Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
1
Adrián Piva es doctor en Ciencias Sociales, docente de la UBA y la UNQ, investigador de CONICET y
militante de Democracia Socialista. Martín Mosquera es Licenciado en Filosofía (UBA), docente de la
UBA y militante de Democracia Socialista.
2
Ello incluye la reducción de la presión tributaria sobre la gran burguesía que requería, en los primeros
años de la administración Cambiemos, una reducción del gasto público superior a la exigida por el déficit
fiscal primario heredado de los gobiernos kirchneristas, un aumento de la presión tributaria sobre las
clases populares o una combinación de ambos.
un ritmo adecuado a aquellas relaciones de fuerza pero incompatible con las
necesidades de reducción del déficit y con los objetivos de reducción de la presión
tributaria sobre la gran burguesía. De este modo, la evolución del déficit fiscal y el
ritmo de endeudamiento externo durante esos dos años dejan de ser variables de
modelos macroeconómicos para transformarse en una medida de las relaciones de
fuerza sociales: de la brecha entre el ajuste que buscaba el gobierno y el que pudo
conseguir.
Pero el gradualismo se reflejó, sobre todo, en la postergación del programa de fondo
del gobierno: las reformas laboral, previsional y tributaria. La triple reforma es el
capítulo local de un programa capitalista a nivel global (ha sido el eje de la
conflictividad social y política en Europa desde la crisis de 2008, cuyo capítulo más
dramático se desarrolló en Grecia) y evidencia la presión por una reestructuración
capitalista en un marco de profundas transformaciones tecnológicas, del proceso de
trabajo y de la competencia de la producción china. En la Argentina resulta más
acuciante porque la dinámica de acumulación de capital durante la post convertibilidad
fue predominantemente capital extensiva- es decir, con una baja tasa de reemplazo de
trabajo por capital - lo que explica la rápida reducción del desempleo hasta 2007 pero
indica una baja tasa de cambio tecnológico. La devaluación y ajuste de 2002
permitieron la salida de la crisis de 2001, fundamentalmente, porque era relativamente
reciente la reestructuración productiva del capital en Argentina, desarrollada en la
primera mitad de los años ’90. Hoy, no parece que una recuperación económica
consolidada sea posible sin un proceso de inversión que transforme, al menos
parcialmente, la base productiva. La triple reforma busca ser la punta de lanza de un
nuevo período de reformas contra la clase obrera.
El intento de salir del gradualismo después de las elecciones de medio término de
octubre de 2017 – en las que el gobierno obtuvo cerca de un 40% a nivel nacional
imponiéndose sobre un peronismo fragmentado – se desarrolló a través del lanzamiento
del reformismo permanente, una ofensiva legislativa contra los trabajadores. El mejor
momento de Cambiemos mostró al oficialismo enhebrando la triple reforma con el
programa de restauración del orden. Las elecciones de octubre se desarrollaron sobre el
trasfondo de la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado en el río Chubut y de las
denuncias de la familia y las organizaciones de DDHH después de casi ochenta días de
desaparición. La victoria electoral en ese contexto fue un espaldarazo de la política del
gobierno de relegitimación del accionar de las fuerzas represivas frente a la protesta
social y en el disciplinamiento cotidiano de las clases populares. El presidente presentó
su política de reformas insertándola en su programa de reordenamiento de la sociedad,
apelando a la “épica de un país ordenado”.3 Sin embargo, los límites de las relaciones de
fuerza sociales a la ofensiva capitalista se pusieron de manifiesto, en primer lugar, en la
fractura de la CGT frente a la reforma laboral, que postergó su tratamiento en el
Congreso, y en segundo lugar, en la rebelión de Plaza Congreso del 14 y 18 de
diciembre de 2017 contra la modificación del cálculo de la movilidad jubilatoria.
Ambos días, las movilizaciones populares, de carácter fundamentalmente obrero,
desbordaron la Plaza de los dos congresos y culminaron en enfrentamientos con las
fuerzas de seguridad. El 18 a la noche cacerolazos masivos en toda la Ciudad de Buenos
Aires derivaron en una nueva movilización a la plaza, a pesar de la dura represión de la
tarde. Si bien el gobierno logró aprobar la ley, el resultado político de la movilización y
de los enfrentamientos callejeros fue el entierro del resto de las reformas.
El cambio de escenario político provocó un nuevo giro en la política económica. A
fin de diciembre se anunciaba un cambio (una suba) en las metas de inflación y el inicio
de un sendero de reducción de las tasas de interés. Se intentaba canjear inflación por
crecimiento y paz social. Pero la tendencia al alza del dólar evidenciada ya en enero y
febrero y la persistencia de la debilidad de la inversión anunciaban que ya no quedaba
más tiempo para soluciones de compromiso. En ese sentido, la corrida cambiaria de
abril y mayo de 2018, aunque tuviera como detonante coyuntural el aumento de las
tasas de interés en Estados Unidos, fue la respuesta descoordinada de los capitales
individuales a la movilización de diciembre de 2017. Frente a la evidencia del bloqueo
popular al programa del gobierno, la salida de capitales produjo el pasaje de la fase de
estancamiento a la de crisis abierta.
Es en este contexto que se inserta la pregunta más relevante desde el punto de vista
de una política de izquierda: ¿logró el gobierno – y en ese caso en qué medida -
modificar la relación de fuerzas entre las clases que bloqueaba el ajuste y la
reestructuración? Si observamos el proceso desde diciembre de 2017 la respuesta
debiera ser negativa. El gobierno debió renunciar a la triple reforma al costo del
estallido de la crisis. Al ritmo de esa crisis, además, se profundizó la pérdida de apoyo
social del gobierno, iniciada en diciembre de 2017. En octubre de ese año pocos
3
"Muchos dicen que a esta propuesta de un país ordenado le falta épica. No estoy de
acuerdo: qué más aventura épica que una sociedad que se quiere desarrollar" (Ámbito
Financiero, 29/12/2017).
dudaban de la vitalidad del proyecto reeleccionista de Mauricio Macri, hoy la
probabilidad de una derrota electoral, aunque el escenario sea todavía incierto, es
relativamente alta. Sin embargo, si respondemos la pregunta a la luz del contragolpe
capitalista de mayo de 2018 y del acuerdo del gobierno con el FMI las cosas resultan
más complejas.
Analizar la actual relación de fuerzas sociales y las dinámicas en curso exige prestar
atención a la relativa desmovilización que sobrevino al duro deterioro salarial de 2018,
al aumento de las suspensiones y despidos en el sector privado y a la aceleración del
ajuste en el gasto público. Si el gobierno había evitado descargar una terapia de choque
sobre las clases populares, la corrida cambiaria lo obligó a cambiar de estrategia y
abandonar forzosamente el veranito gradualista. Y, sin embargo, logró pilotear este
salto sin enfrentarse a un estallido social ni un derrumbe electoral (“En la Argentina
nunca se hizo un ajuste así sin que caiga el gobierno”, presumió el ministro de
Economía Dujovne). Hubo un primer flujo de luchas en mayo-junio (conflicto
universitario, huelga docente en la Provincia de Buenos Aires, etc.) pero rápidamente se
desmovilizó. Los datos disponibles del ex Ministerio de trabajo para el segundo
trimestre de 2018 muestran una caída de los conflictos con paro respecto del mismo
período en 2017 (Fuente: http://www.trabajo.gob.ar/estadisticas/conflictoslaborales/).
Ese dato adquiere mayor significación si lo comparamos con lo sucedido en 2014 y
2016: años de devaluación, recesión y ajuste frente a los cuales se dieron picos de
conflictividad obrera.
Si bien en las explicaciones convencionales de la izquierda suele haber una
atribución de responsabilidad rutinaria y excesiva a las direcciones políticas y sindicales
(“las masas quieren luchar pero las direcciones traicionan”), subestimando que las
burocracias sindicales o políticas expresan relaciones de fuerza y estados de conciencia
reales en la clase trabajadora, en este caso la responsabilidad de las direcciones fue
decisivo, explícito y difícil de exagerar. Juan Grabois se convirtió en el portavoz de este
rechazo del conflicto social, llegando retrospectivamente a rechazar el carácter
progresivo del estallido de 20014. Lo que el discurso de Grabois hacía explícito era
4
Dice Grabois en una entrevista con el Diario Perfil: “Yo fui parte de la generación, voy a decirlo con
una expresión muy dura, que volteó a De la Rúa (..) y con los años fui aprendiendo que eso estuvo
orquestado (...)) Me usaron, o instrumentalizaron una lucha legítima, donde siempre la sangre la ponen
los jóvenes y los pobres. Ahora que soy más grande, y que milito con los jóvenes y los pobres, voy a
hacer todo lo que esté a mi alcance para que los jóvenes y los pobres no pongan la sangre para que
también un “secreto a voces” entre la militancia kirchnerista: desde el Instituto Patria se
bajó la línea de que era contraproducente que “caiga Macri” y se resolvió entonces
contener el impulso de la movilización con el objetivo de esperar a un ajuste de cuentas
electoral con el gobierno. A su vez, la orientación institucional de la acción de
sindicatos y movimientos sociales y la capacidad disciplinante de la movilización de las
direcciones sindicales y sociales están estrechamente vinculados a la
institucionalización del conflicto, legado duradero de los gobiernos kirchneristas.
No se trató de la única razón de la relativa desmovilización: la propia dinámica de la
crisis tuvo, luego del primer impulso, un papel disciplinador: contra otro relato
convencional en la izquierda, que indica que la crisis conduce a la movilización, a
menudo la crisis económica produce un pánico disciplinante y un achatamiento de
expectativas sociales funcional al ajuste. Mucha gente se preguntó en esos días “por qué
no explota todo”5. En cualquier caso, la corresponsabilidad del peronismo, y del
kirchnerismo en particular, en la desmovilización social del último periodo de Macri
será un elemento clave para analizar la actual transición hacia un nuevo ciclo social y
político.
A falta de victorias sociales, las esperanzas de detener el ajuste se trasladaron al
terreno electoral y a las presidenciales de 2019. Esta expectativa electoral reforzó la
dinámica desmovilizadora en curso. Aunque no tenemos datos para el primer semestre
de 2019, todo indica que el conflicto laboral no se ha recuperado respecto de 2018, las
paritarias vuelvan a cerrar a la baja prácticamente sin conflictos de envergadura, y las
elecciones se desarrollan en un clima de normalización institucional y paz social. Toda
una “gestión controlada de la crisis” con la que probablemente no se atrevían a soñar los
estrategas del macrismo en sus momentos más líricos.
Pero, además, en la confrontación del gobierno con el movimiento de masas fue
quedando en evidencia un tercer actor que participaba, aunque de forma silenciosa, en
la dinámica política en curso: una cohesionada franja de masas de apoyo al nuevo
gobierno o, para decirlo en términos al uso, la minoría intensa macrista. Es decir, una
derecha social que ha mostrado, por el momento, disposición a ciertos sacrificios
otros hagan negocios. Además, porque creo que es importante que Macri termine su mandato”. Ver
https://www.perfil.com/noticias/politica/cristina-no-tiene-derecho-a-renunciar.phtml
5
Es especialmente gráfica al respecto la entrevista del periodista Daniel Tognetti, afín al kirchnerismo,
con Axel Kicillof sobre la “pasividad del pueblo” ante las políticas del gobierno en Radio del Plata, el
28/12/18. Ver en https://www.youtube.com/watch?v=lRwK2C72z8Q
económicos en beneficio de un ajuste de cuentas político con la experiencia populista,
dando cuenta de una notable autonomía política en beneficio del programa de
disciplinamiento de las clases dominantes. Un verdadero politicismo de derecha. Se
trata de un sector que se fue politizando en el ciclo de movilizaciones anti-kirchneristas
(2008, 2012, 2014), con anclaje en sectores medios y un sector de la clase trabajadora
formal (es decir, no se reduce a las clases altas). Cambiemos fue el instrumento político
del que se dotó tardíamente esa base social, que estuvo vacante de representación
política durante casi todo el ciclo kirchnerista. Esta base social parece mantenerse
todavía bastante inconmovible ante el deterioro económico, lo que explica la notable
resiliencia electoral del gobierno. Aquí radica una diferencia clave con 2001: en aquel
momento los sectores medios tuvieron una intervención social decisiva y giraron a la
izquierda, quebrando en parte sus fidelidades políticas precedentes (lo que significó el
desfondamiento de la UCR). En este caso, el eventual fracaso electoral de Cambiemos
dejaría una base de masas en disponibilidad para futuras alternativas o realineamientos
políticos. Es decir, aun si el macrismo es desalojado del gobierno, no se habrá derrotado
adecuadamente a este macrismo de base, donde se combina el rechazo a la politización
de las necesidades sociales, la apología del mercado como asignador de recursos (“de la
crisis se sale trabajando”) y el reclamo de orden y de intervención represiva contra la
delincuencia y la protesta social. Reacción en espejo, de desarrollo paulatino y todavía
minoritaria, al “ciclo 2001”: es decir, a la centralidad de la “política” (y el Estado) como
solución a las demandas sociales, a la presencia casi permanente de la movilización
callejera, a la limitación del factor coercitivo como respuesta a la protesta social y a un
gobierno (moderadamente) progresista como representación estatal de este ciclo. La
supervivencia ideológico-cultural de esta derecha social es también una consecuencia de
la “gestión controlada de la crisis” que perpetró el gobierno con el concurso invalorable
del peronismo.
Sin embargo, la excepción significativa a la desmovilización ha sido el movimiento
feminista. Transformado en un actor central desde 2015 con el inicio de las
multitudinarias marchas de “ni una menos”, protagonizó una de las concentraciones
populares más masivas de la historia en ocasión del tratamiento legislativo de la ley por
un aborto legal, seguro y gratuito. Las movilizaciones feministas de 2019 señalan la
vitalidad del movimiento. La significación de la excepción está dada no sólo por su
masividad y relevancia política sino también por una característica de esa movilización
que refuerza los argumentos precedentes: a pesar de su masividad y capacidad de incidir
en la agenda política y en el plano institucional es, al mismo tiempo, un movimiento
escasamente institucionalizado. Organizativamente sigue siendo un entramado plural,
horizontal, participativo y democrático que ha logrado aunar descentralización con
movilización unitaria; en sus vínculos con el estado no predomina la articulación
institucional sino su capacidad de fracturar al sistema de partidos a través de una fuerte
movilización en todas las esferas del espacio público. Ambos elementos dificultan la
traducibilidad política del feminismo al mismo tiempo que impiden ignorarlo, lo que le
otorga una enorme potencia en la disputa ideológico – cultural con la derecha social.
7
Citado en Sabado, Francois (2014). Notas para el debate sobre la situación en medio oriente.
Disponible en https://vientosur.info/spip.php?article9433
el ala conservadora. CFK consigue elegir el papel que quiere ocupar en el nuevo
gobierno, en cierta forma y hasta cierto punto, como producto de su fortaleza política,
no de su debilidad. Ningún “operativo clamor”, ningún “Ella le gana”, hubiese
modificado esto. Si el gobierno creía que la debilidad de CFK (atosigada judicialmente,
expuesta a la desaparición política) la obligaba a ser candidata a presidenta, su
empoderamiento reciente le permitió no serlo.
Es evidente que en el bloque socio-político en ascenso hay intereses contradictorios.
Se trata, al menos en esta etapa de bloque de oposición emergente, de un nuevo
“compromiso de clase”, pero en un contexto que achica dramáticamente los márgenes
para los “compromisos de clase”. La evolución del futuro gobierno no puede predecirse:
estará condicionado por las relaciones de fuerza entre las clases, las condiciones
económicas internacionales, la estrategia del FMI y el imperialismo, las propias
tensiones internas de la coalición política. La “alianza social” debajo de este bloque
político no necesariamente va a perpetuarse: muchas veces el ejercicio del gobierno es
el terreno en el que estos acuerdos iniciales se quiebran, donde las decisiones no logran
o no pueden conformar a todos. Puede romperlo la clase trabajadora desafiando el
“pacto social”, como también el mismo gobierno, si percibe condiciones y necesidad
para acelerar un giro conservador.
Sin embargo, afirmar sin más que este gobierno va a ser el resultado de las relaciones
de fuerza sociales a menudo sirve para obviar el propio papel que el mismo gobierno
pretende representar y su rol asimétrico respecto a las fuerzas sociales en pugna. Ningún
gobierno es mera presa de relaciones de fuerza “exteriores”, es también un agente
actuante con cierto margen de autonomía. No se limita a traducir e inscribir
políticamente las contradicciones sociales y las relaciones de fuerza, incide sobre ellas,
las organiza, estructura e incluso puede doblegarlas. Todo gobierno es una estrategia. Y
el bloque político en ascenso apunta a estabilizar (atenuando) el ajuste en curso, para lo
que necesita blindarse políticamente y consolidar la pasivización social. No se trata de
aplicar una excesiva y pesimista “hermenéutica de la sospecha” sobre promesas
progresistas de campaña para llegar a esta conclusión: basta con ver las declaraciones
explícitas y los actos de los más encumbrados dirigentes kirchneristas (CFK, Alberto
Fernández, Axel Kicillof, Álvaro Ágis). Si bien no se puede adivinar la evolución del
eventual futuro gobierno, sí puede reconstruirse con cierta facilidad hacia dónde se
propone ir: lo pone en evidencia sus señales de garantías a los fondos de inversión y al
FMI, las personalidades anunciadas como posibles ministros (donde destaca el
economista neoliberal Guillermo Nielsen), su recomposición con el conjunto del PJ, su
estrategia de “pacto social” para contener los reclamos salariales.
Escenarios