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Música Programática

-Maximiliano Larraín

Dada la necesidad intrínseca del ser humano por otorgar significado a los sonidos que le
rodean, es que hoy nos encontramos con una serie de ideas sonoras preconcebidas,
incorporadas casi subliminalmente en nuestra percepción del sonido. Resulta lógico
entonces que este entramado de ideas traspase lo meramente sonoro para llegar a lo
tradicionalmente comprendido como “musical”, definiendo así la forma en la que el
compositor utiliza los sonidos y el oyente ideal los interpreta. Entonces nos encontramos
con una serie de códigos sonoros que dan pie a la formación de un lenguaje donde los
significados son determinados por los ritmos, la variación de las alturas, los timbres, las
dinámicas, entre muchos otros elementos musicales.

De lo mencionado anteriormente es que surge la posibilidad de representar elementos y


sucesos concretos de la realidad mediante códigos sonoros, dando origen a lo que
llamamos “música programática”, la cual escapa del rol tradicionalmente dado a la música
como medio para evocar sensaciones abstractas, para darle un mayor protagonismo en la
tarea de traer a la mente del oyente una escena. La música programática busca elevar los
sonidos no verbales al nivel de las palabras o los símbolos, acompañándose eventualmente
de la literatura para encaminar a la audiencia en la finalidad de evocar una realidad que
escapa de lo meramente musical.

Esta propuesta musical ha sido desarrollada ampliamente a lo largo de la historia, aunque


quizás encuentra su mayor apogeo durante el romanticismo, periodo en el cual se entiende
a la música como un medio de comunicación dotado de mayor libertad, dado que está
exenta de las limitaciones propias del lenguaje verbal (observación realizada por Esther
López en su texto “Literatura y Música”, 2013). En este caso se observa mayormente la
comprensión de la música como un lenguaje en sí, que posee la capacidad de transmitir
ideas complejas y concretas, transcendiendo las narrativas meramente musicales.

Cabe mencionar que la música programática encuentra a su contraparte en la “música


absoluta”, que pretende desarrollar música independiente de conceptos externos a esta,
rechazando las relaciones que pueda haber interiorizado previamente el oyente.

Si bien las barreras entre ambos estilos no son tan rígidas y encontramos constantemente
piezas que se debaten entre los dos, podemos advertir que la música programática es más
“familiar” para la mayoría de las personas, ya que maneja conceptos con los que incluso un
oyente no letrado en el lenguaje meramente musical puede comprender. Por esto mismo
es que se puede establecer relaciones entre la música popular (que comúnmente se vale
del canto para expresar ideas extra musicales) y la música programática, aunque este
último concepto suele reservarse para la música “académica” o “docta”.

Finalmente, es importante valorar a la música programática por dar al compositor y a la


música en sí la posibilidad de desenvolverse con su entorno, aprovechando los
preconceptos propios que se tienen de la música y el sonido para establecer un discurso y
comunicar ideas claras en sincronía con el lenguaje verbal.

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