En las últimas décadas el mundo ha transitado cambios profundos a una
velocidad asombrosa. La globalización, en virtud de la cual los Estados nacionales soberanos se entremezclan mediante actores trasnacionales, ha transformado la realidad de la república Argentina. El neoliberalismo, asentado en un Estado reducido y un mercado que ejerce un rol protagónico, constituye el correlato económico de la globalización. Como apéndice necesario, el mundo globalizado se nutre, desde los centros de decisión hacia la periferia, de una serie de prácticas comerciales que resultan acordes a la impronta económica global. El supermercadismo, como práctica comercial característica de las globalizadas sociedades post industriales, constituye un claro ejemplo de lo antedicho. Este estilo mercantil adquiere mayor preponderancia en las aglomeraciones cuya población asegure a las cadenas de supermercados cierto margen de beneficios que justifiquen la inversión. El partido de Quilmes, en el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA), distante a unos 20 kilómetros de la Capital Federal y con una población de 518.723 habitantes según el Censo Nacional de Población del año 2001, posee en su jurisdicción alrededor de 10 supermercados, que responden a la totalidad de las empresas de capitales internacionales que han incursionado en este tipo de distribución y venta en nuestro país desde la apertura de la economía en 1989. Por otra parte, y como actividad consumidora de espacio, los supermercados asentados en el partido han aprovechado los predios de antiguos establecimientos industriales que, cerrados tras la debacle económica argentina que hizo eclosión en la década del ’80, ofrecían a la nueva actividad localizaciones de primacía en el entramado urbano. En efecto, los nuevos supermercados han aprovechado no sólo la localización sino también la infraestructura existente y con ello, han modificado la ocupación, la percepción del espacio y las actividades económicas en las zonas aledañas a los nuevos establecimientos comerciales. Se pretenderá realizar un somero análisis de las causas y consecuencias que ha planteado la puesta en práctica de esta modalidad comercial de la mano de la globalización, observando las trazas económico - socioculturales que han dejado dos supermercados y un hipermercado en el espacio quilmeño. El supermercadismo se ha transformado en los últimos 15 años en una modalidad comercial que ha degradado el ambiente urbano ante la mirada irresponsable o cómplice de los representantes comunales y el inmovilismo anómico del habitante quilmeño común. Como proceso que lleva varios años de evolución, el análisis de las improntas socioeconómicas y culturales de este fenómeno resulta compleja; partiendo de sus inicios, se trata de un fenómeno policausal, puesto que se mezclan una serie de variables macro y micro desde el punto de vista económico y social como generadoras de su surgimiento. Si visualizamos sus consecuencias, el diagnóstico también tiene varias aristas ya que debería echarse mano a un abanico de abordajes para llegar a comprender la evolución de lo operado por cada uno de los actores sociales involucrado. Al margen de ello, señalamos algunos aspectos importantes que “cierran” nuestro análisis: Puesto que el supermercadismo es un fenómeno de la sociedad post – industrial globalizada, y nuestro país se encuentra inmerso como un actor estatal “globalizado”, no podemos sustraernos de sus efectos. En otros términos, no podemos “borrar” la modalidad. Las estrategias de los actores públicos responsables deben apuntar a señalar cuáles son las improntas negativas del fenómeno y promover políticas que compensen las secuelas lesivas para la calidad del medio ambiente urbano desde una perspectiva holística. El impacto del supermercadismo en los indicadores de calidad del medio ambiente urbano es una muestra más de la llamada “crisis urbana”, situación también policausal asociada a la crisis del modelo económico implantado en América Latina a fines de los ’80 sin considerar las particularidades locales. Los sentidos del lugar acerca de las unidades comerciales de estudio difieren de acuerdo a los tramos de edad considerados. Es posible que con el correr de los años, las nuevas generaciones no perciban a los súper e hipermercados como agentes que han profundizado la crisis urbana. La salida de la actividad comercial de gran parte de los locales que competían con los centros comerciales pueden llevarnos a dos conclusiones a priori: la ineficacia de las modalidades de los primeros, o bien la inexistencia de “un proceso de reorganización operativa” que modifique “el tradicional funcionamiento de la actividad, ampliando horarios, cambiando la estructura de costos y los niveles de utilidades perseguidos y obligando a transitar en terrenos no incursionados con anterioridad como la publicidad”[25]. La competencia territorial y la lucha por una posición monopólica hacen prever la compra de emplazamientos centrales aún disponibles en el municipio o el cambio de uso en alguno de los predios que hoy funcionan como súper o hipermercados a causa de un eventual cierre. Resultará necesario regular a futuro acerca de ambos escenarios hipotéticos que modificarán sin dudas la trama urbana. La puesta en marcha de mecanismos que busquen revertir la crisis urbana en esta y otras localidades de la conurbación argentina requiere de la participación de todos los sectores sociales involucrados, de manera activa y responsable. La revalorización del espacio público debería ser de aquí en adelante, uno de los puntales de una planificación integral que a nivel local convinieran los municipios y sus fuerzas vivas para devolver funcionalidad al espacio urbano. En vista de los efectos negativos del supermercadismo sobre el ambiente urbano, es menester requerir a los inversores nuevas condiciones para “minimizar su impacto urbanístico exigiendo que financien obras” a modo de compensación. Siendo testigos de la experiencia quilmeña, y al decir de Coraggio y Rubén[26], estas obras no deben ser sólo “un conjunto de obras necesarias para hacer funcionar el complejo comercial en condiciones óptimas”: el municipio, y no el súper o hipermercado, debe encargarse de las mismas exigiendo “una sobretasa municipal por impactos negativos no contrarrestables por obras públicas”. y en tal caso no debieran estar a cargo del mismo inversor como ha ocurrido en Quilmes. ASPECTO PSICOLOGICO: Los psicólogos y analistas políticos en general no parecen estar muy atentos a estos problemas, por lo menos de momento; pero llegan a algunas consecuencias importantes aunque por otro camino. La participación política usual ha disminuido considerablemente en las dos últimas décadas y, fundamentalmente, aumenta claramente el descontento político. Pero ésto no parece representar una amenaza básica hacia el sistema democrático, sólo una pérdida de aportación de información, puesto que ese fenómeno facilita la gobernabilidad de las sociedades y no significa un descontento amenazador por parte de los ciudadanos, cuyas vidas abarcan bastante más que la mera espera política. En definitiva, la estabilidad democrática es un hecho, aunque las relaciones democráticas se modifiquen cuantitativa y cualitativamente. Parece claro que la existencia humana abarca muchos más aspectos que los políticos,pero son muy escasos, si es que existen, aquellos que no tienen repercusiones sobre la esfera política y a la inversa. Por tanto, resulta muy conveniente analizar y diagnosticar esas modificaciones y transformaciones en las relaciones sociales, para conocer sus implicaciones en la cultura y participación política. Y aquí es donde surge mayor cantidad de opiniones diversas y contrapuestas; para unos, la historia inmediata nos ha llevado a la pérdida de la cultura, a la derrota del pensamiento occidental por medio de la aceptación de la diversidad cultural de cada pueblo, y ésto conduce al fanatismo; cuando el individuo llega a decidir lo que es cultura para él, aparece el infantilismo; fanáticos o infantiles, los ciudadanos ya no son capaces de una participación constructiva. Para otros, el consumo y la oferta democrática están plenamente aseguradas, pero esta posibilidad de auto-servicio produce una sensación de vacío y una participación simbólica. Lo que es seguro es que el espacio político ya no tiene una sola dimensión; al igual que la pintura descubre en un momento histórico determinado la representación de profundidad, la política lo hace en los momentos actuales. La dimensión de izquierda-derecha ya no es suficiente, existen otras dimensiones que están surgiendo en la sociedad postindustrial: nuevas formas de distribución del poder, actitudes hacia el medio ambiente,creencias sobre la salud, creencias sobre la limitación de recursos, uso de tecnología,etc. que se resisten a covariar conjuntamente con la dinámica de izquierda-derecha. Bajo este punto de vista, el estudio del espacio político y de la participación correspondiente entre en una nueva fase característica de las sociedades postindustriales, la fase de la representación social en perspectiva entendida ésta como el modo de representar en una superficie los objetos políticos de varias dimensiones.