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BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD
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AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
2.2. Discusión
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5.4. Ser versus tener
6.2. Su evolución
6.4. Su perpetuación
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11.1. Consideraciones iniciales
12.2. Sexuación
12.3. Sexualidad
12.4. Erótica
12.5. Amatoria
14.1. El proceso
14.2.1. En la niñez
14.2.2. En la adolescencia
BIBLIOGRAFÍA
Debemos insistir, por más evidente y claro que pueda parecer, en que el
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conocimiento aislado obtenido por especialistas en un campo limitado del saber
carece en sí de todo valor. Su único valor posible radica en su integración con el resto
del saber y en la medida en que nos ayuda a responder a la más acuciante de las
preguntas: ¿Quién soy?
ERWIN SCHRODINGER
LAO-TS É
Y si no ahora, ¿cuándo?
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Quisiera dar las gracias a las personas que de una o de otra manera han
contribuido a la elaboración de este libro. Cabe destacar entre ellas a Rafael Nieto,
Efigenio Amezúa, Miguel García-Posada, Jorge Arnaiz, Esperanza de las Cuevas,
Miguel, Alejo y Alejandro, Halina Kompanietz, Eduardo Jiménez y Mari Angeles
Casado. A todos ellos mi sincero reconocimiento y afecto.
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Se ha escrito mucho sobre el ser humano y su conocimiento, pero, casi siempre,
olvidando su condición sexuada y sexual, su estar profundamente corpóreo en el
mundo. Cuando se habla del ser humano, se suele vislumbrar a un hombre, un varón,
que paradójicamente no tiene sexo, pues no es concreto, no es real. Parece un
espectro huidizo que mora en el reino abstracto de las entelequias, espantado por su
humanidad carnal. ¿Y la mujer? Durante mucho tiempo fue su fantasmal
complemento, a veces maldito, otras veces exaltado y, en el fondo, ignorado, incierto,
un tanto difuminado e indefinido como sujeto. Queramos o no, los hombres y las
mujeres coprotagonizamos una historia compartida, navegamos en la misma barca
por nuestro tiempo.
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ideas, que influye en la construcción sexual de la realidad. Los conceptos pertenecen
al universo de los significados que manejamos para comprender lo que nos rodea, a
nosotros mismos y a los otros sexuados. Adentrarnos en él, es el propósito de esta
obra. Los conceptos, además de reflejar la realidad, la crean y nos van modelando
como cuerpos-palabra.
Asimismo, tendremos muy presente la viva carnalidad del sujeto existente, aunque
éste será el tema del segundo volumen, y su cualidad relacional, su convivencia con
otros, íntima y colectiva, que trataremos en el tercero. Este diseño para estudiar y
procurar entender al ser humano sexual no es algo fortuito, pues proviene del intento
de llegar a la inteligibilidad del sujeto existente en su experiencia vital, que siempre
es racional, desde la corporalidad viva que piensa y siente, desea y se expresa
verbalmente o no, y siempre es con otros, junto a los cuales se socializa.
Este libro se configura en quince capítulos. Los cinco primeros intentan airear en
parte los «fantasmas» que se crean alrededor de todo «lo sexual», comenzando por
afrontar su «demonización», continuando con el deslizamiento del sexo en el género,
la criminalización y la patologización del sexo, su banalización y la consecuente
«enajenación» del ser humano.
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que utilizamos los humanos para transcribir el mundo que nos rodea y comunicarnos
con otros. Somos cuerpos-palabra relacionales y racionales, construimos nuestra
realidad desde nosotros mismos y junto a otros en una narración continua. Lo
procuramos reflejar acercándonos al universo de lo simbólico y del lenguaje verbal, y
concluimos por el encuadre de la construcción sexual de la realidad.
Los últimos cinco capítulos tratan sobre el hecho sexual humano. Comenzamos
por ofrecer una visión histórica de los sexos. Para aproximarnos al estudio de su
cualidad sexual recurrimos al modelo de Efigenio Amezúa del hecho sexual humano,
pero intentamos enfocarlo desde el paradigma no-dual. Nos detenemos con mayor
atención en la identidad sexual, por ser troncal y central en el sujeto existente.
Procuramos entender cómo se forma ésta. El capítulo final discute sobre lo abstracto
y lo concreto, y sirve de puente entre este libro y el próximo que versa sobre el sujeto
existente.
No pretendemos dar respuestas a todo lo que vemos, sino más bien plantear
preguntas y senderos que han de ser explorados. Esperamos que sea un próspero
viaje, lleno de interesantes estancias y paradas significativas en esa búsqueda
apasionante de inteligibilidad de lo que somos. Es un intento de comprender, de ser
conscientes de lo que, a lo mejor, ya sabemos, de transcribirlo en palabras, mutarlo en
verbo vivo.
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Toda afirmación está condicionada por una
negación.
JEAN-PAUL SARTRE,
El ser y la nada
¿Vamos a hablar de sexo? Tal parece. ¿Qué es? Según el diccionario Larousse, se
trata de «la condición orgánica que distingue el macho de la hembra» (y en este
orden) «en los organismos heterogaméticos. // Conjunto de individuos que tienen el
mismo sexo: sexo femenino; sexo masculino. // Conjunto de los órganos sexuales
externos masculinos y femeninos. // Sexualidad: represión del sexo» (es curioso y
significativo que aparezca aquí). «Sexo débil o bello sexo, las mujeres. // Sexo fuerte,
los hombres» (uno podría pensar que este enfoque queda un tanto obsoleto).
Prosigue: «Se distingue: un sexo anatómico...; un sexo genético o cromosómico...; un
sexo gonádico...» Parece un tanto complejo. Acudamos a otra fuente. Según el
Diccionario de la Real Academia Española (XXI edición): «Sexo es la condición
orgánica que distingue al macho de la hembra, en los animales y en las plantas. //
Conjunto de seres pertenecientes al mismo sexo. // Organos sexuales. // Sexo débil o
bello, mujeres; sexo feo o fuerte, hombres». Las definiciones de ambas fuentes son
similares, coinciden también en el enfoque.
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hombres con hombres y mujeres con mujeres, desde nuestra hermosa e
inconmensurable condición humana sexual y no desde el frío alejamiento o el
frecuente chiste jocoso impregnado de morbosidad. Hablar y callar con naturalidad y,
sobre todo, ser también más naturales y auténticos. Quizá, entonces el lenguaje pueda
llegar a reflejar con mayor claridad el hecho sexual humano, porque se romperá el
silencio y aparecerá una necesidad de terminología renovada que, en vez de dificultar
y embrollar la comunicación, nos sirva de gran ayuda para entendernos.
Coincido con A.García Calvo cuando dice: «De forma que sea lo que sea lo que
habéis pensado que pueda haber bajo títulos como "Sexo", "Sexualidad", mi intención
es hablar justamente de ello como desconocido y, por tanto, como sagrado, con ese
respeto irrespetuoso que lo sagrado me merece y en contra de la falta de respeto con
que de or dinario se le trata»l. Vamos a hablar de los dos sexos, y de nuestra
condición sexual con mucho respeto, respeto con el que uno suele acercarse a lo
bello, profundo y auténticamente humano, a lo trascendente; a algo que puede
producir, y de hecho produce, un hondo goce y sufrimiento, a algo que te posiciona
en el mundo y te permite desarrollar tus potencialidades y crecer, o por el contrario,
detenerte y quedar en una posibilidad sin desplegar.
Pretendo hablar del sexo, de los sexos, desde un enfoque sexológico. En esta joven
ciencia resulta complicado moverse, precisamente y entre otras cosas, por la
dificultad de lenguaje, de falta de rigor conceptual y de términos. Pero, quizá,
también por eso resulta tan apasionante y atractiva, porque está por crecer,
desarrollarse y madurar con todo su esplendor humanista.
14
HUMANO
De esta manera, el paradigma del ser humano se hizo dual. Había un cuerpo y una
mente que lo trascendía, trascendía lo corpóreo, lo temporal y lo espacial, y se
manejaba con los símbolos en su huida de la muerte. La mente era poderosa y
aparentemente no tenía arrugas ni dolores, no se marchitaba abrazando una muerte
cercana; brillaba con destello divino y omnipotente. Era lo que le alejaba al animal
humano del resto de los animales. Parecía que no era mortal, era superior. Así, surge
una nueva modalidad desprestigiada y mutilada del cuerpo, el cuerpo olvidado,
deformado y desvitalizado2.
Pero, ¿existe la mente fuera del cuerpo? ¿Tiene sentido fuera de la corporeidad
humana? Es evidente que no. Son las trampas del reduccionismo, que nos aprisionan
y determinan la lectura de todo lo que nos rodea y a nosotros mismos; conforman una
realidad plana, troceada, mutilada inconscientemente. La mente y el cuerpo,
separados de manera artificial en la conceptualización del ser humano, padecen una
dramática distorsión o caricaturización, que conduce a un sufrimiento inevitable e
innecesario para el sujeto existente.
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Más tarde, pasadas unas cuantas páginas de la Historia de la Humanidad, aparece
el concepto de alma o espíritu, más elaborado y sofisticado que los anteriores. La
conciencia humana, en su evolución, llega a aprehender esta realidad perteneciente al
reino de lo sutil. El alma es un soplo divino, sí que puede que sea inmortal y parece
que trasciende lo corpóreo, lo mental, el tiempo, el espacio; vence la muerte. Es lo
más elevado y sublime del ser humano. Si se centra la atención en el alma, si se
condensa y se erige en soberana del individuo corpóreo se le aproxima a lo divino y
se le aleja de su animalidad primitiva, de su carne viviente y sufriente. Una vez más,
se vuelve a escindir y a mutilar al ser humano. «El divorcio entre el alma y el cuerpo
- dice Brown - sofoca la vida del cuerpo y reduce el organismo a un mecanismo», lo
desvitaliza, lo mecaniza y termina convirtiendo el cuerpo en un mero mecanismo. Se
crea así el ego racional y el cuerpo mecánico3.
Pero, ¿existe el alma sin cuerpo? Y si existe, ¿tiene sentido como realidad humana
o simplemente pertenece a otra dimensión de la realidad, sólo captada desde el
acercamiento sutil, o mejor dicho, en el nivel causal de la conciencia? En cualquier
caso, no quisiera adentrarme aquí en esta cuestión, pero sí subrayar que la visión
dualista del ser humano y del mundo que nos rodea problematiza, envilece y
empobrece nuestro vivir4. Como el cuerpo es algo bajo, reducido a menudo a un
simple mecanismo vivo, con sus necesidades, instintos y funciones, todo lo que le
atañe como tal, es pobre, reiterativamente sucio, primitivo y casi autómata. Depende
mucho de con qué ojos se observan las cosas, pues, se termina por ver lo que se esté
predispuesto a ver. La caída vertiginosa en el sinsentido no tiene límite ni fondo, es
una caída en el vacío, en la vacuidad sin formas, el reino oscuro de la superficialidad
corrosiva que deforma irremediablemente todo aquello que toca.
16
ser humano, de su propio ser y estar en el mundo.
Por ejemplo, algo bueno en un contexto y momento dado, puede ser malo si el
contexto o el momento cambian, o viceversa. Imagino, que todo el mundo coincide
en que agredir a alguien físicamente es malo, pero si lo haces en defensa propia o de
otra persona, se convierte en algo bueno y hasta elogiable. Que cuando somos muy
pequeños es bueno que nuestros padres estén pendientes y nos protejan, pero cuando
somos adultos eso sería malo, nos impediría serlo. Sigamos pensando...
Si algo es bueno, en mayor cantidad será mejor. Pues no siempre es así. El jarabe
para la tos, si uno está resfriado y le hace falta, es bueno en la medida adecuada, pero
si te bebes medio frasco de una vez puedes acabar muy enfermo. Tampoco olvidemos
el hecho de que, lo que es bueno para un individuo no necesariamente lo es para otro.
A tu vecino puede que le encante el campo y sus melodiosos sonidos le dan mucha
paz y bienestar; le entusiasma escuchar el silencio. A ti, puede que te espante, te hace
caer en una honda melancolía, eres un urbanita y el aire puro te marea, te da dolor de
cabeza, te sienta fatal. Depende.
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simplemente arrastrada por una brisa momentánea.
Es razonable creer que es bueno conocerse y saber lo que uno quiere y desea, y
que es malo vivir enajenado, en una ignorancia perpetua de uno mismo, en una
obnubilación tortuosa, en tratar constantemente de ajustarse a lo «adecuado», a lo
«bien visto», cueste lo que cueste. La vida pasa y es la única que tenemos, salvo que
se demuestre lo contrario. Uno no puede dormirse, porque se va, pasa, y muchos se
dan cuenta, cuando ya les va llegando su final, de que en realidad no han vivido, sino
que se han pasado todo su tiempo en una especie de sueño cotidiano, muy ocupados,
haciendo cosas para agradar a otros y ser aceptados; han vivido un espejismo, una
mentira. Eso es triste, hace daño, y es malojo
El mundo sexual es el más íntimo que puede existir entre dos personas; y en
cuanto al individuo, el más hondo, estructurante y que le da sentido como ser humano
pleno y, por tanto, sexual, radicalmente sexual que es12. El placer sexual que sienten
dos al estar juntos les entrelaza y une, hace que se busquen y que quieran seguir
juntos; aunque no siempre sea suficiente, sí es necesario como base de una relación
gratificante. El goce sexual reafirma la vida, transmite las ganas de vivir13
No estoy haciendo apología del libertinaje, que por otra parte, cada cual es muy
libre de plantear su vida como mejor le parezca, siempre y cuando no haga daño a
otros, ni vulnere sus derechos, sino que quiero subrayar que el placer sexual de un ser
humano va implícito con el hecho de vivir nuestra humanidad y vivirlo como algo
sucio, pecaminoso o malo nos enajena en lo más profundo de nuestro ser, nos
distorsiona, nos deshumaniza, nos empobrece. Tal vez esté llegando el tiempo en el
que a los hombres y a las mujeres nos sea devuelta nuestra dignidad, nuestro hondo
valor humano, y como afirma E.Amezúa «cuando el hombre reconozca su condición
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y la mujer la suya, ambos podrán establecer un proyecto en que la base no sea sucia
por definición»14
He aquí un tema árido, que impone ir despacio, paso a paso, con el fin de que las
emociones no desvíen el rumbo prefijado. Partamos. ¿Ha habido represión sexual? Sí,
sin duda. No podría ser de otra forma si tenemos en cuenta lo ya tratado: la represión
primaria, que es la represión de la angustia ante la muerte; y su cristalización, el
paradigma dualista del ser humano, que, a su vez, es el reflejo de la visión dual del
mundo en general 16. Todo está interrelacionado, tanto en la extensión, como en la
profundidad y lo visible tiene una cara oculta, su ser interior, el habitante huidizo del
reino de las sombras.
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quizá, tribus; en todo caso, en sociedades bastante primitivas. ¿Había represión sexual
entonces? Seguramente, sí. ¿En qué consistía o de dónde partía? ¿Podría partir desde
el sujeto sexual mismo, ser inherente al hecho de existir? Parece una contradicción
con lo dicho anteriormente, eso de que la vida es un cántico jubiloso a sí misma en
cada instante vivido. A veces, las apariencias son engañosas. Pensemos. ¿El
individuo primitivo tenía un instinto sexual pronunciado? Probablemente. ¿Y
prejuicios morales? Quizá no. ¿Entonces, qué le frenaba, qué le servía de motor
represor, si es que lo había? Cabe imaginar que algo influían las condiciones de
inseguridad vital en que habitaba y el afán de sobrevivir en su mundo hostil, teniendo
que dedicar mucha energía y atención para ello. Simplificando considerablemente, el
principio del placer, por muy estructurante y reafirmante que sea, sucumbe al instinto
de supervivencia, salvo excepciones. Por tanto, el ser humano tiene una represión
sexual primaria, que aparece al entrar en conflicto el principio del placer con el
instinto de supervivencia, y es inherente al hecho de existir. Entra en acción
dependiendo de las circunstancias vitales propias y del entorno y no es ni cultural, ni
social; va implícita en el existir y preservar la vida en cada momento.
¿Existe otra clase de represión sexual que parte directamente del sujeto sexuado?
Podríamos decir que sí, aunque más que represión sexual típica, se trataría de nuestra
forma de ser humanos. El ser humano es racional, es emocional, es sentimental. El
raciocinio, las emociones, los humores o estados de ánimo y los sentimientos pueden
reprimir y de hecho, reprimen sexualmente. No es algo bueno ni algo malo, es nuestra
forma de ser y vivir; nos estructuran, nos van formando a la vez que reflejan lo ya
acontecido, lo ya vivido. Somos seres biográficos, con memoria que tiene un peso de
continuidad, de lógica evolutiva. El camino se hace al andar y lo andado va
configurándonos y se va incorporando en nuestro interior. Lo vivido tiende la mano
y, en cierto modo, determina lo que queda por vivir. Lo que hacemos o dejamos de
hacer es importante. El presente, ese infinito instante, une el pasado y el futuro en
todo un continuum que fluye sin interrupción.
20
se someten a ellas, como miembros de dicha sociedad que son. Entonces, podemos
concluir que la vida en sociedad, anhelada, por otra parte, por casi todos los
náufragos solitarios, supone cierta dosis de represión sexual de carácter social y
cultural (lo externo y lo interno de un grupo de personas que conviven, y que, a
menudo, se confunde, a pesar de no ser lo mismo, aunque sí estrechamente
interrelacionado).
El ser humano permanece libre incluso en las prisiones más estrechas, a pesar del
sometimiento. El mundo interior propio es por entero nuestro y es nuestro mayor
tesoro que conviene cuidar. No es bueno forzar las cosas, el reprimir por reprimir no
tiene sentido. Es mucho más razonable una sociedad que posibilita bienestar a sus
miembros, que ayuda al crecimiento de los que conviven en ella que, a su vez, se
traduce en creatividad y progreso de la sociedad misma. Es un movimiento circular
21
de bienestar, de sentirse contento, agradablemente vivo; lo micro y lo macro en
crecimiento interrelacionado.
1) «Si no quieres oír algo, tápate los oídos»: se trata de negar, de ignorar nuestra
condición, de vivir como si uno no fuera sexual y, por tanto, humano, reducido a un
ser espiritual cuya profunda y trágica paradoja es ser un espíritu entre los vivos,
empeñarse en vivir fuera del cuerpo y desperdiciar lo bueno, lo bello y lo verdadero
que la vida humana te ofrece, ese maravilloso mundo nuestro, que se nos abre para
explorarlo, conocerlo, comprenderlo y amarlo20.
2) Otro mecanismo para no oír, es «gritar fuerte con el objeto de que el estallido
de tu voz ensordezca el mensaje»: se trata de reprimir el sexo, la sexualidad por la
sexualidad misma, por la «práctica» desbocada. Uno corre mucho sin saber por qué y
a dónde. El correr, en sí mismo, se erige en suprema razón, cuanto más, mejor, sin
importar el resto o con quien. El ejercicio mantiene a uno en forma. ¿Será por eso?
Tonifica los músculos y te despierta. ¿Pero realmente te despierta? ¿No será una
forma de huir de algo que angustia, saliendo desbocado a la carrera? Probablemente
sea así. ¿Cuál es el fantasma? ¿La sexualidad? ¿La angustia vital constante o el miedo
a no ser válido, aceptado, de no poder...? ¿El miedo a la vida o a la muerte, a
conocerse, a descubrir nuestra vulnerabilidad y que necesitamos a otro con rostro
concreto, no anónimo? Quizá un poco de todo. Desde luego, si hay una conducta
sexual compulsiva, algo de eso hay detrás, en la sombra.
22
hablado mucho de sexo y de sexualidad a lo largo de milenios. Y estamos en el punto
en que estamos tras el transcurrir histórico de los tiempos. Lo que tenemos es el
resultado de lo que ha habido antes. Tanto hablar de sexo... ¿por su represión?
Seguramente. Pero la calidad del discurso también cuenta, no sólo la cantidad. Donde
hay condena y prohibición, hay transgresión. Donde hay permiso y protección, hay, a
menudo, infantilización y subyugación. Es un terreno delicado.
23
-Con frecuencia se reduce el sexo a los genitales y, por lo tanto, el acto sexual, al
coito. Somos personas, no genitales andantes. Parece grotesco pronunciar
tamaña reivindicación, pero, a veces, hay ocasiones que invitan a ello25.
Somos sexuales, mujeres y hombres, en el pensar, en el desear, en el sentir, en
el tocar y en el mirar, en cada momento vivido y en cualquier lugar; va
implícito en el ser humano. Eso supone una inmensa riqueza experiencial que, a
su vez, nos reafirma en lo que somos y en lo que queremos ser. Una mirada que
se funde con tu mirar en la profundidad de tu ser puede producir un intenso
placer, un vértigo de sensaciones que te trastocan, que te hacen tambalear y que
se recuerda toda la vida, deja huella. Una suave caricia con la intención de
encuentro, de decir que esta persona está a tu lado y le interesas, y que te acoge
con ternura, aunque sólo te toque fugazmente la mano al pasar, puede ser muy
gratificante. Son sencillas y poderosas sonrisas de la vida, que a veces mueren
sin ver la luz, porque no les damos importancia, y la tienen. Te reconfortan en
el vivir. No son coitos, pero sí son actos sexuales. Supongo que no estamos
acostumbrados, que los sentimientos asustan, y mucho más el expresarlos.
Seguimos la premisa de todo o nada, de la lógica ahorrativa en el viaje, de
sacrificar lo bello a lo práctico, de que hay una meta a la que llegar y lo inútil,
mejor evitarlo. Es una pena, porque nos perdemos mucha belleza intensamente
humana.
El qué creemos predispone a que veamos y percibamos las cosas de una manera
determinada, que, a su vez, nos confirma la convicción de partida. Si cambiamos el
marco referencial que nos hace de filtro no consciente para perpetuar la realidad tal
como la conocemos y vivimos, ésta cambia como por arte de magia; así, también
nuestro mundo se transforma en otro diferente26. Si no caemos en el dualismo
separativo de lo terrenal y lo divino, quizá podamos darnos cuenta de que es tan sólo
24
un espejismo mental, una forma de pensar acerca de la realidad. Esta forma de pensar
nos condiciona a ver lo que vemos, y podría ser otra. A lo mejor la espiritualidad está
en todo lo terrenal y, mientras seamos humanos mortales, es su forma de
manifestarse. Quizá sea el secreto para que podamos hallar la plenitud de ser al no
escindir nuestro mundo y a nosotros mismos27.
Es razonable preguntarse: ¿Qué soy yo? ¿Cómo me percibo, cómo me vivo? ¿Mi
cuerpo, por un lado, mi mente por otro y mi espíritu, flotando en el infinito? No, soy
todo eso a la vez, integrado e imbricado en cada instante y en cualquier ocasión. Sólo
los estados alterados de conciencia, que se caracterizan por ondas cerebrales alfa,
como pueden ser, por ejemplo, meditación, relajación muy profunda, visualizaciones,
viajes astrales, etcétera... podrían ofrecer alguna duda, ya que la mente-espíritu parece
que pasea por los espacios-tiempos como si fuesen un jardín de flores enigmáticas,
vuela surcando su dominio, como un halcón que se desliza por las corrientes de aire.
Pero, incluso entonces, somos todo uno y a la vez.
El ser humano encierra en sí una inmensa riqueza potencial, precisamente por ser
humano, maravillosamente corpóreo. ¿Y qué es el cuerpo? ¿Carne, sólo carne?
¿Cómo sólo? Somos carne, carne pensante, que siente, que evoluciona
constantemente, que vive. Somos energía que se hace carne, que se hace presencia,
todo uno y a la vez, cuerpo-mente-espíritu. Escindir, separar, mutilar por capas, es un
ejercicio mental de abstracción, pertenece al mundo de lo simbólico, no a la vida real.
Es curioso que, a menudo, para nosotros los humanos, lo abstracto y lo simbólico se
nos antoja, en nuestra huida de la muerte, más vivo y real que lo vivo y real mismo.
25
interior y hace que ese contacto sea agradable o por el contrario, molesto. ¿Qué ha
pasado? Soy todo uno y a la vez, cuerpo-menteespíritu.
26
La entrada en escena del llamado poder del género
ha venido a convertirse en gozne epistemológico que
ofrece el soporte teórico a muchas actividades
clínicas, educativas, sociales y culturales con la
evitación del sexo o su relegación a un plano de
«menor» importancia, léase incluso de calificación y
connotación directamente negativa. Con la promoción
de ambas nociones se ha descuartizado el contenido
de la sexualidad.
EFIGENIO AMEZÚA,
John Money, el padre del término «género» tal como a menudo lo usamos hoy en
día, preparaba por los años 1950 su tesis doctoral «Hermaphroditism: An Inquiry into
the Nature of a Human Paradox» que defendería en la Universidad de Harvard en
1952. Según cuenta, tuvo dificultades para explicar la diversidad de las variables que
observaba con el concepto de sexo, rígido y limitado para él y por eso se vio obligado
a prescindir del viejo vocablo e introducir un nuevo concepto de género, que sí era
más flexible y amplio, más funcional para lo que quería o pretendía reflejar. J.Money
sintonizó con los tiempos que le tocaban vivir e ignoró, de paso, que «en los años
anteriores a la Segunda Gran Guerra se contaba con un articulado campo conceptual
con la suficiente flexibilidad como para ser capaz de explicar las variedades sin por
ello renunciar a los mínimos propios de las identidades individuales»'. Comenta
E.Amezúa, que «los sexólogos europeos de décadas anteriores - algunos aún en vida
cuando Money empezaba sus trabajos - habían debatido y establecido que el concepto
moderno de sexo no es sólo una frontera o línea divisoria, sino más bien una realidad
multifactorial y compleja; estructura ni exclusivamente biológica ni únicamente
27
social sino, sobre todo, biográfica y, como tal, no un resultado, sino un proceso».
28
gramática, del mundo de lo simbólico. No creo que fuera consciente de lo que
conllevaba consigo lo que inauguró, qué camino pisaba y comenzaba a andar. Por
aquél entonces, seguramente, no tenía la capacidad suficiente para ello, porque la
cualidad integral del pensamiento se suele adquirir con los años, con mayor madurez
evolutiva. Además, las alabanzas y las aclamaciones ciegan a veces y uno pierde un
poco la visión objetiva de las cosas, sobre todo cuando está empezando. Era un
triunfador, un superviviente, un joven científico que prometía y creaba algo nuevo,
que inauguraba una etapa. Tenía éxito.
¿Y por qué caló tanto el término «género» adoptado de la gramática para referirse
al ser humano? Seguramente, porque conectó y reforzó la vieja concepción dualista
del ser humano (cuerpo/alma). Era lo correcto y lo propio, en apariencia nuevo y
seductor. Por eso lo aclamaron y lo acogieron. Convirtió lo «prehistórico», lo viejo en
lo moderno y joven. Ya no sonaba a arcaico, era algo recién descubierto. El
paradigma dualista del ser humano desfilando triunfante en un carnaval intelectual y
exhibiendo sin pudor sus nuevas caretas. El ser humano sin cuerpo que vence la
muerte en plena posguerra. La oportunidad para que calara este término era única, se
vertía como si fuera un bálsamo sobre las heridas sin cicatrizar. Según E.Amezúa, «es
precisamente la atracción por lo neutro e indefinido, en oposición a los perfiles de las
identidades personales, lo que ha facilitado la entusiasta aceptación de la noción de
género que Money introdujo. Es la desexualización de los sujetos, es su generización,
es el desdibujamiento de sus sexualidades y, con él, de sus identidades como sujetos
sexuados. Es ésta la otra cara del éxito del concepto».
Quiero hacer constar, bien claro y alto, que soy mujer y estoy orgullosa de serlo.
Soy sexual, no asexual, soy corpórea y no reducida a un ser etéreo, sin forma
aparente, que sólo se vislumbra por intuición. Y me encanta serlo, porque eso es ser
humana con toda su magnífica unidad integrada, todo uno y a la vez, cuerpo-mente-
29
espíritu. No sé si tengo género, no me queda claro este asunto, pero sexo sí, por
supuesto, y que no me lo quite nadie, ni siquiera con la mejor intención posible o
fines estratégicos en la lucha contra el sexismo. Porque entonces, dejaría de existir
como ser humano, sería una cosa, pero no una mujer, quizá su pobre reflejo
perteneciente al mundo de lo simbólico, pero no sería de este mundo nuestro, que nos
invita a vivir y a sentir en cada instante. No se trata de terminar con el problema
matando a uno de los implicados. Las mujeres y los hombres podemos convivir desde
nuestra riqueza diferencial, pero con la igualdad de oportunidades para el desarrollo
propio y de ambos en relación, desde el mutuo respeto, tendiendo la mano y
aprendiendo unos de otras y viceversa.
Por supuesto, volviendo al sexo, el hecho de ser mujer no se limita a los genitales;
impregna todo nuestro ser y estar en el mundo, nos da sentido como seres humanos
corpóreos, todo uno y a la vez, cuerpomente-espíritu. No somos unas vaginas a las
que les dan sentido los penes que las penetren, tenemos sentido propio como mujeres
que somos, desde nuestra identidad sexual. Yo pediría a mis hermanas feministas que
no contribuyan a desprestigiar el concepto «sexo» sustituyéndolo por «género» y que
cuando hablemos de la mujer, hablemos bien alto y con orgullo de la mujer sexual y
no desde su género, porque nuestro sexo existe y es maravilloso. El ser mujer es
diferente al ser hombre, pero igual en su valor. Los dos sexos caminando juntos, de
igual a igual y orgullosos de ser, de ser mujeres y de ser hombres.
2.2. DISCUSIÓN
30
femenino. También el de otros nombres de seres inanimados. / masculino. Gram. El
de los nombres que significan personas y algunas veces animales del sexo masculino
y también el de otros nombres de seres inanimados. / neutro. Gram. En las lenguas
indoeuropeas, el de los sustantivos no clasificados como masculinos ni femeninos y
el de los pronombres que los representan o que designan conjuntos sin noción de
persona. En español no existen sustantivos neutros, ni hay formas neutras especiales
en la flexión del adjetivo; solo el artículo, el pronombre personal de tercera persona,
los demostrativos y algunos otros pronombres tienen formas neutras diferenciadas en
singular».
¿Entonces, por qué decimos «género» si queremos decir «sexo»? ¿Es tan fea esta
palabra? ¿O es que muerde? ¿O es que pertenece a lo íntimo, a lo que siempre se
silencia, a lo oscuro de la noche? ¿Nos da vergüenza?7 Yo creo que la palabra sexo es
bonita, y lo que lleva detrás, es muy hermoso, hondamente humano, complejo y
trascendente; es lo que nos posiciona en este mundo nuestro como cuerpo espiritual
que piensa, que siente y que se relaciona con otros, que tiene sentido como humano,
que vive y posee historia propia que le configura como individuo concreto y no algo
abstracto, no un espíritu incorpóreo aprehendido por otros, difuso en su identidad
humana'.
31
Además, quisiera llamar la atención sobre un hecho que a menudo pasa
desapercibido. El introducir un nuevo concepto en sustitución o en detrimento de
otro, crea necesariamente un discurso diferente. Es de una lógica aplastante. Ese
discurso se sostiene en múltiples campos, tiene un hilo que va atándonos gracias a
diversas disciplinas que lo utilizan para tejer su tela y lo reafirman, lo perpetúan. El
lenguaje y los conceptos no son inocentes y en este terreno del que tratamos, menos.
No sólo reflejan la realidad, la crean y la configuran9. Hay todo un mundo detrás de
los símbolos y, por supuesto, nos atañe y nos puede aprisionar en un marco
referencial que, a su vez, hace que nos movamos en un espacio determinado y no en
otro, que también es posible y está al alcance de nuestra mano, sólo tenemos que
extenderla, darnos cuenta de que este otro espacio está aquí y que, quizá nos merezca
más la pena transitar por él y no por el que lo estamos haciendo; respiraríamos mejor,
estaríamos menos ahogados, probablemente. Edwin Abbott en su magnífico libro
Planilandia, cuenta la historia de un cuadrado que vivía en un mundo bidimensional
junto con los círculos, los triángulos y otras figuras propias de un mundo de dos
dimensiones. Una vez fue a visitar otro lugar en que habitaban sólo los puntos y las
líneas. Era un reino unidimensional y a pesar de que él era un cuadrado, los
habitantes de aquel país sólo lo podían ver como un punto o como una línea, no
tenían otro marco referencial que el de una sola dimensión, se perdían la mayor
riqueza de un cuadrado, de un triángulo y otras figuras más complicadas. Ojalá que
nosotros no nos perdamos toda la profundidad y riqueza del hecho sexual humano, no
habitemos un mundo plano; reflexionemos.
32
Ya para terminar y enlazar con el siguiente capítulo, cabe decir que el concepto de
género contribuyó a problematizar lo corpóreo, el cuerpo, y lo que se problematiza, se
termina por criminalizar. Así, se desemboca en una mayor criminalización del sexo
porque, entre otras cosas, hay un coste mayor por parte de algunos sujetos al vivir la
problematización de sí mismos.
33
Si antes era indignante censurar la representación
sexual, ahora parece ridículo situarla bajo tutela;
como si permitir esto tuviera que seguir siendo
dominar, y la única alternativa a la prohibición fuera
la infantilización.
Partamos desde el paradigma dualista del ser humano, desde la tensión cuerpo-
alma y desde el hecho evidente de que todos nos morimos, que la muerte, hagamos lo
que hagamos, siempre llega con su mueca triunfante. No somos eternos, queramos
reconocerlo o no. Podemos pasarnos la vida entera huyendo cegados por el miedo
ante lo inevitable, pero la dama misteriosa y oscura nos alcanza irremediablemente en
algún momento de nuestro acontecer vital. Nos duele, nos hiela, nos estremece en lo
más profundo de nuestro ser, pero es así, hagamos lo que hagamos. Incluso, cabe
afirmar que cuanto más miedo a la muerte tengamos, más paralizados estaremos por
el terror, a pesar de huir despavoridos. La muerte nos enreda en sus brazos y con su
gélido aliento nos convierte en estatuas de polvo o espíritus incorpóreos. Existimos
sin tener en cuenta nuestro cuerpo, que es ignorado, maltratado e irreconocido. Así
morimos en vida porque, ciegos, negamos nuestra humanidad y pretendemos vivir
una vez muertos. Desperdiciamos toda la exuberante belleza de nuestro mundo, de ser
hombres, de ser mujeres, corpóreos, terrestres, sexuados y sexuales.
34
Es «nosotros», un soplo de eternidad hecho vida, hecho presencia, hecho carne, hecho
verbo, todo uno y a la vez. Ese cuerpo como identidad estructural nuestra, dinámica,
biográfica y evolutiva. Cuerpo que vive, piensa, siente, que quiere y ama, que busca
siempre y, a veces, encuentra; que nace y se va muriendo en cada instante; mágico y
misterioso, espléndido en su soledad proyectiva. Es un suspiro de esperanza hecho
carne, frágil fortaleza viva, cambiante y, sin embargo, continuo en su identidad2.
No se trata de que tengamos un cuerpo, como si fuera una cosa que nos pertenece,
que es externa a nosotros, como si fuese una mesa, un abrigo o un sofá. Ni tampoco
es un trozo de nosotros. Se trata de que somos cuerpo y no podemos ser nada humano
de otra forma. Ese cuerpo, a menudo, negado y exiliado al reino de lo simbólico al
sufrir el sujeto un dramático desdoblamiento entre el cuerpo y la mente, que le hace
vivir su cuerpo como algo ajeno, que cuando da muestras de su existencia, irrita y
molesta. Nos desenvolvemos con mayor desparpajo en el dominio de las
abstracciones mentales, con sus imágenes idealizadas o transformadas en fantasmas,
reducidos a la condición de «ideas a propósito de»..., a espectros que no envejecen,
simplemente, porque no existen, ya que no están vivos. No nos tocamos, no nos
acariciamos, no nos escuchamos ni nos conocemos.
Por el contrario, es razonable afirmar que somos una maravillosa unidad cuerpo-
mente, cuya conexión instantánea se puede comprobar en cada célula de nuestro ser.
Algo físico tiene su repercusión psíquica inmediata, aunque no sea reconocida o
consciente y viceversa. Lo psíquico y lo físico se entrecruzan, se funden y se
proyectan en lo social, en lo relacional. Salimos más allá de nuestro ser para
impactar, a través de la mirada, gesto, palabra, pensamiento, en otros. Penetramos en
su interior sin tampoco pretenderlo y pasamos a formar parte de otros, de su vida,
como los otros de la nuestra.
35
entrecruza, se confunde y se funde, el cuerpo, el alma, la mente, produciendo el
milagro humano, lleno de misterio a descubrir o a resolver, la magia de la condición
humana viva, palpitante en su fluir de energías, siempre en actividad, en evolución
continuada. Por tanto, el existir humano es corpóreo y nuestro cuerpo es sexuado,
evidencia su sexo: somos hombres, somos mujeres, somos seres humanos sexuados y
sexuales, es decir, que vivimos nuestra condición humana.
¿Qué otros posibles se consideran en las relaciones sexuales, siempre coitales, por
supuesto, ya que, no olvidemos, el cuerpo sexual es reducido a los genitales, y éstos,
al juntarse, fabrican coitos? La descarga de tensiones, de alivio de agresividad, sobre
todo la del varón, ha sido otro bien que se ha apreciado como tal históricamente. El
hombre concebido como una máquina de vapor que tiene una válvula de escape para
rebajar la tensión y poder seguir funcionando. Y en cierto modo, siempre muy
simplificado, es así. El viejo lema «¡Haz el amor y no la guerra!» sigue muy vigente
hoy y ojalá lo practicaran más unos cuantos, el resto de la Humanidad viviríamos
mejor.
36
El otro bien para el individuo, que se ha considerado en las relaciones sexuales, es
el placer, por supuesto constatable o cuantificable en forma de orgasmos. Se pueden
medir, estudiar, comparar, clasificar, gestionar y problematizar a su vez. ¿Cuántos?
¿Cuánto ha durado? ¿Ha sido de ambos? ¿Ha sido simultáneo? ¿Ha sido múltiple?
¿Ella ha quedado satisfecha? ¿Crees que has desempeñado bien tu papel? ¿Has
funcionado? ¿No será más razonable y humano todo esto? No somos máquinas o
mecanismos que funcionan apretando un botón, siempre de la misma manera y en
cualquier ocasión. Somos personas, somos seres humanos sexuales. Preservemos
nuestra dignidad y nuestra magia imprevisible e inconmensurable como tales.
Al vivir en sociedad, sea cual sea ésta, todo lo que se problematiza termina por
criminalizarse, en el sentido de que se dictan leyes de lo lícito y lo ilícito, de lo
normal y lo perverso; leyes, que se deben respetar y que, cuando se transgreden,
pueden conllevar un castigo ya contemplado por la ley misma. El sexo, reducido a
algo que se hace, porque la conducta y sus resultados es lo que preocupa socialmente
hablando y además es constatable, analizable y cuantificable, es colocado por el
poder bajo un régimen binario de lo lícito e ilícito, permitido y prohibido, bien visto y
mal visto, normal y perverso. Pero, no olvidemos, que «donde hay poder hay
resistencia y ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder» 3.
37
cultural sexual determinada que es suya y no en otra; y lo que se permite en unas
sociedades puede que se penalice en otras vecinas, nos parezca como nos parezca este
hecho. Es innegable que el sexo, convertido en una conducta, es gestionado para
conservar la estabilidad de una sociedad con su moral cultural sexual definida,
recurriendo para ello a una represión basada, entre otras cosas, en el miedo al castigo.
El sexo no sólo se juzga, sino que se analiza, se gestiona y se administra. ¿De qué
sexo estamos hablando? Pues de sexo reducido a lo que se hace, a la conducta. ¿Y
qué fue del sexo como algo que se es? Se desintegró, aplastado por el silencio
compartido y cómplice.
¿De qué manera se cursan las prohibiciones, se silencia o se censura lo ilícito? Por
ejemplo, haciéndolo explícito enunciando una ley; o bien, impidiendo que se hable de
ello - la ley del silencio-; y por último, negando su existencia - la problematización
llevada a su mayor grados-. M.Foucault considera que «sería un poder que sólo
tendría la fuerza del «no». Finalmente, porque se trataría de un poder cuyo modelo
sería esencialmente jurídico, centrado en el solo enunciado de la ley y el solo
funcionamiento de lo prohibido. Todos los modos de dominación, de sumisión, de
sujeción se reducirían en suma al efecto de obediencia»6. Si eres bueno, si obedeces,
tienes al «policía» dentro de ti. Respetas lo impuesto desde fuera, sea razonable o no,
ni te lo cuestionas, lo interiorizas y lo sigues. Lo permitido en la conducta es lo
permitido. Eres un miembro de tu sociedad, eres sumiso. Hay un camino ya muy
transitado y aprobado como lícito por todos y por él tienes que andar. Te evitas
problemas, te conformas. ¿Y si lo permitido es abusar, dominar y mutilar? Como un
buen ciudadano, un eslabón de tu cadena social ¿lo haces? ¿Esto tiene un coste
interno como individuo moral que eres? ¿Y al revés? ¿Cuando la prohibición es
absurda y te abstienes de hacer algo que te apetece y que no supone ningún perjuicio
para nadie, pero, sin embargo, está mal visto?
38
alguna, se basa en la intencionalidad del supuesto agresor; y es algo que es muy
difícil de demostrar, porque pertenece al mundo interior del sujeto.
Pero parece claro que el delito existe y hay que legislar para que cada individuo,
fuerte o débil, válido o inválido, mayor o menor, tenga las mismas posibilidades de
desarrollo y bienestar. Vivimos en una sociedad civilizada y confiamos que nuestros
derechos sean protegidos. No queremos volver a la ley de la selva, a la del más fuerte
que se come al más débil. Esto es obvio. Lo que ya no parece razonable es caer en la
dinámica de persecución por persecución, en la que tienes que demostrar que eres
inocente, antes de que los que acusen demuestren tu culpabilidad; en sucumbir a vivir
sospechando o bajo sospecha; en condenar a un niño y estropearle, quizá, toda su
vida, por levantar las faldas de su compañera de colegio (hecho ocurrido en EEUU
hace unos años). No nos volvamos locos, no nos instalemos en la desmesura y la
sinrazón. Procuremos hacer el menor daño, que además, muchas veces es innecesario.
7
No estoy hablando de cerrar los ojos, todo lo contrario, se trata de tenerlos bien
abiertos y no caer en ser presos de viejos prejuicios y terrores milenarios. No
olvidemos que no hace tanto se condenaba a prisión a los homosexuales, se les
perseguía y se les marginaba. Mucho potencial humano pereció en esta lucha estéril
contra la hegemonía de la «normalidad» beligerante. ¿Tan peligroso es ser diferente?
¿Las peculiaridades humanas nos espantan? Y si es así, ¿por qué? Los seres humanos
tenemos un derecho fundamental de búsqueda de bienestar o felicidad. Yo diría que
es nuestro deber con nosotros mismos y con los demás, porque cuando uno está bien
en su interior no se empeña en hacer daño a nadie, ni en destruir; sintoniza con la
vida, con el amor a la vida. Si ese camino de búsqueda de la felicidad es diferente al
de la mayoría y si no hace daño a nadie con ello, ¿qué problema hay? ¿No podemos
ser más respetuosos con las supuestas minorías? ¿No podemos aceptar a los otros,
sean como sean? Si uno se respeta, si ama la vida, ama la vida que hay en otros, les
ve como hermanos, respeta su ser, siempre y cuando no lo sienta amenazante. ¿Y
cuándo puede haber amenaza? Puede haberla cuando el otro está instalado en la
ignorancia, en la precariedad vital, en el malestar y posible destructibilidad, y
además, vulnere tus derechos'. Parece claro.
Pues, ¿por qué entre todos no demandamos una educación sexual seria, como un
derecho, como una premisa para el bienestar interno y, por tanto, externo nuestro y de
nuestros hijos? Quizá, entonces, les tocaría vivir en un mundo mejor, más feliz; y
39
además, serían unos individuos más libres, que invertirían su energía, desde su
bienestar interno, en crear algo bello que refleje su armónica fuerza vital y no la
utilizarían para combatir fantasmas, prejuicios y miedos irracionales. En Medicina se
ha comprobado, sobre todo por los gestores, que es muy rentable, además de
apropiado y razonable, el invertir en prevenir y no sólo en curar. Quizá, los resultados
son más a medio plazo, pero evitas mucho sufrimiento y daño, tanto personal, como
social. Una seria educación sexual, que no se limite al uso del preservativo para
jóvenes y conductas de riesgo, que, por otra parte, también es necesaria, ni a cómo
hacer que tu orgasmo dure unos minutos más y sea más intenso, empieza a ser
imprescindible y es labor de todos el demandarla. Nos ayudaría a evitar muchos
problemas a medio plazo y a tener una sociedad menos conflictivizada sexualmente,
con unos individuos más fuertes, más formados, más adultos y responsables, que no
se empeñen en huir de su piel que les ahoga y les asfixia precipitando en su caída a
otros, sino que caminen erguidos y orgullosos de ser, de ser hombres y de ser
mujeres.
40
este terreno, no en vano lo sexual se vive de forma intensa y dramática, porque es lo
más hondamente humano y lo más íntimo de nosotros, el gran impulso que nos
mueve a buscar y vivir con otro, en pareja.
41
la muerte. Estos juicios se basan en conocimientos científicos del momento, que
siempre son aproximaciones parciales e interesadas a la verdad, porque somos
humanos y vemos la realidad con nuestros ojos y un nivel de entendimiento
determinado del que partimos, y lo que en una época el hombre interpretaba como
una manifestación de la cólera divina, en otra, entiende que son hechos de la
naturaleza, perfectamente explicables por leyes físicas. Los expertos pronuncian sus
sentencias que se convierten en dogmas a seguir por el resto de los mortales. Las
ideas supuestamente fundamentadas en la ciencia de hoy, el día de mañana, se
descubren como creencias, es decir, ideas impregnadas de emotividad perentoria del
pasado. A menudo, los entendidos confunden más que aclaran y lo que intuitivamente
un individuo de a pie percibía como beneficioso se estigmatiza con la carga moral
cultural del momento y se vive como algo dañino o pecaminoso, se prohíbe.
42
camino rectamente trazado y medido no tenía fin.
Como refiere M.Foucault, «a través de una dietética que debe determinar cuándo
es útil y cuándo nocivo practicar los placeres, vemos dibujarse una tendencia general
hacia una economía restrictiva. Esta desconfianza se manifiesta en la idea de que
muchos órganos y entre ellos los más importantes, se ven afectados por la actividad
sexual y pueden sufrir de su abuso»". Pero el mensaje encubierto y más im portante
consistía en equiparar la abstención sexual con la ascesis, con sus efectos
beneficiosos de ahorro espermático y, por tanto, de energía invertida en el poder
genésico. No es más que el resultado de dónde se parte, del marco referencial del
paradigma dualista del ser humano y la represión de la angustia de la muerte.
Por último, no quisiera dejar de hablar del concepto de salud mental, que invita a
un enfoque parcial del ser humano, como mente, pero pasémoslo por alto, esta vez,
43
para que podamos discutir el tema. Hasta hace poco, la salud mental se medía por la
adecuación del sujeto, objeto del estudio, a la sociedad a la que pertenecía. Los sanos
eran los adaptados, los que seguían la norma dictada. Los que se desviaban del
camino trazado se enfermaban mentalmente. Esta era la secuencia que parecía lógica.
Pensemos. Si al individuo, para ser aceptado y admitido como un miembro respetado
en su sociedad, se le obliga a seguir una senda forzada, que se erige como la normal,
eso le supone un constante esfuerzo, un gasto mantenido de energía y permanencia en
una situación de continuo estrés. Eso tiene un coste en la clínica, que es la neurosis,
sin mencionar otras numerosas enfermedades que presentan como base el estrés
prolongado. La aparición de la enfermedad lleva al sujeto a creer que todavía no ha
hecho lo suficiente para evitarla, para seguir la recta conducta, e intensifica su
empeño en conseguirlo, agravando el cuadro, la neurosis, hasta un posible
precipitarse en una crisis vital que le sume en una profunda depresión" No obstante, a
veces las crisis son muy clarificadoras y nos hacen crecer, nos hacen darnos cuenta de
lo ciegos que estábamos y recuperar la visión.
¿Y qué ocurre con los individuos que viven en sociedades altamente patológicas?
¿Si están adaptados están mentalmente sanos? ¿Si los demás matan y destruyen por el
simple hecho de perseguir lo diferente, eso es sano? De esta controversia surgió la
idea humanista de la salud mental, que no está determinada por lo adecuado de la
conducta del sujeto en su sociedad, sino por criterios intrínsecos al hombre que
44
reflejan su bienestar mentales
Tras esta nueva concepción de salud mental, que subraya el valor del ser humano
como individuo, se vislumbran mujeres y hombres que se encuentran a gusto en su
piel, que irradian bienestar y amor, que son creativos y reverencian la vida en sus
diversas manifestaciones, que comparten y tienden la mano desde su estar bien, que
no se empeñan en dominar y tener, porque les parece enajenante. Prefieren ser,
conocer y comprender, sintonizan con el amor a la vida y a lo vivo, aceptan y
respetan lo diferente, lo peculiar, siempre y cuando no se les intente imponer a ellos
esta diferencia como norma a seguir. Comprenden que lo diferente no implica en sí ni
maldad ni bondad por el mero hecho de serlo. Lo diferente es diferente, no es bueno o
malo. Estas etiquetas se lo colocan o no, después. Tratan de convivir con respeto,
reconociendo lo similar en lo diferente y lo distinto en lo similar.
Por otra parte, creemos que es imposible estar bien internamente sin una
comprensión y aceptación profunda de nuestra admirable naturaleza humana y por
tanto, sexual. Si este hecho se vive de forma problematizada y pecaminosa lo
irradiamos sin querer o pretenderlo. Se invierte mucha energía vital para subsanar el
conflicto y esta lucha no tiene fin, salvo que se cambie de marco referencial; corroe y
merma a la persona desde su núcleo o raíz, desde su identidad que vertebra todo
nuestro ser. No se trata de perdonar, de compadecer o conformarse con... Se trata de
comprender y apreciar la inmensa y magnífica riqueza del hecho sexual humano, que
nos posibilita amar y vivir con otros, que siempre son diferentes, siempre son
peculiares en su misteriosa concreción irrepetible. El sexo no es algo trivial o banal,
es trascendente y hermoso en su vulnerable humanidad.
45
No son las fuerzas de la oscuridad sino las de la
superficialidad las que amenazan, en todas partes, a la
verdad, al bien y a la belleza, e irónicamente se
anuncian como profundas. En lo oscuro y en lo
profundo hay verdades que pueden curar. En la
actualidad una superficialidad exuberante y atrevida
es la que representa el peligro y el reto, y sin embargo
en todo lugar nos llama a ser sus salvadores.
KEN WILBER,
¿Qué queremos decir al decir sexo? ¿Algo que se hace o algo que se es, es decir,
referente a ser mujer u hombre? Pues, como se trata de un vocablo polisémico, tiene
estos diversos significados, lo cual dificulta un tanto el discurso. Al fin y al cabo, esta
peculiaridad refleja que en el ser humano se interrelacionan estrechamente el ser, el
estar y el hacer, nuestro ser se va modulando y configurándose conforme hacemos o
dejamos de hacer, va evolucionando aunque tenga un hilo conductor con su lógica
biográfica unificante. La conducta deja su honda huella, su impronta, además de
reflejar nuestro mundo interior. Vamos evolucionando, hacemos camino al andar.
Empecemos por lo interno y quicial. Cuando decimos: «Soy una mujer» o «soy un
hombre» nos identificamos de un sexo o de otro, y sólo hay estas dos posibilidades o
modos de ser. Es una certeza que te posiciona con seguridad en el mundo, te evita el
sufrimiento profundo que sienten los que dudan al respecto, los que no saben bien
qué son. Parece un asunto nimio o baladí y, sin embargo, es absolutamente radical en
el ser humano'. Y es así de trascendente.
El ser humano es pensante y por tanto, simbólico. Utilizamos los símbolos para
formar conceptos, para traducir lo sentido y lo aprehendido, para pensar, y es algo
muy nuestro, el potente nexo entre lo interno y lo externo, que nos permite aclararnos
y comunicarnos con nosotros mismos y con otros. Lo externo, a través de los
símbolos, pasa a formar parte de nosotros, el mundo externo interiorizado. A su vez,
46
nuestro mundo interno incide en lo que nos rodea a través de nuestra conducta, que
refleja, a la vez, nuestro ser y estar. Todo es un continuo en constante evolución. Si
no nos ubicamos como hombres o mujeres, nos perdemos como seres humanos,
sufrimos una especie de muerte simbólica que es muy desestructurante para el sujeto,
ya que lo que no tiene símbolo que lo traduzca, lo que ni siquiera se puede imaginar,
no existe. Es la fuerza de lo simbólico en el ser humano. Desde luego, no parece una
cuestión superficial nuestro sexo. Simplemente y con rotundidad, no podríamos
existir sin él, no seríamos humanos.
Por todo lo cual, el reducir el sexo a los genitales es robarnos a nosotros mismos
nuestra riqueza. Los genitales son una parte importante de nosotros, pero no la
totalidad, parece obvio. Tienen una gran carga simbólica y como tal símbolo pesan
mucho en nuestro funcionamiento mental-espiritual-corporal, pero los hombres y las
mujeres no son, por supuesto que no, unos penes y unas vaginas andantes2. Cabe
preguntarse: ¿dónde se ubica nuestro sexo? ¿En los genitales? ¿En nuestro cuerpo?
¿En nuestra mente? En todo nuestro ser, todo uno y a la vez. Nuestra presencia
corpórea es sexuada, nuestro cuerpo sexual anhela ser reconocido y acogido en toda
su magnífica unidad. Es un viaje de acercamiento íntimo, de exploración, de
descubrimiento, que no tiene fin, pero sí tiene un hondo sentido, el de aceptar a otro
de forma rotunda y definitiva y, a su vez, ser aceptado; de dar y de recibir en un
profundo reconocimiento mutuo que reafirma la vida y nuestra condición humana, y
por tanto sexual.
47
saborear un plato que te gusta, tocar y acariciar una presencia querida, mirar sus ojos
y fundirse con ese extraño en el mirar, besarle... Tantas vivencias, tanto tesoro. Sólo
hay que detenerse de vez en cuando en el instante, en el instante vivido, que entonces,
como por arte de magia, se abre con todo su esplendor, te hace sentirte vivo y
despierto, te enriquece como humano. Las sensaciones van parejas con los
sentimientos, evocan recuerdos y desvelan intenciones, deseos, esperanzas...'
48
que se fomenta una gratificación rápida, una satisfacción aparente de deseos
sucesivos que se van cambiando, llevados por la corriente del momento, sin mayor
trascendencia. Se van creando necesidades nuevas y apetecibles que perpetúan el
consumo vertiginoso, la fiebre consumista del hombre y de la mujer actuales.
Producimos y consumimos en una cadena mecánica de flujo industrial. Es la
cosificación del ser humano, que se convierte así en una cosa que consume sin fin, el
homo consumens6. Formamos parte de un torrente común, estamos siendo
arrastrados por una corriente instrumental, y parece que no nos va mal del todo.
¿Estamos satisfechos? A menudo, ni siquiera da tiempo a que se formule esta
pregunta. Estamos muy concentrados en la producción para adquirir bienes y seguir
consumiendo. Como dice E.Fromm, «nos hemos hecho consumidores de todo,
consumidores de ciencia, consumidores de arte, consumidores de conferencias,
consumidores de amor, y la actitud siempre es la misma: yo pago y me dan una cosa,
y tengo derecho a que me la den, y no debo hacer ningún esfuerzo especial, porque se
trata siempre de lo mismo, del intercambio de cosas que compro y que me dan» 7.
Según expresión lapidaria de A.Huxley (Un mundo feliz) el lema de este nuevo tipo
de hombre es: «No dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy»8.
49
trampa: no conviene que el cliente quede hondamente satisfecho. Es imposible,
porque tiene que seguir consumiendo en busca de algo inverosímil, hacer real aquello
que se ubica en el mundo mental de sueños fantasmales, por tanto, un sucedáneo de
lo tangible. Se actúa, se hace como si sucediese de verdad.
Este estado de cosas ¿aumenta nuestra libertad sexual? ¿Nos hace más humanos?
¿Nos da alas como resultado de una honda satisfacción de ser? ¿Hace que seamos
más felices? No parece que sea así. A lo mejor, es porque, en el fondo, la mayoría de
los seres humanos deseamos, como un ideal de vida, encontrar un compañero real con
el que convivir en armonía y, a ser posible, en amor, y que esa unión dure. El hecho
de que se adueñe del deseo de uno o se le manipule según las necesidades del
mercado no facilita la realización auténtica de nadie, sólo la adquisición de bienes
vendibles y comprables, lo cual proporciona una satisfacción superficial y poco
duradera. No es de ningún modo algo progresista o revolucionario, sino al revés,
retrógrada y conformista °.Los más «liberados» no son los que hacen el amor con el
primero que se les ponga por delante, en una secuencia sucesiva de excitaciones
mecánicas, sea como sea y donde sea, sino los que saben lo que quieren y tienen el
centro de gobierno desde sí mismos; no son unas marionetas de nadie, sienten y crean
en cada caricia, en cada beso...
50
cosas más nuevas, más actuales, que marcan su estatus, mantienen su prestigio en un
juego simbólico siniestro. Así pasa su tiempo, su vida, en un olvido alienado de sí. De
eso tratará el siguiente capítulo. Quizá, si nos concentráramos más en ser y no en
poseer, nos iría mejor.
51
Habría que experimentar el sexo como expresión
del sí-mismo, no como desconcierto para el sí-mismo.
NATHANIEL BRANDEN,
Así, la separación entre el alma y el cuerpo condena a este último a ser un mero
mecanismo que se justifica por dar cobijo a su noble e ilustre huésped. Este
habitáculo carnal es desterrado al reino del silencio y del mutismo, porque no puede
romper con su voz el enfermizo hechizo, la necia ilusión de inmortalidad egoica, que
cobra el precio de la muerte prematura en vida del sujeto. El ser humano se convierte
en un suspiro incorpóreo, resultado de una abstracción mental, en una perpleja
interrogación, que se pregunta sobre sí misma, que no entiende su alienada escisión,
52
que no se encuentra, y que huye despavorida hasta de sí misma, de su propio cuerpo,
que es todo lo que él es'.
Y sin embargo, mal que le pese a algunos, no hay otra forma de ser humano que la
corpórea y, por tanto, sexual, que tiende su mano para encontrar otra mano que le
enriquece, le complementa y le acompaña en su vivir.
53
más libre, sin excesivos miedos y ansiedades basadas en la inseguridad propia4.
La alienación del sujeto, hace que sea más sumiso y manejable, le resta autonomía
ya que no se gobierna desde sí mismo. También, puede conducir a la enfermedad, a la
neurosis, porque quedan bloqueadas algunas partes del sí-mismo y se las remite al
inconsciente, se las reprime. Se rompe la integridad del sujeto, lo que se manifiesta en
una tensión permanente. Es el precio del destierro al inconsciente de partes
escindidas, rechazadas y silenciadas de nosotros mismos5.
¿Y con el sexo qué nos ocurre? Como partimos de la vivencia un tanto enajenada
de nosotros mismos, de ese cuerpo sexual que somos, tendemos a percibir todo lo
sexual con un manifiesto desconcierto lejano, como algo que nos acontece, como si
fuésemos actores que desempeñan un papel que, a menudo, se nos impone. Hay una
secuencia lógica y establecida que se cumple en el actuar. Hay un guión ya clásico
que tienes que seguir, hacer bien lo que te toca hacer y decir lo que se espera de ti.
Eso es actuar, aunque cada actor puede darle su presencia personal, sus matices; pero
no es el autor del texto, no escribe el verso. Está en la escena, pero en realidad no es
él el que está.
54
reducción, y en el terreno que transitamos, se trata de reducir la totalidad corpórea
sexual a los genitales y, por tanto, a su función, a su hacer. Según Brown, «la especial
concentración de libido en la región genital... es alimentada (o, cuanto menos,
sostenida) por el instinto regresivo de muerte y representa un vestigio de la
incapacidad humana de aceptar la muerte»7. Esta afirmación causa una cierta
perplejidad. ¿Cómo es posible eso? Su análisis nos sirve para cerrar el círculo de lo
dicho en este apartado: la reducción de la condición sexual humana a los genitales
proviene de la vivencia enajenada y escindida del ser humano, que, a su vez, se
fundamenta en el desprestigio del cuerpo, sustentado por el paradigma dualista, que
es el resultado de nuestra huida de la muerte. Quizá, si nos centráramos más en vivir
conscientemente la vida y no en escapar del mundo de lo tangible al universo de lo
abstracto incorpóreo, podríamos sentir e, incluso, disfrutar desde lo más profundo de
nuestro ser en cada instante, y preservar nuestra dignidad como humanos reales que
somos.
55
abstracciones sin nombre, de cifras, palabras y números, de «ideas acerca de...» y la
adecuación forzada de sujetos concretos a los estereotipos que no tienen vida y, sin
embargo, están cómodamente instalados en nuestra cabeza y nos gobiernan. Uno
mismo y los otros se convierten en símbolos, en partes difuminadas de un abstracto
mayor que dicta nuestro actuar. No somos reyes de nuestro reino, porque no lo es.
Nos trasladamos, sin darnos cuenta, a un dominio de lo irreal, al espacio de las
ilusiones. Así, nuestro cuerpo, que somos nosotros, es despojado de su carnalidad
humana y se convierte en un símbolo, en un objeto-fetiche que abre la puerta a un
enajenado goce virtual de las apariencias huecas'°
Así, tenemos a las mujeres y a los hombres invirtiendo mucho tiempo y energía
para alcanzar el sueño del cuerpo perfecto, encorsetado en un «ideal» asfixiante. Se
salen de su piel para parecerse a una imagen fugaz. Cuerpos que no envejecen, que no
engordan, que no enferman y no se mueren. Cuerpos que no son reales, que son una
idea, una ilusión que, como tal, es intocable, pero, eso sí, imaginable o contemplable;
cuerpos decorados de múltiples virtudes que se presupone que poseen. El placer está
en mirar y ser admirado, no en tocar y ser acariciado, ya que eso último angustia,
porque te devuelve al mundo real de los mortales, interrumpe el sueño delirante de
inmortalidad".
Cuerpos que se hacen símbolos. En esa huida de la propia carnalidad se nos olvida
el tocar e incluso el mirar con simpatía nuestra presencia, el investigar y explorar
nuestro cuerpo. No nos conocemos y no sabemos escucharnos. Así, las pequeñas
dolencias corporales se viven como algo molesto e impuesto, algo ajeno a pesar de
propio, nunca como un posible aviso o alarma de que nuestra integridad peligre, de
que algo debemos cambiar en nuestro vivir, de que algo no va bien, de que estamos
forzándonos demasiado. Las depresiones aparecen de repente y no se saben
interpretar, no se indagan ni se siguen de una labor introspectiva de búsqueda y
aclaramiento. Se recurre a la toma de fármacos como una solución rápida, que por
otra parte, bienvenidos sean, y se sale del trance para seguir más o menos igual, con
la rutina de siempre, engañándose y acallando esa voz interior que a veces nos
susurra lo que no queremos oír. La persona sin cuerpo, hecho un símbolo, no busca
ser reafirmada en su sensual carnalidad sino que huye de ello. Si acaso, los genitales
son mentalmente separados y extraídos del resto del cuerpo y transitoriamente
encargados de cumplir el papel sexual, como algo que se hace de vez en cuando,
alejados del yo, que es incorpóreo y que habita en la estratosfera, que a saber dónde
queda eso. De esta manera, se va al grano y el mundo de la caricia y detenimiento
56
sensual no es muy común, porque el coito es una concesión carnal, un acallamiento
de ese cuerpo que se resiste a ser abstracto, a morir en vida.
Él «yo» y «los otros» se van viviendo como símbolos. Entonces, uno busca al otro
en función de su valor simbólico, que no humano. Así se accede a la belleza de las
superficies planas, a la juventud lustrosa, a la riqueza, a la fama, al poder, a la mujer
genérica o al hombre genérico sin rostro. Se puede vivir toda una vida al lado de otro
sin pretender conocerlo ni comunicarse con ese ser, sin mirarle profundamente a los
ojos, sin acoger su mano, sin comprender que es persona. Uno no toca, apenas mira y
habla de lo cotidiano, de lo que va surgiendo y es necesario resolver día a día. Los
«deberías» y los «no deberías» se van erigiendo en soberanos de lo habitual. Estos
preceptos no sólo son impuestos por otros, sino también desde dentro de nosotros,
para seguir en ese fantasmal estado de lo preprogramado conformista, para ser
aprobado desde fuera, por otros y por nosotros, que atravesamos una especie de
disociación desconcertante, en la cual uno se convierte en observador y vigilante
externo de sí mismo. No se está en lo que se hace. Hay un desdoblamiento entre lo
que se hace, que se traduce en algo mecánico, automático y superfluo, y lo que se es.
57
mucho respeto, entender al ser humano, sabiendo lo dificil que es el aproximarse
objetivamente a la realidad. Lo sexual, al ser quicial y central del ser humano, en
tanto que se es y no sólo en tanto que se hace, se expresa con toda su intensa carga
vivencial, a menudo sobrecogedora y desmesurada, que se rebela contra el intento de
ignorarla y de despojarla de su profunda vitalidad14
Es el precio que pagamos por olvidar nuestra trascendencia como seres humanos
sexuales y traicionar o despreciar nuestra naturaleza profunda como tales. Es
imposible vivir en armonía interna, en bienestar, siendo escindido y reducido,
experimentando pulsiones contrapuestas de reafirmación carnal y transformación en
espíritu incorpóreo, sabiendo que hay algo bajo y animal en uno, que dificulta el
noble vuelo del espíritu que se quiere liberar de su prisión. ¿No será que partimos de
unas coordenadas equivocadas y por esto la visión del mundo que captamos está
distorsionada, y nos impide vivirnos con dignidad que, seguro, merecernos?`
De esta forma, el individuo con una débil identidad sexual, que no da para más
que para ir tirando, se adecúa a lo que se espera de él, a los estereotipos, y habita en el
espacio-tiempo de abstracciones que no tienen sexo y que claudican, de vez en
cuando, en su lucha contra la sensualidad carnal. Nuestro sujeto se da concesiones
coitales rápidas, para seguir tras ello, en el país de las formas asexuales. El sexo
pertenece a la alcoba, a lo no dicho, a lo oscuro e inconfesable, a lo silenciado y un
tanto clandestino, que no íntimo. El «yo» del individuo - no olvidemos que siempre
58
es un «yo» sexual, aunque a algunos les pueda pesar este hecho y se empeñen en
matarlo, en acallarlo y denigrarlo - se debilita y se vuelve inseguro y más sumiso. Lo
que anhela es recobrar la seguridad y a menudo, sigue ciego la senda de otros, que le
prometen que si lo hace así, hallará la paz, el preciado «nirvana», y será aceptado
como uno más en su club de anónimos felices y satisfechos consigo mismo. Sin
embargo, el camino de desarrollo personal y adquisición de este sentimiento de
bienestar profundo es siempre propio y es hermoso el andarlo, a pesar de, y quizá por,
requerir un gran trabajo continuo. Es muy creativo construir a sí mismo y la vida
propial7.
El caminar sin rumbo propio, sin saber qué es lo que se desea realmente, es
cansado, porque es ingrato, no aporta una satisfacción auténtica. El no escucharse, el
no preguntarse por qué, el no sentirse y comprometerse conduce a una vacuidad
hastiada de ese ser humano reducido a cosa, enajenado de sí mismo y autómata
conformista. A veces, cuando se vislumbra un acto espontáneo fugaz, ese ser se
extraña: «Qué raro». «¿Por qué habré hecho esto?» «No es propio de mí». Quizá por
eso, las relaciones íntimas le cuestan tanto, porque se resisten y se rebelan a perder su
autenticidad trascendente. Un beso es sólo un beso, pero puede suponer la entrega
absoluta a ese otro. Un coito es sólo un coito, pero puede significar la unión más
íntima, una comunión de dos, que momentáneamente se hacen uno. Depende de los
protagonistas y de sus ojos. Para algunos se trata de parajes de incalculable y honda
belleza; para otros, es una forma agradable o no de pasar un rato, sin mayor
59
trascendencia ni compromiso de ninguna clase. Creamos nuestro mundo en
concordancia con lo que somos. Los ojos con que se miran las cosas devuelven
diferentes visiones del mundo y éstas se relacionan con el nivel evolutivo de ese ser
que mira y su capacidad de ver.
¿Y qué sucede en el terreno sexual? Lo que ocurre es todo lo que hemos reflejado,
pero intensificado y muy dramatizado. Se vive la propia sexualidad como una parcela
peculiar del ser humano, separada de su «yo», que no olvidemos, siempre es sexual.
No obstante, se pretende ignorar o acallar este hecho. La sexualidad se experimenta
como concesión carnal a la naturaleza animal y, por tanto, primitiva nuestra, que, a
menudo, sorprende y desconcierta a ese ser humano abstraído en vez de reafirmarlo
en su humanidad. Es algo que se hace en la penumbra de la noche, algo que extraña
por fuerte y apasionado, algo que escapa al control, al aprisionamiento encorsetado,
algo que hace temblar los cimientos del conformismo autómata. Con frecuencia, el
precio para agradar y ser «amado» es precisamente difuminarse como individuo,
traicionar lo que uno lleva dentro, lo que desea y quiere. ¿Qué es lo que deseamos y
por qué? ¿Por qué no nos atrevemos a plantearlo ni a nosotros mismos? ¿Por qué nos
volvemos cosas anestesiadas, que se empeñan en no sentir, en no emocionarse? Que
se sepa, no existe otra vida, no hay otra oportunidad de vivir esa riqueza humana
nuestra, llena de sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos, sueños,
anhelos y actos auténticos que no resbalen por la superficie del sujeto, sino que
impregnen en profundidad su ser y le vayan formando, le ayuden en su desarrollo
personal.
60
No se trata de transgredir lo impuesto como muestra de no conformismo y de
rebelión. Eso sería seguir siendo prisionero del mismo juego de permiso-prohibición,
de estar inmerso en el mismo marco de referencias, de seguir siendo autómata. Se
trata de buscar desde uno el camino propio, sin perder de vista que vivimos en
sociedad y existen unas reglas elementales de convivencia, que se deben respetar y
que queremos que respeten otros. El aforismo de que «la madurez es la capacidad de
hacer lo que está bien, aun cuando los padres lo recomiendan» nos puede ayudar
como una ilustración a lo que estamos sosteniendo. Se trata de ser autor de la vida
propia y no actor en una especie de representación escénica donde todo es fingido,
donde lo que ocurre es como si ocurriese de verdad. Se trata de pensar por uno mismo
y desear desde sí mismo, no ser un autómata, una marioneta en manos de nadie, que
baila, inconsciente, al son que le toquen. Se trata de ser un individuo sexual
consciente de hoy - mujer u hombre - sin la sensación de que hay algo sucio y
equivocado en uno por serlo.
Según E.Fromm, «tener y ser son dos modos fundamentales de la experiencia, las
fuerzas que determinan la diferencia entre los caracteres de los individuos y los
diversos tipos de caracteres sociales»20. Todos tenemos cosas y nos gusta tenerlas.
Pasan a formar parte de nuestra vida y hasta de nosotros, y nos van moldeando, van
cambiando nuestra actividad, se incrustan en nuestra memoria, nuestro bagaje
vivencial. Quizá, lo importante no es tener o no tener, sino ser, también en el tener;
que las cosas no rellenen el vacío de ser, no lo sustituyan, porque no exista tal vacío.
Que la identidad del sujeto, su sí-mismo, sea tan fuerte como para trascender esta
tensión entre ser y tener. No hay nada malo en el tener; sí, cuando el tener se erige en
ser, lo domina en su triunfo sustitutorio y las cosas que poseemos se convierten en lo
que valemos, en lo que somos, como una abstracción social reconocida por todos.
61
Otros, en una rebelión vehemente contra esta superficialidad, se disfrazan de
modestia, se visten de harapos con notable ostentación de «yo soy distinto». Pero
miden las cosas con la misma escala que los que consideran banales. Manejan el
mismo marco referencial que determina su mundo, que es igual que el de los otros.
Los ricos y los pobres cuentan las mismas monedas, sólo que unos las tienen y los
otros no; están en un nivel análogo al valorar la realidad, la miden con el mismo
rasero21 .
62
supuestamente activo puede acariciar a su pareja y excitarla, pero no se implica, hace
lo que tiene que hacer de forma mecánica, no pone sentimiento en ello; contempla la
escena desde fuera apreciando el resultado de su hacer. Parece que va bien. Ambos
llegan al orgasmo, pero no han estado allí, a pesar de estremecerse y vibrar juntos.
63
autoengaño, de huida de ser27.
Por eso es tan importante llegar a vivir nuestra condición sexual humana sin
turbulencias pecaminosas, ni empobrecimientos basados en múltiples causas; sin
amoldarse a normativas absurdas impuestas desde fuera ni a estereotipos de óptimo
funcionamiento, que te aprisionan en la abstracción, dañando la identidad de uno y
condenando a vivir como si estuviéramos viviendo, buscando siempre la aprobación
externa, que a menudo introyectamos en nosotros mismos. ¿No es más razonable
vivir desde uno mismo, que siempre es uno mismo sexual? ¿El partir de uno y saber
lo que se desea y lo que apetece? ¿El poder decir «sí», cuando quieres decirlo y decir
«no», prescindiendo de obligaciones y moralismos de cualquier signo, tanto por
defecto como por exceso, ambos represivos y coactivos? ¿No es más razonable que
nuestra sexualidad sea expresión de nosotros mismos como seres sexuales que somos
-y es una gran riqueza-, en vez de causarnos extrañeza y perplejidad, como algo ajeno
a nosotros, algo lejano y animal? Quizá, la animalidad de un humano es precisamente
no reconocer su trascendencia, su honda hermosura. Es una asignatura pendiente el
darnos cuenta de ese enorme tesoro que tenemos, que somos. Todos lo llevamos
dentro, en nosotros, como una potencialidad, como una posibilidad de ser.
64
Las diferentes visiones del mundo crean diferentes
mundos, actualizan diferentes mundos, lo cual es algo
muy distinto al hecho de contemplar al mismo mundo
de manera diferente. Se trata de una diferencia crucial
que constituye, en muchos sentidos, la frontera que
separa la visión moderna del conocimiento de la
visión postmoderna.
KEN WILBER,
Como afirmaba D. de Rougemont: «La realidad es más compleja que todo lo que
se puede decir de ella»1. Pero intentemos acercarnos a su conocimiento, eso sí, sin
olvidar nuestras limitaciones. ¿De dónde partimos? Siempre es desde el sujeto que
mira lo que le rodea y procura conocerlo, se aproxima a la realidad desde sí mismo y,
a la vez, forma parte de ese todo. Ese ser humano está en un determinado nivel de
desarrollo, de conciencia, y parece claro que si tuviéramos al lado a un hermano
cavernícola, su visión del mundo y la nuestra serían diferentes, y crearían, a su vez,
distintos mundos, aunque estuviéramos en la misma habitación, porque su
conocimiento, su vivencia, su proceder y su realidad serían diferentes. A lo mejor,
adoraría como a un dios al frigorífico y dispondría su actuar alrededor de este
electrodoméstico, rindiéndole un culto absoluto, adivinando sus mandatos y
siguiéndolos con respetuosa reverencia y temor al castigo; mientras nosotros lo
usamos para conservar los alimentos. Lo que nos rodea es lo mismo, pero las visiones
de ello no lo son.
No se trata de que todo es relativo y no hay un mundo real sino la apariencia, que
ni siquiera podemos conocer2. Pero parece claro que el mundo es relativo a ese ser
que lo contempla y observa, y que, al hacerlo, lo interpreta a su manera y crea su
mundo. Hablando del ser humano, siempre existe un dentro y un afuera, que se
interrelacionan en el mirar y en el vivir. El sujeto incorpora a su bagaje vivencial, a su
memoria biográfica, lo que le rodea y, a la vez, forma parte de ese todo que nos
65
incluye y que tiene sentido para nosotros; creamos nuestro mundo en el vivir, en una
relación dinámica con él y formamos parte de ese todo creado.
La condición sexual del ser humano se erige así en la clave de inteligibilidad del
sujeto y de su mundo, e incluso, de su Universo7. Porque no se puede entender al ser
humano prescindiendo del hecho de que es sexual y es imposible comprender el
Universo sin el ser hu mano sexual que lo contempla, ya que no sería éste que
conocemos, sería otro, no nuestro, sino de otros. Ahora bien, reducir, banalizar y
caricaturizar siempre es posible, pero se daña la dignidad humana, nos empobrece,
nos vuelve necios que, por ignorar, ignoran hasta el tesoro que tienen; no recurren a
66
él para vivir mejor y disfrutar profundamente al hacerlo. La belleza está en nosotros,
sólo quiere ser reconocida y nombrada para emerger y ser.
Ese mundo siempre es más rico que la versión que modelamos de él, basada en
nuestras ideas, creencias, percepciones, sueños, nuestro equipaje biográfico. Quizá,
encontremos aquello que conocemos o soñamos y buscamos, lo cual emerge de lo no
manifiesto, de lo que no se ha descubierto todavía, de lo que no se conoce9. Sólo
interactuamos con una pequeñísima parte del todo y la elección de ésta, casi siempre
no es fortuita, sino interesada. Destacamos aquello que puede tener significado o
importancia para nosotros en el desarrollo de nuestra historia personal y colectiva;
vemos, en cierto modo, lo que estamos predispuestos a ver; encontramos, con
frecuencia, aquello que buscamos, aunque esta búsqueda sea inconscientelo
67
mirar hace emerger un mundo y no otro.
Asimismo, no olvidemos que toda sociedad posee una cara interna que es la
cultura, que aporta un sistema ideológico, el cual debe tener sentido, una coherencia
que lo estructure, y que, generalmente, al vivir inmersos en él, ni siquiera nos es
consciente. Nos determina y nos limita, sin que nos demos cuenta de este hecho.
Parece claro que no es lo mismo vivir con un sistema ideológico occidental que con
uno propio de una tribu primitiva del Amazonas. El entorno, los valores, las
creencias, los hábitos, el sentido de la vida y su valor, el individuo y su identidad, su
modo de obtener bienes para la subsistencia cambian sin duda; también, cómo no, la
construcción sexual de la realidad. El espacio en que nos movemos posibilita unas
vivencias y otras no, el desarrollo de unas potencialidades y no de otras; en definitiva,
nos va configurando.
Los estímulos que nos llegan, se ajustan a la visión del mundo que poseemos y la
reafirman en su realidad. Lo que vemos, lo incorporamos y pasa a formar parte de
nosotros. Cada sistema ideológico tiene una moral sexual cultural determinada, que
nos preprograma a ver y a ser de una manera más o menos concreta, salvo que uno
haga una labor de replanteamiento serio y profundo para darse cuenta, para hacer
consciente y meditado lo incorporado inconscientemente desde fuera 12. Es
interesante saber por dónde camina uno y por qué para no ser esclavo de nada ni de
nadie, para ser autor de la propia vida y no actor de un guión ajeno, interpretado con
mayor o menor éxito y aprobación.
68
contextos tengamos en cuenta, más rica será nuestra interpretación13. Pero es cierto
que el aproximarse al conocimiento del mundo y del sujeto, en los cuales todo sucede
a la vez en una interconexión simultánea, es dificil a causa de que nuestro
pensamiento suele ser lineal, unidad a unidad.
Cada uno de nosotros se ha creado su propio mundo, sólo o en pareja. Tiene una
visión del mundo personal que suele ser más o menos similar a la de los otros de su
mismo nivel de desarrollo. Vivimos en sociedad y, por lo general, la mayoría de sus
miembros comparten valores, creencias, expectativas, deseos, actitudes y modos de
vida, que corresponden a un nivel de crecimiento individual, a un nivel de conciencia
que es común a casi todos. No en vano, «una de las funciones principales de
cualquier sociedad consiste en proporcionar a sus miembros una visión del mundo
legítima y legitimizadora que les permita validar su existencia en el nivel estructural
de desarrollo promedio que suelen alcanzar sus miembros» 17. Estos valores propios
de cada nivel de desarrollo no son algo estático o eterno, sino que evolucionan, se van
creando y deconstruyéndose si se quedan inservibles o desfasados; reflejan y se
adaptan a los tiempos, a las edades del individuo y de la sociedad. Ambos van
evolucionando a la vez en un palpitar continuo e interrelacionado.
6.2. SU EVOLUCIÓN
69
plantas las que la sintetizan a partir del agua, anhídrido carbónico y energía solar.
Parece algo mágico y solemne esta interconexión global. Conmueve esta necesidad
del ser humano, que no puede subsistir por sí solo, esta fragilidad nuestra, y a la vez,
fortaleza. Todo lo vivo es activo, está en constante cambio y evolución. No hay dos
instantes iguales. Todo se interrelaciona y se influye mutuamente posibilitando esta
corriente de energía vital. Es un continuo, que para mayor grafismo vamos a separar
artificialmente en estadios, a pesar de saber que todo es un fluir sin interrupción y sin
limitaciones divisorias.
Las estructuras propias del estadio superado son incorporadas a éste, estratificadas
y convertidas en memoria, en algo aprendido y conocido, a menudo, inconsciente y
70
arcaico. Así, por muy evolucionados que seamos, tenemos el pensamiento mágico
que, a veces, brota con toda su primitiva e irreflexiva fuerza. Tenemos miedos
arcaicos, por ejemplo, a la oscuridad y a las serpientes, que son difíciles de explicar.
Hay formas y ruidos que nos inquietan, sin saber por qué, etc. Quizá, la información
vivencial de nuestros antepasados se grabe en los genes, que nos transmiten su
aprendizaje en una especie de legado de unas generaciones a otras; o puede que sea
todo cultural y que lo vamos incorporando sin darnos cuenta desde que nacemos; o a
lo mejor, son las dos cosas a la vez. En todo caso, está por ver y tampoco es tan
relevante. Faltan descubrimientos científicos acerca del ser humano para poder hablar
con propiedad sobre ello y no conjeturar adheriéndose a corrientes y causas que
priman lo uno sobre lo otro, dependiendo de donde provengan los que opinan.
Cada estadio evolutivo se caracteriza por una visión del mundo, que es su
expresión, la forma de ver la realidad que le corresponde. La visión del mundo propia
del nivel anterior queda desfasada y negada. «Así, cada transformación ascendente
supone una "guerra de paradigmas", una batalla regia sobre cómo contemplar el
mundo»20. En ese proceso emergen nuevas formas de individualidad que responden
a estímulos diferentes, que perciben, conciben, reafirman y crean otros modelos del
mundo, que poseen una identidad propia nueva, cuyas necesidades, deseos y actitudes
son nuevos también. De esta forma, «en la transformación (o autotrascendencia) se
revelan nuevos mundos de traducción. Estos "nuevos mundos" no están localizados
físicamente en otros lugares; existen simplemente como una percepción más profunda
(o un registro más profundo) de los estímulos disponibles en este mundo» 21.
Las visiones del mundo individuales son compartidas o no por otros miembros de
la sociedad en la que vive el sujeto. La visión del mundo de dicha sociedad se va
formando por la confluencia de las visiones particulares de sus componentes. Estos
sujetos también comparten estructuras profundas o espacios comunes que son propios
de su cultura, la cual, a su vez, evoluciona conforme lo hace la sociedad que la
sostiene. Es un proceso continuo de evolución. Lo vivo tiende a realizar sus
potencialidades, a evolucionar en un fluir constante, aunque tarde milenios.
71
especie en su transcurrir por los milenios. La maduración del ser humano genérico es
mucho más lenta, también su vida es más larga que la de cada uno de nosotros.
Simboliza al individuo medio de cada tiempo, que siempre es algo abstracto y
temerario de extrapolar, ya que poco tienen que ver una persona que vive en Madrid
con una que vive en la selva amazónica. Incluso los miembros de cada cultura
presentan todo un abanico de niveles de desarrollo, desde muy primitivos hasta muy
avanzados, los cuales se consiguen por pocos. Pero teniendo en cuenta todo esto,
vamos a tratar de aclararnos en esa apasionante senda de crecimiento humano.
Llegaremos hasta los niveles transpersonales de conciencia, que no desarrollaremos
aquí.
72
marca y la configura, posibilita su desarrollo y su posible evolución.
La estructura profunda de cada estadio es como si fuese una fina red que es
necesaria como base para tejer encima de ella formas de relación más complicadas.
Las estructuras de un nivel se incorporan como profundas y, a menudo, no visibles o
inconscientes en uno superior. Estas estructuras profundas generalmente son
transculturales, es decir, comunes a distintas culturas del mismo estadio evolutivo.
Las estructuras más visibles, más superficiales, las que definen en apariencia el
dibujo del tejido son las que llamamos culturales y son diferentes para cada una de las
culturas.
1) Visión mágica: La mente que produce este tipo de visión del mundo se
caracteriza por el pensamiento preoperacional (propio de un niño de 2 a
aproximadamente 4 años). «Es el que funciona con imágenes, símbolos y conceptos
rudimentarios; no reglas, ni operaciones formales. Se le llama también
«representacional» porque los símbolos y conceptos esencialmente presentan y
representan (hacen y combinan) objetos sensoriales del mundo externo. Ha sido
llamado también mágico porque las imágenes mentales y los símbolos son a menudo
confundidos e incluso identificados con los sucesos físicos que representan, y por
tanto se cree que las intenciones mentales pueden alterar «mágicamente» el mundo
físico. De la misma forma, y desde el otro lado de la indisociación, los objetos físicos
están «vivos», poseyendo no sólo aprehensión sino intenciones personales explícitas
(animismo)»21.
73
muerte recurriendo a la magia. «Donde existe magia no existe muerte» 24. El hombre
poderoso es el mago, el que es capaz de alejar la muerte y negociar con ella.
Poco a poco, a lo largo de los milenios, el nivel de conciencia del ser humano
madura y se va perdiendo la creencia de que el sujeto puede alterar el objeto de forma
mágica. (En el niño este período va desde los 4 a los 7 años.) La magia del hombre ya
no funciona para controlar el mundo que le rodea y es transferida a otros que no son
humanos sino dioses ~s.
2) Visión mítica: La mente que produce este tipo de visión del mundo se
caracteriza por el pensamiento concreto operacional (conop) que trabaja con reglas,
que relaciona partes y totalidades y que utiliza el lenguaje para ello. «En esta etapa el
sujeto puede pensar lógicamente sobre las cosas que ha experimentado y
manipularlas en forma simbólica, como en las operaciones aritméticas. Un logro muy
importante es el hecho de poder pensar hacia adelante y hacia atrás»26. Si trazamos
un paralelismo con el crecimiento infantil, este desarrollo correspondería al período
de 7 a aproximadamente 11 años.
74
El parentesco, como mecanismo único, ya no sirve para unir un grupo numeroso
de individuos, pero la creencia en mitos y dioses comunes sí. Dioses que, si se les
obedece y se les honra, protegen y cuidan al grupo. Con esos seres todopoderosos
hablan directamente algunos humanos, que son los jefes o líderes del grupo, que
legislan y gobiernan apoyados en ese gran privilegio. A su vez, se les obedece y se les
honra como representantes de los dioses. Tienen poder de dar vida y muerte27. Las
grandes mitologías del mundo surgen en este nivel de desarrollo de conciencia. Se
trata de una cohesión social muy fuerte, centrada en lo simbólico compartido, que,
entre otras cosas, dio lugar a la formación de los imperios que impusieron su cultura y
combatieron ferozmente la creencia mágica, no en vano ésta depositaba el poder en
magos y no reyes, los cuales eran representantes de dioses y luchaban para
preservarlo.
75
Poco a poco, en el devenir del tiempo, se forma un nuevo nivel de desarrollo de la
conciencia humana, provocado por la necesidad de un entendimiento diferente que
posibilita una convivencia sin tantos enfrentamientos entre las religiones28. Para
trascender las distintas mitologías, se recurre a la razón y, así va surgiendo el estadio
mentalracional de la conciencia.
76
esclavo, que la de su señor, sin tener mayores consideraciones de valor humano, etc.)
El sujeto elabora su angustia ante la muerte por medio de una sustitución simbólica
que puede ser muy diversa: desde una búsqueda de inmortalidad en lo que crea y
produce, identificándose con ello y volcando en ello su ser, hasta una huida enajenada
de sí mismo, precipitándose en aquello que le da miedo, para evitar la insoportable
angustia anticipatoria de su final.
77
4) Visión lógica o existencial: Esta visión va emergiendo y configurándose
conforme la racionalidad se expande en su búsqueda de un planteamiento realmente
planetario, universal o global, de naturaleza no coercitiva. Según Wilber, es esta
visión lógica la que impulsa y subyace a la posibilidad de una cultura realmente
planetaria. La mente que la produce se caracteriza por un pensamiento reticular que
«puede mantener contradicciones y unificar opuestos, es dialéctica y no lineal, y
unifica lo que de otra forma serían nociones incompatibles»". La conciencia
trasciende la pura racionalidad integrándola con las vivencias y los sentimientos, y
unifica un cuerpo-mente que es un fenómeno nuevo34
La forma típica de obtener bienes de una sociedad con esta visión del mundo,
quizá, sería la de comunicación-información. Seguramente, poco a poco, estamos
entrando en esta etapa de nuestro madurar y somos testigos privilegiados de una
nueva realidad naciente y hermosa, de hermandad basada en el placer de ser y no en
el miedo al castigo por estar vivo. Ojalá que no permitamos que ninguna guerra frene
esta emergencia de lo no manifiesto.
78
¿Y el sexo? El paradigma dualista del ser humano se vuelve obsoleto para
explicarnos la realidad y deja su sitio a otro paradigma nuevo, que podríamos llamar
monista-integral u holístico, y que abarca tanto lo aparente como lo hondo no visible.
Contempla el sexo como conducta y los sexos (en plural) en su hondura, con su
condición sexual por ser humanos, ya que son dos, mujer y hombre, con su inmensa
riqueza existencial y, por tanto, en constante cambio y evolución interactiva. Se
desean, se buscan, interactúan y crecen o no juntos. Su sexualidad, al no vivirse como
algo fisiológico, meramente carnal y primitivo, es nueva también. Presenta una
estilística diferente en el hacer, que es un reflejo de su ser. La armonía integrativa
entre el cuerpo y la mente se transmite a todo lo que ataña al sujeto. Está por ver lo
que pueda surgir de todo esto y seguramente será una realidad nueva y hermosa, sin
permisos ni transgresiones obsesivas, sin pecados ni culpas inexistentes, sin víctimas
ni agresores, sin nadie que domine o denigre a otro y se hunda en una relación
asfixiante de dominio-sumisión, de posesión absurda (¿cómo se puede poseer a un ser
humano?). Personas que se concentran en la profunda belleza que puede aparecer
entre esos dos que se desean y se buscan, y que vibran de placer al estar juntos; que
van creando su personal e intransferible poema existencial, que incluso puede durar
toda la eternidad de un instante auténticamente vivido...
6.4. SU PERPETUACIÓN
Las visiones del mundo pueden ser individuales, de cada cual, y sociales,
formadas por la confluencia de las de los miembros que componen la sociedad. Van
emergiendo en el fluir del crecimiento continuo, se van consolidando y madurando
para, después, entrar en crisis al dejar de servir a los sujetos para explicarse y
comprender lo que les rodea, volverse obsoletas y desembocar en otras que
concuerdan con el nuevo nivel de desarrollo personal o social. Es un proceso de
cambio, un emerger continuo, y lo que ocurre en un momento conduce hacia lo que
sucederá en el instante siguiente. Tanto el individuo como el colectivo tienen su
historia biográfica, que se interconecta con otras y un ritmo propio de crecimiento,
que se va marcando de forma inconsciente.
El hecho es que ambos, persona y sociedad, sólo perciben aquello que están
«preparados» a aprehender; es la llamada percepción selectiva. Esos estímulos
perceptibles son significativos para ellos al ajustarse a su estado de desarrollo y a su
visión del mundo. Así, ésta se autoperpetúa por sí misma y poco a poco se va
abriendo a otras posibilidades de percepción al perfeccionar las que ya posee. Existe
una tenue y constante tensión oscilatoria entre el cambio y la resistencia a éste, entre
79
avanzar y desestabilizarse, y permanecer quieto en el equilibrio. Los estímulos que no
llegan al individuo o al colectivo, en realidad, no existen para ellos, pasan
aparentemente desapercibidos, aunque estén allí. Los estímulos percibidos son
contextuales y están en relación con un nivel de conocimiento de la realidad, y a
medida que éste progrese, el campo de lo aprehendido se amplía, la realidad cambia.
Por otra parte, las creencias sobre lo que nos rodea se hermanan con las expectativas
y hacen que la visión del mundo que tengamos persista, que haya una coherencia
entre nuestro ser y nuestro estar, una lógica biográfica entre nuestro pasado, presente
y futuro3s
Sin embargo, una sociedad, que se compone de muchos individuos con sus
visiones del mundo, tiene una estructura de poder jerárquico que es representado por
unos pocos, que no suelen quedarse indiferentes ante la posibilidad de perderlo. Este
poder, que se estructura en cada visión del mundo, presenta, a su vez, mecanismos de
control y autoconservación que contribuyen a la perpetuación de la visión del mundo
que lo sustenta. Así, cada cambio de nivel de conciencia social y su correspondiente
visión del mundo, supone una pugna entre paradigmas que estructuran
minuciosamente las sociedades que las presentan. En el fondo, se trata de una lucha
por el poder de un pequeño grupo de «privilegiados» que gobiernan al resto y que se
apoyan para ello en diversas justificaciones ideológicas (acordémonos de las «guerras
santas», «caza de brujos y brujas», de la Inquisición y sus hogueras, etc.).
80
Hablemos brevemente de algunos recursos para perpetuar la realidad. Quizá, uno
de los más importantes y que introyectamos sin ser conscientes de ello, es el lenguaje,
que traduce un orden simbólico de lo que nos rodea y que pasa a formar parte de
nosotros. Sólo existe aquello que tiene nombre, que es reconocido y que podemos
imaginar o comprender mentalmente, y comunicar a los otros. Las palabras son
heredadas generación tras generación. Algunas desaparecen y nacen otras. En todo
caso, llevan con ellas todo un mensaje ideológico de siglos de experiencia, y
estructuran nuestro mundo simbólico y el real. Reflejan y perpetúan nuestra visión
del mundo, porque nos ayudan a captar lo que nos rodea de una manera determinada
y prearticulada, y a relacionarnos con los otros en esta realidad y no en otra; nos
secuestran inconscientemente en un marco determinado, en un orden de cosas
concreto y establecido36. De esta manera, el lenguaje va delimitando nuestro mundo
y perpetuando nuestra cultura3. No es algo malo o bueno, simplemente es.
Según K.Wilber, «la realidad, o el mundo tal y como lo conocemos, es sólo una
descripción... un flujo interminable de interpretaciones perceptuales que quienes
pertenecemos a una determinada sociedad hemos aprendido a formular en común.
Este amplio sustrato inconsciente, de naturaleza fundamentalmente lingüística, de
sentimientos, realidades descriptivas y percepciones compartidas, es el único
aglutinante psicológico que puede servir para cohesionar una sociedad. Y ésta es una
forma fundamentalmente inconsciente de control social, ya que los controles no
constituyen una especie de agregado consciente sino que se hallan integrados en la
misma descripción de la realidad. De este modo, una vez que el individuo ha
construido una determinada descripción de la realidad, su conducta queda ya
circunscrita a esa descripción» 38. Esta presenta una herencia desde la noche de los
tiempos, desde la aparición del primer ser humano sobre la Tierra.
81
antes de ser creados, etc.). Como el lenguaje, refleja y crea realidades.
Cada etapa de desarrollo tiene sus medios de transmisión de la cultura. Pueden ser
vistos, hablados, contados, codificados en notas musicales, escritos, dibujados,
esculpidos y edificados; todos son símbolos que introyectamos constantemente en
nuestro estar, pasan a formar parte de nuestro ser, nos ubican en una cultura
determinada39. Nos van preprogramando y adaptando desde la niñez, desde que
aprendemos a hablar y nuestros padres y maestros nos van socializando, hasta que
llegamos a percibir el mundo de la manera que nos es descrito. Por aquel entonces, ni
siquiera somos capaces de un sólido pensamiento crítico y la necesidad de seguridad
y de pertenencia, de ser cuidado, amado y aceptado, hace su labor. No es que sea
malo o bueno, es que es así como son nuestras cosas humanas y lo bueno, creo yo, es
darse cuenta de ello, reconocerlo y partir de esto en nuestro caminar4o
Otro tipo de mecanismos sociales de perpetuación de una visión del mundo tiene
que ver con la conservación del poder por unos pocos sobre el resto. Esos
mecanismos pueden ser también culturales, pero fundados en el miedo al castigo o
coercitivos. Procuran que el individuo coaccionado siga una senda de actuación y no
otra. Se problematiza y se gestiona la conducta, poco importa el interior. Es decir,
aunque seas un esclavo infeliz y te mueras de pena y desolación interna, eso está
bien, y lo que está mal es intentar transgredir lo establecido, ir contra la corriente,
contra el poder de los que dictan las reglas, sean éstas razonables o no. Como
comenta R.Eisler, a lo largo de los milenios «en forma directa, por vía de la coerción
personal, e indirectamente mediante intermitentes demostraciones sociales de fuerza
como inquisiciones y ejecuciones públicas, se desalentaban sistemáticamente las
conductas, actitudes y percepciones que no se conformaran a las normas
dominadoras. Este condicionamiento por el miedo llegó a ser parte de todos los
aspectos de la vida cotidiana, afectando la crianza de los niños, las leyes, las escuelas.
Y a través de éstos y otros instrumentos de socialización, el tipo de información
replicativa necesaria para establecer y mantener una sociedad dominadora se
distribuyó a lo largo de todo el sistema social. Uno de los instrumentos más
importantes de esta socialización fue la «educación espiritual» llevada a cabo por los
antiguos sacerdocios»41
82
la de actuar e incluso la de desear. Sea como sea, determina y moldea profundamente
nuestro vivir. El creer o no creer en la existencia de Dios no es algo racional, aunque
se traduzca en pensamientos, pertenece a otro registro de conocimiento. Hoy por hoy,
no sabemos a ciencia cierta si Dios ha creado al ser humano, a pesar de que la
mayoría de la humanidad lo tenga muy claro, pero lo que sí parece obvio, es que el
hombre, en su proceso evolutivo, acabó creando a Dios, tal como lo conocemos, y se
tomó a sí mismo de modelo, porque, entre otras cosas, es lo que conocía. Por eso es
un dios antropomórfico42. Según P.Rodríguez «el mismísimo Dios no pudo existir
hasta que alguien pronunció una palabra - su palabra - y la asoció a los deseos,
esperanzas, vacíos, dudas, inseguridades, angustias y temores que acabaron por
conformar las líneas maestras que hicieron enormemente útil e indispensable su
concepto. Cuando se le nombró inició su existencia entre los humanos, y su realidad
se incrementó y fortaleció al mismo ritmo que crecieron sus funciones y su capacidad
para proveer justificaciones»43. Los hombres que tenían el privilegio de hablar
directamente con él y que por eso gobernaban a otros, comunicaron sus mandatos y
configuraron una realidad que se autoperpetuaba y preservaba su poder, la visión del
mundo en la que éste era posible.
Quisiera dejar claro que no pretendo sostener que Dios no existe, sino que cada
visión del mundo se caracteriza por una concepción de Dios, la cual pretende ayudar
a los sujetos a desenvolverse en la realidad en que se encuentran inmersos. Y eso se
transmite de generación en generación hasta que deje de servir para ello y es
reemplazada por otra visión de las cosas, mundanas y divinas44
Por último, sólo quiero mencionar otra peculiaridad de ver lo que nos rodea, que
es la que está basada en el hecho sexual humano, es decir, en que hay dos sexos,
mujer y hombre, que contemplan el mundo, cada uno desde su realidad individual y
colectiva, con sus ojos y mentes sexuados que van filtrando y procesando lo
percibido. Este será el tema del siguiente capítulo.
83
La diferencia de los sexos es la primera de las
diferencias, aquella a partir de la cual se fabrican y se
expresan todas las demás.
FRAN9OISE HÉRITIER-AUGÉ
En la especie humana existen dos sexos, y sólo dos, y son mujer y hombre; es algo
esencial a nuestra condición de humanos y determina todo lo demás, también nuestro
mundo y nuestro Universo, porque los ojos y las mentes que lo contemplan, que
interactúan con lo que les rodea y lo van creando, son sexuados y, por ende, viven y
se viven sexualmente. Es así de simple, a la vez que magnífico. Supone un infinito
caudal de inmensa riqueza que, todavía, apenas hemos entreabierto, ya que aún no
nos hemos manifestado con el orgullo de ser sexuales, de ser hombres y mujeres que
caminan juntos por la vida, de igual a igual, con la dignidad de ser humanos2.
84
mundo es distinta porque él es diferente. Cada uno vive en su piel sexuada y es
problemático entender la piel sexuada del otro en su hondura de ser. Constantemente
chocamos por querer reducir al otro, al prescindir del hecho de que hay dos sexos y
de que somos diferentes a pesar de ser humanos y tener mucho en común. Es natural,
nos educan desde que nacemos para ignorar y tachar nuestra condición humana
sexual y acabamos viendo el mundo tal como nos es descrito.
En la especie humana existen dos sexos, hombre y mujer, y son diferentes a pesar
de ser ambos humanos. Uno interactúa con el otro y ambos se van haciendo en esta
interconexión histórica y biográfica. Ninguno de los dos tendría sentido sin el otro, no
sería humano, tal como conocemos lo humanos. Se miran, se piensan, se comparan y
van co-creando su realidad que, a su vez, comprende la existencia de ambos6. Cada
sexo vive su realidad de forma distinta y se puede encontrar algo compartido en esta
vivencia propia, atribuible a cada sexo más allá de los individuos concretos. Y ese
algo común, de mujeres por un lado y de hombres por el otro, es lo que caracteriza la
experiencia de la diferencia sexual. Quizá sea, precisamente, esta enigmática
diferencia sexual, la que posibilite el deseo entre los sexos7. Ahora bien, que la
diferencia de los sexos existe, es obvio, pero el significado que se le da es histórico,
cultural e interesado.
Ninguno de los dos sexos es menos que el otro y la interconexión entre ambos es
simultánea y compasada. Son igualmente necesarios y válidos en el caminar humano,
uno completa al otro en su ser y en su hacer, existiendo una cierta especialización
preprogramada entre ambos, que, quizá, nos ha permitido sobrevivir a lo largo de los
85
siglos. Ignorar y distorsionar ese hecho, el de que los dos sexos son necesarios e
igualmente válidos, es robarnos a nosotros mismos nuestra dignidad humana, es
atraparnos en una historia de marasmo racional al suscribirse a justificaciones
extrañas, que, por insostenibles, te condenan a ser esclavo de la sinrazón, de caer, sin
darse cuenta, en una trampa cegadora y mortífera. Muy en el fondo de cada uno, los
humanos, tanto hombres como mujeres, sabemos lo que es justo o no, lo que es bueno
o no, lo que es razonable o no, y mirarlo todo con ojos que, por ser de un sexo o del
otro, enaltecen o envilecen tanto a uno mismo como a lo que contempla es altamente
enajenante. Se paga un trágico precio por este proceder no consciente y se paga
siempre, se quiera o no, porque vives en un mundo determinado que podría ser otro,
con otro tipo de relaciones entre los sexos y estilística de ser. Es labor de todos,
hombres y mujeres, el darse cuenta de ello y crear, si queremos, una realidad sexual
más hermosa.
No olvidemos el peligro de caer en la otra «igualdad» de los sexos, que les despoja
de sus hermosas peculiaridades y condena a los individuos sexuales a salirse de su
piel en el esfuerzo de adecuación a un estereotipo «unisex» neutro y anodino, que,
evidentemente, es una abstracción mental, no es humano10. Así, ni los hombres son
hombres, ni las mujeres, mujeres. Se difuminan en una especie de andrógino clónico
asexual, que parece un producto comercial, propio de los tiempos en los que vivimos,
es como si hubiera escapado de la pantalla de un ordenador; es una imagen sin fondo.
No perdamos nuestra identidad humana, que es sexual. No nos volvamos cosas.
Pero, es verdad que «cada sexo lleva dentro de sí en cierta medida al otro sexo»11.
Esto puede resultar algo confuso, pero en la naturaleza no hay polos opuestos
absolutamente puros y, sin querer, esta falacia intelectual de pensamiento dualista nos
86
atrapa en sus redes12. Cuando los individuos reales se esfuerzan por parecerse en su
afán de identificación a un estereotipo mental, que marca y determina tajantemente de
forma muy polarizada lo que es hombre y lo que es mujer, «matan» a su «otra mitad»
interiorizada y se empobrecen, se enajenan en este siniestro juego de aproximación a
un ideal cultural introyectado. Se precipitan en el actuar, en el vivir «como si». Todo
esto supone sufrimiento real, a veces, terrible. Se transita respetando fronteras
pueriles y sin sentido.
Así, los hombres aprenden que no pueden llorar, que no deben emocionarse o por
lo menos, no exteriorizarlo - eso es de mujeres-; los hombres son duros. Pierden y
hacen que sus compañeras tampoco lo vivan, lo hermoso que es emocionarse y
expresarlo al lado de otro en quien confías. Enloquecer de gozo al mostrarse tierno y
vulnerable, al entregarse a otro y no tener vergüenza al decir «te amo». Nos perdemos
tantas y tantas cosas en ese empeño nuestro de aparentar, de guardar las normas y
contener las emociones. ¡Menudo éxito! Uno se roba a sí mismo y al otro, y está
orgulloso de ello; ha permanecido sin translucir sus sentimientos, ha sido
inquebrantable, ha cumplido el papel que se esperaba de él (¿se esperaba? y ¿quién es
ese que esperaba?, y ¿por qué esperaba tal cosa?); ha muerto un poco más, sin
saberlo. Es absurdo todo esto de los estereotipos, y así nos va. Nos empeñamos en
adecuarnos a un espejismo de ser y habitamos en la estratosfera. Por el contrario, en
la naturaleza, en ese mundo vivo y real, todo es un continuo interactivo. No hay polos
absolutos y estáticos. Sólo la forma dualista de pensar acerca de todo, hace que
aparezca un blanco y un negro puros y contrapuestos.
No obstante, sí hay dos sexos, mujer y hombre, pero para serlo no tienen por qué
ignorar que unos y otras tienen cualidades que, culturalmente y de forma artificial, se
han atribuido a uno u otro sexo, pero no los definen en ningún momento. Los
hombres no son menos hombres al emocionarse y las mujeres no son menos mujeres
al mostrarse fuertes y autónomas. Son trampas culturales en las que caemos con
facilidad 13. Las personalidades fuertes suelen integrar sus principios masculino y
femenino, viven gozando con la vida sabiendo lo que son, no se enredan en el
marasmo dubitativo de adecuarse a las ideas «a propósito de» de cada momentola
Por tanto, cabe concluir que existe una tensión constante entre la realidad o la
naturaleza y la lectura de ésta, que siempre es interesada o subjetiva, porque es
contemplada por seres humanos vivos, que a la vez, forman parte de ella. El
observador se convierte en una parte activa de lo observado, lo construye desde sí
87
mismo, quiera o no. Ese personaje puede ser sólo mujer u hombre, y los dos se hacen
en un espacio-tiempo determinado, en una sociedad, con una cultura y con una moral
sexual correspondientes, y que encierran en sí mismas múltiples mecanismos de
autoperpetuación15. Por supuesto, la naturaleza es patente y real, pero el significado
y el orden simbólico al que recurrimos para comprenderla y ordenarla mentalmente es
siempre cultural e histórico, y crea, a su vez, unas realidades y no otras, que se
quedan sin emerger de lo no manifiesto, lo cual no quiere decir que no existan, sólo
que no existen para ese que mira e interpreta a su manera lo que veló. El sistema
ideológico propio de su cultura hace de filtro e intérprete de lo percibido y visto. Así,
«cada sociedad, en cada época, da su visión particular de la diferencia universal de
los sexos. La única constante es el principio de la diferencia por sí mismo»l7. La
diferencia sexual está inscrita profundamente en nuestro cuerpo que somos nosotros,
pero no determina, por sí misma, ningún papel social o político. Sí encamina a una
búsqueda del placer un tanto distinta y a ser padres, acontecimiento que siempre tiene
características y connotaciones peculiares para cada sexo. De ningún modo puede
justificar un orden jerárquico entre ambos, en que un sexo gobierna y «protege» al
otro. Y sin embargo, es lo que se ha hecho a lo largo de milenios. En el momento en
que se le da un valor diferente a los sexos, se construye una realidad sexual que
propicia la miseria de ambos, la «guerra» eterna entre los dos.
88
olvidasen, enajenados, de su dignidad como humanos. Les convirtió en cosas, que se
pasaron durante siglos encajando bofetadas para devolverlas después, cuando menos
se esperaba; la famosa y estéril «guerra de los sexos», que seguimos practicando. No
en vano, seguimos viviendo en sociedades centradas en el varón, aunque ya no sea
tan asfixiante porque las mujeres han empezado a tener voz y salir de su anónimo
mundo doméstico. También ocurría antes, pero eran excepciones a la regla. Sin
embargo hoy, la norma ha cambiado, comenzamos a ser reales, carnales y sexuales, y
en ese nacimiento, siempre mutuo, co-creamos un nuevo mundo en el que caben de
igual a igual los dos sexos, maravillosamente diferentes y ambos válidos. Por fin
existen realmente los dos sexos. Ambos hemos madurado y tenemos necesidades y
expectativas nuevas.
89
Los hombres se convirtieron en los principales productores de bienes y, por tanto,
proveedores de alimento y ostentadores de poder. Eran los importantes para la
supervivencia y se les respetaba por ello24. Ostensiblemente, eran los que sacaban
adelante a la familia, porque traían alimento y además, luchaban con los enemigos
protegiendo a los suyos. Las mujeres dependían de los hombres para sobrevivir en un
medio hostil en el que reinaba la ley del más fuerte. Los tiempos eran difíciles y los
hombres y las mujeres crearon un mundo concordante con las circunstancias en las
que vivían. Los años de un determinado orden iban dejando su mella y las cualidades
de proveedor y protector del hombre fueron las más valiosas. Las de las mujeres
apenas contaban, no tenían peso en esta realidad de las cosas, la misma que les ha ido
condenando por sí sola a vivir a la sombra del varón. Había una cierta inercia en el
devenir, que perpetuaba un orden establecido y que, en el transcurso de la historia,
dejaba lentamente de ser útil para la convivencia común de los dos sexos. La
desestabilización de este sistema patriarcal propició la aparición del cambio y la
creación de un orden nuevo, aunque sí hubo y sigue habiendo una lucha abierta, o no
por el poder. Las mujeres reivindicamos nuestros derechos y algunos hombres se
resisten a perder sus ancestrales y obsoletos «privilegios».
En el patriarcado, los ojos que contemplan el mundo y lo narran son los del
hombre25. La mujer no tenía presencia pública ostensible; era la madre, la esposa, la
amante, la prostituta. Estaba allí para satisfacer las necesidades, los deseos y los
«sueños» del varón, para completar su entorno26. Aunque, afortunadamente, había
personas, parejas, que se escapaban a esta asfixiante trampa y dibujaban otra realidad
privada y pública, al margen de lo establecido y bien visto.
En esta visión del mundo la mujer se define desde y por el varón, que es el que
puede sustentar el poder y gobernar27. Incluso actualmente, a pesar de no admitirlo,
el hombre sigue siendo el criterio a partir del cual se mide a la mujer28. Los hombres
eran los que legislaban, los que proclamaban lo que está bien o lo que está mal, los
que hablaban directamente con Dios, por lo cual eran reverenciados y respetados.
También eran los que tenían libre acceso al saber por merecerlo, según estaban las
cosas; eran los que leían, los que escribían, los que componían música, edificaban y
construían en definitiva todo un mundo simbólico, codificado en la realidad que iban
creando. Asimismo, eran los científicos y los filósofos, poseedores de la razón.
Creaban un mundo que traslucía su poder y se autoperpetuaba por sí solo desde esa
visión patriarcal en el suave mecer del prolongado presente.
90
Mientras, las mujeres desde su privacidad, creaban y criaban niños, que no es poco
ni despreciable. Niños y niñas a los que narraban el mundo tal como se les había
descrito. Les preparaban a ser aceptados en una sociedad patriarcal y se esforzaban
para formarlos en un hipotético y pacífico bienestar del «trabajo bien hecho», del
«debes» y no en el transgresor y revolucionario «¿qué quieres?» Les narraban
historias escritas por hombres, mitos y cuentos, versos y prosa, que iban tejiendo su
mundo. No les importaba que eso mismo las condenaba a ser, a menudo, despreciadas
y odiadas. El amor incondicional de una madre, cuando tal existe, lleva con
frecuencia a la mujer a un sacrificio simbólico de su propio valor como persona en
pro de una adaptación de sus pequeños a una sociedad en la que tienen que vivir. No
se atrevía a cambiarla y socializaba a sus hijos para que el día de mañana, cuando
fuesen adultos, pudieran encontrar su sitio en la comunidad, formar una familia y
tener un trabajo que les diera la posibilidad de autosuficiencia económica y bienestar.
Sea consciente o no, este es uno de los motores de la socialización de los niños por
una madre, mujer connivente con los valores de un sistema patriarcal y que transmite
su orden a pesar de que éste la degrade. Entre que está acostumbrada a ello y no se
imagina otro orden de cosas, y entre que teme por el futuro de sus hijos, coopera a
que la realidad patriarcal se autoperpetúe.
91
óptimo y otro que no ha llegado a serlo en su desarrollo31. A lo largo de los siglos, la
mujer ha sido descrita como alguien que no ha llegado a ser hombre, como algo
imperfecto, frágil, inestable y enfermizo32. Pero los dos sexos son frágiles y
vulnerables en su interrelación, porque se necesitan y dependen uno del otro en su
formación; ambos van co-creando su realidad, también la mutua. Las cadenas que
aprisionan y esclavizan a uno, al mismo tiempo lo hacen con el otro, aunque ese otro,
quizá, no se dé cuenta de ello desde su privilegiada situación de dominador.
Los dos sexos son reales y corpóreos, no son ideas aproximativas o «a propósito
de» y, aunque sean interdependientes, ninguno de los dos es menos o más que el
otro36. A lo largo de nuestra historia no tan lejana, se asumía simplemente que el
cuerpo humano, propiamente dicho, era el masculino y el cuerpo femenino se
presentaba para mostrar en qué difería del masculino37. La mujer era la eterna
carencia de... ¿Cómo se puede vivir con dignidad humana en un mundo que reduce
un sexo a Cero para que el otro se valore como Uno?38 Claro que la anatomía del
varón era el destino sexual de la mujer, que ni siquiera tenía anatomía propia, sino
que era algo simbólico y complementario a su compañero masculino. La mujer no
92
tenía cuerpo, no le pertenecía, era algo para el uso y disfrute del hombre, su recipiente
hueco. Para la mujer el que tenía cuerpo era el varón, ella era la carencia de...
Subsistía en su mundo de silencios elocuentes y hacía cobrar un alto precio a su
compañero varón desde su frustración de vida. No es nada satisfactorio cuando te
cosifican sistemáticamente, pero no olvidemos, que el que lo hace también baja de
nivel y se convierte, a su vez, en un ser «enajenado». La miseria de uno contamina
irremediablemente al otro, es un padecimiento mutuo y compartido, querámoslo o no,
reconozcámoslo o no39. En el siguiente capítulo seguiremos ahondando en esa
desigualdad de los sexos codificada en lo simbólico, y en cómo nos afecta y nos
condiciona.
93
La naturaleza de la diferencia de los sexos, y la
lectura de dicha diferencia produce este alfabeto
simbólico universal que es la pareja
masculino/femenino, con el cual cada cultura
«construye sus frases».
SYLVIANE AGACINSKI,
Política de sexos
El ser humano es mental. Mira con sus ojos la realidad que le rodea, la percibe, la
simboliza y la imagina de una forma y no de otra. Así crea su mundo, que tiene
sentido para él, que le es propio y que está a la vez, introyectado en él y fuera de él.
El individuo participa activamente en su realidad y ésta pasa a formar parte de él. Su
mente tiene la capacidad de representar simbólicamente el mundo. Parece que esta
propiedad surgió en el caminar evolutivo de la especie humana en el Paleolítico
medio (c. 100000 a 35000 a.C.)1. Los objetos están fuera pero son pensados y
sustituidos por una imagen mental, por un símbolo, que se introduce en el interior de
ese que mira, y que permanece allí, a pesar de que el objeto desaparezca, lo
sustituye2. De esta manera la capacidad de simbolizar el mundo le confiere al
individuo una sensación de poder, de un supuesto triunfo sobre la muerte, porque las
cosas, a pesar de desaparecer, permanecen con vida propia en su interior. El
pensamiento actúa como un sustituto de eternidad. Convierte, en cierta medida, al ser
humano en un ser todopoderoso, expande su sensación de identidad más allá de su
piel. Es capaz de imaginar el cielo y las estrellas, viajar a otros lugares, a otros
tiempos. De alguna forma, están en él.
vLeslie White opina que los símbolos no son ni físicos, ni meros reflejos del
mundo físico, sino un nuevo nivel de realidad, el nivel de la mente verbal que se
podría llamar «simbolizado». La simbolización opera con significados no sensoriales
(no empíricos), que no pueden ser aprehendidos a través de los sentidos3. Los
símbolos son a la vez, representacionales de la realidad (reflejan la realidad) y
creativos, porque no la reflejan de forma objetiva, sino subjetiva; siempre es la visión
94
personal de ese que mira y crea, aunque dado su nivel de desarrollo, seguramente
verá algo aproximado a lo que contempla otro miembro de su sociedad y creará algo
parecido. Por tanto, los símbolos no sólo reflejan la realidad, sino que también la
crean4. No podría ser de otra manera, porque es algo perteneciente al sujeto o a la
sociedad, que es un conjunto de individuos que conviven en un espacio-tiempo
determinado y que tienen una visión del mundo común que explica lo que les rodea y
le da sentido. Así que, una de las propiedades de lo simbólico es su gran poder de
cohesión que emparenta a los individuos de una sociedad al compartir el mismo
código de símbolos. Esta fuerza es todavía más potente al ser inconsciente y
procesarse a un nivel subliminal. Un sujeto siente que el otro es «hermano» o no sin
saber realmente por qué.
95
que sucede y partir de ello en el caminar. Es más factible cambiar aquello que no se
ignora.
Existen múltiples recursos que perpetúan una cultura que nos es narrada desde que
empezamos a configurar nuestro mundo, desde que nos vamos haciendo con las
estructuras que nos permitirán comprender lo que hay alrededor. Por ejemplo, los
mitos, las leyendas y los cuentos, que nos son contados, están escritos con lenguaje
codificado en símbolos inconscientes. Poseen una trastienda no perceptible a simple
vista, pero que se cala al bagaje vivencial inconsciente y nos socializa. Este material
simbolizado tiene mucha carga emocional y podría corresponder al nivel
arquetípico9. Se van aprendiendo emociones y procederes de forma no consciente
96
que nos conducen a vivir y a ser de una manera propia de nuestra cultura. Todo esto
se va repitiendo en novelas, en historias narradas, en anuncios publicitarios... etcétera,
y va operando en nosotros, en nuestra construcción como individuos culturales y
sociales, luego interrelacionales y comunicativos, que en su interactuar, perpetúan lo
que conocen. P.Bourdieu habla de la violencia simbólica y opina que es la «que se
ejerce con la complicidad tácita de quienes la padecen y también, a menudo, de
quienes la practican en la medida en que unos y otros no son conscientes de padecerla
o de practicarla»10. Todos estamos implicados, la ejercemos y la padecemos
sistemáticamente y sin querer; no es algo voluntario y, en la mayoría de los casos, no
es intencionado. El orden establecido tiende a autoperpetuarse en una continuidad de
ser, en un transcurrir histórico lento. El cambio acontece al dejar de servir un sistema
explicativo a los individuos sociales que lo utilizan para entenderse y para convivir, y
que viven y evolucionan a su vez.
97
transita todo lo simbólico, nuestra percepción y representación mental de lo
aprehendido13. Los dos polos son interdependientes para ser, ambos se definen por
comparación recíproca y separación. Ninguno se deriva del otro, ninguno surge del
otro; pero es verdad, que cada cual le da sentido al otro en tanto que somos humanos
y tenemos dos modos de ser, mujer y hombre. A la vez, cada uno tiene su realidad
carnal y simbólica propia.
98
Este mecanismo, con todo su aplastante peso, influye directamente en el
inconsciente sin ningún control por nuestra parte, se repite y se refuerza hasta lo
infinito ya que se aplica automáticamente a todas las cosas del mundo. Lo que se
enseña cala muy hondo sin ningún control por parte del sujeto y lo gobierna o lo
adapta a la sociedad en la que se ubica. El ser hombre, el hacer cosas de hombre, el
poseer sus cualidades que denotan y muestran su masculinidad tiene más valor`
Así, se podría explicar la famosa «envidia del pene» de la niña, tan connotada por
el Psicoanálisis. En el mundo simbolizado se sustituye, a menudo, al hombre por el
pene ya que es propio de él y le distingue. Se puede entender que tal «envidia» no se
refiere a tener pene sino a desear ser hombre y poseer sus «privilegios» por el simple
hecho de serlo. Es lógico, porque todo lo que la niña captaba y aún sigue captando,
consciente o inconscientemente, primaba y aún prima el ser varón frente a ser
hembra, y a nadie le gusta estar en el grupo de los «perdedores», que además, de
antemano saben que lo son y dónde están los otros17. El plano simbólico y el carnal
se incrustan y se mezclan en nuestro vivir. El primero marca e incluso, a veces,
sustituye al segundo. Es algo que lleva a la confusión y a no entender cómo un mismo
acontecimiento vivido por distintas personas pueda ser narrado de forma muy dispar
y significar cosas diferentes para cada una de ellas.
Los hombres parten con la idea de que pueden y deben realizarse, que el mundo es
de ellos y está para que ellos transiten por él. Las mujeres, sin embargo, parten con la
idea de que el mundo en el que se desenvuelven les es un tanto ajeno, tienen que
99
demostrar que también pueden moverse por él; es como si se les prestase la
oportunidad de conseguirse un sitio en este mundo de hombres y ser reconocidas
como válidas e iguales. Las leyes tampoco les favorecen en tanto que no contemplan
el hecho de que la maternidad les coarta para desenvolverse libremente, entre otras
cosas, porque les quita tiempo y energía para dedicarla a algo diferente de la crianza
de sus hijos. La mayoría de las mujeres, sigue teniendo que elegir entre ser madres o
ser profesionales realizadas en un mundo de hombres.
Los hombres son sujetos con derechos adquiridos, incluso sobre las mujeres, sus
mujeres, que en su mundo simbolizado de milenios les pertenecen de alguna manera,
son sus bienes simbólicos. Este orden miserable, sin que nos demos cuenta, convierte
a las mujeres en objetos y a los hombres en sujetos solitarios y empobrecidos, que se
esfuerzan en demostrarse, incluso a ellos mismos, su condición de no femeninos para
no perder su sello de «privilegiados» 21. La famosa «guerra de los sexos» no tendrá
fin hasta que no cambie nuestro marco referencial simbólico, porque un motivo
universal para enfadarse es la sensación de estar amenazado, no tanto física, sino
también, simbólicamente; es decir, uno se irrita al concebir la posibilidad de perder la
estima propia o el valor simbólico que posee y que marca su valía22.
De todas formas, poco a poco también las mujeres empiezan a tener voz pública y
a ser oídas con respeto y consideración, a pesar de no ser hombres y no hablar como
tales. El mundo simbolizado patriarcal se va quedando obsoleto para explicar la
realidad naciente de ambos sexos reales y protagonistas de su historia común, y va
dejando paso lentamente a un orden nuevo en el que ser mujer no supone menos que
ser hombre y en que, por fin, hay dos sexos que miran y hablan desde su vivencia
100
sexual particular y diferente, igualmente válida.
Todo lo sexual entra a formar parte central en el mundo simbolizado, porque los
humanos somos seres pensantes y lo que pensamos lo solemos formular con
imágenes, símbolos y lenguaje. A veces, el mundo simbolizado puede suplantar al
real y la persona pasa a darle más importancia a lo que piensa que a lo que percibe,
siente y vive. De esta manera, se produce una escisión entre ambos mundos,
adecuándose forzosamente la realidad a lo imaginado o considerado como real. Esta
separación o alejamiento artificial de la vida terrenal que impacta en los sentidos,
«alivia» la tensión de sentir, de implicarse y comprometerse, de vivir con cierto
apasionamiento desde la condición de ser carnal y, por tanto, mortal.
El individuo establece una distancia entre lo que es y lo que cree que es, lo cual es
propio del mundo de las ideas. La idea sobre sí mismo pasa a ser protagonista y
suplanta al sí-mismo; el sujeto se vuelve «irreal». En el fondo, se trata de una
concreción del paradigma dualista del ser humano que refleja la separación del
cuerpo y de la mente; transmite la escisión en capas del individuo y conduce a una
vivencia enajenada de sí mismo en la que el cuerpo y la mente tienen vidas o
realidades propias aparte. Lo mental no está integrado con lo corporal y es algo
alienado, empobrecido y distorsionante. Es entonces cuando se tiende a convertir a sí
mismo y a los demás en símbolos incorpóreos e irreales, pertenecientes al mundo de
las ideas, transformándose en un ser enfermizo y huidizo a todo contacto de piel con
piel, sea como sea éste. Es mucho más corriente de lo que parece, no en vano la
evolución de la conciencia atraviesa, en la mayoría de la gente, el período racional e
incluso el mítico-racional, en los que el cuerpo y la mente no se encuentran
integrados en un único cuerpo-mente. Este estado de las cosas determina sobremanera
nuestro acercamiento a la condición sexual humana y su vivencia23.
101
pasado todo lo que pasó y podemos intentar entenderlo y partir de ello para no repetir
lo que no queremos; aceptar nuestro pasado y no caer en los mismos errores o formas
de convivir que ya no nos valen como modelo. Se trata de comprender y aprender por
parte de ambos sexos, de buscarnos y de encontrarnos en una nueva comunidad, de
ser los dos autores y no actores en una escenificación tenebrosa e indigna.
102
a lo razonable y justo, también a lo consciente y controlable. El precio es la ceguera y
la mudez cómplice, aunque sea inconsciente, lo cual es doloroso para cualquier ser
humano, hombre o mujer, y cobra su tributo al condenar a un atormentado transitar de
ambos sexos.
Claro que todo esto de lo que estamos hablando influye de forma definitiva en la
sexualidad, es decir, en la vivencia de la condición sexual humana. En un orden
social androcentrista, que sigue siendo el nuestro, el sujeto sexual por excelencia es el
varón, y la hembra es su compañera, el objeto de su deseo y la madre de sus hijos. El
protagonista es de sexo masculino y su sexualidad se acepta como la norma. La
femenina se adecúa a la del varón y se mide por sus patrones, e irremediablemente,
sale distorsionada. No hay lugar para ella en este mundo simbolizado y por tanto, no
existe, ya que no es pensable. No tiene identidad propia sino sólo dependiente de otra
que es la norma, a pesar de no poder serlo.
103
¿Y qué sucede con él? ¿Por qué a menudo se contenta con masturbarse en una
vagina anónima? A lo mejor, accede simbólicamente a través de la carnalidad de la
mujer sin nombre, de la Mujer arquetípica sin rostro, a su condición carnal; por un
momento le devuelve a la vida, a la Naturaleza, a la Tierra. Parece algo complicado,
pero se da incluso en cualquier relación consciente, es su cara inconsciente y
escondida. Desde luego hay un fuerte componente mental en todo esto de la vivencia
de la condición sexual humana, y que, a veces, esta vivencia se vuelve enajenada
percibiendo el sujeto a sí mismo y a otro carnal como seres irreales, unos símbolos
que pertenecen al mundo de las ideas. Precisamente, porque somos un cuerpo-mente
integrado y vivo en cada experiencia vital, se entremezclan de forma simultánea las
sensaciones, el mundo simbolizado y las emociones. Todo uno y a la vez. Sólo en
estados alienados de ser, que son más corrientes de lo que uno podría sospechar,
acontece la separación pronunciada de ambos mundos, el simbolizado y el real.
104
105
El lenguaje es el punto de articulación del nexo
entre representaciones, subjetividad e ideología. El
lenguaje refleja la realidad social y al mismo tiempo
la crea y la produce, se convierte en el ámbito en el
que la subjetividad toma forma y consistencia, desde
el momento en que el sujeto solamente se puede
expresar dentro del lenguaje y el lenguaje no puede
constituirse sin un sujeto que lo haga existir.
PATRICIA VIOLI,
El infinito singular
El ser humano, para comunicarse con los demás, utiliza un lenguaje. Éste puede
ser no verbal o bien, verbal. El lenguaje verbal es del que hablaremos en este
capítulo'. Recurrimos a él para dar forma a nuestros pensamientos al traducirlos a un
código lingüístico que sigue unas leyes sintácticas. Así, lo simbólico se transforma en
una serie de signos que significan cosas y que sirven para que nos comuni quemos y
nos entendamos al hacerlo. En ese proceso, el pensamiento sufre unos cambios al
acomodarse al lenguaje, al código transcriptivo que le da forma; no es una mera
expresión, sino una transformación que sigue unas leyes propias de ese nivel verbal.
106
lingüísticas que son las palabras y que, al juntarse unas con otras de una forma
determinada, construyen frases. Este proceso se rige por unas leyes sintácticas que,
para bien o para mal, son de una manera y no de otra, y configuran un marco
referencial lingüístico que posibilita un concreto transitar por él. Así, el lenguaje se
convierte en un potente y definitivo filtro para percibir el mundo. De forma aplastante
y «natural», no forzada, sin que seamos conscientes de este mecanismo, nos
preprograma para ver unas cosas y no otras, para pensar y sentir de una manera y no
de otra. También, hace que nuestra visión de la realidad sea concordante con el
momento y lugar en que nos encontremos, a pesar de poder trascenderlo3. Por tanto,
el lenguaje no sólo refleja la realidad sino que, a la vez, la determina, la crea y la
perpetúa. Es todo una relación circular, ya que las estructuras lingüísticas no son
realmente autónomas, sino que existen en el contexto dado de una realidad concreta y
no otra. Se han ido formando en el sedimentar histórico del tiempo a lo largo de los
milenios de la evolución humana.
Las palabras son signos lingüísticos y como dice Saussure, «todos los signos
lingüísticos tienen dos componentes, el significante y el sig nificado. El significante
es el símbolo escrito o sonido, el componente material del signo. El significado es lo
que nos viene a la mente cuando vemos u oímos el significante. El significado no es
meramente lo mismo que el referente real, porque «lo que viene a la mente» depende
de una serie de circunstancias ajenas al objeto real, y eso es lo que hace que la
realidad lingüística sea tan fascinante»4. El significado de una palabra se ha ido
formando a lo largo de los tiempos. Es en parte perteneciente a la palabra misma,
pero, a la vez tiene matices atribuibles al que la use, porque siempre se mezcla una
pizca de emotividad del sujeto hablante que le da un color particular. Así que, el
significado depende del contexto en que la palabra es dicha y del estado emocional y
evolutivo en que se encuentra el que la evoca, ya que puede hacerla relativa a
distintos referentes según el contexto en que la sitúe.
Por otra parte, los signos lingüísticos no son algo estático y tanto sus referentes
como sus significados están en constante evolución y cambio. Algunas palabras
mueren y otras nacen. Otras, se usan para nuevas aplicaciones, luego, su significado y
sus referentes se amplían. El cambio de la realidad hace que evolucione el lenguaje y
éste, a su vez, influye en su desarrollo. El lenguaje verbal es un legado de
generaciones pasadas, el resultado histórico del evolucionar humano que sigue su
curso. Al mismo tiempo, es algo vivo y dinámico, en constante evolución y creación.
Las palabras significan y evocan. Hacen de nexo entre el individuo y lo que le rodea,
107
entre el sujeto y los otros, entre el tiempo presente y el pasado. Relacionan al ser
humano con los que le han precedido a lo largo de los milenios de la Humanidad'.
Asimismo, condicionan el futuro. Son importantes y encierran un gran poder en sí
mismas.
Las palabras nos son legadas del pasado y gracias al lenguaje verbal podemos
preservar una memoria que nos lleva hasta la noche de los tiempos. De esta forma, la
especie humana es consciente de su vivir histórico y va evolucionando sin partir cada
vez de cero7. El lenguaje verbal hace de nexo entre las generaciones, trasciende el
tiempo conectando el presente con el pasado y con el futuro. Gracias a él, nuestro
pasado como especie se vuelve consciente y lo podemos conocer. Existe una
continuidad cultural que descansa en las numerosas lenguas que usan distintos
pueblos, pero más allá de la diferencia subyace una base común que es característica
a la especie humana y es el lenguaje verbal.
108
Además, nuestro lenguaje suscribe una lógica dualista en la que no caben términos
que «son» y que «no son» al mismo tiempo. Sin embargo, en la vida real se dan estas
vivencias. Se puede sentir a la vez alegría y tristeza que se entremezclan dando «un
no se qué» que estremece y conmueve; uno puede moverse y al mismo tiempo estar
quieto; y las superficies visibles tienen sus profundidades internas simultáneas no
visibles y que desconciertan al ser ignoradas. Algo que parece ser, no es, y así
podríamos seguir hasta el infinito.
Los seres humanos son sociales y conviven en grupos más o menos extensos que
van constituyendo sociedades cohesionadas por unos valores, creencias, leyes y
simbolismos comunes. Cada sociedad tiene una cultura propia que, a su vez, puede
integrarse en un conjunto mayor. Por ejemplo, la sociedad española presenta una
cultura que la caracteriza, que pertenece a la cultura mediterránea, hispana y
occidental... Es una relación sistémica en la que unidades más pequeñas se engloban
en otras mayores, más amplias. De la misma manera sucede con el lenguaje verbal y
las distintas lenguas y dialectos. Todos forman parte de otras partes mayores, desde el
habla de cada sujeto, hasta el lenguaje verbal de la especie humana. Son como
círculos con céntricos que engloban y trascienden a los más pequeños y reducidos.
Todos son importantes en esta dinámica cadena en constante evolución y creación.
A,su vez, toda cultura es transmitida por una lengua que la refleja y la perpetúa, y
ésta va cambiando a la par que la sociedad que la utiliza para la comunicación entre
los individuos que la integran. Esta lengua se hereda históricamente y marca el vivir
de la sociedad cultural que la maneja, posibilita una serie de pensamientos y otros no,
una serie de sentimientos y no otros, y por tanto, unas experiencias sí y otras no. No
nos olvidemos que el lenguaje es un potente filtro vital y que, lo que no tiene nombre
es como si no existiera. Así, cada sociedad, a través del lenguaje verbal y sin
109
intención aparente, introyecta en sus miembros un sistema ideológico que le es propio
y que preprograma la adaptación del sujeto a la colectividad en la que vive, ya que le
aporta un marco referencial cultural por el que puede transitar. Dicha adaptación es
reforzada de múltiples maneras a lo largo de la vida de cada individuo. No es algo
necesariamente malo o bueno, sino que es así como acontece la socialización
profunda e inconsciente del sujeto, al empezar éste a hablarlo
Por supuesto, este sistema ideológico que refleja el lenguaje tiene que tener
sentido y servir para que los individuos puedan explicarse la realidad que les rodea y
a sí mismos; les socializa y adapta a la sociedad en la que viven. Sirve de nexo entre
lo subjetivo y lo colectivo, y es una conexión ideológica reforzada por la emotividad
subliminal que encierran en sí las palabras que usamos. El lenguaje refleja la realidad
social y, a la vez, la va creando. A través de él, la subjetividad del individuo se
incrusta en la colectividad, ya que, como en cualquier proceso de creación, la persona
que habla y escribe le da nuevas y particulares connotaciones al lenguaje que utiliza;
en lo creado se une con el resto del mundo.
El individuo se relaciona con los otros a través del lenguaje y éste, con sus códigos
sociales implícitos, va influyendo en la creación simbó lica individual, la cual le
identifica como sujeto perteneciente a un tipo determinado de sociedad y no otro.
Estructura sus valores y creencias, e incluso, su modo de pensar; le marca ética,
estética y cognitivamente. Así, lo colectivo impregna lo individual. Es una
interdependencia recíproca y simultánea en una interrelación formativa circular.
110
concreta evoca un referente que es impregnado simbólica, y por tanto a menudo,
inconscientemente de lo «femenino» o de lo «masculino». No olvidemos que las
palabras contienen una carga emocional y tratándose de lo sexual, ésta suele
intensificarse. El uso del lenguaje conlleva en sí mismo la lectura de la diferencia
sexual y el trabajo que ejecuta lo inscrito en el orden lingüístico es persistente,
repetitivo y difícil de controlar por llevarse a cabo de forma subliminal y penetrar
directamente en el inconsciente del sujeto. Determina una lectura de la realidad y no
otra, y adecúa al individuo al socializarlo a la condición colectiva de mujer u hombre
y a que, de manera «natural», adopte lo que conlleva ésta; se vaya adaptando al
estereotipo que le corresponde al vivir en la sociedad en la que vive12. El ser humano
va creciendo y creándose en el manejo del lenguaje con sus códigos sociales
implícitos y va formando la imagen de sí mismo. En el lenguaje se codifican las
representaciones colectivas de lo «femenino» y de lo «masculino», y los sujetos
sexuados las reproducen inconscientemente en la construcción de sí mismos y de la
imagen que tienen de sí mismos.
111
una violencia incontrolable que se ejecuta sin fin en el uso del lenguaje. La forma
genérica masculina, queramos o no, de manera no consciente, no percibida, conduce a
la mujer a una sinrazón o incongruencia continua. Constantemente tiene que negar
sus particularidades de sujeto sexuado y sexual autónomo para concluir que es de
género humanola
112
Son los hombres los que han dado nombre a las cosas desde su condición
masculina, desde su subjetividad que ha querido reflejar la realidad de ambos sexos,
tarea que, por de pronto, es compleja. Hay vivencias, pensamientos, percepciones que
pertenecen sólo al ser mujer y que, por tanto, no tienen traducción lingüística clara en
el lenguaje. A veces, faltan las palabras para traducir la realidad vivida por las
mujeres y eso les lleva a una ambigüedad existencial al no poder ser verbalizada, al
no tener nombre y, por ende, quedarse en un espacio marginal, no racional, tan
característico históricamente de la mujer. Cuando faltan las palabras para traducir las
vivencias que, además no coinciden con las otras que se suponen reconocidas como
«adecuadas» y valoradas en el orden establecido, las mujeres no pueden más que, de
forma no consciente, sentir o percibir que hay algo «malo» o equivocado en su
interior; están condenadas a una clandestinidad interiorizada, a una sinrazón implícita
y muda.
113
dominio y posesión sino en el placer profundo de estar juntos, de conocerse e ir
descubriéndose y formándose en su mutuo interactuar.
114
Los dos sexos son sujetos hablantes, pero su relación no consciente con el lenguaje
es diferente. En el caso de las mujeres existe una tensión o violencia al no reflejar las
palabras su mundo y al llevar consigo un mensaje subliminal de su inferioridad y su
desventaja existencial constante18. Los estereotipos femenino y masculino se van
formulando en el lenguaje, y el individuo sexual, al ser socializado en su uso, se va
adecuando poco a poco a lo que se espera de él por ser del sexo que es. Los
estereotipos se componen de creencias, expectativas e «ideales», que, además de ser
descriptivos, son prescriptivos porque llegan a ser algo consustancial al hecho de ser
hombre o mujer, y las personas lo van reproduciendo en su formación como sujetos
sexuados. Como sostenía Lacan, el sujeto humano se estructura en y por el lenguaje.
Va adquiriendo su identidad sexual al entrar en el orden simbólico del lenguaje y
socializarse19
115
querer, «carne sólo carne».
En este trabajo, se pretende reflejar otra realidad, otro paradigma no-dual, pero el
uso de términos ya existentes con sus referentes que le dan significados ya
aprendidos, entorpece este objetivo. Para entendernos, usamos el lenguaje que
tenemos, aunque suponga una violencia simbólica al faltar las palabras que traduzcan
conceptos o realidades nuevos y, por tanto, son difíciles de transmitir. Existe el
peligro de caer en la torpeza de algún desliz involuntario de comunicación de un
sentido que no se quiere dar a lo dicho y expuesto. A pesar de estar atentos e ir con
mucho cuidado, seguro que alguno se cometerá, porque tenemos la socialización
propia de las sociedades en las que nos hemos formado y usamos el lenguaje que
heredamos de otras generaciones.
El que da nombre a las cosas y las identifica desde sí mismo construyendo una
realidad concreta y no otra, asimismo posible, ha sido históricamente el hombre. La
mujer también ha coparticipado en la creación de nuestro mundo, pero desde su
clandestinidad doméstica e influencia privada encubierta. El que ha tenido voz y voto
activo hasta hace poco ha sido el varón, nos guste o no este hecho. La mujer le ha
manejado y utilizado de manera diferente a como él hacía con ella. Ambos sexos se
han desenvuelto en una escenificación relacional un tanto asfixiante, aunque tuviese
sus «momentos de gloria».
Así que, el autor más notorio de las verdades sobre el cuerpo sexuado y la
sexualidad (que es la vivencia de la condición sexual humana) ha sido el macho de la
especie y lo ha edificado desde sí mismo introduciendo un sesgo de lo «masculino»,
mantenido y artificialmente aplicado para ambos sexos. Todo esto se ha reflejado con
mucha fuerza en el estudio de la sexualidad, en el que, hasta hace unas décadas, el
sujeto protagonista ha sido el varón y su compañera fue algo complementario,
secundario e inexplicable.
116
constatable, sino lo que se siente, se piensa, se desea, se sueña, lo que conmueve,
estremece y turba al hacerlo, y que va modulando al sujeto sexuado en su vivir
biográfico. Todo lo externo tiene su correspondiente interno. La sexualidad es
experiencial siempre, aunque no se constate ninguna conducta. Un recuerdo, una
escenificación mental puede erizar la piel a pesar de que el individuo no se mueva, ni,
aparentemente, haga nada. Sin embargo, le va constituyendo y formando en su
continuidad vivencial, pasando a ser parte de su bagaje biográfico vital.
117
éste sirve, sólo en parte, para transmitir un significado personal en la comunicación
con otros y consigo mismo. Así, lo que se quiere decir, a menudo, no es lo que se
entiende, y lo que uno espera como algo placentero y realizador, puede que no lo sea
para él. Lo que uno dice al decir «te amo» a lo mejor no corresponde a lo que
entiende su receptor al oírlo23. Las palabras no bastan para comunicar los
sentimientos y, a menudo, inducen a error. El orden lingüístico es distinto al mundo
emocional, sus reglas no se ajustan para poder traducir la rica multitud simultánea del
universo interno del sujeto humano sexual. Se da una «limitación» verbal que no
llega a reflejar la realidad en su fluir continuo.
118
El sexo, como el ser humano, es contextual. Los
intentos de aislarlo de su medio discursivo,
socialmente determinado, están condenados al
fracaso.
THOMAS LAQUEUR,
¿De dónde partimos? Hagámoslo, como siempre, desde el sujeto corpóreo sexuado
que siente, piensa y que convive con otros en un entorno dado, en un momento
histórico concreto, que determina su ser y su estar. Este ser humano, mujer u hombre,
se encuentra en un estado evolutivo al que corresponde un nivel de conciencia
correlativo que, por supuesto, le marca y le posibilita ver, descubrir y crear unos
mundos y no otros alrededor de sí. Asimismo, su capacidad cognitiva, su concepción
acerca de las cosas, de la vida y de sí mismo, sus deseos, miedos y necesidades son
propias del nivel de maduración que detenta. Cuando éste cambia, emergen nuevos
mundos con sus correspondientes formas de individualidad, valores, ocupaciones,
acciones, relaciones y vivencias. La persona capta, selecciona y responde a estímulos
que antes no distinguía o no hacía sobresalir de otros, porque no eran significativos
para ella. La transformación o el crecimiento personal revela nuevas realidades, que
anteriormente también eran posibles, pero al no tener sentido para el individuo
permanecían sin emerger de lo no manifiesto.
119
El ser humano siente y razona, interactúa con los demás y con lo que le rodea de
forma sentimental y coherente con su mundo propio interiorizado. Éste está poblado
de creencias que inducen expectativas; es siempre intencional. Así se completa un
círculo de interacción mutua en que el individuo es incluido en la realidad;
simultáneamente está dentro de ella y fuera, ya que es el sujeto existente activo que
forma parte de ella, la observa y crea su mundo, pero que, a la vez, éste le va creando
como sujeto. Lo activo y lo pasivo, el sujeto y el objeto se funden en el proceso
creativo interrelacionall. La creación tiene lugar en cada instante vivido, es un fluir
continuo en el que el individuo es importante en tanto que es el autor de su realidad.
La realidad de las cosas depende de las creencias al actuar éstas como filtros
perceptivos muy potentes. Interpretamos los hechos de acuerdo a lo que creemos,
pensamos, sentimos, a lo que somos en definitiva; y lo que concluimos mantiene y
refuerza nuestras creencias al recurrir a ellas en el proceso hermenéutico. Las
creencias posibilitan que sucedan unas cosas y no otras, son prescriptivas. Irrumpen
con fuerza en la dimensión temporal ya que marcan estrategias y planes de actuación,
influyen en actitudes y, por tanto, inciden no sólo en el presente, sino también en el
futuro. Determinan nuestros esquemas de percepción y nuestras inclinaciones a
admirar, a respetar y a crear unas realidades y no otras.
Las cosas y los hechos se dan en contextos concretos, que les aportan un sentido
correlativo al marco referencial en que se les sitúa. Las creencias forman parte de ese
marco del que partimos en el proceso interpretativo, porque no sólo somos seres
pensantes, sino, a la vez, sentimentales. Las ideas conllevan una carga emotiva al ser
articuladas en el lenguaje verbal, ya que las palabras que usamos también la
sustentan. Los pensamientos, las creencias construyen realidades en tanto en cuanto
son propias al ser humano que va creando su mundo en concordancia a sí mismo.
Los contextos son parte de otros mayores que, a su vez, son parte de otros, y a
menudo, al situar las cosas en otros contextos más amplios, cambia su significado o
sentido. Cuando se reubican los hechos en marcos referenciales diferentes varía su
significado y su realidad cambia. La forma de pensar sobre el mundo crea realidades
diferentes y el sujeto se desenvuelve en ellas sin darse cuenta de que una vez que se
construye una determinada descripción de la realidad, su proceder queda circunscrito
a esa descripción que pasa a formar parte de su marco referencial y crea un espacio
por el que se transita2. Se modela una realidad correlativa a ese marco referencial,
que podría ser otra si las premisas de las que se partiera fuesen diferentes.
120
Él sistema perceptivo social, que el individuo incorpora en su socialización, le
preprograma a percibir su realidad de una forma dada, y lo aplica a todas las cosas del
mundo, le adecúa eficazmente a su entorno y lo hace de manera no consciente, sin
control por parte de la persona. Al mismo tiempo, le va configurando como sujeto en
el interactuar con esa realidad cuya tendencia natural es la de autoperpetuación, ya
que le da sentido al individuo que transita por ella; es una interdependencia mutua en
la que se funde el ser y el hacer en un marco referencial determinado, que va
construyendo al sujeto que se mueve en él y, a la vez, éste crea su realidad en la que
encuentra sentido3.
121
pasando a formar parte del bagaje biográfico nuestro. Cabe el confiar más en ese
conocimiento sutil y auténtico, que no es dicho ni comunicable, pero es real y
pertenece a nuestro ser y estar más íntimo. Puede que lo óptimo sea pensar desde uno
mismo y reflexionar sobre lo generalizado y lo establecido, pero también unificarlo
con lo sentido en las vivencias personales. Se trata de ser autor de la propia vida y no
actor en una escenificación asfixiante.
El ser humano es sexuado y sólo hay dos modos de serlo, es decir, sólo puede ser
hombre o mujer. Nos acercamos a la comprensión del mundo desde ese ser sexual
que observa e interactúa con el resto de la totalidad y la va creando en su mutua
interconexión con ella. Los dos sexos co-crean una realidad común por la que
transitan. Ésta tiene su lugar histórico en el fluir de los tiempos, está conectada
coherentemente con el pasado y con el futuro, es todo un continuum que va
aconteciendo. La creación, la construcción de la realidad es un proceso constante que
se da en cada momento vivido y, por ende, un camino abierto a la esperanza.
122
sexo por excelencia, el masculino, que convivía con una «mutilada» compañera que
no pudo ser varón6. Sin duda, este marco referencial construye una realidad sexual y
no otra, con una interrelación entre los sexos que le corresponde porrypartir de donde
se parte, ni más ni menos; es histórica y contextual.
El ser humano es social, convive con otros formando sociedades más o menos
estructuradas. Pueden ser desde pequeñas tribus hasta naciones muy pobladas. Todas
tienen un orden que se traduce en reglas de convivencia, que demarcan el transitar del
individuo porque debe seguirlas, o por lo menos, no transgredirlas, si quiere
pertenecer a dicha sociedad y ser aceptado y reconocido como tal. Las sociedades
viven cohesionadas en un espacio común y se diferencian intencionadamente de
otras, definen su territorio propio. Se identifican, como todas las cosas, por analogía o
similitud entre sus miembros y por diferenciarse de otros que no pertenecen a su
conjunto. Es decir, presentan una cierta coherencia entre las individualidades que son
parte integrante de la sociedad, un cierto parentesco simbólico y/o real, que les
permite reconocerse como próximos y convivir en mayor o menor armonía sin
esperar una posible agresión por ser diferentes8.
123
que sirve como un potente mecanismo de control y cohesión no consciente al no ser,
ni siquiera, reconocido o percibido9.
El sistema explicativo, que les sirve a los miembros de una sociedad para entender
lo que les rodea, debe ser coherente en sí, puesto que da sentido a todo lo que atañe al
sujeto, a todo el universo del ser humano, y configura el cuerpo ideológico de dicha
sociedad. La exigencia fundamental de todo sistema ideológico es la de servir para
dar sentido a la realidad. Este sentido puede ser muy diverso y no necesariamente
veraz, sí coherente en sí. Por ejemplo, un mito, un cuento, una leyenda pueden tener
sentido pero no tienen por qué reflejar la «verdad» de las cosas. Ésta va modelándose
conforme cambian los ojos que la observan y que, a la vez, forman parte de lo
observado.
Existen dos sexos que pueden contemplar el mundo que les rodea y este hecho se
perpetúa desde que hay vida humana en el Universo, es una constante. Ahora bien,
cada sociedad, en cada momento evolutivo histórico, da una visión o lectura propia
de esa diferencia de los sexos, correlativa a su acontecer biográfico. El sustrato
cultural correspondiente es el que aporta el marco referencial para las interpretaciones
de lo percibido, que, a su vez, determinan lo que vemos y lo que no. Es más, a
menudo, vemos lo que «queremos» ver y la lectura de eso que percibimos le da un
sentido propio y no otro; es siempre contextual.
124
Como ya hemos dicho, el patriarcado es un orden social que surgió en un
momento histórico dado del caminar de la especie humana, aproximadamente entre el
4000 y el 2000 antes de nuestra era. Apareció cuando las circunstancias vitales de los
individuos lo propiciaron. La población había crecido y el alimento para el sustento,
quizá, había empezado a escasear. Para mejorar la producción agrícola, se inventó el
arado, que requería fuerza en su manejo y este hecho determinó una división de tareas
que obligó a una cierta «especialización» de los sexos. Las mujeres, que parían y
amamantaban a los hijos, se dedicaron a cuidarlos y sacarlos adelante en la esfera del
hogar. Cocinaban, tejían, lavaban, reconfortaban a su prole y administraban los
bienes de sustento en casa. Los hombres, con mayor masa muscular y movilidad, y
que no parían ni amamantaban, se especializaron en la obtención de alimento y
defensa. Su ámbito de acción era más público, mientras el de las mujeres, privado.
Había que sobrevivir en un mundo hostil y así se fue perfilando el cometido de los
sexos y el orden patriarcal, que lo reforzó y lo mantuvo a lo largo de los milenios.
Los dos sexos cocrearon una realidad que podría haber sido otra si las
circunstancias, si el contexto en que se dio hubieran sido distintos. De esta manera,
los sexos se «especializaron» en ámbitos de acción separados y se apartaron. El varón
traía alimento, era «productivo», y la hembra traía niños, era «reproductiva». Se
encontraban en el interés común de sobrevivir y sacar adelante a sus vástagos, es
decir, en el papel de padres y pareja conviviente con una hacienda, que administraban
para seguir viviendo. También, como algo que se salía de todo concierto de las cosas,
en el deseo sexual amoroso que, a veces, con su arrebatadora fuerza, va contra todo
sentido y conveniencia.
125
proyección de su realidad conocida. La asimetría de las dos categorías sexuales se
inscribió en todas las cosas: en los valores, particularidades, comportamientos,
emociones, creencias, ideales, lenguaje, simbolismos... Está inscrita en nuestro marco
referencial y nos hace ver y percibir el mundo sobrevalorando el ser hombre y
desprestigiando el ser mujer, sin que tengamos voluntad ni control consciente sobre
ello. La visión androcéntrica se autoperpetúa por el simple uso de nuestro marco
referencial, en el que situamos las cosas para interpretarlas y que heredamos de otras
generaciones que nos precedieron.
Pero las cosas, incluso en un orden social patriarcal, van cambiando. Los adelantos
tecnológicos y el bienestar económico han permitido la liberación de los dos sexos de
sus papeles clásicos. En la actualidad, en la mayoría de las sociedades, las mujeres
además de ser «reproductivas» son «productivas» y el lugar social que ocupan no
sólo es de ámbito privado, sino también público. Su estatus social ha crecido y son
más autónomas, no dependen del varón para sobrevivir. Los hombres, a su vez,
tienden a desarrollar actividades como, por ejemplo, cuidado de los hijos y tareas
domésticas, que antes les estaban vedadas. Poco a poco, se va instaurando la
razonabilidad y la cooperación en la relación de los sexos, sin esa miserable dinámica
de dominio y posesión tan antigua y conocida. Los dos se viven con mayor plenitud y
libertad, conviviendo desde sí mismos y no en ese enajenante empeño de adecuarse
forzosamente a los estereotipos culturales establecidos de lo «masculino» y lo
«femenino». Queda por ver qué realidad sexual social se creará a partir de ese nuevo
marco que se va configurando lentamente.
126
Cada cultura posee unas normas ideológicas que pretenden encauzar a la
población a convivir de una forma determinada y no de otra. Este sistema califica y
nombra lo que es «bueno» y lo que es «malo», y es algo propio de cada sociedad en
un momento concreto de su desarrollo. Así, lo que era «bueno» antaño, a lo mejor, se
convierte en «malo» en la actualidad y viceversa. Toda moral sexual cultural es
correlativa a una sociedad particular en un espacio-tiempo determinado de su
evolución, con una visión del mundo correspondiente que hace que vea las cosas de
la manera que las ve y que destaque como «importantes» unas y no otras. En cada
momento el mal viene definido por la elección del bien y, en otra etapa, este binomio
puede ser otro. En la consideración moral influye mucho de qué marco referencial se
parte.
127
tipo de convivencia que podría ser otro, si las normas fuesen diferentes. Ayuda a la
creación de una realidad sexual concreta y no otra, también posible. La moral sexual
cultural no sólo refleja la realidad, la construye y con sus reglas, que permiten a los
que las siguen unos movimientos y otros no, la perpetúa. Hace de estrategia de poder
en la configuración de un orden previsible de cosas partiendo de donde se parte y
llegando a un resultado que es posible vislumbrar de antemano. Facilita la aparición
de fenómenos, con sus correspondientes excepciones o transgresiones y los denomina
«buenos» o «malos». Genera un discurso sobre su naturaleza y análisis, que refuerza
su existencia recién creada y entretiene focalizando la atención sobre un hecho y no
otro. Estos eventos adquieren una realidad analítica a través de ser nombrados,
conceptualizados y clasificados. Así, conocemos numerosos tratados sobre
perversiones y patologías sexuales y muy pocos sobre la condición sexual humana sin
un juicio moral incorporado, a menudo, encubierto con un lenguaje médico de sano-
insano". Han contribuido a crear una realidad sexual y no otra. La perversión o la
patología y el mecanismo que pretende controlarlas son difundidos simultáneamente
y sumergen a los sujetos en una dinámica de permiso-transgresión en la que, incluso,
esta última contribuye a reafirmar el orden establecido al moverse en el mismo marco
referencial cuyo sistema ideológico usan las personas para interpretar todo lo que les
rodea.
Los conceptos en este campo no son inocentes, presentan casi siempre una fuerte
carga ideológica y conducen a los individuos, de forma «natural», a desenvolverse y a
vivirse de una manera y no de otra, también posible. Es algo que se produce de
manera automática, sin que el sujeto se dé cuenta de ello, ni lo desee; no es ni
consciente, ni volitivo. El individuo es atrapado en un orden de cosas sin que en
realidad lo quiera o perciba. Sólo el razonar y analizarlo posibilita hacerlo consciente
128
y cambiarlo si uno lo desea.
Las relaciones sexuales, contempladas como coitales y nada más que coitales, se
justificaban con la finalidad reproductiva. El fin «natural» del coito era la procreación
y, por tanto, la práctica sexual sin esta intención era «antinatural» y pecaminosa13.
De todas formas, a lo largo de la Historia, incluso en el pensamiento cristiano, hay
vaivenes entre la condenación y el permiso de la carnalidad relacional, eso sí, siempre
dentro del matrimonio. No deja de conmover el hecho de que acabamos por
introyectar la descripción del mundo que nos es narrada desde que nacemos y,
generalmente, es narrada con amor; determina que nos desenvolvamos en un marco
referencial que heredamos de los que nos precedieron, nos socializa.
129
Vivimos en un orden social patriarcal que codifica la asimetría jerárquica entre los
sexos en su sistema explicativo de la realidad y la perpetúa por el simple hecho de ser
usado por los individuos para entenderse. El prejuicio contra el sexo femenino
irrumpe con toda su fuerza en la moral sexual cultural, la cual lo muestra más o
menos abiertamente en cada párrafo14. Así se escribe una historia que podría haber
sido otra. La mujer, como objeto sexual del deseo del varón, se asocia con el sexo,
con la reproducción y el placer carnal, por tanto, con la tentación, el peligro y el
pecado. El sujeto descante es el varón y la hembra es el objeto tentador que le induce
a pecar y a ser condenado por ellols
De esta manera, la sensación amenazante irrumpe en toda relación carnal entre los
sexos, traduce peligrosidad y la «demoniza». A algunos, les excita más porque les
hace «sentir con mayor intensidad», y a otros, les disuade al percibirse incómodos sin
saber por qué. Tanto los unos como los otros caen en la trampa de un contexto en el
que el protagonista no es una convivencia carnal con el otro y su conocimiento
profundo en la intimidad, sino el peligro, la amenaza y su manejo. Se desvirtúa así la
relación íntima entre los sexos y desaparece de la realidad sexual de ambos; los dos
sexos se separan todavía más. El papel principal en esta dinámica relacional lo
desempeña el permiso-transgresión, no el conocimiento y crecimiento mutuo en el ser
acariciado, mirado y abrazado, que ni siquiera se contempla como posibilidad. Eso se
cierra por un discurso moralista confesional que encamina a una actividad contable
sobre cuántas veces se ha pecado o transgredido lo establecido y refuerza el hacer y
no el ser, cosifica al sujeto - tanto al que peca, como al que no, en un ascetismo
militante-, y lo transforma en una «máquina» copulativa. Enajena al ser humano
despojándolo de su hermosa hondura sexual.
130
dure toda una vida, son un tanto masculinas y de moralidad dudosa - la búsqueda y el
anhelo de independencia y autonomía propia, aún, no es un valor que se atribuya a ser
mujer.
131
algo hermoso y único entre un par que les hace confluir en uno, sino el despliegue del
poder y dominio que envenena y envilece todo lo que toca 8.
El poder y el sexo están estrechamente relacionados por un doble vínculo: por una
parte, se le da nombre a las cosas y se gestiona todo lo sexual canalizando la energía
de los sujetos en una dirección «correcta», y además, en las sociedades patriarcales
eso se hace desde lo «masculino» y sobre lo «femenino», al margen de lo que
podamos opinar al respecto. Va implícito en el orden social en el que vivimos y es
conveniente para todos no ignorarlo para no ser «víctimas» e inconscientes
colaboradores con el sinsentido jerárquico sexual. No olvidemos que una vez que el
sujeto haya configurado una determinada descripción de la realidad, su conducta
queda circunscrita a ella.
Todo discurso, para ser eficaz, tiene que ser coherente, lo cual no equivale a
reflejar necesariamente la verdad. El discurso sobre el sexo creó realidades al margen
de su relación directa con la verdad o la falsedad. Con frecuencia, no se trataba de
decir o averiguar la verdad sobre el sexo, sino todo lo contrario, huir de ella, ignorarla
e impedir que fuese dicha19. De todas formas, el sexo, el saber y la verdad están
estrechamente relacionados. A lo largo de los siglos, el acceso al saber fue desigual
para ambos sexos en cuanto a las oportunidades para poder estudiar - fenómeno que
en la actualidad se da sólo en sociedades patriarcales más rígidas-, y en cuanto a la
diferente motivación y aproximación a las ramas del saber. Pesaban demasiado los
132
estereotipos sexuales reinantes que marcaban lo bien visto o lo propio e interesante
para cada sexo, también en el saber. Las mujeres se especializaban en una serie de
conocimientos y los hombres en otros. Cada sexo tenía y producía sus «verdades»
particulares, a menudo ni compartidas, ni conocidas por el otro.
Por otra parte, la cualidad sexual del ser humano es la clave gnoseológica para
entenderlo como tal, lleva en sí la verdad de ser humano, hecho que es acallado e
ignorado por costumbre milenaria. Además, el verbo «conocer» en el antiguo griego
y hebreo, tenía el doble sentido de saber y de intercambio carnal. Denota que el
conocimiento profundo e íntimo del otro se adquiere al tener relaciones sexuales con
él, que es cuando, por lo general, uno se muestra tal como es, sin caretas ni corazas,
que, si persisten, no dejan de ser algo significativo en el contexto relacional.
¿Y cuáles son los motivos para ese ejercicio de poder sobre el sexo? Cabe pensar
que el fundamental es volver al sujeto más manejable quebrantando su voluntad con
la culpa eterna interiorizada y adueñándose de su deseo. Así, se canaliza su energía
133
hacia la producción de bienes, hacia la reproducción y ocupación en el cuidado de sus
hijos y hacienda. No se le deja crear desorden social, político o económico, ni
distraerse de su útil cometido. El futuro y el bienestar social dependen de la conducta
de sus miembros, la importancia de su control irrumpe con aplastante fuerza en todo
lo sexual. Por tanto, hay que organizar la reproducción y el sustento de los pequeños,
normalizar las relaciones sexuales de los individuos y traducir lo establecido en leyes
que aseguren la continuidad de un orden social dado23.
Como sostiene M.Foucault: «los dos grandes sistemas de reglas que el Occidente
ha concebido para regir el sexo son la ley de la alianza y el orden de los deseos» 25.
Los deseos se encauzan y se controla su aparición. Se lucha contra las imágenes que
pueden provocarlos o se las maneja según la conveniencia, hecho que propugna el
estancamiento en una dinámica concreta que desvirtúa la realidad de los sexos. Sigue
134
reinando el binomio de permiso-transgresión y los desvíos ya aparecen
predeterminados por él; la regla lleva en sí también sus previsibles rodeos y los
sistemas para perseguirlos, y eso configura un lenguaje y acciones que crean
fenómenos y realidades.
También se interviene desde las ciencias, sobre todo las médicas, que dictan lo que
es conveniente y sano y lo que no lo es. Existe una medicina de sexo centrada en la
función reproductiva y en las conductas de riesgo que pueden perjudicar la salud. El
sexo se contempla como conducta coital que refuerza la enajenante tendencia
reduccionista del paradigma dualista. El profundo placer formativo y reafirmante no
se considera como finalidad de las relaciones sexuales. Es algo que ni se concibe y,
por tanto, no circula en el saber colectivo asociado a la conducta sexual.
135
«demonios» asfixiantes. Ha deformado el sexo y a los sexos convirtiéndolos en
dependientes sombras que llevan en sí impresa la culpabilidad por ser humanos. Ha
contribuido a reducir el sexo y a que sea manejado como un artículo de consumo, de
compra-venta que proporciona una inmediata y efímera gratificación. Ha sido clave
en la construcción sexual de la realidad, que podría haber sido otra.
136
de conciencia más elevado, lleguemos a un estado de cosas en que un sexo no
esclavice al otro, que a su vez lo esclaviza, y que los dos convivan en comunión, no
como contrarios que esperan ser agredidos a la menor ocasión, sino como
cooperadores de igual valor a pesar de ser maravillosamente diferentes.
Desde que el mundo es mundo ha habido dos sexos, mujer y hombre, con sus
cuerpos e identidades distintas. Sin embargo, la lectura de este hecho fue y es
contextual. No es posible separar la conceptualización de los fenómenos, que influye
en lo percibido, del discurso ideológico cultural en uso. Interpretamos lo que vemos
en un contexto dado y lo visto adquiere significado para nosotros en él. No obstante,
sí se producen acontecimientos e innovaciones que aceleran la creación de otras
realidades. Se podría citar, como ejemplo, el descubrimiento de los anticonceptivos o
de la penicilina, que han influido en una mayor libertad sexual de ambos sexos.
Esta realidad duró hasta la aparición en el siglo xviii de un nuevo modelo de dos
sexos, que, de todas formas, seguía llevando en sí una valoración jerárquica
asimétrica entre ambos y que persiste hoy en día, aunque de una manera más
difuminada. Por aquel entonces, algunos pensadores insistieron sobre el dimorfismo
corporal radical apoyándose en recientes descubrimientos biológicos. Se demostró la
diferente naturaleza de los dos sexos y se contemplaron ambos como una realidad, los
dos pasaron a tener categoría ontológica. De esta manera, la biología se convierte en
la que marca y fundamenta lo social, es decir, el hombre y la mujer no «son» por lo
que hacen, sino por lo que son en sí, en su corporeidad28.
137
es la naturaleza, es lo otro extranjero y extraño, a menudo, indómito, incomprensible
e incierto. A su vez, el hombre se ha asociado a la cultura, a lo instrumental, a lo
objetivo y verdadero. No deja de ser una división artificiosa e intencionalmente falaz.
Tanto el hombre como la mujer pertenecen a la naturaleza y son constructos sociales
y culturales. Los dos sexos viven en un único espacio-tiempo y no en planetas
diferentes; se van formando en una interrelación sincrónica.
Este sistema atrapa a ambos sexos en unos marcos referenciales concretos que, a
su vez, se unen en una realidad sexual mutilante. Así, al asociar al varón con lo
objetivo, se le limita el acceso a su propia subjetividad, a sus emociones que son
inciertas y difícilmente traducibles en palabras. Este campo es reservado a la mujer
por ser más próxima a la naturaleza, por ser más emotiva, pero se le limita el acceso a
la razón, a lo objetivo29. De esta manera, se van empobreciendo las potencialidades
de ambos que quedan sin desarrollar. La frustración de las tendencias individuales
emerge en forma de dolor, con frecuencia inexplicable e inconsciente. El connotar
artificialmente las distintas cualidades como propias al hombre o a la mujer conduce
al final al sufrimiento del individuo, porque se convierten en prescriptivas, es decir,
los sujetos para entenderse dentro del sistema explicativo que manejan se esfuerzan
de forma «natural» por adecuarse a él, acallan sus tendencias y potencialidades para
parecerse a los estereotipos en curso, lo cual es enajenante y produce dolor.
138
ban antes, pero se ven, se nombran, se destacan como importantes o no según el
contexto histórico cultural del momento, lo cual genera creencias y crea realidades
distintas partiendo de un mismo objeto de estudio.
139
A lo largo de los milenios, la mujer, siempre al ser mirada y vivenciada por el
hombre - su compañero en el devenir de los tiempos- ha ido oscilando entre los polos
opuestos de poder experimentar un placer desmesurado y desbordante, y poseer una
frialdad gélida e indiferente. De todo ha habido, pero esa consideración se le da desde
el sujeto varón y sus expectativas contextuales del momento. En las sociedades
patriarcales, los hombres han ido configurando la imagen de la mujer más adecuada a
las circunstancias históricas del momento. Así, por ejemplo, a finales del siglo xviii
fundamentándose en el descubrimiento de que para procrear la mujer no tenía por qué
sentir placer sexual, apareció como posibilidad una mujer sin pasión y, sin embargo
reproductiva. Este hecho propició una realidad sexual en la que la esposa era la
contenida dueña del hogar y respetable madre de los hijos, y en la que la lujuria y la
sensualidad se reservaban a las otras, los espejismos colaterales de su vida de
ensoñaciones turbulentas.
Parece obvio que tanto la mujer como el hombre, por ser humanos, están
preparados para sentir placer. El acceso a éste puede obstaculizarse sólo por creencias
y consideraciones culturales del momento3s Quien no concibe que pueda ocurrir
algo, difícilmente lo vivirá. Es como esas profecías autocumplidoras que suceden al
ser dichas; el sujeto tiende a confirmarlas de forma no consciente en su proceder.
140
los posteriores descubrimientos de Masters y Johnson se volvió a hablar de la
importancia del clítoris para alcanzar el orgasmo, y aunque parezca mentira, sonó
para la mayoría como algo revolucionario y nuevo, a pesar de ser un conocimiento
milenario. Es curioso e inquietante cómo el contexto ideológico cultural nos
determina en lo más profundo de nuestro ser sin que nos demos cuenta y, por tanto,
sin que tengamos control sobre ello.
141
juntos. ¿Qué importancia tiene? Son espejismos placenteros que gratifican sin más,
no traducen sentimientos, no atan, no conmueven. Se quedan en la superficie,
resbalan y desaparecen en el vacío de la nada. La cuestión es no implicarse ni
comprometerse, pero disfrutar, ¿por qué no? Se vive «como si» y el tiempo va
pasando para no volver; se muere un poquito más. De esta manera, se construye una
realidad sexual que podría ser otra, más auténtica y hermosa, más propiamente
humana, trascendente y significativa.
Tanto los hombres como las mujeres son objetos de deseo y sujetos descantes,
pero al vivir en sociedades androcentristas se subraya la cualidad de sujeto descante
del varón, fenómeno que se refleja con claridad en el erotismo de consumo. Éste está
concebido para su gusto, muestra, pero también crea lo que es deseable. No obstante,
en la actualidad, las mujeres, al ser productivas y disponer de dinero propio, han
pasado a ser tomadas en cuenta como sujetos consumidoras y a ser blanco del
mercado de consumo sexual, aunque en distinta forma.
142
justa entre el que corteja y conquista y el objeto de su empuje libidinal. No deja de ser
algo parecido al asalto de una fortaleza que se resiste a ser tomada. Si el dominio y el
poder se introducen en la escena sexual se obtiene una realidad en la que el
protagonista es el poder y quién lo sustenta. El vencer produce placer que se disfraza
en sexual por desplazamiento.
143
da en cada instante vivido.
144
No nos podemos liberar de nuestra historia, en
cambio podemos entenderla. Entenderla buscando las
respuestas que hoy nos son necesarias.
ALESSANDRA BOCCHETTI,
Hegel decía que la historia es lo que el hombre hace con el tiempo. Trataremos de
llevar a cabo un enfoque sexológico de nuestra historia, que sea gráfico y, a la vez,
consistente. Para ello, se podría dividir artificialmente lo que el hombre ha hecho con
el tiempo según el marco referencial o paradigma sexual que ha usado el individuo
existente para entender lo que le rodea y a sí mismo. Es un acercamiento diferente a
la historia, pero evoca, en cierto modo, lo similar de las realidades sexuales que se
construyeron partiendo de un paradigma dado. No es una cuestión insignificante sino
central y radical para el sujeto existente, hombre o mujer, que interactúa con el
Universo en el que le ha tocado vivir y que va construyéndolo en esa interrelación,
que, a su vez, le configura a él mismo'. Es todo un mu tuo proceso sincrónico en el
que el sujeto es al mismo tiempo objeto, es activo y pasivo, es totalidad y parte en ese
dinámico fluir vital. El mundo real, el mundo conceptualizado que le hace de filtro
perceptivo, el existente corpóreo y los otros, son aspectos importantes en la
configuración del ser humano como sexual.
145
creemos, sentimos y hacemos se impregna de esta idea central y configura realidades
e individualidades que portan esta premisa en sí mismas.
Por otra parte, ¿de qué hablamos al hablar de sexo? ¿De nuestra condición sexual
146
como humanos que somos y su radical trascendencia? Este aspecto, casi siempre,
pasa desapercibido y olvidado en el discurso sobre el sexo, que, a menudo, se
entretiene en peculiaridades de hacer, que por algún misterioso mecanismo
simplificador pasan a definir el ser; es decir, la identidad del sujeto es definida por lo
que hace. Las prácticas sexuales se transforman en esencias identificatorias y
fenómenos, que crean realidades al ser nombrados, analizados y difundidos. Cabe
pensar que es una estrategia más del poder, que modula un discurso que podría ser
otro. Así, se desvía la atención de la condición sexual humana, pura y elevada, de
profunda belleza, trascendente y mágica en ese íntimo confluir de corporalidad
espiritual que piensa y siente, y se abre en un abrazo a esa otra, que la saluda y la
acoge en su ser, y la transforma al hacerlo transformándose a la vez.
147
humana y se corresponde con la visión mítica del mundo y el reinado de la biosfera
sobre la noosfera, es decir, de lo físico sobre lo racional. Las leyes que rigen esta
realidad no se basan en la razón o la justicia, sino en la fuerza física y el dominio, en
vencer y someter al contrario, al extraño que no es como uno. Para sobrevivir se
lucha, se vence y se domina; es un estilo de vida que evita la muerte en estas
circunstancias hostiles. Además, se poseen cosas, que también pueden ser personas,
es decir, esclavos, mujeres y niños.
Él paradigma antiguo de sexo único fue vigente hasta el siglo xvIII, cuando
apareció el moderno de dos sexos, que se solapa con el surgimiento de una nueva
visión del mundo, la mental o racional. Este moderno paradigma se sitúa en el siglo
xvI concurriendo con el desarrollo industrial, que favoreció dicha visión del mundo.
Ya vimos, que cada visión del mundo se caracteriza por sus propios paradigmas.
Éstos se van sustituyendo poco a poco en el devenir de los siglos y por eso no hay
una coincidencia exacta entre las fechas. Las cosas cambian muy lentamente y los
números que marcan los acontecimientos históricos son sólo codificaciones que los
anclan en nuestra memoria. La historia es un proceso continuo y los hechos o las
ideas van naciendo, creciendo, madurando y muriendo o no, muy despacio.
148
Él hombre empezó a dominar la esfera pública, poseía el poder e incluso su Dios
era un dios masculino que sustituyó a la Gran Madre todopoderosa con su primitiva
religiosidad animista, característica de la visión mágica del mundo. Seguramente, a
partir de este momento y al entrar en conflicto los paradigmas de cada visión del
mundo, es cuando surgió una animadversión contra lo «femenino», la cual se tradujo,
también, en una creencia negativa acerca de la sexualidad femenina, que pasó a ser
considerada impura y maligna, peligrosa y amenazante para el varón. Una forma de
controlar la sexualidad de la mujer era la de hacerle hijos, que la sujetasen y le
quitasen la energía sobrante al tener que invertirla en el embarazo, parto, lactancia y
cuidado de sus pequeños - su razón de ser-. La mortalidad infantil era muy alta y el
peligro acechaba por doquier. Aunque el valor que se daba a la vida, tanto propia
como ajena, era muy diferente al que manejamos hoy en día, los hijos se
consideraban como bienes y, a menudo aseguraban su presente y su futura vejez.
Los ciudadanos en la Grecia Antigua eran los hombres libres, no las mujeres,
reconocidas como esposas, hijas, hermanas o madres de un varón. Por tanto, la
relación entre los sexos seguía siendo política, la de alguien de sexo masculino que
gobierna al del femenino. Los hombres ostentaban la condición de sujetos, las
mujeres no. La relación erótica como tal, se desplazó a la de los hombres con los
muchachos, no con sus esposas, salvo excepciones particulares. El amor o el deseo
suelen nacer entre pares, la mujer no lo era para un hombre. Existían cortesanas,
algunas sobresalientes y famosas, y sacerdotisas, que se escapaban un tanto a este
orden de cosas presentando una cierta autonomía y siendo consideradas por ellas
mismas y no por ser pariente próximo de un varón, pero fueron singularidades que se
salieron de lo establecido y así han pasado a la Historia. Por otra parte, ya entonces
surgieron algunas voces que proclamaban los derechos de la mujer a ser considerada
como sujeto4.
Los hombres eran los que tenían que ejercitar el dominio de sí, la templanza,
mantenerse en forma, convertirse en ciudadanos libres y seguir unos valores, cultivar
la amistad y las artes, gobernar y filosofar. Las mujeres les tenían que agradar y
149
cautivar, pues en ello les iba la vida. Se cuidaban para asegurar su futuro al
conquistar a un varón que les daba su nombre y a la sombra del cual vivían. Eran
educadas desde que nacían para ser esposas y madres, y si no lo lograban, su futuro
quedaba incierto, inútil y se apagaban sin nombre ni sentido.
Las mujeres servían sobre todo para procrear y satisfacer las necesidades
fisiológicas del hombre que debía mantenerse en forma. Para ello había que
gobernarlas y refrenar sus primitivos impulsos. Se edificó toda una dietética sobre la
práctica de los placeres, entre ellos el sexual, por supuesto con tendencia restrictiva.
Los griegos creían que el abuso de la actividad sexual demostraba una debilidad o
falta de dominio de sí y podía repercutir en el estado de aquél que hacía mal uso de
los placeres, también de los de la carne, y minarle como persona y ciudadano libre.
Como comenta M.Foucault, había «una inquietud que giraba alrededor de tres focos:
la misma forma del acto, el costo que entraña y la muerte a la que está ligado»5. Se
consideraba que en el comportamiento sexual existía un papel honorable, el del que
es activo, ejerce su superioridad y penetra, y uno que no lo era, el del que es pasivo,
inferior y es penetrado. La actividad sexual se describía como una necesidad
fisiológica más dentro del frágil funcionamiento corporal, susceptible de causar males
y de evitarlos si se hacía buen uso de ella. Se creía que el humor espermático poseía
un alto valor vital y no había que despilfarrarlo sin mesura, porque esto podría
debilitar al individuo. Se tendía a atribuir a la abstención sexual efectos positivos para
el individuo, sobre todo en algunas corrientes filosóficas como la de los estoicos.
150
peculiar erotismo de lo prohibido o, según algunos autores, acabó con él'.
Én los tiempos del auge del cristianismo, los humanos se arreglaban entre ellos a
través de los mandatos de Dios y sus dogmas. El poder de la confesión, como medio
de control y canalización de las energías, era muy importante para ese fin. También
las cruzadas para defender y exaltar la fe, la implacable Inquisición en busca de los
herejes, brujas y pecadores acérrimos hacían su papel de aglutinar individuos en
realidades concretas, que podrían haber sido otras. Todo un colosal despliegue de
fuerza coercitiva alrededor del saber y la sexualidad, que dirigía la mirada hacia Dios
y la desviaba de lo humano.
151
Por otra parte, se cree que el amor-pasión apareció en Occidente en el siglo xii10.
Conduce al amor romántico, platónico o no, ajeno al matrimonio, y, por tanto,
imposible y que, irremediablemente, acaba en tragedia. Así son sus reglas que, sin
poder evitarlas, se cumplían como en un juego amoroso atroz. La dama es idealizada
hasta la perfección. Se la coloca en un pedestal y se le brinda culto como si fuese una
diosa particular del enamorado, inalcanzable y lejana. El vasallo de su dama intenta
hacer grandes proezas para ser merecedor de su mirada y afecto, pero todo es en
vano. La unión de los amantes es imposible en este ideal de amor. La dama está
desposada o hay algún otro motivo sólido que impide el encuentro carnal de los
amantes conduciéndoles a su triste fin. El amor entre el hombre y la mujer en este
modelo se permite en tanto en cuanto es platónico y conlleva el sufrimiento,
enclaustramiento, limitación, dolor y posterior destrucción`. En realidad es muy
casto, por eso se prepondera. No se trata de un amor entre los sexos, ellos no son los
protagonistas. Se trata de que al único al que se puede amar es a Dios y la unión por
amor permitida es con el creador después de morir, incluso en vida. Él es el único que
reconforta y acoge.
En nuestros tiempos sigue siendo muy vigente esta división artificial entre el amor
romántico y el sexo, aunque no sea algo consciente. La gente sigue enamorándose del
amor y parece que es eso lo que se busca. ¿Y la caricia recíproca que enlentece el
tiempo? ¿Dónde queda nuestra corporalidad espiritual que siente y piensa y que se
abre en un abrazo infinito al otro? ¿Se convierte el sexo en algo primitivo y rápido,
una simple descarga de tensiones más o menos placentera y necesaria? ¿No será que
arrastramos creencias e ideales ya desfasados en nuestros tiempos? El amor sexual
con un «final feliz» es posible, ¿por qué no?, siempre y cuando uno no se empeñe en
escenificar un juego siniestro de autosacrificio y destrucción estéril. ¿Para qué sirve
152
tanto suspiro y sufrimiento? ¿Hace a alguno de los dos más feliz, más humano, más
libre y realizado o se trata de un entretenimiento miserable consigo mismo? ¿Se
puede enamorarse de verdad del otro y no del amor? ¿Por qué no?; somos personas y
no efímeras sombras de un mundo de ensoñaciones enajenantes. No deja de ser una
traducción más del paradigma dualista, que separa el cuerpo y el alma, la tierra y el
cielo desvirtuándolo todo de forma artificial.
No obstante, además de las damas estaban las otras que no lo eran. No olvidemos
que la esclavitud y la servidumbre sin apenas derecho alguno no se abolió en muchas
naciones hasta después de la Ilustración. Los señores tomaban y disponían, yacían y
hacían hijos sin mayor revuelo general, era lo «natural»; las mujeres estaban allí para
uso y disfrute, y para traer niños al mundo. Pero, por supuesto que había historias y
parejas que se escapaban a ese orden «normal» y escribían su prosa o verso
particular, sólo perteneciente a ese par que es uno.
Lentamente, los siglos avanzaban y las cosas iban cambiando. Se iban abriendo
camino nuevos valores como la razón, la justicia y la libertad. La fuerza física del
macho y el poder reproductivo de la hembra iban siendo trascendidos en ese devenir
biográfico del ser humano. Los imperios dieron lugar a los estados que dictaron otras
leyes, las cuales permitieron que sus ciudadanos se entendiesen entre ellos y ya no
sólo a través de los mandatos de Dios o sus representantes en la tierra. Poco a poco, el
Estado y la Iglesia se fueron separando, aunque siguieron en estrecha relación
colaboradora, pero ya eran ámbitos de poder diferentes, que regían la realidad del
ciudadano cada uno desde su campo de acción. La gente comenzó a situarse en el
mundo de forma laica funcionando por pactos, contratos y conveniencia mutua12.
153
prohibiciones alrededor de la sexualidad, valorando exclusivamente la adulta y dentro
del matrimonio, con los imperativos de decencia, evitación obligatoria del cuerpo,
silencios y pudores discursivosls
Este período coincide con un estadio evolutivo de la conciencia del ser humano
cuya visión del mundo es la racional, que incorpora y trasciende a la mítica. En este
154
contexto aparece el sujeto como categoría ontológica con su nueva identidad egoica,
no basada en su papel social, que, a su vez, incorpora y trasciende. Se prepondera la
razón relegando al cuerpo físico. Continúa en plena vigencia el paradigma dualista,
también en cuanto a la concepción del sujeto. Este adquiere una nueva actitud
reflexiva abandonando la incuestionabilidad de principios morales y religiosos
anteriores.
A su vez, la moralidad hace traslucir una cierta autonomía del sujeto, que pasa a
ser el que decide sin recurrir a los mandatos divinos y que, por tanto, es responsable
de sus elecciones. Esta inquietante libertad moral laica fue abordada con
determinación por la misma Ilustración, que intentó rellenar el vacío de sentido sin
Dios con teorías morales que reflejasen los nuevos valores de la razón, la igualdad, la
fraternidad y la libertad, pero que, al mismo tiempo, canalizaran la energía del nuevo
sujeto en una dirección apropiada para ser productivo y útil en el orden industrial con
su pujante capitalismo.
Con los nuevos valores en boga y un nuevo orden, por fin, aparecen dos sexos,
cuyos representantes son ciudadanos libres con derechos y responsabilidades,
supuestamente iguales ante la ley, aunque el cambio no es tan rápido y la sociedad
sigue centrada en el varón, que es el sujeto privilegiado; no en vano, la
discriminación en función del sexo y la doble moral siguen persistiendo, incluso en
nuestros días. Sin embargo, ya existen dos sexos sujetos, que construyen una realidad
sexual diferente y nueva, es la de entre los pares19. Así, los dos tienen corporalidades
e identidades propias, las cuales se intenta estudiar aplicando la razón. Los
pensadores y los científicos, basándose en los recientes descubrimientos biológicos,
proclaman la diferente naturaleza del hombre y de la mujer y esta última pasa a tener
su entidad independiente, es decir, ya no es una especie incierta de varón detenido en
su desarrollo sin llegar a completarlo20. La razón fue el pretendido punto de
encuentro de distintos discursos acerca de los sexos, aplicando los otros valores
155
vigentes como la igualdad y la libertad.
Otro fenómeno del siglo xviii, que es importante reseñar, fue el surgimiento de la
«población» como problema económico y político. Las poblaciones presentan
variables como la natalidad, la mortalidad, la morbilidad, y necesidades como la
alimentación, la salud y la vivienda. El sexo se sitúa en el centro de esta problemática
y, por tanto, se legisla y se gestiona con decisión'. A su vez, eso propicia otro
fenómeno y es la aparición de la pareja, la más pequeña agrupación humana
productiva; es el «nacimiento del número dos», que comparte una propiedad privada
común23. Esta unión se protege - en ello le va su bienestar a la sociedad burguesa - y
se gestiona su funcionamiento y actividades, también la conducta sexual, que es
regulada y reprimida para canalizar la energía de los individuos en el producir, y
evitar que se dispare la tasa de natalidad, lo cual podría causar problemas económicos
e inestabilidad en el sistema24.
Ya hemos visto algunos de los distintos mecanismos del poder sobre el sexo,
desde el discursivo explicativo, que produce unas verdades y no otras, hasta el
coercitivo punitivo25. La pastoral cristiana siguió influyendo en la construcción de
una realidad sexual con la sombra de pecado proyectada, incluso sobre lo que se
desea o se fantasea. Contribuyó al reforzamiento de sexualidades polimorfas, como
respuesta transgresiva a lo prohibido, y desvió el discurso acerca de los sexos a lo que
se hacía, a las prácticas y deseos, despojando el sexo de su hondura, y al ser sexuado
y sexual que se vive y se expresa como tal.
156
aparecieron campañas sistemáticas de persecución - apoyadas por las exhortaciones
morales, religiosas y medidas legislativas-, que trataron de encauzar la conducta
sexual de la población, centrándose, para preservar el orden económico y político en
curso, sobre todo en la familia, que es la clásica unidad social que se controla.
157
Esto cristalizó en la artificialidad de movimientos, modas, y hasta en el estilo
arquitectónico. La sobriedad en las formas y maneras caracterizó la época victoriana.
Poco a poco, el hombre se iba convirtiendo en un conformista autómata reducido a la
superficie ocupada en la cotidianidad; había perdido su sentido. Así, en el siglo xix
nace la variedad moderna del hastío29 y reaparece con toda su fuerza la angustia de la
muerte, relegada durante siglos al inconsciente. Los seres humanos comenzaron a
buscar el sentido a su existencia al margen de Dios, es lo característico del individuo
racional con su identidad egoica.
158
de liberación de la mujer fue extendiéndose y organizándose más allá de los límites
nacionales. No combatía contra uno u otro trato injusto concreto, sino que defendía el
lugar propio de la mujer como sujeto social igual al del varón, con sus derechos
legales que les protegían como dueños de sí mismos, no dependientes de otro sexo.
Se luchó largo y tendido para conseguir, ya en el siglo xx, el derecho a votar y, por
tanto, decidir su futuro como ciudadanas sin delegarlo en el «cabeza de familia».
Emergía un nuevo orden sexual que no tenía ningún precedente histórico. Gracias a
todas estas mujeres, a su apasionado sacrificio, hoy podemos caminar en igualdad de
condiciones y disfrutar de nuestra riqueza como sujetos pares, maravillosamente de
igual a igual.
A partir de las tres últimas décadas del siglo xix la represión alrededor del sexo se
fue aflojando hasta la Segunda Guerra Mundial y sus regímenes fascistas. La libertad
de los dos sexos aumentó y continuó así después de finalizar la guerra, aunque de
manera desigual según el orden político de cada país. En España, concretamente, con
el régimen franquista volvió a aparecer una fuerte represión sexual. Pese a todo, el
siglo xx se caracterizó por traer aires refrescantes al campo sexual.
159
enfermedades, como el SIDA y otras producidas por los virus de dificil erradicación.
Por supuesto que este hecho ha influido en nuestras costumbres y actitudes. Hizo
renacer el viejo fantasma del peligro asociado con el sexo.
160
En este siglo, la sexualidad ha pasado a ser central, aunque un tanto obsesiva, con
metas y objetivos. Se ha continuado poniéndole destino, el cual sigue siendo coital y,
todavía, centrado más en el varón. Se ha desprestigiado en exceso el viaje mismo que
es la sexualidad y se ha seguido ignorando la inconmensurable dimensión sexual del
ser humano, mujer u hombre, que es un continuo biográfico personal e irrepetible. La
condición sexual humana, su trascendencia y hermosura, es ese gran tesoro nuestro
que queda por descubrir y hacerlo emerger de lo no manifiesto, de lo no reconocido,
más allá de patologías y transgresiones o aritmética obsesiva en el hacer, sencilla -
que no simple - y majestuosa por ser eso, humana.
161
El hecho sexual humano es el hecho de que el
sujeto humano se hace, se vive y se expresa como
sexuado.
EFIGENIO AMEZÚA,
162
manifiesto y expresan esta enigmática energía vital nuestra que reclama su
realización; somos un proyecto de llegar a ser, no algo concluido y estático3. Si ese
proceso de crecimiento se ve interrumpido y estancado en un punto, se genera dolor y
sufrimiento, a menudo inexplicable. Suele aparecer en forma de una sorda desazón,
persistente e incomprensible, que va carcomiendo por dentro al sujeto y se vive como
una especie de frustración vital. Esta intencionalidad truncada se codifica y se desvía
en otras, expresándose en nuestro estar, en la conducta. Todo lo que manifestamos o
no, hacemos o dejamos de hacer es una cristalización de nuestro interior, de ese fluir
armónico o bien, atormentado4. En el terreno sexual, esto se revela con mayor fuerza
dramática al pertenecer a lo íntimo integral de cada cual, a lo troncal que vertebra al
sujeto, a lo que es vital y trascendente.
El que haya dos sexos, que se van formando en estrecha interacción y que se
reproducen sexualmente combinando sus genes, desemboca en el nacimiento de un
individuo único e irrepetible. Es un medio para crear diversidad y dar paso a la
evolución adaptativa de la especie. La vida y la muerte en una cópula eterna, uno de
cuyos resultados somos los seres humanos - la energía hecha carne que no es sólo
carne.
No existen dos sujetos iguales; a pesar de tener una base común que nos
caracteriza como humanos, cada uno es diferente y tiene una identidad propia. De
esta manera, toda individualización conduce a la formación de un sujeto distinto que
se reconoce como tal; es lo diferente, lo único que, por tanto, implica separación y
soledad. Al mismo tiempo, cualquier ser humano es social, hasta el punto de que
depende del reconocimiento de otro para adquirir constancia de su unicidad. En ese
menester, en esa eterna búsqueda de otro importante, cobra vida la tendencia fusional
inherente al ser humano sexual. Los dos opuestos, como son las necesidades de
fusión y de individuación, pasan a ser inseparables y configurar un continuum en el
proceso de formación de un sujeto.
163
Los individuos son miembros de la sociedad en la que conviven y su cualidad de
únicos aporta una rica diversidad que se codifica en peculiaridades, matices e,
incluso, excentricidades en el hacer. Por eso mismo es tan dificil o arriesgado hablar
de lo «normal» refiriéndose al ser humano, porque no hay ninguna luz sin sombras6.
Cada individuo sexual, a pesar de una base subyacente y una socialización común, es
diferente, y su conducta, que trasluce su mundo interno propio, es distinta y peculiar.
Se va moldeando a lo largo de su historia personal en el contacto con otros
importantes, que con su mirar hacen que se desarrollen unas facetas y no otras de su
ser.
Como ya hemos dicho, el ser humano puede ser hombre o mujer y son los dos
modos de ser sexual en estrecha interdependencia en el aquí y ahora. Ambos sexos
son humanos y tienen una base subyacente común. Además, las polarizaciones
«puras» son abstracciones mentales, características de nuestra codificación simbólica
en categorías binarias, que usamos para interiorizar los conceptos o fenómenos. En la
realidad, tales polos no son tan puros y, de alguna manera, cada sexo lleva en sí al
otro. Así, la tensión entre lo «femenino» y lo «masculino» conceptualizados se
atenúa. La polarización forzada entre ambos sexos puede conllevar dolor y
sufrimiento al tratar los individuos de adaptarse a lo que se espera de ellos por ser de
un sexo o de otro. Lo que sucede es que se produce un choque entre el mundo de las
ideas y creencias, y la realidad de las cosas. A veces, la codificación simbolizada
164
fuerza a unas interpretaciones artificialmente binarias y excluyentes8. La infinita
variedad de matices que se dan en los individuos, y que no se adecúan por completo a
lo conceptualizado, es uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza que no
dejan de sorprender en el acercamiento a ese ser sexual único y concreto. La
diferencia sexual se inscribe a partir de lo particular y propio de cada uno9.
12.2. SEXUACIÓN
Cabe destacar los agentes biológicos, como pueden ser los genéticos, los
165
gonadales, los genitales, los endocrinos y los cerebrales. Todos ellos intervienen en la
sexuación de nuestra presencia corpórea. Esta acción biológica está en estrecha
relación con la ambiental, porque a través de las hormonas, los múltiples receptores y
los nutrientes, lo externo se traduce en interno que influye de manera importante en lo
corpóreo. Puede que active unas glándulas e inhiba otras, establezca sistemas de
reacción neuronal que se anclan como referencia a determinados estímulos y se
desencadenen reiterativamente cada vez que se repita o se recuerde este estímulo.
Esto se traduce en mayor desarrollo de unos sistemas y no de otros que van
modelando la corporalidad.
166
Asimismo, el ser humano se va haciendo al socializarse y ese proceso, también es
un agente sexuante muy potente. No nacemos sabiendo las cosas, sino que las vamos
aprendiendo conforme vamos creciendo, conforme nos son contadas. De esta manera,
lo corpóreo, lo mental y lo social se encuentran estrechamente interrelacionados. Un
individuo depende de otros para ser reconocido como tal y apenas puede hacerse
persona si éstos le faltan, ya que le van moldeando con su mirar, con su tocar y con su
amar. Así, nuestro cuerpo sexuado se convierte en una continua y palpitante vivencia
que integra lo interno y lo externo, que cambia a cada instante a pesar de preservar su
identidad biográfica, su integridad, es decir, trasciende el momento presente, es en
cierto modo atemporal aunque finito. Quizá, el reto último es comprender cómo los
factores medioambientales y sociales se combinan con los genéticos para dar esa
variedad infinita que nos es característica a los humanos.
El hecho sexual humano genera mucha diversidad no sólo en cada individuo, sino
también en cada sexo. El sexo femenino y masculino están inscritos profundamente
en los cuerpos, que siempre son sexuados. Este fenómeno sexual está codificado en
cada célula de nuestro ser esté donde esté. Sin embargo, las tres áreas más
significativas para la diferenciación sexual del individuo en formación son los
genitales internos o gónadas (ovarios y testículos), los genitales externos (complejo
de clítoris-vagina y pene) y el cerebro. Pero eso no justifica que la condición sexual
se vea a menudo reducida a los genitales, a lo más visible, ya que la totalidad no
puede explicarse por una de sus partes. Todo forma un enigmático conjunto
interconexionado que sólo hemos desvelado en parte".
167
Ya para terminar, no quisiera dejar de contribuir a la desmitificación de la leyenda
de una Eva construida de una costilla de Adán. Las unas y los otros se configuran en
mutua interdependencia sincrónica y, en todo caso, a pesar de que el sexo genético se
establezca en el instante de la fertilización, en ausencia de la acción de hormonas
sexuantes en los momentos claves, el desarrollo fetal «natural» es la de una
trayectoria femenina dando como resultado un bebé hembra, incluso con el par sexual
de cromosomas - y12. No se trata de entrar en una polémica sobre la importancia de
este hecho, sólo reafirmar que el sexo y los sexos son contextuales y la lectura que se
hace del fenómeno diferencial entre ellos es siempre histórica. Un mismo hecho
puede ser interpretado de maneras contrarias dependiendo de los ojos que lo
contemplan y de lo que quieren o están preparados para ver. Lo que sucede es que
esta lectura lleva implícita un sentido ideológico y configura la realidad sexual del
sujeto.
Por otra parte, han existido y existen pensadores que creen en una cierta
bisexualidad orgánica latente del ser humano y que un sexo, de alguna forma, lleva en
sí mismo al otro13. Quizá, podría tratarse simplemente de que ambos sexos son
humanos, con una base común y que las cualidades «femeninas» y «masculinas» no
orgánicas o estructurales son contextuales y algunas cambian con los tiempos. Lo que
persiste a través del devenir biográfico del ser humano como lo inmutable, quizá, sea
lo que caracteriza de verdad a cada sexo. De todas formas, es algo dificil de
aprehender porque siempre pensamos desde nosotros mismos y somos una
concreción corpórea histórica contextual. Nos es imposible desprendernos de nuestra
herencia biográfica, la llevamos inscrita en nuestra piel, lo cual influye y, a veces,
determina la interpretación que damos a lo que vemos.
12.3 SEXUALIDAD
168
transmitir a otro. Ancla sus raíces en la conciencia de ser de ese sujeto y estructura su
identidad sexual como reconocimiento de su ser humano14
La sexualidad no se puede separar del cuerpo, que la transforma en una clave para
superar el aislamiento y la soledad que implica toda corporalidad individualizada.
Colma la tendencia fusional que presenta toda individualidad separada, puesto que
para ser reconocida precisa de otra que, a su vez, la necesita para el mismo cometido.
Es un mutuo mirar y tocar que nos hace crecer en un compartir de vulnerabilidades.
Por todo ello, la sexualidad es un valor importante y como tal, merece la pena
reconocerlo y cultivarlo".
169
pasado a través de ese eterno presente que nos va formando. Somos un cuerpo
vivencial inmerso en un dinámico fluir vital. Somos energía corporeizada con
conciencia de ser y ésta implica intencionalidad de perdurar.
Sin duda, la sexualidad es un valor que merece la pena cuidar y cultivar, y esto
está relacionado con el respeto y amor hacia uno mismo, sin pretender ser un ideal
estereotipado, sino un cuerpo real y, por tanto, perfecto en su imperfección personal e
irrepetible. No somos ideas «a propósito de», somos seres corpóreos reales, vivos, a
veces, maravillosamente. La conciencia intencional de ser, lejos de un acto de
restricción en que se convierte con frecuencia, pasa a reconocer nuestra condición
sexuada que posibilita la peculiar y particular vivencia de este fenómeno, siempre
subjetiva - porque es desde uno mismo - e intransferible, aunque es inseparable del
vivir en sociedad y ser socializado en ella. Lo externo y lo interno están
estrechamente interrelacionados. Nos vamos formando en la sociedad y nos
convertimos en personas al tratar con otros que inciden en nuestro desarrollo. Así, el
ser humano se troca en cristalización de una naturaleza socializada y culturizada.
12.4. ERÓTICA
170
El término proviene del griego. En la cultura de la Antigua Grecia, Eros era un
dios, un dios del deseo, del deseo sexual20. En el modelo propuesto que estamos
siguiendo, la Erótica es el campo conceptual en el que se focaliza la atención sobre la
expresión del hecho sexual humano, lo cual atañe al gesto, centrado en el sujeto
mismo, y al deseo, que le trasciende, va más allá de su limite corpóreo y no es algo
constatable o visible, sino tan sólo intuible al pertenecer al mundo interior del sujeto
sexuado. La sexuación del ser humano y la vivencia de este hecho, inevitablemente
tiene que expresarse y lo hace por el gesto (lo externo) y por el deseo (lo interno), que
se ubican en ese sujeto sexuado y sexual que se constituye como una totalidad
integral sincrónica. En cada gesto, en cada deseo se vislumbra esa persona sexuada y
sexual íntegra, no escindida en partes que se conectan entre sí con mayor o menor
éxito21.
Esta necesidad de otro y fusión con él o ella permaneciendo uno mismo, pero
enriquecido y, en cierto modo, transformado tras la experiencia, irrumpe con mayor
dramatismo en el terreno sexual, porque se impregna de la intensidad de lo íntimo,
del tocar y acariciar los límites corpóreos reafirmando, al hacerlo, que existen. No es
algo baladí, es vital para el sujeto corpóreo; le configura al ser acariciado, le da vida
y, a su vez, expresa la vida que hay en él.
Así que, la erótica es la expresión a través del gesto y del deseo de la condición
sexual humana y toda expresión es un acto de autoafirmación, de reafirmación de
estar vivo y de ser. Al mismo tiempo, la autoafirmación produce placer, el cual es un
factor muy importante en el terreno sexual. Tiene poder de vincular y es prescriptivo
171
de conductas y fenómenos en cuanto fin que se busca en el contacto con otros y con
el mundo que nos rodea, y que, no olvidemos, se experimenta desde uno mismo que
va configurando su mapa personal de cosas o acontecimientos placenteros y
desagradables en función de sí mismo, tendiendo a unos y evitando a otros. Por otra
parte, detrás de la expresión subyace la intencionalidad de comunicación, de apertura
a otro desde sí mismo que se manifiesta como tal. La erótica es la vivencia de ese ser
sexuado convertida en gesto y deseo en esa entrañable búsqueda de otro con un gran
crisol de objetivos emocionales hilvanados en la comunicación, en el dar y recibir la
caricia física o no del otro.
A su vez, los deseos conscientes pueden servir para canalizar la expresión de otros
inconscientes que subyacen en su fondo. Por eso, los deseos sexuales conscientes
pueden ser muy complejos, generando diversidad de tendencias y expresiones, que
tratan de llenar necesidades y carencias que ni se sospechan al estar disfrazadas por
otras. Contribuyen a intensificar el halo misterioso del fenómeno sexual humano,
difícil de descifrar. Lo erótico puede estar detrás de cualquier objeto o sensación, se
ubica por doquier. Los deseos, los sueños pertenecen a nuestro mundo interno y
anclan sus raíces en lo más hondo de nuestro ser, en lo no consciente y, por ello, a
menudo, incontrolable.
172
tales, se atraen o no, y eso conduce a un mayor contacto o por el contrario, al
alejamiento. Algo notamos que, sin poder precisar qué es, hace que nos encontremos
a gusto en compañía de otro o queramos irnos de su lado. Sin saber cómo, intuimos
que nos puede completar, que nos puede aportar lo que necesitamos, y nace el deseo
de proseguir en su compañía25.
En ese mutuo desear, cada individuo sexuado se convierte a la vez en sujeto que
desea yen objeto del deseo de otro que le busca en su necesidad de ser reconocido por
él o ella y que le erige en importante en su transitar biográfico. Quizá, por esto el
deseo, a veces, es incontrolable a pesar de todas las inconveniencias y disposiciones
racionales, y con frecuencia, va en contra de lo establecido y bien visto. Más aún, el
transgredir el orden de las cosas - lo prohibido - o el rebelarse contra el estancamiento
propio, o la sensación del vacío existencial, produce placer ya que es un acto de
autoafirmación y constituye parte de muchos deseos sexuales al enmascarar o
difuminar ese vacío tan doloroso en deseos y sueños «extravagantes» o considerados
como impropios26. Es el mundo de las fantasías, a veces vividas también en la
realidad, en una especie de sueño enajenado, donde los cuerpos no son reales, sino
expresiones simbólicas de lo intangible interno y todo ocurre como si no sucediese de
verdad. No en vano, los seres humanos somos seres simbólicos. Lo simbólico nos es
característico y posee mucha fuerza en nuestro vivir. Esta cualidad se ha aprovechado
por el mercado para convertir el cuerpo en un artículo más de consumo y negocio. El
mercado crea y multiplica los deseos y los sueños de los hombres y las mujeres,
genera necesidades y ofrece una posible solución adecuada al bolsillo de cada cual,
rápida y asequible27.
Sin embargo, poco a poco las cosas han ido cambiando y ha surgido la mujer
descante como «normalidad» y no como excepción. En la medida en que la mujer se
173
ha ido haciendo un sitio en la sociedad y se la va considerando una igual a su
compañero de otro sexo, ha ido reivindicando el desear desde sí misma y no
contentarse con ser deseada. Pero no hay que olvidar que los dos sexos son diferentes
y su deseo también lo es al partir de ese ser mujer o ser hombre, aunque tenga una
base común que refleja la humanidad de ambos. Sería un error que la mujer imitara al
hombre en su desear ya que tiene su identidad sexual propia, muy rica y particular.
Todos los seres humanos tenemos el derecho y, cabe decir, la obligación moral de
realizarnos y buscar la felicidad o el bienestar, siempre y cuando no repercuta en el
perjuicio de otros. También, de elegir pareja y convivir con ese otro al amparo de
leyes que protejan dicha unión, y de formar un hogar sin esconderse o sentirse menos
por desear a otro del mismo sexo. Partamos, por de pronto, de que el saber qué desea
uno es un motivo de orgullo, en ningún caso de vergüenza. Si acaso, un motivo de
sonrojo podría ser el de encontrarse arrastrado por la corriente del momento como
una hoja caída y perdida entre muchas, el de ser una marioneta que baila sin ton ni
son la música que le ha tocado escuchar y el de convertirse en cómplice de la
injusticia social, ignorando la inmensa riqueza que encierran sus hermanos en sí
mismos por ser humanos. El desear a otro del mismo sexo no es ni mejor ni peor que
desear a otro de otro sexo, sí es más dificil vivir de ese modo, tal como están las cosas
hoy por hoy, a pesar de que ya no se persigue ni se condena con la cárcel o el
manicomio como antaño.
174
sexo que se convierte en el objeto del deseo. No siempre se traduce en conducta o
producción erótica. A menudo se reprime al ser lo «prohibido», lo conflictivo y
temible; se inhibe subsistiendo en el trasfondo del sujeto. Cuando se exterioriza y
genera una actividad sexual correspondiente, se le da el nombre de homosexualidad y
se crea un fenómeno que se contrapone en un código ideológico de categorías
binarias a la heterosexualidad.
12.5 AMATORIA
175
Así, «el sexo sólo es pensable en el marco de los sexos y los sexos sólo son
explicables, y por tanto inteligibles, desde la noción de sexo» 28. Todo forma parte
de ese círculo hermenéutico de búsqueda de la inteligibilidad del ser humano que es
profundamente sexual y esta condición la manifiesta en todo lo que hace, siente o
sueña, en cada célula viviente de su ser, mientras haya un soplo de vida en su
cuerpo29. De esta forma, la conducta sexual se sitúa en la encrucijada de la vida y de
la muerte, de nuestro tiempo de transcurrir vital y nuestro empeño de trascenderlo
venciendo este estremecedor mandato. Todo está inscrito en nuestra condición
corpórea sexuada y sexual, sólo hay que detener la mirada para verlo y entenderlo.
Por todo ello, la actividad sexual no puede ser reducida a una mera técnica en el
hacer, a una sucesión de coitos con sus orgasmos, por muy satisfactorios que éstos
sean, pues es hondamente configurativa y estructurante para el ser humano e
inherente a él en cualquier manifestación suya mientras esté vivo.
176
remitiríamos el deseo al instinto que motiva la conducta y justifica la supuesta
animalidad del hombre o al afán reproductivo de la especie para su supervivencia.
Aparte de que son tendencias inscritas en nosotros, existen otras que las trascienden y
son más características de los humanos como seres racionales, afectivos,
comunicativos, sociales y simbólicos que somos, con anhelo de ir más allá del tiempo
y del espacio en que nos ha tocado vivir. Asimismo, tenemos una identidad sexual
que nos define como individuos de uno o de otro sexo; somos conscientes de nuestro
sí-mismo y además, sabemos que algún día moriremos.
Por tanto, cabe recordar que las conductas no pueden constituirse en fenómenos
definitorios de individualidades, el comportamiento sexual no es sinónimo de la
identidad del sujeto. Asimismo, no parece adecuado hablar de pasividad o actividad
refiriéndose a la conducta sexual, porque cualquier cosa que ocurre entre un par
compone un verso común en el cual, incluso los silencios son elocuentes y pueden
provocar tempestades o calmas. Lo dúctil y la variabilidad son versátiles compañeros
en la aventura cotidiana de la vida produciendo mucho juego vivencial.
177
tener sentido hablar de las transgresiones y profanaciones, ya que no hay fronteras y
se circula con libertad, con la libertad de querer estar juntos porque apetece, siendo
ambos sujetos descantes y deseados mutuamente, que se intercrean en el
conocimiento de sí mismos, en la caricia corpórea o no. Entre este par no hay
vencedores ni vencidos al no haber lucha; están más allá del dominio y sumisión. Hay
dos sujetos, de igual a igual, que se muestran tal como son, vulnerables y, al mismo
tiempo, fuertes en su mutua intimidad que les vincula emocionalmente. Es el
enigmático mundo de dos, que puede ser muy hermoso o mísero y dar alas o partirlas
quitando la vitalidad y la alegría de vivir a ambos y apagándolos, o dándosela
haciéndoles brillar con luz de bienestar interno, de amar la vida y sintonizar con su
palpitar.
178
Al hablar de la identidad estamos hablando de la
integridad de los sujetos mismos en el orden de su
existencia.
EFIGENIO AMEZÚA,
¿Qué es la identidad? Se define como «conciencia que tiene una persona de ser
ella misma y distinta a los demás»1. Es el sentido básico de sí mismo que se entrelaza
con la aparición del individuosujeto. Éste siempre es sexuado y sexual. Su identidad,
a pesar de no mencionarse normalmente este hecho, es siempre sexual; no puede ser
de otra manera porque somos humanos, no seres asexuados que habitan en alguna
parte de la estratosfera. Somos cuerpo hecho sujeto y la identidad sexual es algo
central y troncal en nosotros, vertebra nuestra existencia, la sustenta y determina.
Cabe definirla como la vivencia que tiene el sujeto de reconocerse de uno o de otro
sexo, de ser mujer u hombre, nunca de los dos o de ninguno; es la percepción íntima
que cada persona tiene de sí misma; es cómo se vive uno sexualmente, cómo se
representa mentalmente. La configuración de la identidad sexual conforma una
necesidad fundamental del ser humano para poder definirse como tal, para vivirse
como sujeto2. La identidad sexual es una conciencia vivencial.
179
hondo sufrimiento que apenas tiene fin, haga lo que haga el individuo para paliarlo.
Merece la pena darle su importancia a la identidad sexual, reconocerle su valor y
cuidarla desde el respeto hacia uno mismo y hacia el ser humano en general, ya que la
tarea humana primaria es la de llegar a ser uno mismo y ése, siempre es sexuado y
sexual4.
Una identidad sexual fuerte se relaciona con el bienestar interior y libera energía
para seguir creciendo y creando. No nacemos con ella, sino que se va formando a lo
largo de nuestro vivir, es un proceso biográfico, y a su vez, un hilo conductor que
cohesiona y determina, en gran parte, nuestra historia personal. Un individuo es un
existente continuo - mientras haya vida en él - en constante transformación creativa y,
por tanto, dúctil y vulnerable. Cada uno tiene su historia, su bagaje biográfico
vivencial que está inscrito profundamente en su corporalidad. Su cuerpo es un verso
hecho carne espiritual con un acontecer lógico desde su sí-mismo. Tiene sentido en el
aquí y ahora, es situacional, pero con un pasado existencial que lo ha estructurado y
moldeado, y que se vislumbra en el momento actual por estar escrito en el cuerpo. A
la vez, abre camino al instante que viene en un flujo vital sin interrupciones ni
separaciones artificiales5.
180
que reafirma lo interno y toda autoafirmación produce placer que retroalimenta
positivamente al individuo en su afán de crecimiento. A la vez, lo externo pasa a
formar parte de lo interno en la experiencia, al ser ésta vivenciada, sentida e
interpretada por el sujeto. El mundo es interiorizado y es una pieza clave de nuestra
identidad, por ser nosotros una naturaleza culturizada que se muestra en un
comportamiento socializado, y que tiene una historia individual y colectiva que
heredamos de generaciones pasadas, y que introyectamos al sernos narrada7.
El mundo propio del sujeto, con la identidad sexual que es central en él, está en
estrecha relación con lo externo; lo subjetivo se entrelaza con lo intersubjetivo en la
vivencia de este cuerpo espiritual culturizado que piensa y siente en cada instante
vivido. Para entendernos a nosotros mismos, para ser sujetos, recurrimos a un sistema
interpretativo que nos es proporcionado al ser socializados en el contexto cultural
dado - del cual formamos, sincrónicamente, parte activa y pasiva - y utilizar la
codificación simbólica y el lenguaje para formular los razonamientos, que crean
realidades concretas que tienen sentido en el marco referencial en que se producen, el
cual puede cambiar al situarnos en otro.
181
diversidad. No temen diluirse en ese afán comparativo con otros distintos porque son
consistentes en sí mismas. Tienen una identidad sustancial infinita en su honda
densidad, precisamente, por tener límites que la separan de otras y las convierten en
el núcleo de un sujeto único e irrepetible frente a otros diferentes.
Así, una identidad es una cuestión de separación frente a otras, pero a la vez, de
inseparabilidad, en esa interdependencia cómplice con otros para poder ser
reconocida como una. Este último aspecto es importante para comprender que la
identidad sexual no es sólo separación sino, asimismo, relación interdependiente, lo
que traduce las necesidades de individuación y fusión inherentes al ser humano, pues
somos seres relacionales y nos formamos al comunicarnos con otros. La identidad
sexual propia se reafirma también en el mirar ajeno. Los ojos de otro se convierten en
el espejo de uno mismo, que, al mismo tiempo, refleja en su mirar a ese que le
contempla. De este modo se palía en parte el sentimiento de aislamiento y soledad
que implica toda individuación o autoconciencia.
182
para cualquier nivel de desarrollo madurativo. Pasemos a hablar brevemente de
ambas identidades. El tratarlas en profundidad se escapa a nuestros propósitos en este
trabajo, sólo perfilarlas para que nos abran camino para entender otros fenómenos.
183
presencia interrelacional que, a veces, sólo clama ser oído y reconocido en la
reflexión, en el mirar hacia adentro a la vez racional y emocional.
Por último, como parte de ese componente subjetivo, está el plano consciente con
los valores e ideales incorporados y las vivencias conscientes de sí mismo. En él, se
podría mencionar los estereotipos o los ideales colectivos de las identidades sexuales,
que son creencias acerca de lo que es una mujer o un hombre. Son contextuales al
momento histórico vivido con su marco referencial determinado y configuran nuestro
cuerpo-mente. Los incorporamos en nosotros como ideales prescriptivos en el
proceso de socialización, cuando todavía ni siquiera somos capaces de darnos cuenta
184
de este hecho; no es algo voluntario o racionalizado y, por tanto, es difícil de
controlar a pesar de ser consciente. Se convierten en una especie de metas a alcanzar,
pues, tendemos a adecuarnos al estereotipo sexual en el proceso identificatorio
propio. Sólo cuando nuestra identidad adquiere suficiente consistencia, podemos
cuestionar lo introyectado en etapas madurativas anteriores, en las que uno se
esfuerza en parecer al grupo con el que se identifica y en el cual quiere ser reconocido
por otros.
185
sus características y cualidades, y por contraposición frente a lo distinto y exclusión
de lo que se le atribuye. Estos aspectos son reprimidos quedándose relegados al
inconsciente.
Pero, ya en un sujeto maduro, el subyó del otro sexo puede ser incorporado sin
mayor conflicto en la identidad sexual, sin alterarla, sino por el contrario,
fortaleciendo su consistencia al dejar libre la energía que se empleaba en reprimir y
rechazar los distintos aspectos del sí-mismo, enriqueciéndolo en ese proceso de
autoaceptación consciente. Así, el sí-mismo «masculino» en la mujer y el «femenino»
en el hombre, devueltos a la conciencia e integrados en la identidad sexual,
conforman una fuente de energía vital formativa de incalculable valor, que puede ser
empleada en la creatividad del individuo y su autorrea lización, lo cual conduce a
sentirse a gusto consigo mismo y con los otros, porque proporciona un profundo
placer autoafirmativo12. De esta manera, se propicia una convivencia más armónica
de los sexos al reconocer lo similar en lo diferente. Invita a la comunión entre ambos,
de igual a igual y, sin embargo, maravillosamente diferentes; a la apertura en el
mutuo conocer relacional sin temor a disolverse en lo otro.
186
Cuando se trasciende este estadio evolutivo y aparece un «yo» suficientemente
fuerte como para cuestionar las opiniones ajenas e ir elaborando las propias en un
ejercicio de reflexión y búsqueda de seguridad en sí mismo, la identidad sexual se
fundamenta en la percep ción y la vivencia de ser uno mismo, que es sobre todo
racional, por ser la etapa centrada en el desarrollo cognitivo. Todavía, la racionalidad
no está integrada con la profunda vivencia corporal que siempre es emocional. Esta
acontece en el siguiente período madurativo en que desaparece, en cierto modo, la
escisión del cuerpo y la mente, y se combinan los sentimientos o las emociones con la
capacidad cognitiva en una interconexión sincrónica. Sólo entonces, la identidad
sexual refleja esta consciencia íntima de ser corpóreo sexuado, de ser cuerpomente
integrado.
En la visión patriarcal, los hombres tienen penes con potencia penetrativa; son
progenitores, proveedores del sustento y protectores de sus dominios que incluyen,
también, a la mujer y a la prole. En este régimen social los varones crean el ideal
colectivo de la mujer, y no olvidemos que es prescriptivo ya que se convierte en una
187
meta a alcanzar para ser valorada y tener «éxito» social que retroalimenta la identidad
sexual propia. Así, las mujeres «normales» son dulces, comprensivas, atentas,
maternales, dóciles, sumisas y respetuosas con su varón, incluso, sólo por serlo 14. La
autonomía no es algo considerado como representativo de la mujer.
188
El momento abstracto de la identidad consigo
mismo está dado en el conocimiento del otro.
JEAN-PAUL SARTRE,
El ser y la nada
14.1. EL PROCESO
189
Venimos al mundo con una preprogramación inscrita en nuestro genoma, que tiene
posibilidades características de la especie y no de otra, y que nos delimitan en el
pensar, sentir y actuar. Nos son propios unos sentidos y no otros, una capacidad
cognitiva y no otra, y unas estructuras que se moldean adaptándose a las situaciones
vividas e interiorizadas. Así, por ejemplo, no podemos volar por nosotros mismos o
respirar en el agua como los peces. Además, en nuestra evolución, hemos ido
adquiriendo una conciencia de ser, de ser individuos concretos, separados de otros.
Asimismo, hemos aprendido que nacemos, crecemos, nos multiplicamos o no y, al
final, nos morimos. Todo esto, consciente o no, forma parte de nosotros y nos
identifica como humanos y no como seres de otras especies terrestres. Es lo
subyacente común de nuestra identidad.
A su vez, lo humano, por ser sexual, tiene dos modos de presentación, femenino y
masculino, que se concretizan y se matizan en cada existente corpóreo sexuado, pero,
al mismo tiempo, presenta características compartidas por todos los hombres o por
todas las mujeres, estén donde estén. Es lo transcultural de la identidad sexual, que se
vislumbra en la profundidad de cada individuo y que, sin duda, posibilita unas
vivencias y no otras, propias de cada sexo. Una vez más, cabe recordar que las
estructuras determinan las funciones, se realicen o no éstas.
En ese proceso madurativo tienen lugar momentos críticos en los cuales la acción
hormonal es más decisiva que en otros, contribuyendo a la sexuación del sujeto, tanto
cerebral, como gonadal, genital o de toda su corporalidad. Además, las hormonas
190
sexuales son las responsables del desarrollo de los caracteres sexuales secundarios,
que conforman el fenotipo característico para cada sexo, muy importante para
identificarse y ser reconocido de uno o de otro sexo. Por otra parte, las hormonas
inducen estados psicológicos, humores y comportamientos que se inscriben en
nuestro bagaje biográfico.
El mismo proceso evolutivo sigue nuestra identidad sexual, ya que cada nivel de
conciencia se correlaciona con una vivencia de sí mismo diferente. La capacidad
cognitiva, la perceptiva, la introspectiva y el dominio del lenguaje van variando en
ese despliegue de la potencialidad de ser. Las necesidades, los miedos y los deseos
también. Al trascender un estadio, éste queda incorporado en el nuevo y su identidad
preserva en su fondo la anterior; aunque no se vislumbre a simple vista, sí queda
implícita y sobrepasada en el caminar madurativo del individuo. Impacta en la
profundidad de la trastienda de nuestra conciencia y forma parte no reconocida de
ella, ya que los elementos conscientes de un estadio tienden a estratificarse en la
hondura no consciente del siguiente, que los incorpora y trasciende. No son meros
depósitos pasivos, sino que influyen activamente en la identidad sexual dada.
Asimismo, en este componente no consciente cabe ubicar nuestra potencialidad de
191
realización, que genera una intencionalidad de ser matizada en cada etapa de
desarrollo y que, al actualizarse, va abriendo camino a otras3.
Por otra parte, vamos adquiriendo la conciencia de ser en el contacto con otros, en
el proceso de socialización y aprendizaje de un lenguaje, gracias al cual le damos
nombre a las cosas y codificamos en palabras los sentimientos, los pensamientos y las
vivencias. Poco a poco, nos apropiamos de un mundo simbolizado que nos sirve de
sistema explicativo de nuestro universo, pequeño o grande. Lo vamos conociendo
conforme nos es narrado por otros y lo confirmamos en la experiencia, al vivir, por el
simple hecho de recurrir a él en el proceso de comprensión de la realidad. Nos
determina a desenvolvernos en un marco referencial concreto y no otro, que sirve de
nexo cohesivo con los otros miembros de la sociedad en la que nos toca crecer.
192
Se van configurando los estereotipos que categorizan lo que es adecuado o no para
un hombre o para una mujer por serlo, y son prescriptivos al incorporarlos el
individuo como metas a conseguir para ser identificado como perteneciente a un sexo
o a otro. Decretan los pa peles sexuales con un código de conductas, maneras de ser y
actitudes apropiados para cada uno de los sexos, que el sujeto trata de imitar e
introduce en sí mismo para evitarse la confusión de no ser reconocido del grupo con
el que se identifica.
Cabe concluir que nuestra subjetividad se crea en el contacto con los otros, en un
ambiente perpetuo de intersubjetividad. El otro nos enseña nuestros límites al
impactar en nuestra piel, nos configura en la caricia6. Nos vamos aprehendiendo en el
tocar y experimentar lo que nos rodea y lo separamos de nosotros. El cuerpo sintiente
y pensante, en ese prolongado proceso de reconocimiento, se convierte en la fuente
identitaria primordial al percatarnos de nuestra finitud frente a lo que nos rodea, al
diferenciar lo que está fuera de nosotros y lo que no, lo que es lo otro y lo que somos
nosotros. Así, aparece el dualismo primario que distingue al sujeto de lo que no es él.
Gracias a nuestra capacidad cognitiva y su transcripción en un código categorial
binario, donde las cosas o son o no son, vamos clasificando los objetos y a las
personas en grupos por similitud y oposición de sus características.
Un sujeto no puede configurarse sino frente a lo que no es él, es relativo a ello por
tener límites que hacen posible su unicidad y la formación de su identidad. Es el
proceso de separación-individuación. Puesto que somos humanos, nuestra identidad
es siempre sexual, fe menina o masculina. Somos seres sociales y nos vamos creando
en relación con otros, mujeres u hombres. Nos vamos definiendo al percibir nuestro
parecido con unos y nuestra diferencia con otros.
193
reconocimiento de los otros que influyen en el proceso de ir adquiriendo la identidad
sexual propia. Así, en ese proceso identitario se van satisfaciendo las necesidades
primarias de individuación y de fusión al diferenciarse de otros y al precisarles para
poder hacerlo y, también, al identificarse con un grupo y no con otro que se percibe
como distinto. A su vez, el grupo al que uno pertenece le retroalimenta como parte de
sí mismo, pero reconoce al individuo como tal. Por contra, el grupo de los opuestos le
rechaza y le confirma como extraño, como alguien que no es su miembro.
Por tanto, existe un código positivo, que hace de modelo prescriptivo del
comportamiento y tendencias, incluso deseos y temperamento; y otro negativo, que
dicta lo que no se debe hacer por no ser propio al sexo con el que uno se identifica. Es
decir, se da un proceso de inclusión y de exclusión de diversas cualidades. Un
rechazo excesivo, sea por el motivo que sea éste, genera intolerancia de lo inhibido,
que permanece oculto y reprimido en lo inconsciente, suponiendo un esfuerzo
mantenido para no salir a la superficie. Más aún, se adoptan ademanes y
comportamientos contrarios a lo negado, artificialmente pronunciados para
compensar lo contenido en esa pretensión de disipar los fantasmas que resquebrajan
una identidad sexual débil. Así, se busca obtener un trato determinado que reafirme lo
deseado, ya que cuanto más le tratan a uno como hombre o como mujer, más se
identifica uno con ese sexo y no con otro. Además, somos dúctiles y ningún sexo
presenta cualidades o sentimientos exclusivos de él, eso sí, quizá, los exprese de
manera diferente7.
Por otra parte, la necesidad de definirse de un sexo o de otro es primaria para el ser
humano, si no, no podría concebirse como tal. El objetivo principal del proceso es
alcanzar la madurez y la autonomía como sujeto sexuado, y poder relacionarse con
otros reconociéndose como lo que es, sin perder la identidad propia. Pero, al mismo
tiempo, el darse cuenta de que uno es un individuo diferente de los demás su pone
admitir que es finito y que es mortal, porque la vida no es eterna en ninguna
concreción humana.
194
como conciencia vivencial no es reducible a las ideas colectivas sobre lo que es
propio de uno o de otro sexo, sino que se arraiga sobre las estructuras profundas de
cuerpo-mente de cada persona, que, a su vez, adquieren sentido y son nombradas en
comunidad.
14.2.1. En la niñez
195
más intenso. Comienza por las áreas sensoriales, porque el mundo del bebé es
primordialmente sensoromotor, lo cual posibilitará el posterior desarrollo de otras.
Sólo a través de ese contacto cálido, que despierta una multitud de sensaciones y
emociones en el bebé, se van sedimentando los cimientos de su identidad, puesto que
le ayuda a sentir su finitud corporal, le estructura en el acariciar y en el besar, en su
amor incondicional de madre, que, cuando se da, es un terreno nutricio sin igual para
el futuro individuo, sea del sexo que sea. Se incrusta en lo más hondo de nuestra
conciencia y conforma nuestro punto de partida en el caminar vital. Es el estadio de la
indisociación primaria o arcaica, en el que los pequeños no distinguen lo que les
rodea de sí mismos y, por supuesto, establecen una relación muy simbiótica con las
personas que satisfacen sus necesidades vitales.
Poco a poco, en su senda madurativa, los bebés, niños o niñas, van rompiendo esta
fusión al adquirir más fuerza e independencia. El primer paso para trascender esta
etapa simbiótica de indisociación es la lenta y progresiva adquisición e introyección
de sus propios límites corporales frente a las personas y objetos que les rodean, lo
cual suele suceder entre el quinto y el noveno mes de vida. Supone el punto de
partida en el reconocimiento del cuerpo físico propio. El bebé distingue y separa a sí
mismo del resto del mundo y es la base de su individuación, que desemboca en la
posterior obtención de la identidad propia como sujeto. También, en ese proceso
clasificatorio, comienza su andadura cognitiva por las categorías binarias que reflejan
196
el dualismo característico de nuestro modo de pensar, en el que las cosas o son o no
son, pero no pueden ser y no ser a la vez. Este proceso reflexivo empieza en el
período sensoromotor del niño, que abarca los primeros dos años de su vida.
Ya, en este período preverbal, los pequeños han ido recibiendo mucha información
acerca de sí mismos. Las estimulaciones táctiles, las entonaciones de voz, los gestos y
las palabras usadas o las actuaciones de los otros próximos varían en función de la
identidad sexual de aquellos a los cuales se dirigen, a veces, sin mayor
intencionalidad consciente al respecto, sólo por el hecho de saber de qué sexo es el
bebé. Los mensajes percibidos se van depositando en esta etapa sensoromotora en el
poso inconsciente de la identidad sexual del sujeto en formación, incluso antes de que
éste aprenda a hablar.
197
frente a otros con sus demandas o exigencias. Decir «no» es una expresión de
oposición que sirve de piedra angular a la identidad propia10. Hace la función de un
mecanismo autoafirmativo y parte de la incipiente conciencia de sí mismo. La etapa
del «¡no!» es vital para la estructuración de la identidad propia. Implica la
constatación de tener opinión personal, de ir desarrollando gustos, preferencias,
hábitos, que van modelando lentamente al pequeño ser frente a los que no son él.
De la mano del «no» viene el «sí», son inseparables. Los niños van aprendiendo de
forma continua sus «noes» y sus «síes» y se van clasificando dependiendo de ellos.
Asimismo, se socializan en el código de lo que se permite y de lo que se prohibe a
través del «sí» y del «no» de los demás que interrelacionan con ellos. Se van
reprimiendo conductas y expresiones y, por tanto, se van dirigiendo los sentimientos,
los deseos y las intenciones reactivas, sumisas o rebeldes. La represión comienza a
cobrar cuerpo a través del lenguaje con el «no» llevado al extremo; es mental o
cognitiva, de base social y gobierna el universo hedonista sensoromotor del pequeño,
trasciende y se incrusta en su corporalidad, en su conciencia de ser.
198
conciencia de sí mismo, porque establece los límites no solo físicos, sino emocionales
del sujeto. Conduce a reconocerse como alguien corpóreo que siente y es diferente a
los demás.
199
Simbólicamente, los machos son los que tienen pene y las hembras las que no. En
la actualidad, ya no es raro enseñar a las niñas que tienen otra cosa, la vagina. A
algunas, hasta se les habla del clítoris. Se le va dando el mismo valor que al genital
externo masculino, más notorio y mejor valorado como corresponde a un sistema
patriarcal. No hace tanto, simplemente no se decía nada, sólo el silencio; las niñas
empezaban su andadura sexual por la vida con el conocimiento de una carencia, eran
las que no tenían «eso». Sin duda, es hora de educar a los niños, sean del sexo que
sean, en el respeto de su diversidad, de su ser diferente, pero del mismo valor y
belleza. Transmitir que los penes, clítoris y vaginas son igualmente hermosos y
estructurados con sabiduría para encontrarse y disfrutar en ese mutuo compartir
íntimo.
De todas formas, ya antes los niños han percibido, un tanto intuitivamente, quién
es mujer y quién es hombre. Los caracteres sexuales secundarios, el fenotipo, la
apariencia, el timbre de voz, el vestido y los ademanes, incluso las tareas, son
importantes para considerar a otros como similares a mamá o a papá, y, por supuesto,
son previos o independientes del descubrimiento de sus genitales externos. Los
pequeños recurren al proceso de diferenciación por similitudes y oposiciones, y van
clasificando a los que les rodean en mujeres u hombres. Se relacionan y se comparan
con ellos, terminando por imitar sobre todo al progenitor de su sexo. A la vez, sus
padres y los demás, que entran en contacto con ellos, no dejan de servir de espejo y
de repetirles de qué sexo son. Frases como: «¡Qué niña más bonita!» «¡Qué niño más
fuerte!», forman parte de un mensaje perpetuo que retroalimenta su conciencia de ser
de uno o de otro sexo y les encaminan en el modo de lograrlo.
200
universo de esos niños que empiezan a ser conscientes de ser sexuales, aunque
todavía no entiendan bien lo que significa.
«¡Quiero ser como mamá!» «¡Quiero ser como papá!» Se van constituyendo los
patrones a imitar o a evitar, si es lo contrario a uno. En este paso, los niños atraviesan
una mayor dificultad que las niñas, porque la unión con la madre sigue siendo muy
fuerte y sin embargo, en la fase de identificación, tienen que contraponerse a ella por
no ser del mismo sexo. Puede parecer pueril, pero para el niño es una laboriosa
hazaña, una especie de pérdida de seguridad ancestral, paradisíaca. Él no es como su
madre, que ha sido la totalidad de su mundo hedonista y desvalido, tiene que
apartarse de alguna manera de ella. Por eso es tan importante que el padre intervenga
en el cuidado del bebé desde que nazca éste, más aún si es niño, porque aminora el
dolor o el dramatismo de la separación de la madre en el proceso de adquirir la
identidad sexual. Esta segunda unión con el padre, en el caso del niño es mental o
cognitiva, en contra de su primera unión corporal y preverbal con la madre. En la
niña no existe tal ruptura por contraposición. Su identificación mental con la madre
no va en contra de su primaria unión corporal, introyectada en su bagaje vivencial
relegado a lo inconsciente.
201
vitales que desvíen el curso normal del proceso. Cabe recordar que somos una
naturaleza socializada y que la adquisición de una identidad sexual es lenta, larga y
compleja. Conseguir una desidentificación implica muchas negaciones de los
caracteres correspondientes a la imagen rechazada y sobrecompensación,
intensificando las cualidades que se atribuyan a la aceptada. Se obtienen así
identidades débiles, que invierten mucha energía vital en ser consistentes
artificialmente y buscar con insistencia la confirmación constante de los demás. Se
forman por un proceso acentuado en la oposición, negación y exclusión. La inclusión
siempre es secundaria a ella. En el fondo, se encuentra una importante carencia
afectiva en un momento clave para la identificación con el progenitor del mismo
sexo.
Conforme los niños y las niñas van creciendo, su mundo se va ampliando a su vez,
apareciendo en él otras personas. Las primeras amistades, los primeros afectos entre
los pares, los cuidadores y los maestros, que son figuras de autoridad, van
completando su abanico interrelacional y reafirmando su identidad en el mirar y en el
decir. Los pequeños siguen interiorizando la información recibida del exterior y la
emplean para no ser rechazados por los otros. La clave para controlar su universo ya
no es la palabra mágica, sino el correcto hacer, los «rituales», que provocan que las
figuras de autoridad les acepten y les proporcionen la seguridad que necesitan para
desenvolverse en un entorno que no dominan y que, a menudo, les es hostil. Son los
padres y otras figuras de autoridad los que pueden alterar las cosas con su
intervención. Introyectan su «ino!» y les imitan con más ahínco. Quieren llegar a ser
tan poderosos como ellos y para eso tienen que adoptar su hacer y seguir sus reglas.
Los padres ya no son la totalidad del mundo infantil, aunque siguen siendo muy
importantes. Los pequeños van al colegio y lentamente se preparan para adquirir
mayor autosuficiencia y autonomía. Cada vez más, respetan las reglas que se les
imponen desde fuera; son conformistas en esa delicada etapa de socialización. La
necesidad de pertenencia se va desplazando hacia los pares, con los que se
202
identifican. Pesan mucho las figuras de autoridad, pero, poco a poco van
descubriendo el grupo de los semejantes y van apoyándose en él.
Por otra parte, el lenguaje se domina cada vez más, se aprende a leer, lo cual
amplía inmensamente el mundo infantil y fortalece el raciocinio y la imaginación. La
relación con los otros, poco a poco, se desplaza hacia la comunicación verbal y no
tanto corporal o táctil. Progresivamente, las caricias físicas de los padres son
sustituidas por las «caricias» verbales de aprobación de los que les rodean.
Poco a poco, se van perfilando en los chicos y las chicas los estereotipos
«femenino» y «masculino», que son conjuntos vagos de características que se
atribuyen a uno u otro sexo, propios de cada cultura y momento histórico. Son
incorporados como tendencias a ser, como metas imitativas y conforman la capa
consciente de su identidad sexual, la más superficial del componente subjetivo, que se
encuentra en estrecha interconexión con las personas con las que se interactúe para
203
ser reconocidos por ellas de un sexo determinado. A su vez, estos estereotipos son
formas de control integradas en la misma descripción de lo que es ser mujer y lo que
es ser hombre. Son mapas de conducta, y generan creencias y expectativas que, a esta
edad, ni siquiera se suelen cuestionar.
14.2.2. En la adolescencia
Esta etapa abarca desde los once años hasta la edad adulta. Comienza con la
pubertad, que es un período de grandes cambios mentales, corporales y emocionales,
todos íntimamente conectados y entrelazados en esa hazaña de desarrollo apresurado.
La capacidad cognitiva madura y, poco a poco, aparece,un nuevo tipo de
pensamiento, el formal operacional («formop»). Este se caracteriza por ser capaz de
relativizar, cuestionar y razonar de forma lógica y abstractiva sobre lo aprendido. Por
eso, en esta etapa, se van replanteando los conceptos y las normas. Se postulan
hipótesis, que se intentan comprobar. Se experimenta y se analiza. Van surgiendo los
pensamientos inductivo y deductivo. Los chicos, paulatinamente, se van convirtiendo
en jóvenes adultos, aunque persiste el pensamiento mítico e, incluso, en menor
medida, el mágico.
204
Ái mismo tiempo, acontecen cambios en las estructuras corporales, decisivos para
los adolescentes, que, al final, reafirman y fortalecen, casi siempre, su identidad
sexual. Pero en algunos individuos, en los que van en contra de lo que se consideran,
como puede ser en los casos de transexualidad y algunos de deficiencia de receptores
hormonales o enzimas, no ocurre lo esperado y se replantea radicalmente la identidad
sexual`.
205
con su amor incondicional o, por el contrario, con su falta. Este triángulo primordial
estará presente siempre en el interior del sujeto, esté donde esté, de forma consciente
y reconocida o no. Todo lo que haga, sienta, piense o desee se ofrecerá a la pugna de
un «yo» inmaduro que se va abriendo paso frente a los ideales paternos
interiorizados. Reaccionará sometiéndose a sus voces o rebelándose contra ellas en un
intento forzado de autoafirmación.
206
corporalidad e intensifican todavía más la separación entre éste y la mente. Al no
conseguirlo, con frecuencia, lo destierran al olvido.
A eso se añade lo que van interiorizando del exterior. Los mandatos de los padres
y de otras personas influyentes pasan a depositarse en algún lugar de su conciencia y
contribuyen a su estructuración, y, al final, la sociedad se transforma en una parte de
su mundo interno. Tanto por el lenguaje, como por lo que ven alrededor y perciben
por todas partes, los valores vigentes se convierten a menudo en los suyos propios,
sin apenas cuestionarlos o por el contrario, reaccionando vehemente en contra. Pero
sea como sea, en nuestra socialización, incorporamos el marco referencial por el que
vamos a movernos, e incluso las rebeliones y las transgresiones contra lo establecido
terminan confirmando una realidad sexual dada, porque no se escapan de su orden,
quedan circunscritas en él. Los controles están integrados en la descripción de la
realidad que va aprehendiendo el adolescente y la incorpora en sí mismo, se incrustan
de forma «natural» en su identidad sexual.
De esta manera, no es suficiente sólo saber de qué sexo es uno, sino que hay que
demostrarlo a los demás y a sí mismo. Se van conformando así los conceptos de
«virilidad» y «feminidad», que son un conjunto vago de características atribuidas a
cada sexo, relativos y reactivos entre sí. Los adolescentes asimilan las de su sexo y
rechazan las del otro o no, si cuestionan o se rebelan contra lo establecido. Sea como
sea, las creencias a propósito de cómo es una mujer o un hombre influyen en la
construcción de la identidad sexual propia.
207
Por otra parte, en esta etapa formativa, se tiende a confundir la identidad sexual
con la orientación del deseo. Por eso, para ser reconocidos de un sexo concreto, los
adolescentes deben demostrar que ya no son niños, que no son del sexo opuesto y que
no son homosexuales. El grupo de los pares y sus mayores les observan para
comprobarlo y admitirles o no en su colectivo sexual. Es más notorio en los
muchachos que en las muchachas, aunque también pasan por este examen. La
confusión entre la identidad sexual y la orientación del deseo es un error conceptual
que suele persistir de manera consciente o no a lo largo de la siguiente etapa
formativa.
Se intenta dar sentido a la vida y a lo que se hace, concordante con lo que uno es y
con los valores propios. Adquiere importancia el bienestar interior y la soledad se
tolera mejor. La vida y la muerte se vuelven más presentes y se llega a reconocer la
temporalidad finita de cada uno. Se intenta vencer la angustia de la muerte, que
emerge de lo no consciente, por sustitución simbólica de lo que se crea: hijos, obras,
hechos, hazañas... También se recurre a las huidas y a las evasiones que, a veces,
desembocan en la enajenación o la ceguera.
208
Los otros encierran un sentido e importancia diferentes. Aparece la empatía y la
capacidad de ponerse en el lugar del otro sensibilizándose con él. Lo racional-mental
y lo emocional se van integrando y enriqueciéndose mutuamente. Surge o no la
capacidad de amar. Al tolerar mejor la soledad como individuo, se tiende a la
autonomía propia como un ser que piensa y siente, y que se autodefine frente al grupo
de pares; emerge un nuevo valor que es la «libertad». Se trasciende la etapa fusional
grupal que queda incorporada e integrada en la conciencia de ser uno mismo.
Sólo hay que detener la mirada para reconocerlos y entender cómo nos fue en la
infancia y en la adolescencia, intuir nuestras emociones de entonces, miedos,
necesidades, valores, la confianza o no que teníamos en los que estuvieron a nuestro
lado, su amor o la falta de éste que percibíamos en lo más profundo de nuestro ser, si
nuestro medio era nutricio u hostil... No obstante, ningún ser humano es una tabla
rasa que aparece en el mundo; lleva en sí un proyecto de realización personal,
siempre diferente y único. Va tendiendo a su desplegamiento con la ayuda de otros o
a pesar de ellos.
209
sentirse culpable sin saber porqué. Uno tiende a satisfacerles para evitar esta
incómoda sensación, adivinar sus deseos y cumplir sus expectativas casi sin
proponérselo. Se les venera y se les imita16. Es vital que se den cuenta de que existes
y que lo confirmen constantemente. El que te ignoren, la «invisibilidad» en el
pensamiento mágico del niño es equivalente a no existir, a desaparecer. La atención
de los padres, su amor nos dan vida, nos nutren y posibilitan la formación de la
identidad sexual.
Otros subyós nuestros, que se tienden a integrar en una identidad sexual madura,
son el subyó femenino en los hombres y el masculino en las mujeres. Tienen
profundas raíces en la condición sexual humana y se van formando a lo largo de
nuestra vida interactiva con otros, desde que nacemos hasta que morimos. En la
adolescencia, se les reprime por inmadurez identitaria sexual. No suelen ser
conscientes y, sólo en esta etapa formativa y después de un trabajo reflexivo de
autoconocimiento, pueden ser reconocidos y valorados como componentes
integrantes del sí-mismo. Una vez devueltos a la consciencia e integrados en el sí-
mismo contribuyen al fortalecimiento de una identidad sexual madura, a su mayor
flexibilidad y, también, en la tolerancia hacia otros diferentes a uno, sin que éste
tenga el temor de disolverse en lo extraño.
210
una jerarquización ideológica sexual que intensifica todavía más la eterna lucha.
Por otra parte, en esta etapa evolutiva de la identidad sexual el «yo» externo que se
expone a la mirada ajena ya no se vive tan extraño por el «yo» interno, sentido y
experimentado por uno mismo y que sólo se da a conocer a personas escogidas. El
«yo» externo puede ser un medio de expresión del interno o, por el contrario, servirle
de coraza defensiva para obtener ventajas secundarias, que le gratifiquen y
compensen parcialmente sus carencias, y como un mecanismo de sobrecompensación
de algo reprimido.
Sea como sea, se procura integrarlos y, a pesar de todo, ser lo más consecuente
con uno mismo en cada momento, tendiendo a convertir los actos en auténticos y no
actuaciones que resbalan por el tiempo del olvido sin apenas impactar en el bagaje
biográfico. Para ello se requiere una cierta autoconcentración y aprender a decir «sí»
cuando se quiere decir «sí» y «no» cuando se desea decir «no», parezca lo que les
parezca esto a los padres, pares u otros significativos, y asumiendo las consecuencias
que se desencadenan al hacerlo. Es la reafirmación profunda del sujeto, que le
proporciona placer al expresarse como tal. Se trata de una intensificación de la
relación con uno mismo, por la cual un individuo se configura como autor de sus
actos, una persona con opinión y voz propia.
De todas formas, los períodos regresivos en los cuales se tiende a la fusión con la
identidad colectiva se siguen produciendo con frecuencia, sobre todo en las
circunstancias de debilitamiento de la individual y búsqueda de la seguridad que falta
en el grupo o cualquier sustitución simbólica de éste. Como ya hemos visto, las
necesidades de fusión e individuación son inherentes a la condición humana. Vamos
oscilando de forma continua de una a otra en cada expresión nuestra, por pequeña que
sea ésta, lo cual depende de la fuente para satisfacer la necesidad vivencial de apoyo
y seguridad en cada momento existencial. Se concretiza en el proceso de separación e
individuación del sujeto, pero, a la vez, en su menester de ser reconocido por otro
para ser humano.
Por eso, las apariencias siguen siendo importantes, aunque ya no son definitivas
para atribuirles a los demás y a sí mismo un sexo u otro. Toda persona, para evitar la
sensación de confusión y vacío identitario al no ser identificado correctamente, tiende
a demostrar a los demás de qué sexo es. Para ello, suele adecuarse a las características
atribuidas al hecho de ser mujer u hombre, atenerse al papel asignado a cada uno por
ser del sexo que es, lo cual determina el comportamiento, las conductas, los
211
ademanes, las emociones, las formas de expresarlas y las actitudes; incluso, la
división de trabajo, las tareas y las inclinaciones profesionales que conforman una
serie de vivencias y otras no. Estas pasan a formar parte del bagaje biográfico del
individuo y le reafirman en lo que cree que es y en sus creencias de partida.
Las creencias generan expectativas y posibilitan realidades que las confirman por
sí mismas, como si se tratase de unas profecías autocumplidoras. Si una mujer
equipara la maternidad al ser mujer, seguramente lo confirmará en su
comportamiento, que siempre es reactivo y consecuente con sus creencias. Si un
hombre considera que es menos hombre por no haber engendrado un hijo, lo
expresará en su conducta tanto si es por sobrecompensación de lo reprimido y
rechazo, como por evitación o aceptación. Asimismo, si cree que por su orientación
homosexual del deseo es menos hombre o menos mujer, lo proyectará en su manera
de expresarse y conducirse, aunque en este caso, es una clara simplificación de lo que
sucede. No obstante, incluso en la edad adulta se sigue cometiendo el error de
equiparar la masculinidad o la feminidad con la orientación heterosexual del deseo, lo
cual genera un sufrimiento innecesario.
212
muy rico y complejo. En la edad adulta, vincula fuertemente. La relación íntima con
el otro sexuado incide en la configuración de nuestra identidad, nos modela como
individuos sexualesl7.
213
un libro que se va escribiendo en cada instante vivido, un poema inacabado hecho
carne existente. El autoconocimiento de una persona depende del grado en que está
en contacto con su mundo interior y exterior corpóreo, en la medida en que se respeta
y se vive de forma integral e intenta descifrar ese lenguaje corporal tan peculiar y
enigmático. Es la resurrección del cuerpo que adquiere otra luz y significado, otra
riqueza vivencial que aúna lo racional, lo emocional y lo corpóreo en un solo verso
acariciable.
La identidad sexual de este renovado sujeto cambia, a su vez. También sus deseos,
necesidades, temores y percepciones. El cuerpo y la mente es uno y la identidad
sexual trasciende lo mero mental y lo mero corporal en una nueva transparencia. El
esquema corporal es uno de los imagos significativos interiorizados, pero, en este
nivel de conciencia, se trata no sólo de una imagen mental sino de la vivencia
propioceptiva de la corporalidad personal que piensa y siente en cada momento. El
cuerpo sexuado - que somos nosotros - no puede disociarse de la concepción mental
que tenemos de él ni de su vivencia permanente; sería muy distorsionador para el
individuo. Supondría una especie de muerte simbólica, ya que no podemos ser y no
ser de un sexo al mismo tiempo. En ello influye la estrecha relación entre lo concreto
y lo abstracto de la que trataremos en el siguiente capítulo.
214
Lo esencial del individuo es su singularidad.
SYLVIANE AGACINSKI,
Política de sexos
Los sujetos siempre son más ricos que las generalizaciones. Traducen la
reivindicación del instante vivencial frente a la hipotética eternidad originaria, que no
sería posible sin la permanencia de ese instante, del eterno presente. Es la concreción
existencial frente a lo simbólico incorpóreo o mental que se pierde en las brumas
atemporales. Sin embargo, no olvidemos que las ideas, los conceptos, los sueños
crean realidades y pueden cristalizarse en hechos, en entidades concretas, ya que el
ser humano se imagina lo real, se aproxima mentalmente a su mundo y lo va
modelando.
215
La eternidad y las creaciones del tiempo, la esencia y sus múltiples
manifestaciones individuales se intercrean en un mutuo acontecer juntos. Sólo las
esencias, lo genérico común, permiten clasificar y acercarse a las individualidades, a
lo específico de cada cual. No obstante, existe una limitación al expresar lo
existencial en palabras que intentan transcribirlo. La existencia es vivenciada y las
vivencias son siempre subjetivas, se dan en un individuo que siente y vive en su
transcurrir biográfico. El sujeto interviene activamente en la creación de su mundo,
también de lo abstracto. La multitud subjetiva confluye en un medio de
intersubjetividad, que utiliza un sistema explicativo compartido para aprehender su
realidad. Lo subjetivo y lo intersubjetivo están en estrecha relación creativa. Así, para
entender al ser humano sexual, no es posible prescindir de estos tres espacios: del
abstracto conceptual, del concreto subjetivo y del concreto social intersubjetivo,
íntimamente interconectados e incorporados en cada uno de nosotros.
216
historia personal que comienza, incluso antes de que vea la luz. A través de su frágil,
pero resistente naturaleza y el legado vivencial de las generaciones que la han
precedido, volcado en lo simbólico y lingüístico, en lo cultural y social, y que se
convierte en una parte de su piel, pasa por la experiencia de vivir desde ese sí-mismo
particular suyo en constante evolución. Trasciende lo abstracto etéreo precisamente
por ser una concreción temporal finita; una explosión de vida hecha carne, hecha
canto de creación que reafirma lo trascendido al incorporarlo en sí mismo.
El separar las esencias de lo concreto no deja de ser uno de los resultados del
paradigma dualista para entender la realidad. Así, las esencias, pertenecientes al
universo de lo abstracto, parece que tienen una especie de vida atemporal propia, que
trasciende la temporalidad. Sin embargo, no podrían existir sin los individuos
corpóreos que las piensan e introducen como referentes en el código explicativo de lo
que les rodea y de sí mismos. Lo mental sólo es posible en un cuerpo que vive, siente
y se interrelaciona con lo que no es él.
Las esencias se concretizan en las personas, que siempre son mucho más que las
ideas que se tengan acerca de ellas. Lo concreto pertenece a una dimensión más rica,
la de una experiencia de vida, que sigue siendo un misterio que sobrecoge por su
enigmático acontecer en el aquí y ahora, con la esperanza y la intención de proseguir
en el siguiente instante vivido. Somos naturaleza culturizada e introyectamos lo
abstracto, los conceptos, en nuestro proceso de crecer en una sociedad dada, pero
somos mucho más que una mente adaptada en el mundo verbal de los pensamientos.
Somos carne espiritual que piensa y siente en un constante cambio biográfico
evolutivo. Podemos experimentar sentimientos contradictorios al mismo tiempo,
querer y no querer, tener cualidades consideradas como femeninas y masculinas, ser
pasivos y activos a la vez... Eso no ocurre en el mundo de los conceptos donde las
cosas o son, o no son, pero no pueden ser y no ser al mismo tiempo. Sin embargo, en
el sujeto existente esta limitación se subsana en la experiencia vivencial no traducible
en palabras, pero sí sentida y vivida, y que se inscribe en su historia personal. Lo
esencial se incorpora a lo individual y es trascendido en la vivencia biográfica de
cada cual, única e intransferible.
217
sociedad. En teoría, el análisis debería abarcar y reflejar este crisol vivencial
cambiante, tarea que es compleja. Intenta transmitir lo que caracteriza a cada uno de
los sexos sin olvidar la multiplicidad individual, que es inherente a lo humano;
conjuga lo conceptual con lo concreto existencial, donde se hace vida y se trasciende
lo abstracto. No obstante, las mujeres y los hombres siempre se escapan a las
definiciones, a las imágenes genéricas, a las frases hechas. Cada cual es un verso
personal e inacabado hecho pre sencia, hecho carne compleja y, a menudo,
contradictoria. Lo esencial de cada sujeto existente es su singularidad sustancial
viviente, que sobrepasa las normas y los estereotipos.
218
Por otra parte, un grado todavía mayor de abstracción alienante es convertir
algunas cualidades particulares o prácticas en esencias, darles nombre y crear
entidades y conceptos que servirán a las personas para identificar, clasificar y
enmarcar a otros y a sí mismos en nuevas e inquietantes realidades que enturbian el
campo por el que se circula.
No obstante, es posible trascender lo dado en una labor reflexiva que va más allá
de adaptarse a lo establecido o transgredirlo rebelándose contra ello. Es posible
cambiar de marco referencial y moverse en un espacio más razonable y digno,
delimitado por otras coordenadas, que emergen de lo no manifiesto desde la
comprensión del sujeto existente y, por tanto, sexual, desde el reconocimiento de su
honda y vulnerable belleza, que está en todos nosotros, desde nuestra sabia
complejidad superviviente, desde un canto a la libertad del ser humano, mujer u
hombre. Es el objetivo del segundo libro de esta trilogía, que versa sobre el ser
humano sexuado y sexual.
219
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determina la elección», Alan Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós,
1996, pág. 176. Jean-Paul Sartre lo expresa de otra manera: «Toda afirmación está
condicionada por una negación», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona,
Altaya, 1993, pág. 185.
226
misma moneda. La moral te da el ideal, porque no eres el ideal», Osho, Tantra,
espiritualidad y sexo, Madrid, Arcano Books, 1995, pág. 58.
12 «Juntándose uno con otro llegan a ser plenamente humanos. Y de ahí se deriva,
paradójicamente, que este carnaval de sexualidad nos conduzca más allá de nuestro
propio sexo», C.S.Lewis, Una pena en observación, Barcelona, Anagrama, 1998.
15 «La doctrina de que hay algo pecaminoso en el sexo ha causado daño indecible
en el carácter individual, daño que empieza en la niñez y dura toda la vida», Bertrand
Russell, Matrimonio y moral, Madrid, Cátedra, 2001, pág. 200. Osho, a su vez,
coincide: «Pues bien, la idea de que el sexo es pecado ha debido dañar la inteligencia,
ha debido dañarla muy severamente. Cuando estés realmente fluyendo y tu
sexualidad no esté en ninguna lucha, en ningún conflicto contigo, cuando cooperes
con ella, tu mente funcionará a su nivel óptimo. Serás inteligente, alerta, vivo», Osho,
La transformación tóntrica, Madrid, Gala, 1999.
16 «El gran dualismo de todos los dualismos, es la división entre "este mundo" y
el "otro mundo"», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, Libro 2, Madrid,
Gala, 1997, pág. 39.
17 «La represión está profundamente anclada, posee raíces y razones sólidas, pesa
sobre el sexo de manera tan rigurosa que una única denuncia no podría liberarnos; el
trabajo sólo puede ser largo. Tanto más largo sin duda cuanto que lo propio del poder
-y especialmente de un poder como el que funciona en nuestra sociedad - es ser
represivo y reprimir con particular atención las energías inútiles, la intensidad de los
placeres y las conductas irregulares. Era pues de esperar que los efectos de liberación
respecto de ese poder represivo se manifestasen con lentitud; la empresa de hablar
libremente del sexo y de aceptarlo en su realidad es tan ajena al hilo de una historia
227
ya milenaria, es además tan hostil a los mecanismos intrínsecos del poder, que no
puede sino atascarse mucho tiempo antes de tener éxito en su tarea», Michel
Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1 o La voluntad de saber, Madrid, Siglo
XXI, 1987, págs. 16, 17. Y añade: «La represión ha sido el modo fundamental de
relación entre poder, saber y sexualidad», loc. cit., pág. 11.
i9 «Todos esos intentos, por un lado y por otro, son intentos, como veis, de
domesticación, de anulación de lo desconocido, de conjura de la amenaza que en ello
puede haber para los hombres», Agustín García Calvo, en Savater, E (ed.), Filosofía y
sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 31.
228
atención a la identidad interna del sujeto y el objeto, del hombre y el universo,
entonces no existe ninguna razón por la que se debería rechazar la sexualidad. Por el
contrario, esta mayor intimidad de relaciones de la mismidad con los demás se
convertiría naturalmente en una de las principales esferas de visión y desarrollo
espirituales», Alan Watts, loc. cit., pág. 159.
28 «En este punto extremo es donde debemos descubrir que lo físico y lo espiritual
son uno, pues de otro modo nuestro misticismo es sentimental o puramente estéril, y
nuestra sexualidad simplemente vulgar», Alan Watts, loc. cit., pág. 216.
i Gregorio Marañón, 1975, citado por Efigenio Amezúa en su artículo: «La nueva
criminalización del concepto de sexo» publicado en el Anuario de Sexología de la
AEPS (Asociación Española de Profesionales de Sexología), Valladolid, 1997.
Publicado también en «Diez textos breves», Revista Española de Sexología 91,
Madrid, 1999.
2 «El concepto de género es gramatical. Una mesa es del género femenino, pero
carece de sexo». Y ,añade: «Escribir "violencia de género" equivaldría a decir
"violencia de subjuntivo"», Alex Grijelmo, La seducción de las palabras, Madrid,
Taurus, 2000, pág. 252.
4 «Si se había logrado ya integrar el hecho de los sexos en el desarrollo del sujeto
y por lo tanto entender la sexualidad como factor de su subjetividad, la nueva vía no
es otra cosa que el vaciamiento de ese contenido. Ser actor y representar un papel, por
mucho empeño que se ponga en ello, no es ser autor y partícipe del proyecto propio y
personal», Efigenio Amezúa, «Diez textos breves», «La nueva criminalización del
concepto de sexo», Revista Española de Sexología 91, Madrid, 1999.
J.Money, 1985.
5 En E.Amezúa, loc. cit. Asimismo, T.Laqueur opina: «Ha habido una poderosa
tendencia entre las feministas a vaciar el sexo de contenido afirmando, por el
contrario, que las diferencias naturales son realmente culturales», Thomas Laqueur,
La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 34.
229
que no puede explicarse ninguna identidad individual sino sólo las genéricas»,
Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología 99-
100, Madrid, 2000, pág. 152. Y añade: «Pretender que los sujetos se entiendan a sí
mismos como actores que representan papeles, supone la quiebra y el vaciamiento de
sus identidades individuales sexuadas, las más quiciales, las que trascienden a otras
de ca rácter ocasional o aleatorio. La postmodernidad, con otra fórmula, ha llamado a
esto «ausencia de sujeto», renuncia a la posibilidad misma de autenticidad y
sinceridad, y su substitución por la representación y simulacro. No deja de ser curiosa
esta coincidencia con la metáfora escénica que dictó el concepto de gender-
identity/rol», Efigenio Amezúa, «Diez textos breves», Revista Española de Sexología
91, Madrid, 1999.
7 Alvaro García Meseguer en ¿Es sexista la lengua española? explica que si los
anglosajones acuden a la palabra gender en vez de sex, ello se debe probablemente «a
un sentimiento de pudor victoriano». Citado en Alex Grijelmo, La seducción de las
palabras, Madrid, Taurus, 2000, pág. 82.
230
2 «Pero las muestras de falta de respeto son innumerables: la manera en que se
trata eso que se llama cuerpo, en que se le trata a trozos en la medicina, en la vida
corriente, en que se llega realmente cada vez más a tener los órganos y los miembros,
a poseerlos, esa fragmentación y esa pretensión de poder manejar a trozos y por
entero eso a lo que pedantemente se llama cuerpo, es una de las más flagrantes faltas
de respeto de aquello desconocido que querría que hablara un poco por mí», «Los dos
sexos y el sexo: las razones de la irracionalidad», A.García Calvo en Fernando
Savater (ed.), Filosof[a y sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 30.
s «La lógica del poder sobre el sexo sería la lógica paradójica de una ley que se
podría enunciar como comunicación a la inexistencia, la no manifestación y el
mutismo», Michel Foucault, Historia de la sexualidad. Librol: La voluntad de saber,
Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 103.
8 «La doctrina es que, salvo accidentes raros, la ignorancia nunca puede fomentar
la recta conducta, ni el conocimiento estorbarla», Bertrand Russell, loc. cit., pág. 78.
9 M.Foucault opina que ya desde los tiempos de Grecia Antigua «la medicina ha
entrado con fuerza en los placeres de la pareja: ha inventado toda una patología
orgánica, funcional o mental, que nacería de las prácticas sexuales "incompletas"; ha
clasificado con cuidado todas las formas anexas de placer; las ha integrado al
"desarrollo' y a las "perturbaciones" del instinto; y ha emprendido su gestión», Michel
Foucault, Historia de la sexualidad Librol: La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI,
1987, pág. 54.
231
hace que sea en ciertos casos susceptible de curar, en otros por el contrario es de tal
naturaleza como para inducir enfermedades; pero no siempre es fácil determinar cuál
de los dos efectos podrá tener: asunto de temperamento individual, asunto también de
circunstancias particulares y de estado transitorio del cuerpo», Michel Foucault,
Historia de la sexualidad Libro 3. La inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág.
111.
12 «Es posible afirmarse sin establecer, al mismo tiempo, una nueva medicina, es
posible expresar una salud que no suponga automáticamente que los demás están
enfermos», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso,
Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 341.
2 «Cuanto más se pierde el sexo como diferencia más se impone lo genital como
referencia, más se destierra el cuerpo como profusión», Pascal Bruckner y Alain
Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 10. Más
adelante y en otro tono prosiguen: «La cabeza es un pedazo de piel como los demás,
de la misma manera que el sexo no es más que una parte de la cabeza. Todo el cuerpo
es una máquina de locura, incluidos los codos, las uñas, los dientes, el hueso ilíaco, la
campanilla, el tímpano, el colon grueso, el ombligo, los bulbos capilares, el cuero
cabelludo, las axilas, el fémur, el talón de Aquiles, el anular y el meñique, e incluido
el coño y el pene», loc. cit., pág. 46.
'Como dice K.Millett: «Como todos nacemos hombre o mujer, nos imaginamos
que si se destruye nuestra identidad sexual, dejaríamos en cierto modo de existir»,
Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 406.
4 Citado por Paul Robinson, «La modernización del sexo», Revista Española de
Sexología 67-68, Madrid, 1995.
s «Quienes hacen el amor no son los genitales, sino las personas. Reducir el sexo
232
al nivel de las sensaciones agradables convierte a las personas que participan en el
acto en cuerpos intercambiables», Sam Keen, El lenguaje de las emociones,
Barcelona, Paidós, 1994, pág. 187.
«Lo esencial del consumo moderno es el ser una actitud, o, por decirlo más
correctamente, un rasgo de carácter. No importa qué sea lo que se consume: puede ser
comida, bebida, televisión, libros, cigarrillos, pintura, música o sexualidad. El mundo,
en toda su riqueza, se convierte en objeto de consumo. En el acto de consumir, el
hombre es pasivo, absorbiendo vorazmente su objeto de consumo, a la vez que es
absorbido por él. Los objetos de consumo pierden sus cualidades concretas porque no
los solicitan precisas y reales facultades humanas, sino un poderoso afán: la codicia
de tener y usar. El consumo es la forma enajenada de estar en relación con el mundo:
hacer del mundo un objeto de mi codicia, no de mi interés y preocupación», Erich
Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág. 103.
2 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 396.
4 «Apenas existimos por nosotros mismos; nuestro sentido del sí-mismo a menudo
se reduce a poco más que un sentido de ansiedad. En semejante estado de
autoenajenación, somos proclives a transformarnos en adictos a la aprobación, adictos
al amor, adictos a ser miembros de grupos, adictos a sistemas y estructuras, a
233
creencias, a un gurú o líder, a escapar del dolor, del vacío interior, de la ansiedad. La
autoenajenación impide la autonomía», Nathaniel Branden, El respeto hacia uno
mismo, Barcelona, Paidós, 1993, pág. 173.
6 Daniel Goleman, Elpunto ciego, Barcelona, Plaza &Janés, 1997, pág. 37.
7 Citado en Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 310.
9 «Lo que crea el vacío es la evitación de uno mismo», Sam Keen, El lenguaje de
las emociones, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 120.
s E.Fromm decía: «La «esencia» del hombre es un conflicto que sólo existe en él:
la oposición entre ser de la Naturaleza, estando sujeto a todas sus leyes y, al mismo
tiempo, trascender la Naturaleza, porque el hombre, y sólo él, es consciente de sí y de
su existencia», Erich Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág.
40.
10 «Cuerpos sin cambio, cuerpos que se resisten a acceder al límite que marca la
relación y el placer sexual, cuerpos-imágenes que huyen de la consistencia de las
pulsiones en sus metas «no desviadas». Cuerpos gélidos que anestesian los afectos
precisamente porque no saben dar vida al deseo y que terminan, pues, por perder
vitalidad, marcados «a muerte» por la imposible pretensión que perseguían»,
Gabriella Buzzatti y Anna Salvo, El cuerpopalabra de las mujeres, Madrid, Cátedra,
2001, pág. 22.
234
12 Gabriella Buzzatti y Anna Salvo, loc. cit., pág. 133.
14 «El ser humano vivo no es una imagen muerta, y no puede describirse como
cosa. De hecho, el ser humano no puede describirse», Erich Fromm, ¿Tener o ser¿,
Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 91.
16 «El esfuerzo hecho por suprimir la sexualidad estaría más en relación con
querer quebrantar la voluntad humana», Erich Fromm, ¿Tener o ser?, Madrid, Fondo
de Cultura Económica, 1999, pág. 85. A su vez, J.P.Sartre sostiene: «La inferioridad
sentida y vivida es el instrumento elegido para hacernos semejantes a una cosa, es
decir, para hacernos existir como puro afuera en medio del mundo», Jean-Paul Sartre,
El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993.
235
18 Erich Fromm, loc. cit., pág. 243.
20 Erich Fromm, ¿Tener o ser? Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág.
33.
21 «La conducta ascética, con su constante preocupación por no gozar, puede ser
tan sólo la negación de los poderosos deseos de tener y de consumir. El asceta puede
reprimir estos deseos; sin embargo al intentar suprimir el tener y el consumir, puede
estar igualmente preocupado por tener y consumir. Esta negación por
sobrecompensación es, como lo muestran los datos psicoanalíticos, muy frecuente»,
Erich Fromm, ¿Tener o ser?, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 89.
236
Erich Fromm, El amor a la vida, Barcelona, Altaya, 1983.
3 Como dijo Hegel: «Lo que debemos comprender es que los pensamientos no
sólo son un reflejo de la realidad sino que también constituyen un movimiento de esa
misma realidad. El pensamiento es una realización de lo que se quiere conocer y no el
simple reflejo de algo que no tiene la menor relación con él». Citado por Ken Wilber,
Breve historia de todas las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 99.
a «El gran descubrimiento postmoderno es que las visiones del mundo están en
desarrollo, que ni el mundo ni el yo están predeterminados», Ken Wilber, loc. cit.,
pág. 94.
~s Ken Wilber, loc. cit., págs. 199-200. Asimismo, C.G.Jung coincide: «Cada
pequeño paso adelante en la senda de la conciencialización crea mundo», Carl
G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós, 1997, pág. 89.
6 «El yo que contempla la realidad no tiene una esencia inmutable sino que tiene
una historia y el cartógrafo hará mapas completamente diferentes en cada uno de los
distintos estadios de su propia historia, de su propio proceso de crecimiento y
desarrollo. A lo largo de este proceso evolutivo, el sujeto representará el mundo de
una manera completamente diferente basándose no tanto en lo que realmente está
"fuera de aquí" - en alguna especie de mundo predeterminado - sino en lo que el
sujeto mismo aporta a la imagen», K.Wilber, loc. cit., pág. 93.
9 Como decía Albert Einstein, «la mente humana, previa y libremente, tiene que
construir formas antes de poder encontrarlas en las cosas».
237
interpretadas cognitivamente. Según la teoría cognitiva social, las experiencias crean
expectativas o creencias, no conexiones estímulo/respuesta». Citado por José Antonio
Marina, El laberinto sentimental, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 139.
'° Emerson decía que «sólo podemos ver aquello que somos».
14 «Ante todo, las cosas son "lo que son para mí"», José Antonio Marina, El
laberinto sentimental, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 16.
17 Ken Wilber, Los tres ojos del conocimiento, Barcelona, Kairós, 1991.
18 «Mi tesis principal es ésta: parece haber una tendencia formativa actuando en el
universo que puede ser observada a cualquier nivel», Carl R.Rogers, Orientación
psicológica y psicoterapia, Madrid, Narcea, 1978.
238
la percepción interior de aquellos que se han desarrollado hasta ese espacio (que
estructura el trasfondo de significación interpretativa que permite emerger al
significado)», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid,
Gala, 1998, pág. 306.
22 Citado por Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid,
Gala, 1998, pág. 142.
24 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 106.
23 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
págs. 191-192. El autor cita a Becker, que opina que «el hombre primitivo edifica un
cosmos que le permite expandirse simbólicamente y disfrutar del más elevado...
placer: expandir su sensación de identidad desde una simple criatura orgánica hasta
llegar a abarcar las estrellas», Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós,
1995, pág. 107.
25 Según sostiene Pepe Rodríguez: «Hace unos 30.000 años Dios aún no existía,
pero la especie humana llevaba ya más de dos millones de años enfrentándose sola a
su destino en un planeta inhóspito; sobreviviendo y muriendo en medio de la total
indiferencia del universo. Unos 90.000 años atrás, una parte de la humanidad de
entonces comenzó a albergar esperanzas acerca de una hipotética supervivencia
después de la muerte, pero la idea de la posible existencia de algún dios parece que
fue aún algo desconocido hasta hace aproximadamente 30 milenios», Pepe
Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. S.
27 Como dice P.Rodríguez: «Comprobar que los relatos imaginados por muchos
niños para explicar el origen del mundo y su funcionamiento no se diferencian en
nada sustancial de las descripciones que aparecen en los llamados "textos sagrados",
puede ser un buen punto de partida para comenzar a reflexionar sobre la grandeza y la
fragilidad que anidan en el psiquismo humano», loc. cit., pág. 43.
28 «Las grandes mitologías, y los grandes imperios que las llevaron a extenderse a
todas las esquinas del globo, se enfrentaban a las limitaciones propias de su poder
integrativo, simplemente porque se enfrentaban unas a otras. La única forma de
superar estas diferencias era la de deshacerse de las mitologías particularistas y
divisivas y transformarlas en una razonabilidad más global», Ken Wilber, Sexo,
ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998, pág. 204.
239
29 «A medida que el alcance planetario de la razonabilidad comenzó a quitarse de
encima las mitologías divisivas, los imperios dieron lugar a los estados modernos»,
Ken Wilber, loc. cit., pág. 206.
si «El tema común que se oye una y otra vez es: mira adentro», Wilber, loc. cit.,
pág. 207.
33 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
pág. 213.
ss Albert Einstein decía que «es la teoría la que determina lo que podemos
observar». A su vez, John Gribbin en En busca delgato de Schródinger sostiene: «Lo
que se aprende de los experimentos está altamente influido por las expectativas.
Nadie encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir». Por su parte,
Paul Watzlawick en ¿Es realla realidad? opina que: «La realidad de las cosas depende
de las creencias. Una profunda superstición puede crear sus propias "demostraciones
de la realidad", sobre todo si es compartida por muchas personas». También se podría
citar lo dicho por Joseph O'Connor yJohn Seymour en Introducción a la PNL. «Las
teorías científicas son metáforas sobre el mundo, no son verdad, son una forma de
pensar acerca del mundo. Estamos dándonos cuenta ahora muy rápidamente que
nuestra forma de pensar sobre el mundo hasta el momento ha sido muy útil en unos
aspectos, pero catastrófica en otros.»
240
38 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, págs. 160-161.
s9 «Por símbolo entendemos cualquier objeto o signo que representa a otra cosa en
virtud de su correspondencia o analogía, y las señales que empleamos los humanos
para comunicarnos los símbolos y sus significados los transmitimos a través del
sonido (lenguaje, música, etc.), el gesto (corporal - de estructura relativamente
simple-, etc.) y la imagen (arte, pintura, escultura, escritura... hasta llegar a nuestra
elaboradísima iconografía audiovisual moderna)», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer,
Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. 114.
aa «Los datos históricos enseñan que los dioses, por poderosos que hayan sido,
sólo pueden sobrevivir en la medida en que son útiles para construir, justificar, fijar y
sostener un determinado modelo de sociedad, pero cuando ésta se transforma, cambia
también la estructura mítica de la deidad que la patronea. Con el concepto de "Dios"
que tenemos actualmente sucederá lo mismo; fue un modelo de dios creado desde y
para una cultura patriarcal y agropecuaria que hoy, en una sociedad industrializada
que pretende aspirar de nuevo al igualitarismo, no resulta útil ni adaptativo», Pepe
Rodríguez, loc. cit., pág. 370.
241
mixitud. La mixitud designa, en efecto, una estructura puramente diferencial en la
cual cada uno de los términos no deriva del otro. Nunca es el dos el que deriva del
uno sino siempre es el uno del «individuo» que deriva del dos de quienes lo
engendraron», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 48.
6 «Diferencia de los sexos significa juego, tensión, cara a cara entre lo idéntico y
lo diferente, y lugar a partir del cual se fabrica el pensamiento. La dualidad, la
alteridad son su crisol», Geneviéve Fraisse, loc. cit., pág. 62.
9 «Todos los hombres son iguales en la medida en que son finalidades, y sólo
finalidades, y nunca medios los unos para los otros.» Y añade: «Hoy en día, igualdad
significa "identidad" antes que "unidad"», Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona,
Paidós, 1994.
242
hombre o mujer reales son es siempre inconcebible, pues su realidad reposa en la
naturaleza, no en el mundo verbal de los conceptos», Alan Watts, Naturaleza, hombre
y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 191.
X12 «La naturaleza no está por necesidad dispuesta de acuerdo con el sistema de
alternativas mutuamente excluyentes que caracterizan nuestro lenguaje y nuestra
lógica», Alan Watts, loc. cit., pág. 18.
13 Según P.Violi «si la diferencia sexual está por una parte anclada en lo biológico
y precede a la estructuración semiótica, por otra es elaborada social y culturalmente;
padece en otros términos un proceso de "semiotización", desde el momento en que
está inscrita en un complejo sistema de representaciones que transforman al macho y
a la hembra en "el hombre" y en "la mujer"», Patrizia Violi, El infinito singular,
Madrid, Cátedra, 1991, pág. 12. Además, «el juego de variantes de estos dos modos
masculino-femenino no tiene fin. Esa es su riqueza, la de su variabilidad», Efigenio
Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología 99-100,
Madrid, 2000, pág. 142.
14 «Por otra parte, cuanto menos evolucionada (y, por consiguiente, menos
inteligente) es una persona, más próxima se halla a los estereotipos masculinos o
femeninos. Las personalidades más desarrolladas presentan un equilibrio y una
integración de los principios masculinos y femeninos», Ken Wilber, Después del
Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 329.
Sylviane Agacinski, loc. cit., pág. 24. Y añade: «La diferencia sexual, siendo tan
universal, no define en absoluto qué papel juega la organización práctica de las
relaciones humanas. No implica en sí misma ninguna institución particular, ninguna
segregación, ninguna jerarquía de ningún orden - económico, social, político,
religioso o cualquier otro-. El firme cimiento de las diferencias anatómicas y
243
fisiológicas sugiere, en rigor, unos tipos de comportamiento ligados a la búsqueda del
placer o a conductas parentales, pero no puede programar nada que sea de orden
social, jurídico o institucional», Sylviane Agacinski, loc. cit., pág. 141.
21 «El arado vendría a echar por tierra el equilibrio de poder entre hombres y
mujeres.» Y añade: «Ya en el cuarto milenio a.C. aparece representado en un sello
sumerio un arado primitivo», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999,
pág. 235.
X22 «En las sociedades horticultoras, las mujeres producían el 80% de la comida
(y consecuentemente compartían un considerable poder público con los hombres);
una mujer embarazada podía seguir utilizando la azada pero no el arado. Cuando se
inventó el arado, los hombres se encargaron prácticamente de todo el trabajo
productivo, los modos de producción matrifocales dieron lugar a los patrifocales, y
las deidades reinantes pasaron de centrarse en la Gran Madre a hacerlo en el Gran
Padre», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala,
1998, págs. 184-85.
24 «Y enseguida pasaron a ser los dueños de la tierra, del ganado, de las cosechas
y de valiosas mercancías que podían transformar en influencia y posición. El
desarrollo de la agricultura y del arado supuso sin duda un golpe devastador para la
mujer, que perdió unas funciones económicas ancestrales. Las mujeres de las
sociedades agrícolas pasaron a ocuparse de un nuevo tipo de trabajo doméstico: hilar,
tejer, alimentar a las vacas y los cerdos y elaborar las velas, el jabón y el pan, además
de criar muchos más hijos que ayudaran en las faenas del campo y en la casa», Helen
Fisher, loc. cit., págs. 235-36.
244
el principio de división de todo el universo, no es más que la asimetría fundamental,
la del sujeto y del objeto, del agente y del instrumento, que se establece entre el
hombre y la mujer en el terreno de los intercambios simbólicos, de las relaciones de
producción y de reproducción del capital simbólico, cuyo dispositivo central es el
mercado matrimonial, y que constituyen el fundamento de todo el orden social. Las
mujeres sólo pueden aparecer en él como objeto o, mejor dicho, como símbolos cuyo
sentido se constituye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación
o al aumento del capital simbólico poseído por los hombres», Pierre Bourdieu, La
dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pág. 59.
25 «La representación del mundo como mundo mismo es una operación de los
hombres; éstos lo describen desde su punto de vista, la cual confunden con la verdad
absoluta», Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Los hechos y los mitos, Buenos
Aires, Siglo Veinte, 1987, pág. 185.
so «La cultura patriarcal expresa en forma de valor y de fuerza los elementos que
corresponden a la experiencia masculina, mientras que expresa en forma de
desvalorización y de debilidad los elementos de la experiencia femenina», Alessandra
Bocchetti, Lo que quiere una mujer, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 12.
31 «No es a partir del uno como hay que describir al otro, pues en este caso se da
preferencia a uno de los dos términos, se jerarquiza inmediatamente la diferencia y
nos quedamos dentro de la lógica de la carencia, que en este caso es política»,
Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 45. A su vez,
G.Fraisse afirma: «El hombre sirve de criterio de comparación entre los dos sexos, en
el que la mujer es medida por el rasero masculino», Geneviéve Fraisse, Musa de la
razón, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 87.
245
Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel, 1996, pág. 207.
ss «No hay representación "correcta" de las mujeres en relación con los hombres
y, por tanto, toda la ciencia de la diferencia es errónea», Thomas Laqueur, La
construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 50.
2 «Una imagen es una construcción mental que representa una cosa por
semejanza; un símbolo representa a una cosa por correspondencia, no por semejanza;
y un concepto representa toda una clase de semejanza. Los conceptos trascienden e
incluyen los símbolos, que a su vez trascienden e incluyen imágenes (que trascienden
e incluyen los impulsos, etc.)», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1,
libro 1, Madrid, Gala, 1998, pág. 136.
1 Pepe Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones B, 2000, págs. 129-
130.
3 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, págs. 146-47.
«La aprehensión primitiva del objeto sólo en parte proviene del comportamiento
objetivo de las cosas; en lo restante, a menudo en su mayor parte, procede de
circunstancias intrapsíquicas, que sólo debido a la proyección tienen algo que ver con
246
las cosas», Carl G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós,
1997, pág. 93.
s «Pero el hecho es que gran parte de este ajuste cultural dista mucho de ser
consciente y tiene lugar a un nivel tan profundo que simplemente nos pasa
desapercibido. Existen estructuras lingüísticas y prácticas culturales tan profundas
que todavía no hemos llegado a reconocerlas y comprenderlas. Pero procedan de
donde procedan, ¡no hay modo alguno de escapar a estas redes intersubjetivas que
son la condición misma del espacio subjetivo!», Ken Wilber, Breve historia de todas
las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 160. Por otra parte, C.G.Jung en Arquetipos
e inconsciente colectivo opina que «el símbolo es la mejor expresión posible para un
contenido inconsciente, sólo presentido pero aún desconocido», pág. 12.
s «Cada cultura tiene sus propias leyendas y tradiciones, símbolos y creencias, que
se entretejen para incrementar el "peso psicológico" de un acontecimiento y lograr
que sea lo más impresionante posible para los participantes», Desmond Morris,
Masculino y Femenino, Barcelona, Plaza & Janés, 2000, pág. 137.
ii Alan Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 117.
247
dato material, biológico, sino como elemento ya significante, como una de las
categorías que fundan nuestra percepción y representación del mundo», Patrizia
Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 62.
i~ «Finalmente, sea cual sea el modelo adoptado para pensar los sexos - semejanza
o diferencia-, el hombre se presenta siempre como ejemplar mejor acabado de la
humanidad, el absoluto a partir del cual se sitúa la mujer», Elizabeth Badinter, XY.
La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 24. S.Agacinski
comenta que «existen numerosísimas versiones o expresiones de la diferencia;
expresiones políticas concernientes a la distribución del poder; expresiones estéticas
referidas a la figuración de los sexos, a las formas y a las representaciones de lo
masculino y de lo femenino; expresiones económicas que implican una división
sexual de las tareas», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998,
pág. 32.
i9 «El sentido simbólico es una vez más el que un sujeto masculino atribuye a los
niveles más profundos de la percepción sensible propia», Patrizia Violi, El infinito
248
singular, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 117. Y añade: «El problema no es tanto que la
subjetividad no entienda o equivoque las formas de una subjetividad diferente de la
suya, sino que ésta deje de ser tal para transformarse en la forma de la objetividad
científica», pág. 32.
23 «Cuando creemos algo, actuamos como si fuera verdad; y esto lo hace difícil de
reprobar porque las creencias actúan como filtros perceptivos singularmente potentes.
Los hechos se interpretan en forma de creencias, y las excepciones confirman la
regla. Lo que hacemos mantiene y refuerza nuestras creencias; las creencias no son
simplemente mapas de lo que pasó, sino planes y estrategias para acciones futuras»,
Joseph O'Connor y John Seymour, Introducción a la PNL, Barcelona, Urano, 1990.
24 «Ya en Freud y, desde luego, en Foucault, sexualidad y poder son dos discursos
íntimamente relacionados entre sí. Quien manda debe construir también las verdades
de la sexualidad y del cuerpo, debe codificar el o los cuerpos», María Milagros
Rivera Garretas, Textos y espacios de mujeres, Barcelona, Icaria, 1990, pág. 129.
249
del Padre», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza
Editorial, 1993, pág. 167.
29 «Como es lógico, cuando los confines del cuerpo humano quedan atrás y nos
adentramos en el reino del simbolismo escultural, no hay más límite que el cielo»,
Desmond Morris, Masculino y Femenino, Barcelona, Plaza & Janés, 2000, pág. 70.
2 Como dijo Robert Hall, «el lenguaje es la forma de relacionarse con el mundo no
presente». En Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 141.
«Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a
su propia vida; y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a toda la colectividad.
Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por
fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han
250
extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la
palabra y la dirige», Alex Grijelmo, La seducción de las palabras, Madrid, Taurus,
2000, pág. 12.
9 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
pág. 435.
10 «Se habla y se comprende sobre la base de códigos sociales que son verbales y
no verbales y que están muy estrechamente conectados; y también con arreglo a la
historia de la sociedad, de los pueblos, de sus idiomas», Alex Grijelmo, loc. cit., pág.
279. A su vez, P.Violi comenta: «el lenguaje asume por tanto una función de espejo y
reproducción de la realidad externa: sólo puede reflejar y reproducir las dinámicas de
poder que lo preceden», Patrizia Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991,
pág. 95.
12 «El "dueño del lenguaje", que ostenta las reglas y establece las normas del
juego, es a la vez objeto social y sujeto sexuado, y sólo en el cruce de estos dos
territorios se puede plantear la cuestión de la diferencia sexual del lenguaje», P.Violi,
loc. cit., pág. 22.
251
13 «En el lenguaje encontramos una situación análoga a la que ya se ha revelado
en otros campos y en ámbitos más específicos, como en el discurso filosófico,
analítico y científico: la ocultación y la negación de la diferencia sexual como forma
productiva de dos subjetividades diversas, dos sexualidades diversas, dos
modalidades diversas de expresión y conocimiento. En vez de presentarnos dos
sujetos autónomos y diferenciados, sin que uno de ellos pueda reducirse a la negación
del otro, el lenguaje, como la cultura, dan la palabra a un solo sujeto, aparentemente
neutro y universal, pero masculino en realidad. La diferencia sexual, allí donde
aparezca, está tan reducida a la caricatura de sí misma, es tan incapaz de liberar sus
capacidades creativas porque no puede reflejar dos objetos diversos», Violi, loc. cit.,
pág. 13.
252
diferencia se plantea en el plano del semantismo corporal, en la frontera entre lo
biológico y lo semiótico, chocando con el simbolismo que está en la base de nuestra
percepción física, del dato emotivo», P.Violi, loc. cit., pág. 119.
a Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 2, Madrid, Gala, 1997,
pág. 328.
6 «El modelo unisex ha dominado el pensamiento hasta principios del siglo xvIII.
Después, a pesar de que dicho modelo vuelva a asomarse discretamente,
especialmente con Freud, es el patrón de los dos sexos en oposición el que domina
durante los siglos xIx y xx, hasta ayer mismo», Elizabeth Badinter, XY. La identidad
masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 22.
253
Michel Foucault, Historia de la sexualidad, libro 2. El uso de los placeres, Madrid,
Siglo XXI, 1987, pág. 127.
10 «El tiempo fue creado por una expansión de la conciencia y como una nueva
negación de la muerte. La cultura, por su parte, fue lo que el hombre hizo con el
nuevo tiempo. En realidad, el tiempo y la cultura están tan estrechamente
relacionados porque "la cultura es" precisamente "lo que el hombre hace con la
muerte"», Ken Wilber, loc. cit., pág. 104.
254
Imperio romano, estos credos sexuales fueron aprobados por el Estado», Helen
Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999, pág. 282.
14 «La versión mítica de la mujer como origen del sufrimiento humano, del saber
y del pecado, condiciona aún hoy en día las actitudes sexuales, por representar el
argumento central de la tradición patriarcal de Occidente», Kate Millett, Política
sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 115. Y añade: «La relación establecida entre la
mujer, el sexo y el pecado constituye el modelo primordial de todo el pensamiento
occidental posterior a la aparición del mito del pecado original», loc. cit., pág. 118.
is «Los fundamentos del poder, en general, no han sido casi cuestionados antes del
Siglo de las Luces, y nunca por supuesto los del poder masculino. No es, pues,
asombroso que las mujeres hayan podido muy pocas veces determinar por sí mismas
su lugar y estatuto», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998,
pág. 35.
255
sexualidades erráticas o improductivas; de hecho, funcionan como mecanismos de
doble impulso: placer y poder. Placer de ejercer un poder que pregunta, vigila,
acecha, espía, excava, palpa, saca a la luz; y de otro lado, placer que se enciende al
tener que escapar de ese poder, al tener que huirlo, engañarlo o desnaturalizarlo.
Poder que se deja invadir por el placer al que da caza; y frente a él, placer que se
afirma en el poder de mostrarse, de escandalizar o de resistir. Captación y seducción;
enfrentamiento y reforzamiento recíproco: los padres y los niños, el adulto y el
adolescente, el educador y los alumnos, los médicos y los enfermos, El psiquiatra con
su histérica y sus perversos no han dejado de jugar este juego desde el siglo xIx. Las
llamadas, las evasiones, las incitaciones circulares han dispuesto alrededor de los
sexos y los cuerpos no ya fronteras infranqueables sino las espirales perpetuas del
poder y del placer», M.Foucault, loc. cit., pág. 59.
24 «El grado de control que los varones comenzaron a ejercer sobre la vida sexual
de las mujeres fue en constante aumento, hasta desembocar en una completa
cosificación de su función reproductora y en la absoluta sumisión y dependencia de la
mujer respecto del varón», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones
B, 2000, pág. 197.
26 «Tal como nos lo recuerda Thomas Laqueur, antes del Siglo de las Luces, el
sexo o el cuerpo eran vistos como un epifenómeno, mientras que el género, que hoy
consideramos una categoría cultural, era el elemento de base y primordial. En primer
lugar, ser hombre o mujer era una cuestión de rango, un lugar en la sociedad, un
papel cultural que nada tenía que ver con seres biológicamente opuestos», Elizabeth
Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 22. Es
decir, «con anterioridad al siglo xvii, el sexo era todavía una categoría sociológica y
no ontológica», Thomas Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994,
pág. 28.
28 «A finales del siglo xvIII, pensadores con horizontes distintos insisten sobre la
256
diferencia radical que existe entre los sexos demostrándola a tenor de los recientes
descubrimientos biológicos. De la diferencia de grado se pasa a la diferente
naturaleza. Es el triunfo del dimorfismo radical. Contrariamente al modelo
precedente, ahora es el cuerpo el que se juzga real y sus significaciones culturales
como epifenómenos. La biología se convierte en el fundamento epistemológico de las
prescripciones sociales», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid,
Alianza Editorial, 1993, pág. 23. A su vez, T.Laqueur coincide: «A finales del siglo
XVIII apareció un nuevo modelo de dimorfismo radical, de divergencia biológica.
Una anatomía y una fisiología de lo inconmensurable sustituyó a una metafísica de la
jerarquía en la representación de la mujer en relación con el hombre», Thomas
Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 24.
X31 «El clítoris, como el pene, fue durante dos milenios "joya preciosa" y órgano
sexual, no un lugar "perdido o extraviado" a través de los tiempos, sino solamente (en
todo caso) desde Freud. Una gran ola de amnesia se abatió sobre los círculos cientí
ficos hacia 1900, hasta el punto de que en la segunda mitad del siglo xx se aclamaron
las viejas verdades como si fueran descubrimientos revolucionarios», T.Laqueur, loc.
cit., pág. 398. Y prosigue: «En este caso, la respuesta de Freud puede considerarse
como un relato cultural con disfraz anatómico. El cuento del clítoris es una parábola
cultural, que explica cómo se forja el cuerpo hasta obtener una forma válida para la
civilización, a pesar de sí mismo, y no por su causa», pág. 402.
32 «Lo genital y sus placeres localizados son una limitación a la que un día, hace
poco, obligamos al cuerpo», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden
amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 223.
257
33 P Bruckner y A.Finkielkraut, loc.'cit., pág. 8.
ss «La base que soporta las tesis sobre el rol, e incluso la existencia del placer
femenino, no reside en la biología, sino en la cultura», T.Laqueur, loc. cit., pág. 322.
1 «Cada gran época de la evolución humana parece girar en torno a una idea
central, una idea que la domina y resume su visión del Espíritu y del Kosmos», Ken
Wilber, Breve historia de todas las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 422.
2 «No hay hombre natural, en el sentido de que todo comportamiento humano fue
modelado por una cultura. No somos libres de rechazar nuestra herencia: la tenemos
pegada a la piel. Y cuanto más queremos ignorarla, más prisioneros somos de ella»,
Jean Louis Flandrin, La moral sexual en Occidente, Barcelona, Juan Granica, 1984,
pág. 10.
s «Las mujeres aparecen por vez primera descritas como bienes o pertenencias del
hombre en 1750 a.C., en unos códices de la antigua Babilonia. Pero por la época de
esplendor de la Grecia clásica, su estatus se había degradado casi de forma universal
entre los pueblos de Europa», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999,
pág. 237.
258
extendido el concepto de isonomía (igualdad de los ciudadanos ante la ley) a la
totalidad de los seres humanos, llegando así a considerar injusta la situación de
subordinación de las mujeres y de los esclavos», Alicia H.Puleo, «Patriarcado», en
Celia Amorós (ed.), 10palabras clave sobre mujer, Estella, Verbo Divino, 1995, pág.
22.
7 «Pero estos códigos sexuales de los primeros siglos del cristianismo sin duda
acabaron con el erotismo. Los europeos llegaron a asociar con el pecado
prácticamente todo deseo sexual», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus,
1999, pág. 283.
s Según H.Fisher «en cierto modo, algunas de las doctrinas de la Iglesia vinieron a
favorecer el estatus de la mujer. Al considerar que habían sido creadas a imagen y
semejanza de Dios se les empezó a mostrar respeto. Además, los códigos sexuales
amplían el objetivo de proporcionar a las mujeres esposos entregados, protectores y
proveedores que no podían divorciarse de ellas ni abandonarlas. El cristianismo
también puso freno al adulterio masculino. E incluso ofreció a las mujeres una nueva
vía de acceso al poder político y social: el convento», loc. cit., pág. 283.
9 «No es exagerado, pues, concluir que el Amor Cortés ha sido el fenómeno que
más ha contribuido al futuro del amor y la sexualidad en el Occidente europeo»,
Efigenio Amezúa, La erótica española en sus comienzos, Barcelona, Fontanella,
1974.
11 «El amor cortés lo que exalta es el amor fuera del matrimonio, pues el
matrimonio significa sólo la unión de los cuerpos, mientras que el "Amor", que es el
Eros supremo, es el impulso del alma hacia la unión luminosa, más allá de todo amor
posible en esta vida. Por eso Amor supone la castidad», Denis de Rougemont, loc. cit.
259
12 «A partir de la Edad Media, en las sociedades occidentales el ejercicio del
poder se formula siempre en el derecho», Michel Foucault, Historia de la sexualidad,
Libro 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 106.
14 «La pastoral cristiana del siglo xvü inspirada por la Contrarreforma recomienda
la confesión detallada de todas las fantasías sexuales al tiempo que insiste sobre la
importancia extrema del pecado sexual», Alicia H.Puleo, Dialéctica de la sexualidad,
Madrid, Cátedra, 1992, págs. 6-7. Por otra parte, según M.Foucault, «podría trazarse
una línea recta que iría desde la pastoral del siglo xviI hasta lo que fue su proyección
en la literatura, y en la literatura "escandalosa"», loc. cit., pág. 30.
is Foucault, loc. cit., pág. 140. Y añade: «Hasta finales del siglo XVIII tres
grandes códigos explícitos regían las prácticas sexuales: derecho canónico, pastoral
cristiana y ley civil. Fijaban, cada uno a su manera, la línea divisoria de lo lícito y lo
ilícito. Pero todos estaban centrados en las relaciones matrimoniales. La relación
matrimonial era el más intenso foco de coacciones; sobre todo era de ella de quien se
hablaba; más que cualesquiera otra, debía confesarse con todo detalle. Romper las
leyes del matrimonio o buscar placeres extraños significaba, de todos modos,
condenación. En la lista de los pecados graves, separados sólo por su importancia,
figuraban el estupro, el adulterio, el rapto, el incesto espiritual o carnal, pero también
la sodomía y la "caricia" recíproca», loc. cit., págs..49-50.
260
Epoca Moderna y más concretamente tras la Ilustración para explicar no el orden del
locus genitalis sino el nuevo de los sexos», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los
sexos», Revista Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 186.
X26 «En una primera aproximación, parece posible distinguir, a partir del siglo
XVIII, cuatro grandes conjuntos estratégicos que despliegan a propósito del sexo
dispositivos específicos de saber y de poder», M.Foucault, loc. cit., pág. 126. Según
el autor son: a) Histerización del cuerpo de la mujer: la Madre, con su imagen
negativa que es «la mujer nerviosa», constituye la forma más visible de esta
histerización. b) Pedagogización del sexo del niño: guerra contra el onanismo que en
Occidente duró cerca de dos siglos. c) Socialización de las conductas procreadoras. d)
Psiquiatrización del placer perverso.
27 «A lo largo del siglo xIx, el sexo parece inscribirse en dos registros de saber
muy distintos: una biología de la reproducción que se desarrolló de modo continuo
según una normatividad científica general, y una medicina del sexo, que obedeció a
muy otras reglas de formación. Entre ambas, ningún intercambio real. Todo ocurría
como si una fundamental resistencia se hubiera opuesto a que se pronunciara un
discurso de forma racional sobre el sexo humano, sus correlaciones y sus efectos.
Semejante desnivelación sería el signo de que en ese género de discursos no se
261
trataba de decir la verdad, sino sólo de impedir que se produjese», M.Foucault, loc.
cit., pág. 69.
zs «En el siglo XVIII el sexo llega a ser asunto de "policía"», M.Foucault, loc. cit.,
pág. 34.
29 «La variedad moderna del hastío apareció en el siglo xIx. Antes, los hombres y
las mujeres padecían de bilis negra, acedia y melancolía, pero no hastío», Sam Keen,
Ellenguaje de las emociones, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 39.
ss «El principio de que los deseos deben ser satisfechos sin dilación ha
determinado también la conducta sexual, especialmente desde la terminación de la
Primera Guerra Mundial. La idea era que los impulsos sexuales "reprimidos"
producen neurosis, que las frustraciones causaban traumatismos, y que cuanto menos
se reprimiera uno, más sano estaría», Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1992, pág. 140.
262
1 «Según Foucault, es a través del sexo como se accede a la inteligibilidad de uno
mismo», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial,
1993, pág. 103.
2 «El ser es lo que es. No hay en el ser así concebido el menor esbozo de dualidad;
es lo que expresamos diciendo que la densidad de ser en-sí es infinita. Es lo pleno. El
principio de identidad puede llamarse sintético, no sólo porque limita su alcance a
una región de ser definida, sino, sobre todo, porque reúne en sí el infinito de la
densidad», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 108.
«La cuestión se plantea, pues más o menos en estos términos: si admitimos que la
persona es una totalidad, no podemos esperar recomponerla por una adición o una
organización de las diversas tendencias que hemos descubierto empíricamente en
ella. Por el contrario, en cada inclinación, en cada tendencia se expresa la persona
entera, aunque según una perspectiva diferente, algo así como la sustancia spinozista
se expresa por entero en cada uno de sus atributos. De este modo, hemos de descubrir
en cada tendencia, en cada conducta del sujeto, una significación que la trasciende»,
Jean-Paul Sarte, loc. cit., pág. 586.
6 «Una condición humanista es la de reconocer que no hay nada humano que nos
sea ajeno. Todo está en mí. Yo soy un niño, yo soy un adulto, soy un asesino y soy un
santo. Yo soy un narcisista, y soy destructivo», Erich Fromm, El arte de escuchar,
Barcelona, Altaya, 1999.
s «El sexo es, a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie»,
Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1. La voluntad de saber, Madrid,
Siglo XXI, 1987, pág. 176.
«No se trata ya de que los hombres sean de un planeta y las mujeres de otro,
recurso o metáfora todavía en uso. Se trata precisamente de la consolidación de un
universo nuevo y común a ambos: el del Hecho de los sexos», Efigenio Amezúa,
«Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.
263
vertiente activa y pasiva, es decir como sexuantes y sexuadas. Dicho concepto da
cuenta o explica la realidad sexual no estática y terminada sino dinámica y en su
devenir procesual, como hacerse sexuado, constelando consigo los distintos
elementos de la progresiva sexuación, tanto individual y ontogenética como colectiva
o filogenética», Efigenio Amezúa, «Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra
cara del sexo», Revista Española de Sexología 49-50, Madrid, 1991, págs. 101-102.
11 «La lógica y el conocimiento que interesan a los sujetos para poder aclararse no
es la de ese sexo al que se les ha impelido y constreñido, sino la lógica y el
conocimiento de los sujetos sexuados y en la que los genitalia son órganos terminales
y no de su organización», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 26.
264
biografía, es decir, en biología vivida o sea vivenciada», Efigenio Amezúa, loc. cit.,
pág. 104.
i9 «En el terreno del placer auténtico, sea el que sea, no se puede cortocircuitar el
grado de satisfacción de vivir la propia vida. Si la sexualidad es el «lugar privilegiado
de paso por el mundo», el placer y la satisfacción sexuales no pueden desligarse,
disociarse de la satisfacción que una persona puede sacar de ella misma como
persona o la de vivir su vida», Claude Crépault y Jean Pierre Trempe (eds.), «Nuevas
líneas en Sexología clínica», Revista Española de Sexología 57-58, Madrid, 1993.
23 «Lo erótico tiene razones que la razón ignora», Nancy Friday, Sexo: varón,
Barcelona, Argos Vergara, 1981.
265
conciencia en el cuerpo», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993,
pág. 421.
22 «Hay cierto deseo fundamental y originario en el ser humano, y que ese deseo
incumbe lo mismo a la unión física que al hecho de compartir la existencia. Tesis que
tiene esta doble consecuencia: que la extrema vivacidad del deseo no caracteriza
únicamente al movimiento que empuja a la unión de los sexos, sino también al que
tiende a compartir las vidas», Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 3. La
inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI, 1987, págs. 141-42.
X25 «Fascinación producida por las mutuas diferencias que no pueden ser sino
carencias percibidas como colmables con el otro, por ello mismo objeto de deseo. Es
el reino del otro - absolutamente otro - el que constituye a éste en objeto y por lo
tanto atractivo y misterioso hasta el punto de desencadenar el ímpetu que lleva a
traspasar el límite de su frontera, por ello mismo intrigante», Efigenio Amezúa,
«Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra cara del sexo», Revista Española
de Sexología 49-50, Madrid, 1991, pág. 153. Y prosigue: «El otro, objeto de deseo -
en el sentido lacaniano - se constituye en el hechizo de lo colmable en una ilusión sin
fin. Él cree que ella le colmará, y viceversa. En este juego se produce el deseo que a
su vez genera los dispositivos de la seducción», loc. cit., pág. 154.
26 «No es que los problemas sexuales sean mayores o menores. Es que la gran
parte de dicha problemática ha sido conceptualizada como tal, sin tener en cuenta el
carácter mismo del hecho sexual como creador de variedad y diversidad o dicho en
otros términos como generador de la misma», Efigenio Amezúa, loc. cit., págs. 126-
127.
30 «Convendría no olvidar que la fruición de los deleites se sitúa tras todos sus
pliegues: las sensaciones, las excitaciones y los orgasmos y no más en unos que en
otros, sino en cada uno de ellos y de diversas maneras. Eros, la erótica, puede
encontrarse por doquier», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 72.
266
si «Para Marcuse, la "tiranía genital" encuentra su explicación en una estrategia de
desexualización del cuerpo que tiene como finalidad la destrucción de sus
capacidades de buscar y sentir placer. La concentración de la libido en la zona genital
se hallaría, pues, en relación con el principio de ejecución», Alicia H.Puleo,
Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, págs. 110-111.
2 «La identidad sexual forma una parte nuclear de la narrativa del ego», Anthony
Giddens, La transformación de la intimidad, Madrid, Cátedra, 1998, pág. 77.
3 Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología
99-100, Madrid, 2000, pág. 194.
4 «No es tarea simple hacerse hoy hombre o mujer. Lo que parecía evidente se ha
convertido en una carrera de obstáculos. Ser hoy hombre o mujer - qué hombre y qué
mujer - que aparentemente no era un problema, hoy sí lo es: hacerse una identidad
sexual es un proyecto importante», Efigenio Amezúa, loc. cit., pág. 191.
267
s «La identidad sexual, o sea la de cada sexo, no es ni biológica, ni psicológica, ni
social. Es fundamentalmente biográfica - diríamos más: existencial - que es como se
nos revela en la observación por ser así como se elabora. Y lo central de ella no son
sus elementos o aspectos sino su hilo conductor: su argumento. Lo principal es lo
principal y el resto es secundario», Efigenio Amezúa, loc. cit., pág. 195.
9 «Uno no puede percibirse como uno sin el otro; que la realidad de los sexos hace
a los individuos relativos y relacionales; que no puede entenderse un sujeto sino en
relación; y que esta cualidad es ontogenética, o sea imprescindible para la
configuración misma de los sujetos humanos como tales», Efigenio Amezúa, «Teoría
de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.
10 «La experiencia de un ser humano es el conjunto de cosas que hace, las cuales
incorporan al cuerpo un modo de ser. En gran medida, lo que un individuo hace, su
comportamiento, está determinado por el universo de prácticas imperante en la
sociedad en la que viene al mundo», Alessandra Bocchetti, Lo que quiere una mujer,
Madrid, Cátedra, 1999, pág. 18.
268
1993, pág. 123.
«Nadie sabe realmente lo que siente otro: cualquiera puede creer que tiene
sentimientos de mujer o de hombre, pero en realidad tal vez sean simplemente
sentimientos que sólo le pertenecen a sí mismo», Jan Morris, El enigma, Barcelona,
Grijalbo, 1976.
269
9 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Madrid, Gala,
1998, pág. 252.
io Alexander Lowen, La experiencia del placer, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 164.
15 «El individuo que en este estadio ya no puede confiar en los roles dados por la
sociedad para establecer su identidad, es devuelto a sus propios recursos internos.
¿Quién soy yo?", se convierte, por vez primera, en una pregunta cáustica y las
necesidades de autoestima emergen de las necesidades de pertenencia, o un yo
"concienciado" emerge de una estructura "conformista"», Ken Wilber, Sexo,
ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Madrid, Gala, 1998, págs. 265-66.
17 «Las mujeres se construyen como tales mujeres en interacción con los hombres
y viceversa. La clave de las identidades, sabemos, reside en las relaciones. Nadie se
hace sexuado ni se vive ni expresa como sexuado solo. La tesis sexuante nos dice que
el otro más otro de todos los otros es el otro del otro sexo. La interacción entre los
sexos gobierna y modela la vida de los sujetos mediante las atracciones y deseos y
mediante los encuentros o desencuentros. El sujeto no busca sexo, como se ha dicho.
270
Busca al otro sexuado», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, págs. 196-197.
«Lo mismo que sucede con los derechos que son individuales, aunque pueden ser
favorecidos colectivamente, la condición sexuada, es decir, de hombres y mujeres,
puede ser igualmente contemplada como sexual, pero sólo podrá ser entendida en su
raíz desde los propios sujetos individuales», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los
sexos», Revista Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 152. Y añade:
«No podemos hablar del sexo sino de los sujetos sexuados y como tales sujetos
sexuados. Puesto que, a efectos de lo que planteamos, tan impensable es un sujeto
humano no sexuado como el sexo convertido en sujeto substantivado. La condición
humana no cuenta con ello. Y el pensamiento tampoco», Efigenio Amezúa, «Teoría
de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.
4 Cabe mencionar, que «se abstrae cuando se piensa como aislado aquello que no
está hecho para existir aisladamente», M.Laporte citado en Jean-Paul Sartre, El ser y
la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 39.
s «Así, el reino de los conceptos adquiere no sólo una vida propia independiente,
sino una vida más real y más esencial que la de la naturaleza no verbal. Las ideas no
representan a la naturaleza, sino que la naturaleza representa a las ideas con la
indumentaria entorpecedora del paño material. De aquí que lo que es imposible e
inimaginable en la naturaleza sea posible en idea, como lo positivo puede separarse
permanentemente de su polaridad con lo negativo y la alegría de su interdependencia
con la tristeza. En una palabra, la posibilidad puramente verbal se considera como
una realidad mayor que la posibilidad física», Alan Watts, Naturaleza, hombre y
mujer, Barcelona, Kairós, 1996, págs. 45-46.
8 Citado por Erich Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág.
271
103.
272
Índice
AGRADECIMIENTOS 8
INTRODUCCIÓN 9
CAPÍTULO 1.-EL «DEMONIO» SEXUAL 12
1.2. Cuerpo versus alma o paradigma dualista del ser humano 14
1.3. Bueno versus malo. Moral y sexualidad 17
1.4. La represión sexual 19
1.5. Visión no-dual del ser humano 24
CAPÍTULO 2.-SEXO VERSUS GÉNERO 26
2.2. Discusión 30
CAPÍTULO 3.-CRIMINALIZACIÓN Y PATOLOGIZACIÓN
33
DEL SEXO
3.2. Criminalización del sexo 37
3.3. Patologización del sexo 41
CAPÍTULO 4.-BANALIZACIÓN DEL SEXO 45
4.2. El sexo como artículo de consumo 48
CAPÍTULO 5.-EL SER HUMANO «ENAJENADO» 51
5.2. Habitando en la estratosfera 55
5.3. El ser humano cosificado y autómata 58
5.4. Ser versus tener 61
CAPÍTULO 6.-VISIONES DEL MUNDO, SU EVOLUCIÓN Y
64
PERPETUACIÓN
6.2. Su evolución 69
6.3. Distintos tipos de visiones del mundo 71
6.4. Su perpetuación 78
CAPÍTULO 7.-DIFERENCIA DE LOS SEXOS 83
7.2. Visión patriarcal del mundo 88
CAPÍTULO 8.-Lo SIMBÓLICO 93
8.2. La diferencia de los sexos en lo simbólico 97
8.3. Lo simbólico y la condición sexual humana 100
CAPÍTULO 9.-EL LENGUAJE Y LA REPRESENTACIÓN DE
104
LA REALIDAD
273
9.2. La diferencia de los sexos en el lenguaje 110
9.3. El lenguaje y la condición sexual humana 113
CAPÍTULO 10.-CONSTRUCCIÓN SEXUAL DE LA
118
REALIDAD
10.2. Sociedad y cultura patriarcal 123
10.3. La moral sexual cultural 126
10.4. El poder y la represión sexual 131
10.5. La construcción sexual de la realidad y la condición sexual
136
humana
CAPÍTULO 11.-UN POCO DE HISTORIA 144
11.2. El transcurrir del paradigma antiguo de sexo único 147
11.3. El paradigma moderno de dos sexos 154
CAPÍTULO 12.-EL HECHO SEXUAL HUMANO 161
12.2. Sexuación 165
12.3. Sexualidad 168
12.4. Erótica 170
12.5. Amatoria 175
CAPÍTULO 13.-LA IDENTIDAD SEXUAL 178
13.2. Las dos identidades sexuales 182
CAPÍTULO 14.-CÓMO SE FORMA LA IDENTIDAD
188
SEXUAL
14.2. Etapas formativas de la identidad sexual 194
14.2.2. En la adolescencia 204
14.2.3. En la edad adulta 207
CAPÍTULO 15.-LO ABSTRACTO Y LO CONCRETO 214
274