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Eliana Gubilei
CONICET, CISH, Argentina
elianagubilei@yahoo.com.ar
La investigación llevada adelante por la autora del libro está regida por el
problema de identificar cómo los cambios en el uso de las drogas acompañaron las
modificaciones en la vida cotidiana en los barrios “pobres” del Conurbano Bonaerense.
Busca identificar, en este sentido, las modificaciones del lazo social vinculadas con la
circulación y uso de drogas a la luz de las consecuencias de la crisis 2001 – 2002 y
las reformas económicas y políticas de la década del ’90. El objetivo de este trabajo
es reconocer los modos en que los procesos macro-sociales, políticos y económicos se
hacen presentes en los sectores populares, no a modo de impacto sino visualizando
cómo estos procesos toman forma y fragilizan, modelan y son modelados, se hacen
evidentes, se ocultan o naturalizan; es decir, cómo son vividos, corporizados, padecidos,
resistidos y simbolizados por dichos conjuntos sociales.
A los fines de poder abordar esta problemática, el análisis y la construcción
argumental del trabajo se realizan en dos niveles. Encontramos, así, un nivel macro-
sociológico, en el que se trabaja con datos estadísticos sobre el consumo de drogas
(utilizando como fuentes secundarias las cifras de la Secretaría de Programación para
la Prevención de la Drogadicción y lucha contra el Narcotráfico – SEDRONAR),
cifras relativas a la epidemia de VIH- Sida en Argentina (fuente primaria de datos
elaborados para la investigación) y algunos estudios sociológicos referentes a la crisis
2001 – 2002 en nuestro país (aquí aparecen citados: Míguez, Svampa, Grimson y
Kessler, entre otros). El segundo nivel, el microsociológico, es el que se corresponde
con el trabajo etnográfico propiamente dicho. La antropóloga ha trabajado en tres
barrios del Conurbano Bonaerense por un período de cuatro años (2001 – 2005), a los
fines de poder identificar los diversos tipos de sustancias consumidas y las diferencias
en los modos de uso y sus variaciones en el tiempo. La mayoría de los/as informantes
que aparecen en la etnografía son personas de entre 25 y 40 años que cumplen uno
o varios de estos tres “requisitos”: presentar historia prolongada en el consumo de
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drogas, haber sido afectados por la epidemia del VIH- Sida y compartir espacialmente
la pobreza y procesos de estigmatización asociados tanto a la residencia en los barrios
en los que se realiza el trabajo de campo como al consumo de drogas. Aunque no
queda claro si la antropóloga estableció residencia en el campo, la evidencia aparece
construida a través de entrevistas informales, relatos sobre experiencias, movimientos
territoriales, cambios en las relaciones sociales. Esta evidencia empírica, de la que se
extraen numerosas categorías nativas referidas al consumo de drogas, es constantemente
revisada, contrastada y puesta en discusión con categorías conceptuales a lo largo de
todo el texto.
El libro consta de once capítulos analíticos1, divididos en dos partes.
Para indagar el modo en que se (re)configuran las relaciones sociales en
estos barrios, atravesadas por el consumo de drogas, la autora toma el transar como
una categoría -nativa y analítica a la vez- que define el modo en que se desarrollan las
transacciones en lo que ella define como una economía moral.
Oponiéndose tanto al modelo mercantilista2 y al modelo ecológico3 de la Escuela
de Chicago, la autora apela al intercambio de dones, lo cual le permite visualizar re-
laciones cualitativas entre los sujetos. De este modo, el análisis requiere la inclusión
de dimensiones referidas a la obligatoriedad de los intercambios, las “deudas”, las
temporalidades de la tolerancia a las mismas y los “códigos” de dichos intercambios.
Por lo tanto, se abordan las desigualdades, las asimetrías, el poder y la dominación
tramitados en estas relaciones. El transar, entonces, es abordado en dos dimensiones:
como táctica de intercambio y como tecnología productora de subjetividades. Sin llegar
a ser una relación total, la autora afirma: “La mircodinámica del transar, se convierte en
una de las maquinarias por la que los vínculos, los sujetos y los cuerpos quedan capturados
en las regulaciones de esta economía” (Epele, 2010: 71).
A partir de los relatos, la autora se propone reconstruir la historia de la formación
de esta economía. A este respecto, se identifican tres momentos sucesivos en el tiempo
y que se corresponden con una forma específica de consumo de cocaína.
En primer lugar, la lógica del compartir, ubicada a fines de los años ’80 y principios
de los ’90, cuando la sustancia de consumo era la cocaína inyectable. Aquí, el radio
de inclusión de usuarios/as era el mismo que el de consumo, y el consumidor aislado
constituía una excepción. Las situaciones de consumo siempre se daban con otro-usua-
rio, no sólo por el compartir la droga, sino también por la ayuda que requerían la
Con esto me refiero a que no encontramos instancias netamente descriptivas, sino que en
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rada marginal y culpabilizadora de los usuarios/as de drogas. Establece a los sujetos en enclaves
subculturales (y desviados), aun cuando las investigaciones in situ contradigan estos supuestos.
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La autora se refiere únicamente a parejas heterosexuales.
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Estas muertes aparecen referidas a los procesos generales de exclusión y estigma, en tanto
que intervienen de manera rápida y directa en el deterioro corporal y fisiológico. La precariedad
y la fragilidad se corporizan. Los conflictos cotidianos por el “achicamiento del mundo” que
generan los procesos de marginación provocan una mayor exposición a enfrentamientos vio-
lentos o conducen al suicidio. La antropóloga refiere que en el transcurso del trabajo de campo
pudo registrar una modificación en las expectativas de durabilidad de la vida de los vecinos de
los barrios transitados. Primero existía una referencia a los 30 años como edad límite, que se
convirtió luego en un “Acá nadie pasa los 20”.
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