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BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD

Dirigida por el Dr. Agripino Matesanz

Anna Arnaiz Kompanietz

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LA CONDICIÓN SEXUAL HUMANA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA


REALIDAD

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AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1.-EL «DEMONIO» SEXUAL

1.1. Vocablos polisémicos

1.2. Cuerpo versus alma o paradigma dualista del ser humano

1.3. Bueno versus malo. Moral y sexualidad

1.4. La represión sexual

1.5. Visión no-dual del ser humano

CAPÍTULO 2.-SEXO VERSUS GÉNERO

2.1. Origen y propagación del concepto «género»

2.2. Discusión

CAPÍTULO 3.-CRIMINALIZACIÓN Y PATOLOGIZACIÓN DEL SEXO

3.1. Problematización del cuerpo

3.2. Criminalización del sexo

3.3. Patologización del sexo

CAPÍTULO 4.-BANALIZACIÓN DEL SEXO

4.1. La manía reduccionista

4.2. El sexo como artículo de consumo

CAPÍTULO 5.-EL SER HUMANO «ENAJENADO»

5.1. El ser humano escindido y reducido

5.2. Habitando en la estratosfera

5.3. El ser humano cosificado y autómata

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5.4. Ser versus tener

CAPÍTULO 6.-VISIONES DEL MUNDO, SU EVOLUCIÓN Y PERPETUACIÓN

6.1. Visiones del mundo

6.2. Su evolución

6.3. Distintos tipos de visiones del mundo

6.4. Su perpetuación

CAPÍTULO 7.-DIFERENCIA DE LOS SEXOS

7.1. Diferencia versus igualdad

7.2. Visión patriarcal del mundo

CAPÍTULO 8.-Lo SIMBÓLICO

8.1. El mundo simbolizado

8.2. La diferencia de los sexos en lo simbólico

8.3. Lo simbólico y la condición sexual humana

CAPÍTULO 9.-EL LENGUAJE Y LA REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD

9.1. El lenguaje en la percepción y la creación de la realidad

9.2. La diferencia de los sexos en el lenguaje

9.3. El lenguaje y la condición sexual humana

CAPÍTULO 10.-CONSTRUCCIÓN SEXUAL DE LA REALIDAD

10.1. El marco referencial de los dos sexos

10.2. Sociedad y cultura patriarcal

10.3. La moral sexual cultural

10.4. El poder y la represión sexual

10.5. La construcción sexual de la realidad y la condición sexual humana

CAPÍTULO 11.-UN POCO DE HISTORIA

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11.1. Consideraciones iniciales

11.2. El transcurrir del paradigma antiguo de sexo único

11.3. El paradigma moderno de dos sexos

CAPÍTULO 12.-EL HECHO SEXUAL HUMANO

12.1. En torno al fenómeno

12.2. Sexuación

12.3. Sexualidad

12.4. Erótica

12.5. Amatoria

CAPÍTULO 13.-LA IDENTIDAD SEXUAL

13.1. Sobre la identidad sexual

13.2. Las dos identidades sexuales

CAPÍTULO 14.-CÓMO SE FORMA LA IDENTIDAD SEXUAL

14.1. El proceso

14.2. Etapas formativas de la identidad sexual

14.2.1. En la niñez

14.2.2. En la adolescencia

14.2.3. En la edad adulta

CAPÍTULO 15.-LO ABSTRACTO Y LO CONCRETO

15.1. La eternidad fascinada por las creaciones del tiempo

15.2. Algunas reflexiones

BIBLIOGRAFÍA

A Miguel, Alejo, Alejandro y Olga

Debemos insistir, por más evidente y claro que pueda parecer, en que el

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conocimiento aislado obtenido por especialistas en un campo limitado del saber
carece en sí de todo valor. Su único valor posible radica en su integración con el resto
del saber y en la medida en que nos ayuda a responder a la más acuciante de las
preguntas: ¿Quién soy?

ERWIN SCHRODINGER

La manera de hacer es ser.

LAO-TS É

Si yo no soy para mí mismo, ¿quién será para mí?

Si yo soy para mí solamente, ¿quién soy yo?

Y si no ahora, ¿cuándo?

REFRANES DEL TALMUD MISNAH ABAT

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Quisiera dar las gracias a las personas que de una o de otra manera han
contribuido a la elaboración de este libro. Cabe destacar entre ellas a Rafael Nieto,
Efigenio Amezúa, Miguel García-Posada, Jorge Arnaiz, Esperanza de las Cuevas,
Miguel, Alejo y Alejandro, Halina Kompanietz, Eduardo Jiménez y Mari Angeles
Casado. A todos ellos mi sincero reconocimiento y afecto.

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Se ha escrito mucho sobre el ser humano y su conocimiento, pero, casi siempre,
olvidando su condición sexuada y sexual, su estar profundamente corpóreo en el
mundo. Cuando se habla del ser humano, se suele vislumbrar a un hombre, un varón,
que paradójicamente no tiene sexo, pues no es concreto, no es real. Parece un
espectro huidizo que mora en el reino abstracto de las entelequias, espantado por su
humanidad carnal. ¿Y la mujer? Durante mucho tiempo fue su fantasmal
complemento, a veces maldito, otras veces exaltado y, en el fondo, ignorado, incierto,
un tanto difuminado e indefinido como sujeto. Queramos o no, los hombres y las
mujeres coprotagonizamos una historia compartida, navegamos en la misma barca
por nuestro tiempo.

Nacemos y nos hacemos mujeres y hombres en un mundo, en un contexto


sociocultural determinado, que nos configura como sujetos sexuales que somos.
Somos totalidades orgánicas socializadas y culturalizadas, partes de otras mayores.
Cuanto más conscientes seamos de nuestra honda condición sexual, cuanto más nos
valoremos y nos comprendamos desde la raíz de nuestra carnalidad, más libres
seremos, más fuertes y seguros caminaremos en la hazaña vital, bien erguidos y con
la mirada lúcida, orgullosos de ser, de ser mujeres o de ser hombres.

Creemos que es imprescindible para entender al ser humano - a nosotros mismos -


tener en cuenta que es sexuado y sexual en cada instante de su narración biográfica,
en cada mirada, en cada suspiro, en todo lo que siente, piensa, vivencia, desea y hace
- en su palpitar vital día a día-. La ciencia que estudia los dos sexos es la Sexología,
aunque a menudo se vea reducida a un relato de habilidades en el hacer excitatorio, a
la descripción de orgasmos y peculiaridades varias, a la higiene y salubridad que
influyen en la salud comunitaria. A pesar de ser médico, ambiciono en este escrito
acercarme al ser humano desde la Sexología, tal como la concibo - una disciplina
seria del saber humano que estudia al hombre y a la mujer en sí y en interacción
conjunta.

Éste libro nace de la rebelión profunda contra la reducción y el apocamiento


opresivo del ser humano. Es el primero de la trilogía El ser humano sexual que
pretende reflejar su condición sexual, abordar con respeto el misterio infinito de los
dos sexos, soberanos ambos, inconmensurables y hermosos desde su hondura carnal
de ser'. Para ello nos zambulliremos de lleno en el mundo de los conceptos y de las

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ideas, que influye en la construcción sexual de la realidad. Los conceptos pertenecen
al universo de los significados que manejamos para comprender lo que nos rodea, a
nosotros mismos y a los otros sexuados. Adentrarnos en él, es el propósito de esta
obra. Los conceptos, además de reflejar la realidad, la crean y nos van modelando
como cuerpos-palabra.

Asimismo, tendremos muy presente la viva carnalidad del sujeto existente, aunque
éste será el tema del segundo volumen, y su cualidad relacional, su convivencia con
otros, íntima y colectiva, que trataremos en el tercero. Este diseño para estudiar y
procurar entender al ser humano sexual no es algo fortuito, pues proviene del intento
de llegar a la inteligibilidad del sujeto existente en su experiencia vital, que siempre
es racional, desde la corporalidad viva que piensa y siente, desea y se expresa
verbalmente o no, y siempre es con otros, junto a los cuales se socializa.

Nos acercaremos al estudio de la condición sexual humana sin miedo a conocer,


sin miedo a preguntarnos y a cuestionar, con mucho respeto e inmenso amor que
sentimos por la vida y por ese ser humano sexuado, frágil y vulnerable, y, a la vez,
fuerte y soberano. No pretendemos adentrarnos en cada sexo, sino discernir su común
cualidad sexual. Más adelante, está prevista la composición de un libro sobre la mujer
y otro sobre el hombre, que completarían la investigación que nos hemos propuesto.

Como marco referencial de interpretación de la realidad usaremos el paradigma


no-dual, que no escinde al ser humano en cuerpo y mente o, en su caso, espíritu. Es
un enfoque diferente, creemos que más rico y no reductor. Asimismo, el lenguaje que
empleamos no es el habitual para los escritos científicos, es literario. No es algo
accidental, pues nos ayuda a entrelazar lo cognitivo con lo emocional y así, traducir
mejor nuestro universo humano.

Este libro se configura en quince capítulos. Los cinco primeros intentan airear en
parte los «fantasmas» que se crean alrededor de todo «lo sexual», comenzando por
afrontar su «demonización», continuando con el deslizamiento del sexo en el género,
la criminalización y la patologización del sexo, su banalización y la consecuente
«enajenación» del ser humano.

Los cinco siguientes tratan de la construcción sexual de la realidad. Empezamos


por reflejar las distintas visiones del mundo, que dependen del nivel evolutivo de los
ojos que la contemplan y que develan realidades dispares. Hablamos de la diferencia
de los sexos, pues es radical en la simbolización de la realidad y en el lenguaje verbal,

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que utilizamos los humanos para transcribir el mundo que nos rodea y comunicarnos
con otros. Somos cuerpos-palabra relacionales y racionales, construimos nuestra
realidad desde nosotros mismos y junto a otros en una narración continua. Lo
procuramos reflejar acercándonos al universo de lo simbólico y del lenguaje verbal, y
concluimos por el encuadre de la construcción sexual de la realidad.

Los últimos cinco capítulos tratan sobre el hecho sexual humano. Comenzamos
por ofrecer una visión histórica de los sexos. Para aproximarnos al estudio de su
cualidad sexual recurrimos al modelo de Efigenio Amezúa del hecho sexual humano,
pero intentamos enfocarlo desde el paradigma no-dual. Nos detenemos con mayor
atención en la identidad sexual, por ser troncal y central en el sujeto existente.
Procuramos entender cómo se forma ésta. El capítulo final discute sobre lo abstracto
y lo concreto, y sirve de puente entre este libro y el próximo que versa sobre el sujeto
existente.

No pretendemos dar respuestas a todo lo que vemos, sino más bien plantear
preguntas y senderos que han de ser explorados. Esperamos que sea un próspero
viaje, lleno de interesantes estancias y paradas significativas en esa búsqueda
apasionante de inteligibilidad de lo que somos. Es un intento de comprender, de ser
conscientes de lo que, a lo mejor, ya sabemos, de transcribirlo en palabras, mutarlo en
verbo vivo.

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Toda afirmación está condicionada por una
negación.

JEAN-PAUL SARTRE,

El ser y la nada

1.1. VOCABLOS POLISÉMICOS

¿Vamos a hablar de sexo? Tal parece. ¿Qué es? Según el diccionario Larousse, se
trata de «la condición orgánica que distingue el macho de la hembra» (y en este
orden) «en los organismos heterogaméticos. // Conjunto de individuos que tienen el
mismo sexo: sexo femenino; sexo masculino. // Conjunto de los órganos sexuales
externos masculinos y femeninos. // Sexualidad: represión del sexo» (es curioso y
significativo que aparezca aquí). «Sexo débil o bello sexo, las mujeres. // Sexo fuerte,
los hombres» (uno podría pensar que este enfoque queda un tanto obsoleto).
Prosigue: «Se distingue: un sexo anatómico...; un sexo genético o cromosómico...; un
sexo gonádico...» Parece un tanto complejo. Acudamos a otra fuente. Según el
Diccionario de la Real Academia Española (XXI edición): «Sexo es la condición
orgánica que distingue al macho de la hembra, en los animales y en las plantas. //
Conjunto de seres pertenecientes al mismo sexo. // Organos sexuales. // Sexo débil o
bello, mujeres; sexo feo o fuerte, hombres». Las definiciones de ambas fuentes son
similares, coinciden también en el enfoque.

¿Y sexual? Pues, «adjetivo relativo o perteneciente al sexo. // Relativo a la


sexualidad: educación sexual. Acto sexual, coito. // Caracteres sexuales, conjunto de
manifestaciones anatómicas y fisiológicas determinadas por el sexo. (Se distinguen
unos caracteres sexuales primarios [órganos genitales] y unos caracteres sexuales
secundarios [pilosis (barba, etc.), adiposidad, voz], especiales de cada sexo.) //
Órganos sexuales, órganos que intervienen en la generación o reproducción». Parece
algo difuso. Y cuando se dice: «Practicar sexo», «estos dos tienen sexo», «El sexo
funciona», «El poder del sexo»... ¿qué queremos decir?...

Creo que la semántica traduce y condiciona la realidad y viceversa, es un círculo


vicioso. Podríamos intentar romperlo y hablar de sexo, mujeres con hombres,

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hombres con hombres y mujeres con mujeres, desde nuestra hermosa e
inconmensurable condición humana sexual y no desde el frío alejamiento o el
frecuente chiste jocoso impregnado de morbosidad. Hablar y callar con naturalidad y,
sobre todo, ser también más naturales y auténticos. Quizá, entonces el lenguaje pueda
llegar a reflejar con mayor claridad el hecho sexual humano, porque se romperá el
silencio y aparecerá una necesidad de terminología renovada que, en vez de dificultar
y embrollar la comunicación, nos sirva de gran ayuda para entendernos.

Resumiendo, el vocablo «sexo» y su adjetivo correspondiente, «sexual», incluyen


o pueden referirse a multitud de cosas y conceptos, a eso que muchas veces se
nombra y otras se calla, y tiene un cierto velo de misterio ensombrecido por silencios,
gritos y prejuicios milenarios. El sexo y lo sexual son tan nuestros y tan
maravillosamente humanos; nos estructuran desde antes de nacer como individuos y
nos siguen modelando continuamente hasta que nos morimos, a lo largo de toda
nuestra historia personal y colectiva. Nos dan sentido y nos ubican en el mundo como
mujeres y hombres corpóreos, con magníficas posibilidades de sentir y evolucionar
en relación mutua, con una identidad concreta que se va reforzando o debilitando
dependiendo de cómo actuamos y cómo vivimos. Lo interior y lo exterior en
constante imbricación vital.

Coincido con A.García Calvo cuando dice: «De forma que sea lo que sea lo que
habéis pensado que pueda haber bajo títulos como "Sexo", "Sexualidad", mi intención
es hablar justamente de ello como desconocido y, por tanto, como sagrado, con ese
respeto irrespetuoso que lo sagrado me merece y en contra de la falta de respeto con
que de or dinario se le trata»l. Vamos a hablar de los dos sexos, y de nuestra
condición sexual con mucho respeto, respeto con el que uno suele acercarse a lo
bello, profundo y auténticamente humano, a lo trascendente; a algo que puede
producir, y de hecho produce, un hondo goce y sufrimiento, a algo que te posiciona
en el mundo y te permite desarrollar tus potencialidades y crecer, o por el contrario,
detenerte y quedar en una posibilidad sin desplegar.

Pretendo hablar del sexo, de los sexos, desde un enfoque sexológico. En esta joven
ciencia resulta complicado moverse, precisamente y entre otras cosas, por la
dificultad de lenguaje, de falta de rigor conceptual y de términos. Pero, quizá,
también por eso resulta tan apasionante y atractiva, porque está por crecer,
desarrollarse y madurar con todo su esplendor humanista.

1.2. CUERPO VERSUS ALMA O PARADIGMA DUALISTA DEL SER

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HUMANO

Viajemos en el tiempo y retrocedamos a las cavernas. Las mujeres y los hombres


primitivos nacían y se morían como nosotros. Su vida era más corta y, seguramente,
más inconsciente. Sentían placer y dolor, y esto era algo primordial que determinaba
su conducta. Percibían su cuerpo, tenían sensaciones, sentimientos y pensamientos,
probablemente no muy elaborados. Vivían al día su presente, con miedo al dolor y a
la muerte que les acechaba detrás de cada sombra. Se guiaban por su experiencia y
aprendizaje; se esforzaban por sobrevivir. Su actividad racional se iba intensificando
porque el desarrollo mental es un arma de supervivencia y no tenían otro camino en
su evolución. Todo lo vivo tiende a crecer y a realizarse en su potencialidad, salvo
que la muerte lo interrumpa. El intelecto rivalizó y paulatinamente fue sustituyendo
en su primacía a la fuerza bruta.

La capacidad de análisis y pensamiento deductivo fue surgiendo poco a poco en el


transcurrir de los tiempos. En un principio, para comprender la realidad que les
rodeaba y a sí mismos, los seres humanos recurrieron, en su afán de simplificar, al
reduccionismo, a una lectura por trozos, escindida, centrando su atención en partes
visibles, una a una y separadas del resto. La aptitud integradora corresponde a un
desarrollo intelectual más evolucionado.

De esta manera, el paradigma del ser humano se hizo dual. Había un cuerpo y una
mente que lo trascendía, trascendía lo corpóreo, lo temporal y lo espacial, y se
manejaba con los símbolos en su huida de la muerte. La mente era poderosa y
aparentemente no tenía arrugas ni dolores, no se marchitaba abrazando una muerte
cercana; brillaba con destello divino y omnipotente. Era lo que le alejaba al animal
humano del resto de los animales. Parecía que no era mortal, era superior. Así, surge
una nueva modalidad desprestigiada y mutilada del cuerpo, el cuerpo olvidado,
deformado y desvitalizado2.

Pero, ¿existe la mente fuera del cuerpo? ¿Tiene sentido fuera de la corporeidad
humana? Es evidente que no. Son las trampas del reduccionismo, que nos aprisionan
y determinan la lectura de todo lo que nos rodea y a nosotros mismos; conforman una
realidad plana, troceada, mutilada inconscientemente. La mente y el cuerpo,
separados de manera artificial en la conceptualización del ser humano, padecen una
dramática distorsión o caricaturización, que conduce a un sufrimiento inevitable e
innecesario para el sujeto existente.

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Más tarde, pasadas unas cuantas páginas de la Historia de la Humanidad, aparece
el concepto de alma o espíritu, más elaborado y sofisticado que los anteriores. La
conciencia humana, en su evolución, llega a aprehender esta realidad perteneciente al
reino de lo sutil. El alma es un soplo divino, sí que puede que sea inmortal y parece
que trasciende lo corpóreo, lo mental, el tiempo, el espacio; vence la muerte. Es lo
más elevado y sublime del ser humano. Si se centra la atención en el alma, si se
condensa y se erige en soberana del individuo corpóreo se le aproxima a lo divino y
se le aleja de su animalidad primitiva, de su carne viviente y sufriente. Una vez más,
se vuelve a escindir y a mutilar al ser humano. «El divorcio entre el alma y el cuerpo
- dice Brown - sofoca la vida del cuerpo y reduce el organismo a un mecanismo», lo
desvitaliza, lo mecaniza y termina convirtiendo el cuerpo en un mero mecanismo. Se
crea así el ego racional y el cuerpo mecánico3.

Pero, ¿existe el alma sin cuerpo? Y si existe, ¿tiene sentido como realidad humana
o simplemente pertenece a otra dimensión de la realidad, sólo captada desde el
acercamiento sutil, o mejor dicho, en el nivel causal de la conciencia? En cualquier
caso, no quisiera adentrarme aquí en esta cuestión, pero sí subrayar que la visión
dualista del ser humano y del mundo que nos rodea problematiza, envilece y
empobrece nuestro vivir4. Como el cuerpo es algo bajo, reducido a menudo a un
simple mecanismo vivo, con sus necesidades, instintos y funciones, todo lo que le
atañe como tal, es pobre, reiterativamente sucio, primitivo y casi autómata. Depende
mucho de con qué ojos se observan las cosas, pues, se termina por ver lo que se esté
predispuesto a ver. La caída vertiginosa en el sinsentido no tiene límite ni fondo, es
una caída en el vacío, en la vacuidad sin formas, el reino oscuro de la superficialidad
corrosiva que deforma irremediablemente todo aquello que toca.

Como resultado del paradigma dualista, tenemos a un ser humano escindido,


cortado en dos y «siempre que se ha cortado el ser en dos ha sido para aplastar en él
toda reivindicación carnal»5. Así, se logra despojar al hombre y a la mujer de su
armónica belleza, reducirlos a un cuerpo deshumanizado y a un alma deshumanizada
que se desenvuelve a duras penas en su estrecha prisión cárnica; un alma sufriente en
un cuerpo marchito y afortunadamente perecedero, que lo único que anhela es
escaparse y volver a su reino de lo divino, a su origen. De esta manera, el ser humano
queda reducido a una caricatura grotesca en su enajenación, en su huida de la muerte
y por tanto, y de paso, de la vida. Cabe pensar que la represión de la angustia ante la
muerte es la represión primaria o primordial y está en la raíz, en el comienzo de toda
la aprehensión humana de la realidad vivencial, de todo lo que hace o deja de hacer el

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ser humano, de su propio ser y estar en el mundo.

1.3. BUENO VERSUS MALO. MORAL Y SEXUALIDAD

Hablemos de la moral. Vamos a abrir interrogantes y ser críticos, pensar desde


nosotros mismos, no necesariamente conforme a lo dado y aprendido, que de eso se
trata. ¿Vamos a ser buenos o malos chicos? William Shakespeare decía que «no hay
nada bueno o malo, es el pensamiento el que lo hace así»6. Los conceptos del bien y
del mal son parejos, uno define y condiciona excluyendo al otro. No obstante, se
pueden complicar un poco o relativizar reflexionando.

Por ejemplo, algo bueno en un contexto y momento dado, puede ser malo si el
contexto o el momento cambian, o viceversa. Imagino, que todo el mundo coincide
en que agredir a alguien físicamente es malo, pero si lo haces en defensa propia o de
otra persona, se convierte en algo bueno y hasta elogiable. Que cuando somos muy
pequeños es bueno que nuestros padres estén pendientes y nos protejan, pero cuando
somos adultos eso sería malo, nos impediría serlo. Sigamos pensando...

Si algo es bueno, en mayor cantidad será mejor. Pues no siempre es así. El jarabe
para la tos, si uno está resfriado y le hace falta, es bueno en la medida adecuada, pero
si te bebes medio frasco de una vez puedes acabar muy enfermo. Tampoco olvidemos
el hecho de que, lo que es bueno para un individuo no necesariamente lo es para otro.
A tu vecino puede que le encante el campo y sus melodiosos sonidos le dan mucha
paz y bienestar; le entusiasma escuchar el silencio. A ti, puede que te espante, te hace
caer en una honda melancolía, eres un urbanita y el aire puro te marea, te da dolor de
cabeza, te sienta fatal. Depende.

«Mucha de la así llamada moralidad es principalmente un epifenómeno de no


tolerancia o de insatisfacción» - opina Abraham Mas low8-. Y añade: «Mucho de lo
que pasa por moral, ética y valores pueden ser simples derivados de la extendida
psicopatía de la gente media.» Creemos que es bueno pensar, cuestionar y escuchar a
esa voz interior nuestra que, a veces, nos susurra insistentemente que algo que hemos
hecho está bien o mal, a pesar de lo que nos dicen los demás o a lo establecido. El no
escuchar esa voz, antes o después se paga. El adecuarse forzosamente a un ideal o a
una normativa moral impuesta supone, a menudo, cerrar los ojos a lo justo y
razonable, engañarse a sí mismo y a los demás9. Quizá, no se trata de ser un ideal,
sino una persona de carne y hueso, moral, que vive integrada en una sociedad, pero
con el gobierno desde sí misma, no siendo una marioneta manejada por otros o

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simplemente arrastrada por una brisa momentánea.

Es razonable creer que es bueno conocerse y saber lo que uno quiere y desea, y
que es malo vivir enajenado, en una ignorancia perpetua de uno mismo, en una
obnubilación tortuosa, en tratar constantemente de ajustarse a lo «adecuado», a lo
«bien visto», cueste lo que cueste. La vida pasa y es la única que tenemos, salvo que
se demuestre lo contrario. Uno no puede dormirse, porque se va, pasa, y muchos se
dan cuenta, cuando ya les va llegando su final, de que en realidad no han vivido, sino
que se han pasado todo su tiempo en una especie de sueño cotidiano, muy ocupados,
haciendo cosas para agradar a otros y ser aceptados; han vivido un espejismo, una
mentira. Eso es triste, hace daño, y es malojo

Y en lo sexual, ¿qué es lo bueno y lo malo?` Desde la noche de los tiempos, todo


lo vivo tiende a su realización, a inmortalizar la vida y a cantarla en cada instante
vivido, a sentir placer y a evitar el dolor y la muerte. Como decía Spinoza, «el placer
no es en sí mismo malo, sino bueno; por el contrario, el dolor es malo en sí mismo».
Parece sensato. Entonces, ¿por qué se ha problematizado el placer a lo largo de
nuestra historia? El placer que sentimos nos reafirma en la vida. Y no me refiero a un
placer banal, que también es bueno, sino a esa sensación profunda de estar a gusto
con la vida, con las alas desplegadas y en vuelo, y si es un vuelo compartido con otro,
que también está a gusto consigo mismo y en tu compañía, es de las realidades
humanas más hermosas y reconfortantes que te proporciona la vida.

El mundo sexual es el más íntimo que puede existir entre dos personas; y en
cuanto al individuo, el más hondo, estructurante y que le da sentido como ser humano
pleno y, por tanto, sexual, radicalmente sexual que es12. El placer sexual que sienten
dos al estar juntos les entrelaza y une, hace que se busquen y que quieran seguir
juntos; aunque no siempre sea suficiente, sí es necesario como base de una relación
gratificante. El goce sexual reafirma la vida, transmite las ganas de vivir13

No estoy haciendo apología del libertinaje, que por otra parte, cada cual es muy
libre de plantear su vida como mejor le parezca, siempre y cuando no haga daño a
otros, ni vulnere sus derechos, sino que quiero subrayar que el placer sexual de un ser
humano va implícito con el hecho de vivir nuestra humanidad y vivirlo como algo
sucio, pecaminoso o malo nos enajena en lo más profundo de nuestro ser, nos
distorsiona, nos deshumaniza, nos empobrece. Tal vez esté llegando el tiempo en el
que a los hombres y a las mujeres nos sea devuelta nuestra dignidad, nuestro hondo
valor humano, y como afirma E.Amezúa «cuando el hombre reconozca su condición

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y la mujer la suya, ambos podrán establecer un proyecto en que la base no sea sucia
por definición»14

La tragedia de las vidas de muchas personas reside en que, al aceptar el veredicto


de que no son buenos porque son sexuales, pasan la vida huyendo de sí mismos,
mortificándose y sufriendo en su sin razón15. Cuesta enfrentarse con lo aprendido,
cuesta darse cuenta de que uno, por ser sexual, no tiene nada malo, ni nada de animal,
todo lo contrario. La condición sexual humana es de una hondura inconmensurable,
enigmática en su hermosura trascendente. Resulta asombroso y produce pena que a lo
largo de milenios se haya desprestigiado, reducido a una imagen distorsionada, que
como en un espejo curvo, se ha vuelto grotesca y, a veces, atroz.

1.4. LA REPRESIÓN SEXUAL

He aquí un tema árido, que impone ir despacio, paso a paso, con el fin de que las
emociones no desvíen el rumbo prefijado. Partamos. ¿Ha habido represión sexual? Sí,
sin duda. No podría ser de otra forma si tenemos en cuenta lo ya tratado: la represión
primaria, que es la represión de la angustia ante la muerte; y su cristalización, el
paradigma dualista del ser humano, que, a su vez, es el reflejo de la visión dual del
mundo en general 16. Todo está interrelacionado, tanto en la extensión, como en la
profundidad y lo visible tiene una cara oculta, su ser interior, el habitante huidizo del
reino de las sombras.

Al despreciar este mundo en constante evolución, al cuerpo vivo cambiante, y al


reducirlo a un trozo de carne mecanizado que termina por pudrirse en su
perentoriedad, se desemboca, irremediablemente, en la negación de la vida, de la
condición humana sexual que, por el contrario, reafirma y canta a la vida. Es un fin
lógico comenzando desde nuestro punto de partida, es un viaje tenebroso que se
vislumbra de antemano. Partiendo desde una premisa determinada, el camino está
casi trazado, las fichas caen una tras otra, como en esas construcciones de dominó en
las que la primera, al caer, desencadena la precipitación de las demás, una detrás de
otra en una armonía consecutiva.

¿Y qué tipos de represión sexual se conocen? ¿Cómo surgen? ¿Cómo se originan?


Existe una represión sexual interna, proveniente del sujeto sexuado; y una represión
sexual externa, que le viene impuesta desde fuera. Iremos explicando poco a poco
ambos tipos. Para ello, volvamos, con mucho respeto, a nuestros hermanos
prehistóricos, a las mujeres y a los hombres de las cavernas. Vivían en grupos o,

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quizá, tribus; en todo caso, en sociedades bastante primitivas. ¿Había represión sexual
entonces? Seguramente, sí. ¿En qué consistía o de dónde partía? ¿Podría partir desde
el sujeto sexual mismo, ser inherente al hecho de existir? Parece una contradicción
con lo dicho anteriormente, eso de que la vida es un cántico jubiloso a sí misma en
cada instante vivido. A veces, las apariencias son engañosas. Pensemos. ¿El
individuo primitivo tenía un instinto sexual pronunciado? Probablemente. ¿Y
prejuicios morales? Quizá no. ¿Entonces, qué le frenaba, qué le servía de motor
represor, si es que lo había? Cabe imaginar que algo influían las condiciones de
inseguridad vital en que habitaba y el afán de sobrevivir en su mundo hostil, teniendo
que dedicar mucha energía y atención para ello. Simplificando considerablemente, el
principio del placer, por muy estructurante y reafirmante que sea, sucumbe al instinto
de supervivencia, salvo excepciones. Por tanto, el ser humano tiene una represión
sexual primaria, que aparece al entrar en conflicto el principio del placer con el
instinto de supervivencia, y es inherente al hecho de existir. Entra en acción
dependiendo de las circunstancias vitales propias y del entorno y no es ni cultural, ni
social; va implícita en el existir y preservar la vida en cada momento.

¿Existe otra clase de represión sexual que parte directamente del sujeto sexuado?
Podríamos decir que sí, aunque más que represión sexual típica, se trataría de nuestra
forma de ser humanos. El ser humano es racional, es emocional, es sentimental. El
raciocinio, las emociones, los humores o estados de ánimo y los sentimientos pueden
reprimir y de hecho, reprimen sexualmente. No es algo bueno ni algo malo, es nuestra
forma de ser y vivir; nos estructuran, nos van formando a la vez que reflejan lo ya
acontecido, lo ya vivido. Somos seres biográficos, con memoria que tiene un peso de
continuidad, de lógica evolutiva. El camino se hace al andar y lo andado va
configurándonos y se va incorporando en nuestro interior. Lo vivido tiende la mano
y, en cierto modo, determina lo que queda por vivir. Lo que hacemos o dejamos de
hacer es importante. El presente, ese infinito instante, une el pasado y el futuro en
todo un continuum que fluye sin interrupción.

¿Y la represión sexual externa? Le viene impuesta al individuo desde el exterior y


tiene que ver con los otros, con los que uno convive. Al vivir en sociedad, y no
olvidemos que el ser humano es social por excelencia - no tiene sentido como un
acontecimiento solitario de la evolución natural-, debe seguir unas reglas, tiene
derechos y responsabilidades, sean cuales sean, tanto en la tribu más primitiva, como
en nuestra sociedad actual, más sofisticada. Para ser aceptado por otros, el individuo
sexual se somete a unas reglas de convivencia. Asimismo, los otros, a su vez, también

20
se someten a ellas, como miembros de dicha sociedad que son. Entonces, podemos
concluir que la vida en sociedad, anhelada, por otra parte, por casi todos los
náufragos solitarios, supone cierta dosis de represión sexual de carácter social y
cultural (lo externo y lo interno de un grupo de personas que conviven, y que, a
menudo, se confunde, a pesar de no ser lo mismo, aunque sí estrechamente
interrelacionado).

Ahora bien, lo que marcaría la perniciosidad de este hecho, es el grado de la


represión sexual externa impuesta, es decir, la represión sobrante, innecesaria, que
dañaría al sujeto sexual como tal, le impediría desarrollarse óptimamente, desplegar
su potencialidad plena de ser. Es de temer que, partiendo de donde lo hemos hecho, el
pronóstico es sombrío. Pero las cosas pueden cambiar, sobre todo si las mujeres y los
hombres nos empeñamos en reencontrar nuestra dignidad como seres humanos y, por
tanto, sexuales, que somos, sin nada necesariamente malo, sucio o pecaminoso en
nuestro serle.

Cabe preguntarse sobre el sentido de tanta represión sobreañadida e innecesaria.


¿Qué beneficios aporta? Según E.Fromm, «la restricción de la sexualidad conduce a
los sentimientos de culpa, que luego se utilizan, en general, para la implantación de la
ética autoritaria»18. Quizá sea la razón. Es posible que el ser humano en forma de un
mecanismo clonado sea más funcional, más productivo, más previsible, manejable,
dominable y sometible - los hombres y las mujeres cosificados y autómatas, un tanto
muertos, difuminados en su «grisedad», sin deseos propios, carne de consumo y
fácilmente gobernables. Pero no podemos olvidar que el ser humano, hombre o
mujer, es imprevisible y, a veces, los más sumisos y esclavos se rebelan, porque en su
propio ser tienen grabado el mensaje de la vida, de crecimiento evolutivo que reclama
sus dinámicos derechos, de desarrollo de las potencialidades propias y que en un
momento determinado puede estallar y salir a la luz con toda la fuerza salvaje del
resentimiento. Eros y Thánatos en constante pugna y, sin embargo, estrecha
hermandad, ya que si desapareciera uno, le seguiría al instante el otro19

El ser humano permanece libre incluso en las prisiones más estrechas, a pesar del
sometimiento. El mundo interior propio es por entero nuestro y es nuestro mayor
tesoro que conviene cuidar. No es bueno forzar las cosas, el reprimir por reprimir no
tiene sentido. Es mucho más razonable una sociedad que posibilita bienestar a sus
miembros, que ayuda al crecimiento de los que conviven en ella que, a su vez, se
traduce en creatividad y progreso de la sociedad misma. Es un movimiento circular

21
de bienestar, de sentirse contento, agradablemente vivo; lo micro y lo macro en
crecimiento interrelacionado.

¿Y cómo se consigue la represión sexual? ¿Qué mecanismos o trucos se emplean


para ello? Vamos a nombrar algunos, aunque seguro que, pensando, uno encuentra
más:

1) «Si no quieres oír algo, tápate los oídos»: se trata de negar, de ignorar nuestra
condición, de vivir como si uno no fuera sexual y, por tanto, humano, reducido a un
ser espiritual cuya profunda y trágica paradoja es ser un espíritu entre los vivos,
empeñarse en vivir fuera del cuerpo y desperdiciar lo bueno, lo bello y lo verdadero
que la vida humana te ofrece, ese maravilloso mundo nuestro, que se nos abre para
explorarlo, conocerlo, comprenderlo y amarlo20.

2) Otro mecanismo para no oír, es «gritar fuerte con el objeto de que el estallido
de tu voz ensordezca el mensaje»: se trata de reprimir el sexo, la sexualidad por la
sexualidad misma, por la «práctica» desbocada. Uno corre mucho sin saber por qué y
a dónde. El correr, en sí mismo, se erige en suprema razón, cuanto más, mejor, sin
importar el resto o con quien. El ejercicio mantiene a uno en forma. ¿Será por eso?
Tonifica los músculos y te despierta. ¿Pero realmente te despierta? ¿No será una
forma de huir de algo que angustia, saliendo desbocado a la carrera? Probablemente
sea así. ¿Cuál es el fantasma? ¿La sexualidad? ¿La angustia vital constante o el miedo
a no ser válido, aceptado, de no poder...? ¿El miedo a la vida o a la muerte, a
conocerse, a descubrir nuestra vulnerabilidad y que necesitamos a otro con rostro
concreto, no anónimo? Quizá un poco de todo. Desde luego, si hay una conducta
sexual compulsiva, algo de eso hay detrás, en la sombra.

En el sexo, en la sexualidad, por suerte o por desgracia, hay muchos invitados y


convidados de piedra. No podría ser de otra forma porque no somos seres parcelados
y el hecho sexual humano es radical y central en nuestro ser, impregna y se vislumbra
en cada célula, en cada suspiro, en cada palabra dicha o callada, en cada mirada; se
vive de forma intensa y a menudo, dramática21. Según P.Bruckner y A. Finkielkraut,
«la liberación sexual de la que tanto se ha hablado no era en realidad más que un
cambio de intimidación»22. Aunque, sí creo que aportó cosas en ese movimiento
pendular de una época de restricción y condena a otra de permiso y jactancia de
escaparate.

3) «Si oyes el mensaje, puedes no entenderlo siy éste está distorsionado»: Se ha

22
hablado mucho de sexo y de sexualidad a lo largo de milenios. Y estamos en el punto
en que estamos tras el transcurrir histórico de los tiempos. Lo que tenemos es el
resultado de lo que ha habido antes. Tanto hablar de sexo... ¿por su represión?
Seguramente. Pero la calidad del discurso también cuenta, no sólo la cantidad. Donde
hay condena y prohibición, hay transgresión. Donde hay permiso y protección, hay, a
menudo, infantilización y subyugación. Es un terreno delicado.

Desde luego que se ha hablado mucho de sexo, pero más en el confesionario,


como si se tratase de una especie de policía moral rastreadora; en los tribunales (no
olvidemos que, por ejemplo y por citar algo, la homosexualidad era perseguida como
una perversión hasta hace no tanto tiempo); en la consulta del médico, que dictaba lo
que era sano o normal, o insano o patológico, como si la sexualidad y el sexo fuese
una función fisiológica más del cuerpo humano despojada de toda su belleza
trascendente23. Después vinieron los psiquiatras, con sus largos listados de
perversiones humanas, y luego, los psicólogos y los sexólogos, algunos de los cuales
también contribuyeron con su granito de arena para agrandar la infelicidad flotante
del simple mortal. Piénsese, por ejemplo, en el ideal del orgasmo simultáneo; en el
orgasmo vaginal de la mujer madura y no infantil, que se excita por la estimulación
del clítoris; en numerosas estadísticas de desempeño óptimo, que te siembran la
cabeza de nuevos e inquietantes fantasmas y falacias. Hablaron los expertos y,
algunos, enmarañaron todavía más el terreno. Es bueno recordar que nadie está
suscrito a la verdad absoluta, que se trata de pensar, sentir y cuestionar, tendiendo a lo
razonable, desde uno mismo; aunque, evidentemente, cabe la posibilidad de
equivocarse, pero aun así, sería algo propio y no ajeno.

Otra formayde distorsionar el mensaje es la de recurrir al reduccionismo del hecho


sexual humano. Se trata de empequeñecer lo grande y de empobrecer lo rico.
Reflejemos algunas de las posibilidades de convertir lo bello en algo caricaturesco:

-A menudo se refiere a lo sexual como a algo animal, bajo, primario y primitivo,


guiado por un poderoso instinto animal, que te precipita, sin querer, en brazos
ajenos. Sin embargo, tratándose de seres humanos, reducir el deseo al instinto
es, cuanto menos, arriesgado, por no decir necio. El instinto existe, pero en el
sujeto queda enmarcado en todo un amasijo de tendencias, pulsiones, intereses,
sentimientos y razones, que dan como resultado el surgimiento del deseo24. La
realidad sexual del ser humano es mucho más rica, estructurante, formativa y
trascendente, que la del resto de sus compañeros zoológicos y reducirla a la
animalidad es de ignorantes, con perdón.

23
-Con frecuencia se reduce el sexo a los genitales y, por lo tanto, el acto sexual, al
coito. Somos personas, no genitales andantes. Parece grotesco pronunciar
tamaña reivindicación, pero, a veces, hay ocasiones que invitan a ello25.
Somos sexuales, mujeres y hombres, en el pensar, en el desear, en el sentir, en
el tocar y en el mirar, en cada momento vivido y en cualquier lugar; va
implícito en el ser humano. Eso supone una inmensa riqueza experiencial que, a
su vez, nos reafirma en lo que somos y en lo que queremos ser. Una mirada que
se funde con tu mirar en la profundidad de tu ser puede producir un intenso
placer, un vértigo de sensaciones que te trastocan, que te hacen tambalear y que
se recuerda toda la vida, deja huella. Una suave caricia con la intención de
encuentro, de decir que esta persona está a tu lado y le interesas, y que te acoge
con ternura, aunque sólo te toque fugazmente la mano al pasar, puede ser muy
gratificante. Son sencillas y poderosas sonrisas de la vida, que a veces mueren
sin ver la luz, porque no les damos importancia, y la tienen. Te reconfortan en
el vivir. No son coitos, pero sí son actos sexuales. Supongo que no estamos
acostumbrados, que los sentimientos asustan, y mucho más el expresarlos.
Seguimos la premisa de todo o nada, de la lógica ahorrativa en el viaje, de
sacrificar lo bello a lo práctico, de que hay una meta a la que llegar y lo inútil,
mejor evitarlo. Es una pena, porque nos perdemos mucha belleza intensamente
humana.

¿Y a qué conduce esa represión sexual sobreañadida? Además de todo lo apuntado


anteriormente, cuando se reprime y se tacha de inadecuada o pecaminosa la expresión
de sí mismo, que siempre es sexual, se daña al sujeto en lo más profundo de su ser, se
le hace llegar de forma constante el mensaje de que hay algo malo en él simplemente
por ser. La sexualidad, que es la vivencia de la condición sexual humana, forma parte
central de nuestro ser y estar como personas, de nuestro núcleo, de nuestra
humanidad, de nosotros mismos y, por tanto, al ser reprimida y vivida como algo bajo
o animal, irradia este hondo choque a todo lo que hacemos. Somos nosotros, en
nuestro vivir, los que manifestamos esa desazón, ese malestar interno, el estar en
conflicto dramático con la vida y con la muerte, el atravesar aguas turbulentas que
podrían no serlo.

1.5. VISIÓN NO-DUAL DEL SER HUMANO

El qué creemos predispone a que veamos y percibamos las cosas de una manera
determinada, que, a su vez, nos confirma la convicción de partida. Si cambiamos el
marco referencial que nos hace de filtro no consciente para perpetuar la realidad tal
como la conocemos y vivimos, ésta cambia como por arte de magia; así, también
nuestro mundo se transforma en otro diferente26. Si no caemos en el dualismo
separativo de lo terrenal y lo divino, quizá podamos darnos cuenta de que es tan sólo

24
un espejismo mental, una forma de pensar acerca de la realidad. Esta forma de pensar
nos condiciona a ver lo que vemos, y podría ser otra. A lo mejor la espiritualidad está
en todo lo terrenal y, mientras seamos humanos mortales, es su forma de
manifestarse. Quizá sea el secreto para que podamos hallar la plenitud de ser al no
escindir nuestro mundo y a nosotros mismos27.

Todo esto está muy bien. Y entonces, ¿qué hacemos? ¿Y si cambiamos de


enfoque? ¿Y si rompemos de una vez con el paradigma dualista del ser humano, que
nos aprisiona en una dicotomía artificial y forzada? ¿Es posible? Pues claro.
Adelante, vamos a pensar y a imaginar una nueva visión del mundo con la que el ser
humano recupere su dignidad, y no se esconda hasta de sí mismo por ser lo que es,
que no se perciba como un gris reflejo de la luz divina, pues esta luz forma parte de
él, brilla tímidamente en su interior, sólo espera ser descubierta28.

Es razonable preguntarse: ¿Qué soy yo? ¿Cómo me percibo, cómo me vivo? ¿Mi
cuerpo, por un lado, mi mente por otro y mi espíritu, flotando en el infinito? No, soy
todo eso a la vez, integrado e imbricado en cada instante y en cualquier ocasión. Sólo
los estados alterados de conciencia, que se caracterizan por ondas cerebrales alfa,
como pueden ser, por ejemplo, meditación, relajación muy profunda, visualizaciones,
viajes astrales, etcétera... podrían ofrecer alguna duda, ya que la mente-espíritu parece
que pasea por los espacios-tiempos como si fuesen un jardín de flores enigmáticas,
vuela surcando su dominio, como un halcón que se desliza por las corrientes de aire.
Pero, incluso entonces, somos todo uno y a la vez.

El ser humano encierra en sí una inmensa riqueza potencial, precisamente por ser
humano, maravillosamente corpóreo. ¿Y qué es el cuerpo? ¿Carne, sólo carne?
¿Cómo sólo? Somos carne, carne pensante, que siente, que evoluciona
constantemente, que vive. Somos energía que se hace carne, que se hace presencia,
todo uno y a la vez, cuerpo-mente-espíritu. Escindir, separar, mutilar por capas, es un
ejercicio mental de abstracción, pertenece al mundo de lo simbólico, no a la vida real.
Es curioso que, a menudo, para nosotros los humanos, lo abstracto y lo simbólico se
nos antoja, en nuestra huida de la muerte, más vivo y real que lo vivo y real mismo.

Cuando me duele el alma, tengo pensamientos tristes, un tanto desesperados;


físicamente, mi cuerpo se queja, baja su ritmo, incluso duele. Es un sintonizar en el
quejido que parece quebrarte; todo uno y a la vez. Cuando estoy alegre, mi espíritu
vuela, mi cuerpo lo acompaña en su fluir y mi mente también; todo uno y a la vez.
Cuando acojo la mano de otro en las mías, no sólo toco, siento, algo cambia en mi

25
interior y hace que ese contacto sea agradable o por el contrario, molesto. ¿Qué ha
pasado? Soy todo uno y a la vez, cuerpo-menteespíritu.

Y si es así, ¿qué hay de malo en mi cuerpo, en lo corpóreo? ¿Y qué es lo


corpóreo? ¿Carne, sólo carne? Es el espíritu corporeizado sintiente, el cuerpo
espiritual que siente y vive. ¿Qué es lo bajo? ¿Qué es lo animal? ¿Qué es lo elevado y
sublime? Mi cuerpo espiritual sintiente, mi espíritu corporeizado que siente y vive,
que es humano, que soy yo en constante evolución.

26
La entrada en escena del llamado poder del género
ha venido a convertirse en gozne epistemológico que
ofrece el soporte teórico a muchas actividades
clínicas, educativas, sociales y culturales con la
evitación del sexo o su relegación a un plano de
«menor» importancia, léase incluso de calificación y
connotación directamente negativa. Con la promoción
de ambas nociones se ha descuartizado el contenido
de la sexualidad.

EFIGENIO AMEZÚA,

Sexología: cuestiones de fondo y forma

2.1. ORIGEN Y PROPAGACIÓN DEL CONCEPTO «GÉNERO»

Remontémonos a los tiempos que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Una


etapa de duelo por lo perdido y por los que se fueron, de reconstrucción de ruinas de
todo tipo y de renacer desde las cenizas ¿de un orden nuevo? Veamos.

John Money, el padre del término «género» tal como a menudo lo usamos hoy en
día, preparaba por los años 1950 su tesis doctoral «Hermaphroditism: An Inquiry into
the Nature of a Human Paradox» que defendería en la Universidad de Harvard en
1952. Según cuenta, tuvo dificultades para explicar la diversidad de las variables que
observaba con el concepto de sexo, rígido y limitado para él y por eso se vio obligado
a prescindir del viejo vocablo e introducir un nuevo concepto de género, que sí era
más flexible y amplio, más funcional para lo que quería o pretendía reflejar. J.Money
sintonizó con los tiempos que le tocaban vivir e ignoró, de paso, que «en los años
anteriores a la Segunda Gran Guerra se contaba con un articulado campo conceptual
con la suficiente flexibilidad como para ser capaz de explicar las variedades sin por
ello renunciar a los mínimos propios de las identidades individuales»'. Comenta
E.Amezúa, que «los sexólogos europeos de décadas anteriores - algunos aún en vida
cuando Money empezaba sus trabajos - habían debatido y establecido que el concepto
moderno de sexo no es sólo una frontera o línea divisoria, sino más bien una realidad
multifactorial y compleja; estructura ni exclusivamente biológica ni únicamente

27
social sino, sobre todo, biográfica y, como tal, no un resultado, sino un proceso».

J.Money prescindió de todo esto, lo hizo cenizas y acuñó o acomodó un término


que tomó prestado de la gramática, del reino de las palabras, de lo simbólico y no de
los seres humanos de carne y hueso. Las cosas tienen género, pero las personas
tenemos sexo y es algo inherente a nuestra condición humanal. Parece claro y, sin
embargo, seguimos empleando el vocablo género a la menor ocasión que se presente,
nos cosificamos, en cierta medida, al prescindir de nuestro sexo, de nuestra
humanidad real. Es posible que sea porque no nos paramos a pensar qué hay detrás de
las palabras, qué es lo que decimos al recurrir a un concepto y no al otro, qué realidad
reafirmamos y perpetuamos.

«¿Por qué precisamente este término y no otro?» - se pregunta E. Amezúa en el ya


citado artículo y cuenta que la respuesta está en una metáfora. Money opinaba que
«en el teatro, un actor representa un papel (role). Un buen actor puede continuar la
representación de su papel más allá del escenario. Un papel de género (gender role)
no es tan efímero. Es cuestión de la persona que da vida a su papel y lo vive cada día
no sólo en la representación escénica sino de forma indefinida. De ahí que un papel
de género (gender role) no tenga porqué reducirse a la transcripción o representación
de un guión social dictado como el de una pieza de teatro sino que pueda ser vivido
de primera mano como la identidad de género de uno mismo y que se manifiesta a los
otros a través de lo que uno dice y hace»3. Parece un tanto absurdo y teatral, no
humano. Es el mundo de lo abstracto, de las ideas, que falsamente se erige en
superior a lo concreto, a lo humano, a lo corpóreo. Volvemos a encontrarnos con el
paradigma dualista del ser humano en su huida de la muerte, más actualizada y
reforzada, si cabe, por los recientes acontecimientos mundiales, la guerra y la plena
posguerra.

J.Money, sin quizá pretenderlo, desprestigió el concepto de sexo y lo despojó de


su riqueza evolutiva y biográfica que sí da sentido de continuidad, de realidad
individual hondamente humana al sujeto, que es tal, a lo largo de su historia y no una
marioneta cambiante, un camaleón que se transforma dependiendo de las
circunstancias y entornos, más manejable y anodino4. Fue un recurso intelectual de
Money para explicar lo que sucedía en los hermafroditismos y transexualidad. Lo usó
para mayor grafismo, como una solución, un salir del paso de su problema
conceptual. Ni siquiera podía prever lo que iba a suceder y hasta qué punto se iba a
extender y calar su concepto recién acuñado, que, recordemos, tomó prestado de la

28
gramática, del mundo de lo simbólico. No creo que fuera consciente de lo que
conllevaba consigo lo que inauguró, qué camino pisaba y comenzaba a andar. Por
aquél entonces, seguramente, no tenía la capacidad suficiente para ello, porque la
cualidad integral del pensamiento se suele adquirir con los años, con mayor madurez
evolutiva. Además, las alabanzas y las aclamaciones ciegan a veces y uno pierde un
poco la visión objetiva de las cosas, sobre todo cuando está empezando. Era un
triunfador, un superviviente, un joven científico que prometía y creaba algo nuevo,
que inauguraba una etapa. Tenía éxito.

¿Y por qué caló tanto el término «género» adoptado de la gramática para referirse
al ser humano? Seguramente, porque conectó y reforzó la vieja concepción dualista
del ser humano (cuerpo/alma). Era lo correcto y lo propio, en apariencia nuevo y
seductor. Por eso lo aclamaron y lo acogieron. Convirtió lo «prehistórico», lo viejo en
lo moderno y joven. Ya no sonaba a arcaico, era algo recién descubierto. El
paradigma dualista del ser humano desfilando triunfante en un carnaval intelectual y
exhibiendo sin pudor sus nuevas caretas. El ser humano sin cuerpo que vence la
muerte en plena posguerra. La oportunidad para que calara este término era única, se
vertía como si fuera un bálsamo sobre las heridas sin cicatrizar. Según E.Amezúa, «es
precisamente la atracción por lo neutro e indefinido, en oposición a los perfiles de las
identidades personales, lo que ha facilitado la entusiasta aceptación de la noción de
género que Money introdujo. Es la desexualización de los sujetos, es su generización,
es el desdibujamiento de sus sexualidades y, con él, de sus identidades como sujetos
sexuados. Es ésta la otra cara del éxito del concepto».

¿Y qué contribuyó además de todo lo ya dicho a la expansión del concepto


«género»? Vayamos con un asunto que a mí se me antoja triste y dramático, y que
proyecta su potente sombra hasta nuestros tiempos, en los que los fantasmas cobran
vida y pululan por doquier. El nuevo constructo de género fue aprovechado
ideológicamente y difundido con ahínco por distintos movimientos feministas. El
movimiento feminista de la tercera fase (o de la igualdad) lo utilizó en su lucha contra
el sexismo. Más tarde, en los años setenta, G.Rubin, prominente figura del feminismo
radical, lo usaría como sinónimo y emblema de la liberación de la mujer. 5

Quiero hacer constar, bien claro y alto, que soy mujer y estoy orgullosa de serlo.
Soy sexual, no asexual, soy corpórea y no reducida a un ser etéreo, sin forma
aparente, que sólo se vislumbra por intuición. Y me encanta serlo, porque eso es ser
humana con toda su magnífica unidad integrada, todo uno y a la vez, cuerpo-mente-

29
espíritu. No sé si tengo género, no me queda claro este asunto, pero sexo sí, por
supuesto, y que no me lo quite nadie, ni siquiera con la mejor intención posible o
fines estratégicos en la lucha contra el sexismo. Porque entonces, dejaría de existir
como ser humano, sería una cosa, pero no una mujer, quizá su pobre reflejo
perteneciente al mundo de lo simbólico, pero no sería de este mundo nuestro, que nos
invita a vivir y a sentir en cada instante. No se trata de terminar con el problema
matando a uno de los implicados. Las mujeres y los hombres podemos convivir desde
nuestra riqueza diferencial, pero con la igualdad de oportunidades para el desarrollo
propio y de ambos en relación, desde el mutuo respeto, tendiendo la mano y
aprendiendo unos de otras y viceversa.

Por supuesto, volviendo al sexo, el hecho de ser mujer no se limita a los genitales;
impregna todo nuestro ser y estar en el mundo, nos da sentido como seres humanos
corpóreos, todo uno y a la vez, cuerpomente-espíritu. No somos unas vaginas a las
que les dan sentido los penes que las penetren, tenemos sentido propio como mujeres
que somos, desde nuestra identidad sexual. Yo pediría a mis hermanas feministas que
no contribuyan a desprestigiar el concepto «sexo» sustituyéndolo por «género» y que
cuando hablemos de la mujer, hablemos bien alto y con orgullo de la mujer sexual y
no desde su género, porque nuestro sexo existe y es maravilloso. El ser mujer es
diferente al ser hombre, pero igual en su valor. Los dos sexos caminando juntos, de
igual a igual y orgullosos de ser, de ser mujeres y de ser hombres.

2.2. DISCUSIÓN

Según el Diccionario de la RealAcademia Española, edición del año 1992, la


palabra «género» (del latín genus,) se define como: «Conjunto de seres que tienen
uno o varios caracteres comunes. // Modo o manera de hacer una cosa. // Clase o tipo
a que pertenecen personas o cosas. // En el comercio, cualquier mercancía. //
Cualquier clase de tela. // En las artes, cada una de las distintas categorías o clases en
que se pueden ordenar las obras según rasgos comunes de forma y de contenido. //
Gram. Clase a la que pertenece un nombre sustantivo o un pronombre por el hecho de
concertar con él una forma y, generalmente solo una, de la flexión del adjetivo y del
pronombre. En las lenguas indoeuropeas estas formas son tres en determinados
adjetivos y pronombres: masculina, femenina y neutra. // Gram. Cada una de estas
formas. // Gram. Forma por la que se distinguen algunas veces los nombres
sustantivos según pertenezcan a una u otra de las tres clases. // Biol. Conjunto de
especies que tienen cierto número de carac teres comunes. // femenino. Gram. El de
los nombres sustantivos que significan personas y algunas veces animales del sexo

30
femenino. También el de otros nombres de seres inanimados. / masculino. Gram. El
de los nombres que significan personas y algunas veces animales del sexo masculino
y también el de otros nombres de seres inanimados. / neutro. Gram. En las lenguas
indoeuropeas, el de los sustantivos no clasificados como masculinos ni femeninos y
el de los pronombres que los representan o que designan conjuntos sin noción de
persona. En español no existen sustantivos neutros, ni hay formas neutras especiales
en la flexión del adjetivo; solo el artículo, el pronombre personal de tercera persona,
los demostrativos y algunos otros pronombres tienen formas neutras diferenciadas en
singular».

Cabe preguntarse si el uso de la palabra «género» clarifica y ayuda a entendernos a


nosotros mismos y a comunicarnos con éxito, si aporta novedades u ofrece ventajas.
Parece que no; es más, seguramente nos empobrece porque reafirma nuestra
condición escindida, dividida en dos; transmite que hay un sexo, que se reduce a lo
biológico y, puestos a reducir, a lo genital, y un género, que es psicosocial. Insisto, el
sexo está en nosotros, es algo propio nuestro, somos sexuales. El género, por el
contrario, no está en nosotros, es algo que nos viene impuesto desde fuera, ¿somos
genéricos? Pues quizá, aunque, no sé, no suena bien y no se comprende bien. A mí,
por lo menos, me deja algo perpleja. Encierra en sí una cierta enajenación del ser
humano, dividido en partes, separado en su identidad y sin límites claros entre el
sujeto y su entorno. ¿Lo psíquico dónde queda? ¿No es corpóreo? ¿Y lo social?
Mezcla la sociedad y la vertiente social del ser humano, que es propia suya y
pertenece al ser humano sexual; es decir, lo exterior y lo interior se reúne en el
concepto y se atribuye al sujeto social como algo interno suyo, difumina y confunde
sus límites de identidad, le cosifica en lo más profundo de su ser, en su identidad
como sujeto. Los humanos somos intensamente sociales porque somos sexuales; nos
necesitamos, nos buscamos y, a veces, incluso, nos encontramos unos a otros6.

¿Entonces, por qué decimos «género» si queremos decir «sexo»? ¿Es tan fea esta
palabra? ¿O es que muerde? ¿O es que pertenece a lo íntimo, a lo que siempre se
silencia, a lo oscuro de la noche? ¿Nos da vergüenza?7 Yo creo que la palabra sexo es
bonita, y lo que lleva detrás, es muy hermoso, hondamente humano, complejo y
trascendente; es lo que nos posiciona en este mundo nuestro como cuerpo espiritual
que piensa, que siente y que se relaciona con otros, que tiene sentido como humano,
que vive y posee historia propia que le configura como individuo concreto y no algo
abstracto, no un espíritu incorpóreo aprehendido por otros, difuso en su identidad
humana'.

31
Además, quisiera llamar la atención sobre un hecho que a menudo pasa
desapercibido. El introducir un nuevo concepto en sustitución o en detrimento de
otro, crea necesariamente un discurso diferente. Es de una lógica aplastante. Ese
discurso se sostiene en múltiples campos, tiene un hilo que va atándonos gracias a
diversas disciplinas que lo utilizan para tejer su tela y lo reafirman, lo perpetúan. El
lenguaje y los conceptos no son inocentes y en este terreno del que tratamos, menos.
No sólo reflejan la realidad, la crean y la configuran9. Hay todo un mundo detrás de
los símbolos y, por supuesto, nos atañe y nos puede aprisionar en un marco
referencial que, a su vez, hace que nos movamos en un espacio determinado y no en
otro, que también es posible y está al alcance de nuestra mano, sólo tenemos que
extenderla, darnos cuenta de que este otro espacio está aquí y que, quizá nos merezca
más la pena transitar por él y no por el que lo estamos haciendo; respiraríamos mejor,
estaríamos menos ahogados, probablemente. Edwin Abbott en su magnífico libro
Planilandia, cuenta la historia de un cuadrado que vivía en un mundo bidimensional
junto con los círculos, los triángulos y otras figuras propias de un mundo de dos
dimensiones. Una vez fue a visitar otro lugar en que habitaban sólo los puntos y las
líneas. Era un reino unidimensional y a pesar de que él era un cuadrado, los
habitantes de aquel país sólo lo podían ver como un punto o como una línea, no
tenían otro marco referencial que el de una sola dimensión, se perdían la mayor
riqueza de un cuadrado, de un triángulo y otras figuras más complicadas. Ojalá que
nosotros no nos perdamos toda la profundidad y riqueza del hecho sexual humano, no
habitemos un mundo plano; reflexionemos.

Al introducir el concepto de «género», el foco de atención del discurso cambia y


también lo hace el discurso mismo y, por consiguiente, la realidad que va
configurando. No somos seres estáticos e inalterables, estamos creando nuestro
mundo en cada instante, somos pequeñas partes de otras mayores en constante
evolución y cambio. Lo que creamos puede ser diferente a lo que tenemos. Heráclito
decía que nunca te bañarás dos veces en el mismo río. El río y tú cambiáis a cada
momento y es un fluir continuo de novedades, la aventura de ser, la vida que se canta
a sí misma en cada instante vivido.

No quiero seguir redundando en el discurso de sexo frente a género o viceversa,


mi foco de atención es otro y es del ser humano sexual, de la hondura y riqueza de la
condición sexual humana. Quizá, en este siglo xxi que comienza, el verdadero
lenguaje políticamente correcto sea desde este enfoque humanista, desde los sexos y
su dignidad, y no desde la perspectiva del género. Por lo menos, considerémoslo'°

32
Ya para terminar y enlazar con el siguiente capítulo, cabe decir que el concepto de
género contribuyó a problematizar lo corpóreo, el cuerpo, y lo que se problematiza, se
termina por criminalizar. Así, se desemboca en una mayor criminalización del sexo
porque, entre otras cosas, hay un coste mayor por parte de algunos sujetos al vivir la
problematización de sí mismos.

33
Si antes era indignante censurar la representación
sexual, ahora parece ridículo situarla bajo tutela;
como si permitir esto tuviera que seguir siendo
dominar, y la única alternativa a la prohibición fuera
la infantilización.

PASCAL BRUCKNER Y ALAIN FINKIELKRAUT,

El nuevo desorden amoroso

3.1. PROBLEMATIZACIÓN DEL CUERPO

Partamos desde el paradigma dualista del ser humano, desde la tensión cuerpo-
alma y desde el hecho evidente de que todos nos morimos, que la muerte, hagamos lo
que hagamos, siempre llega con su mueca triunfante. No somos eternos, queramos
reconocerlo o no. Podemos pasarnos la vida entera huyendo cegados por el miedo
ante lo inevitable, pero la dama misteriosa y oscura nos alcanza irremediablemente en
algún momento de nuestro acontecer vital. Nos duele, nos hiela, nos estremece en lo
más profundo de nuestro ser, pero es así, hagamos lo que hagamos. Incluso, cabe
afirmar que cuanto más miedo a la muerte tengamos, más paralizados estaremos por
el terror, a pesar de huir despavoridos. La muerte nos enreda en sus brazos y con su
gélido aliento nos convierte en estatuas de polvo o espíritus incorpóreos. Existimos
sin tener en cuenta nuestro cuerpo, que es ignorado, maltratado e irreconocido. Así
morimos en vida porque, ciegos, negamos nuestra humanidad y pretendemos vivir
una vez muertos. Desperdiciamos toda la exuberante belleza de nuestro mundo, de ser
hombres, de ser mujeres, corpóreos, terrestres, sexuados y sexuales.

La corporeidad es una condición de nuestra afortunada existencia humana. El


cuerpo desprestigiado, rechazado por ser mortal, temporal y perecedero, es
«nosotros»1. Y es así de sencillo - que no simple - y rotundo. Ese cuerpo individual,
único e irrepetible, perfecto en su imperfección, con sus arrugas, «michelines»,
cicatrices e irregularidades varias, que es inconformista y rebelde, porque no se deja
aprisionar por los asfixiantes cánones ideales que se empeñan en imponerle desde
fuera; que habla, protesta, duele, madura y envejece; que grita, sufre y galopa por la
vida como un potro salvaje, indómito y desbocado, solitario en su devenir biográfico.

34
Es «nosotros», un soplo de eternidad hecho vida, hecho presencia, hecho carne, hecho
verbo, todo uno y a la vez. Ese cuerpo como identidad estructural nuestra, dinámica,
biográfica y evolutiva. Cuerpo que vive, piensa, siente, que quiere y ama, que busca
siempre y, a veces, encuentra; que nace y se va muriendo en cada instante; mágico y
misterioso, espléndido en su soledad proyectiva. Es un suspiro de esperanza hecho
carne, frágil fortaleza viva, cambiante y, sin embargo, continuo en su identidad2.

No se trata de que tengamos un cuerpo, como si fuera una cosa que nos pertenece,
que es externa a nosotros, como si fuese una mesa, un abrigo o un sofá. Ni tampoco
es un trozo de nosotros. Se trata de que somos cuerpo y no podemos ser nada humano
de otra forma. Ese cuerpo, a menudo, negado y exiliado al reino de lo simbólico al
sufrir el sujeto un dramático desdoblamiento entre el cuerpo y la mente, que le hace
vivir su cuerpo como algo ajeno, que cuando da muestras de su existencia, irrita y
molesta. Nos desenvolvemos con mayor desparpajo en el dominio de las
abstracciones mentales, con sus imágenes idealizadas o transformadas en fantasmas,
reducidos a la condición de «ideas a propósito de»..., a espectros que no envejecen,
simplemente, porque no existen, ya que no están vivos. No nos tocamos, no nos
acariciamos, no nos escuchamos ni nos conocemos.

Por el contrario, es razonable afirmar que somos una maravillosa unidad cuerpo-
mente, cuya conexión instantánea se puede comprobar en cada célula de nuestro ser.
Algo físico tiene su repercusión psíquica inmediata, aunque no sea reconocida o
consciente y viceversa. Lo psíquico y lo físico se entrecruzan, se funden y se
proyectan en lo social, en lo relacional. Salimos más allá de nuestro ser para
impactar, a través de la mirada, gesto, palabra, pensamiento, en otros. Penetramos en
su interior sin tampoco pretenderlo y pasamos a formar parte de otros, de su vida,
como los otros de la nuestra.

Toda emoción, sueño o pensamiento se traduce en una pequeñagran revolución


física, con sus cambios sinápticos entre neuronas, liberación de unos
neurotransmisores y anulación de otros, activación de unos receptores e inhibición de
otros, migración de organelas y transformación celular interna, suelta de hormonas y
otros mensajeros al torrente sanguíneo y su consiguiente aventura por el interior del
organismo. Todo encaminado a reafirmar la vida en sí, nuestra unidad en constante
movimiento. A su vez, lo físico se traduce en emoción, en lo psíquico. Es todo un
continuo, sólo cambia el punto de mira. Si uno quiere ignorarlo, es fácil de conseguir.

Ef ser humano es todo uno, íntegro, no separable en capas o áreas. Todo se

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entrecruza, se confunde y se funde, el cuerpo, el alma, la mente, produciendo el
milagro humano, lleno de misterio a descubrir o a resolver, la magia de la condición
humana viva, palpitante en su fluir de energías, siempre en actividad, en evolución
continuada. Por tanto, el existir humano es corpóreo y nuestro cuerpo es sexuado,
evidencia su sexo: somos hombres, somos mujeres, somos seres humanos sexuados y
sexuales, es decir, que vivimos nuestra condición humana.

El paradigma dualista del ser humano problematiza el cuerpo y lo corpóreo, y al


considerar el cuerpo como un mecanismo, una especie de recipiente para el alma,
donde realmente radicaría nuestra esencia, lo reduce, nos reduce a algo instrumental,
nos cosifica. Las máquinas tienen sus funciones y necesidades, precisan un cierto
mantenimiento y para producir, consumen. Así, el ser humano, convertido en una
máquina, tiene sus necesidades fisiológicas y sus funciones. Las cosas no son
sexuadas y el sexo humano, por tanto, es transformado en una función o necesidad
corpórea, en algo que se hace y que le permite se guir produciendo; deja de ser algo
propio a lo que se es. Es una visión muy limitada, pobre y distorsionada de nuestra
condición sexual, de nosotros mismos.

¿Y qué es lo que producimos? Producimos bienes para nosotros y para la sociedad.


Creamos. Creamos hijos y es nuestra función sexual reproductora, que por sí sola ha
justificado a lo largo de milenios todo trato carnal, con la intención implícita de
producir, eso sí, dentro del matrimonio, ya que los hijos son bienes, sobre todo los
legítimos, son el futuro, aseguran la continuidad de la sociedad, de la especie y de la
Humanidad. Y es así. Quizá, el acto de dar la vida a un nuevo ser sea el milagro
supremo del ser humano, es muy hermoso, pero no es de lo que tratamos aquí,
aunque, evidentemente, tiene que ver con ello. Estamos hablando de perversas
distorsiones - me refiero intelectualmente - y de la gestión instrumental de bienes.

¿Qué otros posibles se consideran en las relaciones sexuales, siempre coitales, por
supuesto, ya que, no olvidemos, el cuerpo sexual es reducido a los genitales, y éstos,
al juntarse, fabrican coitos? La descarga de tensiones, de alivio de agresividad, sobre
todo la del varón, ha sido otro bien que se ha apreciado como tal históricamente. El
hombre concebido como una máquina de vapor que tiene una válvula de escape para
rebajar la tensión y poder seguir funcionando. Y en cierto modo, siempre muy
simplificado, es así. El viejo lema «¡Haz el amor y no la guerra!» sigue muy vigente
hoy y ojalá lo practicaran más unos cuantos, el resto de la Humanidad viviríamos
mejor.

36
El otro bien para el individuo, que se ha considerado en las relaciones sexuales, es
el placer, por supuesto constatable o cuantificable en forma de orgasmos. Se pueden
medir, estudiar, comparar, clasificar, gestionar y problematizar a su vez. ¿Cuántos?
¿Cuánto ha durado? ¿Ha sido de ambos? ¿Ha sido simultáneo? ¿Ha sido múltiple?
¿Ella ha quedado satisfecha? ¿Crees que has desempeñado bien tu papel? ¿Has
funcionado? ¿No será más razonable y humano todo esto? No somos máquinas o
mecanismos que funcionan apretando un botón, siempre de la misma manera y en
cualquier ocasión. Somos personas, somos seres humanos sexuales. Preservemos
nuestra dignidad y nuestra magia imprevisible e inconmensurable como tales.

3.2. CRIMINALIZACIÓN DEL SEXO

He aquí un tema delicado que se presta a la visceralidad. Evitémosla, si es posible,


para no perdernos en un mare magnum de emociones. Partamos con los ojos bien
abiertos. Cuando, desde la concepción dualista del ser humano, se problematiza el
cuerpo y lo corpóreo, y se reduce nuestro sexo al ámbito del cuerpo, reducido, a su
vez, a la carne, sólo carne, se siembra un rico terreno para vivir la condición sexual
humana de forma atormentada, llena de dificultades, prohibiciones, transgresiones,
culpas, obstáculos y oscuros silencios de alcoba. El componente disociado y
desprestigiado del ser humano, su cuerpo sexual que somos nosotros, cobra su triste
tributo manifestándose como una caricatura distorsionada, en su perturbada vivencia
de nuestra condición sexual.

Al vivir en sociedad, sea cual sea ésta, todo lo que se problematiza termina por
criminalizarse, en el sentido de que se dictan leyes de lo lícito y lo ilícito, de lo
normal y lo perverso; leyes, que se deben respetar y que, cuando se transgreden,
pueden conllevar un castigo ya contemplado por la ley misma. El sexo, reducido a
algo que se hace, porque la conducta y sus resultados es lo que preocupa socialmente
hablando y además es constatable, analizable y cuantificable, es colocado por el
poder bajo un régimen binario de lo lícito e ilícito, permitido y prohibido, bien visto y
mal visto, normal y perverso. Pero, no olvidemos, que «donde hay poder hay
resistencia y ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder» 3.

E.Fromm afirmaba que, «lo bueno y lo malo es cuestión de opiniones. En lo


esencial, no hacen sino manifestar lo que se hace y se prefiere en una cultura, y no en
otras. Lo que en una cultura gusta hacer a la gente lo llaman bueno y, lo que no le
gusta, lo llaman malo. Pero en eso no hay nada de objetivo. Es sólo cuestión de
gustos»4. Así, cada sociedad dicta sus leyes, que, a su vez, se apoyan en una moral

37
cultural sexual determinada que es suya y no en otra; y lo que se permite en unas
sociedades puede que se penalice en otras vecinas, nos parezca como nos parezca este
hecho. Es innegable que el sexo, convertido en una conducta, es gestionado para
conservar la estabilidad de una sociedad con su moral cultural sexual definida,
recurriendo para ello a una represión basada, entre otras cosas, en el miedo al castigo.
El sexo no sólo se juzga, sino que se analiza, se gestiona y se administra. ¿De qué
sexo estamos hablando? Pues de sexo reducido a lo que se hace, a la conducta. ¿Y
qué fue del sexo como algo que se es? Se desintegró, aplastado por el silencio
compartido y cómplice.

¿De qué manera se cursan las prohibiciones, se silencia o se censura lo ilícito? Por
ejemplo, haciéndolo explícito enunciando una ley; o bien, impidiendo que se hable de
ello - la ley del silencio-; y por último, negando su existencia - la problematización
llevada a su mayor grados-. M.Foucault considera que «sería un poder que sólo
tendría la fuerza del «no». Finalmente, porque se trataría de un poder cuyo modelo
sería esencialmente jurídico, centrado en el solo enunciado de la ley y el solo
funcionamiento de lo prohibido. Todos los modos de dominación, de sumisión, de
sujeción se reducirían en suma al efecto de obediencia»6. Si eres bueno, si obedeces,
tienes al «policía» dentro de ti. Respetas lo impuesto desde fuera, sea razonable o no,
ni te lo cuestionas, lo interiorizas y lo sigues. Lo permitido en la conducta es lo
permitido. Eres un miembro de tu sociedad, eres sumiso. Hay un camino ya muy
transitado y aprobado como lícito por todos y por él tienes que andar. Te evitas
problemas, te conformas. ¿Y si lo permitido es abusar, dominar y mutilar? Como un
buen ciudadano, un eslabón de tu cadena social ¿lo haces? ¿Esto tiene un coste
interno como individuo moral que eres? ¿Y al revés? ¿Cuando la prohibición es
absurda y te abstienes de hacer algo que te apetece y que no supone ningún perjuicio
para nadie, pero, sin embargo, está mal visto?

Vivimos en una sociedad y tenemos nuestros derechos y también


responsabilidades, que son estipuladas por unas leyes que se deben respetar. Pero no
hay que olvidar que los individuos tenemos derecho a la intimidad, a la privacidad y
legislar lo que se permite o no en este campo, es, como mínimo, dificil. Además,
estas leyes luego son interpretadas por personas que les pueden dar matices nuevos,
partiendo de su propio currículum oculto y lo que para uno parecería una falta, otro lo
puede convertir en algo mucho más grave. Es un te rreno problematizado y
escabroso, en el que la versión de lo ocurrido por parte de los protagonistas del
conflicto puede ser muy dispar. A menudo, salvo en los hechos que no ofrecen duda

38
alguna, se basa en la intencionalidad del supuesto agresor; y es algo que es muy
difícil de demostrar, porque pertenece al mundo interior del sujeto.

Pero parece claro que el delito existe y hay que legislar para que cada individuo,
fuerte o débil, válido o inválido, mayor o menor, tenga las mismas posibilidades de
desarrollo y bienestar. Vivimos en una sociedad civilizada y confiamos que nuestros
derechos sean protegidos. No queremos volver a la ley de la selva, a la del más fuerte
que se come al más débil. Esto es obvio. Lo que ya no parece razonable es caer en la
dinámica de persecución por persecución, en la que tienes que demostrar que eres
inocente, antes de que los que acusen demuestren tu culpabilidad; en sucumbir a vivir
sospechando o bajo sospecha; en condenar a un niño y estropearle, quizá, toda su
vida, por levantar las faldas de su compañera de colegio (hecho ocurrido en EEUU
hace unos años). No nos volvamos locos, no nos instalemos en la desmesura y la
sinrazón. Procuremos hacer el menor daño, que además, muchas veces es innecesario.
7

No estoy hablando de cerrar los ojos, todo lo contrario, se trata de tenerlos bien
abiertos y no caer en ser presos de viejos prejuicios y terrores milenarios. No
olvidemos que no hace tanto se condenaba a prisión a los homosexuales, se les
perseguía y se les marginaba. Mucho potencial humano pereció en esta lucha estéril
contra la hegemonía de la «normalidad» beligerante. ¿Tan peligroso es ser diferente?
¿Las peculiaridades humanas nos espantan? Y si es así, ¿por qué? Los seres humanos
tenemos un derecho fundamental de búsqueda de bienestar o felicidad. Yo diría que
es nuestro deber con nosotros mismos y con los demás, porque cuando uno está bien
en su interior no se empeña en hacer daño a nadie, ni en destruir; sintoniza con la
vida, con el amor a la vida. Si ese camino de búsqueda de la felicidad es diferente al
de la mayoría y si no hace daño a nadie con ello, ¿qué problema hay? ¿No podemos
ser más respetuosos con las supuestas minorías? ¿No podemos aceptar a los otros,
sean como sean? Si uno se respeta, si ama la vida, ama la vida que hay en otros, les
ve como hermanos, respeta su ser, siempre y cuando no lo sienta amenazante. ¿Y
cuándo puede haber amenaza? Puede haberla cuando el otro está instalado en la
ignorancia, en la precariedad vital, en el malestar y posible destructibilidad, y
además, vulnere tus derechos'. Parece claro.

Pues, ¿por qué entre todos no demandamos una educación sexual seria, como un
derecho, como una premisa para el bienestar interno y, por tanto, externo nuestro y de
nuestros hijos? Quizá, entonces, les tocaría vivir en un mundo mejor, más feliz; y

39
además, serían unos individuos más libres, que invertirían su energía, desde su
bienestar interno, en crear algo bello que refleje su armónica fuerza vital y no la
utilizarían para combatir fantasmas, prejuicios y miedos irracionales. En Medicina se
ha comprobado, sobre todo por los gestores, que es muy rentable, además de
apropiado y razonable, el invertir en prevenir y no sólo en curar. Quizá, los resultados
son más a medio plazo, pero evitas mucho sufrimiento y daño, tanto personal, como
social. Una seria educación sexual, que no se limite al uso del preservativo para
jóvenes y conductas de riesgo, que, por otra parte, también es necesaria, ni a cómo
hacer que tu orgasmo dure unos minutos más y sea más intenso, empieza a ser
imprescindible y es labor de todos el demandarla. Nos ayudaría a evitar muchos
problemas a medio plazo y a tener una sociedad menos conflictivizada sexualmente,
con unos individuos más fuertes, más formados, más adultos y responsables, que no
se empeñen en huir de su piel que les ahoga y les asfixia precipitando en su caída a
otros, sino que caminen erguidos y orgullosos de ser, de ser hombres y de ser
mujeres.

Por otra parte, ya se ha demostrado, que el aprendizaje basado en el castigo es


poco eficaz para formar individuos de nuestro tiempo, que piensen, que razonen y
que no quieran verse reducidos a víctimas o a ser infantilizados en el juego de
prohibición-permiso impuesto desde fuera, a ser vagamente sumisos y obedientes
vacuos. Pues tengámoslo en cuenta y promovamos la demanda de una educación
sexual verdaderamente formativa. Reclamémosla.

No quisiera dejar de tratar otro aspecto de la criminalización del sexo y es el de


asociar consciente o inconscientemente lo sexual con lo criminal, con lo peligroso,
con lo dañino, perverso, macabro y un tanto clandestino, que no íntimo. Al añadir el
adjetivo «sexual» a sustantivos que nombran conductas delictivas que nos repelen
prácticamente a todos, como puede ser abuso, maltrato, acoso, violencia, etc., sin
querer, se asocia el sexo a algo que todo ser humano, salvo que esté perturbado,
rechaza desde muy dentro de sí. Esta asociación, generalmente, se procesa y se
desarrolla a un nivel preconsciente, emocional y no racional, instaura, muy a pesar de
uno, sin control ni consciencia, un sentimiento aversivo o negativo hacia el sexo cuya
intensidad depende de cada cual. De esta manera, la moral sexual represiva, la del
«no», queda reforzada desde la visceralidad de cada individuo, ya que lo que
incorporamos se escapa a un raciocinio, a un control consciente y penetra
directamente en el mundo emocional de asociaciones sutiles, casi siempre no
conscientes, repleto de turbadoras inquietudes. Hay muchos temores y fantasmas en

40
este terreno, no en vano lo sexual se vive de forma intensa y dramática, porque es lo
más hondamente humano y lo más íntimo de nosotros, el gran impulso que nos
mueve a buscar y vivir con otro, en pareja.

3.3. PATOLOGIZACIÓN DEL SEXO

Sigamos en paralelo y en el ámbito de la Medicina los mismos pasos ya dados. Si


reflexionamos, en el fondo no hay tanta diferencia. Se repite el mismo guión que
refleja el tema clave y central, del que las distintas versiones son sólo imágenes
secundarias suyas que le reafirman y perpetúan con su fuerza dogmática de múltiples
campos científicos.

Volvamos a nuestro cuerpo problematizado y perecedero, cuerpo que se enferma


y, por último, se muere. En Medicina desde siempre se lucha contra la enfermedad,
contra el sufrimiento y la muerte. Es una noble justa, que se sabe de antemano
perdida al final. Es una dura batalla contra el tiempo y las circunstancias de cada cual.
El objetivo es cuidar lo mejor posible al ser corpóreo y la manera de hacerlo depende
directamente de cómo se concibe a éste. Si el cuerpo se ve como carne, sólo carne
convertida en un mecanismo ajustado, en una máquina, se le tratará por partes, por
trozos artificialmente separados y abstraídos en unidades, que tienen, parece, vida
propia. Así se hablará de órganos y miembros, sistemas y glándulas. Puede resultar
chocante, pero es cierto, que no somos nuestro corazón, ni nuestro cerebro, ni
nuestros genitales, a pesar de que, a veces, lo digamos así en frases hechas. Son
partes de nuestro cuerpo, de nosotros, pero no la totalidad. Son necesarias, pero no
suficientes. Somos una mágica perfección vulnerable y superviviente. La fuerza de la
vida está reinando en cada célula nuestra, en su nacer y en su morir para ser
renovadas por otras, más adaptadas al momento vital biográfico del organismo. Es
una fascinante sintonía sincrónica de partes para mantener íntegramente la totalidad,
que, a su vez, es parte de otras totalidades en constante y dinámica evolución.

Si se concibe el cuerpo como una máquina, eso sí, maravillosamente ajustada y


viva, se van estudiando sus funciones, sus demandas y necesidades. Se observa lo que
la mantiene en forma y lo que la estropea, en qué condiciones da un óptimo
rendimiento y en qué condiciones falla en su funcionar. Además, con el fantasma de
la muerte, que proyecta su aterradora sombra, todo esto adquiere una siniestra y
dramática luz. Con una codificación binaria, se va clasificando todo en lo sano o lo
insano; lo que te hace bien y te beneficia o, por el contrario, lo que te hace mal y te
perjudica; en lo normal y en lo patológico, que lleva en sí el hálito de la enfermedad y

41
la muerte. Estos juicios se basan en conocimientos científicos del momento, que
siempre son aproximaciones parciales e interesadas a la verdad, porque somos
humanos y vemos la realidad con nuestros ojos y un nivel de entendimiento
determinado del que partimos, y lo que en una época el hombre interpretaba como
una manifestación de la cólera divina, en otra, entiende que son hechos de la
naturaleza, perfectamente explicables por leyes físicas. Los expertos pronuncian sus
sentencias que se convierten en dogmas a seguir por el resto de los mortales. Las
ideas supuestamente fundamentadas en la ciencia de hoy, el día de mañana, se
descubren como creencias, es decir, ideas impregnadas de emotividad perentoria del
pasado. A menudo, los entendidos confunden más que aclaran y lo que intuitivamente
un individuo de a pie percibía como beneficioso se estigmatiza con la carga moral
cultural del momento y se vive como algo dañino o pecaminoso, se prohíbe.

''Cuando esto sucede y se transgrede la prohibición - que para eso está, si es


impuesta y va contra la natura del individuo - se experimenta culpabilidad que coarta
la libertad personal, te corta las alas, porque se vive de forma dolorosa e
instintivamente procuras evitarlo, a pesar de saber que no es racional, pero como
decía Pascal, «el corazón tiene sus razones que la razón no comprende». Así, de
forma irracional, siguiendo las creencias en vigor, modificamos nuestra conducta
tratando de ajustarla a lo que se cree que nos hace bien y evitamos lo que,
supuestamente, nos perjudica. Por poner algún ejemplo, podríamos mencionar la
masturbación, que se decía, no hace tanto, que acarreaba todo tipo de males, incluso
la locura, y que hoy en día se considera como algo normal y hasta beneficioso. Han
transcurrido unas décadas y la visión del mismo hecho es totalmente distinta. ¿Ha
cambiado el acto? No, son los ojos que lo contemplan los que han evolucionado.

A pesar de que todo el cuerpo está sexuado, la función sexual en Medicina se


remite al sistema reproductor y a los genitales, que son los protagonistas externos de
dicha misión, sólo una parte de la totalidad corporal, no lo olvidemos. Por supuesto y
de forma reforzada, los actos sexuales son los coitos y se asimila la conducta sexual,
luego coital, a la reproducción, a la conducta de riesgo y a la generadora de placer9.
En la antigüedad, los médicos proclamaban la bondad de las circunstancias que
debían rodear el acto sexual para que éste fuese beneficioso. Hablaban, según cuenta
Foucault, del temperamento de los individuos, del clima, del momento del día, de los
alimentos que debían ser ingeridos previamente y en qué cantidad, etc.10. Todo se
valoraba para este encuentro funcional entre dos organismos. La lista de los males,
malestares y enfermedades que podían ser acarreadas por una leve desviación del

42
camino rectamente trazado y medido no tenía fin.

Como refiere M.Foucault, «a través de una dietética que debe determinar cuándo
es útil y cuándo nocivo practicar los placeres, vemos dibujarse una tendencia general
hacia una economía restrictiva. Esta desconfianza se manifiesta en la idea de que
muchos órganos y entre ellos los más importantes, se ven afectados por la actividad
sexual y pueden sufrir de su abuso»". Pero el mensaje encubierto y más im portante
consistía en equiparar la abstención sexual con la ascesis, con sus efectos
beneficiosos de ahorro espermático y, por tanto, de energía invertida en el poder
genésico. No es más que el resultado de dónde se parte, del marco referencial del
paradigma dualista del ser humano y la represión de la angustia de la muerte.

Todos estos pensamientos son bastante turbadores y conducen al individuo a un


estado de perplejidad repleto de dudas. Las personas tendemos a evitar las situaciones
que aumentan la inseguridad y que se viven como amenazantes. ¿Y si no se consigue
dominar el impulso sexual? Pues se es débil y los débiles, que además gastan la poca
fuerza que tienen, se pueden enfermar y enferman, como manda cualquier profecía
autocumplidora basada en la convicción del sujeto atormentado de que algo malo le
va a suceder, y cuando esto ocurre, reafirma la creencia fantasmal de la que partió.
Los fuertes sobreviven, los débiles perecen. Y así se estructura toda una historia de
terrores múltiples, que se autoperpetúan y perviven instalados en la sinrazón, pululan
por el reino del miedo, del «tú debes». ¿Y qué pasa con el «tú qué quieres»? Es el
exiliado olvidado en estos dominios.

Si no sigues los preceptos, si te desvías, cometes una arriesgada negligencia que


conlleva consigo la culpa y el posible castigo, que es la enfermedad. Se repite la
misma secuencia de prohibición-transgresión-delito-castigo. El miedo es un gran
instrumento de represión. No queremos enfermar ni morir. Hacemos caso a lo que
dicen los expertos, que para eso lo son. ¿Es razonable? No, pero funciona sin que nos
demos cuenta de lo que ocurre.

Lo único que proponemos es pensar, reflexionar y cuestionar desde nosotros


mismos, no tomar prestadas opiniones ajenas, para no ser siervos, para no tener
mentalidad de esclavos. Se puede convivir con respeto mutuo y hermandad sin
difuminarse como individuo, sin camuflarse en la nada enfermiza y corrosiva12.

Por último, no quisiera dejar de hablar del concepto de salud mental, que invita a
un enfoque parcial del ser humano, como mente, pero pasémoslo por alto, esta vez,

43
para que podamos discutir el tema. Hasta hace poco, la salud mental se medía por la
adecuación del sujeto, objeto del estudio, a la sociedad a la que pertenecía. Los sanos
eran los adaptados, los que seguían la norma dictada. Los que se desviaban del
camino trazado se enfermaban mentalmente. Esta era la secuencia que parecía lógica.
Pensemos. Si al individuo, para ser aceptado y admitido como un miembro respetado
en su sociedad, se le obliga a seguir una senda forzada, que se erige como la normal,
eso le supone un constante esfuerzo, un gasto mantenido de energía y permanencia en
una situación de continuo estrés. Eso tiene un coste en la clínica, que es la neurosis,
sin mencionar otras numerosas enfermedades que presentan como base el estrés
prolongado. La aparición de la enfermedad lleva al sujeto a creer que todavía no ha
hecho lo suficiente para evitarla, para seguir la recta conducta, e intensifica su
empeño en conseguirlo, agravando el cuadro, la neurosis, hasta un posible
precipitarse en una crisis vital que le sume en una profunda depresión" No obstante, a
veces las crisis son muy clarificadoras y nos hacen crecer, nos hacen darnos cuenta de
lo ciegos que estábamos y recuperar la visión.

El ser ¿Y la patología sexual? Según C.G.Jung, «de ningún modo la perturbación


sexual es la causa de los trastornos neuróticos, sino que es uno de los efectos
¢patológicos que resultan de una falla en la adaptación de la conciencia»1. humano es
una totalidad y cuando está en conflicto interno, éste se manifiesta externamente en
todo lo que hace o deja de hacer. En el terreno sexual, al ser lo más íntimo y
vulnerable del ser humano, la expresión de estas luchas personales consigo mismo y,
por ende, con los demás se objetiva con vívida y dramática fuerza. Según la
intensidad y el arraigo, podría tratarse de un trastorno pasajero, fácilmente
solucionable, o de una patología, que conlleva el matiz de mayor profundidad y
duración. A veces, los trastornos, por la ansiedad que generan en el sujeto, se instalan
y se hacen sitio para quedarse, pero al recobrar la confianza en sí mismo y al
clarificar el conflicto, se disipan y desaparecen como si de unos vampiros se tratase,
que se desintegran con la luz de un nuevo amanecer. Quizá, tendemos con demasiada
li gereza a catalogar los trastornos como patologías y rellenar de fantasmas un terreno
ya demasiado estigmatizado y repleto de inseguridades, miedos y sombras.

¿Y qué ocurre con los individuos que viven en sociedades altamente patológicas?
¿Si están adaptados están mentalmente sanos? ¿Si los demás matan y destruyen por el
simple hecho de perseguir lo diferente, eso es sano? De esta controversia surgió la
idea humanista de la salud mental, que no está determinada por lo adecuado de la
conducta del sujeto en su sociedad, sino por criterios intrínsecos al hombre que

44
reflejan su bienestar mentales

Tras esta nueva concepción de salud mental, que subraya el valor del ser humano
como individuo, se vislumbran mujeres y hombres que se encuentran a gusto en su
piel, que irradian bienestar y amor, que son creativos y reverencian la vida en sus
diversas manifestaciones, que comparten y tienden la mano desde su estar bien, que
no se empeñan en dominar y tener, porque les parece enajenante. Prefieren ser,
conocer y comprender, sintonizan con el amor a la vida y a lo vivo, aceptan y
respetan lo diferente, lo peculiar, siempre y cuando no se les intente imponer a ellos
esta diferencia como norma a seguir. Comprenden que lo diferente no implica en sí ni
maldad ni bondad por el mero hecho de serlo. Lo diferente es diferente, no es bueno o
malo. Estas etiquetas se lo colocan o no, después. Tratan de convivir con respeto,
reconociendo lo similar en lo diferente y lo distinto en lo similar.

Por otra parte, creemos que es imposible estar bien internamente sin una
comprensión y aceptación profunda de nuestra admirable naturaleza humana y por
tanto, sexual. Si este hecho se vive de forma problematizada y pecaminosa lo
irradiamos sin querer o pretenderlo. Se invierte mucha energía vital para subsanar el
conflicto y esta lucha no tiene fin, salvo que se cambie de marco referencial; corroe y
merma a la persona desde su núcleo o raíz, desde su identidad que vertebra todo
nuestro ser. No se trata de perdonar, de compadecer o conformarse con... Se trata de
comprender y apreciar la inmensa y magnífica riqueza del hecho sexual humano, que
nos posibilita amar y vivir con otros, que siempre son diferentes, siempre son
peculiares en su misteriosa concreción irrepetible. El sexo no es algo trivial o banal,
es trascendente y hermoso en su vulnerable humanidad.

45
No son las fuerzas de la oscuridad sino las de la
superficialidad las que amenazan, en todas partes, a la
verdad, al bien y a la belleza, e irónicamente se
anuncian como profundas. En lo oscuro y en lo
profundo hay verdades que pueden curar. En la
actualidad una superficialidad exuberante y atrevida
es la que representa el peligro y el reto, y sin embargo
en todo lugar nos llama a ser sus salvadores.

KEN WILBER,

Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, Libro 1

4.1. LA MANÍA REDUCCIONISTA

¿Qué queremos decir al decir sexo? ¿Algo que se hace o algo que se es, es decir,
referente a ser mujer u hombre? Pues, como se trata de un vocablo polisémico, tiene
estos diversos significados, lo cual dificulta un tanto el discurso. Al fin y al cabo, esta
peculiaridad refleja que en el ser humano se interrelacionan estrechamente el ser, el
estar y el hacer, nuestro ser se va modulando y configurándose conforme hacemos o
dejamos de hacer, va evolucionando aunque tenga un hilo conductor con su lógica
biográfica unificante. La conducta deja su honda huella, su impronta, además de
reflejar nuestro mundo interior. Vamos evolucionando, hacemos camino al andar.

Empecemos por lo interno y quicial. Cuando decimos: «Soy una mujer» o «soy un
hombre» nos identificamos de un sexo o de otro, y sólo hay estas dos posibilidades o
modos de ser. Es una certeza que te posiciona con seguridad en el mundo, te evita el
sufrimiento profundo que sienten los que dudan al respecto, los que no saben bien
qué son. Parece un asunto nimio o baladí y, sin embargo, es absolutamente radical en
el ser humano'. Y es así de trascendente.

El ser humano es pensante y por tanto, simbólico. Utilizamos los símbolos para
formar conceptos, para traducir lo sentido y lo aprehendido, para pensar, y es algo
muy nuestro, el potente nexo entre lo interno y lo externo, que nos permite aclararnos
y comunicarnos con nosotros mismos y con otros. Lo externo, a través de los
símbolos, pasa a formar parte de nosotros, el mundo externo interiorizado. A su vez,

46
nuestro mundo interno incide en lo que nos rodea a través de nuestra conducta, que
refleja, a la vez, nuestro ser y estar. Todo es un continuo en constante evolución. Si
no nos ubicamos como hombres o mujeres, nos perdemos como seres humanos,
sufrimos una especie de muerte simbólica que es muy desestructurante para el sujeto,
ya que lo que no tiene símbolo que lo traduzca, lo que ni siquiera se puede imaginar,
no existe. Es la fuerza de lo simbólico en el ser humano. Desde luego, no parece una
cuestión superficial nuestro sexo. Simplemente y con rotundidad, no podríamos
existir sin él, no seríamos humanos.

Por todo lo cual, el reducir el sexo a los genitales es robarnos a nosotros mismos
nuestra riqueza. Los genitales son una parte importante de nosotros, pero no la
totalidad, parece obvio. Tienen una gran carga simbólica y como tal símbolo pesan
mucho en nuestro funcionamiento mental-espiritual-corporal, pero los hombres y las
mujeres no son, por supuesto que no, unos penes y unas vaginas andantes2. Cabe
preguntarse: ¿dónde se ubica nuestro sexo? ¿En los genitales? ¿En nuestro cuerpo?
¿En nuestra mente? En todo nuestro ser, todo uno y a la vez. Nuestra presencia
corpórea es sexuada, nuestro cuerpo sexual anhela ser reconocido y acogido en toda
su magnífica unidad. Es un viaje de acercamiento íntimo, de exploración, de
descubrimiento, que no tiene fin, pero sí tiene un hondo sentido, el de aceptar a otro
de forma rotunda y definitiva y, a su vez, ser aceptado; de dar y de recibir en un
profundo reconocimiento mutuo que reafirma la vida y nuestra condición humana, y
por tanto sexual.

Sigamos. Si reducimos nuestro sexo, aunque sea de forma no consciente, a los


genitales, es lógico que consideremos como actos sexuales la sucesión de coitos y
como cuantificación del placer, la sucesión de orgasmos. Para algunos, sirven como
una experiencia cumbre, y para otros, no es suficiente; depende de lo que buscas y de
cómo eres. Sí, parece claro que existe todo un mundo infinito de pequeñas-grandes
sensualidades que aparecen inesperadamente con la aventura de vivir día a día y te
aportan calor y color, brillan como esas gotas de rocío que juguetean con el sol
naciente de cada día; te confieren aliento vital. No son coitos, no son orgasmos, pero
sí son poderosos vínculos con la vida. No son preliminares para ninguna meta final
coital. Tienen sentido y valor propios. Nos estructuran, nos sujetan en ese fluir vital
terrestre nuestro, todo uno y a la vez. Posibilitan vivir inmersos en lo bueno, en lo
bello y en lo verdadero. El levantar de vez en cuando la cabeza y contemplar el cielo
con sus vaporosas nubes y empaparse del profundo azul, sentir la brisa en tus mejillas
que te trae lejanos y misteriosos mensajes, oler la tierra antes de una tormenta,

47
saborear un plato que te gusta, tocar y acariciar una presencia querida, mirar sus ojos
y fundirse con ese extraño en el mirar, besarle... Tantas vivencias, tanto tesoro. Sólo
hay que detenerse de vez en cuando en el instante, en el instante vivido, que entonces,
como por arte de magia, se abre con todo su esplendor, te hace sentirte vivo y
despierto, te enriquece como humano. Las sensaciones van parejas con los
sentimientos, evocan recuerdos y desvelan intenciones, deseos, esperanzas...'

Tratemos un poco otra manía reductora y es la de convertir el deseo humano en


instinto animal, una especie de prurito genital que te precipita a copular con otro,
pues, cuando a alguien le pica, se rasca con la máxima prontitud y energía. Puede que
funcione y puede que no. A menudo, se nos pasa lo que nos enseña la experiencia y
es que, a veces, cuanto más te rasques, más te pica y más desazonado estás. ¿Será
porque el picor es una señal visible de algo que está detrás, oculto en las sombras?
Havelock Ellis opinaba que «la lógica básica de la sexualidad humana exige un cierto
grado de represión. La verdadera realización sexual supone un tratamiento adecuado
de la propia capacidad erótica, y las experiencias sexuales más gratificantes son
inaccesibles a los hombres que gastan esa capacidad indiscriminadamente». Por ello,
Ellis mantiene que sin autoconcentración, la vida sexual degeneraría rápidamente en
una serie de orgasmos triviales4. Las personas que llegan a nosotros hacen que se
desarrollen ciertas facetas nuestras y no otras, nos moldean con su presencia, con su
mirar, con su ser y con su estar en relación. No es banal, siempre dejan huella. Lo que
hacemos y dejamos de hacer es importante, nos estructura. Vamos evolucionando y
creamos nuestro mundo en concordancia a lo que somos. El camino se hace al andar
y hay que tener cuidado a quién escoges por compañía.

Lo que pretendo transmitir con todas estas ilustraciones reduccionistas es que


pertenecen a nuestra cultura, a nuestro Imaginario colectivo, consciente o no. Son
como los fantasmas de un oscuro desván, que aparecen cuando menos los esperas y
trastornan todo alrededor. Es bueno saber que existen, el «darse cuenta de...». Que
cada cual ande su camino, pero desde sí mismo y no tratando de ajustarse a las
estadísticas, a lo dicho por otros, incluso expertos, si cree y percibe que no le hace
sentirse mejor en su piel lo que aconsejan. Que cuestione y se busque, sin olvidar que
vivimos en sociedad y al igual que derechos, tenemos responsabilidades. Que sea el
capitán de su navío5.

4.2. EL SEXO COMO ARTÍCULO DE CONSUMO

Vivimos en una sociedad de consumo superficialmente hedonista, es decir, en la

48
que se fomenta una gratificación rápida, una satisfacción aparente de deseos
sucesivos que se van cambiando, llevados por la corriente del momento, sin mayor
trascendencia. Se van creando necesidades nuevas y apetecibles que perpetúan el
consumo vertiginoso, la fiebre consumista del hombre y de la mujer actuales.
Producimos y consumimos en una cadena mecánica de flujo industrial. Es la
cosificación del ser humano, que se convierte así en una cosa que consume sin fin, el
homo consumens6. Formamos parte de un torrente común, estamos siendo
arrastrados por una corriente instrumental, y parece que no nos va mal del todo.
¿Estamos satisfechos? A menudo, ni siquiera da tiempo a que se formule esta
pregunta. Estamos muy concentrados en la producción para adquirir bienes y seguir
consumiendo. Como dice E.Fromm, «nos hemos hecho consumidores de todo,
consumidores de ciencia, consumidores de arte, consumidores de conferencias,
consumidores de amor, y la actitud siempre es la misma: yo pago y me dan una cosa,
y tengo derecho a que me la den, y no debo hacer ningún esfuerzo especial, porque se
trata siempre de lo mismo, del intercambio de cosas que compro y que me dan» 7.
Según expresión lapidaria de A.Huxley (Un mundo feliz) el lema de este nuevo tipo
de hombre es: «No dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy»8.

Así, cambiamos la rutina, la vorágine cotidiana contra reloj, por la distracción, la


huida recreativa. Apenas tenemos tiempo para nada y sin embargo, estamos
constantemente entretenidos haciendo cosas, algunas, incluso importantes9. En
nuestro correr por la vida en ese sueño enajenado no nos detenemos para mirarnos
dentro, para comprender qué nos pasa, para saber lo que queremos realmente. ¿Qué
es lo que deseas? ¿Qué es lo que buscas o no te atreves a buscar? ¿Y por qué? Son
preguntas rotundas que, asombrosamente, se han convertido en revolucionarias. ¿Qué
es lo que deseas? Plantéatelo, no como una ensoñación imposible, que te reconforta
en momentos difíciles, sino como una realidad alcanzable. Es inquietante, es
transgresor, te sitúa como sujeto, te despierta de un sueño alienado, te libera, te
descosifica.

En una sociedad de consumo, el sexo a menudo se convierte en un artículo de


compra-venta para ese ser humano cosificado y consumidor. Se vende y se compra
toda clase de trato carnal, se ofertan puestas en escena al gusto del consumidor que
paga y adquiere su «enajenado sueño». La prostitución, la pornografía, las películas
porno, Internet con su cibersexo, el sexo por teléfono, las publicaciones eróticas...
Todo vale, sólo tienes que pagar. Se paga por una ensoñación enfermiza, por una
satisfacción superficial momentánea de una carencia dificil de acallar. Pero esa es la

49
trampa: no conviene que el cliente quede hondamente satisfecho. Es imposible,
porque tiene que seguir consumiendo en busca de algo inverosímil, hacer real aquello
que se ubica en el mundo mental de sueños fantasmales, por tanto, un sucedáneo de
lo tangible. Se actúa, se hace como si sucediese de verdad.

Además, el consumo sexual estimula el deseo de consumo en otros terrenos. Se


compra ropa, diversión, cosméticos, viajes y escapadas de todo tipo, es decir,
diversos útiles y servicios para aumentar el atractivo sexual. Se venden ideales de
belleza difíciles de alcanzar y se ofertan múltiples posibilidades para conseguirlos,
desde las clínicas de belleza y gimnasios, hasta clínicas médicas especializadas en
cirugía estética y empresas que imparten cursos para seducir o ligar. Todo cabe. La
mayor «libertad sexual» favorece la industria y es fomentada por ella. El juego
producción-adquisición se perpetúa sin fin. Por eso una cultura de consumo tiende a
convertir el sexo en un artículo a ofrecer, lo trivializa, lo desvirtúa y lo oferta como
un producto que se puede comprar y se puede vender siempre y cuando tengas poder
adquisitivo para ello, que, a su vez, se traduce en tener dinero u otra moneda de
cambio... tener y no ser. Se crean necesidades, constantemente renovadas, y, en
teoría, posibles de satisfacer al comprar objetos o servicios, es decir, se fomenta la
industria y la producción. La cultura de escaparate, de superficies planas brillantes...

Este estado de cosas ¿aumenta nuestra libertad sexual? ¿Nos hace más humanos?
¿Nos da alas como resultado de una honda satisfacción de ser? ¿Hace que seamos
más felices? No parece que sea así. A lo mejor, es porque, en el fondo, la mayoría de
los seres humanos deseamos, como un ideal de vida, encontrar un compañero real con
el que convivir en armonía y, a ser posible, en amor, y que esa unión dure. El hecho
de que se adueñe del deseo de uno o se le manipule según las necesidades del
mercado no facilita la realización auténtica de nadie, sólo la adquisición de bienes
vendibles y comprables, lo cual proporciona una satisfacción superficial y poco
duradera. No es de ningún modo algo progresista o revolucionario, sino al revés,
retrógrada y conformista °.Los más «liberados» no son los que hacen el amor con el
primero que se les ponga por delante, en una secuencia sucesiva de excitaciones
mecánicas, sea como sea y donde sea, sino los que saben lo que quieren y tienen el
centro de gobierno desde sí mismos; no son unas marionetas de nadie, sienten y crean
en cada caricia, en cada beso...

¿Dónde queda el ser humano sexual? ¿Se ha cosificado, se ha enajenado en su ser?


Tiene muchas cosas e invierte tiempo y esfuerzos arduos en conseguir cada vez más,

50
cosas más nuevas, más actuales, que marcan su estatus, mantienen su prestigio en un
juego simbólico siniestro. Así pasa su tiempo, su vida, en un olvido alienado de sí. De
eso tratará el siguiente capítulo. Quizá, si nos concentráramos más en ser y no en
poseer, nos iría mejor.

51
Habría que experimentar el sexo como expresión
del sí-mismo, no como desconcierto para el sí-mismo.

NATHANIEL BRANDEN,

El respeto hacia uno mismo

5.1. EL SER HUMANO ESCINDIDO Y REDUCIDO

Partamos, de nuevo, de nuestro afán de huir de la muerte y del paradigma dualista


del ser humano, no lo olvidemos, vigente plenamente en la actualidad, aunque
cuestionado por algunos. El ser humano que concebimos así es un ser estructurado en
capas o partes que funcionan con cierta independencia. Está el cuerpo mortal,
doliente, perecedero y, por tanto, desprestigiado; cuerpo, que tiene sus necesidades
fisiológicas y que nos sirve de habitáculo gris para la noble alma, inmortal y divina,
nuestra esencia. Entre medias se encuentra la mente, que conecta de alguna forma los
dos polos, terrenal y el espiritual; y ésta, quizá, sea su razón de ser, conectar el
cuerpo-mecanismo con la sublime alma. Parece un tanto absurdo este planteamiento,
sin embargo, es el que seguimos consciente o inconscientemente; es el marco
referencial de coordenadas del que partimos y que define un espacio-tiempo en que
nos desenvolvemos, de miradas cegadas por el miedo y la ansiedad de vivir. La
estructura determina, a menudo, la función, la manera de vivir y de actuar, de forma
que, si, por ejem plo, no pones sillas en una habitación, la gente que esté allí no podrá
sentarse sobre ellas, no se detendrá, estará de paso, se irá antes... La disposición
marca, determina y estructura el estar y, por ende, al ser existente, con su bagaje de
experiencia y aprendizaje, hábitos y costumbres, archivado en su memoria biográfica.

Así, la separación entre el alma y el cuerpo condena a este último a ser un mero
mecanismo que se justifica por dar cobijo a su noble e ilustre huésped. Este
habitáculo carnal es desterrado al reino del silencio y del mutismo, porque no puede
romper con su voz el enfermizo hechizo, la necia ilusión de inmortalidad egoica, que
cobra el precio de la muerte prematura en vida del sujeto. El ser humano se convierte
en un suspiro incorpóreo, resultado de una abstracción mental, en una perpleja
interrogación, que se pregunta sobre sí misma, que no entiende su alienada escisión,

52
que no se encuentra, y que huye despavorida hasta de sí misma, de su propio cuerpo,
que es todo lo que él es'.

Y sin embargo, mal que le pese a algunos, no hay otra forma de ser humano que la
corpórea y, por tanto, sexual, que tiende su mano para encontrar otra mano que le
enriquece, le complementa y le acompaña en su vivir.

Cuando se pierde este referente corpóreo sexual, perdemos nuestra identidad


humana, prescindimos de la inmensa información que nuestros sentidos recogen
sobre el mundo, sobre nosotros mismos y sobre lo que nos rodea; despreciamos el
principio del placer como un importante enraizamiento en la vida, que nos une con lo
vivo y nos descubre el gran goce que se puede sentir al estar conscientemente vivo y
en armonía con la vida y con su devenir, y nos instalamos en una especie de limbo
terrenal. ¿Y por qué un individuo se empeña en ocultar información sobre sí mismo?
Según K.Wilber, «oculta precisamente aquellos aspectos del intercambio de
comunicación que parecen amenazar de muerte al ego o al concepto verbal de sí
mismo. De este modo, sacrifica sustitutoriamente a esos aspectos, «los mata», los
deja de lado, los aliena, para preservar su proyecto de inmortalidad egoico» 2. Y es
penoso, porque no hay ningún ego incorpóreo fuera del cuerpo, que somos nosotros,
con ese mágico palpitar humano nuestro y, por tanto, sexual, todo uno y a la vez;
perecedero, sí, pero también glorioso e irrepetible.

Cuando al ser humano se le escinde, se le deshumaniza, se le cosifica y enajena


obteniendo un cuerpo mecanizado, una conciencia inhumana y una mente apocada,
que no puede desarrollar todo su potencial, se le condena a ser enfermizo, a estar
tenso y contenido en el «por aquí sí» y «por allí no»; se le convierte en un triste
«podría haber sido», cohibido y alienado en su vivir por capas. Siguiendo a E.Fromm,
se puede entender la enajenación como «un modo de experiencia en que la persona se
siente a sí misma como un extraño. No se siente a sí mismo como centro de su
mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de
ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás
hasta adora. La persona enajenada no tiene contacto consigo misma, lo mismo que no
lo tiene con ninguna otra persona» 3. Este vacío interno creado por la desconexión en
el sí-mismo y con los demás, y por la consiguiente alienación y sufrimiento, requiere
mucha energía para sumirlo en el olvido aparentemente silencioso; energía que podría
emplearse para crecer, crear y desplegar las alas en un vuelo más libre por la vida,
centrado en la belleza de ser y no en las miserias posibles y patentes, en un caminar

53
más libre, sin excesivos miedos y ansiedades basadas en la inseguridad propia4.

La alienación del sujeto, hace que sea más sumiso y manejable, le resta autonomía
ya que no se gobierna desde sí mismo. También, puede conducir a la enfermedad, a la
neurosis, porque quedan bloqueadas algunas partes del sí-mismo y se las remite al
inconsciente, se las reprime. Se rompe la integridad del sujeto, lo que se manifiesta en
una tensión permanente. Es el precio del destierro al inconsciente de partes
escindidas, rechazadas y silenciadas de nosotros mismos5.

Somos responsables de crear nuestro mundo. Nadie vendrá a salvarnos, ése es


trabajo de uno mismo. Es hermoso construir la vida propia, sin olvidar que es un
proceso continuo y que, por tanto, nada está definitivamente dicho o hecho. Quizá,
«el primer paso necesario para despertar consiste en darnos cuenta de la forma
peculiar en que estamos dormidos»6. El cambio es constante y nunca es tarde salvo
cuando uno está muerto. Si nos empeñamos en destacar lo precario, en concentrarnos
en lo molesto, las lágrimas nos cegarán los ojos y no podremos ver el aterciopelado
cielo de una noche, sembrado de titilantes estrellas. La magia del renacer en cada
instante está en nosotros, sólo hay que conectar con su vibrar.

¿Y con el sexo qué nos ocurre? Como partimos de la vivencia un tanto enajenada
de nosotros mismos, de ese cuerpo sexual que somos, tendemos a percibir todo lo
sexual con un manifiesto desconcierto lejano, como algo que nos acontece, como si
fuésemos actores que desempeñan un papel que, a menudo, se nos impone. Hay una
secuencia lógica y establecida que se cumple en el actuar. Hay un guión ya clásico
que tienes que seguir, hacer bien lo que te toca hacer y decir lo que se espera de ti.
Eso es actuar, aunque cada actor puede darle su presencia personal, sus matices; pero
no es el autor del texto, no escribe el verso. Está en la escena, pero en realidad no es
él el que está.

El individuo «enajenado» considera su propia sexualidad como una función


impersonal y automática. Puede hacerlo hasta con los ojos cerrados, en una huida
alienada de la turbadora intimidad con otro cuerpo, que como él, se cosifica y se
difumina en el mundo de lo abstracto, no tiene identidad propia, no tiene sexo porque
es una idea, una percepción lejana y distorsionada. A veces nuestros cuerpos dejan de
ser sexuales, porque se pierden en los parajes de los simbolismos abstractos, son
representaciones sin identidad de otros dominios.

No quisiera dejar de mencionar una forma más de enajenación, que es la

54
reducción, y en el terreno que transitamos, se trata de reducir la totalidad corpórea
sexual a los genitales y, por tanto, a su función, a su hacer. Según Brown, «la especial
concentración de libido en la región genital... es alimentada (o, cuanto menos,
sostenida) por el instinto regresivo de muerte y representa un vestigio de la
incapacidad humana de aceptar la muerte»7. Esta afirmación causa una cierta
perplejidad. ¿Cómo es posible eso? Su análisis nos sirve para cerrar el círculo de lo
dicho en este apartado: la reducción de la condición sexual humana a los genitales
proviene de la vivencia enajenada y escindida del ser humano, que, a su vez, se
fundamenta en el desprestigio del cuerpo, sustentado por el paradigma dualista, que
es el resultado de nuestra huida de la muerte. Quizá, si nos centráramos más en vivir
conscientemente la vida y no en escapar del mundo de lo tangible al universo de lo
abstracto incorpóreo, podríamos sentir e, incluso, disfrutar desde lo más profundo de
nuestro ser en cada instante, y preservar nuestra dignidad como humanos reales que
somos.

5.2. HABITANDO EN LA ESTRATOSFERA

Hablemos del espejismo de ser, que en mayor o menor grado, experimentamos


todos en algún momento o etapa de nuestra vida. El ser humano es cuerpo espiritual
que piensa, que siente y se interrelaciona con otros en su vivir, que es consciente de sí
y de su tiempo pasado, presente y posible futuro'. Esta condición pensante, hilvanada
en la memoria y en la conciencia de ser es, en cierto modo, un sustituto de
permanencia, un seductor guiño de eternidad. Cuando la destacamos y la hacemos
protagonista por antonomasia postergando lo corpóreo, lo tactil y las sensaciones que
nos ubican en lo tangible, y nos anclan en la tierra, nos escapamos de la vida
convertidos en inverosímiles espíritus, sin razón de ser, nos deshumanizamos. El
objetivo fundamental de esta operación, camuflado por otros, es evadirse del terror a
vivir, del miedo constante a ser. Buscamos la seguridad como una compensación, que
nos permite seguir funcionando aparentemente bien, y estamos dispuestos a pagar un
alto precio por alcanzarla, a veces, traicionándonos a nosotros mismos, olvidando ser.
La procesión va por dentro. Poco a poco nos anestesiamos y nos vamos vaciando en
nuestro interior9.

La vivencia escindida y enajenada de uno mismo, que a menudo es pura inercia de


ser, contribuye a crear ese vacío interior tan propio de nuestros tiempos. Al suceder
esto, lo que buscamos en los demás no es un contacto real o auténtica intimidad, sino
una participación más o menos entusiasta en el baile escalofriante de las superficies
contentas y un tanto muertas. Nada es real, nada es concreto. Es el reino de

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abstracciones sin nombre, de cifras, palabras y números, de «ideas acerca de...» y la
adecuación forzada de sujetos concretos a los estereotipos que no tienen vida y, sin
embargo, están cómodamente instalados en nuestra cabeza y nos gobiernan. Uno
mismo y los otros se convierten en símbolos, en partes difuminadas de un abstracto
mayor que dicta nuestro actuar. No somos reyes de nuestro reino, porque no lo es.
Nos trasladamos, sin darnos cuenta, a un dominio de lo irreal, al espacio de las
ilusiones. Así, nuestro cuerpo, que somos nosotros, es despojado de su carnalidad
humana y se convierte en un símbolo, en un objeto-fetiche que abre la puerta a un
enajenado goce virtual de las apariencias huecas'°

Así, tenemos a las mujeres y a los hombres invirtiendo mucho tiempo y energía
para alcanzar el sueño del cuerpo perfecto, encorsetado en un «ideal» asfixiante. Se
salen de su piel para parecerse a una imagen fugaz. Cuerpos que no envejecen, que no
engordan, que no enferman y no se mueren. Cuerpos que no son reales, que son una
idea, una ilusión que, como tal, es intocable, pero, eso sí, imaginable o contemplable;
cuerpos decorados de múltiples virtudes que se presupone que poseen. El placer está
en mirar y ser admirado, no en tocar y ser acariciado, ya que eso último angustia,
porque te devuelve al mundo real de los mortales, interrumpe el sueño delirante de
inmortalidad".

Cuerpos que se hacen símbolos. En esa huida de la propia carnalidad se nos olvida
el tocar e incluso el mirar con simpatía nuestra presencia, el investigar y explorar
nuestro cuerpo. No nos conocemos y no sabemos escucharnos. Así, las pequeñas
dolencias corporales se viven como algo molesto e impuesto, algo ajeno a pesar de
propio, nunca como un posible aviso o alarma de que nuestra integridad peligre, de
que algo debemos cambiar en nuestro vivir, de que algo no va bien, de que estamos
forzándonos demasiado. Las depresiones aparecen de repente y no se saben
interpretar, no se indagan ni se siguen de una labor introspectiva de búsqueda y
aclaramiento. Se recurre a la toma de fármacos como una solución rápida, que por
otra parte, bienvenidos sean, y se sale del trance para seguir más o menos igual, con
la rutina de siempre, engañándose y acallando esa voz interior que a veces nos
susurra lo que no queremos oír. La persona sin cuerpo, hecho un símbolo, no busca
ser reafirmada en su sensual carnalidad sino que huye de ello. Si acaso, los genitales
son mentalmente separados y extraídos del resto del cuerpo y transitoriamente
encargados de cumplir el papel sexual, como algo que se hace de vez en cuando,
alejados del yo, que es incorpóreo y que habita en la estratosfera, que a saber dónde
queda eso. De esta manera, se va al grano y el mundo de la caricia y detenimiento

56
sensual no es muy común, porque el coito es una concesión carnal, un acallamiento
de ese cuerpo que se resiste a ser abstracto, a morir en vida.

Él «yo» y «los otros» se van viviendo como símbolos. Entonces, uno busca al otro
en función de su valor simbólico, que no humano. Así se accede a la belleza de las
superficies planas, a la juventud lustrosa, a la riqueza, a la fama, al poder, a la mujer
genérica o al hombre genérico sin rostro. Se puede vivir toda una vida al lado de otro
sin pretender conocerlo ni comunicarse con ese ser, sin mirarle profundamente a los
ojos, sin acoger su mano, sin comprender que es persona. Uno no toca, apenas mira y
habla de lo cotidiano, de lo que va surgiendo y es necesario resolver día a día. Los
«deberías» y los «no deberías» se van erigiendo en soberanos de lo habitual. Estos
preceptos no sólo son impuestos por otros, sino también desde dentro de nosotros,
para seguir en ese fantasmal estado de lo preprogramado conformista, para ser
aprobado desde fuera, por otros y por nosotros, que atravesamos una especie de
disociación desconcertante, en la cual uno se convierte en observador y vigilante
externo de sí mismo. No se está en lo que se hace. Hay un desdoblamiento entre lo
que se hace, que se traduce en algo mecánico, automático y superfluo, y lo que se es.

El individuo se desliza en alguna parte del espacio-tiempo, ausente de ese actual


instante vivido, ausente del presente. Vive «como si», representando un papel hasta
ante sí mismo. Aparentemente, todo va bien. Uno va desplazándose en el mundo de
las superficies planas sin implicarse con nada ni con nadie. Se entretiene sin apenas
tocar la tierra, sin sentirla, sin comunicarse ni comprometerse. «El «como si» se
convierte en uno de los focos de la vida psíquica: el término «disolución» expresa
bien la cualidad del proceso al que se somete la realidad vivida. Todo ello responde a
la necesidad de fingir para ser, es una forma de identificación imitativa»12. El fingir,
el interpretar un papel, el vivir en apariencia causa un gran vacío interno, que se
agrava más y más, y va distorsionando la relación del sujeto consigo mismo y con los
que le rodean, le condena a seguir la senda de la enajenación, a vivir «como si»
estuviese viviendo`

Todo lo que estamos reflejando se manifiesta con dramática fuerza en la vivencia


de la condición sexual del ser humano, ya que no se puede separar y apartar lo sexual
a un campo aislado y alejado del resto de la persona; eso se hace como una
extrapolación intelectual para enfocar más la atención sobre una serie de cosas que se
van estudiando, en una especie de laboratorio mental, in vitro, lo cual es imposible de
hacer en una persona carnal real, in vivo. A pesar de todo, estamos intentando, con

57
mucho respeto, entender al ser humano, sabiendo lo dificil que es el aproximarse
objetivamente a la realidad. Lo sexual, al ser quicial y central del ser humano, en
tanto que se es y no sólo en tanto que se hace, se expresa con toda su intensa carga
vivencial, a menudo sobrecogedora y desmesurada, que se rebela contra el intento de
ignorarla y de despojarla de su profunda vitalidad14

5.3. EL SER HUMANO COSIFICADO Y AUTÓMATA

¿Y qué sucede cuando el sujeto se escinde y vive desde el «como si»? Se va


vaciando en lo más profundo de su ser, en su identidad, y se vuelve cosa, se cosifica,
y ya sabemos que las cosas no tienen sexo, pero sí pueden tener género. Así
perdemos nuestra hermosa trascendencia como humanos para convertirnos en
superficies planas que habitan en un lugar unidimensional. La referencia de la
identidad sexual del sujeto que marca su hondura como tal, se va difuminando y
quedándose en el olvido15. Este vivir «como si» va reforzando el vacío interior que
carcome al sujeto y al ser éste demasiado penoso y producir una fuerte confusión no
consciente, pero experimentada por el individuo en forma de hastío cada vez más
creciente y característico de la mayoría de las sociedades actuales, se le va ciñendo al
mundo de lo inconsciente. El sujeto siente desazón y disconformidad, pero no sabe
por qué; aparentemente no tiene motivos para ello, todo le va bastante bien y no para
de hacer cosas, de producir, está muy ocupado.

Es el precio que pagamos por olvidar nuestra trascendencia como seres humanos
sexuales y traicionar o despreciar nuestra naturaleza profunda como tales. Es
imposible vivir en armonía interna, en bienestar, siendo escindido y reducido,
experimentando pulsiones contrapuestas de reafirmación carnal y transformación en
espíritu incorpóreo, sabiendo que hay algo bajo y animal en uno, que dificulta el
noble vuelo del espíritu que se quiere liberar de su prisión. ¿No será que partimos de
unas coordenadas equivocadas y por esto la visión del mundo que captamos está
distorsionada, y nos impide vivirnos con dignidad que, seguro, merecernos?`

De esta forma, el individuo con una débil identidad sexual, que no da para más
que para ir tirando, se adecúa a lo que se espera de él, a los estereotipos, y habita en el
espacio-tiempo de abstracciones que no tienen sexo y que claudican, de vez en
cuando, en su lucha contra la sensualidad carnal. Nuestro sujeto se da concesiones
coitales rápidas, para seguir tras ello, en el país de las formas asexuales. El sexo
pertenece a la alcoba, a lo no dicho, a lo oscuro e inconfesable, a lo silenciado y un
tanto clandestino, que no íntimo. El «yo» del individuo - no olvidemos que siempre

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es un «yo» sexual, aunque a algunos les pueda pesar este hecho y se empeñen en
matarlo, en acallarlo y denigrarlo - se debilita y se vuelve inseguro y más sumiso. Lo
que anhela es recobrar la seguridad y a menudo, sigue ciego la senda de otros, que le
prometen que si lo hace así, hallará la paz, el preciado «nirvana», y será aceptado
como uno más en su club de anónimos felices y satisfechos consigo mismo. Sin
embargo, el camino de desarrollo personal y adquisición de este sentimiento de
bienestar profundo es siempre propio y es hermoso el andarlo, a pesar de, y quizá por,
requerir un gran trabajo continuo. Es muy creativo construir a sí mismo y la vida
propial7.

Él individuo «enajenado», para ser aceptado, va tratando de ajustarse a lo que los


demás, cree, esperan de él, en una dramática lucha, a menudo, contra uno mismo. Lo
que «se desea» se va acallando y rechazando por lo que «se debe», que con
frecuencia, ni siquiera es lo que se espera por otros, sino que es lo que uno piensa y
decide que quieren de él, en una proyección en otros de su voz autoritaria, que
proclama las normas interiorizadas desde la niñez. No se habla, no se plantean o se
discuten las cosas y cada uno sigue en su papel de abnegado alienado, eso sí,
cobrando el precio de su frustración. Es un diálogo mortífero consigo mismo,
supuestamente autosuficiente y en una misión heroica de contentar a otros
sacrificando a sí mismo. Los otros son actores secundarios invitados a este despliegue
escénico; la protagonista por antonomasia es la enajenación. Interpretamos, seguimos
guiones, vivimos «como si»... Así, las relaciones se vuelven despersonalizadas, se
desplazan al mundo de los números, puestos, estereotipos, de lo deshumanizado
simbólico y, sin embargo, muy nuestro, muy humano, muy arraigado en nosotros.

El caminar sin rumbo propio, sin saber qué es lo que se desea realmente, es
cansado, porque es ingrato, no aporta una satisfacción auténtica. El no escucharse, el
no preguntarse por qué, el no sentirse y comprometerse conduce a una vacuidad
hastiada de ese ser humano reducido a cosa, enajenado de sí mismo y autómata
conformista. A veces, cuando se vislumbra un acto espontáneo fugaz, ese ser se
extraña: «Qué raro». «¿Por qué habré hecho esto?» «No es propio de mí». Quizá por
eso, las relaciones íntimas le cuestan tanto, porque se resisten y se rebelan a perder su
autenticidad trascendente. Un beso es sólo un beso, pero puede suponer la entrega
absoluta a ese otro. Un coito es sólo un coito, pero puede significar la unión más
íntima, una comunión de dos, que momentáneamente se hacen uno. Depende de los
protagonistas y de sus ojos. Para algunos se trata de parajes de incalculable y honda
belleza; para otros, es una forma agradable o no de pasar un rato, sin mayor

59
trascendencia ni compromiso de ninguna clase. Creamos nuestro mundo en
concordancia con lo que somos. Los ojos con que se miran las cosas devuelven
diferentes visiones del mundo y éstas se relacionan con el nivel evolutivo de ese ser
que mira y su capacidad de ver.

Como dice E.Fromm, «la pérdida del yo ha aumentado la necesidad de


conformismo, dado que origina una duda profunda acerca de la propia identidad. Si
no soy otra cosa que lo que creo que los otros suponen que yo deba ser..., ¿quién soy
yo realmente?»1. Esta duda traduce una gran inseguridad, que se aminora cuando
satisfacemos las expectativas de los demás, sean reales o imaginarias nuestras. Bus
camos la aprobación, la aceptación ajena que nos aporta seguridad, nos identifica
desde fuera, nos vuelve visibles. Y es algo inherente al ser humano. Sin embargo, se
vuelve enajenante si se desmesura y si la identidad del sujeto se basa en su mayor
parte en el reflejo que le devuelve la mirada del otro, porque la identidad propia, la
interna, es pobre y difuminada. Así, el ser humano se vuelve sumiso y conformista.
Hace cualquier cosa para agradar y ser acogido por otros, que le manejan y le
dominan en un juego siniestro con tufo a chantaje emocional19

¿Y qué sucede en el terreno sexual? Lo que ocurre es todo lo que hemos reflejado,
pero intensificado y muy dramatizado. Se vive la propia sexualidad como una parcela
peculiar del ser humano, separada de su «yo», que no olvidemos, siempre es sexual.
No obstante, se pretende ignorar o acallar este hecho. La sexualidad se experimenta
como concesión carnal a la naturaleza animal y, por tanto, primitiva nuestra, que, a
menudo, sorprende y desconcierta a ese ser humano abstraído en vez de reafirmarlo
en su humanidad. Es algo que se hace en la penumbra de la noche, algo que extraña
por fuerte y apasionado, algo que escapa al control, al aprisionamiento encorsetado,
algo que hace temblar los cimientos del conformismo autómata. Con frecuencia, el
precio para agradar y ser «amado» es precisamente difuminarse como individuo,
traicionar lo que uno lleva dentro, lo que desea y quiere. ¿Qué es lo que deseamos y
por qué? ¿Por qué no nos atrevemos a plantearlo ni a nosotros mismos? ¿Por qué nos
volvemos cosas anestesiadas, que se empeñan en no sentir, en no emocionarse? Que
se sepa, no existe otra vida, no hay otra oportunidad de vivir esa riqueza humana
nuestra, llena de sensaciones, emociones, sentimientos, pensamientos, sueños,
anhelos y actos auténticos que no resbalen por la superficie del sujeto, sino que
impregnen en profundidad su ser y le vayan formando, le ayuden en su desarrollo
personal.

60
No se trata de transgredir lo impuesto como muestra de no conformismo y de
rebelión. Eso sería seguir siendo prisionero del mismo juego de permiso-prohibición,
de estar inmerso en el mismo marco de referencias, de seguir siendo autómata. Se
trata de buscar desde uno el camino propio, sin perder de vista que vivimos en
sociedad y existen unas reglas elementales de convivencia, que se deben respetar y
que queremos que respeten otros. El aforismo de que «la madurez es la capacidad de
hacer lo que está bien, aun cuando los padres lo recomiendan» nos puede ayudar
como una ilustración a lo que estamos sosteniendo. Se trata de ser autor de la vida
propia y no actor en una especie de representación escénica donde todo es fingido,
donde lo que ocurre es como si ocurriese de verdad. Se trata de pensar por uno mismo
y desear desde sí mismo, no ser un autómata, una marioneta en manos de nadie, que
baila, inconsciente, al son que le toquen. Se trata de ser un individuo sexual
consciente de hoy - mujer u hombre - sin la sensación de que hay algo sucio y
equivocado en uno por serlo.

5.4. SER VERSUS TENER

Según E.Fromm, «tener y ser son dos modos fundamentales de la experiencia, las
fuerzas que determinan la diferencia entre los caracteres de los individuos y los
diversos tipos de caracteres sociales»20. Todos tenemos cosas y nos gusta tenerlas.
Pasan a formar parte de nuestra vida y hasta de nosotros, y nos van moldeando, van
cambiando nuestra actividad, se incrustan en nuestra memoria, nuestro bagaje
vivencial. Quizá, lo importante no es tener o no tener, sino ser, también en el tener;
que las cosas no rellenen el vacío de ser, no lo sustituyan, porque no exista tal vacío.
Que la identidad del sujeto, su sí-mismo, sea tan fuerte como para trascender esta
tensión entre ser y tener. No hay nada malo en el tener; sí, cuando el tener se erige en
ser, lo domina en su triunfo sustitutorio y las cosas que poseemos se convierten en lo
que valemos, en lo que somos, como una abstracción social reconocida por todos.

Una forma de tener es consumir, se entiende que de manera impropia. El consumo


y lo que uno consume se convierte en la guía del ser, lo sustituye; lo que uno es, se
traduce en lo que tiene y en lo que consume. Uno mantiene su status simbólico
comprando una serie de «marcas» que suponen un nivel adquisitivo determinado y lo
exhibe como si de una tarjeta de visita se tratase. El tener desplaza al ser. El ser
humano difuminado y despersonalizado se reduce a una cosa más, que mora en el
efímero reino de lo abstracto. No tiene valores internos o, por lo menos, éstos no
importan. Todo es apariencia, todo es escaparate. El individuo es una imagen.

61
Otros, en una rebelión vehemente contra esta superficialidad, se disfrazan de
modestia, se visten de harapos con notable ostentación de «yo soy distinto». Pero
miden las cosas con la misma escala que los que consideran banales. Manejan el
mismo marco referencial que determina su mundo, que es igual que el de los otros.
Los ricos y los pobres cuentan las mismas monedas, sólo que unos las tienen y los
otros no; están en un nivel análogo al valorar la realidad, la miden con el mismo
rasero21 .

El consumo desmesurado supone dedicación en tiempo, energía y dinero, que para


ser adquirido, también implica tiempo y energía. Así, no nos concentramos, no nos
miramos dentro, porque no tenemos tiempo ni predisposición de ánimo para hacerlo.
Nos sumergimos, sin darnos cuenta, en esta corriente de ocupación constante para
conservar o mejorar nuestro nivel adquisitivo y seguir consumiendo. La oferta que
expone el mercado es muy diversa y atractiva; se puede comprar sin parar ni cansarse,
siempre existe algo nuevo por adquirir22.

Él modo de vida del individuo influye en su personalidad y viceversa. Las cosas


que poseemos nos van atando y determinando la gestión de nuestro tiempo, lo que
hacemos y dejamos de hacer, que, a veces, es lo más importante; las personas con las
que tratamos y las que dejamos de ver; conocimientos que manejamos y otros que no
aprendemos, ni sospechamos su existencia. Pasamos de lado sin percatarnos de lo que
perdemos, sin abrir una puerta que permanecerá cerrada sin mostrarnos lo que
esconde. El tiempo no es ilimitado y la capacidad de resolver problemas tampoco,
supone un gasto de nuestra energía vital cotidiana y cansa, a la vez que entretiene. La
cuestión es que una forma de enajenación es precisamente ésta, la de la ocupación
constante que no permite mirarse dentro y aclararse, que introduce más y más datos,
ocupaciones y vivencias sin que tomen su lugar interno correspondiente, sin que
verdaderamente se procesen e impregnen al «yo». No pasan a formar parte del sí-
mismo, sino que quedan en algo ajeno, como si pasasen a otro, a ese ser incierto que
no es uno mismo, y sin embargo lo es, porque actúa como tal. Es un desdoblamiento
alienado del sí-mismo.

El sujeto permanece en sostenida actividad, que, sin embargo, es una actividad


alienada que no impregna al sus resultados permanecen ajenos al individuo que los
produce «yo»,3.La actividad enajenada encubre, en realidad, a un sujeto pasivo, que
permanece quieto a pesar de estar en continuo movimiento, hace cosas, pero éstas son
extrañas a él, es «como si» fuesen suyas permaneciendo él al margen. El sujeto

62
supuestamente activo puede acariciar a su pareja y excitarla, pero no se implica, hace
lo que tiene que hacer de forma mecánica, no pone sentimiento en ello; contempla la
escena desde fuera apreciando el resultado de su hacer. Parece que va bien. Ambos
llegan al orgasmo, pero no han estado allí, a pesar de estremecerse y vibrar juntos.

La actividad y la pasividad son conceptos que pueden ser confusos o relativos,


porque, a veces, somos pasivos en el movimiento y activos al estar quietos. Cuando
uno está ocupado y hace cosas sin parar pero éstas se quedan ajenas a él, en el fondo,
está quieto, es pasivo a pesar de estar en constante movimiento. Lo que hace se queda
en la superficie de su ser, no le importa ni le impregna24. Es una actividad
«alienada». Sin embargo, en la actividad «no alienada» el individuo se percibe como
el sujeto de su actividad. Dicha actividad consiste en dar a luz algo, en producir algo
y permanecer vinculado con lo que se produce. El resultado se relaciona
profundamente con el sujeto, es una parte de su «sí-mismo». Es una actividad
productiva, ya que «denota un estado de actividad interior; no necesariamente implica
una conexión con la creación de una obra de arte, de ciencia, o algo "útil". La
productividad es una orientación del carácter que pueden tener todos los seres
humanos, en el grado en que no se encuentren emocionalmente inválidos. Las
personas productivas animan lo que tocan. Hacen surgir sus propias facultades, y dan
vida a las personas y a las cosas»25. Y es una hermosa cualidad. Existen personas
que transforman a su paso lo que tocan, hacen que brote belleza, que nazcan facetas y
se desarrollen potencialidades que permanecían hibernando como una posibilidad
remota que, quizá, llegue a ser, como un proyecto congelado. Son alquimistas que
convierten el plomo en oro, transforman al mirar o tocar.

El ser humano tiene múltiples potencialidades que se van desarrollando o no, a lo


largo de nuestra historia, también la personal. Es responsabilidad propia el no
coartarlas y no dejar que los demás lo hagan, si no causan daño o perjudican a otros y
a uno mismo. Creo que es un deber consigo mismo, porque el camino de desarrollo y
crecimiento propio está inscrito en el ser vivo como algo que tiende a acontecer.
Caminamos y hacemos camino al andar, creamos nuestra vida26. Es más, se arrastra
una cierta frustración, un vacío, si no se lleva a cabo el desarrollo de las
potencialidades que tenemos. Es muy difícil encontrarse bien interiormente o ser feliz
si uno se reduce, si vive en un apocamiento que le carcome por dentro y le condena a
ser un proyecto decapitado de lo que podría haber sido. Eso se percibe intuitivamente
por uno mismo, aunque permanezca en el inconsciente, y se traduce en hastío, en
desinterés. Para escapar de esa señal de sí mismo, se emprende la senda de

63
autoengaño, de huida de ser27.

Por eso es tan importante llegar a vivir nuestra condición sexual humana sin
turbulencias pecaminosas, ni empobrecimientos basados en múltiples causas; sin
amoldarse a normativas absurdas impuestas desde fuera ni a estereotipos de óptimo
funcionamiento, que te aprisionan en la abstracción, dañando la identidad de uno y
condenando a vivir como si estuviéramos viviendo, buscando siempre la aprobación
externa, que a menudo introyectamos en nosotros mismos. ¿No es más razonable
vivir desde uno mismo, que siempre es uno mismo sexual? ¿El partir de uno y saber
lo que se desea y lo que apetece? ¿El poder decir «sí», cuando quieres decirlo y decir
«no», prescindiendo de obligaciones y moralismos de cualquier signo, tanto por
defecto como por exceso, ambos represivos y coactivos? ¿No es más razonable que
nuestra sexualidad sea expresión de nosotros mismos como seres sexuales que somos
-y es una gran riqueza-, en vez de causarnos extrañeza y perplejidad, como algo ajeno
a nosotros, algo lejano y animal? Quizá, la animalidad de un humano es precisamente
no reconocer su trascendencia, su honda hermosura. Es una asignatura pendiente el
darnos cuenta de ese enorme tesoro que tenemos, que somos. Todos lo llevamos
dentro, en nosotros, como una potencialidad, como una posibilidad de ser.

64
Las diferentes visiones del mundo crean diferentes
mundos, actualizan diferentes mundos, lo cual es algo
muy distinto al hecho de contemplar al mismo mundo
de manera diferente. Se trata de una diferencia crucial
que constituye, en muchos sentidos, la frontera que
separa la visión moderna del conocimiento de la
visión postmoderna.

KEN WILBER,

Breve historia de todas las cosas

6.1. VISIONES DEL MUNDO

Como afirmaba D. de Rougemont: «La realidad es más compleja que todo lo que
se puede decir de ella»1. Pero intentemos acercarnos a su conocimiento, eso sí, sin
olvidar nuestras limitaciones. ¿De dónde partimos? Siempre es desde el sujeto que
mira lo que le rodea y procura conocerlo, se aproxima a la realidad desde sí mismo y,
a la vez, forma parte de ese todo. Ese ser humano está en un determinado nivel de
desarrollo, de conciencia, y parece claro que si tuviéramos al lado a un hermano
cavernícola, su visión del mundo y la nuestra serían diferentes, y crearían, a su vez,
distintos mundos, aunque estuviéramos en la misma habitación, porque su
conocimiento, su vivencia, su proceder y su realidad serían diferentes. A lo mejor,
adoraría como a un dios al frigorífico y dispondría su actuar alrededor de este
electrodoméstico, rindiéndole un culto absoluto, adivinando sus mandatos y
siguiéndolos con respetuosa reverencia y temor al castigo; mientras nosotros lo
usamos para conservar los alimentos. Lo que nos rodea es lo mismo, pero las visiones
de ello no lo son.

No se trata de que todo es relativo y no hay un mundo real sino la apariencia, que
ni siquiera podemos conocer2. Pero parece claro que el mundo es relativo a ese ser
que lo contempla y observa, y que, al hacerlo, lo interpreta a su manera y crea su
mundo. Hablando del ser humano, siempre existe un dentro y un afuera, que se
interrelacionan en el mirar y en el vivir. El sujeto incorpora a su bagaje vivencial, a su
memoria biográfica, lo que le rodea y, a la vez, forma parte de ese todo que nos

65
incluye y que tiene sentido para nosotros; creamos nuestro mundo en el vivir, en una
relación dinámica con él y formamos parte de ese todo creado.

El mundo y la visión de ese mundo no están completamente predeterminados y


estáticos, van evolucionando y cambiando en cada instante vivido, van escribiendo su
historia al mismo tiempo que nosotros completamos la nuestra. El mundo cobra vida
para nosotros al ser mirado, al interactuar con él, al pensarlo y al nombrarlo3. Es algo
vivo, como vivo es el sujeto que lo contempla y que cambia y evoluciona al hacerlo,
en cada instante vivido. Por lo tanto, la creación se da constantemente. El universo
manifiesto emerge permanentemente de lo no manifiesto; es un proceso continuo que
depende de la capacidad del conocimiento de ese que mira, de su nivel de desarrollo,
de su conciencia en ese momento de su vivir4. Según K.Wilber, «cada uno de los
peldaños del proceso de desarrollo evolutivo nos brinda una visión diferente del
mundo (una visión diferente sobre uno mismo y sobre los demás). Nos proporciona
un tipo diferente de sensación de identidad, un tipo diferente de necesidades del yo y
un tipo diferente de actitud moral, aspectos distintivos, todos ellos, de los distintos
mundos a los que se accede desde cada uno de los peldaños o dimensiones de la
conciencia»5.

El «yo» evoluciona a la vez que el mundo y en su desarrollo crea distintas visiones


del mundo que le acompañan en su momento existencial hasta que los incorpore y
trascienda'. Esas visiones del mundo se incluyen en el bagaje biográfico vivencial del
sujeto, que las llevará consigo en su memoria dormida o lúcida. Así, el individuo, al
crecer e interactuar con el mundo, posibilita que éste crezca; es todo un círculo de
interconexión recíproca. No se puede intentar comprender al ser humano
prescindiendo de la realidad que le rodea, de su mundo, del Universo. No se debe
abusar del pensamiento abstractivo que aleja al sujeto de su entorno y lo estudia
aparte, porque, entonces, se pierde información, se distorsiona lo que se analiza en
una reducción forzada.

La condición sexual del ser humano se erige así en la clave de inteligibilidad del
sujeto y de su mundo, e incluso, de su Universo7. Porque no se puede entender al ser
humano prescindiendo del hecho de que es sexual y es imposible comprender el
Universo sin el ser hu mano sexual que lo contempla, ya que no sería éste que
conocemos, sería otro, no nuestro, sino de otros. Ahora bien, reducir, banalizar y
caricaturizar siempre es posible, pero se daña la dignidad humana, nos empobrece,
nos vuelve necios que, por ignorar, ignoran hasta el tesoro que tienen; no recurren a

66
él para vivir mejor y disfrutar profundamente al hacerlo. La belleza está en nosotros,
sólo quiere ser reconocida y nombrada para emerger y ser.

Cada modelo del mundo conlleva todo un sistema de creencias e incluye


expectativas, que van marcando el transitar por él y lo reafirman en su realidad.
Porque al andar, al mirar, al nombrar, al interactuar con lo que nos rodea, al
impregnarnos de lo que percibimos e incorporarlo, reforzamos el modelo de nuestro
mundo, lo vamos creando y fortificando. Continuamente, anticipamos el desarrollo de
sucesos desde nuestras creencias sobre cómo son las cosas. Hacemos el camino paso
a paso en su acontecer lógico, aunque también existan sorpresas y hechos inesperados
que nos obligan a desviar el rumbo'. Las creencias y las expectativas, a su vez, van
posibilitando unas experiencias determinadas y no otras. Así, las distintas creencias
tanto religiosas, como de «sabiduría popular» o las que tienen fundamento científico
(no olvidemos que los dogmas basados en la ciencia de hoy, a menudo se convierten
en simples creencias de mañana, porque constantemente se descubren nuevos hechos
científicos que van cambiando el conocimiento de la realidad, la van transformando),
conducen a la creación de diferentes mundos, construyen realidades percibidas y
vividas por ese sujeto existente que forma parte, pasiva y activa a la vez, de eso que
le rodea.

Ese mundo siempre es más rico que la versión que modelamos de él, basada en
nuestras ideas, creencias, percepciones, sueños, nuestro equipaje biográfico. Quizá,
encontremos aquello que conocemos o soñamos y buscamos, lo cual emerge de lo no
manifiesto, de lo que no se ha descubierto todavía, de lo que no se conoce9. Sólo
interactuamos con una pequeñísima parte del todo y la elección de ésta, casi siempre
no es fortuita, sino interesada. Destacamos aquello que puede tener significado o
importancia para nosotros en el desarrollo de nuestra historia personal y colectiva;
vemos, en cierto modo, lo que estamos predispuestos a ver; encontramos, con
frecuencia, aquello que buscamos, aunque esta búsqueda sea inconscientelo

Según los conocimientos de la mecánica cuántica, la forma de medir influye sobre


lo que se mide y, sin embargo, consideramos los resultados de los experimentos como
algo objetivo, como los únicos hechos reales y objetivos que, por evidentes, no se
pueden rechazar. Son constatables, medibles, incluso reproducibles. Pero habría que
tener en cuenta que el observador interfiere con el sistema sujeto a observación y es
una parte activa del sistema mismo; sin quererlo, va haciendo emerger un resultado y
no otro, lo va creando". Aparentemente, ese que mira es pasivo; sin embargo, en su

67
mirar hace emerger un mundo y no otro.

Así, por ejemplo, el descubrimiento de la teoría de la relatividad cambió nuestra


concepción del tiempo y del espacio, creó un mundo diferente que sigue su
evolución. Actualmente, los conocimientos de la mecánica cuántica, la genética y los
avances tecnológicos - que la mayoría no podíamos ni soñar - van precipitando, quizá
demasiado pronto, la emergencia de un nuevo mundo, que parece que va por delante
de la evolución de nuestra conciencia, de nuestro nivel madurativo personal y
colectivo. Estos hallazgos obligan a un cambio acelerado y crean un desfase entre lo
externo y lo interno, entre la ciencia y la ética, que ojalá no nos sumerja en el caos.
Nuestra capacidad de matar y de destruir no es comparable a la de nuestros hermanos
prehistóricos. Por eso es tan importante nuestro nivel de desarrollo personal, nuestra
conciencia colectiva.

Asimismo, no olvidemos que toda sociedad posee una cara interna que es la
cultura, que aporta un sistema ideológico, el cual debe tener sentido, una coherencia
que lo estructure, y que, generalmente, al vivir inmersos en él, ni siquiera nos es
consciente. Nos determina y nos limita, sin que nos demos cuenta de este hecho.
Parece claro que no es lo mismo vivir con un sistema ideológico occidental que con
uno propio de una tribu primitiva del Amazonas. El entorno, los valores, las
creencias, los hábitos, el sentido de la vida y su valor, el individuo y su identidad, su
modo de obtener bienes para la subsistencia cambian sin duda; también, cómo no, la
construcción sexual de la realidad. El espacio en que nos movemos posibilita unas
vivencias y otras no, el desarrollo de unas potencialidades y no de otras; en definitiva,
nos va configurando.

Los estímulos que nos llegan, se ajustan a la visión del mundo que poseemos y la
reafirman en su realidad. Lo que vemos, lo incorporamos y pasa a formar parte de
nosotros. Cada sistema ideológico tiene una moral sexual cultural determinada, que
nos preprograma a ver y a ser de una manera más o menos concreta, salvo que uno
haga una labor de replanteamiento serio y profundo para darse cuenta, para hacer
consciente y meditado lo incorporado inconscientemente desde fuera 12. Es
interesante saber por dónde camina uno y por qué para no ser esclavo de nada ni de
nadie, para ser autor de la propia vida y no actor de un guión ajeno, interpretado con
mayor o menor éxito y aprobación.

Sin embargo, para comprender el significado de las cosas es imprescindible no


olvidar el contexto en que se dan, porque, a menudo, lo determina. Y cuantos más

68
contextos tengamos en cuenta, más rica será nuestra interpretación13. Pero es cierto
que el aproximarse al conocimiento del mundo y del sujeto, en los cuales todo sucede
a la vez en una interconexión simultánea, es dificil a causa de que nuestro
pensamiento suele ser lineal, unidad a unidad.

Además, el ser humano es emocional por excelencia y nuestro contacto con la


realidad es sentimental - si no, no sería humano - y, a la vez, práctico, porque tiene
sentido para el sujeto; le va formando y sigue una senda lógica de desarrollo propio
14. No obstante, los pen samientos - el raciocinio - T los sentimientos - la emotividad
- no tienen por qué estar en lucha 5. Nuestro mundo racional-emocional es muy rico y
el transitar por él sin escindir, sin separarlo en dos, supone un caudal sin límite,
verdaderamente humano. Todo es un continuo que nos impacta y del que formamos
parte activa; es un proceso en constante creación, vivo y, por tanto, apasionantelb

Cada uno de nosotros se ha creado su propio mundo, sólo o en pareja. Tiene una
visión del mundo personal que suele ser más o menos similar a la de los otros de su
mismo nivel de desarrollo. Vivimos en sociedad y, por lo general, la mayoría de sus
miembros comparten valores, creencias, expectativas, deseos, actitudes y modos de
vida, que corresponden a un nivel de crecimiento individual, a un nivel de conciencia
que es común a casi todos. No en vano, «una de las funciones principales de
cualquier sociedad consiste en proporcionar a sus miembros una visión del mundo
legítima y legitimizadora que les permita validar su existencia en el nivel estructural
de desarrollo promedio que suelen alcanzar sus miembros» 17. Estos valores propios
de cada nivel de desarrollo no son algo estático o eterno, sino que evolucionan, se van
creando y deconstruyéndose si se quedan inservibles o desfasados; reflejan y se
adaptan a los tiempos, a las edades del individuo y de la sociedad. Ambos van
evolucionando a la vez en un palpitar continuo e interrelacionado.

6.2. SU EVOLUCIÓN

La creación es un proceso continuo del que formamos parte activa.


Constantemente van naciendo nuevas visiones del mundo, desarrollándose, creciendo
y muriendo para dar paso a otras. Es la ley de lo vivo, la de desplegar sus
potencialidades de ser; es el motor, a menudo inconsciente, que nos mueve18. Nada
es estático o pasivo. Hay un torrente dinámico bajo las superficies quietas, un fluir de
energías que se intercambian y se interrelacionan. Por ejemplo, los seres humanos no
podemos vivir sin la glucosa, y sin embargo, no somos capaces de sintetizarla en
nuestro organismo. La obtenemos de los vegetales, frutas y cereales, porque son las

69
plantas las que la sintetizan a partir del agua, anhídrido carbónico y energía solar.
Parece algo mágico y solemne esta interconexión global. Conmueve esta necesidad
del ser humano, que no puede subsistir por sí solo, esta fragilidad nuestra, y a la vez,
fortaleza. Todo lo vivo es activo, está en constante cambio y evolución. No hay dos
instantes iguales. Todo se interrelaciona y se influye mutuamente posibilitando esta
corriente de energía vital. Es un continuo, que para mayor grafismo vamos a separar
artificialmente en estadios, a pesar de saber que todo es un fluir sin interrupción y sin
limitaciones divisorias.

El mundo es mundo y nosotros, los humanos, nos acercamos a su conocimiento, lo


interpretamos gracias a nuestro razonamiento codificado en símbolos y traducido en
lenguaje. Nuestro conocimiento de lo que nos rodea, incluso el científico, no deja de
ser una metáfora aproximativa, y a menudo, metonimia, de la realidad en la que
participamos. Somos, al mismo tiempo, sujetos que observan y que forman parte
activa de lo percibido. Interferimos irremediablemente en aquello que analizamos,
porque lo hacemos nosotros, y no otros seres no humanos. Es nuestro mundo, no de
otros. Si no existiéramos, sería de otros, pero no es así.

En nuestra aproximación a lo aprehendido partimos de nosotros en un nivel de


desarrollo determinado. Gracias a él, hacemos emerger realidades que son posibles de
captar y vivir, y que corresponden a nuestra capacidad de ver, que va desarrollándose
y madurando, y manifestando otras visiones de la cadena evolutiva global. No sólo
reflejamos un mundo, sino que seleccionamos, organizamos y moldeamos los
estímulos en concordancia con nuestro nivel evolutivo en constante fluir, lo
convertimos en símbolos, en signos mentales, lo traducimos en lenguaje, lo
nombramos y lo creamos al nombrar19

Cada estadio evolutivo se caracteriza por una capacidad para percibir, de


responder a unos estímulos y no a otros, que armónicamente lo conducen en su
desarrollo, en su lógico desplegar de potencialidades. Hay una sabiduría en ese fluir
madurativo. Cuando un estadio se fortalece, se vuelve estable; pero el propio
movimiento de ese fluir lo conduce a un cambio, lo desestabiliza para hacer posible
emerger otro superior que lo incorpora y lo trasciende. Se produce un cambio de
estructuras cognitivas que pasan a poseer una organización más compleja y hacen que
aparezca otra visión del mundo, que corresponde a este nivel de desarrollo.

Las estructuras propias del estadio superado son incorporadas a éste, estratificadas
y convertidas en memoria, en algo aprendido y conocido, a menudo, inconsciente y

70
arcaico. Así, por muy evolucionados que seamos, tenemos el pensamiento mágico
que, a veces, brota con toda su primitiva e irreflexiva fuerza. Tenemos miedos
arcaicos, por ejemplo, a la oscuridad y a las serpientes, que son difíciles de explicar.
Hay formas y ruidos que nos inquietan, sin saber por qué, etc. Quizá, la información
vivencial de nuestros antepasados se grabe en los genes, que nos transmiten su
aprendizaje en una especie de legado de unas generaciones a otras; o puede que sea
todo cultural y que lo vamos incorporando sin darnos cuenta desde que nacemos; o a
lo mejor, son las dos cosas a la vez. En todo caso, está por ver y tampoco es tan
relevante. Faltan descubrimientos científicos acerca del ser humano para poder hablar
con propiedad sobre ello y no conjeturar adheriéndose a corrientes y causas que
priman lo uno sobre lo otro, dependiendo de donde provengan los que opinan.

Cada estadio evolutivo se caracteriza por una visión del mundo, que es su
expresión, la forma de ver la realidad que le corresponde. La visión del mundo propia
del nivel anterior queda desfasada y negada. «Así, cada transformación ascendente
supone una "guerra de paradigmas", una batalla regia sobre cómo contemplar el
mundo»20. En ese proceso emergen nuevas formas de individualidad que responden
a estímulos diferentes, que perciben, conciben, reafirman y crean otros modelos del
mundo, que poseen una identidad propia nueva, cuyas necesidades, deseos y actitudes
son nuevos también. De esta forma, «en la transformación (o autotrascendencia) se
revelan nuevos mundos de traducción. Estos "nuevos mundos" no están localizados
físicamente en otros lugares; existen simplemente como una percepción más profunda
(o un registro más profundo) de los estímulos disponibles en este mundo» 21.

Las visiones del mundo individuales son compartidas o no por otros miembros de
la sociedad en la que vive el sujeto. La visión del mundo de dicha sociedad se va
formando por la confluencia de las visiones particulares de sus componentes. Estos
sujetos también comparten estructuras profundas o espacios comunes que son propios
de su cultura, la cual, a su vez, evoluciona conforme lo hace la sociedad que la
sostiene. Es un proceso continuo de evolución. Lo vivo tiende a realizar sus
potencialidades, a evolucionar en un fluir constante, aunque tarde milenios.

6.3. DISTINTOS TIPOS DE VISIONES DEL MUNDO

Ya hemos visto que a cada estadio de conciencia, de desarrollo personal y/o


colectivo le corresponde una visión del mundo determinada, que concuerda con éste y
refuerza su nivel de crecimiento. Se podría trazar un paralelismo entre la maduración
de un niño que se va haciendo adulto y la del ser humano que representa a nuestra

71
especie en su transcurrir por los milenios. La maduración del ser humano genérico es
mucho más lenta, también su vida es más larga que la de cada uno de nosotros.
Simboliza al individuo medio de cada tiempo, que siempre es algo abstracto y
temerario de extrapolar, ya que poco tienen que ver una persona que vive en Madrid
con una que vive en la selva amazónica. Incluso los miembros de cada cultura
presentan todo un abanico de niveles de desarrollo, desde muy primitivos hasta muy
avanzados, los cuales se consiguen por pocos. Pero teniendo en cuenta todo esto,
vamos a tratar de aclararnos en esa apasionante senda de crecimiento humano.
Llegaremos hasta los niveles transpersonales de conciencia, que no desarrollaremos
aquí.

Cada nivel de conciencia, con su visión del mundo correlativa, se mueve en un


espacio-tiempo que le corresponde. La concepción de dicha dimensión es propia de
cada estadio de desarrollo. Así, el hombre primitivo de las cavernas vivía más o
menos al día y concebía el espacio-tiempo de una forma puntual, el aquí y ahora, sin
tener conciencia de un futuro lejano, si acaso, sí del inmediato. Se le podría asimilar a
un bebé cuyo mundo es muy reducido y sus necesidades bastante concretas. Poco a
poco, conforme su intelecto iba progresando y la esperanza de vida fue alargándose,
empezó a prever, puesto que ya tenía expectativas de futuro, y a anticiparse a los fríos
del invierno y a las lluvias del otoño o deshielos de la primavera. Su espacio-tiempo
cambió, fue evolucionando con él, se hizo lineal. Sus necesidades, deseos,
preocupaciones, miedos, esperanzas, percepciones, habilidades, su concepto del «yo»
y el valor que se da a la propia vida y a la ajena también cambiaron. Su mundo fue
ampliándose y empezó a contar con el de otros. Fue madurando y creando nuevos
mundos en su crecer. Jean Gebser reconoce cuatro épocas principales en la evolución
humana, cada una de ellas anclada en una estructura particular (o nivel) de conciencia
individual a la que corresponde (y que fue producida por) una determinada visión
social del mundo. A estos estadios generales Gebser los llamó: arcaico, mágico,
mítico y mental22.

A su vez, K.Wilber, a partir de los trabajos de Piaget y Habermas, relaciona el


nivel de conciencia de cada visión colectiva del mundo con distintos tipos de
pensamiento, propios a los estadios de desarrollo individual. Así, la visión mágica del
mundo se asocia con el pensamiento preoperacional, la mítica, con el concreto
operacional y la mental, con el formal operacional. Asimismo, cada visión del mundo
acontece en un espacio-tiempo cuyo modo de obtener bienes y, por tanto de
ocupación y forma de vida, es característico a ella. Esta fuerza productiva material la

72
marca y la configura, posibilita su desarrollo y su posible evolución.

La estructura profunda de cada estadio es como si fuese una fina red que es
necesaria como base para tejer encima de ella formas de relación más complicadas.
Las estructuras de un nivel se incorporan como profundas y, a menudo, no visibles o
inconscientes en uno superior. Estas estructuras profundas generalmente son
transculturales, es decir, comunes a distintas culturas del mismo estadio evolutivo.
Las estructuras más visibles, más superficiales, las que definen en apariencia el
dibujo del tejido son las que llamamos culturales y son diferentes para cada una de las
culturas.

Pasemos a describir brevemente algunos tipos de visiones del mundo porque es


importante para lo que queremos exponer. Vamos a seguir, en gran medida, lo que
sostiene K.Wilber.

1) Visión mágica: La mente que produce este tipo de visión del mundo se
caracteriza por el pensamiento preoperacional (propio de un niño de 2 a
aproximadamente 4 años). «Es el que funciona con imágenes, símbolos y conceptos
rudimentarios; no reglas, ni operaciones formales. Se le llama también
«representacional» porque los símbolos y conceptos esencialmente presentan y
representan (hacen y combinan) objetos sensoriales del mundo externo. Ha sido
llamado también mágico porque las imágenes mentales y los símbolos son a menudo
confundidos e incluso identificados con los sucesos físicos que representan, y por
tanto se cree que las intenciones mentales pueden alterar «mágicamente» el mundo
físico. De la misma forma, y desde el otro lado de la indisociación, los objetos físicos
están «vivos», poseyendo no sólo aprehensión sino intenciones personales explícitas
(animismo)»21.

La identidad del sujeto está basada en el cuerpo, visto de forma primitiva, y el


desarrollo intelectual es bastante precario. Sus necesidades son sobre todo las
fisiológicas, las de la satisfacción de impulsos e instintos primarios. Su estar en el
mundo que le rodea es inseguro, tiene pocos recursos propios en la lucha por la
supervivencia. La ley es la del más fuerte, es el reino de la biosfera. El sujeto es
egocéntrico y absolutista, muy centrado en sí mismo. La aceptación del otro es pobre,
más utilitaria que igualitaria, tiende a cosificarlo. El mundo es sensorio-motor y
geocéntrico. La forma de obtener bienes para la subsistencia en una sociedad con este
tipo de visión del mundo es la caza. El sujeto medio en este nivel tiene necesidad de
sentirse seguro en un entorno muy amenazador para él. Elabora su angustia ante la

73
muerte recurriendo a la magia. «Donde existe magia no existe muerte» 24. El hombre
poderoso es el mago, el que es capaz de alejar la muerte y negociar con ella.

¿Y la sexualidad? Seguramente está basada en el instinto y la ley del más fuerte,


de dominio y sumisión. Se tiende a satisfacer los impulsos sin mayor elaboración o
tardanza. Sin embargo, suponemos, que el amor - esa gran energía formativa - y la
ternura, al ser inherentes a la condición humana, sea cual sea el nivel de desarrollo
del individuo, y la necesidad de ser tocado y reflejarse en la mirada del otro, que le
identifica como ese sujeto especial, que le hace visible, lo cual es vital para el
crecimiento, también tuvieron cabida en las relaciones entre los hombres y las
mujeres de este nivel de conciencia. Si no, no hubiera tenido lugar la evolución
humana, la especie hubiera perecido en la lucha entre los pares y en la soledad
individual de cada uno.

Poco a poco, a lo largo de los milenios, el nivel de conciencia del ser humano
madura y se va perdiendo la creencia de que el sujeto puede alterar el objeto de forma
mágica. (En el niño este período va desde los 4 a los 7 años.) La magia del hombre ya
no funciona para controlar el mundo que le rodea y es transferida a otros que no son
humanos sino dioses ~s.

2) Visión mítica: La mente que produce este tipo de visión del mundo se
caracteriza por el pensamiento concreto operacional (conop) que trabaja con reglas,
que relaciona partes y totalidades y que utiliza el lenguaje para ello. «En esta etapa el
sujeto puede pensar lógicamente sobre las cosas que ha experimentado y
manipularlas en forma simbólica, como en las operaciones aritméticas. Un logro muy
importante es el hecho de poder pensar hacia adelante y hacia atrás»26. Si trazamos
un paralelismo con el crecimiento infantil, este desarrollo correspondería al período
de 7 a aproximadamente 11 años.

El sujeto ya se ha dado cuenta de que no puede dar órdenes al mundo y traslada


ese poder de controlar su mundo a seres superiores todopoderosos, a una Madre y/o a
un Padre, que le protegen y que le dictan lo que debe hacer para salir adelante. Busca
la seguridad en el grupo; los otros se vuelven importantes para él y suele adaptarse a
sus demandas y expectativas, es conformista; su necesidad es la de pertenencia. Su
mundo es sociocéntrico. La identidad del sujeto está centrada no tanto en el cuerpo
sino en su papel social. Vive en sociedad, que es cohesionada por una forma de vivir
y percibir la realidad, por una cultura compartida.

74
El parentesco, como mecanismo único, ya no sirve para unir un grupo numeroso
de individuos, pero la creencia en mitos y dioses comunes sí. Dioses que, si se les
obedece y se les honra, protegen y cuidan al grupo. Con esos seres todopoderosos
hablan directamente algunos humanos, que son los jefes o líderes del grupo, que
legislan y gobiernan apoyados en ese gran privilegio. A su vez, se les obedece y se les
honra como representantes de los dioses. Tienen poder de dar vida y muerte27. Las
grandes mitologías del mundo surgen en este nivel de desarrollo de conciencia. Se
trata de una cohesión social muy fuerte, centrada en lo simbólico compartido, que,
entre otras cosas, dio lugar a la formación de los imperios que impusieron su cultura y
combatieron ferozmente la creencia mágica, no en vano ésta depositaba el poder en
magos y no reyes, los cuales eran representantes de dioses y luchaban para
preservarlo.

La forma de obtener bienes para alimentarse es, en su mayor parte, a través de la


agricultura. La angustia de la muerte se elabora al creer en dioses que aseguran la
inmortalidad en otro plano de existencia. Se aprenden rituales y oraciones para
comunicarse con ellos y reverenciarlos. Se les hacen ofrendas y sacrificios, incluso
humanos. La vida, sobre todo la ajena, no tiene mucho valor. Lo que importa es la
futura vida en el más allá. El paradigma dualista del ser humano se va configurando y
convirtiendo en el preponderante.

¿Y la sexualidad? Se va gestionando el sexo como algo que se hace. Los fluidos


corporales como la sangre, el semen y la leche, adquieren carga mítica de fuerza, de
impureza o de transmisión de espíritu o caracteres del que los produce; son vistos de
forma animista atribuyéndoles caracteres femeninos o masculinos. Así, por ejemplo,
la sangre menstrual es impura y contamina de lo femenino al que la toque; el semen
transmite la fuerza masculina a quien lo ingiera y se le hace tragar a los muchachos
púberes en las ceremonias de iniciación después de infligirles múltiples heridas por
las cuales eliminan la sangre femenina de su madre para pasar, de esta manera, a ser
hombres y ser admitidos como tales por el grupo, etc. Concepciones arcaicas que
llevamos incorporadas en nuestra historia y que tienen sus reminiscencias actuales
reconocidas o inconscientes. Se traducen en creencias «populares» que contaminan,
sin que lo queramos, nuestro actuar. A la vez, forman nuestra historia, ese bagaje
ancestral que poseemos por ser humanos, con nuestros milagros y también, nuestros
horrores, en un continuo oscilar entre el amor/miedo a la vida y el miedo/amor a la
muerte.

75
Poco a poco, en el devenir del tiempo, se forma un nuevo nivel de desarrollo de la
conciencia humana, provocado por la necesidad de un entendimiento diferente que
posibilita una convivencia sin tantos enfrentamientos entre las religiones28. Para
trascender las distintas mitologías, se recurre a la razón y, así va surgiendo el estadio
mentalracional de la conciencia.

3) Visión racional: Al emerger la razón, los mitos se racionalizan y son


incorporados en el nuevo estadio. El comienzo aproximado de este nivel de desarrollo
se sitúa hacia mediados del primer milenio antes de Cristo, pero llega a la madurez
con la aparición del estado moderno, aproximadamente a mitad del siglo xvi en
Europa29. La mente que produce este tipo de visión del mundo se caracteriza por el
pensamiento formal operacional (formop) propio del período de crecimiento infantil
que abarca desde los 11 años hasta la edad adulta. En él se adquiere «la capacidad de
razonar en forma lógica sobre proposiciones, cosas o propiedades abstractas que
nunca antes se ha experimentado directamente. Esta capacidad de formular hipótesis
caracteriza el período de las operaciones formales, el último y superior de los
períodos según el modelo de desarrollo de Piaget. El individuo es capaz de razonar de
forma deductiva e inductiva. Su conocimiento del problema puede ser simplemente
hipotético, y, sin embargo, es capaz de llegar a una conclusión lógica mediante el
razonamiento» 30 Es el nivel de desarrollo en que emerge la noosfera y la ley ya no
es la del más fuerte o del músculo, sino que se valora la inteligencia y la capacidad
propia de enfrentarse con el mundo.

La identidad del sujeto ya no se basa en un cuerpo visto de forma primitiva, con


sus impulsos incontrolables, ni en los roles sociales del individuo; surge un ego
mental fuerte y diferenciado, que se mira a sí mismo y la mirada es hacia el
interior31. El sujeto ya tiene recursos propios y su estar en el mundo no es tan
inseguro, busca la seguridad en sí mismo e intenta manejar la realidad que le rodea de
forma racional, sin dejarlo en manos divinas. Aparece la necesidad de autoestima, de
aprecio a sí mismo unido a la confianza en su propia validez para enfrentarse con los
problemas. El individuo sigue los dictados de su conciencia, sin olvidar las reglas de
la sociedad en la que vive. Es capaz de relativizar y cuestionar lo establecido. Acepta
a los otros como sujetos, semejantes suyos, y va perdiendo el egocentrismo y el
absolutismo que caracterizaban las etapas anteriores32. Intenta ponerse en el lugar del
otro y comprenderlo. El aprecio a la vida, tanto a la propia como a la ajena, aumenta
considerablemente, a pesar de estar sesgado por el valor simbólico que representa
cada individuo, por su posición social. (Por ejemplo, no vale lo mismo la vida de un

76
esclavo, que la de su señor, sin tener mayores consideraciones de valor humano, etc.)
El sujeto elabora su angustia ante la muerte por medio de una sustitución simbólica
que puede ser muy diversa: desde una búsqueda de inmortalidad en lo que crea y
produce, identificándose con ello y volcando en ello su ser, hasta una huida enajenada
de sí mismo, precipitándose en aquello que le da miedo, para evitar la insoportable
angustia anticipatoria de su final.

La forma típica de obtención de bienes es la industrial. El paradigma dualista del


ser humano sigue plenamente vigente, aunque cuestionado y discutido por algunas
voces. El cuerpo y la mente están separados, como lo están la tierra y el cielo. Hay
confrontación y tensión entre ambos, con partidarios y defensores de lo uno: superior,
sublime, incorpóreo e inmortal; y de lo otro: carnal, bajo, placentero, pueril y mortal.
Se intenta ser consecuente con la razón y se observa o se estudia lo que se puede
objetivar. Así, en las ciencias humanas entra pujante el conductismo, que analiza la
conducta del sujeto y se intenta extrapolar (ni siquiera se procura hacerlo por sistema)
su mundo interno desde el externo, desde lo visible y aparente, eso sí, constatable,
medible e incluso, reproducible. La mayoría de las veces se suele limitar el análisis a
lo objetivable y punto. Así, el ser humano, también desde la ciencia dogmática, es
reducido a su superficie, sin ese inconmensurable mundo nuestro de sensaciones,
emociones, sentimientos, sueños e intenciones. La superficie brillante que actúa e
interactúa, poseedora de un fondo oscuro y desconocido, imposible de constatar y,
por tanto, inexistente.

¿Y la sexualidad? También se estudia desde esta perspectiva de lo objetivable, de


lo que se hace, aunque surgen algunas figuras sobresalientes que se adentran en el
sujeto y lo intentan comprender desde su hondura, desde lo que es. El sexo, como
conducta, se problematiza, se legisla, se mide, se medicaliza, se gestiona y se controla
para contener la población y proteger la economía. Los mecanismos para todo esto
son numerosos y diversos, también, parecidos y paralelos. Existe demasiada evasión
de lo carnal y sublimación mental simbólica en el proceder, sustitutoria de actos
auténticos que son reemplazados por el juego del «como si». La escisión entre el
cuerpo y la mente se da de forma más dramática en todo lo sexual, produciendo, a
menudo, sufrimiento innecesario. El sujeto existente corpóreo intenta lograr su
integración resolviendo esta tensión entre el cuerpo y la mente. Poco a poco, la
capacidad de interiorizarse y analizar la racionalidad misma va dando lugar al
nacimiento de un nuevo nivel de conciencia con su visión del mundo
correspondiente.

77
4) Visión lógica o existencial: Esta visión va emergiendo y configurándose
conforme la racionalidad se expande en su búsqueda de un planteamiento realmente
planetario, universal o global, de naturaleza no coercitiva. Según Wilber, es esta
visión lógica la que impulsa y subyace a la posibilidad de una cultura realmente
planetaria. La mente que la produce se caracteriza por un pensamiento reticular que
«puede mantener contradicciones y unificar opuestos, es dialéctica y no lineal, y
unifica lo que de otra forma serían nociones incompatibles»". La conciencia
trasciende la pura racionalidad integrándola con las vivencias y los sentimientos, y
unifica un cuerpo-mente que es un fenómeno nuevo34

La identidad del sujeto está basada en una integración cuerpomente. El cuerpo es


el existente que siente, piensa y anhela, que trasciende su propia corporeidad; el ir
más allá de sí mismo es algo inherente a él. No es bajo y limitado, todo lo contrario,
es nosotros, cuerpo y mente integrados, y que se muestran así en cada instante vivido.
El mundo se amplía y los demás tienen una presencia notoria en él. Se coopera con
ellos en un fin común de progreso y se respeta a sí mismo y a los otros. La necesidad
del sujeto ya no es tanto la de seguridad y de autoestima, sino la de realización de sí
mismo e integración en un proyecto creativo global común. Se sintoniza con el amor
a la vida y se admiran sus diversas manifestaciones, se les da valor. Se aprecia la vida
propia y la ajena.

Se reconoce a cada ser humano como un caudal de potencialidades a desarrollar y


se colabora en su despertar, a menudo, de forma altruista, sólo por el placer de
participar en la creación del otro que, a su vez, le crea y crea a otros. Todos los
sujetos forman una red interconectada y viva que está en constante evolución. La
angustia ante la muerte disminuye al trascender el individuo más allá de sí mismo y
reconocer que uno es parte de todo, y que es activo y creativo, en continuo cambio y
evolución paralela con el todo. Se disfruta con la experiencia propia y es un placer
profundo, que reconforta y reafirma desde muy dentro en el vivir. Uno se percibe
importante y útil, tiene sentido de ser, porque participa activamente en la creación.

La forma típica de obtener bienes de una sociedad con esta visión del mundo,
quizá, sería la de comunicación-información. Seguramente, poco a poco, estamos
entrando en esta etapa de nuestro madurar y somos testigos privilegiados de una
nueva realidad naciente y hermosa, de hermandad basada en el placer de ser y no en
el miedo al castigo por estar vivo. Ojalá que no permitamos que ninguna guerra frene
esta emergencia de lo no manifiesto.

78
¿Y el sexo? El paradigma dualista del ser humano se vuelve obsoleto para
explicarnos la realidad y deja su sitio a otro paradigma nuevo, que podríamos llamar
monista-integral u holístico, y que abarca tanto lo aparente como lo hondo no visible.
Contempla el sexo como conducta y los sexos (en plural) en su hondura, con su
condición sexual por ser humanos, ya que son dos, mujer y hombre, con su inmensa
riqueza existencial y, por tanto, en constante cambio y evolución interactiva. Se
desean, se buscan, interactúan y crecen o no juntos. Su sexualidad, al no vivirse como
algo fisiológico, meramente carnal y primitivo, es nueva también. Presenta una
estilística diferente en el hacer, que es un reflejo de su ser. La armonía integrativa
entre el cuerpo y la mente se transmite a todo lo que ataña al sujeto. Está por ver lo
que pueda surgir de todo esto y seguramente será una realidad nueva y hermosa, sin
permisos ni transgresiones obsesivas, sin pecados ni culpas inexistentes, sin víctimas
ni agresores, sin nadie que domine o denigre a otro y se hunda en una relación
asfixiante de dominio-sumisión, de posesión absurda (¿cómo se puede poseer a un ser
humano?). Personas que se concentran en la profunda belleza que puede aparecer
entre esos dos que se desean y se buscan, y que vibran de placer al estar juntos; que
van creando su personal e intransferible poema existencial, que incluso puede durar
toda la eternidad de un instante auténticamente vivido...

6.4. SU PERPETUACIÓN

Las visiones del mundo pueden ser individuales, de cada cual, y sociales,
formadas por la confluencia de las de los miembros que componen la sociedad. Van
emergiendo en el fluir del crecimiento continuo, se van consolidando y madurando
para, después, entrar en crisis al dejar de servir a los sujetos para explicarse y
comprender lo que les rodea, volverse obsoletas y desembocar en otras que
concuerdan con el nuevo nivel de desarrollo personal o social. Es un proceso de
cambio, un emerger continuo, y lo que ocurre en un momento conduce hacia lo que
sucederá en el instante siguiente. Tanto el individuo como el colectivo tienen su
historia biográfica, que se interconecta con otras y un ritmo propio de crecimiento,
que se va marcando de forma inconsciente.

El hecho es que ambos, persona y sociedad, sólo perciben aquello que están
«preparados» a aprehender; es la llamada percepción selectiva. Esos estímulos
perceptibles son significativos para ellos al ajustarse a su estado de desarrollo y a su
visión del mundo. Así, ésta se autoperpetúa por sí misma y poco a poco se va
abriendo a otras posibilidades de percepción al perfeccionar las que ya posee. Existe
una tenue y constante tensión oscilatoria entre el cambio y la resistencia a éste, entre

79
avanzar y desestabilizarse, y permanecer quieto en el equilibrio. Los estímulos que no
llegan al individuo o al colectivo, en realidad, no existen para ellos, pasan
aparentemente desapercibidos, aunque estén allí. Los estímulos percibidos son
contextuales y están en relación con un nivel de conocimiento de la realidad, y a
medida que éste progrese, el campo de lo aprehendido se amplía, la realidad cambia.
Por otra parte, las creencias sobre lo que nos rodea se hermanan con las expectativas
y hacen que la visión del mundo que tengamos persista, que haya una coherencia
entre nuestro ser y nuestro estar, una lógica biográfica entre nuestro pasado, presente
y futuro3s

¿Y qué mecanismos conscientes o inconscientes inciden en esa perpetuación de


una determinada visión del mundo? En este punto sí deberíamos diferenciar los
mecanismos personales y los sociales. Un individuo va evolucionando y puede tener
una resistencia al cambio que le haga detenerse en un nivel, pero al final, parte en su
caminar, porque lo que es insostenible en un ser vivo es una situación de nocambio, y
no olvidemos que todo lo vivo tiende a realizarse, salvo que la muerte se lo impida.

Sin embargo, una sociedad, que se compone de muchos individuos con sus
visiones del mundo, tiene una estructura de poder jerárquico que es representado por
unos pocos, que no suelen quedarse indiferentes ante la posibilidad de perderlo. Este
poder, que se estructura en cada visión del mundo, presenta, a su vez, mecanismos de
control y autoconservación que contribuyen a la perpetuación de la visión del mundo
que lo sustenta. Así, cada cambio de nivel de conciencia social y su correspondiente
visión del mundo, supone una pugna entre paradigmas que estructuran
minuciosamente las sociedades que las presentan. En el fondo, se trata de una lucha
por el poder de un pequeño grupo de «privilegiados» que gobiernan al resto y que se
apoyan para ello en diversas justificaciones ideológicas (acordémonos de las «guerras
santas», «caza de brujos y brujas», de la Inquisición y sus hogueras, etc.).

Asimismo, no deberíamos olvidar el diferente valor que se da a la vida humana en


los distintos niveles de maduración de la conciencia. Es algo a tener en cuenta,
porque a medida que evolucionamos, apreciamos más la vida propia y la ajena; sin
embargo, otros pueden no compartirlo y actuar en consecuencia. Por eso es
importante en una sociedad planetaria o global invertir en el desarrollo de todos los
países, para que no haya grandes núcleos de desfase madurativo, que podrían
desestabilizar el sistema y precipitar a guerras muy destructivas, teniendo en cuenta
nuestras actuales armas para matar. Es una solidaridad interesada y cabal.

80
Hablemos brevemente de algunos recursos para perpetuar la realidad. Quizá, uno
de los más importantes y que introyectamos sin ser conscientes de ello, es el lenguaje,
que traduce un orden simbólico de lo que nos rodea y que pasa a formar parte de
nosotros. Sólo existe aquello que tiene nombre, que es reconocido y que podemos
imaginar o comprender mentalmente, y comunicar a los otros. Las palabras son
heredadas generación tras generación. Algunas desaparecen y nacen otras. En todo
caso, llevan con ellas todo un mensaje ideológico de siglos de experiencia, y
estructuran nuestro mundo simbólico y el real. Reflejan y perpetúan nuestra visión
del mundo, porque nos ayudan a captar lo que nos rodea de una manera determinada
y prearticulada, y a relacionarnos con los otros en esta realidad y no en otra; nos
secuestran inconscientemente en un marco determinado, en un orden de cosas
concreto y establecido36. De esta manera, el lenguaje va delimitando nuestro mundo
y perpetuando nuestra cultura3. No es algo malo o bueno, simplemente es.

Según K.Wilber, «la realidad, o el mundo tal y como lo conocemos, es sólo una
descripción... un flujo interminable de interpretaciones perceptuales que quienes
pertenecemos a una determinada sociedad hemos aprendido a formular en común.
Este amplio sustrato inconsciente, de naturaleza fundamentalmente lingüística, de
sentimientos, realidades descriptivas y percepciones compartidas, es el único
aglutinante psicológico que puede servir para cohesionar una sociedad. Y ésta es una
forma fundamentalmente inconsciente de control social, ya que los controles no
constituyen una especie de agregado consciente sino que se hallan integrados en la
misma descripción de la realidad. De este modo, una vez que el individuo ha
construido una determinada descripción de la realidad, su conducta queda ya
circunscrita a esa descripción» 38. Esta presenta una herencia desde la noche de los
tiempos, desde la aparición del primer ser humano sobre la Tierra.

Las estructuras arcaicas son incorporadas como profundas en nuestro bagaje


experiencial y pueblan nuestro imaginario, el cual, también se estructura por los
mitos, los cuentos y las fábulas que van dando vida a las imágenes arquetípicas que
incorporamos en nuestra mente. Éstas moldean nuestras relaciones, de forma que
cuando miramos a nuestra madre o a nuestro padre, también vislumbramos, de forma
inconsciente, a la Madre y al Padre como arquetipos, con toda su carga afectiva de
veneración y miedo sin elaborar. Nuestro imaginario, propio de cada cultura, aunque
a la vez, transcultural al tratarse de imágenes arquetípicas, va contribuyendo a la
perpetuación de una visión del mundo y no de otra, y va ampliándose al evolucionar
ésta, va cambiando la realidad (los helicópteros y los submarinos fueron imaginados

81
antes de ser creados, etc.). Como el lenguaje, refleja y crea realidades.

Cada etapa de desarrollo tiene sus medios de transmisión de la cultura. Pueden ser
vistos, hablados, contados, codificados en notas musicales, escritos, dibujados,
esculpidos y edificados; todos son símbolos que introyectamos constantemente en
nuestro estar, pasan a formar parte de nuestro ser, nos ubican en una cultura
determinada39. Nos van preprogramando y adaptando desde la niñez, desde que
aprendemos a hablar y nuestros padres y maestros nos van socializando, hasta que
llegamos a percibir el mundo de la manera que nos es descrito. Por aquel entonces, ni
siquiera somos capaces de un sólido pensamiento crítico y la necesidad de seguridad
y de pertenencia, de ser cuidado, amado y aceptado, hace su labor. No es que sea
malo o bueno, es que es así como son nuestras cosas humanas y lo bueno, creo yo, es
darse cuenta de ello, reconocerlo y partir de esto en nuestro caminar4o

Otro tipo de mecanismos sociales de perpetuación de una visión del mundo tiene
que ver con la conservación del poder por unos pocos sobre el resto. Esos
mecanismos pueden ser también culturales, pero fundados en el miedo al castigo o
coercitivos. Procuran que el individuo coaccionado siga una senda de actuación y no
otra. Se problematiza y se gestiona la conducta, poco importa el interior. Es decir,
aunque seas un esclavo infeliz y te mueras de pena y desolación interna, eso está
bien, y lo que está mal es intentar transgredir lo establecido, ir contra la corriente,
contra el poder de los que dictan las reglas, sean éstas razonables o no. Como
comenta R.Eisler, a lo largo de los milenios «en forma directa, por vía de la coerción
personal, e indirectamente mediante intermitentes demostraciones sociales de fuerza
como inquisiciones y ejecuciones públicas, se desalentaban sistemáticamente las
conductas, actitudes y percepciones que no se conformaran a las normas
dominadoras. Este condicionamiento por el miedo llegó a ser parte de todos los
aspectos de la vida cotidiana, afectando la crianza de los niños, las leyes, las escuelas.
Y a través de éstos y otros instrumentos de socialización, el tipo de información
replicativa necesaria para establecer y mantener una sociedad dominadora se
distribuyó a lo largo de todo el sistema social. Uno de los instrumentos más
importantes de esta socialización fue la «educación espiritual» llevada a cabo por los
antiguos sacerdocios»41

Las diferentes religiones marcan la conducta y el vivir de los humanos. A muchos,


les ayudan a solventar su angustia ante la muerte y la vida, y dan sentido a su existir.
Para otros, supone un encorsetamiento y anulación de la libertad propia, la de decidir,

82
la de actuar e incluso la de desear. Sea como sea, determina y moldea profundamente
nuestro vivir. El creer o no creer en la existencia de Dios no es algo racional, aunque
se traduzca en pensamientos, pertenece a otro registro de conocimiento. Hoy por hoy,
no sabemos a ciencia cierta si Dios ha creado al ser humano, a pesar de que la
mayoría de la humanidad lo tenga muy claro, pero lo que sí parece obvio, es que el
hombre, en su proceso evolutivo, acabó creando a Dios, tal como lo conocemos, y se
tomó a sí mismo de modelo, porque, entre otras cosas, es lo que conocía. Por eso es
un dios antropomórfico42. Según P.Rodríguez «el mismísimo Dios no pudo existir
hasta que alguien pronunció una palabra - su palabra - y la asoció a los deseos,
esperanzas, vacíos, dudas, inseguridades, angustias y temores que acabaron por
conformar las líneas maestras que hicieron enormemente útil e indispensable su
concepto. Cuando se le nombró inició su existencia entre los humanos, y su realidad
se incrementó y fortaleció al mismo ritmo que crecieron sus funciones y su capacidad
para proveer justificaciones»43. Los hombres que tenían el privilegio de hablar
directamente con él y que por eso gobernaban a otros, comunicaron sus mandatos y
configuraron una realidad que se autoperpetuaba y preservaba su poder, la visión del
mundo en la que éste era posible.

Quisiera dejar claro que no pretendo sostener que Dios no existe, sino que cada
visión del mundo se caracteriza por una concepción de Dios, la cual pretende ayudar
a los sujetos a desenvolverse en la realidad en que se encuentran inmersos. Y eso se
transmite de generación en generación hasta que deje de servir para ello y es
reemplazada por otra visión de las cosas, mundanas y divinas44

Por último, sólo quiero mencionar otra peculiaridad de ver lo que nos rodea, que
es la que está basada en el hecho sexual humano, es decir, en que hay dos sexos,
mujer y hombre, que contemplan el mundo, cada uno desde su realidad individual y
colectiva, con sus ojos y mentes sexuados que van filtrando y procesando lo
percibido. Este será el tema del siguiente capítulo.

83
La diferencia de los sexos es la primera de las
diferencias, aquella a partir de la cual se fabrican y se
expresan todas las demás.

FRAN9OISE HÉRITIER-AUGÉ

7.1. DIFERENCIA VERSUS IGUALDAD

El «ser humano» es un concepto genérico, una abstracción mental. Cuando se


concretiza, cuando se hace presencia, se hace carne; siempre es cuerpo sexuado y, por
tanto, sexual. Esta condición representa uno de los mágicos enigmas de nuestra
especie. Nuestro estar es profundamente sexual y vertebra todo nuestro ser, nos abre a
una hipotética e insistente búsqueda de otro, la cual es inherente al ser humano, y es
el secreto de nuestra trascendencia, del eterno deseo de ir más allá de nuestra piel
para impactar de múltiples maneras en la piel de otros, que pasa a formar parte de
nosotros al ser acariciada, al ser conscientemente tocada'.

En la especie humana existen dos sexos, y sólo dos, y son mujer y hombre; es algo
esencial a nuestra condición de humanos y determina todo lo demás, también nuestro
mundo y nuestro Universo, porque los ojos y las mentes que lo contemplan, que
interactúan con lo que les rodea y lo van creando, son sexuados y, por ende, viven y
se viven sexualmente. Es así de simple, a la vez que magnífico. Supone un infinito
caudal de inmensa riqueza que, todavía, apenas hemos entreabierto, ya que aún no
nos hemos manifestado con el orgullo de ser sexuales, de ser hombres y mujeres que
caminan juntos por la vida, de igual a igual, con la dignidad de ser humanos2.

El individuo siempre es sexuado y sexual. Este hecho se manifiesta en todo su ser,


en su cuerpo; es irreductible y estructura definitivamente lo que le rodea, y también,
su realidad biográfica. No somos abstracciones mentales, a pesar de pensarnos;
somos personas reales, carnales, vivas y, por tanto, mortales. Tenemos una historia
personal, que vamos escribiendo desde ese ser mujer u hombre, y que es
maravillosamente diferente partiendo de nuestra condición sexuada y sexual. Esta
diferencia implica deseo, búsqueda, tensión, da mucho juego y es causa de numerosas
perplejidades. Nos empeñamos en extrapolar nuestra vivencia del mundo a ese otro
de otro sexo, misterioso y extranjero, lo cual es algo imposible. Su vivencia del

84
mundo es distinta porque él es diferente. Cada uno vive en su piel sexuada y es
problemático entender la piel sexuada del otro en su hondura de ser. Constantemente
chocamos por querer reducir al otro, al prescindir del hecho de que hay dos sexos y
de que somos diferentes a pesar de ser humanos y tener mucho en común. Es natural,
nos educan desde que nacemos para ignorar y tachar nuestra condición humana
sexual y acabamos viendo el mundo tal como nos es descrito.

En nuestra mente, el ser humano abstraido no tiene sexo y, si acaso, es un hombre


sin sexo, un hombre «eunuco» cuya sexualidad se reduce a las sucesivas cópulas en la
oscuridad clandestina con sus compañeros asexuales también. En nuestra condición
sexual somos reducidos a las superficies planas copulatorias, y es algo enajenante,
porque se sustituye el ser por el hacer y, además, ese hacer es coital. El sujeto, con su
identidad que le estructura en profundidad, desaparece y nace una especie de
máquina, de marioneta de madera, que ni siquiera se mueve libremente. Quizá, ya es
hora de que empecemos, como dice P.Violi, «a contemplar la categoría de la
diferencia sexual como categoría central de la experiencia y dar con las formas con
las que se ha realizado su negación, su ocultamiento»3, comprender las circunstancias
en que se ha producido este hecho y a lo que nos ha llevado, y de allí partir en un
nuevo caminar, más consciente4.

En la especie humana existen dos sexos, hombre y mujer, y son diferentes a pesar
de ser ambos humanos. Uno interactúa con el otro y ambos se van haciendo en esta
interconexión histórica y biográfica. Ninguno de los dos tendría sentido sin el otro, no
sería humano, tal como conocemos lo humanos. Se miran, se piensan, se comparan y
van co-creando su realidad que, a su vez, comprende la existencia de ambos6. Cada
sexo vive su realidad de forma distinta y se puede encontrar algo compartido en esta
vivencia propia, atribuible a cada sexo más allá de los individuos concretos. Y ese
algo común, de mujeres por un lado y de hombres por el otro, es lo que caracteriza la
experiencia de la diferencia sexual. Quizá sea, precisamente, esta enigmática
diferencia sexual, la que posibilite el deseo entre los sexos7. Ahora bien, que la
diferencia de los sexos existe, es obvio, pero el significado que se le da es histórico,
cultural e interesado.

Ninguno de los dos sexos es menos que el otro y la interconexión entre ambos es
simultánea y compasada. Son igualmente necesarios y válidos en el caminar humano,
uno completa al otro en su ser y en su hacer, existiendo una cierta especialización
preprogramada entre ambos, que, quizá, nos ha permitido sobrevivir a lo largo de los

85
siglos. Ignorar y distorsionar ese hecho, el de que los dos sexos son necesarios e
igualmente válidos, es robarnos a nosotros mismos nuestra dignidad humana, es
atraparnos en una historia de marasmo racional al suscribirse a justificaciones
extrañas, que, por insostenibles, te condenan a ser esclavo de la sinrazón, de caer, sin
darse cuenta, en una trampa cegadora y mortífera. Muy en el fondo de cada uno, los
humanos, tanto hombres como mujeres, sabemos lo que es justo o no, lo que es bueno
o no, lo que es razonable o no, y mirarlo todo con ojos que, por ser de un sexo o del
otro, enaltecen o envilecen tanto a uno mismo como a lo que contempla es altamente
enajenante. Se paga un trágico precio por este proceder no consciente y se paga
siempre, se quiera o no, porque vives en un mundo determinado que podría ser otro,
con otro tipo de relaciones entre los sexos y estilística de ser. Es labor de todos,
hombres y mujeres, el darse cuenta de ello y crear, si queremos, una realidad sexual
más hermosa.

Podemos ganar todos en nuestro interactuar y aprender a apreciar la riqueza que


supone relacionarse con ese otro diferente y deseado, que no intenta imponerte su
diferencia. Se trataría de vivir con respeto mutuo desde la dignidad de ser, de ser
hombre o de ser mujer. Lo racional es darse cuenta de que el ser hombre y ser mujer
tiene el mismo valor, aunque sean sexos diferentes8. Éste se dispara hasta el infinito
si se trata de individuos soberanos que se gobiernan desde sí mismos, orgullosos de
ser, y que participan conscientes en la creación de una realidad común en la que no
hay vencidos ni vencedores, en la que todos ganan y gozan profundamente al mirarse
en los ojos contentos del otro, que siente la misma alegría de vivir, de ser hombre o
mujer9.

No olvidemos el peligro de caer en la otra «igualdad» de los sexos, que les despoja
de sus hermosas peculiaridades y condena a los individuos sexuales a salirse de su
piel en el esfuerzo de adecuación a un estereotipo «unisex» neutro y anodino, que,
evidentemente, es una abstracción mental, no es humano10. Así, ni los hombres son
hombres, ni las mujeres, mujeres. Se difuminan en una especie de andrógino clónico
asexual, que parece un producto comercial, propio de los tiempos en los que vivimos,
es como si hubiera escapado de la pantalla de un ordenador; es una imagen sin fondo.
No perdamos nuestra identidad humana, que es sexual. No nos volvamos cosas.

Pero, es verdad que «cada sexo lleva dentro de sí en cierta medida al otro sexo»11.
Esto puede resultar algo confuso, pero en la naturaleza no hay polos opuestos
absolutamente puros y, sin querer, esta falacia intelectual de pensamiento dualista nos

86
atrapa en sus redes12. Cuando los individuos reales se esfuerzan por parecerse en su
afán de identificación a un estereotipo mental, que marca y determina tajantemente de
forma muy polarizada lo que es hombre y lo que es mujer, «matan» a su «otra mitad»
interiorizada y se empobrecen, se enajenan en este siniestro juego de aproximación a
un ideal cultural introyectado. Se precipitan en el actuar, en el vivir «como si». Todo
esto supone sufrimiento real, a veces, terrible. Se transita respetando fronteras
pueriles y sin sentido.

Así, los hombres aprenden que no pueden llorar, que no deben emocionarse o por
lo menos, no exteriorizarlo - eso es de mujeres-; los hombres son duros. Pierden y
hacen que sus compañeras tampoco lo vivan, lo hermoso que es emocionarse y
expresarlo al lado de otro en quien confías. Enloquecer de gozo al mostrarse tierno y
vulnerable, al entregarse a otro y no tener vergüenza al decir «te amo». Nos perdemos
tantas y tantas cosas en ese empeño nuestro de aparentar, de guardar las normas y
contener las emociones. ¡Menudo éxito! Uno se roba a sí mismo y al otro, y está
orgulloso de ello; ha permanecido sin translucir sus sentimientos, ha sido
inquebrantable, ha cumplido el papel que se esperaba de él (¿se esperaba? y ¿quién es
ese que esperaba?, y ¿por qué esperaba tal cosa?); ha muerto un poco más, sin
saberlo. Es absurdo todo esto de los estereotipos, y así nos va. Nos empeñamos en
adecuarnos a un espejismo de ser y habitamos en la estratosfera. Por el contrario, en
la naturaleza, en ese mundo vivo y real, todo es un continuo interactivo. No hay polos
absolutos y estáticos. Sólo la forma dualista de pensar acerca de todo, hace que
aparezca un blanco y un negro puros y contrapuestos.

No obstante, sí hay dos sexos, mujer y hombre, pero para serlo no tienen por qué
ignorar que unos y otras tienen cualidades que, culturalmente y de forma artificial, se
han atribuido a uno u otro sexo, pero no los definen en ningún momento. Los
hombres no son menos hombres al emocionarse y las mujeres no son menos mujeres
al mostrarse fuertes y autónomas. Son trampas culturales en las que caemos con
facilidad 13. Las personalidades fuertes suelen integrar sus principios masculino y
femenino, viven gozando con la vida sabiendo lo que son, no se enredan en el
marasmo dubitativo de adecuarse a las ideas «a propósito de» de cada momentola

Por tanto, cabe concluir que existe una tensión constante entre la realidad o la
naturaleza y la lectura de ésta, que siempre es interesada o subjetiva, porque es
contemplada por seres humanos vivos, que a la vez, forman parte de ella. El
observador se convierte en una parte activa de lo observado, lo construye desde sí

87
mismo, quiera o no. Ese personaje puede ser sólo mujer u hombre, y los dos se hacen
en un espacio-tiempo determinado, en una sociedad, con una cultura y con una moral
sexual correspondientes, y que encierran en sí mismas múltiples mecanismos de
autoperpetuación15. Por supuesto, la naturaleza es patente y real, pero el significado
y el orden simbólico al que recurrimos para comprenderla y ordenarla mentalmente es
siempre cultural e histórico, y crea, a su vez, unas realidades y no otras, que se
quedan sin emerger de lo no manifiesto, lo cual no quiere decir que no existan, sólo
que no existen para ese que mira e interpreta a su manera lo que veló. El sistema
ideológico propio de su cultura hace de filtro e intérprete de lo percibido y visto. Así,
«cada sociedad, en cada época, da su visión particular de la diferencia universal de
los sexos. La única constante es el principio de la diferencia por sí mismo»l7. La
diferencia sexual está inscrita profundamente en nuestro cuerpo que somos nosotros,
pero no determina, por sí misma, ningún papel social o político. Sí encamina a una
búsqueda del placer un tanto distinta y a ser padres, acontecimiento que siempre tiene
características y connotaciones peculiares para cada sexo. De ningún modo puede
justificar un orden jerárquico entre ambos, en que un sexo gobierna y «protege» al
otro. Y sin embargo, es lo que se ha hecho a lo largo de milenios. En el momento en
que se le da un valor diferente a los sexos, se construye una realidad sexual que
propicia la miseria de ambos, la «guerra» eterna entre los dos.

7.2. VISIÓN PATRIARCAL DEL MUNDO

El patriarcadot8 es una organización social que presenta una cultura, su cara


interna, que cohesiona el orden dado y lo autoperpetúa19 Ofrece a los individuos que
viven inmersos en él una ideología para explicarse y darle sentido a todo lo que les
rodea, una visión del mundo acorde con esta realidad social que, a su vez, la sustenta
y la justifica. En este caso, no se trata de una visión del mundo que corresponde al
individuo o a la colectividad por estar en un nivel de desarrollo determinado, sino por
vivir en una sociedad cuyo orden, de forma artificial e interesada, está centrado en el
varón, y la mujer queda como algo complementario a su existir, está en su sombra, es
una figura más de sus posesiones. Este orden engulle a ambos en su transcurrir diario.
El poder lo sustenta el varón por el hecho de ser de sexo masculino y la mujer, por ser
de sexo femenino, le tiene que obedecer y servir20. Así, ambos se condenan a caer en
la trampa de la sinrazón, del orden basado en el poder del músculo.

La penuria de los dos sexos se ha prolongado ya demasiado tiempo, milenios.


Ambos, en su interrelacionar al margen de la razón, crearon una realidad, en general,
miserable, que les atrapó cual ciénaga ponzoñosa y les degradó. Hizo que se

88
olvidasen, enajenados, de su dignidad como humanos. Les convirtió en cosas, que se
pasaron durante siglos encajando bofetadas para devolverlas después, cuando menos
se esperaba; la famosa y estéril «guerra de los sexos», que seguimos practicando. No
en vano, seguimos viviendo en sociedades centradas en el varón, aunque ya no sea
tan asfixiante porque las mujeres han empezado a tener voz y salir de su anónimo
mundo doméstico. También ocurría antes, pero eran excepciones a la regla. Sin
embargo hoy, la norma ha cambiado, comenzamos a ser reales, carnales y sexuales, y
en ese nacimiento, siempre mutuo, co-creamos un nuevo mundo en el que caben de
igual a igual los dos sexos, maravillosamente diferentes y ambos válidos. Por fin
existen realmente los dos sexos. Ambos hemos madurado y tenemos necesidades y
expectativas nuevas.

¿Y cómo y cuándo surgió ese orden patriarcal? Aparece cuando el tipo


predominante de obtención de bienes para el sustento se convierte en el de la
agricultura21. Hasta entonces, las sociedades no eran patriarcales y había una cierta
igualdad entre los sexos porque los dos - hombres y mujeres - procuraban el alimento
para sobrevivir. Recogían frutas, bayas, plantas, huevos, incluso criaban animales y
también cazaban. El trabajo de la mujer era tan valorado como el del hombre.
Además, ella paría niños, tenía la cualidad de dar vida, y era venerada y respetada por
ello. El dios de estas sociedades era una mujer todopoderosa con poder de creación y
de destrucción.

Sin embargo, al crecer las poblaciones y al empezar a escasear el alimento, la


horticultura fue dando paso a la agricultura como modo más eficaz de obtención de
bienes. Poco a poco se iban mejorando los medios de producción y se inventó el
arado, para cuyo manejo se requería fuerza física22. Se produjo una especialización
en las tareas para sacar adelante a la prole: los hombres se dedicaron a trabajar fuera
del hogar para obtener bienes y las mujeres dentro, entre otras cosas, por estar más
atadas por su condición de madres y por no poseer la fuerza física del hombre. Como
comenta H.Fisher: «Se habían acabado los días en los que las mujeres recorrían
grandes extensiones recolectando los alimentos básicos y los manjares,
intercambiando bienes e información con sus vecinos, estableciendo valiosos
contactos con los miembros de otras comunidades y proveyendo la mayor parte de
alimentación cotidiana de la familia. Habían desaparecido sus funciones, antaño
fundamentales, en la producción, unas funciones que les habían posibilitado negociar
parcelas de poder y de prestigio. El estatus de las mujeres cayó en picado cuando
perdieron ese respaldo esencial para poder negociar»23.

89
Los hombres se convirtieron en los principales productores de bienes y, por tanto,
proveedores de alimento y ostentadores de poder. Eran los importantes para la
supervivencia y se les respetaba por ello24. Ostensiblemente, eran los que sacaban
adelante a la familia, porque traían alimento y además, luchaban con los enemigos
protegiendo a los suyos. Las mujeres dependían de los hombres para sobrevivir en un
medio hostil en el que reinaba la ley del más fuerte. Los tiempos eran difíciles y los
hombres y las mujeres crearon un mundo concordante con las circunstancias en las
que vivían. Los años de un determinado orden iban dejando su mella y las cualidades
de proveedor y protector del hombre fueron las más valiosas. Las de las mujeres
apenas contaban, no tenían peso en esta realidad de las cosas, la misma que les ha ido
condenando por sí sola a vivir a la sombra del varón. Había una cierta inercia en el
devenir, que perpetuaba un orden establecido y que, en el transcurso de la historia,
dejaba lentamente de ser útil para la convivencia común de los dos sexos. La
desestabilización de este sistema patriarcal propició la aparición del cambio y la
creación de un orden nuevo, aunque sí hubo y sigue habiendo una lucha abierta, o no
por el poder. Las mujeres reivindicamos nuestros derechos y algunos hombres se
resisten a perder sus ancestrales y obsoletos «privilegios».

En el patriarcado, los ojos que contemplan el mundo y lo narran son los del
hombre25. La mujer no tenía presencia pública ostensible; era la madre, la esposa, la
amante, la prostituta. Estaba allí para satisfacer las necesidades, los deseos y los
«sueños» del varón, para completar su entorno26. Aunque, afortunadamente, había
personas, parejas, que se escapaban a esta asfixiante trampa y dibujaban otra realidad
privada y pública, al margen de lo establecido y bien visto.

En esta visión del mundo la mujer se define desde y por el varón, que es el que
puede sustentar el poder y gobernar27. Incluso actualmente, a pesar de no admitirlo,
el hombre sigue siendo el criterio a partir del cual se mide a la mujer28. Los hombres
eran los que legislaban, los que proclamaban lo que está bien o lo que está mal, los
que hablaban directamente con Dios, por lo cual eran reverenciados y respetados.
También eran los que tenían libre acceso al saber por merecerlo, según estaban las
cosas; eran los que leían, los que escribían, los que componían música, edificaban y
construían en definitiva todo un mundo simbólico, codificado en la realidad que iban
creando. Asimismo, eran los científicos y los filósofos, poseedores de la razón.
Creaban un mundo que traslucía su poder y se autoperpetuaba por sí solo desde esa
visión patriarcal en el suave mecer del prolongado presente.

90
Mientras, las mujeres desde su privacidad, creaban y criaban niños, que no es poco
ni despreciable. Niños y niñas a los que narraban el mundo tal como se les había
descrito. Les preparaban a ser aceptados en una sociedad patriarcal y se esforzaban
para formarlos en un hipotético y pacífico bienestar del «trabajo bien hecho», del
«debes» y no en el transgresor y revolucionario «¿qué quieres?» Les narraban
historias escritas por hombres, mitos y cuentos, versos y prosa, que iban tejiendo su
mundo. No les importaba que eso mismo las condenaba a ser, a menudo, despreciadas
y odiadas. El amor incondicional de una madre, cuando tal existe, lleva con
frecuencia a la mujer a un sacrificio simbólico de su propio valor como persona en
pro de una adaptación de sus pequeños a una sociedad en la que tienen que vivir. No
se atrevía a cambiarla y socializaba a sus hijos para que el día de mañana, cuando
fuesen adultos, pudieran encontrar su sitio en la comunidad, formar una familia y
tener un trabajo que les diera la posibilidad de autosuficiencia económica y bienestar.
Sea consciente o no, este es uno de los motores de la socialización de los niños por
una madre, mujer connivente con los valores de un sistema patriarcal y que transmite
su orden a pesar de que éste la degrade. Entre que está acostumbrada a ello y no se
imagina otro orden de cosas, y entre que teme por el futuro de sus hijos, coopera a
que la realidad patriarcal se autoperpetúe.

También la religión contribuyó a perpetuar la visión patriarcal del mundo. El Dios


de estas sociedades es masculino y, crea y domina, dicta y castiga29. Exige que la
mujer sea sumisa y que se resigne a su papel, que para con dolor. De todas formas, ya
hemos hablado de los mecanismos que las sociedades utilizan para perpetuar su
existir. Sólo quiero volver a destacar la construcción simbólica del mundo para
aprisionar a la mujer en su papel de segundo sexo, complementario e inferior al
primero. Todo lo masculino es codificado simbólicamente como lo preciado - no en
vano el mundo era narrado por los varones, eran los que tenían voz pública-, y lo
femenino es de segundo orden, algo que está allí, pero que no es tan importante ni
valeroso30. Y es algo que se escapa a cualquier control. Nos va estructurando y
determinando, sin que nos demos cuenta, desde que nacemos. Sólo una labor de
consciencialización puede hacerlo visible y quitarle su poder de encarcelamiento en
un férreo marco referencial asfixiante, que prima el ser hombre y desvaloriza el ser
mujer. Está en todos nosotros, mujeres y hombres, de forma inconsciente, y nos hace
pagar un precio muy alto por ignorarlo.

La especie humana se diferencia en dos sexos - mujer y hombre-, y lo que parece


racionalmente insostenible es describir uno a partir del otro, como si existiese un sexo

91
óptimo y otro que no ha llegado a serlo en su desarrollo31. A lo largo de los siglos, la
mujer ha sido descrita como alguien que no ha llegado a ser hombre, como algo
imperfecto, frágil, inestable y enfermizo32. Pero los dos sexos son frágiles y
vulnerables en su interrelación, porque se necesitan y dependen uno del otro en su
formación; ambos van co-creando su realidad, también la mutua. Las cadenas que
aprisionan y esclavizan a uno, al mismo tiempo lo hacen con el otro, aunque ese otro,
quizá, no se dé cuenta de ello desde su privilegiada situación de dominador.

La discriminación sexual prevalece sobre todas las demás formas de desigualdad


social, ya sea racial, política o económica33 Y es algo mísero y penoso. El ser mujer
en un mundo androcéntrico implica una desventaja social inicial, que provoca una
rebelión constante y sostenida contra lo establecido para poder desarrollarse y ser, sin
acabar nunca de encontrar el lugar propio, sin hallar las palabras que ayuden a
expresar lo que se siente y se padece desde la frustración continua. Según
P.Bourdieu: «La visión androcéntrica está continuamente legitimada por las mismas
prácticas que determina. Debido a que sus disposiciones son el producto de la
asimilación del prejuicio desfavorable contra lo femenino que está inscrito en el
orden de las cosas, las mujeres no tienen más salida que confirmar constantemente
ese prejuicio» 34. Y es así de aplastante.

No se trata de buscar culpables, sino de encontrar soluciones y eso sólo puede


ocurrir desde la comprensión de lo que sucede. A pesar de todo, las cosas van
cambiando poco a poco, porque lo que tenemos parece que ya no nos satisface y no
nos sirve en nuestra evolución. No se puede seguir entendiendo un sexo por las
extrapolaciones desde el otro35. Es una lucha común, de mujeres y de hombres, para
salir de una situación compartida que les condena a un apocamiento y servidumbre
miserable en la convivencia.

Los dos sexos son reales y corpóreos, no son ideas aproximativas o «a propósito
de» y, aunque sean interdependientes, ninguno de los dos es menos o más que el
otro36. A lo largo de nuestra historia no tan lejana, se asumía simplemente que el
cuerpo humano, propiamente dicho, era el masculino y el cuerpo femenino se
presentaba para mostrar en qué difería del masculino37. La mujer era la eterna
carencia de... ¿Cómo se puede vivir con dignidad humana en un mundo que reduce
un sexo a Cero para que el otro se valore como Uno?38 Claro que la anatomía del
varón era el destino sexual de la mujer, que ni siquiera tenía anatomía propia, sino
que era algo simbólico y complementario a su compañero masculino. La mujer no

92
tenía cuerpo, no le pertenecía, era algo para el uso y disfrute del hombre, su recipiente
hueco. Para la mujer el que tenía cuerpo era el varón, ella era la carencia de...
Subsistía en su mundo de silencios elocuentes y hacía cobrar un alto precio a su
compañero varón desde su frustración de vida. No es nada satisfactorio cuando te
cosifican sistemáticamente, pero no olvidemos, que el que lo hace también baja de
nivel y se convierte, a su vez, en un ser «enajenado». La miseria de uno contamina
irremediablemente al otro, es un padecimiento mutuo y compartido, querámoslo o no,
reconozcámoslo o no39. En el siguiente capítulo seguiremos ahondando en esa
desigualdad de los sexos codificada en lo simbólico, y en cómo nos afecta y nos
condiciona.

93
La naturaleza de la diferencia de los sexos, y la
lectura de dicha diferencia produce este alfabeto
simbólico universal que es la pareja
masculino/femenino, con el cual cada cultura
«construye sus frases».

SYLVIANE AGACINSKI,

Política de sexos

8.1. EL MUNDO SIMBOLIZADO

El ser humano es mental. Mira con sus ojos la realidad que le rodea, la percibe, la
simboliza y la imagina de una forma y no de otra. Así crea su mundo, que tiene
sentido para él, que le es propio y que está a la vez, introyectado en él y fuera de él.
El individuo participa activamente en su realidad y ésta pasa a formar parte de él. Su
mente tiene la capacidad de representar simbólicamente el mundo. Parece que esta
propiedad surgió en el caminar evolutivo de la especie humana en el Paleolítico
medio (c. 100000 a 35000 a.C.)1. Los objetos están fuera pero son pensados y
sustituidos por una imagen mental, por un símbolo, que se introduce en el interior de
ese que mira, y que permanece allí, a pesar de que el objeto desaparezca, lo
sustituye2. De esta manera la capacidad de simbolizar el mundo le confiere al
individuo una sensación de poder, de un supuesto triunfo sobre la muerte, porque las
cosas, a pesar de desaparecer, permanecen con vida propia en su interior. El
pensamiento actúa como un sustituto de eternidad. Convierte, en cierta medida, al ser
humano en un ser todopoderoso, expande su sensación de identidad más allá de su
piel. Es capaz de imaginar el cielo y las estrellas, viajar a otros lugares, a otros
tiempos. De alguna forma, están en él.

vLeslie White opina que los símbolos no son ni físicos, ni meros reflejos del
mundo físico, sino un nuevo nivel de realidad, el nivel de la mente verbal que se
podría llamar «simbolizado». La simbolización opera con significados no sensoriales
(no empíricos), que no pueden ser aprehendidos a través de los sentidos3. Los
símbolos son a la vez, representacionales de la realidad (reflejan la realidad) y
creativos, porque no la reflejan de forma objetiva, sino subjetiva; siempre es la visión

94
personal de ese que mira y crea, aunque dado su nivel de desarrollo, seguramente
verá algo aproximado a lo que contempla otro miembro de su sociedad y creará algo
parecido. Por tanto, los símbolos no sólo reflejan la realidad, sino que también la
crean4. No podría ser de otra manera, porque es algo perteneciente al sujeto o a la
sociedad, que es un conjunto de individuos que conviven en un espacio-tiempo
determinado y que tienen una visión del mundo común que explica lo que les rodea y
le da sentido. Así que, una de las propiedades de lo simbólico es su gran poder de
cohesión que emparenta a los individuos de una sociedad al compartir el mismo
código de símbolos. Esta fuerza es todavía más potente al ser inconsciente y
procesarse a un nivel subliminal. Un sujeto siente que el otro es «hermano» o no sin
saber realmente por qué.

La mente se rige por leyes de la comunicación simbólica y no sólo refleja lo


percibido, sino que lo selecciona y organiza, le da un significado de forma consciente
o no, que concuerda con su mundo simbolizado. Sólo percibe y responde a algo que
tiene sentido en él, lo demás es como si no existiera para ella - a pesar de estar fuera-,
simplemente no lo aprehende o no lo destaca y, como mucho, lo almacena en su
archivo vivencial no consciente.

Al relacionarse con los demás, lo cual es vital e inherente al ser humano, es


necesario utilizar códigos comunes que faciliten la comunicación. La relación con el
otro es todo un baile de dos mundos simbolizados, que son en parte compartidos y en
parte propios. Es un intercambio de lo simbolizado, de lo vivido e introyectado, que
se vuelve complejo para miembros de culturas muy distintas o de niveles de
desarrollo muy dispares. Las cosas son captadas por ambos, pero tienen significados
diferentes para cada uno, se interpretan de forma distinta, y eso genera malentendidos
y conflictos que se originan al chocar los códigos explicativos de cada uno. La
situación se agrava todavía más al ser éstos no conscientes; no nos damos cuenta de
tenerlos, salvo que nos paremos a pensar cómo funcionan nuestras cosas humanas en
la comunicación. El mundo simbolizado, generalmente, permanece ignorado y, quizá,
por esto es tan aplastante y poderoso, porque es inconsciente, y nos predetermina sin
que tengamos control sobre ellos. Transitamos en un espacio-tiempo con un marco
referencia) simbólico, el mundo simbolizado, que hace por sí mismo que nos
movamos por él y construyamos una realidad y no otra; determina lo que es posible y
lo que es pensable, lo que existe, en definitiva. Nadie tiene la culpa, pero todos somos
responsables y autores de lo que tenemos, aunque no seamos conscientes al crearlo o
al perpetuarlo. La única forma de escapar a este encarcelamiento es darse cuenta de lo

95
que sucede y partir de ello en el caminar. Es más factible cambiar aquello que no se
ignora.

Al configurar un símbolo separamos a éste del resto, creamos un referente de


significado con el que compararemos lo percibido y nos comunicaremos con los
otros. Los significados pueden estar cargados de un peso ideológico, que contribuya a
perpetuar una determinada realidad y que actúa automáticamente al evocar lo
simbolizado. Hacen su «trabajo» de preservar lo establecido, aunque no nos guste lo
que hay. Es una relación circular entre lo interno y lo externo, automática, y
generalmente, inconsciente6. Funciona, porque el ser humano es social y cultural, y
tiene un bagaje experiencial de otras generaciones que le es transmitido desde incluso
antes de nacer y que se ha ido formando desde la noche de los tiempos. C.G.Jung
llamaba arquetipos a los contenidos de lo inconsciente colectivo. Estos arquetipos
comunes e inconscientes son transculturales y forman parte de la estructura profunda
del mundo simbolizado. Hacen que al relacionarnos, por ejemplo, con la madre o con
el padre nos influya de forma inconsciente el arquetipo de la Madre o del Padre
todopoderosos, capaces de dar la vida y de quitarla, lo cual carga de mayor
dramatismo la relación7. También, posibilitan que los humanos de cualquier parte del
mundo nos podamos entender al tener estas estructuras mentales comunes. Los
símbolos conscientes son más propios de cada cultura, a pesar de llevar en sí una
carga ideológica que amplifica su «función» y que es inconsciente; es decir, no sólo
ayudan a la comunicación y entendimiento sino que, actuando desde lo subliminal,
perpetúan la realidad y lo que acontece8. Así, los miembros de la sociedad son
inducidos a transitar dentro de un marco referencial de su mundo simbolizado, de
manera que, incluso las transgresiones les devuelven irremediablemente a él, a la vez
que lo refuerzan. Quizá, la única forma de romper el hechizo enajenante es volver
conscientes estos mecanismos inconscientes, que operan en y sobre nosotros sin que
nos demos cuenta de ello.

Existen múltiples recursos que perpetúan una cultura que nos es narrada desde que
empezamos a configurar nuestro mundo, desde que nos vamos haciendo con las
estructuras que nos permitirán comprender lo que hay alrededor. Por ejemplo, los
mitos, las leyendas y los cuentos, que nos son contados, están escritos con lenguaje
codificado en símbolos inconscientes. Poseen una trastienda no perceptible a simple
vista, pero que se cala al bagaje vivencial inconsciente y nos socializa. Este material
simbolizado tiene mucha carga emocional y podría corresponder al nivel
arquetípico9. Se van aprendiendo emociones y procederes de forma no consciente

96
que nos conducen a vivir y a ser de una manera propia de nuestra cultura. Todo esto
se va repitiendo en novelas, en historias narradas, en anuncios publicitarios... etcétera,
y va operando en nosotros, en nuestra construcción como individuos culturales y
sociales, luego interrelacionales y comunicativos, que en su interactuar, perpetúan lo
que conocen. P.Bourdieu habla de la violencia simbólica y opina que es la «que se
ejerce con la complicidad tácita de quienes la padecen y también, a menudo, de
quienes la practican en la medida en que unos y otros no son conscientes de padecerla
o de practicarla»10. Todos estamos implicados, la ejercemos y la padecemos
sistemáticamente y sin querer; no es algo voluntario y, en la mayoría de los casos, no
es intencionado. El orden establecido tiende a autoperpetuarse en una continuidad de
ser, en un transcurrir histórico lento. El cambio acontece al dejar de servir un sistema
explicativo a los individuos sociales que lo utilizan para entenderse y para convivir, y
que viven y evolucionan a su vez.

Por último, quisiera hablar de otra particularidad del mundo simbolizado y es la


del dualismo. El pensamiento presenta una lógica «en cuyos términos no tiene ningún
sentido hablar de que hay algo que "ni es ni no es"»". Incluso, a veces, cuesta
comprender que dos hechos contra dictorios puedan derivarse de la misma causa 12.
Tendemos a situarnos en un mundo simbolizado de polos opuestos o alternativos,
mutuamente excluyentes y que, de forma artificial, nos proporcionan seguridad. Es
algo característico del mundo mental simbolizado. Sin embargo, en el mundo real, en
la naturaleza, no siempre es así. En este punto se produce un fuerte choque entre lo
real y lo simbolizado, entre lo que pensamos sobre lo que nos rodea y lo que las cosas
son en realidad. El mundo simbolizado está construido por categorías de pares
dualistas, de polos opuestos y el discurso simbólico mental transita en este marco de
o «se es» o «no se es». En la realidad, las cosas son muy distintas, es un continuum,
que dependiendo de quien lo mira, las cosas puede que sean o puede que no sean.
También influye el momento, el tiempo en que acontecen o se dan, y el contexto o la
situación. La realidad es más rica que todo lo que podamos pensar de ella o conocer.
Y puede que sea muy diferente a lo que creemos sobre ella en un momento
determinado de nuestro desarrollo. Lo emergido de lo no manifiesto depende de ese
que mira y contempla lo que le rodea.

8.2. LA DIFERENCIA DE LOS SEXOS EN LO SIMBÓLICO

Como ya dijimos anteriormente la diferencia de los sexos es fundamental para los


humanos y determina la codificación binaria de lo simbólico, del mundo simbolizado.
Existe un polo femenino y otro masculino, y es ése el marco referencial por el que

97
transita todo lo simbólico, nuestra percepción y representación mental de lo
aprehendido13. Los dos polos son interdependientes para ser, ambos se definen por
comparación recíproca y separación. Ninguno se deriva del otro, ninguno surge del
otro; pero es verdad, que cada cual le da sentido al otro en tanto que somos humanos
y tenemos dos modos de ser, mujer y hombre. A la vez, cada uno tiene su realidad
carnal y simbólica propia.

Lo simbólico es sexuado porque es configurado por seres humanos sexuados, que


proyectan en ello su condición de ser hombre o de ser mujer, modelan lo que ven en
concordancia con lo que son y con lo que conocen. Lo interno y lo externo en una
danza continua de creación. Por supuesto, este marco referencial no es algo estático,
eterno e innato. Se ha ido formando a lo largo de los milenios de la andadura histórica
de la Humanidad. Refleja y crea una realidad biográfica del ser humano y los
individuos que van naciendo la van aprendiendo a ver conforme les es narrada.
Asimilan el código que les da sentido a ellos y a lo que les rodea, y se desenvuelven
con él. Esto, por sí solo, perpetúa la visión dada del mundo, a pesar de estar ésta en
constante evolución pausada que la conduce a ir cambiando lentamente. Lo simbólico
marca lo que existe, lo que se vuelve visible para el individuo y lo que es pensable
por él; también le influye al adherirse o al contraponerse a un orden ideológico que
lleva implícito la visión de la realidad que le atañe. Se esté a favor o en contra, se
sigue circulando por el mismo territorio delimitado por las mismas coordenadas de
referencia. No nacemos con una introyección simbolizada del mundo, sino que la
vamos adquiriendo poco a poco.

Si a los dos polos sexuales simbolizados se les da un valor diferente, el mundo se


codifica jerárquicamente desde lo masculino (lo positivo, lo sobrevalorado) hasta lo
femenino (lo negativo, lo infravalorado)la Lo apreciado, lo cotizado se simboliza
generalmente como masculino. Así, dividiendo de forma simbólica y binaria el
mundo en Tierra/ Cielo, naturaleza/espíritu, el Cielo y el espíritu son masculinos, y la
Tierra y la naturaleza son femeninos. Las mujeres son más de la tierra y los hombres
son más del cielo. En lo simbólico, lo masculino se carga de connotaciones de
espiritual, excelente, sublime y apreciado, mientras lo femenino, de terrenal, sexual,
carnal, y prosaico, lo cual, evidentemente, condena a los sujetos a desenvolverse y a
apreciarse de una manera determinada15. Además, este hecho es tan sutil que pasa
desapercibido, no es algo notorio y obvio. Nos va determinando a ser y a actuar desde
esta realidad aprendida y asimilada.

98
Este mecanismo, con todo su aplastante peso, influye directamente en el
inconsciente sin ningún control por nuestra parte, se repite y se refuerza hasta lo
infinito ya que se aplica automáticamente a todas las cosas del mundo. Lo que se
enseña cala muy hondo sin ningún control por parte del sujeto y lo gobierna o lo
adapta a la sociedad en la que se ubica. El ser hombre, el hacer cosas de hombre, el
poseer sus cualidades que denotan y muestran su masculinidad tiene más valor`

Así, se podría explicar la famosa «envidia del pene» de la niña, tan connotada por
el Psicoanálisis. En el mundo simbolizado se sustituye, a menudo, al hombre por el
pene ya que es propio de él y le distingue. Se puede entender que tal «envidia» no se
refiere a tener pene sino a desear ser hombre y poseer sus «privilegios» por el simple
hecho de serlo. Es lógico, porque todo lo que la niña captaba y aún sigue captando,
consciente o inconscientemente, primaba y aún prima el ser varón frente a ser
hembra, y a nadie le gusta estar en el grupo de los «perdedores», que además, de
antemano saben que lo son y dónde están los otros17. El plano simbólico y el carnal
se incrustan y se mezclan en nuestro vivir. El primero marca e incluso, a veces,
sustituye al segundo. Es algo que lleva a la confusión y a no entender cómo un mismo
acontecimiento vivido por distintas personas pueda ser narrado de forma muy dispar
y significar cosas diferentes para cada una de ellas.

El prejuicio desfavorable contra lo femenino se introduce en todo lo que se


percibe, porque el mundo simbolizado referencial lo presenta, lo lleva inscrito en su
orden. Tanto los hombres como las mujeres recurrimos a ese marco referencial para
interpretar nuestra realidad y actuamos o nos conducimos en consecuencia18. No es
lo mismo percibirse como alguien valorado o como alguien que no lo es. El
desarrollo personal se ve, en un principio, mucho más obstaculizado partiendo desde
una sensación de inferioridad y desconfianza en sí mismo, la cual ni siquiera es
reconocida o entendida al quedar relegada a lo subliminal, calando de forma
automática en lo no consciente. Es muy dificil escapar de esta trampa para ambos
sexos, más aún, porque racionalmente se puede pensar y se piensa en igualdad, pero
si uno ahonda más en sí mismo, comprueba que el partir del hecho de ser mujer o de
ser hombre, todavía, hoy por hoy, supone una grave desigualdad de oportunidades
para el desarrollo personal propio.

Los hombres parten con la idea de que pueden y deben realizarse, que el mundo es
de ellos y está para que ellos transiten por él. Las mujeres, sin embargo, parten con la
idea de que el mundo en el que se desenvuelven les es un tanto ajeno, tienen que

99
demostrar que también pueden moverse por él; es como si se les prestase la
oportunidad de conseguirse un sitio en este mundo de hombres y ser reconocidas
como válidas e iguales. Las leyes tampoco les favorecen en tanto que no contemplan
el hecho de que la maternidad les coarta para desenvolverse libremente, entre otras
cosas, porque les quita tiempo y energía para dedicarla a algo diferente de la crianza
de sus hijos. La mayoría de las mujeres, sigue teniendo que elegir entre ser madres o
ser profesionales realizadas en un mundo de hombres.

Seguimos viviendo en unas sociedades androcentristas y patriarcales, aunque ya


bastante suavizadas. En estas culturas los que narran el mundo y los que lo
simbolizan son los hombres y lo hacen desde sí mismos, desde su subjetividad
masculina19. No es sólo que lo femenino no se valore igual, sino que es percibido
como algo extraño, a menudo no comprendido y por tanto, no codificado. Así, se
convierte en lo ausente, no sólo carente de valor, sino inexistente20. Los dos sexos se
ven aprisionados en este marco referencial. Ambos sufren, aunque de forma muy
distinta. Las mujeres no tienen sitio en un mundo simbolizado de hombres y los
hombres se convierten en un sexo «mutilado» y solitario con unas compañeras
inexistentes o fantasmales. Ambos sexos se apartan radicalizándose la separación
entre ellos, que les condena a la no comprensión, a la no comunicación.

Los hombres son sujetos con derechos adquiridos, incluso sobre las mujeres, sus
mujeres, que en su mundo simbolizado de milenios les pertenecen de alguna manera,
son sus bienes simbólicos. Este orden miserable, sin que nos demos cuenta, convierte
a las mujeres en objetos y a los hombres en sujetos solitarios y empobrecidos, que se
esfuerzan en demostrarse, incluso a ellos mismos, su condición de no femeninos para
no perder su sello de «privilegiados» 21. La famosa «guerra de los sexos» no tendrá
fin hasta que no cambie nuestro marco referencial simbólico, porque un motivo
universal para enfadarse es la sensación de estar amenazado, no tanto física, sino
también, simbólicamente; es decir, uno se irrita al concebir la posibilidad de perder la
estima propia o el valor simbólico que posee y que marca su valía22.

De todas formas, poco a poco también las mujeres empiezan a tener voz pública y
a ser oídas con respeto y consideración, a pesar de no ser hombres y no hablar como
tales. El mundo simbolizado patriarcal se va quedando obsoleto para explicar la
realidad naciente de ambos sexos reales y protagonistas de su historia común, y va
dejando paso lentamente a un orden nuevo en el que ser mujer no supone menos que
ser hombre y en que, por fin, hay dos sexos que miran y hablan desde su vivencia

100
sexual particular y diferente, igualmente válida.

8.3. Lo SIMBÓLICO Y LA CONDICIÓN SEXUAL HUMANA

Todo lo sexual entra a formar parte central en el mundo simbolizado, porque los
humanos somos seres pensantes y lo que pensamos lo solemos formular con
imágenes, símbolos y lenguaje. A veces, el mundo simbolizado puede suplantar al
real y la persona pasa a darle más importancia a lo que piensa que a lo que percibe,
siente y vive. De esta manera, se produce una escisión entre ambos mundos,
adecuándose forzosamente la realidad a lo imaginado o considerado como real. Esta
separación o alejamiento artificial de la vida terrenal que impacta en los sentidos,
«alivia» la tensión de sentir, de implicarse y comprometerse, de vivir con cierto
apasionamiento desde la condición de ser carnal y, por tanto, mortal.

El individuo establece una distancia entre lo que es y lo que cree que es, lo cual es
propio del mundo de las ideas. La idea sobre sí mismo pasa a ser protagonista y
suplanta al sí-mismo; el sujeto se vuelve «irreal». En el fondo, se trata de una
concreción del paradigma dualista del ser humano que refleja la separación del
cuerpo y de la mente; transmite la escisión en capas del individuo y conduce a una
vivencia enajenada de sí mismo en la que el cuerpo y la mente tienen vidas o
realidades propias aparte. Lo mental no está integrado con lo corporal y es algo
alienado, empobrecido y distorsionante. Es entonces cuando se tiende a convertir a sí
mismo y a los demás en símbolos incorpóreos e irreales, pertenecientes al mundo de
las ideas, transformándose en un ser enfermizo y huidizo a todo contacto de piel con
piel, sea como sea éste. Es mucho más corriente de lo que parece, no en vano la
evolución de la conciencia atraviesa, en la mayoría de la gente, el período racional e
incluso el mítico-racional, en los que el cuerpo y la mente no se encuentran
integrados en un único cuerpo-mente. Este estado de las cosas determina sobremanera
nuestro acercamiento a la condición sexual humana y su vivencia23.

Ya hemos hablado de la diferencia de los sexos y su codificación simbólica


desigual. Nos guste o no, de esto tenemos que partir, porque de nada sirve cerrar los
ojos e ignorar lo que hay, a pesar de que nos cueste reconocerlo. Las cosas tienen su
explicación y el «darse cuenta» es el primer paso para cambiar lo que se quiere
cambiar, si es que verdaderamente se quiere. No se trata de buscar culpables, ni caer
en la vehemencia y el rencor; eso sólo entretiene y no soluciona nada, lo perpetúa,
nada más. Se trata de construir algo hermoso y nuevo sin ignorar nuestra historia, sin
borrar el pasado, porque es imborrable. Estamos aquí y ahora, gracias a que antes ha

101
pasado todo lo que pasó y podemos intentar entenderlo y partir de ello para no repetir
lo que no queremos; aceptar nuestro pasado y no caer en los mismos errores o formas
de convivir que ya no nos valen como modelo. Se trata de comprender y aprender por
parte de ambos sexos, de buscarnos y de encontrarnos en una nueva comunidad, de
ser los dos autores y no actores en una escenificación tenebrosa e indigna.

No quisiera contribuir al estéril juego de dominados y de dominadores, pero es


algo de lo que hablaremos, aunque sea implícitamente. Sí deseo subrayar que, en este
tipo de historias, los papeles se suelen confundir en distintos planos en un asfixiante
sinfín de dominio por dominación y dependencia, ya que ambos dependen del otro
para tener sentido en su papel y el dominado pasa a ser dominador y viceversa. El
único protagonista es el principio de dominación, de poder. Es algo que ha reinado en
las relaciones de mujeres y hombres desde que se instauró la desigualdad entre los
sexos24. Nos ha empobrecido y nos ha hecho daño a ambos sexos, aunque de manera
diferente25.

Cabe recordar que, en la sociedad patriarcal, el que miraba el mundo y lo describía


era el varón. Las mujeres eran las extrañas, las misteriosas, las otras inexplicables,
porque no eran hombres. Incluso, el cuerpo humano se concebía como el masculino,
y el cuerpo femenino se analizaba por comparación con él, como algo
complementario y diferente26. Por ende, en el mundo simbolizado, el cuerpo es el
cuerpo masculino, el femenino queda en un segundo plano, bastante difuminado,
salvo cuando se contempla como objeto de deseo o depósito reproductivo.

Y puestos a codificar, el cuerpo masculino se reduce simbólicamente a lo más


notorio, su genital externo, el pene. La mujer, en este plano, se representa de forma
incierta, es la carencia de pene; su vagina no es visible a simple vista, es algo
misterioso y escondido, es interna y dificil de imaginar27. Se presta a ser atestada de
fantasmas y connotaciones peyorativas. Así, se habla de «vaginas dentadas», de algo
inerte e insulso, de algo que sólo sirve como receptáculo pasivo del pene28. De
nuevo, es una lectura desde lo masculino, desde la comparación con el miembro viril
visible. Sin embargo, desde la razón, ninguno de los dos genitales tendrían que tener
diferente valor. Es verdad que son distintos, maravillosamente distintos,
complementarios e iguales en su valor. En el mundo simbolizado no es así. En él se
da una jerarquización aplastante de lo masculino y lo femenino, que nos obliga a una
convivencia dificil en busca de un forzado equi librio entre lo considerado como
superior y como inferior. Es algo improbable de conseguir, más aún cuando se escapa

102
a lo razonable y justo, también a lo consciente y controlable. El precio es la ceguera y
la mudez cómplice, aunque sea inconsciente, lo cual es doloroso para cualquier ser
humano, hombre o mujer, y cobra su tributo al condenar a un atormentado transitar de
ambos sexos.

El cuerpo humano es simbolizado y su traducción real, a veces se reduce a una


metonimia, a una objetivación fetichista sustitutoria. Se intenta escapar de lo carnal,
que, sin embargo, existe y es algo comprobable y palpable. Se sustituye lo mortal, lo
sexual por ideas, imágenes mentales, símbolos en una huida enajenada de la vida y de
la muerte proporcionando un escalofriante espejismo de eternidad. Así, los cuerpos
no son reales, son símbolos, pero se tocan; en el fondo no se aprehenden, huyen, se
escapan al mundo simbolizado, a pesar de estar en el real29. Todo es posible y nada
es real, es un sueño alienado, una pesadilla que puede durar toda la vida, se vive
«como si» se estuviese viviendo.

Claro que todo esto de lo que estamos hablando influye de forma definitiva en la
sexualidad, es decir, en la vivencia de la condición sexual humana. En un orden
social androcentrista, que sigue siendo el nuestro, el sujeto sexual por excelencia es el
varón, y la hembra es su compañera, el objeto de su deseo y la madre de sus hijos. El
protagonista es de sexo masculino y su sexualidad se acepta como la norma. La
femenina se adecúa a la del varón y se mide por sus patrones, e irremediablemente,
sale distorsionada. No hay lugar para ella en este mundo simbolizado y por tanto, no
existe, ya que no es pensable. No tiene identidad propia sino sólo dependiente de otra
que es la norma, a pesar de no poder serlo.

Este estado de cosas conduce a un estudio o análisis equivocado, porque parte de


unas coordenadas erróneas. Así, un pene en erección simboliza y significa excitación,
potencia, etc. ¿Y la excitación femenina? ¿Qué símbolo le corresponde? ¿Cómo se
imagina uno la humidificación de la vagina y la tumefacción de los labios mayores y
menores? ¿No se da? ¿Será que la mujer no se excita? ¿Y las poluciones nocturnas?
¿A lo mejor, las mujeres también tienen sueños eróticos que las excitan, pero cómo se
evidencia esto? ¿Qué ocurre cuando una mujer se excita? No es algo tan visible a
simple vista y es diferente al varón, y no por esto inexistente. Sólo no es tan notorio,
pero se da. En el mundo simbolizado, la sexualidad femenina es la ausente, salvo para
recibir calificativos de incierta, misteriosa, peligrosa y según las épocas, de insaciable
o apocada. La mujer es representada como fuente de placer, depósito reproductivo,
madre, puta, amante... Siempre hay un varón protagonista que le da la definición.

103
¿Y qué sucede con él? ¿Por qué a menudo se contenta con masturbarse en una
vagina anónima? A lo mejor, accede simbólicamente a través de la carnalidad de la
mujer sin nombre, de la Mujer arquetípica sin rostro, a su condición carnal; por un
momento le devuelve a la vida, a la Naturaleza, a la Tierra. Parece algo complicado,
pero se da incluso en cualquier relación consciente, es su cara inconsciente y
escondida. Desde luego hay un fuerte componente mental en todo esto de la vivencia
de la condición sexual humana, y que, a veces, esta vivencia se vuelve enajenada
percibiendo el sujeto a sí mismo y a otro carnal como seres irreales, unos símbolos
que pertenecen al mundo de las ideas. Precisamente, porque somos un cuerpo-mente
integrado y vivo en cada experiencia vital, se entremezclan de forma simultánea las
sensaciones, el mundo simbolizado y las emociones. Todo uno y a la vez. Sólo en
estados alienados de ser, que son más corrientes de lo que uno podría sospechar,
acontece la separación pronunciada de ambos mundos, el simbolizado y el real.

¿Y el placer? También es masculino en el mundo simbolizado. Es más constatable,


centralizado en lo genital, se culmina en la eyaculación orgásmica que es algo obvio e
imaginable. ¿Y el femenino? Es más sutil, descentralizado, no es tan notorio, ni
necesariamente parecido siempre. Los orgasmos femeninos pueden ser diferentes
entre sí, incluso en la misma mujer, y no son tan constatables como los varoniles.
¿Qué equivalencia simbólica tienen? ¿Si no se encuentra un símbolo concreto, es que
no existen?

¿Y el deseo? El ser deseante de toda la vida es el varón. Incluso se sigue


preguntando con insistencia sobre ¿qué desean las mujeres? ¿Desean lo que desea su
compañero deseante? Parece que no, o puede que sí. Pero ¿desean? Seguro, aunque es
una faceta un tanto nueva en su matiz de no silenciada. Por supuesto que todo ser
humano, tanto hombre como mujer, es un ser deseante, pero el deseo femenino era
algo clandestino y no dicho; no estaba bien visto que una mujer fuese deseante. En
este sentido, el intento de comprender de verdad lo que desea una mujer es algo
nuevo.

Quizá, la clave es que el acercamiento a la condición sexual humana ha sido desde


lo masculino preponderante, por eso falta la codificación simbólica ecuánime de lo
femenino; de allí nuestra miseria simbólica y de allí, la violencia simbólica en la cual
estamos inmersos todos, mujeres y hombres, sin darnos cuenta ni controlarla30. Estos
mismos mecanismos actúan en el lenguaje que usamos para entendernos y representar
lo que nos rodea; de él hablaremos en el siguiente capítulo.

104
105
El lenguaje es el punto de articulación del nexo
entre representaciones, subjetividad e ideología. El
lenguaje refleja la realidad social y al mismo tiempo
la crea y la produce, se convierte en el ámbito en el
que la subjetividad toma forma y consistencia, desde
el momento en que el sujeto solamente se puede
expresar dentro del lenguaje y el lenguaje no puede
constituirse sin un sujeto que lo haga existir.

PATRICIA VIOLI,

El infinito singular

9.1. EL LENGUAJE EN LA PERCEPCIÓN Y LA CREACIÓN DE LA REALIDAD

El ser humano, para comunicarse con los demás, utiliza un lenguaje. Éste puede
ser no verbal o bien, verbal. El lenguaje verbal es del que hablaremos en este
capítulo'. Recurrimos a él para dar forma a nuestros pensamientos al traducirlos a un
código lingüístico que sigue unas leyes sintácticas. Así, lo simbólico se transforma en
una serie de signos que significan cosas y que sirven para que nos comuni quemos y
nos entendamos al hacerlo. En ese proceso, el pensamiento sufre unos cambios al
acomodarse al lenguaje, al código transcriptivo que le da forma; no es una mera
expresión, sino una transformación que sigue unas leyes propias de ese nivel verbal.

El lenguaje ayuda a proyectarnos más allá de nuestra piel, verbalizar lo que


sentimos y vivimos, cruzar el espacio-tiempo e incluso, la realidad; va más allá de la
naturaleza y de lo físico. De esta manera, lo que no se da en la realidad, lo que no
tiene cabida en el mundo real, al ser imaginable y al tener un nombre que le lanza a la
existencia, de alguna forma cobra vida, ya que al nombrar se crea. Así tenemos todo
un mundo propio de Fantasía que, para algunos, es más real que la realidad misma.
En cierto modo el lenguaje trasciende la realidad. Pertenece a otro nivel ulterior, a un
mundo propio independiente, que se rige por normas aparte que le caracterizan;
trasciende lo temporal y lo dado, lo corpóreo y el presente2.

Para transcribir nuestros pensamientos y experiencias manejamos unas estructuras

106
lingüísticas que son las palabras y que, al juntarse unas con otras de una forma
determinada, construyen frases. Este proceso se rige por unas leyes sintácticas que,
para bien o para mal, son de una manera y no de otra, y configuran un marco
referencial lingüístico que posibilita un concreto transitar por él. Así, el lenguaje se
convierte en un potente y definitivo filtro para percibir el mundo. De forma aplastante
y «natural», no forzada, sin que seamos conscientes de este mecanismo, nos
preprograma para ver unas cosas y no otras, para pensar y sentir de una manera y no
de otra. También, hace que nuestra visión de la realidad sea concordante con el
momento y lugar en que nos encontremos, a pesar de poder trascenderlo3. Por tanto,
el lenguaje no sólo refleja la realidad sino que, a la vez, la determina, la crea y la
perpetúa. Es todo una relación circular, ya que las estructuras lingüísticas no son
realmente autónomas, sino que existen en el contexto dado de una realidad concreta y
no otra. Se han ido formando en el sedimentar histórico del tiempo a lo largo de los
milenios de la evolución humana.

Las palabras son signos lingüísticos y como dice Saussure, «todos los signos
lingüísticos tienen dos componentes, el significante y el sig nificado. El significante
es el símbolo escrito o sonido, el componente material del signo. El significado es lo
que nos viene a la mente cuando vemos u oímos el significante. El significado no es
meramente lo mismo que el referente real, porque «lo que viene a la mente» depende
de una serie de circunstancias ajenas al objeto real, y eso es lo que hace que la
realidad lingüística sea tan fascinante»4. El significado de una palabra se ha ido
formando a lo largo de los tiempos. Es en parte perteneciente a la palabra misma,
pero, a la vez tiene matices atribuibles al que la use, porque siempre se mezcla una
pizca de emotividad del sujeto hablante que le da un color particular. Así que, el
significado depende del contexto en que la palabra es dicha y del estado emocional y
evolutivo en que se encuentra el que la evoca, ya que puede hacerla relativa a
distintos referentes según el contexto en que la sitúe.

Por otra parte, los signos lingüísticos no son algo estático y tanto sus referentes
como sus significados están en constante evolución y cambio. Algunas palabras
mueren y otras nacen. Otras, se usan para nuevas aplicaciones, luego, su significado y
sus referentes se amplían. El cambio de la realidad hace que evolucione el lenguaje y
éste, a su vez, influye en su desarrollo. El lenguaje verbal es un legado de
generaciones pasadas, el resultado histórico del evolucionar humano que sigue su
curso. Al mismo tiempo, es algo vivo y dinámico, en constante evolución y creación.
Las palabras significan y evocan. Hacen de nexo entre el individuo y lo que le rodea,

107
entre el sujeto y los otros, entre el tiempo presente y el pasado. Relacionan al ser
humano con los que le han precedido a lo largo de los milenios de la Humanidad'.
Asimismo, condicionan el futuro. Son importantes y encierran un gran poder en sí
mismas.

Las palabras contienen una considerable carga emocional que cristaliza en su


significado, lo impregna, y nos influye al evocar sus referentes. Este bagaje
emocional se ha ido almacenando biográficamente en nuestro caminar como especie
y como sujeto. No es algo que se percibe conscientemente por el individuo, pero sí le
condiciona en su hablar y en su vivir, le induce a sentir y a pensar de una forma
determinada. Es un mecanismo subliminal muy potente que actúa, sin ningún control
por parte del sujeto, apoyándose en unas disposiciones registradas e incorporadas en
el mismo lenguaje, las cuales sirven de disparadores, es decir, operan con un gasto
extremadamente bajo de energía y máxima eficiencia. Su trabajo es tenaz, insidioso e
imperceptible a simple vista. Así, las palabras convencen y disuaden, seducen y
desalientan. Lo hacen gracias a su carga emocional, no de forma racional, lo cual
escapa al control consciente. Sólo el detenerse y analizar cómo funciona su poder, lo
vuelve visible. Aún así, es muy dificil librarse de su aplastante fuerza, porque usamos
el lenguaje que usamos y nos encontramos en un marco referencial que determina el
movimiento en él,1 nos guste o no, es el resultado histórico de nuestra vida como
especie.

Las palabras nos son legadas del pasado y gracias al lenguaje verbal podemos
preservar una memoria que nos lleva hasta la noche de los tiempos. De esta forma, la
especie humana es consciente de su vivir histórico y va evolucionando sin partir cada
vez de cero7. El lenguaje verbal hace de nexo entre las generaciones, trasciende el
tiempo conectando el presente con el pasado y con el futuro. Gracias a él, nuestro
pasado como especie se vuelve consciente y lo podemos conocer. Existe una
continuidad cultural que descansa en las numerosas lenguas que usan distintos
pueblos, pero más allá de la diferencia subyace una base común que es característica
a la especie humana y es el lenguaje verbal.

Ya dijimos que el lenguaje configura, en cierto modo, un nivel mental propio al


transcribir lo que pensamos, creemos, sentimos y experimentamos. En ese proceso se
da una transformación de lo aprehendido, de lo vivido, de manera que existe una
diferencia entre lo dicho y lo sentido. Por muy bien que se maneje un idioma, es
imposible expresar exactamente con palabras una experiencia o un sentimiento.

108
Además, nuestro lenguaje suscribe una lógica dualista en la que no caben términos
que «son» y que «no son» al mismo tiempo. Sin embargo, en la vida real se dan estas
vivencias. Se puede sentir a la vez alegría y tristeza que se entremezclan dando «un
no se qué» que estremece y conmueve; uno puede moverse y al mismo tiempo estar
quieto; y las superficies visibles tienen sus profundidades internas simultáneas no
visibles y que desconciertan al ser ignoradas. Algo que parece ser, no es, y así
podríamos seguir hasta el infinito.

Para subsanar en parte esta limitación se recurre a figuras discursivas como la


metáfora, metonimia y sinécdoque8. La metáfora está basada en una comparación y
búsqueda de una individualidad similar, evoca lo similar en lo diferente. La
metonimia se basa en una comunión similar, evoca la comunión de lo diferente. La
sinécdoque, en sustituir totalidades por partes o viceversa, evoca plenitud o totalidad.
Las tres figuras son fundamentales en el lenguaje verbal e intervienen en el proceso
primario de cognición9. Asimismo, se usan para poder aproximarse mejor a la
experiencia o vivencia de la realidad. Conectan ésta, su representación mental y su
transcripción en palabras.

Los seres humanos son sociales y conviven en grupos más o menos extensos que
van constituyendo sociedades cohesionadas por unos valores, creencias, leyes y
simbolismos comunes. Cada sociedad tiene una cultura propia que, a su vez, puede
integrarse en un conjunto mayor. Por ejemplo, la sociedad española presenta una
cultura que la caracteriza, que pertenece a la cultura mediterránea, hispana y
occidental... Es una relación sistémica en la que unidades más pequeñas se engloban
en otras mayores, más amplias. De la misma manera sucede con el lenguaje verbal y
las distintas lenguas y dialectos. Todos forman parte de otras partes mayores, desde el
habla de cada sujeto, hasta el lenguaje verbal de la especie humana. Son como
círculos con céntricos que engloban y trascienden a los más pequeños y reducidos.
Todos son importantes en esta dinámica cadena en constante evolución y creación.

A,su vez, toda cultura es transmitida por una lengua que la refleja y la perpetúa, y
ésta va cambiando a la par que la sociedad que la utiliza para la comunicación entre
los individuos que la integran. Esta lengua se hereda históricamente y marca el vivir
de la sociedad cultural que la maneja, posibilita una serie de pensamientos y otros no,
una serie de sentimientos y no otros, y por tanto, unas experiencias sí y otras no. No
nos olvidemos que el lenguaje es un potente filtro vital y que, lo que no tiene nombre
es como si no existiera. Así, cada sociedad, a través del lenguaje verbal y sin

109
intención aparente, introyecta en sus miembros un sistema ideológico que le es propio
y que preprograma la adaptación del sujeto a la colectividad en la que vive, ya que le
aporta un marco referencial cultural por el que puede transitar. Dicha adaptación es
reforzada de múltiples maneras a lo largo de la vida de cada individuo. No es algo
necesariamente malo o bueno, sino que es así como acontece la socialización
profunda e inconsciente del sujeto, al empezar éste a hablarlo

Por supuesto, este sistema ideológico que refleja el lenguaje tiene que tener
sentido y servir para que los individuos puedan explicarse la realidad que les rodea y
a sí mismos; les socializa y adapta a la sociedad en la que viven. Sirve de nexo entre
lo subjetivo y lo colectivo, y es una conexión ideológica reforzada por la emotividad
subliminal que encierran en sí las palabras que usamos. El lenguaje refleja la realidad
social y, a la vez, la va creando. A través de él, la subjetividad del individuo se
incrusta en la colectividad, ya que, como en cualquier proceso de creación, la persona
que habla y escribe le da nuevas y particulares connotaciones al lenguaje que utiliza;
en lo creado se une con el resto del mundo.

El individuo se relaciona con los otros a través del lenguaje y éste, con sus códigos
sociales implícitos, va influyendo en la creación simbó lica individual, la cual le
identifica como sujeto perteneciente a un tipo determinado de sociedad y no otro.
Estructura sus valores y creencias, e incluso, su modo de pensar; le marca ética,
estética y cognitivamente. Así, lo colectivo impregna lo individual. Es una
interdependencia recíproca y simultánea en una interrelación formativa circular.

9.2. LA DIFERENCIA DE LOS SEXOS EN EL LENGUAJE

El lenguaje transcribe en su estructura los discursos simbólicos dualistas


adoptando un sistema de categorías binarias. Refleja el mundo simbolizado individual
y colectivo, y, como éste, también es sexuado. Es utilizado para la expresión y
comunicación por los sujetos que pueden ser de sexo femenino o masculino, y sólo
existen estos dos modos de ser humano, mujer u hombre. Éstos, al usar el lenguaje,
producen un habla propia, lo emplean de forma un tanto diferente, estableciendo una
relación con él. Queramos o no, el partir de ser mujer no es igual que de ser hombre.
La diferencia sexual, además de influir en nuestra percepción de la realidad y su
representación simbólica, condiciona la codificación lingüística y su manejo.

En el lenguaje, lo femenino y lo masculino se transforma en géneros y se


simboliza constantemente de manera implícita". Así, el significado de una palabra

110
concreta evoca un referente que es impregnado simbólica, y por tanto a menudo,
inconscientemente de lo «femenino» o de lo «masculino». No olvidemos que las
palabras contienen una carga emocional y tratándose de lo sexual, ésta suele
intensificarse. El uso del lenguaje conlleva en sí mismo la lectura de la diferencia
sexual y el trabajo que ejecuta lo inscrito en el orden lingüístico es persistente,
repetitivo y difícil de controlar por llevarse a cabo de forma subliminal y penetrar
directamente en el inconsciente del sujeto. Determina una lectura de la realidad y no
otra, y adecúa al individuo al socializarlo a la condición colectiva de mujer u hombre
y a que, de manera «natural», adopte lo que conlleva ésta; se vaya adaptando al
estereotipo que le corresponde al vivir en la sociedad en la que vive12. El ser humano
va creciendo y creándose en el manejo del lenguaje con sus códigos sociales
implícitos y va formando la imagen de sí mismo. En el lenguaje se codifican las
representaciones colectivas de lo «femenino» y de lo «masculino», y los sujetos
sexuados las reproducen inconscientemente en la construcción de sí mismos y de la
imagen que tienen de sí mismos.

Siguiendo la lógica de un sistema de categorías binarias, un término no puede


definirse por sí sólo, sino al contraponerlo con su opuesto. Lo masculino existe en
tanto en cuanto se da lo femenino, que es su opuesto, y viceversa. Pero si tenemos en
cuenta que el que ostenta el poder da nombre a las cosas y las define desde sí mismo,
y que en las sociedades patriarcales es el hombre quien sustenta el poder y nombra las
cosas, esta interrelación, en un principio recíproca, pasa a ser desigual o jerárquica.
Así, lo «masculino» es privilegiado y lo «femenino» se convierte en algo que le sirve
para completar su definición por negación, es decir, a tener sentido de ser en tanto en
cuanto sirve a otro para ser. Lo «femenino» pierde su definición propia y lleva
implícita en sí la doble negación, la de la imposibilidad de ser y la de no ser
«masculino».

Además, la lingüística, que refleja nuestra realidad humana, opta habitualmente


por la forma masculina para el género primario, utilizando la femenina como opuesta,
secundaria o derivada. Por tanto, el género masculino cumple una doble función y es
la de servir para designar lo masculino y lo genérico universal humano; es decir, el
«ser humano» es masculino, la figura que evocamos al buscar un referente mental
para esta palabra es la masculina 13. De esta forma se crea un vacío identificatorio
subliminal para la mujer, que para considerarse «humana» es obligada
inconscientemente a recurrir a la evocación de un varón y a compararse con él en el
proceso cognitivo de identificación analógica, lo cual no deja de ser un «choque»,

111
una violencia incontrolable que se ejecuta sin fin en el uso del lenguaje. La forma
genérica masculina, queramos o no, de manera no consciente, no percibida, conduce a
la mujer a una sinrazón o incongruencia continua. Constantemente tiene que negar
sus particularidades de sujeto sexuado y sexual autónomo para concluir que es de
género humanola

Por supuesto, esta «operación» reiterativa y no consciente cobra su precio en la


formación de cada sujeto sexuado y, como es obvio, partir de ser «varón» no es lo
mismo, ni tiene el mismo peso ideológico, que de ser «hembra» humana. Ya vimos
que el lenguaje es un potente instrumento en la socialización profunda de los
individuos incidiendo de lleno en el proceso formativo del ser humano y en su
crecimiento. Como el principio desfavorable contra lo «femenino» se hilvana
subliminalmente en el lenguaje verbal, formado en el transcurso de los milenios de la
andadura de la Humanidad, y que refleja la realidad de los sujetos, pero, a su vez, la
crea y la perpetúa, la autorrealización de un sujeto sexuado «mujer» se ve
obstaculizada de antemano. Pero, afortunadamente, el lenguaje, como la realidad y
como los sujetos que viven y lo hablan, va evolucionando poco a poco; es una
relación circular y dinámica de interconexión recíproca. La presencia pública de la
mujer ya es más notoria y tiene voz propia y cosas que decir. El lenguaje se va
adaptando lentamente a estos hechos y sus formas se van cambiandols

Sin embargo, hoy por hoy, seguimos conviviendo en sociedades patriarcales,


algunas más o menos suavizadas y otras, duras y rígidas. El lenguaje verbal, como un
instrumento primario de socialización, es poseedor de un sistema ideológico concreto
que es propio a la sociedad en que se usa. En el orden patriarcal, expresa siempre el
poder masculino y subyuga lo «femenino», se convierte en un sistema de categorías
binarias ideológicamente jerarquizado. Este principio se manifiesta en todo lo que nos
rodea, y en nosotros mismos, en nuestra formación como individuos sociales con su
aplastante fuerza simbólica subliminal. Nos desenvolvemos en este marco referencial
valorativo que nos condena a ser, a pensar, a sentir y a vivir de una forma
determinada y no de otra. La desigualdad ideológica y social entre los sexos se
codifica en el idioma en que hablamos y nos lleva, en cierto modo, a seguir inmersos
en ella, contribuyendo con nuestro hacer a su perpetuación, a pesar de no ser algo
consciente o voluntario, es más, a menudo en contra de opiniones propias opuestas a
lo establecido. Es la violencia simbólica que se hilvana en nuestro sistema
lingüísticolb

112
Son los hombres los que han dado nombre a las cosas desde su condición
masculina, desde su subjetividad que ha querido reflejar la realidad de ambos sexos,
tarea que, por de pronto, es compleja. Hay vivencias, pensamientos, percepciones que
pertenecen sólo al ser mujer y que, por tanto, no tienen traducción lingüística clara en
el lenguaje. A veces, faltan las palabras para traducir la realidad vivida por las
mujeres y eso les lleva a una ambigüedad existencial al no poder ser verbalizada, al
no tener nombre y, por ende, quedarse en un espacio marginal, no racional, tan
característico históricamente de la mujer. Cuando faltan las palabras para traducir las
vivencias que, además no coinciden con las otras que se suponen reconocidas como
«adecuadas» y valoradas en el orden establecido, las mujeres no pueden más que, de
forma no consciente, sentir o percibir que hay algo «malo» o equivocado en su
interior; están condenadas a una clandestinidad interiorizada, a una sinrazón implícita
y muda.

Además de esta carencia, el lenguaje, en múltiples giros y frases hechas,


calificativos, comparaciones, adjetivos que refuerzan el sentido y dichos de
«sabiduría popular», traduce lo valorado de lo «masculino» y lo ausente o
desprestigiado de lo «femenino». ¿Quién desearía nacer mujer en un régimen
patriarcal duro y rígido que la condena a ser tratada peor que un perro sólo por ser de
sexo femenino?

No quisiera contribuir a la victimización de la mujer con todo lo expuesto. No es


mi intención ni objetivo. Los dos sexos han sido vícti mas y presos de una relación
miserable entre ellos, pero eso sí, de forma claramente diferente. No es lo mismo
morir lapidada por adulterio o asesinada por nacer niña que ejecutar el crimen
considerándolo como algo «normal» y «justo». Hay que ser una caricatura
distorsionada y atroz de ser humano para ser capaz de hacerlo y seguir adelante. Eso
denota un desarrollo personal muy primitivo en el que no se valora la vida ajena, no
se reconoce en el otro y, por tanto, en sí mismo al sujeto existente único e irrepetible,
y con todos sus derechos de vivir y de realizarse. Correspondería al nivel evolutivo
mítico de la conciencia, es decir, correlativo a la Prehistoria remota de la Humanidad.

A pesar de los pesares, nuestra realidad se va cambiando y, quizá, seamos unos


testigos privilegiados de una de las transformaciones más radicales, prometedoras y
constructivas de la realidad sexual de los individuos, fundada en la aparición de dos
sexos reales y soberanos, que son ambos sujetos con una identidad sexual fuerte e
igualmente válida, y que recurren a una estilística relacional que no se basa en el

113
dominio y posesión sino en el placer profundo de estar juntos, de conocerse e ir
descubriéndose y formándose en su mutuo interactuar.

9.3. EL LENGUAJE Y LA CONDICIÓN SEXUAL HUMANA

El lenguaje es nuestro instrumento para la interpretación de la realidad, para la


socialización propia y ajena, y la comunicación con los otros e incluso con nosotros
mismos en ese diálogo interno no pronunciado. Cuando decimos lo que es una cosa,
cuando la nombramos, la identificamos con una clase por comparación y analogía
con unas similares, y separación de otras que no lo son. Cada palabra tiene un
referente mental simbolizado que evocamos de forma automática al formularla. El
lenguaje traduce en palabras lo simbólico y también, lo experiencial, le sirve de nexo
para ser exteriorizado al ser dicho o nombrado, y así, poder transformarse en algo
consciente y entendido.

El lenguaje verbal es el lugar donde, bajo forma de códigos sociales se organiza la


creación simbólica individual y la colectiva, y el individuo se va moldeando como tal
y como miembro de la sociedad en la que vive. También construye la imagen de sí
mismo y le da nombres ya existentes a su experiencia. Todo lo cual determina las
posibilidades de sentir, de ser y de actuar de una manera y no de otra. No se puede
entender o hacer consciente algo que no tiene nombre. No se puede sentir algo que no
tiene nombre que le dé un significado, o si se siente, no se puede traducir en palabras.
Es complejo explicar o comunicar lo sentido y experimentado. Sigue perteneciendo a
un mundo íntimo, a menudo clandestino, confuso y un tanto incongruente. Es dificil
describir con exactitud todo un crisol de matices y sensaciones de un sentimiento, de
una vivencia. ¿Cómo traduces en palabras la mágica riqueza de lo que se siente al
fundirse en el mirar con unos ojos enamorados? ¿Cómo describir el enorme goce y
honda belleza de un beso sentido y deseado?"

Heredamos un lenguaje producido por una codificación del mundo percibido e


imaginado sobre todo por un sujeto masculino, donde lo «femenino» es algo colateral
y secundario, lo «otro» complementario y derivado; no olvidemos, construido por un
varón desde su condición como tal, con sus deseos y angustias. Esta asimetría
jerárquica entre los sexos conduce a la exclusión de la mujer como sujeto creador del
orden simbólico y lingüístico, tiende a convertirla en objeto en un sistema en el que el
sujeto es de sexo masculino. No es que los hombres tengan mala fe, sino que están
también condenados al mismo orden de cosas en que la dignidad humana es mutilada
por ser sexual.

114
Los dos sexos son sujetos hablantes, pero su relación no consciente con el lenguaje
es diferente. En el caso de las mujeres existe una tensión o violencia al no reflejar las
palabras su mundo y al llevar consigo un mensaje subliminal de su inferioridad y su
desventaja existencial constante18. Los estereotipos femenino y masculino se van
formulando en el lenguaje, y el individuo sexual, al ser socializado en su uso, se va
adecuando poco a poco a lo que se espera de él por ser del sexo que es. Los
estereotipos se componen de creencias, expectativas e «ideales», que, además de ser
descriptivos, son prescriptivos porque llegan a ser algo consustancial al hecho de ser
hombre o mujer, y las personas lo van reproduciendo en su formación como sujetos
sexuados. Como sostenía Lacan, el sujeto humano se estructura en y por el lenguaje.
Va adquiriendo su identidad sexual al entrar en el orden simbólico del lenguaje y
socializarse19

Á través del lenguaje, con el «¡no!» y el «¡sí!», el sujeto en formación empieza a


moverse en el ámbito de prohibición-permiso, en un discurso de poder y dominio que
puede provenir en un principio del exterior, y luego, ser interiorizado y ejercer su
acción desde el mismo interior del individuo. Con el «¡no!» se va reprimiendo al
individuo en su proceso de socialización; pero eso no es necesariamente malo, ya que
vivimos en comunidad y tenemos que respetar unas reglas de convivencia. Se
convierte en nocivo cuando se da una represión excesiva y en realidad, inútil e
innecesaria, que impide al individuo alcanzar un bienestar interno y que le precipita a
una situación de tensión mantenida en un esfuerzo constante de lucha consigo mismo,
le lleva a una vivencia enajenada de sí mismo.

Nuestro cuerpo, es decir, nosotros, somos lenguaje y un componente importante de


éste, es el lenguaje verbal. Así que, nosotros, como seres corpóreos sexuados y
sexuales nos codificamos en él, es un poderoso instrumento en nuestra socialización y
formación como sujetos. Somos verbo hecho presencia, una perfecta comunión de
«naturaleza» y «cultura», todo uno y a la vez, difícilmente separable, salvo en el
proceso cognitivo de concentración analítica y reducción forzada. Pero al extrapolar
una conclusión en el estudio de una «parte», que ni siquiera existe como tal, a un
todo, sin pretenderlo, se distorsiona y se comete un sesgo cognitivo que se arrastra a
lo largo de todo el proceso analítico produciendo resultados equivocados. El lenguaje
traduce el dualismo del paradigma vigente del ser humano y el cuerpo es codificado
como carne sólo carne, y la mente tiene su universo aparte. Es muy complicado
formular o comunicar otros conceptos con la terminología establecida, que supone
que cuando uses la palabra «cuerpo» el que la reciba, evoque, generalmente, y sin

115
querer, «carne sólo carne».

En este trabajo, se pretende reflejar otra realidad, otro paradigma no-dual, pero el
uso de términos ya existentes con sus referentes que le dan significados ya
aprendidos, entorpece este objetivo. Para entendernos, usamos el lenguaje que
tenemos, aunque suponga una violencia simbólica al faltar las palabras que traduzcan
conceptos o realidades nuevos y, por tanto, son difíciles de transmitir. Existe el
peligro de caer en la torpeza de algún desliz involuntario de comunicación de un
sentido que no se quiere dar a lo dicho y expuesto. A pesar de estar atentos e ir con
mucho cuidado, seguro que alguno se cometerá, porque tenemos la socialización
propia de las sociedades en las que nos hemos formado y usamos el lenguaje que
heredamos de otras generaciones.

Como ya se ha dicho, en nuestro idioma la forma genérica para designar al ser


humano es la masculina. Eso conduce a que se evoque un cuerpo de varón al recurrir
al referente corpóreo humano, y nos introducimos de lleno en el mundo de los
simbolismos corpóreos profundos en que se da un choque constante y no consciente
entre lo «femenino» y lo «humano» que es «masculino» 20.

El que da nombre a las cosas y las identifica desde sí mismo construyendo una
realidad concreta y no otra, asimismo posible, ha sido históricamente el hombre. La
mujer también ha coparticipado en la creación de nuestro mundo, pero desde su
clandestinidad doméstica e influencia privada encubierta. El que ha tenido voz y voto
activo hasta hace poco ha sido el varón, nos guste o no este hecho. La mujer le ha
manejado y utilizado de manera diferente a como él hacía con ella. Ambos sexos se
han desenvuelto en una escenificación relacional un tanto asfixiante, aunque tuviese
sus «momentos de gloria».

Así que, el autor más notorio de las verdades sobre el cuerpo sexuado y la
sexualidad (que es la vivencia de la condición sexual humana) ha sido el macho de la
especie y lo ha edificado desde sí mismo introduciendo un sesgo de lo «masculino»,
mantenido y artificialmente aplicado para ambos sexos. Todo esto se ha reflejado con
mucha fuerza en el estudio de la sexualidad, en el que, hasta hace unas décadas, el
sujeto protagonista ha sido el varón y su compañera fue algo complementario,
secundario e inexplicable.

La sexualidad es la vivencia de ser sexuado y como tal, es dificil de reflejar con


las palabras. No es sólo conducta - lo que se hace-, que es lo objetivable y

116
constatable, sino lo que se siente, se piensa, se desea, se sueña, lo que conmueve,
estremece y turba al hacerlo, y que va modulando al sujeto sexuado en su vivir
biográfico. Todo lo externo tiene su correspondiente interno. La sexualidad es
experiencial siempre, aunque no se constate ninguna conducta. Un recuerdo, una
escenificación mental puede erizar la piel a pesar de que el individuo no se mueva, ni,
aparentemente, haga nada. Sin embargo, le va constituyendo y formando en su
continuidad vivencial, pasando a ser parte de su bagaje biográfico vital.

Las experiencias presentan ese mundo de emotividad difícilmente traducible en


palabras. Una sensación, un sentimiento desencadenan todo un abanico de
pensamientos, recuerdos queridos o no, asociaciones, miedos y esperanzas, que de
forma instantánea y fugaz se encienden en nuestro interior y no nos da ni tiempo de
encontrarles palabras que les hagan inteligibles y conscientes. Sólo si se detiene en
desmenuzar una sensación cabe aproximarse, nada más, a lo experimentado en un
instante vivido, en esa partícula del eterno ahora.

Para subsanar de alguna manera esta «limitación» lingüística se recurre a figuras


discursivas como la metáfora, la metonimia y la sinécdoque, que dan más juego para
transmitir lo no traducible en palabras, porque sirven de nexo entre el mundo
simbolizado y las operaciones cognitivas primarias y, a menudo, no conscientes.
Evocan la similitud, la comunión y la totalidad. Desencadenan por sí solas esa mezcla
sutil entre lo cognitivo, lo simbólico y lo emotivo, y aunque sí es verdad que todas las
palabras lo hacen con mayor o menor éxito, estas figuras discursivas lo ejecutan con
intensidad amplificada, lo cual es muy adecuado en el terreno sexual por su dramática
importancia para el sujeto. De ahí su frecuente uso en este campo, porque las
palabras, a pesar de tener sus referentes reales y simbólicos, no son suficientes para
transmitir lo sentido o experimentado21.

Asimismo, se puede constatar en el lenguaje verbal «una tendencia a llenar de


simbolizaciones sexuales los elementos naturales de la experiencia»22. Es algo
lógico, porque el sujeto que crea el lenguaje y lo habla es humano y, por tanto,
sexuado y sexual. Mira e imagina el Universo desde sí mismo, proyecta en las cosas
que percibe su mundo interior, sus miedos y deseos, lo que es importante e
inquietante para él, y así lo va procesando; lo externo y lo interno se incrustan en lo
relacional creativo mutuo.

La dificultad de comunicar lo vivencial se agranda más aún porque las


experiencias son de cada individuo concreto y aunque tengan un referente colectivo,

117
éste sirve, sólo en parte, para transmitir un significado personal en la comunicación
con otros y consigo mismo. Así, lo que se quiere decir, a menudo, no es lo que se
entiende, y lo que uno espera como algo placentero y realizador, puede que no lo sea
para él. Lo que uno dice al decir «te amo» a lo mejor no corresponde a lo que
entiende su receptor al oírlo23. Las palabras no bastan para comunicar los
sentimientos y, a menudo, inducen a error. El orden lingüístico es distinto al mundo
emocional, sus reglas no se ajustan para poder traducir la rica multitud simultánea del
universo interno del sujeto humano sexual. Se da una «limitación» verbal que no
llega a reflejar la realidad en su fluir continuo.

Resumiendo, el uso del lenguaje para traducir y codificar la condición sexual


humana, cuanto menos, es complejo. En este terreno se tropieza constantemente con
la carencia o limitación lingüística para transmitir lo emocional y experiencial.
Asimismo, existe demasiado silencio cómplice, griterío desmesurado de proezas
jactanciosas, como si se tratase de vencer una dificil prueba impuesta, vulgarización
chistosa de lo bello, lo trascendente y hondamente humano en una carrera acelerada
hacia la denigración y enajenación de uno mismo y de los otros. ¿Tanto miedo da el
sexo que ni siquiera es nombrable sin distorsionarlo ni reducirlo a una atroz
caricatura de sí mismo? ¿Es necesario o constructivo cargar lo sexual con
connotaciones peyorativas, sobre todo referidas al sexo femenino? ¿Nos aporta
beneficios? ¿Nos hace ser más auténticos, más humanos? ¿Nos ayuda a comunicarnos
para convivir mejor? No parece.

Y sin embargo, la condición sexual humana es de una belleza y hondura


inconmensurables. Ni la catedral más hermosa podría igualarse al multidimensional
universo humano, a su cuerpo que es todo uno y a la vez, carne espiritual sintiente y
pensante, espíritu corpóreo que siente y piensa, que vive en su conmovedora
vulnerabilidad su irrepetible historia personal y que sueña en el fluir de su eterno
ahora. Ojalá podamos reflejar en el uso del lenguaje o, siquiera, aproximarnos a este
infinito sexual nuestro, tan hermoso y único en su humanidad.

118
El sexo, como el ser humano, es contextual. Los
intentos de aislarlo de su medio discursivo,
socialmente determinado, están condenados al
fracaso.

THOMAS LAQUEUR,

La construcción del sexo

10.1. EL MARCO REFERENCIAL DE LOS DOS SEXOS

¿De dónde partimos? Hagámoslo, como siempre, desde el sujeto corpóreo sexuado
que siente, piensa y que convive con otros en un entorno dado, en un momento
histórico concreto, que determina su ser y su estar. Este ser humano, mujer u hombre,
se encuentra en un estado evolutivo al que corresponde un nivel de conciencia
correlativo que, por supuesto, le marca y le posibilita ver, descubrir y crear unos
mundos y no otros alrededor de sí. Asimismo, su capacidad cognitiva, su concepción
acerca de las cosas, de la vida y de sí mismo, sus deseos, miedos y necesidades son
propias del nivel de maduración que detenta. Cuando éste cambia, emergen nuevos
mundos con sus correspondientes formas de individualidad, valores, ocupaciones,
acciones, relaciones y vivencias. La persona capta, selecciona y responde a estímulos
que antes no distinguía o no hacía sobresalir de otros, porque no eran significativos
para ella. La transformación o el crecimiento personal revela nuevas realidades, que
anteriormente también eran posibles, pero al no tener sentido para el individuo
permanecían sin emerger de lo no manifiesto.

El ser humano construye su mundo con un sentido ideológico ya introyectado en


su socialización, con un orden simbólico que hereda de otros y con un lenguaje que
aprende desde que empieza a hablar, y que le hace de filtro perceptivo inconsciente,
le ayuda a seleccionar, organizar y dar nombre a lo que le rodea. La persona registra y
responde sólo a lo que tiene sentido para ella, a lo que está capacitada de reaccionar
para seguir su lógico devenir biográfico. Existe una continuidad vivencial del sujeto
que se va creando en cada instante vivido y va completando su historia personal en su
eterno ahora.

119
El ser humano siente y razona, interactúa con los demás y con lo que le rodea de
forma sentimental y coherente con su mundo propio interiorizado. Éste está poblado
de creencias que inducen expectativas; es siempre intencional. Así se completa un
círculo de interacción mutua en que el individuo es incluido en la realidad;
simultáneamente está dentro de ella y fuera, ya que es el sujeto existente activo que
forma parte de ella, la observa y crea su mundo, pero que, a la vez, éste le va creando
como sujeto. Lo activo y lo pasivo, el sujeto y el objeto se funden en el proceso
creativo interrelacionall. La creación tiene lugar en cada instante vivido, es un fluir
continuo en el que el individuo es importante en tanto que es el autor de su realidad.

La realidad de las cosas depende de las creencias al actuar éstas como filtros
perceptivos muy potentes. Interpretamos los hechos de acuerdo a lo que creemos,
pensamos, sentimos, a lo que somos en definitiva; y lo que concluimos mantiene y
refuerza nuestras creencias al recurrir a ellas en el proceso hermenéutico. Las
creencias posibilitan que sucedan unas cosas y no otras, son prescriptivas. Irrumpen
con fuerza en la dimensión temporal ya que marcan estrategias y planes de actuación,
influyen en actitudes y, por tanto, inciden no sólo en el presente, sino también en el
futuro. Determinan nuestros esquemas de percepción y nuestras inclinaciones a
admirar, a respetar y a crear unas realidades y no otras.

Las cosas y los hechos se dan en contextos concretos, que les aportan un sentido
correlativo al marco referencial en que se les sitúa. Las creencias forman parte de ese
marco del que partimos en el proceso interpretativo, porque no sólo somos seres
pensantes, sino, a la vez, sentimentales. Las ideas conllevan una carga emotiva al ser
articuladas en el lenguaje verbal, ya que las palabras que usamos también la
sustentan. Los pensamientos, las creencias construyen realidades en tanto en cuanto
son propias al ser humano que va creando su mundo en concordancia a sí mismo.

Los contextos son parte de otros mayores que, a su vez, son parte de otros, y a
menudo, al situar las cosas en otros contextos más amplios, cambia su significado o
sentido. Cuando se reubican los hechos en marcos referenciales diferentes varía su
significado y su realidad cambia. La forma de pensar sobre el mundo crea realidades
diferentes y el sujeto se desenvuelve en ellas sin darse cuenta de que una vez que se
construye una determinada descripción de la realidad, su proceder queda circunscrito
a esa descripción que pasa a formar parte de su marco referencial y crea un espacio
por el que se transita2. Se modela una realidad correlativa a ese marco referencial,
que podría ser otra si las premisas de las que se partiera fuesen diferentes.

120
Él sistema perceptivo social, que el individuo incorpora en su socialización, le
preprograma a percibir su realidad de una forma dada, y lo aplica a todas las cosas del
mundo, le adecúa eficazmente a su entorno y lo hace de manera no consciente, sin
control por parte de la persona. Al mismo tiempo, le va configurando como sujeto en
el interactuar con esa realidad cuya tendencia natural es la de autoperpetuación, ya
que le da sentido al individuo que transita por ella; es una interdependencia mutua en
la que se funde el ser y el hacer en un marco referencial determinado, que va
construyendo al sujeto que se mueve en él y, a la vez, éste crea su realidad en la que
encuentra sentido3.

Cabe concluir que lo experimentado o lo visto es siempre correlativo a un sujeto


concreto, y no deja de ser algo subjetivo y parcial. El mundo es más rico que las ideas
o las experiencias que tenemos de él. El individuo que observa y que vive se
encuentra en un nivel de desarrollo dado, que le aporta una visión del mundo
correspondiente a su estado de crecimiento. Además, vive en un momento histórico y
en un lugar, que a su vez, influyen en su manera de acercarse a lo que le rodea. Su
sociedad con su cultura le marca profundamente. No es pensable un ser humano fuera
del contexto de sus semejantes, aislado de los otros, y tampoco se puede olvidar del
individuo al hablar de la sociedad.

Sin embargo, la existencia de la verdad de las cosas no es invalidada por los


distintos contextos en que se encuentran, sólo que es dificil de conocer y en todo
caso, son los contextos los que la sitúan. Lo que se va experimentando está muy
influenciado por las expectativas que acompañan a las creencias de cada momento
histórico, por eso son prescriptivas, porque hacen emerger unas realidades y no otras.
Todo esto complica el proceso cognitivo de búsqueda de la verdad, ya que «cualquier
verdad relativa al ser hecha absoluta se contradice y se deconstruye a sí misma»4. Lo
observado o lo experimentado sólo tiene sentido en el contexto en que se ha
producido y es complejo usarlo para extrapolaciones o generalizaciones. El
pensamiento inductivo, que consiste en la formulación de leyes generales basándose
en numerosos ejemplos concretos, queda así dificultado. A su vez, el deductivo sólo
es válido si las premisas de las que se parte son correctas, y éstas siempre son
relativas a contextos que pertenecen a marcos referenciales distintos.

Quizá, la solución es no destacar tanto el conocimiento fundado en el


pensamiento, sino aunarlo con el conocimiento experiencial o vivencial, que, a
menudo, no puede ser traducido en palabras; sencillamente, es sentido y vivido

121
pasando a formar parte del bagaje biográfico nuestro. Cabe el confiar más en ese
conocimiento sutil y auténtico, que no es dicho ni comunicable, pero es real y
pertenece a nuestro ser y estar más íntimo. Puede que lo óptimo sea pensar desde uno
mismo y reflexionar sobre lo generalizado y lo establecido, pero también unificarlo
con lo sentido en las vivencias personales. Se trata de ser autor de la propia vida y no
actor en una escenificación asfixiante.

El individuo no es comprensible fuera del marco social en que vive y aislado de su


equipaje cultural histórico de ideas y conceptos, que, con frecuencia, son heredados
de forma «natural» de otras generaciones a lo largo del transcurrir de los tiempos, sin
que este hecho sea consciente. Este marco nos determina y en él nos construimos
como sujetos sexuales. Además, en el ser humano pesa de manera aplastante el saber
que es mortal y, por tanto, que su vida dura un cierto tiempo y se acaba. El ser
«sexual» ayuda a mitigar en cierta medida este dolor y desesperanza, gracias al
profundo placer de compartir la vida con otro u otros que le estructuran e intervienen
en su proceso creativo, y también, a la posibilidad de dar vida a los hijos que, de
alguna forma, son «carne de su carne», llevan sus genes y crecen en íntimo contacto
con él. Son «guiños» subliminares de eternidad muy humanos y nos facilitan aceptar
que somos mortales5.

El ser humano es sexuado y sólo hay dos modos de serlo, es decir, sólo puede ser
hombre o mujer. Nos acercamos a la comprensión del mundo desde ese ser sexual
que observa e interactúa con el resto de la totalidad y la va creando en su mutua
interconexión con ella. Los dos sexos co-crean una realidad común por la que
transitan. Ésta tiene su lugar histórico en el fluir de los tiempos, está conectada
coherentemente con el pasado y con el futuro, es todo un continuum que va
aconteciendo. La creación, la construcción de la realidad es un proceso constante que
se da en cada momento vivido y, por ende, un camino abierto a la esperanza.

El individuo convive con otros, es social y es algo característico de su ser. El


sujeto sexual se configura en su socialización, es, en cierto modo, el resultado de ese
proceso. Los dos sexos, por tanto, son productos de su cultura, en un tiempo histórico
determinado con su marco referencial correspondiente. La persona se construye en él
y crea la realidad que le da sentido como tal y que tiende a perpetuar de forma
«natural» mientras le sirva para ese fin. No es lo mismo partir de un modelo de dos
sexos equivalentes, que de un sexo auténtico y otro que no ha llegado a alcanzarlo en
su desarrollo. Históricamente, a lo largo de milenios ha prevalecido el modelo de un

122
sexo por excelencia, el masculino, que convivía con una «mutilada» compañera que
no pudo ser varón6. Sin duda, este marco referencial construye una realidad sexual y
no otra, con una interrelación entre los sexos que le corresponde porrypartir de donde
se parte, ni más ni menos; es histórica y contextual.

Si se parte de un marco referencial de dos sexos soberanos equivalentes, con sus


ricas particularidades que se complementan en su comunión, se posibilita la
configuración de sujetos con una identidad sexual fuerte, que caminan erguidos y se
miran a los ojos de igual a igual, pero maravillosamente diferentes. Estos dos
construyen una realidad sexual distinta, donde encuentran su sentido de ser, de ser
mágicamente humanos, cuerpos sexuados espirituales que piensan y sienten,
conviviendo sin esa estéril «guerra de los sexos» que sólo conduce a una pérdida de
tiempo y sumerge en la sinrazón, en vez de apreciar y hacer disfrutar de la riqueza
diferencial que nos es propia por ser humanos.

10.2. SOCIEDAD Y CULTURA PATRIARCAL

El ser humano es social, convive con otros formando sociedades más o menos
estructuradas. Pueden ser desde pequeñas tribus hasta naciones muy pobladas. Todas
tienen un orden que se traduce en reglas de convivencia, que demarcan el transitar del
individuo porque debe seguirlas, o por lo menos, no transgredirlas, si quiere
pertenecer a dicha sociedad y ser aceptado y reconocido como tal. Las sociedades
viven cohesionadas en un espacio común y se diferencian intencionadamente de
otras, definen su territorio propio. Se identifican, como todas las cosas, por analogía o
similitud entre sus miembros y por diferenciarse de otros que no pertenecen a su
conjunto. Es decir, presentan una cierta coherencia entre las individualidades que son
parte integrante de la sociedad, un cierto parentesco simbólico y/o real, que les
permite reconocerse como próximos y convivir en mayor o menor armonía sin
esperar una posible agresión por ser diferentes8.

Este mundo común se completa con correspondientes visiones compartidas acerca


de la realidad de las cosas, ya que los miembros de una sociedad concreta para
convivir pacíficamente tienen que explicarse lo que les atañe e interpretar la realidad
de una forma parecida, no contraria. Así, las sociedades poseen una cara interna que
es la cultura que une a sus miembros al compartir éstos un mundo simbólico, un
lenguaje, unos valores, un modo de vida, unas creencias - también las religiosas - que
generan expectativas. Todo lo cual configura un marco por el que las
individualidades transitan por ser partes integrantes de una sociedad y no de otra, y

123
que sirve como un potente mecanismo de control y cohesión no consciente al no ser,
ni siquiera, reconocido o percibido9.

Por supuesto, la cultura se va modelando con el transcurrir de los tiempos de una


sociedad, al evolucionar ésta. Se van ajustando valores, creencias, expectativas y
necesidades en directa correlación con el nivel de desarrollo de la conciencia
colectiva. Se van transformando poco a poco la capacidad cognitiva y moral, y se
perfilan nuevos estilos de estética relacional que se traducen en leyes y costumbres.
La tecnología y la ciencia avanzan y las visiones del mundo cambian. La angustia
ante la muerte se va procesando de maneras distintas, y el individuo, en constante
evolución, se explica la realidad que le rodea de forma diferente y al hacerlo, crea
nuevos mundos'°

El sistema explicativo, que les sirve a los miembros de una sociedad para entender
lo que les rodea, debe ser coherente en sí, puesto que da sentido a todo lo que atañe al
sujeto, a todo el universo del ser humano, y configura el cuerpo ideológico de dicha
sociedad. La exigencia fundamental de todo sistema ideológico es la de servir para
dar sentido a la realidad. Este sentido puede ser muy diverso y no necesariamente
veraz, sí coherente en sí. Por ejemplo, un mito, un cuento, una leyenda pueden tener
sentido pero no tienen por qué reflejar la «verdad» de las cosas. Ésta va modelándose
conforme cambian los ojos que la observan y que, a la vez, forman parte de lo
observado.

Existen dos sexos que pueden contemplar el mundo que les rodea y este hecho se
perpetúa desde que hay vida humana en el Universo, es una constante. Ahora bien,
cada sociedad, en cada momento evolutivo histórico, da una visión o lectura propia
de esa diferencia de los sexos, correlativa a su acontecer biográfico. El sustrato
cultural correspondiente es el que aporta el marco referencial para las interpretaciones
de lo percibido, que, a su vez, determinan lo que vemos y lo que no. Es más, a
menudo, vemos lo que «queremos» ver y la lectura de eso que percibimos le da un
sentido propio y no otro; es siempre contextual.

En una sociedad patriarcal la constante de la diferencia de los sexos es connotada


con un sentido ideológico de primacía del sexo masculino sobre el femenino.
Simplemente, la premisa de la no equivalencia entre los sexos o supremacía del varón
sobre la hembra de la especie se refleja y se codifica en todo lo que nos rodea por ser
propio de una cultura patriarcal; forma parte de manera no consciente de nuestro
marco referencial que determina el sentido de todo lo que percibimos y pensamos.

124
Como ya hemos dicho, el patriarcado es un orden social que surgió en un
momento histórico dado del caminar de la especie humana, aproximadamente entre el
4000 y el 2000 antes de nuestra era. Apareció cuando las circunstancias vitales de los
individuos lo propiciaron. La población había crecido y el alimento para el sustento,
quizá, había empezado a escasear. Para mejorar la producción agrícola, se inventó el
arado, que requería fuerza en su manejo y este hecho determinó una división de tareas
que obligó a una cierta «especialización» de los sexos. Las mujeres, que parían y
amamantaban a los hijos, se dedicaron a cuidarlos y sacarlos adelante en la esfera del
hogar. Cocinaban, tejían, lavaban, reconfortaban a su prole y administraban los
bienes de sustento en casa. Los hombres, con mayor masa muscular y movilidad, y
que no parían ni amamantaban, se especializaron en la obtención de alimento y
defensa. Su ámbito de acción era más público, mientras el de las mujeres, privado.
Había que sobrevivir en un mundo hostil y así se fue perfilando el cometido de los
sexos y el orden patriarcal, que lo reforzó y lo mantuvo a lo largo de los milenios.

Los dos sexos cocrearon una realidad que podría haber sido otra si las
circunstancias, si el contexto en que se dio hubieran sido distintos. De esta manera,
los sexos se «especializaron» en ámbitos de acción separados y se apartaron. El varón
traía alimento, era «productivo», y la hembra traía niños, era «reproductiva». Se
encontraban en el interés común de sobrevivir y sacar adelante a sus vástagos, es
decir, en el papel de padres y pareja conviviente con una hacienda, que administraban
para seguir viviendo. También, como algo que se salía de todo concierto de las cosas,
en el deseo sexual amoroso que, a veces, con su arrebatadora fuerza, va contra todo
sentido y conveniencia.

Los hombres, que se reunían y gobernaban, que tenían mayor protagonismo


público e importancia aparente para la supervivencia de la especie, ya que traían
alimento y defendían a los suyos de los enemigos, fueron los que dieron nombre a las
cosas, que destacaban por tener sentido para ellos. Empezaron a dominar, a legislar, a
hablar con Dios, con un dios que reflejaba sus valores y les daba sentido protagonista
y les ayudaba a aminorar la angustia de la muerte en la inseguridad de su vivir.
Crearon, en definitiva, un mundo propio que primaba los valores masculinos y, poco
a poco, a lo largo del transcurso de los siglos, la mujer pasó a ser algo secundario e
incierto, la compañera inferior del varón que no ha podido llegar a serlo en su
desarrollo.

El hombre creó la imagen de la mujer por comparación consigo mismo y

125
proyección de su realidad conocida. La asimetría de las dos categorías sexuales se
inscribió en todas las cosas: en los valores, particularidades, comportamientos,
emociones, creencias, ideales, lenguaje, simbolismos... Está inscrita en nuestro marco
referencial y nos hace ver y percibir el mundo sobrevalorando el ser hombre y
desprestigiando el ser mujer, sin que tengamos voluntad ni control consciente sobre
ello. La visión androcéntrica se autoperpetúa por el simple uso de nuestro marco
referencial, en el que situamos las cosas para interpretarlas y que heredamos de otras
generaciones que nos precedieron.

La asimetría valorativa de los dos sexos se codifica en un lenguaje dualista que la


traduce. Se sumerge en relaciones de fuerza y poder, lo cual «legitima» de forma
«natural» la sujeción de la mujer y el apocamiento del hombre. Si se entra en la
dinámica del poder, ambos pierden y, sin embargo, podrían ganar ambos si
reconociesen su mutua y particular grandeza. Cada uno de los sexos tiene un valor
equiparable y una identidad propia. Lo hermoso, quizá, es que ambos se van
construyendo en una relación interdependiente contextual e histórica, y seguramente,
todavía no han llegado a un desarrollo pleno de sus potencialidades, porque no se han
vivido desde la libertad de ser. Las diferencias que derivan del hecho de la diferencia
de los dos sexos están históricamente determinadas, adquieren sentido en el contexto
en el que se han producido, son fruto evolutivo cultural en un momento dado.

Pero las cosas, incluso en un orden social patriarcal, van cambiando. Los adelantos
tecnológicos y el bienestar económico han permitido la liberación de los dos sexos de
sus papeles clásicos. En la actualidad, en la mayoría de las sociedades, las mujeres
además de ser «reproductivas» son «productivas» y el lugar social que ocupan no
sólo es de ámbito privado, sino también público. Su estatus social ha crecido y son
más autónomas, no dependen del varón para sobrevivir. Los hombres, a su vez,
tienden a desarrollar actividades como, por ejemplo, cuidado de los hijos y tareas
domésticas, que antes les estaban vedadas. Poco a poco, se va instaurando la
razonabilidad y la cooperación en la relación de los sexos, sin esa miserable dinámica
de dominio y posesión tan antigua y conocida. Los dos se viven con mayor plenitud y
libertad, conviviendo desde sí mismos y no en ese enajenante empeño de adecuarse
forzosamente a los estereotipos culturales establecidos de lo «masculino» y lo
«femenino». Queda por ver qué realidad sexual social se creará a partir de ese nuevo
marco que se va configurando lentamente.

10.3. LA MORAL SEXUAL CULTURAL

126
Cada cultura posee unas normas ideológicas que pretenden encauzar a la
población a convivir de una forma determinada y no de otra. Este sistema califica y
nombra lo que es «bueno» y lo que es «malo», y es algo propio de cada sociedad en
un momento concreto de su desarrollo. Así, lo que era «bueno» antaño, a lo mejor, se
convierte en «malo» en la actualidad y viceversa. Toda moral sexual cultural es
correlativa a una sociedad particular en un espacio-tiempo determinado de su
evolución, con una visión del mundo correspondiente que hace que vea las cosas de
la manera que las ve y que destaque como «importantes» unas y no otras. En cada
momento el mal viene definido por la elección del bien y, en otra etapa, este binomio
puede ser otro. En la consideración moral influye mucho de qué marco referencial se
parte.

El paradigma dualista del ser humano determina un eje jerárquico valorativo de la


realidad. Es propio de una serie de visiones del mundo - como son la mítica, la
mítica-racional y la racional - en las que el cuerpo y la mente no están integrados en
un único cuerpo-mente y conviven de una forma un tanto escindida en el individuo.
La identidad del sujeto, su manera de relacionarse con los otros, sus valores y
necesidades, su modo de procesar la angustia de la muerte y su aprecio a la vida,
tanto propia como ajena, varían en cada etapa evolutiva de la conciencia, en cada
visión del mundo.

Actualmente, la mayor parte de la Humanidad está en el nivel racional y mítico-


racional de la conciencia, aunque, poco a poco nos encaminemos hacia el lógico. Sin
embargo, en la moral sexual, todavía, existen muchas reminiscencias del mítico con
el orden fundamentado en las religiones y dioses todopoderosos, que premian si se les
obedece y castigan a los que transgreden sus mandatos. Las grandes religiones y las
creencias que generaron han influido de manera aplastante en la moral sexual y han
cargado de «pecado» lo humano por ser, sencillamente eso, humano vivo y no
espectral, convertido en un espíritu asexuado, descarnado y muerto. Son el resultado
del dualismo llevado a su categoría máxima, donde el Cielo y la Tierra se sitúan
separados en un Universo escindido en dos y jerarquizado entre lo «sublime» y lo
«bajo». Es ese nuestro marco referencial en que nos situamos - seres humanos
mortales que convivimos juntos en sociedades con un orden social patriarcal más o
menos rígido y profundamente jerarquizado.

La moral sexual cultural de cada época va dirigiendo a la población a hacer y a ser


de una manera determinada para conservar un orden dado de cosas, que posibilita un

127
tipo de convivencia que podría ser otro, si las normas fuesen diferentes. Ayuda a la
creación de una realidad sexual concreta y no otra, también posible. La moral sexual
cultural no sólo refleja la realidad, la construye y con sus reglas, que permiten a los
que las siguen unos movimientos y otros no, la perpetúa. Hace de estrategia de poder
en la configuración de un orden previsible de cosas partiendo de donde se parte y
llegando a un resultado que es posible vislumbrar de antemano. Facilita la aparición
de fenómenos, con sus correspondientes excepciones o transgresiones y los denomina
«buenos» o «malos». Genera un discurso sobre su naturaleza y análisis, que refuerza
su existencia recién creada y entretiene focalizando la atención sobre un hecho y no
otro. Estos eventos adquieren una realidad analítica a través de ser nombrados,
conceptualizados y clasificados. Así, conocemos numerosos tratados sobre
perversiones y patologías sexuales y muy pocos sobre la condición sexual humana sin
un juicio moral incorporado, a menudo, encubierto con un lenguaje médico de sano-
insano". Han contribuido a crear una realidad sexual y no otra. La perversión o la
patología y el mecanismo que pretende controlarlas son difundidos simultáneamente
y sumergen a los sujetos en una dinámica de permiso-transgresión en la que, incluso,
esta última contribuye a reafirmar el orden establecido al moverse en el mismo marco
referencial cuyo sistema ideológico usan las personas para interpretar todo lo que les
rodea.

De esta forma, la condición sexual humana se difumina y desaparece del campo de


estudio, es como si no existiese. Se focaliza la atención en otro discurso que connota
peligrosidad de todo lo sexual, crea una potente sombra que contamina el terreno, lo
«demoniza». El ser humano pasa a ser un ente asexuado y asexual. No se cuenta con
su condición sexual al referirse a él. Eso conduce a un choque identificatorio del
sujeto real al conceptualizarse a sí mismo como tal, se traduce en violencia simbólica
y distorsión de su propia imagen. Es como si llevase algo «malo» en sí mismo al ser
sexual y por eso tiene que ignorarlo y no nombrarlo. El sujeto es condenado a un
silencio cómplice que perpetúa la vivencia de algo sucio o equivocado en él mismo,
lo cual es muy enajenante.

Los conceptos en este campo no son inocentes, presentan casi siempre una fuerte
carga ideológica y conducen a los individuos, de forma «natural», a desenvolverse y a
vivirse de una manera y no de otra, también posible. Es algo que se produce de
manera automática, sin que el sujeto se dé cuenta de ello, ni lo desee; no es ni
consciente, ni volitivo. El individuo es atrapado en un orden de cosas sin que en
realidad lo quiera o perciba. Sólo el razonar y analizarlo posibilita hacerlo consciente

128
y cambiarlo si uno lo desea.

La moral sexual, genera efectos en el individuo, en la pareja, en la familia, en la


comunidad, en las naciones y en el conjunto de ellas. Existen dos grandes culturas en
el mundo que, a su vez, engloban a otras y son la cultura occidental y la oriental.
Cada una de ellas aporta un tipo de moral sexual diferente. Ambas conducen a
vivencias distintas de la condición sexual humana. No obstante, tienen en común que
se originan de la misma visión del mundo, en la misma etapa evolutiva de la
conciencia, con el paradigma dualista que subyace en su base. Las dos controlan a los
sujetos y les proporcionan un sistema ideológico para entenderse a sí mismos y lo que
les rodea. Asimismo, les encaminan a conducirse con los demás y consigo mismos de
una forma y no de otra12.

En la occidental, se dibuja una clara tendencia hacia la restricción sexual y


ascetismo, connotando la abstención sexual de efectos positivos para aquel que la
practique. Antaño, para no «caer en la tentación» había que evitar toda inducción a
ella, todo estímulo, tanto externo como interno. Se empezó la lucha contra las
imágenes de fuera del sujeto y también, contra sus imágenes interiorizadas. Había que
dominar el deseo, acallarlo y canalizar la energía en otra dirección. La fe y la práctica
religiosa, con sus rituales y ceremonias, ayudaron a este fin. Había que conseguir de
forma rigurosa que los individuos deseasen lo útil y lo aparentemente necesario para
vivir en la sociedad. Tenían que desear lo que tenían que desear y había que
adueñarse de sus deseos para moldear y manipular al sujeto descante, hombre o
mujer. En el fondo, dominando los deseos, los sueños que motivan a cada individuo,
se domina al ser humano y su proceder. Adueñándose de los deseos, se quebranta la
voluntad de la mujer y del hombre sin que se den cuenta de ello y, por tanto, sin que
lo puedan remediar.

Las relaciones sexuales, contempladas como coitales y nada más que coitales, se
justificaban con la finalidad reproductiva. El fin «natural» del coito era la procreación
y, por tanto, la práctica sexual sin esta intención era «antinatural» y pecaminosa13.
De todas formas, a lo largo de la Historia, incluso en el pensamiento cristiano, hay
vaivenes entre la condenación y el permiso de la carnalidad relacional, eso sí, siempre
dentro del matrimonio. No deja de conmover el hecho de que acabamos por
introyectar la descripción del mundo que nos es narrada desde que nacemos y,
generalmente, es narrada con amor; determina que nos desenvolvamos en un marco
referencial que heredamos de los que nos precedieron, nos socializa.

129
Vivimos en un orden social patriarcal que codifica la asimetría jerárquica entre los
sexos en su sistema explicativo de la realidad y la perpetúa por el simple hecho de ser
usado por los individuos para entenderse. El prejuicio contra el sexo femenino
irrumpe con toda su fuerza en la moral sexual cultural, la cual lo muestra más o
menos abiertamente en cada párrafo14. Así se escribe una historia que podría haber
sido otra. La mujer, como objeto sexual del deseo del varón, se asocia con el sexo,
con la reproducción y el placer carnal, por tanto, con la tentación, el peligro y el
pecado. El sujeto descante es el varón y la hembra es el objeto tentador que le induce
a pecar y a ser condenado por ellols

De esta manera, la sensación amenazante irrumpe en toda relación carnal entre los
sexos, traduce peligrosidad y la «demoniza». A algunos, les excita más porque les
hace «sentir con mayor intensidad», y a otros, les disuade al percibirse incómodos sin
saber por qué. Tanto los unos como los otros caen en la trampa de un contexto en el
que el protagonista no es una convivencia carnal con el otro y su conocimiento
profundo en la intimidad, sino el peligro, la amenaza y su manejo. Se desvirtúa así la
relación íntima entre los sexos y desaparece de la realidad sexual de ambos; los dos
sexos se separan todavía más. El papel principal en esta dinámica relacional lo
desempeña el permiso-transgresión, no el conocimiento y crecimiento mutuo en el ser
acariciado, mirado y abrazado, que ni siquiera se contempla como posibilidad. Eso se
cierra por un discurso moralista confesional que encamina a una actividad contable
sobre cuántas veces se ha pecado o transgredido lo establecido y refuerza el hacer y
no el ser, cosifica al sujeto - tanto al que peca, como al que no, en un ascetismo
militante-, y lo transforma en una «máquina» copulativa. Enajena al ser humano
despojándolo de su hermosa hondura sexual.

Y puestos a considerar el «pecado», la que siempre se lleva la peor parte en un


orden patriarcal es la mujer. Subsiste una doble moral que se traduce en un trato más
duro para la hembra de la especie humana y mucho más liviano para el macho. Como
sostiene K.Millet, «en el patriarcado, el intenso sentimiento de culpa que inspira la
sexualidad recae inexorablemente sobre la mujer, quien en toda relación sexual se
considera la parte responsable, cualquiera que sean las circunstancias atenuantes
desde el punto de vista cultural» 16. Así, incluso las que son violadas, se lo han
buscado al llevar una minifalda o al sonreír, o al mirar a su agresor... - cabe pensar
que simplemente por existir, por ser mujer-; las adúlteras son mucho más culpables
que los adúlteros, que al fin y al cabo obedecen a su desarrollado instinto y necesidad
ancestral; y las que no se casan y conviven con quien les apetezca, aunque la unión

130
dure toda una vida, son un tanto masculinas y de moralidad dudosa - la búsqueda y el
anhelo de independencia y autonomía propia, aún, no es un valor que se atribuya a ser
mujer.

¿Cómo se domina yyse sujeta a la mujer con su «peligrosidad» incorporada en sí


misma? ¿Cómo se canaliza «correctamente» la energía de los individuos, hombres y
mujeres? La paternidad es un fenómeno que propicia un orden de convivencia en
régimen de familia, la cual posibilita el cuidado y la socialización de los hijos, y la
administración de una hacienda, sea cual sea ésta. La paternidad es un fuerte vínculo
de sujeción para ambos sexos. No es algo malo o bueno, simplemente es. En un
momento dado de nuestro devenir histórico apareció la familia como un modo
apropiado de supervivencia y que pervive a través de los tiempos. Sigue teniendo
sentido, aunque en la actualidad, existen diversas versiones de eso que es la
«familia». Múltiples normas morales protegen la paternidad y la familia, preservan su
vigencia.

La realidad sexual va cambiando poco a poco en un contexto nuevo donde las


mujeres ya no son sólo «reproductivas», sino también «productivas», y, por tanto,
más independientes y autónomas. Las normativas se van flexibilizando y
ampliándose en un intento de acoger todas las posibilidades de una convivencia
pacífica. La moral sexual patriarcal, que mutila a ambos sexos, aunque de manera
desigual, se va transformando y adaptándose a una nueva realidad de dos sexos con
los mismos derechos a ser y a buscar la autorrealización propia, que redunda en un
bienestar social más rico. Refleja la realidad sexual y la construye al ser traducida en
leyes y posibilidades de crecimiento o desarrollo mutuo, es también una estrategia de
poder.

10.4. EL PODER Y LA REPRESIÓN SEXUAL

Toda sociedad presenta una articulación de normas que gestiona la convivencia


social y traduce poder sobre los individuos. Esta articulación es de tipo discursivo-
jurídico. En las sociedades patriarcales, su cuerpo ideológico lleva inscrita la
asimetría jerárquica valorativa entre los dos sexos y, por tanto, el poder del sexo
masculino sobre el femenino". Así que, en este tipo de sociedades existen dos
vectores de poder, uno sobre los individuos sin tener en cuenta la variante sexual y
otro, sobre el sexo femenino por parte del masculino, lo cual separa a ambos sexos en
una escenificación perpetua de dominio y posesión como lo «normal» y establecido.
El protagonista por antonomasia en el juego sexual no es la relación y creación de

131
algo hermoso y único entre un par que les hace confluir en uno, sino el despliegue del
poder y dominio que envenena y envilece todo lo que toca 8.

El poder genera un discurso que le da cuerpo y es siempre ideológico. Pretende


reglamentar el sexo de manera útil, gestionar la actividad sexual, tanto en público
como en privado, tanto desde fuera del individuo como desde su interior a través de
una normativa introyectada desde la niñez en el proceso de la socialización. La
conducta sexual es tomada a la vez, como objeto de análisis y de intervención.
Mediante un discurso reiterativo se conceptualiza, se clasifica, se analiza y se
administra todo lo sexual, y se hace, nos guste o no, desde el poder.

El poder y el sexo están estrechamente relacionados por un doble vínculo: por una
parte, se le da nombre a las cosas y se gestiona todo lo sexual canalizando la energía
de los sujetos en una dirección «correcta», y además, en las sociedades patriarcales
eso se hace desde lo «masculino» y sobre lo «femenino», al margen de lo que
podamos opinar al respecto. Va implícito en el orden social en el que vivimos y es
conveniente para todos no ignorarlo para no ser «víctimas» e inconscientes
colaboradores con el sinsentido jerárquico sexual. No olvidemos que una vez que el
sujeto haya configurado una determinada descripción de la realidad, su conducta
queda circunscrita a ella.

El modo de acción del poder sobre el sexo es de tipo jurídicodiscursivo. Se


elaboran discursos y leyes que encauzan la conducta de los sujetos en una dirección
deseada. Incluso las desviaciones de este camino son previsibles y no amenazan
sobremanera el orden establecido, es más, bajo su aspecto transgresivo no dejan de
reafirmar el mismo marco del que reniegan; aparentemente revolucionarias, sin
embargo, son, a menudo, reaccionarias y baldías porque mantienen el mismo
concierto de cosas.

Todo discurso, para ser eficaz, tiene que ser coherente, lo cual no equivale a
reflejar necesariamente la verdad. El discurso sobre el sexo creó realidades al margen
de su relación directa con la verdad o la falsedad. Con frecuencia, no se trataba de
decir o averiguar la verdad sobre el sexo, sino todo lo contrario, huir de ella, ignorarla
e impedir que fuese dicha19. De todas formas, el sexo, el saber y la verdad están
estrechamente relacionados. A lo largo de los siglos, el acceso al saber fue desigual
para ambos sexos en cuanto a las oportunidades para poder estudiar - fenómeno que
en la actualidad se da sólo en sociedades patriarcales más rígidas-, y en cuanto a la
diferente motivación y aproximación a las ramas del saber. Pesaban demasiado los

132
estereotipos sexuales reinantes que marcaban lo bien visto o lo propio e interesante
para cada sexo, también en el saber. Las mujeres se especializaban en una serie de
conocimientos y los hombres en otros. Cada sexo tenía y producía sus «verdades»
particulares, a menudo ni compartidas, ni conocidas por el otro.

Por otra parte, la cualidad sexual del ser humano es la clave gnoseológica para
entenderlo como tal, lleva en sí la verdad de ser humano, hecho que es acallado e
ignorado por costumbre milenaria. Además, el verbo «conocer» en el antiguo griego
y hebreo, tenía el doble sentido de saber y de intercambio carnal. Denota que el
conocimiento profundo e íntimo del otro se adquiere al tener relaciones sexuales con
él, que es cuando, por lo general, uno se muestra tal como es, sin caretas ni corazas,
que, si persisten, no dejan de ser algo significativo en el contexto relacional.

A su vez, la construcción sexual de la realidad ha escrito la «verdad» de los


individuos inmersos en ella. Según M.Foucault, «ha habido históricamente dos
grandes procedimientos para producir la verdad del sexo. Por un lado, las sociedades
- fueron numerosas: China, Japón, India, Roma, las sociedades árabes musulmanas -
que se dotaron de una ars erótica. En el arte erótico, la verdad es extraída del placer
mismo, tomado como práctica y recogido como experiencia20. Por otro, la confesión
se convirtió en Occidente, en una de las técnicas más altamente valoradas para
producir lo verdadero»21.

Estas dos diferentes aproximaciones a la verdad, a pesar de partir del mismo


paradigma dualista del ser humano, crearon distintas realidades sexuales al dar
importancia al placer experiencial y permitirlo o condenarlo. Como resultado,
posibilitaron el surgimiento del placer obtenido en la experiencia erótica, propio más
de culturas orientales, y el placer de burlar la prohibición o la represión, más propio
de culturas occidentales confesionales. El escaparse a la regla, el transgredirla
produce placer, pero no olvidemos que éste es un desplazamiento del placer erótico
que sigue inalcanzable en sí, ya que nos situamos en coordenadas de partida
diferentes, donde los amantes no son los protagonistas reales sino el juego de
prohibición-transgresión. No es tan importante la relación erótica sino el burlar la
norma impuesta22. Este camino ha dado como fruto la implantación y la
diseminación de sexualidades polimorfas.

¿Y cuáles son los motivos para ese ejercicio de poder sobre el sexo? Cabe pensar
que el fundamental es volver al sujeto más manejable quebrantando su voluntad con
la culpa eterna interiorizada y adueñándose de su deseo. Así, se canaliza su energía

133
hacia la producción de bienes, hacia la reproducción y ocupación en el cuidado de sus
hijos y hacienda. No se le deja crear desorden social, político o económico, ni
distraerse de su útil cometido. El futuro y el bienestar social dependen de la conducta
de sus miembros, la importancia de su control irrumpe con aplastante fuerza en todo
lo sexual. Por tanto, hay que organizar la reproducción y el sustento de los pequeños,
normalizar las relaciones sexuales de los individuos y traducir lo establecido en leyes
que aseguren la continuidad de un orden social dado23.

Y puestos a controlar la conducta sexual de los individuos, al vivir en sociedades


patriarcales, se ejerce un control sobreañadido sobre la mujer, asociada clásicamente
al sexo, a la tentación, al peligro y a la amenaza. Se vigila su función reproductora
que repercute directamente en el crecimiento de la población. Se la vincula a la
crianza y cuidados de la prole subrayando su instinto maternal, el cual la hon ra y la
vuelve respetable y valorada en la sociedad. Se la considera como madre y «dueña»
de la casa, la que pone orden en el hogar24. Por otro lado, están las otras, las no
respetables, que servían y siguen sirviendo para el entretenimiento y descarga de
tensión o agresividad del varón. Algunas, las más desprestigiadas, son anónimas
moradoras de las esquinas de la noche, mujeres sin rostro convertidas en enfermizas
ensoñaciones de alquiler, atemporales, marginadas y sin futuro. Ya que existe la
prostitución y se consiente, ¿por qué no se regulariza la situación de los que la
ejercen? Se sigue viviendo instaurados en la hipocresía social condenando a estas
personas a malvivir en la sombra, sin derechos, ni protección social.

En nuestras sociedades, el poder sobre la actividad sexual se ejerce de forma


jurídico-discursiva. Desde que nacemos se nos va socializando en un discurso
ideológico que refuerza un orden determinado. Introyectamos un mundo simbolizado,
aprendemos un lenguaje, manejamos un sistema explicativo que lleva inscrito una
jerarquización sexual y nos embullimos, sin darnos cuenta, en un marco referencial
concreto que da sentido a nosotros mismos y a lo que percibimos, y crea unas
realidades y no otras, también posibles. Estos contextos hacen posible la aparición de
unos deseos y no de otros, revelan el poder social sobre el individuo.

Como sostiene M.Foucault: «los dos grandes sistemas de reglas que el Occidente
ha concebido para regir el sexo son la ley de la alianza y el orden de los deseos» 25.
Los deseos se encauzan y se controla su aparición. Se lucha contra las imágenes que
pueden provocarlos o se las maneja según la conveniencia, hecho que propugna el
estancamiento en una dinámica concreta que desvirtúa la realidad de los sexos. Sigue

134
reinando el binomio de permiso-transgresión y los desvíos ya aparecen
predeterminados por él; la regla lleva en sí también sus previsibles rodeos y los
sistemas para perseguirlos, y eso configura un lenguaje y acciones que crean
fenómenos y realidades.

También se interviene desde las ciencias, sobre todo las médicas, que dictan lo que
es conveniente y sano y lo que no lo es. Existe una medicina de sexo centrada en la
función reproductiva y en las conductas de riesgo que pueden perjudicar la salud. El
sexo se contempla como conducta coital que refuerza la enajenante tendencia
reduccionista del paradigma dualista. El profundo placer formativo y reafirmante no
se considera como finalidad de las relaciones sexuales. Es algo que ni se concibe y,
por tanto, no circula en el saber colectivo asociado a la conducta sexual.

Por su parte, la ley de alianza institucionaliza la unión matrimonial, prevé su


ruptura, posible o no, y su fruto, que es la producción y conservación de bienes, como
son el patrimonio y los hijos. Son intereses comunes que reportan una especial
fortaleza al matrimonio como institución social. Así, en las sociedades patriarcales la
familia es la unidad productiva básica. La paternidad es un eficaz método de sujeción
del individuo adulto, sobre todo de la mujer, que antes de dejar a su pareja
reconsidera si podrá sacar adelante a sus hijos sola y, generalmente, «aguanta» y se
resigna más de lo que desearía. Asimismo, la maternidad sirve para asegurar su
«virtud» por sujeción física y mental a sus hijos, y gasto de energía en ellos.

Históricamente, la relación entre el poder, el saber y la sexualidad ha sido la


represión. Lo que se reprime sale a la luz disfrazado en síntomas y símbolos
perturbadores, cobrando un alto precio por ser acallado e ignorado. El sujeto se vive
problematizado en lo más hondo de su ser. Se produce un mutismo cómplice acerca
de su condición sexual, que se reduce a algo fisiológico, instintivo, animal y bajo,
prescindiendo de su cualidad de trascendente, auténticamente humana.

La represión del sexo ha distorsionado el discurso acerca de él. Ha instaurado una


dinámica de dominio y posesión entre los sexos, que se resiste a desaparecer. Ha
procurado despojar al ser humano de su dignidad y libertad. Lo ha sumido en un
juego de permiso-transgresión generando así, otro discurso, no acerca de la honda
belleza de la condición sexual humana, sino sobre los desvíos y rodeos para escaparse
o no de las normas establecidas, que, sin darse cuenta, las reafirman todavía más
como una realidad. La represión del sexo ha ejercido mayor presión, si cabe, sobre el
sexo femenino y ha plagado el campo relacional de ambos sexos de «fantasmas» y

135
«demonios» asfixiantes. Ha deformado el sexo y a los sexos convirtiéndolos en
dependientes sombras que llevan en sí impresa la culpabilidad por ser humanos. Ha
contribuido a reducir el sexo y a que sea manejado como un artículo de consumo, de
compra-venta que proporciona una inmediata y efímera gratificación. Ha sido clave
en la construcción sexual de la realidad, que podría haber sido otra.

10.5. LA CONSTRUCCIÓN SEXUAL DE LA REALIDAD Y LA CONDICIÓN


SEXUAL HUMANA

La realidad sexual se construye en una sociedad concreta y en un tiempo histórico


dado, es contextual a su marco de referencia y adquiere sentido en él. Es un proceso
continuo en que somos parte activa y pasiva a la vez. Venimos al mundo que ya está
narrando su leyenda, la cual sigue su curso cuando nos vamos y vienen otros. No
obstante, la creación se da en cada instante vivido y es una historia interminable,
mientras haya vida humana en el Universo. Lo único permanente es el cambio
evolutivo perpetuo.

La madurez de desarrollo de la conciencia de ese que mira e interacciona con lo


que le rodea determina sobremanera lo que ve, y suele ser más o menos parejo con lo
que perciben sus semejantes. Si, por ejemplo, se encuentra en un estadio mítico de la
conciencia, la identidad del sujeto sexuado se basa en su papel social, en lo que hace
y no en lo que es26. Puede resultar chocante, pero el nivel madurativo de la
conciencia es una importante variable a tener en cuenta para comprender mejor las
cosas, porque genera distintas visiones del mundo con las que se manejan los
individuos para explicarse todo su universo y a sí mismos, y que, a su vez, crean
diversas realidades.

El tipo de orden social que conocemos es el patriarcal, en el que se inscribe la


asimetría jerárquica de los dos sexos. Esta valoración desigual de ambos sexos
irrumpe con fuerza en la construcción sexual de la realidad. Es una constante que se
codifica con mayor o menor ímpetu según el grado de rigidez del patriarcado del que
hablemos, pero que está presente en todos ellos. Va implícita en el tipo de orden
mismo y su sistema explicativo, que usamos todos para entender lo que nos rodea y a
nosotros mismos. Así, la mujer es el «sexo débil» y por serlo es legítimamente
dominada y protegida por el «sexo fuerte», el hombre27.

Quizá, con el desarrollo tecnológico y mayor bienestar económico por un lado, y,


por el otro, con mayor uso de la razón y la justicia, es decir, con un nivel madurativo

136
de conciencia más elevado, lleguemos a un estado de cosas en que un sexo no
esclavice al otro, que a su vez lo esclaviza, y que los dos convivan en comunión, no
como contrarios que esperan ser agredidos a la menor ocasión, sino como
cooperadores de igual valor a pesar de ser maravillosamente diferentes.

Desde que el mundo es mundo ha habido dos sexos, mujer y hombre, con sus
cuerpos e identidades distintas. Sin embargo, la lectura de este hecho fue y es
contextual. No es posible separar la conceptualización de los fenómenos, que influye
en lo percibido, del discurso ideológico cultural en uso. Interpretamos lo que vemos
en un contexto dado y lo visto adquiere significado para nosotros en él. No obstante,
sí se producen acontecimientos e innovaciones que aceleran la creación de otras
realidades. Se podría citar, como ejemplo, el descubrimiento de los anticonceptivos o
de la penicilina, que han influido en una mayor libertad sexual de ambos sexos.

Por tanto, si se maneja el paradigma de un sexo único - el masculino-, se valora su


existencia como la real y soberana, y no se considera siquiera el sexo femenino como
tal, sino como algo que en su desarrollo no ha llegado a completarlo, no ha logrado
ser varón. La mujer no existe en este sistema ideológico, que, aunque pueda parecer
increíble, se ha usado a lo largo de los siglos para que los individuos se explicasen a
sí mismos y su realidad. Este marco referencial determinó una construcción sexual de
un único sexo con su espectral compañera. A pesar de ser dos, sólo se contemplaba
uno como tal y el otro no lo era.

Esta realidad duró hasta la aparición en el siglo xviii de un nuevo modelo de dos
sexos, que, de todas formas, seguía llevando en sí una valoración jerárquica
asimétrica entre ambos y que persiste hoy en día, aunque de una manera más
difuminada. Por aquel entonces, algunos pensadores insistieron sobre el dimorfismo
corporal radical apoyándose en recientes descubrimientos biológicos. Se demostró la
diferente naturaleza de los dos sexos y se contemplaron ambos como una realidad, los
dos pasaron a tener categoría ontológica. De esta manera, la biología se convierte en
la que marca y fundamenta lo social, es decir, el hombre y la mujer no «son» por lo
que hacen, sino por lo que son en sí, en su corporeidad28.

Sin embargo, continuamos inmersos en un lenguaje y en un mundo simbolizado de


categorías binarias jerárquicamente organizadas que codifican el paradigma dualista.
La mujer sigue asociada a la madre naturaleza y Dios es un dios masculino. El ha
creado el mundo; el hombre ha creado la idea cultural de la mujer, depositando en
ella sus deseos, necesidades y expectativas a ser y a actuar. Históricamente, la mujer

137
es la naturaleza, es lo otro extranjero y extraño, a menudo, indómito, incomprensible
e incierto. A su vez, el hombre se ha asociado a la cultura, a lo instrumental, a lo
objetivo y verdadero. No deja de ser una división artificiosa e intencionalmente falaz.
Tanto el hombre como la mujer pertenecen a la naturaleza y son constructos sociales
y culturales. Los dos sexos viven en un único espacio-tiempo y no en planetas
diferentes; se van formando en una interrelación sincrónica.

Este sistema atrapa a ambos sexos en unos marcos referenciales concretos que, a
su vez, se unen en una realidad sexual mutilante. Así, al asociar al varón con lo
objetivo, se le limita el acceso a su propia subjetividad, a sus emociones que son
inciertas y difícilmente traducibles en palabras. Este campo es reservado a la mujer
por ser más próxima a la naturaleza, por ser más emotiva, pero se le limita el acceso a
la razón, a lo objetivo29. De esta manera, se van empobreciendo las potencialidades
de ambos que quedan sin desarrollar. La frustración de las tendencias individuales
emerge en forma de dolor, con frecuencia inexplicable e inconsciente. El connotar
artificialmente las distintas cualidades como propias al hombre o a la mujer conduce
al final al sufrimiento del individuo, porque se convierten en prescriptivas, es decir,
los sujetos para entenderse dentro del sistema explicativo que manejan se esfuerzan
de forma «natural» por adecuarse a él, acallan sus tendencias y potencialidades para
parecerse a los estereotipos en curso, lo cual es enajenante y produce dolor.

¿Y el cuerpo? Es algo real y objetivable. En nuestro mundo simbolizado, el cuerpo


humano sigue siendo el de un varón. Ya hemos hablado de la fuerza de lo simbólico,
que es un poder que se ejerce directamente sobre los individuos corpóreos sexuados.
Desencadena reacciones ya previsibles por el marco referencial en que nos situamos y
cuyo sistema explicativo adoptamos como propio. El cuerpo de la hembra de la
especie humana se ha contemplado como algo secundario y complementario, algo
diferente comparándolo con el de su compañero en el caminar vital30. Es decir, las
mujeres de forma «natural» e inconsciente incorporan la creencia de que su cuerpo es
algo inacabado, que le falta algo, que no es el que se considera como verdadero y que
sólo puede adquirir valor al servir al otro que es por sí mismo.

Por otra parte, lo inconmensurable corpóreo de los dos sexos, finamente


estructurados desde su ser diferente hasta la última célula, se ha reducido a sus
genitales con un significado simbólico distinto para cada uno: el pene sobrevalorado,
la vagina desvalorizada y el clítoris, que existe por temporadas y desaparece después
sumido en el intencionado silencio31. Las estructuras anatómicas están donde esta

138
ban antes, pero se ven, se nombran, se destacan como importantes o no según el
contexto histórico cultural del momento, lo cual genera creencias y crea realidades
distintas partiendo de un mismo objeto de estudio.

¿Y la sexualidad? Es la vivencia de nuestra condición sexual como humanos.


Somos sexuales y nuestro estar en el mundo es profundamente sexual, desde ese ser
mujer o ser hombre en mutua interrelación formativa. El comportamiento sexual de
los individuos depende de la sociedad en la que conviven y, a su vez, ese
comportamiento sexual crea y moldea la realidad sexual vigente en constante
evolución y cambio. Clásicamente, todo lo sexual se ha referido a los genitales y
zonas erógenas, lo que traduce una visión reduccionista de la sexualidad`. El modelo
de la relación sexual por antonomasia que se considera como norma es el coital,
luego la sexualidad vigente sigue siendo coitocentrista, lo cual determina las
desviaciones del camino que se aparta del «normal». Como decía Freud, «la anatomía
es el destino», pero en una sociedad patriarcal es la «anatomía del hombre el destino
sexual de la mujer» 33

Si irrumpe en la escena el binomio de dominio-sumisión, se crea una realidad


sexual concreta y no otra. Si eso sucede, en el modelo de coito penetrativo se traduce
el principio de isomorfismo entre la relación sexual y la social con una polaridad
entre el participante que es «activo» y el que es «pasivo», el que es «superior» y, por
ende, domina, somete y vence, y el que es «inferior» y, por tanto, dominado,
sometido y vencido34. Existe un papel coital «honorable», con categoría intrínseca de
superior y derecho moral de disponer del otro según su deseo siempre dentro de las
normas sociales y legales en vigor, y el otro que obedece y le sirve desde su
condición de inferior depen diente. Esta concepción, nos guste o no, todavía
prevalece en nuestra realidad cotidiana y conduce a un hacer de dos «mutilados»
sexuales en una historia de guerras y guerrillas.

¿Y el placer? Cuando la hembra de la especie humana es usada por el macho para


la satisfacción de sus necesidades poco importa el placer de ella, salvo para reafirmar
su poderío y prestigio de amante experto que enloquece a sus sucesivas contrarias. El
placer se obtiene al dominar y al someter, no al compartir una vivencia sensual
trascendente en la que ambos son sujetos equivalentes. En el sexo, a menudo, se
mezclan distintos fantasmas y escenificaciones de lo no resuelto que producen placer
por sublimación y desplazamiento, y que sólo indirectamente tienen que ver con lo
que ocurre entre estos dos que están en apariencia juntos.

139
A lo largo de los milenios, la mujer, siempre al ser mirada y vivenciada por el
hombre - su compañero en el devenir de los tiempos- ha ido oscilando entre los polos
opuestos de poder experimentar un placer desmesurado y desbordante, y poseer una
frialdad gélida e indiferente. De todo ha habido, pero esa consideración se le da desde
el sujeto varón y sus expectativas contextuales del momento. En las sociedades
patriarcales, los hombres han ido configurando la imagen de la mujer más adecuada a
las circunstancias históricas del momento. Así, por ejemplo, a finales del siglo xviii
fundamentándose en el descubrimiento de que para procrear la mujer no tenía por qué
sentir placer sexual, apareció como posibilidad una mujer sin pasión y, sin embargo
reproductiva. Este hecho propició una realidad sexual en la que la esposa era la
contenida dueña del hogar y respetable madre de los hijos, y en la que la lujuria y la
sensualidad se reservaban a las otras, los espejismos colaterales de su vida de
ensoñaciones turbulentas.

Parece obvio que tanto la mujer como el hombre, por ser humanos, están
preparados para sentir placer. El acceso a éste puede obstaculizarse sólo por creencias
y consideraciones culturales del momento3s Quien no concibe que pueda ocurrir
algo, difícilmente lo vivirá. Es como esas profecías autocumplidoras que suceden al
ser dichas; el sujeto tiende a confirmarlas de forma no consciente en su proceder.

¿Y el orgasmo? El masculino es objetivable y conocido. ¿Y el femenino? Ha sido


más problematizado y polémico. Se ha hablado un poco de todo, desde que la mujer
no podía tenerlos, hasta su desmesura pa sional abrasadora que hacía peligrar incluso
la vida de su compañero sexual, la «mantis religiosa» que mata al macho al copular
con él. De nuevo oscilamos entre la frialdad absoluta y el desbordante exceso.

Además, se ha pretendido compartimentar y, por tanto, tipificar el orgasmo


femenino dependiendo de la zona erógena que se excitaba. Parece absurdo - porque
los orgasmos son orgasmos - pero se ha hablado y todavía se sigue hablando del
clitoridiano y del vaginal. Según cuenta T.Laqueur, «antes de 1905 nadie pensaba que
hubiera otra clase de orgasmo femenino que el clitoridiano. Esto está descrito con
amplitud y precisión en cientos de textos médicos, eruditos y populares, así como en
una literatura pornográfica que despegaba con fuerza. Cualquier comadrona del siglo
xvii y los investigadores del siglo xix lo hubieran documentado con todo lujo de
detalles» 36. Pero cuando Freud introdujo el concepto del orgasmo vaginal como
maduro y propio a la mujer adulta, llamando el clitoridiano inmaduro e infantil,
cambió la realidad sexual de mucha gente al introducir en su vida esta «norma». Con

140
los posteriores descubrimientos de Masters y Johnson se volvió a hablar de la
importancia del clítoris para alcanzar el orgasmo, y aunque parezca mentira, sonó
para la mayoría como algo revolucionario y nuevo, a pesar de ser un conocimiento
milenario. Es curioso e inquietante cómo el contexto ideológico cultural nos
determina en lo más profundo de nuestro ser sin que nos demos cuenta y, por tanto,
sin que tengamos control sobre ello.

Clásicamente, la sexualidad femenina se ha contemplado como misteriosa,


incierta, incluso impura y maligna al asociarla con la primitiva religiosidad animista
de carácter mágico y sus ceremonias. Es algo que permanece todavía en el imaginario
colectivo. La refiere al peligro y misterio, a la incertidumbre e imprevisibilidad, a
algo ilimitado que se escapa a todo control y curso establecido37. Una forma de
controlarla es la maternidad, la sujeción de la mujer por su cualidad reproductiva.
Con la cada vez mayor profusión y eficacia de los métodos anticonceptivos, la mujer
ha sido liberada de esta condena y amenaza constantes. Ya puede decidir si quiere ser
madre o no, y desvincular su sexualidad de la reproducción inevitable. La disociación
de la sexualidad y la procreación ha sido uno de los logros más importantes del siglo
xx para la construcción sexual de nuestra realidad.

¿Y el deseo? El sujeto considerado como deseante en nuestra cultura es el varón.


Se sigue sin saber bien lo que desea la mujer, porque sí parece que desea. ¿Lo que
desea es ser deseada por su compañero sexual? ¿Y eso le basta? Históricamente, la
inclinación de ver las cosas de una manera o de otra ha ido variando. Así, en la
Antigüedad el sexo y su incontenible impulso han sido referidos a la mujer, y la
amistad y la templanza al hombre. Más tarde esto cambió, y se empezó a considerar a
la mujer poco deseante y fría, y a los hombres, con un impulso sexual dificil de
dominar y que les conducía a múltiples contactos sexuales. Éstos, en busca de sexo,
mero sexo, y las otras, de una relación38. Una vez más, vemos que las creencias son
contextuales y van construyendo la realidad sexual de los sujetos al ser no sólo
descriptivas de lo que ocurre, sino prescriptivas al marcar lo que cabe que ocurra.

Vivimos en sociedades consumistas en las que se persigue la rápida satisfacción de


los deseos, lo cual ha influido en nuestra conducta sexual. No se suele deleitarse en el
detalle, sobre todo si supone sentimientos y tiempo para su preparación. Se opta más
por las gratificaciones superficiales, que no impactan en la profundidad del ser
sexual, no lo crean porque apenas importan, resbalan por su piel sin inmutarle. Así, se
besa o se acuesta con alguien como si se tomaran un café o se fumaran un cigarrillo

141
juntos. ¿Qué importancia tiene? Son espejismos placenteros que gratifican sin más,
no traducen sentimientos, no atan, no conmueven. Se quedan en la superficie,
resbalan y desaparecen en el vacío de la nada. La cuestión es no implicarse ni
comprometerse, pero disfrutar, ¿por qué no? Se vive «como si» y el tiempo va
pasando para no volver; se muere un poquito más. De esta manera, se construye una
realidad sexual que podría ser otra, más auténtica y hermosa, más propiamente
humana, trascendente y significativa.

Tanto los hombres como las mujeres son objetos de deseo y sujetos descantes,
pero al vivir en sociedades androcentristas se subraya la cualidad de sujeto descante
del varón, fenómeno que se refleja con claridad en el erotismo de consumo. Éste está
concebido para su gusto, muestra, pero también crea lo que es deseable. No obstante,
en la actualidad, las mujeres, al ser productivas y disponer de dinero propio, han
pasado a ser tomadas en cuenta como sujetos consumidoras y a ser blanco del
mercado de consumo sexual, aunque en distinta forma.

Nuestra cultura consumista presenta uny pujante narcisismo. Se profesa culto a la


imagen, a la apariencia y no se profundiza más. Las personas y las cosas pasan a ser
simbolismos de algo y pierden su condición ontológica de sujetos. Se desean en
función de lo que simbolizan, no por lo que son en sí. En nuestra realidad sexual, esto
se traduce en el reinado de lo simbólico y una huida de lo experiencial auténticamente
humano y trascendente para el individuo. Se practican variadas posturas, se recurre a
transgresiones y prácticas arriesgadas para intensificar las sensaciones demasiado
efímeras para satisfacer de verdad. Es el dominio de lo superfluo, de lo banal, del
hedonismo superficial y rápido que apenas impacta y no deja huella. Los hombres y
sobre todo, las mujeres, circulan en él como objetos que enriquecen el valor
simbólico del que los adquiere. No se habla de los sentimientos, ni del amor, esto
supondría gasto de mayor tiempo y energía personal.

¿Y el cortejo sexual amoroso? ¿Es patrimonio de una minoría privilegiada? En


nuestras sociedades el sujeto que corteja sigue siendo el varón, aunque eso va
cambiando. Sin embargo, una mujer que corteja suele intimidar a su compañero.
Atravesamos un período de actitudes inciertas y a veces contradictorias en el que
conviven junto a novedades, viejas tendencias de proceder. Pesan los estereotipos
culturales de «ser mujer» y de «ser hombre» y de conducirse de forma «adecuada» a
lo que se es, a lo que se espera de uno por ser del sexo que es.

Si el cortejo se enmarca en el binomio de dominio-sumisión, se convierte en una

142
justa entre el que corteja y conquista y el objeto de su empuje libidinal. No deja de ser
algo parecido al asalto de una fortaleza que se resiste a ser tomada. Si el dominio y el
poder se introducen en la escena sexual se obtiene una realidad en la que el
protagonista es el poder y quién lo sustenta. El vencer produce placer que se disfraza
en sexual por desplazamiento.

En nuestros tiempos, el cortejo amoroso, finamente estructurado para encender el


deseo, está en desuso. Supone tiempo, motivación y creatividad; implica la espera, la
contención y el compromiso, lo cual es patrimonio de pocos. Es componer un poema
de amor, único e irrepetible, con ese otro deseado y querido. Hacerle este generoso
regalo de saberse amado y apreciado, buscado y deseado. Es una pena que nos cueste
tanto mostrarnos vulnerables, incluso ante esta persona importante sin la que la vida
pierde color. De todas formas, este tipo de cortejo, al ser una interrelación de dos,
depende del encuentro de sensibilidades parejas, lo que se da pocas veces. Es una
lástima, porque supone una belleza hondamente humana, dificil de experimentar con
tanta intensidad de otra manera.

¿Y el amor? Irrumpe con fuerza en la construcción sexual de la realidad. El ideal


del amor que sigue vigente en nuestros tiempos es el amor cortés o amor-pasión, que
conduce y crea unas vivencias amorosas y sexuales que podrían ser otras si no
manejáramos este ideal. ¿Quién no sueña con un gran amor? Actualmente pocas
parejas se casan o conviven por conveniencia. Se desea amar y vivir con la persona
amada y cuando se deja de amar, muchos rompen esta unión.

Por temporadas, el amor y el sexo se unen o se separan. Existe polémica sobre


ello. Los más rebeldes proclaman sexo sin amor o amor sin sexo dependiendo de en
qué polo del binomio categorial se sitúen39 No deja de ser una muestra más del
paradigma dualista universal, donde el amor es sublime y el sexo es bajo. ¿No será
que partimos de coordenadas erróneas? Quizá, este empeño por escindir y categorizar
vendría a reflejar la tendencia represiva y enajenante ejercida, sin que nos demos
cuenta, sobre el ser humano, que le coloca en contextos difíciles de sostener y cambia
el curso discursivo sobre su condición humana sexual por polémicas sin fundamento
que perpetúan la sinrazón. Se le vuelve más manejable y autómata quebrando su
dignidad y voluntad humana. No olvidemos que el mal viene definido por la elección
del bien y construye una realidad sexual que podría ser otra. Nuestros valores e
ideales, nuestros sueños y creencias son decisivas a la hora de configurar nuestro
mundo y pueden cambiar en el caminar vital. La creación es un proceso continuo, se

143
da en cada instante vivido.

144
No nos podemos liberar de nuestra historia, en
cambio podemos entenderla. Entenderla buscando las
respuestas que hoy nos son necesarias.

ALESSANDRA BOCCHETTI,

Lo que quiere una mujer

11.1. CONSIDERACIONES INICIALES

Hegel decía que la historia es lo que el hombre hace con el tiempo. Trataremos de
llevar a cabo un enfoque sexológico de nuestra historia, que sea gráfico y, a la vez,
consistente. Para ello, se podría dividir artificialmente lo que el hombre ha hecho con
el tiempo según el marco referencial o paradigma sexual que ha usado el individuo
existente para entender lo que le rodea y a sí mismo. Es un acercamiento diferente a
la historia, pero evoca, en cierto modo, lo similar de las realidades sexuales que se
construyeron partiendo de un paradigma dado. No es una cuestión insignificante sino
central y radical para el sujeto existente, hombre o mujer, que interactúa con el
Universo en el que le ha tocado vivir y que va construyéndolo en esa interrelación,
que, a su vez, le configura a él mismo'. Es todo un mu tuo proceso sincrónico en el
que el sujeto es al mismo tiempo objeto, es activo y pasivo, es totalidad y parte en ese
dinámico fluir vital. El mundo real, el mundo conceptualizado que le hace de filtro
perceptivo, el existente corpóreo y los otros, son aspectos importantes en la
configuración del ser humano como sexual.

En el transcurso de la Historia de la Humanidad ha habido dos paradigmas


sexuales que han servido a los individuos para entenderse, vivirse, expresarse y
construir una determinada realidad sexual. Se trata del paradigma antiguo de sexo
único - el masculino - y del moderno - de dos sexos-. Desde que apareció el ser
humano en el Universo, la innegable constante es que existen dos modos, femenino y
masculino, de su posible corporización sexuada. Sin embargo, si partimos de la idea
central de que sólo uno de los dos es válido como tal, todo lo que obtenemos a partir
de allí es diametralmente opuesto a lo que podría haber sido si se contemplara la
existencia de dos sexos diferentes, pero equivalentes entre sí. Todo lo que vemos,

145
creemos, sentimos y hacemos se impregna de esta idea central y configura realidades
e individualidades que portan esta premisa en sí mismas.

Es la ideología lo que determina de forma «natural» lo observado y lo destacado


como significativo, y las excepciones no hacen más que confirmar la regla de partida.
No olvidemos que las diferencias que produce la diferencia se derivan del marco
referencial en el que se sitúan los sexos. Si no aprendemos las enseñanzas que nos
aporta nuestra historia biográfica no podremos comprender el momento actual en el
que vivimos y, quizá, repitamos los «errores» ya cometidos antes, aunque sean de
otro signo. En el paradigma de sexo único, sea cual sea éste, reina el binomio
dominio-sumisión y la libertad se anhela como un imposible. No se puede construir
una realidad sexual humana digna y hermosa entre uno que esclavice y denigre al
otro, traicionando su grandeza de ser al hacerlo, aunque sea de forma no consciente y
no volitiva. La frustración de la potencialidad vital que llevamos todos por ser
humanos cobra, inevitablemente, un alto precio en la interrelación sexual.

Ya hemos visto que, según el principio de isomorfismo entre la relación sexual y


la social, las reglas del poder patriarcal se incrustan de forma «natural» en la pareja,
produciendo una asimetría jerárquica entre los sexos, en la que existe un superior que
decide, y un inferior que depende de él y le obedece. No es de extrañar, lo micro y lo
macro se encuentran en estrecha interconexión sincrónica de mutua influencia y
configuración.

La construcción sexual de la realidad es histórica y cultural, incidiendo en ella una


estrategia de poder, propia a la sociedad en la que se da. Existe un dispositivo de
recursos y procedimientos de poder que pretende canalizar la energía de los
individuos y volverla útil, conduciendo a una realidad sexual concreta y no otra. Este
«dispositivo de sexualidad» - como lo denomina M.Foucault - se articula en un
discurso que no sólo trata sobre la sexualidad, sino que la crea. Incluye los
pronunciamientos morales, científicos, religiosos, médicos, filosóficos, medidas
legales, manifestaciones en el arte y la literatura, en los medios audiovisuales,
tendencias en aprendizaje, avances tecnológicos y modas; configura espacios, incluso
los arquitectónicos, que, a su vez, facilitan unas conductas y no otras, unas funciones
y no otras, que poco a poco se convierten en costumbres y crean «normas» a seguir.
Las desviaciones del camino trazado y la generación de nuevos fenómenos a analizar
vienen ya contempladas y previstas por el discurso mismo.

Por otra parte, ¿de qué hablamos al hablar de sexo? ¿De nuestra condición sexual

146
como humanos que somos y su radical trascendencia? Este aspecto, casi siempre,
pasa desapercibido y olvidado en el discurso sobre el sexo, que, a menudo, se
entretiene en peculiaridades de hacer, que por algún misterioso mecanismo
simplificador pasan a definir el ser; es decir, la identidad del sujeto es definida por lo
que hace. Las prácticas sexuales se transforman en esencias identificatorias y
fenómenos, que crean realidades al ser nombrados, analizados y difundidos. Cabe
pensar que es una estrategia más del poder, que modula un discurso que podría ser
otro. Así, se desvía la atención de la condición sexual humana, pura y elevada, de
profunda belleza, trascendente y mágica en ese íntimo confluir de corporalidad
espiritual que piensa y siente, y se abre en un abrazo a esa otra, que la saluda y la
acoge en su ser, y la transforma al hacerlo transformándose a la vez.

Por último, es conveniente tener en cuenta que los tiempos evolutivos de la


Humanidad transcurren con lentitud y lo que a los individuos nos pueda parecer muy
largo, para la evolución humana apenas es un segundo. Los paradigmas que usa la
gente para explicarse lo que les rodea y a sí mismos, se van configurando poco a poco
a lo largo de los siglos. Van confluyendo opiniones y voces que inciden en otros y
expanden conciencias, que van madurando y, a su vez, pronunciándose. El cambio de
un paradigma a otro se va haciendo muy despacio y, a pesar de producirse, las viejas
creencias tardan mucho más tiempo en desaparecer, porque las nuevas generaciones
siguen viendo el mundo como les es narrado; se forman con el mismo lenguaje y
utilizan los mismos simbolismos al interiorizar lo que les rodea. La evolución es lenta
y el cambio, a menudo, acontece tras el paso de milenios. Sin embargo, las personas
sí podemos contribuir a la aceleración del desarrollo de conciencias individuales, que
confluyen formando la colectiva. Todos somos importantes e intervenimos en el
proceso creativo de nuestro mundo.

11.2. EL TRANSCURRIR DEL PARADIGMA ANTIGUO DE SEXO ÚNICO

El paradigma antiguo de sexo único considera como sujeto sexual al macho de la


especie humana. La hembra está en el mundo para satisfacer sus necesidades y
procrear; es alguien que no ha completado su desarrollo y no ha podido ser varón: no
es un sujeto sexual sino una realidad objetal incierta. La dimensión sexual es reducida
a los genitales, como referente corpóreo de la condición sexuada. La norma son los
genitales masculinos y la hembra no los tiene, por tanto es no clasificable como
humana sexuada de pleno derecho.

Este orden de cosas se instauró en las épocas más primitivas de la evolución

147
humana y se corresponde con la visión mítica del mundo y el reinado de la biosfera
sobre la noosfera, es decir, de lo físico sobre lo racional. Las leyes que rigen esta
realidad no se basan en la razón o la justicia, sino en la fuerza física y el dominio, en
vencer y someter al contrario, al extraño que no es como uno. Para sobrevivir se
lucha, se vence y se domina; es un estilo de vida que evita la muerte en estas
circunstancias hostiles. Además, se poseen cosas, que también pueden ser personas,
es decir, esclavos, mujeres y niños.

Él paradigma antiguo de sexo único fue vigente hasta el siglo xvIII, cuando
apareció el moderno de dos sexos, que se solapa con el surgimiento de una nueva
visión del mundo, la mental o racional. Este moderno paradigma se sitúa en el siglo
xvI concurriendo con el desarrollo industrial, que favoreció dicha visión del mundo.
Ya vimos, que cada visión del mundo se caracteriza por sus propios paradigmas.
Éstos se van sustituyendo poco a poco en el devenir de los siglos y por eso no hay
una coincidencia exacta entre las fechas. Las cosas cambian muy lentamente y los
números que marcan los acontecimientos históricos son sólo codificaciones que los
anclan en nuestra memoria. La historia es un proceso continuo y los hechos o las
ideas van naciendo, creciendo, madurando y muriendo o no, muy despacio.

Hablemos brevemente del transcurrir histórico de ese paradigma de sexo único,


destacando algunos aspectos y fenómenos. Nace en los tiempos prehistóricos. Al
principio, antes del patriarcado, parece que había una forma de vida un tanto
igualitaria entre los sexos. El alimento se obtenía sobre todo mediante la horticultura
y la mujer, además de reproductora, era también productiva. La instauración de la
agricultura - que se sitúa aproximadamente en el 4000 antes de nuestra era - con la
propagación del arado como instrumento tecnológico que se utilizó en ella y que
requería fuerza física para su manejo, propició una especialización de tareas y la
aparición de un orden social nuevo, el patriarcado. La mujer pasó a ser sólo
reproductiva al dejar de ser valorada como productiva, a pesar de cuidar del hogar e
hijos. Los hombres se convirtieron en los principales productores, señores y dueños
de su patrimonio, que comprendía la tierra, la casa, el dinero o su equivalente en uso,
el ganado y a su familia3. Las sociedades agrícolas han sustentado el orden más
sexualmente dicotomizado de la historia, con los papeles sexuales muy marcados,
donde el ser hombre no esclavo implicaba tener los derechos de un individuo social y
el ser mujer, prácticamente ninguno, al no ser considerada como su par; habitaba
marginada, a la sombra de su varón, padre, marido, hijo, hermano...

148
Él hombre empezó a dominar la esfera pública, poseía el poder e incluso su Dios
era un dios masculino que sustituyó a la Gran Madre todopoderosa con su primitiva
religiosidad animista, característica de la visión mágica del mundo. Seguramente, a
partir de este momento y al entrar en conflicto los paradigmas de cada visión del
mundo, es cuando surgió una animadversión contra lo «femenino», la cual se tradujo,
también, en una creencia negativa acerca de la sexualidad femenina, que pasó a ser
considerada impura y maligna, peligrosa y amenazante para el varón. Una forma de
controlar la sexualidad de la mujer era la de hacerle hijos, que la sujetasen y le
quitasen la energía sobrante al tener que invertirla en el embarazo, parto, lactancia y
cuidado de sus pequeños - su razón de ser-. La mortalidad infantil era muy alta y el
peligro acechaba por doquier. Aunque el valor que se daba a la vida, tanto propia
como ajena, era muy diferente al que manejamos hoy en día, los hijos se
consideraban como bienes y, a menudo aseguraban su presente y su futura vejez.

La población mundial iba creciendo paulatinamente y agrupándose en sociedades


cada vez mayores y más complejas. Aparecieron las grandes civilizaciones con sus
culturas, que todavía hoy en día tienen un extraordinario peso en nuestra historia
biográfica. Entre ellas se destaca la civilización de la Grecia Antigua, algunos de
cuyos aspectos trataremos de señalar.

Los ciudadanos en la Grecia Antigua eran los hombres libres, no las mujeres,
reconocidas como esposas, hijas, hermanas o madres de un varón. Por tanto, la
relación entre los sexos seguía siendo política, la de alguien de sexo masculino que
gobierna al del femenino. Los hombres ostentaban la condición de sujetos, las
mujeres no. La relación erótica como tal, se desplazó a la de los hombres con los
muchachos, no con sus esposas, salvo excepciones particulares. El amor o el deseo
suelen nacer entre pares, la mujer no lo era para un hombre. Existían cortesanas,
algunas sobresalientes y famosas, y sacerdotisas, que se escapaban un tanto a este
orden de cosas presentando una cierta autonomía y siendo consideradas por ellas
mismas y no por ser pariente próximo de un varón, pero fueron singularidades que se
salieron de lo establecido y así han pasado a la Historia. Por otra parte, ya entonces
surgieron algunas voces que proclamaban los derechos de la mujer a ser considerada
como sujeto4.

Los hombres eran los que tenían que ejercitar el dominio de sí, la templanza,
mantenerse en forma, convertirse en ciudadanos libres y seguir unos valores, cultivar
la amistad y las artes, gobernar y filosofar. Las mujeres les tenían que agradar y

149
cautivar, pues en ello les iba la vida. Se cuidaban para asegurar su futuro al
conquistar a un varón que les daba su nombre y a la sombra del cual vivían. Eran
educadas desde que nacían para ser esposas y madres, y si no lo lograban, su futuro
quedaba incierto, inútil y se apagaban sin nombre ni sentido.

Las mujeres servían sobre todo para procrear y satisfacer las necesidades
fisiológicas del hombre que debía mantenerse en forma. Para ello había que
gobernarlas y refrenar sus primitivos impulsos. Se edificó toda una dietética sobre la
práctica de los placeres, entre ellos el sexual, por supuesto con tendencia restrictiva.
Los griegos creían que el abuso de la actividad sexual demostraba una debilidad o
falta de dominio de sí y podía repercutir en el estado de aquél que hacía mal uso de
los placeres, también de los de la carne, y minarle como persona y ciudadano libre.
Como comenta M.Foucault, había «una inquietud que giraba alrededor de tres focos:
la misma forma del acto, el costo que entraña y la muerte a la que está ligado»5. Se
consideraba que en el comportamiento sexual existía un papel honorable, el del que
es activo, ejerce su superioridad y penetra, y uno que no lo era, el del que es pasivo,
inferior y es penetrado. La actividad sexual se describía como una necesidad
fisiológica más dentro del frágil funcionamiento corporal, susceptible de causar males
y de evitarlos si se hacía buen uso de ella. Se creía que el humor espermático poseía
un alto valor vital y no había que despilfarrarlo sin mesura, porque esto podría
debilitar al individuo. Se tendía a atribuir a la abstención sexual efectos positivos para
el individuo, sobre todo en algunas corrientes filosóficas como la de los estoicos.

Estas creencias fueron consolidándose durante el Imperio Romano, aunque quizá,


adquiriesen una forma más suavizada. Cabe destacar la aparición del cristianismo,
que fue aceptado como religión oficial del Imperio en el siglo iv, y su propagación, lo
cual fue decisivo para transformar la realidad sexual de entonces6. Se siguió con la
tendencia restrictiva que se intensificó. La represión continuó siendo el modo de
relación entre el poder, el saber y la sexualidad. Se vigilaron los deseos y las
intenciones, que se controlaban en la confesión. Ya, no sólo importaba el control de
la vida del cuerpo en tanto actos consumados, sino también la lucha contra los deseos
carnales y tentaciones, y, por tanto, contra los pensamientos y las imágenes internas y
externas. Esto último refleja un avance evolutivo en cuanto a la concepción del ser
humano, es decir, no sólo es lo que hace, sino que tiene un mundo interior propio, que
empieza a ser reconocido como existente. Asimismo, es un importante paso más en el
control y la represión de un individuo social, va más allá de la conducta constatable e
invade lo que se piensa y se desea. Esta lucha contra las imágenes tentadoras creó un

150
peculiar erotismo de lo prohibido o, según algunos autores, acabó con él'.

Si antes se exigía un correcto uso de los placeres, ahora se pretendía desligar el


placer de la finalidad de las relaciones sexuales. Se amenazaba no sólo con posibles
enfermedades y males para el individuo al transgredir lo prohibido, sino además, con
el pecado, perdición y posible condenación eterna. La mujer, incluso la propia, era la
tentación, el sexo, el peligro de la carne del que había que huir. La relación que se
problematizaba ya no era la de los ciudadanos libres - los hombres - con los que iban
a serlo - los muchachos-, sino la de los hombres con las mujeres, sobre todo la
matrimonial, porque las otras eran pecado, ni se consideraban en el discurso
repetitivo como posibles en un buen creyente. Esto demuestra que en los tiempos del
cristianismo la mujer, poco a poco, empezó a ser vista como una semejante al
hombre, como su casi par8.

Én los tiempos del auge del cristianismo, los humanos se arreglaban entre ellos a
través de los mandatos de Dios y sus dogmas. El poder de la confesión, como medio
de control y canalización de las energías, era muy importante para ese fin. También
las cruzadas para defender y exaltar la fe, la implacable Inquisición en busca de los
herejes, brujas y pecadores acérrimos hacían su papel de aglutinar individuos en
realidades concretas, que podrían haber sido otras. Todo un colosal despliegue de
fuerza coercitiva alrededor del saber y la sexualidad, que dirigía la mirada hacia Dios
y la desviaba de lo humano.

Cabe destacar dos influyentes fenómenos que surgieron con el cristianismo y es el


nacimiento del amor cristiano, fraternal o amorcompasión y del amor romántico,
cortés o amor-pasión9. Estos dos acontecimientos fueron decisivos y siguen vigentes
como ideales de amor incidiendo sobremanera en la sexualidad humana actual.
Ambos contribuyeron en cierto modo a revalorizar la figura de la mujer y también,
intervinieron poniendo orden y vigilancia en el sexo tanto dentro del matrimonio
como fuera de él, ya que son modelos prescriptivos en la conducta y la vivencia
sexual amorosa.

El amor-compasión reconocía al hermano o hermana en el otro, un hipotético igual


a pesar de ser extraño o extranjero. Conducía a la ternura y cooperación, a la ayuda
mutua y vinculación o compromiso en un fin común, en un proyecto vital
compartido. Es el que correspondería a un matrimonio cristiano con amor entre los
cooperadores y respeto mutuo entre los esposos.

151
Por otra parte, se cree que el amor-pasión apareció en Occidente en el siglo xii10.
Conduce al amor romántico, platónico o no, ajeno al matrimonio, y, por tanto,
imposible y que, irremediablemente, acaba en tragedia. Así son sus reglas que, sin
poder evitarlas, se cumplían como en un juego amoroso atroz. La dama es idealizada
hasta la perfección. Se la coloca en un pedestal y se le brinda culto como si fuese una
diosa particular del enamorado, inalcanzable y lejana. El vasallo de su dama intenta
hacer grandes proezas para ser merecedor de su mirada y afecto, pero todo es en
vano. La unión de los amantes es imposible en este ideal de amor. La dama está
desposada o hay algún otro motivo sólido que impide el encuentro carnal de los
amantes conduciéndoles a su triste fin. El amor entre el hombre y la mujer en este
modelo se permite en tanto en cuanto es platónico y conlleva el sufrimiento,
enclaustramiento, limitación, dolor y posterior destrucción`. En realidad es muy
casto, por eso se prepondera. No se trata de un amor entre los sexos, ellos no son los
protagonistas. Se trata de que al único al que se puede amar es a Dios y la unión por
amor permitida es con el creador después de morir, incluso en vida. Él es el único que
reconforta y acoge.

A la vez, se trata de amar estar enamorado, es el enamoramiento el que brilla en la


escena como actor principal. La figura de la mujer es prescindible por irreal, y uno,
en el fondo, se enamora del amor. El deseo no es alcanzar al objeto de tantos suspiros
anhelantes y darse a él con todo lo que eso supone, sino estar abrasándose en las
devoradoras llamas del amor romántico. La mujer sigue siendo un espectral objeto en
la historia personal del varón; no es un sujeto real, sino un sueño enfermizo para dar
sobradas razones para el sufrimiento tortuoso del enamorado y su entretenimiento en
penuria y dolor. No se está uno al lado del otro, los amantes no se acarician, no se
buscan desde la posibilidad de ser juntos en una íntima unión carnal. Los sexos se
separan y están abocados así al desencuentro y soledad.

En nuestros tiempos sigue siendo muy vigente esta división artificial entre el amor
romántico y el sexo, aunque no sea algo consciente. La gente sigue enamorándose del
amor y parece que es eso lo que se busca. ¿Y la caricia recíproca que enlentece el
tiempo? ¿Dónde queda nuestra corporalidad espiritual que siente y piensa y que se
abre en un abrazo infinito al otro? ¿Se convierte el sexo en algo primitivo y rápido,
una simple descarga de tensiones más o menos placentera y necesaria? ¿No será que
arrastramos creencias e ideales ya desfasados en nuestros tiempos? El amor sexual
con un «final feliz» es posible, ¿por qué no?, siempre y cuando uno no se empeñe en
escenificar un juego siniestro de autosacrificio y destrucción estéril. ¿Para qué sirve

152
tanto suspiro y sufrimiento? ¿Hace a alguno de los dos más feliz, más humano, más
libre y realizado o se trata de un entretenimiento miserable consigo mismo? ¿Se
puede enamorarse de verdad del otro y no del amor? ¿Por qué no?; somos personas y
no efímeras sombras de un mundo de ensoñaciones enajenantes. No deja de ser una
traducción más del paradigma dualista, que separa el cuerpo y el alma, la tierra y el
cielo desvirtuándolo todo de forma artificial.

No obstante, además de las damas estaban las otras que no lo eran. No olvidemos
que la esclavitud y la servidumbre sin apenas derecho alguno no se abolió en muchas
naciones hasta después de la Ilustración. Los señores tomaban y disponían, yacían y
hacían hijos sin mayor revuelo general, era lo «natural»; las mujeres estaban allí para
uso y disfrute, y para traer niños al mundo. Pero, por supuesto que había historias y
parejas que se escapaban a ese orden «normal» y escribían su prosa o verso
particular, sólo perteneciente a ese par que es uno.

Lentamente, los siglos avanzaban y las cosas iban cambiando. Se iban abriendo
camino nuevos valores como la razón, la justicia y la libertad. La fuerza física del
macho y el poder reproductivo de la hembra iban siendo trascendidos en ese devenir
biográfico del ser humano. Los imperios dieron lugar a los estados que dictaron otras
leyes, las cuales permitieron que sus ciudadanos se entendiesen entre ellos y ya no
sólo a través de los mandatos de Dios o sus representantes en la tierra. Poco a poco, el
Estado y la Iglesia se fueron separando, aunque siguieron en estrecha relación
colaboradora, pero ya eran ámbitos de poder diferentes, que regían la realidad del
ciudadano cada uno desde su campo de acción. La gente comenzó a situarse en el
mundo de forma laica funcionando por pactos, contratos y conveniencia mutua12.

En el siglo xvi, aproximadamente, se sitúa la aparición de una nueva visión del


mundo, que es la racional o mental, con un cambio de valores, necesidades,
identidades, forma de vida y paradigmas que fueron naciendo poco a poco. La
biosfera es trascendida por la noosfera, la fuerza bruta por la razón. Los mecanismos
para canalizar correctamente la energía de los individuos, a su vez, se ajustaron a esa
nueva realidad de la hegemonía mentales

El sexo siguió siendo reprimido y más aún al surgir el interés de aumentar la


producción de bienes para adquirir riqueza. El tiempo empezó a tener valor traducido
en posibles ganancias monetarias. La meta de bienestar económico se apoyaba en
preceptos morales con el desarrollo de procedimientos de dirección y examen de
conciencia14. Según cuenta M.Foucault, durante el siglo xvii nacieron las grandes

153
prohibiciones alrededor de la sexualidad, valorando exclusivamente la adulta y dentro
del matrimonio, con los imperativos de decencia, evitación obligatoria del cuerpo,
silencios y pudores discursivosls

Sin embargo, iba formalizándose muy despacio un cambio - el surgimiento de la


mujer como una realidad ontológica, como un sujeto con derechos propios-. Durante
muchos siglos del régimen agrario de producción de bienes, la mujer apenas tenía
acceso a la educación ni derechos legales sobre sus propiedades o hijos. Iba viviendo
a la sombra de su compañero varón. Algunas privilegiadas se escapaban a esta
realidad y eran escritoras, poetisas, músicas, pintoras o artistas. Había mujeres con
una elevada formación que dominaban los salones artísticos y literarios de la Europa
del siglo xvii16. Mujeres influyentes a través de sus hombres, incluso en la política y
el gobierno de los estados. De todo había, pero lo «normal» era que las mujeres
siguiesen gobernando en sus asuntos domésticos, aunque poco a poco su ámbito de
acción se iba ampliando. Aparecieron voces, como por ejemplo la del filósofo
Poulain de la Barre, que reclamaron educación y oportunidades iguales para hombres
y mujeres, fundamentándose en la capacidad de razonar compartida por ambos sexos
en nuestra especie". No obstante, la realidad de ambos sexos se transformó con la
aparición en el siglo xviii de la mujer-sujeto dentro del marco referencia) del
paradigma moderno de dos sexos.

11.3. EL PARADIGMA MODERNO DE DOS SEXOS

La ruptura con el paradigma antiguo de sexo único y la aparición del moderno de


dos sexos se sitúa en el siglo xvIII, dentro del contexto histórico de los nuevos
valores de razón, justicia y libertad, característicos de la Ilustración. Coincide con el
final del antiguo régimen teocrático, que dio paso a los regímenes democráticos
modernos con un nuevo modo de producción de bienes - el industrial-, que fue
sustituyendo al agrario, desplazándolo a un segundo plano. Las máquinas
comenzaron a efectuar el trabajo duro que antes hacían los hombres; la noosfera
triunfó sobre la biosfera. La fuerza física dejó de determinar el poder cultural. A su
vez, la ciencia, la moral y el arte se diferenciaron y demarcaron su terreno autónomo
sin tanta contaminación de la religión, produciendo cada cual sus verdades, que se
derivaban de los distintos caminos del conocimiento con sus premisas de validez
propias.

Este período coincide con un estadio evolutivo de la conciencia del ser humano
cuya visión del mundo es la racional, que incorpora y trasciende a la mítica. En este

154
contexto aparece el sujeto como categoría ontológica con su nueva identidad egoica,
no basada en su papel social, que, a su vez, incorpora y trasciende. Se prepondera la
razón relegando al cuerpo físico. Continúa en plena vigencia el paradigma dualista,
también en cuanto a la concepción del sujeto. Este adquiere una nueva actitud
reflexiva abandonando la incuestionabilidad de principios morales y religiosos
anteriores.

La autonomía, la libertad y la igualdad son los temas que preocupan, lo que se


traduce en una formulación de leyes a propósito'8. Los hombres y, sin mucho tardar,
también las mujeres, se conciben como individuos autónomos, lo que implica una
cierta libertad de acción y pensamiento, con derechos y responsabilidades que les
hacen ser iguales, aunque no totalmente, ante la ley. En 1789, con la Revolución
Francesa, se produce la Declaración de los derechos de todos los ciudadanos. Son
ciudadanos de estados democráticos con valor como tales.

A su vez, la moralidad hace traslucir una cierta autonomía del sujeto, que pasa a
ser el que decide sin recurrir a los mandatos divinos y que, por tanto, es responsable
de sus elecciones. Esta inquietante libertad moral laica fue abordada con
determinación por la misma Ilustración, que intentó rellenar el vacío de sentido sin
Dios con teorías morales que reflejasen los nuevos valores de la razón, la igualdad, la
fraternidad y la libertad, pero que, al mismo tiempo, canalizaran la energía del nuevo
sujeto en una dirección apropiada para ser productivo y útil en el orden industrial con
su pujante capitalismo.

Con los nuevos valores en boga y un nuevo orden, por fin, aparecen dos sexos,
cuyos representantes son ciudadanos libres con derechos y responsabilidades,
supuestamente iguales ante la ley, aunque el cambio no es tan rápido y la sociedad
sigue centrada en el varón, que es el sujeto privilegiado; no en vano, la
discriminación en función del sexo y la doble moral siguen persistiendo, incluso en
nuestros días. Sin embargo, ya existen dos sexos sujetos, que construyen una realidad
sexual diferente y nueva, es la de entre los pares19. Así, los dos tienen corporalidades
e identidades propias, las cuales se intenta estudiar aplicando la razón. Los
pensadores y los científicos, basándose en los recientes descubrimientos biológicos,
proclaman la diferente naturaleza del hombre y de la mujer y esta última pasa a tener
su entidad independiente, es decir, ya no es una especie incierta de varón detenido en
su desarrollo sin llegar a completarlo20. La razón fue el pretendido punto de
encuentro de distintos discursos acerca de los sexos, aplicando los otros valores

155
vigentes como la igualdad y la libertad.

Poco a poco, la mujer pudo acceder a la educación y a participar más activamente


en la sociedad, y no sólo en su clásico ámbito doméstico. Se empezaron a oír voces
femeninas que proclamaban su verdad cuestionando el poder masculino21. Por otra
parte, con la industria y las fábricas, que comenzaron a aparecer a finales del siglo
xviii, las mujeres empezazaron a incorporarse al trabajo remunerado fuera del hogar y
a ser más autónomas e independientes al manejar dinero ganado por ellas mismas. La
Revolución Industrial fue un hecho decisivo para establecer un tenue equilibrio de
poder entre los sexos. La fuerza física ya no era tan limitante para el manejo de las
máquinas y las mujeres pudieron salir de su viejo cometido reproductivo y de
dedicación exclusiva al hogar.

Otro fenómeno del siglo xviii, que es importante reseñar, fue el surgimiento de la
«población» como problema económico y político. Las poblaciones presentan
variables como la natalidad, la mortalidad, la morbilidad, y necesidades como la
alimentación, la salud y la vivienda. El sexo se sitúa en el centro de esta problemática
y, por tanto, se legisla y se gestiona con decisión'. A su vez, eso propicia otro
fenómeno y es la aparición de la pareja, la más pequeña agrupación humana
productiva; es el «nacimiento del número dos», que comparte una propiedad privada
común23. Esta unión se protege - en ello le va su bienestar a la sociedad burguesa - y
se gestiona su funcionamiento y actividades, también la conducta sexual, que es
regulada y reprimida para canalizar la energía de los individuos en el producir, y
evitar que se dispare la tasa de natalidad, lo cual podría causar problemas económicos
e inestabilidad en el sistema24.

Ya hemos visto algunos de los distintos mecanismos del poder sobre el sexo,
desde el discursivo explicativo, que produce unas verdades y no otras, hasta el
coercitivo punitivo25. La pastoral cristiana siguió influyendo en la construcción de
una realidad sexual con la sombra de pecado proyectada, incluso sobre lo que se
desea o se fantasea. Contribuyó al reforzamiento de sexualidades polimorfas, como
respuesta transgresiva a lo prohibido, y desvió el discurso acerca de los sexos a lo que
se hacía, a las prácticas y deseos, despojando el sexo de su hondura, y al ser sexuado
y sexual que se vive y se expresa como tal.

Con el surgimiento de un orden burgués, de su población y capital, se tomó


todavía más en serio todo lo que se refería a la conducta sexual, objeto de análisis e
intervención. Hubo una explosión ideológica discursiva a su alrededor26. También,

156
aparecieron campañas sistemáticas de persecución - apoyadas por las exhortaciones
morales, religiosas y medidas legislativas-, que trataron de encauzar la conducta
sexual de la población, centrándose, para preservar el orden económico y político en
curso, sobre todo en la familia, que es la clásica unidad social que se controla.

El sexo se gestiona teniendo muy en cuenta la conveniencia económica, que se


convierte en política de facilitación u obstaculización de conductas que aseguren los
nacimientos idóneos para el prosperar de la sociedad. Los hijos ya no son riqueza en
tanto mano de obra para trabajar la tierra. Suponen gastos y energía para mantenerlos.
Por otra parte, la mortalidad infantil va disminuyendo. Además, los niños que crecen
en la calle, sin hogar, generan mayor problemática social y delincuencia. Por todo lo
cual, se tenderá a tener un menor número de hijos por familia, lo que, al faltar
medidas anticonceptivas, supone una proliferación de los procedimientos para
contener la actividad sexual y la extensión de la práctica de abortos clandestinos.
Surge todo un despliegue de las tecnologías médicas del sexo que se centran sobre
todo en la eugenesia y en afrontar otras consecuencias de prácticas sexuales27.

En el siglo xix, el discurso científico acerca del sexo adolece de un enfoque


conductista de tintes políticos. Lo que importa socialmente es lo que se hace y sus
repercusiones objetivables, aunque no se ignoren los deseos en tanto en cuanto son
los que motivan las acciones. Así, la medicina de sexo se convierte también en la de
las perversiones, como una hermana de la moralidad en vigor. Es otro mecanismo de
poder sobre el sexo, muy potente y eficaz, ya que sustituye, sin excluirla, una posible
condenación después de la muerte por un castigo en vida en forma de enfermedad o
merma de salud.

El discurso médico del siglo xix contribuirá a la categorización de las conductas


sexuales en esencias e identidades sexuales, que todavía arrastramos. Los perversos
sustituyeron a los libertinos y adquirieron entidad fenomenológica propia, que se
criminalizó y se persiguió por la ley. Así, se descubren desviaciones allí donde ni
siquiera se sospecha su existencia. A su vez, los psiquiatras intervienen en esa escena
con aplastante fuerza y se estructura un extenso catálogo de perversiones, entre las
que figura la homosexualidad, que se persigue y se condena. Las cárceles y los
manicomios empiezan a poblarse de individuos de conductas sexuales «anormales».

El papel de la autoridad irracional y el tener que someterse a sus mandatos


condujo a la represión de sentimientos, vivencias y expresiones que la sociedad
declaró tabú28. El cuerpo fue escondido en la oscuridad y perdió su frescura natural.

157
Esto cristalizó en la artificialidad de movimientos, modas, y hasta en el estilo
arquitectónico. La sobriedad en las formas y maneras caracterizó la época victoriana.
Poco a poco, el hombre se iba convirtiendo en un conformista autómata reducido a la
superficie ocupada en la cotidianidad; había perdido su sentido. Así, en el siglo xix
nace la variedad moderna del hastío29 y reaparece con toda su fuerza la angustia de la
muerte, relegada durante siglos al inconsciente. Los seres humanos comenzaron a
buscar el sentido a su existencia al margen de Dios, es lo característico del individuo
racional con su identidad egoica.

Durante el siglo xix tiene lugar un tiempo histórico de acusada represión y


puritanismo, es la época victoriana, con su doble moral de «virtudes públicas, vicios
privados». Sin embargo, en ella se da el primer intento histórico por resolver esta
dualidad y regularizar la situación inhumana de las prostitutas30. Muchas de ellas
acababan en la prostitución al huir de la esclavitud doméstica o del duro y mal
pagado trabajo en las fábricas. La mujer continuaba siendo un sujeto social de
segundo orden, a pesar de que su estatus en las sociedades industriales fuese superior
al conseguido en cualquier otra sociedad desarrollada anterior. Su destino «natural»
era el matrimonio y su sentido de ser, el de ser madre y esposa. Reinaba la doble
moral, por la cual cualquier desviación del «deber» era más punible para la mujer y a
menudo, perdonable para el hombre31

No obstante, con toda esta nueva realidad de la proliferación de las ciudades y


cierta independencia de los dos sexos, resurge el entusias mo por el amor romántico.
Poco a poco, los matrimonios concertados dan paso a los matrimonios por amor, eso
sí, con el consentimiento y aprobación paternos, en un intento de encontrar amor
romántico sexual en una unión terrestre, fenómeno que comienza en el siglo xix y
continúa en el siglo xx32.

El surgimiento en el siglo xix del movimiento de la liberación de la mujer, merece


una mención especial por ser decisivo en la construcción sexual de la realidad.
Gracias a la persistente lucha de estas activistas, hoy los dos sexos podemos disfrutar
de una relación mutua menos miserable. Ambos somos sujetos sexuados y sexuales
que se reconocen como tales y que tienen derechos y responsabilidades equivalentes,
ninguno de los dos tiene por qué ser esclavo del otro. La libertad, sin perjuicio por
razones de sexo o estado civil, es ya algo más cercano y posible. Las mujeres
luchaban por sus derechos, podían acceder a la educación, aunque esta vía no era algo
usual para la mayoría, y tenían su propia opinión acerca de las cosas. El movimiento

158
de liberación de la mujer fue extendiéndose y organizándose más allá de los límites
nacionales. No combatía contra uno u otro trato injusto concreto, sino que defendía el
lugar propio de la mujer como sujeto social igual al del varón, con sus derechos
legales que les protegían como dueños de sí mismos, no dependientes de otro sexo.
Se luchó largo y tendido para conseguir, ya en el siglo xx, el derecho a votar y, por
tanto, decidir su futuro como ciudadanas sin delegarlo en el «cabeza de familia».
Emergía un nuevo orden sexual que no tenía ningún precedente histórico. Gracias a
todas estas mujeres, a su apasionado sacrificio, hoy podemos caminar en igualdad de
condiciones y disfrutar de nuestra riqueza como sujetos pares, maravillosamente de
igual a igual.

A partir de las tres últimas décadas del siglo xix la represión alrededor del sexo se
fue aflojando hasta la Segunda Guerra Mundial y sus regímenes fascistas. La libertad
de los dos sexos aumentó y continuó así después de finalizar la guerra, aunque de
manera desigual según el orden político de cada país. En España, concretamente, con
el régimen franquista volvió a aparecer una fuerte represión sexual. Pese a todo, el
siglo xx se caracterizó por traer aires refrescantes al campo sexual.

Un hecho muy importante del siglo xx ha sido la disociación entre la sexualidad y


la procreación, que antaño le servía de justificante. El placer, la comunicación y el
bienestar personal y de la pareja, comenzaron a ser contemplados como un fin de la
actividad sexual. A ello ha contribuido el descubrimiento y proliferación de diversos
métodos anticonceptivos, que cada vez son más seguros, cómodos y, actualmente, al
alcance de todos. Existe mayor información al respecto y hoy la anticoncepción se
vive como algo normal y necesario. Los condones de látex aparecieron en el mercado
en los años treinta y la píldora anticonceptiva, en los sesenta. Supuso para las mujeres
un nuevo control sobre su vida reproductiva, separando su actividad sexual - no
olvidemos que sigue siendo coitocentrista - de la amenaza de un posible embarazo no
querido. Con todo esto, se propició la aparición, como fenómeno, de «los hijos
deseados»; las parejas comenzaron a decidir el número de hijos que iban a tener,
primando la calidad de atención y cuidados sobre la cantidad o número de vástagos
traídos a este mundo.

Como recurso que solucionó algunas ya clásicas enfermedades de transmisión


sexual, cabe destacar la llegada a las farmacias de la penicilina en la década de los
cuarenta. Posibilitó resolver con éxito procesos que antes no tenían cura. El miedo al
contagio de males al tener relaciones coitales disminuyó hasta la aparición de nuevas

159
enfermedades, como el SIDA y otras producidas por los virus de dificil erradicación.
Por supuesto que este hecho ha influido en nuestras costumbres y actitudes. Hizo
renacer el viejo fantasma del peligro asociado con el sexo.

Otro logro revolucionario del siglo xx ha sido la adquisición del convencimiento


de que la actividad sexual pertenece al ámbito privado de la persona y ésta tiene
derecho a preservar su intimidad, siempre y cuando no entre en conflicto con los
derechos de otros o responsabilidades propias como individuo que vive en una
sociedad y se atiene a sus leyes. No obstante, todavía en algunos países sí se
criminalizan determinadas prácticas íntimas, incluso en el contexto de mutuo acuerdo
y complicidad, y a pesar de que ninguno de los dos sufra daño por ello.

En el siglo xx se construye y se fortalece la sociedad de consumo naciendo el


hombre y la mujer consumistas con personalidades que encuentran su satisfacción en
el gasto y el consumo. Se cosifican, convirtiéndose en entes que consumen todo lo
que les rodea. De esta manera, se intensifica la conformidad del autómata, que aspira
a gratificaciones rápidas y sin mayor dilación o esfuerzo. Los deseos deben ser satisfe
chos inmediatamente para evitar la más mínima frustración, lo cual ha influido
también en la conducta sexual`. El sexo pasó a ser un objeto de consumo más,
despojándolo de su hondura y hermosa trascendencia. En los años setenta tiene lugar
la llamada revolución sexual, que refleja por una parte un renacer sexual como un
movimiento de reafirmación de la vida y explosión de la energía vital, y por otra, la
cultura consumista, con el sexo como un artículo más a consumirse

A la vez, recobra su fuerza el amor romántico, pero ya como un amor sexual,


dentro o fuera del matrimonio. Las personas se casan o se juntan por amor y cuando
éste desaparece, muchas se separan. Es un amor sexual, no platónico. El dios o la
diosa ya son terrestres, son él o ella especiales, personas con identidad y rostro
concreto. Son reales, carnales y sexuales, que se desean, se buscan y, a veces, hasta se
encuentran.

Asimismo, el siglo xx ha sido llamado el siglo de las mujeres. Éstas ya son


ciudadanas de primer orden, igual que los hombres, con derecho a votar, a decidir
sobre sí mismas y a realizarse como personas. Ya son sujetos sexuales de igual valor
que sus compañeros en la vida y buscan su bienestar propio solas o acompañadas. El
discurso sobre la sexualidad femenina versa, sobre todo, alrededor de dos cuestiones
como es el placer y el peligro.

160
En este siglo, la sexualidad ha pasado a ser central, aunque un tanto obsesiva, con
metas y objetivos. Se ha continuado poniéndole destino, el cual sigue siendo coital y,
todavía, centrado más en el varón. Se ha desprestigiado en exceso el viaje mismo que
es la sexualidad y se ha seguido ignorando la inconmensurable dimensión sexual del
ser humano, mujer u hombre, que es un continuo biográfico personal e irrepetible. La
condición sexual humana, su trascendencia y hermosura, es ese gran tesoro nuestro
que queda por descubrir y hacerlo emerger de lo no manifiesto, de lo no reconocido,
más allá de patologías y transgresiones o aritmética obsesiva en el hacer, sencilla -
que no simple - y majestuosa por ser eso, humana.

161
El hecho sexual humano es el hecho de que el
sujeto humano se hace, se vive y se expresa como
sexuado.

EFIGENIO AMEZÚA,

Sexología: cuestiones de fondo y forma

12.1. EN TORNO AL FENÓMENO

El ser humano es sexuado y sexual todo él, hermoso y frágil en su soledad


interactiva, en su búsqueda intencional de otro. A pesar de poder parecer algo
chocante, el sexo no es una práctica o conducta, es mucho más que esto; es nuestra
condición humana, nuestra forma de ser humanos. Está implícito en la vida misma y,
por ende, en la muerte, en nuestro transcurrir vital. Se trasluce en todo lo que
hacemos, en lo que somos, en nuestro fluir por el tiempo, a veces armónico y otras
veces atormentado, pero siempre particular, constitutivo y biográfico. Seguimos
siendo un misterio a resolver, un fascinante enigma vivo y cambiante que demanda,
para ser comprendido, un proceso de inteligibilidad'. Quizá, continuamos ignorando
nuestra grandeza sexual humana al situarnos en un marco referencial equivocado, en
un contexto insuficiente para que el fenómeno pueda ser entendido.

El ser humano es una totalidad, no es separable en capas artificiales, no es cuerpo,


mente y alma en una interacción un tanto contrapuesta, que define el paradigma
dualista que nos sirve de clave explicativa de la realidad. ¿Y si nos ubicamos en un
marco referencial de un paradigma no-dual? En él, el ser humano es una totalidad en
sí, a la vez que parte de otras mayores. Es una unidad corpórea espiritual que piensa y
siente, y que se va construyendo en un constante cambio biográfico vital. Es una
unidad sexual sintética, en la que la relación de sus supuestas partes, conceptualizadas
así de forma abstractiva, para mayor grafismo, es la de síntesis, no de suma o resta2.

Vivimos en un mundo con el que interactuamos, lo vamos creando y nos crea a la


vez. Nos vamos socializando y adquiriendo una conciencia de ser, que, a menudo,
ignora nuestra condición de seres sexuales o apenas se detiene en ella. Somos una
constelación de potencialidades que van emergiendo en su desarrollo de lo no

162
manifiesto y expresan esta enigmática energía vital nuestra que reclama su
realización; somos un proyecto de llegar a ser, no algo concluido y estático3. Si ese
proceso de crecimiento se ve interrumpido y estancado en un punto, se genera dolor y
sufrimiento, a menudo inexplicable. Suele aparecer en forma de una sorda desazón,
persistente e incomprensible, que va carcomiendo por dentro al sujeto y se vive como
una especie de frustración vital. Esta intencionalidad truncada se codifica y se desvía
en otras, expresándose en nuestro estar, en la conducta. Todo lo que manifestamos o
no, hacemos o dejamos de hacer es una cristalización de nuestro interior, de ese fluir
armónico o bien, atormentado4. En el terreno sexual, esto se revela con mayor fuerza
dramática al pertenecer a lo íntimo integral de cada cual, a lo troncal que vertebra al
sujeto, a lo que es vital y trascendente.

Nuestra condición sexual es algo común a todos los humanos. Se convierte en la


posibilidad de una comunión de la propia corporeidad con otra y le da sentido a la
dimensión social del sujeto, le conecta, a través de su cuerpo espiritual que piensa y
siente, con la especie a la que pertenece, que es la humanas. Así, el hecho sexual
humano adquiere el significado de generador de inmensa diversidad que denota
riqueza, flexibilidad y mayor adaptabilidad de la especie y que redunda en su
supervivencia contextual.

El que haya dos sexos, que se van formando en estrecha interacción y que se
reproducen sexualmente combinando sus genes, desemboca en el nacimiento de un
individuo único e irrepetible. Es un medio para crear diversidad y dar paso a la
evolución adaptativa de la especie. La vida y la muerte en una cópula eterna, uno de
cuyos resultados somos los seres humanos - la energía hecha carne que no es sólo
carne.

No existen dos sujetos iguales; a pesar de tener una base común que nos
caracteriza como humanos, cada uno es diferente y tiene una identidad propia. De
esta manera, toda individualización conduce a la formación de un sujeto distinto que
se reconoce como tal; es lo diferente, lo único que, por tanto, implica separación y
soledad. Al mismo tiempo, cualquier ser humano es social, hasta el punto de que
depende del reconocimiento de otro para adquirir constancia de su unicidad. En ese
menester, en esa eterna búsqueda de otro importante, cobra vida la tendencia fusional
inherente al ser humano sexual. Los dos opuestos, como son las necesidades de
fusión y de individuación, pasan a ser inseparables y configurar un continuum en el
proceso de formación de un sujeto.

163
Los individuos son miembros de la sociedad en la que conviven y su cualidad de
únicos aporta una rica diversidad que se codifica en peculiaridades, matices e,
incluso, excentricidades en el hacer. Por eso mismo es tan dificil o arriesgado hablar
de lo «normal» refiriéndose al ser humano, porque no hay ninguna luz sin sombras6.
Cada individuo sexual, a pesar de una base subyacente y una socialización común, es
diferente, y su conducta, que trasluce su mundo interno propio, es distinta y peculiar.
Se va moldeando a lo largo de su historia personal en el contacto con otros
importantes, que con su mirar hacen que se desarrollen unas facetas y no otras de su
ser.

Somos dúctiles y vulnerables en esta necesidad de otro, que interviene en nuestra


configuración como sujetos sexuales, y esa cualidad es una constante, ya que nos
vamos haciendo en el vivir, compartiendo experiencias con los demás que entran a
formar parte de nosotros. Así, cuando una princesa o un príncipe besan a una rana
confiando convertirla en su igual, puede que la mutación les suceda a ellos y se
transformen inesperadamente en un anfibio saltarín. Todo es posible en esa
moldeadora interrelación de dos. Los besos tienen importancia, como todo lo que
hacemos o dejamos de hacer. Son experiencias que nos forman y, que aparte de ser
placenteras, nos aportan mucha información sobre nosotros mismos, sobre la persona
a quien se besa y sobre la relación o los sentimientos que existen entre ambos. Lo
íntimo, cuando es y cuando no es a pesar de poder serlo, es muy revelador y siempre
trascendente, porque va más allá del individuo al impactar en otros, del tiempo
presente y de la estructura dada al poseer el poder de trasformarnos y, por tanto, de
crearnos. El ser y el hacer en una interconexión sincrónica y en cierto modo
atemporal.

Como ya hemos dicho, el ser humano puede ser hombre o mujer y son los dos
modos de ser sexual en estrecha interdependencia en el aquí y ahora. Ambos sexos
son humanos y tienen una base subyacente común. Además, las polarizaciones
«puras» son abstracciones mentales, características de nuestra codificación simbólica
en categorías binarias, que usamos para interiorizar los conceptos o fenómenos. En la
realidad, tales polos no son tan puros y, de alguna manera, cada sexo lleva en sí al
otro. Así, la tensión entre lo «femenino» y lo «masculino» conceptualizados se
atenúa. La polarización forzada entre ambos sexos puede conllevar dolor y
sufrimiento al tratar los individuos de adaptarse a lo que se espera de ellos por ser de
un sexo o de otro. Lo que sucede es que se produce un choque entre el mundo de las
ideas y creencias, y la realidad de las cosas. A veces, la codificación simbolizada

164
fuerza a unas interpretaciones artificialmente binarias y excluyentes8. La infinita
variedad de matices que se dan en los individuos, y que no se adecúan por completo a
lo conceptualizado, es uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza que no
dejan de sorprender en el acercamiento a ese ser sexual único y concreto. La
diferencia sexual se inscribe a partir de lo particular y propio de cada uno9.

Para comprender el hecho sexual humano nos atenderemos al modelo explicativo,


propuesto por E.Amezúa, que consta de cuatro campos conceptuales que son: la
Sexuación, la Sexualidad, la Erótica y la Amatoria. Este modelo abarca desde lo
biológico estructural, pasando por la vivencia de ese ser sexuado, hasta la expresión y
el hacer en ese contexto fenomenológico. Trataremos de situarnos en el paradigma
no-dual y describir un sujeto sexual integral, no a partes -ya que somos una mágica
unidad-integridad sexual y erótica, profundamente sexuada-, a pesar de enfocarlo
para mayor grafismo desde los distintos campos conceptuales. En el ser humano, todo
se da a la vez, junto, fundido en cada instante vivido. Lo que hacemos y los gestos
llevan detrás y al mismo tiempo la vivencia interna rebosada de intencionalidad
biográfica e inscrita en el cuerpo sexuado; son indisolubles porque somos humanos
vivos, no ideas pertenecientes al universo de lo efímero.

12.2. SEXUACIÓN

Tratemos del campo conceptual de la sexuación, referente a las estructuras


corpóreas, pero sin olvidar que somos cuerpo, todo uno y a la vez en cada instante
vivido, y que nos vamos formando en nuestra historia biográfica personal, que es un
proceso continuo de cambio y transformación. Este palpitante dinamismo vital es lo
característico de todo lo vivo, como por otra parte, de cualquier manifestación de
energía que fluye y se concretiza sin parar.

La sexuación es un proceso continuo generador de estructuras corpóreas10. Somos


cuerpo que lleva en sí la intencionalidad de ser, de desarrollarse y realizarse en
nuestro tiempo vital. Somos conciencia hecha carne, un soplo de eternidad convertido
en verbo que necesita ser oído y pronunciado por otros. Nos vamos haciendo
sexuados en ese conversar mutuo y consigo mismo. En ese hacerse, se da una
confluencia de distintos agentes sexuantes que van realizando la sexuación del sujeto.
Entre los más importantes, procederemos a nombrar algunos, sin pretender explicar el
proceso en sí, ya que excede con creces nuestro propósito de aquí y ahora.

Cabe destacar los agentes biológicos, como pueden ser los genéticos, los

165
gonadales, los genitales, los endocrinos y los cerebrales. Todos ellos intervienen en la
sexuación de nuestra presencia corpórea. Esta acción biológica está en estrecha
relación con la ambiental, porque a través de las hormonas, los múltiples receptores y
los nutrientes, lo externo se traduce en interno que influye de manera importante en lo
corpóreo. Puede que active unas glándulas e inhiba otras, establezca sistemas de
reacción neuronal que se anclan como referencia a determinados estímulos y se
desencadenen reiterativamente cada vez que se repita o se recuerde este estímulo.
Esto se traduce en mayor desarrollo de unos sistemas y no de otros que van
modelando la corporalidad.

Vamos creciendo en la caricia y en el mirar, en el impacto del mundo externo en


nuestra piel que produce un continuo fluir formativo interno. Un toque de otro con su
intencionalidad concomitante, que percibimos sin que apenas sea consciente,
desencadena toda una pequeña revolución interna acompasada. Todo está
sincrónicamente conectado y preparado para responder y comunicarse con el mundo
que nos rodea. Estamos dotados de múltiples mecanismos para poder sobrevivir en un
medio más o menos hostil. Somos fuertes gracias a ser vulnerables y dúctiles. Nos
adaptamos a las circunstancias vitales y al momento biográfico propio en esa epopeya
nuestra de supervivencia personal y de especie. Crecemos incorporando el medio que
nos rodea en nosotros, tanto mental o psicológicamente, como corporalmente. Por
tanto, lo externo y lo interno se comunican en esa danza vital nuestra, se
interconexionan.

El ser humano es mental, pero lo mental es cerebral, es corpóreo. No se ubica


fuera del sujeto. Entre los agentes sexuantes mentales o cognitivos, que no dejan de
concretizarse en biológicos, cabe destacar la capacidad de simbolizar lo percibido, la
capacidad de razonamiento, la de verbalizar o el uso del lenguaje en la comunicación
y la de imaginar o fantasear. A su vez, los agentes biológicos influyen decisivamente
en los mentales, ya que las estructuras determinan en gran parte las funciones, las
hacen posibles. Así, por ejemplo, la ceguera o la sordera tienen una clara repercusión
en los agentes mentales, producen consecuencias y un reajuste adaptativo de la
persona, que es cuerpo espiritual que piensa y siente y se interrelaciona con otros para
sobrevivir en su medio. No es lo mismo contar con un sistema perceptivo para
desenvolverse con mayor información referencial que redunda en seguridad y soltura,
que carecer de él. Sin duda es trascendente para la realidad del sujeto. Los
mecanismos compensatorios de este fallo en la información se ponen rápidamente en
marcha.

166
Asimismo, el ser humano se va haciendo al socializarse y ese proceso, también es
un agente sexuante muy potente. No nacemos sabiendo las cosas, sino que las vamos
aprendiendo conforme vamos creciendo, conforme nos son contadas. De esta manera,
lo corpóreo, lo mental y lo social se encuentran estrechamente interrelacionados. Un
individuo depende de otros para ser reconocido como tal y apenas puede hacerse
persona si éstos le faltan, ya que le van moldeando con su mirar, con su tocar y con su
amar. Así, nuestro cuerpo sexuado se convierte en una continua y palpitante vivencia
que integra lo interno y lo externo, que cambia a cada instante a pesar de preservar su
identidad biográfica, su integridad, es decir, trasciende el momento presente, es en
cierto modo atemporal aunque finito. Quizá, el reto último es comprender cómo los
factores medioambientales y sociales se combinan con los genéticos para dar esa
variedad infinita que nos es característica a los humanos.

El hecho sexual humano genera mucha diversidad no sólo en cada individuo, sino
también en cada sexo. El sexo femenino y masculino están inscritos profundamente
en los cuerpos, que siempre son sexuados. Este fenómeno sexual está codificado en
cada célula de nuestro ser esté donde esté. Sin embargo, las tres áreas más
significativas para la diferenciación sexual del individuo en formación son los
genitales internos o gónadas (ovarios y testículos), los genitales externos (complejo
de clítoris-vagina y pene) y el cerebro. Pero eso no justifica que la condición sexual
se vea a menudo reducida a los genitales, a lo más visible, ya que la totalidad no
puede explicarse por una de sus partes. Todo forma un enigmático conjunto
interconexionado que sólo hemos desvelado en parte".

Con frecuencia, este misterio nuestro es convertido, en un afán reduccionista, en


un mero mecanismo que presenta una serie de llamativas funciones, las cuales
generan necesidades que tienen que ser satisfechas para que el cuerpo funcione con
normalidad. Otras veces, los cuerpos - sobre todo los femeninos - circulan como
mercancías que se compran y se venden en un consumismo de superficies brillantes
sin fin. Por eso cualquier desviación real o imaginada de los cánones de belleza en
vigor se vive con congoja y dolor. En el fondo, se trata de un desprendimiento de la
identidad egoica, de un vaciamiento del sujeto, que pasa a ser un objeto plano que se
desliza por las sombras de las ensoñaciones enajenantes para no ser aprehendido
como ser vivo. Es una huida de nuestra condición corpórea provocada por la angustia
de la muerte, por saberse mortal. Se cae así, en lo que más se teme, es decir, en la
muerte del sujeto incluso en vida, ya que se ignora su «yo» corpóreo, el sí-mismo
individual e irrepetible.

167
Ya para terminar, no quisiera dejar de contribuir a la desmitificación de la leyenda
de una Eva construida de una costilla de Adán. Las unas y los otros se configuran en
mutua interdependencia sincrónica y, en todo caso, a pesar de que el sexo genético se
establezca en el instante de la fertilización, en ausencia de la acción de hormonas
sexuantes en los momentos claves, el desarrollo fetal «natural» es la de una
trayectoria femenina dando como resultado un bebé hembra, incluso con el par sexual
de cromosomas - y12. No se trata de entrar en una polémica sobre la importancia de
este hecho, sólo reafirmar que el sexo y los sexos son contextuales y la lectura que se
hace del fenómeno diferencial entre ellos es siempre histórica. Un mismo hecho
puede ser interpretado de maneras contrarias dependiendo de los ojos que lo
contemplan y de lo que quieren o están preparados para ver. Lo que sucede es que
esta lectura lleva implícita un sentido ideológico y configura la realidad sexual del
sujeto.

Por otra parte, han existido y existen pensadores que creen en una cierta
bisexualidad orgánica latente del ser humano y que un sexo, de alguna forma, lleva en
sí mismo al otro13. Quizá, podría tratarse simplemente de que ambos sexos son
humanos, con una base común y que las cualidades «femeninas» y «masculinas» no
orgánicas o estructurales son contextuales y algunas cambian con los tiempos. Lo que
persiste a través del devenir biográfico del ser humano como lo inmutable, quizá, sea
lo que caracteriza de verdad a cada sexo. De todas formas, es algo dificil de
aprehender porque siempre pensamos desde nosotros mismos y somos una
concreción corpórea histórica contextual. Nos es imposible desprendernos de nuestra
herencia biográfica, la llevamos inscrita en nuestra piel, lo cual influye y, a veces,
determina la interpretación que damos a lo que vemos.

12.3 SEXUALIDAD

Entremos en este campo conceptual. Es la dimensión de las vivencias del ser


sexuado que se incrustan en su corporalidad y, a su vez, se derivan de ella. Somos
sexuados y nuestras sensaciones, experiencias y vivencias se fundamentan en este
fenómeno vital, parten de él y se dan gracias a él de ese modo que nos es propio.
Somos cuerpo espiritual que piensa y siente, que se vive y se expresa como tal en
cada instante biográfico suyo y lo hace con carácter de continuidad. Es un proceso sin
fin mientras haya vida en nosotros, y es desde cada cual sexuado, por eso es la
expresión de la vida y, en cierto modo, lo opuesto a lo muerto. La sexualidad
conceptualizada se subjetiviza y se concreta en cada sujeto viviente. La vivencia
siempre es desde el existente corpóreo y siempre es única, irrepetible y difícil de

168
transmitir a otro. Ancla sus raíces en la conciencia de ser de ese sujeto y estructura su
identidad sexual como reconocimiento de su ser humano14

La sexualidad como vivencia adquiere un halo de misterio que le es característico,


ya que es muy dificil de comunicar y de comprender las vivencias de otros; sí se
pueden intuir o proyectar las particulares en las ajenas, pero no deja de ser una
aproximación más o menos lograda. Las experiencias impactan en nuestra piel y se
traducen en sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos, que tratan de
clasificarlas en placenteras, dolorosas, arriesgadas, y al adquirir diversas cualidades,
se buscan o no en el futuro, es decir, se impregnan de la intencionalidad consciente o
no, pasan a formar parte de nosotros, de nuestro bagaje biográfico vital`. Cada una de
las vivencias es un crisol de matices sincrónicos que, incluso, pueden ser opuestos.
Así, es posible experimentar algo que gusta y disgusta a la vez, algo que da miedo y
sin embargo se busca, algo que ata y que provoca rebelión y, de hecho, libera.

¿Cómo se codifican las sensaciones o los sentimientos? ¿Cómo se traducen en


lenguaje? A menudo, esta tarea es inverosímil y como consecuencia, las vivencias
permanecen como no conscientes, pero sí constitutivas de nuestro mundo interior e
incluso, determinanteslb Intentamos traducirlas en símbolos y palabras, pero
chocamos con el código de categorías binarias que es propio de estos lenguajes y que
es insuficiente para expresar todos los matices de lo sentido. Por tanto, la experiencia
se erige como un camino de conocimiento, de la búsqueda de la verdad vinculada a la
vivencia enraizada en un cuerpo-mente sexuado. Así, la sexualidad se convierte en
una llave de acceso a la verdad del individuo, a su identidad como sujeto sexual, y es
inherente a su condición vital y posibilidad de realización en su mundo y en su
tiempo.

La sexualidad no se puede separar del cuerpo, que la transforma en una clave para
superar el aislamiento y la soledad que implica toda corporalidad individualizada.
Colma la tendencia fusional que presenta toda individualidad separada, puesto que
para ser reconocida precisa de otra que, a su vez, la necesita para el mismo cometido.
Es un mutuo mirar y tocar que nos hace crecer en un compartir de vulnerabilidades.
Por todo ello, la sexualidad es un valor importante y como tal, merece la pena
reconocerlo y cultivarlo".

Asimismo, todo lo que vivimos o vivenciamos abre un abanico de posibilidades


futuras, que pueden ser unas y no otras en un devenir vital continuo que conlleva una
lógica intencional interna. Vamos construyendo nuestro futuro, que se conecta con el

169
pasado a través de ese eterno presente que nos va formando. Somos un cuerpo
vivencial inmerso en un dinámico fluir vital. Somos energía corporeizada con
conciencia de ser y ésta implica intencionalidad de perdurar.

El ser humano, a través de la sexualidad, de la vivencia de sí mismo sexuado, se


integra y se relaciona con el mundo, toma consciencia de su ser y, como ya hemos
dicho, es una conciencia intencional corporalizada, dúctil y vulnerable en su ir más
allá de su piel. La manera en la que percibimos, aceptamos y vivimos a nosotros
mismos sexuados incide directamente en la sexualidad, en nuestro posicionamiento
en el mundo'8. Cuando esta vivencia es placentera o gratificante, se sintoniza con la
energía vital propia, con el canto a la vida en cada instan te vivido, con la creación y
el placer o goce de estar vivo, que siempre es una aventura imprevisible. Se conecta
con lo del alrededor a través de esa sensación gratificante de bienestar interno, que se
traduce en vitalidad y alegría de vivir19

Sin duda, la sexualidad es un valor que merece la pena cuidar y cultivar, y esto
está relacionado con el respeto y amor hacia uno mismo, sin pretender ser un ideal
estereotipado, sino un cuerpo real y, por tanto, perfecto en su imperfección personal e
irrepetible. No somos ideas «a propósito de», somos seres corpóreos reales, vivos, a
veces, maravillosamente. La conciencia intencional de ser, lejos de un acto de
restricción en que se convierte con frecuencia, pasa a reconocer nuestra condición
sexuada que posibilita la peculiar y particular vivencia de este fenómeno, siempre
subjetiva - porque es desde uno mismo - e intransferible, aunque es inseparable del
vivir en sociedad y ser socializado en ella. Lo externo y lo interno están
estrechamente interrelacionados. Nos vamos formando en la sociedad y nos
convertimos en personas al tratar con otros que inciden en nuestro desarrollo. Así, el
ser humano se troca en cristalización de una naturaleza socializada y culturizada.

Esta naturaleza culturizada tiene dos modos de ser, femenino y masculino. La


vivencia de cada individuo es desde el reconocimiento de su condición sexual y la
identificación propia como mujer u hombre. Un sexo no es reducible a otro y su
vivencia de ser sexuado es distinta, sin duda. Ninguno de los dos es más o menos que
el otro, son equivalentes pero diferentes. Resulta absurdo extrapolar una sexualidad
femenina partiendo desde la del varón, y sin embargo, eso es lo que se ha hecho a lo
largo de los siglos de nuestra historia. De todas formas, estamos preprogramados a
encontrarnos y a que esa unión nos pueda resultar placentera.

12.4. ERÓTICA

170
El término proviene del griego. En la cultura de la Antigua Grecia, Eros era un
dios, un dios del deseo, del deseo sexual20. En el modelo propuesto que estamos
siguiendo, la Erótica es el campo conceptual en el que se focaliza la atención sobre la
expresión del hecho sexual humano, lo cual atañe al gesto, centrado en el sujeto
mismo, y al deseo, que le trasciende, va más allá de su limite corpóreo y no es algo
constatable o visible, sino tan sólo intuible al pertenecer al mundo interior del sujeto
sexuado. La sexuación del ser humano y la vivencia de este hecho, inevitablemente
tiene que expresarse y lo hace por el gesto (lo externo) y por el deseo (lo interno), que
se ubican en ese sujeto sexuado y sexual que se constituye como una totalidad
integral sincrónica. En cada gesto, en cada deseo se vislumbra esa persona sexuada y
sexual íntegra, no escindida en partes que se conectan entre sí con mayor o menor
éxito21.

En la raíz de este fenómeno sexual se encuentra la tendencia de individuación, de


elaboración de un individuo concreto que, sin embargo, para ser propiamente humano
necesita de otros que le configuran en su mirar y tocar, en su moldear por la caricia y
por la palabra, lo cual se concretiza en la tendencia fusional. Esta es la base de todo
deseo de otro. El ser humano necesita a otros para vivir y tener sentido como
humano, ya que es un ser profundamente social. Entre ambas tendencias o
necesidades se establece una especie de tensión que es propia de cada individuo y se
traduce en una multitud de grados - más de una y menos de otra, o al revés-, que
genera una inmensa diversidad. Además, a lo largo de nuestra vida, con sus etapas
evolutivas y momentos vivenciales, estas fuerzas se desplazan hacia uno u otro polo;
no es algo estático sino dinámico y biográfico para cada cual. Nos van modelando
como seres sexuados y sexuales, que se expresan como tales, también en su desear.

Esta necesidad de otro y fusión con él o ella permaneciendo uno mismo, pero
enriquecido y, en cierto modo, transformado tras la experiencia, irrumpe con mayor
dramatismo en el terreno sexual, porque se impregna de la intensidad de lo íntimo,
del tocar y acariciar los límites corpóreos reafirmando, al hacerlo, que existen. No es
algo baladí, es vital para el sujeto corpóreo; le configura al ser acariciado, le da vida
y, a su vez, expresa la vida que hay en él.

Así que, la erótica es la expresión a través del gesto y del deseo de la condición
sexual humana y toda expresión es un acto de autoafirmación, de reafirmación de
estar vivo y de ser. Al mismo tiempo, la autoafirmación produce placer, el cual es un
factor muy importante en el terreno sexual. Tiene poder de vincular y es prescriptivo

171
de conductas y fenómenos en cuanto fin que se busca en el contacto con otros y con
el mundo que nos rodea, y que, no olvidemos, se experimenta desde uno mismo que
va configurando su mapa personal de cosas o acontecimientos placenteros y
desagradables en función de sí mismo, tendiendo a unos y evitando a otros. Por otra
parte, detrás de la expresión subyace la intencionalidad de comunicación, de apertura
a otro desde sí mismo que se manifiesta como tal. La erótica es la vivencia de ese ser
sexuado convertida en gesto y deseo en esa entrañable búsqueda de otro con un gran
crisol de objetivos emocionales hilvanados en la comunicación, en el dar y recibir la
caricia física o no del otro.

En el deseo sexual, uno trasciende su propia frontera corporal abriéndose a otro, se


sobrepone a su soledad, al aislamiento y a la vaga sensación de estar incompleto.
Sueña una unión con otro que le complete y le acoja en ese ser juntos que puede durar
la eternidad de un instante o el largo instante de toda una vida que se comparte y se
crea en el hacer mutuo y ser vinculados emocionalmente; dos convertidos en
comunión en una unidad viviente22. El deseo sexual, por tanto, traduce esta
necesidad fusional nuestra que es primaria a toda individualidad humana. No es una
tendencia consciente o racional y, por ende, no es volitiva; está más allá de la
voluntad o de la razón, se escapa a ellas23. Es tan vital para el ser humano que se
codifica en nuestras estructuras corpóreas y su funcionamiento ajeno a la voluntad o
mandato consciente, ya que, con frecuencia, éste se limita a restringir o reprimir sin
más24. Es el reflejo de nuestra mágica entidad no dualista, toda una y a la vez en
cada instante vivido, que trasluce la intencionalidad de seguir viviendo.

A su vez, los deseos conscientes pueden servir para canalizar la expresión de otros
inconscientes que subyacen en su fondo. Por eso, los deseos sexuales conscientes
pueden ser muy complejos, generando diversidad de tendencias y expresiones, que
tratan de llenar necesidades y carencias que ni se sospechan al estar disfrazadas por
otras. Contribuyen a intensificar el halo misterioso del fenómeno sexual humano,
difícil de descifrar. Lo erótico puede estar detrás de cualquier objeto o sensación, se
ubica por doquier. Los deseos, los sueños pertenecen a nuestro mundo interno y
anclan sus raíces en lo más hondo de nuestro ser, en lo no consciente y, por ello, a
menudo, incontrolable.

En el gesto se cristaliza nuestra vivencia de ser sexuado. Lo manifestamos y lo


percibimos al mirar a otros sin apenas ser conscientes de ello, de forma «natural». Es
el diálogo sutil no consciente entre dos cuerpos que se miran y se reconocen como

172
tales, se atraen o no, y eso conduce a un mayor contacto o por el contrario, al
alejamiento. Algo notamos que, sin poder precisar qué es, hace que nos encontremos
a gusto en compañía de otro o queramos irnos de su lado. Sin saber cómo, intuimos
que nos puede completar, que nos puede aportar lo que necesitamos, y nace el deseo
de proseguir en su compañía25.

En ese mutuo desear, cada individuo sexuado se convierte a la vez en sujeto que
desea yen objeto del deseo de otro que le busca en su necesidad de ser reconocido por
él o ella y que le erige en importante en su transitar biográfico. Quizá, por esto el
deseo, a veces, es incontrolable a pesar de todas las inconveniencias y disposiciones
racionales, y con frecuencia, va en contra de lo establecido y bien visto. Más aún, el
transgredir el orden de las cosas - lo prohibido - o el rebelarse contra el estancamiento
propio, o la sensación del vacío existencial, produce placer ya que es un acto de
autoafirmación y constituye parte de muchos deseos sexuales al enmascarar o
difuminar ese vacío tan doloroso en deseos y sueños «extravagantes» o considerados
como impropios26. Es el mundo de las fantasías, a veces vividas también en la
realidad, en una especie de sueño enajenado, donde los cuerpos no son reales, sino
expresiones simbólicas de lo intangible interno y todo ocurre como si no sucediese de
verdad. No en vano, los seres humanos somos seres simbólicos. Lo simbólico nos es
característico y posee mucha fuerza en nuestro vivir. Esta cualidad se ha aprovechado
por el mercado para convertir el cuerpo en un artículo más de consumo y negocio. El
mercado crea y multiplica los deseos y los sueños de los hombres y las mujeres,
genera necesidades y ofrece una posible solución adecuada al bolsillo de cada cual,
rápida y asequible27.

¿Y qué desean ambos sexos? Parece que el deseo tiene connotaciones


diferenciales según el sexo de ese quien lo experimenta. Por supuesto, la cultura de la
sociedad en que se ubica el individuo canaliza o genera los deseos de sus miembros.
Los hombres desde siempre han sido los sujetos descantes y las mujeres, sus objetos
de deseo; aunque es una vía de ambas direcciones, los hombres deseaban, sobre todo,
desear y las mujeres, ser deseadas. Es decir, los primeros se reafirmaban desde sí
mismos y las segundas, a través del reconocimiento de los varones. Es algo que se ha
ido estableciendo por el peso aplastante de la historia de los sexos de la que ya hemos
hablado.

Sin embargo, poco a poco las cosas han ido cambiando y ha surgido la mujer
descante como «normalidad» y no como excepción. En la medida en que la mujer se

173
ha ido haciendo un sitio en la sociedad y se la va considerando una igual a su
compañero de otro sexo, ha ido reivindicando el desear desde sí misma y no
contentarse con ser deseada. Pero no hay que olvidar que los dos sexos son diferentes
y su deseo también lo es al partir de ese ser mujer o ser hombre, aunque tenga una
base común que refleja la humanidad de ambos. Sería un error que la mujer imitara al
hombre en su desear ya que tiene su identidad sexual propia, muy rica y particular.

Por último, pasemos a tratar de la orientación del deseo, que históricamente ha


creado confusiones y «demonios». Hablemos de hetero y homosexualidad, palabras
que generan entidades y fenómenos, y conllevan consecuencias, sin duda. El deseo
sexual parte de un ser sexuado y se dirige hacia otro del mismo sexo o de otro. Lo
más frecuente es que ese otro deseado sea de otro sexo, es lo «normal»
estadísticamente hablando y lo «natural» para la supervivencia de la especie.
Teniendo en cuenta que el hecho sexual humano genera diversidad, la llamada
homosexualidad es tan normal y natural como la heterosexualidad. A pesar de ello, la
vida de los homosexuales se ve dificultada y estigmatizada todavía hoy. No parece
ser de recibo que en muchos países se siga escondiendo y tratando injustamente esta
atracción hacia el mismo sexo, condenando a los individuos, no olvidemos, con los
mismos derechos y obligaciones que el resto de la humanidad, a malvivir en la
penumbra y el disimulo, bajo la sospecha de perversidad.

Todos los seres humanos tenemos el derecho y, cabe decir, la obligación moral de
realizarnos y buscar la felicidad o el bienestar, siempre y cuando no repercuta en el
perjuicio de otros. También, de elegir pareja y convivir con ese otro al amparo de
leyes que protejan dicha unión, y de formar un hogar sin esconderse o sentirse menos
por desear a otro del mismo sexo. Partamos, por de pronto, de que el saber qué desea
uno es un motivo de orgullo, en ningún caso de vergüenza. Si acaso, un motivo de
sonrojo podría ser el de encontrarse arrastrado por la corriente del momento como
una hoja caída y perdida entre muchas, el de ser una marioneta que baila sin ton ni
son la música que le ha tocado escuchar y el de convertirse en cómplice de la
injusticia social, ignorando la inmensa riqueza que encierran sus hermanos en sí
mismos por ser humanos. El desear a otro del mismo sexo no es ni mejor ni peor que
desear a otro de otro sexo, sí es más dificil vivir de ese modo, tal como están las cosas
hoy por hoy, a pesar de que ya no se persigue ni se condena con la cárcel o el
manicomio como antaño.

La orientación homosexual del deseo corresponde a sentirse atraído por el mismo

174
sexo que se convierte en el objeto del deseo. No siempre se traduce en conducta o
producción erótica. A menudo se reprime al ser lo «prohibido», lo conflictivo y
temible; se inhibe subsistiendo en el trasfondo del sujeto. Cuando se exterioriza y
genera una actividad sexual correspondiente, se le da el nombre de homosexualidad y
se crea un fenómeno que se contrapone en un código ideológico de categorías
binarias a la heterosexualidad.

La palabra es poco afortunada porque induce a error al mezclar la sexualidad - que


es la vivencia del hecho de ser sexuado- con la conducta. Así, propicia una confusión
muy común entre la orientación sexual y la identidad sexual, de forma que los
homosexuales parece que forman un sexo aparte, cosa que es absurda. Sólo existen
dos sexos y un homosexual masculino es tan hombre como un heterosexual
masculino, y una mujer homosexual es tan mujer como una heterosexual. Es
atribuible a la manía de definir la identidad sexual por la conducta, propia de un nivel
evolutivo mítico de la conciencia, que se corresponde con un desarrollo infantil no
muy avanzado.

En el desprecio al homosexual masculino, interviene también el miedo a


pertenecer al grupo desfavorecido de la sociedad, por eso los hombres huyen de su
«feminidad» encerrada en algún lugar de su trasfondo y se esfuerzan en ser machos;
es la definición de la masculinidad por oposición a la feminidad. Las mujeres siguen
perteneciendo al grupo de los «perdedores» sociales que se conocen de antemano.
Quizá por esto la homosexualidad masculina ha sido peor vista e históricamente más
perseguida que la femenina, porque estos hombres eran los renegados del grupo de
los sujetos sexuales privilegiados a los que se les exigía más por serlo y tenían que
seguir las reglas que les cohesionaban como grupo aparte del otro que no lo era, y sin
embargo, no lo hacían.

12.5 AMATORIA

Es el campo conceptual del modelo que seguimos que hace referencia a la


conducta interrelacional entre los sexos, desde su manera de entenderse en el
encuentro y crear el lenguaje peculiar propio a ese par, hasta su proceder en las
relaciones íntimas. Por ello, es un campo tan extenso que excede con creces el
espacio que le vamos a dedicar aquí y ahora. Sólo trataremos de hablar de algunas
cuestiones muy generales, pero que abren camino a otras que están por venir. Cada
pequeño paso ofrece paisajes, desvela matices y tiene sentido en el acompasado
acontecer global de nuestra historia.

175
Así, «el sexo sólo es pensable en el marco de los sexos y los sexos sólo son
explicables, y por tanto inteligibles, desde la noción de sexo» 28. Todo forma parte
de ese círculo hermenéutico de búsqueda de la inteligibilidad del ser humano que es
profundamente sexual y esta condición la manifiesta en todo lo que hace, siente o
sueña, en cada célula viviente de su ser, mientras haya un soplo de vida en su
cuerpo29. De esta forma, la conducta sexual se sitúa en la encrucijada de la vida y de
la muerte, de nuestro tiempo de transcurrir vital y nuestro empeño de trascenderlo
venciendo este estremecedor mandato. Todo está inscrito en nuestra condición
corpórea sexuada y sexual, sólo hay que detener la mirada para verlo y entenderlo.
Por todo ello, la actividad sexual no puede ser reducida a una mera técnica en el
hacer, a una sucesión de coitos con sus orgasmos, por muy satisfactorios que éstos
sean, pues es hondamente configurativa y estructurante para el ser humano e
inherente a él en cualquier manifestación suya mientras esté vivo.

Ya vimos que cada sujeto, por serlo, presenta necesidades de individuación y de


fusión que le van moldeando a lo largo de su historia biográfica. Ambas se plasman
en conductas, que las canalizan y retroalimentan al individuo, generando placer al
autoafirmarse éste y sobreponerse a su aislamiento y soledad. Así, podríamos
destacar conductas antifusionales que defienden y limitan la propia individualidad
frente a otras, sirviendo incluso para vehiculizar pulsiones hostiles o agresividad. Por
otra parte, están las conductas que canalizan la tendencia fusional y en las que se
expresa ternura, afecto y amor, en definitiva, la búsqueda de otro con la
intencionalidad de compartir con él o ella experiencias gratificantes para ambos, que
les vinculan a través del placer,,traduciéndose, a veces, en el nacimiento del deseo
sexual entre ellos. Este no necesariamente se corporiza en coitos, sino que irradia su
luz a todos los aspectos del encuentro, tiñendo de color conversaciones, trabajos
conjuntos y experiencias compartidas. Los coitos pueden ser de diversas clases,
espirituales, mentales, físicos..., quizá, lo sublime es cuando todo se da a la vez entre
este par que se desea3o

El reducir la actividad sexual a la sucesión de cópulas que se cuentan como


hazañas logradas es igual de equívoco que reducir el sexo a los genitales y
desexualizar el resto de nuestro cuerpo - a nosotros en definitiva - desperdiciando la
inconmensurable potencialidad de sentir y comunicar a través de cada célula de
nuestra piel, a través de cada gesto que refleja nuestro mundo interior - el sí-mismo
de cada cual - y lo retroalimenta en un fluir vital sin fin31. Quizá, si tuviéramos muy
presente nuestra integridad sexual y empeño en configurarse como individuo no

176
remitiríamos el deseo al instinto que motiva la conducta y justifica la supuesta
animalidad del hombre o al afán reproductivo de la especie para su supervivencia.
Aparte de que son tendencias inscritas en nosotros, existen otras que las trascienden y
son más características de los humanos como seres racionales, afectivos,
comunicativos, sociales y simbólicos que somos, con anhelo de ir más allá del tiempo
y del espacio en que nos ha tocado vivir. Asimismo, tenemos una identidad sexual
que nos define como individuos de uno o de otro sexo; somos conscientes de nuestro
sí-mismo y además, sabemos que algún día moriremos.

Así, una conducta motivada puede canalizar múltiples intencionalidades y


pretender satisfacer necesidades no conscientes y no percibidas como tales. La
diversidad conductual refleja la inmensa variedad entre los individuos y también,
dentro del mismo sujeto, dependiendo del momento existencial que atraviesa y con
quién entra en relación, ya que este otro hace que emerjan unos aspectos y no otros de
su símismo, anticipa la compensación de unas carencias y no de otras. Lo único
constante es el cambio, que traduce el dinámico fluir vital que no se detiene mientras
haya vida.

Por tanto, cabe recordar que las conductas no pueden constituirse en fenómenos
definitorios de individualidades, el comportamiento sexual no es sinónimo de la
identidad del sujeto. Asimismo, no parece adecuado hablar de pasividad o actividad
refiriéndose a la conducta sexual, porque cualquier cosa que ocurre entre un par
compone un verso común en el cual, incluso los silencios son elocuentes y pueden
provocar tempestades o calmas. Lo dúctil y la variabilidad son versátiles compañeros
en la aventura cotidiana de la vida produciendo mucho juego vivencial.

Tampoco, como ya se ha dicho, parece lógico reducir la actividad sexual al


empeño reproductivo o simple fuente de placer, puesto que es mucho más que eso, ya
que nos va configurando como individuos sexuados y sexuales, nos estructura en la
caricia que reafirma la vida en nosotros y nos recuerda que formamos parte de ella32.
Si este hecho se vuelve consciente, ya no tiene sentido hablar de fronteras de lo que
se permite y lo que se prohíbe, porque es otro lenguaje, otro marco referencial en que
se sitúan los sujetos.

La conciencia, así, no es un acto de restricción o mecanismo represivo de la


voluntad desde el deber, puesto que es conciencia de ser y del querer ser, también con
otro. De esta forma, el hacer no es porque «debes», sino porque «quieres» y
«apetece» desde el respeto de uno mismo y de ese otro deseado y cuidado. Deja de

177
tener sentido hablar de las transgresiones y profanaciones, ya que no hay fronteras y
se circula con libertad, con la libertad de querer estar juntos porque apetece, siendo
ambos sujetos descantes y deseados mutuamente, que se intercrean en el
conocimiento de sí mismos, en la caricia corpórea o no. Entre este par no hay
vencedores ni vencidos al no haber lucha; están más allá del dominio y sumisión. Hay
dos sujetos, de igual a igual, que se muestran tal como son, vulnerables y, al mismo
tiempo, fuertes en su mutua intimidad que les vincula emocionalmente. Es el
enigmático mundo de dos, que puede ser muy hermoso o mísero y dar alas o partirlas
quitando la vitalidad y la alegría de vivir a ambos y apagándolos, o dándosela
haciéndoles brillar con luz de bienestar interno, de amar la vida y sintonizar con su
palpitar.

178
Al hablar de la identidad estamos hablando de la
integridad de los sujetos mismos en el orden de su
existencia.

EFIGENIO AMEZÚA,

El ars amandi de los sexos

13.1. SOBRE LA IDENTIDAD SEXUAL

¿Qué es la identidad? Se define como «conciencia que tiene una persona de ser
ella misma y distinta a los demás»1. Es el sentido básico de sí mismo que se entrelaza
con la aparición del individuosujeto. Éste siempre es sexuado y sexual. Su identidad,
a pesar de no mencionarse normalmente este hecho, es siempre sexual; no puede ser
de otra manera porque somos humanos, no seres asexuados que habitan en alguna
parte de la estratosfera. Somos cuerpo hecho sujeto y la identidad sexual es algo
central y troncal en nosotros, vertebra nuestra existencia, la sustenta y determina.
Cabe definirla como la vivencia que tiene el sujeto de reconocerse de uno o de otro
sexo, de ser mujer u hombre, nunca de los dos o de ninguno; es la percepción íntima
que cada persona tiene de sí misma; es cómo se vive uno sexualmente, cómo se
representa mentalmente. La configuración de la identidad sexual conforma una
necesidad fundamental del ser humano para poder definirse como tal, para vivirse
como sujeto2. La identidad sexual es una conciencia vivencial.

La identidad sexual es el hilo conductor de las estructuras corpóreas sexuadas, de


nuestras vivencias, expresiones y conductas3. El cómo uno se vive, cómo concibe su
identidad humana sexual repercute directamente en su dimensión como persona, en
todo su ser y en todo su estar. Estructura al sujeto en su hondura y de allí parte todo lo
demás; por lo cual, es un valor. Esta cualidad suya ha pasado bastante desapercibida
hasta ahora, salvo para los que no tienen su identidad sexual definida y se viven muy
problematizados, invirtiendo gran parte de su energía vital para aclararse y encontrar
el camino como sujeto sexual en su andadura por la vida. El no poder decir «soy un
hombre» o «soy una mujer» es muy desestructurante al ser la identidad sexual troncal
y nuclear para cada individuo. El no definirse de uno o de otro sexo conduce a una
especie de muerte simbólica de la persona, muy dolorosa y paralizante; genera un

179
hondo sufrimiento que apenas tiene fin, haga lo que haga el individuo para paliarlo.
Merece la pena darle su importancia a la identidad sexual, reconocerle su valor y
cuidarla desde el respeto hacia uno mismo y hacia el ser humano en general, ya que la
tarea humana primaria es la de llegar a ser uno mismo y ése, siempre es sexuado y
sexual4.

Una identidad sexual fuerte se relaciona con el bienestar interior y libera energía
para seguir creciendo y creando. No nacemos con ella, sino que se va formando a lo
largo de nuestro vivir, es un proceso biográfico, y a su vez, un hilo conductor que
cohesiona y determina, en gran parte, nuestra historia personal. Un individuo es un
existente continuo - mientras haya vida en él - en constante transformación creativa y,
por tanto, dúctil y vulnerable. Cada uno tiene su historia, su bagaje biográfico
vivencial que está inscrito profundamente en su corporalidad. Su cuerpo es un verso
hecho carne espiritual con un acontecer lógico desde su sí-mismo. Tiene sentido en el
aquí y ahora, es situacional, pero con un pasado existencial que lo ha estructurado y
moldeado, y que se vislumbra en el momento actual por estar escrito en el cuerpo. A
la vez, abre camino al instante que viene en un flujo vital sin interrupciones ni
separaciones artificiales5.

La identidad sexual no es algo que nos viene dado al nacer, es existencial y se va


elaborando conforme crecemos y maduramos. Nos volvemos conscientes de lo que
somos, de nosotros como sujetos, siempre sexuados en lo más profundo de nuestro
ser, en cada célula, en cada vivencia y expresión, en todo lo que hacemos o dejamos
de hacer, que nos va modelando en la totalidad, no por partes. Así, nuestra identidad,
como sujetos sexuales, hace de puerta de acceso a nuestra inteligibilidad, a la verdad
que repercute en el bienestar interno, a nuestra energía vital que se puede emplear en
el vivir a gusto consigo mismo, lo que redunda y se irradia en todo lo interno y
externo nuestro6.

Cada cual es responsable de lo que desea, elige y hace, de su mundo propio. Lo


que deseamos, a lo que tendemos como ideales, incide en el actuar y siempre tiene
sus consecuencias que impactan en nuestra piel y abren o cierran puertas a futuros
sucesos, propician encuentros y desencuentros, el desarrollo de potencialidades o
facetas nuestras, que emergen de lo no manifiesto y pasan a formar parte de nuestra
identidad. Esta no radica sólo en lo que somos, sino también en lo que deseamos ser
como intencionalidad consciente o no.

Al mismo tiempo, lo interno se expresa en lo externo, en el gesto y en la conducta

180
que reafirma lo interno y toda autoafirmación produce placer que retroalimenta
positivamente al individuo en su afán de crecimiento. A la vez, lo externo pasa a
formar parte de lo interno en la experiencia, al ser ésta vivenciada, sentida e
interpretada por el sujeto. El mundo es interiorizado y es una pieza clave de nuestra
identidad, por ser nosotros una naturaleza culturizada que se muestra en un
comportamiento socializado, y que tiene una historia individual y colectiva que
heredamos de generaciones pasadas, y que introyectamos al sernos narrada7.

El mundo propio del sujeto, con la identidad sexual que es central en él, está en
estrecha relación con lo externo; lo subjetivo se entrelaza con lo intersubjetivo en la
vivencia de este cuerpo espiritual culturizado que piensa y siente en cada instante
vivido. Para entendernos a nosotros mismos, para ser sujetos, recurrimos a un sistema
interpretativo que nos es proporcionado al ser socializados en el contexto cultural
dado - del cual formamos, sincrónicamente, parte activa y pasiva - y utilizar la
codificación simbólica y el lenguaje para formular los razonamientos, que crean
realidades concretas que tienen sentido en el marco referencial en que se producen, el
cual puede cambiar al situarnos en otro.

El «darse cuenta» es importante en ese proceso creativo nuestro, ya que existen


estereotipos o normas que condicionan metas e ideales a los que se tiende, a veces, en
contra de sí mismo, enfrentándose a tensiones y conflictos para alcanzar esa
adecuación forzada de la identidad individual a la colectiva impuesta desde fuera'. A
menudo, esas identidades colectivas como metas a conseguir para pertenecer a un
grupo, sirven para el control; son un dispositivo de poder para que las cosas sigan
siendo de una determinada manera y no de otra. Ese poder se ejerce desde fuera y
desde dentro del sujeto, al interiorizar éste unos ideales prescriptivos en su vivir como
ser humano social. Esas identidades colectivas generan constante tensión y
sufrimiento al chocar la realidad con el mundo de los ideales y conceptos. Este
choque puede traducirse en la «enajenación» de ese ser que se vive instalado en el
«como si», en un dualismo inquietante de un sí-mismo que se vigila constantemente
para aproximarse a lo soñado e impuesto.

No olvidemos que la diversidad es algo característico a lo humano, generada por


su condición sexual y amplificada por la conciencia de ser, propia a nuestra especie.
Las identidades sexuales fuertes o maduras son las que menos se empeñan en
adecuarse a un ideal estereotipado, porque no presentan ningún gran conflicto
consigo mismas. Se aceptan en su ser diferente y son más tolerantes con la

181
diversidad. No temen diluirse en ese afán comparativo con otros distintos porque son
consistentes en sí mismas. Tienen una identidad sustancial infinita en su honda
densidad, precisamente, por tener límites que la separan de otras y las convierten en
el núcleo de un sujeto único e irrepetible frente a otros diferentes.

Así, una identidad es una cuestión de separación frente a otras, pero a la vez, de
inseparabilidad, en esa interdependencia cómplice con otros para poder ser
reconocida como una. Este último aspecto es importante para comprender que la
identidad sexual no es sólo separación sino, asimismo, relación interdependiente, lo
que traduce las necesidades de individuación y fusión inherentes al ser humano, pues
somos seres relacionales y nos formamos al comunicarnos con otros. La identidad
sexual propia se reafirma también en el mirar ajeno. Los ojos de otro se convierten en
el espejo de uno mismo, que, al mismo tiempo, refleja en su mirar a ese que le
contempla. De este modo se palía en parte el sentimiento de aislamiento y soledad
que implica toda individuación o autoconciencia.

El ser consciente de la propia individualidad, distinta a otras, y de nuestra


temporalidad limitada repercute decididamente en todo lo que hacemos y soñamos,
en nuestras necesidades, temores y carencias que intentamos subsanar. Así, la
conciencia se erige en el vehículo que conforma la identidad sexual y su vivencia,
que siempre es intencional en su apertura hacia el crecimiento propio. A mayor
conciencia, más consistencia y hondura de la identidad. A mayor claridad, más fuerza
y menos conflictos. Por eso, las identidades se correlacionan con el estadio evolutivo
de la conciencia de ese individuo sexual que mira y se relaciona con su mundo.

Cada nivel madurativo de la conciencia presenta una identidad sexual que le


corresponde según su desarrollo, con necesidades, capacidades perceptivas e
interpretativas, temores y formas o recursos de paliarlos para sobrevivir como
individuo sin disolución de las propias fronteras que demarcan su unicidad y que son
imprescindibles para definir al sujeto frente a todo lo que le rodea. Para seguir
creciendo y formándose en cada etapa evolutiva Eros tiene que vencer a Thanatos, y
para ello se recurre a distintos mecanismos característicos de cada estadio de
desarrollo de la conciencia, que proporcionan placer en esa epopeya de supervivencia
de lo vivo.

De todas formas, lo que permanece inmutable a lo largo de la historia de la


Humanidad, lo inherente a la especie humana, es el hecho de que existen sólo dos
sexos con sus identidades o vivencias de pertenecer a uno o a otro. Es algo constante

182
para cualquier nivel de desarrollo madurativo. Pasemos a hablar brevemente de
ambas identidades. El tratarlas en profundidad se escapa a nuestros propósitos en este
trabajo, sólo perfilarlas para que nos abran camino para entender otros fenómenos.

13.2. LAS DOS IDENTIDADES SEXUALES

El hecho de que existan dos sexos en la especie humana desemboca en la


consciencia de cada individuo de ser de uno o de otro, nunca de ambos, y es algo
propio al ser humano. Vivimos y nos vivenciamos como cuerpo espiritual sexuado en
relación comparativa, en alteridad recíproca. Un sexo no puede entenderse sin el otro
al convivir estrechamente y al hacernos en esa formativa interdependencia mutua9.
Pero, aunque exista tal dependencia, no es una relación simbiótica ya que no tiene por
qué degenerar en la pérdida de la integridad identificatoria de cada sexo sino, por el
contrario, en su fortalecimiento desde sí mismos y con el otro diferente, y sin
embargo, parecido. Ambos sexos van construyendo su identidad, se piensan y se
sienten, se expresan y se viven en su vital experiencia interrelacional biográfica.

be nuevo, cabe aplicarlos adjetivos «dúctil» y «vulnerable» a la identidad sexual,


porque se va formando a la vez que crece el individuo, en ese juego de espejos entre
el sí-mismo y los que le rodean, en la socialización del sujeto y la adquisición de la
autoconsciencia vivencial con su intencionalidad biográfica de ser, que subyace en su
fondo. Somos una naturaleza culturizada que se expresa en un comportamiento
socializado, y en esa vivencia existencial continuada vamos configurando y
fortaleciendo o no nuestra identidad sexual.

La formación de ésta es un proceso biográfico, que no se da en un punto


indeterminado del Universo, sino en un cuerpo humano sexuado concreto en un
desplegamiento de la consciencia de sí mismo, que siempre es sexual. Por tanto,
aunque la creación se da en cada instante vivido, presenta un sentido, una lógica de
continuidad desde ese sujeto corpóreo que piensa y que siente en su transcurrir
vivencial. Nuestra historia la tenemos inscrita en la piel, y ésta está viva, y, por ende,
en constante matización y cambio.

Merece la pena darle la importancia al ser mujer u hombre, a la identidad sexual


como valor, como lo que nos vertebra como sujetos sexuados, más allá de
estereotipos contextuales impuestos desde fuera, sino desde esa vivencia íntima de sí
mismo como un individuo corpóreo vivo con su historia personal y potencialidades a
desarrollar, un proyecto de autorrealización posible de cumplir de ese sí-mismo hecho

183
presencia interrelacional que, a veces, sólo clama ser oído y reconocido en la
reflexión, en el mirar hacia adentro a la vez racional y emocional.

La identidad sexual es la conciencia vivencial subjetiva inmersa en una esfera de


intersubjetividad. Todo en ella está estrechamente interconexionado en un suceder
sincrónico, y dividirla en partes es sólo un procedimiento analítico en un intento de
comprensión. Hablemos de su componente subjetivo, el de cada individuo, como
mental-corpóreo al mismo tiempo. A su vez, se podría distinguir en él, de forma
artificial, un plano inconsciente, pulsional e inscrito en la hondura de nuestra
corporalidad humana, que se concretiza en una particular versión sexual de cada
sujeto. Se hilvana profundamente en nuestro ser consciente y casi nunca es
reconocido. Esta parte inconsciente, con potentes raíces en el cuerpo, influye en
nuestro desear y conlleva tendencias y actos que lo expresan, los cuales, a menudo,
son difíciles de explicar. Es transcultural, por ende, común a ser mujer u hombre en
cualquier cultura, aunque cada individuo le da matices diferentes y particulares,
propios a su sí-mismo mental-corporal. Lo común a cada sexo de la especie y su
matización o versión única al concretarse en un cuerpo individual sexuado que se
vivencia como tal de forma no consciente, son difícilmente separables.

Otro plano de este componente subjetivo de la identidad sexual es el atribuible al


proceso de culturización del individuo en un contexto dado, con un sistema
ideológico que le sirve para entenderse y explicar se la realidad que le rodea, y que
introyecta de forma «natural» con el lenguaje y el referencial simbólico del que se
alimenta para darle sentido a todo desde que nace. Tampoco es algo consciente,
aunque, quizá, cabe calificarlo como preconsciente. Por supuesto, también influye en
nuestro desear y proceder, se incrusta en nuestra piel, en nuestra estructura y nos va
modelando, cohesionándonos con otros miembros de la misma cultura más allá de un
control volitivo. Es propio de cada cultura y matiza el ser mujer u hombre en cada
una de ellas.

Por último, como parte de ese componente subjetivo, está el plano consciente con
los valores e ideales incorporados y las vivencias conscientes de sí mismo. En él, se
podría mencionar los estereotipos o los ideales colectivos de las identidades sexuales,
que son creencias acerca de lo que es una mujer o un hombre. Son contextuales al
momento histórico vivido con su marco referencial determinado y configuran nuestro
cuerpo-mente. Los incorporamos en nosotros como ideales prescriptivos en el
proceso de socialización, cuando todavía ni siquiera somos capaces de darnos cuenta

184
de este hecho; no es algo voluntario o racionalizado y, por tanto, es difícil de
controlar a pesar de ser consciente. Se convierten en una especie de metas a alcanzar,
pues, tendemos a adecuarnos al estereotipo sexual en el proceso identificatorio
propio. Sólo cuando nuestra identidad adquiere suficiente consistencia, podemos
cuestionar lo introyectado en etapas madurativas anteriores, en las que uno se
esfuerza en parecer al grupo con el que se identifica y en el cual quiere ser reconocido
por otros.

Nuestra identidad sexual no se limita a la apariencia dada, sino que incluye lo


interno no visible del sujeto, la profundidad de su mundo propio con sus tendencias a
ser, de desear ser de uno o de otro sexo, a veces, incluso en contra de las estructuras
aparentes. Es un ajuste muy fino entre lo corpóreo visible, su vivencia - que a la vez
es emocional y cognitiva-, el esquema mental que nos formamos acerca de nosotros
mismos y el deseo de llegar a ser, que seguro que tiene su raíz en las estructuras
corporales biográficas no visibles, a menudo, difíciles de explicar con los
conocimientos actuales acerca del cerebro y su desarrollo en un medio inmerso en el
influjo hormonal situacional. Una vez más, queda por descubrir cómo se corporiza en
nosotros el medio en que nos formamos, cómo se cristaliza, si es que lo hace, en
nuestro genoma e influye permitiendo que se desplieguen unas potencialidades y no
otras, todas ellas probables y posibles en el crecimiento del sujeto.

La identidad sexual se va constituyendo y se fortalece conforme maduramos y nos


volvemos más conscientes. Cada cual es responsable de sus actos, de sus elecciones y
de satisfacer o no sus deseos, a pesar de que viva en una sociedad que le influye y
encamina a ser de una manera un tanto determinada'O. Somos responsables de lo que
hacemos de nosotros, en qué nos convertimos. De esta forma, pasamos a ser autores y
no actores en esa enajenante representación de un papel social, que tiene que ser
aprobado por otros para imponernos el sello de pertenencia a un colectivo
determinado, incluso, siendo ya adultos". Quizá, las cosas sean más sencillas y
cuando una persona presenta una identidad sexual fuerte y consistente lo irradia, sin
querer ni pretenderlo, en todo lo que hace, en cada gesto, en cada mirada.

La identidad sexual madura incluye rasgos de ambos sexos que no alteran su


definición de ser de un sexo concreto, femenino o masculino. Cada hombre y cada
mujer presentan subyós o aspectos del sí-mismo que se reconocen culturalmente
como de otro sexo. En el proceso formativo de la identidad sexual se subraya el
procedimiento de diferenciación por identificación con los similares e inclusión de

185
sus características y cualidades, y por contraposición frente a lo distinto y exclusión
de lo que se le atribuye. Estos aspectos son reprimidos quedándose relegados al
inconsciente.

Pero, ya en un sujeto maduro, el subyó del otro sexo puede ser incorporado sin
mayor conflicto en la identidad sexual, sin alterarla, sino por el contrario,
fortaleciendo su consistencia al dejar libre la energía que se empleaba en reprimir y
rechazar los distintos aspectos del sí-mismo, enriqueciéndolo en ese proceso de
autoaceptación consciente. Así, el sí-mismo «masculino» en la mujer y el «femenino»
en el hombre, devueltos a la conciencia e integrados en la identidad sexual,
conforman una fuente de energía vital formativa de incalculable valor, que puede ser
empleada en la creatividad del individuo y su autorrea lización, lo cual conduce a
sentirse a gusto consigo mismo y con los otros, porque proporciona un profundo
placer autoafirmativo12. De esta manera, se propicia una convivencia más armónica
de los sexos al reconocer lo similar en lo diferente. Invita a la comunión entre ambos,
de igual a igual y, sin embargo, maravillosamente diferentes; a la apertura en el
mutuo conocer relacional sin temor a disolverse en lo otro.

Nuestra identidad sexual integra múltiples subyós simultáneos y, a veces,


contradictorios; todos biográficos y propios de cada sujeto sexuado. Éstos emergen de
lo no manifiesto según las circunstancias que se vivencian en ese continuo consistente
existencial de cada individuo en un momento vital dado y en directa relación con el
desarrollo de su conciencia. Así, la identidad sexual, como conciencia vivencial del
individuo, atraviesa, al igual que éste, distintos estadios madurativos. Inicialmente, es
muy inmadura, centrada en delimitar a sí mismo, alimentándose para ello en el
reconocimiento ajeno y su vivencia, conjugado con la exploración sensoromotora de
uno mismo y de los otros importantes, sobre todo de la madre, la cual proporciona la
seguridad buscada y el sustento nutricio (amoroso y alimentario).

Al madurar, se trasciende este estadio que se incorpora en el siguiente, todavía, de


cierta inmadurez, en el cual la identidad sexual está muy influenciada por la opinión
de otros importantes, que ya no son sólo la madre y el padre o la familia más
próxima, sino el grupo de los pares. También son importantes las personas con
autoridad como los maestros o personajes elegidos como ideales o héroes a los que se
desea parecer. La seguridad se busca en el grupo y la identidad sexual está basada en
el papel que se desempeña. Las apariencias son las que importan en ese despliegue
social de pertenencia a un grupo identificatorio.

186
Cuando se trasciende este estadio evolutivo y aparece un «yo» suficientemente
fuerte como para cuestionar las opiniones ajenas e ir elaborando las propias en un
ejercicio de reflexión y búsqueda de seguridad en sí mismo, la identidad sexual se
fundamenta en la percep ción y la vivencia de ser uno mismo, que es sobre todo
racional, por ser la etapa centrada en el desarrollo cognitivo. Todavía, la racionalidad
no está integrada con la profunda vivencia corporal que siempre es emocional. Esta
acontece en el siguiente período madurativo en que desaparece, en cierto modo, la
escisión del cuerpo y la mente, y se combinan los sentimientos o las emociones con la
capacidad cognitiva en una interconexión sincrónica. Sólo entonces, la identidad
sexual refleja esta consciencia íntima de ser corpóreo sexuado, de ser cuerpomente
integrado.

Cada estadio evolutivo de la identidad sexual incluye y trasciende a los anteriores,


que pueden permanecer como aspectos conscientes o no del actual. Así, aunque de
adultos tengamos la consciencia clara de ser hombre o mujer, sigue siendo importante
para nosotros ser reconocidos por otros como tales13. Vivimos en un medio de
intersubjetividad que impacta en nosotros y retroalimenta nuestra subjetividad en un
mutuo acontecer.

Lo que hacemos, nuestro comportamiento es una expresión de lo que somos. A su


vez, nos reafirma o no porque las experiencias son vivenciadas y pasan a formar parte
de nosotros, nos van configurando y desarrollando unas potencialidades y no otras en
una interacción mutua con los que nos rodean. Así, las experiencias de la
menstruación y la maternidad en la mujer, y de la eyaculación y la paternidad en el
hombre, generalmente, refuerzan la identidad sexual, pero de ningún modo pueden
asemejarse a ella o sustituirla. Sin embargo, demasiado a menudo, se equiparan por
los individuos y también, por la colectividad a la identidad sexual. Así, hombres y
mujeres que no han podido tener hijos se consideran «menos» hombres o mujeres.
Asimismo, es frecuente, que un hombre mal calificado de «impotente» o que no
eyacule crea que ya no lo es. Es el poder de lo simbólico introyectado por el sujeto,
característico de una sociedad patriarcal y que por supuesto influye en su concepción
y vivencia de sí mismo.

En la visión patriarcal, los hombres tienen penes con potencia penetrativa; son
progenitores, proveedores del sustento y protectores de sus dominios que incluyen,
también, a la mujer y a la prole. En este régimen social los varones crean el ideal
colectivo de la mujer, y no olvidemos que es prescriptivo ya que se convierte en una

187
meta a alcanzar para ser valorada y tener «éxito» social que retroalimenta la identidad
sexual propia. Así, las mujeres «normales» son dulces, comprensivas, atentas,
maternales, dóciles, sumisas y respetuosas con su varón, incluso, sólo por serlo 14. La
autonomía no es algo considerado como representativo de la mujer.

El sistema patriarcal, con su implícito orden ideológico jerárquico, ha generado a


un hombre y a una mujer «mutilados», cuyas identidades reflejan ablaciones. Su
construcción se ha fundamentado sobre todo en separación diferencial y disociación,
en lugar de integración de los subyós femeninos y masculinos que nutren y
caracterizan una identidad sexual madura. Sin embargo, ambos sexos presentan
cualidades comunes por ser humanos, sólo que las expresan o no de distinta manera,
lo cual es propiciado por la situación vivencial que atraviesa el individuo sexuado,
siempre en un contexto dado con su marco referencial que le da un sentido y no otro.

Por otra parte, se sigue confundiendo el comportamiento sexual con la identidad,


transformando prácticas en esencias, en un discurso, que se continúa desde hace unos
siglos, instalado en una falta categorial, ya que lo nuclear o identitario es lo principal
y lo secundario o subsecuente no lo es. Asimismo, la mayoría de las sociedades
patriarcales equiparan la identidad sexual con la orientación sexual del deseo, con la
atracción heterosexual y su expresión en la conducta heterosexual, lo cual es
totalmente erróneo. La identidad sexual es un fenómeno y la orientación sexual es
otro, aunque estén relacionados al ser generados por el hecho de que el ser humano es
sexuado, sexual y relacional - su sentido de ser es ser con otros.

En la actualidad, muchos vivimos en regímenes democráticos. En este contexto de


libertad legislada se posibilita la adquisición de autonomía por un adulto,
independientemente del sexo que sea, lo que favorece la autocreación más allá de la
imposición ajena. Este proceso implica un ejercicio de reflexión para llegar a ser el
autor de la obra vital personal y no un actor que interpreta un perpetuo papel
sociocultural para agradar a otros, y ser aprobado y aceptado por ellos. En ese
empeño, las mujeres han buscado su identidad sexual más allá del papel que les ha
sido asignado a lo largo de los tiempos y en el proceso, han obligado al hombre a
redefinirse. Es lógico, los dos sexos co-creamos la realidad de ambos. Quizá, para
poder darse cuenta de lo que somos y partir de ello en la pretensión de ser autores y
no actores que representan un papel escrito por otros, conviene comprender cómo se
forma nuestra identidad sexual; es el objetivo del siguiente capítulo.

188
El momento abstracto de la identidad consigo
mismo está dado en el conocimiento del otro.

JEAN-PAUL SARTRE,

El ser y la nada

14.1. EL PROCESO

El proceso de formación de la identidad sexual es largo y complejo; un continuum


en el que acontecen algunos momentos claves. Desde el instante de la concepción del
futuro individuo - en el que ya lleva inscrita en su genoma la potencialidad de su ser y
de adquirir, más adelante, la autonomía a la que aspira el ser humano-, hasta su
muerte, el sujeto va desplegando su conciencia de ser, que siempre es sexual, a pesar
de que apenas se le dé importancia a este hecho. Es una conciencia que se ubica en la
persona y, por tanto, es vivencial y subjetiva.

Nos vamos haciendo sujetos en la experiencia de ir creciendo y madurando, y


adquirimos, poco a poco, la autonomía como tales. Por eso la identidad sexual se va
formando en el vivir, es biográfica y no está totalmente definida por nuestro sexo
genético o fenotípico al nacer. ¡Enhorabuena, es una niña! ¡Enhorabuena, es un niño!
No es así de fácil; no es algo simple y automático conseguir reconocerse de un sexo o
de otro.

Somos una naturaleza culturizada con un comportamiento socializado que lo


trasluce y obtiene una retroalimentación al ser clasificada por otros en su tendencia o
intencionalidad de ser. Todo se da en una compleja interconexión sincrónica,
finamente hilvanada en la corporalidad situacional y existencial del individuo; le va
configurando y sexuando en su lógica biográfica. Los sucesos, siempre con su
traducción biológica, se convierten en factores sexuantes que se combinan entre sí y
sexúan al sujeto en ese doble papel de pasivo y activo a la vez, ya que interviene en
su mundo con su intencionalidad, a menudo, ni siquiera consciente o reconocida'.
Actúan sobre el cuerpo-mente de ese individuo, en su totalidad sintética única, que va
adquiriendo progresivamente la conciencia de ser, de ser humano, mujer u hombre.

189
Venimos al mundo con una preprogramación inscrita en nuestro genoma, que tiene
posibilidades características de la especie y no de otra, y que nos delimitan en el
pensar, sentir y actuar. Nos son propios unos sentidos y no otros, una capacidad
cognitiva y no otra, y unas estructuras que se moldean adaptándose a las situaciones
vividas e interiorizadas. Así, por ejemplo, no podemos volar por nosotros mismos o
respirar en el agua como los peces. Además, en nuestra evolución, hemos ido
adquiriendo una conciencia de ser, de ser individuos concretos, separados de otros.
Asimismo, hemos aprendido que nacemos, crecemos, nos multiplicamos o no y, al
final, nos morimos. Todo esto, consciente o no, forma parte de nosotros y nos
identifica como humanos y no como seres de otras especies terrestres. Es lo
subyacente común de nuestra identidad.

A su vez, lo humano, por ser sexual, tiene dos modos de presentación, femenino y
masculino, que se concretizan y se matizan en cada existente corpóreo sexuado, pero,
al mismo tiempo, presenta características compartidas por todos los hombres o por
todas las mujeres, estén donde estén. Es lo transcultural de la identidad sexual, que se
vislumbra en la profundidad de cada individuo y que, sin duda, posibilita unas
vivencias y no otras, propias de cada sexo. Una vez más, cabe recordar que las
estructuras determinan las funciones, se realicen o no éstas.

Las experiencias, los sentimientos, las sensaciones e incluso, los pensamientos,


recuerdos o ensoñaciones van moldeando las estructuras al traducirse en una posible
liberación hormonal o de otros compuestos. Las hormonas se distribuyen por el
torrente sanguíneo e impregnan las distintas células del organismo, que, si tienen
receptores o están preprogramadas para reaccionar al estímulo dado, se activan o se
inhiben poniéndose en marcha un fino engranaje interno. Pueden incidir en el genoma
de las células y regular la expresión de diferentes genes provocando el desarrollo de
algunas potencialidades y no de otras de nuestra corporalidad. Asimismo, las
hormonas pueden moldear las neuronas, algunas de las cuales, a su vez, secretan otras
hormonas o neurotransmisores que van configurando mapas cerebrales por formación
sináptica y especialización neuronal2. Todo esto es muy dinámico y sincrónico a lo
externo en ese afán adaptativo de la especie y del sujeto a las circunstancias de su
medio vital siempre cambiante.

En ese proceso madurativo tienen lugar momentos críticos en los cuales la acción
hormonal es más decisiva que en otros, contribuyendo a la sexuación del sujeto, tanto
cerebral, como gonadal, genital o de toda su corporalidad. Además, las hormonas

190
sexuales son las responsables del desarrollo de los caracteres sexuales secundarios,
que conforman el fenotipo característico para cada sexo, muy importante para
identificarse y ser reconocido de uno o de otro sexo. Por otra parte, las hormonas
inducen estados psicológicos, humores y comportamientos que se inscriben en
nuestro bagaje biográfico.

El cerebro humano va madurando lentamente al crecer el individuo y sus distintas


regiones lo hacen a diferente velocidad. En cuanto a la especie, de alguna forma, el
nivel de desarrollo cerebral es transmitido de unas generaciones a otras. Así, nuestro
cerebro actual seguro que se diferencia del de nuestros hermanos prehistóricos y
nuestro nivel de conciencia también.

Desde que somos concebidos, pasamos por distintos niveles evolutivos de la


conciencia: desde el arcaico al mágico, al mítico, al racional y algunos cuantos llegan
al lógico e, incluso, lo sobrepasan. Cada estadio evolutivo de la conciencia se
correlaciona con una visión del mundo propia, concordante con el individuo que vive
e interactúa de una manera determinada con lo que le rodea. Selecciona y organiza los
estímulos que tienen sentido para él, y conforma una realidad «a su medida» que no
distorsiona su coherencia interna y que le sustenta en ese proceso continuo de
adaptación al medio y creación interrelacional mutua. Por eso mismo, el choque de
las diferentes visiones del mundo es tan vehemente y dramático para las personas,
sobre todo si son de un nivel bajo de desarrollo, al no disponer de muchos recursos
propios que les puedan proporcionar seguridad y confianza de sobrevivir en un medio
que perciben como hostil.

El mismo proceso evolutivo sigue nuestra identidad sexual, ya que cada nivel de
conciencia se correlaciona con una vivencia de sí mismo diferente. La capacidad
cognitiva, la perceptiva, la introspectiva y el dominio del lenguaje van variando en
ese despliegue de la potencialidad de ser. Las necesidades, los miedos y los deseos
también. Al trascender un estadio, éste queda incorporado en el nuevo y su identidad
preserva en su fondo la anterior; aunque no se vislumbre a simple vista, sí queda
implícita y sobrepasada en el caminar madurativo del individuo. Impacta en la
profundidad de la trastienda de nuestra conciencia y forma parte no reconocida de
ella, ya que los elementos conscientes de un estadio tienden a estratificarse en la
hondura no consciente del siguiente, que los incorpora y trasciende. No son meros
depósitos pasivos, sino que influyen activamente en la identidad sexual dada.
Asimismo, en este componente no consciente cabe ubicar nuestra potencialidad de

191
realización, que genera una intencionalidad de ser matizada en cada etapa de
desarrollo y que, al actualizarse, va abriendo camino a otras3.

Por otra parte, vamos adquiriendo la conciencia de ser en el contacto con otros, en
el proceso de socialización y aprendizaje de un lenguaje, gracias al cual le damos
nombre a las cosas y codificamos en palabras los sentimientos, los pensamientos y las
vivencias. Poco a poco, nos apropiamos de un mundo simbolizado que nos sirve de
sistema explicativo de nuestro universo, pequeño o grande. Lo vamos conociendo
conforme nos es narrado por otros y lo confirmamos en la experiencia, al vivir, por el
simple hecho de recurrir a él en el proceso de comprensión de la realidad. Nos
determina a desenvolvernos en un marco referencial concreto y no otro, que sirve de
nexo cohesivo con los otros miembros de la sociedad en la que nos toca crecer.

Vamos formando nuestra identidad sexual en el uso de este orden simbólico


codificado en el lenguaje. No es algo consciente y, por tanto, se escapa a cualquier
control racional. Nos va moldeando como sujetos con identidad propia en el nombrar,
en el uso de la palabra, en la comunicación con otros presentes y con los que nos
precedieron. Constituye una parte no consciente o, mejor dicho, preconsciente de
nuestra identidad sexual. En ella, se incorporan valores, creencias características de
cada cultura, implícitas en su lenguaje y en su orden simbólico. En éstos, queda
inscrita la diferencia de los sexos con su carga ideológica jerárquica, inherente a la
visión patriarcal del mundo. Lo biológico y lo cultural-sociológico están íntimamente
entretejidos en el ser humano, no es posible su separación. Somos todos unas
naturalezas culturizadas que conviven con otras en un orden social patriarcal más o
menos demarcado.

En el patriarcado, el prejuicio contra «lo femenino» se incrusta en el sistema


ideológico del que se sirven los sujetos para entenderse a sí mismos, comprender lo
que les rodea y comunicarse con otros. Este hecho influye en la formación de un
modo de ser, de un temperamento, en las tendencias para adquirir sentido, en los
deseos y temores, y genera, cómo no, expectativas de realización en los terrenos que
son acotados de forma «natural» para cada sexo. Esto conduce a desempeños, tareas,
papeles que desembocan en una posición social que refuerza la premisa de la que se
partió. Así, los hombres, por lo general, consiguen una posición social superior a la
de las mujeres, que reafirma por sí sola la condición establecida para cada sexo. Todo
acontece de forma «natural» y las identidades sexuales acaban mutiladas en ese
suceder funesto4.

192
Se van configurando los estereotipos que categorizan lo que es adecuado o no para
un hombre o para una mujer por serlo, y son prescriptivos al incorporarlos el
individuo como metas a conseguir para ser identificado como perteneciente a un sexo
o a otro. Decretan los pa peles sexuales con un código de conductas, maneras de ser y
actitudes apropiados para cada uno de los sexos, que el sujeto trata de imitar e
introduce en sí mismo para evitarse la confusión de no ser reconocido del grupo con
el que se identifica.

Así, lo subjetivo del sujeto se encuentra en permanente medio de intersubjetividad.


El individuo interioriza lo externo, que pasa a formar parte de su mundo, de su sí-
mismos. Lo que vemos, lo que oímos, lo que leemos y tocamos nos va creando en un
proceso lento y progresivo de configuración personal. Nuestras experiencias van
moldeando nuestra forma de ser y se inscriben en nuestra piel. A su vez, el
comportamiento está socialmente marcado - también el que se atribuye a los sexos-, y
nos adecuamos a estos patrones en nuestro hacer para obtener de otros la
retroalimentación positiva buscada por nuestra intencionalidad de ser de un sexo en
particular, sin apenas darnos cuenta de ello.

Cabe concluir que nuestra subjetividad se crea en el contacto con los otros, en un
ambiente perpetuo de intersubjetividad. El otro nos enseña nuestros límites al
impactar en nuestra piel, nos configura en la caricia6. Nos vamos aprehendiendo en el
tocar y experimentar lo que nos rodea y lo separamos de nosotros. El cuerpo sintiente
y pensante, en ese prolongado proceso de reconocimiento, se convierte en la fuente
identitaria primordial al percatarnos de nuestra finitud frente a lo que nos rodea, al
diferenciar lo que está fuera de nosotros y lo que no, lo que es lo otro y lo que somos
nosotros. Así, aparece el dualismo primario que distingue al sujeto de lo que no es él.
Gracias a nuestra capacidad cognitiva y su transcripción en un código categorial
binario, donde las cosas o son o no son, vamos clasificando los objetos y a las
personas en grupos por similitud y oposición de sus características.

Un sujeto no puede configurarse sino frente a lo que no es él, es relativo a ello por
tener límites que hacen posible su unicidad y la formación de su identidad. Es el
proceso de separación-individuación. Puesto que somos humanos, nuestra identidad
es siempre sexual, fe menina o masculina. Somos seres sociales y nos vamos creando
en relación con otros, mujeres u hombres. Nos vamos definiendo al percibir nuestro
parecido con unos y nuestra diferencia con otros.

Al mismo tiempo, recibimos la confirmación o no de nuestras conclusiones en el

193
reconocimiento de los otros que influyen en el proceso de ir adquiriendo la identidad
sexual propia. Así, en ese proceso identitario se van satisfaciendo las necesidades
primarias de individuación y de fusión al diferenciarse de otros y al precisarles para
poder hacerlo y, también, al identificarse con un grupo y no con otro que se percibe
como distinto. A su vez, el grupo al que uno pertenece le retroalimenta como parte de
sí mismo, pero reconoce al individuo como tal. Por contra, el grupo de los opuestos le
rechaza y le confirma como extraño, como alguien que no es su miembro.

Por tanto, existe un código positivo, que hace de modelo prescriptivo del
comportamiento y tendencias, incluso deseos y temperamento; y otro negativo, que
dicta lo que no se debe hacer por no ser propio al sexo con el que uno se identifica. Es
decir, se da un proceso de inclusión y de exclusión de diversas cualidades. Un
rechazo excesivo, sea por el motivo que sea éste, genera intolerancia de lo inhibido,
que permanece oculto y reprimido en lo inconsciente, suponiendo un esfuerzo
mantenido para no salir a la superficie. Más aún, se adoptan ademanes y
comportamientos contrarios a lo negado, artificialmente pronunciados para
compensar lo contenido en esa pretensión de disipar los fantasmas que resquebrajan
una identidad sexual débil. Así, se busca obtener un trato determinado que reafirme lo
deseado, ya que cuanto más le tratan a uno como hombre o como mujer, más se
identifica uno con ese sexo y no con otro. Además, somos dúctiles y ningún sexo
presenta cualidades o sentimientos exclusivos de él, eso sí, quizá, los exprese de
manera diferente7.

Por otra parte, la necesidad de definirse de un sexo o de otro es primaria para el ser
humano, si no, no podría concebirse como tal. El objetivo principal del proceso es
alcanzar la madurez y la autonomía como sujeto sexuado, y poder relacionarse con
otros reconociéndose como lo que es, sin perder la identidad propia. Pero, al mismo
tiempo, el darse cuenta de que uno es un individuo diferente de los demás su pone
admitir que es finito y que es mortal, porque la vida no es eterna en ninguna
concreción humana.

La identidad sexual no siempre corresponde a la que se espera por la apariencia


(fenotipo) o el sexo genético (genotipo), lo cual se explica por la complejidad del
proceso identitario del sujeto sexuado. La masculinidad y la feminidad son
construcciones correlacionales contextuales a cada momento histórico. Cada una de
ellas es mutuamente relativa y reactiva, de forma que, al cambiar una, precipita la
transformación de la otra, la obliga a redefinirse. Sin embargo, la identidad sexual

194
como conciencia vivencial no es reducible a las ideas colectivas sobre lo que es
propio de uno o de otro sexo, sino que se arraiga sobre las estructuras profundas de
cuerpo-mente de cada persona, que, a su vez, adquieren sentido y son nombradas en
comunidad.

Actualmente, vivimos tiempos de un cierto cuestionamiento de lo rígido e


inamovible, de conceptos y papeles transmitidos a través de las generaciones que nos
precedieron. Se valora más al individuo y su identidad como tal. Además, la igualdad
entre los sexos ha desencadenado mayor apertura comunicativa entre ambos, de
reconocimiento de uno en el otro, de acoplamiento de los subyós femeninos y
masculinos, que conviven en una alianza inestable dentro de nuestras identidades.
Son dinámicos e interactúan entre ellos y con otros subyós propios de cada nivel de
nuestro desarrollo. Así, podríamos hablar de distintas etapas formativas por las que
pasa la identidad sexual desde que nacemos hasta que adquirimos la madurez, y de
las que trataremos a continuación.

14.2. ETAPAS FORMATIVAS DE LA IDENTIDAD SEXUAL

14.2.1. En la niñez

¡Enhorabuena, es un niño! ¡Enhorabuena, es una niña! Aparentemente, nuestro


caminar vital comienza desde ese feliz momento, aunque ya antes, dentro del útero de
nuestra madre, nos hemos preformado y hemos vivido la gran experiencia de la
trepidante configuración de un ser humano. Nos hemos comunicado con nuestro
pequeñogran universo a través de nuestra madre y hemos sentido con ella. Nos hemos
empezado a sexuar, tanto cerebral, como gonadal, genital y corporalmente. Hemos
bebido vida en la fuente materna, que era la totalidad de nuestro mundo y madurado
lo suficiente como para salir fuera de ese medio fusional de la Gran Madre, que nos
mecía en el vertiginoso proceso de la formación. Pasamos, en unos nueve meses, de
ser un proyecto integrado en sólo una célula a un universo celular sabiamente
entretejido y coordinado, preparado para nacer y enfrentarse con la luz y con las
sombras de la vida, y seguir madurando y adquiriendo autonomía propia.

En el momento del nacimiento, el cerebro humano es todavía muy inmaduro. Se


irá formando en la existencia vital continua. Dependiendo de la etapa que atraviese el
individuo, se desarrollarán más unas áreas u otras; todo tiene su lógico acontecer para
preparar al sujeto a valerse por sí mismo en la vida, poder relacionarse con otros,
tener hijos y sacarlos adelante. En la niñez, este proceso de maduración cerebral es

195
más intenso. Comienza por las áreas sensoriales, porque el mundo del bebé es
primordialmente sensoromotor, lo cual posibilitará el posterior desarrollo de otras.

Antes de nacer, antes de un «yo» inmaduro, existe un «nosotros» fusional entre el


feto y la madre, que persiste en los primeros meses de la vida del bebé. El origen de
un ser humano siempre es con otro, es profundamente relacional y comunicativo. El
individuo se forma en un constante conversar existencial. Ese primer otro, el más
importante y vital, es la madre, en cuyo seno se va gestando un sujeto con potencial
de llegar a ser autónomo.

La madre o su sustituto, sigue siendo la figura primordial, el universo del bebé en


sus primeros meses. A través de ella sacia su apetito, su necesidad de ser tocado,
acariciado, reconocido y amado. Le da seguridad y un referente continuo que pone
orden en su caótico mundo sin límites. Esta madre es alguien que todavía no tiene un
rostro definido, sino una figura arquetípica que hace la función de origen de donde
arranca una vida concreta'. Es la fuente de calor vital que se anhela en su frío medio
de necesidades básicas apremiantes. Es la que le da protección y la que puede no
dársela, y hacer que todo su mundo se precipite en un oscuro abismo.

Sólo a través de ese contacto cálido, que despierta una multitud de sensaciones y
emociones en el bebé, se van sedimentando los cimientos de su identidad, puesto que
le ayuda a sentir su finitud corporal, le estructura en el acariciar y en el besar, en su
amor incondicional de madre, que, cuando se da, es un terreno nutricio sin igual para
el futuro individuo, sea del sexo que sea. Se incrusta en lo más hondo de nuestra
conciencia y conforma nuestro punto de partida en el caminar vital. Es el estadio de la
indisociación primaria o arcaica, en el que los pequeños no distinguen lo que les
rodea de sí mismos y, por supuesto, establecen una relación muy simbiótica con las
personas que satisfacen sus necesidades vitales.

Poco a poco, en su senda madurativa, los bebés, niños o niñas, van rompiendo esta
fusión al adquirir más fuerza e independencia. El primer paso para trascender esta
etapa simbiótica de indisociación es la lenta y progresiva adquisición e introyección
de sus propios límites corporales frente a las personas y objetos que les rodean, lo
cual suele suceder entre el quinto y el noveno mes de vida. Supone el punto de
partida en el reconocimiento del cuerpo físico propio. El bebé distingue y separa a sí
mismo del resto del mundo y es la base de su individuación, que desemboca en la
posterior obtención de la identidad propia como sujeto. También, en ese proceso
clasificatorio, comienza su andadura cognitiva por las categorías binarias que reflejan

196
el dualismo característico de nuestro modo de pensar, en el que las cosas o son o no
son, pero no pueden ser y no ser a la vez. Este proceso reflexivo empieza en el
período sensoromotor del niño, que abarca los primeros dos años de su vida.

Al trascender la indisociación arcaica, incorporamos para siempre la etapa


formativa anterior con todos sus sucesos relevantes en nuestro bagaje biográfico, de
modo que, en los momentos de aislamiento y soledad, o muy duros e inestables,
tenemos la tentación y, algunos incluso caen en ella, de regresar a ese mundo fusional
simbiótico sin responsabilidades ni soledad individual por carecer de límites propios.
De todas formas, las vivencias de esta etapa formativa las incorporamos en la
hondura de nuestro ser y se traducen en las necesidades primarias de fusión y de
individuación inherentes al ser humano. Éste es su origen y las procesamos a lo largo
de toda nuestra andadura vital, expresándolas de múltiples maneras en todo lo que
hacemos y deseamos, ya que codifican nuestro comienzo como sujetos.

En la medida en que van madurando el cerebro y la conciencia del bebé, las


personas cercanas empiezan a tener entidad propia para éste, separada de él, una
existencia objetiva que, a menudo, choca con la suya. Los que se relacionan con el
bebé se comunican con él no sólo a través del tacto y la mirada, sino con las palabras,
que va entendiendo progresivamente. Poco a poco, va entrando en la etapa de
adquisición del lenguaje verbal, que estructura y da cuerpo a su pensamiento.

Ya, en este período preverbal, los pequeños han ido recibiendo mucha información
acerca de sí mismos. Las estimulaciones táctiles, las entonaciones de voz, los gestos y
las palabras usadas o las actuaciones de los otros próximos varían en función de la
identidad sexual de aquellos a los cuales se dirigen, a veces, sin mayor
intencionalidad consciente al respecto, sólo por el hecho de saber de qué sexo es el
bebé. Los mensajes percibidos se van depositando en esta etapa sensoromotora en el
poso inconsciente de la identidad sexual del sujeto en formación, incluso antes de que
éste aprenda a hablar.

La razón va emergiendo y se va comenzando el desarrollo cognitivo del pequeño


ser. Surgen las primeras imágenes evocadoras de los objetos o realidades, que tienen
referentes sensoriales en ese mundo hedonista e instrumental de la etapa
sensoromotora. A las imágenes las siguen los símbolos y a éstos, las palabras que los
traducen. Una palabra clave es el «¡no!». Es la primera forma de trascendencia
específicamente mental'. Con el «no» el niño va más allá de su mundo físico de
impulsos y necesidades apremiantes, va aprendiendo a controlarse y reafirmarse

197
frente a otros con sus demandas o exigencias. Decir «no» es una expresión de
oposición que sirve de piedra angular a la identidad propia10. Hace la función de un
mecanismo autoafirmativo y parte de la incipiente conciencia de sí mismo. La etapa
del «¡no!» es vital para la estructuración de la identidad propia. Implica la
constatación de tener opinión personal, de ir desarrollando gustos, preferencias,
hábitos, que van modelando lentamente al pequeño ser frente a los que no son él.

De la mano del «no» viene el «sí», son inseparables. Los niños van aprendiendo de
forma continua sus «noes» y sus «síes» y se van clasificando dependiendo de ellos.
Asimismo, se socializan en el código de lo que se permite y de lo que se prohibe a
través del «sí» y del «no» de los demás que interrelacionan con ellos. Se van
reprimiendo conductas y expresiones y, por tanto, se van dirigiendo los sentimientos,
los deseos y las intenciones reactivas, sumisas o rebeldes. La represión comienza a
cobrar cuerpo a través del lenguaje con el «no» llevado al extremo; es mental o
cognitiva, de base social y gobierna el universo hedonista sensoromotor del pequeño,
trasciende y se incrusta en su corporalidad, en su conciencia de ser.

Él sujeto se estructura en y por el lenguaje, y su identidad sexual es traducida en


palabras y generada gracias a su uso en el momento en que se entra en el mundo de la
comunicación simbólica y la sintaxis lingüística, que dan entidad a pensamientos,
emociones y vivencias. El pequeño se expresa y va poniendo orden en su mundo
interiorizado con el lenguaje, el cual conlleva un sistema explicativo heredado de
otros con una ideología sexual jerarquizada que el sujeto introyecta de forma
«natural». Diferencia, clasifica y da nombre a las cosas, a las personas, a los
sentimientos y emociones. Repite lo que oye, imita lo que ve y a los que están con él,
a papá y a mamá. Uno se le parece más que el otro; ambos le identifican como niño o
como niña y le tratan en consecuencia. Se lo dicen hasta la saciedad y el bebé lo
graba en su memoria. «¡Soy un niño!» «¡Soy una niña!», aunque todavía no entiende
bien lo que significa.

Continúa muy unido a su madre, tanto que persisten muchas adherencias o


indisociaciones con ella. Por ejemplo, confunde sus sentimientos con los de la madre
y, conforme los padres intervienen más en el cuidado del bebé, también con los
suyos. Pero la relación con la madre es más dramática, más arraigada en su
inconsciente, ya que fue la totalidad de su primer universo, muy grabado en su
interior. Sólo en el segundo año es cuando los pequeños aprenden a distinguir sus
sentimientos de los de los demás. Es un paso muy importante en la adquisición de la

198
conciencia de sí mismo, porque establece los límites no solo físicos, sino emocionales
del sujeto. Conduce a reconocerse como alguien corpóreo que siente y es diferente a
los demás.

De esta forma, en el segundo año, se termina la etapa de separación-individuación


y se sale de una indisociación arcaica de la conciencia, de un mundo un tanto fusional
del sujeto con lo que le rodea, aunque las reminiscencias de este período continúen
presentes en los siguientes. La transición entre las etapas es progresiva, los límites
entre ellas son artificiales; el demarcarlos, es un recurso para entenderlas mejor. En la
realidad, se trata de un proceso continuo de maduración de la conciencia vivencial del
sujeto.

Se trasciende este estadio incorporándolo en el siguiente. Es nuestro bagaje


biográfico, va siempre con nosotros. Poco a poco, se da paso a un nivel superior de la
conciencia, que es el mágico y que abarca hasta, aproximadamente, los siete años. Es
un continuum evolutivo en el que los cambios se producen con una lógica existencial
propia para cada cual, concordante con su naturaleza socializada.

Esta etapa corresponde a un desarrollo cognitivo que se caracteriza por un


pensamiento preoperacional o «preop», también llamado «mágico». Al principio, las
imágenes y los símbolos se confunden con el mundo externo, se da una continuidad
fusional entre lo externo y lo interno, los límites no están claros. Por eso los objetos
están «vivos» (animismo), con sentimientos e intenciones propios. Las partes de las
cosas se perciben como su totalidad, no sólo las representan, sino que se confunden
con ellas. Los símbolos tienen sus referentes mentales y se traducen en palabras que
se consideran parte de los objetos y, a menudo, los sustituyen. Es el poder de lo
simbólico y de nombrar y alterar las cosas al hacerlo, la «magia de las palabras», que
persiste en los siguientes estadios madurativos de forma menos notoria. Además de
las imágenes y símbolos se adquieren los conceptos, al principio muy simples y
luego, más elaborados.

Los niños se lanzan a conocer su universo, a través de la experiencia de contactar


con él, imaginarlo y tratar de dominarlo mágicamente gracias al recién descubierto
lenguaje. Este universo incluye, por supuesto, su propia corporalidad, que también se
investiga. Se miran, se tocan y descubren las distintas partes de su cuerpo, entre ellas
el pene o la ausencia de él. Quizá, la tendencia reduccionista de los adultos de
resumir o remitir todo lo sexual a lo genital tenga sus raíces en esta etapa madurativa,
que no olvidemos, se incorpora y persiste en la hondura de las siguientes.

199
Simbólicamente, los machos son los que tienen pene y las hembras las que no. En
la actualidad, ya no es raro enseñar a las niñas que tienen otra cosa, la vagina. A
algunas, hasta se les habla del clítoris. Se le va dando el mismo valor que al genital
externo masculino, más notorio y mejor valorado como corresponde a un sistema
patriarcal. No hace tanto, simplemente no se decía nada, sólo el silencio; las niñas
empezaban su andadura sexual por la vida con el conocimiento de una carencia, eran
las que no tenían «eso». Sin duda, es hora de educar a los niños, sean del sexo que
sean, en el respeto de su diversidad, de su ser diferente, pero del mismo valor y
belleza. Transmitir que los penes, clítoris y vaginas son igualmente hermosos y
estructurados con sabiduría para encontrarse y disfrutar en ese mutuo compartir
íntimo.

Es la etapa de la identificación, de la adquisición de la conciencia de ser de un


sexo o de otro. Se va dando nombre a la identidad sexual propia y los pequeños ya
saben si son niños o niñas con más decisión y por conclusiones propias. Por tanto, el
cuerpo se convierte en la fuente de identidad primaria con los genitales externos
como órgano necesario para la clasificación sexual.

De todas formas, ya antes los niños han percibido, un tanto intuitivamente, quién
es mujer y quién es hombre. Los caracteres sexuales secundarios, el fenotipo, la
apariencia, el timbre de voz, el vestido y los ademanes, incluso las tareas, son
importantes para considerar a otros como similares a mamá o a papá, y, por supuesto,
son previos o independientes del descubrimiento de sus genitales externos. Los
pequeños recurren al proceso de diferenciación por similitudes y oposiciones, y van
clasificando a los que les rodean en mujeres u hombres. Se relacionan y se comparan
con ellos, terminando por imitar sobre todo al progenitor de su sexo. A la vez, sus
padres y los demás, que entran en contacto con ellos, no dejan de servir de espejo y
de repetirles de qué sexo son. Frases como: «¡Qué niña más bonita!» «¡Qué niño más
fuerte!», forman parte de un mensaje perpetuo que retroalimenta su conciencia de ser
de uno o de otro sexo y les encaminan en el modo de lograrlo.

Se llega al momento en el que los dos progenitores se convierten en igualmente


decisivos en el proceso de la identificación. Cuando uno de ellos falta o está ausente,
se recurre a imágenes mentales sustitutorias de héroes y figuras veneradas, que se
erigen en ideales a imitar, con el agravante de que no son «reales» o carnales. No
tocan, no acarician, no se enfadan y no tienen fallos". También las figuras de los
padres reales son idealizadas, no en vano siguen siendo la parte más importante del

200
universo de esos niños que empiezan a ser conscientes de ser sexuales, aunque
todavía no entiendan bien lo que significa.

«¡Quiero ser como mamá!» «¡Quiero ser como papá!» Se van constituyendo los
patrones a imitar o a evitar, si es lo contrario a uno. En este paso, los niños atraviesan
una mayor dificultad que las niñas, porque la unión con la madre sigue siendo muy
fuerte y sin embargo, en la fase de identificación, tienen que contraponerse a ella por
no ser del mismo sexo. Puede parecer pueril, pero para el niño es una laboriosa
hazaña, una especie de pérdida de seguridad ancestral, paradisíaca. Él no es como su
madre, que ha sido la totalidad de su mundo hedonista y desvalido, tiene que
apartarse de alguna manera de ella. Por eso es tan importante que el padre intervenga
en el cuidado del bebé desde que nazca éste, más aún si es niño, porque aminora el
dolor o el dramatismo de la separación de la madre en el proceso de adquirir la
identidad sexual. Esta segunda unión con el padre, en el caso del niño es mental o
cognitiva, en contra de su primera unión corporal y preverbal con la madre. En la
niña no existe tal ruptura por contraposición. Su identificación mental con la madre
no va en contra de su primaria unión corporal, introyectada en su bagaje vivencial
relegado a lo inconsciente.

Nos vamos estructurando y creciendo como sujetos en ese triángulo primordial


con nuestros padres. El amor, como fuerza integradora y nutricia, es la base de ese
desplegamiento del ser, ya que los niños van adquiriendo seguridad y autonomía al
sentirse amados; es su sustento vital para experimentar día a día y poder alejarse de
sus padres para volver a sus brazos de nuevo sabiendo ser bien recibidos. Esta
relación amorosa con sus progenitores o figuras sustitutorias, cuando faltan éstos, es
el soporte del que emerge la conciencia vivencial de ser sexual, es decir, la identidad
sexual del sujeto. Es en este interrelacionarse primero en el que los pequeños son
importantes para otros, sus padres, que les vuelven visibles en el espejo de sus ojos,
les confirman en su ser de un sexo o de otro. Les enseñan lo que son, sin apenas
proponérselo conscientemente. A la vez, les sirven de códigos positivos y negativos
en su afán imitativo, lo cual les va reafirmando en su identidad, porque son como
mamá o como papá.

Por contra, en el caso de los padres de figuras conflictivas y causantes de daño


emocional por rechazo permanente o agresión, se tiende a buscar cobijo e
identificarse con el otro progenitor, sea del sexo que sea, lo cual puede interferir en
un acontecer lógico de la identificación sexual, al sumarse distintas circunstancias

201
vitales que desvíen el curso normal del proceso. Cabe recordar que somos una
naturaleza socializada y que la adquisición de una identidad sexual es lenta, larga y
compleja. Conseguir una desidentificación implica muchas negaciones de los
caracteres correspondientes a la imagen rechazada y sobrecompensación,
intensificando las cualidades que se atribuyan a la aceptada. Se obtienen así
identidades débiles, que invierten mucha energía vital en ser consistentes
artificialmente y buscar con insistencia la confirmación constante de los demás. Se
forman por un proceso acentuado en la oposición, negación y exclusión. La inclusión
siempre es secundaria a ella. En el fondo, se encuentra una importante carencia
afectiva en un momento clave para la identificación con el progenitor del mismo
sexo.

Conforme los niños y las niñas van creciendo, su mundo se va ampliando a su vez,
apareciendo en él otras personas. Las primeras amistades, los primeros afectos entre
los pares, los cuidadores y los maestros, que son figuras de autoridad, van
completando su abanico interrelacional y reafirmando su identidad en el mirar y en el
decir. Los pequeños siguen interiorizando la información recibida del exterior y la
emplean para no ser rechazados por los otros. La clave para controlar su universo ya
no es la palabra mágica, sino el correcto hacer, los «rituales», que provocan que las
figuras de autoridad les acepten y les proporcionen la seguridad que necesitan para
desenvolverse en un entorno que no dominan y que, a menudo, les es hostil. Son los
padres y otras figuras de autoridad los que pueden alterar las cosas con su
intervención. Introyectan su «ino!» y les imitan con más ahínco. Quieren llegar a ser
tan poderosos como ellos y para eso tienen que adoptar su hacer y seguir sus reglas.

De esta manera, poco a poco se trasciende la etapa mágica del desarrollo,


incorporándola como bagaje vivencial al pasar a la siguiente, que es la mítica, y que
abarca, aproximadamente, el período desde los siete hasta los once años. A la vez, se
ha avanzado en la maduración cognitiva y el tipo de pensamiento característico es el
concreto operacional («conop») que maneja reglas y relaciona partes con totalidades,
a pesar de persistir el mágico.

Los padres ya no son la totalidad del mundo infantil, aunque siguen siendo muy
importantes. Los pequeños van al colegio y lentamente se preparan para adquirir
mayor autosuficiencia y autonomía. Cada vez más, respetan las reglas que se les
imponen desde fuera; son conformistas en esa delicada etapa de socialización. La
necesidad de pertenencia se va desplazando hacia los pares, con los que se

202
identifican. Pesan mucho las figuras de autoridad, pero, poco a poco van
descubriendo el grupo de los semejantes y van apoyándose en él.

La identidad sexual en esta etapa ya no se basa tanto en la corporalidad, sino en el


ser reconocido por otros como de uno o de otro sexo, es sociocéntrica. El papel, las
apariencias y la aprobación ajena se vuelven muy importantes. La seguridad se
adquiere cada vez más al ser aceptado y reconocido por el grupo de los similares,
aunque los padres sigan teniendo mucho peso. El «ser» se disfraza y, a veces, se
sustituye por el «hacer». Los niños absorben como unas esponjas la diversa
información proveniente de los que interactúan con ellos y les van enseñando lo que
son.

A esa edad, la búsqueda de apoyo o reconocimiento de los semejantes, su


compañía y contacto parece ser más valioso para los chicos que para las chicas.
Quizá, se podría explicarlo por la ruptura identitaria anterior, al identificarse
mentalmente con el padre en contra de la primaria unidad corporal con la madre. En
cierto modo, produce un debilitamiento en la identidad sexual, que requiere una
sobrecompensación tanto interna como externa.

Por otra parte, el lenguaje se domina cada vez más, se aprende a leer, lo cual
amplía inmensamente el mundo infantil y fortalece el raciocinio y la imaginación. La
relación con los otros, poco a poco, se desplaza hacia la comunicación verbal y no
tanto corporal o táctil. Progresivamente, las caricias físicas de los padres son
sustituidas por las «caricias» verbales de aprobación de los que les rodean.

Asimismo, irrumpen en la escena los valores, que se adquieren de las experiencias


vivenciales en la familia y fuera de ella. Van perfilando lo que es significativo para
cada uno y lo que no lo es, y configuran las tendencias a ser. Los valores forman
parte de lo que somos y seleccionan un mundo a medida de cada cual. Se relacionan
con nuestra identidad y su fortaleza, nos motivan y nos dirigen en nuestra intención
no consciente de desarrollo de potencialidades no reconocidas.

Poco a poco, se van perfilando en los chicos y las chicas los estereotipos
«femenino» y «masculino», que son conjuntos vagos de características que se
atribuyen a uno u otro sexo, propios de cada cultura y momento histórico. Son
incorporados como tendencias a ser, como metas imitativas y conforman la capa
consciente de su identidad sexual, la más superficial del componente subjetivo, que se
encuentra en estrecha interconexión con las personas con las que se interactúe para

203
ser reconocidos por ellas de un sexo determinado. A su vez, estos estereotipos son
formas de control integradas en la misma descripción de lo que es ser mujer y lo que
es ser hombre. Son mapas de conducta, y generan creencias y expectativas que, a esta
edad, ni siquiera se suelen cuestionar.

Lentamente, los chicos van madurando y entran en una etapa de grandes


acontecimientos, cambios y revuelos, que es la pubertad. Ya tienen consciencia firme
de ser de un sexo concreto, aunque esta cer teza puede cambiar en el siguiente
período formativo. Por lo menos, en cada paso decisivo ésta se replantea, a menudo,
de manera no reconocida o consciente.

14.2.2. En la adolescencia

Esta etapa abarca desde los once años hasta la edad adulta. Comienza con la
pubertad, que es un período de grandes cambios mentales, corporales y emocionales,
todos íntimamente conectados y entrelazados en esa hazaña de desarrollo apresurado.
La capacidad cognitiva madura y, poco a poco, aparece,un nuevo tipo de
pensamiento, el formal operacional («formop»). Este se caracteriza por ser capaz de
relativizar, cuestionar y razonar de forma lógica y abstractiva sobre lo aprendido. Por
eso, en esta etapa, se van replanteando los conceptos y las normas. Se postulan
hipótesis, que se intentan comprobar. Se experimenta y se analiza. Van surgiendo los
pensamientos inductivo y deductivo. Los chicos, paulatinamente, se van convirtiendo
en jóvenes adultos, aunque persiste el pensamiento mítico e, incluso, en menor
medida, el mágico.

Va apareciendo un inmaduro ego mental, que se estudia a sí mismo en un intento


de conocerse y reafirmarse frente a otros, sobre todo frente a quienes eran sus figuras
vitales de la niñez, sus padres. De alguna manera, los adolescentes tienen que
liberarse de una vinculación demasiado acentuada con ellos para poder escuchar su
propia voz interior, para poder encontrarse a sí mismos, madurar y transformarse en
sujetos autónomos. En ese ensayo de ser uno mismo, sujeto de sus pequeños-grandes
actos, se oscila entre el conformismo y la rebelión, a menudo, infundada.

Por supuesto, la identidad sexual se va modelando y desde ser sociocéntrica o


basada en las apariencias externas, en los comportamientos o en el reflejo social de
los ojos de otros, se va desplazando progresivamente hacia el interior del sujeto,
centrándose en la conciencia propia de ser de un sexo determinado. Se transforma en
egoica.

204
Ái mismo tiempo, acontecen cambios en las estructuras corporales, decisivos para
los adolescentes, que, al final, reafirman y fortalecen, casi siempre, su identidad
sexual. Pero en algunos individuos, en los que van en contra de lo que se consideran,
como puede ser en los casos de transexualidad y algunos de deficiencia de receptores
hormonales o enzimas, no ocurre lo esperado y se replantea radicalmente la identidad
sexual`.

Las gónadas (ovarios y testículos) se activan y secretan las hormonas sexuales


(estrógenos, progestágenos y testosterona) que actúan sobre el resto del organismo,
desde el cerebro, que se va modulando, hasta los genitales externos y la corporalidad
visible, que conforman el fenotipo del sujeto. En el cerebro, intervienen en un
«podado» neuronal, estimulando unas conexiones sinápticas y regiones, que antes no
eran muy activas. Se va madurando el sistema límbico y más tarde, hacia los 16 ó 18
años, los lóbulos frontales, que son la sede del autocontrol emocional, de la
comprensión y respuesta emocional adecuada13. Asimismo, las hormonas sexuales
inducen el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, diferentes para cada
sexo, y, también, las emociones y los comportamientos.

La pubertad es un período de confusión e inseguridad, tanto si es temprana como


si es tardía. Los chicos y las chicas se avergüenzan de sus cambios, a pesar de
recibirlos con curiosidad y encubierto orgullo. Aparecen los granos, la pilosidad, el
cambio de voz, el estirón, el crecimiento de los genitales y de las mamas, la
transformación del cuerpo entero... Tiene lugar la experiencia de la primera
menstruación y eyaculación. Es una etapa de transición, inestable y turbulenta. Los
adolescentes se comparan con sus pares en un cuestionamiento permanente y buscan
apoyo donde puedan, cada vez más, en el grupo de los iguales.

Al principio, la seguridad se encuentra en los padres; luego, en el ser aceptado por


el grupo de los pares, para lo cual tienen que adecuarse a ellos y respetar sus reglas.
Es el mundo de las apariencias, de mediciones y de tratar de amoldarse a los
«ideales» prescriptivos en boga, que ya no siempre son papá y mamá. Para encontrar
su autonomía, los adolescentes se ven obligados a romper el cordón umbilical
simbólico que les une a sus padres. Por una parte, anhelan esta perdida seguridad de
su mundo infantil, hedónico y narcisista, pero, por otra parte, para nacer como sujetos
autónomos se ven impulsados a alejarse de ese medio un tanto fusionalla

Al separarse mentalmente de sus padres, los incorporan en su mundo interiorizado,


donde permanecerán en todo momento con sus mandatos, miradas, juicios y valores,

205
con su amor incondicional o, por el contrario, con su falta. Este triángulo primordial
estará presente siempre en el interior del sujeto, esté donde esté, de forma consciente
y reconocida o no. Todo lo que haga, sienta, piense o desee se ofrecerá a la pugna de
un «yo» inmaduro que se va abriendo paso frente a los ideales paternos
interiorizados. Reaccionará sometiéndose a sus voces o rebelándose contra ellas en un
intento forzado de autoafirmación.

También su antaño «yo» infantil, despreocupado, hedonista, dependiente y


narcisista, queda incorporado en ese «yo» adolescente que pasa por numerosas
vivencias, que le van modelando y transformando. Surgen las amistades, los
enamoramientos, el deseo de otro sexuado, los contactos de piel con piel, el ir de la
mano, el abrazarse, el besarse, las primeras experiencias muy íntimas... Son las
nuevas figuras significativas que influyen en la formación del individuo sexual. Es un
mundo desconocido e inquietante. Los niños se van haciendo jóvenes. Se trata de
verdaderos rituales de pasaje, que poblarán su bagaje biográfico y le harán
recuestionar su identidad sexual.

A la vez, se produce una especie de desdoblamiento identitario entre el «yo»


interno, no visible a los ojos de los demás, y el «yo» externo, que va acomodándose a
los contextos por los que va pasando y cambia un tanto en relación a ellos y a los
espejos en los que se refleje. En la adolescencia, esta escisión se vive con una cierta
inquietud y sorpresa. Falta todavía el conocimiento de ese sí-mismo inmaduro para
entender e integrar los distintos aspectos de la identidad propia, incorporar la basada
en el papel social a la egoica. A veces, se transcurre por un período de disociación
entre ambas, que conduce a turbulencias y replanteamiento o no de lo que ocurre.

Asimismo, se da otra escisión, y es entre el cuerpo y la mente, que se viven como


realidades ajenas. La mente observa con sorpresa el cambiante cuerpo adolescente.
Lo vive desde el alejamiento, como a un extraño, a menudo, molesto, y que
reiterativamente perturba su mundo. Lo que le sucede al cuerpo es como si no le
ocurriese a uno mismo, que ni siquiera se reconoce del todo en esta renovada piel que
se va despertando a su sexualidad. Las erecciones, las turbaciones inexplicables, las
poluciones nocturnas, los acontecimientos relacionados con la menstruación..., son
fenómenos que escapan a la voluntad y al raciocinio. Las chicas y los chicos se
rebelan contra la pérdida del recién adquirido poder sobre sí mismos, que les
constituía en los autores de sus actos y les servía para autoafirmarse. Intentan
controlar las inquietantes manifestaciones del cuerpo reprimiendo mentalmente su

206
corporalidad e intensifican todavía más la separación entre éste y la mente. Al no
conseguirlo, con frecuencia, lo destierran al olvido.

Aprenden a no mirarse, a no sentirse y a no conocerse como una corporalidad con


hondura de ser. A no tocarse, salvo en las clandestinas concesiones masturbatorias,
centradas en sus cambiantes genitales. Se van reduciendo a las superficies más o
menos brillantes que sirven de tarjeta de visita o de escaparate. Existe demasiada
huida del cuerpo como totalidad para caer en una sublimación simbólica, propia del
universo mental.

A eso se añade lo que van interiorizando del exterior. Los mandatos de los padres
y de otras personas influyentes pasan a depositarse en algún lugar de su conciencia y
contribuyen a su estructuración, y, al final, la sociedad se transforma en una parte de
su mundo interno. Tanto por el lenguaje, como por lo que ven alrededor y perciben
por todas partes, los valores vigentes se convierten a menudo en los suyos propios,
sin apenas cuestionarlos o por el contrario, reaccionando vehemente en contra. Pero
sea como sea, en nuestra socialización, incorporamos el marco referencial por el que
vamos a movernos, e incluso las rebeliones y las transgresiones contra lo establecido
terminan confirmando una realidad sexual dada, porque no se escapan de su orden,
quedan circunscritas en él. Los controles están integrados en la descripción de la
realidad que va aprehendiendo el adolescente y la incorpora en sí mismo, se incrustan
de forma «natural» en su identidad sexual.

Asimismo, los «ideales» femeninos y masculinos en vigor, transmitidos hasta la


saciedad por todos los medios, también audiovisuales con su potente capacidad de
crear e imponer «imagos», se introyectan como estereotipos sexuales e inducen
deseos, intenciones, fantasías y conductas. Generan creencias y expectativas,
contribuyendo a construir identidades sexuales, tanto las colectivas como las
individuales, pues influyen en estas últimas por asimilación o por contraposición en
un marco referencial determinado, que delimita un campo de movimiento y no otro.

De esta manera, no es suficiente sólo saber de qué sexo es uno, sino que hay que
demostrarlo a los demás y a sí mismo. Se van conformando así los conceptos de
«virilidad» y «feminidad», que son un conjunto vago de características atribuidas a
cada sexo, relativos y reactivos entre sí. Los adolescentes asimilan las de su sexo y
rechazan las del otro o no, si cuestionan o se rebelan contra lo establecido. Sea como
sea, las creencias a propósito de cómo es una mujer o un hombre influyen en la
construcción de la identidad sexual propia.

207
Por otra parte, en esta etapa formativa, se tiende a confundir la identidad sexual
con la orientación del deseo. Por eso, para ser reconocidos de un sexo concreto, los
adolescentes deben demostrar que ya no son niños, que no son del sexo opuesto y que
no son homosexuales. El grupo de los pares y sus mayores les observan para
comprobarlo y admitirles o no en su colectivo sexual. Es más notorio en los
muchachos que en las muchachas, aunque también pasan por este examen. La
confusión entre la identidad sexual y la orientación del deseo es un error conceptual
que suele persistir de manera consciente o no a lo largo de la siguiente etapa
formativa.

Los adolescentes entran en la carrera de «hacerse un hombre o una mujer» que es


demarcada cultural y socialmente. Así se incorporan «deberes», se tiende a
«demostraciones» y se pasa por «pruebas». Es el mundo fusional de la identidad
sexual individual con la colectiva, de ámbito mental, en el que la «madre» se ha
sustituido por un grupo o una sociedad determinada. Para ser un sujeto adulto con una
identidad sexual propia, tendrá que cortar este cordón umbilical, separarse del grupo
y centrarse en sí mismo como un individuo sexual único e irrepetible. El proceso de
separación e individuación, en cierto modo, se vuelve a repetir.

14.2.3. En la edad adulta

En esta etapa formativa, la identidad sexual egoica va progresando hacia la


individuación, diferenciándose del grupo, y la integración de sus distintos
componentes, evoluciona hacia una mayor madurez. Es un proceso reflexivo de
autocomprensión y reconocimiento de sí mismo como único e irrepetible, autónomo
y, a pesar de tener res ponsabilidades y «deberes», razonablemente independiente.
Como fuente de seguridad, se busca la confianza en sí mismo y la sensación de
autovalía en la vida. La autoestima y el respeto propio se vuelven importantes. La
mirada es hacia el interiores

Se intenta dar sentido a la vida y a lo que se hace, concordante con lo que uno es y
con los valores propios. Adquiere importancia el bienestar interior y la soledad se
tolera mejor. La vida y la muerte se vuelven más presentes y se llega a reconocer la
temporalidad finita de cada uno. Se intenta vencer la angustia de la muerte, que
emerge de lo no consciente, por sustitución simbólica de lo que se crea: hijos, obras,
hechos, hazañas... También se recurre a las huidas y a las evasiones que, a veces,
desembocan en la enajenación o la ceguera.

208
Los otros encierran un sentido e importancia diferentes. Aparece la empatía y la
capacidad de ponerse en el lugar del otro sensibilizándose con él. Lo racional-mental
y lo emocional se van integrando y enriqueciéndose mutuamente. Surge o no la
capacidad de amar. Al tolerar mejor la soledad como individuo, se tiende a la
autonomía propia como un ser que piensa y siente, y que se autodefine frente al grupo
de pares; emerge un nuevo valor que es la «libertad». Se trasciende la etapa fusional
grupal que queda incorporada e integrada en la conciencia de ser uno mismo.

El «yo» adolescente de cada cual es acogido en esta etapa formativa de la


identidad sexual propia en el «yo» adulto e influye sobre todo en las relaciones con
los otros. Nuestra historia particular está grabada en nuestra piel y el aquí y ahora
sólo es posible porque antes hemos hecho un camino biográfico personal e
intransferible, que nos ha configurado. Tanto el subyó infantil como el adolescente
son componentes dinámicos de la identidad egoica adulta, conscientes o no, e
interactúan de forma constante con los demás. En determinadas ocasiones pueden
aflorar a la superficie expresando a aquel niño o adolescente que algún día fuimos.
Están en nosotros y son nosotros, no son genéricos o arquetípicos, aunque tengan sus
características comunes a todas las personas en cada etapa evolutiva.

Sólo hay que detener la mirada para reconocerlos y entender cómo nos fue en la
infancia y en la adolescencia, intuir nuestras emociones de entonces, miedos,
necesidades, valores, la confianza o no que teníamos en los que estuvieron a nuestro
lado, su amor o la falta de éste que percibíamos en lo más profundo de nuestro ser, si
nuestro medio era nutricio u hostil... No obstante, ningún ser humano es una tabla
rasa que aparece en el mundo; lleva en sí un proyecto de realización personal,
siempre diferente y único. Va tendiendo a su desplegamiento con la ayuda de otros o
a pesar de ellos.

Otros subyós son los correspondientes a la interiorización de las figuras de


nuestros padres, el subyó materno y paterno. En ellos se depositan los valores
familiares, los «deberías» y las primeras negaciones y represiones, su «no» y su «sí».
Empezamos a ser socializados en la familia, y los «noes» y los «síes» van
demarcando nuestro campo de acción por sumisión o por rebelión frente a las
normativas externas en un movimiento entre el permiso-prohibición, de implícito
poder y dominio. Poder de permitir o no, de mirar con amor o con enfado, de aceptar
en un abrazo cariñoso o rechazar con disgusto. Cuando los padres son la totalidad de
tu mundo y están enojados es que algo has hecho mal. De ello se deriva por sí solo el

209
sentirse culpable sin saber porqué. Uno tiende a satisfacerles para evitar esta
incómoda sensación, adivinar sus deseos y cumplir sus expectativas casi sin
proponérselo. Se les venera y se les imita16. Es vital que se den cuenta de que existes
y que lo confirmen constantemente. El que te ignoren, la «invisibilidad» en el
pensamiento mágico del niño es equivalente a no existir, a desaparecer. La atención
de los padres, su amor nos dan vida, nos nutren y posibilitan la formación de la
identidad sexual.

Los subyós materno y paterno son muy importantes en la relación que


establecemos con nosotros mismos y por extensión, con nuestros hijos que son una
especie de prolongación simbólica, consciente o no, de nosotros mismos. También
influyen en nuestra búsqueda de otros, sobre todo, la elección de la pareja y la
relación con ésta, ya que nos sirven de modelo primordial a imitar o a reproducir de
manera no consciente; tendemos a ello sin proponérnoslo. En todo caso, siempre
provocan una reacción, tanto en el rechazo como en la imitación.

Otros subyós nuestros, que se tienden a integrar en una identidad sexual madura,
son el subyó femenino en los hombres y el masculino en las mujeres. Tienen
profundas raíces en la condición sexual humana y se van formando a lo largo de
nuestra vida interactiva con otros, desde que nacemos hasta que morimos. En la
adolescencia, se les reprime por inmadurez identitaria sexual. No suelen ser
conscientes y, sólo en esta etapa formativa y después de un trabajo reflexivo de
autoconocimiento, pueden ser reconocidos y valorados como componentes
integrantes del sí-mismo. Una vez devueltos a la consciencia e integrados en el sí-
mismo contribuyen al fortalecimiento de una identidad sexual madura, a su mayor
flexibilidad y, también, en la tolerancia hacia otros diferentes a uno, sin que éste
tenga el temor de disolverse en lo extraño.

Sin embargo, cuando el subyó de otro sexo no se integra en el plano consciente de


la identidad sexual adulta propicia su debilitamiento y rigidez. Se reprime la
expresión de este subyó relegándolo al inconsciente. Aún más, se inhibe y se evita de
forma no consciente todo aquello que podría facilitarle expresarse y emerger de lo no
manifiesto. Se van creando intolerancias y restricciones empobrecedoras y se va
abonando un terreno de odio de aquello que se reprime y se reconoce en otros. Así,
los hombres y las mujeres aprenden a batallar en esta estéril guerra de los sexos
delimitando las armas y los ámbitos de acción de cada uno de ellos, vedados al otro.
Esta miseria es agrandada por un marco referencial patriarcal, que ya lleva implícita

210
una jerarquización ideológica sexual que intensifica todavía más la eterna lucha.

Por otra parte, en esta etapa evolutiva de la identidad sexual el «yo» externo que se
expone a la mirada ajena ya no se vive tan extraño por el «yo» interno, sentido y
experimentado por uno mismo y que sólo se da a conocer a personas escogidas. El
«yo» externo puede ser un medio de expresión del interno o, por el contrario, servirle
de coraza defensiva para obtener ventajas secundarias, que le gratifiquen y
compensen parcialmente sus carencias, y como un mecanismo de sobrecompensación
de algo reprimido.

Sea como sea, se procura integrarlos y, a pesar de todo, ser lo más consecuente
con uno mismo en cada momento, tendiendo a convertir los actos en auténticos y no
actuaciones que resbalan por el tiempo del olvido sin apenas impactar en el bagaje
biográfico. Para ello se requiere una cierta autoconcentración y aprender a decir «sí»
cuando se quiere decir «sí» y «no» cuando se desea decir «no», parezca lo que les
parezca esto a los padres, pares u otros significativos, y asumiendo las consecuencias
que se desencadenan al hacerlo. Es la reafirmación profunda del sujeto, que le
proporciona placer al expresarse como tal. Se trata de una intensificación de la
relación con uno mismo, por la cual un individuo se configura como autor de sus
actos, una persona con opinión y voz propia.

De todas formas, los períodos regresivos en los cuales se tiende a la fusión con la
identidad colectiva se siguen produciendo con frecuencia, sobre todo en las
circunstancias de debilitamiento de la individual y búsqueda de la seguridad que falta
en el grupo o cualquier sustitución simbólica de éste. Como ya hemos visto, las
necesidades de fusión e individuación son inherentes a la condición humana. Vamos
oscilando de forma continua de una a otra en cada expresión nuestra, por pequeña que
sea ésta, lo cual depende de la fuente para satisfacer la necesidad vivencial de apoyo
y seguridad en cada momento existencial. Se concretiza en el proceso de separación e
individuación del sujeto, pero, a la vez, en su menester de ser reconocido por otro
para ser humano.

Por eso, las apariencias siguen siendo importantes, aunque ya no son definitivas
para atribuirles a los demás y a sí mismo un sexo u otro. Toda persona, para evitar la
sensación de confusión y vacío identitario al no ser identificado correctamente, tiende
a demostrar a los demás de qué sexo es. Para ello, suele adecuarse a las características
atribuidas al hecho de ser mujer u hombre, atenerse al papel asignado a cada uno por
ser del sexo que es, lo cual determina el comportamiento, las conductas, los

211
ademanes, las emociones, las formas de expresarlas y las actitudes; incluso, la
división de trabajo, las tareas y las inclinaciones profesionales que conforman una
serie de vivencias y otras no. Estas pasan a formar parte del bagaje biográfico del
individuo y le reafirman en lo que cree que es y en sus creencias de partida.

Las creencias generan expectativas y posibilitan realidades que las confirman por
sí mismas, como si se tratase de unas profecías autocumplidoras. Si una mujer
equipara la maternidad al ser mujer, seguramente lo confirmará en su
comportamiento, que siempre es reactivo y consecuente con sus creencias. Si un
hombre considera que es menos hombre por no haber engendrado un hijo, lo
expresará en su conducta tanto si es por sobrecompensación de lo reprimido y
rechazo, como por evitación o aceptación. Asimismo, si cree que por su orientación
homosexual del deseo es menos hombre o menos mujer, lo proyectará en su manera
de expresarse y conducirse, aunque en este caso, es una clara simplificación de lo que
sucede. No obstante, incluso en la edad adulta se sigue cometiendo el error de
equiparar la masculinidad o la feminidad con la orientación heterosexual del deseo, lo
cual genera un sufrimiento innecesario.

El hacerse hombre o mujer se convierte, así, en una carrera de pruebas, deberes y


demostraciones ante otros y ante sí mismo para evitar esa torturante sensación de
vacuidad y confusión al no identificarse con el sexo que, en un principio, le
correspondería. En cada paso se replantea la identidad sexual propia y se suele
confirmar: «¡Soy un hombre!» «¡Soy una mujer!», y por otra parte, a menudo, el
saberse de un sexo u otro delimita lo que hacemos o dejamos de hacer, ya que de
forma «natural» tendemos a adecuarnos a lo establecido y aceptado por la sociedad
como lo característico de cada sexo.

En la edad adulta tienen lugar nuevas y profundas experiencias que cambian la


realidad del sujeto. Se llega a amar, a la formación de una pareja, un hogar común, a
ser padres y criar a los hijos. Son vivencias sin igual que transforman el mundo
individual introduciendo una unidad vivencial que es un par. Trastocan los valores
propios aportando otros, que antes no tenían significado, ni siquiera se sospechaban.
Se asumen las responsabilidades que derivan de todo ello y uno se compromete en un
proyecto vital mutuo, mientras tenga validez o sentido para el individuo. Algunos se
vuelven más conformistas, otros encuentran su sentido de ser y los terceros se
convierten en eternos insatisfechos entretenidos en huir de sí mismos culpando de
todo lo que les pasa a sus circunstancias. En todo caso, el universo de la pareja es

212
muy rico y complejo. En la edad adulta, vincula fuertemente. La relación íntima con
el otro sexuado incide en la configuración de nuestra identidad, nos modela como
individuos sexualesl7.

Se sigue adecuándose de forma «natural» a los estereotipos sexuales


interiorizados, lo cual se intensifica en algunas etapas vivenciales individuales y
colectivas. Así, en algunas épocas, lo establecido y bien visto se erige en una especie
de normativa moral a acatar, sin apenas cuestionarlo al no detenerse para reflexionar.
Y, sin embargo, lo que elegimos, lo que hacemos, se acumula en nuestro equipaje
existencial e influye en lo que somos.

La autoconcentración para discernir los deseos propios de los impuestos desde


fuera es muy importante. Lo externo y ajeno, interiorizado y vivido como de uno
mismo sin pensarlo, puede conducir a la enajenación del sujeto, que de vez en cuanto,
desemboca en verdaderas crisis de identidad. «¿Quién soy yo?» se convierte en la
pregunta clave. Es el punto de partida para cuestionar lo dado en una labor
introspectiva de búsqueda de sí mismo. Una identidad sexual fuerte es un logro
reflexivo, no es algo heredado sino creado por uno mismo frente a las imposiciones
externas. Se replantea lo aprendido y aceptado como norma en la socialización del
individuo. De nuevo se procede a un proceso de identificación-desidentificación, esta
vez más consciente y desde uno mismo que se busca como sujeto.

Otra integración que se tiende a conseguir en la edad adulta es la del cuerpo y la


mente en un nuevo «yo» basado en la unidad existencial cuerpo-mente. La reflexión,
el análisis de la racionalidad misma y la introspección propician la aparición de un
nuevo nivel de conciencia con otra visión del mundo que es la existencial o lógica. El
tipo de pensamiento que le es característico es el reticular, capaz de mantener las
contradicciones y unificar los opuestos que se consideraban incompatibles. Es más
flexible y amplio. Comprende que la realidad, tal como la vemos, está definida por el
marco referencial en el que la situemos y por el código interpretativo que usemos
para entenderla.

La mente y el cuerpo generan experiencias que utilizan un lenguaje propio para


hacerse oír. El cuerpo es el existente corpóreo sexual, que no usa sólo las palabras
para ser escuchado. Su lenguaje está en estrecha conexión con nuestro mundo interior
no consciente que habla en él. Así, las dolencias pueden ser expresiones de carencias
o temores y cada tensión involuntaria tiene detrás pensamientos y emociones no
elaborados, miedos o bloqueos. Todo lo humano es corporal y nosotros somos como

213
un libro que se va escribiendo en cada instante vivido, un poema inacabado hecho
carne existente. El autoconocimiento de una persona depende del grado en que está
en contacto con su mundo interior y exterior corpóreo, en la medida en que se respeta
y se vive de forma integral e intenta descifrar ese lenguaje corporal tan peculiar y
enigmático. Es la resurrección del cuerpo que adquiere otra luz y significado, otra
riqueza vivencial que aúna lo racional, lo emocional y lo corpóreo en un solo verso
acariciable.

La identidad sexual de este renovado sujeto cambia, a su vez. También sus deseos,
necesidades, temores y percepciones. El cuerpo y la mente es uno y la identidad
sexual trasciende lo mero mental y lo mero corporal en una nueva transparencia. El
esquema corporal es uno de los imagos significativos interiorizados, pero, en este
nivel de conciencia, se trata no sólo de una imagen mental sino de la vivencia
propioceptiva de la corporalidad personal que piensa y siente en cada momento. El
cuerpo sexuado - que somos nosotros - no puede disociarse de la concepción mental
que tenemos de él ni de su vivencia permanente; sería muy distorsionador para el
individuo. Supondría una especie de muerte simbólica, ya que no podemos ser y no
ser de un sexo al mismo tiempo. En ello influye la estrecha relación entre lo concreto
y lo abstracto de la que trataremos en el siguiente capítulo.

214
Lo esencial del individuo es su singularidad.

SYLVIANE AGACINSKI,

Política de sexos

15.1. LA ETERNIDAD FASCINADA POR LAS CREACIONES DEL TIEMPO

¿Qué relación existe entre lo abstracto y lo concreto? Son dos aproximaciones a la


realidad, dos mundos diferentes que se interrelacionan en un palpitar constante. El
universo de lo abstracto conforma los dominios de la mente, de las extrapolaciones,
las deducciones, las conclusiones, de lo simbólico y lingüístico. Configura nuestros
referentes para aprehender lo concreto y real. Estos llevan implícitos en sí la
atemporalidad, son lo no tangible, a pesar de ser interiorizados por los individuos y
cobrar vida a través de ellos. Lo abstracto pasa a formar parte de lo concreto al ser
introyectado e incorporado por el sujeto en su sí-mismo; le damos vida al existir.

A su vez, lo concreto pertenece al mundo de las realidades tangibles, existenciales,


vivenciales. Lo característico de ese universo es su inmensa riqueza que se expresa en
la infinita diversidad de lo individual. Son las incontables manifestaciones de lo
abstracto que las engloba y les da un nombre genérico, el cual posibilita reconocer
que existen como entidades concretas. La generalidad se expresa siempre a través de
las individualidades. Éstas son constatables, finitas, temporales y consistentes en su
unicidad sustancial, que se caracteriza por una inconmensurable hondura de ser,
precisamente por tener límites identitarios.

Los sujetos siempre son más ricos que las generalizaciones. Traducen la
reivindicación del instante vivencial frente a la hipotética eternidad originaria, que no
sería posible sin la permanencia de ese instante, del eterno presente. Es la concreción
existencial frente a lo simbólico incorpóreo o mental que se pierde en las brumas
atemporales. Sin embargo, no olvidemos que las ideas, los conceptos, los sueños
crean realidades y pueden cristalizarse en hechos, en entidades concretas, ya que el
ser humano se imagina lo real, se aproxima mentalmente a su mundo y lo va
modelando.

215
La eternidad y las creaciones del tiempo, la esencia y sus múltiples
manifestaciones individuales se intercrean en un mutuo acontecer juntos. Sólo las
esencias, lo genérico común, permiten clasificar y acercarse a las individualidades, a
lo específico de cada cual. No obstante, existe una limitación al expresar lo
existencial en palabras que intentan transcribirlo. La existencia es vivenciada y las
vivencias son siempre subjetivas, se dan en un individuo que siente y vive en su
transcurrir biográfico. El sujeto interviene activamente en la creación de su mundo,
también de lo abstracto. La multitud subjetiva confluye en un medio de
intersubjetividad, que utiliza un sistema explicativo compartido para aprehender su
realidad. Lo subjetivo y lo intersubjetivo están en estrecha relación creativa. Así, para
entender al ser humano sexual, no es posible prescindir de estos tres espacios: del
abstracto conceptual, del concreto subjetivo y del concreto social intersubjetivo,
íntimamente interconectados e incorporados en cada uno de nosotros.

La condición sexual humana se manifiesta en cada sujeto existente concreto -


mujer u hombre-, y es un continuo biográfico inscrito en la hondura de su ser, en su
cuerpo espiritual que siente y piensa en todo instante vivido'. Sólo es aprehendible
desde la particularidad in dividual, desde lo subjetivo vivencial en constante cambio
formativo. Por eso resulta dificil hablar de lo sexual, de la sexualidad, porque es
intensamente existencial y, por tanto, lo que la caracteriza es la diversidad de sus
expresiones, la multiplicidad y, en teoría, la ausencia de cánones normativos, por
contra de lo que ha habido desde siempre en este terreno. Cabe hablar de
sexualidades, de las infinitas vivencias de la condición sexual humana por los sujetos
sexuados, hombres o mujeres, que viven y se forman en interrelación social
biográfica; se configuran como sexuados que se viven, se piensan, se expresan y se
comportan como tales de manera particular, propia de cada cual2.

La experiencia de vivir trasciende lo abstracto, lo atemporal sin ubicación, las


creencias y los estereotipos genéricos que nos condicionan. En ella tendemos a
desarrollar nuestras potencialidades y a caminar hacia una autorrealización como
individuos, autores de sus actos y no actores en un guión impuesto por otros, sean los
que sean estos últimos. Así, los estereotipos y las representaciones de los sexos no
son suficientes para abarcar y reflejar la inmensa diversidad de los sujetos sexuados.

Lo que una mujer o un hombre corpóreos son es siempre inconcebible, es un


sagrado misterio que nunca se desvela del todo, ni se llega a conocer, ni siquiera por
uno mismo. Es algo único e irrepetible; una vulnerable estructura viviente, con su

216
historia personal que comienza, incluso antes de que vea la luz. A través de su frágil,
pero resistente naturaleza y el legado vivencial de las generaciones que la han
precedido, volcado en lo simbólico y lingüístico, en lo cultural y social, y que se
convierte en una parte de su piel, pasa por la experiencia de vivir desde ese sí-mismo
particular suyo en constante evolución. Trasciende lo abstracto etéreo precisamente
por ser una concreción temporal finita; una explosión de vida hecha carne, hecha
canto de creación que reafirma lo trascendido al incorporarlo en sí mismo.

15.2. ALGUNAS REFLEXIONES

El separar las esencias de lo concreto no deja de ser uno de los resultados del
paradigma dualista para entender la realidad. Así, las esencias, pertenecientes al
universo de lo abstracto, parece que tienen una especie de vida atemporal propia, que
trasciende la temporalidad. Sin embargo, no podrían existir sin los individuos
corpóreos que las piensan e introducen como referentes en el código explicativo de lo
que les rodea y de sí mismos. Lo mental sólo es posible en un cuerpo que vive, siente
y se interrelaciona con lo que no es él.

Las esencias se concretizan en las personas, que siempre son mucho más que las
ideas que se tengan acerca de ellas. Lo concreto pertenece a una dimensión más rica,
la de una experiencia de vida, que sigue siendo un misterio que sobrecoge por su
enigmático acontecer en el aquí y ahora, con la esperanza y la intención de proseguir
en el siguiente instante vivido. Somos naturaleza culturizada e introyectamos lo
abstracto, los conceptos, en nuestro proceso de crecer en una sociedad dada, pero
somos mucho más que una mente adaptada en el mundo verbal de los pensamientos.
Somos carne espiritual que piensa y siente en un constante cambio biográfico
evolutivo. Podemos experimentar sentimientos contradictorios al mismo tiempo,
querer y no querer, tener cualidades consideradas como femeninas y masculinas, ser
pasivos y activos a la vez... Eso no ocurre en el mundo de los conceptos donde las
cosas o son, o no son, pero no pueden ser y no ser al mismo tiempo. Sin embargo, en
el sujeto existente esta limitación se subsana en la experiencia vivencial no traducible
en palabras, pero sí sentida y vivida, y que se inscribe en su historia personal. Lo
esencial se incorpora a lo individual y es trascendido en la vivencia biográfica de
cada cual, única e intransferible.

En ello radica la dificultad de hablar de la condición sexual humana como


concepto global, ya que se concretiza en la diversidad de los sujetos existentes -
hombres y mujeres-, con sus vivencias e historia particular a pesar de vivir en

217
sociedad. En teoría, el análisis debería abarcar y reflejar este crisol vivencial
cambiante, tarea que es compleja. Intenta transmitir lo que caracteriza a cada uno de
los sexos sin olvidar la multiplicidad individual, que es inherente a lo humano;
conjuga lo conceptual con lo concreto existencial, donde se hace vida y se trasciende
lo abstracto. No obstante, las mujeres y los hombres siempre se escapan a las
definiciones, a las imágenes genéricas, a las frases hechas. Cada cual es un verso
personal e inacabado hecho pre sencia, hecho carne compleja y, a menudo,
contradictoria. Lo esencial de cada sujeto existente es su singularidad sustancial
viviente, que sobrepasa las normas y los estereotipos.

Sin embargo, los conceptos crean realidades y contribuyen a configurar a los


individuos de una forma un tanto determinada al demarcar un campo referencial de
posibilidades de movimiento oscilatorio entre la sumisión y la rebeldía. Los
conceptos y los estereotipos son incorporados por los individuos y pasan a formar
parte activa de su mundo, son prescriptivos de acciones y comportamientos.

Cuando se da una escisión entre lo mental - el mundo de las ideas - y lo corporal -


lo concreto personal-, se suele preponderar lo primero por ser precisamente atemporal
y vencer en apariencia la muerte, trascender la temporalidad finita3. Se reemplaza así
la experiencia vivida por una permanente abstracción mental sustitutoria, que palía en
parte la angustia ante la muerte, negando la corporalidad viviente propia4. El sujeto
existente se despoja de su autenticidad vital y se embulle en la dinámica vertiginosa
del «como si»; se cosifica en una transformación simbólica de sí mismo.

Es verdad que las esencias y los conceptos permiten identificar, clasificar,


examinar y relacionarse con las cosas y los seres vivos, pero cuando lo genérico
suplanta lo concreto se convierte en un impedimento vivencial, una gran dificultad
relacional que pretende ignorar lo individual abstrayéndolo en lo universal. De esta
manera, la relación con nosotros mismos, con las cosas y con los otros se vuelve
abstracta, pierde su autenticidad humana y contribuye a la «enajenación» del sujeto
existentes. Su mano izquierda no sabe lo que hace su mano derecha.

Cada concreción sustancial lleva implícito en sí lo esencial correspondiente. La


relación entre ambas dimensiones es sintética, no divisoria. Todo individuo contiene
en sí la síntesis de ambas esferas y, quizá, la forma auténtica de relacionarnos unos
con otros y con nosotros mismos es no ignorarlo, es decir, reconocer lo específico
personal y lo común universal que nos identifica como humanos existentes.

218
Por otra parte, un grado todavía mayor de abstracción alienante es convertir
algunas cualidades particulares o prácticas en esencias, darles nombre y crear
entidades y conceptos que servirán a las personas para identificar, clasificar y
enmarcar a otros y a sí mismos en nuevas e inquietantes realidades que enturbian el
campo por el que se circula.

No obstante, es posible trascender lo dado en una labor reflexiva que va más allá
de adaptarse a lo establecido o transgredirlo rebelándose contra ello. Es posible
cambiar de marco referencial y moverse en un espacio más razonable y digno,
delimitado por otras coordenadas, que emergen de lo no manifiesto desde la
comprensión del sujeto existente y, por tanto, sexual, desde el reconocimiento de su
honda y vulnerable belleza, que está en todos nosotros, desde nuestra sabia
complejidad superviviente, desde un canto a la libertad del ser humano, mujer u
hombre. Es el objetivo del segundo libro de esta trilogía, que versa sobre el ser
humano sexuado y sexual.

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1 Como decía Antoine de Saint-Exupéry en Ciudadela, «y la verdad de mi verdad


es el hombre que de ella brota».

1 En Fernando Savater (ed.), Filosofía y sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988,


pág. 29.

2 «Y el pensamiento, el ego mental estático, simplemente se disoció, como


sacrificio sustitutorio del mundo cambiante e impulsivo propio del cuerpo. El
pensamiento - concluye White - se convirtió en dios, en la principal fuente de
inspiración del hombre. De este modo, la sensación de identidad, en su huida de la
muerte, abandonó el cuerpo - demasiado mortal - y buscó asilo en el mundo
sustitutorio del pensamiento en el que hoy en día todavía seguimos, por así decirlo,
ocultos», Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 291. Y
prosigue: «En su huida de la muerte, el ego desvitalizó y diluyó al organismo y a sus
energías. De este modo, reprimió y deformó al cuerpo - «el cuerpo, una tumba» - y,
con ello, también reprimió y deformó a su propia mente (dado que la mente
constituye una parte del compuesto individual y cualquier distorsión en un nivel
reverbera en la totalidad)», loc. cit., pág. 312.

3 K.Wilber, loc. cit., pág. 312.

4 Dice Brown: «En esta naturaleza humana deshumanizada el hombre pierde el


contacto con su propio cuerpo, más concretamente con sus sentidos, con la
sensualidad y con el principio del placer. Y esta naturaleza humana deshumanizada
produce una conciencia inhumana, cuya única actividad es la abstracción divorciada
de la vida real, la mente productiva, la mente racional, ahorrativa y prosaica». Citado
por Wilber, loc. cit., pág. 312.

Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso, Barcelona,


Anagrama, 1989, pág. 135.

6 «El mal viene definido por la elección del bien; no es la realidad la que
determina la elección», Alan Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós,
1996, pág. 176. Jean-Paul Sartre lo expresa de otra manera: «Toda afirmación está
condicionada por una negación», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona,
Altaya, 1993, pág. 185.

7 P.Watzlawick, Lo malo de lo bueno, Barcelona, Herder, 1986.

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«Toda moral crea, necesariamente, hipocresía. Ésta persistirá mientras exista la


moral. Es una parte de ella: la sombra. Ambas coexisten juntas; son dos caras de la

226
misma moneda. La moral te da el ideal, porque no eres el ideal», Osho, Tantra,
espiritualidad y sexo, Madrid, Arcano Books, 1995, pág. 58.

10 «El mal es la pérdida que de sí mismo sufre el hombre en el intento de escapar


a la carga de su humanidad», Erich Fromm, El corazón del hombre, Madrid, Fondo
de Cultura Económica, 1993, pág. 177.

ii A.Watts opina que «cuando la sexualidad se mantiene aparte como un


comportamiento especialmente bueno o especialmente malo, ya no funciona en
plenas relaciones con todo lo demás. En otras palabras, pierde universalidad. Se
convierte en una idolatría que perpetúan tanto el asceta como el libertino», Alan
Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 169.

12 «Juntándose uno con otro llegan a ser plenamente humanos. Y de ahí se deriva,
paradójicamente, que este carnaval de sexualidad nos conduzca más allá de nuestro
propio sexo», C.S.Lewis, Una pena en observación, Barcelona, Anagrama, 1998.

13 «El goce sexual se debe considerar como un derecho incondicional e


inalienable de toda persona; el placer sexual es un fin legítimo en sí, y no necesita
justificación ninguna por la intención - ni posibilidad objetiva - de procrear», Erich
Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág. 101.

14 Efigenio Amezúa, Amor, Sexo 'Y Ternura, Madrid, Adra, 1976.

15 «La doctrina de que hay algo pecaminoso en el sexo ha causado daño indecible
en el carácter individual, daño que empieza en la niñez y dura toda la vida», Bertrand
Russell, Matrimonio y moral, Madrid, Cátedra, 2001, pág. 200. Osho, a su vez,
coincide: «Pues bien, la idea de que el sexo es pecado ha debido dañar la inteligencia,
ha debido dañarla muy severamente. Cuando estés realmente fluyendo y tu
sexualidad no esté en ninguna lucha, en ningún conflicto contigo, cuando cooperes
con ella, tu mente funcionará a su nivel óptimo. Serás inteligente, alerta, vivo», Osho,
La transformación tóntrica, Madrid, Gala, 1999.

16 «El gran dualismo de todos los dualismos, es la división entre "este mundo" y
el "otro mundo"», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, Libro 2, Madrid,
Gala, 1997, pág. 39.

17 «La represión está profundamente anclada, posee raíces y razones sólidas, pesa
sobre el sexo de manera tan rigurosa que una única denuncia no podría liberarnos; el
trabajo sólo puede ser largo. Tanto más largo sin duda cuanto que lo propio del poder
-y especialmente de un poder como el que funciona en nuestra sociedad - es ser
represivo y reprimir con particular atención las energías inútiles, la intensidad de los
placeres y las conductas irregulares. Era pues de esperar que los efectos de liberación
respecto de ese poder represivo se manifestasen con lentitud; la empresa de hablar
libremente del sexo y de aceptarlo en su realidad es tan ajena al hilo de una historia

227
ya milenaria, es además tan hostil a los mecanismos intrínsecos del poder, que no
puede sino atascarse mucho tiempo antes de tener éxito en su tarea», Michel
Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1 o La voluntad de saber, Madrid, Siglo
XXI, 1987, págs. 16, 17. Y añade: «La represión ha sido el modo fundamental de
relación entre poder, saber y sexualidad», loc. cit., pág. 11.

i9 «Todos esos intentos, por un lado y por otro, son intentos, como veis, de
domesticación, de anulación de lo desconocido, de conjura de la amenaza que en ello
puede haber para los hombres», Agustín García Calvo, en Savater, E (ed.), Filosofía y
sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 31.

20 «La espiritualidad ascética es un síntoma de la enfermedad que pretende


curar», Alan Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 199.
Mucho tiempo antes, Plotino dijo: «No supongáis que un hombre se vuelve bueno por
despreciar el mundo y todas las bellezas que hay en él. Quienes desprecian lo que es
tan parecido al mundo espiritual prueban que no conocen nada de él, excepto su
nombre».

is Erich Fromm, El amor a la vida, Barcelona, Altaya, 1983.

21 «Es posible que la actual hipererotización de nuestras sociedades signifique una


paradoja, el deseo de neutralizar el sexo por el sexo, la impaciencia, la esperanza de
una cuenta al revés, de un final ya asignado cuya proximidad aboliría finalmente la
angustia de la sexuación», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden
amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 44.

22 Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, La aventura a la vuelta de la esquina,


Barcelona, Anagrama, 1980, pág. 262.

23 «Nuestra cultura engendra esquizofrenia sexual que es el estado en que el


individuo considera su propia sexualidad como una función impersonal y
automática», A.K.Offit, El yo sexual, Barcelona, Grijalbo, 1979, pág. 235.

24 «El hecho es que, tratándose de seres humanos, el instinto es de una vaguedad


extraordinaria y con facilidad se desvía de su curso natural. De hecho, la palabra
"instinto' a duras penas es aplicable con propiedad a la conducta humana en
cuestiones sexuales, tan distante de la uniformidad», Bertrand Russell, Matrimonio y
moral, Madrid, Cátedra, 2001, pág. 32.

25 «Una de las falacias más peligrosas de los moralistas convencionales consiste


en reducir el sexo al acto sexual; así lo maltratan mejor», Bertrand Russell, loc. cit.,
pág. 193.

27 «Si pensamos en la espiritualidad menos en términos de lo que evita y más en


los de lo que es positivamente, y si podemos pensar en ella incluyendo una intensa

228
atención a la identidad interna del sujeto y el objeto, del hombre y el universo,
entonces no existe ninguna razón por la que se debería rechazar la sexualidad. Por el
contrario, esta mayor intimidad de relaciones de la mismidad con los demás se
convertiría naturalmente en una de las principales esferas de visión y desarrollo
espirituales», Alan Watts, loc. cit., pág. 159.

26 «Nuestras convicciones también actúan como filtros, haciendo que actuemos de


ciertas maneras y advirtamos unas cosas a costa de otras. Cambiando sus filtros usted
puede cambiar su mundo». Y añaden: «El significado de un evento depende del
marco en que lo sitúe: cuando cambio el marco también cambio el significado.
Cuando cambia el significado, también lo hacen sus respuestas y su
comportamiento», Joseph O'Connor y John Seymour, Introducción a la PNL,
Barcelona, Urano, 1990.

28 «En este punto extremo es donde debemos descubrir que lo físico y lo espiritual
son uno, pues de otro modo nuestro misticismo es sentimental o puramente estéril, y
nuestra sexualidad simplemente vulgar», Alan Watts, loc. cit., pág. 216.

i Gregorio Marañón, 1975, citado por Efigenio Amezúa en su artículo: «La nueva
criminalización del concepto de sexo» publicado en el Anuario de Sexología de la
AEPS (Asociación Española de Profesionales de Sexología), Valladolid, 1997.
Publicado también en «Diez textos breves», Revista Española de Sexología 91,
Madrid, 1999.

2 «El concepto de género es gramatical. Una mesa es del género femenino, pero
carece de sexo». Y ,añade: «Escribir "violencia de género" equivaldría a decir
"violencia de subjuntivo"», Alex Grijelmo, La seducción de las palabras, Madrid,
Taurus, 2000, pág. 252.

4 «Si se había logrado ya integrar el hecho de los sexos en el desarrollo del sujeto
y por lo tanto entender la sexualidad como factor de su subjetividad, la nueva vía no
es otra cosa que el vaciamiento de ese contenido. Ser actor y representar un papel, por
mucho empeño que se ponga en ello, no es ser autor y partícipe del proyecto propio y
personal», Efigenio Amezúa, «Diez textos breves», «La nueva criminalización del
concepto de sexo», Revista Española de Sexología 91, Madrid, 1999.

J.Money, 1985.

5 En E.Amezúa, loc. cit. Asimismo, T.Laqueur opina: «Ha habido una poderosa
tendencia entre las feministas a vaciar el sexo de contenido afirmando, por el
contrario, que las diferencias naturales son realmente culturales», Thomas Laqueur,
La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 34.

6 «Esta huida de la episteme sexual y su búsqueda de refugio en la del género ha


sido la forma de perder las referencias individuales para entrar en las colectivas en las

229
que no puede explicarse ninguna identidad individual sino sólo las genéricas»,
Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología 99-
100, Madrid, 2000, pág. 152. Y añade: «Pretender que los sujetos se entiendan a sí
mismos como actores que representan papeles, supone la quiebra y el vaciamiento de
sus identidades individuales sexuadas, las más quiciales, las que trascienden a otras
de ca rácter ocasional o aleatorio. La postmodernidad, con otra fórmula, ha llamado a
esto «ausencia de sujeto», renuncia a la posibilidad misma de autenticidad y
sinceridad, y su substitución por la representación y simulacro. No deja de ser curiosa
esta coincidencia con la metáfora escénica que dictó el concepto de gender-
identity/rol», Efigenio Amezúa, «Diez textos breves», Revista Española de Sexología
91, Madrid, 1999.

7 Alvaro García Meseguer en ¿Es sexista la lengua española? explica que si los
anglosajones acuden a la palabra gender en vez de sex, ello se debe probablemente «a
un sentimiento de pudor victoriano». Citado en Alex Grijelmo, La seducción de las
palabras, Madrid, Taurus, 2000, pág. 82.

s «La generalización de un concepto difuso de identidad de los sujetos, diluido en


una vaga demagogia social, ha terminado por convertirse en la justificación de la
substitución de las identidades sexuadas y consistentes, por lábiles identidades de
género de etérea configuración en sujetos más dominables y sometibles, que
adaptables y flexibles desde una identidad clara para consigo mismo y para los
demás», Efigenio Amezúa, «Diez textos breves», «La nueva criminalización del
concepto de sexo», Revista Española de Sexología 91, Madrid, 1999.

«Decir "el género''en detrimento de "diferencia de los sexos" expresa la voluntad


conceptual de deshacerse de lo concreto del sexo en favor de lo abstracto del género;
proponer un concepto para reunir el desorden de la tradición. Pero esta decisión
oficialmente metodológica se acompaña, de hecho, con elecciones filosóficas: la
negación de la diferencia sexual (¿incluso de la sexualidad?) y la elección de un
análisis puramente social; el retomar la oposición naturaleza/cultura
(biología/sociedad) más que su cuestionamiento; la pérdida de la representación de la
relación sexual y del conflicto inherente en provecho de una abstracción voluntarista»
-y prosigue más adelante - «Diferencia sexual y género expresan, en la palabra
misma, una proposición filosófica. Diferencia sexual afirma la diferencia; género
retoma la oposición binaria de lo biológico y lo social», Geneviéve Fraisse, La
diferencia de los sexos, Buenos Aires, Manantial, 1996, pág. 58.

io «Los sexos no son meros "roles" que pueden interpretarse a capricho (a la


manera de las drag queens), pues están inscritos en los cuerpos y en un universo de
donde sacan su fuerza», Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona,
Anagrama, 2000, pág. 127.

1 Pedro Laín Entralgo decía: «Yo: mi cuerpo. Mi cuerpo: yo».

230
2 «Pero las muestras de falta de respeto son innumerables: la manera en que se
trata eso que se llama cuerpo, en que se le trata a trozos en la medicina, en la vida
corriente, en que se llega realmente cada vez más a tener los órganos y los miembros,
a poseerlos, esa fragmentación y esa pretensión de poder manejar a trozos y por
entero eso a lo que pedantemente se llama cuerpo, es una de las más flagrantes faltas
de respeto de aquello desconocido que querría que hablara un poco por mí», «Los dos
sexos y el sexo: las razones de la irracionalidad», A.García Calvo en Fernando
Savater (ed.), Filosof[a y sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 30.

3 Michel Foucault, Historia de la sexualidad. Libro 1: La voluntad de saber,


Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 116.

Erich Fromm, La patología de la normalidad, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 21.

6 Michel Foucault, loc. cit., pág. 104.

s «La lógica del poder sobre el sexo sería la lógica paradójica de una ley que se
podría enunciar como comunicación a la inexistencia, la no manifestación y el
mutismo», Michel Foucault, Historia de la sexualidad. Librol: La voluntad de saber,
Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 103.

B.Russell, opinando sobre la pornografía, decía: «Por mi parte, no creo posible


dictar una ley contra la obscenidad que no acarree consecuencias inconvenientes. Las
publicaciones franca e indudablemente pornográficas harían muy poco daño si la
educación sexual fuese conforme a la razón», Bertrand Russell, Matrimonio y moral,
Madrid, Cátedra, 2001, págs. 88-89.

8 «La doctrina es que, salvo accidentes raros, la ignorancia nunca puede fomentar
la recta conducta, ni el conocimiento estorbarla», Bertrand Russell, loc. cit., pág. 78.

9 M.Foucault opina que ya desde los tiempos de Grecia Antigua «la medicina ha
entrado con fuerza en los placeres de la pareja: ha inventado toda una patología
orgánica, funcional o mental, que nacería de las prácticas sexuales "incompletas"; ha
clasificado con cuidado todas las formas anexas de placer; las ha integrado al
"desarrollo' y a las "perturbaciones" del instinto; y ha emprendido su gestión», Michel
Foucault, Historia de la sexualidad Librol: La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI,
1987, pág. 54.

iÓ 1Vlichel Foucault, Historia de la sexualidad Libro 3. La inquietud de sí,


Madrid, Siglo XXI, 1987.

ii Michel Foucault, Historia de la sexualidad Libro 2. El uso de los placeres,


Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 111. Y añade, refiriéndose a lo que ocurría en los
tiempos de Grecia Antigua: «La actividad sexual se encuentra en el principio de
efectos terapéuticos lo mismo que de consecuencias patológicas. Su ambivalencia

231
hace que sea en ciertos casos susceptible de curar, en otros por el contrario es de tal
naturaleza como para inducir enfermedades; pero no siempre es fácil determinar cuál
de los dos efectos podrá tener: asunto de temperamento individual, asunto también de
circunstancias particulares y de estado transitorio del cuerpo», Michel Foucault,
Historia de la sexualidad Libro 3. La inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág.
111.

12 «Es posible afirmarse sin establecer, al mismo tiempo, una nueva medicina, es
posible expresar una salud que no suponga automáticamente que los demás están
enfermos», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso,
Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 341.

13 Paul Watzlawick en su libro El arte de amargarse la vida describe con sentido


del humor este proceder.

14 Carl G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós, 1997,


pág. 36.

15 E.Fromm la define así: «Ahora vamos a hablar de la salud mental


entendiéndola como la superación del narcisismo, o, por expresarlo de modo positivo,
la consiguiente adquisición de amor y objetividad; la superación de la enajenación,
con el consiguiente sentido de identidad e independencia; la superación de la
hostilidad, y la consiguiente capacidad de vivir pacíficamente; y por último, la
adquisición de la productividad, que significa la superación de las fases arcaicas del
canibalismo y de la dependencia», Erich Fromm, La patología de la normalidad,
Barcelona, Paidós, 1994, pág. 104.

2 «Cuanto más se pierde el sexo como diferencia más se impone lo genital como
referencia, más se destierra el cuerpo como profusión», Pascal Bruckner y Alain
Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 10. Más
adelante y en otro tono prosiguen: «La cabeza es un pedazo de piel como los demás,
de la misma manera que el sexo no es más que una parte de la cabeza. Todo el cuerpo
es una máquina de locura, incluidos los codos, las uñas, los dientes, el hueso ilíaco, la
campanilla, el tímpano, el colon grueso, el ombligo, los bulbos capilares, el cuero
cabelludo, las axilas, el fémur, el talón de Aquiles, el anular y el meñique, e incluido
el coño y el pene», loc. cit., pág. 46.

'Como dice K.Millett: «Como todos nacemos hombre o mujer, nos imaginamos
que si se destruye nuestra identidad sexual, dejaríamos en cierto modo de existir»,
Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 406.

4 Citado por Paul Robinson, «La modernización del sexo», Revista Española de
Sexología 67-68, Madrid, 1995.

s «Quienes hacen el amor no son los genitales, sino las personas. Reducir el sexo

232
al nivel de las sensaciones agradables convierte a las personas que participan en el
acto en cuerpos intercambiables», Sam Keen, El lenguaje de las emociones,
Barcelona, Paidós, 1994, pág. 187.

s Verdaderamente, esta vida de concesiones, esta vida "exterior", es vida de


aprisionamiento, de vacío interior y de depresión. Todos van "en el mismo barco',
pero ¿adónde va el barco? Nadie parece tener la menor idea», Erich Fromm,
Psicoanálisis de la sociedad contempordnea, Madrid, Fondo de Cultura Económica,
1992, pág. 138.

6 «La fabricación en serie de la sociedad informatizada de comienzos de la


Segunda Revolución Industrial requiere una personalidad que encuentre su
satisfacción en el gasto y el consumo: es el homo consumens, atareado, pero
íntimamente pasivo», Erich Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992,
pág. 103.

«Lo esencial del consumo moderno es el ser una actitud, o, por decirlo más
correctamente, un rasgo de carácter. No importa qué sea lo que se consume: puede ser
comida, bebida, televisión, libros, cigarrillos, pintura, música o sexualidad. El mundo,
en toda su riqueza, se convierte en objeto de consumo. En el acto de consumir, el
hombre es pasivo, absorbiendo vorazmente su objeto de consumo, a la vez que es
absorbido por él. Los objetos de consumo pierden sus cualidades concretas porque no
los solicitan precisas y reales facultades humanas, sino un poderoso afán: la codicia
de tener y usar. El consumo es la forma enajenada de estar en relación con el mundo:
hacer del mundo un objeto de mi codicia, no de mi interés y preocupación», Erich
Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág. 103.

10 «La conversión de la sexualidad en artículo de consumo es obra de la Segunda


Revolución Industrial. Sus consecuencias, de ser algo, son reaccionarias: de ningún
modo, revolucionarios, ni política, ni personalmente», Erich Fromm, loc. cit., pág.
105.

2 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 396.

i «Cuando existe disociación, el cuerpo ni pertenece exclusivamente al sí-mismo


ni constituye siquiera un aspecto de sí-mismo; es, en cambio, la ausencia de sí-
mismo. En nuestra cultura, la inmensa mayoría de la gente existe en diferentes grados
de enajenación respecto de su propio cuerpo. [...] Una de las áreas en que resulta más
evidente la enajenación respecto del cuerpo es la sexual», Nathaniel Branden, El
respeto hacia uno mismo, Barcelona, Paidós, 1993, págs. 173 y 176.

4 «Apenas existimos por nosotros mismos; nuestro sentido del sí-mismo a menudo
se reduce a poco más que un sentido de ansiedad. En semejante estado de
autoenajenación, somos proclives a transformarnos en adictos a la aprobación, adictos
al amor, adictos a ser miembros de grupos, adictos a sistemas y estructuras, a

233
creencias, a un gurú o líder, a escapar del dolor, del vacío interior, de la ansiedad. La
autoenajenación impide la autonomía», Nathaniel Branden, El respeto hacia uno
mismo, Barcelona, Paidós, 1993, pág. 173.

Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Madrid, Fondo de


Cultura Económica, 1992, pág. 105.

6 Daniel Goleman, Elpunto ciego, Barcelona, Plaza &Janés, 1997, pág. 37.

7 Citado en Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 310.

s «Si no aprendemos a escucharnos, a respetar nuestras señales internas, si


tenemos una exagerada disposición a aceptar la abnegación como una necesidad,
perdemos oportunidades de madurar y enriquecernos», Nathaniel Branden, loc. cit.,
pág. 193.

9 «Lo que crea el vacío es la evitación de uno mismo», Sam Keen, El lenguaje de
las emociones, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 120.

s E.Fromm decía: «La «esencia» del hombre es un conflicto que sólo existe en él:
la oposición entre ser de la Naturaleza, estando sujeto a todas sus leyes y, al mismo
tiempo, trascender la Naturaleza, porque el hombre, y sólo él, es consciente de sí y de
su existencia», Erich Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág.
40.

10 «Cuerpos sin cambio, cuerpos que se resisten a acceder al límite que marca la
relación y el placer sexual, cuerpos-imágenes que huyen de la consistencia de las
pulsiones en sus metas «no desviadas». Cuerpos gélidos que anestesian los afectos
precisamente porque no saben dar vida al deseo y que terminan, pues, por perder
vitalidad, marcados «a muerte» por la imposible pretensión que perseguían»,
Gabriella Buzzatti y Anna Salvo, El cuerpopalabra de las mujeres, Madrid, Cátedra,
2001, pág. 22.

ii «Cuando el cuidado estético se hace extremado y el cuerpo debe permanecer


inmutado y encerrado en aras de un sueño de juventud que no admite el menor
rasguño, cuando el cuerpo se convierte sin duda y sin negación posible en objeto a
embellecer que no encuentra otra forma de expresión que la de mostrar su fingida
perfección, es imposible expulsar del campo de las interpretaciones el tufo acre de un
cierto fetichismo. E incluso cuando se manipula y se transforma constantemente su
aspecto y sus formas con el empleo compulsivo de intervenciones repetidas de cirugía
plástica; cuando se asigna al cuerpo y a su pretendida perfección todos los valores del
goce - un goce completamente cortocircuitado en la economía narcisista-, es
imposible, una vez más, dejar de pensar en el uso fetichista o fetichizado del cuerpo»,
Gabriella Buzzatti y Anna Salvo, loc. cit., pág. 22.

234
12 Gabriella Buzzatti y Anna Salvo, loc. cit., pág. 133.

14 «El ser humano vivo no es una imagen muerta, y no puede describirse como
cosa. De hecho, el ser humano no puede describirse», Erich Fromm, ¿Tener o ser¿,
Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 91.

13 «Todo es fingido, precario, postizo, y sin embargo la identificación imitativa -


sostiene Helene Deutsch - salva al Yo de una catástrofe. Un sentimiento profundo y
espantoso de vacío se enquista en la relación consigo misma y con los demás. Es
preciso huir de ese vacío; no se puede enfrentar ni elaborar el horror que produce. Y
sin embargo, lo que se niega no es sólo el sentimiento oprimente del vacío
existencial; los mecanismos del "como si" ocultan también penetrantes sensaciones
de inadecuación y de inutilidad que encuentran cierto alivio en la ficción de ser como
los demás». Citada por G.Buzzatti y A.Salvo en loc. cit., pág. 134.

15 «El hecho es que el hombre no se siente a sí mismo como portador activo de


sus propias capacidades y riquezas, sino como una "cosa" empobrecida que depende
de poderes exteriores a él y en los que ha proyectado su sustancia vital», Erich
Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1992, pág. 108.

16 «El esfuerzo hecho por suprimir la sexualidad estaría más en relación con
querer quebrantar la voluntad humana», Erich Fromm, ¿Tener o ser?, Madrid, Fondo
de Cultura Económica, 1999, pág. 85. A su vez, J.P.Sartre sostiene: «La inferioridad
sentida y vivida es el instrumento elegido para hacernos semejantes a una cosa, es
decir, para hacernos existir como puro afuera en medio del mundo», Jean-Paul Sartre,
El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993.

17 '«En su esencia el yo del individuo ha resultado debilitado, de manera que se


siente impotente y extremadamente inseguro. Vive en un mundo con el que ha
perdido toda conexión genuina y en el cual todas las personas y todas las cosas se han
transformado en instrumentos, y en donde él mismo no es más que una parte de la
máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa, siente y quiere lo que él
cree que los demás suponen que él deba pensar, sentir y querer; y en este proceso
pierde su propio yo, que debería constituir el fundamento de toda seguridad genuina
del individuo libre», Erich Fromm, El miedo a la libertad, Barcelona, Paidós, 1997,
pág. 243.

19 «Al adaptarnos a las expectativas de los demás, al tratar de no ser diferentes,


logramos acallar aquellas dudas acerca de nuestra identidad y ganamos así cierto
grado de seguridad. Sin embargo, el precio de todo ello es alto. La consecuencia de
este abandono de la espontaneidad y de la individualidad es la frustración de la vida.
Desde el punto de vista psicológico, el autómata, si bien está vivo biológicamente, no
lo está ni mental ni emocionalmente», Erich Fromm, loc. cit., pág. 244.

235
18 Erich Fromm, loc. cit., pág. 243.

20 Erich Fromm, ¿Tener o ser? Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág.
33.

21 «La conducta ascética, con su constante preocupación por no gozar, puede ser
tan sólo la negación de los poderosos deseos de tener y de consumir. El asceta puede
reprimir estos deseos; sin embargo al intentar suprimir el tener y el consumir, puede
estar igualmente preocupado por tener y consumir. Esta negación por
sobrecompensación es, como lo muestran los datos psicoanalíticos, muy frecuente»,
Erich Fromm, ¿Tener o ser?, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 89.

22 «En definitiva, la dificultad de concentración procede de la misma estructura


del sistema contemporáneo de producción y consumo. El mercado ofrece todas las
diversiones posibles, tal variedad que ni podemos concentrarnos en nada ni falta que
nos hace. ¿Adónde iría a parar la industria si la gente empezase a concentrarse en
unas cuantas cosas, en vez de cansarse enseguida de todas y de correr a comprar otras
nuevas, que sólo interesan por ser nuevas?», Erich Fromm, Del tener al ser,
Barcelona, Paidós, 1996, pág. 63.

25 Erich Fromm, loc. cit., pág. 95.

2^ «Actividad" y "pasividad" pueden tener dos significados completamente


distintos. La actividad alienada en el sentido de estar ocupado en realidad es "pasiva"
en el sentido de productividad. En cambio la pasividad, como el no estar ocupado,
puede ser una actividad no enajenada. Hoy día, la mayor parte de la actividad es
"pasividad" alienada, y la pasividad productiva rara vez se practica», Erich Fromm,
loc. cit., pág. 94.

23 «En la actividad alienada no siento ser el sujeto activo de mi actividad, en


cambio, noto el producto de mi actividad, algo que está "allí", algo distinto de mí, que
está encima de mí y que se opone a mí. En la actividad alienada realmente no actúo;
soy activado por fuerzas internas o externas. Me vuelvo ajeno al resultado de mi
actividad», Erich Fromm, ¿Tener o ser?, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1999,
pág. 94.

26 «El móvil de la creatividad es la tendencia del hombre a realizarse, a llegar a


ser sus potencialidades», Carl R.Rogers, El proceso de convertirse en persona,
Barcelona, Paidós, 2000, pág. 304.

27 «Creo que el hombre sólo es él mismo cuando se expresa, cuando da salida a


sus potencias innatas. Cuando eso no ocurre, cuando sólo "posee" y utiliza, en lugar
de "ser", entonces decae, se vuelve cosa, su vida pierde sentido, se transforma en
sufrimiento. El auténtico goce reside en la actividad, auténtica, y la actividad
auténtica es la expresión de sí mismo, el crecimiento de las potencias humanas»,

236
Erich Fromm, El amor a la vida, Barcelona, Altaya, 1983.

1 Denis de Rougemont, El amor y Occidente, Barcelona, Kairós, 1979.

2 «Cierto tipo de hombre superior se siente orgulloso de afirmar que "todo es


relativo". Esto, naturalmente, es absurdo, ya que si todo fuera relativo, no habría nada
relativo a ese todo. No obstante, sin caer en absurdos metafísicos, es posible sostener
que todo el mundo físico es relativo a un observador», Bertrand Russell, ABC de la
relatividad, Barcelona, Orbis, 1985.

3 Como dijo Hegel: «Lo que debemos comprender es que los pensamientos no
sólo son un reflejo de la realidad sino que también constituyen un movimiento de esa
misma realidad. El pensamiento es una realización de lo que se quiere conocer y no el
simple reflejo de algo que no tiene la menor relación con él». Citado por Ken Wilber,
Breve historia de todas las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 99.

7 «Después de tantos siglos de exclusión del campo filosófico, la sexualidad se


convierte por fin no en un tema más de cierta filosofía sino en la raíz misma de la
comprensión del universo», Fernando Savater (ed.), Filosofía y sexualidad,
Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 19.

a «El gran descubrimiento postmoderno es que las visiones del mundo están en
desarrollo, que ni el mundo ni el yo están predeterminados», Ken Wilber, loc. cit.,
pág. 94.

~s Ken Wilber, loc. cit., págs. 199-200. Asimismo, C.G.Jung coincide: «Cada
pequeño paso adelante en la senda de la conciencialización crea mundo», Carl
G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós, 1997, pág. 89.

6 «El yo que contempla la realidad no tiene una esencia inmutable sino que tiene
una historia y el cartógrafo hará mapas completamente diferentes en cada uno de los
distintos estadios de su propia historia, de su propio proceso de crecimiento y
desarrollo. A lo largo de este proceso evolutivo, el sujeto representará el mundo de
una manera completamente diferente basándose no tanto en lo que realmente está
"fuera de aquí" - en alguna especie de mundo predeterminado - sino en lo que el
sujeto mismo aporta a la imagen», K.Wilber, loc. cit., pág. 93.

9 Como decía Albert Einstein, «la mente humana, previa y libremente, tiene que
construir formas antes de poder encontrarlas en las cosas».

8 Bandura ha insistido en la importancia de las anticipaciones: «El ser humano no


reacciona simplemente a los estímulos externos, sino que los interpreta, organizando
la información procedente de ellos en forma de creencias sobre el funcionamiento de
las cosas. Las creencias causales, a su vez, influyen sobre el tipo de características del
entorno que se tendrán en cuenta y sobre la forma en que serán procesadas e

237
interpretadas cognitivamente. Según la teoría cognitiva social, las experiencias crean
expectativas o creencias, no conexiones estímulo/respuesta». Citado por José Antonio
Marina, El laberinto sentimental, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 139.

'° Emerson decía que «sólo podemos ver aquello que somos».

ii «El Universo entero puede entenderse como un experimento de elección


retardada en el que la existencia de observadores que detectan lo que acontece es lo
que confiere el carácter de realidad tangible al origen de todo», John Gribbin, En
busca delgato de Schrtdinger, Barcelona, Salvat, 1994.

12 «La vida, en su óptima expresión, es un proceso dinámico y cambiante, en el


que nada está congelado. Cuando me veo como parte de un proceso, advierto que no
puede haber un sistema cerrado de creencias ni un conjunto de principios inamovibles
a los cuales atenerse», Carl R.Rogers, El proceso de convertirse en persona,
Barcelona, Paidós, 2000, pág. 35.

13 «La regla fundamental de la interpretación es que toda interpretación depende


del contexto. Y ese contexto se encuentra, a su vez, inmerso en contextos mayores y
así sucesivamente mientras nos movamos dentro de un "círculo hermenéutica"», Ken
Wilber, Breve historia de todas las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 142.

14 «Ante todo, las cosas son "lo que son para mí"», José Antonio Marina, El
laberinto sentimental, Barcelona, Anagrama, 1996, pág. 16.

17 Ken Wilber, Los tres ojos del conocimiento, Barcelona, Kairós, 1991.

18 «Mi tesis principal es ésta: parece haber una tendencia formativa actuando en el
universo que puede ser observada a cualquier nivel», Carl R.Rogers, Orientación
psicológica y psicoterapia, Madrid, Narcea, 1978.

15 «La racionalidad crea un espacio más profundo de posibilidades en el que


pueden tener lugar sentimientos más profundos y amplios que no están ligados
únicamente a los propios deseos o a los estrechos confines de la realidad oficial
convencional», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid,
Gala, 1998, págs. 201-202.

X16 «Tengo la sensación de flotar en la compleja corriente de la experiencia y


tengo la posibilidad fascinante de intentar comprender su complejidad siempre
cambiante», Carl R.Rogers, loc. cit., pág. 115.

19 «Todos los signos existen en un continuum de referentes en evolución y de


significados en evolución. El referente de un signo no está simplemente en "el"
mundo esperando que alguien lo mire; el referente existe únicamente en un espacio
que sólo se desvela en un proceso de desarrollo, y el significado existe únicamente en

238
la percepción interior de aquellos que se han desarrollado hasta ese espacio (que
estructura el trasfondo de significación interpretativa que permite emerger al
significado)», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid,
Gala, 1998, pág. 306.

21 Ken Wilber, loc. cit., pág. 77.

20 Ken Wilber, loc. cit., pág. 277.

22 Citado por Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid,
Gala, 1998, pág. 142.

24 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 106.

23 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
págs. 191-192. El autor cita a Becker, que opina que «el hombre primitivo edifica un
cosmos que le permite expandirse simbólicamente y disfrutar del más elevado...
placer: expandir su sensación de identidad desde una simple criatura orgánica hasta
llegar a abarcar las estrellas», Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós,
1995, pág. 107.

26 Mary Ann S.Pulaski, El desarrollo de la mente infantil según Piaget, Barcelona,


Paidós, 1989, pág. 210.

25 Según sostiene Pepe Rodríguez: «Hace unos 30.000 años Dios aún no existía,
pero la especie humana llevaba ya más de dos millones de años enfrentándose sola a
su destino en un planeta inhóspito; sobreviviendo y muriendo en medio de la total
indiferencia del universo. Unos 90.000 años atrás, una parte de la humanidad de
entonces comenzó a albergar esperanzas acerca de una hipotética supervivencia
después de la muerte, pero la idea de la posible existencia de algún dios parece que
fue aún algo desconocido hasta hace aproximadamente 30 milenios», Pepe
Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. S.

27 Como dice P.Rodríguez: «Comprobar que los relatos imaginados por muchos
niños para explicar el origen del mundo y su funcionamiento no se diferencian en
nada sustancial de las descripciones que aparecen en los llamados "textos sagrados",
puede ser un buen punto de partida para comenzar a reflexionar sobre la grandeza y la
fragilidad que anidan en el psiquismo humano», loc. cit., pág. 43.

28 «Las grandes mitologías, y los grandes imperios que las llevaron a extenderse a
todas las esquinas del globo, se enfrentaban a las limitaciones propias de su poder
integrativo, simplemente porque se enfrentaban unas a otras. La única forma de
superar estas diferencias era la de deshacerse de las mitologías particularistas y
divisivas y transformarlas en una razonabilidad más global», Ken Wilber, Sexo,
ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998, pág. 204.

239
29 «A medida que el alcance planetario de la razonabilidad comenzó a quitarse de
encima las mitologías divisivas, los imperios dieron lugar a los estados modernos»,
Ken Wilber, loc. cit., pág. 206.

X32 «El desarrollo procede lentamente a partir del egocentrismo hacia el


perspectivismo, desde el realismo a la reciprocidad y mutualidad, y del absolutismo a
la relatividad», Wilber, loc. cit., pág. 243.

30 Mary Ann S.Pulaski, El desarrollo de la mente infantil según Piaget, Barcelona,


Paidós, 1989, págs. 210-211.

si «El tema común que se oye una y otra vez es: mira adentro», Wilber, loc. cit.,
pág. 207.

33 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
pág. 213.

14 «La conciencia integral aúna el cuerpo y la mente en una nueva transparencia;


la biosfera y la noosfera, que una vez diferenciadas, pueden ser integradas de nuevo,
lo que implica la "resurrección del cuerpo'», Ken Wilber, loc. cit., páginas 217-218.
Según Feuerstein, «es un suceso totalmente corporal, sentido a través de la vivencia
corporal. No se aleja de la existencia corporal en ningún sentido. Más bien se basa en
la aceptación inquebrantable y en la confianza primal en la corporeidad. Es el cuerpo-
mente transparente».

ss Albert Einstein decía que «es la teoría la que determina lo que podemos
observar». A su vez, John Gribbin en En busca delgato de Schródinger sostiene: «Lo
que se aprende de los experimentos está altamente influido por las expectativas.
Nadie encontró un positrón hasta que Dirac sugirió que podían existir». Por su parte,
Paul Watzlawick en ¿Es realla realidad? opina que: «La realidad de las cosas depende
de las creencias. Una profunda superstición puede crear sus propias "demostraciones
de la realidad", sobre todo si es compartida por muchas personas». También se podría
citar lo dicho por Joseph O'Connor yJohn Seymour en Introducción a la PNL. «Las
teorías científicas son metáforas sobre el mundo, no son verdad, son una forma de
pensar acerca del mundo. Estamos dándonos cuenta ahora muy rápidamente que
nuestra forma de pensar sobre el mundo hasta el momento ha sido muy útil en unos
aspectos, pero catastrófica en otros.»

36 «Esta construcción práctica, lejos de ser un acto intelectual consciente, libre y


deliberado de un "sujeto' aislado, es en sí mismo el efecto de un poder, inscrito de
manera duradera en el cuerpo de los dominados bajo la forma de esquemas de
percepción y de inclinaciones (a admirar, a respetar, a amar, etc.) que hacen sensibles
a algunas manifestaciones simbólicas del poder», Pierre Bourdieu, La dominación
masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, págs. 56-57.

240
38 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, págs. 160-161.

37 «Una cultura es un conjunto trabado de maneras de pensar, de sentir y de obrar,


más o menos formalizadas, que aprendidas y compartidas por una pluralidad de
personas sirven, de un modo objetivo y simbólico a la vez, para construir a esas
personas en una colectividad particular distinta», Guy Rocher, Introducción a la
Sociología.

s9 «Por símbolo entendemos cualquier objeto o signo que representa a otra cosa en
virtud de su correspondencia o analogía, y las señales que empleamos los humanos
para comunicarnos los símbolos y sus significados los transmitimos a través del
sonido (lenguaje, música, etc.), el gesto (corporal - de estructura relativamente
simple-, etc.) y la imagen (arte, pintura, escultura, escritura... hasta llegar a nuestra
elaboradísima iconografía audiovisual moderna)», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer,
Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. 114.

41 Riane Eisler, El cáliz y la espada, Madrid, Martínez de Murguía Editores, 1996,


pág. 94.

40 «Los elementos que conforman cualquier universo mítico e iconográfico se


asientan en los modelos de estructura familiar, social y productiva propios de la
cultura que los diseña, así como en los conocimientos - modo de explicarse causas y
efectos - que tiene dicha sociedad acerca de los procesos naturales, biológicos o no,
que configuran y determinan su hábitat y existencia», P.Rodríguez, loc. cit., pág. 203.

az «Todo lo humano, estemos orgullosos de ello o no, lo comprendemos o no, es


obra y responsabilidad nuestra... y lo divino, también. El ser humano acabó creando a
Dios tomándose a sí mismo por modelo», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer,
Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. 73.

4"s Pepe Rodríguez, loc. cit., pág. 111.

aa «Los datos históricos enseñan que los dioses, por poderosos que hayan sido,
sólo pueden sobrevivir en la medida en que son útiles para construir, justificar, fijar y
sostener un determinado modelo de sociedad, pero cuando ésta se transforma, cambia
también la estructura mítica de la deidad que la patronea. Con el concepto de "Dios"
que tenemos actualmente sucederá lo mismo; fue un modelo de dios creado desde y
para una cultura patriarcal y agropecuaria que hoy, en una sociedad industrializada
que pretende aspirar de nuevo al igualitarismo, no resulta útil ni adaptativo», Pepe
Rodríguez, loc. cit., pág. 370.

2 «Pensar en la dualidad sexual exige permanecer en la diferencia, es decir, estar


entre los dos, pensar en la alteridad sin querer volver a lo mismo ni a una identidad
simple. En consecuencia: renunciar a la lógica del centro y a la metafísica de la
presencia para osar enfrentarse a esta diferencia irreductible que nos sugiere la

241
mixitud. La mixitud designa, en efecto, una estructura puramente diferencial en la
cual cada uno de los términos no deriva del otro. Nunca es el dos el que deriva del
uno sino siempre es el uno del «individuo» que deriva del dos de quienes lo
engendraron», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 48.

1 «La polaridad masculino-femenino constituye el núcleo de la necesidad de


fusión de que depende la vida de la especie humana», Erich Fromm, El corazón del
hombre, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1993, pág. 47.

4 4 «Si el filosofema falta, si el discurso sobre la diferencia de los sexos siempre


es fragmentario, es porque los sexos escapan a sí mismos en sus representaciones,
excepto si se trata de describir la eternidad de lo masculino y lo femenino; es
atemporal», Geneviéve Fraisse, La diferencia de los sexos, Buenos Aires, Manantial,
1996, pág. 91.

6 «Diferencia de los sexos significa juego, tensión, cara a cara entre lo idéntico y
lo diferente, y lugar a partir del cual se fabrica el pensamiento. La dualidad, la
alteridad son su crisol», Geneviéve Fraisse, loc. cit., pág. 62.

7 «Donde no hay separación, no puede haber diferencia y, precisamente porque


todo permanece indistinto y sin límites, el deseo no puede desplegarse», Gabriella
Buzzatti y Anna Salvo, El cuerpopalabra de las mujeres, Madrid, Cátedra, 2001, pág.
15.

«No es ya pensable ni planteable un sexo sin referencia al otro», Efigenio


Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

Patrizia Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 68.

8 «Puesto que la pieza maestra del funcionamiento es el individuo racional, es


lógico que la razón sea el criterio fundamental de la igualdad de los sexos»,
Geneviéve Fraisse, Musa de la razón, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 186.

9 «Todos los hombres son iguales en la medida en que son finalidades, y sólo
finalidades, y nunca medios los unos para los otros.» Y añade: «Hoy en día, igualdad
significa "identidad" antes que "unidad"», Erich Fromm, El arte de amar, Barcelona,
Paidós, 1994.

10 A.Watts opinaba: «La noción secular de igualdad sexual es aquella que


únicamente permite que las mujeres se comporten como hombres, y las dos parodias,
la eclesiástica y la secular, son por igual asexuales en vez de iguales sexualmente. La
igualdad sexual debería significar correctamente plenitud sexual, verificando la mujer
su masculinidad por medio del hombre y el hombre su femineidad por medio de la
mujer. Pues el varón "puro" y la hembra "pura" no tienen nada en común ni manera
de comunicarse el uno con la otra. Son estereotipos y afecciones culturales. Lo que un

242
hombre o mujer reales son es siempre inconcebible, pues su realidad reposa en la
naturaleza, no en el mundo verbal de los conceptos», Alan Watts, Naturaleza, hombre
y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 191.

X12 «La naturaleza no está por necesidad dispuesta de acuerdo con el sistema de
alternativas mutuamente excluyentes que caracterizan nuestro lenguaje y nuestra
lógica», Alan Watts, loc. cit., pág. 18.

ii Carl G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós, 1997, pág.


33.

13 Según P.Violi «si la diferencia sexual está por una parte anclada en lo biológico
y precede a la estructuración semiótica, por otra es elaborada social y culturalmente;
padece en otros términos un proceso de "semiotización", desde el momento en que
está inscrita en un complejo sistema de representaciones que transforman al macho y
a la hembra en "el hombre" y en "la mujer"», Patrizia Violi, El infinito singular,
Madrid, Cátedra, 1991, pág. 12. Además, «el juego de variantes de estos dos modos
masculino-femenino no tiene fin. Esa es su riqueza, la de su variabilidad», Efigenio
Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología 99-100,
Madrid, 2000, pág. 142.

15 «Dos sexos inconmensurables eran, y son, productos culturales, en la misma


medida que lo era, y es, el modelo unisexo», Thomas Laqueur, La construcción del
sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 265. A su vez, S.Agacinski opina: «La división de
los sexos es a la vez natural y cultural, real y simbólica, biológica y psíquica. Cada
caso singular permite que se dibujen figuras complejas y contradicciones», Sylviane
Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 23.

14 «Por otra parte, cuanto menos evolucionada (y, por consiguiente, menos
inteligente) es una persona, más próxima se halla a los estereotipos masculinos o
femeninos. Las personalidades más desarrolladas presentan un equilibrio y una
integración de los principios masculinos y femeninos», Ken Wilber, Después del
Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 329.

ió «La naturaleza de la diferencia de los sexos, y la lectura de dicha diferencia


produce este alfabeto simbólico universal que es la pareja masculino/femenino, con el
cual cada cultura "construye sus frases". Dicho de otro modo, cada sociedad inventa
unas construcciones culturales y unas organizaciones sociales que combinan de forma
diversa el masculino y el femenino», Sylviane Agacinski, loc. cit., pág. 19.

Sylviane Agacinski, loc. cit., pág. 24. Y añade: «La diferencia sexual, siendo tan
universal, no define en absoluto qué papel juega la organización práctica de las
relaciones humanas. No implica en sí misma ninguna institución particular, ninguna
segregación, ninguna jerarquía de ningún orden - económico, social, político,
religioso o cualquier otro-. El firme cimiento de las diferencias anatómicas y

243
fisiológicas sugiere, en rigor, unos tipos de comportamiento ligados a la búsqueda del
placer o a conductas parentales, pero no puede programar nada que sea de orden
social, jurídico o institucional», Sylviane Agacinski, loc. cit., pág. 141.

i9 «El patriarcado no es una esencia, es una organización social o conjunto de


prácticas que crean el ámbito material y cultural que les es propio y que favorece su
continuidad», Celia Amorós (ed.), 10palabras clave sobre mujer, Estella, Verbo
Divino, 1995, pág. 27.

20 «La mujer es la esclava de un esclavo», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut,


El nuevo desorden amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 10.

18 Según el Diccionario de la Lengua Española de la RealAcademia (Vigésima


segunda edición, 2001), el patriarcado se define sociológicamente como:
«Organización social primitiva en que la autoridad es ejercida por un varón jefe de
cada familia, extendiéndose este poder a los parientes aun lejanos de un mismo
linaje.// Período de tiempo en que predomina este sistema.»

21 «El arado vendría a echar por tierra el equilibrio de poder entre hombres y
mujeres.» Y añade: «Ya en el cuarto milenio a.C. aparece representado en un sello
sumerio un arado primitivo», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999,
pág. 235.

23 Helen Fisher, loc. cit., pág. 236.

X22 «En las sociedades horticultoras, las mujeres producían el 80% de la comida
(y consecuentemente compartían un considerable poder público con los hombres);
una mujer embarazada podía seguir utilizando la azada pero no el arado. Cuando se
inventó el arado, los hombres se encargaron prácticamente de todo el trabajo
productivo, los modos de producción matrifocales dieron lugar a los patrifocales, y
las deidades reinantes pasaron de centrarse en la Gran Madre a hacerlo en el Gran
Padre», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala,
1998, págs. 184-85.

24 «Y enseguida pasaron a ser los dueños de la tierra, del ganado, de las cosechas
y de valiosas mercancías que podían transformar en influencia y posición. El
desarrollo de la agricultura y del arado supuso sin duda un golpe devastador para la
mujer, que perdió unas funciones económicas ancestrales. Las mujeres de las
sociedades agrícolas pasaron a ocuparse de un nuevo tipo de trabajo doméstico: hilar,
tejer, alimentar a las vacas y los cerdos y elaborar las velas, el jabón y el pan, además
de criar muchos más hijos que ayudaran en las faenas del campo y en la casa», Helen
Fisher, loc. cit., págs. 235-36.

26 Según P.Bourdieu: «El principio de la inferioridad y de la exclusión de la


mujer, que el sistema mítico-ritual ratifica y amplifica hasta el punto de convertirlo en

244
el principio de división de todo el universo, no es más que la asimetría fundamental,
la del sujeto y del objeto, del agente y del instrumento, que se establece entre el
hombre y la mujer en el terreno de los intercambios simbólicos, de las relaciones de
producción y de reproducción del capital simbólico, cuyo dispositivo central es el
mercado matrimonial, y que constituyen el fundamento de todo el orden social. Las
mujeres sólo pueden aparecer en él como objeto o, mejor dicho, como símbolos cuyo
sentido se constituye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación
o al aumento del capital simbólico poseído por los hombres», Pierre Bourdieu, La
dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pág. 59.

25 «La representación del mundo como mundo mismo es una operación de los
hombres; éstos lo describen desde su punto de vista, la cual confunden con la verdad
absoluta», Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Los hechos y los mitos, Buenos
Aires, Siglo Veinte, 1987, pág. 185.

27 «El dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en


nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder. Ello se
debe al carácter patriarcal de nuestra sociedad y de todas las civilizaciones
históricas», Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 70.

28 «Él es Uno, legible, transparente, familiar. La mujer es la Otra, extraña e


incomprensible», Annelise Maugue, L'Identité masculine en crise au tournant du
siécle», Rivages/Histoire, 1987. (Citada por Elizabeth Badinter, XY. La identidad
masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 24.)

29 «La dependencia de las mujeres es un tema repetido en la religión, la moral y la


legislación de las sociedades agrícolas», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer,
Barcelona, Ediciones B, 2000, pág. 324.

so «La cultura patriarcal expresa en forma de valor y de fuerza los elementos que
corresponden a la experiencia masculina, mientras que expresa en forma de
desvalorización y de debilidad los elementos de la experiencia femenina», Alessandra
Bocchetti, Lo que quiere una mujer, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 12.

31 «No es a partir del uno como hay que describir al otro, pues en este caso se da
preferencia a uno de los dos términos, se jerarquiza inmediatamente la diferencia y
nos quedamos dentro de la lógica de la carencia, que en este caso es política»,
Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 45. A su vez,
G.Fraisse afirma: «El hombre sirve de criterio de comparación entre los dos sexos, en
el que la mujer es medida por el rasero masculino», Geneviéve Fraisse, Musa de la
razón, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 87.

32 «Hay, pues, un sexo mayor y un sexo menor, un sexo "fuerte" y un sexo


"débil", un espíritu "fuerte" y un espíritu "débil". Esta "debilidad" natural, congénita
de las mujeres legitimaría su sujeción, incluso la de su cuerpo», Francoise Héritier,

245
Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel, 1996, pág. 207.

ss Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 63.

s9 Como dice G.Fraisse, «será necesario explicar a la vez la igualdad y la


desigualdad entre los sexos, la igualdad abstracta probablemente, y la desigualdad
concreta ciertamente», Geneviéve Fraisse, Musa de la razón, Madrid, Cátedra, 1991,
pág. 11.

36 «El mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y como


depositario de principios de visión y de división sexuantes. El programa social de
percepción incorporado se aplica a todas las cosas del mundo y en primer lugar al
cuerpo en sí, en su realidad biológica: es el que construye la diferencia entre los sexos
biológicos de acuerdo con los principios de una visión mítica del mundo arraigada en
la relación arbitraria de dominación de los hombres sobre las mujeres, inscrita a su
vez, junto con la división del trabajo, en la realidad del orden social», Pierre
Bourdieu, loc. cit., págs. 22 y 24.

38 Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso, Barcelona,


Anagrama, 1989, pág. 8.

sa Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pág.


48.

ss «No hay representación "correcta" de las mujeres en relación con los hombres
y, por tanto, toda la ciencia de la diferencia es errónea», Thomas Laqueur, La
construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 50.

17 Thomas Laqueur, loc. cit., pág. 286.

2 «Una imagen es una construcción mental que representa una cosa por
semejanza; un símbolo representa a una cosa por correspondencia, no por semejanza;
y un concepto representa toda una clase de semejanza. Los conceptos trascienden e
incluyen los símbolos, que a su vez trascienden e incluyen imágenes (que trascienden
e incluyen los impulsos, etc.)», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1,
libro 1, Madrid, Gala, 1998, pág. 136.

1 Pepe Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones B, 2000, págs. 129-
130.

3 Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, págs. 146-47.

«La aprehensión primitiva del objeto sólo en parte proviene del comportamiento
objetivo de las cosas; en lo restante, a menudo en su mayor parte, procede de
circunstancias intrapsíquicas, que sólo debido a la proyección tienen algo que ver con

246
las cosas», Carl G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós,
1997, pág. 93.

s «Pero el hecho es que gran parte de este ajuste cultural dista mucho de ser
consciente y tiene lugar a un nivel tan profundo que simplemente nos pasa
desapercibido. Existen estructuras lingüísticas y prácticas culturales tan profundas
que todavía no hemos llegado a reconocerlas y comprenderlas. Pero procedan de
donde procedan, ¡no hay modo alguno de escapar a estas redes intersubjetivas que
son la condición misma del espacio subjetivo!», Ken Wilber, Breve historia de todas
las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 160. Por otra parte, C.G.Jung en Arquetipos
e inconsciente colectivo opina que «el símbolo es la mejor expresión posible para un
contenido inconsciente, sólo presentido pero aún desconocido», pág. 12.

6 Goethe decía que «todo lo exterior es también interior».

«Y puesto que'las formas rudimentarias de esas imágenes míticas impregnan el


psiquismo individual, cuando usted se relaciona, por ejemplo, con su madre, no sólo
está relacionándose con ella sino que también está haciéndolo con la Madre del
Mundo, con la Gran Madre, una imagen arquetípica que se halla estampada en su
psiquismo y puede, en consecuencia, tener un impacto sobre su conciencia
completamente desproporcionado con respecto a la relación real que haya sostenido
con su madre biológica», Ken Wilber, Breve historia de todas las cosas, Barcelona,
Kairós, 2000, pág. 286.

s «Cada cultura tiene sus propias leyendas y tradiciones, símbolos y creencias, que
se entretejen para incrementar el "peso psicológico" de un acontecimiento y lograr
que sea lo más impresionante posible para los participantes», Desmond Morris,
Masculino y Femenino, Barcelona, Plaza & Janés, 2000, pág. 137.

9 S. de Beauvoir decía: «no hay que confundir el mito con la captación de un


significado; el significado es inmanente al objeto, y es revelado a la conciencia en
una experiencia viva, en tanto que el mito es una Idea trascendente que escapa a toda
captación de conciencia», Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Los hechos y los
mitos, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1987, pág. 300.

10 Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Barcelona, Anagrama, 1997, pág. 22.

12 «Acostumbramos a pensar de una manera no dialéctica y nos inclinamos a


dudar acerca de la posibilidad de que dos tendencias contradictorias se deriven
simultáneamente de la misma causa», Erich Fromm, El miedo a la libertad,
Barcelona, Paidós, 1997, pág. 114.

ii Alan Watts, Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 117.

13 «La diferencia sexual se configura no como accidente, y tampoco como mero

247
dato material, biológico, sino como elemento ya significante, como una de las
categorías que fundan nuestra percepción y representación del mundo», Patrizia
Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 62.

15 «El catálogo de imágenes, figuras del habla y costumbres populares que


asocian el espíritu con lo divino, lo bueno y lo masculino, y la naturaleza con lo
material, malo, sexual y femenino podría compilarse indefinidamente», Alan Watts,
Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 155.

14 «Al comienzo se postula la característica binaria de dos polos connotados de


manera negativa y positiva, característica que fundamenta la desigualdad ideológica y
social entre los sexos», Francoise Héritier, Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel,
1996, pág. 219.

18 «Desde la polarización de características, como, por ejemplo: razón-intuición,


pensamiento-sentimiento, fortaleza-debilidad, público-privado, subjetivo-objetivo o
activo-pasivo, asociados a un sexo u otro, se justifica la asimetría intersexos. Se
define así, como género inapropiado para las mujeres el deseo de autonomía y poder,
mientras que se consideran inadecuados para los varones los sentimientos de
vulnerabilidad, dependencia y afecto por el mismo sexo», Juan Fernández y cols.,
Varones y mujeres, Madrid, Pirámide, 1996, pág. 253.

16 «En el plano simbólico, en el que se alternan la tradición y la educación dada a


los niños, las actividades valoradas y apreciadas son las que ejercen los hombres»,
Francoise Héritier, loc. cit., pág. 205.

i~ «Finalmente, sea cual sea el modelo adoptado para pensar los sexos - semejanza
o diferencia-, el hombre se presenta siempre como ejemplar mejor acabado de la
humanidad, el absoluto a partir del cual se sitúa la mujer», Elizabeth Badinter, XY.
La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 24. S.Agacinski
comenta que «existen numerosísimas versiones o expresiones de la diferencia;
expresiones políticas concernientes a la distribución del poder; expresiones estéticas
referidas a la figuración de los sexos, a las formas y a las representaciones de lo
masculino y de lo femenino; expresiones económicas que implican una división
sexual de las tareas», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998,
pág. 32.

20 «El "orden simbólico patriarcal", o el "orden simbólico dado" es el que


determina lo visible y lo pensable. Todo lo que no entra en ese universo cultural y
lingüístico permanece en los márgenes como sinrazón, desajuste, locura o,
simplemente, queda condenado a la invisibilidad», Alessandra Bocchetti, Lo que
quiere una mujer, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 14.

i9 «El sentido simbólico es una vez más el que un sujeto masculino atribuye a los
niveles más profundos de la percepción sensible propia», Patrizia Violi, El infinito

248
singular, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 117. Y añade: «El problema no es tanto que la
subjetividad no entienda o equivoque las formas de una subjetividad diferente de la
suya, sino que ésta deje de ser tal para transformarse en la forma de la objetividad
científica», pág. 32.

21 «Identificado como el "no masculino", privado de naturaleza propia específica,


el femenino está ubicado en el papel de no-sujeto, dentro de un campo semántico que
lo identifica con la Tierra, la Madre, la Naturaleza, la Matriz. En la base de la
producción del sentido, la diferencia entre masculino y femenino se inscribe según la
doble posición de sujeto y objeto», Patrizia Violi, loc. cit., pág. 120.

22 «La miseria simbólica es la más terrible de las miserias. El cuerpo es el que la


expresa, no tu casa, ni tus vestidos, ni el dinero que puedas tener en los bolsillos. La
miseria simbólica es la más radical. Querer más no es suficiente para resolver esa
miseria. Se trata de querer lo que no existe, se trata de querer una medida de mujer
para estar en el mundo. Y, en primer lugar, saber imaginar su existencia. Y aun antes,
entender los síntomas que indican su falta», Alessandra Bocchetti, Lo que quiere una
mujer, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 165.

23 «Cuando creemos algo, actuamos como si fuera verdad; y esto lo hace difícil de
reprobar porque las creencias actúan como filtros perceptivos singularmente potentes.
Los hechos se interpretan en forma de creencias, y las excepciones confirman la
regla. Lo que hacemos mantiene y refuerza nuestras creencias; las creencias no son
simplemente mapas de lo que pasó, sino planes y estrategias para acciones futuras»,
Joseph O'Connor y John Seymour, Introducción a la PNL, Barcelona, Urano, 1990.

24 «Ya en Freud y, desde luego, en Foucault, sexualidad y poder son dos discursos
íntimamente relacionados entre sí. Quien manda debe construir también las verdades
de la sexualidad y del cuerpo, debe codificar el o los cuerpos», María Milagros
Rivera Garretas, Textos y espacios de mujeres, Barcelona, Icaria, 1990, pág. 129.

25 «Pero una relación de dominación que sólo funcione por medio de la


complicidad de las inclinaciones hunde sus raíces, para su perpetuación o su
transformación, en la perpetuación o la transformación de las estructuras que
producen dichas inclinaciones (y en especial de la estructura de un mercado de los
bienes simbólicos cuya ley fundamental es que las mujeres son tratadas allí como
unos objetos que circulan de abajo hacia arriba)», Pierre Bourdieu, La dominación
masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, pág. 59.

26 «Se asume simplemente que el cuerpo humano es masculino. El cuerpo


femenino se presenta solamente para mostrar en qué difiere del masculino», Thomas
Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 286.

27 Lacan afirma que «la reducción de la diferencia sexual a una


presencia/ausencia de falo es una ley simbólica producida por el patriarcado: la Ley

249
del Padre», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza
Editorial, 1993, pág. 167.

28 «La cultura, clásicamente androcéntrica, da significados muy diferenciados a la


genitalidad de ambos sexos: el genital masculino, el pene, queda sobrevalorado como
la certeza esencial masculina y como un órgano capaz de proporcionar sumo placer;
mientras, el correspondiente órgano femenino en la relación sexual, la vagina,
experimenta una fuerte desvalorización en la imagen popular como un mero
receptáculo del varón», Alfredo Capellá, Sexualidades humanas, amor y locura,
Barcelona, Herder, 1997, pág. 84.

29 «Como es lógico, cuando los confines del cuerpo humano quedan atrás y nos
adentramos en el reino del simbolismo escultural, no hay más límite que el cielo»,
Desmond Morris, Masculino y Femenino, Barcelona, Plaza & Janés, 2000, pág. 70.

30 «La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se


siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando
no dispone, para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que
tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el
dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación,
hacen que esa relación parezca natural; o, en otras palabras, cuando los esquemas que
pone en práctica para percibirse y apreciarse, o para percibir y apreciar a los
dominadores (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro, etc.), son el producto de
la asimilación de las clasificaciones, de ese modo naturalizadas, de las que su ser
social es el producto», Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona,
Anagrama, 2000, pág. 51.

1 Según el Diccionario de la Lengua de la RealAcademia Española, el lenguaje es


el conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o
siente. Define «lengua» como «sistema de comunicación verbal».

2 Como dijo Robert Hall, «el lenguaje es la forma de relacionarse con el mundo no
presente». En Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 141.

«Una lengua no sólo transmite información, sino que además es vehículo de


expresión de una determinada visión de la realidad», Paul Watzlawick, ¿Es real la
realidad?, Barcelona, Herder, 1994.

a En Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala,


1998, pág. 303.

«Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va ligado a
su propia vida; y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a toda la colectividad.
Nunca sus definiciones (sus reducciones) llegarán a la precisión, puesto que por
fuerza han de excluir la historia de cada vocablo y todas las voces que lo han

250
extendido, el significado colectivo que condiciona la percepción personal de la
palabra y la dirige», Alex Grijelmo, La seducción de las palabras, Madrid, Taurus,
2000, pág. 12.

7 «La reproducción de la mente humana generación tras generación es un acto de


comunicación verbal», Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág.
145.

6 «Las palabras denotan porque significan, pero connotan porque se contaminan.


La seducción parte de las connotaciones, de los mensajes entre líneas más que de los
enunciados que se aprecian a simple vista», Alex Grijelmo, loc. cit., pág. 33.

8 Según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, se define la


metáfora como: tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro
figurado, en virtud de una comparación tácita // Aplicación de una palabra o de una
expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de
sugerir una comparación y facilitar su comprensión. Se define la metonimia como:
tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por
la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada. La
sinécdoque es: tropo que consiste en extender, restringir o alterar de algún modo la
significación de las palabras, para designar un todo con el nombre de una de sus
partes, o viceversa; un género con el de una especie, o al contrario; una cosa con el de
la materia de que está formada, etc.

9 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
pág. 435.

10 «Se habla y se comprende sobre la base de códigos sociales que son verbales y
no verbales y que están muy estrechamente conectados; y también con arreglo a la
historia de la sociedad, de los pueblos, de sus idiomas», Alex Grijelmo, loc. cit., pág.
279. A su vez, P.Violi comenta: «el lenguaje asume por tanto una función de espejo y
reproducción de la realidad externa: sólo puede reflejar y reproducir las dinámicas de
poder que lo preceden», Patrizia Violi, El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991,
pág. 95.

12 «El "dueño del lenguaje", que ostenta las reglas y establece las normas del
juego, es a la vez objeto social y sujeto sexuado, y sólo en el cruce de estos dos
territorios se puede plantear la cuestión de la diferencia sexual del lenguaje», P.Violi,
loc. cit., pág. 22.

11 «La inscripción de la diferencia sexual en el idioma, a través de la organización


de los géneros, contribuye ciertamente a simbolizar de alguna manera tal diferencia y,
por tanto, en la percepción y categorización de la realidad, influyendo en nuestra
visión del mundo», Patrizia Violi, loc. cit., pág. 43.

251
13 «En el lenguaje encontramos una situación análoga a la que ya se ha revelado
en otros campos y en ámbitos más específicos, como en el discurso filosófico,
analítico y científico: la ocultación y la negación de la diferencia sexual como forma
productiva de dos subjetividades diversas, dos sexualidades diversas, dos
modalidades diversas de expresión y conocimiento. En vez de presentarnos dos
sujetos autónomos y diferenciados, sin que uno de ellos pueda reducirse a la negación
del otro, el lenguaje, como la cultura, dan la palabra a un solo sujeto, aparentemente
neutro y universal, pero masculino en realidad. La diferencia sexual, allí donde
aparezca, está tan reducida a la caricatura de sí misma, es tan incapaz de liberar sus
capacidades creativas porque no puede reflejar dos objetos diversos», Violi, loc. cit.,
pág. 13.

14 «La forma de dualismo, de la oposición, de la reducción, se simboliza así en el


idioma de tal forma que para la mujer la posibilidad de identificarse con la posición
del sujeto está bloqueada de antemano; la identificación sólo es posible a condición
de negar la especificidad de su género y convertirse en "ser humano', que
precisamente se dice "hombre"», Violi, loc. cit., pág. 120.

is «Llegará un día en que el masculino genérico no reduzca el papel de la mujer,


porque su presencia en la sociedad habrá cambiado hasta el punto de alterar el
contenido de las palabras, aunque las palabras permanezcan en los libros y en
nuestros labios para que podamos seguir entendiendo a las generaciones pasadas»,
Alex Grijelmo, La seducción de las palabras, Madrid, Taurus, 2000, pág. 249.

16 «El orden patriarcal y su lenguaje son el producto de la subjetividad masculina,


que se ha legitimado asumiendo la forma de la objetividad, de la verdad, sin aceptar
críticas o preguntas», Violi, loc. cit., pág. 109.

19 «El lenguaje se ha convertido en el vehículo predominante de la sensación de


identidad separada (y, en esa misma medida, de toda cultura)», Ken Wilber, Después
del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 144.

17 «En resumen, ninguna experiencia puede ser expresada en palabras; o uno ha


tenido la experiencia o no la ha tenido, y por mucha poesía que le pongamos, ésta no
puede tomar su lugar», Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 1,
Madrid, Gala, 1998, pág. 305.

is «Así las mujeres se encuentran atrapadas en una situación paradójica: situadas


como sujetos hablantes en un lenguaje que ya las ha construido como objetos. La
experiencia que las mujeres tienen de la diferencia sexual ha sido siempre lo no dicho
de la cultura masculina, lo no dicho desde el punto de vista histórico, no su indecible
ontológico», P.Violi, loc. cit., pág. 14.

20 «La diferencia sexual atraviesa totalmente el plano simbólico del idioma, la


organización del contenido. Anclada en las bases materiales de la significación, la

252
diferencia se plantea en el plano del semantismo corporal, en la frontera entre lo
biológico y lo semiótico, chocando con el simbolismo que está en la base de nuestra
percepción física, del dato emotivo», P.Violi, loc. cit., pág. 119.

21 «Nuestro lenguaje cotidiano corresponde, naturalmente, a las experiencias que


nos permitimos conocer. Si queremos penetrar en nuestra realidad interior debemos
tratar de olvidar el lenguaje habitual y pensar en el lenguaje olvidado del
simbolismo», Erich Fromm, El corazón del hombre, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1993, pág. 123.

22 P.Violi, loc. cit., pág. 62.

23 «Aun cuando usen la misma palabra, dos personas dotadas de distinta


personalidad, cuando hablan, por ejemplo, sobre el amor, se refieren en realidad a
significados completamente diferentes que varían según sus respectivas estructuras
caracterológicas», Erich Fromm, El miedo ala libertad, Barcelona, Paidós, 1997, pág.
265.

1 «El mundo nos devuelve exactamente, por su propia articulación, la imagen de


lo que somos. El mundo nos aparece necesariamente como nosotros somos: en efecto,
trascendiéndolo hacia nosotros mismos lo hacemos aparecer tal cual es. Nosotros
elegimos el mundo - no en su contextura en-sí, sino en su significación - al
elegirnos», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 488.

2 «La realidad, o el mundo tal y como lo conocemos, es sólo una descripción... un


flujo interminable de interpretaciones perceptuales que quienes pertenecemos a una
determinada sociedad hemos aprendido a formular en común», Ken Wilber, Después
del Edén, Barcelona, Kairós, 1995, pág. 160.

«Lo fundamental es mi relación con el mundo, y esta relación define a la vez el


mundo y los sentidos, según el punto de vista en que uno se coloque», Jean-Paul
Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 346.

a Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 2, Madrid, Gala, 1997,
pág. 328.

6 «El modelo unisex ha dominado el pensamiento hasta principios del siglo xvIII.
Después, a pesar de que dicho modelo vuelva a asomarse discretamente,
especialmente con Freud, es el patrón de los dos sexos en oposición el que domina
durante los siglos xIx y xx, hasta ayer mismo», Elizabeth Badinter, XY. La identidad
masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 22.

s «La actividad sexual se inscribe pues en el horizonte amplio de la vida y de la


muerte, del tiempo, del porvenir y de la eternidad. Se hace necesaria porque el
individuo está predestinado a morir y porque en cierto modo escapa a la muerte»,

253
Michel Foucault, Historia de la sexualidad, libro 2. El uso de los placeres, Madrid,
Siglo XXI, 1987, pág. 127.

8 «Todo sistema de parentesco es una manipulación simbólica de la realidad, una


lógica de lo social», Francoise Héritier, Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel, 1996,
pág. 64.

7 «La sexualidad tal como la entendemos es un invento histórico, pero que se ha


formado progresivamente a medida que se realizaba el proceso de diferenciación de
los diferentes campos, y de sus lógicas específicas. Así es como ha hecho falta, en
primer lugar, que el principio de división sexuado (y no sexual) que constituía la
oposición fundamental de la razón mítica deje de aplicarse a todo el orden del mundo,
tanto físico como político», Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona,
Anagrama, 2000, pág. 128.

~g «Este amplio sustrato inconsciente, de naturaleza fundamentalmente


lingüística, de sentimientos, realidades descriptivas y percepciones compartidas, es el
único aglutinante psicológico que puede servir para cohesionar una sociedad. Y ésta
es una forma fundamentalmente inconsciente de control social, ya que los controles
no constituyen una especie de agregado consciente sino que se hallan integrados en la
misma descripción de la realidad», Ken Wilber, Después del Edén, Barcelona,
Kairós, 1995, pág. 161.

10 «El tiempo fue creado por una expansión de la conciencia y como una nueva
negación de la muerte. La cultura, por su parte, fue lo que el hombre hizo con el
nuevo tiempo. En realidad, el tiempo y la cultura están tan estrechamente
relacionados porque "la cultura es" precisamente "lo que el hombre hace con la
muerte"», Ken Wilber, loc. cit., pág. 104.

12 «Lo que llamamos la interioridad cristiana es un modo particular de relación


con uno mismo, que implica formas precisas de atención, de recelo, de
desciframiento, de verbalización, de confesión, de autoacusación, de lucha contra las
tentaciones, de renuncia, de lucha espiritual, etc.», Michel Foucault, Historia de la
sexualidad, Libro 2. El uso de los placeres, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 61.

11 «Las ciencias médicas toman el relevo de la religión en la tarea de definición,


control y administración de la sexualidad», Alicia H.Puleo, Dialéctica de la
sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, pág. 7.

13 «Los primeros Padres de la Iglesia abrazaron el antiguo precepto de la castidad


de los estoicos griegos. De hecho, la Iglesia, con el paso del tiempo, llegó a
considerar que el coito era algo sucio, vergonzoso e impío, tanto para los hombres
como para las mujeres. Sólo con el fin de la procreación debían entregarse al coito las
parejas casadas. Incluso se consideraba que la lujuria por la propia esposa era un
adulterio. En el siglo iv, cuando el cristianismo pasó a ser la religión oficial del

254
Imperio romano, estos credos sexuales fueron aprobados por el Estado», Helen
Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999, pág. 282.

14 «La versión mítica de la mujer como origen del sufrimiento humano, del saber
y del pecado, condiciona aún hoy en día las actitudes sexuales, por representar el
argumento central de la tradición patriarcal de Occidente», Kate Millett, Política
sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 115. Y añade: «La relación establecida entre la
mujer, el sexo y el pecado constituye el modelo primordial de todo el pensamiento
occidental posterior a la aparición del mito del pecado original», loc. cit., pág. 118.

is «Era inevitable que la ética cristiana, insistiendo tanto en la virtud sexual,


contribuyese mucho a degradar la posición de las mujeres. Como los moralistas eran
hombres, la mujer resultó la tentadora; el papel de tentador habría correspondido al
hombre si los moralistas hubiesen sido mujeres», Bertrand Russell, Matrimonio y
moral, Madrid, Cátedra, 2001, págs. 58-59.

16 Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 118.

17 «Puede decirse que el lenguaje de toda ideología se encuentra en todos los


niveles, en todos los aspectos concretos del cuerpo de conocimientos, si esa ideología
funciona como sistema totalizador, explicativo y coherente, y que utiliza una
armadura fundamental de oposiciones duales que expresan siempre la supremacía de
lo masculino, eso es, del poder. Una misma lógica da cuenta de la relación entre los
sexos y del funcionamiento de las instituciones», Francoise Héritier,
Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel, 1996, pág. 68.

is «Los fundamentos del poder, en general, no han sido casi cuestionados antes del
Siglo de las Luces, y nunca por supuesto los del poder masculino. No es, pues,
asombroso que las mujeres hayan podido muy pocas veces determinar por sí mismas
su lugar y estatuto», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998,
pág. 35.

19 «Lo importante es que el sexo no haya sido únicamente una cuestión de


sensación y de placer, de ley o de interdicción, sino también de verdad o falsedad. En
suma, el sexo ha sido constituido como una apuesta en el juego de la verdad», Michel
Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo
XXI, 1987, pág. 71.

20 Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1. La voluntad de saber,


Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 72.

21 Loc. cit., pág. 74.

22 «El examen médico, la investigación psiquiátrica, el informe pedagógico y los


controles familiares pueden tener por objetivo global y aparente negar todas las

255
sexualidades erráticas o improductivas; de hecho, funcionan como mecanismos de
doble impulso: placer y poder. Placer de ejercer un poder que pregunta, vigila,
acecha, espía, excava, palpa, saca a la luz; y de otro lado, placer que se enciende al
tener que escapar de ese poder, al tener que huirlo, engañarlo o desnaturalizarlo.
Poder que se deja invadir por el placer al que da caza; y frente a él, placer que se
afirma en el poder de mostrarse, de escandalizar o de resistir. Captación y seducción;
enfrentamiento y reforzamiento recíproco: los padres y los niños, el adulto y el
adolescente, el educador y los alumnos, los médicos y los enfermos, El psiquiatra con
su histérica y sus perversos no han dejado de jugar este juego desde el siglo xIx. Las
llamadas, las evasiones, las incitaciones circulares han dispuesto alrededor de los
sexos y los cuerpos no ya fronteras infranqueables sino las espirales perpetuas del
poder y del placer», M.Foucault, loc. cit., pág. 59.

23 «Toda esta atención charlatana con la que hacemos ruido en torno de la


sexualidad desde hace dos o tres siglos, ¿no está dirigida a una preocupación
elemental: asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener la forma
de las relaciones sociales, en síntesis: montar una sexualidad económicamente útil y
políticamente conservadora?», M.Foucault, loc. cit., págs. 48-49.

24 «El grado de control que los varones comenzaron a ejercer sobre la vida sexual
de las mujeres fue en constante aumento, hasta desembocar en una completa
cosificación de su función reproductora y en la absoluta sumisión y dependencia de la
mujer respecto del varón», Pepe Rodríguez, Dios nació mujer, Barcelona, Ediciones
B, 2000, pág. 197.

25 Loc. cit., pág. 52.

26 «Tal como nos lo recuerda Thomas Laqueur, antes del Siglo de las Luces, el
sexo o el cuerpo eran vistos como un epifenómeno, mientras que el género, que hoy
consideramos una categoría cultural, era el elemento de base y primordial. En primer
lugar, ser hombre o mujer era una cuestión de rango, un lugar en la sociedad, un
papel cultural que nada tenía que ver con seres biológicamente opuestos», Elizabeth
Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 22. Es
decir, «con anterioridad al siglo xvii, el sexo era todavía una categoría sociológica y
no ontológica», Thomas Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994,
pág. 28.

27 «Además, un cuerpo de juicios de valor pone de manifiesto características


presentadas como naturales y, por tanto, irremediables, observables en el
comportamiento, las prestaciones, las "cualidades" o los "defectos" femeninos,
considerados como marcados sexualmente de manera típica», Francoise Héritier,
Masculino/Femenino, Barcelona, Ariel, 1996, pág. 205.

28 «A finales del siglo xvIII, pensadores con horizontes distintos insisten sobre la

256
diferencia radical que existe entre los sexos demostrándola a tenor de los recientes
descubrimientos biológicos. De la diferencia de grado se pasa a la diferente
naturaleza. Es el triunfo del dimorfismo radical. Contrariamente al modelo
precedente, ahora es el cuerpo el que se juzga real y sus significaciones culturales
como epifenómenos. La biología se convierte en el fundamento epistemológico de las
prescripciones sociales», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid,
Alianza Editorial, 1993, pág. 23. A su vez, T.Laqueur coincide: «A finales del siglo
XVIII apareció un nuevo modelo de dimorfismo radical, de divergencia biológica.
Una anatomía y una fisiología de lo inconmensurable sustituyó a una metafísica de la
jerarquía en la representación de la mujer en relación con el hombre», Thomas
Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 24.

29 «Necesario resulta criticar la tradicional (y falsa) asociación del varón con la


objetividad, lo que le niega la posibilidad e incluso el derecho a la subjetividad, a las
emociones, y reserva en apariencia este terreno a la mujer. Como sabemos, la
dicotomía cultura-naturaleza reaparece con muchos otros ropajes dualistas en el
pensamiento occidental: razón-pasión, mente-cuerpo, abstracto-concreto y, cómo no,
objetivo-subjetivo», Raquel Osborne, La construcción sexual de la realidad, Madrid,
Cátedra, 1993, pág. 69.

30 «La historia de la representación de las diferencias anatómicas entre hombre y


mujer resulta, por tanto, extraordinariamente independiente de la estructura real de
esos órganos o de lo que se conocía sobre ellos. Era la ideología y no la precisión de
las observaciones lo que determinaba cómo se veían y cuáles eran las diferencias que
importaban», Thomas Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994,
pág. 161.

X31 «El clítoris, como el pene, fue durante dos milenios "joya preciosa" y órgano
sexual, no un lugar "perdido o extraviado" a través de los tiempos, sino solamente (en
todo caso) desde Freud. Una gran ola de amnesia se abatió sobre los círculos cientí
ficos hacia 1900, hasta el punto de que en la segunda mitad del siglo xx se aclamaron
las viejas verdades como si fueran descubrimientos revolucionarios», T.Laqueur, loc.
cit., pág. 398. Y prosigue: «En este caso, la respuesta de Freud puede considerarse
como un relato cultural con disfraz anatómico. El cuento del clítoris es una parábola
cultural, que explica cómo se forja el cuerpo hasta obtener una forma válida para la
civilización, a pesar de sí mismo, y no por su causa», pág. 402.

34 Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 2. El uso de los placeres,


Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 198.

32 «Lo genital y sus placeres localizados son una limitación a la que un día, hace
poco, obligamos al cuerpo», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden
amoroso, Barcelona, Anagrama, 1989, pág. 223.

257
33 P Bruckner y A.Finkielkraut, loc.'cit., pág. 8.

ss «La base que soporta las tesis sobre el rol, e incluso la existencia del placer
femenino, no reside en la biología, sino en la cultura», T.Laqueur, loc. cit., pág. 322.

36 T.Laqueur, loc. cit., pág. 398.

37 «Este terror de la innumerabilidad del placer de la mujer, o como se le quiera


llamar, de la otra parte es, evidentemente, una de las constantes que más aparecen del
terror masculino», Agustín García Calvo en Fernando Savater (ed.), Filosofía y
sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 43.

38 «Los viejos valores fueron abatidos. El tópico de buena parte de la psicología


contemporánea - que los hombres desean sexo mientras las mujeres desean relaciones
- es precisamente la inversión de las ideas preilustradas que, hasta en la Antigüedad,
habían asociado la amistad con los hombres y la sexualidad con las mujeres. Las
mujeres, cuyos deseos no conocían límites en el viejo estado de cosas y cuya razón
ofrecía tan escasa resistencia a la pasión, pasaron a ser en muchas descripciones
criaturas cuya vida reproductora completa podía transcurrir insensible a los placeres
de la carne», T.Laqueur, loc. cit., págs. 20-21.

39 «Bajo la excusa de liberar el deseo del oscurantismo amoroso, se pone a flote,


confiriéndole una nueva legitimidad, el antiguo odio viril de lo femenino. Punto
coincidente de la represión del sexo y de su emancipación, la represión sentimental
descalifica toda forma de goce que no responda al modelo fálico de la
voluptuosidad», Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, El nuevo desorden amoroso,
Barcelona, Anagrama, 1989, págs. 138-39.

1 «Cada gran época de la evolución humana parece girar en torno a una idea
central, una idea que la domina y resume su visión del Espíritu y del Kosmos», Ken
Wilber, Breve historia de todas las cosas, Barcelona, Kairós, 2000, pág. 422.

2 «No hay hombre natural, en el sentido de que todo comportamiento humano fue
modelado por una cultura. No somos libres de rechazar nuestra herencia: la tenemos
pegada a la piel. Y cuanto más queremos ignorarla, más prisioneros somos de ella»,
Jean Louis Flandrin, La moral sexual en Occidente, Barcelona, Juan Granica, 1984,
pág. 10.

s «Las mujeres aparecen por vez primera descritas como bienes o pertenencias del
hombre en 1750 a.C., en unos códices de la antigua Babilonia. Pero por la época de
esplendor de la Grecia clásica, su estatus se había degradado casi de forma universal
entre los pueblos de Europa», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999,
pág. 237.

4 «Ya algunos representantes de la Ilustración sofistica del siglo v a.C. habían

258
extendido el concepto de isonomía (igualdad de los ciudadanos ante la ley) a la
totalidad de los seres humanos, llegando así a considerar injusta la situación de
subordinación de las mujeres y de los esclavos», Alicia H.Puleo, «Patriarcado», en
Celia Amorós (ed.), 10palabras clave sobre mujer, Estella, Verbo Divino, 1995, pág.
22.

5 Y continúa: «La reflexión médica y filosófica lo describe como amenazador, por


su violencia, ante el control y el dominio que conviene ejercer sobre uno mismo;
como minante, por el agotamiento que provoca, de la fuerza que el individuo debe
conservar y mantener, y como marca de la mortalidad del individuo aun asegurando
la sobrevivencia de la especie», Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 2:
El uso de los placeres, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 117.

6 «La moral sexual del cristianismo y la del paganismo forman un continuum.


Muchos temas, principios o nociones pueden volver a encontrarse tanto en el uno
como en el otro, pero no tienen por lo mismo ni el mismo lugar ni el mismo valor»,
M.Foucault, loc. cit., págs. 22-23.

7 «Pero estos códigos sexuales de los primeros siglos del cristianismo sin duda
acabaron con el erotismo. Los europeos llegaron a asociar con el pecado
prácticamente todo deseo sexual», Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus,
1999, pág. 283.

s Según H.Fisher «en cierto modo, algunas de las doctrinas de la Iglesia vinieron a
favorecer el estatus de la mujer. Al considerar que habían sido creadas a imagen y
semejanza de Dios se les empezó a mostrar respeto. Además, los códigos sexuales
amplían el objetivo de proporcionar a las mujeres esposos entregados, protectores y
proveedores que no podían divorciarse de ellas ni abandonarlas. El cristianismo
también puso freno al adulterio masculino. E incluso ofreció a las mujeres una nueva
vía de acceso al poder político y social: el convento», loc. cit., pág. 283.

9 «No es exagerado, pues, concluir que el Amor Cortés ha sido el fenómeno que
más ha contribuido al futuro del amor y la sexualidad en el Occidente europeo»,
Efigenio Amezúa, La erótica española en sus comienzos, Barcelona, Fontanella,
1974.

10 «El amor-pasión apareció en Occidente como una de las repercusiones del


cristianismo y especialmente de su doctrina del matrimonio», Denis de Rougemont,
El amor y Occidente, Barcelona, Kairós, 1979.

11 «El amor cortés lo que exalta es el amor fuera del matrimonio, pues el
matrimonio significa sólo la unión de los cuerpos, mientras que el "Amor", que es el
Eros supremo, es el impulso del alma hacia la unión luminosa, más allá de todo amor
posible en esta vida. Por eso Amor supone la castidad», Denis de Rougemont, loc. cit.

259
12 «A partir de la Edad Media, en las sociedades occidentales el ejercicio del
poder se formula siempre en el derecho», Michel Foucault, Historia de la sexualidad,
Libro 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 106.

14 «La pastoral cristiana del siglo xvü inspirada por la Contrarreforma recomienda
la confesión detallada de todas las fantasías sexuales al tiempo que insiste sobre la
importancia extrema del pecado sexual», Alicia H.Puleo, Dialéctica de la sexualidad,
Madrid, Cátedra, 1992, págs. 6-7. Por otra parte, según M.Foucault, «podría trazarse
una línea recta que iría desde la pastoral del siglo xviI hasta lo que fue su proyección
en la literatura, y en la literatura "escandalosa"», loc. cit., pág. 30.

13 «La Contrarreforma y el Estado absoluto, fundamentalmente entre 1550 y


1750, reunieron todos sus esfuerzos para construir un nuevo tipo de hombre que,
subordinando sus apetitos y sus deseos a la razón, aceptase por ello tanto mejor a la
autoridad», Fernando Alvarez-Uría en Fernando Savater (ed.), Filosofía y sexualidad,
Barcelona, Anagrama, 1988, págs. 120-21.

16 Helen Fisher, El primer sexo, Madrid, Taurus, 1999, págs. 237-238.

is Foucault, loc. cit., pág. 140. Y añade: «Hasta finales del siglo XVIII tres
grandes códigos explícitos regían las prácticas sexuales: derecho canónico, pastoral
cristiana y ley civil. Fijaban, cada uno a su manera, la línea divisoria de lo lícito y lo
ilícito. Pero todos estaban centrados en las relaciones matrimoniales. La relación
matrimonial era el más intenso foco de coacciones; sobre todo era de ella de quien se
hablaba; más que cualesquiera otra, debía confesarse con todo detalle. Romper las
leyes del matrimonio o buscar placeres extraños significaba, de todos modos,
condenación. En la lista de los pecados graves, separados sólo por su importancia,
figuraban el estupro, el adulterio, el rapto, el incesto espiritual o carnal, pero también
la sodomía y la "caricia" recíproca», loc. cit., págs..49-50.

17 Alicia H.Puleo, «Patriarcado» en Celia Amorós (ed.), 10 palabras clave sobre


mujer, Estella, Verbo Divino, 1995, pág. 23.

18 «Junto con la autonomía, el gran tema de la Ilustración fue la armonía de los


sistemas, que no significaba que fueran "pacíficos" o "sin conflictos" sino más bien
que "la totalidad del sistema" de la realidad se equilibrara a pesar de los conflictos
particulares y desacuerdos por los que podían pasar los individuos particulares», Ken
Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 2, Madrid, Gala, 1997, pág. 75.

19 «La sexualidad, como atributo humano singular y de primera importancia con


un objeto específico - el sexo opuesto - es producto de finales del siglo xviii»,
Thomas Laqueur, La construcción del sexo, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 37.

20 «Junto a la tesis reproductiva y la tesis hedónica o de los placeres, la tesis


sexuante, o sea, la tesis de los sexos, había sido planteada en los comienzos de la

260
Epoca Moderna y más concretamente tras la Ilustración para explicar no el orden del
locus genitalis sino el nuevo de los sexos», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los
sexos», Revista Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 186.

21 «Por eso, el debate en torno al saber de las mujeres es fundamental ya que


indica la pérdida irremisible de un poder fabricado principalmente gracias a la
autoridad», Geneviéve Fraisse, Musa de la razón, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 187.

23 Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut, La aventura a la vuelta de la esquina,


Barcelona, Anagrama, 1980, pág. 93.

24 «Del hecho mismo parte un principio de explicación: si el sexo es reprimido


con tanto rigor, se debe a que es incompatible con una dedicación al trabajo general e
intensiva; en la época en que se explotaba sistemáticamente la fuerza de trabajo, ¿se
podría tolerar que fuera a dispersarse en los placeres, salvo aquellos, reducidos a un
mínimo, que le permitiesen reproducirse?», M.Foucault, loc. cit., pág. 12.

22 «En el corazón de este problema económico y político de la población, el sexo:


hay que analizar la tasa de natalidad, la edad del matrimonio, los nacimientos
legítimos e ilegítimos, la precocidad y la frecuencia de las relaciones sexuales, la
manera de tornarlas fecundas o estériles... Por cierto, hacía mucho tiempo que se
afirmaba que un país debía estar poblado si quería ser rico y poderoso. Pero es la
primera vez que, al menos de una manera constante, una sociedad afirma que su
futuro y su fortuna están ligados no sólo al número y virtud de sus ciudadanos, no
sólo a las reglas de sus matrimonios y a la organización de las familias, sino también
a la manera en que cada cual hace uso de su sexo», Michel Foucault, Historia de la
sexualidad, Libro 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 35.

X26 «En una primera aproximación, parece posible distinguir, a partir del siglo
XVIII, cuatro grandes conjuntos estratégicos que despliegan a propósito del sexo
dispositivos específicos de saber y de poder», M.Foucault, loc. cit., pág. 126. Según
el autor son: a) Histerización del cuerpo de la mujer: la Madre, con su imagen
negativa que es «la mujer nerviosa», constituye la forma más visible de esta
histerización. b) Pedagogización del sexo del niño: guerra contra el onanismo que en
Occidente duró cerca de dos siglos. c) Socialización de las conductas procreadoras. d)
Psiquiatrización del placer perverso.

27 «A lo largo del siglo xIx, el sexo parece inscribirse en dos registros de saber
muy distintos: una biología de la reproducción que se desarrolló de modo continuo
según una normatividad científica general, y una medicina del sexo, que obedeció a
muy otras reglas de formación. Entre ambas, ningún intercambio real. Todo ocurría
como si una fundamental resistencia se hubiera opuesto a que se pronunciara un
discurso de forma racional sobre el sexo humano, sus correlaciones y sus efectos.
Semejante desnivelación sería el signo de que en ese género de discursos no se

261
trataba de decir la verdad, sino sólo de impedir que se produjese», M.Foucault, loc.
cit., pág. 69.

zs «En el siglo XVIII el sexo llega a ser asunto de "policía"», M.Foucault, loc. cit.,
pág. 34.

29 «La variedad moderna del hastío apareció en el siglo xIx. Antes, los hombres y
las mujeres padecían de bilis negra, acedia y melancolía, pero no hastío», Sam Keen,
Ellenguaje de las emociones, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 39.

28 Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Madrid, Fondo de


Cultura Económica, 1992, pág. 88.

30 °«La época victoriana se caracterizó por su culto a la "pureza" y a la "castidad".


Y, sin embargo, entre 1860 y 1870, el Parlamento aprobó una serie de medidas,
englobadas bajo el pomposo título de Leyes sobre las Enfermedades Contagiosas, en
virtud de las cuales el gobierno legalizaba y regulaba la prostitución. Semejante
oposición no es sino aparente, ya que, como observa Halévy, "La moralidad sexual
europea descansa sobre los pilares complementarios del matrimonio y la
prostitución"», Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 142.

32 «El hecho de la erotización de la pareja conyugal en occidente, es un


acontecimiento notorio desde la segunda mitad del siglo xix», Efigenio Amezúa,
«Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra cara del sexo», Revista Española
de Sexología 49-50, Madrid, 1991, pág. 34.

si «Observemos que esta desigual consideración del adulterio de ambos sexos


encuentra en el siglo xix su aplicación práctica a través del Código civil napoleónico
que perdona al marido que mata a la adúltera y castiga sólo con una multa al esposo
que engaña a su mujer. Por otro lado, considerará adulterio una sola relación sexual
de la mujer fuera del matrimonio y, en el caso masculino, sólo verá adulterio cuando
el hombre mantiene una concubina bajo el techo conyugal. Esta legislación llega
hasta el siglo xx, extendiendo su influencia a muchos países que tomaron el Código
napoleónico como modelo», Alicia H.Puleo, Dialéctica de la sexualidad, Madrid,
Cátedra, 1992, pág. 51.

ss «El principio de que los deseos deben ser satisfechos sin dilación ha
determinado también la conducta sexual, especialmente desde la terminación de la
Primera Guerra Mundial. La idea era que los impulsos sexuales "reprimidos"
producen neurosis, que las frustraciones causaban traumatismos, y que cuanto menos
se reprimiera uno, más sano estaría», Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad
contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1992, pág. 140.

34 La frase de León Trotski: «La revolución de los hambrientos acaba en la


panadería de la esquina», puede ilustrarlo bastante bien.

262
1 «Según Foucault, es a través del sexo como se accede a la inteligibilidad de uno
mismo», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial,
1993, pág. 103.

2 «El ser es lo que es. No hay en el ser así concebido el menor esbozo de dualidad;
es lo que expresamos diciendo que la densidad de ser en-sí es infinita. Es lo pleno. El
principio de identidad puede llamarse sintético, no sólo porque limita su alcance a
una región de ser definida, sino, sobre todo, porque reúne en sí el infinito de la
densidad», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 108.

s El ser - como decía Hegel - no es más que el proceso de llegar a ser.

«La cuestión se plantea, pues más o menos en estos términos: si admitimos que la
persona es una totalidad, no podemos esperar recomponerla por una adición o una
organización de las diversas tendencias que hemos descubierto empíricamente en
ella. Por el contrario, en cada inclinación, en cada tendencia se expresa la persona
entera, aunque según una perspectiva diferente, algo así como la sustancia spinozista
se expresa por entero en cada uno de sus atributos. De este modo, hemos de descubrir
en cada tendencia, en cada conducta del sujeto, una significación que la trasciende»,
Jean-Paul Sarte, loc. cit., pág. 586.

6 «Una condición humanista es la de reconocer que no hay nada humano que nos
sea ajeno. Todo está en mí. Yo soy un niño, yo soy un adulto, soy un asesino y soy un
santo. Yo soy un narcisista, y soy destructivo», Erich Fromm, El arte de escuchar,
Barcelona, Altaya, 1999.

s «El sexo es, a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie»,
Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 1. La voluntad de saber, Madrid,
Siglo XXI, 1987, pág. 176.

8 La verdad, dijo Saint-Exupéry, no es algo que descubrimos, sino algo que


creamos.

«No se trata ya de que los hombres sean de un planeta y las mujeres de otro,
recurso o metáfora todavía en uso. Se trata precisamente de la consolidación de un
universo nuevo y común a ambos: el del Hecho de los sexos», Efigenio Amezúa,
«Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

«El hecho diferencial ha llevado con frecuencia al espejismo simplón de la


comparación, siempre odiosa, del más o el menos de uno con relación al otro o
viceversa. Pero es el atractivo de la fascinación lo que en primer lugar implica»,
Efigenio Amezúa, «Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra cara del sexo»,
Revista Española de Sexología 49-50, Madrid, 1991, pág. 153.

10 «El concepto de sexuación como proceso generador de estructuras en su doble

263
vertiente activa y pasiva, es decir como sexuantes y sexuadas. Dicho concepto da
cuenta o explica la realidad sexual no estática y terminada sino dinámica y en su
devenir procesual, como hacerse sexuado, constelando consigo los distintos
elementos de la progresiva sexuación, tanto individual y ontogenética como colectiva
o filogenética», Efigenio Amezúa, «Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra
cara del sexo», Revista Española de Sexología 49-50, Madrid, 1991, págs. 101-102.

12 «Respecto a todos los mamíferos, la embriología moderna exige el mito de un


Adán salido de Eva», Mary Jane Sherfey, Naturaleza y evolución de la sexualidad
femenina, Barcelona, Barral, 1977.

11 «La lógica y el conocimiento que interesan a los sujetos para poder aclararse no
es la de ese sexo al que se les ha impelido y constreñido, sino la lógica y el
conocimiento de los sujetos sexuados y en la que los genitalia son órganos terminales
y no de su organización», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 26.

13 «Henry Havelock Ellis sostiene que la diferenciación sexual es una cuestión de


grado, cada sexo posee características, con menos fuerza, del otro sexo; es el
concepto de la bisexualidad orgánica latente», Paul Robinson, «La modernización del
sexo», Revista Española de Sexología 67-68, Madrid, 1995.

14 «Un segundo concepto es el de sexualidad, entendido como el resultado


vivencial del mismo proceso de sexuación y que da cuenta de los aspectos emotivos,
cognitivos, etc. constelados por éste en su sentido de toma de conciencia del sujeto
como sexuado en sus diversos modos, matices y peculiaridades. Si el concepto de
sexuación alude a las estructuras, éste de sexualidad da cuenta de las vivencias que,
como tales, se trata obviamente de realidades subjetivas o, si se prefiere,
subjetivizadas. Por ello mismo el carácter fundamental de la sexualidad es la
subjetividad, es decir la realidad sexual en cuanto vivida por el sujeto sexuado. O
dicho de otro modo: como contenido de conciencia», Efigenio Amezúa, «Sexología:
Cuestiones de fondo y forma. La otra cara del sexo», Revista Española de Sexología
49-50, Madrid, 1991, pág. 103.

X16 «La sexualidad está absolutamente mediatizada por el mundo inconsciente:


las fantasías y deseos más ocultos para nuestro pensamiento consciente, las huellas de
acontecimientos cargados de afectos eróticos que nos marcaron en la infancia y en la
adolescencia, el peso de aquellas normas y reglamentaciones que conforman la faceta
inconsciente de nuestra conciencia moral, etc., tienen un peso decisivo en el
desplegamiento de la sexualidad adulta. Este mundo inconsciente, relacionado con la
sexualidad, permanece oculto, desconocido», Alfredo Capellá, Sexualidades
humanas, amor y locura, Barcelona, Herder, 1997, pág. 27.

is «De esta forma el concepto de sexualidad asume la biología convirtiéndola en

264
biografía, es decir, en biología vivida o sea vivenciada», Efigenio Amezúa, loc. cit.,
pág. 104.

i9 «En el terreno del placer auténtico, sea el que sea, no se puede cortocircuitar el
grado de satisfacción de vivir la propia vida. Si la sexualidad es el «lugar privilegiado
de paso por el mundo», el placer y la satisfacción sexuales no pueden desligarse,
disociarse de la satisfacción que una persona puede sacar de ella misma como
persona o la de vivir su vida», Claude Crépault y Jean Pierre Trempe (eds.), «Nuevas
líneas en Sexología clínica», Revista Española de Sexología 57-58, Madrid, 1993.

17 «La sexualidad es un valor y de ese valor se derivan otros. Lo único que


necesitan los sujetos es ver eso claro y dotarse de recursos para aclararse más o
confundirse menos», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 218.

18 «La sexualidad no es un compartimiento aparte de la vida humana; es una


radiación que invade todas las relaciones humanas y que asume una intensidad
particular en determinados puntos. A la inversa, podríamos decir que la sexualidad es
un modo o grado especial del coito total del hombre y la naturaleza. Su goce es un
anuncio del goce, de ordinario reprimido, que es intrínseco a la propia vida, a nuestra
fundamental pero normalmente no verificada identidad con el mundo», Alan Watts,
Naturaleza, hombre y mujer, Barcelona, Kairós, 1996, pág. 201.

20 «La episteme de Eros ha sido, desde la cuna de la civilización occidental, la


greco-latina, el campo semántico en torno al cual han sido agrupados los deseos y
placeres propios de los sexos, fuera cual fuera su forma de expresión», Efigenio
Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999,
pág. 119.

al «La sexualidad sólo es vivible a través de signos y de símbolos. Y la lectura o


inteligencia de los mismos sólo es perceptible mediante claves hermenéuticas: se trata
del lenguaje o de los lenguajes del cuerpo como lugar en el que ésta puede decir su
sentido con la palabra del gesto, es decir con los órganos vividos por el sujeto de los
mismos», Efigenio Amezúa, «Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra cara
del sexo», Revista Española de Sexología 49-50, Madrid, 1991, pág. 150.

23 «Lo erótico tiene razones que la razón ignora», Nancy Friday, Sexo: varón,
Barcelona, Argos Vergara, 1981.

24 «Muchos elementos de nuestra estructura sexual son la traducción necesaria de


la naturaleza del deseo; en particular, la erección del pene y del clítoris no es, en
efecto, sino la afirmación de la carne por la carne. Es, pues, absolutamente necesario
que no se produzca voluntariamente, o sea, que no podamos usar de ella como un
instrumento, sino que se trate, por el contrario, de un fenómeno biológico y autónomo
cuya expansión autónoma e involuntaria acompaña y significa el hundimiento de la

265
conciencia en el cuerpo», Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993,
pág. 421.

22 «Hay cierto deseo fundamental y originario en el ser humano, y que ese deseo
incumbe lo mismo a la unión física que al hecho de compartir la existencia. Tesis que
tiene esta doble consecuencia: que la extrema vivacidad del deseo no caracteriza
únicamente al movimiento que empuja a la unión de los sexos, sino también al que
tiende a compartir las vidas», Michel Foucault, Historia de la sexualidad, Libro 3. La
inquietud de sí, Madrid, Siglo XXI, 1987, págs. 141-42.

X25 «Fascinación producida por las mutuas diferencias que no pueden ser sino
carencias percibidas como colmables con el otro, por ello mismo objeto de deseo. Es
el reino del otro - absolutamente otro - el que constituye a éste en objeto y por lo
tanto atractivo y misterioso hasta el punto de desencadenar el ímpetu que lleva a
traspasar el límite de su frontera, por ello mismo intrigante», Efigenio Amezúa,
«Sexología: Cuestiones de fondo y forma. La otra cara del sexo», Revista Española
de Sexología 49-50, Madrid, 1991, pág. 153. Y prosigue: «El otro, objeto de deseo -
en el sentido lacaniano - se constituye en el hechizo de lo colmable en una ilusión sin
fin. Él cree que ella le colmará, y viceversa. En este juego se produce el deseo que a
su vez genera los dispositivos de la seducción», loc. cit., pág. 154.

26 «No es que los problemas sexuales sean mayores o menores. Es que la gran
parte de dicha problemática ha sido conceptualizada como tal, sin tener en cuenta el
carácter mismo del hecho sexual como creador de variedad y diversidad o dicho en
otros términos como generador de la misma», Efigenio Amezúa, loc. cit., págs. 126-
127.

27 «Una educación de la libido y del deseo es imposible sin una educación de la


simbólica y de la cultura. Dicho de un modo más simple: La educación de la
sexualidad está en proporción directa con la educación de la sociedad», Efigenio
Amezúa, Amor, Sexo y Ternura, Madrid, Adra, 1976.

28 Efigenio Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96,


Madrid, 1999.

29 «El hombre es una totalidad y no una colección, y, en consecuencia, se expresa


por entero en la más insignificante y superficial de sus conductas; en otras palabras,
no hay un gusto, ni un tic, ni acto humano alguno que no sea revelador», Jean-Paul
Sartre, El ser y la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 591.

30 «Convendría no olvidar que la fruición de los deleites se sitúa tras todos sus
pliegues: las sensaciones, las excitaciones y los orgasmos y no más en unos que en
otros, sino en cada uno de ellos y de diversas maneras. Eros, la erótica, puede
encontrarse por doquier», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 72.

266
si «Para Marcuse, la "tiranía genital" encuentra su explicación en una estrategia de
desexualización del cuerpo que tiene como finalidad la destrucción de sus
capacidades de buscar y sentir placer. La concentración de la libido en la zona genital
se hallaría, pues, en relación con el principio de ejecución», Alicia H.Puleo,
Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, págs. 110-111.

32 «Los sexos no pueden explicarse sólo desde su finalidad reproductora - ni


siquiera desde la del placer - sino desde y para la configuración de los sujetos. A
partir de ahí el fenómeno sexual no corresponde ya prioritariamente a lo que los
sujetos hacen para reproducirse según las leyes de la especie, ni para obtener placer
con sus genitalia, sino al proceso mediante el cual éstos se hacen sujetos sexuados, o
sea sujetos de uno u otro sexo», Efigenio Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista
Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

2 «La identidad sexual forma una parte nuclear de la narrativa del ego», Anthony
Giddens, La transformación de la intimidad, Madrid, Cátedra, 1998, pág. 77.

1 Asimismo: «conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad


que los caracterizan frente a los demás// Cualidad de idéntico», Diccionario de la
Real Academia Española de la Lengua, XXII edición, 2001.

3 Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista Española de Sexología
99-100, Madrid, 2000, pág. 194.

4 «No es tarea simple hacerse hoy hombre o mujer. Lo que parecía evidente se ha
convertido en una carrera de obstáculos. Ser hoy hombre o mujer - qué hombre y qué
mujer - que aparentemente no era un problema, hoy sí lo es: hacerse una identidad
sexual es un proyecto importante», Efigenio Amezúa, loc. cit., pág. 191.

6 «En efecto, es por el sexo, punto imaginario fijado por el dispositivo de


sexualidad, por lo que cada cual debe pasar para acceder a su propia inteligibilidad
(puesto que es a la vez el elemento encubierto y el principio productor de sentido), a
la totalidad de su cuerpo (puesto que es una parte real y amenazada de ese cuerpo y
constituye simbólicamente el todo), a su identidad (puesto que une a la fuerza de una
pulsión la singularidad de una historia)», Michel Foucault, Historia de la sexualidad,
Libro 1. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1987, pág. 189.

7 «Así pues, mis supuestos "pensamientos individuales" presentan, al menos,


cuatro facetas, cuatro aspectos: intencional, conductual, cultural y social. Y usted
puede dar vueltas como quiera a este círculo: el sistema social influye en la visión
cultural del mundo, que impone los límites a los pensamientos individuales que usted
pueda tener, los cuales, a su vez, tendrán sus propios correlatos en la fisiología
cerebral. El hecho es que todos son mutuamente determinantes, todos son causa y, a
su vez, efecto de los otros tres», Ken Wilber, Breve historia de todas las cosas,
Barcelona, Kairós, 2000, págs. 120-121.

267
s «La identidad sexual, o sea la de cada sexo, no es ni biológica, ni psicológica, ni
social. Es fundamentalmente biográfica - diríamos más: existencial - que es como se
nos revela en la observación por ser así como se elabora. Y lo central de ella no son
sus elementos o aspectos sino su hilo conductor: su argumento. Lo principal es lo
principal y el resto es secundario», Efigenio Amezúa, loc. cit., pág. 195.

«En la vida social moderna la identidad personal, incluida la sexual, es un logro


reflexivo», Anthony Giddens, La transformación de la intimidad, Madrid, Cátedra,
1998, pág. 136.

9 «Uno no puede percibirse como uno sin el otro; que la realidad de los sexos hace
a los individuos relativos y relacionales; que no puede entenderse un sujeto sino en
relación; y que esta cualidad es ontogenética, o sea imprescindible para la
configuración misma de los sujetos humanos como tales», Efigenio Amezúa, «Teoría
de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

12 «Hace algunas décadas, Jung sugirió - investigaciones posteriores confirman su


teoría - que los hombres y mujeres creativos, por lo general, exhiben un nivel muy
superior de integración de lo masculino y lo femenino dentro de sus personalidades,
comparados con las personas comunes y corrientes; se muestran menos dispuestos a
rechazar los aspectos del sí-mismo que no se adecúan a los estereotipos culturales de
su rol sexual; son más abiertos a la totalidad de su ser interior», Nathaniel Branden,
El respeto hacia uno mismo, Barcelona, Paidós, 1993, pág. 212.

10 «La experiencia de un ser humano es el conjunto de cosas que hace, las cuales
incorporan al cuerpo un modo de ser. En gran medida, lo que un individuo hace, su
comportamiento, está determinado por el universo de prácticas imperante en la
sociedad en la que viene al mundo», Alessandra Bocchetti, Lo que quiere una mujer,
Madrid, Cátedra, 1999, pág. 18.

ii «La masculinidad y la feminidad como modos de hacerse y de sentirse, de


vivenciarse - de experimentarse - hombre o mujer se han convertido en problema por
reacción frente a antiguos modelos o por el contrario - identificaciones con ellos»,
Efigenio Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96,
Madrid, 1999.

13 «Toda persona se ve en la constante obligación de demostrar que es hombre o


mujer, de acuerdo con las características asignadas al papel masculino y femenino»,
Kate Millett, Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995, pág. 407.

14 «La identidad masculina se asocia al hecho de poseer, tomar, penetrar, dominar


y afirmarse, usando la fuerza si es necesario. La identidad femenina, por su parte, se
identifica con el ser poseído, dócil, pasivo, dado al sometimiento. "Normalidad" e
identidad sexuales se inscriben en el contexto de la dominación de la mujer por el
hombre», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid, Alianza Editorial,

268
1993, pág. 123.

i «Hay elementos sexuantes que contribuyen a que un sujeto se sexúe de uno u


otro modo, es decir, se configure según uno u otro de los sexos de referencia. El sexo
de los sujetos no es dado ni definido de una vez por todas mediante los genes o las
hormonas o los patrones sociales. Se hace y se construye, como el sujeto mismo, a
través de un desarrollo y una evolución ontogenética y filogenética», Efigenio
Amezúa, «Teoría de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

2 «Actualmente se acepta que las hormonas sexuales ejercen efectos activadores y


organizadores sobre el cerebro», J.Botella Llusiá y A.Fernández de Molina (eds.), La
evolución de la sexualidad y los estados intersexuales, Madrid, Díaz de Santos, 1998.

s «Los hombres y mujeres son inconscientes de los niveles superiores o


potenciales que están a su disposición por encima de su propio nivel de desarrollo
actual», Plotino, citado por Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, vol. 1, libro 2,
Madrid, Gala, 1997, pág. 30.

a «Originados en la conciencia mítica, los conceptos de masculino y femenino,


hombre y mujer, viajan casi intactos a través del tiempo y de los distintos
movimientos filosóficos que los emplean una y otra vez sin revisarlos», Alicia
H.Puleo, Dialéctica de la sexualidad, Madrid, Cátedra, 1992, pág. 3.

6 «La relación amorosa es la pasión de la constitución de sí mismo por el otro, la


relación fundadora de la identidad», Cristina Peña-Marín en Fernando Savater (ed.),
Filosofía y sexualidad, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 138.

s «Así, como señala Merleu-Ponty, el organismo simultáneamente inicia y es


moldeado por el entorno. Merleu-Ponty reconoce claramente que debemos ver el
organismo y el entorno entrelazados en una especificación y selección recíprocas»,
Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Madrid, Gala, 1998,
pág. 405.

«Nadie sabe realmente lo que siente otro: cualquiera puede creer que tiene
sentimientos de mujer o de hombre, pero en realidad tal vez sean simplemente
sentimientos que sólo le pertenecen a sí mismo», Jan Morris, El enigma, Barcelona,
Grijalbo, 1976.

8 «Un hombre nace con un modo humano de conducta y no con el de un


hipopótamo o con ninguno. De su conducta característica también forma parte su
fenomenología psíquica, que es diferente de la de un pájaro o de la de un cuadrúpedo.
Los arquetipos son formas típicas de conducta que, cuando llegan a ser conscientes,
se manifiestan como representaciones, al igual que todo lo que llega a ser contenido
de conciencia», Carl G.Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, Paidós,
1997, pág. 173.

269
9 Ken Wilber, Sexo, ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Madrid, Gala,
1998, pág. 252.

io Alexander Lowen, La experiencia del placer, Barcelona, Paidós, 1994, pág. 164.

11 «La sociedad industrial ha empeorado la situación, alejando a los padres de sus


hijos. Por tanto, los hombres han dejado de hacer hombres. Unos padres
fantasmagóricos y más o menos "simbólicos" constituyen el triste modelo que les
sirve de identificación», Elizabeth Badinter, XY. La identidad masculina, Madrid,
Alianza Editorial, 1993, pág. 151.

13 Daniel Goleman, Inteligencia emocional, Barcelona, Kairós, 1997, pág. 351.

12 Por ejemplo, en el síndrome de deficiencia de 5-alfa-reductasa se produce en la


pubertad un cambio del sexo fenotípico femenino al masculino. Según Simón Le
Vay, «la exposición prenatal del cerebro a la testosterona, unida a los fenómenos
normales de activación de la pubertad masculina, anula cualquier efecto de la
educación en la determinación de la identidad de género adulto», Simon Le Vay, El
cerebro sexual, Madrid, Alianza Editorial, 1995.

14 «La tendencia a seguir vinculado a la persona maternizante y sus equivalentes -


la sangre, la familia, la tribu - es inherente a todos los hombres y mujeres. Está
constantemente en pugna con la tendencia opuesta - nacer, progresar, crecer», Erich
Fromm, El corazón del hombre, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1993, pág.
124.

15 «El individuo que en este estadio ya no puede confiar en los roles dados por la
sociedad para establecer su identidad, es devuelto a sus propios recursos internos.
¿Quién soy yo?", se convierte, por vez primera, en una pregunta cáustica y las
necesidades de autoestima emergen de las necesidades de pertenencia, o un yo
"concienciado" emerge de una estructura "conformista"», Ken Wilber, Sexo,
ecología, espiritualidad, Volumen I, libro 1, Madrid, Gala, 1998, págs. 265-66.

16 «Mucho de lo que hacemos en nuestra edad adulta se funda en la absorción


imitativa durante los años de nuestra infancia. A veces, lo único que hacemos es
someternos a una serie de impresiones puramente imitativas, profundamente
arraigadas en nosotros y "olvidadas" desde hace largo tiempo», Desmond Morris, El
mono desnudo, Barcelona, Plaza &Janés, 1967, pág. 84.

17 «Las mujeres se construyen como tales mujeres en interacción con los hombres
y viceversa. La clave de las identidades, sabemos, reside en las relaciones. Nadie se
hace sexuado ni se vive ni expresa como sexuado solo. La tesis sexuante nos dice que
el otro más otro de todos los otros es el otro del otro sexo. La interacción entre los
sexos gobierna y modela la vida de los sujetos mediante las atracciones y deseos y
mediante los encuentros o desencuentros. El sujeto no busca sexo, como se ha dicho.

270
Busca al otro sexuado», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los sexos», Revista
Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, págs. 196-197.

2 «En verdad, en última instancia, es la singularidad irreemplazable de los seres la


que cuenta», Sylviane Agacinski, Política de sexos, Madrid, Taurus, 1998, pág. 29.

«Lo mismo que sucede con los derechos que son individuales, aunque pueden ser
favorecidos colectivamente, la condición sexuada, es decir, de hombres y mujeres,
puede ser igualmente contemplada como sexual, pero sólo podrá ser entendida en su
raíz desde los propios sujetos individuales», Efigenio Amezúa, «El ars amandi de los
sexos», Revista Española de Sexología 99-100, Madrid, 2000, pág. 152. Y añade:
«No podemos hablar del sexo sino de los sujetos sexuados y como tales sujetos
sexuados. Puesto que, a efectos de lo que planteamos, tan impensable es un sujeto
humano no sexuado como el sexo convertido en sujeto substantivado. La condición
humana no cuenta con ello. Y el pensamiento tampoco», Efigenio Amezúa, «Teoría
de los sexos», Revista Española de Sexología 95-96, Madrid, 1999.

4 Cabe mencionar, que «se abstrae cuando se piensa como aislado aquello que no
está hecho para existir aisladamente», M.Laporte citado en Jean-Paul Sartre, El ser y
la nada, Barcelona, Altaya, 1993, pág. 39.

s «Así, el reino de los conceptos adquiere no sólo una vida propia independiente,
sino una vida más real y más esencial que la de la naturaleza no verbal. Las ideas no
representan a la naturaleza, sino que la naturaleza representa a las ideas con la
indumentaria entorpecedora del paño material. De aquí que lo que es imposible e
inimaginable en la naturaleza sea posible en idea, como lo positivo puede separarse
permanentemente de su polaridad con lo negativo y la alegría de su interdependencia
con la tristeza. En una palabra, la posibilidad puramente verbal se considera como
una realidad mayor que la posibilidad física», Alan Watts, Naturaleza, hombre y
mujer, Barcelona, Kairós, 1996, págs. 45-46.

«En la cultura occidental contemporánea esta polaridad ha abierto el camino a una


referencia casi exclusiva a las cualidades abstractas de las cosas y de las personas, y
al olvido de nuestra relación con su concreción y singularidad. En vez de formar
conceptos abstractos cuando es necesario y útil, todo, incluso nosotros mismos, está
siendo abstraído; la realidad concreta de las cosas y las personas que podemos
relacionar con la realidad de nuestra propia persona es sustituida por abstracciones,
por fantasmas que encarnan cantidades diferentes, pero no cualidades diferentes»,
Erich Fromm, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1992, págs. 99-100.

7 Erich Fromm, La patología de la normalidad, Barcelona, Paidós 1994, pág. 49.

8 Citado por Erich Fromm, Lo inconsciente social, Barcelona, Paidós, 1992, pág.

271
103.

272
Índice
AGRADECIMIENTOS 8
INTRODUCCIÓN 9
CAPÍTULO 1.-EL «DEMONIO» SEXUAL 12
1.2. Cuerpo versus alma o paradigma dualista del ser humano 14
1.3. Bueno versus malo. Moral y sexualidad 17
1.4. La represión sexual 19
1.5. Visión no-dual del ser humano 24
CAPÍTULO 2.-SEXO VERSUS GÉNERO 26
2.2. Discusión 30
CAPÍTULO 3.-CRIMINALIZACIÓN Y PATOLOGIZACIÓN
33
DEL SEXO
3.2. Criminalización del sexo 37
3.3. Patologización del sexo 41
CAPÍTULO 4.-BANALIZACIÓN DEL SEXO 45
4.2. El sexo como artículo de consumo 48
CAPÍTULO 5.-EL SER HUMANO «ENAJENADO» 51
5.2. Habitando en la estratosfera 55
5.3. El ser humano cosificado y autómata 58
5.4. Ser versus tener 61
CAPÍTULO 6.-VISIONES DEL MUNDO, SU EVOLUCIÓN Y
64
PERPETUACIÓN
6.2. Su evolución 69
6.3. Distintos tipos de visiones del mundo 71
6.4. Su perpetuación 78
CAPÍTULO 7.-DIFERENCIA DE LOS SEXOS 83
7.2. Visión patriarcal del mundo 88
CAPÍTULO 8.-Lo SIMBÓLICO 93
8.2. La diferencia de los sexos en lo simbólico 97
8.3. Lo simbólico y la condición sexual humana 100
CAPÍTULO 9.-EL LENGUAJE Y LA REPRESENTACIÓN DE
104
LA REALIDAD

273
9.2. La diferencia de los sexos en el lenguaje 110
9.3. El lenguaje y la condición sexual humana 113
CAPÍTULO 10.-CONSTRUCCIÓN SEXUAL DE LA
118
REALIDAD
10.2. Sociedad y cultura patriarcal 123
10.3. La moral sexual cultural 126
10.4. El poder y la represión sexual 131
10.5. La construcción sexual de la realidad y la condición sexual
136
humana
CAPÍTULO 11.-UN POCO DE HISTORIA 144
11.2. El transcurrir del paradigma antiguo de sexo único 147
11.3. El paradigma moderno de dos sexos 154
CAPÍTULO 12.-EL HECHO SEXUAL HUMANO 161
12.2. Sexuación 165
12.3. Sexualidad 168
12.4. Erótica 170
12.5. Amatoria 175
CAPÍTULO 13.-LA IDENTIDAD SEXUAL 178
13.2. Las dos identidades sexuales 182
CAPÍTULO 14.-CÓMO SE FORMA LA IDENTIDAD
188
SEXUAL
14.2. Etapas formativas de la identidad sexual 194
14.2.2. En la adolescencia 204
14.2.3. En la edad adulta 207
CAPÍTULO 15.-LO ABSTRACTO Y LO CONCRETO 214

274

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