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EL POEMA DEL MÍO CID

He tenido suerte con el Mío Cid Rodrigo (O Ruy) Díaz de Vivar, pues fue uno de los
primeros libros que leí. La sencilla y fiel versión de Ricardo Baeza fue el vehículo, y
me familiarizó incluso con la semibárbara rima asonante del original, aún en prosa.
Después lo releí en otras versiones más fieles, como las de Pedro Salinas (en verso,
hoy mi preferida), y la de Menéndez Pidal. Además he gozado de la oportunidad de
leer el poema en su castellano original en la edición de Alianza Editorial, a cargo de
José de Bustos Tovar, que a pocos no filólogos les es dada, y que cayó en mis manos
por pura casualidad. Esta lectura fue complicada y difícil de culminar, pues es
imprescindible la constante referencia a los estudios y versiones. Debo reconocer que
me dio trabajo, aunque lo asumí por la razón más simple de todas, porque me gusta
pues. Otros lectores no necesitan seguir este ejemplo, por suerte. El Poema del Mío Cid
es un Cantar de Gesta de la Edad Media, producto del duro y secular enfrentamiento
entre los sarracenos del califato de Córdova y los reinos de Taifas contra los reinos
cristianos en el norte de España, resistentes a la invasión árabe. Narra las peripecias del
destierro del Mío Cid (Mi Señor en árabe), “el que en buen hora nació”, “el que en
buen hora ciñó espada”, “tan buen vasallo, si tuviera buen señor”, que se busca la vida
en los dominios de los árabes de España, combatiendo contra ellos con su banda de
fieles compañeros, llegando a apoderarse de Valencia. Su creciente prestigio y sus
caballerescas virtudes de lealtad y coraje determinan que a pocos se amiste con su Rey,
que sus hijas Doña Elvira y Doña Sol logren ventajosos matrimonios, y que incluso
cuando son repudiadas por los cobardes Infantes de Carrión, se le otorgue la
posibilidad de derrotar a sus enemigos de la propia Corte castellana por virtud del coraje
de sus caballeros. No presenta xenofobia anti-árabe en ninguna parte, reflejando más
bien la convivencia de amigos / enemigos entre diferentes grupos culturales. Presenta lo
que podríamos llamar una lucha leal entre valientes adversarios que se rompen la crisma
entre ellos, y luego se rinden homenaje los unos a los otros. Esto era común en Cantares
de Gesta como el Cantar de Roldán y el Oro de los Nibelungos, e incluso en el más
temprano Poema de Beowulf, aunque las diferencias son también patentes. El realismo
del Poema del Cid es casi contemporáneo, no vemos en él los Cien mil guerreros
musulmanes enfilados contra Roldán, o los veinte mil guerreros que mueren en un
salón enfrentando a tres héroes en los Nibelungos. El Cid es un héroe, pero
parafraseando a Cervantes cuando se burla de las novelas de caballería hablando del
Tirante El Blanco, es un héroe que come, duerme, muere y hace testamento como buen
cristiano. No hay magias ni hechicerías ni fantasías ni nada más que coraje y valor, lo
que lo diferencia de los pases mágicos que tanto abundan en las literaturas del norte de
Europa. El Cid es un hombre en toda la española extensión de la palabra, rodeado de
simpáticos héroes menores, como el tartamudo Pero Bermúdez y el astuto Martín
Antolínez, burgalés de pro. Es jefe de mesnadas, comandante de huestes, a los que
puede decir: “Más vale que les ganemos, que ellos nos quiten el pan”. Salvando las
distancias, mismo grupo de barrio.

Como con la Odisea, el Poema del Cid ha sido referido hasta el extremo, nada mal para
sus 800 años de edad. Como la Odisea, pasa la prueba del tiempo, aunque limitada al
mundo cultural en español y otras romances. Los hechos del Cid impresionan a los
poetas castellanos y de otras latitudes, en especial los franceses.

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