Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Diana sujetó del brazo a Ainhoa, que iba lanzada a cruzar el paso de peatones
sin mirar. La lluvia caía con fuerza y no quería mojarse los pies. Por excusa
de compartir paraguas, caminaban agarradas de la cintura. Aun así, era difícil
esquivar los charcos.
Por fin, lograron cruzar y se refugiaron bajo el gran zaguán del hospital.
—Tenía que haber pasado por mi casa a por unas botas —dijo Ainhoa
sacudiéndose los pies. Tenía las zapatillas empapadas.
—Anda, que... —le reprochó Diana con dulzura—. Creo que tengo unos
calcetines en la taquilla.
Ainhoa miró al suelo. Estaba dejando un pequeño charco bajo sus pies
conforme las zapatillas soltaban agua.
—Sí, pero no entiendo por qué Diana no quiere dar más pasos conmigo.
Estamos muy bien juntas, ¿es que no está segura de lo nuestro?
El rumor de la lluvia se oía con intensidad cada vez que las puertas del
hospital se abrían. Soto le frotó el brazo.
—Claro que lo está, pero cada persona tiene su ritmo. Ten un poco de
paciencia con ella —le dijo para consolarla—. Y ve a cambiarte de calzado,
que al final te vas a resfriar.
—Seguro que llevas una semana en España y vienes ahora —le dijo Diana.
—La verdad es que sí. Bueno, una semana no, pero sí he estado algunos días
en el Pirineo. Para desconectar, ¿sabes? —reconoció—. Estaré unos días por
aquí y luego volveré a Guatemala.
—¿Cómo que no? ¡Es tu padre! Hace siglos que no te ve —Diana no daba
crédito a la decisión de su hermano.
—¡No me da igual!
—Si no te da igual, ¿por qué te vas a ir otra vez? ¿Por qué no te quedas en
España?
—No puedo...
—Eso es un sí. Me lo tienes que presentar para tener una charla de hombre a
hombre, ya sabes.
—Vale, vale, perdón —Sacudió la cabeza y sus rizos se agitaron—. Iré a ver
a papá luego. ¿Contenta?
—Te lo agradezco, pero necesito hablar con ella. Por un tema médico,
¿sabes?
Se dejó caer por el hall, por si Ainhoa llegaba con la ambulancia, pero
tampoco la encontró. Miraba a la puerta tan concentrada que dejó la espalda
desprevenida.
—Ay, qué susto me has dado —saltó Diana—. La verdad es que sí, te
buscaba a ti.
Ainhoa rió con ganas. Quiso abrazar a su novia, pero esta le puso freno.
—Aquí no, Ainhoa —dijo Diana entre dientes—. Además, quería hablarte de
algo. Ha venido mi hermano.
—¡Genial! Me encanta.
—Vale, luego te veo —Ainhoa hizo amago de irse pero se giró hacia su novia
—. ¿Te puedo dar un beso en la mejilla?
Diana miró hacia los lados y accedió. Ainhoa la besó y la cardióloga tuvo que
contenerse para no retenerla más tiempo a su lado.
Con la adrenalina por las nubes, Ainhoa bajó de la ambulancia en la dirección
señalada. Había dejado de llover, pero el día seguía húmedo.
—¿Qué ha pasado?
El hombre asintió pero un nuevo acceso de fiebre le provocó una náusea que
le impidió seguir hablando. Ainhoa le dijo que no intentara hablar y volvió a
tomarle la temperatura con el termómetro láser.
—Doctora Cortel, mira esto —le comentó un compañero que había abierto la
camisa del paciente ligeramente. Ainhoa vio un sarpullido que empezaba en
el cuerpo y le bajaba por el pecho.
—Uno, dos y... ¡tres! —dijo para trasladar a Fran a la cama de manera
coordinada con sus compañeros. Desenganchó el gotero y lo colocó en el
trípode junto a la cama. A su lado pasó Diana que le tomó la temperatura a su
hermano. Se movían por la habitación sin tropezar, como si estuvieran
bailando.
Ainhoa se fijó en cómo su novia recibía aquel comentario. Diana apretó los
labios.
—¿El qué?
—Me picaba constantemente. Así que, cuando dijo que se metía a una ONG
para viajar, fue una liberación para mí, la verdad.
Diana echó un vistazo alrededor y, cuando se aseguró de que nadie las veía,
cogió de las solapas a Ainhoa y la arrastró a un rincón. En la semipenumbra,
le dio un beso en los labios que Ainhoa recogió con ganas. Estuvieron un
buen rato jugando con sus lenguas hasta que escucharon un ruido y se
separaron.
Diana abrió los ojos despacio y chascó la lengua contra el paladar un par de
veces.
—Hola —dijo, y aceptó de buen grado el breve beso que Ainhoa le dio en los
labios—. Me duele todo.
Las chicas se incorporaron. Diana abrió la carpeta y puso los ojos en blanco
en cuanto leyó el diagnóstico.
—Lo justo para saber que yo tenía razón —dijo Fran entre toses.
—Esto por listillo —le dijo, y volvió a golpearle—. Y esto por irte de
España.
La mañana había amanecido soleada dejando atrás las lluvias torrenciales del
día anterior y la luz entraba a raudales en los ventanales de la cafetería.
Entonces, Ainhoa pudo ver la mala cara que tenía Diana. A pesar de eso, le
dijo lo guapa que estaba y se ganó un golpe en el brazo "por zalamera". Se
pidieron un par de cafés y salieron a la terraza.
—Sí, fui con ella. Estaba entusiasmada. Luego dirá que yo no paro de hablar,
pero cuando ella se emociona con algo, anda que no da la turra. Antes de ir
nos echamos unas cervezas y me estuvo explicando el contexto de la obra y
todo eso. Y después, estuvo comentando lo bien que habían estado los
actores, lo difícil que era actuar en una obra así, con esa interpretación tan
personal que el director le había querido dar al texto de Calderón de la Barca
—Ainhoa dijo esto último imitando el tono de Soto—. Eso sí, que no se me
ocurriera a mí hablar durante la obra porque me clavaba una mirada asesina
que me daba miedo.
—¿Y tú?
—Mira, ve a mi casa, que está más cerca. Échate una buena siesta, come algo
y luego vuelves otra vez.
—No estaría a gusto en tu casa. En todo caso, me iría a la mía.
—Mira, me voy a ir sólo para no oírte otra vez con eso —dijo la cardióloga
antes de dejar plantada a Ainhoa.
—¿Y ahora qué le pasa a Diana? —le preguntó a Ainhoa cuando llegó a su
altura.
—Oye, tengo entradas para una obra de teatro esta noche. Es una pieza
clásica traducida por un prestigioso autor y trasladada a nuestros tiempos...
—Más o menos.
—Me salvaste la vida —dijo Fran. Poco a poco le volvía el color a la cara.
Miró el móvil de nuevo, pero Diana seguía sin escribir. Aun así, no quiso
levantar la vista del aparato. Fran la observaba fijamente.
—Ainhoa.
—Eso, Ainhoa. Dime una cosa, Ainhoa, ¿sabes si mi hermana está bien?
—Tu hermana es una mujer independiente que no le hace falta estar con
nadie para ser feliz.
—¿Yo qué?
—¿Tienes novio? Seguro que sí... —Fran buscaba el mando de la cama para
incorporarse y tener mejor ángulo de visión. El zumbido del mecanismo
inundaba la habitación.
—Pues no, no tengo novio —Ainhoa exhaló un suspiro de impaciencia—.
Tengo novia.
Fran se movió sobre la cama hasta que encontró una postura cómoda.
—Mucho.
—Seguro. Te brillan los ojos —apuntó Fran—. Las tías os entendéis mejor.
Los dos se rieron un rato, hasta que las risas tocaron techo y ya no bajaron.
Fran miró arriba como intentando recordar algo que olvidó hace tiempo.
—Yo no estoy hecho para tener relaciones. Un mes aquí, otro allá... Es
difícil.
—Supongo que eres un buen médico, pero no eres el único —soltó mientras
se masajeaba la nuca.
—Quiero decir que hay muchos médicos muy buenos que pueden suplirte sin
problema. Si te crees imprescindible, no serás libre para tomar decisiones,
¿no crees?
Una ligera espuma salió de la boca del paciente. Ainhoa retiró cualquier
objeto que pudiera ser peligroso, y se hizo a un lado en actitud de alerta. Tras
unos instantes que a la doctora Cortel le parecieron eternos, Fran dejó de
convulsionar. Ainhoa puso la cama en posición completamente horizontal y
colocó al paciente de lado mientras se recuperaba.
—¿Me estás pidiendo que no se lo diga? —La doctora dio un paso atrás.
—Si se lo dices se pondrá muy pesada con que vuelva a España para
comenzar un tratamiento. Y no puedo volver a España porque...
—No nos mires así, Diana. Ha sido una tarde muy aburrida, ¿verdad,
Ainhoa?
—Perdona, eh —se disculpó con Ainhoa—. Es que... Deberías ver qué carita
se le pone cuando habla de su novia, Diana.
—Pues no sé, a andar por el pasillo, a asomarme a una ventana, algo... Como
no me queréis dar el alta...
Ainhoa bufó.
Fran caminaba por el pasillo mientras leía todos los carteles que se
encontraba, como si buscara algo. Tan concentrado iba que no vio que venía
un hombre de frente con el que chocó.
—Es verdad, habían comentado que estabas por aquí. Eres médico en una
ONG en Guatemala, ¿no?
No pasó mucho tiempo hasta que Clara, una de las enfermeras del hospital,
entrara en la farmacia. Fran se desenganchó la vía que le ataba al suero y dejó
el trípode pegado a la pared. Se asomó a la farmacia y al ver a Clara de
espaldas, se escurrió dentro y se quedó agazapado en un rincón oscuro.
Cuando Clara encontró lo que buscaba, salió de la farmacia y volvió a cerrar
con llave. Fran salió de su escondite y buscó por las estanterías su
medicación para los ataques epilépticos.
—Ve a la habitación ahora mismo, que me tienes contenta —le ordenó Diana
—. ¡Que te daba así! —le regañó cuando su hermano pasó a su lado
amenazándole con la mano en alto.
—Veo que no sabes guardar un secreto profesional —le dijo Fran con cierta
sorna.
Diana le abroncó con la mirada por aquel comentario que Fran no apreció por
estar colocándose en la cama.
—Al final he ido a tu casa a dormir, que está más cerca —le informó Diana
—. Como agradecimiento, te he dejado el pijama sobre el radiador para que
lo tengas calentito ahora.
—No tienes que agradecerme nada, Diana —Ainhoa le agarró las manos—.
¿Puedo darte un beso de despedida?
Diana asintió y ladeó la mejilla para que su novia entendiera que lo quería en
la mejilla. Ainhoa tentó a la suerte y le dio el beso lo más cerca de los labios
que pudo.
—Y yo —respondió Diana.
Fran rio.
—Lucía —dijo Diana. Tanteó el aire para ubicarse—. ¿Qué pasa? ¿Está todo
bien?
Diana miró su reloj. Poco a poco la bruma de su mente se iba disipando. Eran
las 9 de la mañana de un nuevo día. Entonces, cayó en lo que Lucía le había
dicho.
—Gracias, cielo.
—Ya imagino. Bueno, Diana, te espero abajo, ¿vale? —Lucía le dio un beso
en la mejilla y se fue hacia la puerta.
—¡Lucía! —la llamó Diana antes de que saliera—. ¿Has visto a Ainhoa?
—No, pero si la ves dile que se pase por la cafetería —dijo, y se fue.
—Sí, sí tengo —la interrumpió Fran. Se recostó y se sentó sobre la cama para
poder mirar a los ojos a su hermana—. Tú tienes tu vida aquí y yo vengo una
vez cada dos o tres años y la invado por completo.
—Bueno, tampoco...
—Hablo de Ainhoa.
—No espero que te abras conmigo, pero sí quiero que lo hagas contigo
misma. Y con Ainhoa, por supuesto. No quiero que te pase lo que me pasa a
mí, que olvides lo que es entregarse sin miedos a alguien.
—Sí, dile que te hace feliz como tú le haces a ella, que estás a tope en la
relación.
Sólo entonces Diana se dio cuenta de dónde estaba. Miró hacia abajo y se dio
cuenta de que todo el mundo la miraba. Sus ojos saltaron de una cara a otra.
Había risas, gestos de confusión y alguna sonrisa burlona, pero ninguna era la
de Ainhoa.
—Te vas a hacer daño —le dijo Dacaret desde el otro lado de la sala.
Su voz fue cogiendo fuerza poco a poco conforme la gente se sumaba, dando
palmas al compás de la canción.
Varios cuerpos las separaban, e iba a ser complicado llegar hasta la mesa.
—He subido aquí porque te estaba buscando para decirte una cosa.
Diana ya había asumido que lo que pretendía ser una declaración de amor
íntima iba a convertirse en algo público y multitudinario. Apretó los puños un
par de veces para coger valor.
Se hizo paso entre la gente y alcanzó la mesa. Diana le ofreció la mano para
que subiera y las dos quedaron frente a frente en lo alto de la cafetería, a la
vista de todos. Ainhoa le agarró de la cintura y atrajo a su novia contra su
cuerpo. Las chicas se fundieron en un beso ajenas a la lluvia de aplausos que
caía sobre ellas.
FIN.
Sobre la autora
A. M. Irún es escritora de novela lésbica.
Twitter: @nicoporfavor