarteros” sigue hasta los tiempos actuales.
Hugo Mora
El verdadero amigo
Me pongo a pensar: creía haberlo vivido todo y, ahora, me doy cuenta de que no es así.
Esta historia trata de un hombre llevado, por su mala consciencia y toma de decisiones,
a estar privado de su libertad, en la cárcel. En ese lugar empezó su martirio y dolor. Su
nombre es Héctor. Él mismo decide ser abogado y juez para determinar su destino. Al
reflexionar, recuerda su vida llena de alegrías, comodidades y bendiciones. Esto trae a
su mente el recuerdo de su esposa Cyntia y sus dos hijas, María y Celia, llenándose de
lágrimas sus ojos. ¿Cómo no regresar al pasado? Aquel día, le recuerda a un 20 de junio
del 2010 que no se borrará de su mente. Todo cambio, de la felicidad a la tristeza, y solo
por no escuchar el consejo de sus padres, hermanos y amigos. Una decisión puede
cambiar el rumbo de tu vida. ¿Cómo y cuándo pasaron estas cosas?, se preguntaba
siempre; y con esto sobre la reacción de su familia, sometida a la desgracia por un error.
Su esposa, ante la noticia de saber que su pareja estaba presa, quiso arreglar las cosas,
pero fue imposible. Héctor era un hombre de prestigio y reputación, pero la noticia de
su encarcelamiento ya había circulado. Han pasado muchos años. Su esposa e hijas,
mujeres valiosas y guerreras que lo han afrontado todo, con la bendición de Dios, se
pusieron al frente y su situación jurídica y legal mejoró notablemente. En estos años,
para Héctor no ha sido nada fácil asimilar las cosas, pero cada día reflexiona sobre sus
errores y trata de no repetir otro día gris, valorando mucho el sacrificio de su familia,
que le ha impulsado a tener fortaleza y a cambiar su estilo de vida. Falta poco para estar
con su familia y siempre piensa cómo será ese día. Tantas cosas pasan por su mente;
con la bendición de Dios, sabe que no puede perder su última oportunidad. Quiere
demostrarse a sí mismo y a los demás que es otra persona, otro esposo, otro padre, otro
hijo, en conclusión, otro ser. Atrás quedan todos los recuerdos. Hoy quiere escribir una
nueva página en su vida, junto a su familia. Héctor sabe que lo puede hacer, espera con
ansias y paciencia su salida, que sabe que llegará. Hoy no hay más tiempo para perder
oportunidades, sino que hay que vivir cada segundo, cada minuto de manera correcta,
responsable y modesta. Hoy Héctor se pregunta: ¿Estoy preparado para salir? Y se
contesta: Sí; puedo porque Cristo me ha fortalecido. La pesadilla poco a poco está
terminando y cada día es una nueva oportunidad para vivir con la bendición de Dios.
Digar Humberto Iñiguez Tufiño
En el amplio ambiente verde, color esperanza del cálido tropical amazónico, en medio
de la selva aroma virginal, de tupidos y altos árboles que con sus ramajes ocultaban la
luz solar durante el día y apenas dejaban filtrar hilos de luz de luna en la noche, allí
donde todos se conocen y anuncian peligros que podrían afectar a la familia viva, se
escucharon ruidos extraños que empezaron a ser parte del ambiente raro. Eran sonidos
que alteraban la paz del inexplorado bosque cálido; empezó con pisadas sigilosas que
procuraban no tener eco, evitaban dejar huellas de alteración de lo periódico otrora
reinante; posterior se escuchaban ruidos que destrozaban la enmarañada floresta, cuyos
estragos causaban sonidos de espanto, mucho más estrepitosos al ser pisoteadas por
botas de uniformados con tonalidad de la misma jungla; se desplazaban al encuentro de
lo desconocido, iban armados hasta los dientes, se presagiaba lo peor; en el ambiente
circulaba una fetidez a guerra y destrucción que tenía alborotada a la flora y fauna de la
zona ecuatorial. La Cuenca del Rio Cenepa era un nuevo escenario para sacar a flote las
rencillas históricas de ecuatorianos y peruanos que reclamaban para sí, derechos propios
de un sector que no era de nadie, espacio geográfico que no estaba definido a quién
pertenecía, pese a existir delimitación por el protocolo de Río de Janeiro. Todos los
animales huían asustados, no querían ser blanco fácil de aventureros que osaron pisar su
suelo sagrado, huestes armadas que ante cualquier ruido, dirigían sus armas hacia el
sitio donde provenían los sonidos y obligaban a los animales a refugiarse en cuevas
profundas de la tierra y a brincar entre las ramas; las aves hacían lo propio, alzaban el
vuelo antes de ser vistas, agitaban sus alas presurosas, tratando de alejarse de la
amenaza; aunque la pelea no era con ellos, estaban en la mitad de la disputa de hombres
llegados de otros lugares, que peleaban por un espacio que nunca fue de ellos y
guerreaban por una zona que históricamente fue de Shuaras, Huambisas y Aguarunas,
quienes por facilidad se asentaban junto a los ríos que les daba agua fresca, pescado de
variadas especies para su dieta alimenticia y transporte para desplazarse por el interior
del verdor selvático que estaba amenazado. Alguna vez se habló de La Cueva de los
Tayos, a nadie le importó indagar lo que era, se posicionó en la mente de pocas gentes –
de ambos lados- que se trataba de una más de las tantas grutas naturales que guardaban
en sus entrañas misterios transformados en fabulas y nada más. Nunca se dijo que esas
galerías escondían vida silvestre que también estaba asustada por el arribo de gente
ajena a las familias Tiwi, Ujukam, Yuzuma, Canuza, Kumbique, Shuntam, Licuy y
Tsukanka que de vez en cuando regresaban a la cueva, especialmente en épocas de
escasez, de falta de alimento, y buscaban qué llevar para dar de comer a los suyos.
Estaban atemorizados, porque antes, tenían que esconderse de las cerbatanas que
lanzaban sus dardos homicidas del arco que apuntaban sus flechas a todo lo que se
movía, de las lanzas que buscaban penetrar en zonas blandas de la vida silvestre, ahora,
el miedo era a lo desconocido, a ruidos que no eran los que siempre escucharon, eran
explosiones espantosas que causaban miedo, mucho miedo. Cueva de los Tayos pasó a
ser el centro de la noticia de radio, televisión y prensa escrita. Se señalaba en grandes
titulares que se había levantado el telón del Teatro de Operaciones Militares, de la
curiosidad de lo desconocido pasaba al terror de la destrucción que dejaba a su paso
desolación y muerte anticipada, muerte prematura de seres vivos que asustados
maldecían sus penalidades y buscaban ponerse a buen recaudo. ¿Qué hicimos para
merecer esto? Decían en eco de voces disonantes. ¿Acaso nosotros les molestamos a los
humanos? Por el contrario, por nosotros respiran, porque somos parte del pulmón del
universo, de nosotros se alimentan sin permiso de nadie, es decir, por los seres vivos
amazónicos viven los humanos que hoy, son una amenaza a la paz que siempre reinaba
en estos rincones patrios. No les quedaba más que poner su existencia en polvorosa,
tenían que salvar su pellejo pese a que conocían que algún día debían morir, sabían que
no tenían por qué anticipar su viaje al más allá, su misión no era tomar partido por
ninguno de los bandos. La pelea era entra entre los uniformados y ellos –los seres vivos-
no tenían nada que hacer en esa disputa, en la cual nunca pidieron participación y sin
embargo, estaban inmersos en medio de la beligerancia, sintiendo y sufriendo igual que
los soldados. Muchos de ellos gritaban en consigna: “Ni un paso atrás”, mientras otros
se cagaban de miedo y, así hubiesen querido salir huyendo, no sabían hacia donde
hacerlo. El intentar era ya una muerte segura, devorado por la desconocida selva;
quedaban convencidos que la mejor forma de sobrevivir era estar juntos en las buenas y
las malas, “la unión hace la fuerza”; era la mejor manera de justificar el haber hollado el
suelo sagrado de los nativos. Los seres vivos de la selva comprendían a los seres
humanos y pese a que se dice que “el miedo es humano”, todos los seres de la selva
también sentían desconfianza, terror, zozobra. Ingresar a Cueva de los Tayos era
atravesar una boca de cinco metros de alto por unos cuatro metros de ancho, de cuyo
interior salía un riachuelo de agua cristalina, clara y pura sin contaminación. Unos
treinta metros adentro se extendía una gran poza de agua diamantina donde los nativos
entraban a nadar, a purificar sus cuerpos, a pesar de que tenían temor a boas y
anacondas gigantes, que según los relatos de hace mucho tiempo atrás, vivían
acompañando a los demonios de la selva; junto a Iwia, eran seres malignos que salían
para llevarse a sus adentros a nativos seleccionados por causar destrozos. Unos metros
más adentro, cuando la oscuridad se hacía presente, se dejaban ver unas pequeñas luces
que se prendían y apagaban como luciérnagas, como queriendo averiguar quiénes
estaban en sus dominios, al mismo tiempo asustados se escondían y silenciaban,
pasaban a ser parte del silencio sepulcral de la cueva y así evitar el escenario de la
guerra. ¿Por qué Cueva de los Tayos? Ramiro era uno de los tantos uniformados que
estaba obligado a luchar por intereses que no eran los suyos, por beneficios que nada
tenían que ver con sus asuntos personales y que consideraba además que “en la guerra
no existen ganadores, todos son perdedores”. Sin embargo, tenía que estar allí
mancillando suelos ancestrales, disfrazado de defensa de la patria; tenía que cumplir
órdenes disparatadas. Cansado se sentó sobre una roca grande, puso su mochila de
almohada y se quedó pensando, no se sabe cuánto tiempo pasó en esa posición, pero
recuerda que encendió su linterna para escudriñar qué eran esas lucecitas que llamaban
su atención, caminó hacia esos sitios y encontró una especie de bolas afelpadas, suaves
como el pelaje de alpacas serranas, de color amarillo y café, las miraba con recelo hasta
que vio que de ellas emergían unas pequeñas cabezas con picos enclenques recién
formados. Ramiro posó suavemente su mano sobre uno de ellos. La familiaridad hizo
que pierdan el miedo esas bolitas suaves, en proceso de convertirse en plumaje. El
tiempo que contempló a dicha especie nueva parecía interminable, mucho más cuando
entablo un dialogo receloso: - No nos hagas daño, soldado, no nos mates, nosotros nada
tenemos que ver con la guerra. - No se apuren. Me llamo Ramiro, pese a que no importa
mi nombre, lo sustancial es que no llegué buscándoles a ustedes. Me da mucho gusto
poder conversar con alguien. Con suerte, ustedes no son peruanos a quienes vengo a
combatir. - Yo como ave en crecimiento no soy de origen inca, tampoco soy indio
ecuatoriano, cuando sea grande como el resto de mis hermanos voy a volar sin fronteras.
- Me enternecen tus creencias, tu forma soñadora de ser. Dices que eres libre, cuando
estás prisionera de estas paredes oscuras que apenas estoy conociendo. - Mira, Ramiro,
vivimos aquí y a pesar de la oscuridad somos libres, solo tomamos lo necesario para
vivir; nosotros no peleamos, lo que hacemos es luchar para sobrevivir. - ¡Vaya forma de
luchar! Nosotros los humanos damos la cara al enemigo, no nos escondemos para ver en
silencio lo que ocurre alrededor. - Vivimos aquí como una forma racional de proteger la
especie y pese a estar aquí, históricamente hemos sido perseguidos; no han respetado
edad ni condición. - De mí no te preocupes, ya te dije que llegué aquí para no hacerte
daño, hago un trabajo de recolección de información. - No seas cínico. Cómo puedes
decir que no vienes a hacernos daño cuando, por culpa de ustedes, todos los animales
tienen que escapar buscando refugio para no ser alcanzados por sus disparos asesinos.
Por el bum, bum, bum estridente como truenos de invierno provocados por armas de
artillería. El en, en, en, de las motosierras, talando árboles para cubrir los fosos
profundos convertidos en trincheras para asegurar la vida de los soldados. - Hum, no me
había dado cuenta de todo ello, de verdad me da mucha pena el daño que estamos
haciendo; lo siento. A continuación, se escuchó un clap, clap, clap repetido, era el roce
de sus pequeñas alas en señal de aplausos irónicos ante la excusa del uniformado. Le
parecía increíble el daño que estaban causando sus camaradas. Solo cerca de él estaban
aproximadamente unos 15 soldados entre los que se identificaban Carlos Pincay,
Esteban Anchapaxi, Juan Cevallos, Arnulfo Mancero y otros que armaban algazara
junto a la fosa de agua clara como el cielo de verano. Las asustadizas aves creyeron
escuchar varios glup, glup en la garganta de Ramiro, tragándose su propia saliva,
parecía que sus quejas hallaron eco en los oídos del militar. Sin embargo, seguían
convencidos que era una excusa y que no valía la pena seguir insistiendo en una
conversación con alguien que se hace el inocente en vez de asumir responsabilidades.
Por favor, créeme nunca me puse a pensar en lo que dices. Estaba convencido que solo
combatíamos a los peruanos, nunca pensé que en medio había seres maravillosos como
tú, como ustedes, que se aferraban a la oscuridad por miedo. Perdónenme, hasta ahora
no sé cómo se llaman. - Soy Tayo, nieto Tayo, hijo Tayo, hermano Tayo y seré esposo y
padre de Tayos, tendré alas que ya no serán amarillentas, sino negras para lanzarme a
volar. Psst, Psst, despierta por favor, ándate. - Achuu, achuu –tenía un catarro que salía
de la garganta junto a una baba espesa- cof, cof- era una persistente tos, estaba resfriado
por los patrullajes permanentes. Días y noches despierto sin descanso en medio del
ambiente de lluvia y de diluvio alternado; no había tiempo para ponerse a llorar,
tampoco espacio para reflexionar qué era bueno o malo, solo había tiempo para cumplir
las órdenes recibidas, vigilar y luchar por la patria. - ¿Qué pasó, tuve esa conversación o
solo fue un sueño? Como quiera que sea, Ramiro llegó a saber el por qué del nombre de
“Cueva de los Tayos”, sitio geográfico que está grabado en la historia nacional.