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23/6/2019 Página/12 :: Debates :: ¿Qué clase(s) de batalla es la “batalla cultural”?

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¿Qué clase(s) de batalla es la ¿Qué clase(s) de batalla es la “batalla


cultural”?

“batalla cultural”?
Por Eduardo Grüner

E S C RIBEN HOY
Por Eduardo Grüner * Adrián Paenza Alfredo Zaiat Alicia
Gutiérrez, Oscar Belbey y Gustavo
1 Hace algunos días, María Pía López publicó en este diario un muy
Gamboa Carlos Rodríguez Daniel
interesante artículo titulado “Batallas y hegemonías”. Puesto que en él Guiñazú David Cufré Diego
menciona elogiosamente un trabajo mío sobre Gramsci y Bajtin – Fischerman Diego Martínez Eduardo
generosidad poco común que le agradezco–, no deja de provocarme cierta Grüner Elena Llorente Esteban
incomodidad hacer a mi vez el elogio de su texto. No vacilo, sin embargo, en Magnani Facundo García Facundo de
Almeida Gabriel Fuks Horacio
“distraerme” momentáneamente de ese pudor, para decir muy en serio que
Bernades Javier Lewkowicz Jorge
se trata probablemente de un artículo que (ojalá) va a dar mucho que hablar. Tartarini Juan Carlos Tizziani Karina
En primer lugar, porque revela una encomiable voluntad de “apertura” y de Micheletto Leonardo Moledo Luis
pensamiento crítico dirigido no solo al adversario, sino como reflexión Bruschtein Luján Cambariere María
honesta sobre el propio lado, sin “limar la criticidad de lo que incluye”, para Daniela Yaccar Matias Alinovi Miguel
usar sus propias palabras, y de esa manera propone empezar a quebrar la Jorquera Miriam Cairo Nicolás Lantos
Osvaldo Bayer Sebastian Abrevaya
inercia de un “sentido común” (concepto gramsciano si los hay), y
Sebastián Premici Sergio Kiernan
ciertamente “hegemónico”, que pretende que la sociedad argentina de hoy Washington Uranga
CHEVROLET CRUZE 5
está dividida en dos bloques nítidamente delimitados por la adhesión u
oposición incondicionales e in toto a un gobierno. Los señalamientos a BONIFICACIÓN DE JUNIO
propósito de la muestra del Palais de Glace sobre el “pensamiento nacional”
no son, en efecto, anecdóticos: incluir nombres filosófica e ideológicamente $235.000
tan diferentes entre sí como Borges, Viñas, Rozitchner, Astrada, etcétera,
supone pensar la cultura nacional no como un monumento monolítico sin
fisuras (ése fue el problema del “revisionismo histórico” tradicional: se limitó
a invertir de manera simétrica y especular el “panteón de los héroes” mitrista,
de modo semejante a como Lugones –y de esto María Pía sabe mucho más
que yo– transformó a Martín Fierro en el Gaucho de Mármol alegórico de
una argentinidad abstracta), sino como un espacio en movimiento,
atravesado por conflictos y tensiones que redefinen permanentemente los
propios límites de ese espacio y las lógicas con las cuales pensarlo.
Comparto enfáticamente (aunque quizá, sospecho, por razones no
exactamente iguales, de modo que no se la puede hacer responsable a ella
por lo que pienso yo) el fastidio con la expresión “batalla cultural”. Es un
sintagma que sugiere que la cultura es una suerte de uniformidad armónica y
unitaria, donde cada tanto (¿en años electorales, por ejemplo?) emerge la
“anomalía” de un conflicto de intereses actuado simbólica e ideológicamente.
Mi visión es otra: aún si se quiere seguir usando esas palabras, no hay tal
(ocasional) “batalla cultural”, sino que la cultura es, por definición, un campo
de batalla perpetuo; y donde, al revés, son los momentos de aparente “paz”
los que deben considerarse “anomalías” producidas por la “hegemonía” del
pensamiento dominante, que –como habría dicho Adorno– siempre pretende
presentar la realidad (social, cultural, política) como reconciliada, o al menos
potencialmente reconciliable. Para este pensamiento “hegemónico”, por
ejemplo, los “problemas” de un sistema injusto y expoliador (pongamos el del
sociometabolismo del Capital, como lo denomina Istvan Mészaros) son
“defectos” que al sistema le “falta” subsanar mediante la “profundización” de
medidas compensatorias. Esto es exactamente lo que –entre tantos otros–
Gramsci o Bajtin, cada uno a su modo, vienen a discutir. Vamos a la
cuestión.

2 Antonio Gramsci y Mijail Bajtin son dos pensadores (y militantes) de


izquierda extraordinarios que, aproximadamente en la misma época –entre
las décadas de 1920 y 1930–, tuvieron que sufrir durísimo castigo por su
práctica teórica y política, el primero en la cárcel fascista, el segundo en los
gulags del estalinismo (ambos, curiosamente, tuvieron una extraña relación
con el papel en que escribían: Gramsci hacía salir sus Cuadernos de la
Cárcel en rollos de papel higiénico, Bajtin quemó buena parte de su obra

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para calentarse en las gélidas noches siberianas; ¿no es una descomunal
metáfora de la materialidad conflictiva de la cultura?). Su valor indiscutible es
el de haber enriquecido y complejizado la teoría marxista “ablandando” las
rigideces del esquema “base económica / superestructura” para mostrar que
la cultura (incluyendo la literatura y el arte, y empezando por la propia lengua
que se habla) es ella misma un escenario “básico” de las relaciones sociales
y políticas de poder. Tiene toda la razón María Pía López al recordarnos que,
en este contexto, un “régimen de creencias que es, precisamente, el de la
hegemonía (...) nos remite al orden de las clases”. Y aún habría que agregar
más: con todo su estimulante “ablandamiento” de los mecanicismos del
marxismo vulgar, ni Gramsci ni Bajtin renunciaron jamás al punto de apoyo
de la lucha de clases para entender la cultura (Gramsci, incluso, no
abandonó jamás la perspectiva futura de una “dictadura del proletariado”).
Se puede aceptar o no ese punto de apoyo, pero convengamos en que
partiendo de él como lo hacen los autores de marras, se torna problemática
la afirmación de que “éstas (las clases) confluyen aceptando aquello que no
proviene de sus propias filas”, y que “(la de hegemonía) es noción que
articula el conflicto y la conciliación”. Pero, “conflicto” y “conciliación” no son
elementos preexistentes que pueden “articularse” en una “tercera posición”
entre ambos, porque son inconmensurables: no pertenecen al mismo
“territorio” teórico, ideológico, político. La mejor prueba de ello es que, aun a
riesgo de simplificar un tanto, se puede perfectamente decir que las grandes
teorías sociológicas y políticas, desde Platón hasta hoy, se dividen
inconciliablemente entre las que piensan la sociedad y la política como
“articuladas” por la lógica del conflicto o la de la conciliación. Por supuesto
que en toda sociedad hay etapas de conciliación (entre clases) o de pactos
(entre adversarios antagónicos); pero justamente son el efecto de una
relación de fuerzas ganadas o perdidas en el conflicto. Si partimos –como lo
hacen Gramsci y Bajtin– de que es el conflicto (entre las clases, con sus
respectivas alianzas con fracciones de otras clases, etc.) el concepto
“articulador”, la conciliación se subordina al desarrollo del conflicto (“empate
hegemónico”, etc., en Gramsci). Esa lógica obliga, más tarde o más
temprano, a elegir el “bloque” (de clases / alianzas) que cada cual apoyará
en el conflicto “estructural”.

3 La “aceptación de lo que no viene de las propias filas” es, pues, testimonio


de la hegemonía del adversario (se entiende que estamos hablando de los
“bloques” antagónicos: los individuos pueden aceptar o rechazar lo que les
venga en gana). Con todas las mediaciones y complejidades
correspondientes, la hegemonía tiene siempre una naturaleza de clase.
Cuando Bajtin habla de “dialogismo”, no se refiere a ninguna “transparencia
comunicativa” al estilo Habermas, sino –más bien al contrario– a un diálogo
conflictivo entre “acentos” sociales contrapuestos, en el que cada bloque
intenta, efectivamente, “apropiarse” de la palabra del otro, y su triunfo
“hegemónico” consiste precisamente en el ocultamiento del conflicto: por
ejemplo, cuando se dice que alguien habla “español”, ese enunciado
inocente es el síntoma de una hegemonía ocultadora del conflicto entre
diversas lenguas (castellano, vasco, catalán, aragonés, galaico-portugués,
etc.) que, en su momento, fue barrido bajo la alfombra de la unificación
lingüística por parte del Estado franquista. La hegemonía por la que aboga
Gramsci no es entonces la del Estado (eso es, en el mejor de los casos, una
forma de “revolución pasiva”), sino la de la construcción “nacional-popular”
(son palabras del propio Gramsci) conducida por las masas trabajadoras y
sus aliados independientemente del Estado y las clases dominantes. Esa
construcción, que en una primera etapa es contrahegemónica, tiene que
partir, obviamente, del “sentido común” realmente existente, que incluye “lo
que no viene de las propias filas” (por eso la hegemonía la tiene el otro),
pero lo hace para desarrollar su propia búsqueda de hegemonía. Lo mismo
hace el Estado –y más en particular, un gobierno–: cuando acepta incluir en
su proyecto demandas “que no vienen de sus propias filas” (¿es eso lo que
está diciendo la autora?, ¿que el actual gobierno tuvo que aceptar demandas
que no hubiera aceptado de haber sido mayor su hegemonía inicial?, es una
hipótesis...) puede hacerlo porque las cree legítimas, o porque las va a
utilizar para su propia construcción hegemónica, o por una combinación sui
generis de ambas cosas (dar con la tecla correspondiente sería una buena
manera de calificar a un gobierno). En todo caso, lo que no se puede
suponer desde una perspectiva “gramsciana” es que el Estado planea en el
cielo platónico, por encima del conflicto entre los bloques (de clases) de la
sociedad. Para entender esto, entre otras cosas, sirve la noción gramsciana
de “Estado ampliado”: el Estado incluye a la sociedad, y por lo tanto a sus
conflictos, entre los cuales siempre termina tomando partido. Supongamos –
es un decir– que la sociedad acepte que el centro de la “batalla cultural” está
ocupado, no por el conflicto entre las clases, sino por dos contendientes
llamados “Estado” y “Mercado”, como si en la sociedad capitalista el Estado
nada tuviera que ver –y más aún, fuera el antagonista “irreconciliable”– con
los resortes del poder económico. Si una sociedad cree eso, es porque hay,

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23/6/2019 Página/12 :: Debates :: ¿Qué clase(s) de batalla es la “batalla cultural”?
ciertamente, “hegemonía”, pero no precisamente la que desearía un Gramsci
o un Bajtin.

4 En fin, permítaseme insistir en que –aunque mis propias conclusiones


difieran en algunos puntos– el artículo de María Pía López es una bocanada
de aire fresco en un clima de debate bastante enrarecido. Por suerte, no es
lo único. A raíz del apoyo (con “reserva de crítica”, si puedo llamarlo así) que
ha dado un número bastante impresionante de intelectuales, docentes y
artistas a la conformación reciente del Frente de Izquierda, se viene
produciendo entre muchos de ellos (o de nosotros) un muy rico debate que
tampoco “lima la criticidad de lo que incluye”, con completa autonomía para
criticar lo que se considere criticable de las ideas y prácticas de las
izquierdas partidarias o no (las discusiones pueden leerse completas en el
blog del Instituto de Pensamiento Socialista). Es decir: por un lado,
intelectuales simpatizantes del Gobierno están dispuestos a hacer críticas
sobre sus modos de construcción de hegemonía; por el otro, las duras
izquierdas locales están dispuestas a escuchar críticas a sus propios modos
políticos. ¿Será una muestra de aceptación de “lo que no viene de las
propias filas”? De cualquier manera, como novedad, no es poca cosa.

* Sociólogo, profesor de Teoría Política (UBA).

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