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“TÚ Y LA MEDICINA” (EXTRACTO)

CARLOS ALBERTO SEGUÍN ESCOBEDO

Hijo mío: Tú quieres ser médico. Tu idea me halaga y me preocupa. Me halaga porque, a través de
veinticinco años, la vida me ha enseñado a respetar, honrar y amar mi profesión; me halaga porque
significa que, en el juicio, inmaduro pero no convencional, de tus pocos años, has aprendido a mirar el
quehacer de tu padre como una aspiración para ti. Me halaga porque me dice que has sido capaz de
comprender algo de lo que la medicina es como ideal y como posibilidad. Me preocupa tu decisión
porque me pregunto si, en realidad, sabes todo lo que ser médico significa; me preocupa por que
quisiera adivinar

¿Por qué somos médicos?

¿Qué es lo que nos lleva á los médicos a entregar la vida a nuestra profesión? Si pudiera responderse a
esta pregunta se habrían solucionado los más serios problemas, al asegurar, no solamente su ejercicio
recto y cabal, sino la felicidad de quienes a ella se dedicaran.

Superficial es despreciar o ignorar motivos como la creencia de que, la medicina es una forma de ganar
dinero fácilmente o de alcanzar un puesto destacado en nuestra sociedad. Si estos motivos existen no
hacen sino traducir problemas más profundos. Si lo que a un hombre guía es la ambición de dinero o el
espejismo de una posición, ello nos está indicando que ese hombre, por alguna razón que es
indispensable conocer, inviste, el dinero o el prestigio con, valores especiales.

Más adelante trataremos de comprender ese punto de vista, pero quiero que, desde ahora, se¬pas, que
se basa en un error. A quien toma nuestra profesión como Un medio y no como un fin, nada le será
fácil. Encontraras terriblemente dificultoso el pasar a través de los años de estudio y de práctica: la
culminación de cada etapa será un esfuerzo sin satisfacción ni premio y, una vez obtenido el título cada
día significará una angustia, cada enfermo, un temor, y cada oportunidad, un sufrimiento. Quien
quisiera ganar dinero fácilmente con la medicina se convencerá bien pronto de que no llegará a ser
uno de esos "grandes médicos” que "ganan dinero a manos llenas” porque, precisamente, su afán de
hacerlo mutilará sus posibilidades y porque su manera de enfrentar los problemas de la profesión lo
derrotará día a día y hora a hora.
Será como el que casó por interés y se encuentra con que su consorte, a la que no sabe amar, le pide
mucho, lo esclaviza sin piedad y no le da nada de lo que aspiraba.

Pero aún, si lograra esos propósitos, llorará su fracaso, más definitivo porque comprobará
dolorosamente que el "éxito" no es sino un espejismo; que, con cada paso adelante, una nueva
inquietud, una nueva insatisfacción, una nueva angustia lo atenazan. Lo que da la felicidad no es sino
la paz interior, la sensación de que hemos cumplido con nosotros mismo y que nos hemos realizado en
ese mundo de los valores, distinto y superior al de las satisfacciones inmediatas. Puede la psicología
dar cualquier nombre a esa necesidad que el hombre tiene de estar de acuerdo con lo mejor de su Yo,
pero es una verdad – que comprobarás paso a paso- que no se puede ser feliz sin estar en paz consigo
mismo y que no se puede estar en paz consigo mismo si no se vive de acuerdo con verdades que
trascienden la realidad de todos los días, la necesidad de todos los días, la satisfacción de todos los días
y se extienden hacia un mundo inmenso de proyecciones extraindividuales, más allá del Yo mismo , a
un “nosotros" inmenso y eterno.

Otros hay que se acercan a la medicina por razones distintas. Una de ellas es la curiosidad. Deseo de
saber, ansias de descubrir, pasión por lo desconocido de la vida y la muerte, atracción del misterio de
crear y descubrir, afán de encontrar una respuesta a los mil interrogantes que desde niño espolean la
inquietud investigadora y nos rodean con enigmas insondables e inquietantes. La niñez está llena de
ese impulso a encontrar respuesta a las preguntas que cada día suscita la realidad que nos rodea. ¿Qué
soy? ¿De donde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué es nacer, que es morir?. Si la natural curiosidad del niño no
es satisfecha, si se reprimen sus intentos de averiguar, de encontrar una respuesta; si, en lugar de dar
la información, se frena la inquietud, cerrando sus posibilidades, o sublimarse hacia el camino
luminoso de la curiosidad científica y, principalmente, la que trata de hallar respuesta a los enigmas
básicos y el niño, joven después, cree que el médico, dueño de la vida y de la muerte, es el que posee
ese conocimiento. Para él es un ser omnipotente. Cura. o mata; quita el sufrimiento o hace sufrir;
domina la escena cada vez que aparece y su palabra es orden. Se une, pues, al deseo de saber, el ansia
de poder, y esas dos fuerzas puede enmarcar una vocación.

Y hay quien quiere ser médico para ayudar a los hombres. Efectivamente, quizás es el médico quien
más puede ayudar. Pero, qué clase de ayuda es la que ofrece? ¿Cuál es su real papel en la sociedad y
en vida?
AMAR CREAR Y REIR

¿Cuál es el papel del médico? La respuesta parece fácil, devolver la salud. Pero he aquí que nos
encontramos con una interrogante más, ¿qué es la salud? A lo largo de toda la historia de la medicina,
los teóricos han querido contestar a ésta pregunta inquietante. ¿Qué es la salud? ¿Es la ausencia de
síntomas? No, porque muchas enfermedades transcurren durante largo tiempo sin manifestarse en
sintomatología. ¿Es “la normalidad”?. Pero ¿qué es la normalidad? ¿Debemos tomar la palabra norma
en el sentido de paradigmas? En ese caso, nadie es normal, porque todos nos alejamos más o menos,
en una u otra forma, pequeña o grande, de la perfección de estructura o de función. ¿Es normal el que
no se aparta mucho del promedio de sus semejantes? Deberíamos entonces considerar como normales
ciertas “enfermedades”: si el promedio de los seres humanos presenta por ejemplo caries dentarias,
debemos considerar como anormal al que no lo tenga?.

Si no sabemos qué cosa es la salud, no podemos definir el papel del médico partiendo de una incógnita.
Quizá podríamos decir que su manera de ayudar a los hombres es hacer desaparecer los sufrimientos.
Sería esa su ocupación, pero no su papel en la vida, ya que, en general, en una forma u otra, todos
estamos destinados a tratar de disminuir el sufrimiento de nuestros semejantes. El sacerdote y el filósofo
en su esfera, así como el gobernante, el economista o el ingeniero, en la suya, trabajan efectivamente
para anular o disminuir el sufrimiento. Y no es, por supuesto, sólo el dolor físico, el que el médico
debe combatir; más sufre el hombre por dolores espirituales y por desgarraduras psíquicas que por
cualquier alteración momentánea de su fisiología.

Alguien, ha dicho que el papel del médico es “curar pocas veces, mejorar muchas y, consolar siempre”
pero esto sugiere una acción ortopédica, de apoyo y no de construcción. Y el médico, no debe sólo
remediar o parchar, sino crear, superar y ennoblecer.

¿Ayuda, en realidad, a un hombre que ha intentado suicidarse, curando la herida o neutralizando el


tóxico y dejando sin tocar los problemas más que lo llevaron a una solución tan extrema? ¿Ha cumplido
su papel el médico que salva la vida a una mujer que trató de eliminar su hijo en germen, si la dejó
con todas las angustias que ese hijo provocara y que la condujeran a tan peligroso acto? ¿ puede estar
satisfecho el que devuelve la salud a un anormal y le permite retornar a la sociedad para continuar
haciendo daño? he aquí preguntas que pueden multiplicarse al infinito y cuya respuesta busca todo
médico de verdad inútilmente en los libros y, dolorosamente, en su conciencia.

Se ha dicho también que lo que el médico debe procurar es la adaptación del hombre a su medio, ello
significa, naturalmente, la adaptación psicofisiológica: la obtención de un equilibrio más o menos
estable con el ambiente físico y con el ambiente espiritual. A primera vista esa parece ser la respuesta.
Un ser humano que se encuentra en equilibrio fisiológico, sin enfermedades, y en equilibrio psicológico,
sin angustia, podría considerarse como “sano”.

Pero, ¿debe el médico tener en consideración solamente al individuo? Ese, hombre “sano”,
perfectamente adaptado, sería, en realidad, un mediocre. Son las naturalezas no adaptadas ni
adaptables las que significan algo en el progreso de la humanidad. El genio es, por definición, un
inadaptado. ¿Sería el papel del médico el destruir esa inadaptación y, si ello fuera posible, convertir al
genio en "uno más'? Quizás, desde el punto de vista del individuo el "ser promedio", el ser
perfectamente adaptado, sería el que no sufre. Pero el médico se debe también a la humanidad. Su
papel no sería concebible sin una resonancia social. Si le fuera posible adaptar perfectamente a los
hombres, y considerara esa su misión, habría destruido toda posibilidad del progreso y toda simiente
de ascensión humana.

Pero no puede tampoco dirigir sus esfuerzos hacia la ruptura de una adaptación conseguida o hacia el
mantenimiento de una inadaptación sufriente.

La respuesta quizás en lo que alguna vez expusiera en este sentido: la salud puede definirse, en último
término, como una adaptación creadora, es decir una adaptación no estática, sino en un desequilibrio
continuo que va buscando su estabilidad en puntos cada vez más altos de la escala evolutiva.

Acaso el hombre sano es el que fuera capaz de crear, amar y reír; Crear en el sentido, por supuesto, de
recrear.. No podemos crear, porque creación implica obtención de algo de la nada, pero todo puede ser
recreado y esa recreación se acompaña, como la palabra misma lo sugiere del gozo interior.

Amar, que es capacidad de dar y recibir, de crear y recrear; y reír, que es posibilidad de goce pleno.
Quizás ninguna de esta virtualidades humanas puede darse sola y quizás la que se encuentra en el
centro de ellas es la de amar. Quien no puede amar, no puede crear ni puede reír.

No puede un ciego conducir a los ciegos

Y he aquí, si el médico va a ayudar a los hombres a ser sanos en ese sentido, debe él mismo ser un
hombre sano. No puede un ciego conducir a ciegos. Quiere decir que es el médico el primero que debe
ser capaz de crear, amar y reír.
Debes comenzar, pues hijo mío, con un sincero examen de ti mismo; debes mirar hondo y largo en tu
propio interior y responderte:

¿Eres capaz de amar. Muy niño aún para poder enfocar todos los aspectos de esta pregunta, no eres tan
niño como para no encontrar en ti mismo las semillas de lo que mañana se abrirá en floración adulta.

Amar es ser en plenitud, es salirse de uno mismo y sentirse capaz de una fusión con los demás es
renunciar al Yo, es trascender el egoísmo, vivir en comunión y hacerlo activa y gozosamente, en la
euforia de una suprema realización y la vivencia de un florecimiento total. Amar es, paradójicamente
cumplir nuestro destino individual, sacrificándolo; realizar nuestro Yo más auténtico, diluyéndolo; es
ser hombre entre los hombres y para la humanidad.

¿Sabes reír? Reír fácilmente, limpiamente, abiertamente. Y reír, no sólo de lo que puede ser gracioso
en los demás, sino de lo que puede serlo en ti mismo. Porque es a es la verdadera capacidad de reír:
Quién no puede reír de si mismo alguna vez, no ríe de verdad; usa su risa como un arma de agresión o
de defensa, pero no la goza como expresión de límpida alegría o de noble jocundia. Quien es capaz de
reír de sí mismo, es capaz de reír.

Tampoco podrías contestar con certeza al interrogante: ¿puedes crear?, pero debe ya manifestarse, en
tu espíritu la inquietud básica del creador, del que no está contento con la rutina, del que interroga,
indaga, experimenta, del que goza cuando los fenómenos cotidianos toman una apariencia nueva y
cuando su búsqueda constante consigue hacerle ver más claramente y obrar con mayor seguridad.

Si eres un hombre sano, sano de espíritu y sano de cuerpo, posees las condiciones para ser médico.
Pero ello no es sino una base. Debes hacerte médico. Y no es fácil. Sin reflexionar en lo que el médico
es para sus semejantes, comprenderás toda su responsabilidad y que, para enfrentarla, debes estar
preparado. ¿En qué consiste esa preparación? En aprender la ciencia y desarrollar el arte de ser
médico.

“En medicina debes tratar siempre de saber. Sentirás muchas veces que no hallas cómo hacer que los
conocimientos penetren en ti y formen parte de tu Yo íntimo. Entonces, trata de averiguar por que no
estás aún preparado para recibirlos, y, humildemente, espera el momento en que los merezcas. El
llegará si lo buscas con recto designio, firme propósito y noble perseverancia. Y, entonces, un alba
nueva iluminará tu espíritu y habrás dado un paso adelante en el camino de tu formación científica.
Los conocimientos necesarios para ser medico son vastos y varios. Encontrarás algunos fascinantes y
otros sin interés momentáneo. Si te acercas a todos con amor, todos te darán satisfacción.

Y quiero que tengas presente una cosa: hay una cierta tendencia a orientar al estudiante de medicina
hacia lo relacionado directamente con la que va a ser su profesión y ¬a descuidar todo lo demás. Si
piensas en lo que antes expusiera comprenderás que, si el médico quiere realmente cumplir su misión,
no puede bastarle el conocimiento puramente "médico".

"El que sólo sabe medicina, ni medicina sabe" ha dicho Letamendi. Y es que, para tener una visión
amplia del hombre y de su vida, no bastan, por supuesto, las "ciencias naturales”. Son las viejas
"humanidades" las que dan sabor al conocimiento. La historia, la sociología y la filosofía son
complementos indispensables de la anatomía, la fisiología o la psicología. Pero al lado de aquellas,
importa para el médico un interés sincero para las manifestaciones artísticas. El conocimiento. del arte
a través de la evolución de la humanidad, sus tendencias, sus realizaciones, sus fracasos; la
comprensión de lo que ha significado y significa en cada momento de la historia; el acercamiento, si es
posible directo, a sus obras mas notables, es indispensable para el que quiere ser medico de verdad. Es
en las obras de arte donde se aprende a conoce y a amar al hombre. En. nada como en ellas puede
descubrirse más acerca de su naturaleza y de su vida.

SE SINCERO, SE ARTISTA

Pero no basta que conozcas el arte o que lo admires; es necesario que te acerques más a el. Bien sé
que no todos podemos aspirar a crear belleza, pero sé también que al lado de la capacidad para
hacerlo, existe la necesidad de dar salida a inquietudes y aspiraciones que palpitan en todo ser
humano. Debemos expresarnos, abrir cauces al caudal que circula en nuestro interior y pugna por
exteriorizarse. Y, hay acaso forma mejor de hacerlo que por intermedio de “las artes”?. No pretendas,
si no tienes capacidad para ello, producir obras maestras; no aspires a perfecciones imposibles, pero no
por ello, renuncies a manifestarte a través de las mil posibilidades que la actividad artística te ofrece,
Escribe, pinta, haz música, creando belleza, si puedes, pero, si no estás destinado a ello, por el puro
placer de expresarte, por el goce sencillo, de ser tú verdaderamente. Verás cómo lo que hagas,
despojado de todo componente de aspiración egoísta y de todo deseo de afirmación del propio Yo, no
sólo te dará una inmensa satisfacción, que no puede ser substituida, sino que te permitirá conocerte
mejor y acercarte más a ti mismo, al verdadero ser que llevamos todos dentro, que posee una serie de
posibilidades admirables y que es generalmente mucho mejor que el Yo que usamos para¬ vivir todos
los días, limitado por la realidad los prejuicios, y el miedo.
Basta con ser sincero; basta con renunciar a pretensiones fuera de lugar, con no pensar en la opinión
de los demás y con entregarse al placer del arte por él mismo, por el goce que nos ofrece al permitirnos
dar salida a lo más auténtico de nuestro Yo, generalmente estrangulado por la pequeñez de nuestro
egoísmo.

Escribe aunque no "sepas" hacerlo, pinta aunque, al comienzo, te parezca imposible, canta, si lo
deseas; hazlo todo para ti mismo, entregándote a esas actividades con sencillez, con amor y con
ingenuidad y verás cómo tu vida se enriquece, cómo tu horizonte se amplía y tus horas se completan.

Verás cómo cada día eres mejor y comprenderás cómo es el sentimiento y no la razón el que nos hace
conocer las grandes verdades y nos hace capaces de ser nosotros mismos y, por ese camino, unirnos a
los demás.

APRENDE EL ARTE DE SER MÉDICO

Y, si el destino del médico es unirse a sus semejantes, una indispensable condición es el desarrollo de
sus capacidades artísticas para ese propósito.

No puede "aprenderse" a ser artista. Se necesitan condiciones básicas, sin las cuales, todo aprendizaje
es inútil. Pero, así como el pintor o el poeta deben desarrollar las capacidades que poseen, así el
médico debe también hacer florecer las propias en el arte de ser médico. En este, quizás, el más
hermoso aspecto de nuestra profesión. No es suficiente saber medicina. Hay que sentirla también. Se
puede ser, un sabio y no por eso ser buen médico. Se necesita algo más: la sensibilidad artística, el
toque mágico personal que va más allá del conocimiento frío, la vibración afectiva creadora que se
encuentra en la base de toda obra de arte, la relación directa con los hombres la necesita para florecer,
Al lado de la objetividad fría de la ciencia, es, indispensable la cálida subjetividad del arte. Sin ella, el
médico será un técnico en problemas de laboratorio fisiológico o del anfiteatro .anatómico, pero no un
ser humano ayudando a otro ser humano. Esa es la razón por la que muchos hombres de subidos
quilates intelectuales, que trataron de estudiar. Medicina, tuvieron que en cierta forma, apartarse de
ella aplicándose a trabajos de investigación en laboratorio o a actividades no clínicas. Descubrieron
bien pronto que no podían, no hubieran podido nunca, no sólo manejar la interrelación del médico con
el enfermo, sino, lo que es también necesario, gozar en ella y sentir el placer de la reacción y la
satisfacción indescriptible que el ayudar a otro ser humano debe traer consigo.
Pero, ¿Cómo puedes desarrollar tus capacidades artísticas para ser médico? De una sola manera:
desarrollando tu propia personalidad, cultivando tu propia personalidad.

Hay algo individual, intransmisible, en la manera de ser médico: es la forma de usar el propio yo en
relación con el semejante; es el modo de enfrentar y resolver problemas humanos que, en medicina, se
encuentran antes y después de los problemas científicos. . Nunca será médico, si, ante un enfermo sólo
sabes recordar la ciencia y si no sientes que él no es un conjunto de órganos que funcionan mejoro
peor, sino, ante todo y sobre todo, un semejante que sufre.

COMO ELEGIR A LOS MAESTROS

Si todo debes aprender, ¿De quién puedes hacerlo? He aquí otro problema. El desarrollo de tus
condiciones personales y tu adquisición de conocimientos, depende, en gran parte, de tus maestros.
Ellos te abrirán las puertas y te enseñarán los horizontes. De ellos dependen tus primeros pasos, que
muchas veces, serán los decisivos.

Busca a tus maestros, elige a tus maestros, selecciona a tus maestros. Oye y respeta a todos, pero
prefiere a los que pueden ofrecerte algo más que conocimiento; a los que pueden despertar en ti
inquietudes y estimular anhelos; a los que sean capaces de dar y de darse.

Ya tienes un criterio: son los hombres que crean, aman y ríen. Son los que no están contentos con la
rutina diaria, los que buscan incansablemente, los que, en ésa búsqueda, saben hallar, son los que,
ante el enfermo, te enseñan además de la actitud de la ciencia, el arte de la actitud. Son los que se
acercan al paciente a darle a manos llenas, no solamente medicamentos, sino amor, comprensión
humana, respeto por su doble condición de hombre y de hombre sufriente. Y, son los que ríen. No te
acerques a un hombre solemne. La solemnidad es incapacidad de reír y quien no tiene sentido del
humor no tiene sentido de humanidad. Aléjate de los maestros eruditos, de los que citan muchos
autores y se apoyan en infinitas cifras. Esos conocen, pero no saben. Acércate a los que al enseñar, te
dan la sensación de que todo lo que dicen es fácil y descubrirás bien pronto que detrás de esa facilidad
se encuentra un trabajo serio y profundo de asimilación de conocimientos que, al haber sido
perfectamente comprendidos, se han hecho fácilmente manejables y transmisibles Tienes a tu
disposición una sencilla razón de conocer al verdadero maestro. Observa su actitud frente a un
enfermo. Si este le sirve solamente de pretexto para exponer amplia erudición, repetir opiniones,
historiar conocimientos y presentar teorías propias; si, al hacerlo, notas que hubiera dado lo mismo que
el paciente fuera otro o que no estuviera presente, sabe que ese hombre no solamente no es un
maestro, ni siquiera un médico. Si, por el contrario, ves a uno que en todo momento piensa en el
enfermo y con el enfermo expone los conocimientos que ese caso brinda, se refiere a las vicisitudes de
la enfermedad en ese paciente, ofrece los medios de ayudar a ese ser que se encuentra frente a él, el
maestro cuya lección no puede, de ninguna manera, separarse del enfermo que la provocó por que
perderá significado, acércate a él síguelo, aprende de él.

DE LOS LIBROS Y SU VALOR

Al lado de tus maestros, serán los libros los que completarán tu enseñanza. Los libros que, al condensar
la sabiduría de los siglos, son los mejores maestros.

Y, así como eliges a éstos, debes aprender a elegir tus libros. No es fácil hacerlo. Cada uno te ofrece
tanto que sería el ideal poder leerlos todos porque, en realidad, todos pueden enseñarte algo y cada
uno de ellos, en mayor o menor medida, abrirte un horizonte nuevo. Pero leer todo es imposible y se
pone, entonces, una selección. ¿En que debes basarla? Por supuesto que no pretendo darte reglas
infalibles ni soluciones fáciles, pero quiero ofrecerte lo que muchos años de leer me han enseñado...

Dos clases de libros solicitarán tu atención y tu tiempo: los que te brindan conocimientos y los que se
dirigen a tu sensibilidad. Son los primeros los libros científicos y los segundos los que pertenecen a la
"literatura" Es esta clasificación bastante arbitraria, sin embargo. Un libro de ciencia te dará, además
de información, satisfacción estética, si está bien pensado y bien escrito, y una novela puede ofrecerte,
no solamente placer artístico, sino nuevos conocimientos del hombre y del mundo.

No. descuides la literatura. Busca las obras maestras de todos los tiempos. Los Clásicos te darán goce y
provecho. Encontrarás alguno que no sacude tu sensibilidad cuando por primera vez te acercas a ellos.
Déjalos, entonces, y haz una pausa. Madura espiritualmente, y, luego vuelve a buscarlos. Los
encontrarás y cuando algún autor te provoque esa inexpresable conmoción que sólo puede compararse
a un descubrimiento, cuando sientas, al leerlo, como si él expresara lo que tú tenías dentro de ti pero
no conocías siquiera, como si páginas fueran un haz de luz que va iluminando tu propia vida interior y
haciéndote ver claras mil cosas que penaban en la vaguedad imprecisa de tu espíritu; como si las,
palabras que lees fueran descongelando figuras latentes en ti y dándoles vicia, síguelo. Lee y relee
todas sus obras hasta que tu corazón palpite alunizono y tu pensamiento se encuentre en cada línea con
el suyo. Habrás ganado un nuevo mundo y habrás dado un paso adelante al hacerte uno con un
fragmento eternamente vivo de la humanidad.
Aprende también a seleccionar en el campo de la producción científica. En medio de la variada gama
que te ofrece, encontraras tres tipos diferentes e autores.. Hay quienes son capaces de darte una
presentación de los conocimientos, una síntesis de lo sabido y hacerlo desde puntos de vista mas o
menos originales; hay quienes, por otra parte, exponen sus propios hallazgos en un campo determinado
y te enseñan, así, cosas nuevas y, a veces, valiosas, y ha, por último, aquellos que cumplen una función
aun superior; saben hacerte pensar, te llenan de inquietud creadora y dejan en ti cimiente, haciéndote
razonar por tu cuenta y recorrer con tus pasos los caminos abiertos al estimar tu propia capacidad
creadora .

Los primeros son útiles especialmente cuando comienzas a hollar un campo nuevo. Te informaran de lo
ya sabido y de lo ya hecho y, si son buenos, lo harán de manera sistemática, completa y atrayente. Te
ahorraran mucho vagar inútil y mucho perderte por vericuetos ciegos. Te darán, condensada y
sistematizada, la sabiduría de los siglos.

Los segundos te informaran de lo nuevo que han sido capaces de añadirá a lo sabido y, al hacerlo,
acrecerán tu conocimiento y tu inquietud.

Pero son los otros los que debes preferir aquellos que te hacen pensar, os que, no solamente te señalan
horizontes o te muestran un nuevo camino, sino que, al enseñarte a mirar y caminar te estimulan para
descubrir y para avanzar por ti mismo más allá de lo ya sabido y de lo recientemente descubierto.

Los primeros harán tuyo el cocimiento, los segundos la inquietud, los terceros a creación. Lee a todos
pero ama a los últimos porque ellos cumplen la verdadera misión de maestro; hacer tuyo el mundo a
través de tu propia visión.

MEDICINA DE HOMBRES

La medicina ha evolucionado mucho. Nació ejercida por el sacerdote en los templos, fue luego
conjunto de medidas empíricas y siempre sufrió la influencia del momento cultural. Sus teorías se
movieron con la época y, así fue "espiritualista" durante la Edad, Media y "materialista" en el "siglo de
las luces". Oscilo de un extremo a otro, negando hoy lo que había de exaltar mañana.
Yo me he hecho medico bajo la influencia irresistible del positivismo. Nos enseñaron medicina como
podían habernos enseñado ingeniería mecánica. Nos mostraron como los órganos funcionaban bien y
como se producían desarreglos en esas funciones, desarreglos que constituían a enfermedad y a los que
el medico debía poner remedio nos educaron en la “ciencia” y, ante los resultados de las experiencias
de laboratorio y de las disecciones de anfiteatro, nos orientaron, en realidad, hacia una veterinaria de
seres humanos. Los médicos de mi generación creíamos ingenuamente que el examen exhaustivo del
cuerpo, no solo con los medios clínicos, sino con la ayuda magnífica de laboratorio y de todos los
procedimientos auxiliares, bastaba para darnos en conocimiento de la enfermedad y señalarnos el
camino y la curación. Los médicos de mi generación fuimos separados para atender órganos y no
hombres. “Es un hermoso caso de tumor de riñón”, “Es una magnifica anemia macrocítica”, nos
decíamos los unos a los otros, gozándonos en la posibilidad diagnóstica que los análisis, las pruebas
funcionales o las radiografías podían ofrecernos; no nos enseñaron que ese tumor de riñón o esa
anemia macrocítica se desarropa en los seres humanos, en hombres suficientes, en semejantes nuestros
que venían a buscar ayuda.

Los médicos de mi generación creíamos cumplir nuestro deber cuando habíamos agotado todos los
medios “científicos” para llegar a un “diagnóstico preciso” y emprender una terapia eficaz, pero el
diagnóstico era un diagnóstico de patología orgánica y la terapéutica tenía como ideal el llevar la
medicación “específica” a la lesión local. El hombre portador de esa lesión era completamente
descuidado. No interesaban como tal.

El trágico error que ese punto de vista llevaba consigo no puede ser ilustrado mas claramente que con
un ejemplo que el profesor Lelio Zeno me refirió una vez y que recordaré siempre. En un modernísimo
sanatorio se atendió a una muchacha con una tuberculosis pulmonar. Los médicos usaron los mejores
medios diagnósticos y terapéuticos; los cirujanos realizaban sus mas brillantes operaciones para
eliminar no lo que no podía ser salvado. El esfuerzo conjunto de un equipo de sabios consiguió la
curación de esos pulmones que parecían irremediablemente perdidos. El caso era interesantísimo y,
como tal, se decidió presentarlo a un congreso medico. Reunióse entusiastamente la documentación y
se esperaba la fecha del congreso con la seguridad de ofrecer ejemplo ilustrativo. Pero ocurrió que,
unos días antes, la enferma se suicidó.

Habían curado los sabios colegas a este paciente? Habían indudablemente obtenido que sus pulmones
fueran nuevamente capaces de cumplir su función, habían, pues curado el órgano. La portadora de ese
órgano, la muchacha que buscara ayuda fue, en todo momento ignorada. Los médicos no creyeron, ni
científico, ni necesario, averiguar lo que ocurría en el espíritu de su paciente. Posiblemente pensaron
que no les correspondía hacerlo. Y ese espíritu destruyó en unos pocos minutos todo lo que ellos
habían hecho con su cuerpo. Aun vemos todo los días casos parecidos pero, felizmente, las cosas van
cambiando. La moderna medicina no es mas una medicina de órganos, sino una medicina de hombres.
Considera como nuestro deber, no solamente el restaurar funciones, sino ayudar a seres humanos a
vivir. Todos los médicos de nuestra generación habíamos sido llevados a olvidar al hombre en medio de
sus órganos, fenómenos ilustrado claramente en el ejemplo que muchas veces pusiera a los estudiantes.
Frente a un enfermo, en un lecho de hospital, se habla de “un caso de hepatitis” pero, si suponemos,
por u momento que es nuestro hermano el que sufre. No será “un caso de hepatitis”, sino “Alfredo,
quien padece de hepatitis”. En el primer ejemplo es el órgano el que ocupa en centro de atención y al
que se dirige primordialmente nuestro interés; en el segundo, es el hombre el que importa
fundamentalmente y la enfermedad orgánica no es sino un episodio en la vida de ese hombre.
Pensemos entonos los enfermos como en hermanos nuestros y habremos adquirido la orientación justa
de la medicina contemporánea.

Esta actitud no es solamente humanitaria, ni lleva como origen preocupaciones sentimentales. Es


indispensable desde el punto de vista científico. Sabemos bien que los órganos no se enferman
aisladamente. Además de una correlación íntima entre todos ellos en el organismo, no puede separase
su funcionamiento de la acción de los fenómenos psíquicos. El hombre es un todo, es una unidad que
funciona como tal. Su alma y su cuerpo no viven no actúan separados; vibran al unísono y se influyen
mutuamente. No hay enfermedades “puramente orgánicas” ni “puramente psicológicas”. Todas ellas
muestran un funcionamiento defectuoso de la totalidad del hombre y así deben ser comprendidas.

Si eso es verdad, y ningún médico que se halle al tanto de las modernas investigaciones lo duda,
constituye un deber de hombre de ciencia no descuidar ningún aspecto del problema y tener en
consideración, al lado de los fenómenos fisiológicos, las alteraciones psicológicas y, al mismo tiempo
que los órganos, la personalidad del individuo.

Ello significa, hijo mío, un cambio radical del punto de vista médico. Significa que no somos más ni
“veterinarios de seres humanos” ni “recetadores”, ni “operadores”, sino hombre frente a los hombres,
hombres que, preparados científica y artísticamente para ayudar, ayudamos otros hombres a
restablecer el equilibrio que ha perdido por un momento y los ayudamos, no solamente prescribiendo
remedios o indicando operaciones, sino atendiendo problemas anímicos, equilibrando emociones y
tratando d restaurar la tranquilidad espiritual al mismo tiempo que el funcionamiento orgánico.

La tarea es difícil; infinitamente más difícil que la de restablecer funciones alterados. Pero es también
mucho más noble. Devuelve al médico su prestancia y su papel. Le ofrece la inigualable satisfacción de
ayudar a sus semejantes en el sentido más humano de la palabra y, si tu quieres ayudar a los demás,
debes hacerte médico de hombres y no médico de órganos.
MEDICINA DE ALMAS

Debo corregirme; no se trata de una especialidad, sino de una de las ciencias básicas, me refiero a la
Psiquiatría.

Es interesante considerar la situación de la psiquiatría en la historia d la medicina. Nació hace muy


poco tiempo como la especialidad dedicada al tratamiento de las enfermedades “mentales”. Esta
definición traiciona, ciertamente, la propia etimología de la palabra, Psiquiatría se deriva de los
términos griegos psyche, alma y iatreia, curación. No se refiere, pues, a mente sino a alma y, si bien los
hombres de ciencia y los filósofos no se han puesto aún de acuerdo y posiblemente no lo harán nunca –
sobre el verdadero significado y alcance de la palabra alma, todos ellos aceptan que abarca algo más
la palabra mente, sin embargo, la psiquiatría nació como una especialidad que se ocupaba de las
enfermedades de la mente, refiriéndose, de una manera directa a la locura. Poco a poco su horizonte
fue haciéndose más amplio y extendiéndose su campo de acción. Se comprendió que no es la locura el
más importante ni el más común de los sufrimientos del alma, que existen una serie de trastornos que
sin llegar a ella, producen más dolor y más invalidez en el ser humano y que deberían considerarse en
el ser humano y que deberían considerarse en el ser humano y que debería considerarse
detenidamente. Fueron naciendo las doctrinas de la neurosis y la idea de que eran también
sufrimientos del alma las alteraciones del carácter que llevan a la perversión, al vicio y al crimen. Y
llegó el momento en que los psiquiatras se encontraron frente al ser humano para estudiar,
comprender y tratar los trastornos más importantes que ese ser humano presentaba como tal. No es
ciertamente por azar que el campo d las actividades culturales, alejándose de la consideración casi
exclusiva de la mente, como función intelectual, se fije ahora en la afectividad, descuidada y pospuesta
en el pasado

La psiquiatría, doctrina médica del alma humana, de su sufrimiento y de su curación, ha pasado en


nuestros días, de ser actividad despreciada y aborrecida. A tener proyecciones inmensas y
responsabilidades infinitas; de una especialidad descuidada, a ciencia básica en l conocimiento del ser
humano, su acción y su destino.

Quizá tales afirmaciones te sorprendan porque no has vivido, como yo, las etapas de su evolución. La
psiquiatría, en mis tiempos de estudiante, era considerada por la opinión pública como el quehacer de
unos cuántos médicos excéntricos que se ocupaban de cuidar a los locos en los manicomios y que poco
se diferenciaban de ellos. De este estado han salido en pocos años para convertirse, en los países más
civilizados, en conocedores de hombres y sus actividades normales y anormales, expertos en la
conducta, analistas de la familia, la sociedad y el estado cuyas opiniones se toman en cuenta en todos
los campos de la vida y cuya intervención individual y social tiene quizás hoy día más consecuencias
que la de cualquier otro grupo de médicos.
¿Cómo se ha producido ese fenómeno, esquematizando, puede estudiársele en dos etapas. La primera
fue causada por la aparición de Freud y el psicoanálisis. Sus teorías sacaron a la psiquiatría de los
manicomios y la enfrentaron con los problemas diarios del hombre, la colocaron bajo el foco central de
la atención pública y llevaron su influencia más allá de la medicina misma, hacia las ciencias del ser
humano y la cultura. El Psiquiatra, aislado hasta entonces, tuvo que aprender a dialogar con el
psicólogo, con el antropólogo, el jurista, el filósofo y… el médico.

Puede sonar esto último a paradoja, pero no lo es. El resto de los médicos se había acostumbrado a
aislar al psiquiatra. Casi como a la oveja negra de la familia. Envuelto en un mundo tan anormal y tan
peligroso, hablando u idioma tan distinto del idioma “científico” de sus colegas, había el mismo
olvidado sus conocimientos clínicos y su lenguaje profesional. La aparición del psicoanálisis lo arrancó
de ese aislamiento y lo arrojó al centro de interés. Y, lo obligó a ser médico nuevamente, así como
obligó a los otros médicos a ser psicólogos.

Como una consecuencia y, por supuesto en estrecha relación con la evolución cultural del momento,
nació lo que ha dado en llamarse la “medicina psicosomática”.

La medicina psicosomática no es ni una nueva especialidad, ni una ciencia diferente; es una orientación
distinta. Representa nada más, ni nada menos que la vuelta al hipocratismo, a la consideración del
enfermo como una totalidad del alma y cuerpo que no puede enfermarse ni morir totalmente; es un
llamado a la humanidad del médico y una invitación a que vuelva hacerse una medicina de hombres
practicada por los hombres y no una reparación de máquinas, hecha por expertos; es una apelación a
lo más noble de nuestra actividad y a lo más alto de nuestro espíritu.

La medicina psicosomática ha sido el segundo paso decisivo en la transformación de la psiquiatría en


una ciencia básica y del psiquiatra en un médico integral que, no solamente comprende y maneja los
problemas psicológicos de sus enfermos, sino que puede contribuir grandemente a que sus colegas
comprendan y manejen los suyos al ayudarlos a colocarse frente a ellos como a seres humanos que
reaccionan como tales y en cuya historia los factores psicológicos son tan importantes como los
fisiológicos y obran junto con ellos en una interrelación que no puede ignorarse y que determina
muchas veces la salud y la enfermedad, la vida o la muerte.

Y, he aquí, pues, que la Psiquiatría es hoy, no solamente una ciencia básica de la medicina, sino una
disciplina de vastos alcances y nobles intenciones, una actividad para médicos que, a su ciencia y a su
arte, unen, por sobre todo, un amor incondicional hacia el ser humano y un entendimiento amplio de
su problemática y de sus posibilidades.
LA MEDICINA INTEGRAL

La Psiquiatría ha contribuido a la comprensión más clara del hecho mismo de estar enfermo – que no
es el funcionar anormal de un órgano o un sistema de órganos, sino un desequilibrio del ser humano
frente a sí mismo y frente a su ambiente – y, al hacerlo, se ha convertido en una disciplina cuyo
conocimiento se hace indispensable para todo médico. Si sabemos que las enfermedades tienen todas,
un componente psicológico, no podemos pretender conocerlas ni manejarlas sin conocer y manejar ese
aspecto tan importante de su patogenia. Otra cosa sería cegarse ante la realidad diaria y mantenerse al
margen del progreso. Por eso, hijo mío, si quieres ser médico, debes, de todas maneras, familiarizarte
con los conocimientos de la psiquiatría moderna que te enseñará mucho respecto al hombre sano y
enfermo y te permitirá relacionarte con él y ayudarlo realmente.

La Psiquiatría es el puente que une la medicina a la cultura general. Ninguna disciplina médica te
acercará más al alma del hombre, a su sufrimiento, por una parte, pero,, por otra, a sus
manifestaciones más sublimes y a sus capacidades más altas. Ninguna te permitirá comprender mejor y
admirar más las producciones artísticas, las conquistas científicas, las especulaciones filosóficas o los
planteamientos religiosos, ninguna como ella estimulará tu curiosidad, te colocará en la actitud justa;
ansia de comprender y posibilidad de admirar y abrirá horizontes más amplio a tu hambre de espíritu
y tu sed de cultura; ninguna te enseñará mejor a entender a tus enfermos y a respetarlos en su
condición irrenunciable de seres humanos; ninguna te llevará más ante ti mismo como parte de la
humanidad y servidor de ella.

SABE OIR:

EL SECRETO DE LA MEDICINA MODERNA.

Hay algo más aún, hasta esta revolución psicológica, el médico se había dedicado a conocer al hombre
“desde afuera” y, por eso, se colocaba frente al enfermo como frente a un objeto de estudio que
debería analizar en sus partes para estudiar, en lo posible, cada una de ellas aislada y
exhaustivamente. No quiero decir que los médicos fueran ciegos ante los factores de integración, pero
los enfrentaban también con la actitud “científica” del que trata de comprender una complicada
maquinaria. Esa “actitud científica” los obligaba a ser objetivos y a eliminar todo factor que no pudiera
ser “visto” y analizado. La medicina era una actividad visual. Es la orientación moderna, que partiera
del psicoanálisis, la que lo convierte en una actividad auditiva. Con el punto de vista psicosomático los
médicos descubren que, al lado de la observación que los colocaba frente al enfermo “desde afuera”,
debe darse importancia a las informaciones que llegan “desde adentro”.

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