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Wild Cat

Gato Salvaje
Christine Feehan
Saga Leopardos 8

Bookeater
Wild Cat

Bookeater
Wild Cat

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maravilloso. Busque más información en fanconvention.net.

Bookeater
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EXPRESIONES DE GRATITUD

Como en cualquier libro, hay muchas personas a quienes agradecer. En


este caso, los sospechosos habituales: Domini, por su investigación y
ayuda; mi grupo de horas de apoyo, que siempre se aseguran de que
este despierta desde el amanecer trabajando; y por supuesto a Brian
Feehan, a quien puedo llamar en cualquier momento y con una lluvia
de ideas, así no pierdo ni una sola hora.

Un agradecimiento especial a Irma Camargo por mis caricias


españolas. Si hay algo malo, eso es totalmente culpa mía. Por las
recetas de salsas, gracias a Irma Camargo (por encima de la madre de
Irma), por su ayuda, y de nuevo, espero haberlas hecho correctamente.

Bookeater
Wild Cat

UNA NOTA ESPECIAL

Cuando yo era una niña pequeña, mi madre me contaba historias de


cuando ella era joven y se casó con mi padre. Cuando se casó con él
nunca había cocinado o sabia como manejar un bebé. Un día mientras
él estaba trabajando, quería darle una sorpresa con una de sus comidas
favoritas. Ella se quemó las manos haciendo el chile y cuando él volvió
a casa, estaba muy molesto con ella, porque cuidaba mucho de ella. Yo
siempre había querido volver a contar esa historia porque me gustó
mucho. Irma Camargo (la madre), permitió, que me proporcionaran las
recetas para que Elías cuidara muy bien de Siena.

Bookeater
Wild Cat

SINOPSIS

Una simple solicitud a Siena Arnotto: entregar un regalo a un amigo de


su abuelo. Una mirada a Elías Lospostos, a su cuerpo duro y desnudo
hasta la cintura, y Siena sucumbe a la felina agitación que nunca sintió
antes, y a las demandas temerarias y placenteras de Elías. Pero cuando
ese momento impulsivo y palpitante termina en el asesinato de un
intruso inesperado, Elías acusa a la agitada y confundida Siena de
planearlo.

Entonces Siena descubre la verdad de su herencia leopardo, de los


secretos en el círculo íntimo de su abuelo, y del siniestro plan de
venganza que la ha puesto en peligro.

Cuando se asesina el abuelo de Siena, se da cuenta de que el único


hombre en el que puede confiar es Elías. Ahora cuando su leopardo se
eleva desde adentro, Siena y Elías comparten no sólo un instinto
animal de supervivencia, sino un deseo tan crudo y salvaje que puede
ser el único que puede salvarlos.

Bookeater
Wild Cat

Nuestra maga de la traducción Julieta Echeverri porque sin importar


cuan ocupada este siempre saca el tiempo para traernos las historias
que amamos. Por convencerme de seguir intentándolo con algunas
historias y autoras y sobre todo por su amistad incondicional.

A ustedes nuestras queridas seguidoras quienes cada día con sus


comentarios y apoyo nos ayudan a seguir…

xoxoxox

Bookeater

Bookeater
Wild Cat

Esta es una traducción sin ánimo de lucro, hecha


únicamente con el objetivo de poder tener en
nuestro idioma las historias que amamos….

Si tienes la oportunidad de adquirir uno de los


libros de esta autora te animamos a hacerlo...

Bookeater
Wild Cat
1

— Siena, bella, ven a ver a tu viejo nonno por un minuto.


1

Siena, obediente, dejó caer las llaves del coche sobre la mesa y entró corriendo en la
sala de estar preferida de su abuelo. La habitación era acogedora y siempre estaba
un poco demasiado caliente. Como regla, eso no le molestaba, pero por alguna
razón, últimamente, su cuerpo parecía recalentado. Estaba inquieta, nerviosa y
caliente. Muy caliente. Su piel le dolía, se sentía demasiado apretada, se extendía
por encima de su marco. Incluso su mandíbula dolía, sus pechos se sentían
hinchados y adoloridos, y por primera vez en su vida, quemaba entre sus piernas.
Como loco. Era horrible.

La condición parecía ir y venir a su antojo, sin razón aparente. Se había iniciado un


par de semanas antes y estaba volviéndose significativamente peor. Estaba
agradecida de que ella sola se hubiera ganado su titulo en ciencia en enología 2 y de
haber vuelto a casa, a pesar de que estar en la misma habitación con su amado
abuelo cuando su cuerpo estaba en llamas era decididamente incómodo.

Tenía que salir de la casa, inmediatamente. En los últimos tiempos, la condición


había empeorado tanto que estaba pensando seriamente en visitar una tienda para
adultos y conseguir por sí misma un juguete. Uno muy bueno. UH.

Ella nunca había mirado a un hombre así. Bueno, eso no era del todo la verdad.
Una vez había visto a Elías Lospostos cuando tenía quince años. Se sentaron uno
frente al otro en una cena cuando había venido a la casa desde el internado. Era
por lo menos ocho años mayor que ella. Tal vez diez. No le había importado.

En el momento en que había puesto los ojos en él, algo salvaje se desplegó dentro
de ella. Apenas había sido capaz de mantener los ojos fuera de él. Era el hombre

1
Abuelo
2
ciencia, técnica y arte de producir vino

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más hermoso que jamás había visto. Nunca. Y su abuelo empleaba una gran
cantidad de hombres.

Ella trató duramente de no mirarlo, pero a veces había sentido su mirada en ella, y
cada vez que había alzado la vista, sus ojos estaban mirándola. No había ningún
error. Él sonrió. Ella no lo hizo. Se sonrojó. Una reacción horrible. Había tratado de
entablar una conversación con ella y ella había tartamudeado. Se sonrojó más.
Había sido horrible. Ella era inteligente. Brillante. Ya estaba haciendo cursos en la
universidad. Y no podía decir una sola palabra inteligente para él. Incluso el
recuerdo de ello la avergonzó.

— ¿Qué es, Nonno? — Preguntó, inclinándose para colocar un beso a lo largo de su


mandíbula. Ella le revolvió el pelo. Él todavía tenía una melena salvaje. Toda plata,
pero gruesa como la piel de un gato. Sus ojos, de un chocolate oscuro, estaban
descoloridos, pero todavía agudos. — Me voy al gimnasio. ― Debido a que ella
realmente necesitaba hacer ejercicio duro. Llevarse a sí misma hasta el punto del
agotamiento, por lo que en realidad podría dormir un poco. Estaba desesperada
por dormir.

― Necesito un favor, bella, uno pequeño para un hombre viejo, ¿eh? ― Le


convenció.

Como si alguna vez en su vida se hubiera negado cuando le pedía hacer algo. Ella
estaba rara vez en la casa. Había estado en un internado la mayor parte de su vida
y luego en la universidad, pero apreciaba las veces que estaba en casa con él. Él era
su único pariente vivo. Eran sólo Abuelo Antonio y su nieta. Los dos.

― ¿Qué sería eso, Nonno? ― Preguntó, tratando de sonar severa. Ella sabía que
falló cuando las líneas de expresión alrededor de sus ojos se arrugaron. Se sentó en
el brazo de la silla y revolvió todo el pelo de plata de nuevo.

― Quiero que lleves una botella de mi mejor reserva a un amigo. Su cumpleaños


fue la semana pasada y se me olvidó enviarle un regalo. Mi bella nieta
entregándolo personalmente va a compensar este error, ¿no?

Bookeater
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Ella rió. ― Parece que tienes un montón de amigos de los que te olvidaste de sus
cumpleaños y aniversarios, hasta que tu nieta llega a casa.

Él se encogió de hombros. ― No estoy haciéndome más joven, Siena, y podrías


empezar a pensar sobre el matrimonio y los bebés. Ahora que lo pienso, Elías no
está casado, y él tampoco está haciéndose más joven. Tiene bastante buen aspecto.
― Le guiñó un ojo.

Ella se mordió el labio inferior para tratar de evitar sonrojarse. Sólo la mera
mención del nombre de Elías, hizo golpear su corazón y su estómago brincar en
un salto mortal lento. Era bien parecido. Caliente. Maravilloso. Y de alguna manera
estaba fuera de su alcance. Aunque no iba a decirle eso a su abuelo.

― Deja de ser un casamentero. Obtendrás tus bebés a su debido tiempo, lo


prometo. ― Tal vez antes de lo que quisiera, si su cuerpo no detenía la crisis
frenética de sexo, que ahora quería incluir en su rutina.

Se había fijado en el guardaespaldas de su abuelo. Era un solo hombre, Paolo, el


hombre con el que su abuelo soñaba con que se casase. Paolo la miraba todo el
tiempo. Siempre lo hacía. Su mirada quemaba a través de ella. Él era guapo y
siempre era muy amable con ella, pero sabía que era un perro de caza. Pasaba por
las mujeres, y lo que decían, no era muy agradable sobre él. Había oído rumores de
algunas de las criadas y del cocinero, que gobernaba a sus mujeres con mano de
hierro. Ella no estaba enganchándose con él, a pesar de que sabía que él estaba más
que dispuesto.

― No me estoy haciendo más joven, ― repitió, dándole golpecitos en la mano. ―


Sé una buena chica y entrega el vino por mí. Da a Elías mis mejores deseos. Dile
que no sea tan chocante y que venga de vez en cuando a pasar un tiempo y ver un
hombre viejo.

― Lo hare, Nonnino, ― murmuró y besó la parte superior de la cabeza.

El pelo en la parte posterior de su cuello se puso de pie y se le anudó en el


estómago. Sabía sin girar la cabeza que Paolo Riso había entrado en la habitación.
Era todo músculo y fluida gracia cordada, y para ser un hombre tan grande, se
movía en completo silencio.

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Ella sabía que era muy inteligente, y su abuelo dependía en gran medida de él.
Siempre se había llevado bien con él, incluso le gustaba cuando era más joven, pero
los últimos años que había visitado su casa, él la hacía sentir muy incómoda.

Volvió la cabeza y forzó una sonrisa. Sus ojos estaban puestos en ella. Relucientes.
Al acecho. Encapuchados. Llenos de secretos. Secretos de los que estaba segura
hacia parte - ninguno de ellos bueno. Estaba muy cerca del abuelo, y su abuelo lo
trataba como un hijo. Ella quería amarlo sólo por eso, pero en cambio, cada vez
que regresaba a su casa, se encontraba cada vez más incómoda alrededor de él.

No es como si el segundo hombre a cargo de su abuelo. Alonzo Massi no hiciera


que todo su cuerpo se tensara, sentía escalofríos incluso, con repulsión. El cuerpo
del hombre era enorme, con cuerdas de músculo, y era simplemente miedoso.

Sus ojos estaban siguiéndola siempre, a su alrededor, y parecían tan fríos como una
serpiente. No estaba segura de qué tipo de trabajo realmente hacia para su abuelo,
pero estaba bastante segura de que no tenía nada que ver con la bodega.

― Hey, Paolo. ― Ella le dio una sonrisa. Era muy buena sonriendo y haciendo que
pareciera auténtica. ― ¿Cómo te va?

― Bien, Bella. ― Paolo se trasladó derecho a ella.

Obligó al aire ir a través de sus pulmones, sabiendo lo que venía. Se estaba


volviendo cada vez más audaz, y siempre delante de su abuelo radiante, que
claramente lo aprobaba. La tomó de las dos manos y tiró para ponerla de pie. La
atrajo hacia él. Se inclinó hacia abajo, y ella volvió la cara ligeramente para que sus
labios le rozaran la mejilla en vez de sus labios.

Algo que estaba muy profundo en su interior estaba fuera de control y salvaje,
saltó hacia la superficie. Ella estaba conmocionada y tiro hacia atrás, a pesar de que
Paolo no liberó sus manos. Se quedó mirándola a la cara y había especulación allí.
Sus ojos cambiaron de color, manchas amarillas se extendieron a través del marrón
oscuro hasta que casi se parecía a un gato. Totalmente centrados en ella. Sin
parpadear.

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El calor se movió a través de su cuerpo. Esto no era bueno. Ella tiró de sus manos
para conseguir que las liberara.

― Tengo que irme. Nonno me pidió que hiciera un mandado para él, y quiero ir al
gimnasio esta noche también.

Paolo frunció el ceño. Él no soltó sus manos, pero miró por encima del hombro
hacia su abuelo.

― Tal vez alguien más deba hacer el encargo, Antonio.

Había algo muy sutil en su voz. Una advertencia. ¿Una orden? Fuera lo que fuese,
no le gustó. Siena sacó con firmeza las manos de ella, sin molestarse con ser
educada. Siempre pensó que el temple infame de su abuelo le había saltado, pero
en ese momento sabía que no era así. De nerviosa e inquieta se convirtió en feroz y
formidable.

Ella se enderezó y deseó estar llevando tacones, pero podía verse altiva sin ellos y
dio a Paolo su mejor aspecto de princesa mirando a un campesino.

― Le dije a Nonno que le llevaría su regalo al Signor Lospostos y lo haré. ― Ella


sacudió la cabeza, la larga melena de pelo muy grueso volando alrededor de la
cara hasta la cintura. Inclinándose, colocó otro beso en la cabeza de su abuelo y
luego salió de la habitación con una pequeña ola. ― Addio Nonnino. Addio, Paolo,
por favor asegúrese de Nonno por mí.

Ella corrió al piso de arriba, hacia su habitación sin mirar atrás. Si iba a entregar el
vino a Elías Lospostos, posiblemente el hombre más caliente en el universo,
entonces iba a tener un poco de cuidado con su apariencia. Metió rápidamente su
ropa de gimnasia en una bolsa y se cambió. Ella no quería verse como si se hubiera
arreglado para él. Era probable que no se diera cuenta de ella, pero aún así, iba a
quedar bien.

Siena sabía que era bonita. Se miró en el espejo, y lo sabía. Tenía una gran piel.
Perfecta piel. Piel italiana. Sus ojos eran inusuales. Muy grandes, con forma de un
gato, por lo que parecía exótica a la gente. Eran verdes. No de cualquier verde; un
profundo y brillante verde puro, y tenía unas exuberantes y muy gruesas, pestañas
negras. Fue bendecida con esos ojos.

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Ella tenía el pelo más molesto en el mundo, incluso a pesar de que tenía que
admitir que era hermoso.

Simplemente tenía demasiado de él. Crecía y crecía y nunca parecía detenerse.


Había intentado cortarla, pero parecía que al hacerlo crecía más rápido y más
denso que nunca, por lo que se dio por vencida y simplemente le dejó de ese modo
anticuado. Era grueso, rico, lujoso, su cabello caía bien más allá de su cintura en
ondas. Era imposible de domesticar, por lo que en su mayoría lo llevaba cuando
estaba en casa, recogido en una coleta o trenza.

En la escuela, por supuesto, tenía que parecer un poco más sofisticada, por lo que
utilizaba peinados de salón de intrincadas trenzas hiladas en todo tipo de nudos
preciosos.

Su nariz era recta, los pómulos altos y su boca un poco demasiado generosa, pero
tenía dientes rectos sin tener que ir al ortodoncista. Era baja. Ya no había nada que
hacer alrededor de eso. Había tratado de ganar unos pulgadas colgando boca abajo
en los arboles cuando era una niña, pero no había ayudado en absoluto. Ella tenía
una cintura pequeña y una caja torácica estrecha, pero junto con la generosa boca,
las caderas y los pechos que estaban un poco en el lado generoso también. No
importaba lo mucho que se cuidara o vigilara lo que comía, tenía curvas. Curvas
exuberantes.

Ella suspiró. Había visto a Elías con modelos altas y delgadas, una vez, que salía de
una tienda de café. La mujer tenía el pelo rubio y ojos azules. Tenía el brazo
alrededor de ella y se estaban riendo juntos. Ella lo vio en la distancia, una vez que
había ido donde su abuelo cuando tenía dieciséis años, y otra a los diecinueve
años, y había tenido una modelo diferente en su brazo. Alta. Delgada. Hermosa.
Rubia. Y una vez más, unos años más tarde en una revista. Alta. Delgada.
Hermosa. Rubia. De nuevo. Tenía un tipo y no eran del tipo de ella. Era baja,
oscura y totalmente curvilínea. Se veía aún más joven de lo que era, y no era en
absoluto sofisticada.

Ella sabía que cuando le llevara el vino, Elías la miraría como si fuera una niña
pequeña, como siempre lo hacía. La pequeña nieta de Antonio Arnotto. Sin
embargo, estaba determinada a verse mejor.

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Eligió unos suaves pantalones vaqueros morados y una camiseta que era de color
verde pálido con correas satinadas que se desvanecían. La camisola hacía hincapié
en su pequeña caja torácica y la cintura estrecha. El color se veía muy bien contra
su piel y realmente relucía sus ojos. El único problema real eran los zapatos.
Llevaba tacones todo el tiempo. Ella vaciló, mirando a un par de zapatos de tiras
de tacón de diseño verde, eran sus favoritos para emparejar con la camisola. Ella
no quería parecer como si estuviera tratando de ser su tipo. Aun así, necesitaba
confianza y eso se lo darían los tacones. Se encogió de hombros y les ató.

Mordiéndose el labio, se quedó mirando su pelo salvaje. ¿Cómo en el mundo iba a


dominar todo ese pelo? No había nada que hacer en tan poco tiempo. Ella barrió
todo de vuelta de la cara en una larga cola de caballo. Dejó fuera todas las joyas.

Mirándose en el espejo, practicó. ― Voy camino al gimnasio y sólo pasé para


entregarte un regalo de cumpleaños de Nonno. Siento que sea tarde, pero mi
escuela no me dejó salir hasta esta semana y a Nonno quería que te lo entreguara
personalmente... ― gimió Siena.

Eso la hizo sonar como una colegiala tonta, como cuando tenía veinticuatro años.
― Maldita sea, ― susurró, y se alejó de su imagen. Ella se veía como una colegiala
tonta. Necesitaba muchas más pulgadas y mucho menos curvas para ser del tipo
de mujeres que a Elías Lospostos le gustaban, así que realmente, ¿por qué se estaba
molestando?

Alcanzó su bolsa de gimnasio y bajó corriendo las escaleras antes de que hiciera
algo loco como cambiarse de nuevo de ropa. Se precipitó de nuevo hacia la sala de
estar donde su abuelo parecía estar ocupado más que nunca en estos días, pero se
detuvo bruscamente cuando oyó el susurro de una furiosa conversación entre su
abuelo y su primero al mando. Ellos hablaban en voz baja, pero últimamente, se
había dado cuenta de que su audiencia parecía ser muy aguda. Al mismo tiempo,
su visión le estaba molestando, por lo que veía en bandas extrañas de color. Cada
vez que eso ocurría, se sentía inquieta. Nerviosa. Con una necesidad quemando
caliente y salvaje entre sus piernas.

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Se sostuvo en el respaldo de una silla a las afueras de la sala de estar, su agarre con
tanta fuerza que sus nudillos se volvieran blancos. Tomó respiraciones largas y
profundas, tratando de recuperar cierta apariencia de control. Sus huesos le dolían.

Sus dedos se cerraron, y sintió una entidad extraña y salvaje desplegarse dentro de
ella. Su piel picaba, una terrible ola que se negó a detenerse, y juró que algo estaba
presionando sobre ella desde adentro hacia afuera, buscado escapar. Tenía miedo
de algo. Eso no tenia sentido, con hambre y en una terrible necesidad.

Ella bajó la cabeza y respiró más, desesperada por que la sensación pasara. Estaba
muy feliz de que Paolo no estuviera cerca, ya que el sonido de su voz parecía
desencadenar una reacción más profunda en ella.

― Te digo, Tonio, que esta no es una buena idea. Algo podría ir mal.

― Te preocupas demasiado, Paolo. Siempre te preocupas. Ella es joven. Hermosa.


Su mente estará en ella. No en mi obsequio. No en qué día del mes, es sobre ella.

― No sé por qué tienes tal obsesión con asegurarte de que tu venganza sea exacta.
Tú estás poniendo no sólo a Siena en peligro, sino a ti también. Si las pruebas
quedan atrás...

― Marco sabe lo que está haciendo. Siempre se preocupa, ― repitió su abuelo.

― Ella está cerca del Han Vol Dan. Lo siento. Mi otro lo siente. Ella está muy cerca.

― ¿Viste evidencia de eso?

― No hay evidencia, sólo una sensación. Ella no puede hacer esto, Tonio. Párala.
Te lo digo, algo podría ir mal. Si llega el momento, si se demora...

― Ella es una buena chica. Hará lo que se le dice y luego irá a su gimnasio donde
muchos testigos la verán allí.

Bookeater
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¿Testigos? ¿Ella estaba cerca de qué? ¿Qué significaba eso? ¿Evidencia? ¿De qué
estaban hablando?

― Tonio. ― Paolo mordió el nombre entre los dientes.

― Paolo. ― Su abuelo hizo lo mismo. ― El tema está cerrado. Ve a buscarla. Dile


que el vino está en su coche y que debe irse ahora.

Paolo juró en italiano, pero ella sabía que iba a obedecer. Todo el mundo obedecía
a su abuelo. Había construido un imperio con sus bodegas y sus sorprendentes
uvas. Tenía más dinero del que él sabía qué hacer, y había hecho buenos amigos y
muchos enemigos en el camino.

La respiración la ayudó a que su estado salvaje se calmara. Se apartó de la sala de


estar, haciendo su camino hasta el rellano en la parte superior de la escalera,
actuando como si no hubiera bajado ya.

Ella no tenía idea de por qué hacía eso, pero era instintivo. Sabía que su abuelo y
Paolo estarían muy molestos si sabían que escuchó su extraña conversación. El
conocimiento vino del tono de sus voces en su intercambio susurrado, casi como si
estuvieran involucrados en una conspiración.

― Siena. ― La voz de Paulo subió las escaleras. ― Me gustaría hablar contigo


antes de que te vayas. Tu abuelo quiere que te pongas en movimiento. Dice que no
quiere que pierdas a Elías.

Ella hizo una mueca ante esa autoridad con fuerza en su voz. Se estaba volviendo
más y más mandón con ella.

Cuando había sido una adolescente, había sido menos. Ahora, la miraba todo el
tiempo. No estaba segura de porqué. Parecía joven, por lo que podían pensar que
era todavía una adolescente.

Bookeater
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Ella sólo había cumplido los veinticuatro años, mientras que estaba ausente en la
escuela, nadie, ni siquiera a su abuelo, se había acordado de su cumpleaños, así
que ¿cómo Paolo podía esperar saberlo? Sin embargo, había estudiado la enología
y la viticultura desde hace años y tenía muchos grados, por lo que podía pensar
que Paolo la consideraría inteligente, pero él siempre le hablaba como si fuera un
niño. Por supuesto, nadie había llegado a sus graduaciones, a ninguna de ellas, así
que tal vez no lo supieran tampoco. Tal vez todos ellos, todavía pensaban que
estaba en un internado.

― Vamos, Paolo, ― ella llamó, y una vez más se apoderó de su bolsa de deporte y
comenzó su descenso. ― ¿Hizo Nonno que alguien pusiera el vino en mi coche?

Ella corrió por las escaleras de nuevo y de inmediato sintió el impacto de su


mirada como un golpe duro.

Él extendió la mano y la agarró del brazo, tirando de ella cerca de él, con los dedos
como un tornillo de banco. En el instante en que la toco, la naturaleza se desplego
en la boca del estómago. Algo peligroso y de miedo. Ella escuchó su corazón
atronando en sus oídos. Sentía la necesidad de rastrillar y desgarrarlo a él. Ella se
quedó muy quieta, respirando con dificultad.

― ¿Te cambiaste? ― Gruñó a ella. ― ¿Para ver a Lospostos, has cambiado tu ropa?

― No puedo usar mi ropa de entrenamiento en una encomienda importante para


mi abuelo, Paolo, ― ella señaló, manteniendo su voz en calmar incluso cuando ella
quería rastrillar sus uñas de las manos por la cara. ― Estas hiriéndome. Suéltame.
Vamos. ― Se quedó mirándola fijamente a los ojos. Sus ojos eran raros. De miedo.
Parecía como si fuera a matarla en cualquier momento.

― No hasta que escuches las reglas de esta visita. ― Él la sacó de la escalera, lejos
de la sala de estar, donde su abuelo veía la televisión, hacia el vestíbulo.

― Paolo. ― Su agarre le dejaría moretones y estaba bastante segura de que él lo


sabía. Se decidió por otra táctica. ― ¿Por qué te desagrado tanto? Pensé que
éramos amigos. ¿Qué he hecho para hacerte enfadar tanto conmigo? ― Se obligó a
hacer las preguntas, sobre todo porque sabía que iba a relajar su control sobre ella,
pero en parte porque realmente quería saber.

Bookeater
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Era la manera correcta de acercarse a él. Instantáneamente su agarre se aflojó y su
cara cambió. Creció más suave. ― No me desagradas, Siena. No seas tonta. Eres
adulta ahora, y sabes que tu abuelo te ha prometido a mí. No me gusta que corras
por ahí como lo haces, adonde otros hombres puedan aprovecharse de ti.

Siena no estaba segura de cómo responder. Ella sabía que su abuelo siempre estaba
prometiéndola, y no podía negar que siempre decía que cuando él se hubiera ido,
Paolo se ocuparía de ella. A veces llegaba tan lejos como para decirle que iba a
planear la boda del siglo para ellos.

― Paolo. ― Ella respiró hondo y soltó el aire. ― Nonno siempre me está


emparejamiento con alguien. Sólo hace unos minutos, me dijo que era el momento
para que Elías Lospostos se estableciera. ― Algo peligroso se movió en sus ojos y
de repente estaba asustada. ― Y yo no soy lo suficientemente mayor como para
asentarme. Todavía tengo que aprender del negocio de la bodega aquí en casa. No
estoy buscando a nadie por el momento. Sí, voy a los clubes a bailar, pero tengo
cuidado de no beber y no tener hombres cerca. Sabes que no lo hago. Uno de los
hombres de Nonno siempre me está cuidando. Sé que te informan de todo.

― Primero vas a tu casa y le das el mensaje de tu abuelo y le das el vino. No entres


con él a la casa. Es un hombre peligroso. Tu abuelo piensa que todo el mundo es su
amigo. Lospostos no lo es. Entrega el vino, habla unos minutos y sal de allí. ¿Me
entiendes?

― No creo que sea...

― ¿Me entendiste? ― Rugió él. Sus dedos se hundieron de nuevo, y él le dio una
pequeña sacudida.

Siena asintió sumisamente cuando lo único que quería hacer era darle una patada
muy duro en la espinilla y desgarrarle los ojos.

Mantuvo la cabeza hacia abajo para que no viera la rebelión en sus ojos. ― Sí,
Paolo.

Bookeater
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Él la miró un minuto más y luego la dejó ir. Siena se obligó a no frotar con el dedo
la marca en su brazo. Ella sabía que tendría magulladuras y estaba tentada a ir
adonde su abuelo y mostrarle lo que Paolo le había hecho. La única cosa era, que
estaba empezando a creer que no haría otra cosa que preguntarle, por qué se
molestaría un hombre tan bueno. Ante sus ojos, Paolo no podía equivocarse.
Cuando se había ido haciendo mayor, su querido abuelo había pasado de ser
cariñoso a vigilante también. Ella no sabía lo que estaban todos esperando, pero
cuanto más tiempo esperaba, más sentía a todo el mundo molesto.

― El vino ya está en tu coche, ― dijo Paolo. Él le cogió la barbilla con un agarre


firme. ― Ten cuidado, Siena.

Ella parpadeó rápidamente, tratando de no mostrar miedo. O ira. O cualquier otra


emoción. Se sentía como si su vida estuviera dando vuelta al revés y ni siquiera
sabía por qué. Sus ojos buscaron los de ella.

― ¿Te lastimé? ― Su voz era suave. ― Estoy preocupado por ti, y a veces los
estribos obtienen lo mejor de mí. Sé que es tu nonno y no estoy de acuerdo acerca
de algunas de las cosas que él te pide que hagas. No me gusta la idea de que
puedes estar en peligro.

― Paolo, sólo estoy entregando su vino. Él me ha pedido que lo haga cada vez que
he venido a casa en un descanso, y lo he hecho. Es lo menos que puedo hacer
después de todas las cosas que hace por mí. No es un gran problema, la verdad. Yo
no lo pienso. Y voy a tener cuidado. Es posible que Lospostos no esté en casa y así
dejare el vino y una nota.

Siena sabía que le estaba aplacando, pero lo hizo de todos modos. Ella no entendía
la dinámica de su casa más. Tal vez sólo había estado ausente tanto tiempo que
nunca realmente había sabía lo que era.

Sus padres habían muerto en un atentado con un coche bomba. Siena entendía por
qué su abuelo era tan protector con ella. En realidad, nunca había superado la
muerte de su hijo. Cuando era pequeña, tenía a su abuela, que la adoraba. Cuando
su abuela falleció, fue enviada de inmediato a un internado privado y muy
exclusivo. Había tenido seis años y estaba aterrada, pero ninguna cantidad de
lágrimas convenció al abuelo de mantenerla en casa.

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Por supuesto que estaba en casa todos los días festivos, y la había echado a perder.
Se sentaba con él, se rió con él, hasta jugaban sus juegos por horas, y él parecía
deleitarse en su compañía. Sus hombres eran siempre apremiantes, siempre
vigilantes, y cuando ella le preguntó por ellos, él le dijo que había gente mala por
ahí a la que no le gustaba que hubiera tenido tanto éxito con su elaboración del
vino y los viñedos. Necesitaba asegurarse de que estuviera protegida, por lo que
tenía guardaespaldas observándola.

Cuando tenía diez años de edad, aprendió por el camino difícil que tenía razón.
Unos hombres irrumpieron en su habitación en la escuela y la arrastraron,
pataleando y gritando, en la noche. Había pasado dos noches en un antiguo
almacén abandonado, aterrada, en la oscuridad, con una venda en los ojos, atada a
una cama. Uno de sus secuestradores había sido amable y le había dado agua y
tranquilidad, pero los demás eran aterradores.

Los hombres de su abuelo, habían llegado, y había habido un terrible tiroteo. Dos
de los hombres que habían estado reteniéndola recibieron disparos y murieron.
Los otros dos habían salido fuera del edificio y escaparon. Ella sabía que el abuelo
les había cazado durante dos años.

Cuando tenía quince años, alguien había intentado secuestrarla de nuevo. Alonzo
les había matado. Ella no recordaba mucho al respecto, pero tenía terribles
pesadillas. Un día, después de que ella le contó a su abuelo la pesadilla, él
simplemente dijo que no tenía que preocuparse más y que se detuviera. Las
pesadillas no se detuvieron, pero ella nunca le habló de ellas de nuevo.

― Mantente fuera de su casa, Siena, ― Paolo le advirtió de nuevo.

Se sobresaltó, tan perdida en sus pensamientos que casi había olvidado que estaba
de pie delante de él. Paolo siempre había ayudado a su abuelo. Supuso que era de
quince a veinte años mayor que ella. Había sido uno de los hombres que la rescató
de los primeros secuestradores, asignado como su guardaespaldas en aquel
entonces, antes de trasladarse a la posición número uno.

Era guapo, supuso, ahora que estaba muy cerca de él. Nunca había pensado en él
de esa manera, pero ella no se sentía atraída por él. Realmente no. Entonces, ¿por
qué esa sensación nerviosa comenzó a arrastrarse hacia atrás sobre ella?

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― Lo haré, ― ella estuvo de acuerdo, se volvió y se fue sin mirar atrás. ¿Qué era lo
que estaba mal con ella? Paolo la había maltratado. No debería haberse dado
cuenta de que era bien parecido. No debería haber sentido hormigueo en cualquier
parte de su cuerpo. Ni en un solo lugar.

Ella conducía a gran velocidad con la capota bajada y el viento en el pelo. No le


importaba si los filamentos largos conseguían enredarse y se veía muy mal cuando
llegara a la casa de Elías. Necesitaba el aire fresco en su caliente piel. Necesitaba
respirar, lejos de la casa que una vez había sido su hogar, pero que ahora era una
prisión.

Todo el mundo la miraba. Esperando. Detestaba que todos sus movimientos


fueran analizados. Era la razón por la que no usó el gimnasio de vanguardia que
su abuelo había instalado para ella, en lugar de ello eligió tener un poco de respiro
de todos los ojos en ella desde que había regresado a casa.

Elías era dueño de una gran finca no lejos de donde su abuelo vivía, en la región
montañosa al oeste de San Antonio y Austin. Su propiedad estaba cerca del
enorme y extenso rancho de Jake Bannaconni. Era donde todos los millonarios
vivían, aunque Bannaconni era un multimillonario certificado según Forbes.

La mayor parte de las fincas y ranchos más grandes estaban fuera de la ciudad.
Ella sabía que Bannaconni tomaba un helicóptero para ir a trabajar. No sabía lo que
hacía Elías, pero se lo preguntó.

Había rumores, por supuesto. Su abuelo era italiano. En realidad había emigrado
de Italia con su mujer para criar a su familia en los Estados Unidos. Había
trabajado duro en su bodega y, aunque hizo su dinero legítimamente, los rumores
persistían. Lo hacían sobre la familia de Elías también. Su familia era española y
había venido de algún lugar de América del Sur. Debido a que conocía a su abuelo,
sabía que era un buen hombre que había trabajado duro toda su vida para su
familia, pero eso no la hacía juez de Elías, ni de los susurros que lo rodeaban.

Bookeater
Wild Cat
Las altas puertas de hierro forjado de su rancho estaban cerradas, y se inclinó para
mirar dentro de la cámara y dar aviso de su visita. Hubo un momento de silencio
mientras su corazón latía. Ella hizo girar un grueso mechón de pelo de la cola de
caballo alrededor de su dedo, lo que hacía a menudo cuando estaba nerviosa, pero
no podía evitarlo. Las puertas abrieron hacia adentro. Con el corazón acelerado,
condujo a través del largo y sinuoso camino de entrada hacia su casa.

Ella sabía que no era la casa de la familia, el padre de Elias había tenido una gran
casa antes de que hubiese sido asesinado. Se rumoreaba que su propio tío había
ordenado el golpe de su padre y luego su tío había muerto, dejando a Elías a la
cabeza de su empresa familiar. No, esta era la casa de Elías, la compró para
entretener a sus mujeres. Sus altas, rubias mujeres, hermosas, delgadas... Ella
suspiró, sabiendo que había pasado demasiado tiempo en la escuela donde había
desarrollado una baja autoestima por una variedad de razones. No le había
ayudado vivir en casa del abuelo, con todos esos hombres yendo y viniendo.

Ella siempre se había sentido como una extraña. No siempre, se corrigió. No


cuando su abuela estaba viva, pero apenas podía recordar esos días. Había pasado
sus años de escuela bastante aislada. No había tenido amigos en la escuela, los
hombres de su abuelo se encargaron de eso. Al tener dos hombres yendo con ella a
todas partes la hacían parecer pretenciosa. Incluso algunos de sus profesores se
opusieron a que ellos entraran en las aulas. Eso la había dejado sin muchas
habilidades sociales. No sabía exactamente como relacionarse bien con otros y
mantenerse a sí misma la mayor parte del tiempo, incluso en casa, aunque ella iba
a bailar porque le encantaba bailar.

El viaje en coche hasta la casa de Elías era muy largo y sinuoso. Estaba
pavimentado, pero a cada lado, la tierra se agitaba, salvaje, llena de árboles y
arbustos en la medida que el ojo podía ver. Esto no era en absoluto como la finca
cuidada de su abuelo. Las únicas flores que crecían eran flores silvestres. Ella
vislumbró un par de pozos de petróleo, mientras conducía a lo largo de la línea de
la cerca de su propiedad, y no se sorprendió.

Bookeater
Wild Cat
Bannaconni, su vecino más cercano, se caracterizaba por la búsqueda de petróleo,
incluso en los lugares más oscuros. Aminoró el coche y se detuvo para mirar por
encima de la tierra salvaje. Una parte de ella deseaba saltar de su asiento y
empezar a correr, perderse allí, en medio de todo ese terreno áspero. Se sentó allí
mucho tiempo, sintiendo las lágrimas en su rostro. Se sentía sola. Sola en la
escuela. Sola en la casa. Sola en la llanura solitaria. Ella no tenía amigas para ir de
fiesta con ellas. No tenía novios para llevar a cenar o sentarse y ver películas.

Ella tenía a su abuelo, que en estos días parecía muy lejano, separado de ella, más
bajo el pulgar de Paolo y Alonzo. Rara vez veía a su abuelo sin uno o el otro de
ellos cerca. De hecho, en sus tres últimas visitas, nunca había estado a solas con él.
Estaban siempre a su lado. Alonzo era frio como hielo. Paolo se la quedaba
mirando con avidez, como un animal que sospecha algo débil y listo para saltar.

Ella no se consideraba débil. Más bien desaprovechada. No tenía ninguna


dirección real. Acababa de terminar la escuela y no tenía más excusas para
permanecer lejos. Se había pasado la mayor parte de sus veranos y vacaciones
ganando experiencia en los viñedos Handson, aprendiendo a cuidar de las uvas.
Preparándose para heredar todo. Los viñedos y la bodega. Todas las empresas de
su abuelo. Ella no tenía ningún otro pariente vivo. Ninguno.

Se quedó mirando la naturaleza, haciendo señas con la tierra. Ella tenía que tomar
un cierto control en su vida. Había escapado a la escuela, se dio cuenta. Se escapó.
No quería estar en casa ya. No era un santuario o un refugio; era un lugar extraño
lleno de hombres que caminaban por todo el lugar. Necesitaba hablar con el
abuelo, sin Paolo o Alonso alrededor, y explicarle que necesitaba mucha más
libertad.

Ella tenía su propio dinero. Su abuela le había dejado un fondo fiduciario. Sus
padres la habían dejado un segundo fondo fiduciario. Ella no tenía que mantenerse
por debajo del pulgar de su abuelo, si no estaba de acuerdo con ella. Necesitaba
obtener algo de valor y, de hecho enfrentarse a él. Era el momento de deshacerse
de los guardaespaldas. Ella estaba cansada de vivir su vida bajo el escrutinio de su
ejército de hombres. De hecho, ella pensaba de ellos de esa manera. Como
soldados.

Bookeater
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Con un pequeño suspiro, tomó una respiración profunda y empezó a subir de
nuevo por la carretera, hacia la casa. Su corazón latía con fuerza en anticipación de
ver a Elías. Realmente no había estado cerca de él desde la pasada cena, cuando
tenía diecinueve años. Al igual que cuando tenía quince años, su mirada reposó en
ella más de una vez, haciendo que su corazón latiera sólo de la forma en que estaba
haciendo ahora. Teniendo en cuenta que su cuerpo parecía estar furioso y con sus
hormonas fuera de control, éste no era el mejor momento para estar a solas con él.

Decidió poner el vino en su porche y obedecer la regla de permanecer fuera de la


casa de Paolo. Esa era la única cosa segura a hacer para no hacer una tonta
absoluto de sí misma. Ni siquiera estaba segura de poder hablar con él. Ni una
palabra. Tal vez había tenido suerte y había sido su gente de seguridad la que le
había permitido atravesar las altas puertas.

Ella se detuvo en el camino circular y se quedó mirando la casa. No era una


mansión como la casa de su familia, pero era preciosa. Perfecta. Hogareña. No, en
absoluto ostentoso. Le encantaba el envolvente porche con las enormes columnas
que soportaban un techo inclinado que daba sombra a lo ancho, invitando a
sentarse.

Elías estaba esperando en la puerta principal, llevaba un par de jeans de ajuste


hermético que montaban bajo en sus caderas y encajaban muy cuidadosamente
alrededor de su agradable trasero, muy bonito. El aliento abandonó sus pulmones
en una larga carrera. Sus pantalones vaqueros estaban descuidadamente
abotonados, los dos primeros sueltos. No llevaba camisa, mostrando un grande y
musculoso pecho. Su negro pelo era ingobernable y estaba húmedo como si
acabara de salir de la ducha.

Ella tragó saliva, tratando de no mirar. Su ya de por si elevada temperatura subió


un par de muescas más. Había olvidado lo bien que se veía. Era sin duda un
hombre, no había bordes suaves en él.

En este momento, íntimamente descalzo, su cólera parecía a fuego lento justo


debajo de la superficie. No podía entender su ira, a menos que ella lo hubiera
interrumpido con otra mujer.

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Ella se enrojeció. Por supuesto que habría una mujer allí. Ella no había llamado. Su
abuelo no había llamado, diciendo que quería que fuera una sorpresa cuando le
entregara su mejor reserva para cualquiera que fuera la ocasión. Podía ver cómo
entrometerse en una cita con una mujer habría vuelto loco a Elías.

Hermoso. Masculino. Peligroso. Inmediatamente, esa cosa salvaje dentro de ella se


estiró y se desplegó. Se sentía caliente. Muy caliente. No podía apartar la mirada
de él.

Se dijo que probablemente tenía a una mujer en la casa con él, pero no le
importaba. Ya, su sangre corría por sus venas, tan caliente que sabía que estaba
enrojecida. Le dolían los pechos. Su sexo dio un espasmo. Había una sensación de
ardor entre sus piernas que era peor que cualquier cosa que jamás hubiera
experimentado.

Ella tenía el loco deseo de arrojarse a él, rasgarle la ropa y rogarle que fuera a su
interior, llenándola.

Se agarró al volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Sus ojos se
dirigieron hacia ella, un intenso escrutinio que vio demasiado. Ella nunca había
visto a un hombre más sensual en su vida.

― Siena. ― Dijo su nombre suavemente y dio un paso hacia ella.

El corazón le martilleaba con locura. Dios. Era hermoso. Masculino. Todo músculo
cordado, hombros anchos y el pecho grueso. Con cada movimiento, los músculos
muy definidos ondulaban. Su boca se hizo agua. Su pulso latía más profundo en su
núcleo. Sus anchos hombros cónicos llegaban a una cintura estrecha, y sus ojos se
posaron más abajo. Se quedó sin aliento en sus pulmones.

― Siena, ― dijo de nuevo, esta vez con firmeza. Una orden.

Ella tragó saliva y dejó escapar el aliento lentamente. ― Elías.

Apenas podía conseguir su nombre hacia fuera. Su voz no sonaba igual que
siempre. Sonaba ronca. Sexy. No, en absoluto a ella.

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Se miraron el uno al otro. Su respiración se negó a salir de sus pulmones. Había
aspirado todo el aire del ambiente hasta que sus pulmones se quemaron y se sintió
en bruto. Se veía depredador. Peligroso. De miedo. Él se veía delicioso. Se
humedeció los labios, sosteniéndose con fuerza al volante, de lo contrario algo
horrible iba a suceder. Su sangre tronó en sus oídos, ahogando el sentido común.

― Mi abuelo te envió un presente de cumpleaños tardío, Elías. Un vino de su


reserva. ― Casi balbuceó las palabras. Su voz no era la suya. Gruesa. Sensual.
Necesitada. Hambrienta.

Su mirada se desvió por su cara y se dejó caer contra su pecho. No podía controlar
su respiración. ― Así que esto es cómo lo hace. Él te utiliza. ¿Eres parte de esto?
¿Él te utiliza para hacer el trabajo sucio? ― Casi gruñó las palabras a ella. ― ¿Y lo
dejas?

Ella no tenía idea de lo que estaba hablando. Ella apenas oyó las palabras a través
del rugido de su sangre en sus oídos. Apenas podía pensar. Su mente se estaba
derritiendo junto con su cuerpo. Mucho calor. Sus pechos estaban en llamas.
Necesitaba irse. Su dedo fue por instinto al motor de arranque.

― No. ― Su voz era baja. Ella se congeló, su mirada deslizándose a la suya. ― Sal
de ese puto coche ahora.

No se atrevía a obedecerle. Su voz era tan ronca como la de ella. Depredador.


Hambrienta. Intentó sacudir la cabeza, para decirle que no era una buena idea,
pero ya estaba caminando y apoyándose en su coche para desenganchar el
cinturón de seguridad. Él simplemente la levantó en sus brazos, tirando de ella
directo del coche y caminando de regreso a su casa. Dentro de la casa.

Sentía sus manos ardiendo como marcas donde él la tocaba. Se aferró a él, mirando
a sus ojos, sorprendida por su comportamiento. Durante todo el tiempo la
quemadura se volvió más caliente hasta que tuvo miedo de prenderse en llamas.

Él cerró la puerta detrás de ellos y la dejó en el suelo, dejándola sin aliento. Sus
pechos agitados. Su estómago girando. El calor húmedo extendiéndose como la
pólvora entre sus piernas.

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― Quítate los zapatos. ― Fue un orden clara, entregado en una voz áspera, rugosa
que parecía acariciar su piel y dejar atrás las llamas.

Se humedeció los labios, mirando hacia él. Ella estaba yéndose en su cabeza, pero
era tan convincente que no podía moverse.

Impaciente, paso una mueca en su rostro, se inclinó hacia las pálidas sandalias de
tiras verdes y las desató, levantando sus piernas para obligarla a salir de ellas. Ella
se alejó de él con los pies descalzos, sin saber qué hacer.

― No debo entrar aquí. En tu casa, ― espetó estúpidamente.

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Elías se dirigió hacia ella. Siena retrocedió ante la furia reunida en sus ojos. Era
tan intensa, que la habitación ardía con su temperamento. Ella no tenía idea de por
qué estaba enojado, pero cuando su espalda golpeó contra la pared, dio un
pequeño grito y se volvió para huir de la casa. Elías golpeó la pared con fuerza, con
las manos a ambos lados de su cuerpo, enjaulándola.

― Solo apuesto que se supone que no debes entrar en la casa, ― dijo entre dientes,
su cuerpo completamente inmóvil. Sus ojos estaban tan centrados en ella, que se
sentía atrapada bajo su mirada. Hipnotizada. Su presa. Incapaz de moverse.

Una mano se acercó a su pelo, los dedos yendo a la cinta elástica que sostenía su
cola de caballo en su lugar. Él la arrastro hacia fuera y paso sus dedos a través de
él. ― Suave como parece. ¿Es tu piel tan putamente suave como parece?

No podía apartar la mirada de sus ojos. Tenía las pupilas casi desaparecidas. Su
aliento era una invitación.

Y entonces el puño estaba en su pelo, arrastrando la cabeza hacia atrás. Su corazón


tartamudeó. Machacado. Un oscuro susurro de emoción se deslizó por su espina
dorsal. Sus pechos se hincharon. Dolían. Su sexo se apretó. Quemando. Ella no
podía apartar la mirada de sus ojos, hipnotizada por el hambre y el deseo oscuro
tan intenso, su propia hambre se intensificó.

La boca de Elías se cerró sobre la de ella, y ella se perdió. No pudo decirle que no
lo sabía lo que estaba haciendo. Ella no tuvo tiempo para pensar. No podía pensar.
Había un trueno en sus oídos, rugidos en su sangre, su mente fundida por
completo.

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Sólo estaba la boca brutalmente tomando la de ella. Duro. Exigente. Casi salvaje.
Ella atrapada en él, con los brazos deslizándose alrededor de su cuello, los dedos
buscando el cabello grueso y ondulado en la parte posterior de su cuello, de pie
sobre sus dedos de los pies, entregándose completamente a él, perdiéndose en la
belleza de su boca. De su oscuridad, húmeda, tremendo beso. Su boca estaba tan
fuera de control como la suya, tras él donde quiera que la llevara, en busca del
fuego, necesitándolo. El quería devorarla. Ella quería devorarlo. Ella estaba
hambrienta por él. Ella no podía acercarse lo suficiente a él.

Su piel estaba caliente y tenía que sentirlo, la superficie dura, el calor, era casi tan
caliente como el de ella.

Sus dedos se cerraron en su cabello mientras sus bocas se consumían entre sí. Sus
manos fueron a su camisola, rasgándola, enviando el material hacia abajo, por lo
que sus pechos generosos se derramaron sobre la parte superior, el material
cayendo desde los montículos suaves hasta él como una ofrenda.

Ella gritó cuando la boca de él, viajo por su garganta a su pezón izquierdo. Y la
mano a su pecho derecho, amasando, masajeando, tirando y rodando mientras ella
sollozaba con necesidad contra su pecho. Él no era en lo más mínimo suave. Él era
duro, exigente, posesivo. Arrancó de su cuerpo respuestas fuera de ella, llenándola
de hambre hasta que estuvo tan necesitada que estaba casi llorando por él.

Sus manos y su boca fueron implacables, negándose a permitir que ella recuperara
el aliento o su mente. El hambre en ella era tan aguda, terrible y salvaje que quería
despojarlo de su ropa y ascender sobre él como una gata en celo.

Ella lamió su pecho, saboreando su piel. Degustando el fino brillo que lo recubría.
Sabía a todo un varón. Feral y tan salvaje como se sentía. No era suficiente, y
estaba desesperada por llegar hasta él. Sus manos cayeron a los botones de sus
pantalones vaqueros, buscando a tientas, con la respiración entrecortada y
necesitada.

Dejó caer las manos a la cintura de sus pantalones vaqueros. Retiro el material
ofensivo de sus caderas, tomando a lo largo sus bragas también. El alivio contra su
piel ardiente fue tremendo.

― Sal de ellos.

Bookeater
Wild Cat
El sonido de su voz la sorprendió. Ella casi no podía oírlo con el extraño rugido en
sus oídos, con los latidos de su sangre corriendo por sus venas o el martilleo de su
propio corazón.

Prácticamente arrancó los vaqueros de ella y cayó de rodillas, empujando sus


muslos, y luego su boca estaba allí. Su lengua se hundió profunda. Luego siguió su
dedo. Ella se deshizo.

Sacudiendo las piernas, los muslos bailando, sus pechos en llamas, mientras que
un terremoto tomó posesión de su cuerpo. Él no se detuvo. Su boca era tan
implacable como sus manos.

― Más, ― gruñó en una especie de furia. ― De nuevo.

Su cuerpo ya estaba consumido por el fuego, quemando caliente, quemando fuera


de control. Ella no tenía tiempo de pensar. Para recuperar el aliento. Sólo de sentir.
Sentimiento puro. Ella tomó su cabello, una mano en el hombro, tratando de
mantenerse en pie cuando ella se deshacía. Volando demasiado alto. Ella no tenía
elección. Él no le dio ninguna opción, conduciéndola rápida y salvajemente, de
manera que un tsunami la golpeó en ese momento, tomándola por completo.

Luego su boca se había ido, y él tiró de sus pantalones hasta los tobillos,
arrastrándola hacia el suelo junto a él, con las manos sobre la cabeza, dirigió su
boca hacia él. Era grande. Más grande de lo que pensaba que un hombre podría
ser. Se veía intimidante, como si no encajaría en cualquier lugar. No en su boca. Y
ciertamente no dentro de ella. Ella sabía que debería reducir la velocidad. Decirle
que nunca había hecho esto. Ella no tenía idea de qué hacer, pero el fuego estaba
dentro de ella y sus manos eran insistentes.

― Tu boca, bebé, ahora mismo. La necesito.

Su voz era áspera. Emocionante. En necesidad tan desesperada como se sentía. Ella
lamió el eje, sus ojos cerrados y chupó la cabeza grande en su boca. Ella lo sintió
sacudirse. Hincharse imposiblemente grande. Sus manos eran más firme. Tirando
de su cabello. La mordedura de dolor en su cuero cabelludo sólo se añadió a la loca
hambre construyéndose hasta que quiso llorar de necesidad.

Bookeater
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En el fondo, la tensión se enrolló apretada y difundiéndose, construyéndose de
nuevo, y ella necesitaba liberación. Ella necesitaba satisfacción. Necesitaba esa
terrible hambre saciada, y sólo Elías parecía saber qué hacer.

Ella no lo hizo. Así que ella utilizó su boca y la lengua, a partir de sus duras,
órdenes susurradas. O intentado. Era casi tan brutal como su boca, como lo había
sido cuando la beso. Luego se fue alejando de ella, empujándola al suelo, tirando
de sus piernas para arrodillarse entre sus muslos. Sus ojos estaban fijos en su
rostro.

Sus rasgos oscuros eran una máscara, sensuales líneas talladas profundas. Ojos
vivos con la lujuria. Con el hambre. Con la posesión.

― Rápido, ― susurró.

La tomó rápido, conduciéndose a través de sus pliegues apretados sin piedad,


entrando de un golpe profundo, sus caderas un martillo neumático, empujando a
través de sus músculos protestando y su delgada barrera para albergarse en su
interior.

El dolor la atravesó. Brillante. Caliente. Ella abrió la boca para gritar, pero no salió
nada. Sus ojos estaban en los de él. Inclinó la boca y tomó su pecho, sus dientes
rodando su pezón y luego chupando suave en la boca.

― Mierda. Estas tan apretada. Como un puño abrasador caliente. ― Dijo las
palabras en torno a su pecho.

Ella no pudo responder, no podía decir una palabra, porque casi de inmediato el
calor comenzó a construirse. Más caliente que antes. Una tormenta de fuego esta
vez, y con cada golpe sacudiendo su cuerpo, golpeando más profundo y más
profundo, propagando el placer, superando el dolor, empujándola alto. Tan alto.
Aterradoramente alto.

Sin embargo, ella fue voluntariamente, sus uñas rasgando por la espalda en busca
de sus caderas. Tratando de tirar de él más profundo. Levantando sus caderas para
cumplir con sus embates.

Bookeater
Wild Cat
Luego se extendió entre sus cuerpos, su pulgar encontrando su clítoris, y ella
explotó una tercera vez. Ella abrió la boca para gritar de nuevo, pero no surgió
ningún sonido. Siena estaba demasiado aturdido por las feroces llamas y el hambre
que la consumía y que la había envuelto. Por el placer que no se parecía a nada que
jamás hubiera experimentado.

Él empujó tres veces más mientras su cuerpo le sujetaba y le estrangulaba,


forzándolo a ir con ella por el borde, ordeñando hasta la última gota de su semilla.
Llevándolo muy dentro de ella. Trabándolos juntos en el suelo de su vestíbulo, con
la respiración entrecortada, sudor en ambos cuerpos. Los vaqueros fuera por
completo, su camisola desgarrada. Los vaqueros de él estaban alrededor de sus
tobillos. Su parte superior quedó caída, dejando al descubierto sus pechos, y
cuando él levantó la cabeza, la boca la acarició allí.

Ante el tacto, otra ola de fuego corrió a través de ella y bañó su pene en un líquido
caliente. Sin previo aviso, su cara cambió por completo. Había estado mirándola
con ojos suaves y de repente, sus ojos cambiaron. Estaba duro. Alerta. Se dio la
vuelta rápidamente, llevándola con él, así como él se deslizó fuera de ella, con la
mano yendo a descansar junto a una mesa. Él extendió la mano, arrancó una
pistola de debajo de la mesa y la medio levantó en su otra mano, su cuerpo entre
ella y lo que había visto o sentido.

Ella comenzó a levantar la cabeza y él la llevó de nuevo al suelo. Disparó su arma


tres veces en rápida sucesión. Ella oyó sus tiros cuando llegaron otros dos disparos
hacia ella a la vez. Una bala golpeó la pared detrás de ellos, justo encima de la
cabeza, y la otra en el piso en la parte posterior de ella. Oyó algo muy pesado caer
al suelo con un ruido sordo.

Elías rodó completamente fuera de ella, deslizándose suavemente sobre sus pies,
tirando de sus pantalones hacia arriba, el arma firme como una roca cuando lo
hizo. Ella yacía en estado de shock, comprendiendo apenas lo que había sucedido
hasta que se movió.

Alejándose de ella, pateó un arma de la mano extendida de un hombre en un lugar


oscuro con capa. El intruso yacía en un charco de sangre, a menos de cinco pies de
distancia de ella.

Bookeater
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Ella se quedó sin aliento y trepó hacia atrás a cuatro patas. Elías buscó el pulso.
Evidentemente no se encontró con ninguno porque se volvió hacia ella. La
expresión de su rostro la aterrorizaba. Se acercó a ella en tres largas zancadas,
extendió la mano y tiró de ella hacia arriba por su brazo, montando el cañón de la
pistola en la sien.

― Dame una razón para no hacer estallar tu puta cabeza. Me alineaste. Puta de
mierda. ¿Pensaste que era tan estúpido que no me daría cuenta de lo que estabas
haciendo? ¿Distrayéndome mientras dejabas que ese bastardo llegara a mí? ― Él la
empujó lejos de él y transfirió su agarre al pelo, el puño enterrado profundamente,
todo mientras juraba en español. Una y otra vez. Duras, sucias, y feas palabras.

― Elías. ― Ella susurró su nombre. Una protesta. Ella no tenía idea de lo que
estaba hablando. Peor, su cerebro no funcionaba. Estaba en estado de shock. Un
hombre muerto estaba a sólo un par de pies de distancia de ella. Acababa de tener
relaciones sexuales por primera vez en su vida, sexo violento, sexo alucinante, y
ahora estaba acusándola de ayudar al intruso de alguna manera.

― ¿Qué? ― Gruñó, arrastrando su espalda a través del vestíbulo por el pelo.

Ella gritó y trató de agarrar a su mano. Su puño estaba enterrado profundamente,


justo al lado de su cuero cabelludo, y el dolor trajo lágrimas a sus ojos. Su agarre
era brutal y no había escapatoria mientras la arrastraba por su pelo hacia la puerta
principal.

― ¿Pensaste que tu práctica amateur iba a distraerme mientras que tu puto


hombre me golpeaba? ¿Me mataba? ¿Es así como conseguiste hacerlo a esos otros
pobres desgraciados? Eres la peor chupa pollas que he experimentado, por lo que
debería haber sabido mejor, pero supongo que el que fueran hombres viejos no te
importaba, siempre y cuando tuvieras tu boca alrededor de sus penes. ¡Lárgate de
mi casa antes de que cambie de opinión y te mate! ― Cogió sus vaqueros mientras
la empujaba más allá del hombre muerto en el suelo.

Ella sabía que estaba en estado de shock. Su voz apenas registrada. Ella sabía que
las cosas que le dijo, estarían marcadas en su cerebro por mucho tiempo, pero en
ese momento, su mirada horrorizada estaba en el hombre muerto, el muerto era un
hombre que conocía, el muerto que trabajaba para su abuelo.

Bookeater
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― Si vas a estar en el negocio de la prostitución, debes alejarte de su abuelo, Siena,
y en serio tendrás que conseguir a alguien para que te de unas lecciones de puta.
¿Cómo podía una mujer, posiblemente, llegar a tu edad, sin ni siquiera aprender a
chupar una polla? ― El desprecio en su voz atacó a sus ya de por si crudas
emociones. ― Me das risa. Tuve mejores experiencias en la escuela secundaria.
Infierno. En la escuela de Gramática. Me gustaría nunca haberme molestado con
una puta, si no hubiera querido ver lo lejos que lo llevarías. ¡Fuera de mi vista y
espero como el infierno nunca volverte a ver!

Él la empujó hacia la puerta, le tiró los pantalones vaqueros, y luego cerró la puerta
con llave. Ella supo que la cerró porque oyó el cerrojo. Siena se puso a agitar las
piernas, la sangre y la semilla goteando de sus muslos, su cuerpo en estado de
shock. Su cerebro en estado de shock. Apoyada en la puerta, trató de ponerse sus
pantalones vaqueros, un gesto automático, pero ella estaba temblando tan fuerte
que no podía levantar la pierna hacia arriba sin caer hacia abajo. Ella respiró hondo
varias veces, sus movimientos lentos, pero se las arregló para hacer su camino
hasta su coche y subirse con los pantalones vaqueros todavía arrugados en la
mano.

Las cosas terribles que le había dicho resonaban en su cabeza. Lo peor que había
probado. Había estado tan atrapada en su encuentro sexual que había construido
fantasías enteras de él. Lo había amado. Estaba haciendo el amor con él.
Adorándolo. Ella era tan estúpida. Tan ingenua. Lo peor que había probado.

Elías había sido el hombre de sus sueños, literalmente. Soñaba con él casi todas las
noches. Fantaseaba sobre él. Ella buscó fotos de él en revistas y artículos en el
periódico. Ella supo cuando dejó el país para ir a América del Sur. Ella sabía
cuando regresó.

Había tenido algo mejor en la escuela del colegio. Infierno. En la escuela de


Gramática. La había llamado una puta. ¿Trabajando a sí misma fuera?
¿Distrayéndolo por su abuelo? Ella conocía el hombre que yacía muerto en un
charco de sangre en el vestíbulo de Elías. Ella conocía a Marco Capello. Ella lo
había conocido toda su vida.

Bookeater
Wild Cat
Elías pensó que había ido a otros, descendido sobre ellos, sobre ancianos. Los
viejos amigos, ya que eran los únicos hombres sobre los que jamás había tomado
su abuelo reserva, ya que eran hombres que había conocido toda su vida. Elías
pensó que había ido sobre sus rodillas y chupado sus pollas para permitir que un
sicario les matara a ellos. Elías pensó eso de ella.

Ella se llevó la mano a la boca para no gritar. Las lágrimas corrían por su cara hasta
que ella no podía ver. Se las limpió, sabiendo que tenía que hacer algo. Queriendo
correr. Sabiendo que no tenía a dónde ir por lo que pasó, las cosas que Elías dijo a
ella, irían con ella. Esta noche y para siempre con ella.

Ella se dio cuenta de sus pechos jadeantes, tirando derecho de su camisola. Con
una mano temblorosa encendió su coche y manejo un poco imprudente fuera de la
casa, por el camino largo y sinuoso, con los vaqueros todavía en una mano, sus
pechos expuestos, su sangre y semilla, cayendo al asiento del conductor, bajo ella.

No le importaba. Ella tenía que salir de su vista, y lo hizo, conduciendo casi hasta
las puertas donde ella detuvo el coche, salió y estaba enferma. Ella tuvo que
agacharse para vaciar su estómago. Sus piernas temblorosas apenas la sostuvieron
al levantarse. La primera vez que había ido a casa de la escuela de posgrado fue a
la primera oportunidad hace varios meses atrás. Eso había sido normal; siempre
regresaba a casa en sus descansos.

Su abuelo le había pedido que llevara un vino de su reserva para uno de sus
amigos más antiguos, Don Miguel, un hombre de edad, que a menudo adornaba
su mesa, jugaba al dominó con ella y pasó una gran cantidad de tiempo haciéndola
reír. Ella era muy aficionada a él. Se había quedado en su casa durante una hora,
jugó su juego favorito antes de besar su mejilla y dejarlo. Ella fue a la escuela al día
siguiente. Su primer día al volver a la escuela, su abuelo le llamó y le dijo que don
Miguel había muerto. Ella no había preguntado cómo porque el hombre tenía más
de ochenta años. Todo el mundo sabía que tenía un mal corazón. Ella debería
haber preguntado.

Bookeater
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Ella se tragó un sollozo y apretó la mano a la boca de nuevo. La segunda visita que
había hecho después de volver a casa porque su abuelo estaba enfermo de gripe. Él
le había pedido justo antes de irse que entregara un vino de su mejor reserva a otro
amigo, Carlo Bianchi, un hombre que en realidad había trabajado para él por un
largo tiempo. Luego había empezado sus propios negocios y obtenido un gran
éxito, pero los dos hombres seguían siendo buenos amigos. Se había quedado una
hora, riendo y bromeando con él. A ella le gustaba demasiado. Él era de la edad de
su abuelo y siempre la trataba como a una nieta. Tres días más tarde se enteró de
que había muerto, que alguien había entrado en su casa y le disparó.

Siena había vuelto a casa para su funeral. Su abuelo había hablado en el funeral, de
hecho, se había puesto tan mal que Siena se había levantado y hecho cargo de su
charla por él. Había llorado en silencio a través de todo el servicio. Se había
quedado cerca de su abuelo, preocupada de que pudiera enfermarse por la muerte
de un amigo tan de cercano después de que el primero solo había llegado sólo unas
pocas semanas antes.

Ella encontró una botella de agua en su bolsa de deporte, se enjuagó la boca y la


saliva, deseando no haberse quitado su ropa de gimnasia cuando ella había subido
a cambiarse antes de que ella hubiera salido de la casa. Entonces sacó su camisola a
lo largo de sus pechos, tratando de suavizar el material con manos temblorosas.

La tela estaba rasgada, raspada alrededor de las copas, pero se las arregló para
encubrirlo. Se enjuagó la boca una segunda vez, tratando de mantener su cerebro
en blanco, pero no pudo.

La tercera vez que había entregado su vino de reserva, fue a Luigi Baldini, un
hombre de unos sesenta años, uno que no conocía, como a los otros dos amigos de
su abuelo, pero que venía a menudo a la casa para consultar con su abuelo en
varios negocios. Siempre fue muy educado. Se había quedado unos minutos, le dio
las felicitaciones por parte de su abuelo por su último éxito de negocios y se
marcho. Ella no supo que había muerto hasta dos meses más tarde, cuando ella
regresó para otro fin de semana cortó.

Bookeater
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Apretó la botella de agua en la cabeza palpitante. Ella no estaba en condiciones de
conducir. Su cuerpo se sentía usado. Tembloroso. Adolorida. Le dolía en lugares
que no sabía que tenía y lo peor, que podía sentirlo dentro de ella, estirándola,
dejando marcas de neumáticos. Ella sabía que iba a llevar a la marca de Elías en
ella. Ella también sabía que no quería volver a verlo. Ella no quería volver a repetir
lo que pasó entre ellos con alguien más. Nunca. Ella no podía conseguir olvidar su
voz. Lo peor que he tenido. Ni siquiera sé cómo chupar una polla.

La cuarta vez que había entregado el vino había sido a Angelo Fabbri. Angelo era
el hijo del mejor amigo de su abuelo. Angelo se había hecho cargo del restaurante
de su padre, cuando este tuvo un ataque masivo unos años antes. Había conocido a
Angelo desde que podía recordar. Tenía mala suerte en sus relaciones y ella nunca
pudo averiguar por qué. Parecía un buen hombre. Ella lo había visitado en su
restaurante durante horas para darle el vino, tomaron un café, hablaron durante
un tiempo y luego lo abrazó diciéndole adiós.

Angelo había estado en su camino a casa, en su coche, cuando alguien que había
estado escondido en su asiento trasero le disparó en la parte posterior de la cabeza.
La policía la había interrogado. Ella había sido la última persona en pasar tiempo
con él. Querían saber si había visto a alguien en el estacionamiento, o cerca de su
coche. El vino estaba en el maletero. No entendía cómo podía Angelo haber puesto
el vino en el maletero de su coche y no haber visto al ladrón.

Había llorado durante días por la muerte de Angelo, su abuelo tratando de


consolarla. Ni una sola vez se le ocurrido que cualquiera de esas muertes
estuvieran relacionadas. Ni una vez ella unió que había sido la última persona que
vio a los cuatro hombres. Las muertes tenían semanas y meses de diferencia. ¿Sería
posible que su abuelo realmente hubiera tenido que ver con esos hombres
muertos? ¿Asesinados? ¿Sus amigos? Hombres que se habían sentado a su mesa
con frecuencia. ¿Podría realmente ser un monstruo y ella no lo sabía?

Marco trabajaba para él. Había estado todo el tiempo que podía recordar. Ella sabía
que Marco nunca actuaria por su cuenta. Era tranquilo, sin pretensiones, pero sus
ojos eran atentos y, a menudo muy fríos. No necesariamente cuando la miraba a
ella ni a su abuelo.

Bookeater
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Marco había dirigido el equipo de hombres que la rescató cuando fue secuestrada
aquella primera vez cuando tenía diez años. Él la había sostenido en sus brazos y
la meció de ida y vuelta, una vez que la encontraron, blindándola de la vista de los
cuerpos de los hombres muertos. Él siempre había velado por su abuelo, y cuidado
del negocio, sólo para la protección de Antonio Arnotto.

Elías claramente la había estado esperando desde que había conducido hacia
arriba. Él sabía que un sicario vendría, y probablemente sabía quién era ese
hombre. Su rostro se puso rojo. Su corazón se movió en su pecho y su estómago se
sacudió de nuevo de forma alarmante. Elías había tenido relaciones sexuales con
ella deliberadamente. Él no había sido superado por la pasión como ella lo había
sido. Otro sollozo escapó. Había sido una completa y absoluta tonta. Lo peor que he
tenido. Ella sabía que nunca conseguiría olvidar su evaluación de sus habilidades
hasta el día en que muriera. La había calificado en más de un sentido. Ni siquiera
sé cómo chupar polla.

― Oh. Mi Dios. ¿Qué he hecho? ― Susurró. No había forma de tomarlo de nuevo.


No hay manera de cambiar lo que pasó. ¿Cómo viviría con ello? ¿Con ser la
distracción que permitió a su abuelo asesinar a sus amigos? Tan salvaje y sucia,
que el sexo no era bueno. Con Elías sabiendo lo que era, una puta que su abuelo
envió a distraer a sus amigos mientras que él enviaba a alguien para asesinarlos.

Con las manos temblorosas, se puso sus pantalones vaqueros. Ella estaba adolorida
y angustiada. Peor. Esa horrible, hambre desagradable comenzaba a construirse de
nuevo. Se odiaba. Odiaba a su abuelo. Ella odiaba su vida, y sobre todo odiaba a
Elías. Ella no era la persona que él la hacía parecer. Él tenía que haber sabido que
era su primera vez. Ella no podría haberse estado puteando a sí misma lejos de su
abuelo. Y si su abuelo era culpable de ser el hombre que había rumoreado que era,
¿Que decía eso de Elías? Corría en los mismos círculos.

Se subió de nuevo en el coche descalza. Podía mantener sus hermosas sandalias de


tiras verdes que le daban cuatro pulgadas cuando ella les llevaba. No quería volver
a verlas. O la camisola o los pantalones manchados de sangre. Ella iba a casa para
informar a su abuelo e que Marco estaba muerto. Luego empacaría sus maletas y
saldría

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Lloró todo el camino de regreso a la finca. Aparcando en el garaje cavernoso
climatizado, corrió hasta las escaleras, evitando de esa manera, pasar por la cocina,
con la esperanza de evitarlos a todos. Ella necesitaba una ducha, a pesar de que no
creía que pudiera frotarse con fuerza o el tiempo suficiente para borrar lo que
había pasado. Borrar la sensación de las manos y la boca de Elías. No podía lavarse
los dientes lo suficiente como para alguna vez sacar el sabor de él fuera de su boca,
o el olor de él de los pulmones.

Siena corrió a través de la casa a las escaleras que conducían al piso superior.
Cuanto más pensaba al respecto, menos quería enfrentarse a su abuelo y cuanto
más quería irse sola. Ella evito que las lágrimas siguieran cayendo y se detuvo en
seco cuando entró en su dormitorio. Paolo estaba sentado en el borde de su cama.
Su mirada saltó a su cara y la miraba, aterrador.

Su rostro era oscuro, casi rojo de ira. La rabia irradiaba a lo largo de su habitación,
llenando el aire hasta que casi se ahoga en ella.

― ¿Qué haces aquí? ― Preguntó.

Mientras hablaba, se encontró mirando más allá de él a la cama donde estaba


sentado. Su consolador, el que su abuela le había dado, desmenuzado, como
grandes lágrimas largas justo en el centro de la cama. Ella miró a su alrededor. La
habitación estaba en ruinas. Las paredes tenían marcas de rastrillo, como si un gato
gigante hubiera raspado sus garras desde el techo hasta el suelo, pintura y madera
pelada en tiras.

― Cierra la puerta.

Su corazón pareció detenerse por un minuto y luego comenzó a latir. Ella probó el
miedo en la boca.

Paolo parecía, el mal. Cuando ella no se movió, se levantó, fue hacia la puerta y la
cerró de golpe detrás de ella. Él se acercó a ella, inhalando su aroma mientras
caminaba a su alrededor.

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Él estaba cerca. Demasiado cerca. Ella sintió el calor de su cuerpo. Su rabia. Ella
quería moverse, pero sus pies se negaron a cooperar. De hecho, ella podría oír los
gritos en el interior.

― Puedo oler su hedor en ti, ― escupió.

Ella permaneció en silencio, los temblores apoderándose de su cuerpo. Algo


terrible estaba sucediendo y ella no sabía cómo detenerlo.

― Vete a la mierda

Tomó aire y se mantuvo en silencio.

― ¿Qué me vaya a la mierda? ― Paolo rugió la pregunta, su voz como un trueno,


sus características desencajadas por la ira.

― Eso no es tu problema, ― ella respondió en un susurro. No podía mirarlo. Ella


nunca podría mirar a otro hombre.

― Eres una puta de mierda.

La golpeó con fuerza, enviándola a volar por el golpe. Ella aterrizó sobre su lado,
junto a la cómoda, de espaldas a él. No vio el inmaculada zapato de cuero italiano
que venía sobre ella. Lo sintió sin embargo, pateándola dos veces, y luego hizo
llover golpes sobre ella con los puños. Ella se hizo un ovillo, las manos sobre su
rostro cuando la golpeó. Ella sollozó. No habló. No se detuvo por lo que pareció
una eternidad, pero pudo sólo haber sido un par de minutos.

Finalmente. Por último, no hubo más, sólo el sonido de su respiración pesada y sus
sollozos rotos.

El peor de todo era que no sabía si ella estaba llorando porque le dolía por todas
partes, o por las terribles cosas que Elías le había dicho a ella, o por ver a Marco, un
hombre que le gusta de hecho, muerto en el suelo en una piscina de sangre. Ella
estaba completa y totalmente humillada. Completa y totalmente abatida. Nunca se
había sentido tan pequeña o tan asustada en su vida.

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Paolo se agacho cerca de ella, agarrando su pelo en la mano y tirando de su cabeza
para que pudiera mirar hacia abajo en su cara.

― Tú. Me. Perteneces. A. Mi Si insiste en actuar como una perra, Voy a tratarte de
esa forma. Esto es lo que le sucede a las zorras, así que decide lo que vas a ser,
Siena. Mi adorada esposa, o la zorra que uso de cualquier forma que crea
conveniente.

Había disgusto en su voz. Tanta. Que la hacía sentir sucia. No entendía su


comportamiento con Elías. Nunca había hecho algo así en su vida. Nunca. Ella ni
siquiera había soñado en tener relaciones sexuales por el estilo. Salvajes.
Abandonadas. Fuera de control. Pero sólo el pensar en Elías tenía su cuerpo
ardiendo, con ganas de más. Paolo tenía razón. Ella era una guarra y una puta. Ella
era todo lo que decía, y no había nada bueno en ella tampoco. Ella nunca, nunca,
cometería el mismo error. Ella se sintió vulnerable, frágil, y Paolo acababa de
tomar cualquier cosa que ella hubiera dejado de sí misma lejos de ella.

Paolo soltó su agarre en su cabello, escupiéndole en la cara y luego se había ido,


dejándola allí tendida, lastimada tan mal que no creía que alguna vez fuera a ser
capaz de moverse, con la baba corriendo por su mejilla.

El estómago le dio un vuelco. Las olas de picazón se hicieron más fuertes como si
algo corriera debajo de su piel, empujando para escapar. A ella le dolía tanto por
todo lado, pero ahora, ella estaba al tanto de todas las articulaciones, nudillos,
rodillas, tobillos y hasta su mandíbula. Se dio la vuelta, tratando de llegar a las
rodillas. En el momento en que lo hizo, empezó a vomitar. Ni siquiera podía ir al
baño.

Una vez que ella fue capaz de detener las terribles arcadas, se arrastró hacia el
baño y los frescos azulejos. Su ropa lastimaba su piel. Ella no podía soportar el
peso de la tela, y su temperatura corporal parecía estar en alza. La quema entre sus
piernas estaba de vuelta. Horrible. Necesitada. Su cuerpo lo quería, a Elías. Ella se
despreciaba a sí misma, y a él.

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Siena se llevo a sí misma en una posición sentada y luego con sus piernas
temblorosas, uso el fregadero, ella misma se levantó sobre sus pies. Su rostro ya
estaba hinchándose. Había sangre brotando en la cara de varios cortes donde los
nudillos de Paolo habían dividido su piel abriéndola. Su camisola, la que rasgó
Elías, el material en jirones, dejando al descubierto la parte superior de sus pechos.
Había moretones formándose allí también. Cada aliento que tomaba era doloroso.

Ella dio un tirón hacia abajo a sus pantalones vaqueros y los echó fuera de ella.
Mojando un paño limpió la prueba de su inocencia y la posesión de Elías de entre
sus piernas y muslos, pero no podía quitar la sensación de tenerlo dentro,
llenándola. Se quitó la camisola en ruinas y la dejó caer al suelo, mientras ella se
miró en el espejo, apenas se reconoció a sí misma.

Ella tenía que decirle a su abuelo. No, ella tenía que mostrarle a su abuelo lo que su
amado, primero al mando, le había hecho a ella. Luego tenía que enfrentarse a él
sobre Marco. Se limpió la saliva de su cara, el estómago dando bandazos de nuevo
peligrosamente.

Con movimientos torpes, arrastró una camiseta y un par de pantalones vaqueros


limpios y se dirigió lentamente hacia debajo de las escaleras, utilizando el
pasamanos para mantenerse en posición vertical. Cada paso sacudió las costillas
magulladas por lo que envolvió sus brazos alrededor de su cintura mientras
entraba en la habitación de estar de su abuelo, su cara todavía con sangre, el
aliento enganchado en sus pulmones con cada paso.

Paolo estaba parado justo dentro de la sala de estar de su abuelo. Ella sintió el
instante de tensión en la sala cuando se movió hacia el interior, con sangre,
balanceándose, sosteniendo sus brazos alrededor de sus costillas magulladas.

Su abuelo la miro lentamente, sus viejos y descoloridos ojos moviéndose sobre su


rostro y luego mirando a Paolo. Ella no vio censura allí, sólo resignación.

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Paolo lamió la sangre en los nudillos, pero no dijo nada, sus ojos en ella. Ella
esperó, su mirada fija en su abuelo. Él debería estar gritando. Ordenándole a Paolo
que se fuera. En cambio, su mirada volvió a ella y él negó con la cabeza.

― Dime que no has hecho esta cosa, Siena. ¿Permitiste que el bastardo de
Lospostos pusiera sus manos sobre ti?

Ella se encogió ante el disgusto en su voz, pero ella no se movió. No respondió. No


podían hacer que se sintiera más baja de lo que ya sentía. Ella no iba a defenderse.
No había ninguna defensa.
Aún así, no había defensa de lo que había hecho Paolo y ciertamente ninguna de lo
que su abuelo había hecho. Todos ellos eran culpables de algo.

― No crie mi nieta para ser una puta.

Su aliento dejó sus pulmones en una larga punzada. ― ¿Para jugar a la puta? ¿Para
ser una puta? ¿No lo hiciste? Me enviaste a tus amigos, hombres que han estado en
la mesa de la cena, para distraerlos a ellos para que Marco pudiera deslizarse en su
casa y asesinarlos. ¿Me criaron para ayudar a un asesino? Todos esos rumores,
Nonno, todos los rumores acerca de ti, son verdaderos, ¿no es así?

Hubo un largo silencio. Su abuelo intercambio una larga mirada con Paolo.

― Siena. ― Él susurró su nombre, por primera vez delatando su edad.

El estómago le dio un vuelco. Había estado conteniendo la esperanza de que


hubiera otra explicación, pero ella leyo la verdad allí. Ella lo vio en sus ojos. En la
forma en que la miraba. En el intercambio con Paolo.

― Le mató, Nonno. Marco está muerto, y Elías sabe que trataste de matarlo. De
hecho, él estaba esperándolo. Él sabe de los otros. ― Mantuvo la mirada fija en su
abuelo, pero estaba totalmente consciente de que Paolo estaba observándola de
cerca. Obligó a los pulmones a mantenerse respirando, aunque cada respiración la
lastimaba.

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Los demás. Sus amigos. Ella aún mantenía la esperanza, a pesar de que lo sabía
mejor. Ella no quería ser parte de matar a sus amigos. Amigos que se habían reído
con ella, creía que estaba simplemente visitándolos. Estaban contentos.
Agradecidos. De hecho, ella sintió la suciedad recubriendo su piel, supurando por
sus poros, haciéndola fea y sucia. Su propio abuelo la había usado para matar a sus
amigos.

― No tengo enemigos, Siena, ― dijo en voz baja su abuelo. Se empujó fuera de su


silla y se acercó a ella, inclinándose hacia abajo para inclinar su rostro hacia él.

Ella trató de zafarse, no queriendo sentir su tacto. No queriendo ser cualquier parte
de él. De su mundo. Ella no quería escuchar lo que tenía que decir. Él cogió la
barbilla con firmeza, murmurando con dulzura en italiano a ella. Su pulgar tocó
uno de los cortes en la cara y se volvió a mirar a Paolo. Esta vez, la censura estaba
allí. Paolo miró al suelo, tratando de verse avergonzado.

― No sabía lo que estaba haciendo, Tonio, ― dijo Paolo. ― Por un momento, perdí
el control.

Paolo no se había disculpado. No había perdido el control, no de la manera que


quería decir. Ella no se olvidaría de lo que le había dicho a ella. Su amenaza. Podía
ser una adorada esposa o su puta, y él la trataría de acuerdo a su elección.

― Rafe Cordeau ha desaparecido, está dado por muerto, y ha dejado un vacío en el


mundo de los negocios, un mundo que todavía no entiendes, Siena ― Con un
suspiro, su abuelo se alisó el cabello y volvió a su asiento. ― Nuestro mundo
contiene un gran peligro. Tú lo sabes. Mi hijo y tu madre. Perdidos para mí. Para
nosotros. Casi te toman dos veces. Tenía que moverme para protegernos. Elías es
un Lospostos, un hombre capaz de tomar lo que no es suyo.

Un gruñido bajo retumbó en el pecho de Paolo. Su mirada saltó a él. Ella tenía
miedo, a pesar del hecho de que ella todavía quería arrancarle la cara. A pesar de
su desafío y el famoso temperamento Arnotto que había despertado en ella. Ella no
quería que él la golpeara de nuevo. O le diera una patada. Ya estaba herida lo
suficiente, y a decir verdad, tenía miedo de él y de lo que podría hacer con ella.

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― Tú me usaste. No sólo para apuntar a Elías, sino a otros cuatro de nuestros
amigos, hombres que conocía desde el momento en que era una niña pequeña.
Tienes razón, Nonno, no entiendo este mundo, ni es lo que quiero. ― Ella levantó
la cabeza y lo miró directamente a los ojos. ― Este hombre. ― Su mano se extendió
hacia Paolo. ― Este hombre me golpeó con los puños. Él me dio una patada en las
costillas con sus zapatos. Él me hizo daño, y no lo castigas, ni siquiera le reprendes,
y al no hacerlo, apruebas lo que hizo. Y así hablas de un matrimonio entre
nosotros... ― Hubo un total desprecio en su voz. ― ¿Me podría indicar porque no
tengo tu protección o tu…

― No entiendes. Después de tu matrimonio...

Miró a Paolo, su brazo una vez más, barriendo, sacudiendo la mano. ― ¿Este es el
hombre con el que quieres que me case? ¿Seriamente? ¿Un hombre que me haría
esto? ¿Lo apruebas a él y a su comportamiento?

La mirada de su abuelo se suavizó y él negó con la cabeza. ― Paolo es testarudo.


Apasionado. Él no quería que fueras a la casa de Lospostos, pero insistí. Él sabía
mejor. El sabía que estabas cerca…

― ¿Cerca? ¿Cerca a qué? Lo que estoy a punto de hacer, Nonno, es irme y no


volver nunca más.

Paolo se movió entonces, cambiando su peso a las puntas de los pies como si fuera
a detenerla. Su abuelo levantó la mano, y Paolo se congeló en su lugar.

― Esto no es tu culpa, Siena, ― Antonio dijo en voz baja, su voz cansada. Se pasó
la mano por su cabello. ― Perdona un viejo tonto por sus inclinaciones egoístas.
Quería enviar un mensaje a mis enemigos y te use para hacerlo. Esto no es culpa de
Paolo tampoco. Me advirtió, pero no le escuché.

Sus piernas no iban a sostenerla más. La sangre corría por su rostro y sobre su
camiseta. Sus costillas dolían con cada respiración que tomaba. En su vida, nadie le
había levantado la mano, y tener haciéndolo a un hombre al que conocía, uno que
creía que se preocupaba por ella, la golpeó tan severamente que era aterrador.

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Siena envolvió sus brazos alrededor de su cintura para tratar de aliviar el dolor
ardiente, respirando superficialmente en un esfuerzo para controlarlo. Ella se
balanceo, tratando de mantenerse erguida.

Paolo la tomó del brazo y ella hizo una mueca, tratando de apartarse de él. No
había oído que se moviera, pero sabía, que no quería que la tocara. Ella se sacudió
de nuevo, un lento siseo escapando de ella.

― Aléjate de mí.

― Deja que te ayude, cara, ― insistió en voz baja, apretando los dedos, aunque su
mano era suave cuando tiró de ella a la silla junto a su abuelo. ― Escúchalo, Siena,
si no te sientas, vas a caer.

― Por favor, no me toques. Nunca más, ― susurró. ― Lo digo en serio, Paolo.


Levantas la mano contra mi otra vez, y será mejor que me mates. ― Ella no lo
miró. No le importaba si él la creía o no, pero nunca volvería a tocarla de nuevo y
vivir a través de ello, a menos que él la matara.

Bookeater
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― Debes perdonar a Paolo, Siena. No somos lo que parecemos, ― Antonio le


informó. ― Somos mucho más. Somos cambia formas. Leopardos. El leopardo vive
dentro de él, y tenemos esos rasgos apasionados. Buenos y malos. Paolo sabía que
habías estado con Lospostos porque le olía sobre ti, y el aroma era ofensivo para el
leopardo. Su leopardo reaccionó, conduciéndolo con su mal genio.

Siena cerró los ojos y sacudió la cabeza. La voz de su abuelo era práctica, como si le
estuviera diciendo una verdad y no algo totalmente loco. Ahora se suponía que
debía creer en cuentos de hadas. Cambia formas. Gente leopardo como en una
novela de Tarzán. ¿Acaso pensaba que era una escolar tonta, lista para creer en
cualquier cosa que eligiera decirle para justificar las razones de Paolo para
golpearla? Había justificado sus propias acciones para asesinar a sus amigos, pero
supuso que iba a creer cualquier cosa esperando que ella lo aceptara también.

― Lo siguiente que vas a decirme es que mataste a esos hombres usándome como
una distracción, debido a que tu leopardo te hizo hacerlo.

― No me crees.

― He vivido en esta casa desde hace años, Nonno. En ningún momento he visto
un leopardo.

― Viviste en el internado. Venias a casa de vacaciones. Tenemos el control de


nuestros leopardos y nos aseguramos de que se quedaran bloqueados hasta que te
marchabas.

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― ¿Control? ― Escupió la palabra de él. ― ¿Eso es lo que Paolo tenía esta noche?
¿Control? Porque si eso es lo que tenía, me gustaría verlo perder el control.

Su abuelo suspiró. ― Eso fue desafortunado, Siena. Las circunstancias... ― Se


interrumpió. ― Tú tienes que entender. Un macho tiene su leopardo casi desde el
nacimiento, pero una hembra, es mucho más complicado. Ella no sale hasta que
ella quiere hacerlo. Es caprichosa. Su macho debe esperar por ella. A veces la
espera es larga. Tu leopardo está cerca, Siena, y ella quiere salir. Cuando eso
sucede, la pasión es caliente y el hambre no se afloja. Quema a través de ti y no se
puede negar a eso.

Eso fue lo primero que dijo que la hizo detenerse. Nunca había visto a otro hombre
y lo quería a él con cada aliento de su cuerpo. Su cuerpo nunca había quemado sin
descanso, con insistencia. Así no. No como ahora. No en la forma en que hacía por
Elías.

― Muéstrame.

― Cuando cambiamos, ― Paolo advirtió, ― lo hacemos sin ropa. ― Ya su mano


estaba en los botones de su camisa, claramente deseoso de mostrarle.

Ella no lo miró. Ella no podía. Si pensaba que tener un poco de leopardo dentro de
él haría que ella lo perdonara, estaba loco. Su abuelo estaba loco. Ella no tenía
ninguna intención de perdonar a cualquiera de ellos. Se iba en el momento en que
pudiera, pero se dio cuenta por la forma en que Paolo estaba actuando, con
propiedad, que no la dejaría ir tan fácilmente. Incluso si ella convencía a su abuelo
y ella sabía que la amaba a pesar de qué y de quién era.

Se humedeció los labios y el sabor de la sangre. Ella cerró los ojos y cuando los
abrió, un enorme Leopardo dorado estaba en cuclillas frente a ella, sus malévolos y
ávidos ojos mirando directamente a ella. Totalmente centrado. Debería haber
gritado. Debería haberse desmayado. Ella debería haber hecho otra cosa que lo que
ella hizo. Más tarde, reconoció que estaba en estado de shock, que demasiadas
cosas habían sucedido y su cerebro no podía asimilarlos. Se inclinó hacia el
leopardo, con un brazo todavía envuelto alrededor de sus costillas.

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― Deberías haberme matado, Paolo. Nunca te perdonaré, leopardo o no.

El animal gruñó, mostrando los dientes grandes. Una ráfaga de aire caliente golpeó
su rostro, y se dio cuenta de lo que ella estaba haciendo. Se echó hacia atrás, con el
corazón acelerado. Tal vez si fuera realmente afortunada, el gato grande la mataría
allí mismo.

― Paolo, ― dijo bruscamente su abuelo. ― Es suficiente. Ya le enseñaste. Sabe que


le estamos diciendo la verdad.

El leopardo se quedó mirándola durante un largo tiempo antes de inclinarse hacia


ella de repente, la lengua llegando fuera, le pasó la lengua por un lado de su cara,
saboreando su sangre. La lengua se sentía áspera. Caliente. Obscena. Seestremeció.
Su corazón latía tan fuerte que tuvo que presionar el puño sobre el pecho, en un
esfuerzo para tratar de detenerlo.

Algo así como la satisfacción brillaba en los ojos del leopardo antes de que él se
volviera y se alejara, de nuevo al montón de ropa que Paolo había colocado en la
silla a su izquierda. Justo fuera de su visión. No volvió la cabeza para mirarlo.
Ahora sabía a lo que se enfrentaba. Paolo lo había hecho tan claro como pudo
hacerlo. Tenía la intención de tenerla, y él la trataría de la forma que quisiera, a
pesar de su abuelo. Lo que no parecía entender era que Siena preferiría estar
muerta que darse a sí misma a él.

― Lo ves ahora, ― dijo Antonio. ― Somos leopardos. La pasión es profunda. Los


ánimos también. Nos encanta a menudo, disfrutar con nuestra pareja, pero la
lucha, eso es algo en lo que no siempre nos podemos ayudar. Su leopardo esta
cerca, Siena. Ella vendrá a ti pronto y necesitaras a un hombre. Paolo quiere ser ese
hombre, y quiero eso para ti.

Cuando ella se limitó a mirarlo, su abuelo negó con la cabeza. ― Será Paolo o
Alonzo. Necesitas a alguien fuerte, Siena. Necesitaras protección. Nuestro negocio
debe sobrevivir a mi muerte, y sin una mano fuerte en el timón, será consumido
por nuestros enemigos.

Bookeater
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Se puso de pie con las piernas temblorosas, evitando la mirada caliente de Paolo.
Podía sentirlo. La demanda. La furia construyéndose en él porque ella continuó
negándole lo que quería, y frente a su abuelo.

Sólo ese movimiento le quitó el aliento y envió olas de dolor a estrellarse a través
de ella, endureciendo su resolución.

― Nonno, tienes dos opciones aquí. Puedes entregar todo lo que posee sa Paolo o
Alonzo y desheredarme. Estoy bien con eso. Tengo el dinero de mis padres y de
Nonna.

― Eres mi querida nieta, mi única de carne y hueso, ― protestó Antonio. ― Dejo


todo para la familia. Para mi sangre. Vas a casarse y tener hijos. Eso es lo que vas a
hacer, Siena. Nuestra línea de sangre es fuerte.

― Entonces, elije otro para que me case, Nonno. O permítame elegir. Nunca, bajo
cualquier circunstancia, aceptare a Paolo o a Alonso. ― Miró a Paolo por primera
vez, sus ojos se encontraron con los suyos.

Vio la furia allí y no le importo. Se estremeció, sabiendo que era más que irritación
lo que veía allí. Ella también sabía, sin una sombra de duda, de que en algún
momento, haría todo lo posible para tomar represalias, lastimarla de nuevo esa
noche.

― Nunca, ― dijo entre dientes. ― Lo sabías, ― agregó, mirando a Paolo con


desprecio. ― Sabías lo que estaba pasando y todavía me golpeaste. Y me llamaste
una puta y una zorra. Como lo hiciste tú, Nonno. Sabias que no tenía ningún
control por lo que había pasado esta noche y todavía me dijiste esas cosas terribles.

― Mi leopardo reaccionó. ― Paolo comenzó.

Ella sacudió su cabeza. ― No lo hagas. Si no te puedes controlar mejor que eso,


estaría aterrada con nuestros niños. Solo pensaste en ti mismo. Sólo tú. No se te
ocurrió que estaría asustada y humillada, necesitando tranquilidad y que alguien
me sostuviera y tranquilizara. Sabías lo que estaba pasándome y no lo hiciste. Aún
así, sentiste la necesidad de utilizarme para un saco de boxeo.

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― No sabes lo que estás diciendo, Siena, ― dijo en voz baja su abuelo. ― Duerme.
Piensa antes de tomar una decisión.

Ella sacudió su cabeza. ― No hay que pensar en ello, Nonno. Es mejor que
reconsideres si realmente crees que este hombre sería bueno para mí. En
protegerme. En ponerme en primer lugar. Él va a tener aventuras, a golpearme y a
obligarme a hacer lo que él desea. ¿Eso es lo que quieres para mí? ¿Un hombre que
quiera mi dinero y propiedades, no uno que me ame y me cuide?

― Eso no es cierto, ― siseó Paolo. ― Tonio, sabes que siempre ha sido Siena.

Ella sacudió su cabeza. ― Nunca te aceptaré, un cobarde que golpea a las mujeres.
Nunca, Paolo. Nunca.

Ella lo miró a los ojos y lo que vio hizo que su corazón dejara casi de latir. La rabia
se reunía ahí. Una especie de ira que nunca había visto antes. Se dio la vuelta y
salió de la sala, de la mejor manera que pudo cuando tenía lastimada sus costillas
con cada paso que daba. Lo mejor que pudo, cuando cada célula en su cuerpo la
instaba a correr por su vida. Se acercó, manteniendo los hombros lo más recto
posibles. No miró hacia atrás. Ni a su abuelo, ni a Paolo.

Una vez en su habitación, cerró la puerta con llave y luego puso el respaldo de una
silla debajo del pomo de la puerta. Se dejó caer en su cama, pasando la mano
amorosamente sobre la colcha en ruinas, deseando que su abuela estuviera allí
para consolarla. Para hablar con ella.

No tenía a nadie en absoluto. ¿Leopardo? ¿Ella tenía un leopardo dentro de ella, y


cuando ella saliera, necesitaría desesperadamente a un hombre? ¿A quién podría
decirle de todas formas? ¿Quién podría creerle? Debido a que estaba tan caliente
otra vez, su temperatura se elevó y lastimó sus articulaciones, se levantó y se
trasladó a la cómoda frente a la puerta antes de que se sentara en el borde de la
cama y tratara de determinar qué hacer.

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Tenía sangre en sus manos. Si ella iba a la policía, probablemente la arrestarían. En
cualquier caso, su abuelo era amigo del fiscal de distrito, de un concejal e incluso
de un senador. Ella sabía que estaba muy conectado con el gobernador. No tenía
idea de si alguno de esos funcionarios estaba sucio, pero no podía tomar una
oportunidad. Aun así, tenía dinero y eso le permitiría escapar. Podía irse. Ir a
Europa. Desaparecer.

Ella no era ingenua. Sabía que su abuelo enviaría un ejército detrás de ella. Él
siempre había mantenido una estrecha vigilancia sobre ella. Había creído que era
para mantenerla a salvo. Ahora, no estaba tan segura.

Siena se estremeció a pesar del hecho de que su temperatura parecía estar en alza.
Debajo de su piel, un picor regresó en oleadas. Miró su brazo y vio que la piel se
movía realmente, como si algo se moviera, empujando con fuerza desde adentro
hacia afuera. Contuvo un grito y se arrojó hacia atrás.

Sus articulaciones estallaron. Su mandíbula dolió. Sus dedos se curvaron hacia


abajo como si estuviera convulsionando. Sus costillas, adoloridas por los puños y
zapatos de Paolo, destellaron de dolor por lo que se encontró en el suelo.

Las lágrimas corrían por su cara porque le dolía mucho. Estaba aterrorizada.
Absolutamente aterrorizada. Una parte de ella había negado lo que le estaba
ocurriendo, incluso después de haber visto la prueba del leopardo de Paolo.
Ahora, no había nada negar.

Resueltamente, y en completo silencio, Siena se quitó la ropa. Ella deseo haberles


hecho más preguntas, pero había estado en estado de shock desde que había
estado con Elías. Ella cerró los ojos, sintiendo la quemadura a lo largo de las
costillas de nuevo, algo que empujaba, en expansión. El dolor le dio ganas de
desmayarse. Ella estaba segura de que sus costillas habían pasado de ser golpeadas
a agrietadas. Su respiración se convirtió en espasmos. Duros. Crudos.
Desesperados.

Bookeater
Wild Cat
Se bajó de la cama al suelo sobre sus manos y rodillas. Acaba de salir. Tómame. No
hago nada bien como mujer. Tal vez tú lo hagas mejor que yo.

Ella quería desaparecer y convertirse en un leopardo, era una forma tan buena
como cualquier otra. Sólo tenía que estar muy tranquila para que los de abajo no
pudieran oír. De vez en cuando, escuchó voces elevadas, hombres gritándose el
uno al otro en italiano, y supo que Paolo y su abuelo estaban teniendo una
discusión.

Ellos no lo hacían a menudo, pero cuando lo hacían, por lo general se ponían muy
calientes. Su cuerpo se contrajo. Sus dientes le dolían. Su mandíbula era dolorosa.
Por encima de todo, el dolor a lo largo de sus costillas se había convertido en
agonía. Ella dejó caer la cabeza hacia abajo, respirando a través de él, dando la
bienvenida al leopardo. Queriendo convertirse en cualquier cosa, ya que era, una
mujer tan cubierta de suciedad vil, que era parte en el asesinato de cuatro hombres
y casi un quinto.

Su abuelo, el hombre que se suponía iba a amarla y a protegerla, lo había hecho.


Ella se había arrojado a Elías. Había soñado con él casi todas las noches, desde que
tenía quince años de edad. A veces los sueños se sentían tan reales, que no podía
imaginar que no estaban juntos. A menudo, los sueños eran una tontería, los dos
riendo juntos y caminando a lo largo de un camino de la mano. En otras ocasiones,
eran altamente eróticos, dos amantes que no podían mantener sus manos fuera el
uno del otro.

Ella gimió, pero el sonido salió más como un gruñido. El picor se incrementó hasta
que quiso gritar. Ella trató de morder el labio, pero su boca se sintió extraña y
luego se encontró en el interior de un capullo, rodeada por otro, y la reconoció al
instante. Su leopardo merodeaba por la habitación, con cada paso doloroso sus
costillas protestaron por la acción. Ella levantó la cabeza y olio el macho que había
venido ahí. El que había hecho daño a la mujer y al leopardo. Su labio se levantó en
un gruñido silencioso.

Bookeater
Wild Cat
En el interior del animal, Siena encontró una especie de consuelo. Ella no se había
ido, estaba allí mismo y plenamente consciente de su acolchado de leopardo,
caminando suavemente a través de la habitación hasta la pared donde el leopardo
macho había rastrillado sus garras en profundidad en la madera. Cada paso dolía.
Le dolía arrastrar una respiración decente, Siena lo sentía y junto a ella él leopardo.
Ella calmó el leopardo, habló con ella, le contó todo. Una parte de ella estaba
histérica, pensando que estaba teniendo un colapso completo, pero no le
importaba.

El leopardo se trasladó al baño y se miró en el espejo de cuerpo entero allí. Oro,


con pintas negras, había un matiz de fuego en su pelaje. Ella era hermosa. Tenía los
ojos exóticos de Siena, y ese color verde oscuro le devolvió la mirada.

― Eres hermosa, ― le susurró al animal. Su salvadora. Deseó poder poner sus


brazos alrededor de la pequeña hembra y darle un abrazo apretado. Si ella estaba
loca, sería feliz así. Era mucho mejor vivir como esta hermosa criatura, incluso si
era llevada a un zoológico, que vivir como una mujer que claramente no servía
para ser una mujer. El ser un leopardo tenía que ser mejor que ser una mujer que
era cómplice de cuatro homicidios.

El leopardo regresó del baño para saltar sobre la cama. El movimiento, tan fluido y
agraciado como fue, envió oleadas de dolor insoportable a través del animal, por
Siena. El gato forzó su cabeza por la ventana, mirando a la rama de un árbol que se
curvaba tentadoramente cerca. Un salto y ella se habría ido. Era cerca de la
medianoche y poca gente estaría fuera. Podía llegar a su coche y escapar.

El sonido de un disparo fue fuerte, resonando por toda la casa, viniendo de abajo.
En el interior del leopardo, Siena se congeló. Abrió la boca en un grito silencioso.
Ella lo supo. Sabía que la bala había sonado en la planta baja, y su abuelo estaba
allí abajo. Otros cuatro disparos fueron realizados. Ella hizo una mueca con cada
uno.

El leopardo se dio la vuelta cuando Siena, sin ningún pensamiento verdadero, se


apoderó de ella, obligándose a cambiar, cambiando de nuevo en un mar de dolor
cuando sus costillas protestaron. Se encontró en la cama, desnuda, el picor
estableciéndose cuando el leopardo se retiró. Había querido correr libremente,
pero había obedecido de inmediato cuando la llamó de nuevo.

Bookeater
Wild Cat
Siena se puso su ropa tan rápido como pudo con sus nervios gritando a ella. Le
dolió mucho más ahora que antes y sabía que había agravado cambiando de
alguna manera, cualquier daño que Paolo hubiera hecho.

Rápidamente se trasladó a la puerta quitando la silla y salió a toda prisa de su


habitación hasta el rellano para inclinarse hacia abajo encima de la barandilla.

Los hombres se movían en la casa, con armas en la mano, como si estuviera


buscando. Reconoció a Alonzo mientras corría a la escalera. Sus ojos se movían
alrededor, buscando en cada rincón antes de volver a descansar en su cara. Por
primera vez en la historia que ella podía recordar, no había compasión en su
mirada.

Sus rodillas se hundieron. Se agarró al pasamanos para mayor resistencia. ―


¿Nonno? ― Ella no lo había besado cuando salió de la habitación. No le había
dicho que lo amaba. Ella lo amaba. Él era su único pariente. La única persona en su
vida que se preocupaba por ella. Había hecho cosas terribles, pero ella lo amaba.

― Siena. ― Alonso dijo su nombre. Lo que le contó todo.

Ella empezó a bajar las escaleras. Él la agarró del brazo, llevándola a un alto. ― El
fue ejecutado, amor, y no es bonito.

Ella asintió, tragó saliva y respiró el olor de la pólvora. Estaba en su ropa. Por
todas partes de él. No reaccionó, pero se alejó de él, hacia las escaleras. Ella tenía
que verlo por sí misma. Paolo se reunió con ella en la puerta de la sala de estar,
para llegar a ella. Eludió la mano, pero captó el olor de la pólvora de nuevo. Era
mucho más fuerte y ella lo sabía. Siena levantó los ojos hacia el hombre que había
matado a su abuelo. Tal vez ambos lo habían hecho. Alonso y Paolo.

Paolo ignoró su intento de eludir su agarre. Él cogió su bíceps en un apretón fuerte


y ella tiró de él. ― Está muerto, Siena, ― le dijo.

Ella ya lo sabía sin mirar. Olía a muerte. Su leopardo reconoció el aroma único.
Olió la sangre también. Asintió y apartó la mirada de Paolo a la silla donde su
abuelo siempre se sentaba. Él estaba allí de nuevo, la sangre corría por la parte
posterior de la cabeza en el material de la silla.

Bookeater
Wild Cat
― No le puedes tocar, hemos llamado a la policía.

― Quiero ir a él.

― Es una escena del crimen, Siena, ― explicó, como si fuera una niña. ― No le
puedes tocar ni nada alrededor de él.

― ¿Qué pasó? ― Ella ya sabía lo que pasó. ― Les oí discutir.

Él no lo negó. El asintió. ― Sí. Discutimos. ― Su agarre se apretó. ― Sobre ti. Por


lo que te hice. Echaba fuego. Estaba enfadado y fui a la cocina a refrescarme. Él
quería su gorro de dormir, y Alonso había llegado a hacerse cargo de mí y se fue a
la barra para conseguirlo por Tonio. Oímos el disparo. Ambos corrimos, cada uno
desde una dirección diferente, a la sala de estar.

Él estaba mintiendo. Ella oyó la mentira en su voz, pero no sólo era plausible, era
tan bueno contando la historia que lo habría creído si no hubiera sido capaz de oler
la mentira. Oler la pólvora. Oler la rabia persistente en la habitación. Ya se podían
escuchar las sirenas en la distancia.

― Escuché más disparos.

― Vimos un hombre de desaparecer por la puerta de comunicación, por allá. ―


Indicó la puerta detrás de su abuelo. Uno tenía que tener un conocimiento íntimo
de la casa para saber que existía la puerta. Eso parecía como si fuera parte de la
pared.

― ¿Un hombre? ― Hizo eco.

― Estábamos bastante seguros de que Elías Lospostos respondería, ¿pero tan


pronto? ― Paolo negó con la cabeza.

Ella sacudió su cabeza. Ahora querían hacerla creer que tuvo relaciones sexuales
con el hombre que había matado a su abuelo. No podía tolerar su toque un
momento más. ― Necesito sentarme, Paolo. Creo que me voy a desmayar.

Bookeater
Wild Cat
De inmediato, la llevó a una silla junto a la puerta de la sala de estar. Alonso ya
estaba hablando con la policía. Paolo y Alonzo inmediatamente entregaron sus
armas y dieron sus historias. Ella supo que la bala que había matado a su abuelo
no correspondería con cualquiera arma. Sin embargo, sabía que Paolo y
posiblemente Alonso lo habían matado.

Las primeras preguntas que la policía les pidió después de preguntar si había visto
algo o a alguien, fue que le había pasado a ella para obtener los cortes y
contusiones en su rostro. Ella inventó una historia sobre trabajar con Paolo en el
gimnasio, boxeo antes, y había tomado un par de golpes duros. Ellos descubrieron
el gimnasio de última generación completo con el equipo de boxeo y artes
marciales y parecieron creerla. Paolo levantó la ceja y asintió como si estuviera
satisfecho con su historia cuando el detective se acercó a él para confirmar lo que
les había dicho.

Horas más tarde, después de responder a una pregunta tras otra, sus costillas en
llamas y su cabeza palpitante, después de llorar a moco tendido hasta que estuvo
segura de que no tenía más lágrimas, el cuerpo de su abuelo se había ido y el
detective seguía hablando con Paolo y Alonzo. Ella sabía que era ahora o nunca.

Paolo estaba mirándola como un halcón. El asesinato de su abuelo había sido por
ella. Acerca de su declaración de que Antonio encontrara a otro hombre para
casarse porque no aceptaría a Paolo o a Alonso. Sabía que su abuelo había sabido
que quería decir lo que dijo y que discutió con Paolo al respecto.

Tal vez los dos hombres habían conspirado para matar a su abuelo con el fin de
hacerse cargo de su negocio. Y la necesitaban para hacerlo. Ella era directamente
responsable de la muerte de su abuelo. No había ninguna otra forma de verlo.
Sabía que Paolo había mencionado que su abuelo estaba en una pelea con Elías
Lospostos. Lo sabía porque había sido interrogada sobre ello estrechamente. Ella
negó saber algo sobre ello, porque no sabía que estaban en una pelea. Sólo que su
abuelo había enviado a un sicario para matarlo, y nadie lo mencionó.

― Estoy agotada y necesito acostarme. ― Miró a Paolo como si le pidiera permiso.


Como si estuviera apoyándose en él ahora que su abuelo se había ido.

Bookeater
Wild Cat
Al instante la satisfacción se arrastró en sus ojos. Solícito fue a ella, tomándola del
brazo para ayudarla a salir de la silla. ― La casa es una escena del crimen, cara.
Vas a tener que dormir en la casa de huéspedes. El detective dijo que la casa del
guardia y la casa de huéspedes se pueden utilizar. Toma la casa de huéspedes.
Alonzo estará vigilándote.

Se mordió el labio y miró al oficial que había llegado hasta quedar de pie junto a
ella. ― Necesitaré ropa, ― dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas. Ella tenía que
permitir que las manos de Paolo la estabilizaran cuando sus costillas le gritaban y
sus piernas temblaban. ― No sé lo que voy a hacer. ― Y no lo hizo. Se sentía más
perdida que nunca.

― Voy a ir contigo, ― dijo suavemente el oficial. Mirándola compasivo.

― Alonso, mantén un ojo en ella, ― dijo Paolo. El oficial levantó una ceja, y Paolo
se encogió de hombros. ― No la estamos perdiendo a ella también. Le dispararon
en nuestras narices.

Alonso fue detrás de ellos. Ella empacó la mayor cantidad de ropa que pudo sin
despertar sospechas. Lo más importante es que empacó uno de sus mejores trajes,
y se fue a la casa de huéspedes con el policía y Alonzo. Una idea para escapar se
había formado. Dos años antes, en una visita a la casa, había oído a Paolo y a su
abuelo hablando.

Su abuelo había mencionado un hombre llamado Drake Donovan. La razón por la


conversación y el nombre le impactó tanto, que ella recordó que era porque
Antonio sonaba admirado. Él dijo que Paolo Donovan dirigía una empresa de
seguridad y que el hombre era incorruptible. Dijo que si cualquiera del equipo de
Donovan o el propio Donovan estaba involucrado de alguna manera en la
seguridad o en cualquiera de los problemas de algún hombre que necesitaran, ellos
debían retirarse y alejarse, sin importar el costo de perderlo a él.

Ella también había oído que Donovan era un amigo del multimillonario local, Jake
Bannaconni. Ella no tenía idea de dónde encontrar a Donovan, pero Bannaconni
tenía oficinas en el centro de San Antonio.

Bookeater
Wild Cat
En el momento en que estaba a salvo en la casa de huéspedes, tomó una larga
ducha caliente, haciendo una mueca mientras levantaba los brazos para tratar de
hacer frente a la masa de pelo salvaje que caía más allá de su cintura. Así que gran
parte de ella, pensó en agarrar las tijeras y golpearlo abajo, pero sólo crecería más
grueso y largo, lo que la conduciría loca, así que lo dejó a secar después de
exprimir toda el agua fuera de él con una toalla. Con mucho cuidado, aplicó
maquillaje sobre su magullado rostro, sobre la hinchazón de los ojos y las
laceraciones en la sien.

Afortunadamente, la mayor parte de los daños que Paolo le había hecho no podían
ser vistos cuando llevaba ropa. Él vendría a ver como estaba, o lo haría Alonzo, por
lo que dejó el bolso lleno, y se metió en la cama a esperar, rezando para que
vinieran cuando todavía estuviera lo suficientemente oscuro para que pudiera
escaparse. Ella no podía conducir su propio coche porque el garaje que había
aparcado era el que estaba anexo a la casa y era parte de la declarada escena del
crimen, pero había otro garaje por la bodega, donde los coches de su abuelo se
guardaban. Todas las llaves se colgaban en ese garaje y tenía la contraseña para la
cerradura.

Se sentó durante mucho tiempo, su cabello cayendo a su alrededor, con miedo a


realmente dormir. Ella no había estado mintiendo cuando había dicho que estaba
agotado, y no podía desperdiciar esa oportunidad. Para mañana, Paolo tendría al
ejército de su abuelo, a todos los hombres, buscándolo para que diera las órdenes,
y él asumiría ese rol. También actuaría como si ella le perteneciera, y los hombres
tomarían por concedido que ella lo hacía.

Trató de tomar una respiración profunda, para calmarse, pero sus costillas
protestaron y se obligó a sentarse, calculando cada movimiento de su fuga. Ellos
no sabían del leopardo en ella. Esa sería su primera línea de fuga, pero tenía que
encontrar una manera de llevarse la ropa con ella. Cuando oyó las suaves pisadas,
y era más una sensación que un sonido real, se deslizó entre las sábanas, agachó la
cabeza para permitir que su cabello cayera sobre su cara, cerró los ojos y fingió
dormir.

Bookeater
Wild Cat
Paolo se acercó a ella mirándola por un largo tiempo y luego sus dedos rozaron su
pelo con sorprendente dulzura.

− ¿Siena?

Ella levantó sus pestañas al instante, pero no movió su cabeza.

− ¿Algo más va mal, Paolo? – Su voz temblaba. Ella sabía que daba la apariencia de
estar rota. Frágil. Perdida. Debido a que lo estaba. Dejándole ver la vulnerabilidad
que sabia la ayudaría esta vez.

− No. Sólo estoy comprobándote. El médico dijo que podría darte un sedante.

− Por favor, dile que gracias, pero estoy tan cansada que creo que voy a dormir
durante un mes. No quiero hacer frente a esto. ¿Qué voy a hacer sin él? − Su voz se
quebró, y ni siquiera era fingido.

− Yo cuidaré de ti, Siena. Vuelve a dormir.

− ¿Paolo? Si era un leopardo, un cambia formas como tú, ¿no lo descubrirán


cuando hagan una autopsia?

Se apartó el cabello con los dedos. − No te preocupes, cara, al cuerpo de tu abuelo,


nunca se le practicará una autopsia. Habrá un incendio esta noche. Ahora ve a
dormir.

Ella cerró los ojos, obediente, y estaba un poco sorprendida cuando el pulgar se
deslizó sobre los moretones en la cara y los dos cortes, como si pudiera borrarlos.
Esperó hasta que sintió que se había ido y luego esperó media hora más, con el
corazón palpitante. Si lo hacía, si trataba de escapar y él la cogía, se pondría
furioso, peor que cuando había llegado a casa con el olor de Elías en ella.

Podría quedarse. Quedarse con un hombre que golpeaba a las mujeres. Que
asesinó a su abuelo. Y quien la quería por el dinero y el poder que pudiera llevar a
él. Siena apartó las mantas y se sentó con cautela, un brazo alrededor de su cintura.
No estaba sucediendo. Prefería morir tratando de escapar, que ser forzada a una
situación que sería más que intolerable.

Bookeater
Wild Cat
Empacó su ropa, amarrándola en un montón apretado y deslizándola dentro de
una mochila que había encontrado en su armario cuando estaba haciendo las
maletas. Eso le había dado la idea. Incluyó su licencia de conducción, su
identificación, las tarjetas de crédito y todo el dinero que tenía en su cartera.
Maquillaje, horquillas para el pelo y un cepillo siguieron, y realmente no había
espacio para nada más.

Encadenando la mochila alrededor de su cuello, se desnudó y se trasladó a la


ventana, elevándola sin hacer ruido. Se quedó allí escuchando. Olfateando el aire.
Ella sabía que Alonso estaba ahí afuera, en el otro lado de la casa, junto a la puerta.
Fuera de la ventana de la habitación, el césped bien cuidado estaba a varios pies a
las tiras de las plantas y luego detrás de eso, las más tupidas, las plantas más llenas
antes de las rosas y las plantas de las uvas de los viñedos se extendían detrás de
eso.

Ella llamó a su leopardo, insegura de lo que estaba haciendo. Engatusándolo.


Necesitándolo. El animal respondió, empujándose a la vanguardia. Siena había
olvidado el dolor cuando el gato empujó contra sus costillas. Dolió mucho esta vez,
tanto que vio manchas en un campo negro y tuvo que parpadear rápidamente para
aclarar su visión.

A continuación, el leopardo se situó en donde el ser humano había estado, la


mochila colgando alrededor de su cuello, pesada, pero factible. Ella quería rugir
con euforia. En cambio, dirigió su hembra por la ventana y por el césped. El gato
utilizó un paso bajo pero firme, agachándose, para cruzar el césped. En la
distancia, vio a Alonso, pero el viento soplaba en la dirección opuesta y si era un
gato, y ella sospechaba que debía serlo o no habría sido nombrado por su abuelo
como un posible cónyuge, entonces podría atrapar el olor de la hembra si el viento
cambiaba.

Siena quería gritar al gato que se diera prisa, pero dejó el leopardo solo, lo que le
permitió avanzar de forma segura a través de terreno abierto. Utilizaron el follaje
más pesado y luego utilizaron los viñedos.

Bookeater
Wild Cat
El leopardo hizo un amplio círculo, dando marcha atrás hacia el gran edificio en el
otro lado del masivo hangar. Envió a su leopardo un millón de gracias, una gran
cantidad de calor y se movió de nuevo a su propio cuerpo. Ella se encontró en sus
manos y rodillas, su cuerpo adolorido, sus articulaciones dolorosas, pero estaba
libre, o casi. La puerta del garaje estaba justo en frente de ella e introdujo el código
sin siquiera prepararse primero. Una vez dentro, corrió al baño, vistiéndose a toda
prisa en su traje, luego sus tacones, se recogió el pelo, y arrojó la mochila en el
asiento delantero del Mercedes.

Ella agarró las llaves del coche, no se molestó con las luces, golpeó la manilla de la
puerta y salió, utilizando el camino que conducía a la parte trasera de la
propiedad. Una vez que estuvo fuera de la finca, condujo a gran velocidad,
dejando la colina detrás de ella para poder llegar a la ciudad temprano. Ella quería
estar allí a primera hora de la mañana, cuando Jake Bannaconni llegara a su
oficina. Si lo hacía. Su corazón se disparó al doble de tiempo.

El tenia que ir a trabajar. Ella sabía que tenía un helipuerto en la parte superior de
su construcción y que lo utilizaba para ir y venir del trabajo. Si él no estaba allí, ella
planeaba hacer que su secretaria le llamara. No podía imaginar que él no supiera
su nombre. Las bodegas de su abuelo eran muy famosas.

Aparcó su coche en el garaje subterráneo del edificio de Jake, con la esperanza de


que Paolo, no encontrara el coche de inmediato si él estaba rastreándola. Ella
esperaba que no se diera cuenta de que se había ido hasta dentro de otras pocas
horas. Seguramente él esperaría que durmiera después de un trauma terrible.

Esperó a través de la madrugada, hasta las horas de trabajo, mirando hacia fuera
en busca de cualquiera que viniera detrás de ella. Finalmente, fue capaz de entrar
en el edificio. Utilizando el servicio de señoras en la planta baja para retocar su
maquillaje y esperar encubrir la mayor parte de los moretones, ella se miró en el
espejo. Apenas se reconoció a sí misma.

Ella había sido inocente cuando había ido a la casa de Elías. Una mujer con una
maestría y varios otros grados y una buena experiencia en su campo elegido, pero
aún así, había sido inocente. En una noche, todo había sido arrancado de ella. Cada
cosa, incluyendo su autoestima.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Quién eres tú? − Ella susurró. − Porque yo no lo sé.

Ella levantó la barbilla y se dirigió al mostrador de seguridad.

− No tengo una cita con el Sr. Bannaconni, pero por favor, llame a su oficina y
dígale que Siena Arnotto está aquí y que es una emergencia. Que yo realmente,
realmente necesito verlo. Inmediatamente.

Eso era lo mejor que podía hacer. El guardia de seguridad en el mostrador miró
sus consolas, en cada una de las pantallas como si pudiera ver a un terrorista
tratando de destruir a Bannaconni, luego a ella, la puerta, y levantó el teléfono,
hablando en él brevemente.

Cuando él la dejó, ella honestamente no podía decir si se le había concedido una


audiencia o no. La única cosa que sí sabía era que Jake Bannaconni estaba en su
oficina.

Su leopardo de pronto reaccionó, pasando a estar alerta. Volvió la cabeza y vio a


dos hombres en trajes oscuros acercándose a ella. Ella esperó.

− Ven con nosotros. − Uno de los hombres le hizo un gesto hacia el ascensor.

Ella fue con ellos, tomando respiraciones superficiales. Cada paso parecía sacudir
sus costillas lesionadas. Sus costillas realmente necesitaban atención. Ella tenía
contusiones y sabía que todavía eran visibles a pesar de su maquillaje, porque
ambos le examinaron cuidadosamente la cara y podía ver la mirada que
intercambiaron.

Estos hombres no estaban felices, y no creerían la historia del boxeo.

A pesar del hecho de que ella no pudo ocultar la paliza que había recibido, se había
vestido con cuidado para la ocasión, su mejor traje gris paloma, el que la hacía
parecer toda una empresaria a pesar de su edad.

Bookeater
Wild Cat
Una chaqueta corta con una serie de volantes desde la cintura hasta la mitad de su
parte inferior, que fluían por encima de su falda a juego con su blusa suave de
color rosa. Le encantaba esa blusa porque podía hacerla coincidir con unos de sus
tacones altos favoritos, los que hacían que sus piernas se vieran largas cuando en
realidad no lo eran. Se había recogido el pelo en una gruesa e intrincada trenza que
enrolló en forma de ocho en la parte posterior de su cabeza. Tenía una armadura, y
en este momento realmente la necesitaba.

La secretaria de Bannaconni levantó la vista cuando los guardias de seguridad la


acompañaron a través de la enorme y externa oficina con sus obras de arte y
muebles cómodos. Ella agitó la mano y cogió el teléfono, presumiblemente para
informarle a su jefe que había llegado.

El hombre que le había hablado antes, abrió la puerta para ella, dio un paso atrás e
indicó que entrara sola. Siena no lo dudó. Levantó la barbilla y entró.

La puerta se cerró con un chasquido suave y se encontró en una oficina grande con
una esquina de vidrio entre dos paredes, con vistas a la ciudad.

La suite era tan grande que no podía ver en cada esquina, pero su leopardo se
volvió loco, de repente nerviosa, como si pudiera estar en peligro.

− Miss Arnotto, − dijo Jake, de pie cuando ella entró. Indicó una silla. − Por favor,
siéntese. − Sus ojos saltaron a su cara y se estrecharon, su mirada se oscureció ante
su estudio cuidadoso.

− ¿Necesitas atención médica?

Él era atento, y sabía que, a pesar del hecho de que trató de ocultar que sólo podía
respirar superficialmente, se dio cuenta.

Ella sacudió su cabeza. − No quiero perder el tiempo, Sr. Bannaconni. Gracias por
recibirme en tan poco tiempo. Estoy agradecida.

Bookeater
Wild Cat
Dio la vuelta a su escritorio y apoyó su cadera contra la parte superior del granito,
con los ojos en su rostro. Viendo las contusiones, a pesar de su maquillaje.

Ella ignoró su ceño fruncido. − Yo sé que es amigo de un hombre llamado Drake


Donovan, un hombre que dirige una empresa de seguridad. Una vez oí decir a mi
abuelo que era incorruptible y que si él o sus hombres estaban involucrados en
algo, todo el mundo debería alejarse. Mi abuelo era su admirador, y no admiraba a
muchas personas. Necesito encontrar a Donovan. − Ella no sentía que hubiera
transmitido la urgencia del asunto por completo. No parecía en lo más mínimo,
como si él fuera a ayudarla. Su expresión no había cambiado.

Se inclinó hacia delante, con los dedos torciéndolos juntos hasta que sus nudillos se
volvieron blancos. − Inmediatamente.

Bannaconni estudió su rostro. Él no parpadeó. La inquietud nerviosa empezó a


doler, a quemar. Su temperatura se elevó. Intentó respirar la sensación de
distancia, pero sus costillas impidieron que lo lograra.

− Va a tener que hacerlo mejor que eso, señorita Arnotto.

− Mi abuelo murió anoche. Asesinado. No estoy segura... − Se interrumpió cuando


su leopardo saltó, surgiendo hacia adelante.

Volvió la cabeza hacia las sombras. Elías Lospostos salió. Se veía tan hermoso
como siempre. Nada que ver con lo que parecía ella. No como si una sola cosa
hubiera sido arrancada de su vida. Caminaba como un gato de la selva, y la miró a
la cara magullada, con el mismo enfoque sin parpadear que Jake Bannaconni tenía.

Ella estaba, fuera de la silla y al otro lado de la habitación al instante, moviendo la


mano en la puerta. − Lo siento. Cometi un terrible error al venir aquí.

Jake Bannaconni estaba asociado con Elías Lospostos. Eso significaba que era parte
de los bajos fondos a los que su abuelo había aludido. Apenas podía respirar. Lo
que era peor, con su gato embravecido en ella, y la forma en que sus ojos habían
cambiado, temía que también fueran parte del mundo de los cambia formas.

Bookeater
Wild Cat
− Siena. − Elías dijo su nombre y se le revolvió el estómago. Ella no podía hacerle
frente. No lo haría. No después de lo que había hecho con él. No después de lo que
le había dicho a ella. No después de saber que él tenía razón y que había estado
puteándose a misma por su abuelo como una distracción para su sicario.

Ella abrió la puerta y salió a toda prisa, corriendo junto a la secretaria del ascensor.
Por suerte las puertas del ascensor se abrieron, lo que le permitió entrar y
descender rápidamente. Estaba aterrorizada de que uno de ellos emitiera una
orden para que la detuvieran, pero logró salir del edificio, lagrimas nadando en
sus ojos, cegándola. Ella no tenía adónde ir. Nadie que la ayudara. No tenía idea de
lo que iba a hacer.

Ella no estaba mirando a dónde iba y corrió directamente hacia un cuerpo sólido,
un hombre de pie, justo afuera de las puertas dobles de cristal. Él la atrapó en sus
brazos en un apretón fuerte y la arrastró con él. Para su horror, supo al instante
quien era, sin siquiera mirar. Ella conocía su aroma. Conocía su furia.

Luchando, trató de escapar cuando la empujó en un vehículo que los esperaba.


Cuando intentó arrojarse de él, la empujó duro en su vientre, y luego le dio una
bofetada, haciéndola caer en el vehículo y subiendo detrás de ella. La puerta se
cerró de golpe y el coche se alejó con ella en el mismo.

Bookeater
Wild Cat

Elías tomó dos pasos detrás de Siena para seguirla. La visión de su cara
magullada lo enfureció tanto como lo enfermaba.

− Ella es leopardo, Elías, − dijo Jake. − Y está aterrorizada. No hay manera de que la
mujer se puteara a sí misma fuera de su abuelo.

− ¿Piensas que no me doy cuenta de eso? − Espetó Elías. − Infierno. Estaba tan
jodidamente molesto y mi leopardo estaba tan loco que no podía pensar con
claridad. Estaba todo sobre ella, la tomé en el maldito suelo como un animal.
Cuando me disparó Marco, estaba tan enojado, pensando que estaba involucrada.
Demasiado enojado. Debería haber sabido lo que estaba pasando. Había
descubierto, después de que Don Miguel fue asesinado, que Arnotto estaba
haciendo un movimiento en los territorios, pero no sabía cómo estaba saliéndose
con la suya, haciendo que todos bajaran la guardia. Cuando ella apareció con el
vino, lo supe entonces.

− Pero ella no lo sabía, − persistió Jake.

− Después de que la eche de casa y la llamé de todos los nombres desagradables


que podía pensar. Después de que había desaparecido, pude ver la sangre en el
piso donde habíamos estado y en mí. Ella era una puta virgen, y las cosas que dijo
e hizo... − Él negó con la cabeza y se pasó los dedos por el pelo despeinado. − Yo no
tengo ni idea de qué decirle, de cómo solucionar este problema, pero ella es mía.
No hay vuelta atrás de esto. Yo sé que es mía. Si está realmente en peligro, tengo
que ayudarla.

− ¿Crees que su abuelo le pegó? − Preguntó Jake. − Tu lo conocías. ¿Sería capaz de


hacerle eso a su propia nieta por incumplir su misión?

Bookeater
Wild Cat
− De ninguna manera. Antonio era muchas cosas, pero amaba a esa chica.

− Voy a ir por el informe de la policía y veré lo que pasó anoche, − ofreció Jake. El
teléfono sonó y lo recogió para escuchar por un momento. A la vez que su rostro
se oscureció cuando colgó el teléfono, maldijo.

− Elías, recepción acaba de informar que un hombre cogió a Siena Arnotto en un


coche. Ella y él lucharon, la empujó y le dio una cachetada antes de entrar en el
coche detrás de ella.

Elías juró en su español nativo. − ¿Consiguieron la matrícula?

− Me dijeron que era uno de los hombres de Arnotto. Un leopardo. Ese tiene que
ser Paolo Riso o Alonzo Massi, desde que Marco está muerto. − Jake estaba en
movimiento también. − ¿Adónde crees que van a llevarla?

− Mi conjetura, de vuelta a la finca Arnotto. Es grande. Una gran cantidad de


superficie para cubrir. Él no va a llevarla a cualquier lugar cerca de la casa. Eso
tiene que estar plagado de policías, posiblemente incluso federales. Él va a llevarla
a un lugar privado, en algún lugar donde nadie pueda escucharla.

− Voy a buscar el helicóptero, − dijo Jake, y sacó su teléfono celular mientras


corrían a través de la construcción al garaje donde ambos mantenían sus vehículos.

Elías y él conducían a gran velocidad, tejiendo dentro y fuera del tráfico, con
miedo de empujarse con más fuerza. No era un hombre que tuviera miedo. Se
había enfrentado a la muerte en varias ocasiones y había salido triunfante, pero
esto no era él en juego. Esto era Siena.

Había conocido a Siena cuando era una adolescente. Se había sentido atraído hacia
ella a continuación. Era hermosa, pero era más que eso, algo en lo que no podía
poner el dedo, pero se encontró soñando con ella, lo cual, debido a su edad, le hizo
sentir muy incómodo. Las pocas veces que la vio en los últimos años, había
crecido, y no había cambiado la forma en que sentía por ella. La intriga. El misterio
de ella. La fantasía de ella.

Bookeater
Wild Cat
Elías había sido siempre un amante generoso, salvaje y duro, pero siempre
generoso. No había sido generoso con ella. En parte por su ira al verla presentarse
con el vino. En parte porque su leopardo se había vuelto loco.

Pero no podía culpar por su comportamiento a su ira. Había estado perdido en la


pasión, consumido por ella, y eso nunca le había ocurrido antes.

Había sido fácil, en un primer momento, decir que estaba furioso de que su abuelo
le hubiera enviado para seducirlo. Más que furioso, estaba decepcionado de ella.
Pero esa no era toda la verdad, y él simplemente no le gustó admitirlo a sí mismo.
No le gustaba haber perdido el control con ella, porque un hombre como él nunca
podía perder el control.

Elías se había mantenido deliberadamente alejado de ella durante el último par de


años, sintiéndose como un pervertido e incluso pensando en ella, aunque la
química entre ellos, desde la primera vez que había puesto los ojos en ella, había
sido la más fuerte que jamás había sentido y eso sólo se hizo más fuerte cada vez
que la veía, incluso desde una gran distancia.

Había resuelto el misterio de cómo Arnotto había calmado sus amigos en una falsa
sensación de seguridad, en el momento en que oyó la voz de Siena en el
intercomunicador. Cualquier persona no lo pensaría dos veces antes de dejarla
llegar cerca. Le había dicho que estaba entregando el vino. Un regalo de
cumpleaños. No era su cumpleaños. No estaba ni siquiera cerca de su cumpleaños,
pero él la había dejado entrar, intrigado de ver qué tan lejos iría la farsa, cuando el
golpe del hombre en realidad se mostraría y lo que diría.

Y entonces la vio. Sentada en su coche. Con esos ojos calientes. Viéndose tan bella y
sensual. Su exuberante cuerpo. Él podía ver el hambre desnuda en sus ojos, y no
había manera de que pudiera detenerse. Estaba tan atrapado en su propia hambre
y deseo que no se había dado cuenta de que su leopardo estaba en su apogeo en él,
conduciéndolo, en salvaje necesidad de reclamar su pareja.

No se había dado cuenta de que ella estaba cerca del Han Vol Dan, el momento en
que una hembra de leopardo estaba lista para salir y aceptar su compañero.

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Siena Arnotto le pertenecía a él. Lo sintió cuando la tocó. Lo supo cuando él la
besó. Ella se grabó en sus huesos desde el momento en que se encendió para él, un
incendio forestal fuera de control junto con él. Ni siquiera se había dado cuenta de
que era inocente. Él casi gimió en voz alta allí mismo, en el coche de pensar en ello
mientras conducía como un loco a través del tráfico, en dirección a la región
montañosa. Se había llevado su inocencia o más. Sin pensar en ella. Él había estado
tan furioso que apenas lo había registrado hasta después.

Después de que él la había empujado hacia la puerta, furioso con ella, y consigo
mismo, después de haber cerrado la puerta y echado llave, apoyado contra ella,
respirando profundamente para controlar la furia de matar que brota en él, en ese
momento fue consciente de su propio cuerpo y vio las manchas de su sangre,
pruebas de su inocencia.

Otra oleada de ira lo golpeó, esta vez a sí mismo. Debería haberlo sabido. Ella era
tan apretada que él no había estado seguro de poder conseguir entrar en ella
cuando había empujado por primera vez. Si no hubiera estado salvaje y loco de
deseo, loco con su propia necesidad, como un loco, conduciéndose en ella,
desesperado por sentirse rodeado con su calor y fuego, podría haberse dado
cuenta de que era su primera vez.

Se dio cuenta, demasiado tarde, su leopardo le había dado la bienvenida. Saltando


hacia la superficie, empujándose para consolidar la relación. Cada rasgo del
leopardo estaba mezclado con sus propias emociones insanas, y había tratado a su
propia mujer de una manera repugnante, vil. Las cosas que le había dicho
resonaban en su cabeza. Las acusaciones. Su temperamento. Todo el mundo sabía
que su temperamento era letal. Eso le hizo enojar otra vez.

Ella no había dicho nada en absoluto a él. Lo miró con sorpresa en sus ojos. Shock
por lo que él le dijo. En shock por lo que hacía. En shock cuando reconoció a
Marco. Shock en la comprensión de que su abuelo no era el hombre inocente que
ella pensaba.

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Maldijo por lo bajo. La habían golpeado. Tanto Alonso como Paolo eran leopardos.
Habrían olido su aroma por toda ella. Habrían sabido lo que había sucedido entre
ellos. Él se endureció. Su leopardo había estado tan cerca de emerger. Tenía que
controlarlo o saldría en cualquier momento, y si ella estaba con otro hombre, y él la
reclamaba, lucharía para mantenerla.

Una furia fría se instaló profundamente en sus huesos, vertiéndose en cada célula
de su cuerpo. El que le había pegado era como si estuviera muerto. Si la
perjudicaba una vez más, de alguna manera, le cazaría hasta los confines de la
tierra.

− Trey les vio. El coche se dirige hacia las colinas, directamente hacia el país del
vino, − informó Jake.

Elías se movió dentro y fuera del tráfico. Afortunadamente, una de las ventajas de
ser leopardo era la vista increíble y la coordinación mano-ojo. Aún así, tardaba
mucho, el que se la había llevado tenía demasiada ventaja inicial. Bastaba un poco
de tiempo para que un leopardo pudiera matar o hacer una enorme cantidad de
daños.

El tiempo nunca había pasado tan lentamente. El miedo nunca lo había


estrangulado como esto. Él lo probó en su boca, se familiarizó íntimamente con él
en el largo viaje en coche. Él lo sabía, porque el piloto del helicóptero, Joshua
Tregre, le informó que el coche se había detenido en la vegetación densa en la finca
Arnotto, y dos leopardos habían salido, rodando y luchando.

El coche había parado, el conductor dejando a Siena a su suerte. Joshua y Trey


informaron que perdieron de vista los dos gatos en los árboles cuando el más
pequeño, la hembra leopardo intentó escapar entre los bosques densos. Jake
maldijo de manera constante, pero Elías permaneció en silencio, con el corazón
golpeando, tratando de mantener su mente en blanco. Si pensaba en lo que su
agresor le estaba haciendo, él sabía que iba a volverse loco y nunca sería capaz de
contener su leopardo. Era más, si su leopardo salía, podía encontrar que el macho
ya podría haberla reclamado.

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Elías apenas logró apagar el motor antes de que ambos hombres estuvieran afuera
y corriendo hacia el sonido de gritos, gritos humanos, no los de un leopardo
hembra. Los gritos eran los de una mujer en agonía, y el sonido le heló la sangre.

Él entró por el prado, esquivando alrededor de los árboles, saltó por encima de
troncos caídos, moviéndose sin pensar para llegar a ella. El sabía que Jake estaba
quitándose la ropa y que Joshua había encontrado un lugar para poner el
helicóptero, lo que significaba que Trey estaba corriendo para unirse a ellos, pero
Elías simplemente corría hacia aquellos terribles, inquietantes, y escalofriantes
gritos.

Sin previo aviso, los gritos se detuvieron bruscamente, y su corazón se detuvo


justo junto con el sonido. Rodeó dos árboles más y los vio.

Un gran leopardo macho golpeó el cuerpo desnudo de Siena, rasgando profundos


surcos en su espalda, mientras que los dientes la mantenían en su lugar. Ella no se
movía. Su cuerpo parecía ser el de una muñeca, una muñeca de trapo cubierto de
sangre. El gato se dejó caer en el suelo y se volvió hacia Elías, sus malévolos ojos
focalizándole.

Jake se estrelló contra el macho desde el lado, tirándolo lejos de Siena y contra
Elías. Elías sacó su pistola y disparó, golpeando el leopardo en el hombro
izquierdo, cuando se dio la vuelta. El leopardo rugió y se volvió, desesperado por
escapar. Elías llegó a Siena y se agachó junto a ella, manteniendo su cuerpo entre
ella y el leopardo herido. Antes de que Jake pudiera golpearlo de nuevo, el macho
se había precipitado en el prado. Jake comenzó a ir detrás de él.

− Necesito el helicóptero y un médico, − gritó Elías, llamando a Jake. − Déjalo. Nos


encargaremos de él más tarde.

Había sangre por todas partes. En todos lados. Empapando el suelo, cubriendo su
cuerpo, bastante en su cabello. No sabía dónde tocarla sin hacerle daño. Ella tenía
cuatro marcas de rastrillo en el fondo de su espalda; las garras habían cortado a
través del músculo y el tejido. Dos heridas punzantes en su hombro. Un horrible
rastrillo desde la parte superior de la cadera todo el camino hasta la rodilla, y era
profundo. El leopardo le había rasgado, abriéndola.

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Elías tuvo miedo de girarle, miedo de lo que vería. Ni siquiera se dio cuenta de que
estaba orando en silencio, sus suaves dedos en su pelo, tirando de él hacia atrás
lejos de su cara, recubiertos de sangre sus dedos, el pelo pegajoso con ella. Su
corazón se hundió.

El miedo era metálico. − Bebe, − dijo en voz baja. − Estoy en lo cierto aquí. El se fue.
Estoy aquí.

No podía ver su pecho moverse hacia arriba y abajo. No se veía como si estuviera
respirando, y tuvo que sentir su pulso. Él tenía que saber que estaba viva. Él le
rodeó la garganta con la mano y se quedó inmóvil. Escuchando. Sintiendo. Allí
estaba.

− Tengo que recogerte, Siena. Va a doler, bebé, pero voy a ser tan suave como
pueda. Tenemos un helicóptero y te llevaremos a un hospital. − No estaba seguro
de que pudiera escucharlo, pero quería tranquilizarla. Necesitaba asegurarse a sí
mismo.

Muy, muy suavemente la hizo rodar parcialmente, cuidándose de no dejar que


ninguna de las marcas tocara el pedazo de vegetación en descomposición. El
aliento abandonó sus pulmones. El estómago se le cayó. El leopardo había arañado
su cara, abriéndola desde la sien hasta la parte superior de la mejilla y era un corte
profundo.

Ella debió de haber rodado inmediatamente en posición fetal, ya que era la única
laceración en su frente que podía ver.

−Tenemos que empezar a movernos, − siseó Jake. Se había puesto los pantalones
vaqueros y estaba tirando de su camisa en su lugar. − He llamado al Doc para que
se reúna con nosotros en la plataforma en el techo. Él sabe que las lesiones son
graves y que ella es uno de nosotros. Es el mejor, Elías. Sabes que va a tomar buen
cuidado de ella. Trey puede tomar el coche de vuelta.

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Elías no sabía si alguien podía cuidar de ella. Había perdido sangre. Mucha de ella.
Nunca había visto a nadie tan desgarrado. Lo más suavemente posible, la levantó
en sus brazos, la peor laceración en la cadera de espaldas a él, pero eso significaba
que su cara rasgada estaba contra su pecho y su brazo era una banda a través de
los surcos en la espalda. Podía ver la hinchazón en la cara y en las manos. Había
luchado con su agresor. Ella había luchado duro.

− Quiero ese bastardo, − Elías dijo bruscamente, mirándola a la cara mientras corría
con ella a través de los árboles hacia el claro donde había aterrizado el helicóptero.
− Quiero diez minutos con él antes de que él muera.

Jake se quedó en silencio, manteniendo el ritmo. Habían dejado las llaves en el


coche, y él había ladrado una orden a su radio para que Trey hiciera su camino a
través de los árboles para llegar al vehículo.

− Demasiada sangre, − dijo Elías.

− No pienses, vamos a llegar allí.

Elías trató de mantener la mente en blanco. Él no se detuvo cuando llegó el


helicóptero, se agacho y corrió, saltando en el último momento con Siena en sus
brazos para entrar. Jake estaba justo detrás de él. Ambos se arrojaron a las sillas y
Joshua tomó el pájaro en el aire.

Siena gimió suavemente mientras el helicóptero se ladeó y luego se movió


rápidamente hacia el hospital. Jake cubrió su cuerpo desnudo con una manta,
arrastrado los auriculares y hablando en la radio, obviamente, en comunicación
con el médico, transmitiéndole toda la información acerca de las lesiones de Siena
que se podían ver.

Elías quería quitar las hebras de cabello sangrientas que colgaban en trozos sobre
su cara, pero las hebras gruesas estaban ayudando a detener el flujo de sangre. En
su lugar, pasó un dedo por la ceja.

− Estoy aquí bebe. Aquí mismo, contigo. Espera por mí. ¿Puedes hacer eso, Siena?
Prométeme que esperaras. − Sus pestañas revolotearon. Su aliento atrapado en su
garganta, pero ella no abrió los ojos.

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Todo lo golpeó, después de aterrizar. La camilla esperando, el equipo de médicos
corriendo para la sala de operaciones, donde Doc estaba esperando por ella. No
pudo ir con ella, lo intentó, pero cuatro enormes guardias de seguridad lo
bloquearon fuera de la habitación.

Habría ido a través de ellos si no hubiera sido por Jake y Joshua. Los dos hombres
se movieron a cada lado de él, y Jake lo respaldó con una mano. Con tres palabras.
− No estás ayudando.

Fue la espera más larga de su vida. Horas. Él no se sentó. Paseó. Su leopardo se


paseó en él salvajemente, tratando de llegar a su compañera, para asegurarse de
que ningún daño estaba llegando a ella, para asegurarse de que vivía.

Elías encontró que no podía caminar lejos de la rabia que lo montaba con tanta
fuerza, o la necesidad de ir a buscar a Paolo y a Alonso y tomar represalias de una
manera que les haría sufrir durante mucho tiempo antes de morir.

Él empujó las dos manos por el pelo y dejó de moverse, quedándose


completamente inmóvil, su respiración sosteniéndose en sus pulmones cuando el
doctor vino a través de las puertas. Jake y Joshua estaban inmediatamente allí, a
cada lado, enjaulándolo. No tocándolo, pero cerca por si acaso.

− Ella está viva. Es fuerte. Luchó contra él. Luchó duro. No hubo evidencia de que
fuera violada, gracias a su determinación. Debido a que me dijo que tuvo
relaciones sexuales con ella anoche, le hice la prueba de embarazo más avanzada,
pero no han pasado veinticuatro horas, que es cuando su cuerpo se inunda con las
hormonas, por lo que la traté como si estuviera embarazada. Le daré otra prueba
mañana, porque si está embarazada eso determinará los medicamentos para el
dolor que podemos darle.

Elías sacudió la cabeza y respiró profundo para dejarlo salir. Por supuesto que
podría estar embarazada. Con su leopardo en aumento, tanto el gato como el ser
humano eran fértiles al mismo tiempo. Había estado tan fuera de control que no
había pensado en otra cosa que en estar dentro de ella.

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Wild Cat
−Ella tiene cuatro costillas rotas y otra fracturada, − el Doc continuó. − El desgarro
en la cadera y la pierna es el peor. Nos tomó horas cerrar ese. Michelle, un amigo
mío, es un sorprendente cirujano plástico. Pasó mucho tiempo en la cara de Siena,
así como en todas las demás superficies abiertas. Las cuatro marcas de rastrillo en
la espalda son profundas, y ella va a experimentar dolor durante mucho tiempo.
Tuvo suerte. Él quería hacerle daño. Él quería castigarla, pero no quería matarla.

− Su leopardo no lo aceptó. − supuso Elías.

− Yo diría que eso es lo que pasó, − estuvo de acuerdo Doc. − Las heridas
punzantes indican que intentó establecer una relación. El hecho de que el leopardo
macho la agrediera como lo hizo, no fue para marcarla, era un castigo, un leopardo
esta fuera de control cuando se le niega lo que quiere. − Los ojos oscuros de Doc
traspasaron a Elías directamente. − Su leopardo ya estaba unida al yuyo, sin
embargo, no había ninguna marca en ella tuya.

Eso no era del todo cierto y Elías lo sabía. Él la había marcado con los dientes, con
las manos. Sus marcas estaban todas sobre ella y, probablemente, muy dentro
también.

− ¿Qué es lo que no nos está diciendo? − Pregunto Elías.

− La infección está pendiente, − dijo Doc. −Tenemos que anticiparnos a ella.


Estamos inundando las heridas con antibióticos, pero es un gato y esas
laceraciones son profundas. Muy profundas. No esta fuera de peligro todavía.

− Pero no estás feliz, − observó Jake.

Doc suspiró. − Perdió mucha sangre. Le dimos transfusiones y vamos a preparar


para ella con un cóctel de antibióticos por vía intravenosa, pero hay que estar
preparados. − Se puso de pie por un momento, la cabeza hacia abajo, y luego alzó
la vista, sus ojos se encontraron con Elías.

Por primera vez, Elías pudo ver el leopardo en él. La naturaleza feroz.

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− El que hizo esto tiene que ser erradicado.... Destruido. Para siempre. No está
bien. Ella es una joven aun. Nunca he estado tan enfadado en mi vida.

− Le encontraré, − dijo Elías, y lo hizo un voto.

Siena flotó en un mar de dolor durante días, moviéndose dentro y fuera de la


conciencia. Una vez que ella abrió los ojos, Elías estaba allí, sus manos acariciando
su cabello, susurrándole en voz baja, asegurándole que estaba allí. Que estaba a
salvo. A veces pensaba que estaba soñando, pero en ese momento supo que estaba
realmente en la habitación con ella. No podía soportar su contacto. No podía
soportar la idea de mirarlo a la cara. Ella nunca estaría a salvo de nuevo. Nunca se
vería igual otra vez. Cerró los ojos y se había ido.

Otras veces oía un llanto silencioso. Le rompía el corazón. Ella quería levantarse e
ir a la persona para consolarlo. Sonaban tan sola y llorando como si su mundo se
hubiera ido. Fue sólo cuando sintió una mano en su frente, echándole el pelo hacia
atrás, y oyó la voz de Elías calmándola, que se dio cuenta de que era ella la que
lloraba.

Ella dormitó un par de veces y siempre parecía estar allí, no importaba si era
oscuro o claro. Ella tenía que haber estado soñando, pero era una cosa tan extraña
para soñar que quería que parara. Ni siquiera quería el hombre en sus sueños,
mucho menos en su habitación del hospital, y sabía que estaba en un hospital.
Recordó lo que le había sucedido, cada uno de los detalles.

En el coche, Paolo había intentado violarla. Ella luchó con fuerza, pero cuando él la
golpeó en la cara, casi dejándola fuera, su leopardo había empujado hacia adelante
para salvarla y ella lo había permitido. Paolo se había enojado ya que su leopardo
había surgido. Su leopardo macho había atacado de inmediato la pequeña hembra.
Su única mujer había salido dos veces antes y no tenía idea de cómo luchar contra
un enorme macho, que quería aparearse con ella. El ataque a la pequeña hembra
leopardo había sido brutal y Siena no pudo soportarlo; se había desplazado de
nuevo para proteger a su gato.

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Siena no quería pensar en ello. No quería recordar el dolor apuñalando a través de
ella cuando el gato la mutiló. Ella no quería pensar en su abuelo muerto y en cómo
sus demandas de que le permitiera tener una opción diferente para marido, le
habían precipitado a su muerte.

Siena trató de forzar su cuerpo de vuelta de donde quiera que se hubiera ido, pero
podía escuchar el sonido de las máquinas y el ruido era persistente. Un latido del
corazón. El tocar del tambor. Y luego estaba el dolor. Ella quería moverse, tratar de
alejarse de él, pero le resultó imposible. Tomó aire y se obligó a abrir los ojos. Se
encontró mirando a una pared. Ella estaba conectada a todo tipo de bolsas con
todo tipo de líquidos en ellas, y ninguno parecía ser el analgésico que necesitaba
desesperadamente.

Su cara se sentía rígida y palpitaba con cada latido de su corazón. Sus costillas
dolían. Su espalda y un lado de su costado hasta la rodilla se sentían como en
agonía. Estaba tumbada sobre su lado derecho, sólo una sábana la cubría, y su lado
izquierdo se sentía como si alguien hubiera vertido gasolina en él y provocado un
incendio.

− Ella ha estado gimiendo, − dijo una voz, una voz masculina, una de dura
autoridad, y parecía molesto. − Está adolorida. Dale algo.

Su aliento dejó sus pulmones en un largo suspiro. Ella conocía esa voz. Rezó para
que sólo fuera un sueño, Elías Lospostos había estado sujetándola, susurrándole
que aguantara, pero no había duda de la autoridad absoluta en su voz. Lo peor que
he tenido. Ella apretó los ojos bien cerrados.

Ella no podía hacerle frente. Nunca más. Ciertamente no de esta manera. Ella no
había mirado debajo de la sábana, pero sabía lo que vería si lo hacía. Se veía como
el monstruo de Frankenstein, cosida de nuevo junta en parches. Se acercó el puño a
la boca para evitar el llanto. Ella no haría eso delante de él.

Una mujer irrumpió alrededor de la máquina y clavó una aguja en la línea de


entrada en su brazo.

Bookeater
Wild Cat
− Estás despierta, − dijo alegremente. − Esto debe hacerse cargo del dolor. Voy a
dejar que el médico sepa que estás despierta.

Siena no respondió. Se mordió con más fuerza su puño, con ganas de gritar a Elías
que se fuera. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Habría estado allí todo el tiempo? La
mujer salió de la habitación, y ella sintió su mano en el pelo, el cabello estaba
trenzado. Casi gimió en voz alta, recordando la sensación de sus manos en su pelo,
una caricia. Esa voz baja y masculina murmurando mientras le trenzó el cabello
para mantenerlo fuera de la cara y ponerla más cómoda cuando había estado tan
caliente.

− Vete, Elías, − le ordenó de plano.

− Sabes que no voy a hacer eso, bebé, − dijo en voz baja.

Ella abrió los ojos y allí estaba él. Cerca. Demasiado cerca. Su mano acariciando a
través del pelo de ella y las lágrimas ardieron en sus ojos. No quería su piedad. −
No puedo hacerte frente en este momento. Por favor, simplemente vete.

− Vamos a salir de esto. Estás en camino de recuperarte finalmente. La fiebre ha


desaparecido, y parece que los antibióticos finalmente han ganado.

Ella tenía miedo de moverse. Cualquiera que fuera la droga que la enfermera le
había dado en realidad estaba empezando a trabajar y no se sentía con ganas de
gritar de dolor por primera vez desde que se había convertido. No quería que esa
agonía volviera. Eso significaba que podía mirar fijamente a los ojos de Elías, ojos
que cambiaban de color continuamente, de mercurio como la luz y al siguiente tan
oscuros como la noche.

El aliento se le quedó atascado en la garganta. Necesitaba un corte de pelo, pero la


necesidad le convenía, dándole un aspecto desaliñado, atractivo que iba con su
hermoso rostro. Él era un hombre hermoso, con su camiseta negra que se extendía
sobre el pecho musculoso y sus vaqueros ajustados en sus estrechas caderas y las
nalgas perfectamente ajustadas.

Bookeater
Wild Cat
Él era impresionante. No quería que él la mirara, y desde luego no quería
encontrarse con sus ojos. Ella no podía. Lo peor que he tenido nunca. Sus palabras
estaban quemadas en su cerebro.

− No, Siena, − dijo en voz baja, como si pudiera leer sus pensamientos. − Estaba
lleno de mierda, diciéndote cosas. La cagué. Yo sé eso. Tú lo sabes. Tenemos que
superarlo debido a que sé como tú que no voy a ninguna parte.

Se quedó mirando la pared, justo encima de su cabeza.

− Siena. Te dije que la cagué. Te digo que tenemos que dejarlo atrás.

Algo en su interior se rompió. Quería saltar sobre él, la ira moviéndose a través de
su humillación.

− ¿Dejarlo atrás? ¿Exactamente que debería dejar atrás, Elías? ¿Moverme más allá
de las cosas que me dijiste? Lo siento, las cosas que dijiste no pueden ser borradas.
¿Ir más allá del hecho de que me empujaste por una puerta desnuda cuando estaba
en estado de shock? No creo que me mueva más allá de esas cosas. Por favor,
déjame antes de que haga llamar a seguridad.

− Soy tu seguridad, − espetó. − Nadie me va a lanzar fuera, bebé, menos tu. Vas a
tener que ponerte de acuerdo con ese hecho. Ya sabes que todo lo que te dije era
una mierda, por lo que debes seguir adelante.

− Oh. Mi Dios − Ella se olvidó del dolor, probablemente debido a que se había
calmado, y ella levantó la cabeza, mirándolo. − Eres tan arrogante. E idiota. En
serio eres tan idiota para creer que sólo voy a olvidar lo que me dijiste. Puedo
repetir palabra por palabra, si quieres.

− No quiero, − dijo, sus ojos casi brillaban intensamente en ella como si tuviera
todo el derecho de estar enojado. – Y acuéstate antes de que te hagas daño.

− Puedes dejar de darme órdenes y salir de mi habitación.

Bookeater
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Él puso una mano en su hombro y aplióo presión hasta que no tuvo más remedio
que ceder contra la almohada. Por un momento la satisfacción brilló en sus ojos.
Vio el leopardo allí, y sabía que él era uno de ellos. Ella lo sabía. Su temperamento.
Su arrogancia. El enorme poder que emanaba simplemente caminando en un
cuarto.

Siena estrechó sus ojos en él. − No puedo creerlo. No tienes derecho…

Se inclinó tan cerca que su aliento se atrapo en sus pulmones y su réplica enojada
se atrapo en su garganta. Su boca le rozó la oreja.

− Tengo todo el derecho. Todo el derecho, Siena. Eres mía. Tu leopardo me aceptó.
Te entregaste a mí. Tienes mi hijo creciendo dentro de ti. Créeme, bebé, me
perteneces. Y yo no renuncio a lo que es mío. Así que muévete más allá de la
mierda y vamos a tratar con lo que tenemos pasando ahora.

Ella lo miró, sintiendo otro golpe en su cuerpo. Uno duro. Tienes mi hijo creciendo
dentro de ti. ¿Acababa de decir eso? ¿Ella lo oyó bien?

Abrió la boca, pero el único sonido que surgió fue un suave grito de angustia. Ella
cerró los ojos, metió el puño hacia atrás en su boca y mordió con fuerza. No ayudó.
Las lágrimas empezaron. Una vez que lo hicieron, no pudo detenerlas.

Lloró en silencio, una tormenta que no podría ser retenida. Lloró por los hombres
que habían muerto después de que ella los había distraído, lo que permitió a un
sicario entrar en su lugar. Lloró por su abuelo que amaba más que a nadie en la
tierra. Lloró por el hecho de que su querido abuelo la hubiera usado para hacer
algo tan vil. Lloró porque ella misma se había dado a Elías Lospostos y que la
hubiera arrojado fuera de su puerta de entrada desnuda.

− Bebe, es suficiente, − Elías la calmó, su mano en el pelo. − Vamos a afanarnos para


sacar todo hacia afuera. Nadie puede entrar por ti. Tenemos el equipo en su lugar...

Bookeater
Wild Cat
Ella no pudo contener las lágrimas. Fue su horrible primera vez. La única vez. Lo
peor que alguna vez había tenido, y ahora esas eran las consecuencias porque
había estado tan fuera de control y quemando por él que no había pensado en lo
que podría suceder.

Un niño. El hijo de Elías. Si Paolo o Alonzo lo averiguaban, moverían cielo y tierra


para llegar a ella. Le harían algo terrible.

Ella perdió de vista a Elías y luego sintió su peso sobre la cama. En realidad
tendido a su lado, con cuidado a su espalda, pero su brazo estaba alrededor de su
cintura y su aliento en la nuca de su cuello.

− Bebé. Adelante entonces, llora. Déjalo ir. Todo ello.

− Vete, Elías. – Su voz salió ahogada y llorosa a causa de su puño. Ella también
sonaba un poco desesperada.

− Tienes que llorar, y luego, gritar pero vas a hacerlo en mis brazos.

Ella no luchó contra él. ¿De qué servía? En ese momento se sentía demasiado cruda
y expuesta, y la verdad, sentía consuelo en su cercanía. No quería sentirse de esa
manera, no cuando él era la causa de su total humillación, pero aún así, la hacía
sentir como si realmente estuviera a salvo, y no se había sentido así en un largo
tiempo, ni siquiera cuando era niña. No desde los intentos de secuestro.

Siempre había habido rumores acerca de su abuelo, pero incluso los federales no
habían encontrado nada. Todos sus negocios habían parecido legítimos. A veces
ella había sospechado porque el ejército de hombres que trabajaban para él
llevaban armas y claramente realizaban un poco más, al parecer, que velar por ella
y el abuelo de cerca. Ella había llegado a creer que eran guardaespaldas, que
debían protegerlos, e incluso si arruinaban por completo cualquier posibilidad de
citas, o tener amigos, pero daban a su abuelo tranquilidad de espíritu. Ahora sabía
que nada de eso era la verdad.

Bookeater
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Nada de lo que había creído había sido la verdad. Elías era parte de ese mundo. De
hecho, los federales habían investigado a la empresa familiar en numerosas
ocasiones. Siempre había logrado salir sin que ellos encontraran la evidencia que
estaban seguros estaba allí, pero todo el mundo conocía la reputación de su
familia.

Ella se obligó a creer que él era igual que su abuelo, rico, un astuto hombre de
negocios que había hecho enemigos en el camino. Su abuelo era culpable, así que
no había duda en su mente de que Elías era culpable.

− No estoy embarazada. − Ella anunció con firmeza a través de sus lágrimas, en su


puño cerrado y los nudillos mordidos. Sus manos estaban adoloridas cuando ella
cerró los dedos en necesidad de algo para concentrarse.

− Está bien, bebé. − Él dio un beso en la nuca.

Ella cerró los ojos. Si hubiera argumentado, podría haber habido una posibilidad
que acabar lanzándolo afuera. No sabía cuántos días habían pasado mientras que
la fiebre duró y ella había estado entrando y saliendo de la inconsciencia, pero vio
que algunos de los moretones realmente se habían desvanecido y eso significaba
que algún tiempo había pasado. Aún así, seguramente no podían saberlo a ciencia
cierta, pero no estaba discutiendo con ella. Eso simplemente le daba miedo.

− Elías. − Ella dijo su nombre en voz baja. Una protesta. − Por favor. − Las lágrimas
le quemaban los ojos. Tenía que saber si él le estaba mintiendo. Sólo tenía que
hacerlo.

La abrazó más cerca, moviéndose de manera que sus nalgas se presionaron


fuertemente contra su frente. Ella podía sentirlo, la parte más masculina de él. Ella
debería haberse sentido amenazada, pero en su lugar, algo dentro de ella se asentó.
Todo esto era demasiado. No podía luchar en todos los frentes, ni podía procesar
todo lo que le había sucedido. Ella simplemente no podía. Si el solo retirara lo
dicho, diciendole que no era cierto, que ella no estaba embarazada, ella podría
hacerle frente, al menos por los próximos minutos.

Bookeater
Wild Cat
− Siena, amor, simplemente deja de pensar. Déjalo ir. Drake Donovan está aquí y
nuestro equipo te tiene completamente rodeada. Nadie puede llegar a ti. Tu trabajo
es sólo curarte.

Se humedeció los labios. Ella recordó otra cosa que le había hecho. Había sentido
un par de veces la sensación de su dedo frotando algo relajante en sus labios secos.
Se había inclinado en ella y le había dado un beso en la frente. Suavemente. No
pudo conciliar los dos hombres. Elías era áspero y exigente. Mandón. Arrogante. El
hombre que le trenzó el cabello y le aplicó un bálsamo en los labios era suave y
dulce. Ella tenía que haber estado soñando, pero si era así, ¿por qué estaba
tumbado en la cama con ella, sosteniéndola tan suavemente, tan cuidadoso de sus
heridas? ¿Por qué estaba presionando un suave beso en la nuca?

La puerta se abrió. Ella se puso rígida, con el corazón acelerado. Se dio la vuelta
hacia la puerta con necesidad ya que era realmente aterrador no saber quien había
entrado, pero Elías no se movió.

− Relax, bebé. Es sólo Drake.

El hombre llegó alrededor de la cama para inclinarse hacia ella. Él no hizo un


sonido. Tenía una dura y poderosa mirada del leopardo que venía a reconocer,
pero sus ojos eran suaves, incluso tiernos. Él sonrío.

− Soy Drake Donovan.

En el momento en que lo vio, comenzó a llorar de nuevo. No había llorado mucho


desde el momento en que había sido secuestrada.

Se cubrió la cara con la mano. −Gracias por venir. − Pero ¿qué estaba haciendo ahí?
¿Quién lo había llamado? − Quiero...− Ella suspiró. − Contratar...− No podía
detener las lágrimas que caían por sus mejillas por lo que renunció a hacerlo,
aceptando que ella necesitaba llorar. − contratarte, − se las arregló para decirlo.

Bookeater
Wild Cat
Elías le acarició el cuello, las manos acariciándole. La palma de su mano en su
cintura, sus dedos extendidos a lo ancho, calando caricias y calor a su espalda,
trazando el camino de cada una de las marcas del rastrillo con las almohadillas de
los dedos como si eso fuera a borrar las laceraciones para siempre.

− Tienes que hacer que se vaya y se mantenga alejado de mí.

− ¿Quién tiene que irse? − Preguntó Drake.

− Elías. – Ya estaba. Lo había hecho. Ella le había enviado lejos, y el no la tocaría o


calmaría o humillaría nunca más. Ella no estaría embarazada. No recordaría que
era lo peor que había tenido, cada vez que lo viera o escuchara su voz. Ella no
recordaría ser parte de asesinatos.

Elías no se movió ni cambio de posición. Sus manos no se detuvieron, ni siquiera


por un momento.

− Es uno de ellos. Es igual que mi abuelo. − Ahora, ella incluso le había traicionado.
No habría regreso desde allí.

Elías apretó los labios en la nuca de su cuello. Sus dientes rasparon a lo largo de su
piel, y en lugar de asustarla, se sentía erótico. Eso la asustó.

− Él tiene que irse, − soltó. Ella sonaba desesperada.

− Elías es una gran parte de mi equipo, Siena. Él no es como tu abuelo. − La voz de


Drake era increíblemente suave. − Él camina sobre una línea muy fina, la mitad en
nuestro mundo y la mitad en el bajo mundo, pero puedo asegurarte que está de tu
lado. Si confiaste en mí lo suficiente como para venir a buscarme y me contratarme,
tienes que confiar en mi juicio.

Elías no podía quedarse. Ella sacudió la cabeza, su mirada saltó a la cara de Drake,
con ojos suplicantes.

Bookeater
Wild Cat
− Bebe, − Elías susurró suavemente contra su cuello desnudo, sus labios dejando
un rastro de besos. − No voy a irme a ninguna parte. No ahora, cuando me
necesitas para protegerte. Ni jamás. Metete eso en la cabeza. Soy tu seguridad. Soy
parte del equipo de Drake, y eso significa que todos sus hombres. Todos los
hombres trabajan para mí. Paolo y Alonso no se acercarán a ti de nuevo.

Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo ante el pensamiento de Paolo


acercándose a ella. No podía pensar sobre él, así que lo empujó fuera de su mente.
No podía pensar en ella ni en Elías, ni en el abuelo ni en algo más.

Ella cerró los ojos, se subió la sábana hasta su rostro y se escondió de los dos
hombres. Oculta del mundo. Oculta de sí misma.

Bookeater
Wild Cat

Siena se puso de pie, temblorosa por el lado del coche, sintiendo sus piernas
como de goma. En cualquier momento iba a colapsar en un pequeño montón en el
suelo. Nadie la escuchaba. De ningún modo. No importaba lo que dijera.

Cuanto ella protestó. Diciendo que no iba a volver a esa casa. Jamás. No le
importaba lo que cualquiera de ellos dijera.

Elías había anunciado que no la abandonaría nunca y lo había dicho con su voz
grave y firme, con su tono mandón, tono de mando, pero no había pensado ni por
un minuto que eso significaría literalmente.

Apenas había salido de su habitación en el hospital durante su estancia y la


estancia había sido larga, ya que el Doc, insistió en que se quedara por más de dos
semanas.

El doctor y las enfermeras se dirigían a él en lugar de a ella cuando discutían su


progreso o cuidado. Drake deliberó detalles de seguridad con él. Era su vida, pero
todos tenían la misma falsa impresión de que ella pertenecía a Elías, incluso Elías.

Se dio cuenta de su error ahora. Había dejado que él tomara el control en el


hospital porque estaba demasiado adolorida, tanto mental como físicamente, para
hacer frente a cualquier proceso. Era más fácil dejar que Elías los arreglara.

Ella no tenía que pensar en nada. Su mente se sentía entumecida la mayor parte del
tiempo y ella sólo parecía ir a la deriva. Pensaba mucho acerca de su abuelo, y para
su vergüenza, se encontró enfadada con él. De verdad enojada. La había engañado
toda su vida. Había ocultado su herencia de cambia formas. La había usado.

Bookeater
Wild Cat
Antonio había sido su única familia y la había traicionado. Le había prometido a
un hombre como Paolo y cuando él la golpeó, lo había tolerado, llamándola puta.

Siena se puso de pie, mirando con horror hacia la enorme casa, escondida en el
costado de Elías, balanceándose y débil, sacudiendo la cabeza. Su vida había sido
sacada de sus manos y ahora estaba rodeada por otro ejército de hombres, la
mayoría de los cuales no conocía.

Ella se había ido junto con todos, permaneciendo en silencio, retirada, pero no esta
vez. No en esto. No había manera de que colocara un pie en esa casa.

− No me quedare aquí, − declaró.

− Siena.

Su nombre. Una reprimenda suave. Tan suave que su corazón dio un vuelco. Ella
trató de apartarse. Elías parecía controlarla con su voz, pero no esta vez.

− Lo digo en serio. No voy a entrar ahí. − Humillación tiñó su tono. Ella lo sabía.
No pudo evitar revivir el momento en que la había mirado con tanto desprecio, en
que le había dicho cosas horribles, punzantes para derribar su autoestima como
mujer y luego la empujó fuera de su casa como si fuera una pieza de basura.

Un pequeño sonido escapó, un gemido de dolor, que la avergonzó aún más. Su


rostro enrojeció, el color arrastrándose hasta su cuello. Ella sabía que estaba
reviviendo el mismo momento junto con ella, lo que lo hizo mucho peor. Más de lo
que podía soportar.

Siena trató de apartarse de él, pero su brazo se apretó alrededor de su cintura e


inclinó su cabeza hacia la de ella.

− Mírame.

Bookeater
Wild Cat
Ella sacudió la cabeza y siguió apretada contra su brazo, que de alguna manera se
había convertido en una banda de acero.

− Siena, mírame. Maldita sea. Ya. Ahora. − Mordió las tres últimas palabras entre
los dientes.

Ella se calmó, su corazón latiendo. Había una clara advertencia en su voz. Casi por
propia voluntad, su mirada saltó para satisfacer las suya.

− Detente. Lo digo en serio. Estas tan débil que ya estas a punto de caerte. Si no te
detienes, voy a ser quien te lleve a la casa.

− No me quedare aquí. − Se obligó a encontrarse con su mirada de acero a pesar de


que el pánico brotó cuando sus ojos se oscurecieron y él frunció el ceño.

Se había preguntado cuando saldría el verdadero Elías. Recordó como la sacó


tropezando a su alrededor y la echó de su casa. De esta casa. Una a la que no
quería volver a entrar de nuevo.

− Ya he terminado de discutir contigo. − Él la tomó en sus brazos, acunándola


contra su pecho, obligándola a agarrarse a él.

− Eso no fue una discusión, − protestó ella, su pánico convirtiéndose en toda regla.

Elías no le hizo caso y se dirigió hacia el camino que llevaba a la puerta principal.
Ella hundió la cara en su cuello, sin querer ver el vestíbulo, los dedos aferrados a
sus hombros con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en él.

Manteniéndola inmóvil con un brazo, comenzó a deslizar la llave en la cerradura.


Él se quedó inmóvil. Quieto. Inhalando. Dejó la llave en la cerradura y se volvió
hacia los dos hombres que se arrastraban detrás de ellos. Drake Donovan y un
hombre llamado Joshua Tregre. Él levantó la mano, el puño cerrado, y los dos
hombres se detuvieron abruptamente.

Bookeater
Wild Cat
El corazón de Siena comenzó a latir con fuerza. Algo estaba mal, pero ella no
quería preguntar qué. No hizo ni un movimiento. Fuera lo que fuese, Elías se
apoyó lentamente en el porche. Una vez que estaba en el suelo a un par de pasos,
se precipitó fuera de la casa con ella.

− Huelo un leopardo macho. − Elías estableció a Siena en sus pies y la empujó hacia
Drake. − Joshua y yo lo buscaremos a él o lo que dejó atrás. Mantenla a salvo.

− No.− Ella lo cogió del brazo, de repente aterrorizada. De repente


comprendiendo. Ella no quería estar con él, pero no quería verlo muerto tampoco.
Paolo debía de haber visitado la casa de Elías, mientras estaba en el hospital con
ella.

− Vámonos de aquí. Alejémonos, Elías, en este momento.

Él le tomó la cara entre las manos, la yema del pulgar deslizándose sobre su labio
inferior.

− Todo va a estar bien bebe. Esto no es nuevo para mí, para cualquiera de nosotros.

− Me quedaré contigo, Elías, − ofreció ella, su dominio sobre su camisa apretando.


− Voy a hacerlo. Si no te vas lejos conmigo ahora, me quedo contigo. − Trato de
salvarlo. Desesperada por salvarlo, y ella no sabía por qué.

Sus ojos se oscurecieron aún más e inclinó la cabeza para rozar su boca sobre la de
ella con suavidad. − Tu, te quedarias conmigo de todos modos, Siena, pero aprecio
la oferta más de lo que nunca sabrás. Ve con Drake. Permite que me encargue de
esto y estaré contigo en unos pocos minutos. Esto es lo que hacemos, para lo que
querías contratar a Drake.

Ella sacudió su cabeza. − Yo quería contratarlo como guardaespaldas. Antes de


todo. No ahora, cuando sé que Paolo quiere guerra contigo, o con cualquier
persona que me este ayudando. Con mi abuelo muerto va a ser una luchar por las
empresas. Alonso puede estar trabajando con Paolo, pero créanme, está buscando
aventajarlo. Eso significa que él está buscándome también.

Bookeater
Wild Cat
− Mi corazón, ve con Drake. − Elías la empujó suavemente hacia el otro hombre.

Drake la tomó inmediatamente cuando Elías se dio la vuelta, llevando a Siena de


nuevo al vehículo con su cristal antibalas y armadura pesada en el cuerpo. Elías no
habría confiado a Siena a muchos otros hombres. El creía en Drake y sabía que el
hombre la protegería con su vida.

Joshua se unió a él. Hicieron una búsqueda rápida en la casa, en busca de pistas y
aromas.

− Alguien estuvo aquí. Las puertas delanteras y traseras estaban amañadas para
volar en el momento de abrirlas. El que hizo esto sabe lo que están haciendo. Ellos
no entraron en la casa. La bomba está en la cubierta inferior, está unida por un
cable a la puerta para que cuando se abra, quien este en los alrededores se disperse
a los vientos.

Elías asintió y fue a investigar por sí mismo. Había conocido tanto a Paolo como a
Alonzo en varias ocasiones. El sabía que Paolo había sido el leopardo macho
atacando a Siena en la finca Arnotto.

Dijo a Joshua. − Esto no huele a ninguno de ellos.

Joshua le había seguido, deslizándose por debajo de la cubierta de modo que


ambos pudieran examinar el dispositivo. – Él sabe lo que está haciendo, − dijo
Joshua. − Va a llevar algo de trabajo, quitar esto de manera segura. Quien puso esto
aquí, no le importa si Siena muere o no.

− No necesariamente. Dudo que alguien sospechara que vendría a casa conmigo.


Fui interrogado por el asesinato de su abuelo. Estuvo en todas las noticias, − Elías
señaló. − Fue sólo por coincidencia que hubiera ido a la casa de Eli esa noche. −
Para hablar con él. Emborracharse. Para decirle lo mal que la había jodido.

La tierra de Eli Pérez limitaba con la suya y con la propiedad de Jake. Eli era un ex
agente de la DEA. Los policías que investigaban el asesinato de Antonio Arnotto
tenían que creerle. La esposa de Eli, Caterina, respondió por él también.

Bookeater
Wild Cat
El plan de Paolo de implicarlo en la muerte se había convertido en humo, gracias al
hecho de que se había sentido tan culpable sobre el tratamiento que le había dado a
Siena, que había necesitado ayuda para deshacerse del cuerpo de Marco. Marco
había sido un leopardo, así como uno de los más viejos amigos de Antonio. El
cuerpo tenía que ser incinerado para que no hubiera evidencia de un leopardo.

Ellos habían inventado una historia acerca de un leopardo que se escapó de una de
las propiedades de caza del norte del estado. Hombres ricos con demasiado tiempo
en sus manos que querían cazar grandes animales.

Los animales fueron criados y levantados en la propiedad grande y luego


perseguidos y asesinados. Era lo suficiente fácil decir que un leopardo se había
escapado y luego atacado a Siena. Sus heridas ciertamente daban cuenta de eso.

− Si no fue Paolo o Alonso, − dijo Joshua, − ¿quién pudo ser?

Elías volvió a inhalar. Él frunció el ceño. El olor era definitivamente masculino,


difícil de alcanzar, pero lo había olido antes. Buscó en su memoria y llamó a su
propio leopardo. Su masculino era bueno en identificar a otros leopardos.

Se trasladó a una mejor posición por debajo de la cubierta, mirando hacia arriba a
la bomba muy cuidadosamente hecha. Había visto una similar. ¿Pero en donde?
Desplazándose parcialmente, lo suficiente para permitir el acceso a su gran macho
del olor, Elías espero pacientemente. Allí estaba. Se movió hacia atrás.

− Lo conocí en casa de Rafe Cordeau, hace unos años, cuando fui allí para una
cena. Mi tío y Cordeau estaban consolidando un acuerdo. Este hombre estaba allí,
pero no comía en la mesa. Él merodeaba en los jardines. Salí dos veces. Las dos
veces giro a mí alrededor, observándome de cerca hasta que volví dentro.

− ¿No le conociste? − Preguntó Joshua, mientras sacaba un pequeño conjunto de


instrumentos.

Bookeater
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− No, no formalmente, pero me encontré con él. Yo quería que él supiera que sabía
que me estaba mirando, así que caminé hasta él y me presenté, le obligue a
decirme su nombre. Gaton. Robert Gatón. Cordeau nos presentó a cuatro de sus
principales soldados, todos los cuales eran leopardos. Fueron asesinados en el
rancho de Eli.

Elías señaló. − Este era el hombre de reserva de Cordeau, el que retenía. Sus cambia
formas corrieron a su ejército. Todo el mundo responde a ellos. Quienquiera que
sea, tiene que estar tomando el territorio de Cordeau y está haciendo algún tipo de
declaración. Este ataque no tiene nada que ver con Siena.

Elías sintió alivio cuando él ni siquiera sabía que había estado tenso. Siena había
tenido suficiente y no quería que tuviera algo más de lo que preocuparse de lo que
ya tenía. Ella era muy frágil.

Él sabía que ella no había asimilado nada de esto. Ni lo que había pasado entre
ellos, ni la paliza que Paolo le había dado. Ni la muerte de su abuelo. Ni el ataque a
su leopardo y, sobre todo, no a su bebé creciendo dentro de ella. No quería
reconocer nada entre ellos, y mucho menos un niño. Elías podría darle todo el
tiempo que necesitaba, pero ella estaba tomando ese tiempo con él justo a su lado.

La frente de Joshua estaba perlada de sudor. Se la limpió con el antebrazo para


evitar que las cuentas corrieran a sus ojos.

− Es un infierno de fabricante de bombas. Tiene un par de falsas etiquetas en esta


cosa. ¿Por qué un hombre que está tomando más de un territorio entrega una
bomba por sí mismo? Eso no tiene sentido, Elías.

Joshua tenía un punto. Un buen punto. Elías nunca entregaría una bomba. Enviaría
a alguien de su confianza para hacerlo. Antonio no se había sentado a esperar a
Elías, había enviado a Marco para hacerlo.

− Otra persona, entonces, − Elías dijo en voz baja. − Alguien con una reputación lo
suficiente grande para que el cambia formas de Cordeau le diera su lealtad e
hiciera su voluntad. O, él era el hombre bomba de Rafe y no confiaba en nadie más.

Bookeater
Wild Cat
− Será mejor que nos apresuremos a averiguarlo o tu señora estará en problemas.
Su abuelo fue asesinado. A pesar de quién lo hizo, algunos de los otros jefes van a
estar mirando su territorio con el hambre en sus ojos. Y a diferencia de Paolo, no
van a preocuparse por la forma en que lo adquieren, lo que significa que Siena no
estará segura.

Joshua contuvo la respiración por un momento, cortó un cable y permitió que sus
brazos cayeran a los lados.

− Uno abajo.

Se quedaron quietos durante unos minutos, sabiendo que tenían que meterse
debajo de la cubierta posterior y hacer la misma cosa.

− Ella no quiere saber nada de mí, − dijo Elías.

Joshua frunció el ceño. − Pensé que habías dicho que tu macho reconoció a su
mujer.

− Realmente lo hizo. Está loco para llegar a ella.

− Entonces, ¿cuál es el problema? − Preguntó Joshua, secándose la frente de nuevo


con su brazo. − ¿Hace calor aquí, o soy apenas yo?

− Hace calor, − dijo Elías. – Me cague totalmente en las cosas, y ahora ella está
embarazada y no quiere saber nada de mí.

− ¿Qué hiciste?

Elías no quería decir ni una palabra más. Joshua había sonado un poco demasiado
divertido para su gusto, pero Elías tuvo que admitir que estaba fuera de su juego.
Nunca había tenido problemas para conseguir una mujer a la que quería. Jamás. El
problema era que una vez que las tenía, no las quería a ellas de nuevo. No tenía
una gran cantidad de práctica con que trabajar y mantenerse alrededor, de hecho,
tenía cero experiencia.

Bookeater
Wild Cat
− Sabía que Arnotto estaba haciendo su movimiento para adquirir nuevos
territorios. Él siempre había sido de los que tomaba ventaja cuando había una
vacante. Mi tío me decía que debía vigilarlo. Dijo que Arnotto tenía cerebro para
evitar que los federales miraran demasiado cerca. Se rodeaba de empresas de fiar,
tenía amigos en la alta sociedad, y razones válidas para tener un ejército alrededor
en todo momento. El coche bomba de su hijo y los secuestros de su nieta. Cuando
los cuerpos empezaron a caer sabía que estaba detrás de ello, sobre todo debido a
que cada muerte parecía del todo ajena. Él es muy inteligente.

Joshua le siguió por debajo de la cubierta y alrededor de la parte de atrás de la


casa. Elías se volvió hacia él, cruzando los brazos.

− Antes de que diga el resto, tienes que saber: que si ríes voy a golpearte.

Joshua le sonrió. − No puedes hacer eso, hombre. Me necesitas para desarmar esa
bomba y ayudarte a asegurarte de que no hay otra.

Elías negó con la cabeza. − Jodimos, y luego apareció Marco y yo le dispare. La


acusé de formar parte de una trama para desviar mi atención para que el asesino
pudiera entrar y luego la eché. − Fue una aguada versión, pero supuso que Joshua
lo entendería.

Joshua pareció sorprendido y luego una sonrisa lenta se instaló en su rostro. − ¿Tú
hiciste eso? Realmente eres un idiota, ¿verdad?

− Cállate. Sabía que no debería decirte. Ya fue bastante malo admitir lo que hice a
Drake. Él estaba muy enojado, y me refiero a realmente molesto. Para él era todo
sobre el control de mi leopardo, y claramente no hice eso. Mi temperamento tiene
lo mejor de mí.

− ¡Tu temperamento o tu polla? – Joshua se burló, y luego se echó a reír. A toda


prisa, se trasladó alrededor de Elías y se sumergió bajo la cubierta.

Elías se detuvo un momento, mirando detrás de su amigo. Los hombres nunca se


habían atrevido a burlarse de él hasta que se convirtió en parte de la tripulación de
Drake. Todavía se sentía un poco rígido alrededor de los otros. Su educación había
sido dura.

Bookeater
Wild Cat
Una vez que sus padres estaban muertos, asesinados por su tío, pasó su juventud
protegiendo a Rachel, su hermana menor de su tío. Ese había sido un asunto muy
serio.

También había pasado varios años cimentando su relación con los hombres que
trabajaban para su tío. Conspirando contra él, con dos de sus amigos de la infancia
en la organización. Por último, llevándolo hacia abajo.

Él no era bueno en las cosas más suaves de la vida. Había cuidado de una persona,
su hermana, y había tenido que proteger esa relación, actuando como si no le
importara mucho a él para que su tío no supiera que tenía la manera de
influenciarlo. Él era un hombre duro, y él hacia el trabajo, si necesitaba hacerlo.
Pero había hecho cosas por necesidad de las que no estaba orgulloso.

Había hecho otras cosas, ilegales y peligrosas, sin mirar atrás. Había sido un
ejecutor. Era bueno con los puños. Rápido. Su leopardo era salvaje y fuerte.
Siempre había ejercido el poder, y había aprendido de su abuelo, su padre y su tío
cómo dirigir una habitación con sólo caminar en ella.

El silencio trabajaba para él. No daba explicaciones. No pedía disculpas. Tenía una
tendencia a tomar lo que quería. Pero más que nada siempre fue, todo sobre el
control. Hasta Siena.

Siguió a Joshua debajo de la cubierta. El dispositivo era el mismo que había estado
en la puerta principal.

Robert Gatón había cubierto sus apuestas, manipulando ambas puertas para que
explotaran. Consideró lo que habría ocurrido si él hubiera abierto la puerta
principal con Siena en sus brazos. Ambos habrían muerto.

Una rabia fría se deslizó a través de él. Estaba familiarizado con esa sensación.
Había esperado años para vengar sus padres. Había jugado su parte y desarrolló
su fuerza bajo la nariz de su tío. Él tuvo la paciencia para vengarse. El hombre que
había golpeado a Siena, dejando contusiones y fracturas en sus costillas, el
leopardo que había desgarrado la carne abierta, y ahora este hombre, irían todos
abajo, al igual que su tío lo había hecho.

Bookeater
Wild Cat
No creía en el sistema de justicia. Lo había visto comprar y pagar demasiadas
veces. No estaba confiando en cualquier persona con la seguridad de Siena, no del
todo, ni siquiera con Drake. Él supervisaría todo.

Siena no tenía una oportunidad, lo reconociera o no. Era de su propiedad. Era un


hombre con una naturaleza apasionada y un temperamento salvaje, pero frio como
el hielo, pero había aprendido un par de cosas acerca de sí mismo que no había
conocido desde que había estado con Siena. Podía ser posesivo y celoso, dos rasgos
que nunca había considerado que estuvieran en su naturaleza. El ser dominante y
controlador, era inherente, criado profundo, y estaba realmente solidificado en su
crianza.

Siena era suya. Suya. El era áspero y malo y esperaba que los que le rodeaban le
obedecieran sin preguntar. Siena no iba a hacer eso. Se dio cuenta de que su
naturaleza se rebelaría si se acercaba mal. Aún así, ella era suya.

Nunca había sido conmovido por las lágrimas de una mujer. A su juicio, las
lágrimas eran un arma de manipulación. Hasta Siena. Sus lágrimas le habían
deshecho. Él le había pedido que se detuviera, no porque él pensara que ella estaba
tratando de controlarlo o influir en él de alguna manera, sino debido a que su
llanto era verdaderamente desgarrador. Al final había necesitado abrazarla más
que ella para sostenerse.

Siena había sacados cosas en él, que no sabía que estaban allí, y la verdad, era un
poco aterrador. Sentirse desnudó, expuesto a la emoción en estado puro. Mantenía
sus emociones bajo control estricto en todo momento, pero con ella, no podía
hacerlo.

Había perdido el control cuando él había tomado su inocencia y cuando había


llorado...

− Lo tengo, − dijo Joshua. − ¿Qué vas a hacer al respecto, Elías?

Elías mantuvo sus características cuidadosamente en blanco. − No sé de lo que


estás hablando. ¿La bomba? ¿O sobre Drake?

Bookeater
Wild Cat
− Acerca de Robert Gatón, − dijo Joshua pacientemente, con la mirada fría
perforando en Elías. − Y no se digas esa basura de que no vas a hacer nada. Vas a
darle caza, del mismo modo que vas a cazar a Paolo y a Alonzo.

Elías no respondió. ¿Qué había que decir? Claro que sí, iba a cazarlos, pero no
ahora, no cuando ellos lo estarían esperando. Iba a esperar. Paolo no tenía la
paciencia para el ajedrez. Él sería quien haría el movimiento tratando de conseguir
a Siena de regreso. No era el tipo de hombre que dejara ir su sueño. Él quería el
poder de la familia Arnotto, y veía a Siena como su manera de conseguirlo.

Alonso era diferente. Difícil de leer. Él tenía una reputación, una mala. Nunca
nadie se metía con Alonzo, y si aparecía en la puerta, había muchas posibilidades
de que no fueran a vivir a través de su castigo. Nadie sabía mucho sobre él o su
familia. A diferencia de Paolo, no era de ninguna de las familias de leopardo de los
Estados Unidos o de América del Sur. Él no dijo de dónde venía. Había conocido a
Antonio por casualidad y por alguna razón, solo conocida por él, se había
quedado.

Elías siempre analizaba a sus enemigos, y era una cosa en la que era muy bueno,
en leerlos, en conocerlos, aprendiendo todo acerca de ellos, pero Alonso era un
enigma. Tendría que llegar a Drake para que usara sus fuentes para informarse
sobre el hombre porque él era definitivamente un comodín.

Elías había aprendido en una escuela difícil a no mostrar que una persona le
importaba. Él protegía a los que amaba actuando completamente sin emociones
alrededor de otros. Él no iba a cometer el error de mostrar al resto del mundo que
Siena Arnotto se había convertido de repente en necesaria para él como el aire que
respiraba.

Eso era algo extraño, no sabía cómo había ocurrido. No era algo que hubiera
sucedido repentinamente. Había sido muy consciente de ella durante años. Tanto
así, que las mujeres con las que había salido eran deliberadamente todo lo
contrario a ella, pero eso no le había borrado de su mente o de su radar. Fantaseaba
con ella. Soñó con ella. Había estado obsesionado con ella.

Bookeater
Wild Cat
No había dejado que nadie supiera su secreto hasta que habló con Jake sobre ella,
allí en la oficina cuando le había confesado que la había jodido totalmente, porque
él no era un hombre para poner a una mujer en peligro. Porque la mujer que se
convirtiera en su vida, viviría una vida en sombras. Estaría pidiéndole que
permitiera que todos pensaran que era tan malo como el mundo creía que era. Ella
estaría en peligro y tendría que caminar sobre una línea muy fina.

− ¿Elías? − Joshua empujó.

Elías se encogió de hombros, su única respuesta a la pregunta de Joshua, y se


acercó de nuevo al coche donde Siena, esperaba con Drake. Ella se había ofrecido a
irse con él en ese momento, para protegerlo.

Nadie jamás le había hecho una oferta como esa, entregarse a él para que estuviera
seguro. Eso le gustaba. Algo en su interior profundo se había desplazado a su
petición.

Drake estaba fuera del coche y dio la vuelta hasta el lado del pasajero antes de que
Elías estuviera allí. Sus ojos le hicieron una pregunta. Elías respondió con una
inclinación de cabeza.

− Tu mujer es frágil, Elías, − Drake advirtió en voz baja. − Ella está en un poco
adolorida, y ha estado preocupada pero trató de no demostrarlo. − Él abrió la
puerta.

− Yo me encargaré de cuidarla. − No sabía si sabía cómo, pero sí reconoció que


debería hacerlo.

Antes de que Drake pudiera llegar al interior y coger a Siena, Elías lo hizo. Él la
tomó en sus brazos. – Estas segura, querida, − prometió. − Te llevare al interior y te
establecerás.

Ella se puso rígida, pero esta vez no protestó. Acomodó la cara en su cuello y se
sostuvo cuando él la llevo por las escaleras hasta la terraza. Le había dado a Joshua
sus llaves y Joshua ya estaba en el interior, desarmando el sistema de alarma.

Bookeater
Wild Cat
La llevó a través de la casa, directamente a la habitación principal. Era muy amplia.
La cama era grande, una plataforma con dos pasos que conducían a ella. El resto
de la habitación era espaciosa. A él le gustaba el espacio. Le gustaba ver lo que
venía hacia él. La cama estaba colocada de tal manera que ocultaba dos rutas de
escape. Una ruta era por debajo de la plataforma a través de una trampilla
disimulada que conducía a un túnel bajo tierra hasta debajo de la casa para salir
justo al oeste.

En la cámara subterránea justo debajo de ellos, había una habitación llena de


armas, con una bolsa empacada, con pasaporte y dinero a la mano. Podía salir en
un instante y empezar de nuevo sin ningún problema. Él tenía vehículos
escondidos en la propiedad y una vía trazada por su leopardo en caso de
necesitarlo.

La segunda ruta de escape se había incorporado hábilmente en el diseño de la


pared en la cabecera de la cama en sí. Uno simplemente salía de la cama, a través
de la puerta oculta, hacia un estrecho pasillo que conducía por toda la casa. Había
otras aberturas en varias habitaciones, y un pequeño escondite entre las recámaras
para esconderse si hubiera necesidad. Había escondido armas y una segunda bolsa
ahí también. Elías era un hombre que creía en la preparación.

Muy suavemente, colocó a Siena sobre la cama. Se quedó doblado, con los puños
en el colchón a ambos lados de las caderas, enjaulándola cuando él se acercó.

− Tengo tus cosas aquí. Jake organizó que una escolta de la policía trajera la ropa
de tu habitación. Mi gente conseguirá cualquier cosa que desees sin que tengas que
salir de la casa. Haz una lista, Siena, antes de que tomes una siesta.

Ella sacudió la cabeza, su mirada baja, negándose a cumplir con la suya. − No me


quedare aquí. Lo digo en serio, Elías. Sé que no quieres oírme, pero no lo hare.

− Bebe. − Le apartó el cabello con los dedos suaves, inhalando su aroma. Amaba la
forma en que ella olía, ese leve olor a madreselva que se adhería a su piel y al
cabello. − Mírame.

Bookeater
Wild Cat
Él esperó, permitiendo que el silencio añadiera tensión en la sala. Él era muy
paciente. Él tenía todo la paciencia del mundo, en especial con ella. Sus dedos se
retorcieron juntos en el regazo. Sentía los nudos arrancar en su estómago. Incluso
con el vendaje en su cara, ella era preciosa. Su estómago pasó de nudos a papilla.
Su pene se agitó. Sí. Ella era suya, bueno. Sus espesas pestañas negras levantadas,
dejando la mirada fija en sus brillantes ojos verdes.

− Te quedas, − afirmó con firmeza, sin preocuparse de que sonaba mandón y


arrogante. Utilizó el tono que no admitía discusión de nadie. – Te quedaras aquí.
No está en condiciones de pelear conmigo en esto. Podemos protegerte aquí. En un
hotel o en otro lugar, sería mucho más difícil.

− ¿Por qué? No entiendo nada de esto.

− Estuviste caliente por mí desde el momento en que te toqué. Estuve igual de


caliente por ti. Eres la única mujer en mi vida, nunca he estado fuera de control
como contigo. − Él le dijo debido a que había sido brutal al agredir su autoestima.
Se merecía la verdad, a pesar de que se estaba abriendo a sí mismo más allá de lo
que jamás había hecho. − No me puedes quemar, bebé, y luego pensar que vas a
caminar lejos de mí.

Ella parpadeó. Parecía vulnerable. − Tú me echaste.

Se inclinó y le rozó un beso en la frente y luego se enderezó. – La cagué, Siena. Vas


a descubrir que lo hago mucho. Soy leopardo. Tengo todos esos rasgos que me
hacen leopardo...

Ella se apartó de él, el miedo marcado en sus ojos.

− No lo hagas. Nunca tengas miedo de mí. No me mires de esa manera. No soy


como Paolo. Nunca te haría daño físicamente. Me habría hecho daño a mí mismo
antes de que te hubiera dañado. Estoy dispuesto a morir por ti, Siena. Más
importante aún, estoy dispuesto a matar por ti.

− No quiero que hagas eso, − susurró.

Bookeater
Wild Cat
− Paolo no debería haber puesto su puta mano sobre ti. − Deslizó la yema de su
dedo pulgar a través del hematoma en decoloración en la sien y luego hacia abajo
sobre su ojo. − Nadie te hace eso a ti. Nadie.

Elías se volvió bruscamente y se dirigió a la puerta. No podía apartar la mirada de


sus ojos. Ella tenía miedo de él, y no podía culparla. Tenía que haberla asustado
hasta la muerte cuando él se volvió contra ella y le puso una pistola en la cabeza.
Había sido un tonto. E iba a tomar tiempo reparar los daños.

− Haz una lista, − reiteró. − Se cuidadosa. El lápiz y el papel están en la mesita de


noche. Vuelvo en unos pocos minutos. Quiero asegurarme de que nuestro equipo
está completamente en su lugar.

Siena lo vio salir de la habitación, su corazón palpitante. Miró el teléfono en la


mesita de noche.

Podía llamar a un taxi, pero si lo hacía, ¿cómo podría conseguir ir a través de las
puertas? Elías nunca permitiría que se fuera en un taxi. Así bien. Iba a tener que
quedarse por unos días, al menos hasta que se sintiera más fuerte y su pierna y la
cadera no le dolieran tanto.

Ella trató de averiguar los motivos de Elías. Si él era realmente un buen hombre
como Drake había intentado convencerla en el coche, entonces, nada de esto tenía
sentido. Ella sabía que no debía pensar en que se sintió atraído por ella, no
importaba lo que dijera. Su mundo se había vuelto del revés. Ella sabía que Paolo
había tratado de llegar al hospital en varias ocasiones, aparentemente para hablar
con ella acerca del servicio funeral de su abuelo. Ella no había sido capaz de ir.

Tenía mucha fiebre, ya que la infección se había propagado a través de su cuerpo


como un reguero de pólvora. Ella sabía que el cuerpo de su abuelo había
desaparecido y por qué.

Bookeater
Wild Cat
Leopardo. Se humedeció los labios secos y se empujó fuera de la cama. Ella era un
leopardo. Una cambia formas. En lugar de estar molesta por la noticia, estaba
agradecida. Su leopardo era su compañera. Una parte de ella, sí, pero todavía una
compañía, y se había sentido muy, muy sola la mayor parte del tiempo.

Encontró un enorme armario a través de las puertas dobles. El armario era tan
grande que parecía ser una habitación en sí mismo. Justo a la izquierda del que era
el baño principal. Un apartamento podría encajar en el baño. Era una habitación
hecha para disfrutar. Una ducha abierta con preciosa decoración, el equipo de oro
y un lavabo de mármol doble con grifos largos, espejo de maquillaje y una
hermosa y profunda bañera-jacuzzi ocupaba un lado de la habitación. Por la otra
había una profunda y tentadora piscina. La cubierta parecía ser de vidrio grueso.

El vapor empañó el cristal en el interior así que estaba segura de que estaba
mirando una muy grande bañera de hidromasaje.

No podía imaginar que Elías viviera aquí. Era demasiado áspero. Ella tragó saliva
y se obligó a sí misma a caminar a la orilla del espejo de cuerpo entero detrás de la
piscina de agua hirviendo. Sus manos temblaban mientras se detuvo y lentamente
levantó los ojos a su imagen. En el hospital, había sentido el vendaje, pero nadie le
había dado un espejo y ella no había pedido uno. No quería verse con cualquier
persona alrededor.

Un lado de su cara, desde la sien hasta el punto más alto de la mejilla, estaba
cubierto de gasa. Muy lentamente aflojó la cinta con el fin de ver la laceración real.
Se quedó sin aliento en la garganta mientras observaba la cicatriz fruncida
irregular.

El dolor explotó a través de ella y su cuerpo se estremeció, recordando el dolor de


la garra rasgando su carne. Su cara, una vez bonita, había sido unida junta con
pequeñas puntadas prolijas. Los puntos reales se habían ido, pero podía ver dónde
habían estado.

Bookeater
Wild Cat
Un pequeño sonido se le escapó, pero se atragantó de nuevo y lentamente se
desabrochó los botones de su vestido. Era largo, casi hasta el suelo, y dejó que el
vestido cayera de los hombros a una piscina alrededor de sus tobillos. El material
era suave y fluido para evitar daño a su piel cuando tocara la pierna y la espalda.
Ella cambió de lado para mirar la laceración que iba desde por encima de la cadera
todo el camino hasta la rodilla.

El leopardo de Paolo le había pulsado con los dientes, se tocó la parte posterior de
su hombro sin apartar los ojos de la línea horrible y fea, levantada roja, la piel
cosida que parecía como si alguien la hubiera creado lanzando trozos de carne
juntos y luego usando una aguja para coserlos juntos.

Los puntos de sutura no habían desaparecido de la laceración; había sido


demasiado profunda y habían tenido que suturarla en el interior como en el
exterior.

No podía apartar la mirada de la visión horrible. La bilis subió por su garganta.


Todo lo que alguna vez había tenido, había desaparecido. Su abuelo... Ella
parpadeó rápidamente para evitar que las lágrimas cayeran de nuevo. Parecía que
lo único que sabía hacer estos días era llorar. No tenía nada, y ahora no reconocía
ni su propio cuerpo. ¿Cómo podía todo en su vida haberse rasgado en veinticuatro
horas?

Ella se tragó el nudo en la garganta que amenaza con ahogarla y se volvió para
poder mirar su espalda. Su corazón latía con fuerza cuando vio los cuatro largos
surcos que el leopardo de Paolo había rasgado por su espalda. El dolor había sido
insoportable. Incluso ahora, después de todo el tiempo que había pasado, su
cuerpo latía en dolor.

Las marcas corrían desde la parte superior de los hombros hasta el final de su
columna vertebral. Esos puntos de sutura también habían sido eliminados, pero
podía ver dónde habían estado. Las marcas habían sido deliberadas. Paolo había
cambiado su cabeza hasta la mitad, colocando su boca contra su oído y burlándose.

− Ningún hombre te va a querer con mi marca en ti. Me perteneces y, por Dios, que
te casarás conmigo. Tu y todo esto es mío. Me lo gané. Una pequeña puta que no se
va a ir lejos de mí.

Bookeater
Wild Cat
Ningún hombre jamás te va a querer con mi marca en ti. Eres lo peor que he tenido.

Ella se miró en el espejo por un largo tiempo, hipnotizada por la visión de su


cuerpo remendado. El brillo de las lágrimas en los ojos. La desesperanza absoluta
en su mente. Ella pensó que estaba perdida antes, pero ahora, ni siquiera sabía
quién era ella.

Si pudiera cambiar de puesto podía haber una posibilidad de que pudiera escapar
y tenía que hacerlo. No podía quedarse aquí, no con Elías. Eso fue lo peor que
podría imaginar. Elías había visto esto. Él había estado allí, cuando el dolor la
envolvió por completo, cuando cada vez que respiraba era tan difícil que intentó
desesperadamente de no respirar. Él estaba ahí.

Había sido tan suave, su voz calmándola, con los brazos tratando de no lastimarla
más, al cargarla para no sacudir su lastimado cuerpo. Se acordó de eso. Se acordó
de la sangre por todas partes, su sangre. Elías había estado cubierto en la misma.

Su cara había sido sombría, grabada en piedra, las líneas talladas profundas y sus
ojos vivos con furia helada. Ella no se había movido ni hablado, con miedo de que
si lo hacía, se rompería. Sin embargo, él había llegado a salvarla. Paolo había
escapado, y ella se quedó... rota. Destrozada. Despedazada. Elías le había visto
como eso. Había visto, esto.

Ella sintió subir el gato, empujar cerca de la superficie en un intento de consolarla.


La acarició por encima de su barriga. El médico había venido a hablar con ella
antes de irse, dándole una charla sobre cómo era tan afortunada de estar viva. Pero
nadie había mencionado un bebé. Una parte de ella rehuyó el pensamiento.
Pensando que podría hacerlo real, pero, por otro lado, si tenía un bebé y ella
podría conseguir alejarlo de todos, podría llevarlo lejos de este lío. No estaría sola.

Bookeater
Wild Cat
Tendría una parte de Elías. La parte que soñó. Del hombre que había creído que
era. Del que se había enamorado ella y con el que quería estar para siempre. Este
no. No el malo, el asesino, el arrogante, el hombre cruel que dijo esas cosas
terribles a ella. Cosas que la despertaban en medio de la noche. Ella había pensado
que sus pesadillas serían sobre todo de Paolo atacándola, o la más familiar la de los
secuestros, pero no, eran de Elías, echándola de su casa, cerrando de golpe y
bloqueando la puerta, dejándola sola y vulnerable a las cosas terribles que le había
dicho, para siempre marcadas en su mente.

Las palabras de Elías en su cerebro, y las marcas de Paolo en su cuerpo. Eso era
quién era ahora. Excepto...Ella apretó la mano con más fuerza sobre su estómago.
Tal vez ella era más. Tal vez había algo en su interior que debía proteger. Algo que
valía la pena. Le ardían los ojos mientras miraba su imagen en el espejo.

Ella era tan fea ahora. ¿Qué podría pensar un niño de ella? ¿Qué podría incluso
decir a su hijo? Ella traería un bebé inocente en un mundo de fealdad. De engaño
vil y asesinato. Su madre era un producto de eso y ella era repugnante. Había
ayudado a asesinar a cuatro hombres y luego sus acciones habían causado la
muerte de su abuelo. Había sido tan egoísta que no había pensado en lo que haría
Paolo, si ella lo despojaba de todas las posibilidades de heredar su reino.

− Siena. − Su nombre dicho en voz baja. Una reprimenda.

Sorprendida, su mirada voló hacia arriba para ver a Elías de pie justo detrás de
ella. Se veía guapo. No, más que guapo, precioso, de una manera masculina en
bruto, por supuesto. Belleza pura. Su piel era de un profundo oliva, sus ojos vivos
con pasión y enfoque. No entendía cómo podía incluso mirar el mosaico de su
cuerpo.

Se quedó inmóvil, incapaz de moverse. No se pudo ocultar. Había entrado tan


silenciosamente y había estado tan perdida en sus pensamientos que no lo había
oído. Muy dentro, donde nadie podía oírla, ella gritó y grito.

Bookeater
Wild Cat

− Siena, las laceraciones se curan con el tiempo. − Elías dijo suavemente, su


mano colocándose en la nuca de su cuello. Amable. Tan gentil. Tan en desacuerdo
con su personalidad. Cuando la tocaba así, casi podía creer que le importaba. Así
las cosas, se quedó congelada, sorprendido de que él pudiera ver su cuerpo casi
desnudo. Sus pechos desnudos, ya que ella no se había puesto un sujetador porque
no podía soportar nada apretado contra su espalda.

Se había puesto ropa interior, aunque el material le lastimaba en la cadera. Estaba


agradecida de que ella no hubiera hecho mucho más, ya que había estado tentada
de ir fuera.

Un lento rubor comenzó en algún lugar de su sexo y comenzó a moverse hacia


arriba, hacia su rostro. En lugar de cubrir sus pechos con sus manos como ella debe
hacer, movió la palma de la mano sobre el vendaje en su cara. Ya era bastante
difícil enfrentarse a él, pero tenerlo viéndola así, tan expuesta, tan vulnerable, era
lo peor.

Elías llegó a su alrededor para capturar su muñeca. − No lo hagas, bebé. No te


ocultes de mí o de cualquier otra persona. Eres hermosa y siempre serás hermosa,
incluso si esas cicatrices no se desvanecen, que lo harán. Estás temblando. La
chimenea está encendida en el dormitorio y voy a conseguir una de mis camisas
para que te puedas vestir.

Él no se movió. Se puso de pie justo detrás de ella. Podía ver la cabeza y los
hombros por encima de su propia imagen en el espejo. − Deja de mirar las
laceraciones, Siena; mírate. Tu hermoso cuerpo. Toma mi aliento, eres tan hermosa.

Bookeater
Wild Cat
Sus ojos sobre los de ella en el espejo, inclinó la cabeza y rozó un beso sobre las
marcas de pinchazos en su hombro. Su corazón tartamudeó y hormigueo en sus
pechos. Se humedeció el labio inferior. Ella quería moverse lejos, pero que no
podía. Su rebelde y oscuro pelo rozó su espalda, un barrido de hilos de seda que
causó un revoloteo en el fondo de su núcleo. Su boca, ligera como una pluma, se
movió hacia abajo, a la primera marca de rastrillo. Una pequeña mariposa de
besos, tan suaves y apenas allí, que contuvo el aliento, con miedo de perder la
sensación.

Sus manos se movían debajo de los brazos a ambos lados de ella, lentamente
deslizándose por los lados de sus pechos, tan suavemente sobre su caja torácica
hasta la cintura estrecha, donde sus dedos mordieron posesivamente. Todo
mientras su boca siguió distribuyendo suaves besos por cada marca de rastrillo
terrible.

Dondequiera que su boca fue, el dolor parecía a disminuir un poco. Él era tan
tierno que sintió la quemadura de las lágrimas. ¿Cómo podía tocarla de esa
manera? ¿Cómo podía estar de pie, colocando sus labios sobre esas arrugas rígidas
de carne roja, completamente moteadas con marcas de costura? Se quedo de pie
congelada, incapaz de moverse, hipnotizada por la visión de su piel más oscura
junto a la de ella. Por la forma en que sus dedos mordían en su cintura, hicieron la
afirmación de que ella le pertenecía.

Su corazón latía con fuerza, lastimando su pecho. Sus pechos empujaron,


atrayendo su atención. Murmuró suavemente en español contra su dolorosa piel, el
tacto de los labios dibujando el fuego, un lenguaje hermoso, incluso hipnotizante.

Elías se tomó su tiempo, incluso cuando su cuerpo tembló y su respiración se fue a


irregular. La besó hasta llegar a la parte baja de la espalda, agachándose, y luego,
en el espejo, lo vio moverse en torno a su lado. Su cabeza estaba al nivel de sus
bragas, los pequeños pantalones cortos de niño que cubrían sus redondeadas
mejillas y montaban bajo en las caderas.

Sus dedos se cerraron en la banda elástica. − No debes usar estos, mi corazón, ellos
agravan la herida. El médico dijo que quería que dejaras esos puntos de sutura en
el aire. No que los cubrieras de esta manera.

Bookeater
Wild Cat
Se aclaró la garganta. − No puedo ir por ahí desnuda. − No tenía más remedio que
colocar su mano en su hombro para mantener el equilibrio o se habría caído de
bruces directo en el espejo.

− Por supuesto que puedes. Nadie va a verte. − Hubo un gruñido en su voz, como
si tener a otra persona viéndola fuera un pecado. No él, se dio cuenta, él esperaba
verla. Dio por sentado que iba a vivir con él y a quedarse con él porque su hijo
podría estar creciendo dentro de ella.

Se había negado a escuchar al médico cuando entró para decirle que había corrido
otra prueba en ella. Ella no podía escucharlo en ese momento. La negación era la
única forma en que podía conseguir ir a través de segundos, minutos y horas.
Ahora su mirada se posó en el espejo, mirando el pelo incontrolable, en muy
gruesas ondas y espirales que caían como la seda en la parte posterior de la cabeza
de Elías. Podía imaginarse a un niño con ese pelo.

Un pelo tan denso y atractivo, que tenía que cavar sus dedos en su hombro para
evitar enterrar sus dedos en el.

Ella cerró los ojos cuando su boca se movió sobre la curva de su cadera, sus bragas
deslizándose con la persuasión de sus dedos.

− Elías. − Ella dijo que su nombre en un tono de advertencia.

− Déjame, cara. Necesito esto.

Ella tragó saliva. Había necesidad en su voz. No era su demanda habitual. O


orden. Su tono era suave, angustiado. Una nota allí dijo que esto era esencial, más
allá de su capacidad para detenerse. Ella no sabía por qué le permitió eso. Ella se
quedó allí, temblando, con las lágrimas corriendo por su cara, quemando a lo largo
de la laceración en la mejilla mientras su boca tomó el dolor de la cadera y la
pierna. Cuando sus manos bajaron sus pequeños pantalones cortos de niño para
dejarla completamente expuesta.

Se dijo que no había nada que ya no hubiera visto. Se dijo que estaba siendo
impersonal, pero tener su boca en su carne moteada era lo más alejado de lo
impersonal que ella podría imaginar. Sus labios se sentían como una especie de
adoración contra su piel.

Bookeater
Wild Cat
Siena se obligó a abrir los ojos para poder verlo. Era hermoso. Todo en el. Era tan
hermoso. Podía mirar a él para siempre. Podía soñar con él. Fantasear. Pero ella
nunca lo haría, nunca sería tan estúpida como para permitir que sus sentimientos
por él se mostraran de nuevo. No importaba lo hermoso que era. Ella sabía que
nunca podría igualar su experiencia sexual. El calor subió por su cuerpo una vez
más, su coloración convirtiéndose en un rosa profundo.

Se encontró mortificada, su evaluación de sus habilidades reverberan a través de


su mente. Un único sonido se le escapó. ¿Cómo sucedió esto de nuevo? Estaba
desnuda. Él con la ropa puesta. Ella era un idiota cuando se trataba de él.

Al instante levantó la cabeza y parpadeó hacia ella, como si saliera de una niebla
profunda. − Siena. Para.

Su mano rodeó su muslo. Pasó sus dedos por su piel, justo al lado de la larga
laceración, calmando los bordes firmemente tirados. − Tienes que dejar eso atrás.

− No puedo. No quiero hablar de eso, pero no puedo. Necesito mi ropa puesta. Y


tienes que parar. – Su respiración era entrecortada, agitada, por lo que su
declaración sonaba rota y deshilachada y muy, muy débil.

Su mirada se desvió por encima de su cara y luego su cuerpo. Sus pezones, para su
horror absoluto, alcanzaron su punto máximo bajo su mirada posesiva. Él la miró
con el hambre en bruto en su rostro. Ella sintió el contestar el hambre en el interior
profundo. Su leopardo saltó hacia la superficie, como si ella lo sintiera así.

− Por favor, − susurró en voz baja. Ella no tiene la fuerza para luchar contra él.
Necesitaba apuntalar sus defensas, y ella no quería sentir las cosas que la hacía
sentir.

Siena envolvió sus brazos alrededor de su cintura, deslizando una mano protectora
sobre su vientre. Ella sabía que el bebé estaba allí, pero todavía no estaba dispuesta
a admitirlo en voz alta. No quería que le dijera nada, no hasta que hubiera tenido
la oportunidad de procesar todo. Su mente todavía rehuyó eso. Apenas le permitió
aceptar la muerte de su abuelo, y mucho menos su culpabilidad en la forma en que
todo se desarrolló.

Bookeater
Wild Cat
Un golpe en la puerta exterior de la habitación los sorprendió a ambos. Elías se
levantó y se dio la vuelta en un movimiento fluido, su cuerpo instantáneamente
entre ella y la puerta. Maldijo por lo bajo. Siena se dio cuenta de que no había oído
que alguien se acercaba. Había estado atrapado en que lo que estaba haciendo con
ella, curando con besos sus heridas, subiendo y bajando las heridas en su cuerpo.

− Ya voy, − Elías rompió, impaciencia en su voz. La tomó del brazo, su agarre


suave pero muy firme. − Vamos a llevarte a la cama.

Se humedeció los labios. Detestaba estar desnuda delante de él a pesar de que no


parecía como si fuera algo salido de una película de terror. − Necesito ropa.

− ¿Puedes tolerar tela suave contra tu espalda?

Ella asintió con la cabeza, permaneciendo inmóvil. Ella no se pavonearía desnuda.


Doc le había dicho que podría esperar que las laceraciones se curaran bastante
rápido porque era leopardo. Había mucho menos dolor. Especialmente en su cara.
Esa herida no había sido tan profunda como las demás. Incluso sus costillas eran
menos dolorosas. Los cuatro surcos corriendo por su espalda, si le dolían, pero no
como la terrible herida que casi había golpeado el hueso de la pierna. Paolo
realmente le había hecho daño. Había huido de él y la había llevado hacia abajo,
golpeando su boca en el suelo y excavando con una garra en su cadera.

Ella cerró los ojos, sintiendo aquel momento terrible. El dolor insoportable
rasgando a través de su cuerpo. La necesidad de acurrucarse en posición fetal y
proteger su vientre era tan fuerte que lo había hecho así, dejando la espalda y la
cara expuesta. Había estado más aterrorizada de lo que jamás había imaginado
posible, aún más que cuando ella había sido secuestrada de niño. Un sonido suave
escapó. Ella metió el puño en la boca para detener el gemido de miedo, ante el
recuerdo.

Elías pasó el brazo alrededor de su cintura y la instó de nuevo hacia el dormitorio.


– Tienes sombras en los ojos, bebé. No pienses en él. Él no puede llegar aquí. Estás
a salvo. − Se detuvo en el closet de ella y sacó una camisa suave, de manga larga.
Era de un bello color azul pizarra. Muy suavemente envolvió la camisa alrededor
de ella, deslizando sus brazos en las mangas y abotonándola el mismo. Ella sintió
el roce de sus nudillos contra su piel con cada botón.

Bookeater
Wild Cat
− Elías. − La voz de Drake era insistente. − Tenemos una situación. Te necesito aquí
ahora.

La impaciencia cruzó la cara de Elías y ella alcanzó a ver el hombre que mejor
conocía. El que estaba al mando. Áspero. Difícil. El hombre sobre el que
susurraban. El que realmente trabajaba para Drake, y ella no podía imaginar que
recibiera órdenes de nadie, y si lo hacía, era porque él eligió seguir a Drake, no
porque estuviera en su naturaleza. Él era un alfa hasta el final, y no tenía una sola
duda de que él había hecho cosas que cruzaban las líneas de legalidad.

Aún así, para toda la furia fría reunida en sus ojos, su toque era muy suave
mientras retiraba las cubiertas y la ayudaba en la cama. La cama era alta y ella era
baja, por lo que había un tramo difícil para ella con la pierna lesionada. En el
momento en que se dio cuenta, la levantó, sentándola en el colchón y ayudándola a
deslizar sus piernas por debajo de las cubiertas.

− Descansa. ¿Necesitas una pastilla para el dolor? − Alcanzó el papel en el que ella
no había escrito nada, le echó un vistazo, y luego a ella y lo tiró a un lado.

Ella necesitaba un analgésico, pero el doctor le había dicho que no debía tomar uno
a menos que fuera absolutamente necesario. La laceración en su pierna latía y
ardía, pero no tanto que no podía soportarlo. Ella extendió su mano sobre su
estómago, frotó el pequeño bulto con dulzura, sin darse cuenta de lo que estaba
haciendo hasta que vio caer su mirada al movimiento. Había satisfacción en su
rostro. Al instante se detuvo.

− Cuando tenga la oportunidad, Elías, realmente podría tomar una taza de té. De té
negro, con leche. Yo no he tomado ni una sola taza de té desde que he estado en el
hospital y cuando tomo una copa me da comodidad.

− La tendrás, mi corazón, − dijo, y se inclinó para rozar su frente con la boca.

Bookeater
Wild Cat
Tenía que dejar de hacer eso. Cada vez que lo hacía su corazón tartamudeaba,
balbuceaba y perdía todo el control de la respiración. Ella no quería que él la
tocara, y mucho menos que la besara en cualquier parte de su cuerpo. En el
momento en que lo hacía, todo su cuerpo reaccionaba a él. Derritiéndola. Su
cerebro en corto circuito, y ella no podía ni siquiera empujarlo. ¿Que decía eso de
ella?

− Maldita sea, Elías.

La cabeza de Elías se movió de una manera que no era un buen augurio para
Drake. Se dio la vuelta y se dirigió al otro lado del cuarto. Siena le observó durante
todo el camino, el deslizamiento del fluido que lo hacía parecer invencible con sus
tensos músculos sutilmente debajo de la camisa apretada y los pantalones
vaqueros que ahuecaban su culo con tanto amor. Ella pudo leer la furia peligrosa
en cada línea de su cuerpo, así como sentirla llenando la habitación de manera que
el aire parecía vibrar con ella. Él abrió la puerta.

Drake estaba allí, enmarcado en la puerta. Elías puso una mano en su pecho y lo
dirigió hacia atrás, cerrando la puerta detrás de él.

− Esto no podía esperar, − dijo Drake, haciendo caso omiso de la mano en el pecho.
− Tenemos unos policías acercándose por el camino. Le he informado a Jake, y él
responde por el par de policías, que sabe con certeza que están limpios. Les va a
tomar unos minutos llegar hasta aquí.

− No tengo nada que ocultar, − Elías soltó fuera. − ¿Crees que alguna vez tendría
algo en mi casa que de alguna manera pudiera ser ilegal?

− Tienes a Siena Arnotto. Paolo y Alonso vienen con los oficiales de policía, − dijo
Drake. – Arrastrándose atrás en un segundo vehículo. Tratamos de detenerlos en la
puerta, pero los oficiales afirmaron que era un chequeo y que tenían que ver y
hablar con Siena físicamente.

Bookeater
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Elías maldijo. − Ese bastardo tiene bolas para venir aquí. Él sabe que no puedo
señalarlo con el dedo. La historia es que un leopardo granuja la atacó, pero maldita
sea, él la golpeó. Le dije que estaba a salvo aquí. Si supiera con certeza que los
policías que vienen con él están sucios, o en su nómina, nadie encontraría sus
putos cuerpos.

− Elías, es posible que desees permitir que me ocupe de los policías, − Drake
sugirió con mucho tacto. − No pueden llevarse a Siena en contra de su voluntad.
Voy a entrar para decirle que tiene que dejar que los agentes la vean y sepan que
ella te pidió traerla hasta aquí.

− Ella no va a decir eso. Ella no quiere estar en alguna parte cerca de mí o en esta
casa, − admitió Elías, frotando el puente de la nariz. − Maldición. Debería haber
sido más cuidadoso con ella. Debería haber reconocido que ella era inocente.

Él no iba a utilizar la excusa de su leopardo salvaje y amoroso girando sobre él, a


pesar de que gran parte era la verdad. Él tenía el control y la disciplina. Había
aprendido en una escuela dura, y estaba seguro que debería haber sabido que era
la única mujer que significaba algo para él. Él debió haberla manejado con cuidado.

− Voy a hablar con ella. Los muchachos han rodeado la casa. Paolo y Alonzo
sabrán que están ahí porque van a ser capaces de olerlos. Los policías no lo harán.
Jake y Eli están en camino. Ambos tienen una gran cantidad de influencia con la
policía, − aseguró Drake. − Atiende la puerta. Joshua estará justo detrás de ti.

− ¿Como protección para ellos o para mí?

Drake sonrió. – Para ellos, por supuesto. No pierdas la cabeza, Elías. Siena está
rota. Si esto va mal, es posible que pierdas todo. Puedo ver lo frágil que es.

Elías odiaba escuchar la verdad. El había contribuido a romperla. Él asintió y se


giró sobre sus talones hacia la parte delantera de la casa. Paolo y Alonzo querían
dar una mirada al interior de su casa, con la esperanza de conocer la disposición y
una idea de la cantidad de seguridad que en realidad tenía. También tenían que
ver a Siena y juzgar su estado mental. Elías y Drake habían logrado mantenerla
lejos de él, pero Paolo tenía que preguntarse cómo iba a reaccionar ante él.

Bookeater
Wild Cat
Elías había prometido a Siena que estaba a salvo en su casa. Ahora ella iba a tener
que hacer frente al monstruo que había arrancado su cuerpo en pedazos. Maldijo
de nuevo en voz baja y se dirigió a la puerta principal, Joshua cayó un paso a su
lado. Les hizo esperar. El timbre sonó melodiosamente varias veces antes de que
tuviera su furia bajo control completo y abriera la puerta.

Hubo un largo silencio mientras miraba a los dos agentes en trajes, en lugar de
uniforme, con su ceja levantada.

− Soy el detective Madison, − dijo uno, mostrando su tarjeta de identificación. −


Este es el detective Harrison. ¿Elías Lospostos?

Elías asintió bruscamente, haciendo caso omiso de Paolo y Alonzo cuando se


amontonaron cerca y detrás de los dos detectives. A Madison claramente no le
gustó y giró la cabeza para fruncir el ceño a ellos.

− Soy Lospostos. Soy el dueño de esta casa. – Dueño absoluto. Y de la inmensa


superficie que la rodea. Los pozos de petróleo. Y toda la demás tierra. Incluyendo a
Siena Arnotto, que pronto seria su esposa. − ¿Qué puedo hacer por ustedes?

− Estos señores son amigos del abuelo de Siena Arnotto. Ambos trabajaban para él,
y han estado muy preocupados por el bienestar de la señorita Arnotto. Ellos
afirman que evitó que la visitaran en el hospital después de haber sido atacada por
un leopardo.

Elías asintió lentamente. − Ella contrató a la agencia de seguridad de Donovan para


protegerla. Al parecer, tenía preocupación acerca de su seguridad. Drake está con
ella ahora. Les puedo permitir verla, pero no a ellos dos. Van a tener que esperar.
Usted puede preguntarle si quiere verlos.

Paolo empujó más allá del detective para enfrentarse a Elías. Sus ojos eran dos
puntitos de ardiente gato, el leopardo, obviamente cerca. − Exijo verla.

Bookeater
Wild Cat
Elías deliberadamente, y con un poco de desprecio, lo miró de arriba a abajo, desde
la cabeza elegantemente vestidos hasta los pies y luego sacudió la cabeza. − No, a
menos que Siena le indique a estos detectives, a Drake y a mí, que es lo que quiere.

− Su abuelo me dejó a cargo de ella, − espetó Paolo. – Soy responsable de ella. Ella
esta prometida a mí.

La ceja de Elías subió. Una lenta burla divertida estaba allí y luego se había ido. −
Eso es más bien imposible. Siena se escapó de usted, Riso. De hecho, lo tenemos en
la cinta de seguridad fuera del edificio de Bannaconni obligando a Siena a subir en
un coche. También tenemos radiografías de sus costillas. − Miró a los dos
detectives. − Tenía cuatro costillas heridas, una rota. Un ojo negro y hematomas en
todo su rostro. Huellas digitales en sus brazos. Ella le dijo a Drake que usted le
hizo eso y que tenía miedo de usted. Ella fue la que se negó a verle en el hospital.

− Qué diablos − estalló Alonzo. − ¿Usted le hizo eso a ella, no Lospostos?

Ambos detectives se dieron la vuelta para hacer frente a Paolo. − ¿Usted asalto a
esta mujer?

− Por supuesto que no. Él está mintiendo. Déjenme hablar con Siena y les va a decir
la verdad. Ella probablemente tiene miedo de él. Se lo digo, ella ha sido traída aquí
en contra de su voluntad, − dijo Paolo. Se movió un poco lejos de Alonzo, que
siguió mirándolo fijamente con ojos fríos como el hielo.

− Más te vale que eso sea lo que ella dice, − gruñó Madison. Hizo un gesto hacia
Elías. − Me gustaría verla ahora. Ustedes dos pueden esperar aquí, − agregó a
Paolo y a Alonzo.

Alonso sacó un paquete de cigarrillos y de inmediato cumplió la solicitud, dando


un paso fuera del porche y alejándose, como si no tuviera ninguna preocupación
en el mundo. Elías no fue engañado. Siena había estado en lo correcto, cuando
insistió en que Alonso era el más peligroso de los dos hombres.

Bookeater
Wild Cat
Paolo era claramente gobernado por sus emociones y las de su gato. Alonzo estaba
controlado. Pensando todo el tiempo. No parecía tener su leopardo en alza. Él se
limitó a permanecer en el fondo. Elías no tenía ninguna duda de que él estaba
evaluando la casa y en busca de puntos débiles en la seguridad.

Paolo juró salvajemente y empezó a caminar.

− Evan, mantén un ojo en estos dos, − dijo en voz baja al vigilante cerca. Paolo y
Alonso, trataron al instante de determinar dónde estaba la amenaza.

Sonriendo, Elías volvió deliberadamente la espalda a los hombres, sabiendo que


Joshua estaba allí y que saldría de las sombras como un rayo si Paolo era lo
suficientemente estúpido como para hacer un movimiento en contra de él.
Madison y su socio, Harrison, no parecían bajo el pulgar de Paolo. Elías llevó a los
dos policías por la casa hasta el dormitorio, donde llamó a la puerta.

Drake abrió la puerta. − Ella está descansando, − dijo en voz baja, − pero le hice
saber que los detectives estaban aquí y ella accedió a hablar con ellos.

− Nos gustaría hablar con ella a solas, − dijo Madison.

− Lo siento, − dijo Drake. − No puedo permitirlo, no sin su consentimiento. Usted


vino aquí con un hombre que la atacó. Ella tiene miedo por su vida, y yo estoy
manejando su seguridad.

La mirada de Madison saltó a la cama. Elías ya había cruzado la habitación y le


había tomado la mano.

Siena se incorporó en la cama, apoyándose en las almohadas para levantarse, pero


podía ver que estaba sentada con rigidez.

− ¿Te duele, bebé? − Le preguntó en voz baja. − No tienes que sentarte a hablar con
ellos. − Miró al detective. − El leopardo la lesionó en la espalda también.

Bookeater
Wild Cat
La mano libre de Siena se arrastró hacia su rostro y el vendaje allí. Él le cogió la
muñeca antes de que pudiera cubrir la gasa con la palma de su mano.
Deliberadamente se llevó la muñeca a la boca, su mirada de nuevo en la suya. Se
humedeció los labios y luego sacudió la cabeza.

− No puedes hacer esto, cariño. Este es el detective Madison y el detective


Harrison. Ellos preferirían hablar contigo a solas...

Ella abrió la boca y sacudió la cabeza, su mirada saltó a su cara y luego a Drake. −
Lo que sea que quieran preguntarme, lo pueden preguntar delante de ellos, − dijo.

Madison asintió. − ¿Está aquí por su propia voluntad, Sra Arnotto?

− Por favor, llámeme Siena, − dijo. Sus dedos se tensaron en la manta. Elías frotó
suavemente el reverso de la muñeca y la mano. − Sí, − dijo ella en voz baja.

− ¿Está comprometida con Paolo Riso?

Un pequeño chillido de alarma surgió. Ella se encogió más en las almohadas e hizo
una mueca, su cara poniéndose pálida. − No. Absolutamente no.

− ¿Quizá Paolo Riso la asaltó? − Preguntó Harrison.

Ella volvió la cara lejos de los detectives. − No quiero hablar de nada de esto nunca
más. Mi abuelo fue asesinado y fui atacada por un leopardo. Sólo quiero estar sola
por un tiempo.

− Nosotros le podemos poner en la cárcel si usted presenta una queja, − Madison la


animó.

Ella sacudió su cabeza. − Hombres como Paolo no se quedan en la cárcel. No estoy


dando ningún tipo de declaración.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Está pensando en casarse con Elías Lospostos? − Preguntó Harrison.

El corazón de Elías saltó en el pecho. Sólo tenía que negarlo y los detectives
sospecharían de nuevo.

− No hemos finalizado los planes, − ella esquivó diplomáticamente, la mirada fija


en la mano de Elías.

Drake le había entrenado y aparentemente consideró todas las contingencias. Elías


se inclinó hacia ella y le dio un beso a lo largo de la sien. − Su abuelo acaba de
morir. Ella está de luto por la pérdida y ahora tiene que hacer frente a un ataque de
leopardo. No es el mejor momento.

Ambos detectives asintieron con la cabeza al mismo tiempo. Se quedaron otros


diez minutos, haciendo a Siena preguntas y volviendo varias veces al tema de si
ella estaba allí por su propio y libre albedrío. Ella insistió en que lo estaba.

− ¿Estaría dispuesta a hablar con el señor Riso o el Sr. Massi? − Preguntó el


detective Harrison.

− No, en ningún caso, hablare con Paolo, − dijo Siena. − No quiero ese hombre en
cualquier parte cerca de mí. Si Alonso tiene que verme por sí mismo para ver que
estoy segura, bien, por supuesto que puede, pero yo quiero a Drake y a Elías
conmigo.

Madison y Harrison intercambiaron una mirada. Harrison salió de la habitación,


Drake se arrastró tras él. Ellos volvieron un par de minutos más tarde con Alonzo
Massi. Haciendo caso omiso de todos los demás en la habitación, Alonzo fue
directamente a la cama, con los ojos llegando a la cara de Siena y al vendaje allí.

− Siena, yo no lo sabía. − Elías sabía que quería decir que no se dio cuenta de Paolo
le había atacado. − ¿Dónde más estás herida?

Bookeater
Wild Cat
− Cuatro costillas agrietadas. Una rota. Laceraciones, cuatro de ellas desde los
hombros hasta la parte baja de su espalda, bastante profundo. La laceración de su
rostro en la parte superior de la mejilla y lo peor, una marca de garra desde su
cadera a la rodilla. Esa fue la más profunda, − Elías respondió por ella. − Ella tuvo
una enorme infección de una bacteria en las garras del leopardo.

La cara de Alonso no cambió la expresión. De ningún modo. Parecía tan frío como
el hielo. − ¿Estás bien aquí, Siena? − Preguntó.

Ella atrapó su labio inferior entre los dientes y asintió. – Lo estoy por el momento.
No puedo ir a casa. Es una escena del crimen, y no quiero estar cerca de Paolo. Yo
no confío en él.

− Cariño, − Elías le advirtió. Alonzo definitivamente no estaba contento con Paolo


atacándola.

Su mirada saltó a la cara de Elías. Se mordió el labio otra vez y luego se retorció los
dedos. Elías gentilmente puso su mano sobre las de ella, deteniendo el hábito
nervioso.

− Ella está en el camino de la recuperación, Massi, − dijo. − Pero es un proceso


lento. Tuvo una enorme cantidad de puntos de sutura, y no es cómodo. Necesita
descansar tanto como sea posible. − Él hizo una clara advertencia de que todos
ellos debían salir y pronto.

Alonzo asintió y luego volvió su atención a Siena. − Tienes mi número de móvil. −


No fue una pregunta. Ella había tenido su número de móvil desde que era una
adolescente.

− Sí, − dijo suavemente, evitando sus ojos. − Gracias por organizar el servicio en
memoria de mi abuelo, ya que no pude hacerlo. Realmente aprecio que lo hicieras
mientras estaba en el hospital.

− Esto va a ser atendido, − dijo Alonso. − Si me necesitas, voy a venir corriendo.


Toma tu tiempo, Siena, y consigue mejorarte. Los abogados de tu abuelo están
presionando para verte. Ellos quieren leer su voluntad.

Bookeater
Wild Cat
Ella se echó hacia atrás. − Todavía no, Alonzo. Diles que no estoy lista.

El asintió. − ¿Tienes cualquier otra orden?

Siena parpadeó. ¿Qué estaba diciendo? Siempre había sentido por él un poco de
miedo. Él era el hombre más frío que conocía. Su abuelo a menudo le susurraba a
un lado y él se iba por dos o tres semanas y luego volvía. Su abuelo parecería muy
satisfecho durante semanas después.

Tras el secuestro, Alonso había vigilado sobre ella más que cualquier otro hombre
de confianza del circulo interno de su abuelo.

Sin embargo, ella estaba casi segura de que había planeado con Paolo asesinar a
Antonio. Ella trató de recordar por qué pensaba eso. El había disparado su arma,
pero podría haber estado disparando en una sombra que Paolo le hubiera
señalado. Ella honestamente no lo sabía, pero no confiaba en él. No confiaba en
nadie. Ni siquiera en Drake por completo. Ella suspiró.

− ¿Siena? − Incitó Alonzo.

Ella sacudió su cabeza. − No. Sólo estoy tratando de recuperarme.

Alonso se volvió hacia Elías. − Me gustaría que me mantuviera informado sobre el


progreso de Siena. Si ella necesita algo, hágamelo saber. Siena tiene mi número. −
Esperó, quieto, inmóvil, sus ojos centrados en Elías.

Elías asintió lentamente.

Alonso cambió su atención a Drake. − Si necesita ayuda con su seguridad,


llámeme. Vendré yo mismo.

Bookeater
Wild Cat
Un temblor delicado se deslizó por el cuerpo de Siena. Ella sabía que Elías lo sintió
porque él se acercó más, llamando la atención de Alonzo, por lo que echó de
menos su reacción. Ella estaba más confundida que nunca. Paolo reaccionaba
humanamente a las situaciones. Alonzo raramente mostraba emoción. Era más, era
Alonso quien castigaba la disciplina de cualquier persona que trabajara para su
abuelo y quien fallara en sus funciones. A menudo, esto significaba una retribución
física, y más de una vez había visto a Alonso desapasionadamente desgarrar a
alguien aparte. Él ni siquiera había roto a sudar y parecía casi aburrido mientras lo
hacía.

− Siena está cansada, − anunció Elías. − Creo que tienen lo que vinieron a buscar, −
agregó a los detectives. − Creo que pueden asegurar a los abogados y a cualquier
otra persona que esté interesada, que Siena se está recuperando.

Madison asintió. − Señora, aprecio que se tomara el tiempo para vernos. ¿Está
segura de que no quiere hacer una denuncia contra el hombre que le golpeó?

Siena hizo una mueca. El detective había deslizado la pregunta tan a la ligera.
Sintió que Alonzo se centró, con la mirada fija, pero mantuvo la mirada en sus
manos. Más precisamente, en las manos de Elías. Tenía fuertes dedos. Callosos. Las
manos de un obrero. No era lo que esperaba de la cabeza de la familia del crimen.
Ella cerró los ojos, recordando la sensación de sus manos sobre su piel. Sus dedos
moviéndose sobre ella. Su agarre vicioso cuando él la echó de casa. Alrededor de
ella, escuchó los otros salir de la habitación, pero mantuvo la mirada fija en las
manos de Elías.

No te ha herido físicamente, se recordó. No como Paolo. Pero el dolor emocional


era mucho peor. Mucho, mucho peor. Casi podía tomar a Paolo delante de Elías,
porque nunca se sentiría sobre Paolo de la forma en que se sentía acerca de Elías.
No podía hacerle daño de esa manera.

− Basta, − dijo Elías, su voz un gruñido ordenando. − En serio, Siena. Deja que se
vaya. − Su mano se instaló en su pelo, los dedos deslizándose profundamente en
las largas y sedosas hebras y fundiéndose allí. La atrajo hacia él, la pequeña
mordedura de dolor sobresaltándola. Su oscura mirada ardió en la de ella.

Bookeater
Wild Cat
− ¿De verdad crees que puedes borrar las cosas que me dijiste tan fácilmente? −
Dijo entre dientes, deseando estar lo suficientemente fuerte como para apartarlo.

− Te dije que las olvidaras. Eso debería ser suficiente.

Ella frunció el ceño. − Eso es arrogancia, Elías. Arrogancia pura. Tú las dijiste. No
las puedes tomar de nuevo. − Ella bajó la cabeza. − La peor parte de eso es que lo
que dijiste era verdad. No sabía que estaba usándome. Que yo estaba allí para
distraerte, incluso si yo no lo sabía. La razón por la que me envió fue para que
Marco pudiera deslizarse en el interior sin ser detectado. Yo le confronté y lo
admitió ante mí. – Con bilis, ella apretó el dorso de la mano contra su boca.

− Baby, no hay manera de que fuera la verdad. Te estoy diciendo la verdad ahora
mismo. Eres leopardo y puedes oírlo en mi voz. Ni una sola vez he perdido el
control con una mujer. Ni una sola vez en mi vida. Tú me hiciste perder el control.
Caray, yo estaba tan ido que ni siquiera me di cuenta de que eras virgen.
Necesitaba cogerte rápido y duro. Áspero. Entrar en ti de la forma que pudiera.
Estaba tan condenadamente hambriento de ti, que no podía pensar con claridad.
Eso es seguro, porque no sabías lo que estaban haciendo, nena. Fue porque me
volviste loco por ti.

Ella sacudió la cabeza, tratando de escuchar lo que dijo, deseando poder creerlo.
Había tenido una gran cantidad de tiempo mientras se recuperaba en el hospital
para repasar cada cosa que había sucedido entre ellos desde el momento en que
condujo su coche hasta que la echó de su casa. Ella había estado tan caliente por él,
con una fiebre de necesidad, un hambre tan grande que no podía pensar con
claridad. Una vez que la había tocado, levantándola del coche y en sus brazos,
había estado perdida. No hubo vuelta atrás. El fuego quemó demasiado caliente.
¿Si hubiera sido de esa manera para él también? Desde luego, había actuado como
si lo fuera. Parecía que se había ido tan lejos como ella lo había estado. Ni siquiera
le había quitado la ropa. No la había llevado al dormitorio. Aún así, había tenido
una pistola pegada debajo de la mesa en el vestíbulo. ¿Quién hacia eso, a menos
que estuvieran esperando un sicario?

Bookeater
Wild Cat
− Sabías que Marco iba a tratar de matarte. − Ella hizo una declaración. Sus ojos se
encontraron. Ella tenía que saber. Ver. Él asintió con la cabeza, y el corazón le dio
un salto.

− Cuando te dejé entrar por la puerta de la casa y me dijiste que tu abuelo me había
enviado una botella de su reserva, entonces lo supe. No había cumplido años
recientemente. Yo había llevado en silencio mi propia investigación de los otros
cuatros que tomaron el vino antes. El hijo de Don Miguel era mi amigo, y me pidió
que lo vigilara a él. Sospechaba de Antonio, debido a que a los pocos días después
de la muerte de su padre, los hombres de Antonio hicieron un movimiento en el
territorio. Aún así, no tenía ni idea de en realidad como había conseguido con éxito
pasar al hombre de seguridad.

− Yo, − dijo con tristeza. Necesitaba acostarse. Estaba tan cansada. No había
conseguido su taza de té, pero ahora lo único que quería hacer era dormir.

− Tu, − Estuvo de acuerdo. − Así que cuando me dijiste eso, sabía lo que iba a
pasar.

− Y pegaste la pistola debajo de la mesa en el vestíbulo, − ella le indicó.

− Esa arma siempre se pega allí. Tengo varias escondidas en toda la casa. Yo no
había planeado seducirte en el vestíbulo, Siena, si eso es lo que estás pensando. Eso
no fue una seducción. Esa era pura necesidad honesta. Yo estaba tan ido, bebé, que
me había olvidado de un asesino a sueldo. Todo lo que podía hacer era pensar en
estar sobre ti, y casi nos matan.

Ella no pudo evitar escuchar la honestidad en su voz. Ella quería creerle y tal vez
una parte de ella lo hizo, pero esa otra parte, la que no sabía nada sobre el sexo
caliente, la contuvo. Él no había ido después detrás de ella, ni siquiera cuando se
dio cuenta de que era virgen.

Bookeater
Wild Cat
Pero corrió después detrás de ti y te salvó de Paolo, su voz interior le recordó cuando
quería que se callara. No quería invertir en él, o pensar que tenía algún tipo de
lado bueno en absoluto. Simplemente era más seguro verlo como un jugador
completo. Malo. Cruel. Pero sabía que no lo era. Había empujado besos por su
espalda. Abajo por la cadera y el muslo. Se refería a todos y cada uno de ellos.
Había sentido la sinceridad. Ella no quería, pero lo hizo.

Pura y honesta necesidad. Por ella. Por Siena Arnotto. No podía aceptarlo, no con
la sangre en sus manos. Ella cerró los ojos de nuevo y se inclinó hacia delante, en
silencio pidiéndole que retirara las almohadas para poder acostarse durante unos
minutos.

Se suponía que tenía que levantarse y moverse durante diez minutos a la vez y
luego descansar durante quince años. Pero le dolía. Especialmente su pierna. En
este momento, eran sus emociones las que dolían más que su cuerpo. Ella
necesitaba olvidar todo por un rato. Tomar un descanso antes de enfrentarse a la
realidad y simplemente esperar a ir a dormir.

− Estoy cansada, Elías, − dijo ella, sin mentir. − Realmente cansada.

− Lo sé, bebé, − respondió de inmediato, tirando de las almohadas detrás de su


espalda y acomodándolas planas para ella. La ayudó a deslizarse hacia abajo en la
cama y se extendió de lado.

Su camisa era cálida y reconfortante. Ella era muy consciente de que no llevaba
ropa interior, pero no había material que rosara sobre su cadera o tirara
firmemente contra su espalda, y honestamente, el dolor se había reducido todo a
un dolor sordo.

− Jake Bannaconni y su mujer estarán aquí dentro de poco. Son vecinos de mi


rancho. Él te quiere presentar a Emma.

Bookeater
Wild Cat
Se pasó los dedos por el vendaje en su mejilla. No estaba preparada para cumplir
con nadie, y menos con la esposa de Jake Bannaconni. Volvió la cara en la
almohada y cerró los ojos, sorprendida cuando Elías colocó la sabana hacia arriba
sobre los hombros y la arropó.

Bookeater
Wild Cat

Con el corazón palpitante, Siena se volvió y corrió, sabiendo que ella estaba
huyendo por su vida. Sabiendo que el grande y horrible gato con sus ojos malignos
correría detrás. El era más rápido y más fuerte y ella ya estaba lesionada. Sus
costillas le dolían con cada paso que daba. Su respiración era cruda, jadeos
quemando, pero trató de todas formas. Entró en la densa maleza, ramas raspando
su cuerpo desnudo. Logro dar siete pasos. Siete. Eso fue todo. En su mente estaba
contando, y sintió el aliento caliente sobre su espalda al número siete.

Una garra gigante desgarró por su espalda, quitándole la piel, el dolor tan
insoportable que en realidad vio las estrellas. Obligándose a seguir, ella se volvió a
medias hacia el gato. Una garra le dio una palmada en la cara, dejándola de lado,
sacudiendo su cuerpo a través del aire como si no pesara más que una pluma. Su
cara se desgarró abierta, una laceración profunda, la sangre corriendo por su ojo, lo
que le hizo imposible ver.

Ella aterrizó con fuerza sobre su vientre y se acurrucó en posición fetal cuando el
gato saltó sobre ella, hundiendo sus dientes en el hombro, los picahielos gemelos,
conduciéndose profundo, un movimiento salvaje que la mantuvo inmóvil mientras
que aquellos amarillo, ojos malévolos la miraban con furia. Viéndola a la cara, el
gato pasó de su garra desde su cadera a la rodilla, la garra curva profundamente
en su cuerpo, golpeando a través de la piel y el músculo para tratar de conseguir
golpear el hueso.

Ella gritó. No quería darle esa satisfacción, pero la única liberación que tenía era el
sonido de agonía que broto de su garganta. Ella gritaba y gemía.

Bookeater
Wild Cat
− Siena. − La puerta se abrió de golpe y Elías estaba allí, con el arma empuñada, los
ojos haciendo un seguimiento de la sala mientras corrió a su lado. Le puso una
mano sobre su hombro para tranquilizarla y que supiera que estaba allí, y su
cuerpo se movió sobre el de ella, protegiéndola.

Estaba agradecida mientras salió del sueño y se dio cuenta de que la sala se iba
llenando de hombres. Drake. Joshua. Otro hombre que no conocía. Jake
Bannaconni se asomó por la puerta. Todos ellos con armas. Volvió la cara roja
hacia el pecho de Elías, ocultándose. No le importaba que los conociera bien. Ella
quería que se fueran.

− La tengo, − dijo Elías, su voz una orden clara. − Vamos a estar bien en unos pocos
minutos. Ella necesitará comida, no ha comido en todo el día.

La sujetó con una mano en la nuca de su cuello, sus dedos proporcionando un


masaje relajante, el otro brazo alrededor de su parte inferior, bajo, de modo que no
rosara contra las cuatro largas laceraciones en su espalda. Él esperó hasta que la
puerta se cerró antes de que él acariciara la parte superior de su cabeza.

− ¿Estás bien, bebé?

Su voz le dio una vuelta a su corazón. Parecía tan suave. Casi tierna. Era sin duda
un hombre. Ladraba órdenes, intimidaba a todos con sus duros, ojos penetrantes, y
el peligroso conjunto de sus hombros. Se mantenía al margen de los demás la
mayoría de las veces. Había oído que los hombres bromeaban los unos con los
otros, incluso en su habitación del hospital, pero pocos de ellos hablaban a Elías de
esa manera. No sonreía a menudo. De hecho, ella nunca lo había visto sonreír a
nadie más.

− Fue sólo un mal sueño, − admitió. Su pulso todavía latía en sus venas y en cada
lugar que el leopardo había atacado, le dolía el recuerdo tan cerca.

Se echó hacia atrás y la miró. − Necesito que me mires, Siena.

Bookeater
Wild Cat
Ella retorció los dedos en la parte delantera de la camisa y de mala gana le
obedeció. Una vez que su mirada se encontró con la suya, no pudo apartar la
mirada. Eso fue lo poderoso que era. La mantuvo allí, sólo con sus peculiares ojos
de color mercurio.

− Te pregunté si estabas bien. Espero una respuesta, no una mierda o una


distracción.

Ella parpadeó. Ella nunca ganaría una mirada hacia abajo con él. No podía
desafiarlo, no cuando su voz de mando era tan suave. No cuando su rostro estaba
esculpido con preocupación real.

− Sueño mucho sobre el ataque. Cuando lo hago, es tan real, se siente como si
estuviera sucediendo de nuevo. Todo duele. − Miró hacia la ventana, con miedo de
ver la gran cabeza del leopardo aparecer allí. Su mirada se deslizó de nuevo al
cuarto, cuando no vio nada. − Tengo miedo todo el tiempo.

Se inclinó y rozó su boca ligeramente sobre el vendaje en su rostro. − El equipo


tiene la casa rodeada. Tenemos dos hombres en el techo. Drake está en la casa. Así
como Joshua. Los hombres de Jake están patrullando a lo largo de su línea de la
cerca, y Eli tiene hombres que hacen lo mismo. Nadie va a conseguir llegar a
través, bebé. Todos ellos son leopardos, con experiencia en el trabajo de seguridad.

Ella tragó. Asintió. − Intelectualmente, lo sé, Elías, pero me parece que no puedo
conseguir que mis emociones lo crean. − Su voz salió en un susurro. El ataque se
sentía demasiado cerca. Ella no quería dejarlo ir.

Ella no sabía cómo sucedió, pero de alguna manera, Elías se había convertido en su
ancla. Ella sabía que tendría que pararse sobre sus propios pies pronto, pero por
ahora, iba a poner todo a un lado y simplemente le permitiría tomar el relevo.

− Estás temblando, Siena. Toma un respiro y déjame abrazarte por un minuto.


Entonces voy a cepillar tu pelo para ti.

Bookeater
Wild Cat
Instantáneamente se tocó la masa salvaje cayendo por todas partes. Siempre había
querido tener el cabello delgado, para que al menos se viera más liso y brillante.
No, ella había conseguido ondas gruesas. Cabello largo. Mucha de él. Las olas solo
añadían volumen, y cuando dormía, este se ampliada. − Me vuelve loca, − admitió.

− Me encanta tu pelo, − dijo Elías, transfiriendo su dominio a sus caderas para que
pudiera deslizarse hacia delante en la cama. Se puso detrás de ella, de espaldas a la
cabecera, acuñándola entre sus muslos, pero teniendo mucho cuidado con la
espalda. − Podría jugar con él durante horas.

La forma en que dijo jugar, hizo que un escalofrío corriera por todo su cuerpo. Ella
fue inmediatamente consciente de su oscura sensualidad. Del régimen brutal de su
boca. Sus ojos, con capuchas oscuras. La forma en que su mirada se desvió sobre
ella. Pensando. Posesivo. Hambriento.

Tomó el cepillo de la mesita de noche y comenzó a peinar el cabello a través de la


longitud de su pelo. Ella retorció los dedos en su regazo e inclinó la cabeza,
mientras que el cepillo se movió contra su cuero cabelludo.

− No tienes que hacer esto, − dijo ella, sin moverse. No quería que se detuviera.
Pero aún así, su dulzor la desarmaba y no se atrevió a caer bajo su hechizo.

− Me gusta, mi corazón. − Había una sonrisa en su voz. − Tenemos compañía.


Nosotros no podemos tenerlos viendo como me aprovecho de ti.

Su corazón tartamudeó ante la implicación. Se mordió con fuerza el labio, su mente


rehuyendo las imágenes que provocaron su broma. ¿Quién sabía que un hombre
como Elías gozaría de cepillarle el pelo? Él no parecía cepillar el suyo muy a
menudo, no es que le importara la forma en que su cabello negro caía en ondas
alrededor su cara y por el cuello. Él siempre se veía, caliente. Aún así, no tenía
sentido para ella que tomara el cepillo y suavizara los enredos de su pelo porque
tenían visitantes.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Elías? Prefiero no levantarme. − Quería quedarse envuelta en su pequeño
capullo, ocultándose bajo las mantas, donde yacía inmóvil, sintiéndose
reconfortada por el material blando de la camisa de Elías.

− Estoy muy consciente de ello, bebé.

Continuó cepillándole el pelo. No parecía tener prisa, aunque sabía que Jake
Bannaconni y su esposa, Emma, esperaban en la otra habitación por ellos.

− No quiero ver a nadie, − ella persistió.

− Sé que no quieres hacerlo. − Él habló con suavidad. Con la mayor naturalidad.


Sin dejar de cepillarle el pelo como si ella no hubiera hablado.

La acción del cepillo tirando a través de los gruesos mechones de cabello y


masajeando el cuero cabelludo la calmo. A ella le gustaba la sensación de sus
manos en su pelo. Se tomó su tiempo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo
y esta fuera una de sus cosas favoritas para hacer.

− Realmente preferiría quedarme aquí, Elías. − Ella trató de verter fuerza y


resolución en su voz. − No creo que esté lista para conocer a nuevas personas.

− No te puedes ocultar del mundo, bebé, − dijo, el cepillo continuo peinando su


pelo. Su voz era baja, casi un ronroneo. Fascinante. − Te gustará Emma. No has
tenido muchos amigos en tu vida.

− No sabes eso.

− Siena. − Dijo su nombre como una reprimenda. – Me he mantenido pendiente de


ti, desde que tenías quince años. Toda cabello, ojos y piel hermosa. ¿Crees que no
me había dado cuenta? Infierno. Yo era un puto pervertido, soñando contigo.

El estómago le dio un pequeño vuelco ante su admisión, pero ella empujo hacia
abajo la sensación caliente que subió. – Tú las prefieres altas, rubias y flacas. − Ella
dejó escapar la verdad antes de darse cuenta de lo mucho que reveló a él, que
había estado observándolo también.

Bookeater
Wild Cat
− No tenía otra opción, − dijo Elías, acercándose mientras barría la espesa mata de
pelo de la nuca de su cuello. Él presionó su boca contra su piel y después dejo
besos pluma a lo largo de su cuello y su hombro. Sus dientes rasparon allí,
enviando llamas bailando a través de su vientre. − Me negué a ser muy pervertido
así que salí con mujeres que fueran muy diferentes a ti. − Él admitió la verdad de
manera casual.

Sintió la quemadura de su boca ahora, trabajando en su piel, marcándola. Él


invadió su espacio casualmente, como si le perteneciera. Sus manos en su cuerpo
siempre se sentían íntimas.

Le tocó al momento en que estaba cerca de ella. Cuando estaba en el hospital, y


ciertamente ahora. Ella sabía que debería poner fin a ello, por el bien de su propia
conservación, pero no podía evitarlo.

Se dijo que no importaba, que no se comprometía a nada, que sólo no estaba


luchando contra él. Pero la verdad era mucho más complicada, pero se negó a
pensar en ello demasiado.

− No, no lo hiciste. − Ella tuvo que negar. No podía dejarlo ir. Si se trataba de la
verdad, era aún más peligroso para ella de lo que pensaba, y pensaba que era una
enorme bandera roja. Tenía que poner los frenos, pero siguió haciendo cosas como
deslizar su lengua justo detrás de la oreja para que pequeñas llamas bailaran en su
torrente sanguíneo.

−Así es, mi amor. − Sus manos estaban de vuelta en su pelo, dividiendo la masa en
tres secciones. – Tu trenza es tan gruesa como mi brazo, Siena. ¿Te imaginas lo que
nuestro hijo va a tener en el cabello? El mío es grueso, y el tuyo es aún más grueso.

Ella se puso rígida ante la mención de su bebé, dejando caer una mano
automáticamente de manera protectora.

− No puedes hablar de eso. Aún no. No puedo ir allí − Elías estaba en lo cierto,
aunque, cualquier niño que tuvieran juntos tendría una masa de cabello. La suya
era casi tan salvaje como la de ella.

Bookeater
Wild Cat
Hubo un silencio. Sus manos se detuvieron en su pelo. Ella apretó los labios y
luego miró por encima del hombro hacia él. No podía leer su expresión.

− ¿Elías?

Él frunció el ceño, sus ojos oscuros forzando su mirada a permanecer en la suya. −


Creo que nunca te pregunté si querías el bebé. Estaba feliz de que estuviéramos
esperando un niño, tanto así que nunca, ni una vez consideré que podrías no
quererlo.

Ella apretó su mano con más fuerza contra su estómago, como si pudiera proteger
al bebé de la conversación. No sabía cómo se sentía, o cómo reaccionar.

− Siena, habla conmigo. Se honesta. Esto es importante.

Estaba esa nota en su voz. Una advertencia. Algo letal. Se encontró temblando.
Tenía la sensación de que iba a poner un grillete alrededor de su tobillo y
mantenerla prisionera si decía que estaba considerando deshacerse de su hijo. Su
hijo. Ese era el problema. No el bebé. Ella suspiró.

Elías tenía razón. Tenían que hablar de ello, y merecía la verdad. Era el padre, no
podía negar ese hecho.

− Quiero el bebé, − admitió.

Ella captó el alivio en sus ojos antes de que él se inclinara hacia ella, rozando un
beso en la boca en ese momento.

Fue la primera vez que la había besado en los labios desde que la había echado de
la casa, y su corazón casi se paró. No era sexual, pero era íntimo. Al igual que estar
sentada entre sus muslos era íntimo.

− Quiero el bebé también, Siena. Me hace feliz que lo quieras también. − Él tiró de
su pelo hasta que ella volvió la cabeza para que pudiera continuar el trenzado del
mismo.

Bookeater
Wild Cat
− Elías, quiero el bebé, pero no me gusta el hecho de que hayamos hecho este niño
como lo hicimos. − No, ella le había dicho la verdad. − Apenas puedo mirarte sin
escuchar las cosas que me dijiste. Cada palabra está marcada en mi alma. Esto
puede sonar dramático para ti, pero es la verdad absoluta. No quiero estar aquí. Te
lo dije cuando me dijiste que ibas a traerme aquí. No quiero que seas el papá del
bebé. No sé si alguna vez pueda conseguir ir más allá de lo que ocurrió.

Se mordió con fuerza el labio, con miedo de que se enojara con ella. Le había
pedido la verdad y se la había dado. Ella mantuvo la cabeza baja, mirando sus
dedos, cerrados con tanta fuerza en su regazo que estaban blancos.

− Eso es justo, bebé. Yo no te culpo. Yo fui una verga en tu caso. ¿Qué mujer quiere
recordar el padre de su hijo, si es un bastardo absoluto?

Ella tomó aire con sorpresa. Era lo último que esperaba que dijera. − Dicho esto,
soy el padre de nuestro bebé. Soy tu hombre. Eres mi mujer. Sé que va a tomar
algún tiempo que te acostumbres, pero estamos aquí y vamos a encontrar nuestro
camino.

− No sé quién eres, Elías. Ese hombre que dijo esas cosas a mí o este hombre, el que
es tan dulce que me dan ganas de llorar.

− Me gustaría poder decir que soy sólo el dulce, nena, pero estamos siendo
honestos, y tengo que admitir que soy ambos. Puedo ser un hijo de puta a veces.
Ya conoces lo peor de mí.

Ella sacudió su cabeza. − No puedo manejar eso, Elías.

Él tiró de la trenza. − ¿Crees que no lo sé, Siena? ¿Crees que no sé lo mal que lo he
jodido? ¿Crees que no me carcome noche y día, el daño que te he hecho siendo de
esa manera? Te conozco ahora. Sé que tengo que protegerte, y juro, Siena, que si
me das la oportunidad, si me dejas, tendré tan buen cuidado de ti, que nunca
tendrás que preocuparte de nada más.

Bookeater
Wild Cat
No quería que la sinceridad en su voz rompiera el escudo que estaba tan
desesperadamente tratando de mantener entre ellos. Aun así, no pudo detener el
aleteo en el estómago o la curiosa sensación de fusión en la región de su corazón.
Ella reconoció que era muy sensible respecto a Elías preocupado. Se había pasado
su adolescencia soñando con él. Había ocupado un lugar destacado en todas sus
fantasías. En la universidad, cuando estaba tan sola, había fantaseado acerca de él.

− Elías, te conozco y todo el mundo piensa que vengo de un hogar maravilloso, la


princesa que todo el mundo adoraba. Pero eso no es verdad. Me encantaba mi
abuelo, pero él me envió a un internado cuando era muy joven. Pasé la mayor
parte de mi infancia en internados. Sí. Eran escuelas privadas y tuve una gran
educación, y la mejor ropa y zapatos que puede comprar el dinero, pero no tuve un
hogar.

Elías transfirió el dominio de su pelo de nuevo a la altura de la nuca, los dedos


comenzaron un masaje lento, con el que ahora estaba muy familiarizada. No la
interrumpió. Él no le recordó sus invitados. Él simplemente esperó a que
continuara.

− No tenía amigos en la escuela. Mi abuelo se aseguró de que mis guardaespaldas


entraran en las aulas conmigo. Eso no me ayudó con los maestros,
administradores, estudiantes o los mismos guardaespaldas. Fui diferente. Siempre
iba a ser diferente. Me culpaba de sus preocupaciones por mí, por el hecho de que
mi madre y mi padre fueran asesinados. Entonces me secuestraron. Tengo que
decir que la seguridad fue mucho peor después de eso.

− Me acuerdo de eso, − murmuró Elías. − Tu abuelo se volvió loco.

Ella asintió. − Fue un momento terrible. No me quiso mantener en su casa, aunque


le rogué que lo hiciera. Me envió directo de nuevo a la escuela, pero con diferentes
guardaespaldas. Alonso fue uno de ellos y prácticamente no dejaba mi lado. Aún
así, hubo otro intento. Después de eso, dejó claro que no iba a permitir que fuera a
la casa de cualquier amigo. Yo estuve aún más aislada.

Bookeater
Wild Cat
Ella suspiró e hizo un movimiento para alejarse lentamente, para poner algo de
distancia entre ellos. El calor de su cuerpo había comenzado a filtrarse en ella,
calentándola. Su aroma masculino la rodeaba hasta que sintió como si ella lo
estuviera respirando con cada aliento que tomaba. Al instante, sus brazos se
acercaron a rodearla. Él bloqueo sus manos sobre su cintura.

− Quédate quieta. Estoy interesado.

− Te lo puedo decir con la misma facilidad alejada.

− Sí, pero te quiero aquí. Cerca de mí. − Sus manos cayeron más abajo, hasta que su
palma termino en su vientre, sus dedos extendidos a lo ancho. − Me gusta estar
aquí en nuestra cama, contigo entre mis piernas, mis brazos a tu alrededor y a
nuestro bebé en la mano. Háblame.

Allí estaba. Su orden. Era natural para él. Antes de que pudiera protestar, frotó la
cara contra un lado de su cuello, sus labios dejando atrás pequeñas llamas con cada
beso que le dio. Diminutos. Apenas ahí. Ella los sintió todo el camino hasta los
pies. Ella sintió su sexo aletear y apretarse, una partida de combustión lenta. Ella
suspiró profundamente, pero no aflojó su agarre en ella, así que cedió. Al igual que
ella parecía estar haciendo un montón con él.

− En algún momento mi abuelo tuvo la idea de que quería que me casara con
cualquiera, Paolo o Alonzo. Se encargaban de algunas cosas por él, llevaban a cabo
sus órdenes, conocían el negocio por dentro y por fuera, dijo. Pensé que hablaba de
la bodega y de nuestros otros negocios legítimos. Somos dueños de varios, sobre
todo los que tienen que ver con el vino. Somos dueños de varios viñedos también.
No estaba feliz por eso y pensé que cuando me dieran mi título, en lugar de volver
a casa y enfrentarme a decepcionarlo, me gustaría continuar mi educación.

− Fuiste a discotecas. − Fue una acusación, y salió como una. − Te vi. Estabas
bailando y cada hombre en el lugar te estaba viendo. Llevabas un vestido que se
pegaba a tu cuerpo. Dios. Estabas hermosa. Yo quería poner mis manos donde
estaba ese material. Todas sobre ti. Era todo lo que podía hacer para no llevarte esa
noche.

Bookeater
Wild Cat
− Yo no te vi. − Y ella normalmente tenía radar, en cuanto a él se refería.

− Estaba tan condenadamente duro de solo mirarte que apenas podía caminar,
mucho menos bailar, − admitió. Ahí estaba una clara ventaja a su voz. − No podía
matar a todos los hombres que estaban babeando por ti, y sabía que si me quedaba,
terminaría por perjudicar a alguien.

Ella lo miró por encima del hombro de nuevo. Sus bellas facciones se habían
instalado en líneas duras y motas oscuras estaban por el mercurio de sus ojos. Era
fascinante ver sus ojos cambiar de color.

− ¿Qué hiciste?

Maldijo en su lengua materna, un staccato rápido de español. − Tomé una mujer a


casa y folle su sexo. No ayudó. Me di una ducha y una paja. Eso no ayudó
tampoco.

Ella parpadeó, sorprendida por su honestidad. Al leer su ira en sus características


oscuras. − ¿Por qué estas molesto conmigo, Elías? Porque fui a bailar.

− Por ese vestido de mierda, sin mí para protegerte.

− Tenía guardaespaldas.

− Me importa un carajo si los tenías o no. Llevabas ese vestido. Sabias la forma en
que te hacía ver, y cada hijo de puta en el lugar tenía sus ojos en ti. Infierno, la
mitad de ellos probablemente entró en el baño y se hizo una paja. Yo sabía que eras
mi mujer, y no comparto con los demás. Ninguna parte de ti.

No le gustaba ni una palabra, se dijo. Pero por el contrario, le gustaba todo . Eso es
lo que le hacía a ella, la confundía hasta que no sabía cómo pensar o sentir. Le
gustaba que él se hubiera fijado en ella. En secreto, le gustaba que él estuviera
celoso, pero el resto de ello... Incluso eso. Necesitaba ayuda. Él la estaba volviendo
loca. Ella decidió que el mejor curso de acción era continuar con su historia porque
estaba haciendo un punto.

Bookeater
Wild Cat
− No hice nada. Jamás. Sabes que no había estado con nadie.

− Esa es la razón por la que no se encontraste a ti mismo por encima de mi rodilla.

Ella se echó a reír. Ella no pudo evitarlo, y el sonido la sorprendió.

− ¿Qué es tan gracioso? − Gruñó, colocando la barbilla en su hombro.

− Esa es una mala cosa a decir. Si estás tratando de convencerme de que estoy a
salvo contigo, esa no es lo correcto a decir.

− Estás perfectamente a salvo conmigo. Eso no significa que no voy a proteger lo


que es mío. No vas a ir a cualquier lugar vestida así, sin mí a tu lado.

Ella no estaba tocando eso. Ni siquiera un poquito. − El punto que estoy tratando
de hacer aquí, Elías, es que nunca tuve un hogar, y eso duele. Mi abuelo no era
quien yo pensaba que era, y eso duele. El hombre que eligió para mí realmente no
era el hombre que pensaba que era, y me perjudico en grande. Ya he tenido
suficiente de estar sola. He tenido suficiente de no sentirme amada. Quiero eso. No
quiero ser herida. Tú puedes lastimarme. Me has hecho daño. La forma en que me
haces daño fue peor que todo lo demás.

Ella sabía lo que estaba admitiendo. Había tenido sentimientos por él mucho antes
de que la hubieran enviado a entregarle el vino. Había sabido que estaba siendo
ridícula, pero todavía había caído enamorada del mítico hombre, especialmente
después de que se habían encendido juntos. Ella pensó que él sentía lo mismo, que
lo que tenían juntos era el amor quemando tan caliente y brillante que no serían
capaz de estar separados. Se había equivocado.

Camino equivocado. Ella sabía que había sido ingenua. Había sido sólo sexo.
Crudo. Caliente. La química explotando.

Bookeater
Wild Cat
− Baby. − Susurró en voz baja. Suavemente. Su voz se movió sobre ella como el
terciopelo. − Te lo estoy diciendo, lo que pasó entre nosotros fue algo hermoso. El
regalo que me diste fue precioso. No recuerdes lo que pasó después. Yo estaba tan
ido, un cuerpo muerto en el suelo, y el shock de lo que pensé, dando vueltas en mi
cabeza, no registré nada. Eso es totalmente mí culpa, tú no tienes ninguna parte de
eso. Debí haberte cuidado. Si no hubiera sido un puta egoísta, habría tomado esa
atención y habría tenido cuidado de ti, al darme cuenta de que te habías entregado
a mí. Nunca más. Te lo juro, Siena, nunca más.

− No me puedes prometer eso, y no soy lo suficientemente fuerte para tomar lo que


eres capaz de darme.

− No estoy diciendo que no vamos a luchar. Las parejas luchan. Cuanta más pasión
sienten el uno por el otro, mayor será la probabilidad de que esto ocurra, pero sé lo
que tengo ahora, y te lo digo, tendré cuidado contigo. Te puedo dar mi palabra, mi
promesa.

Siena no sabía qué decir por lo que no dijo nada, más confundida que nunca. A ella
le gustó todo lo que dijo, pero él no estaba pidiendo. No estaba tan cegada por sus
fantasías de lo que ella había estado atrapada en el. Era un hombre fuerte. Él
podría estar en buen control o poder tomar el control áspero. Pero le gustaba que
quisiera tener cuidado con ella, pero no tenía ni idea de cómo procesar todo lo que
le había pasado, y mucho menos que quisiera reclamarla de forma permanente. En
realidad no había dicho eso. Él quería el bebé, que tanto le había dicho.

− ¿Siena? Háblame.

− No sé qué decir. No sé a qué te refieres. ¿Me estás pidiendo que permanezca aquí
contigo hasta que el bebé nazca?

Su mano se extendió alrededor, le cogió la barbilla y le echó la cabeza alrededor y


hacia atrás hasta que yacía contra su pecho, le volvió hacia él. Sus ojos se movieron
sobre su cara. Hubo un sello duro de posesión allí. Estaba en cada línea y conjunto
de la boca. Posesión quemaba en sus ojos.

Bookeater
Wild Cat
− Sabes de lo que estoy hablando. Yo no te quiero hasta que nazca el bebé. Yo estoy
hablando de nosotros. Juntos. Criando nuestro hijo. En mi cama. Eres mi mujer.
Soy tu hombre. Estoy hablando de eso, y no vas a usar ese vestido de nuevo a
menos que este contigo.

Ese vestido realmente había hecho una impresión. Ella iba a tener que volver atrás
y recoger ese vestido.

− Ya veo. − Debido a que lo había hecho tan claro que incluso un imbécil, como ella
en este momento, podía ver. − Yo no sé.

− ¿No sabes qué?

− Me asustas, Elías. He tenido miedo toda mi vida. No quiero tener miedo nunca
más.

− Te sientes segura conmigo, Siena, − corrigió él.

Ella comenzó a sacudir la cabeza, pero él la detuvo.

− Estás sentada aquí en esta cama conmigo. Viniste a casa conmigo. A desacuerdo,
bebé, pero no lanzaste un ataque. No le dijiste a la policía que querías protección.
Viniste conmigo porque hago que te sientas segura. Esa es la verdad.

Ella abrió la boca para negarlo, pero luego la cerró de nuevo. Él tenía un punto. El
problema era que se sentía segura con él, era su corazón el que no se sentía seguro.
Había una diferencia, pero no estaba a punto de decírsela, de nuevo, no dijo nada.

Él le acarició el cuello otra vez. − Está bien, bebé. Te voy a dar tiempo. − Él tiró de
la trenza. − Vámonos. Quiero que conozcas a Emma. − Se movió a su alrededor
para deslizarse fuera de la cama y llegar a ella. – Es importante que puedas sentirte
como si tuvieras un par de amigas aquí. Emma y Catarina viven en ranchos
vecinos.

− No puedo ir por ahí con esto.

Bookeater
Wild Cat
Él tiró de ella a sus pies. − Mi camisa te cubre lo suficiente para ser un vestido. −
Sus ojos se oscurecieron.

− Es más larga que el vestido que llevaba en la discoteca. −Yo llevaba ropa interior
en ella.

Su ceja se alzó. − No he visto ninguna línea.

− Oh. Mi Dios. − Ella entrecerró los ojos en él. − ¿Se veía tan de cerca?

− Tengo noticias para ti, bebé. Todos los hombres de ese maldito club te miraban
de cerca. Tienes suerte de que no haya cometido un asesinato esa noche.

Ella volteó los ojos y se apartó de él. Tenía que obtener una falda larga que pudiera
deslizarse sobre ella. Una que se redujera hasta los tobillos y fluyera a su alrededor
para que nadie supiera si llevaba ropa interior o no. Revolvió su bolso y sacó una
falda con volantes que cayó al suelo.

El no se había movido y se dio la vuelta, con la falda en la mano. − ¿Vas a mirar


mientras me visto?

Sus dientes blancos destellaron, recordándole a ella un poco a un lobo. − Sí.

Ella se tragó su protesta. ¿De qué servía? Elías hacia lo que quería, y claramente no
estaba dejando su lado. A ella le gustaba que fuera importante para él que ella
conociera a Emma, que quisiera que tuviera una amiga. Eso estaba bien.

Siena tiró de la falda sin mirarlo. Miró en el bolso en busca de una camisa que le
fuera, pero que no tuviera que usar un sujetador, nada realmente funcionó.

− Te ves muy bien en mi camisa. Vamos, nena, deja de prolongarlo.

Se miró en el espejo sobre la cómoda y se tocó la gasa que cubría la laceración en su


cara. Los puntos de sutura se habían retirado antes de salir del hospital, pero ella
odiaba como se veía de roja la cicatriz, por eso era que la mantuvo cubierta con una
gasa.

Bookeater
Wild Cat
La tomó de la mano y tiró hacia él hasta que estuvo bajo su hombro.

− ¿Seriamente? Estás preciosa.

Podía oír la impaciencia en su voz. Mister Nice Guy tenía claramente un límite de
tiempo en ser agradable.

Ella ocultó una sonrisa mientras caminaba por el pasillo ancho con él. Jake y su
esposa, Emma, estaban en la otra habitación. La habitación era enorme y muy
cómoda con sillones y tonos cálidos, pero en el momento en que Elías entró en la
habitación, la empequeñeció. No se podía negar su presencia.

Él la llevó directamente a través del piso de madera dura para Emma. Ella tenía, al
menos, siete, u ocho meses de embarazo. Jake estaba sentado en el brazo del sillón,
sosteniendo su mano.

− Se trata de Siena Arnotto, Emma, − dijo Elías. − Siena, Emma, la esposa de Jake.

Siena envió a la mujer una sonrisa tentativa. Ella nunca había tenido realmente una
amiga, no uno que fuera real. Unas chicas habían querido conocerla por su
nombre. Otras habían pensado que sus guardaespaldas estaban calientes. Ninguna
de ellas llegó a conocerla como una persona, y supo que había desarrollado una
concha, manteniéndose alejada de otros por sí misma para evitar que le lastimaran.

− Finalmente, − dijo Emma, su sonrisa de respuesta suave y hermosa. − No podía


esperar a conocer la mujer que había robado el corazón de Elías. El grande y malo,
Elías, vuelto del revés por una mujer. No tienes ni idea de cómo es de maravilloso
conocerte.

Jake sonrió, viéndose a gusto y relajado, no en absoluto como el hombre en su


oficina. − Ella lo ha traído de rodillas, Emma.

Bookeater
Wild Cat
Siena parpadeó rápidamente y miró a Elías, sin saber cómo reaccionar. No tenía su
corazón, y desde luego, no estaba de rodillas. Eso era algo que sabía a ciencia
cierta. Él le había dicho al detective Madison que estaban planeando casarse. Era la
historia que a Drake se le había ocurrido para mantenerla segura.

Se dio cuenta de que Elías todavía tenía en su posesión su mano y tiró de ella,
tratando de liberarse. En su lugar, llevó sus nudillos a la boca.

− Ya que no puedo negar la verdad de lo que está diciendo, sólo voy a besar a mi
mujer y ser feliz porque está en mi casa, − dijo Elías.

− Lamento lo de tu abuelo, Siena, − dijo Emma. − Sé que te crió. ¿Cómo estas


llevándolo?

Siena asintió. Ella no pensaba demasiado en ello todavía. Cada día la realidad de
su muerte se hundía un poco más. − En realidad no he procesado su muerte. Yo
estaba allí esa noche, en mi habitación. Habíamos tenido una pelea. − Su garganta
se cerró ante la admisión. No sabía por qué había que lo había ducho, pero no
pudo tomarlo de nuevo.

La cara de Emma creció aún más suave. − Eso hace que sea aún más difícil para ti.

Elías la condujo a una silla frente a Emma, y puso una mano suave en su vientre, y
se dejó ir de su lado.

Cogió una de las cervezas que Jake había traído, y se sentó en el brazo de la silla al
igual que Jake había hecho. Incluso podía ver que la línea de su cuerpo era
protectora.

Siena se tragó el nudo que se formo en su garganta. No sabía cómo tomar a Elías
de esta manera. Ella no estaba preparada en absoluto para su doble personalidad. −
Estoy bastante segura de que soy responsable de su muerte. – Ella dijo mas para
Elías que para Jake y Emma.

Bookeater
Wild Cat
Drake se sentó en la silla al lado de ella y giró la cabeza hacia ella, súbitamente
alerta. Jake se inclinó más cerca de ella. Emma sacudió la cabeza como negando el
comunicado.

Elías se agachó y junto los dedos con los de ella y se llevó la mano a su muslo.

− ¿Por qué piensas eso, mi vida?

Su voz era tan suave que tuvo que contener las lágrimas. ¿Cómo podía ser tan
dulce con ella? ¿Cómo podría creer que era real? Ella nunca había tenido cariño
antes, ni siquiera de su abuelo, y no tenía idea de qué hacer con él.

Ella apretó los labios, sabiendo que todos la estaban mirando. Sabiendo hacia que
se había llevado a sí misma y que tenía que enfrentarse a la realidad de lo que
había sucedido esa noche. Ella no tenía idea de por qué al ver a Emma,
embarazada, con Jake tan cerca de ella, la había dado el valor para decírselo a ellos,
para contarle a Elías, porque sabía que era a Elías a quien se lo estaba diciendo. Era
a Elías con quien se estaba confesando. Era de Elías de quien ella necesitaba la
absolución.

− Paolo fue la elección de Nonno para mí. Se había planeado que nos casáramos.
Llegué a casa esa noche, y Paolo me estaba esperando y se puso furioso. − Miró a
Elías. Lo miró a los ojos. Él sabía por qué. Él sabría que su olor estaba todo sobre
ella y Paolo sabría que habían tenido relaciones sexuales.

Elías le apretó la mano con más fuerza contra su muslo, como si pudiera
protegerla, escudarlos a ambos de lo que se venía. Tomó un largo trago de cerveza.

Con sus ojos sobre Elías, ella continuó. − Paolo me golpeó. No sólo me dio una
palmada. Usó sus puños en mí. Me dio una patada.

Emma se quedó sin aliento. − Oh, Dios mío, Siena. Eso es terrible. Tu abuelo debe
haber estado furioso.

Bookeater
Wild Cat
− Eso es lo que pensaba. − Siena siguió adelante. − No lo estaba. Me insultó.
Insultos horribles. Le dije que nunca aceptaría a Paolo como esposo. Le dije que le
diera la finca a Paolo si eso era lo que quería, pero que nunca, bajo ninguna
circunstancia, yo me casaría con Paolo después de lo que me hizo. Paolo estaba en
la habitación. Oyó todo y sabía que lo decía en serio. Lo mismo que lo hacia
Nonno.

Drake se inclinó hacia delante en su silla. Ella percibió el movimiento, pero


mantuvo su mirada cruzada con la de Elías. Sus rasgos se habían oscurecido, pero
era imposible leer su expresión. Sus ojos se mantuvieron estables y tan fríos y
oscuros que le quitó el aliento.

− Mi abuelo reconoció mi anuncio y señaló que siempre sería su heredera y que


aceptaría mi decisión. Salí de la habitación y fui a la mía. Oí a Paolo discutir con él.
Un poco después oí los disparos y corrí escaleras abajo. Paolo estaba a la entrada
de la habitación y Alonzo se dirigía hacia las escaleras hacia mí. Mi abuelo estaba
muerto.

No podía apartar la mirada, a la espera de la condena. Era evidente que Elías


entendería lo que estaba diciendo. Ella había hecho su declaración, su abuelo lo
había aceptado, pero Paolo no. Antes de permitir que pudiera elegir su marido,
había matado a su abuelo.

− ¿Cómo fue tu culpa, cariño? − Preguntó Emma.

Todavía mirando a Elías, ella respondió. Sinceramente. − Si hubiera aceptado la


elección de marido de mi abuelo, creo que todavía estaría vivo.

− ¿Aceptar un hombre que te golpeó? − Dijo Emma.

Ella asintió con la cabeza, todavía sin apartar la vista de Elías. Su corazón latía
demasiado rápido. Ella todavía no podía leerlo. Di algo. Cualquier cosa. Estaba
aterrorizada de su reacción. De su juicio.

Bookeater
Wild Cat
Elías dejó la botella de cerveza, le enmarcó la cara con las dos manos, se inclinó y
tomó su boca. Él la besó con fuerza. Largo. Mojado. Profundo. La besó
posesivamente. Su boca exigía una respuesta.

Exigía. No hubo persuasión. Sin dulzura. Este era Elías. Áspero. En total dominio.
Su beso fue diferente de lo que jamás podría imaginar. Justo como lo había hecho
la primera vez, su beso encendió una tormenta de fuego en ella. El mundo se
desvaneció hasta que sólo quedo Elías y su boca. Su perfecta e increíble boca y su
extraordinaria capacidad de besar. Ella le devolvió el beso, su mente fundida. No
había ningún pensamiento. Sin preocupaciones. Sólo había la perfección de su boca
y el absoluto éxtasis que le dio.

Él apartó la boca primero y cuando ella persiguió la suya, él la besó de nuevo antes
de pulsar su frente a la de ella. − Joder, bebé. Quiero matar a ese hijo de puta con
mis propias manos. Tú no hiciste esto. Él lo hizo.

Susurró las palabras para ella y su corazón dio un vuelco. Ella no debería querer
escuchar lo que dijo sobre querer matar a Paolo con sus propias manos, pero de
alguna manera, su admisión levantó parte de la culpa que la montaba con tanta
fuerza.

Bookeater
Wild Cat

− Siena. Bebé. Abre tus ojos.


Oyó la voz a la distancia. Familiar. Caliente. Dulce. Ese calor de terciopelo
cortando a través del frío terror forzando su corazón a latir y su pulso a ir salvaje.

− Eso es, mi vida, abre los ojos. Mira a tu hombre.

Tan dulce, esa voz. Áspero. Sexy. Todo hombre. Tranquilizador y sólido. Ella sintió
el roce de su boca sobre sus párpados. Sus pestañas revolotearon cuando hizo el
esfuerzo supremo para levantarlas. Para ver su rostro. Los restos de la pesadilla se
aferraban a ella, de modo que su boca estaba seca y su estómago herido. Por un
lado de su pierna, el dolor destelló, pero ya, se desvanecía, ahuyentado por esa voz
que la cautivaba y el roce de la boca de Elías.

Ella abrió los ojos y allí estaba él. Cerca. Tan cerca. Tan hermoso. Su mandíbula
fuerte, oscura, con una barba de dos días. Sus pómulos altos. Su oscuro rostro el de
todo un hombre. Su cabello, del que amaba su naturaleza, ingobernable que era tan
de Elías. Era salvaje, y su cabello lo marcaba de esa manera.

Sus ojos estaban oscurecidos por la preocupación, pero él le sonrió, sus dientes
muy blancos, sus labios definidos.

− Hombre.

La sola palabra volvió su corazón de nuevo. Sin pensar, levantó la mano y trazó
sus labios.

− Tienes una hermosa boca, Elías, − ella susurró. Su corazón latiendo con fuerza.
De la pesadilla, o de lo cerca que estaba, de lo precioso que era. ¿Cuánto del
hombre que era su sueño? Ella probó el eco de su pesadilla en su boca. El terror. En
el momento en que el leopardo la arrastró hacia abajo. El sonido del arma. La
visión de su abuelo. Paolo dándole patadas con sus elegantes e italianos, zapatos.

Bookeater
Wild Cat
− No, bebé. − Sus ojos fijos en los de ella, le puso un dedo en la boca, la lengua
alrededor curvándose, distrayéndola completamente de la red de terror en la que
había estado atrapada.

Él negó con la cabeza, liberándola, pero sus manos se volvieron a enmarcar su


rostro. Sus ojos se oscurecieron aún más. − Él no conseguirá ninguna parte de ti.
No cuando estás despierto y tampoco cuando estés dormida. Dímelo todo, todo lo
que él te dijo. Todo lo que te hizo. Dímelo todo.

Ya no había apartar la vista de la intensidad de sus ojos. Él se centró por completo


en ella, su mirada sosteniendo la de ella cautiva.

− No sé cómo. − Ella quería. Estaba cansada de tener miedo. Así como de cansada
de él. Odiaba por temor ir a dormir, sabiendo que Paolo estaría allí. Sabiendo que
la culpa por la muerte de su abuelo volvería a comer en ella. Sabiendo que el
miedo la consumiría.

− Mírame, mi amor, mi corazón. Realmente mírame. No soy el tipo de hombre que


permita que hombre se mete contigo. Estoy de pie entre tú y cualquier persona que
quiera hacerte daño. Yo mismo me pongo allí.

Dios. Dios. Se sentía como si le debiera por lo que pasó entre ellos. Era el tipo de
hombre capaz de hacer eso también, ponerse en peligro porque sentía que había
hecho algo mal.

Se dejó realmente mirarlo, observarlo todo, desde la anchura de los hombros a los
pesados músculos de su pecho desnudo. Él era un hombre que parecía invencible.
Parecía como si pudiera detener las balas. Pero no podía hacerlo. Su abuelo no
podía hacerlo tampoco.

− Elías, no me debes nada. Estaba haciendo exactamente lo que me acusaste de


hacer cuando me echaste. Estaba allí para distraerte para que Marco pudiera entrar
y matarte. No quiero que te coloques a tí mismo en peligro por mí.

Bookeater
Wild Cat
− Te dije que me miraras, Siena. Mira quién soy. Soy el hombre que temes porque
puedo ser el hombre que te da miedo cuando tengo que serlo. Y lo seré para ti,
para protegerte de cualquier manera que tenga que hacerlo. Voy a tomar tu
pesadilla. Estoy eligiendo interponerme entre tú y cualquier enemigo porque te
elijo. Cada vez, mi elección serás tú, y lo has sido durante años. No quiero que
sientas miedo otra vez, ni de Paolo Riso, ni de nadie. Nunca más.

El hecho de que Elías le ordenara, no significaba que el miedo se fuera, pero de


alguna manera, mirándolo a los ojos, el terror dentro de ella disminuía. Las
cuerdas que apretaban en su vientre se desenredaron. Encontró más fácil respirar.
En cuanto a él. Ella no tenía ni idea de adónde fue el miedo, sólo que tumbada
junto a él, sintiendo su cuerpo duro rodeándola, su brazo bloqueado a su
alrededor, su mirada tan intensa y oscura con verdadera emoción, sabía que podía
dejarlo ir por primera vez.

Debió de haber visto el alivio en su cara, o sintió que su cuerpo se relajo.


Satisfacción se deslizó en las líneas cortadas de su cara. − ¿Se ha ido? ¿La pesadilla?
− Él cerró la brecha de dos pulgadas entre sus caras, sus labios rozando de un lado
al otro el de ella. Seduciéndola.

Él no tuvo que trabajar duro para conseguir que se abriera para él. En el momento
en que sus labios se separaron, su lengua barrio al interior, y lo último de la
pesadilla se había ido. Podía besar. En serio besar. Y él lo hizo. Sus dedos
encontraron su cabello y se enterraron a profundidad. Ella le devolvió el beso,
perdiéndose en él, de la forma en que siempre lo hizo. Fundiendo tanto que ella no
pensaba. Sólo sentía. Cada célula de su cuerpo respondió a los besos de Elías.

Su brazo bloqueado alrededor de su cintura, tirando de ella, apretada contra la


parte delantera de su cuerpo. Ella lo sintió envuelto alrededor de ella, tan cerca.
Muy duro. Mucho calor. Pero cuidado. Ella se había encendido, se ha ido un poco
salvaje, un poco fuera de control. Su boca le hacía eso a ella. Se sentía salvaje. Fuera
de control, pero nunca se rozo contra su pierna o lastimo su espalda cuando él la
atrajo hacia sí.

Él levantó la cabeza y la miró a la cara, ojos intensos mientras la observaba de


cerca, mirando los signos de alteración.

Bookeater
Wild Cat
− Gracias, Elías, − susurró ella, su voz un hilo de voz. Su corazón latía con fuerza
de nuevo. Su vientre dio un salto mortal. Todo bien. − Gracias por hacer que
desapareciera para mí. – Su pesadilla. No dejo incluso ni un pequeño regusto. Le
había conducido lejos con su boca, su lengua y su mano empuñada con tanta
fuerza en el pelo. Le había conducido a la basura por pura fuerza de voluntad, y su
bella declaración de que se ponía entre ella y Paolo.

− ¿Estás bien, bebé?

La habitación estaba a oscuras. La cama era cálida. Su voz suave y atractiva, rugosa
con el sueño, rizando sus dedos de los pies y fundiendo sus entrañas. Su cuerpo
estaba caliente, tan apretado contra el suyo, y los gruñidos del leopardo
desgarrando habían sido rechazados.

− Sí. Estoy bien. − Ella lo estaba y no lo estaba. La pesadilla se había ido, pero ella
era muy, muy consciente de él. Su cuerpo había llegado repentinamente vivo y
tomando nota del hecho de que él estaba caliente. Sexy. Y masculino.

− Entonces resuélvete.

Tuvo el impulso inesperado a reír. Eso era lo que él Elías que conocía diría. Dulce
como la miel en un momento y exigiendo sl siguiente.

− ¿Y si no puedo?

− Entonces voy a tener que hacer algo al respecto, − advirtió en voz baja. – Tú
necesitas dormir. Doc dijo que me asegurara de que le dabas a tu cuerpo el tiempo
que necesitaba para sanar.

Su advertencia suave envió un poco de emoción a través de su cuerpo. Había algo


muy sensual sobre despertar al lado de él. Estaba duro, caliente y olía todo el
varón cuando inhaló profundamente. Ella maldijo en silencio a su espalda. Los
puntos de sutura se habían ido y las marcas del rastrillo estaban sanando, pero
acostarse boca arriba sería un problema, ya que todavía estaban adoloridos.

Bookeater
Wild Cat
Se mordió los labios y su mirada se deslizó lejos de la suya. Ella estaba pensando
en las posiciones. UH. Su cuerpo estaba empezando a sentir la quemadura lenta
que la había metido en un gran problema antes. La quemadura que no le permitía
pensar. Sólo sentir.

− Para. − Sopló la palabra. − No soy un puto santo, Siena. − A pesar de lo que pidió,
con la mano recorrió el muslo desnudo, demostrando a ambos que no lo era.

Su voz se había ido a rugosa. Su mirada se hizo aún más oscura y más intensa. Ella
se humedeció los labios con la punta de la lengua. Su cuerpo se movía sin descanso
contra el suyo.

− No estoy en busca de un santo, Elías, − susurró.

Él gimió y tomó su boca de nuevo. Ella debería haber protestado. Ella sabía que no
debería haberlo invitado a besarla o a que sus manos hicieran un lento y hermoso
asalto en su cuerpo, pero en el momento en que lo tuvo de nuevo, se deslizó
directo en el modo de fusión. Su cerebro se volvió a aguanieve. Su cuerpo se
incendió.

La mano de Elías continuó moviéndose por su pierna izquierda, su tobillo sano,


con exquisita languidez, dándole tiempo de sobra para protestar. Ella no lo hizo.
Ella le devolvió el beso con más fuerza, mientras se servía en su beso.

Buscando su calor. Buscando el olvido. La felicidad. La encontró allí en su boca, en


su contacto.

− Llega un momento dado, mi amor, donde no hay vuelta atrás. He estado contigo
cada día durante casi tres semanas, y no ha sido fácil mantener las manos lejos de
ti, − advirtió.

− No te estoy pidiendo que des marcha atrás, − susurró ella, mirándolo a los ojos. −
Sólo que cuides de mí. No me hagas daño, Elías.

Elías miro hacia ella. Su cara se fue suave. Tierna aún. Ella nunca pensó ver esa
mirada en su cara. Cuando habían estado juntos antes, ambos habían estado tan
calientes, tan fuera de control, el fuego ardiente entre ellos, que no había habido
tiempo para mirarlo a los ojos, para ver su cara, para verlo así.

Bookeater
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− Estás a salvo conmigo, Siena, − reiteró, su voz acariciando su piel, muy parecida a
sus dedos. Alcanzó su pelo, la larga trenza gruesa que mantenía la masa de seda
confinada. Ella no lo protesto cuando sacó la liga y utilizo sus dedos para destejer
los hilos, lo que permitió a su pelo caer en cascada a su alrededor.

− Bello, − murmuró. − Como la seda. − Su boca se posó sobre la de ella otra vez.
Dándole largos y perezosos besos. Como si tuvieran todo el tiempo del mundo.
Sus manos cayeron a los botones de la camisa que llevaba, su camisa y, aún con la
boca ardiendo con su marca y su gusto particular en la boca, nunca paro, se las
arregló para deslizar los botones abiertos hasta que sus pechos se derramaron.

Elías besó el camino de la boca suave de Siena hasta la barbilla. A él le gustaba la


barbilla. Había pasado algún tiempo estudiando su barbilla. La levantaba cada vez
que sus ojos echaban chispas a alguien. Lo que había estado haciendo todo el
tiempo desde que podía recordar. Había soñado con ella levantando la barbilla
hacia él. La última vez que la vio hacerlo estaba en la discoteca, cuando un hombre
loco intentó bailar con ella. Ella había hecho esa pequeña elevación de la barbilla en
desafío absoluto. El gesto llamo al leopardo en él. ¿Qué Leopardo que se precie, no
querría dominar a su mujer cuando ella le diera esa pequeña elevación de la
barbilla?

Besó su camino por el mentón, a lo largo de su mandíbula. Bajo. Por su garganta.


Ella casi ronroneó, y el sonido vibró a través de su cuerpo, a través de su músculo
y hueso, directamente a su pene. Su piel era suave, como el satén, y él inhaló su
aroma único.

Amaba a los pequeños sonidos entrecortados que se le escapaban y la forma en


que su cuerpo se quedó sin hueso para él. Esta vez tuvo cuidado. Mucho cuidado.
Su primera vez no había sido perfecta, no con él golpeándola en el suelo como un
animal salvaje. Debería haber adorado su cuerpo. Memorizado. Mostrándole lo
mucho que significaba para él, no tomarle en un calor que no podía controlar.

− Me encanta la sensación de tu cabello contra mi piel, − murmuró en voz baja. La


mantuvo acurrucada contra él, a su espalda, frente a la lesión en su pierna derecha.
Aun así, su cabello caía como una cascada, sobre ambos, frotando a lo largo de su
hombro desnudo y el pecho mientras besaba su camino a lo largo de su clavícula.
Él quería enterrar su cara en toda esa seda. Soñaba con eso también. La forma en
que se sentía. La forma en que olía. La perfección, y así fue.

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Sus manos se movieron sobre su espalda. Lento. Como si estuviera memorizando
cada músculo allí, las líneas de su cuerpo. Se deleitaba en ese simple toque, y él no
lo había esperado. Las yemas de sus dedos y las palmas de las manos que se
movían sobre él no deberían haberse sentido sensual, pero lo eran, una exploración
lenta, casi sin prisas.

Su estómago hizo un rodillo de calor lento y corrió a través de su cuerpo desde


todas las direcciones para centrarse en su ingle. Eso le gustaba también. La sangre
que circulaba por sus venas en necesidad urgente. La puesta en común de calor,
llenando la polla hasta que se sentía totalmente, completamente vivo, no viviendo
en el mundo en el que no tenía nada. Ni a nadie. Donde estaba solo, incluso
cuando estaba en una habitación llena de otros. Ella estaba, finalmente, en su cama,
donde él la había querido, incluso necesitado, todo el tiempo.

Él levantó la cabeza para mirarla. Era hermosa, con la cara enrojecida, los labios
ligeramente hinchados por sus besos, sus pechos moviéndose con cada respiración
entrecortada. Tal belleza, y ella le estaba dando todo a él. Él sabía que ella tenía
miedo, miedo de su temperamento y su pasión, pero todavía estaba dispuesta a
correr ese riesgo a pesar de que aún no había ganado.

Él acarició su pecho, su lengua acariciando su pezón. − Eres tan hermosa, Siena.


Tan jodidamente hermosa, que tengo miedo de creer que eres real. Que esto es real.

Sus manos se deslizaron a lo largo de sus caderas y hacia abajo a su trasero. Sintió
el ligero toque todo el camino a través de su cuerpo como si estuviera usando un
hierro de marcar en él. Quemando su nombre en su piel. En sus huesos. Él podría
haberle dicho, que su nombre ya estaba allí, dentro de él. Lo había estado durante
varios años. Él contuvo la respiración mientras apretaba sus dedos en él, sobre él,
deslizando su palma sobre el músculo firme y deslizándola a lo largo del pliegue
entre el muslo y las nalgas.

Levantando el suave peso de su pecho, el pulgar mimando caricias sobre su pezón,


mientras perdigaba más besos entre sus cremosos pechos y entre el valle profundo
donde le tomó el pulso.

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Suave. Amable. Tomándose su tiempo porque sentía cada estremecimiento de su
cuerpo. Ella era sensible a su tacto. A su boca y a sus manos.

Él quería que ella oyera cuando le dijo que estaba a salvo con él. Él era mejor en
mostrar que en hablar. No pudo resistir la tentación de acariciar su pecho y él llevó
su pezón profundamente en su boca, tirando y mordiendo, usando la palma de la
lengua, y el borde de los dientes para enviar un baile de llamas por la boca para
encender un fuego.

Ella era muy sensible a él. Un regalo. Sus suaves gemidos entrecortados
establecieron su pulso acelerado, la sangre rugiendo en sus oídos. Su mano se
movió por su vientre donde ella acunaba a su niño mientras crecía. Los niños que
habían hecho juntos. Ella no lo sabía, pero ese niño había sido concebido en el
amor. Él la había reconocido desde el momento en que la había visto por primera
vez, sentada frente a él en la mesa de su abuelo, con los ojos bajos, su pelo por
todas partes, su voz suave y haciendo cosas a él que no debería haber sido hechas,
no cuando ella era tan joven, que era su otra mitad, la mujer que lo convertiría en
un mejor hombre. La mujer que podía vivir con el hombre que era, el hombre al
que su dura vida le había dado forma.

− Yo lo sabía, − susurró. − Debería habértelo dicho. Sabía que eras mía. − Él hizo la
confesión, sus labios contra ese lugar suave, y perfecto donde encontraba su hijo.
Sus dedos quedaron atrapados en el pelo, acariciándolo, a continuación,
empuñándolo.

Sintió la mordedura en su cuero cabelludo y se transmitió directamente a través de


su cuerpo a su pene. El hambre creció. La quemadura se convirtió en abrasadora.
Abrazándolo en necesidad urgente. Él presionó besos sobre su vientre, deseando ir
profundo, lo suficientemente profunda para que su hijo se sintiera amado. Para
que supiera que él o ella eran queridos por él.

Besó a su fondo su pierna lesionada, la lengua se movió sobre las crestas


sobrepuestas lo más suavemente posible, y luego de regreso por el interior de su
muslo.

Él levantó la pierna y la puso sobre su hombro para que su cabeza estuviera


acunada en su muslo.

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Ella abrió la boca y apretó su agarre en su cabello. − Elías. − Su nombre salió en
bruto. Sexy. Jadeante. Un gemido.

Amaba eso. Le encantaba la forma en que olía, tan acogedor, a madreselva y


cítricos. Ella sabía a eso. Él lo sabía, porque se despertaba cada noche recordando
su sabor. Estaba siempre en su cerebro, al igual de adictivo como su cuerpo lo era.

− Quédate quieta para mí, bebé, − susurró en su entrada húmeda. − Quiero que esto
se siente bien, que no te duela.

Utilizó su lengua primero, un golpe, lento para recoger la miel y tomarla en su


boca, saboreando ese primer sabor. − Así de bueno, Siena. Sabes tan
condenadamente bien. Tú fuiste hecha para mí. – Él siempre despertaría con ansias
del sabor de ella en la boca, en la lengua, y él nunca conseguiría bastante del sabor
único que era el de Siena.

Él utilizó sus manos para abrirla, para poder alimentarse de ella. Saciar su hambre.
Penetrarla. Él quería su naturaleza. Él quería que ella lo necesitara, que sintiera la
misma hambre urgente consumiéndola hasta que no pudiera tomar una
respiración más sin él dentro de ella. Necesitaba eso de ella. Él quería darle eso.

Él quería ver su cara cuando él la empujara sobre el borde y le enviara volando. Le


dio eso a ella dos veces, pero en realidad, se lo estaba dando a sí mismo, por placer,
viendo sus ojos esmalte, observando su respiración entrecortada crecer más, la
felicidad en su rostro. Tal belleza, porque la amaba, tan profundamente, que no
había otra forma de que pudiera mostrárselo a ella como podía hacerlo aquí, en su
cama, tomando su tiempo con ella, como debió hacerlo cuando él tomó su
inocencia.

La segunda vez que su cuerpo se agitó y se impulsó, se trasladó a ella, sosteniendo


sus muslos, manteniendo su pierna lesionada a caballo a lo largo de su cadera
mientras se empujaba en su vaina caliente, apretada.

− Estas apretada, − murmuró. – Me estrangulas, seda húmeda, bebé, abrasador.


Tan bueno. Tan jodidamente bueno.

Bookeater
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Apenas había entrado una pulgada en su camino a través de sus pliegues
apretados, y sus músculos se extendían a regañadientes para acomodar su eje
grueso. Se tomó su tiempo por necesidad, cuando todo en él quería golpear
profundo, enterrarse hasta sus bolas. Si ella no estuviera tan resbaladiza por los
dos orgasmos que le había dado, dudaba que pudiera haber logrado que su vaina
lo aceptara.

Cuando estuvo enterrado hasta la empuñadura, sintiendo su cuello uterino,


sabiendo que no podía ser más profundo dentro de ella, él esperó, respirando
profundamente, sintiendo su cuerpo rodeándolo, el lento rendimiento a su
invasión.

Agarrándolo. Un puño mojado de seda envuelta con mucha fuerza a su alrededor,


ella le robó el aliento. Fuego corrió desde
su pene, por su columna vertebral y por sus muslos, extendiéndose como una
tormenta de llamas al rojo vivo.

− ¿Estás bien, bebé? − Susurró, orando. Apretando los dientes, y sosteniéndose, aun
cuando cada célula de su cuerpo le instó a moverse. Rápido. Duro. Profundo.

Sus manos se deslizaron alrededor de sus hombros, enterrando las uñas a


profundidad.

− Mejor que bien. Necesito que te muevas. Ahora, Elías. Por favor.

Sus ojos se cerraron por un momento, su corazón dando vueltas en esa última
suplica sin aliento. − Me dices si te sientes incómoda, Siena, − ordenó.

− Sólo tienes que moverte, − declaró de nuevo.

Se retiró y empujó profundo, conduciéndose a través de sus músculos tensos,


sintiendo la quemadura el engullirlo.

Mirando su cara. Sus ojos. En busca de signos de malestar. Se sumergió


profundamente una y otra vez, meciendo su cuerpo con cada golpe. El aliento le
dejó en un apuro. Sus ojos vidriosos. Sus labios se separaron.

Bookeater
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Ella era hermosa. Instintiva. Moviendo sus caderas para encontrarse con las suyas.
El calor construyéndose. La tensión en espiral. La oyó jadear desigual. Vio su
expresión aturdida. Sus uñas se clavaron en él, un bocado de dolor se añadió a la
construcción del fuego. Su mano se movió para apoyar el muslo de su pierna
lesionada, asegurándose de no sacudir esa larga herida, irregular, mientras cogía el
ritmo. La mantuvo a su lado, por lo que no había presión sobre su espalda, sólo el
grifo conduciéndose entre sus piernas.

− Más, Elías, − dijo. − Necesito que... − Se interrumpió cuando él deliberadamente


cambió el ángulo, usando sus piernas para inclinar las caderas hacia él para que
pudiera presionar hacia abajo en ella.

Su jadeo desigual era música para él, la adición de placer amenazando con
abrumarlo. Él permaneció por delante, sin querer poner fin a esto. Podía vivir allí,
conectado a ella, sintiendo su cuerpo apretándolo hasta que la fricción le
chamuscara. Se movió con más fuerza, dándole lo que necesitaba, observándola
cuando su orgasmo corrió sobre ella. Ella jadeó. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
Se veía tan hermosa que casi cerró los ojos para bloquear esa imagen en su cerebro
para siempre.

Se mantuvo en movimiento, llevándola de regreso rápido, tan rápido que su


cuerpo no tuvo tiempo para descansar antes de que el próximo orgasmo la
golpeara, esta vez mucho más fuerte, esta vez llevándolo con ella.

Hundió la cara en su cuello y se dejó ir, quemándose. El fuego. El placer girando a


través de él con tanta fuerza que pensó que podría tomar la parte superior de la
cabeza.

Hundió la cara en su cuello y se quedó quieto. Enterrado en ella. Viviéndole. La


sensación de quemado golpeando a través de ella, se extendió como un incendio
forestal.

− Baby, − susurró, cuando pudo respirar de nuevo. − No hay nada como tú en mi


vida. No. Nunca.

Bookeater
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Ella no respondió, pero sus manos se enterraron en su cabello, envolviendo las olas
rebeldes alrededor de sus dedos. Dejo que las hebras se deslizaran a través de ellos
y luego lo hizo todo de nuevo. Él sintió su lucha por respirar, sintió su cuerpo
ondular alrededor suyo, bañándolo en madreselva y cítricos. Él levantó la cabeza,
luchando por aire, cuidando de las heridas, manteniéndola cerca de él, su mirada
moviéndose sobre su cara para asegurarse por sí mismo que no le había hecho
daño.

− ¿Siena? − Dijo en voz baja. Con insistencia.

Su mirada salto a la suya, los ojos brillantes de lágrimas. – No me estabas jodiendo.


− Sonaba conmocionada. Ella pareció sorprendida.

− No, mi vida, no lo estaba haciendo, − admitió, porque se veía tan vulnerable, tan
confundida, necesitaba tranquilizarla. Era tan necesario como respirar.

Ella apretó los labios. − No te entiendo, Elías.

− Lo sé, mi amorcito, − dijo. La besó en la barbilla y luego no pudo resistirse a


picarla. − Pero lo harás. Date tiempo y me entenderás perfectamente. − Él alivió su
cuerpo fuera de ella. – ¿Puedes dormir ahora? Voy a buscar un trozo de tela para
limpiarte, pero necesito saber si puedes volverte a dormir sin tener pesadillas.

Ella le sonrió, se llevó una mano a la masa de cabello derramada a su alrededor y


luego le tocó la boca, centrándose en los labios. Eso le gustaba. A él le gustaba que
le gustara su boca, y lo hacía. Eso era claro.

− Creo que mis pesadillas se han ido, Elías.

Él esbozó una sonrisa de satisfacción para ella, besó su dedo y salió de la cama
para conseguir un paño caliente.

Siena observó a Elías alejarse de ella, completamente cómodo con su desnudez.


Ella estaba ya tirando de los bordes de su camisa juntos para abotonarse. Regresó,
sus ojos brillantes en ella en la oscuridad, mientras se sentaba en la cama a su lado
y limpiaba cuidadosamente sus muslos, presionando el paño caliente entre sus
piernas.

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− ¿No te he hecho daño?

Ella sacudió su cabeza. − De ningún modo. Creo que definitivamente me estoy


curando. El desgarro en la pierna es la peor de las heridas, aunque estoy consciente
de todas, sobre todo de la que está en mi cara.

− Lo qué es tonto, − dijo, su atención en lo que estaba haciendo.

Ella lo sabía. Pero era inútil, aun así. Se mordió el labio. − Um. Elías, me muero de
hambre. Yo no comí, ¿recuerdas?

Su mirada saltó de nuevo a su rostro. − No dejaste que te trajera comida cuando


Jake y Emma estaban aquí.

− No quería comer en frente de ellos, − admitió.

Suspiró y sacudió la cabeza. − ¿Y tenías hambre cuando se fueron?

Su tono exigió honestidad. Ella no quería tratar de mentirle, pensando que sabría
al instante que no estaba diciendo la verdad, así que ella se encogió de hombros. Él
frunció el ceño.

− Tenías hambre, y no me has dicho nada. Eso no es aceptable, bebé. Debes


decirme cuando necesites algo. − Sus ojos se habían vuelto duros como diamantes
de mercurio, puros, brillando con una amenaza. − No estoy jactándome, pero sé
andar alrededor de una cocina.

Allí estaba. Él Elías que ella esperaba. Mandón. Intimidante. Sólo que esta vez no
tenía miedo de él. Él estaba limpiando suavemente sus muslos, así como otros
lugares más secretos, su toque suave aún cuando su voz era miedosamente dura.
Ella ocultó una pequeña sonrisa, pensando que era mejor mantener ese
conocimiento para sí misma.

− Voy a mantener eso en mente para el futuro, − dijo. − Y voy a admitir que estoy
muy, muy hambrienta, así que si quieres algún momento para exhibir esas
habilidades en la cocina como las que tienes en el dormitorio, ahora sería el
momento para hacerlo y mostrármelas.

Su brillante mirada vagó sobre su cara lentamente, fijándose en cada detalle como
si estuviera asegurándose por sí mismo que estaba perfectamente bien. Le tocó los

Bookeater
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labios, sus dedos presionando sobre ellos con la misma delicadeza que uso para
hacer su limpieza, pero él arrastró los dedos por los labios, rastreándolos a ellos, y
luego hacia abajo, el gesto agitando su corazón de nuevo.

− Te mereces el mundo, Siena, − dijo en voz baja. − Y voy a dartelo.

Todo en ella se quedó inmóvil. Sus ojos se habían ido todos a plata. Plateado
oscuro. Plata brillante, la intensa mirada la atravesó, pasó a través de ella,
golpeando directamente a su corazón y encontrar su objetivo.

Ella quería creerle. Ella le creo. ¿Cómo podía no hacerlo cuando él la miraba con tal
cruda, y despiadada emoción desnuda en su cara para que ella la viera?

No conocía a nadie más que la hubiera mirado de esa mirada. Nadie la había visto
nunca, ni expuesto de la forma en que estaba dándose a sí mismo a ella. Esa
mirada la volvió al revés. Era un hombre fuerte, un ser peligroso, y cerrado al resto
del mundo. Su cara era extremadamente apuesta y normalmente inexpresivo. No
mostraba nada, y menos, sus emociones, pero allí estaba, dispuesto para ella.

− Elías. − Ella susurró su nombre debido a que apenas podía hablar. Todo en su
vida se había ido. Estaba asustada y confundida, pero aquí estaba Elías tendiendo
la mano hacia ella. Para llevarla con seguridad a su lado, envolviéndola en su
fuerza y protección. Ofreciendo todo para ella. Su mundo.

El corazón de Siena se aceleró. Ella no sabía lo que implicaba su mundo. Ella no


quería que su hijo creciera en el mundo de su abuelo. ¿Qué y quién era Elías
Lospostos? ¿El hombre sentado en la cama con ella tan tierno y dulce? ¿O el
hombre que estaba sentado en la mesa de su abuelo, al mando de la habitación a
pesar de su edad? Los otros le habían mostrado deferencia a él. Incluso su abuelo
le había tratado con respeto. Ahora estaba trabajando con Drake Donovan en el
equipo de seguridad de Drake. ¿Qué significaba eso?

− Baby, nunca debe jugar al póquer, − advirtió Elías.

Ella retorció los dedos. − Eres un buen hombre, Elías. ¿Qué estabas haciendo con
mi abuelo?

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Ella observó su rostro apagado. Toda emoción barrida en un instante, y él fue una
vez más el guapo, duro, aterrador y peligroso, hombre, no revelando
absolutamente nada.

− No soy un buen hombre, Siena. Si te atas a ti misma a mí, nunca tendrás eso.
Nunca estarás libre de la reputación y los rumores. Los murmullos. Los policías
van a acosarte. La gente va a mirarte fijamente o miraran hacia otro lado rápido. Si
estás conmigo, eso es lo que puedes esperar. Te protegeré siempre de lo peor de
todo, pero tienes que saber que estarás allí.

− Eso no me dice nada.

− Te dice qué esperar, y el resto de ello, lo juro, voy a dártelo, sólo dame un poco
de tiempo.

− ¿Un poco de tiempo para qué? − Ella persistió.

− Estoy pidiéndote esto, mi amor. Un poco de tiempo. ¿Me puedes dar eso?

Ella estudió su cara. Era tan hermosa, y tal vez él estaba tan perdido como ella lo
estaba, pero era un buen hombre. Ella lo sintió. Ella lo sabía. Ella respiró hondo y
asintió. Ella podía hacer eso, pero tendría la conversación.

Elías inclinó la cabeza y la besó. Suavemente. Volcando su corazón sobre ella. Se


trasladó entonces, de la cama, de nuevo al baño principal para lavar la toallita. Su
mirada lo siguió, la forma fluida, el fácil movimiento. Era un leopardo. Un cambia
formas. Sin embargo, ella no sabía mucho acerca de ellos, pero sabía que
compartían los rasgos de los grandes gatos que eran tanto una parte de ellos. Los
leopardos eran celosos, criaturas temperamentales, gruñendo con mal humor y con
la capacidad de golpear duro y rápido.

Todos los leopardos eran letales, incluso aquellos que eran criados desde bebés
hasta adultos por seres humanos.

Él le quitó el aliento con sólo moverse. Transformo su cuerpo en un lugar de dulce,


de éxtasis exquisito. No tenía la menor duda de que la protegería el instante en que
se viera amenazada. A ella le gustaba la forma en que siempre se movía cerca de
ella.

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− ¿Vienes? − Elías estaba en la puerta, arrastrándose en un par de pantalones
vaqueros. Descalzo. Con el cabello rebelde y un poco salvaje. Sus ojos relucientes
de plata en ella. Los pantalones vaqueros a caballo bajo, apenas abotonados.

Se deslizó fuera de la cama y se fue derecho a él, tomando la mano que le tendió.
Ella no tenía idea de lo que ella estaba haciendo con Elías Lospostos, el hombre que
decía que no era un buen hombre, que caminaba sobre el borde, pero le gustaba la
forma en que tiró de ella acercándola a él, apretándola contra su costado, debajo de
su hombro, su brazo sujetado a su alrededor, pero bajo, evitando los cuatro
laceraciones en la espalda. Eso significaba algo a ella. Que él se preocupara incluso
de la forma en que la sostenía.

− ¿Alguna vez te pierdes en esta casa? − Se río en voz baja, el sonido


sobresaltándola. Tenía una hermosa sonrisa. Era suave y cálida y totalmente
adictiva. Podía escuchar ese sonido por el resto de su vida.

− No sé por qué te estás riendo, porque voy a estar muy perdida. No tengo ningún
sentido de orientación. − Eso no era del todo cierto, pero si lo mantenía riendo
estaría satisfecho.

− Voy a poner carteles para ti, − dijo. − Bien grandes para que no te puedas perder.
− Él bajó la cabeza, su barbilla deslizándose sobre la parte superior de la cabeza
antes de que él la arrastrara a lo que, obviamente, era el centro de la casa, un gran
atrio de cristal.

− Todos van a apuntar directamente a mí. − Se detuvo en seco, lo que le obligó a


hacer lo mismo.

Miró a su alrededor en estado de shock. El atrio estaba lleno de plantas, incluso


árboles. Gruesos, bellos arbustos y plantas con flores por todas partes. El agua
goteaba sobre unas piedras llenas de musgo verde brillante. Era una habitación
enorme que se curvaba y retorcía por lo que era imposible ver todo.

− Oh. Mi. Dios. Es por eso que compraste la casa. − Era hermoso. Lo más hermoso
que ella había visto jamás.

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− No exactamente, − él negó. − Sin embargo, es una parte de ello. Te dije acerca de
las salidas en el dormitorio. Esta casa tiene muchas rutas de escape incorporadas.
Lugares seguros para los humanos y el leopardo. El atrio tiene escondida la mejor
salida para los leopardos. Es un laberinto de túneles subterráneos.

Ella inclinó la cabeza para mirar hacia él, sus pechos presionados en su costado. Su
mirada encontró la de ella, sus ojos de nuevo a mercurio, una reluciente, mirada de
miedo que significaba que estaban en un terreno peligroso. Había razones para
necesitar rutas de escape. Razones como Marco, un sicario enviado por alguien que
supuestamente era un amigo.

La barra de hierro que fue su brazo se tensó mientras la movía hacia delante
alrededor de la enorme sala de vidrio hasta la cocina justo más allá de ella. Había
un pequeño grupo de sillas cómodas donde otros podían reunirse mientras que el
cocinero preparaba la comida, y Elías la llevó directamente al sillón más cómodo.

− Puedes enroscarte allí. − Deslizó la yema de su dedo pulgar sobre los labios. − Me
he dado cuenta de que te gusta poner tus pies alrededor en cualquier silla en la que
te sientas. Ésta tiene suficiente espacio para que hagas eso.

El corazón le dio la curiosa fusión. Se había dado cuenta del hábito que había
tenido desde tiempo tan atrás como ella podía recordar. Se había dado cuenta, y
había encontrado la silla perfecta para que se relajara. Era mucho más difícil
resistirse a él de lo que pensaba que sería porque realmente se preocupaba lo
suficiente para notar todo en ella.

Siena levantó las rodillas y apoyó la barbilla en la parte superior, con los ojos en él
mientras se movía alrededor de la cocina, en la oscuridad.

− ¿Te gusta el queso a la parrilla?

− ¿A la parrilla y en mantequilla?

Sus dientes blancos destellaron y luego desaparecieron. Una pequeña sonrisa, pero
cada célula de su cuerpo reaccionó. Él era hermoso. Hermoso.

− ¿Hay alguna otra manera?

Bookeater
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− No. − Podía mirarlo a él para siempre. Cuando era una adolescente se había
quedado mirando fotos de él, dedicando horas a estudiarlo desde todos los
ángulos. A ella le gustaba sobre todo su pelo salvaje y sus exóticos e inusuales ojos.
Plata. Gris. Oscuros. Tenía tantos colores diferentes en sus ojos dependiendo de su
estado de ánimo. Ahora ella sabía que era parte de su leopardo.

− ¿Elías? ¿Por qué mi abuelo quería matarte? ¿Por qué querría a todos ellos
muertos? Cuando le enfrenté, me dijo que tenía que atacar antes de que lo hicieras
tú. ¿Qué significaba eso?

Mantuvo los ojos en él, con los ojos de leopardo, utilizando la vista que le permitió
ver seis veces mejor que los ojos humanos en la oscuridad. Usó sus sentidos
leopardo para escuchar una mentira. Quería captar cada cambio en su lenguaje
corporal.

Elías suspiro. − Esas son cosas que no necesita conocer o preocuparte, Siena. Esa
vida, esa parte de mi vida, nunca debe tocarse. Lo hará, pero yo preferiría que sea
lo mínimo. Conocer todo te pone en riesgo.

Había honestidad en su voz. No oyó el menor atisbo de subterfugio, y ella escuchó


para ello.

− Ya estoy en riesgo, − señaló. − Estoy sentada aquí contigo, Elías, en tu cocina. Con
tu camisa. Tu bebé en mi vientre. Tu pene estaba justo dentro de mí. Ya estoy en
riesgo, y quiero saber, ¿Qué riesgo hay para mi hijo antes de hacer cualquier
compromiso contigo?

En el momento en que las palabras salieron de su boca, su mirada saltó a la de ella.


Destellantes. Cortantes. Plata esta vez. Plateado oscuro. Corte de plata. Su
leopardo estaba allí, estampado en su rostro, un animal depredador, todo un varón
y muy, muy dominante.

No se había movido todavía. Una completa estatua, de pie en el otro lado del
pasillo, congelado en su lugar, con una sartén en el puño.

Bookeater
Wild Cat
Ella no se engañaría a sí misma, diciéndose que estaba segura. Ella sabía lo que
podía hacer un leopardo. De un salto podía cubrir sesenta pies fácilmente. Ella
estaba a mucho menos de sesenta centímetros de él.

− Estás sentada en mi cocina. En mi camisa. Mi bebé en su vientre. Mi pene estaba


justo dentro de ti, y en el fondo, todavía tienes mi semilla. No se equivoque, Siena.
Nunca. Ya estás comprometida conmigo. Hiciste el compromiso cuando me
entregaste tu cuerpo. Cuando me vine dentro de ti y tus ojos estuvieron aturdidos
y la belleza estaba en su cara. No creas que puedas darme y luego quitármelo.
Porque, bebé, esa mierda es algo que no va a suceder. Jamás.

Su voz era áspera. Irritable. Dura incluso. No había ni un toque de suavidad, o


ternura o sensible. Ella se encontró cara a cara con la naturaleza salvaje del
leopardo. Se miraron el uno al otro, y Siena se negó a echarse atrás.

Ella levantó la barbilla en desafío, la mano llegando a cubrir su vientre de manera


protectora. Su mirada fija en la barbilla y sus ojos se volvieron más oscuros. Sexys.
Todo el hombre. UH oh. Ella sabía, sin que le dijera ni una palabra, que había
empeorado las cosas. Ella lo sabía con sólo mirar sus ojos, y cuando él dejó la
sartén y camino a través de la habitación hacia ella.

Bookeater
Wild Cat

Siena no rompió el contacto visual. Su corazón latía con fuerza cuando Elías
merodeo por la habitación en completo silencio. Él no hizo ni un solo sonido. Podía
oír su propio corazón palpitante y el rugido de la sangre en sus oídos mientras se
acercaba. Podía intimidarla a través del cuarto, pero de cerca, era espantoso.

Contuvo el aliento cuando, por un momento, se elevó sobre ella. De pronto se puso
en cuclillas, capturando su barbilla en la mano.

− Tú. No. Vuelvas. A. Mirarme, Así. Nunca. No soy Paolo. Nunca te haría daño.
Mi leopardo nunca te haría daño.

Sus dedos se cerraron sobre la barbilla e inclinó la cabeza hasta que su boca estaba
a pulgadas de la suya.

− Lo que sí podría hacer, si me desafías así, es atarte a la cama y cogerte hasta que
llores por misericordia y me ruegues para que ponga un anillo en tu dedo. No
estoy por encima de hacer eso. Usar el sexo para conseguirte. Y bebé, es una
advertencia razonable, que me cuelguen si no soy bueno en el sexo. Puedo ser muy
creativo. Así que piense como va a funcionar para mí, porque si crees que golpearé
mi mujer porque las cosas se ponen un poco difíciles, se equivoca.

Ella contuvo el aliento, sobre todo porque ella quería ver cómo verdaderamente de
creativo podía ser y eso significaba continuar desafiarlo, y la verdad, sacaba el
miedo a la mierda de ella cuando él se veía tan letal.

La boca de Elías rozó la de ella y sólo el toque ligero envió un perno discordante de
un rayo directamente a su núcleo. Sus ojos no se cerraron. Ni ella lo hizo. Se
miraron el uno al otro, su mirada tan intensa que ella sentía que la resistencia se
derretía.

Bookeater
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Siena sacudió la cabeza para tratar de romper su hechizo hipnótico. − No me
puedes pedir que me quede contigo, Elías. Tengo que resolver esto. No sólo estoy
tomando decisiones por mí, sino por mi bebé, también.

Sus ojos brillaron siniestramente, y su corazón se hundió. Sin duda, un error. Un


muy, muy mal error.

− Nuestro bebe. Nuestro hijo. No suyo, Siena. Ese bebé es mío también. Cuando
estás tomando las decisiones, no es sólo para ti y el bebé. Eres tú, el bebé y yo. Soy
parte de eso. No empieces por tratar de alejarte de mí, porque te puedo decir, y
será mejor que me escuches, no me voy a alejar. No de la vida de nuestro hijo y no
de tu vida. Estamos trabajando esta mierda.

Ella apretó la mano con fuerza alrededor de su bebé. Su mirada cayó al instante,
tomando nota del pequeño y protector movimiento. Su mano cubrió la de ella
mucho más grande.

− Estamos mejor juntos, Siena. Míranos. Nosotros dos. Juntos, mirando hacia fuera
por nuestro hijo. Soy el escudo. La armadura. Yo soy el que se coloca delante de los
dos. Blindándoles de cualquier cosa. De todo.

Dios. Dios. Ella lo deseaba. Ella lo quería en su vida. Ella quería ese loco, macho,
alfa leopardo, con sus ojos atractivos y aterciopelada voz y el cuerpo duro y
musculoso. Ella quería su protección. Ella quería todo, excepto su estilo de vida.
Fuera lo que fuese. Debido a que no sabía.

− Elías. − Ella trató suave. No desafiante. Se dio cuenta de que lo desafiante


llamaba el leopardo en él. Lo dominante. − No estoy tratando de quitarte nada.
Estoy tratando de entender. Tal vez no use las palabras correctas, pero no sabía de
qué tipo de cosas terribles era mi abuelo capaz. Mis padres fueron asesinados por
un coche bomba. Fui secuestrada. Yo estaba acostumbrada a entregar el presente
que era el vino pero no sabía que era para que un hombre pudiera colarse en las
casas y matar a la gente. He vivido una mentira durante años. No voy a hacer eso
de nuevo. No voy a tener a nuestro niño haciendo eso. Así que tienes que decirme
lo que tengo que saber.

Ella alargó la mano y tomó el lado de la cara, pasando su pulgar a lo largo de su


mandíbula.

Bookeater
Wild Cat
− Cariño, me gustas mucho y no sabes cuánto, pero no puedo hacer eso.
Realmente, realmente no puedo, así que si me quieres en tu vida, vas a tener que
decirme a lo que me estoy enfrentando y dejar que tome una decisión.

Él la miró por lo que pareció una eternidad, bruscamente se apartó y se puso de


pie, caminando a través del cuarto con pasos largos de ira, dando insultos en
español. Un brazo golpeo hacia afuera y por una fracción de segundo se vio
realmente golpeada, ya que pasó la sartén sobre el mostrador y la envió volando.
Se dio contra la pared con un fuerte golpe y cayó al suelo.

Se mordió con fuerza el labio inferior y apretó la mano con más fuerza contra su
vientre. Ella realmente había despertado el leopardo. Se acurrucó más en el sillón,
agradecida de que Elías fuera y viniera sobre el lado opuesto del pasillo,
manteniéndolo entre ellos. Ella sabía que él estaba tratando de hacer que se sintiera
segura permaneciendo al otro lado de la habitación, pero ella podía sentir el aire
opresivo, tan pesado como su genio.

Él no quería decirle nada. Esa era una muy mala señal. Sin embargo, ella no podía
dar marcha atrás. Ella tampoco quería, por él. Por ella, incluso. Pero no podía, por
su hijo. Se sentó en la silla, mirando a Elías estrechamente. Estaba enfadado, sí.
Podía ver eso, pero no con ella. Eso tomó un momento para entenderlo. Estaba
enojado con la situación y cayó en cuenta de que tenía miedo de perderla. Él no
quería perderla. Su corazón se derritió aún más.

Ella había sido honesta con él. No podía tener a su niño viviendo en una situación
que no era segura. O que era ilegal y totalmente equivocada. ¿Tráfico de drogas?
¿Operaciones de Armas? ¿Qué era exactamente en lo que Elías estaba involucrado,
que sería lo que él no quería que supiera? ¿En lo que había estado su abuelo
implicado y haciendo que sus amigos fueran asesinados?

Con un pequeño suspiro se puso de pie, tomó una respiración profunda y camino
descalza a través del cuarto, hasta el otro lado de la isla donde Elías estaba de pie.
Se movió cerca y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, apoyando su peso en
él. Se puso rígido por un momento, todos los músculos bloqueados en su lugar, la
sensación de su cuerpo como un muro de acero. Muy lentamente, casi a
regañadientes él puso sus brazos alrededor de ella, encerrándola a él.

Bookeater
Wild Cat
− Cariño, solo estoy pidiendo una explicación. Me dijiste que no eras un buen
hombre. Cuando lo dijiste, pensé ... yo esperaba que significara que eras peligroso.
Que eras capaz de hacer lo que se necesitara para proteger a tu familia, no que
hicieras algo ilegal, como la venta de drogas. Necesito saber lo que mi abuelo era,
porque tengo la sensación de que he heredado sus negocios. Tengo la sensación de
que sabe exactamente en lo que estaba. Él no tenía tan mala reputación, no como tu
familia siempre la ha tenido. Así que necesita saber en lo que estás para poder
tomar una decisión informada.

Su mano se acercó a la parte posterior de la cabeza, la palma asentándose allí,


sujetándola a él. Ella sintió la tensión en espiral muy fuerte en él.

− No te puedo perder, Siena. − Su voz era prima de emoción.

Cuando ella trató de levantar su cara lejos de su pecho para poder mirarlo a los
ojos, él la sujetó.

− No lo hagas. Aún no. Tienes que entender. Nunca en mi vida he tenido a alguien
que fuera mío. Quien me mirara de la forma en que lo haces, como si yo valiera
algo. Yo. El hombre. No lo que un Lospostos podía hacer por ellos. No un hombre
para ser visto en público. Me ves. Lo veo en tus ojos, Siena. Siempre lo he visto. Un
leopardo no tolera una hembra, una hembra equivocada por mucho tiempo,
necesitaba sexo. Camine alrededor tan duro como una roca de mierda y necesitaba
un cuerpo para deshacerme de ese dolor, pero nunca sentí ni una maldita cosa que
no fuera alivio. No hasta que te vi. No hasta que te vi sentada en una mesa frente a
mí con sus bellos ojos, tan verdes que un hombre podría perderse para siempre
allí. Ese pelo, salvaje, bebé. Tan salvaje que sabía que la naturaleza estaba en ti.
Que en el momento en que te tocara, irías en llamas y me llevarías contigo.

Su brazo bloqueado alrededor de sus caderas más bajo, tirando de su cuerpo hacia
él hasta que se sintió como si estuviera impreso en su piel, en sus huesos.

− De repente, el sexo no era sólo sexo. De repente, no importaba quien estaba


conmigo. Siempre has sido tú, Siena. Tu eres la única que llegó a mí. Estas dentro
de mí. Estás tan profundo, y sé que suena a una locura ya que sólo has estado
conmigo un par de semanas, pero en realidad, lo estas desde hace años. Tan
enfermo como esto es, lo estas desde hace años.

Bookeater
Wild Cat
− Eso no suena enfermo para mí, Elías, − protestó ella. Ella tenía que darle la
verdad. − Para mí, siempre has sido tú. Desde que me senté frente a ti en esa mesa,
nunca he mirado a otro hombre.

− Yo lo sé, bebé. Sé que me diste eso. Me diste su cuerpo, algo que nadie más tuvo.
Mío. Para mí. Un regalo más allá de lo que podría haber imaginado. ¿Crees que
quiero correr el riesgo de perderte?

Siena apretó la mejilla ilesa contra su pecho. Ella no pudo evitar escuchar la cruda
honestidad en su voz. No trató de esconderse de ella. No se había escondido de su
temperamento, y tampoco oculto lo mucho que la quería.

− Elías, prepara mi queso a la parrilla y empieza con mi abuelo. Quiero saber si él


era una especie del señor del crimen y estoy heredando sus negocios, necesitaré
saber en lo que me estoy metiendo. Esas empresas son por lo que Paolo esta detrás.

− Él va detrás de todo. Tu incluida. Un leopardo no se vuelve tan loco a menos que


piense que alguien está follando con lo que es suyo.

− Tienes que dejar de decir groserías, antes de que el bebé este aquí, cariño. − Ella
echó la cabeza hacia atrás, y esta vez él la dejó. − No soy de Paolo. Nunca lo fui.

− No. Pero eres mía. Has nacido para ser mía. Siena, te pido, bebé, no tome eso
lejos de mí.

Siena cerró los ojos, tratando de bloquear la vista de su cara. Había sido un error
de mirarlo, mirar esos ojos oscuros de plata, ahora con una especie de miedo que
nunca pensó que sería capaz de poner en la cara de alguien, y mucho menos en un
hombre tan fuerte como Elías. Había dolor en bruto allí. Ella lo había hecho.

− Soy mucho más fuerte de lo que crees que soy, − dijo.

Se quedó en silencio un momento, estudiando su rostro. Lo sintió tomar una


respiración, y luego asintió. – Tienes todo el derecho, bebé, pero si hacemos esto,
voy a tomar un paso a la vez. No todos al mismo tiempo.

Bookeater
Wild Cat
A ella le gustaba la idea. Mucho. − Dame tiempo para procesarlo y no me empujes.

Su pulgar se acercó a frotar sobre sus labios. − Puedo hacer eso. Pero me prometes
que no vas a correr. Que hablaremos las cosas. Si no entiendes algo o tienes miedo,
hablaras de ello conmigo. No voy a perderte porque tienes miedo, Siena.

Ella asintió con la señal de asentimiento. El había pedido tiempo, y ella le había
empujado, asustada por su hijo, pero ella podría hacerlo tomando un paso a la vez.
Ella podía hacer eso.

− Necesito tu palabra. Dámela. Me das tu palabra y sé que vas a mantenerla. No


importa el miedo que tengas o lo jodida que sea la cosa que te diga, sé que vas a
venir primero conmigo, si me lo prometes. Te lo juro, mi amor, no importa lo malo
que es, te voy a decir la verdad.

Ella buscó en sus ojos por un largo tiempo. Ella estaba allí. Dentro de él. Envuelta
profunda. Ella pudo verlo en su cara, la dejó verlo. Se estaba volviendo lentamente
más y más consciente de los regalos que su leopardo le dio, y uno era la capacidad
de escuchar la verdad. La oyó en su voz.

− Prometo que voy a hablar contigo primero y obtener las respuestas que necesito,
siempre. − Ella podía darle eso. Ella quería darle eso, porque quería, más que nada,
para que trabajara entre ellos.

Era el hombre que había esperado. Ella lo sabía en su corazón. Pero no era sólo en
ella en quien tenía que pensar. De mala gana, lo soltó y se acurrucó en la silla,
apoyando la cabeza en una mano, estudiándolo mientras se inclinaba para recoger
la sartén.

− Podrías considerar, Elías, antes de que el bebé nazca, que debe conseguir
mantener tu temperamento bajo control.

Su mirada se unió con la de ella, y luego enjuago la olla en el fregadero. − Eso


nunca va a suceder, querida, así que no contengas la respiración. Soy leopardo. Me
mantengo en control, pero tengo que liberarlo de alguna manera o mi macho se
pondrá tan nervioso que será casi imposible detenerlo. Creo que se alimentan
mutuamente de mi mal carácter. Pero tú, y desde luego nuestros hijos, nunca
estarán en peligro.

Bookeater
Wild Cat
Nuestros hijos. A ella le gusto que pensara en un futuro para ellos. Ella no
respondió, porque ella no quiso tener que pedirle de nuevo que le explicara lo que
dijo. ¿Cómo llegó a trabajar para la compañía de seguridad de Drake, cuando él era
un jugador importante en el mundo subterráneo? Había dicho que le iba a dar
tiempo para tomar un paso a la vez y que él le contaría todo. Ella le iba a dar la
oportunidad de hacerlo.

Elías coloco mantequilla hábilmente en el pan y lo colocó en la sartén, añadió


rodajas de queso y luego coloco el segundo trozo de pan.

− Un hombre con el nombre de Rafe Cordeau desapareció hace unas pocas


semanas. Cordeau era un jugador importante en Louisiana. Manejaba de todo,
desde drogas, armas y una gran red muy grande de prostitutas, protegía sus
negocios desde allí. Tenía la mano en casi todos, y él hizo una fortuna en ello.
Ningún organismo de la aplicación de la ley fue capaz de acabar con él, y lo
trataron de hacer. Una y otra vez. Él era conocido por su venganza violenta. Él no
tenía reparos en torturar y asesinar. Cada testigo que pensara en testificar contra él
desaparecía, y la mayoría aparecía de nuevo muerto. Morían duro. Los otros
simplemente desaparecían.

Su abuelo había mencionado a Rafe Cordeau. Ella asintió con la cabeza. El aroma
de la mantequilla y del queso en fusión la alcanzó. Su estómago gruñó. Ella tenía
definitivamente hambre. Ella frotó la barbilla en la parte superior de las rodillas y
esperó.

− Cuando Cordeau desapareció, dejó un enorme y muy lucrativo territorio en


juego. Todo el mundo hizo un movimiento en el mismo. Algunos estaban
dispuestos a dividirlo y compartir, otros lo querían para sí mismos, y una par de
los hombres de Cordeau estaban haciendo una oferta por él también. Su abuelo fue
uno de los jefes que quería mantener todo para sí mismo. El tenía a Luigi Fabbri y
a Angelo Baldini, retirándose porque temían luchar por él. Angelo estaba haciendo
ruidos en esa dirección. Antonio fue detrás de mí por la misma razón.

Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza. − ¿Y don Miguel y Carlo Bianchi? Eso fue
hace meses, antes de que Cordeau desapareciera. Carlo era su amigo desde hace
años. Él habló en su funeral. Lloró. Tuve que terminar sus palabras.

Bookeater
Wild Cat
− Don Miguel fue siempre una amenaza para él. No era ningún secreto que quería
ampliar su negocio, y tu abuelo se negó a permitirlo. Carlo Bianchi había formado
una alianza con Don Miguel, en su mayoría porque Carlo se había vuelto débil y
Don Miguel estaba corroyendo los bordes de su territorio. Al cimentar su relación
con Don Miguel, Carlo podía mantener sus territorios juntos. O al menos ese era su
pensamiento.

− Así que fue todo acerca de juegos de poder. ¿Ellos no eran realmente amigos en
todo, después de conocerse…? ¿Cincuenta? ¿Sesenta años? ¿Por dinero?

− Sobre todo por el poder, − dijo Elías. Deslizó el sándwich de queso a la parrilla en
un plato, añadió unas pocas verduras y lo llevo a la mesa. − Ven a comer, corazón.

− ¿Por qué mi abuelo me utilizo para entregar el vino? − Ella estiró sus piernas y se
sentó en la mesa de la cocina. Había visto la larga mesa de roble, brillando con
incrustaciones de madera, ya que habían pasado el comedor formal. Esta era
mucho más pequeña, pero no menos bella. Pasó la mano por la superficie brillante
antes de que ella se metiera en la gran silla acolchada.

Elías suspiro. Se quedó en silencio. Su mirada saltó a su cara. − ¿Elías?

− ¿Cuánto recuerdas sobre el segundo intento de secuestro?

Ella tragó saliva. Sacudió la cabeza. − No mucho. Recuerdo más sobre el primero.
En el segundo, creo que entré en shock. Apuñalaron una aguja en mi brazo, y todo
estaba borroso después eso. No vi mucho, − repitió ella sin convicción, porque
realmente no lo hacía y eso le molestaba mucho.

− La mayoría de los jefes sospecharon que Don Miguel estaba tras ese intento.

Siena abrió la boca y se quedó inmóvil. Ella había conocido a Don Miguel de toda
su vida. Había sido amigo del abuelo de ella. Amigos cercanos.

− Él convenció a su abuelo de que no fue él. A decir verdad, su abuelo, siendo


leopardo, escucho la mentira. Así que si Don Miguel era culpable, y estoy bastante
seguro de que lo era, entonces su abuelo debió de haberlo sabido. Sería muy
normal que Antonio quisiera vengarse de Don Miguel y nadie sospecharía de que
alguien lo distrajera mientras un sicario entraba en su casa.

Bookeater
Wild Cat
Debido a que realmente eras inocente, no dirías cualquier cosa que pudiera
ponerte en peligro. Antonio haría eso. Entregarías su vino de reserva mientras que
Marco entraba en la casa. ¡Qué dulce venganza!

− Eso es horrible. − Pero ella podía ver a Antonio esperando pacientemente por
años para que creciera. Él haría eso. A él le gustaría su pequeña venganza contra
cualquier persona que pensara que le había despreciado. Sería como algo de él.

− La otra razón es que si eras parte del asesinato, él podría forzarte a hacer lo que él
quisiera, ya que te verías afectada. A tu abuelo le gustaba controlar todo y a todos
en su mundo.

El aire dejó sus pulmones en un largo suspiro. Más que nada, su abuelo habría
querido que se casara con Paolo. Ella siempre se había reído, evadiendo la idea
porque ella no estaba ni en lo más mínimo, atraída físicamente por el hombre. No
la había invitado a salir, o actuado interesado en ella hasta un par de años atrás,
cuando comenzó a mirarla de cerca. La forma en que la observaba últimamente en
realidad la había alterado, hasta el punto de que había tomado un par de años de
estudios adicionales sólo para evitar ir a casa. Paolo no se había preocupado por
tratar de cortejarla porque creía que no tenía importancia. Ahora sabía por qué.

− Una vez que él te envió, él probablemente pensó que sólo lo haría una vez, en su
venganza, pero funcionó tan bien que él siguió haciéndolo.

Ella apretó los labios para no gritar. Todo lo que Elías le dijo tenía sentido.

− ¿Qué te gustaría beber?

Su voz era suave. Amable. Ella tuvo que contener las lágrimas.

− Agua, − respondió ella, sin levantar la vista.

Con aire ausente, trazó pautas en el tablero de la mesa. − Quería que me casara con
Paolo. Habló de ello en todo momento. Desde que cumplí dieciocho años. Pensé
que era una broma al principio. Paolo ni siquiera me miró entonces. Incluso esa
noche, después de que Paolo me golpeó y Nonno vio lo que me había hecho,
todavía quería que me casara con él.

Bookeater
Wild Cat
− Baby, − Elías dijo en voz baja. − No lo hagas. Te dije que no quería compartir esta
mierda contigo. Duele. A mí no me gusta ser el que te cause ese daño.

− Tu no lo eres, Elías. Necesito saber esto. Fue mi abuelo quien me hizo daño. Él no
podía amarme por alguna razón, y supongo que nunca voy a saber por qué.

− Nunca, ni durante un minuto pienses que no te amaba, Siena. Tu abuelo te


quería.

Ella levantó la mirada hacia su rostro. − No lo hizo, sin embargo, Elías. No estoy
segura de qué supiera amar.

− Te quería, mi amor. Nadie podría tenerte en su vida y no quererte. Perdió de


vista lo que era importante. Una vez que su abuela murió, se perdió. Mis tíos
hablaban siempre sobre ello. Lo diferente que era. En qué tan duro se convirtió. En
cómo se centró en estar en la cima. Antes, cuando su abuela estaba viva, se reía
todo el tiempo. Tenía amigos y se reunía en la bodega con ellos. Él fue muy
cerrado después de su muerte.

Su mano se extendió a lo largo de su pelo en una caricia. Amable. Tan suave que su
corazón sintió una curiosa fusión alrededor de los bordes y su estómago se agito
como si un millón de mariposas hubieran tomado ala.

− Estaba perdida también, y él me envió lejos.

Elías puso un vaso de agua delante de ella y luego sacó la silla junto a la de ella. Él
se sentó, el muslo presionando contra el suyo. Cerca. El permaneció cerca de ella.
Por comodidad. Para hacer que se sintiera segura. Ella se dio cuenta de que eran
las pequeñas cosas las que importaban. El hacia esas pequeñas cosas. Las había
hecho en el hospital.

Trenzarle el pelo. Notando que sus labios estaban secos y suavizándolos con el
bálsamo para los labios. Cada vez que el dolor era demasiado malo, había llamado
a la enfermera. Si alguien abría la puerta, su cuerpo se había deslizado entre la
puerta y la cama del hospital, protegiéndola de la vista.

− No estás comiendo, Siena, − le recordó en voz baja.

Bookeater
Wild Cat
Ella recogió la mitad del sándwich. − Es muy amable de tu parte, tratar de
convencerme de que mi abuelo me quería, pero él ni siquiera me quería en casa
con él.

− Baby, yo estaba allí. En su casa, cenando contigo. ¿Lo recuerdas? Se sentó a la


cabecera de la mesa. Se reía alrededor. Las únicas veces que lo vi riendo fue
cuando estabas alrededor. Tenía una gran risa en auge, que podría hacer que todos
en una habitación tuvieran ganas de reír con él. Te miraba con tanto orgullo, y
hablaba de lo bien que lo hacías en la escuela. Lo recuerdas, ¿diciéndole a todos de
que ya sabías todo lo que había que saber sobre el cultivo de las uvas para los
vinos? ¿Qué le habías seguido por los viñedos desde la primera vez que fuiste
capaz de caminar sola, absorbiendo la información como una esponja. Se jactaba de
eso, Siena, todo el tiempo. Su nombre salía a relucir en cualquier conversación y él
estaba sonriendo y presumiendo.

Se mordió el labio con fuerza. Ella se acordó de su risa. Los juegos de mesa jugaba
con ella después de cenar, cuando estaba en casa en sus cortas visitas de la escuela.
Ella no había querido recordar porque entonces sería demasiado doloroso, y
tendría que reconocer su parte en su muerte. Había conducido a Paolo sobre el
borde.

Le ardían los ojos y las lágrimas se derramaron. − Si hubiera simplemente


mantenido la boca cerrada, − susurró. − Elías, yo no debí haber inclinado la mano
por el estilo. Si no hubiera dicho nada. Pero fue una traición que él no le hubiera
disparado a Paolo en el acto. Yo quería hacerle daño a los dos. Yo sabía que era su
sueño que me casara con Paolo, y sabía que Paolo quería la herencia.

Su mano le cogió la barbilla y volvió su cabeza hacia él. − Necesito que me mires,
bebé, − él dijo en voz baja. − Necesito que me escuches. ¿Puedes hacer eso por mí?

− Tienes que dejar de ser dulce para mí, Elías. − Una inundación de lágrimas cayo
por su rostro.

Con vergüenza, trató de apartar la cara, pero su mano, firme pero con un suave
movimiento, lo impidió. Ella había llorado delante de él demasiadas veces, pero su
cerebro simplemente se negaba a procesar la muerte de su abuelo hasta ese
momento. − No puedo pretender que no dije esas cosas terribles a él. No puedo
pretender que Paolo no le disparó porque él iba a cambiar de opinión y a dejarme
elegir a alguien más.

Bookeater
Wild Cat
− Tu no está pensando en esto, Siena, − dijo, su pulgar moviéndose a través de las
lágrimas en su rostro. − No podía decirte con quién te casarías. Ambos sabían eso.
Paolo no te cortejo porque estaba seguro de que no tenía que hacerlo. No estamos
en un país donde hay matrimonios arreglados. Todo lo que tendrías que hacer era
decir que no. Ambos tenían que saber que podrías hacerlo, sin embargo, Paolo
sentía la confianza suficiente para golpearte y luego caminar con calma abajo y
hablar con su abuelo. No actuó con remordimiento. Le dijiste a Drake que ni
siquiera te dijo que lo sentía.

¿Les había dicho eso? Drake le había hecho muchas preguntas cuando ella estaba
en el hospital y las había respondió lo más honestamente posible. Elías había
estado en la habitación porque nunca parecía querer salir. Había oído todo lo que
había dicho, y claramente lo recordaba.

− No entiendo lo que quieres decir.

− Paolo tiene algo de ti, algo para conectarte con los asesinatos. Algo con lo que
está contando para obligarte a casarte con él. Esta tan seguro de que vas a hacer lo
que él quiere que no se ha molestado en cortejarte o en pretender que él va a
tratarle con decencia.

Su corazón se detuvo y comenzó a tartamudear en su pecho. Duro. La sangre


abandonó su rostro y ella probo el miedo en la boca. En ese punto, sus ojos se
encontraron con los de Elías. − Oh. Mi. Dios. Que dices. − Ella sacudió su cabeza. −
Pero no puede. Yo ni siquiera sabía que estaban matando a alguien. ¿Qué podría
tener sobre mí?

− El vino. Les permitió acceder a todos los homicidios. Tú te presentas con el vino y
en cuestión de horas el hombre que has visitado ha muerto. Drake revisó los
informes con sus amigos de la policía y nunca hubo una botella de vino en
cualquiera de las casas. Marco tenía que haber traído el vino de vuelta con él.

Masticaba lentamente, sin saborear el delicioso sándwich de queso. − Si el vino no


estaba allí, ¿cómo podría posiblemente arrojar sospechas sobre mí?

Bookeater
Wild Cat
− Babe. − Su voz se suavizó. Amable. − Todo el mundo en estos días tiene cámaras
de seguridad, y puedes apostar que cualquier persona en nuestra empresa las
tiene. Marco tenía que haber eliminado las cintas. Él debió de haberlas traído a
Paolo, por lo que Paolo tiene evidencia de que llegaste con una caja de vino. El caso
es que el vino nunca se encontró en ninguna de las escenas del crimen.

El corazón le dio un vuelco de nuevo. El sándwich sabía cómo cartón y se obligó a


tragar.

− ¿Cualquier persona en nuestro negocio? − Repitió. − ¿Estás en el mismo negocio


en el que mi abuelo estaba?

Había temido hacer la pregunta. A lo largo de ella había estado arrastrando los
pies, evitándola, con la esperanza de que se produjese un milagro y él fuera otra
cosa que lo que parecía. El nombre de Lospostos era asociado con el crimen. Con el
asesinato.

La mirada de Elías se volvió diamante duro muy rápido. Las líneas suaves en su
rostro desaparecieron y él se veía... intimidante. Peligroso. Muy, muy miedoso. Su
mano se deslizó a lo largo de la parte posterior de la silla y luego a su pelo.

− Baby, Creci en una familia tan profundamente en esa mierda que nos bañábamos
en ella. Cada pariente que tenía era o estaba involucrado. Me corté los dientes en
cumplir y luego en hacerlo. Te dije desde el principio que no estaba limpio. No
habría estado sentado en la mesa de su abuelo si lo hubiera estado.

El golpe fue mucho más difícil de tomar de lo que ella esperaba. Se encontró
encorvada, el queso como una piedra en el estómago. No podía mirarlo más
porque iba a ver cómo esa noticia la afectó, ya que no tenía una cara de póquer. Su
admisión no debería haberla sorprendido, pero lo hizo.

− Mi amor, − dijo en voz baja. − Sabes mi nombre. Escuchas o lees las noticias. No
voy a ocultar lo que mi familia es. Sería absurdo tratar. Yo no conozco otra forma
de vida. No sabía que hubiera cualquier otra forma de vida.

Bookeater
Wild Cat
Ella retorció los dedos en su regazo debajo de la cubierta de la mesa, manteniendo
la cabeza hacia abajo, permitiendo que su cabello cayera alrededor de su rostro,
ocultando su expresión. Ella le había prometido que se daría tiempo para procesar
todo, ¿pero cómo iba a procesar algo de lo que estaba admitiendo?

− Termina de comer, Siena, mientras hablamos.

Se apartó de la mesa. − No tengo más hambre. − Si hubiera podido, habría corrido


de él. Correría de la habitación con las manos sobre las orejas. Era mucho más fácil
ser la chica regresando a casa del internado y creer que su abuelo era dueño de una
bodega y que simplemente no le gustaba tener niños pequeños alrededor.

Elías no discutió con ella, levantándose con ella mientras se levantaba. En su lugar,
se inclinó y la levantó en sus brazos, acunándola contra su pecho. Su estómago se
agito. El corazón le dio un salto mortal. Él la había sostenido tan cuidadosamente
después de que él la encontró, corriendo con ella hasta el helicóptero. Recordó la
sensación de sus brazos y su duro pecho. El sonido constante de los latidos de su
corazón. La hacía sentir segura cuando la totalidad de su mundo se derrumbaba a
su alrededor. La cosa era muy extraña, todavía se sentía segura a pesar de la
información que acababa de revelarle a ella.

Siena suspiró y deslizó sus brazos alrededor de su cuello, enterró el rostro en su


hombro y se colgó allí, su mente corriendo mientras la llevó de vuelta a través de
su hermosa casa, perfecta. Ella quería su casa. Ella quería estar en sus brazos. Ella
amaba su pelo salvaje y su cuerpo duro como una piedra. No amaba lo que estaba
diciéndole, pero ella amo que él le dijera la verdad.

Se movía con una elegancia fluida, casual, con los músculos en ondulación sutil,
sugerente debajo de su piel.

− Gracias por no juzgarme, Siena.

No se trataba de juzgarlo. Se trataba de tener un bebé con él. La crianza de un hijo


con él. Ella apretó su agarre sobre él y apretó su cara más profundamente en él,
respirando. A ella incluso le encantaba su olor, hasta ese momento se había ido de
él que apenas podía separar sus sueños de la realidad.

Bookeater
Wild Cat
− Crecí en un hogar, con la violencia, las armas de fuego, puños, se esperaba que
fuera de esa forma porque era el nieto de la cabeza de la familia y luego el hijo,
entonces tienes algo que demostrar a toda hora. Infierno, bebé, mi propia familia lo
esperaba de mí. Mi leopardo me hizo rápido y violento. Fuerte. Yo sobresalí, y mi
familia me empujó a realmente sobresalir. Para ser ese hombre. El Castigador. El
ejecutor. El asesino.

Siena sacudió la cabeza. No podía imaginar ser un niño en esas circunstancias.


Había estado devastada cuando ella perdió a sus padres de forma tan violenta,
pero no había sabido por qué. Ella no entendía ese mundo de su abuelo que
invitaba a la violencia. Que alguien hubiera tomado represalias por algún negocio
que su abuelo había hecho.

Ella se puso rígida. Por supuesto. Ella no había puesto todo en su conjunto. − Mi
abuelo hizo un movimiento en contra de otra familia y es por eso murieron mis
padres. − Ella hizo una declaración.

− Mi tío mató a su propio hermano, − dijo Elías. − Yo era un niño, pero él quería
entrenarme adecuadamente para hacerme cargo de la empresa familiar. Él era
extremadamente violento y disfrutaba hiriendo a los demás. Yo tenía una
hermana, Rachel. Mi tío la amenazaba. Si no hacía lo que él quería que hiciera, ella
pagaba el precio.

Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Sus ojos eran tan inusuales. Metálicos.
Mercurio. Plata envejecida de oscuridad. Apasionado. Intenso. Mortal. La mirada
del leopardo. Él era todas esas cosas, todos esos estados de ánimo. Él era Elías,
abriéndose a ella. Dándole un regalo de valor incalculable y, al hacerlo, se
arriesgaba a alejarla de él.

Su brillante mirada buscó en la de ella por un largo momento y luego su boca


descendió sobre ella. Él se sirvió en su beso. le dijo quién era. Dominante. Una
toma de control. Salvaje. Incluso brutal. Así de bueno. Mucho calor. Ella le
devolvió el beso, entregándose a él. Sin preocuparse de que fuera capaz de
coincidir con sus besos y ella estaba arriesgando todo. La necesitaba. Ella sentía eso
en su beso también. Él. La necesitaba.

Bookeater
Wild Cat
A ella. A Siena Arnotto. No había otras mujeres. Ella se desplazó en sus brazos
para devolverle el beso profundamente. Al igual que con pasión. Sentía los pechos
hinchados y adoloridos. Sus pezones se endurecieron y se frotaron contra el
material de la camisa que llevaba. Su cuerpo se puso sin hueso y flexible. El
interior profundo ardiente se convirtió en un fuego lento, caliente que amenazaba
con consumirla igual que había hecho la primera vez que la condujo hasta su casa.

− Siena. − Él susurró su nombre, una combinación ronca y de terciopelo. Así de


atractivo. Una necesidad urgente.

− Sí, − respondió ella en voz baja, porque no había otra respuesta. Sería así cada vez
con él.

− Desabróchate la camisa. − La llevó hasta la habitación con pasos largos, como si


no pudiera esperar un momento más por ella.

La sangre corrió por sus venas y rugía en sus oídos. Sus manos cayeron a los
botones y se perdió en la acción, mientras trataba de conseguir abrirla rápido. En el
momento en que la tuvo abierta, deslizó su mano por el pecho mientras ponía sus
pies en el suelo, con las manos en la cintura, sosteniéndola. Mantuvo deslizando
sus manos hacia abajo hasta que encontró el grueso bulto en sus pantalones
vaqueros, frotando, necesitando.

− Logra que se haga, bebé, − susurró mientras sus manos se acercaron a sus pechos,
sus pulgares se deslizaron sobre sus pezones.

Se encontró enredada con los botones de sus vaqueros, su respiración era


entrecortada cuando sus dedos se enrollaron y tiró y luego su boca se cerró sobre
su pecho, tirando de él profundamente en su boca, mientras que su mano hizo
todo tipo de cosas deliciosas al otro. Se tardaba muchísimo en liberarlo de los
confines de sus pantalones vaqueros.

− Quítatelos en este momento, − instó, con la boca todavía trabajando, enviando


más llamas bailando a través de su cuerpo.

Bookeater
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Ella empujó los pantalones vaqueros de sus caderas y tiró de ellos hasta sus
muslos. Sus manos fueron a su pelo, empuñándose allí mientras se inclinaba para
despojárselos. Pateó los pantalones vaqueros a un lado y se arrastró de regreso,
inclinando la cabeza hacia atrás para poder llevarla a su boca.

Él le cogió por la parte inferior y la levantó fácilmente. −Envuelve tus piernas


alrededor de mí, bebé, − ordenó en voz baja. − Date prisa, corazón. Te necesito
ahora mismo.

Le encantaba la urgencia en su voz. La forma en que sus dedos mordieron


profundo. La grava áspera como terciopelo en su voz. Ella envolvió sus piernas
apretadas alrededor de sus caderas estrechas y enganchó sus tobillos mientras ella
encerró los dedos detrás de su cuello.

Entonces él estaba en ella. Llenándola. Conduciendo su cuerpo hacia abajo sobre


él, empalándola con la gruesa y larga longitud de él, y nunca se había sentido tan
llena, o tan caliente. Ella gritó, el sonido suave acompañando su voz grave. Le
encantaba eso también. El sonido de sus cuerpos uniéndose, de manera urgente,
casi desesperada, junto con el sonido de su respiración entrecortada añadiéndose a
la belleza absoluta y la emoción del momento.

Apartó el rostro en su cuello mientras golpeaba dentro de ella. Duro. Caliente.

− Jodidamente increíble, bebé, − susurró con voz ronca. – Tan apretadamente


caliente y tan condenadamente abrasador que no voy a durar dos minutos más.

− Más, − instó. − Más fuerte.

Cada golpe de sacudida era glorioso, enviando rayas de fuego a través de ella.
Alimentando la quemadura. Ella quería todo de él. Ella quería que le diera todo lo
que era.

Maldijo en su idioma, una cadena profunda suave de maldiciones que debería


haber ampollado sus oídos, pero sólo se añadió a la urgencia del momento, a la
tormenta que crecía dentro de ella. Él inclinó su cuerpo, profundizando, llevándose
su aliento. Su alma.

− Dios, bebé, tan jodidamente bueno.

Bookeater
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Cuanto más profundo se introducía en ella, más el aliento quemaba crudo en sus
pulmones, en su garganta. Ella cerró los dedos en las ondas de su pelo grueso y le
mordió en el hombro para evitar gritar su placer. Estaba construyéndose y
alzándose y sabía que cuando llegara, iba a ser asombroso. Perfección. El más
grande y mejor.

− Móntame, Siena. Duro. − Sus dedos mordieron profundamente en su parte


inferior, impulsándola hacia arriba y abajo de la longitud de él mientras golpeaba
dentro de ella. − Eso es. Como eso.

Ella tenía el ritmo ahora, y ella misma se enterraba sobre él, y se mantenía
moliendo, la fricción tan caliente que pensó que podrían tanto estallar en llamas,
pero no le importaba, no cuando ella podía sentirse tan bien.

− Elías. − Ella susurró su nombre, su talismán, porque necesitaba un ancla cuando


su cuerpo entero iba a salir volando.

− Agárrate de mí, mi vida, − instó, su voz tan sensual que sintió toda su pulso
instándola a dejarse ir. − Dame un minuto más.

Ella no podía. No había manera, pero lo hizo, moliendo hacia abajo, lo que quiera
con ella. Él la agarró del pelo y tiró la cabeza hacia atrás, con los ojos
completamente encapuchados de plata, intensos, con el rostro oscuro con pasión,
forrado con tal sensualidad que el aliento se le engancho en la garganta.

− Dámelo ahora, Siena. Todo ello.

Dios. Dios. Eso era tan atractivo. La forma en que la miraba a los ojos, la forma en
que vio como el orgasmo se precipitó sobre ella. Siguió empujando. Duro.
Conduciéndose a través de su cuerpo en fragmentación, con los ojos sin dejar de
mirarla. Lo sintió llevarla allí, directo al subespacio, en el que flotaba en la
felicidad. Él se mantuvo golpeándose en ella, manteniendo su cuerpo allí mismo,
una y otra vez hasta que un orgasmo se deslizó en otro.

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Luego hundió la cara en su cuello y se dejó ir. Lo sintió hincharse, el eje de acero,
ya imposiblemente grueso, empujando y estirando sus músculos tensos, y luego la
explosión de su semilla caliente, violenta, activando su tercer orgasmo. Su cuerpo
se acomodó en un ritmo más dulce, más suave, deslizándose dentro y fuera de ella,
mientras su vaina convulsionó y se apoderó de él.

− Tan bello, mi amor, − susurró contra su cuello. − ¿Te lastimé?

Ella no había pensado así. Sentía sólo belleza, en el paraíso, pero ahora que estaba
flotando hacia abajo, sintió la quemadura en la pierna. Dolía, pero no lo suficiente
como para querer cambiar de posición.

Elías levantó la cabeza. − ¿Bebé? Háblame.

− No puedo hablar. No puedo pensar. Vamos a la cama, − sugirió. − Quiero dormir


contigo enroscado a mi alrededor. Quiero despertar en tus brazos. Me tomare mi
tiempo procesando todo, y hablaremos cuando puedo manejar más. ¿Está bien
para ti?

Su mano se apretó en su pelo. Sus dedos se clavaron profundamente en su parte


inferior. − Eso suena perfecto para mí, pero no has respondido a mi pregunta.

Ella suspiró. − Que están todo mandón de nuevo.

− Siena. − Había una advertencia en su voz.

− Me duele la pierna un poco, pero lo haría de todos modos.

La llevó a la cama y con mucha suavidad la acostó mientras se deslizaba fuera de


ella. Tuvo el impulso de extender la mano y agarrarlo, tirar de él dentro de ella. En
cambio, se estiró para trazar la línea de su mandíbula.

− Quédate conmigo, Siena, − dijo en voz baja. − Sigue mirándome de esa manera.
Siempre. Siempre necesitaré que me mires como lo haces ahora.

Ella quería que quedarse. Quería quedarse con él. Su mano libre fue a su vientre,
donde su hijo ya estaba creciendo. − Quiero eso más que nada, − respondió ella con
honestidad, porque era la verdad estricta.

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10

La piscina brillaba de un azul profundo. Siena nunca había visto una piscina tan
grande como la del patio de la casa de Elías. Era extremadamente grande, incluida
una alta cascada con un tobogán y una cascada de agua más pequeña cascada que
se vertía en una piscina de agua caliente. Un río lento y estrecho rodeaba la
totalidad de la piscina donde se podía flotar con la corriente. Ella había estado en
la casa de Elías durante dos semanas y media, y los puntos de sutura en la cadera y
por su pierna se habían ido. Incluso sus costillas se habían curado en su mayoría,
ya no doliendo tanto.

Estaba excitada porque le habían dado el visto bueno para nadar y ella lo había
estado haciendo cada mañana y por la noche en un intento de estirar la piel de la
espalda y las piernas. A ella le encantó la piscina. No le gustaba el hecho de que su
cabello estaba siempre húmedo o escurrido, a pesar de que sabía exactamente que
era porque estaba embarazada, pero era porque parecía un perro.

Su cintura no estaba gruesa todavía, pero había una clara diferencia ya, vomitaba a
menudo y no tenía más de siete semanas. Pero ella amaba la piscina.

El sol de la tarde caía sobre ella mientras flotaba en el río pequeño, con una mano
arrastrándose en el agua. Emma Bannaconni y Catarina Pérez flotaban a pocos
pasos de ella, cada una en su cama flotante, con las cabezas echadas hacia atrás
mirando las nubes, y a la deriva a través de la corriente.

El vientre de Emma se movió, y Siena tocó el propio con los dedos. Al sonido de la
risa de los niños volvió la cabeza. Jake, el marido de Emma, levanto a su hijo fuera
del agua y lo envió volando. Aterrizó con un chapoteo, y su hija gritó con
entusiasmo para ser arrojada a través del aire.

− Es una especie de revelación ver a Jake Bannaconni jugando con sus hijos, −
observó Siena. – Si alguien viera esto, se sorprendería.

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Emma sonrió. − Jake es un padre increíble. Incluso cuando ellos nacieron en primer
lugar. Se sentó en la noche mirándolos y arrullándolos o mirándome haciéndolo.

− Sin embargo, es completamente diferente en público o en su trabajo, − dijo Siena,


recordando al hombre de ojos de acero al que se había enfrentado al preguntar por
la ubicación de Drake.

Emma asintió. − Jake es el mejor padre que puedo imaginar para nuestros hijos, y
él me trata como a una princesa... bueno... la mayor parte del tiempo. Tiene
temperamento y es mandón.

Catarina se echó a reír. − Tú crees que tu hombre es mandón, el mío patento la


palabra. Y desde que supo que llevaba un bebé, él ha sido el Sr. Protección y el
doble de autoritario, y yo que pensaba que eso no era posible, − continuó Catarina.

El corazón de Siena dio un salto y se pasó la mano por su creciente barriga y giró la
cabeza alrededor, hacia Catarina, que estaba detrás de ella. Casi se hundió
estirando el cuello para mirar el estómago plano de Catarina.

− ¿Estás embarazada también?

Catarina estaba casada con Eli Pérez, que era el dueño del rancho vecino. Siena
había cogido un atisbo de Eli cuando él se había dejado caer por allí con Catarina.
Se había visto resistente y duro, y cuando vio que Catarina empezó a subir las
escaleras, le había jalado hacia atrás de regreso y la tiró contra su cuerpo
apretándola. Su boca había bajado en la de ella en un gesto tan íntimo, que Siena se
había dado la vuelta.

− Sí, estoy tres meses y algo más. Eli está fuera de sí. Se cree que es el hombre más
cool de la ciudad. − Catarina se echó a reír.

Siena cerró los ojos, absorbiendo el sonido. Nunca había hecho esto en su vida
antes. Ella no tenía amigas que flotaran en el agua con ella y simplemente contaran
chismes sobre la vida cotidiana y sus maridos. Esto era surrealista. Perfecto. Las
nubes perezosas flotando. El sonido de los niños y la risa de Jake en el fondo. El
azul profundo del agua en la piscina. Por encima de todo, compartiendo con dos
mujeres que parecían entender lo que era su vida sin juzgarla.

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− Yo también estoy embarazada, − anunció. Sus ojos se abrieron ante la admisión.
Sólo se le había escapado. − Y es un poco embarazoso que ya está empezando a
notarse y tu ni siquiera pareces que pudieras estar embarazada.

Catarina le sonrió. − Oh, eso es simplemente genial. Eli cree que me dejó
embarazada rápido; Elías no esperó en absoluto. ¿Lo logro él, su primera vez
juntos?

Siena se sonrojó. Cambiando al color de un tomate maduro. Tanto Emma como


Catarina se enderezaron, meciéndose en sus camas de aire.

− Lo hizo, − dijo Emma. − Él te embarazo la primera vez que él te toco.


Probablemente lo hizo a propósito.

− Estábamos un poco calientes, − dijo apresuradamente Siena, defendiendo a Elías.


− Nosotros dos. Yo no pensé ni en usar protección.

Catarina intercambió una mirada con Emma, y ambas se echaron a reír. − Cariño, −
dijo Emma, − Somos leopardo. Nuestros hombres son leopardo. No tienes que
tratar de explicarte o defenderte a sí misma. Ambas sabemos cómo es.

Siena pasó la mano por la larga y arrugada piel, surcando a lo largo de su pierna.

− ¿Cuándo sales de cuenta Emma? − Ella se había dado cuenta de que Jake flotaba
cerca de su esposa y nunca parecía perderla de vista.

− El Doc va a traer el bebé el próximo mes, − dijo Emma. − Es un poco pronto, pero
no me quiere dejar entrar en trabajo de parto. Jake está insistiendo en que estén
presentes un millón de médicos, pero tuve que estar de acuerdo con todo lo que
exigió desde que accedió a dejarme tener otro bebé. Casi me muero cuando nació
Draya y él no ha superado eso. Voy a estar en reposo en cama una semana, pero
sólo es una medida de precaución.

− Eli piensa que Jake está loco por estar de acuerdo en que tuvieras al bebé, −
Catarina anunció con un pequeño suspiro. Ella echó agua a lo largo de sus piernas
colgando. − Eso es lo malo que es. − Ella movió los dedos en dirección de Siena. −
¿Cómo es Elías? Él nunca sonríe. De hecho, parece más miedoso que Eli o Jake. ¿Es
él bueno contigo?

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Siena sintió centrar la mirada de Emma sobre ella y supo de inmediato que no era
cuestión de curiosidad. Tanto Emma como Catarina estaban preocupadas acerca
de cómo la trataba Elías.

− Él es el hombre más dulce que he conocido. Arrogante. Mandón. Pero tan dulce
que hace que se me derrita el corazón. − Ella suspiró y volvió la cara hacia el agua.

− ¿Pero? − Preguntó Emma. Ella alargó la mano y cogió la cama inflable de Siena,
uniéndolas cuando la corriente las llevo alrededor de una curva. − ¿Qué ocurre?
Te podemos aconsejar en algo. Ambas podemos. ¿Tienes miedo de él?

Catarina se acercó también y cogió el otro lado del flotador de Siena. Las dos
mujeres enganchadas más cerca, manteniendo sus voces bajas.

− No. Elías nunca me haría daño, − Siena defendió inmediatamente. − Tal vez no
muestre ese lado a menudo de sí mismo a los demás, pero él es muy dulce
conmigo.

− Le conozco desde hace mucho tiempo, − dijo Emma. − Él siempre ha sido


respetuoso pero distante. A Jake realmente le gusta y sé que a Drake también lo
hace, pero no se ríe, nunca, que yo recuerde. El desorden que su familia creo para
él es simplemente miedoso. − Ella echó la cabeza hacia atrás para mirar a Siena. −
¿Es eso lo que te preocupa?

Siena no tenía amigas, pero ella sabía que hablaban las unas a las otras. Ella quería
ser amiga de estas mujeres, pero Elías estaba solo. Demasiado solo. Sólo la tenía a
ella. Y ella sentía que no podía quedarse en su mundo, pero tenía la intención de
tratar. Ella le había prometido que iba a hablar con él. Eso no significaba compartir
cualquier cosa que dijera con el resto del mundo, ni siquiera con las mujeres que
trataban de ser sus amigas.

− Tengo un montón de problemas que traje conmigo, − dijo ella en voz baja. − Mi
abuelo fue asesinado, y creo que el hombre que lo hizo tratará de matar a Elías. −
Había pensado en cuál sería el próximo movimiento que Paolo haría y estaba
bastante segura de que iría en pos de Elías, a menos que se decidiera a tomar la
oportunidad de matarla antes de que se estableciera como la sucesora de su abuelo.
Ella había tratado de tener esa conversación con Elías, pero él simplemente le dijo
que no se preocupara, como si eso fuera detenerla.

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− Elías toma todo en sí mismo. − Ella eligió las palabras con cuidado. − Él no quiere
que me preocupe, por lo que cuando trato de hablar con él de las cosas, de que creo
que alguien va a tratar de matarlo, el solo me sopla fuera, esperando que
simplemente no se preocupe mi pequeña cabeza vacía.

Catarina rio. − Creo que debe ser un rasgo de leopardo. Eli no quiere tener nada
que me toque. Yo me crie en la casa de Rafe Cordeau. Él fue mi tutor. Era un señor
del crimen grande en Louisiana. Yo escape, pero él me siguió junto con algunos de
sus hombres. Pero fue asesinado por Eli, pero él no quiere que ni incluso escuche
cuando habla acerca de la red de Cordeau y de quien podría ser quien se haga
cargo. Pero de todas maneras, me asusto, porque temo que vayan a enviar a otra
persona detrás de mí y que vuelva a estar de nuevo Eli en peligro. Él no va a
escuchar nada de lo que digo.

Emma asintió. − Sin duda, un rasgo leopardo. Jake me pondría en una burbuja de
aislamiento, a prueba de balas, si pudiera salirse con la suya.

Siena se encontró riendo. Las mujeres la comprendían. En secreto se abrazó a sí


misma porque ella estaba segura de que Elías era el más dulce de los tres hombres,
aunque el sonido de la risa de Jake era verdaderamente atractiva, así que tal vez
corría a un cercano segundo lugar.

Sintió unos ojos en ella y sabía antes de que ella girara la cabeza que Elías estaba
cerca. Se quedó solo, dentro de la parte sombreada del patio. Su pelo salvaje era
tan rebelde como siempre, encrespado en un derroche de olas y fuera de control en
remolinos, derramándose sobre la frente y alrededor de las orejas. Sus ojos eran
puro mercurio, por lo líquidos e intensos, su corazón latió más rápido. Su camiseta
blanca se estirada sobre el pecho, definiendo sus músculos en lugar de ocultarlos.
Como siempre, cuando en la casa y casual, estaba descalzo y llevaba sus tejanos
viejos, montados bajo en sus caderas y dando forma a su cuerpo delicioso.

− ¿Las damas están listas para algo frío? − Preguntó, pero su mirada se movió sobre
Siena como si estuviera asegurándose de que ella estaba teniendo un buen
momento. Lo hacía mucho, sólo la comprobaba a ella. Ella sabía con absoluta
certeza de que su pregunta era lo que le permitía asegurarse de que estaba cómoda
con las dos mujeres.

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− Agua, − Emma pidió al instante.

− Lo mismo digo, − dijo Catarina.

− Que sean tres, cariño, − dijo ella, vertiendo el afecto en su voz. Ella lo reclamó
delante de los demás. Ella quería que supieran que estaba cubriéndolo, que estaban
juntos y todo lo que Elías era, o no era, era de ella y lo aceptaba.

Ante el tono de su voz, sus ojos se oscurecieron. Su mirada se movió sobre ella de
nuevo. Con hambre en ese momento. El sello de posesión en su rostro. No sonrió,
pero su mirada la abrasó. Marcándola. La lenta quemadura comenzó a encenderse
de nuevo, ardiendo profundamente en su núcleo y entre sus piernas. Sus pezones
alcanzaron su punto máximo en dos guijarros duros. Las yemas de sus dedos
picaban por sentir su piel debajo de ellos.

Asintió hacia ella, lo que le indico que la oyó, pero él no se movió, sosteniendo su
mirada por un largo momento antes de girar y alejarse. Parecía tan bueno de la
parte posterior como lo hacía desde el frente.

Emma y Catarina dejaron escapar el aliento colectivo. − Santo cielo, − dijo Catarina.
− Estoy asombrada. Ese hombre arde con el sexo.

Siena mantuvo su acuerdo tácito para sí misma porque temía que si abría la boca
nada hubiera podido hecho salir. Tal vez un graznido.

− Él es pecado, − dijo Emma. – Totalmente pecado. Y eso es mucho decir, porque


tengo a Jake.

Siena asintió. Silenciosamente. Apretando los labios, sin dejar de mirar hacia el
lugar donde Elías había estado.

La palma de la mano de Catarina envió agua de la cascada de agua fría sobre ella. −
Sal de ahí, − ella ordeno. − Estás en trance.

Siena se echó a reír.− Me pone de esa manera.

− Puedo ver por qué, − estuvo de acuerdo Emma. − Él arde con el sexo.

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− No sé lo que es mejor, − señaló Siena, moviéndose en el interior del flotador para
poner su chisporroteante y ardoroso cuerpo necesitado más profundo en el agua
fría, con la esperanza de apagar el fuego. – Me despierto cada mañana junto a ese
hombre.

Era cuidadoso con ella la mayor parte del tiempo. Amable. Casi reverente. La
expresión de su cara, el hambre crudamente sensual en sus ojos, le hacía pensar
que había ido más allá de suave directo al pleno de salida caliente en un abrir y
cerrar de ojos. Tal vez era el hecho de que él le había hablado sobre llevar el traje
de dos piezas, que compró para que ella tomara el "sol".

Ella sabía que su verdadera razón era que quería que superará el ser auto-
consciente de las cuatro largas marcas de rastrillo por su espalda y la muy, muy fea
en su pierna. Había logrado dejar de ocultar la más pequeña cicatriz, mucho más
refinada en su cara. Todavía era roja, pero la línea no era gruesa e irregular como
las de la espalda y la pierna.

Ella tenía muchas curvas, y la camiseta sin mangas que eligió revelaba más escote
de lo que nunca había mostrado antes. Era de material negro, elástico. Un volante
muy delgado del mismo material elástico enmarcaba los pechos en una amplia uve
y se ataba en un nudo por debajo de ellos. Lo mismo se extendía a través de la
colmena de las caderas, muy bajo, el material encerrando su parte inferior. Ella se
había dado cuenta, que junto con su pequeño bebe, que estaba creciendo
rápidamente en un bebe grande, sus ya de por si generosos pechos estaban
creciendo también.

Se había puesto el bikini ante su insistencia y se lo hubiera quitado de inmediato,


pero Elías envolvió sus brazos alrededor de ella y le susurró lo orgulloso que
estaba de ella. Luego la había besado en el cuello y se olvidó de todo acerca de ser
consciente de sí mismo. Todavía tenía una fresa allí, recordándole cómo él,
mientras mordía su cuello, se deslizó hasta el fondo justo encima de ella, inclinada
sobre la cama y golpeó en ella, sosteniendo sus caderas hacia atrás para que su
pierna no golpeara accidentalmente contra el colchón.

Bookeater
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Ella tenía los ojos pegados a la puerta por lo que ella lo vio al momento en que
regresó, las tres botellas de agua colgando casualmente de sus dedos. Él parecía
delicioso, lo suficientemente bueno para comer, a ella especialmente le gustaba ese
bulto en la parte delantera de sus pantalones vaqueros que mostraban que él pensó
que ella se veía lo suficientemente buena para comérsela también.

Ella permitió que las otras dos camas de aire se deslizaran fuera de ella mientras
cogía el borde de la piscina y se mantenía en contra de la fuerza de la corriente. Se
inclinó hacia ella, y le entregó una de las botellas.

− Baby, vas a tener que dejar de mirarme así, − susurró. − Me estás matando.

− Es bueno para ti. − Deliberadamente quitó la tapa aflojándola, desviando un poco


el contenido por su garganta y, a continuación, vertiendo un poco en su parte
delantera, por lo que corrió un pequeño río por el oleaje de sus pechos y en el
profundo valle.

Su respiración se enganchó en su garganta y sus ojos se oscurecieron con lujuria.

– Estás jugando con fuego, mi amorcito. No tengo problemas en lanzarte sobre mi


hombro y llevarte al dormitorio justo en frente de nuestras visitas.

Ella quería atreverse, pero sabía que no lo haría. A ella realmente le encantaría,
pero nunca sería capaz de mirar de frente a Emma o a Catarina de nuevo sin
ruborizarse. Se mordió los labios y dejó que sus dedos le respondieran,
deslizándose sobre su pierna cubierta del denim, indicándole que sí, pero no al
mismo tiempo.

Su mano empuño su pelo, tirando de su cabeza hacia atrás, inclinando su rostro


hacia él. Se inclinó y tomó su boca el camino como lo hacía a menudo. Con pura
hambre. Indiferente de quien lo viera. Ella probó el amor en su boca y en el
momento en que lo hizo, se olvidó de todo de nuevo, mientras se servía en su beso
como un regalo. Con igual hambre, con la esperanza de que pudiera probar lo que
sentía por él.

Él rompió el beso y presionó su frente apretada contra la de ella. − ¿Todavía estás


conmigo, bebé, o estas tratando?

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− Ambos, − respondió ella con la voz un poco entrecortada. Ella procesaba lento.
Sabía que le había dado un poco de información a la vez. Que le había dado
mucho, pero sabía también que había mucho más que necesitaba saber. Le había
hablado a ella sobre el pasado, no del presente o del futuro. Necesitaba saberlo
todo antes de poder tomar una decisión.

No se perdió que él la estaba cortejando a cada minuto de cada día. Con su lado
dulce. Con sus besos. Con su cuerpo. Estaba decidido a hacer que fuera difícil para
ella dejarlo, aún más, y él estaba haciendo un muy, muy buen trabajo con ella.

− ¿Vas a darle a mi mujer su agua? − Jake preguntó, − ¿o ustedes dos van a tomarla
adentro?

Siena no pudo evitar sonreír mientras ella enterraba su cara en la garganta de Elías.
Ella oyó la nota burlona en la voz de Jake, pero Elías se desplazó al instante, casi
tirando de ella fuera del agua para envolverla en sus brazos de manera protectora.
No le gustaba lo más mínimo que se pusiera ni un poco incómoda, a no ser que él
fuera el único que la hiciera sentir de esa manera.

− ¿Estás bien?

− Perfectamente. Tus amigos son muy agradables. Nunca he tenido la oportunidad


de tener amigos, Elías, así que esto es impresionante, − le aseguró ella.

Él la acomodó en el interior del flotador y disparó una mirada en Jake. Jake estalló
en carcajadas, ni en lo más mínimo intimidado por el ceño fruncido de Elías. Le
gustaban mucho sus amigos. A ella le gustaba que conocieran a Elías lo
suficientemente bien como para burlarse de él de vez en cuando. Necesitaba que
lo hicieran sentir exactamente igual que como lo hacían.

No podía imaginar lo que debió haber sido para él crecer con la violencia y la
controversia de su familia. A otros niños se les debió prohibió jugar con él porque
sus padres tendrían miedo de que si había una pelea infantil, sus padres se
vengarían. Asi era de mal la reputación de los Lospostos.

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Dejó que la corriente la llevara lejos de Elías, al mismo tiempo manteniendo su
mirada sobre él mientras caminaba alrededor de la piscina hasta que se encontró
con Catarina y Emma. Le encantaba mirarlo, su fluida, y fácil manera de caminar.
Él se veía como un leopardo en acecho, caminando tan silenciosamente alrededor
de la piscina, el peligro muy en conjunto con sus hombros y los músculos cordados
debajo de su camiseta blanca.

Volvió la cabeza y la miró, sus ojos se encontraron con los de ella, y por primera
vez, frente a sus amigos, sonrió. Realmente sonrió. El tipo de sonrisa que le llegó a
los ojos y les iluminó, cambiando del mercurio oscuro a la plata deslumbrante. La
quemadura entre sus piernas creció más caliente. La compañía definitivamente iba
a tener que irse pronto si no dejaba de verse tan bueno.

Se agarró a un lado de la piscina, esperando que Emma y Catarina hicieran su


camino alrededor de ella cuando Elías desapareció de nuevo en la casa. Ella se
echó hacia atrás, cerrando los ojos, su larga y gruesa trenza en el agua, sus dedos
agarrando la botella de agua. Se sentía perezosa y feliz, completamente relajada
por primera vez en meses desde que había llegado a casa y se encontró con que los
ojos de Paolo estaban en ella cada vez que se movía.

Paolo no la miraba del modo en que lo hacía Elías. Había algo burlón y pervertido
acerca de la manera en que Paolo se le quedaba mirando. Ella sentía nudos en su
estómago. Sólo así de rápido, pensar en Paolo podía quitarle la belleza a la tarde.
Una sombra que pareció deslizarse en su mente, coloreando el azul de la tarde en
gris.

Ella abrió los ojos rápidamente para mirar a las nubes flotantes. El cielo seguía
azul. Muy azul. Una ligera brisa empujó formaciones esponjosas a través del cielo.
La piscina brillaba, y los niños todavía reían de emoción, mientras que Jake los
sacaba del agua para envolver toallas alrededor de ellos.

Ella tomó una respiración profunda y se dejó flotar lejos, tratando de escapar a la
súbita y sofocante sensación que se apoderó de ella. Ella había estado plagada de
ataques de pánico desde que se había despertado en el hospital. Elías había
logrado mantener la mayor parte de las pesadillas a raya, pero a veces, durante el
día, de repente no podía respirar.

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Esto sucedía sobre todo cuando ella se permitía pensar en Paolo y en lo que podría
estar haciendo. Cuanto más tiempo pasara sin que nadie pusiera los ojos en Paolo,
más preocupada crecía. Ella sabía que él no dejaría las cosas como se encontraban.

Volvió la cabeza hacia su izquierda, mirando por encima del alto muro hacia las
colinas donde los árboles estaban. Ella sabía que los hombres de Drake patrullaban
regularmente a través de los árboles y arbustos, y que todos eran leopardo capaces
de utilizar sus sentidos de leopardo.

Ella no le había permitido a su Leopardo salir desde que se lesionó. Sus costillas y
laceraciones necesitaban curar primero, pero la pequeña hembra estaba creciendo
inquieta y Elías le había indicado en varias ocasiones que su macho se estaba
volviendo irritable y difícil de controlar.

No le había preguntado al médico cómo el cambio afectaría al bebé. Tal vez esa era
una buena pregunta para Emma. Ella sin duda lo sabría.

Ella comenzó a girar la cabeza cuando vio a uno de los guardaespaldas personales
de Elías, Joaquín, corriendo por el patio a la distancia, una pistola en su mano.
Elías y Drake corrían desde la casa, gritando a Jake que se metiera debajo de la
cubierta y a las mujeres para que salieran de la piscina.

− Dios, Siena, muévete, ahora, − gritó Elías, corriendo hacia ella.

Emma y Catarina estaban cerca de la casa y ambas saltaron de sus camas de aire.
Drake llego a ellas con un brazo hacia abajo para transportarlas fuera del río hasta
la cintura, curvo sus brazos alrededor de sus cinturas y corrió con ellas hacia la
casa, Jake acercándose detrás con los dos niños.

Siena estaba en el lado opuesto de la piscina. Ella saltó de la cama de aire y se


arrastró hacia arriba sobre el cemento, justo cuando el brazo de Elías estuvo
alrededor de ella y la levantó de sus pies, corriendo con ella lejos de la casa y hacia
la protección de la pared.

Varios disparos sonaron, el sonido haciendo eco a través del agua. Algo escupió en
el cemento, y vio tres senderos de plata en el agua.

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Elías pasó el brazo alrededor de su cabeza, empujándola al suelo y cubriendo su
cuerpo con el suyo. − Quédate abajo, bebé.

− Es Paolo, ¿verdad?

− No lo creo. El equipo tiene esto. Joshua vio que alguien se acerco a la casa. Paolo
no sería tan estúpido. Él sabe que Drake es quien se encarga de tu seguridad. Creo
que este es el hombre de Cordeau, − dijo Elías con gravedad. − Su nombre es
Robert Gatón. Él está tratando de poner en juego su reclamo y atando los cabos
sueltos.

− ¿Catarina? ¿Es a ella a quien considera un cabo suelto? − En cierto modo, era un
alivio que tal vez ella no fuera la causa del peligro de Emma, sus hijos y Catarina.

− Creo que somos su objetivo, − admitió Elías. − Gatón nos percibe como su mayor
amenaza. Tú has heredado el territorio de tu abuelo. Paolo puede actuar como si
estuviera dirigiendo el espectáculo, pero eres la princesa. Estás viviendo aquí
conmigo. Ante los ojos de todos, eso nos convierte en socios. Gaton, así como
varios de los otros jefes, cree que estamos uniendo fuerzas.

Su voz era materia de hecho, como si él no estuviera dándole muy, muy malas
noticias. De hecho, su voz carecía de todo sentimiento. Ni siquiera había pensado
en lo que el mundo exterior podría creer sobre la vacante en el trono de su abuelo,
pero fue su voz la que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.

− Elías, − susurró en voz baja, su puño agrupándose en su camisa.

− No sé a ciencia cierta nada, mi amorcito, es sólo una reacción visceral. Sabremos


más cuando nos demos cuenta de quien está ahí fuera. − Él no miro hacía a ella.
Tenía la mirada fija en un punto por encima de su cabeza y sus rasgos estaban
cortados profundo en líneas talladas, con algo oscuro y muy peligroso.

Apretó la cara contra su pecho, escuchando su latido del corazón, tratando sin
palabras de traerlo de nuevo a ella, porque, a pesar de que la sujetaba, no era de
ella. Lo sintió alejándose de ella, yéndose a un lugar al que no le podía seguir. Sus
dedos excavaron debajo de su larga trenza para encontrar su nuca, masajeando
suavemente para aliviar la tensión de ella, pero lo hizo con aire ausente, como si
apenas lo registrara.

Bookeater
Wild Cat
De repente levantó la cabeza y miró hacia la casa. − Tenemos el visto bueno. Te
necesito adentro. Ahora.

Ella hizo una mueca ante el tono de su voz. Su tono cortante, fustigando, una
orden entregada de forma impersonal.

− Elías, − comenzó ella, pasando la mano por su pecho, tratando de encontrar su


conexión. Sintiendo de repente mucho miedo.

Él le cogió la mano y se la llevó hasta el muslo, todavía sin mirarla. − Querré que
Drake me explique cómo alguien se acercó lo suficiente a la casa como para
disparar contra nosotros.

− Sonaba como un rifle para mí. − Ella intentó aplacarlo, desviando su ira de Drake
y de los otros. Porque estaba enojado. Ella sabía eso, no por su voz, sino por la
sensación de pesadez, de opresión saliendo de él en olas.

− Lo era, pero nadie debería haberse acercado lo suficiente incluso para eso.

Se estremeció ante su tono frío. Sí. Él estaba seriamente molesto. No creía que fuera
justo con Drake o su equipo. El rancho era enorme. Nadie podría cubrir toda la
superficie.

− Lo tienen, cariño, − le recordó en voz baja, mientras él la ayudó a levantarse.

Él no respondió, manteniendo su mano en el muslo y tirando de ella a través del


área abierta rápidamente. Él no dijo una palabra a Drake al pasarlo.

Una vez en la casa, ella trató de apartarse, pero él aumentó la presión sobre ella y
le dio la vuelta a la gran sala. Ella protestó, tratando de llegar a una parada. −
Tenemos compañía, Elías. Necesito comprobar a todo el mundo.

− Tienes que hacer lo que digo, Siena, − gruñó. − Te quiero en nuestra habitación en
la que sé que estás segura.

− Pero…

No le escuchó, pero la arrastro directo a través de la casa al cuarto principal.

Bookeater
Wild Cat
− Toma una ducha y vístete. − Su voz era cortante.

− Elías, − protestó.

− Estás temblando, Siena. − Sus manos se posaron sobre sus hombros. − Te prometí
seguridad. Y estoy seguro de que eso no te hizo sentir jodidamente segura. Quiero
saber por qué, y por Dios, voy a averiguar qué demonios ha pasado y quien
disparó contra ti.

Dejó caer las manos y salió de la habitación, dejándola allí de pie con la boca
abierta, un poco sorprendida por la manera abrupta en que se separó de ella. Se
quedó allí mucho tiempo, temblando, frotando las manos hacia arriba y abajo de
sus brazos, mientras el pánico la invadía. Ella ni siquiera sabía por qué estaba tan
asustada de repente, pero ella lo estaba.

El agua caliente no expulsó el frío de su vientre. El frío era como una serpiente,
deslizándose a través de ella, dejando devastación a su paso. Ella sabía que estaba
viviendo en un mundo de sueños de su propia creación. No quería procesar nada
de lo que le había dicho Elías, ya que tendría que enfrentar la realidad de su vida.
De qué y de quien podría ser. Ya no había escapatoria, y no era por el rifle
disparando balas a ellos o por sus invitados, era la mirada en el rostro de Elías.

Se había ido tan lejos. Tan remoto. Así de mortal. El hombre dulce del que había
llegado a depender había desaparecido por completo y un extraño estaba allí. Sus
ojos se habían vuelto de diamante duro, fríos como el hielo, sin embargo, había una
furia tal reunida allí, como si toda ella se concentrara en el fondo de su alma. Como
si sus ojos pusieran de manifiesto lo que estaba dentro del hombre, sabía que
estaba mirando el infierno. Vio al verdadero Elías Lospostos, el hombre nacido y
criado para gobernar un mundo de violencia. Vivía fuera de la ley porque él era su
propia ley. El hombre que vio en su habitación era capaz de una extrema violencia,
y él no dudaría en utilizarla si decidía que la necesitaba o quería.

Se lavó el pelo, tomándose su tiempo, sus manos temblorosas, el terrible frio


hundiéndose tan profundo en sus huesos, que temía nunca poder sacarlo. Le sentía
todavía en el interior, como si ella misma lo llevara en conjunto por pura fuerza de
voluntad y si se movía demasiado de un modo u otro, se haría añicos por el frío.

Bookeater
Wild Cat
Siena se vistió con cuidado, necesitando sentirse como si tuviera una armadura
cuando se enfrentara a Elías de nuevo. Ella no estaba segura de cuál sería la mejor
manera de acercarse a él. Había prometido que hablaría con él si algo le molestaba,
y verlo así, así, no sólo le había molestado, le había aterrado. Se había ido tan
remoto, que ella no estaba segura incluso de que fuera el mismo hombre. Se había
sentido, y parecía, un total desconocido.

Ella se colocó la falda más suave, la que caía hasta sus tobillos y la hacía sentir más
alta. Odiaba ponerse sujetador, ya que la correa se frotaba a lo largo de las cuatro
marcas del rastrillo, pero lo hizo para poder llevar una de sus blusas favoritas. Era
un material sedoso y hermoso, casi transparente, pero realmente no se podía ver a
través. Eso insinuaba lo que estaba debajo de ella, pero era muy elegante. Sin
mangas, pero con diminutos botones de perlas en la parte delantera, llegaba a una
uve en la cintura y abrazaba su estrecha caja torácica. Iba a la perfección con la
falda y le daba confianza en su apariencia, incluso con la cicatriz en su cara.

Se miró por un largo tiempo en el espejo, con el corazón latiendo rápidamente. Ella
no quería perder él Elías que había tenido durante el último mes. Ella quería
encontrar una manera de traerlo de vuelta a ella. Tomando una respiración
profunda, alisó sus manos por sus muslos y camino descalza fuera de la habitación
principal.

La casa parecía silenciosa, y ella supo, que mientras ella había estado en la ducha,
Jake había sacado su familia de la casa y Eli debió de haber llegado por Catarina.
Eso la avergonzó un poco. ¿No se suponía que era la anfitriona? Sin embargo,
había movimiento en la casa y murmullo de voces. Las voces no sonaban felices y
la atmósfera, mientras se movía a través de la sala, parecía tensa y opresiva.

Dos hombres, Josué y Joaquín, salieron de una habitación al final del pasillo y
cerraron la puerta detrás de ellos. Ella sabía que era la oficina privada de Elías.
Cuando abrieron la puerta, dos voces se hicieron un poco más fuertes y supo que
Drake y Elías estaban discutiendo. Los dos hombres caminaron hacia ella, y ella se
apretó contra la pared para que pudieran pasar. Joshua hizo un gesto con la
barbilla hacia ella. No se veía feliz. Ella no lo culpaba. Podía decir por las voces de
Drake y Elías, a la deriva desde la gran oficina fuera de la sala, a su derecha, que
ninguno de los dos hombres era feliz.

Bookeater
Wild Cat
Ella esperó hasta que Joshua y Joaquín habían doblado la esquina del pasillo antes
de que ella se acercara a la oficina de Elías. Se detuvo bruscamente cuando las
palabras de Elías penetraron. Su tono era bajo. Furioso. Mordaz.

− ¿Hasta dónde esperas que lleve esta puta farsa, Drake? − Exigió.

Se quedó sin aliento en la garganta y apretó la espalda contra la pared, como si


pudiera formar parte de la casa. Todo en ella se calmó. ¿Una farsa? ¿Qué farsa?
¿De qué estaba Elías hablando? Incluso fuera de su oficina, el aire vibraba con ira.

− Llévatela lo más lejos que puedas, antes de que estés tan enfermo que no puedas
tomarla un minuto más. Y hazlo ahora, − dijo Drake en voz baja y constante.

− Es fácil para ti decirlo. La tengo en mi casa. En mi maldita cama. ¿Qué más


quieres? ¿Un anillo en su dedo y una diana en la espalda? − Gruñó Elías.

Siena se mordió con fuerza el labio y se llevó una mano a la boca para evitar que
cualquier sonido escapara.

Una farsa. Ella era la farsa. Ella estaba en su puta cama. ¿Cómo había podido ella
ser tan estúpida? Lo peor que he tenido. No sabe ni cómo chupar una polla. Nunca
ni una sola vez le había indicado que deseaba que bajara para él. Ni una sola vez.
¿No lo hacían todos los hombres así? No lo había hecho, porque sabía que ella era
terrible en ello y esto era todo una farsa. Una farsa engañosa y terrible.

Un sollozo brotó y lo sofoco abajo, pero las lágrimas nadaron en sus ojos. Tantas
que no pudo ver por un minuto.

− La idea sigue siendo sólida, Elías. Nada ha cambiado.

Elías entró en erupción en una cadena de maldiciones en español. Hubo silencio


por un breve momento. − El mundo cree que estamos formando un imperio y esto
era en venganza.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Qué demonios pensaste que iba a pasar? Lo sabias. El mundo ve que estamos
formando un imperio. Él estaba hablando del negocio de su abuelo. La
desaparición de Rafe cordeau, había dejado una vacante en el bajo mundo y ahora,
con la muerte de su abuelo, había otra enorme vacante. Elías Lospostos había
hecho creer al mundo que él, como la cabeza de la Familia Lospostos, estaba
tomando esa vacante. Lo había hecho tan fácilmente, solo al traerla a su casa y a su
cama.

− Sí, sabía lo que iba a pasar, pero se suponía que lo manejaríamos. − Eso era pura
acusación. Gruñó. La voz de Elías se había ido tan bajo que sonaba como si
estuviera gruñendo. El pelo de su cuerpo se levantó y se estremeció.

− No he dicho que fuera a ser fácil. Todo el mundo tiene que hacer sacrificios para
que esto funcione. Ya sabes eso.

Drake lo sabía. El hombre al que había contratado para manejar su seguridad era
parte de la farsa. Oh Dios, esto empeoraba por momentos.

Su aliento se atrapo en su pecho, sus pulmones lucharon por aire. Hasta ahí se fue
el control de las lágrimas por las mejillas cayendo. Elías no se preocupaba por ella.
Él no era diferente a Paolo, queriendo lo que fuera su abuelo tenía. Él había jugado,
ella jugó, y había estado tan desesperada, que ella creyó cada cosa que le había
dicho.

Su cara ardía de humillación. Su corazón se sentía destrozado, en tantas piezas que


no había recuperación. Había perdido todo. Sus piernas temblaban y estaba
aterrorizada de que no la sostuvieran. Presionó una mano a un lado de la pared y
mantuvo la otra firmemente sobre su boca para evitar que los sonidos de su
estremecimiento y su respiración se escaparan.

− Es fácil para ti decirlo, Donovan, no eres el que está haciendo los sacrificios.

Bookeater
Wild Cat
Sacrificios. Eso era lo peor. Lo peor realmente. Elías estaba haciendo sacrificios por
tenerla en su casa. En su cama. Él se lo había dicho. Él realmente le había dicho lo
horrible que era. Lo peor. Que ella no sabía siquiera cómo chupar un polla. Siena
se encogió, y esta vez, detrás de su mano, un sordo y pequeño sonido de dolor
absoluto se logró liberar. La traición de Elías era tan profunda. Tan profunda, que
tenía miedo de vomitar allí mismo, en el pasillo.

Ella se dio cuenta del repentino silencio. Ambos habían oído el ruido y lo sabían.
La puerta se abrió y salió Elías, su rostro una máscara, sus ojos plateados brillaban
en el pasillo oscuro. Un depredador puro.

− Siena, − dijo, con la voz ronca. Cruda. Dio un paso hacia ella.

Siena dio un paso atrás, levantando una mano. La vergüenza era tan aguda, que
apenas podía soportarlo. − Tú me has mentido, Elías. Dios. ¿Cómo pude ser tan
estúpida, para creer cada palabra que me dijiste. Me dijiste que siempre me
hablarías con la verdad. Así, de estúpida fui.

Su rostro se oscureció. Los ojos de plata cortaron su cara, un corte profundo. Más
profundo que el leopardo de Paolo jamás la había cortado. Tan profundo que
sentía el corte en su alma.

− Eso es suficiente, Siena, − advirtió, en un tono como un látigo.

Ella se encogió ante el tono, pero no la detuvo. − Tú no me jodiste porque me


quisieras, sino porque querías algo. Esto fue toda una farsa. − Ella le tiró sus
palabras a la cara. − ¿Y también hiciste el último sacrificio, verdad? Tenía que
tenerme en su cama. Lo peor que nunca tuvo. − Su cara ardía, pero sostuvo su
mirada tenazmente. Ella no pudo contenerse. − Vamos a ver si puedo recordar esto
bien, porque hubo un momento en el que estabas tan enojado que me dijiste la
verdad. Mi práctica amateur, yo creo que así lo llamaste. La peor chupapollas que
alguna vez habías experimentado. Aquellas palabras están marcadas en mi
cerebro, pero fui tan estúpida como para dejar que me hicieras olvidar de ellas por
un momento.

− Siena, maldita sea...

Bookeater
Wild Cat
− Que si iba a putearme a mí misma, en serio necesitaba unas cuantas lecciones de
como follar. ¿Es eso lo que me has estado dando, Elías? ¿O simplemente me estas
jodiendo?

Él estalló en una sarta de maldiciones españolas, mientras ella se dio la vuelta y


volvió corriendo a la habitación principal, cerrando la puerta con llave. Ya que no
quería volver a verlo. Ella quería desaparecer. Tenía que desaparecer. Ella no podía
enfrentarse a nadie nunca más.

Bookeater
Wild Cat

11

− Abre la maldita puerta ahora, Siena, − Elías exigió.


Su voz furiosa impulsando a Siena en acción. Ella corrió hacia el armario y sacó la
pequeña mochila que había usado antes para hacer su escape. Empacó unos
pantalones de chándal, ropa interior y una camiseta, empujó todo en el interior
junto con su teléfono celular, su licencia, identificación y tarjetas de crédito. No
podía salir por la puerta principal. Infierno. Ella estaba pagándole a los hombres
de Drake para ayudarle a hacerla prisionera y estaban todos arrastrándose sobre la
propiedad de Elías.

− Maldita sea, Siena. Abre la puerta antes de que la rompa. − Él lo haría. Ella no
tenía mucho tiempo. Haciendo caso omiso de las puertas del patio, ya que podría
llamar la atención de uno de los hombres que patrullaban alrededor de la casa, se
desnudó mientras corría hacia la ventana y la levantó rápidamente. Llamó un poco
desesperada a su pequeña hembra. Sólo se había desplazado en dos ocasiones y
estaba un poco indecisa en recordar cómo lo había hecho, pero era evidente que el
leopardo lo sabía. Estaba ansiosa por estar en libertad.

Siena apenas logró colgarse la mochila alrededor de su cuello antes de que sus
articulaciones rotas empezaran a doler. Piel se deslizó debajo de su piel, la onda
causando un picor terrible, y luego se escapó de sus poros cuando se fue al suelo
en cuatro patas. Su mandíbula dolía. Alargándose. El dolor dio paso a la
satisfacción cuando la pequeña leopardo hembra estuvo de pie en el suelo de la
habitación justo debajo de la ventana.

Su pelaje era hermoso y grueso, un oro precioso con rosetas negras que cubrían
cada pulgada de ella. El verde penetrante de los ojos exóticos de Siena era aún más
sorprendente en el gato. Con un movimiento de su larga cola saltó por la ventana,
ignorando el fuerte ruido cuando la puerta se abrió a través del cuarto.

Bookeater
Wild Cat
En el momento en que los dedos de los pies acolchados golpearon el suelo, ella se
echó a correr a través del área abierta hacia la línea de árboles y el bosque más
pesado, evitando el olor del hombre. Siena dirigió el leopardo para tomar la
carretera principal que conducía hacia la parte delantera de la propiedad
Lospostos. Era una distancia, pero si lo hacía, podría llamar a un taxi para
recogerla. Y una vez que estuviera lejos, podía encontrar un lugar para esconderse
de todos hasta que pudiera salir del país. Era un buen plan. Uno sólido. Menos por
una cosa. En el momento en que su pequeña hembra, corrió a través del pincel de
los árboles, oyó el macho más pesado viniendo detrás de ella. Él dejó escapar un
ronco, y aserrado rugido que envió su corazón a palpitar. La mujer se estremeció y
eligió el camino de menor resistencia, en vez de tratar de ocultarse.

Los leopardos estaban construidos para el sigilo, no para correr, por lo que ella se
cansó muy rápidamente. La mujer sólo le había dejado salir en un par de ocasiones
y no había trabajado en su habilidad para correr, jugar o pelear. Ella ralentizo su
ritmo a instancias de Siena, a pesar de que sabía que el leopardo de sexo masculino
mucho más grande estaba ganando terreno.

Él salió de los árboles delante de ella. Estaba claro que era mucho más rápido y
mucho más experimentado. El único encuentro de la hembra de leopardo con otro
macho, había sido con Paolo, y este la había atacado. Siena, observo que la hembra
se detuvo en seco y observó detenidamente el macho. Se acercó lentamente,
mientras le silbo entre dientes y bateo hacia él con una pata en garras, un mensaje
claro de que se mantuviera alejado. El macho se echó atrás y con paciencia camino
en un círculo en torno tratando de conseguir llegar detrás de ella.

La mujer se volvió, manteniendo un ojo cauteloso sobre él. En el momento en que


tenía un camino claro para moverse hacia adelante, ella lo tomó, saltando hacia
adelante y corriendo una vez más. El macho cayó a su lado, aunque manteniendo
la distancia, el ritmo a lo largo, sin tratar de detenerla, pero de vez en cuando, se
trasladó hacia arriba, obligándola a girar fuera de curso.

Siena se dio cuenta, después de un tiempo, lo que Elías estaba haciendo. No usó la
fuerza bruta, sino más bien la astucia, su macho alimento a la hembra con la
imagen de la carretera y la libertad. La mantuvo en movimiento, o, cuando ella
estuvo cansada y se sentó a descansar, él la acosó continuamente haciendo un
círculo alrededor de ella, buscando una apertura para reclamarla.

Bookeater
Wild Cat
Él fue muy paciente. Demasiado paciente. La hembra comenzó a atraer al hombre
en lugar de simplemente huir de él. Ella extendió sus garras, escupiendo y
rechazándolo, quitándose para saltar por encima de varios árboles caídos y luego
parando para agacharse en una pose seductora. El macho se acercó con cautela y al
instante todo se había terminado, gruñendo y escupiendo en él, se desplazó hacia
arriba tirando una nube de polvo a él y luego saltando de nuevo.

El macho la siguió. Siena intentó inducirla a saltar la valla, pero el macho


permaneció firmemente entre la hembra y la línea de la cerca, dándole la espalda
cada vez. Entre más agotada estaba la hembra, más solícita hacia el macho era.
Vocalizando su aceptación de él como su compañero, pero era lo último que quería
Siena, la hembra comenzó a frotarse seductora a lo largo de los troncos de los
árboles y de vez en cuando a rodar y estirarse.

El macho vino sobre ella, manteniendo su movimiento, no permitiendo que se


detuviera. Siena sabía que los Leopardos se acoplaban para toda la vida y trató de
mantener a la hembra a distancia del macho, pero era persistente y la hembra ya
había comenzado a unirse con él. Siena podía sentir el vínculo cada vez más fuerte
con cada baile que hacían los dos leopardos, uno alrededor del otro.

No podía creer como eran de pacientes Elías y su macho. Siguiéndola y volviendo


con su femenina por la carretera por la mitad de la noche. Por último, la hembra
estaba tan agotada que se agachó en sumisión. Al instante el macho estaba en ella,
cubriéndola, sus dientes hundiéndose en el cuello para mantenerla en su lugar.

Una vez que Siena se dio cuenta de que la hembra estaba aceptando el macho,
desapareció lo mejor que pudo, retirándose para darle a la leopardo la libertad de
ser un gato. El macho la mantuvo a ella, una y otra vez, a lo largo de la noche. La
montó, sujetándola en el lugar para garantizar que no se lesionara durante su sexo
duro.

Una vez terminado, se tendió a su lado, jadeando y descansando hasta que


estuviera listo para ir de nuevo. Al amanecer, la hembra de Siena se acurrucó para
dormir. El macho se negó a permitírselo, empujándola con un arcén para traerla de
vuelta en sus pies. Siena sabía exactamente lo que estaba haciendo Elías, y ella
trato de resistirse. Su hembra trató de resistirse. El macho era mucho más grande y
su resistencia era mayor. Él mantuvo su movimiento hasta que tropezaba de la
fatiga, y se aseguró de mover su espalda en dirección a la casa.

Bookeater
Wild Cat
Siena maldijo en voz baja, despreciando el hecho de que Elías tenía todo el control.
Ella no quería cambiar de nuevo a su forma humana, porque era más grande y más
fuerte y estaba demasiado humillada, para mirarlo de nuevo. Su pequeña hembra
estaba tan agotada que no podía recoger sus pies y, de hecho arrastraba sus patas
en el suelo mientras se tambaleaba hacia la casa. Estaba tan fatigada, que se detuvo
a sí misma y dejó que Siena se hiciera cargo por completo.

De una y otra forma, Siena trató de evitar que su gato descansara, acurrucada en el
césped o en la tierra. El macho la empujaba, conduciéndola hacia adelante con el
hombro. Cuando se negó a levantarse, hundió sus dientes en el grosor de la piel en
el cuello y la arrastró varios pies hasta que empezó a caminar de nuevo por pura
desesperación. Se quedó cerca, la piel de la hembra estaba oscura de sudor y
temblaba continuamente.

Siena estaba tan exhausta y agotada por la larga noche de lucha contra la voluntad
de Elías. El leopardo macho continuó siendo paciente, no le hacía daño a la
hembra, pero nunca le permitió descansar. Era solo cuestión de tiempo antes de
que ella no pudiera seguir intentando dar la vuelta de nuevo hacia la carretera. Se
dirigió unos pasos hacia adelante, cayó al suelo jadeando y temblando mientras el
macho se acercó a ella de manera protectora. Después de unos minutos le dio un
codazo, advirtiéndole con un gruñido que se pusiera de pie y en movimiento.

La casa se alzaba. Siena olía a varios de los hombres que patrullan pero ninguno se
acercó a ella para ayudarla. Ella sabía que no lo harían. Ellos no trabajaban para
ella. Trabajaban para Elías. Se puso de pie bajo la ventana, temblorosa.
Aterrorizada. Con lágrimas ardientes. El macho la empujo hasta que su mujer dio
el salto adentro. Aterrizó en el piso de madera brillante, camino hacia adelante tres
pasos y se desplomó.

Siena se enroscó en su interior. Ocultándose. Avergonzada. Humillada. Tratando


de formar otro plan. Ella no podía, no llamaría a Paolo, pero tal vez a Alonzo. No
tenía a nadie más. La idea era espantosa. No tenía idea de cuánto tiempo podría
permanecer una cambia forma en la forma de un leopardo, pero iba a descubrirlo.
Ella se negaría a volver a su forma humana.

Bookeater
Wild Cat
El macho aterrizó en silencio por lo que apenas se dio cuenta de que estaba en la
habitación con ella. Acarició la hembra mientras ella yacía temblando. Entonces
sintió un movimiento a través de la piel de la mano húmeda. La mano de Elías.
Conocería su toque en cualquier lugar, incluso cuando ella estaba en su forma de
leopardo.

− Siena, cambia.

Jódete, pensó, tan agotada que ni siquiera podía levantar la cabeza de la hembra
leopardo para amenazarlo. Ella apenas podía mantener los ojos abiertos. De
repente, sus dedos estaban empujando sin piedad en varios puntos de presión de
los que aún no había sido conscientes que la hembra de leopardo tenía. Duro.
Brutal. Doloroso. La hembra se retorció, tratando de salir de debajo de sus manos.
Cuando pudo hacerlo, el animal, agotado y completamente deshecho, renunció y
se deslizó lejos, abandonando a Siena.

Siena se encontró acurrucada en el suelo, desnuda, la mochila alrededor de su


cuello y los dedos de Elías excavando en la parte baja de la espalda. En el momento
en que ella se movió, la levantó en sus brazos, su cara hacia la suya. Volvió la cara
en el pecho, negándose a mirarlo a los ojos. Nunca había estado tan cansada en su
vida.

Ella no podía luchar contra él, no importaba lo mucho que lo deseara. No podía
levantar los brazos. Ella pudo apenas girar la cabeza. La llevó a la cama y,
poniendo una rodilla en el medio, se sumergió para depositarla allí suavemente.

Sintió sus manos soltando la mochila de su cuello y ella volvió la cara en la


almohada. La luz se derramó por la ventana, el sol ya subiendo en el cielo. Ella
cerró los ojos.

Tenía que estar tan agotado como ella lo estaba, pero él no lo demostró. Puso su
mochila sobre la mesa a un lado del extremo de la cama y fue a la ventana,
cerrándola y luego tirando de la pesada cortina para bloquear el sol.

Bookeater
Wild Cat
Su mirada fue inmediatamente a la mochila. Su teléfono estaba allí. Elías camino
descalzo y desnudo a través de la habitación, bloqueando toda la luz antes de ir al
cuarto de baño. Él estaba muy cómodo sin ropa, mientras ella arrastraba la sabana
sobre ella y la sostuvo sobre sus pechos. Elías no cerró la puerta, pero en el
momento en que desapareció, alcanzó la mochila, casi tirándola al suelo cuando su
mano temblorosa cogió la correa.

Sacudiéndola, ella apresuradamente abrió la cremallera y tiró de su teléfono


celular. No tenía ni idea de si Alonzo había traicionado a su abuelo, pero no tenía a
nadie más y no podía, no quería, quedarse con Elías por más tiempo de lo que ya
lo había hecho. Era mejor dar un salto directo al fuego; al menos ella sabía con que
estaba tratando. Se apresuró a desplazar hacia abajo en su lista de contactos para
encontrar su número.

− ¿Qué demonios estás haciendo? − Exigió Elías.

Por supuesto que escuchó la cremallera. Era leopardo. Maldijo en voz baja
mientras encontró el número de Alonzo y lo golpeó con su pulgar. Elías estaba
sobre ella en un instante, saltando a través del cuarto con la facilidad del leopardo,
aterrizando en la cama, su cuerpo mucho más grande y más pesado fijando a ella
hacia abajo mientras una mano se cerró sobre su muñeca y la otra arrancó el
teléfono de ella.

− ¿Al puto Alonzo Massi? − Gruñó. − Eso es mentira, Siena, y lo sabes.

Él arrojó el teléfono contra la pared con tanta fuerza que se deshizo en pedazos.

− ¡Fuera de mí¡ − espetó, furiosa. Empujando su pecho tan duro como pudo. – Te
quiero fuera de mí.

− Tú vas a escucharme.

− Yo te escucho. He oído todo lo que me has dicho. Que es un sacrificio estar


conmigo, ¿verdad, Elías? Pobre hombre tener que tener una puta tan inexperta en
su cama. − Ella cerró los ojos, avergonzada. En dolor. La había destripado.
Arrancado su alma.

Bookeater
Wild Cat
− Dios, Siena, pensé que ya habíamos pasado esa mierda. ¿Cuántas veces quieres
que me disculpe? Yo te lo explique y no me referi a ti como una puta. Tú lo sabes.
¿Y qué diablos quieres decir, que es un sacrificio para mí estar contigo?

Ella abrió los ojos para mirarlo. − Te oí. Con Drake. Te he oído. − Ella empujó su
pecho de nuevo. − Suéltame.

− Baby, toma una respiración. Vamos a resolver esto.

La observó con la mirada enfocada, y sin parpadear del leopardo. Sus ojos
plateados se movieron sobre su frente, tan líquidos como el mercurio. Intensos.
Ella quería bloquearlo, sacarlo, pero él estaba en todas partes. Respiró en cada
respiración que él daba. No había manera de escapar de él, y ella lo necesitaba.
Desesperadamente.

− Me lo prometiste, Siena. Me prometiste que hablarías conmigo. − Su voz era


áspera por la emoción. Cruda. Preocupada.

− Eso fue antes de que supiera que eras un mentiroso. Ya he tenido suficiente de
tus mentiras. − Ella quería gritarle, pero su voz salió en un susurro. − Duele. Lo que
tu me hiciste me dañó Al menos Paolo era honesto. Él no trató de hacerme creer
que alguna vez sería bueno conmigo. Protegiéndome. Él siempre me dijo que no
estaba a salvo con él.

Él frunció el ceño, sacudiendo la cabeza. − No sé lo que piensas que escuchaste, mi


vida, pero lo que fuera, no fue lo que dices.

− Elías, por favor déjame en paz. Por favor. − Ella no estaba por encima de la
mendicidad. No podía soportar su contacto. Ella no quería olerlo, o sentirlo, o
incluso verlo. Ella hizo todo lo posible para oír la mentira en su voz. − Sonaba
desgajada. No enojado, pero herido. Como si ella hubiera hecho algo malo, no él.

− ¿Y vas a ir donde Alonso? − Preguntó. Sonaba torturado. − Mi amorcito. Eso ni


siquiera tiene sentido. Estas muy confundida, y hasta que no sepa lo que piensas
que has oído, no puede hacer esto mejor.

Bookeater
Wild Cat
− Nunca puede hacer esto mejor porque no te creo. Yo no te creo. – Ella enunció
cada palabra, mordiéndola entre los dientes para dar énfasis.

Elías se quedó mirando a la cara de Siena, viendo la cruda herida allí. Algo había
puesto esa mirada en sus ojos y causado el terrible dolor que era evidente. Ella no
era buena ocultando sus emociones, y podía ver que el dolor era muy real. De
alguna manera, y no estaba seguro de cómo, la había hecho dudar sobre él otra
vez.

Él quiso maldecir. Golpear algo. A alguien. Él sabía que era un hombre violento.
Había sido criado en medio de la violencia y sabía que siempre tendría esa
reacción, pero no con Siena. Ella conseguía su lado gentil. Consiguió su corazón y
alma. Había destrozado algo importante en ella, tomado su autoestima, su
confianza, con las cosas que le había dicho después de la primera vez que habían
tenido relaciones sexuales.

No podía tomar todo de nuevo, y él quería solucionar eso entre ellos. Encima. Él se
había disculpado más de una vez. Se había explicado. No podía haber jodido esto.
Siena era demasiado importante. No había nadie más. Nunca había habido
ninguna otra persona. Era un maldito robot, y sabía que si lo dejaba, estaba
perdido. Drake ni siquiera sería capaz de tirar de él hacia atrás del borde. Eso fue
lo lejos que estaba ido.

Dejó caer su frente en la de ella, presionándose contra ella. Respirándola.


Necesitándola. ¿Qué demonios hacia un hombre normal cuando había arrancado el
corazón de su mujer? Ella estaba sola. Embarazada. Emocional. Es más, estaba
claramente eviscerada, pero que no sabía exactamente lo que había hecho. Lo que
dijo. Intentó repasar la conversación con Drake en su mente, reproduciéndola, pero
había estado furioso. Había querido estrangular a Drake con sus propias manos.

No quería exponer su vida actual con ella. O su vida futura. Hasta que no estuviera
absolutamente seguro de que ella se quedaría con él por su propia voluntad. Había
estado tan cerca. ¿Qué demonios había sucedido?

Bookeater
Wild Cat
Se sentía perdido. Nunca había estado en una relación, y él no sabía nada acerca de
ellas. Él estaba tambaleándose y Siena era demasiado importante para que él
estuviera tomando riesgos con decir algo incorrecto. Aun así, no tenía nada que
darle más que la verdad.

− Está bien, bebé, vamos a empezar por el principio. Ya sé que estás molesta. Lo
veo. Te prometí que estaría a salvo conmigo. Te di mi palabra y lo dije en serio. Ese
tirador no debería haber estado en cualquier lugar cerca de la propiedad, y mucho
menos a una corta distancia para poder disparar contra nosotros. En ti. Yo estaba
enojado. Furioso. Quería arrancarle la cabeza a Drake. Nunca deberías haber
estado en peligro. Ni siquiera un poquito.

Ella no respondió. Mantuvo los ojos cerrados. Su cuerpo estaba rígido. No estaba
recibiendo ninguna parte. Pero él no iba a darse por vencido. Nada era más
importante que este momento de su vida. Tenía que curar la herida. Por ambos. No
sabía que un ser humano pudiera sentir tanto daño. Se sentía crudo en el interior,
al igual de destripado como ella. Tal vez más, cuando se dio cuenta de que era él
quien había causado esto. Y las feas, cosas hirientes que le había dicho a ella habían
contribuido a su creencia de que estaba jugando ella. ¿Cómo podía haber
conseguido eso de su conversación con Drake?

− Bebé, por favor. Necesito un poco de ayuda aquí. Necesito que me mires.
Necesito que me hables. Yo digo cosas cuando estoy enojado. Yo sé eso. Y estaba
enojado regiamente con Drake. Por traerte aquí, te he puesto en peligro. Infierno. −
Escupió la última palabra y la rodeó para acostarse sobre su espalda, con las manos
presionando sus ojos. Sus ojos le ardían como un hijo de puta.

Ella no se movió. Él respiró hondo y trató de controlar el miedo que serpenteaba a


través de él, anudando su vientre y poniendo bilis en su garganta. Intentó recordar
cada cosa que había dicho a Drake, pero todo lo que podía oír era sus acusaciones.

Me jodiste no porque me quisieras, sino porque significaba algo. Todo esto fue una farsa.
Tenías que hacer el último sacrificio, ¿verdad? Tenías que tenerme en tu cama. Lo peor que
has tenido alguna vez.

Bookeater
Wild Cat
Él gimió suavemente. Nunca iba a olvidarlo, no importaba cuántas veces se
disculpara con ella.

Vamos a ver si puedo recordar esto bien, porque hubo un momento en el que estabas tan
enojado que me dijiste la verdad. Mi práctica amateur, yo creo que así lo llamaste. La peor
chupapollas que alguna vez habías experimentado. Aquellas palabras están marcadas en mi
cerebro, pero fui tan estúpida como para dejar que me hicieras olvidar de ellas por un
momento. ¿Qué le había dicho a Drake que había traído eso de nuevo cuando
habían estado haciéndolo tan bien juntos?

− ¿Qué dije, Siena? ¿Qué has oído para poner eso en conjunto hacia fuera? ¿Qué
hizo que creyeras que he mentido? Bebé, tienes que decírmelo. Te juro, no sé lo que
dije que pudieras haber malinterpretado.

A su lado, se puso rígida, un pequeño sonido escapando, como si quisiera gritarle,


o golpearlo. Sacarle los ojos. Él deseaba que ella tratara de hacerlo. Al menos
tendría algo con que trabajar. Se puso de lado hacia ella, el brazo bloqueado
alrededor de su cintura, arrastrando su cuerpo resistiéndose hacia el suyo. Él le
cogió la mano y la forzó hacia su pene, sosteniendo su mano sobre la gruesa
erección allí.

− ¿De verdad crees que pueda falsear esto? ¿Verdad, Siena? Nunca en mi vida he
caminado alrededor con una erección permanente, hasta que entraste en mi vida.
No puedo mirarte sin quererte. No es posible.

Estudió su rostro, sus ojos desviados. Cerrados. Infierno. Ni siquiera lo miraba.


Pero había un verdadero dolor allí. Ella no estaba fingiendo eso. Esto no era una
pequeña rabieta manipuladora que estuviera lanzando. Lo que le pareció oír la
había destrozado.

Siena trató de sacar la mano de debajo de la de Elías. Su erección se sentía enorme,


caliente. Pulsaba con vida. No podía dejar de sentir la cabeza aterciopelada
ensanchada y la púa de acero gruesa de un árbol, la forma en que latía con
necesidad, le llamaba la atención. Ella no sabía si los hombres podían fingir ese
tipo de cosas. Oyó el crudo dolor en su voz, y su tono sonó con la verdad. Pero ella
lo había oído.

Bookeater
Wild Cat
No eran chismes que hubiera escuchado, lo había escuchado con sus propios
oídos. Odiaba la expresión de su cara. Así de roto. Si ella lo miraba, se echaría a
llorar y se lanzaría a sus brazos. No podía ser tan estúpida. Ya se había humillado
a sí misma dos veces por él.

− Bebé.

Ella cerró los ojos. Cuando la llamaba bebé en su dulce voz y áspera, con
necesidad, todo en ella respondía. Derretida. Se estaba volviendo loca, porque oyó
el sonido de la verdad en su tono, oyó el dolor genuino.

− Tienes que parar, Elías, − ella le dijo. Ella luchó por conseguir la mano de nuevo.
Su agarre apretado, tanto en la mano como en el brazo bloqueado alrededor de su
cintura. − Te he oído. − Él podía escucharse veraz ahora, pero lo había hecho en ese
momento también.

− Está bien, voy a aceptar que has oído algo, mi amor, algo que te tiene muy
molesta. Algo que te hizo pensar que estaba mintiéndote. − La voz de Elías era una
suave caricia, casi sobre su piel. − Dime lo que dije, porque te juro, que no recuerdo
que algo de la conversación con Drake pudiera hacer que creyeras que te estaba
mintiendo sobre el deseo de estar contigo.

Se mordió el labio con fuerza y se mantuvo su silencio. Si se movía tenía miedo de


romperse. Ella ya se había hecho muy vulnerable a él, temía que si lo dejaba entrar
incluso un poco más, ella tendría agrietada esa puerta otra vez, estaría perdida. Ya
se sentía rota, y sabía que no podía tomar más.

Su mano frotó la suya sobre la gruesa protuberancia, y su corazón casi se detuvo.


Ese bulto había crecido, vuelto aún más duro.

− Siena, no me puedes ofrecer el mundo y luego quitármelo. ¿Tienes alguna idea


de lo era mi vida antes de que llegaras a ella? Desolada. Solitaria. Violenta. Uno de
mis primeros recuerdos fue de mi abuelo volando el cerebro de un hombre. Yo lo
vi. La sangre salpicó por todas partes, todas las paredes. Toda sobre mí. Yo estaba
allí cuando golpearon a un hombre hasta la muerte. Creo que tenía unos seis años
cuando eso sucedió. Cuando vomité, mi abuelo me golpeó mientras sus hombres
se reían.

Bookeater
Wild Cat
Todo su cuerpo se sacudió. Se quedó sin aliento, conteniendo la respiración en la
garganta. Había estado sola cuando era una niña, pero había sido feliz.

− Me entrenaron desde el momento en que era un niño en el uso de armas de


fuego, cuchillos, artes marciales, boxeo, kickboxing y en la lucha callejera. Yo sabía
que iba a ser el ejecutor en el mundo de mi familia. Ese era mi trabajo, y lo hice
desde una edad muy temprana. No tuve amigos. No me atrevía a tener un amante.
Me mantuve solo. Si tú estás con el hijo, nieto o sobrino de un Lospostos, siempre
serás un objetivo.

Él la estaba matando. No podía decirle eso. No quería sentir nada en absoluto por
él o por ese pequeño niño que crecía. Había estado segura en el internado con los
guardaespaldas a su alrededor. Mientras el, estaba luchando por mantenerse con
vida. Oyó la verdad y sabía lo que significaba. No tenía que explicar todo para ella.

− Para, − susurró ella, porque ya sus dedos, por su propia voluntad, se envolvieron
alrededor de su grueso pene, sujetándolo firmemente en su puño, como si pudiera
sostenerlo cerca y mantenerlo a salvo de esa manera. − Tienes que parar, Elías.

− Mi tío mató a mis padres. Él quería ser el único con poder en la familia
Lospostos, y mi padre nos estaba llevando en una dirección a la que mi tío no
quería ir. Amenazó con matar a mi hermana si no cooperaba con él. Él me convirtió
en un asesino, Siena. Durante años, eso fue todo lo que era. Esa fue mi vida.

− Para, − susurró de nuevo. No podía dejar que su cuerpo se volviera hacia el de él.
Ella quería ser fuerte. Ella con severidad se dijo que debía ser fuerte. ¿Dónde
estaba su sentido de auto conservación? Ella era una idiota por estar escuchándolo.
Por dejarle decirle esas cosas. Tan personales. Tan profundas, tan reales que sabía
que nadie más había oído las cosas que estaba diciéndole a ella. − Elías, no lo
hagas.

− No voy a dejarte ir. − Se movió de repente, su cuerpo rodando sobre ella, su


pecho presionando el de ella, sus caderas entre sus muslos acuñados. Una mano se
extendió por su garganta y sus bellos, ojos exóticos fundidos se movieron sobre su
cara, haciendo una lectura cuidadosa, tan lujuriosos que le robaron el aliento.

Bookeater
Wild Cat
− No puedo dejarte ir. Te traje aquí en vez de llevarte a una casa de seguridad
hasta que toda esta mierda pasara, porque creía que Drake y el equipo podrían
protegerte. Yo creía eso. Conozco a Drake. Él es el mejor que hay, y él estaba
seguro de que era el mejor lugar para mantenerte a salvo. Estuve de acuerdo con
su evaluación, pero tal vez lo deseaba tanto que no vi a través.− Su tono era una
escofina sensual. Su pene presionaba firmemente contra su montículo, y en contra
de su voluntad, sintió un calor responder en su núcleo. − Tienes que saber quién
soy, Siena.

Sus manos enmarcaron su cara, forzando su cabeza alrededor hasta que no tuvo
más remedio que mirarlo. Eso fue un error, tal como ella había sabido que sería. Se
veía devastado por el dolor. Tanto. Que su corazón se rompió por él, la compasión
y el cuidado deslizándose a través de su propia angustia y humillación a pesar de
su deseo de permanecer fuerte y dura contra él.

Ella trató de negar con la cabeza, para que dejara de contar sus cosas, las que nunca
debía decirle a nadie. Las que él nunca debería decir en voz alta.

− Soy un asesino. Es la verdad. Eso es lo que soy. Eso es lo que me hicieron. Mi


propia carne y sangre. Mi abuelo. Mi padre. Mi tío. Nunca fui un niño pequeño
que jugara al béisbol con mis amigos. Yo era el niño aprendiendo cómo golpear el
cerebro de una persona con un bate de béisbol. Estaba aprendiendo como llevar las
riendas de la empresa familiar y cómo defenderla. Cómo hacer daño a los demás y
asustarlos e intimidarlos para que hicieran todo lo que la familia quería o
necesitaba. Así que tienes que saberlo, bebé, que estás en mi cama y que te estoy
tocando, estás en la cama con ese hombre. Las manos tocando su hermoso cuerpo
son las manos que golpearon a la gente. Que les lastimo. Que les mato.

− Elías. − Su voz se rompió. Las lágrimas nublaron su visión. − Tienes que parar.

− No puedo decir que cualquiera de los que he matado haya sido inocente, porque
no lo eran, pero aun así, eso es lo que hizo de mí, mi propia familia, eso es en lo
que me convertí. − Apenas podía respirar con el dolor que vio en sus ojos. En su
cara. Era crudo y terrible.

Bookeater
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− Cariño. − Ella respiró, tratando de encontrar el equilibrio. Tratando de no
entregarse de nuevo a él. Ella necesitaba ayudarlo, pero estaba aterrorizada de
perderse a sí misma y verse cada vez más desgarrada. No creía que pudiera
ponerse de nuevo junta.

− Vivo en el infierno, Siena. Ese es mi mundo y no tengo ni un puto derecho a


arrastrarte hacia abajo conmigo, pero no puede controlarme a mí mismo. Eres la
única cosa en mi vida que vale la pena. No puedo dejarte de lado, sin importar lo
mucho que sé que debería hacerlo. No soy tan fuerte. No puedo llegar a ti como un
inocente. Tú eres inocente y hermosa. Tu cuerpo lo es. Tu mente lo es. Tu corazón
y tu alma. ¿Crees que no siento ese peso cada puto minuto que paso contigo? Te
entregaste a mí, Siena. Me elegiste y voy a hacer todo lo posible, con todo lo que
soy, para protegerte, para valorarte. Para mantenerte exactamente cómo eres.
Inocente y hermosa. Pero no puedo renunciar a ti. No me lo pidas, porque, bebé, lo
juro, no soy tan fuerte.

Había lágrimas en sus ojos. Él las parpadeó, pero ella las vio. No podía ocultarlas
más de lo que podía tomar de nuevo las cosas que le había revelado. Ella estaba
más confundida que nunca.

Sus brazos se deslizaron alrededor de él, sujetándolo a ella, su cuerpo se había


suavizado, derritiéndose un poco por lo que se hundió en ella. Ella tomó su peso
debido a que lo necesitaba.

− Por lo tanto, te lo digo, bebé. No estoy jodiendo al preguntarte. Dime qué diablos
oíste para causar este malestar. En este momento, antes de que pierda mi mente.

Ella respiró. Dejándolo salir. − Me estás pidiendo que me ponga en tus manos otra
vez, Elías. Me has hecho daño.

− No, bebé, todavía no me estás entendiendo. − Apretó las palabras entre los
dientes. Su cuerpo se movía contra el de ella y no había nada sutil acerca de lo que
estaba diciendo. − Ya estás en mis manos. Estoy sosteniéndote junto a mí y nunca
voy a dejarte ir. No va a suceder, por lo que tiene que funcionar esta mierda ahora.
Me lo prometiste, Siena, y vas a mantener esa promesa, no importa lo que
escuches, o lo que pienses que escuchaste o qué tipo de bastardo crees que soy.

Bookeater
Wild Cat
Se quedó mirándolo a la cara, con el corazón latiendo rápidamente. Su máscara
estaba de vuelta, el aspecto torturado desaparecido. Él estaba del modo distante.
Implacable. Él quería decir lo que dijo.

− ¿Crees que asustándome vas a lograr que me guste quedarse, Elías?

− No me importa cómo consigo que te quedes. De todos modos lo harás. Eres la


única cosa buena que tengo en mi vida. La única cosa buena. No voy a dejar que
me dejes a causa de alguna mierda. Tienes que saber eso de mí, bebé. No trato con
chorradas. Nosotros vamos a luchar. Eso es lo que ocurre con las parejas de vez en
cuando. Los dos somos leopardos. Eso significa que somos apasionados y tenemos
nuestros temperamentos. Vas a tener que ser capaz de tratar con ello.

Ella frunció el ceño. − Estás actuando como si lo que te dije no fuera enorme, Elías.
Tengo todo el derecho a estar molesta.

− No estoy diciendo que no crea que es enorme. Solo digo que tienes que aprender
a lidiar con todo. Me hablas, y voy a explicarte todo.

− Elías, − advirtió.

− No bebe. Este soy yo. Diciéndote. Que tienes que conseguir tratar con el tipo de
hombre que es tu hombre. Si no supiera cómo te sientes acerca de mí, podría ser
diferente, pero se que me quieres de la misma manera en que te quiero. Si no, no
sería capaz de rasgar tu corazón como lo hice. Así que estoy diciendo que, siempre
que sientas eso, debes quedarte y estaremos trabajando por arreglarlo.

Ella no quería hablar de ello o pensar en ello o revivirlo. Su mirada se deslizó lejos
de la suya.

Le tomó la barbilla. − No, mi vida. Nos ocuparemos de esto ahora. Dime qué
demonios paso desde el momento en que te llevé a la habitación hasta cuando salí
de mi oficina y te vi mirándome como si te hubiese arrancado el corazón hacia
fuera.

Bookeater
Wild Cat
Ella sacudió la barbilla de su mano, deseando poder encontrar la ira de nuevo. No
sabía lo que sentía, pero no era ira. − Dijiste que era un sacrificio estar conmigo, −
susurró. Ella no podía evitar el dolor y la vergüenza en su voz.

Él frunció el ceño. La furia reuniéndose en sus ojos. – Como el infierno que no lo


hice.

− Te oí. Drake dijo que todos tenían que hacer sacrificios, y le dijiste que no era él
quien los hacía. Eso fue después de que te dijo que yo estaba en tu cama. − Sólo por
repetirlo le dolía el corazón y el estómago se le volcaba.

Siena no apartó los ojos de él. Ella quería ver qué tipo de reacción tenía, cuando
recordara el momento en que lo dijo, pero lo que vio fue un verdadero alivio.
Sacudió la cabeza. − Baby. – Él susurró suavemente y luego se inclinó para enterrar
su cara entre el hombro y el cuello. Ella sintió el roce de la barba a lo largo de su
mandíbula. Sintió sus labios moviéndose contra su cuello. Ella sintió algo húmedo
contra su piel. Sus manos se deslizaron en el pelo, los dedos recorriéndolo a través
de la oscuridad, las gruesas olas cuando él la abrazó con fuerza a él.

− ¿Crees que tome algo fuera de contexto? − Se sentía todavía dolida en el interior,
pero la esperanza había florecido, y estaba de regreso.

− Sí, mi amorcito, sin duda tuviste algo fuera de contexto, − respondió. Su boca se
movió al lóbulo de su oreja, con los dientes tirando suavemente. Deslizó su lengua
a lo largo de la cáscara lisa y luego se sumerge detrás de él, enviando un escalofrío
por todo el cuerpo. – Debes de haber escuchado el final de toda nuestra discusión.
Estaba furioso con Drake. Aun lo estoy.

− Elías, − dijo en voz baja. − ¿Qué entendí mal?

Bookeater
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− Tú eres la que haces el sacrificio. Yo no. Tú. Eres una inocente atrapada en todo
esto. En el infierno que es mi vida. Desde el principio, quería protegerte. Sabíamos
lo que los otros pensarían y sabíamos que algunos de ellos podrían hacer un
movimiento en contra de nosotros, pero Drake me aseguró que este lugar era
impenetrable y que sus hombres serían capaces de mantener a todos lejos de ti.

− ¿Todos lejos porqué? − Estaban en territorio peligroso ahora y lo sabía. Ella


estaba a punto de aprender cosas que tomarían tiempo para procesar.

− Si las empresas de tu abuelo se alinean con las mías, tendríamos bajo nuestro
control, más territorio que cualquier otro jefe. Tendríamos un poder sin igual.
Ninguno de los otros jefes querría eso. La mayoría se apartaría, pero algunos van a
tratar de detenerlo. Drake quería descubrirlos.

− ¿Qué tiene que ver Drake con los señores del crimen?

− Él y Jake desmontaron sus negocios. Tenemos que identificar a cada familia y


luego averiguar qué están haciendo y luego desarmarlas.

Se alisó el pelo. Había dicho, tenemos que identificarlos, como si fuera parte de la
operación de Drake y no una parte de los bajos fondos, pero ella no se lo
preguntaría. Aún no. No cuando tenía que explicarle lo que había oído.

− ¿Cómo puedes pensar que yo diría eso, Siena? Dios, no puedo mantener mis
manos lejos de ti. Quería subir en tu cama de hospital contigo. Si por mí fuera,
habríamos cogido en todas las habitaciones de esta casa, así como en cada pieza del
mobiliario. En las alfombras en frente de las chimeneas, en los suelos también. Tú
usas esas faldas y quiero levantarte el dobladillo y ver si estas usando ropa
interior. Si no lo estás haciendo, quiero reclamar lo que es mío. Si es así, quiero ver
lo sexy que son.

− Podrías estar un poco obsesivo. − No podía contener la sonrisa en su voz,


¿porque en realidad en cada cuarto? ¿Los muebles? La idea hizo que un escalofrío
de emoción corriera por su espina dorsal.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Te parece? − Él acarició su garganta. − Tienes que acostumbrarte a ello, bebé,
porque ahora que te sientes mejor, tengo la intención de asegurarme de que sabes
lo mucho que te quiero. − Él levantó la cabeza de nuevo. – Para que cuando
escuches o creas que oíste algo, vengas a mí, Siena. Tienes que aceptar lo mucho
que significas para mí.

− Eras tan diferente, después de los disparos, que ni siquiera te reconocí. Me


asustaste, − ella acepto.

− Yo quería estrangular a Drake con mis propias manos, − admitió Elías. − Baby, va
a suceder. Yo perderé los estribos, pero no contigo. No voy a venir a ti de esa
manera. Voy a caminar e iré a otro lugar donde sé que no voy a asustarte hasta la
mierda.

Se dio cuenta de que eso era lo que había hecho. La había llevado a la habitación y
ahí mismo se había ido. No quería asustarla. Él no tenía reparos en mostrarle su
temperamento a Drake, pero no había querido que ella lo viera así.

− Esto es realmente por las cosas que te dije cuando viniste por primera vez,
¿verdad? − Preguntó en voz baja, empujando el pelo de la frente. − Has perdido la
confianza en ti misma, y yo te hice eso. Tengo que encontrar la manera de
devolvértela, porque no hay otra mujer para mí. Ni la habrá nunca. Tú tienes que
saberlo en tu corazón y alma, Siena. Tienes que sentir que este tipo de cosas no
sucederán otra vez. ¿Me sigues? Cuando luchemos, no puede ser sobre si crees o
no crees que te quiero, porque, bebé, no hay duda de ello. Tú eres la indicada. La
única. Nunca ha habido otra mujer que dejara entrar y no habrá otra.

Bookeater
Wild Cat

12

Siena contuvo el aliento. Él había puesto todo en la línea para ella. Todo lo
relacionado con su familia. Su vida. Tal vez no había tocado su futuro, pero él le
dijo cosas que nunca había contado a nadie más. Que solo se las había dado a ella.
Tenía que darle algo a cambio.

− No tengo ninguna confianza en mí misma como amante, Elías. Ninguna. Y por ti,
debido a la manera en que siento por ti, quiero ser capaz de complacerte. A veces
quiero tocarte, o explorar, y temo que voy a hacer algo malo. − Como justo en este
momento preciso. La combustión lenta que había estado sintiendo se había
convertido en algo más caliente. Algo abrasador. Conduciéndola. Ella comenzó a
sentirse de la forma en que lo había hecho cuando había conducido hasta la casa de
Elías por primera vez. Nerviosa. Necesitada. Inquieta.

Elías se quejó en voz baja. − Eso es mí culpa, bebé, no tuya. Te hice sentir de esa
manera.

Ella sacudió su cabeza. − Es más que las cosas que dijiste. No voy a pretender que
no contribuyeron, pero sinceramente, ya me sentía de esa manera. Yo no era como
las otras chicas en el internado. No miraba a los hombres, ni siquiera los famosos, y
cuando los veía, no sentía nada en absoluto hasta que te vi.

Sus ojos se abrieron fundidos. − No hay un hombre en la Tierra que no estuviera


contento de saber eso, Siena. Yo no pretenderé que no me hace feliz saber que
ningún otro hombre te ha tocado. Le quiero para mí solo. Nunca he tenido eso.
Nada en absoluto para mí solo, y mucho menos una mujer. Mi vida nunca fue
sobre mí. Siempre se trataba de la familia y lo que tenía que hacer por ellos. Más
tarde, se trató de mantenerme con vida y mantener a mi hermana de esa manera. A
continuación, simplemente me importa un carajo.

Bookeater
Wild Cat
- Hice lo que tenía que hacer, pero no se sentía mucho. Hasta ti. Así que estás
diciéndome que no hubo otro hombre que te hiciera quemar más caliente que yo,
eso es oro para mí. Eso es jodidamente perfección. Eso es todo, Siena. El hecho de
que te hayas entregado a mí, te atesorare hasta el día en que me muera.

Se atrevió a correr la mano por el pecho, sobre los definidos y ondulantes


músculos. Tenía un pecho lleno de fuerza, y se notaba. Ella probó la sensación de
su piel caliente, de los músculos corriendo como cuerdas debajo de ellos.

− Dijiste que era la peor chupapollas que habías tenido nunca, − susurró. − No
quiero ser la peor de tus casos, Elías. Quiero ser la mejor.

El silencio siguió a su admisión. Sus ojos se habían ido del todo al gato, oscuro y
casi brillante. Calientes. Llenos de un deseo oscuro. Un hambre terrible. Su hambre
agitó la propia ya en aumento, de modo que un escalofrío se deslizó por su
columna vertebral y su sexo se humedeció, apretado y pulsando, y en el fondo
comenzó una quemadura apretando con vehemencia.

− Baby. − Casi se quejó a ella. Su voz sonaba ronca, atractiva, un señuelo tan
peligroso como sus ojos. – Si hubieras estado con un hombre, habrías sabido que
estaba lleno de mierda. Casi me vine en tu boca. Casi pierdo todo el control. Yo no
pierdo el control. No lo he hecho ni una sola vez, ni una vez, Siena, como lo perdí,
cuando estuve contigo. Un hombre quiere la boca de su mujer sobre él, porque ella
lo quiere. Ella lo disfruta. Ella chupa duro. Ella está ansiosa por complacerlo. Y ella
lo mira como si fuera su mundo. Bebé, tú lo hiciste. Yo estaba en el puto paraíso.

Se dio la vuelta, llevándola con él, así quedo extendida por encima de él. − Pero, mi
amorcito, si deseas practicar, sólo para que te sientas segura, yo haré todo para
ayudarte a lograrlo. Me tienes en ello. Tu cuerpo me pertenece, lo que significa que
mi cuerpo te pertenece. Nunca voy a sentir las manos o la boca de otra mujer en
mí, por lo que estaría obligado, si quieres a practicar mucho.

Ella lo besó en la garganta y luego levantó la vista hacia él. − ¿Habrías terminado
en mi boca? ¿Te gustaría eso?

− Dios, bebé, sí. A la mayoría de las mujeres no les gusta ese tipo de cosas.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Pero te gusta? − Ella persistió. Ella dibujó las letras de su nombre en el pecho
con la lengua. Lamiéndolo como un gato. Degustando su piel. Toda esa piel
masculina y caliente. Su boca encontró sus pezones planos, chupándolos
suavemente, sintiendo los músculos de su vientre un montón, y se exploró cada
uno con su lengua, bordeándolos.

− Me gusta, Siena, pero no tienes que llevarlo tan lejos. − Agrupó el pelo en la
mano, formando un apretado puño alrededor de ella, tirando de su cabeza para
poder mirarla. − Voy a estar feliz con lo que me des.

Ella le sonrió y frotó los pechos a lo largo de su pecho, necesitando el contacto con
todo ese delicioso calor. La quemadura en el interior se había convertido en una
presión de martilleo, caliente y comenzado a salirse de control.

Su mano se tensó hasta que sintió una mordedura del dolor, y su mirada saltó de
nuevo a la suya. − Tengo que decirte esto, para que sepas lo que me gusta, bebé. En
este momento, te estoy permitiendo este juego porque lo necesitas y soy tuyo, pero
en la cama, cuando digo basta, quiera tu boca o quiera una posición, nada más se
hace, entiendes eso. Esa es mi manera.

Ella sintió la risa burbujear desde algún lugar muy adentro. Ella no sonrió, pero
ella mantuvo sus ojos. − ¿Ese es el camino?

El asintió. Serio, muy serio, lo que le dio ganas de reír aún más.

− Otra cosa: cuando yo quiera, no me importa dónde diablos estemos, me aceptas.

Se frotó la palma de la mano a lo largo de su vientre plano, pero se quedó dónde


estaba porque no había terminado. − ¿Algo más?

− Todo está justo allí para ti, bebé.

− Tengo una pequeña noticia de última hora para ti, Elías, de la que tal vez no eres
consciente aun, y siendo todo un macho aterrador y peligroso.

Bookeater
Wild Cat
Oyó la risa en su voz y la plata líquida se oscureció aún más, enviando otro
estremecimiento de excitación por su espina dorsal. Ella estaba tomándole el pelo a
un leopardo, y ella lo sabía. A ella le gustaba hacerlo, e iba a estar haciéndolo por
mucho tiempo. Sólo para poner esa mirada en su cara. Sólo para sentir la emoción
del peligro. La picadura de dolor en su cuero cabelludo cuando permanencia con el
pelo apretado.

− ¿Una noticia de última hora? − Usó un tono. Uno duro. Su mirada se estrechó.

− Te gusta el control en todo momento, cariño, no sólo cuando se trata de sexo, y


no eres tan bueno en ocultarlo, si ésa era su intención. − Ella rio a continuación. No
pudo evitarlo. Él podría ser dulce cuando le convenía, pero su dulce incluía que él
se saliera con la suya. Ella habría estado ciega para no ver ese rasgo en él.

− Mujer, ahora lo que necesita es conseguir esa boca tuya trabajando en alguna
parte importante, − ordenó, sonando irritado. − Antes de que te metas en
problemas.

Riendo suavemente, feliz, ella comenzó a doblarse hacia su pecho de nuevo. La


mano en el pelo no la dejo mover, por lo que fue imposible. Su mirada saltó a la
suya.

− Dame un beso, mi amor.

Ella no tenía ningún problema con eso. El hombre podía besar. Él podría encender
fuegos con su beso, detonar fuegos artificiales o incluso causar tormentas de fuego
imponentes. Ella era todo para besarlo. Ella le dejó llevar la cabeza a la suya, con el
puño casi renunciando a su control. Tal vez a ella le gustaba la forma en que estaba
en control, debido a que la quema en su interior estalló en un rugido de hambre.
Ella sintió el calor dentro de su fruto.

Deliberadamente se tomó su tiempo, cuando el puño la instó a darse prisa. Ella


bajó la cabeza lentamente, sosteniendo su mirada, mirándolo mientras inclinaba la
cabeza a la suya. Nunca se había sentido tan atractiva en su vida. El hambre
construyéndose tan rápido, tan intensamente en sus ojos que estaba tallada en las
arrugas de su cara, que se sentía en la intensidad más profunda de su núcleo.

Bookeater
Wild Cat
Acaricio su boca sobre la suya. Una vez. Dos veces. La mano en el pelo tiró con
fuerza y la mantuvo firmemente en su lugar. Su boca se hizo cargo. El fuego en su
vientre estalló, y ella se fundió en él, devorando su boca, igual que él la devoraba.
Fue más allá de lo que recordaba. Ella se perdió en él inmediatamente. Él la besó
largo. Duro. Así de áspero que rayaba en lo brutal. Delicioso. Perfecto. Ella sintió
como si el fuego la consumiera. Corrió dentro de ella, irradiando un hambre
abrasadora. Su mano en el pelo se aflojó, y lo besó en la barbilla, a lo largo del
disco de barrido de la mandíbula y se arrastró por los ojos de color negro azulado
que amaba. A lo largo de su garganta. Sus manos se unieron a la boca en su
exploración, suavizando su piel caliente, amando los músculos que encontró allí.

Elías se quedó inmóvil, pero sentía su pulso saltar y la tensión en la recopilación de


su cuerpo. A él le gustaba el control, pero se lo estaba dando a ella. Ella le amaba y
planeaba tomarse su tiempo, recorriendo su cuerpo, el cuerpo que le pertenecía a
ella.

Sus dedos se colaron a través de su pelo, y él tembló cuando ella pasó la lengua
sobre sus pezones y luego los aspiro suavemente.

− He pasado mi vida solo, Siena. Soñando contigo. Sobre una chica que vi con el
pelo hasta la cintura, un pelo que quería ver distribuido en mi almohada y sentirlo
deslizándose sobre mi piel. Sabiendo lo que estaba haciendo. Sabiendo que no la
merecía y que nunca iba a merecerla.

Ella levantó la mirada hacia él, sus ojos se encontraron con los suyos. − No, Elías, −
advirtió, y dejó caer la cabeza hacia su musculado vientre. Tenía más de un
paquete de seis. No creía que fuera posible, pero no tenía más músculos en su
abdomen de lo que podía imaginar. Ella no sabía si era el leopardo en él, pero sí lo
era, su leopardo le había defraudado.

Él ignoró su cautela. − Tienes que saber, bebé. Tienes que saber exactamente lo que
significas para mí. Esos ojos tuyos. Dios, mi amorcito. Esos ojos. Soñé con tus ojos.
Me encanta mirar hacia ellos. Yo sabía lo que quería estar mirando en ellos cuando
hice que te vinieras. No tienes ni idea de cómo muchas veces me masturbaba,
pensando en su cuerpo exuberante y esos jodidos ojos suyos. Mi sueño de chica.
Todavía no puedo creer que estés aquí en mi cama.

Bookeater
Wild Cat
Le encantaba eso. Le encantó. Le encantaba que él pensara esas cosas acerca de
ella. La sinceridad sonaba en su tono. Su leopardo oyó y ella lo oyó y supo que le
estaba dando la verdad. Ella alisó sus manos por sus muslos, sintiendo los
músculos tensos y temblando bajo sus dedos errantes.

− Soy grande, bebé. Siempre se siente como si estuviera demasiado grande cuando
llego dentro de ti. Estirándote. ¿Te lastimo?, me pregunto. Y entonces no puedo
pensar más porque se siente tan jodidamente bueno que no puedo respirar. Haces
eso para mí, Siena. No puedo conseguir el aire en mis pulmones porque me agarre
tan fuerte y estás tan picante. Estrangulándome. Ordeñándome. Me siento en el
puto paraíso, bebé.

Ella levantó la cabeza, no para mirarlo a la cara, sino para examinar la parte
hermosa, perfecta de su anatomía de la que estaba hablando. Era grande.
Intimidante. Se veía como su hombre, al igual que su cara y cuerpo. Nada suave
sobre Elías. Estaba duro y sin vergüenza en ello. Ella curvó la palma de la mano
alrededor del eje grueso y uno por uno añadió sus dedos para formar un puño.

Su pene era largo y grueso y pulsando con calor. Con vida. Retiró la mano y se
inclinó para respirar aire sobre la cabeza caliente. Su lengua lamió tentativamente a
lo largo del eje y se instaló debajo de la corona. Su aliento explotó de sus pulmones
y casi se echó hacia atrás, con miedo de hacer algo mal. Pero luego volvió a hablar,
su voz tan áspera con necesidad, sabía que estaba en el camino correcto.

− Solo toda mi vida, aun en medio de mi familia, bebé. No podía demostrar mi


afecto a mi hermana. Infierno, no podía demostrar afecto ni por el perro.
Utilizaban esa mierda. Después de un tiempo, no sentí más, me entrene a mí
mismo para no hacerlo. Uno hace lo que tiene que hacer para sobrevivir y luego se
despierta una mañana sabiendo que eso es todo lo que está haciendo. Existir.
Sobrevivir. No hay razón para vivir. No tienes nada, y te avergüenzas de lo que
eres, porque todo el bien ha sido desviado hacia fuera. Uno se queda con lo que es,
cuando se mira en el espejo. Lo que ve. Y bebé, lo que veo no es bueno.

Bookeater
Wild Cat
Odiaba que él sintiera eso por él mismo. Lo odiaba con cada aliento de su cuerpo.
Ella necesitaba que supiera que era más de lo que su familia le había enseñado a
creer que era. Veía tanto o más en él. Ella siempre lo había hecho. Veía el bien. Ella
cerró la boca sobre esa pulsación, la cabeza aterciopelada y chupó con fuerza,
apretando el puño alrededor del eje grueso porque su mano se curvó alrededor de
ella y le reprimió. Era atractiva. Caliente. Sus caderas se levantaron solo un poco.
Lo suficiente para saber que le gustaba lo que estaba haciendo con él. Un gemido
escapó de su boca. Gutural. Sexy.

− Y entonces, la vez conduciendo en su convertible, con su sexi pelo, comiéndome


con los ojos, un cuerpo hecho en el cielo. Ella te mira como si fueras el único
hombre en este mundo de mierda. Esos ojos. Mirándote. Viéndote como algo más
que un asesino. Viendo al hombre. Así de hambrienta por él. Tú sabes que no
debes tocarla. Lo sabes, pero no puedes evitarlo. El maldito mundo justo en frente
de ti. Hace que te veas a ti mismo como un hombre, como algo que vale la pena, no
el asesino de mierda que formaron de ti.

No podía soportarlo. Su voz era tan cruda con la verdad, con lo que él creía de sí
mismo y de ella, y él le hizo saber que era algo tan especial, tan perfecta, que
quería llorar. En cambio, hizo todo lo posible para mostrarle lo que significaba
para ella. Que ella había soñado con él. De estar con él exactamente así. En su
cama. Dándole algo especial, un regalo de ella a él.

− Dios, bebé. Estás ahí. Justo ahí. El cielo de mierda. Yo sabía que sería el cielo. Esa
boca tuya.

Su mirada saltó a su cara. Estaba mirando hacia ella, sus ojos encapuchados.
Sensuales. Llenos de lujuria y de algo completamente distinto. Algo caliente, suave
y hermoso. Su corazón casi dejó de latir y luego comenzó a latir con fuerza. No se
detuvo, su boca moviéndose sobre él, deslizando su lengua hacia arriba y por
encima de él. Bailando. Golpeando. Su boca envolviéndolo. A la vez que lo miraba
a los ojos. Su aliento explotó fuera de él. Su rostro se oscureció. Era hermoso.
Maravilloso. Suyo. El poder era una cosa embriagadora, y sabía que estaba
llegando a él. Su voz cambió sutilmente. Esa suave, escofina de terciopelo, se
volvió un poco más ronca. Un poco más dura.

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Wild Cat
− Yo lo se mejor. Sé que eres condenadamente buena para mí, pero ahí estás. Y no
soy lo suficiente hombre como para enviarte en tu camino, porque eres la razón
por la que sobreviví a esa mierda. Eres la razón por la que me mantuve con vida y
protegiendo a mí hermana. Eres la razón, Siena.

Su corazón latía con fuerza, fundiéndose ante las cosas que le dijo, ella chupó con
fuerza y agito su lengua contra la cara inferior de la corona. Su aliento abandonó
sus pulmones. Lo oyó cuando su lengua se arremolinó, acomodándolo,
acariciándolo. Explorándolo. Tomándose su tiempo.

Ella se movió sobre él ahora, ondulando el cuerpo sin descanso, haciendo sus
propias exigencias, sus pechos deslizándose sobre sus muslos, raspando el cabello
contra sus pezones. Su boca le había trabajado. Ella estaba intimidada por su
tamaño e hizo la tentativa en un primer momento en tratar de llevarlo más
profundo, pero dejó que ella hiciera todo el trabajo, marcando el ritmo, y él nunca
la empujó.

Su mano izquierda fue a instalarse en su cabello. A ella le gustaba eso. Le gustaba


que le gustara el desorden sedoso que nunca podía mantener bajo control.
Descubrió que le gustaba su boca sobre él. La forma en que sabía. Caliente.
Masculino. A sal y especias. Tal vez era el leopardo en ella, porque ella no había
pensado que disfrutaría dándole placer a menos que ella fuera tan salvaje que
estuviera fuera de control, no de esta forma, una deliberada seducción, pero lo
hizo.

Verlo mirándola mientras lo tomaba más profundo era simplemente erótico y


envió pequeñas vetas de fuego lanzándose a su sexo. Húmeda de calor, el líquido
pulsaba entre sus piernas. La quemadura era tan caliente ahora que ella comenzó a
perder el control de sí misma. No había nada tentativo sobre la forma en que
utilizaba su boca o su mano en él. La forma en que la otra mano se desvió hacia sus
bolas, rodando suavemente, disfrutando de la sensación aterciopelada de él. Parte
de ello fue lo que le dijo acerca de sí mismo. La hizo todo más caliente, y ella sabía
que había logrado distraerla de ser consciente de sí misma o de tener miedo de
hacer algo mal. ¿Cómo podría ser algo malo cuando había desnudando su alma a
ella? ¿Diciéndole lo que significaba para él? ¿Haciéndole saber que ella era todo
para él?

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Wild Cat
Él gimió. Sus manos se apretaron en su pelo, la mordedura del dolor agudo. Sus
caderas se sacudieron, empujó su martillo más profundo por lo que él casi tocó la
parte posterior de la garganta. Una emoción se disparó por su espalda. Parecía
perdido en las sensaciones que creo. La expresión de su rostro era más que
suficiente recompensa. Tan hermoso. Así de masculino. Líneas de placer talladas
profundas, tan sensual y simplemente caliente. No se podía negar, se sintió muy
atractiva. La quemadura en su sexo se había salido de control, la tensión apretando
hasta que pensó que era posible que pudiera tener un orgasmo sólo viendo su cara.

− Baby, − se quejó en voz baja. – Estamos casi listos.

Le encantaba cuando él la llamaba. Pero ella no estaba a punto de terminar. Estaba


más grueso. Más duro. Más largo. Tratando de llegar. A ella. Ella lo reprimió
fuertemente con la boca, ahuecando las mejillas y usando la lengua. Él era un
hombre que nunca había tenido amor. Nunca había tenido cuidados. Él mismo se
había dado a ella, y ella quería que supiera que podría tomar tan buen cuidado de
él como él hacía con ella.

Su cuerpo se estremeció. − Eso es todo. Ven a mí.

Ella no había terminado. Ella amaba lo que estaba haciendo. Le encantaba la forma
en que la hacía sentir cuando lo miraba a la cara. Le encantaba que ella pudiera
darle tanto placer. Él se hizo cargo de ella, se encargó de cada necesidad, y estaba
decidida a hacer lo mismo. Lo necesitaba. Necesitaba saber que para ella, valió la
pena cada segundo que pasaba llevándolo al placer.

Se inclinó y la agarró por debajo de los brazos y la arrastró hasta su cuerpo con su
enorme fuerza. Antes de que pudiera protestar, él le dio la vuelta, de espaldas a su
frente y luego los rodo los dos, por lo que terminó boca abajo en la cama, su cuerpo
cubriendo el suyo. Se dejó caer de nuevo en sus pantorrillas, le cogió las caderas y
tiró de ella hasta las rodillas, deslizando una mano por su espalda para
establecerse entre los omóplatos.

Él empujó la cabeza hacia el colchón, manteniéndola inmóvil con una mano. La


emoción se encendió. Ella amaba en secreto los gruñidos retumbando en su pecho
y la forma en que sus ojos giraban del mercurio fundido a la plata. Le encantaba la
sensación de sus manos, con tanta fuerza, los dedos agarrándole, cavando en ella.

Bookeater
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− Si no te levanto, mi vida, hubiera terminado en tu boca. − Ahora su voz era un
gruñido también.

Siena estaba contento de que su rostro estuviera presionado en el colchón porque


no había manera de que pudiera ocultar su sonrisa de él. A ella no le habría
importado. Pero él pensó que todavía estaba protegiéndola, pero ella estaba más
allá de eso ahora. Le había entregado su confianza, y ella no iba jamás a volver a
desconfiar. Le había dado demasiado de sí mismo para que ella no se diera cuenta
de lo que significaba para él.

Una mano se transfirió a la altura de la nuca, manteniéndola en la posición que


quería. La otra se movió por encima de su parte inferior, frotando suavemente.
Trazó las marcas en la parte baja de la espalda, y se deslizó sobre las curvas de sus
mejillas firmes a la unión entre sus muslos.

Siena se estremeció. Sus dedos se movieron al interior de sus muslos, acariciando


en pequeños círculos justo debajo de su palpitante sexo.

− Abre las rodillas para mí, bebé, − ordenó en voz baja. − Todo lo que puedas.

A ella le gustaba eso también. Ella obedeció inmediatamente, extendiendo sus


muslos lo más amplio posible. Sus dedos no dejaban de bailar a lo largo de su piel.
Donde quiera que tocó, dejó atrás las llamas. Sus caricias eran tan ligeras que al
principio casi no las sentía, pero luego empezaron a dorar a través de la piel de ella
hasta su centro. Su vaina lloró por él. Creció más caliente. La tensión enrollándose
apretado. Ella empujó hacia atrás, buscando más.

Su mano se fue y el aliento dejó su cuerpo en una larga punta.

− Elías, − se lamentó.

− Compórtate, − ordenó. −Obtuviste tu diversión. Ahora tengo la mía.

Se suponía que era justo, pero estaba torturándola, y ella tenía la sensación de que
era mejor en ese camino que ella. Obligó a su cuerpo a estar quieto. Pero en el
momento en que su mano regresó, cerró los ojos y se dejó llevar por esa corriente,
lo que permitió que la sensualidad de su toque se la llevara.

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− Oh, Dios, cariño, − se quedó sin aliento. − Necesito más.

Él no respondió de inmediato, al menos no de manera verbal. Hundió un dedo en


su apretado calor, y el aire se apresuró de sus pulmones. Él empujó
profundamente y le llevó todo lo que tenía no empujar hacia atrás.

− Para que lo sepas, bebé, un hombre como yo nunca olvida la protección. Nunca
se olvida de usar un guante. Eres la única mujer en mi vida que logró hacerme
olvidar todo, que logro que me perdiera en su cuerpo.

Empujó un segundo dedo dentro de ella, estirando sus músculos tensos. Al mismo
tiempo se inclinó hacia ella y la mordió suavemente en la mejilla izquierda. El
choque de dolor mezclado con el placer que estallo a través de ella le dio vueltas a
la cabeza, el cerebro cortocircuitando al instante.

− No sólo no me puse un condón, me olvide del puto asesino a sueldo que sabía
que tenía que estar haciendo su acercamiento. En ese momento yo estaba ido en ti,
Siena, tanto que nosotros podríamos haber sido asesinados. Sabes muy bien que
toda esa mierda que te dije era eso simplemente, porque lo era.

Los dedos se retiraron y luego se adentraron de nuevo. Oyó la respiración llegar en


un sollozo desigual. Su boca se movió sobre sus nalgas, degustando la seda de su
piel, moviéndose hacia abajo por lo que la lengua podrían rastrear a lo largo de la
curva del pliegue entre el muslo y luego de vuelta a la mencionada curva de su
trasero.

Ella apenas podía pensar cuando sus dientes le mordieron una segunda vez
mientras sus dedos continuaban sumergiéndose dentro y fuera de ella. Ella jadeó.
Atrasada. Moliendo hacia abajo desesperadamente hacia los dedos, un sollozo de
necesidad, escapando. Solo así, sus dedos se habían ido. − No te muevas, bebé, −
dijo entre dientes. – Quédate quieta y déjame jugar. Voy a dejar mi marca en ti.

Bookeater
Wild Cat
El corazón se agitó a través de ella. La sangre corrió caliente a través de sus venas.
Le encantaba su voz, Le encantó la forma en que su mano se alisó sobre su piel, y
su boca se dirigió a la parte interior del muslo y el rastrojo de sombra a lo largo de
su mandíbula con la voz ronca en el interior de sus piernas. Luego estaba
chupando. Alto. Cerca del sexo de ella. Ella sabía que tendría una fresa allí. Se
sentía sexy y caliente. Muy caliente. Tanto que apenas podía respirar, su
respiración era entrecortada.

− Elías. − Su nombre salió en una declaración.

− ¿Hemos borrado la mayor cagada del siglo, o tenemos que trabajar un poco más
para sacar esa mierda de la cama de forma permanente?

Sus dientes rasparon a lo largo de la cara interna de su muslo. Cerca. Tan cerca de
su centro climatizado. Su sexo se contrajo. Ella se sentía casi desesperada.

− No quiero que se sienta con falta de confianza de nuevo, Siena, − continuó, su


voz oscura con el hambre y la lujuria. − No quiero que pienses en esa mierda de
nuevo. Y estoy seguro de que no quiero oír hablar de eso. Ningún hombre quiere
tener una cagada tan grande arrojada a su cara. ¿Me sigues?

Ella lo consiguió. Ella habría sonreído en el borde de su voz, pero su cerebro sólo
podía centrarse en la necesidad latiendo en ella. Cada célula de su cuerpo dolía por
él. Sintió la humedad en sus muslos internos. Su lengua lamió su pierna en un
gesto atractivo, un hambre que envío pulsos de líquido más húmedos a través del
canal de ella.

− Elías. − Ella sollozó su nombre, rogándole.

− Eso no es lo que quiero oír, bebé. − Su lengua acarició a través de su entrada,


recogiendo el sabor de la madreselva derramándose de su cuerpo.

Su cerebro estaba revuelto pero logró calmarse lo suficiente como para entender las
palabras. Le temblaba la voz, pero ella le dio lo que quería. − Creo que es seguro
decir que ha sido puesto fuera de la cama de forma permanente, Elías.

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− Era hora, − gruñó, y luego su boca estaba en ella.

Oyó su propio gemido de lamento cuando su lengua empujó profunda y succionó,


devorándola. No amable. No suave. Un hombre hambriento. Voraz. El contraste
entre la forma en que había jugado tan suavemente con ella, sus dedos suaves
sobre su piel, apenas allí, y ahora su lengua, los dientes y la boca en devastación la
envió a una espiral fuera de control.

Su cuerpo se reprimió, ondulando, el orgasmo impresionante corriendo sobre ella


antes de que tuviera la oportunidad de siquiera saber que estaba allí. No se detuvo.
Él la consumió, la reclamó con su propio cuerpo, comió en ella, sacando la crema
caliente y exigiendo más. No tuvo la oportunidad de recuperar el aliento antes de
que un segundo la golpeara incluso con mayor fuerza que el primero.

Ella cantó su nombre. Sollozó mientras el placer se casó con ella, fragmentando su
cuerpo y rompiéndola en piezas, en un millón de direcciones diferentes. Si no
hubiera sujetado sus manos alrededor de sus caderas, ella se habría derrumbado
sobre la cama. No se detuvo. Ni siquiera cuando la dicha amenazaba con llevarla
fuera de su mente y le suplicó, jadeando su nombre y apretando las sabanas en sus
manos a cada lado de la cabeza.

− No, bebé, quiero más, − susurró contra su entrada, su lengua lamiendo la crema
entre cada palabra. Sus dientes rasparon en su capullo sensible, y su vaina
convulsiono. Su cabeza se retorcía de ida y vuelta en el colchón, boca abajo, de lado
a lado, el cabello se derramaba a su alrededor hasta que ella no pudo ver.
Solamente eso intensifico las sensaciones. Su mano estaba repentinamente en el
pelo, recopilando la masa sedosa en su puño y tirando de su cabeza hacia arriba,
incluso cuando se arrodilló detrás de ella, con la cabeza ensanchada de su pene en
su entrada.

Por un momento su corazón pareció dejar de latir en anticipación, pero el orgasmo


a través de la rasgadura continuó pulsando y palpitando. Se dirigió hacia adelante
con fuerza. Enterrándose en el hogar, sepultándose hasta la empuñadura.

Bookeater
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En la posición en que la sostenía, él podría ir aún más profundo, quemándola con
su espesor y estirándola cuando él la tomó duro y rápido. El orgasmo aumento en
fuerza, agarrándolo, ordeñándolo, hasta que el fuego de la fricción la envió
tambaleándose al subespacio.

Sus dedos se clavaron en sus caderas y él tiró de ella de nuevo en él cuando se


lanzó hacia delante de nuevo y de nuevo, enviando los látigos de los rayos a través
de su cuerpo recto hasta la médula, hasta su vientre y en sus pechos. La montó
duro, un paseo deslumbrante sin fin, brutal y áspero, empujándola alto de nuevo.
La tensión en espiral con tanta fuerza dentro de ella, que temía que su mente se
desbarataría esta vez.

El miedo se deslizó por su espalda, pero eso sólo pareció añadirse al edificio
ardiente de necesidad en su interior. Parecía insaciable, exigiendo más de ella.
Maldijo en su idioma, su voz áspera, una escofina sobre su piel, el sonido
acariciando su interior.

− Así es. De jodidamente. Hermosa. − Mordió las palabras. − Me estás matando


bebé. Abrasador. Estrangulándome con fuego. Putamente hermosa. Dámelo otra
vez.

− No puedo... − Ella no podía. No otra vez. Pero él era implacable, golpeando


dentro de ella, obligando a su cuerpo a construirlo y apretarse. Enrollándose más y
más fuerte. Elevándose más y más alto. − Elías. − Una vez más, sollozó su nombre,
sus uñas clavándose en sus manos a través de las sabanas. Ella iba a venirse aparte,
y esta vez no habría forma de recomponerla de nuevo, ya que cada orgasmo se
había hecho más grande. Más fuerte. Y habían durado más.

− Para mí, bebé. Dame ese regalo otra vez, − susurró.

Ella lo sintió, ya muy grande, y engrosándose más. Estirándola, golpeteando


incesante y aumentando en la fuerza. Su cuerpo exploto. Se sujetó con fuerza a él,
arrastrándose sobre su eje de acero, bañándolo con líquido caliente, pero tan fuerte
que la fricción amenazó con prenderlos a los dos en fuego.

Bookeater
Wild Cat
Ella gritó, el sonido arrancando de su núcleo, a través de su vientre y los pechos y
fuera de su garganta. Volvió la cabeza para amortiguar el sonido en el colchón, su
llanto aterrorizado traería a los guardias de seguridad corriendo para salvarla. El
cuerpo de Elías se hinchó aún más, estirándola a través de la fuerza de su orgasmo,
rayando el fuego a su alrededor, chorros calientes de su semilla disparándose
profundo.

Se tardó muchísimo que su cuerpo se calmara, instalándose en réplicas de


ondulación que mantuvieron su cuerpo estremeciéndose directo con el de ella.
Elías presionó besos por la espalda, los brazos se cerraron alrededor de las caderas
de ella.

− ¿Estás bien, bebé? − Le preguntó cuándo logro poner su respiración bajo control.

− No sé, − respondió ella con sinceridad. − No te muevas.

− No te preocupes, mi amor, que sería imposible en este momento. Estoy drenado


del todo. Mi cerebro se frío directo junto con mi cuerpo.

A pesar de que le aseguró que no se movería, se deslizo fuera de ella, su pesado


martillo arrastrándose por encima de su capullo sensible por lo que otro violento
terremoto entró por ella. Ella se habría derrumbado hacia adelante, pero él le dio la
vuelta a su lado, metiéndola junto a él, con la cabeza en su pecho. El movimiento
de su pelo en su piel envió una quemadura corriendo por sus venas. Se quedó
mirando hacia el techo, su respiración entrecortada y dificultosa, mientras trataba
de introducir aire en sus pulmones quemando. Su cuerpo se sentía como si
estuviera flotando. Su mente estaba en otra parte. Volvió la cabeza lentamente para
mirar a Elías. Sus características, siempre duras, siempre cerradas, eran un libro
abierto.

El corazón le dio un salto mortal. El estómago hizo lo mismo. Casi se había


escapado, y si lo hubiera hecho, nunca habría visto esa mirada. Suave. Amorosa.
Tan hermosa. Toda para ella. Instintivamente sabía que nadie aparte de su hijo
volvería a conseguir ver esa mirada. Estaba reservada para ella y los hijos que
tendrían.

Bookeater
Wild Cat
Ella consiguió darse la vuelta, manteniendo una mano sobre su vientre para evitar
que se moviera. Ella la arrastro por su cuerpo. Tan fuerte. Todos esos músculos
cordados, sobre toda esa piel dura y caliente. Suyo.

− Baby, − sopló con suavidad. − ¿Qué estás haciendo?

− Silencio, − le ordenó. Ella podría encontrar su lado mandón cuando lo necesitaba.


− Estoy viendo a mi hombre, tomando cuido de él.

Le encantaba cuidar de él. Nadie más había hecho eso. Nunca había tenido quien
lo cuidara. O quien lo amara. Ella iba a darle todo eso a él, mimarlo como ningún
otro hombre había sido echado a perder. Siena no tenía idea de que la impulsaba,
pero tenía que cuidar de él. Limpiarlo. Acurrucarse junto a él, en él, para que
supiera que estaba allí, que siempre estaría allí, para él. Era importante que él
entendiera lo que tenía, lo que tenían, en su mundo.

Sus manos inmediatamente fueron a su pelo, prodigando caricias, pasando la


mano a través de los hilos de seda, mientras él esperaba a ver qué iba a hacer. A
ella le gustaba eso también. Que tan mandón y controlador que podía ser, él le
permitía hacer lo que quería, lo que, obviamente, era importante para ella.

Ella besó su vientre, usando las yemas de sus dedos, tomándose su tiempo, como si
estuviera memorizando su cuerpo. Ella besó su camino a lo largo de los huesos de
la cadera y luego comenzó a rodar hacia él con suavidad, casi con reverencia, la
boca y la lengua bañándolo, limpiando los olores combinados de su cuerpo. Su
mirada fue a su rostro mientras presionaba besos a lo largo de sus muslos y lo
lamía con su lengua.

Elías cerró los ojos, el rostro de un hombre satisfecho o leopardo. A ella le


encantaba poner esa mirada allí. Caliente. Húmeda. Ella lo lamió con amor. Ella no
le había dicho, pero ella trató de mostrárselo. Usando su lengua de terciopelo.
Chupando y lamiendo cuando ella lo limpió, prestando atención a los detalles, su
eje, y la parte inferior de la corona, su saco pesado, la parte delantera de los
muslos. Se tomó su tiempo. Fue exhaustiva. Fue amoroso. Quería que fuera a
dormir sabiendo que le importaba. Y que se sintiera amado.

Bookeater
Wild Cat
Se arrastró hacia atrás por su cuerpo y su brazo se apretó alrededor de ella,
encerrándola con él. Cuando ella inclinó la cabeza para mirarlo, sus ojos estaban
abiertos, moviéndose sobre su cara en la forma de un leopardo. Toda plata.
Fundidos. Posesivos. Suaves con amor. Su estómago se agito y luego hizo un rollo
lento.

− Me destrozas, bebé. Destrózame. No sé lo que he hecho para merecerte, Siena,


pero no puedes hacer esto, darme esta belleza y volver a caminar lejos de mí.

− ¿Se siente como si yo quisiera alejarme, Elías? − Había pensado que era la única
sin confianza. La que siempre se preguntaría si ella era lo suficientemente buena y
si él realmente la quería, pero se dio cuenta de que él se sentía de esa manera.
Pensaba que no era lo suficientemente bueno para ella.

Él tomó su boca. Duro. Agresivo. Ella le dio su sabor combinado, y se despojó de


ella, sujetándose a él, el puño apretado agrupado en su pelo.

− Tan jodidamente hermosa, Siena, − susurró contra su garganta.

Se trasladó entonces, deslizándose en la cama, a su lado, ella se volvió hacia él a su


lado, frente a frente. Un muslo se deslizó entre los suyos. Encerró su brazo
alrededor de su cintura y la apretó contra él.

− He querido hacer esto desde la primera vez que te vi dormir, Siena, − dijo. −
Tienes senos bonitos. Me encanta mirarlos. Y saber que son míos. − Su lengua
lamió su pezón, y en el interior de su sexo, su cuerpo se convulsionó de nuevo. −
Quiero ir a dormir así. Contigo en mi boca.

La idea envió una espiral de calor a través de su torrente sanguíneo de nuevo. No


había manera de que su cuerpo se resistiera, pero no podía hacerlo cuando él
hablaba así. Una mano ahueco la parte inferior de sus pechos y, a continuación,
comenzó a bajar su cuerpo hasta que su palma encontró su vientre relajado.

− Mi bebé está aquí. Creciendo dentro de ti, mi amorcito. ¿Sabes lo que eso hace a
un hombre como yo? ¿Saber que tengo una familia? Quiero ponerte un anillo en el
dedo, bebé, darte mi nombre, pero tenemos que ordenar un montón de mierda en
primer lugar. − Su mano se deslizó más lejos hasta que se detuvo sobre su
montículo.

Bookeater
Wild Cat
Su boca se quedó en su pecho para que pudiera sentir el calor de su aliento. −
Quiero que duermas conmigo dentro de ti. Mi bebé. Mi semilla. Mi boca en su
seno. Mis dedos dentro de ti.

− No estoy segura de que pueda ir a dormir de esa manera, cariño, − ella dijo con
honestidad, − pero si quieres eso, voy a tratar. − Su boca acarició su pecho mientras
sus dedos buscaban su entrada. Dos dedos se deslizaron dentro de ella. Al instante
su apretado canal le reprimió, sujetándolo a ella. Todo su cuerpo reaccionó a esa
íntima cercanía. Cada célula.

− Esta noche quiero caer dormido dentro de ti, − susurró.

Ella extendió la mano y enredó los dedos en su pelo. − Ven a dormir, Elías, −
susurró ella, ya a la deriva. Agotada. Contenta.

Bookeater
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13

Elías despertó, su leopardo gruñendo. Alguien estaba cerca. En la sala. Él


escuchó y supo por el relleno de los pies que uno de los hombres estaba
patrullando cerca. Les había pedido que lo hicieran, preocupado de que Paolo
pudiera encontrar un camino hacia el interior.

Siena estaba cerca. Desnuda. Su cuerpo blando. Lozano. Suya. Profundamente


dormida, ella era tan hermosa como cuando que estaba despierta. Estudió su
rostro. Parecía una Madonna, la larga extensión de sus pestañas oscuras contra su
piel pálida. Ella le quitó el aliento cuando la veía así.

Amaba sobre todo su rostro. La forma ovalada del mismo, sus pómulos altos, su
exuberante y besable boca. Atractiva. Se veía sexy cuando ella envolvió sus
deliciosos labios alrededor de su pene. Así de atractiva. Sus grandes y exóticos ojos
mirando hacia él y su pelo cayendo en ondas largas a su alrededor, rozando su
piel. Ella estaba más allá de cualquier fantasía que hubiera tenido de ella, y lo que
había hecho después...Su boca y la lengua sobre él. El cuidado que había tomado.
No se lo había pedido, ni una vez le pidió una cosa así, pero ella le había hecho
sentir como si ella lo adorara. Como si él fuera la persona más importante en su
mundo y se tomara su tiempo para cuidar de él. Ella no había tenido prisa,
limpiándolo a él con su lengua de terciopelo suave. Lamiendo arriba y abajo de su
eje, en el interior de sus muslos.

Él cerró los ojos, su cuerpo se agitaba con el recuerdo. Tan hermosa. Tan
impactante. Completamente inesperada. El hecho de que ella lo trataría así,
limpiándolo y disfrutándolo, lo dejó destrozado por dentro.

Bookeater
Wild Cat
Ella estaría siempre dentro de él. Cada idea preconcebida que tenía sobre la
intimidad entre un hombre y una mujer había desaparecido. Ella le había hecho
sentir como un buen hombre. Un hombre digno de una increíble mujer.

Su cuerpo estaba cerca. Se envolvió en el débil aroma salvaje, exótico que era único
de ella. Su cuerpo era tan exuberante como su boca, lleno de curvas suaves, un
cuerpo en el que un hombre podría perderse y en el que querría conseguir hacerlo.
Se inclinó y le dio un beso en su vientre, justo donde su hijo estaba creciendo en
ella. Un pequeño milagro. Siena era el verdadero milagro. Ella parecía ser capaz de
aceptarlo tal como era. Ella lo tenía, incluso se lo dijo he hizo ver en su idioma. Ella
sólo...lo amaba. No se lo había dicho. Ella no había utilizado las palabras, pero él lo
sentía en cada golpe de su lengua. Como si eso no fuera suficiente, ella le había
dado más. Ella le había dejado quedarse dormido, con su boca sobre la de ella, sus
dedos en ella.

Un leopardo camino justo fuera de la puerta, y él se puso rígido. Se le necesitaba.


Él sabía que la mañana había desaparecido, junto con la mayor parte de la tarde. Él
quería estar a solas con Siena, sin el equipo de seguridad. Sin las amenazas contra
su vida. A la suya.

Él negó con la cabeza mientras lentamente, con gran renuencia, se retiró de entre
los muslos de ella. Es probable que no supiera qué hacer con la normalidad. Sin
saber que cada segundo de su existencia, alguien conspiraba contra él. Eso era
normal, pero él no quería eso para Siena o sus hijos.

En el momento en que se movió, su brazo se apretó alrededor de él y murmuró


una protesta. Su corazón se desplazó. − Vuelve a dormir, mi amorcito, − dijo en voz
baja.

Sus largas pestañas se levantaron, y se encontró mirando fijamente a la mirada


penetrante de esos ojos verde esmeralda. − ¿Que pasa cariño?

Él sabía que su expresión no había cambiado. Él no parpadeó. Él simplemente se


quedó mirando a esta mujer que tan fácilmente se había llevado su corazón y su
alma. Aun así, lo sabía. Su corazón se agitó cuando ella lo llamó cariño. Le
encantaba la forma en que la palabra salía de su boca y la mirada suave en sus ojos
cuando la decía.

Bookeater
Wild Cat
− No hay nada de qué preocuparse, bebé, − dijo, y pasó el dedo sobre el pezón,
viéndolo formar un pico duro. Distrayéndola.

Se estremeció, respiró, pero se sentó, empujando el pelo largo que ninguno de ellos
había trenzado antes de que se hubieran quedados dormidos. − Dímelo, Elías.

− Dije que no te preocuparas por ello, − repitió. Esta vez usó su áspera voz de
leopardo, la que nadie desafiaba.

Ella levantó la barbilla hacia él. Levantó la barbilla. La barbilla desafiante que hacía
que su pene se pusiera más duro que una roca y hacia que su leopardo gruñera y
saltara hacia la superficie.

Él negó con la cabeza, los ojos brillantes, más gato que humano. El leopardo rugió
con salvaje y brutal necesidad de dominar. – Mierda, retrocede, Siena. Esta mierda
no estará en contacto contigo más de lo que ya hizo. Este es mi desorden. Mío. De
Drake. Y de su abuelo. No tiene sentido que estés atrapada en el medio de esto, y
aunque sea la última cosa que haga, me asegurare de que estés segura y fuera de
esto.

Su boca se abrió y se cerró con un chasquido, cuando sus ojos verdes oscuros del
verde esmeralda fueron al color de un bosque peligroso. Su rostro enrojeció. − ¿Me
acabas de decir que retroceda y la palabra M?

Ella sonaba incrédula. Molesta. Adorable. Su cuerpo, ya estaba dolorosamente


duro, empezó a arder. El calor se precipitó por sus venas. Los pequeños martillos
neumáticos empezaron disparar en su cabeza. Intentó respirar lejos de la
necesidad.

− ¿La palabra M? Bebé. − No había nada que detuviera su sonrisa. De ninguna


manera. Quería inclinarse y besar su boca.

− No te atrevas a reírte de mí, Elías, − espetó ella. − Para tu información, esta


mierda es mi mierda. Yo la he traído conmigo. Nunca fue tuya. Así que tengo todo
el derecho a saber lo que está pasando y ayudar a decidir qué hacer al respecto. −
Ella se acercó más, inclinando la cabeza hacia él. − ¿Me entiendes?

Bookeater
Wild Cat
Que carajo. Esa inclinación de la cabeza. Ella iba a terminar follada y ni siquiera lo
sabía. − Sí, nena, te entendí, pero es mejor que me entiendas a mí. − Él le enmarcó
la cara con las dos manos, y su pene se sacudió con fuerza contra su estómago. Su
cuerpo se movió agresivamente en contra del de ella. − Mi mujer no tiene mierda
tocándola, suya o mía. Te daría el mundo, caminaría sobre el agua por ti, te dará lo
que sea que creas que quieres, pero no esto. Esta mierda no te toca de nuevo.

Él cerró la boca en la de ella, usando su peso para llevarla de vuelta al colchón. Su


cuerpo era suave, todas las curvas exuberantes, y pasó una mano por encima de
ellas, deteniéndose a tirar de su pezón, rodándolo entre el pulgar y el dedo duro.
Se quedó sin aliento en su boca, arqueando la espalda.

− Abre las piernas, − instruyó contra su boca. Besándola. Devorándola.


Reclamándola.

− Elías. − Ella puso una mano en su pecho, tratando de empujarlo.

Él cogió ambas muñecas en una de sus manos y las cerró por encima de su cabeza,
manteniéndola inmovilizada allí mientras que la otra continuó viajando sobre su
cuerpo. – Carajo. En este puto momento, Siena. Abre tus piernas para mí.

Su boca estaba de nuevo en la de ella, capturando su protesta conmocionada.


Tomando el sabor de ella en él, la miel dulce que nunca oculto de él, ni siquiera
ahora, cuando se encontraba mandón y molesto. Ella abrió las piernas. Él la
recompensó con un pellizco en la barbilla y un mordisco en el cuello que se
convirtió en una fresa agradable.

− Grande, bebé, envuelve tus piernas alrededor de las mías. − Le mordió en la


curva de su pecho, dejado otra fresa, amaba ver sus marcas en ella.

Ella obedeció, enganchando sus piernas alrededor de sus caderas.

− ¿Estas húmeda para mí? − Él sabía que lo estaba. Él sabía que le gustaba mandón.
Era más, ella amaba sus besos. Ásperos. Dulces. A su mujer le gustaba todo. −
¿Estás lista, bebé? Porque yo estoy quemando.

− Suéltame las manos. Quiero tocarte. − Sus caderas se resistieron bajo las suyas.

Bookeater
Wild Cat
− No. − Dejó una serie de fresas a través de sus pechos y luego succionó. Fuerte.
Utilizando la palma de su lengua. Sus pechos eran sensibles, y todo su cuerpo se
resistió. Su respiración se hizo entrecortada.

Ella trató de liberar sus manos, pero él la mantuvo clavada. − Usted no gano eso,
bebé. Discutiste conmigo primero.

Se quedó quieta, la furia reuniéndose en sus ojos. Amaba irritarla. Amaba esa
belleza, y era fácil sacarla de quicio. Apasionada. Se podría decir que la asustaba,
pero no tenía ninguna duda de que iba a ir en contra de él. Incluso mientras miraba
hacia él, sus caderas empujaron contra las suyas.

− ¿Yo no gano eso? − Dijo entre dientes, su leopardo tan cerca como el de él. Guio
su pene a su entrada caliente, al paraíso que sabía que estaba allí. Ella estaba
goteando. Regando. Así de abrasador que no había manera de que esperara. Y no
lo hizo. Se enterró en el hogar. Duro. Brutal. De la forma en que le necesitaba. La
forma en que la necesitaba.

Su vaina se cerró sobre su pene, estrangulándolo, en pura seda, un brutal y


hermoso puño que él trabajó mientras se clavaba dentro y fuera de ella. Sus
caderas se levantaban para encontrarse con cada empuje, su cuerpo se sacudía, los
pechos empujando hacia arriba y se movían con cada golpe profundo. Su cara era
una máscara de belleza pura, la pasión sensual en cada línea, los ojos oscuros de
deseo y un poco aturdidos, como a él le gustaba verla, como si tomará su mente y
la llenara con él.

− Más, cariño. Lo necesito más duro, − susurró.

− Has ganado de regreso tus manos, bebé, − se las arregló para morder a cabo
entre los dientes. Soltó sus muñecas, envolvió sus brazos debajo de sus rodillas y
tiró de ella de abajo hacia arriba, doblándola casi a la mitad, dándose a sí mismo
más influencia.

Bookeater
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Al instante sus manos fueron a sus nalgas, los dedos excavando profundo. Sintió
las afiladas uñas hundiéndose en él, instándolo a tomarla con más fuerza. Sí. A ella
le gustaba su forma mandona. A ella le gustaba su protección. A ella le gustaba su
hombre a cargo. Ella podía ser que no lo supiera, pero definitivamente respondia a
sus órdenes.

Se perdió en ella, enterrándose profundamente en ese remanso de felicidad pura.


Se dejó ir a otro lugar en el que no estaba cubierto de suciedad y mierda. Donde él
estaba limpio y su mujer lo adoraba a él. Donde podía vivir libre y sentirse como
un hombre en lugar de un puto asesino con sangre en sus manos. Ella le daba eso.
Ella lo sostuvo con ella, lo envolvió, sintió ese regalo aun cuando ella le estaba
consumiendo, el fuego rabiando más caliente de lo que nunca lo había hecho.
Podía oír los pequeños ruidos que hacía en su garganta. Frenética. Sollozando su
nombre. Música. Dulce. Sexy. Se quedó mirándola a la cara cuando él aumentó las
embestidas brutales. Salvaje ahora. No podía tener suficiente de ella. No había
podido hundirse lo suficientemente profundo. Los balanceo a ambos.

Él sintió su edificio. Bobinando. Su vaina lo agarró con fuerza. Tomando medidas


drásticas. − Espera, − dijo entre dientes. − Espérame.

− No puedo, cariño, − se quedó sin aliento.

− Maldita sea, espérame, − gruñó, aumentando el ritmo, golpeando con más fuerza.
Dejándose llevar. Quemándose de adentro hacia afuera. Sus dedos se hundieron
profundamente, pero ella se mantuvo para él. Se defendió del tsunami, que estaba
construido y construido. Él lo sintió a continuación, viniéndose los dos, una onda
de marea, tirándolos a ambos alto, consumiéndolos, quemándolos tan limpio, tan
limpio que no se reconocía a sí mismo. Ella hacia eso a él, volviéndole al revés
hasta que estaba en piezas dispersas a sus pies.

Hundió la cara en su cuello, sus dientes en su piel. Su corazón latiendo con fuerza
mientras la tierra se movió toda alrededor de él, sacudiéndolo. En el fondo, donde
nadie podía ver, dejó que el miedo barriera a través de él. Él había perdido todo lo
bueno en su vida prácticamente antes de que su vida aún hubiera comenzado.
Ahora estaba Siena. Ahora tenía un don inestimable, un tesoro tan inesperado y
hermoso, que él sabía que si se lo quitaban no sobreviviría intacto.

Bookeater
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Sus brazos alrededor de él, con las manos deslizándose por el brillo del sudor en la
espalda. Él le permitió a sus piernas caer sobre el colchón, enviando ondas de
réplica a correr a través de los dos. Él cerró los ojos y respiro sus esencias
combinadas, sintiéndose saciado. Él sabía que no iba a durar mucho, pero con su
aroma en él y su cuerpo blando y acostado junto a él, su polla dentro de su capullo
térmico, se sintió contenido.

− Cariño, date la vuelta, − susurró en voz baja. − Me estás aplastando.

Él lo estaba haciendo. Él lo sabía. Él le había dado su peso, pero lo necesitaba.


Necesitaba sentirla debajo de él. Suya. Pasó la lengua en la marca de mordedura en
el cuello y luego accedió, haciéndolos rodar por lo que estaba tirada encima de él.
Ella levantó la cabeza, sus ojos verdes moviéndose en su rostro, viendo también
mucho. No podía darle más, o podría estar tan perdido que nunca iba a encontrar
su camino de salida. Él tenía un trabajo que hacer, uno que requería al bastardo. Al
asesino. No al hombre que vio en sus ojos.

Movió sus caderas, dejándose deslizar fuera del refugio de su cuerpo mientras
rodaba fuera de ella. − Me tengo que ir, bebé. Drake me espera.

Ella le inmovilizó con sus ojos verdes. Ojos de gato. Centrados. Resplandecientes. −
Puedes permanecer aqui hasta que todo esté terminado, Elías. − Ella sonaba casi
tan mandona como él lo hacía, a pesar de que ella era adorable, se movió por su
cuerpo, manteniendo una mano sobre su vientre, los dedos extendidos a lo ancho.
− Eres un culo tal a veces. − Ella susurró la acusación, inclinando la cabeza hacia
sus caderas, lamiendo a lo largo del hueso. − Tuviste tu diversión y no te estás
moviendo hasta que yo lo diga. ¿Lo tienes?

Hundió sus manos en ese grueso cabello con la intención de jalarlo para tirar la
cabeza hacia arriba, y evitar que l deshiciera más, pero realmente no se podía
separar de ella. O llevarlo lejos de él. El solo se quedó allí, con las dos manos
acariciando la masa de su pelo, toda esa seda. Se movió sobre su piel mientras ella
comenzó a limpiarlo. Usando su boca. Esa cálida, y suave boca, y la escofina de
terciopelo de su lengua.

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− Dios, mi amorcito, lo tengo. − Ella lo estaba matando. Trayéndolo a la belleza
cuando toda su vida había sido una puta pesadilla. La emoción brotó, amenazando
con ahogarlo. Sintió la quemadura detrás de los ojos y casi se retiró fuera de ella,
su cuerpo ya rígido. Ella estaba despojándolo, desnudándolo. Quitando, capa por
capa, la armadura con la que había pasado toda una vida, cada vez más alrededor
de su corazón y alma. Ella lo vio. Desde la profundidad donde se escondía el
pequeño trozo de humanidad, que era vigilado encogido. Protegido. Ella tenía eso.
Ella vio eso. A cualquier otra persona la habría matado. Pero Siena...Él pertenecía a
ella. En corazón y alma. Ese último pedazo de él estaba en sus manos. Se lo había
dado a ella sin saberlo, y era demasiado tarde para tomarlo de nuevo.

− ¿Cariño?

Ella susurró la pregunta suave contra su eje. Sintió la vibración a través de su


cuerpo. Sus dedos dando caricias allí y luego más abajo, a sus bolas de repente
adoloridas. Tomándose su tiempo. Prestándole atención a la parte interior de sus
muslos, su boca después de sus manos. Se estremeció. Poniéndose tenso. Así de
vulnerable que temía que fuera a estallar en mil pedazos y él nunca sería el mismo.

− ¿Qué es? Dime. − Eso fue susurrado contra la base de su eje. Su lengua se curvó.
Lavando alrededor de la base de su pene, encontrando cada arruga y enviando
ondas de calor a montar en su eje. Sangre que se agrupo bajo. Malvada.
Pecaminosa. Su milagro personal.

− No puedo dejar que toque algo de toda esa mierda vil, bebé. Jamás. No quiero
que te enojes conmigo porque yo soy quién y lo que soy. Tengo que protegerte.
Mantenerte así. Mantenerse a salvo y proteger esa inocencia en ti. Tengo que
hacerlo. − Dios. Su voz era tan cruda que quemó su garganta.

− Está bien. − Ella lamió su eje, su lengua enroscada en torno a él y luego le dio un
beso a la corona. Su lengua saboreó las gotas de esperando allí.

− ¿Todo bien? − Repitió, susurrando porque no podía encontrar su voz. No creyó


que su pequeña fogosa aceptara eso sin luchar.

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− No voy a enfadarme, Elías, − prometió ella, presionando besos a su eje. − Sólo
relájate y deja que te muestre lo que siento por ti. Quiero que me escuches cuando
estoy hablándote, diciendo lo que tengo que decirte. – Ella presiono otro beso en la
corona acampanada y luego su boca lo envolvió. Lo tomó. Tragando todo de él.
Todo su cuerpo volvió a la vida. Cada célula. Había estado semiduro y al instante
se hinchó. Grueso. Alargado. Ella hablaba muy bien, y él estaba oyéndola. Él
acababa de llegar y había llegado con fuerza y de repente estaba ardiendo.
Caliente. La boca de ella envolviéndolo, frotando la lengua y bailando, curvándose
a su alrededor, frotando la parte inferior de la corona en ese punto dulce.

Él abrió la boca para advertirle, pero no salió nada. Ella lo tomó rápidamente y
pudo sentir sus bolas apretándose, duras como piedras gemelas, hirviendo con
necesidad. Ella lo devoró, succionando duro, frotándolo con su lengua, sus manos
se movían sobre sus muslos, ahuecando su salida, prensado entre sus nalgas. Se
encontró empujando en su boca, y él honestamente no sabía quién tenía el
controlar. No se sentía en control. Se sentía loco de deseo. Con amor. Con todo lo
que un hombre podía sentir por una mujer y más. Sus puños se apretaron en su
pelo, sosteniendo su cabeza hacia él. Eso no la asusto ni la disuadió a ella.

Golpeó la parte posterior de la garganta y sintió su estrangulación, y luego ella


respiró hondo y lo llevó más profundo. Tragándolo. Él le masajeo los músculos de
su garganta, lo que pudo. Dándole algo tan hermoso que casi no podía
comprender. Estaba aturdido, sorprendido, bombeando dentro de su boca,
guiándola a ella con su propio cabello.

Su boca estaba caliente, apretada y no se detuvo. Ella hizo unos pequeños ruidos
desesperados, como si no pudiera tener suficiente de él. Como si ella estuviera tan
hambrienta de él, que estaba frenética. Cada sonido que hizo vibró a través de su
pene, añadiéndose al fuego abrasador. Sus dedos se clavaron profundamente en
sus nalgas, instando a sus caderas a moverse dentro de ella. Su boca se apretó
mientras se movía dentro y fuera. Entonces él estaba allí. Él sintió que se movía a
través de él, destrozándolo. Chorros calientes de su esencia se vertieron en ella, por
su garganta, y la succión se suavizó, ablando, se convirtió en tierna y dulce.

Elías estaba allí, cubriendo una parte de sus ojos, respirando profundamente,
incapaz de procesar lo que acababa de darle. Lo que todavía le estaba dando. Sus
ojos ardían como un hijo de puta. Tenía la garganta cruda.

Bookeater
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Por primera vez sabía cómo se sentía el amor verdadero. Intenso. Espeluznante.
Doloroso. Tan jodidamente doloroso. Él era Elías Lospostos. Casi todos los
miembros de su familia habían sido más que brutales y viles. Ahí no existía lo
dulce. No estaba limpio, y no había ninguna mujer queriéndolo y adorándolo.

− No te merezco, Siena, − se atragantó.

Ella lamió su eje, sobre la corona sensible, y luego presionó besos sobre él,
besándolo hasta llegar a su vientre, donde apoyó la cabeza. Su pelo se deslizó
sobre él como una cubierta de seda.

− Me mereces, Elías. Eres arrogante y mandón, y voy a tener que golpearte de vez
en cuando, pero tu dulzura me quita el aliento.

Deslizo sus dedos por su cabello. − Baby, realmente me tengo que ir. Toma un baño
caliente o vas a estar adolorida. Y no quiero que estés adolorida por razones muy
egoístas. Tan pronto como me ocupe de lo que sea que Drake me necesita, te
prepararé la cena.

Volvió la cabeza, la barbilla clavándose en su vientre, con los ojos en su rostro. −


Me gusta que me cocines.

− Soy un buen cocinero. − Disfrutaba de cocinar. Le recordaba a su abuela, la única


persona en su vida, que había sido muy buena con él.

− Yo no lo soy. Pero quiero aprender. ¿Me enseñarías?

− No me importa ser el que cocina.

− Me gustaría aprender al menos cómo hacer algunos platos. Eres mío, cariño, −
dijo suavemente, presionando un beso en su vientre. − Cuidas de mí, sin embargo
es necesario, que sepas que yo voy a cuidarte a mi manera, de la manera que
necesito. Tienes que darme eso. Eso incluye en la cocina y en nuestra cama.

− Siena. Mujer, me estás matando. − Porque era cierto. La verdad absoluta.

Bookeater
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Ella levantó la cabeza, la barbilla hacia atrás contra su abdomen, sus ojos verdes
moviéndose en su rostro. − ¿Puedes hacer eso, Elías? Déjame tener esto. Déjame
tenerte todo. − Estiró su cuerpo sobre el suyo, se sentó, a horcajadas sobre él. Se
apoyó en él, besando el hueco de su garganta mientras sus manos recorrían su
pecho.

Ella arrastro besos por el centro del pecho hasta el ombligo. − Eso significa hablar
conmigo cuando estás enojado o molesto. Que me des orientación para poder darte
todo lo que necesitas. − Su mirada saltó de nuevo a su rostro. − ¿Puedes darme eso?

Su corazón casi se detuvo en su pecho. Se sentó a horcajadas sobre él, su sexo


presionado el suya. Su cuerpo estaba derecho, sus pechos sobresaliendo hacia él,
grandes y atractivos. Suya. Su estrecha caja torácica y la pequeña cintura hacían
hincapié en la curva de sus caderas. Toda suya. Su expresión era suave. Tierna aún.
Suave como su piel y sus exuberantes curvas.

− Puedo hacer eso, mi vida, − él estuvo de acuerdo. Apenas podía pasar las
palabras por todo el nudo en su garganta.

Ella lo estaba matando y ella ni siquiera lo sabía. Ella estaba pelando el hombre
que había sido y dejando escapar el que quería ser, para ella. Él sabía que ella
estaba envuelta tan apretada alrededor de su corazón que no había ni una forma
de escapar. Haría cualquier cosa para mantenerla. No se atrevió a mostrarla al
resto del mundo. Él iba a tener que caminar en una línea muy fina para mantenerla
a salvo.

Ella presionó otro beso en su vientre, deslizó su mano por su pecho y se desplazó
fuera de él. − Voy a tomar un baño caliente y luego me uniré contigo en la cocina
para mi primera clase de cocina.

− Usa esa falda larga suya para mí. La que tiene todos esos volantes que caen al
suelo – A Él le encantaba verla en esa falda. Ella encarnaba lo femenino. Desde la
primera vez que había conocido a Siena, ella había amado las cosas de chicas. Ella
no era de las chicas que llevaban pantalones vaqueros. Ella tenía y se los colocaba,
pero ella definitivamente prefería las faldas.

Bookeater
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Ella le sonrió. Suave. La expresión de ella tomando su aliento, sus ojos burlones. –
Así podrás preguntarte si llevo o no, bragas debajo de ella mientras estás
cocinando para mí.

Le agarró de la muñeca mientras se deslizaba fuera de la cama, deteniéndola,


mirándola desde donde estaba. Ella estaba desnuda. Toda piel desnuda y curvas
exuberantes. Hermosa. − ¿A quién perteneces, Siena?

Sus ojos verdes flotaron en su rostro. Por encima de su cuerpo. tocándolo sin llegar
a rozar sus dedos sobre su piel. Sentía esa mirada. Quemándolo. Reclamándolo.
Junto con la suave posesión había sensibilidad. Cosas que anudaron su vientre aún
más. Ese miedo se encrespo corriendo a través de él, la fea serpiente que le dijo que
cualquier enemigo podía matarla, usarla contra él.

− Te hice una pregunta, bebé, espero una respuesta, − dijo en voz baja, pero con un
filo en su voz. Ella tenía que saber. Ella tenía que saberlo en todo momento.

− Pertenezco a ti, Elías.

− Sabes que ambos somos leopardos. Cambia formas.

Ella frunció el ceño, sin saber a dónde iba. − Sí. No sé mucho acerca de esa parte de
lo que soy, pero eso sí, sé que ambos somos cambia formas.

− Lo que hay que entender, mi amorcito, es que a los leopardos no les gusta que
otros machos estén en torno a su mujer. En torno a su compañera. Mi macho se
unió a su hembra. Él va a necesitarla con regularidad, y no va a querer que
cualquier otro macho este cerca de ella. No quiero ningún otro macho cerca de ti.
No toques a ningún otro hombre.

La vio cerrarse. Sus ojos verdes brillaron y ella dio un paso atrás. Él no renunció a
su agarre en su muñeca. Sus dedos se cerraron, encadenándola a él mientras se
sentaba. − No te pongas toda arrogante conmigo, Siena. Te digo un hecho con el
que los dos tenemos que vivir. Tengo un macho que golpea duro en mí y yo soy
parte de eso. Siento que eres mía. Que me perteneces. Te necesito segura, y
necesito hombres para asegurar, como un demonio eso. Eso significa que no les
animaras...

Bookeater
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− ¿Animarlos? − Ella escupió las palabras. − Suéltame. Voy a tomar mi baño, y te
sugiero que vayas a remojar tu cabeza en un cubo de agua. Yo no coqueteo con
otros hombres. Ciertamente no los toco y no me importa la implicación que estás
haciendo.

− A quién carajo llamo más temprano, entonces, porque estoy muy seguro de que
era otro hombre. Otro leopardo. − Escupió las palabras en ella, sabiendo que cada
vez que ella se cerraba, le destrozaba, era su dueño, utilizó su temperamento para
tirar de sí mismo de nuevo junto. Y siempre había algo por lo que él podría
enojarse. Su leopardo saltó de la superficie. Salvaje. Feroz. Exigiendo traerla de
vuelta a su cama y obligarla a reconocer que era su dueño. Porque, por Dios, que
no estaba poseyéndola sin hacerlo en ambos sentidos.

Volvió la cabeza para mirar las partes y piezas de su teléfono tirado en el suelo
junto a la pared opuesta. − Rompiste mi teléfono. Lo tiraste.

− ¿A quién estabas llamando? − Él sabía muy bien a quien había llamado y él sabía
que ella sabía que lo sabía. Pero. Él quería que ella reconociera que había habido
otro hombre hacia el que ella se había vuelto. Otro leopardo. − Déjame ir antes de
que te golpee en la cabeza.

− ¿A Quien Estabas Llamando? − Mordió cada palabra, su temperamento


levantándose.

Siena no parecía intimidada. Se inclinó y con la mano libre, cogió una almohada y
lo golpeó en la cabeza con ella. Sí. Perdió el control de ella. Ella sabía que lo había
reducido a un malvavisco. El instinto de conservación era una necesidad creciente
y fea como un maremoto. La furia del leopardo se mezcló con la suya, ambos
decididos a dominar. A controlar. Necesitaba el control. Era la única manera en
que sobrevivió. Ella lo había despojado de él, lo había desnudado, y ahora ella lo
estaba desafiando.

Él tiró de ella hacia la cama para que quedara tumbada en su regazo, boca abajo en
el colchón. Antes de que pudiera moverse o hablar, su mano bajó duro en su culo.
Él golpeó cinco veces en sucesión rápida. Duro. Haciendo que contara. Haciéndole
saber que no iba a ser llevado alrededor de su polla. Tirando. Gruñendo incluso.

Bookeater
Wild Cat
Ella comenzó a luchar y él la sujetó con la mano en el culo rojo, suavizando las
huellas de sus manos, plasmando allí su furia sobre el miedo. Su Impotencia. Ella
no sólo le había despojado desnudo y expuesto sus puntos débiles, dando lugar a
que pudiera ser asesinado; ahora estaba aterrado de herir a alguien. Necesitaba un
control completo sobre todas las cosas en su vida, especialmente en Siena, y temía
no poderla controlar.

− Me pegaste. Bastardo. No puedo creer que me golpearas.

Ella dejó de luchar y se echó encima de él, temblando, su cuerpo suave y flexible,
sin soltar ningún sonido. Él pensó que estaba llorando, pero no podía decir. A
continuación, un pequeño sonido, amortiguado por el colchón se deslizó fuera.
Tranquilo. Eran ciertos pequeños sollozos suaves los que sacudieron su cuerpo,
pero su cara se apartó de él.

El remordimiento le golpeó con fuerza. No se trataba de Siena en absoluto; era por


él. Sus temores. Sus necesidades. Su deseo de control completo. No. Era aún peor
que eso. No quería que ella supiera hasta qué punto le había afectado. Él continuó
frotando su parte inferior, tratando de calmar el dolor que había causado.

− Baby, − comenzó. No había ningún lugar para ir con ella. Quería matar a Paolo
por golpearla. Esta no había sido una zurra erótica que llevara a otras cosas. No se
trataba de traer su placer en cualquier forma. Este había sido un castigo. ¿Para
qué? ¿Qué había hecho sino mostrarle que lo amaba? Ella lo había hecho le dio un
don precioso, y él se lo había tirado hacia atrás en su cara porque estaba aterrado.
¿Qué coño estaba mal con él?

Movió su cuerpo fuera del de él. No se volvió. No lo miro, pero mantuvo la cara
aparte, el pelo largo escondiéndola efectivamente de él. Ocultando su expresión.
Ocultando sus lágrimas. Su nudo en el estómago se apretó más. Brutal. Estaba
disgustado consigo mismo.

− No estás yéndote y dejándome sobre esto, Siena. No te irás. Vas a conseguir ir


más allá de esta cagada también. − Su voz era áspera. Estrangulada. Salvaje, al
igual que la bestia salvaje que rabiaba dentro de él.

Bookeater
Wild Cat
Él hizo un decreto oscuro. − No me estás abandonando. Intenta correr y te cazare,
le traeré sobre mi espalda y te atare a mi cama hasta que vea la razón. No piense ni
por un minuto no te encontraré.

No le importaba si él sonaba como un hombre acosador del infierno. Ella no le dio


nada. Siena era siempre un libro abierto, pero ella sólo estaba allí, con el cuerpo
tembloroso, tendida en su cama como un puto regalo, un milagro, que él había
roto, porque estaba muerto del miedo de amarla tanto que le dolía, estaba
jodidamente herido.

Se había olvidado del miedo. Se había olvidado del sabor de el en su boca. La


forma en que se arrastraba hasta la garganta y vivía allí. No había sentido miedo
desde que tenía seis años de edad y su abuelo disparó hacia un hombre, golpeó a
un segundo hombre hasta la muerte delante de él y luego cuando lloró, había
vuelto esos puños contra él.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, los sonidos apagados crecieron en
fuerza. Ella metió el puño en su boca, pero siguió avanzando. Su cuerpo estaba
realmente temblando. Curiosamente, los ruidos que hacía, incluso amortiguados
como estaban, no sonaban como lágrimas. Ninguno. Él frunció el ceño y se inclinó
para deslizar el velo de pelo de la cara.

Siena se dio la vuelta. Ella se reía. Reía. De él. Se sentó, empujando la pesada caída
de cabello, sin dejar de reír. − ¿Acabas de tratar de pegarme? Al igual que una
zurra, o era que algún intento de una zurra erótica, porque te digo, que no
funciono. Fue muy divertido. En realidad, Elías. Me diste palmadas como si fuera
una niña. − Trasladó las dos manos a lo largo de su cuerpo. − Noticia de última
hora, genio. Soy una mujer aquí. No una niña. Mujer. Toda adulta. Las tundas se
acabaron hace unos siglos. Y otra noticia de última hora, no volverás a nalguearme
por ninguna torcedura erótica, o por algún intento equivocado de castigarme a mí
o a nuestros hijos, ya que, desde este momento, te puedo decir que eso no
funcionaría.

Ella se echó a reír de nuevo. − En serio, Elías, tienes que superar estas pequeñas
rabietas que tu lanzas. Siento como si fuera a estar criando a dos hijos, en vez de
uno. Hazlo de nuevo, y te dejare esperando un tiempo.

Bookeater
Wild Cat
El alivio se mezcló con su ira. Ella no estaba pensando en abandonarlo a él. No
obstante, tener a su mujer riéndose de él no era una buena señal. En serio, todo el
mundo tenía miedo de él. Su nombre hacia que hombres adultos se estremecieran.
Si no podía controlar a su mujer, todo iba a cambiar y los buitres empezarían a dar
vueltas y luego no podría protegerla...

− Elías. − Ella dijo que su nombre suavemente. Con ternura. Envolviéndole en el


amor. Tanto que tuvo que cerrar los ojos. Él la oyó moverse cerca de él, y su mano
se levantó mientras ella acerco su pecho a su cuello. Sus dedos se cerraron
alrededor de la nuca.

− Cariño. Entiendo que eres un hombre y un macho. Entiendo totalmente eso.


Entiendo que está teniendo un momento duro con esto, pero solucionar nuestros
problemas con tu temperamento no va a funcionar. Simplemente no lo hará.
Prometiste que hablaríamos de las cosas que te molestan. Dejar de comportarte
como un idiota salvaje, golpeando tu pecho y declarando que soy tu mujer, eso no
va a funcionar. No conmigo. Quieres saber que lo que estoy entendiendo. Fuiste
honesto acerca de quién y qué eres, bueno, necesita ver la verdadera yo. No soy
una mujer que durante un segundo soporte a un hombre que no quiere compartir
conmigo a sí mismo. No sólo su cuerpo, sino todo de él. Tienes que ser capaz de
hablar conmigo.

Dejó caer la cabeza para empujar su frente contra la de ella. − Baby, estoy aterrado.
− Él hizo la admisión sin pensar. Antes de que pudiera examinar las palabras, antes
de que pudiera pensar en lo que podría leer en eso.

− Lo sé, − respondió ella. En voz baja como antes. Al igual que con suavidad.
Dando un vuelco en su corazón.

− No tienes ni idea del peligro en que te encuentras. Por mi culpa. Debido a mi


estilo de vida. No puedo aceptar eso. Yo no puede aceptar que nada te pase. Tienes
que entenderlo, Siena. No puede suceder. Sólo tengo la decencia que trajiste a mí.
Eso es todo lo que soy ahora. Todo por ti. Tú te ocupas de mí, no me queda nada y
soy uno de ellos. Soy oscuro, feo y no apto para vivir. Pero lo hare, bebé. Yo viviría
y sería un monstruo.

Bookeater
Wild Cat
− Elías.

Sólo su nombre. No podía mirarla. – Los mataría a todos. A los que te hayan
tocado. Yo lo haría. No sólo ellos, sino que aquellos a quienes amaran morirían
primero. Me gustaría matar a todos y a cada uno de ellos antes de que yo los maté.
Soy capaz de eso. − Sería mejor que la mierda que ella le creyera. Sería mejor que
tomara lo que le había dicho en serio. ¿Pensaba que quería admitir esa mierda con
ella? Por supuesto que no. No quería ver su mirada y reconocer la causa de su
muerte por él.

− Tienes que saber, Elías. Que no soy el tipo de mujer que pondría en algún
momento, en peligro a mi hombre. No coqueteo con otros hombres. Nunca te
desafiaré delante de los demás, a pesar de que podría lanzarte un golpe por debajo
de una mesa. Voy a respaldarte para siempre. Si no entiendo lo que estás haciendo,
voy a esperar hasta que estemos solos y te preguntare, pero cariño, tienes que
saber que voy a preguntar. No puedes pretender que tengo una cabeza vacía,
porque no la tengo. Viví con secretos durante toda mi vida, y yo no quiero vivir de
esa manera por más tiempo. Así que también tienes que entender que hablaras
conmigo.

− Me haz desnudado. − ¿Qué diablos iba a hacer con ella? Él sólo le había
entregado la última pieza, la que podrían utilizar en su contra.

− Eso es una buena cosa, Elías, − dijo.

Su mirada saltó a la de ella. Su corazón latía con fuerza. Probó la amargura del
miedo en la boca.

− Debido a que tú me desnudaste a mí. Nadie más en este mundo me podría


romper de la forma en que tú podrías. Pero confío en que no lo harás. Estoy segura
contigo. Tienes que saber que estás a salvo conmigo. Puedo entender que nunca
haz confiado en nadie en tu vida. Que no podías. Todo el mundo que amabas te ha
traicionado. Lo entiendo. Pero tienes que llegar a un acuerdo donde sepas que
estás a salvo conmigo, si es que lo que hay entre nosotros va a funcionar.

Bookeater
Wild Cat
− No 'si,' bebé. Funcionará. No tenemos una opción más. − Él respiró hondo y le
dio más. − Te dije que tengo una hermana. No hablo de ella mucho porque ella está
a salvo ahora. Ella está casada y feliz. Y ella esta finalmente a salvo. No me gusta
que alguien recuerde que existe. Ella nunca me ha traicionado. Ni siquiera cuando
ella pensó que yo había ordenado un golpe en ella. − Había dolor en su voz.

Siena puso sus brazos alrededor de él y apoyó la cabeza en su pecho. Por encima
de su corazón. Sosteniéndolo cerca de ella. Su cuerpo encajaba en el suyo como si
hubiera nacido para él. Y ella estaba, estaba segura de ello. − Te tengo, Elías.
Siempre te tengo.

− Estoy bien, bebé, − murmuró, y le dio un beso en la parte superior de su cabeza. −


Ve a tomar ese baño. Voy a tomar cuidado del negocio y luego preparare la cena.

Ella le dio un beso sobre su corazón y dejó caer las manos, girando hacia el baño
mientras él se agachaba para coger los vaqueros del suelo.

− Sabes, bebé, − dijo, sólo para verla incendiarse, − Creo que hay que hacer de
nuevo lo de la azotaina. Podría hacerlo erótico. Hacer que lo amaras.

− Te podría golpear en la cabeza con una sartén en su sueño también, − le contesto.


– Te sentirías a gusto con eso.

Se rio mientras se arrastraba en los vaqueros, y escuchó su risa suave saliendo del
baño. A continuación, el agua corría y el aroma de madreselva y jazmín flotaba
desde la puerta abierta. Se imaginó que le encantaría casi cualquier cosa que le
hiciera a él. Incluso golpearlo con la puta sartén.

Bookeater
Wild Cat

14

− Tenemos un visitante, Elías, − Drake anunció. − Él ha estado pisando tus


talones por un tiempo, y puedo decirte, que no está contento. Ha estado dando
vueltas, y es peligroso. Es leopardo, no hay duda de ello, y está sobre el borde de
sus límites.

− Nombre, − Elías exigió escuetamente.

− Alonzo Massi. Es grande y potente. Ten cuidado, Elías. Me he encontrado con


algunos leopardos muy peligrosos y te puedo decir, que este hombre es
extremadamente letal.

− Sí. Me he encontrado con él.

− Así no. No con su leopardo montándolo con fuerza. ¿Estás bien para hacer esto, o
deseas que me encargue de él?

Elías sabía que Drake le estaba diciendo que necesitaba mantener su leopardo bajo
control. ¿Era que él estaba tan nervioso ahora que tenía a Siena en su casa? Por
necesidad, había aprendido a permanecer en completo control, sin expresión, un
enigma, sus características en pura piedra. Ahora su mujer se reía de él y su amigo
le estaba advirtiendo.

− Puedo manejar a Massi.

− Sin embargo, no sabemos si él es un enemigo, − Drake señaló.

− Él trabajó para el abuelo de Siena, y ella sospecha que él ayudo a Paolo a matarlo.

Bookeater
Wild Cat
Drake se encogió de hombros. – Tome una preocupación genuina, él estaba
preocupado por ella, pero se cerró rápido, entonces, ¿quién sabe?

− ¿Cómo consiguió entrar en el recinto?

− Vino sobre la cerca como un leopardo. Mis hombres lo barrieron, pero no fue
fácil. Al final utilizaron la amenaza de poner una bala en la cabeza del leopardo
para hacerle cambiar. Para su crédito, él no mató a nadie, y pudo hacerlo. Dejó que
se supiera. Él podría hacerlo. No se ve preocupado, Elías. Él no lo hizo entonces y
no lo hace ahora.

Elías asintió y se dirigió por el pasillo hacia su oficina, Drake lo flanqueó. Joshua se
dejó caer detrás de Drake cuando entraron en la habitación. Estaba vacía, pero la
puerta oculta en la pared estaba rota, abierta. Drake tomó las escaleras hasta la
pequeña sala de interrogatorios. La habitación no tenía ventanas, las gruesas
paredes estaban insonorizadas y fueron claramente construidas para la
intimidación.

Drake no se había molestado en esposar a Alonso, y el hombre caminaba de ida y


vuelta en la pequeña habitación. Joaquín y su hermano Tomás, los guardaespaldas
personales de Elías, ambos se inclinaban sobre la cadera de manera ocasional
contra la pared, no diciendo ni una palabra, no era inusual para ellos. Joshua cerró
la gruesa puerta suavemente y se inclinó en su contra. Drake se hizo a un lado,
tomando un lugar de la pared para que Alonso supiera que estaba rodeado. Elías
camino hasta Alonzo.

− Escuché que se invitó a sí mismo a mi casa, − saludó Elías.

Alonso dejó de caminar y se volvió hacia él. De cerca, el hombre daba miedo,
peligroso. Él estaba construido sólidamente. Todo musculo. Elías estaba bastante
seguro de que no tenía una pizca de grasa en él. Había vivido duro, peleado duro.
Estaba allí, en su cara, a pesar de que era bastante joven. Tal vez incluso más joven
que Elías, pero había crecido de prisa y había estado en torno a la violencia durante
toda su vida. Elías reconoció ese rasgo. Alonso estaba cómodo con él. La violencia
era un amigo. Él lo sabía. Vivía con ella. También, era consciente de que los cinco
hombres en la habitación con él eran leopardo. Eso no parecía perturbarlo en lo
más mínimo.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Donde esta ella? Ella trató de llamarme y luego no respondió cuando le devolví
la llamada. Le he texteado. Nada. Por horas. No trataría de llamarme a menos que
estuviera en problemas.

Había sabido que Siena había intentado llamar a Alonso antes de que llegara a ella
y había arrojado su teléfono, rompiéndolo. Él no parpadeó, con la mirada fija en
Alonzo, con la mirada enfocada en su leopardo. − ¿Cuál es exactamente su interés
en Siena? − Él no realizó una pregunta. Estaba dando una advertencia, y por la
manera en que Alonso subió la cabeza, con los ojos de gato mostrándose, Elías
sabía que la recibió.

− ¿Qué coño de pregunta es esa? − Exigió Alonzo. Dio un paso hacia Elías.

Al instante Joaquín y Tomas se enderezaron, llenando la habitación con una


tensión peligrosa. Elías tendió la mano, la palma hacia arriba para advertirles que
retrocedieran. Sus guardaespaldas habían estado a su lado, crecieron con él, y eran
más que sus guardaespaldas. Habrían desgarrado a Alonzo si tratara de poner una
mano sobre Elías. Y lo harían antes de que Joshua y Drake se movieran.

− Es el tipo de pregunta que un hombre hace cuando su mujer ha sido golpeada de


tal manera que tuvo que ser hospitalizada. Es el tipo de pregunta que un hombre
pregunta cuando su mujer ha sido traicionada, rastrillada por un leopardo tan
jodido y fuera de control, que desgarró la carne de su cuerpo. Ese es el tipo de
pregunta que hago y es por eso que estoy preguntando, por la puta respuesta a la
pregunta.

Alonso se quedó mirándolo durante un largo momento. Era tan bueno en


mantener toda la emoción de su expresión como Elías lo era.

− Ella me importa, − respondió Alonso. − He estado cuidando de ella desde que


tenía quince años. Es una buena mujer, y se lesionó en mi momento. No va a
suceder de nuevo. − Hubo un borde duro en su voz. − Sigues diciendo que es tu
mujer, pero necesito escuchar eso de Siena.

− Usted la vio en mi cama. ¿Se veía como si quisiera dejarme? Los policías estaban
aquí. Ella no les dijo que se quisiera ir.

Bookeater
Wild Cat
− Necesito escuchar eso de Siena. Quiero ver por mí mismo que está a salvo y feliz.
Si me llamó de esa manera significa que tal vez no lo es. No responder a mis
llamadas salta a esa posibilidad. Usted me pone aquí en esta sala, eso me dice que
acaba de recibir una probabilidad más alta. Así que no, el que la haya visto a ella
sentada en la cama no la hace su mujer. Necesito escucharla decírmelo sin sabor a
coacción.

El hombre no tenía ningún respaldo para él. Es más, no parecía en lo más mínimo
preocupado por estar encerrado con Elías y sus hombres, y eso significaba que
tenía toda la confianza en el mundo de que podía llevarlos hacia abajo, eso era otra
cosa que Elías conocía. Elías nunca tuvo mucho que perder por lo que nunca
estuvo muy preocupado por lo que le podía suceder a él en cualquier situación
dada. Alonzo claramente sentía que no tenía mucho que perder. Elías sabía que eso
le hacía doblemente peligroso.

− Tu hombre, Paolo, él la quiere con el fin de apoderarse del territorio Arnotto.


¿Estás buscando hacer lo mismo? − Elías lo observó de cerca para detectar
cualquier signo de que la sugerencia había dado en el clavo.

− ¿Es eso lo que estás haciendo? − Alonso respondió, sus ojos casi tan planos y fríos
como los de Elías.

Sí. Alonzo Massi reconocía exactamente a lo que se enfrentaba, pero no iba a dar
marcha atrás, y eso decía mucho acerca de él.

− Tengo suficiente territorio del que preocuparme, − dijo Elías. − Estoy tratando de
mantenerla a salvo. No creo que el estar contigo vaya a hacer eso.

− Creo que tienes razón en eso, − Alonso acordó de forma inesperada.

Su expresión no cambió, ni los ojos fríos. Ellos no parpadearon y Elías pudo ver al
leopardo mirándolo, evaluándolo, juzgándolo. A Alonso no le gustaba la idea de
que Siena estuviera en cualquier parte cerca de él, pero entonces, Elías no podía
echarle la culpa de eso. Se había construido su reputación con cuidado. La había
preservado. Se la había ganado. Elías esperó. Había aprendido el valor del silencio,
y la mayoría de los leopardos tenían paciencia, pero no les gustaba el silencio
cuando estaban pescando para obtener información.

Bookeater
Wild Cat
− Estoy cazando a Paolo. Él está fuerte en este momento y se ha rodeado de los
soldados de Tonio. Le creen que asesinaste a su jefe y que tienes a Siena aquí bajo
coacción. Él dijo que la golpeaste hasta la sumisión.

Eso no le sorprendió a Elías en lo más mínimo. Había esperado por ello. Después
de la visita de la policía, sabía la dirección en que Paolo iba. Él habría insistido en
que Siena hiciera una queja formal, pero Paolo era leopardo y no podía vivir
después de lo que había hecho. Las leyes de los cambia formas eran muy diferentes
a las leyes de la civilización.

− ¿Usted piensa tomar su lugar una vez que lo lleve hacia abajo?

Por primera vez Alonso parecía molesto. Miró a Elías. − Eres un rey. Ya sabes lo
que eso parece. Y eso no es conmigo. No aspiro a ser rey. No soy el tipo de hombre
que quiera ser notado. Yo vivo en el fondo, y estoy bien con eso. Mi leopardo es
difícil y hace mi vida un infierno a veces. Me levanto por la mañana y hago lo que
tengo que hacer para llevarnos a los dos a través de un día. Soy un soldado. No me
gustó el hecho de que Siena me tuviera miedo, pero es lo suficientemente
inteligente como para saber que no soy un buen hombre. Mi leopardo nunca la
aceptaría a ella y más que eso, siempre va a ser la nieta de un famoso enólogo. Eso
la pone en el punto de mira.

Elías no estaba seguro de que le gustara el hombre tan centrado en Siena. Mantuvo
la pesca. Mantuvo su voz controlada. De hecho, no era fácil cuando no se sentía
tranquilo en el interior. − En este momento, eres un soldado y sin dirección.

Los ojos de Alonzo fueron al ámbar puro. − Siena es mi dirección. Soy su soldado.
Sólo puede tener uno en este momento, pero voy a llegar a Paolo. Es solo cuestión
de tiempo.

− ¿Y entonces?

− Y entonces voy a seguir asegurándome de que Siena este a salvo. − Sus ojos
fueron un glaciar frío. El gato sin diluir puro. − De cualquier amenaza a ella. No
tiene que gustarle, o a mí, pero estoy cuidando de ella.

Bookeater
Wild Cat
− Necesita un cheque de pago, − señaló Elías.

− Tengo dinero. Vivo fuera de la red. No gasto. Puedo pasar de ello.

Elías estudió su rostro. El hombre no le dio absolutamente nada. Si él estaba


engañándolo sobre el deseo de asegurarse de que Siena estuviera segura, era el
mejor actor en el planeta. Su voz sonó con honestidad. Incluso el gato de Elías tuvo
un momento difícil de objetar. Miró a Drake, quien asintió sutilmente, por lo tanto
ambas acciones había sido recibida por todos.

− ¿Alguna vez has pensado en tener una manera diferente de vida? − Preguntó
Elías.

Las cejas de Alonzo se dispararon. − ¿Qué otra forma de vida está ahí para alguien
como yo? ¿Cómo tú? Nosotros necesitamos esto. Nuestros leopardos lo necesitan.
Nosotros no somos humanos. Tenemos el instinto de cazar la presa, algunos más
que otros. Mi leopardo se volvería loco y me conduciría de esa manera si tratara de
vivir normal.

Elías asintió. − Sí. Lo entiendo. Entonces, ¿cómo resolveríamos este pequeño


problema que tenemos directo ahora? ¿El que hayas venido a mi tierra y tratando
de colarte a través de los guardias que tengo cuidando de Siena?

− Usted me deja verla. Hablar con ella. Solo, así sé que es aquí donde ella quiere
estar y que no la está obligando a hacerlo. − Alonso no cambió la expresión. −
Incluso podría tratar de decirle qué tipo de hombre eres si ella insiste en quedarse
con usted.

Elías lo miró fijamente durante un largo momento. − ¿No cree que lo que me está
diciendo, podría disminuir sus posibilidades de verla?

Alonso se encogió de hombros. − Puede tratar de matarme. Pero voy a tomar uno o
dos de ustedes conmigo. Si esa es la única forma en que va a dejar que la vea.

Bookeater
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− No me importa matarlo. − Elías le dio la cruda verdad y dejó que el anillo de
honestidad en su voz se escuchara, para que no hubiera confusiones.

− Yo lo supe desde la primera vez que puse los ojos en ti.

− Pero todavía estás aquí.

− Estoy aquí.

− La amas. − Elías hizo una declaración, y lo observó de cerca.

Alonso se encogió de hombros, sin molestarse en negarlo. − No es como piensa, −


dijo. − Te lo dije, mi leopardo es un hijo de puta salvaje. Quiere matar cualquier
cosa que venga cerca a él, incluso las mujeres, y no me diga que no sabe lo que se
siente o lo que significa. No acepta al leopardo de Siena. No tiene familia. Pero ella
es de él. Yo lo supe cuando Tonio me asignó para mantenerla a salvo. Es una buena
chica. Dulce. Se convirtió en una buena mujer. No como Tonio. No como cualquier
persona que he conocido. Soy su soldado.

Elías tuvo que aceptar que Siena no era como cualquier persona que hubiera
conocido tampoco. Así que Alonzo la reclamó como su familia. Entendía eso. − Ella
es mi compañera. − Él no apartó los ojos del soldado por lo que vio la mueca de
dolor, el lento cierre de sus ojos. − Veo que no es feliz por eso.

− ¿Tiene una hermana?

Su vida era un libro abierto. Alonso sabía que tenía una hermana. También tuvo
que haber oído el rumor de que él había puesto un golpe en ella. Rachel no había
creído ni la mitad. Ya que eso le habría aplastado.

− Sí, tengo una hermana. − Su tono era estrictamente neutral.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Le gustaría que se acoplara a un hombre como usted? ¿Un hombre que mataría
a su protector, en la misma casa mientras ella estaba arriba?

Elías se encogió de hombros. – Infierno, claro que sí lo haría, su yo estuviera


cuidando de ella, viendo que nadie le hiciera daño o la trastornara de alguna
manera. Ella no está en esto.

Alonso le dio una mirada dura. − Siempre y cuando Paolo este vivo, siempre y
cuando este territorio este abierta, ella está en esto.

Elías no podía discutir con eso. Había tenido ese argumento exacto con Drake.

− ¿Piensa que Paolo es el único hombre que va a considerar que si tiene a Siena,
reina sobre el territorio Arnotto?

No quería matar a Alonzo Massi. No era que le importara matarlo. Él sabía que el
hombre era peligroso. También estaba bastante seguro, si lo estaba leyendo bien,
que daría su vida por Siena. Si no tenía otra opción, Elías sería el que hiciera el
trabajo, pero no quería llegar a eso.

− No. Creo que esta en esta mierda hasta que se solucione.

− Estoy solucionándolo por ella, − dijo Elías. − Puede creerlo o no, pero ella es mía.
Mi leopardo se apareó con el de ella. Ella está llevando a mi bebé. Puede leer
cualquier cosa que quiera en esto, pero no voy a dejar que la tomen. Voy a hacer
todo lo posible para mantenerla fuera de todo, pero van a haber otros que vengan
tras ella, esté conmigo o no. Mi nombre es protección. Estoy protegiéndola.

− ¿Ella le quiere?

− Sí.

− Necesito escuchar eso de ella, solos.

Bookeater
Wild Cat
Elías sacudió la cabeza, una mano se encrespó alrededor de la nuca de su cuello.
De repente se sintió apretado. − Mira, ahí es donde tenemos un problema. Eres
leopardo. Podrías matarla en cuestión de segundos. Segundos. Los dos lo sabemos.

Alonso se encogió de hombros. − Usted es muy consciente de que podría matarla


con usted de pie justo a su lado. Yo sabía al venir aquí que estaba tomando una
oportunidad. Si me pillaban, y usted lo hizo, a continuación, estaba bien con que
me permitiera verla porque me creía, o que me iba a matar. La única manera de
que no la esté viendo es porque estoy muerto.

Eso lo puso de vuelta en él. Manteniendo sus características en blanco, Elías juró a
sí mismo en su idioma natal. Le gustó la tenacidad del hombre, así como su lealtad.
Él no habría seguido presionando todo ese tiempo si no hubiera sido por el hecho
de que la persona que estaba en mayor riesgo era Siena. Él podría tomar cuidado
de sí mismo. Si Alonzo estaban buscando matarlo, diablos, debió haberle dado un
tiro. Pero dejarlo en una habitación con Siena sola, o incluso cerca de ella...Juró de
nuevo.

− No me está dando un montón de opciones aquí, − dijo Elías. Él clavó los dedos
profundamente en los nudos de su cuello. − Voy a preguntarle si ella quiere verle,
− ofreció.

Alonso se encogió de hombros. − Pregunte desde lejos. Mejor que lo haga desde
donde pueda oír su respuesta. No estoy tomando ninguna otra.

Un duro- culo. Elías daría cualquier cantidad de dinero porque Alonzo fuera su
soldado en lugar del de Arnotto. El hombre llevaba la lealtad más allá de la
comprensión. Ni siquiera estaba recibiendo un cheque de pago. Paolo
probablemente tenía un golpe sobre el soldado a pesar del hecho de que aún no
estaban en guerra abierta. Paolo había trabajado con Alonzo. Él sabía exactamente
qué clase de hombre era y dónde estaba su lealtad. Probablemente mejor de lo que
Antonio tenía.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Por qué estaba tan asustada de usted? − Preguntó Elías. Elías tenía una
reputación. Estaba por ahí para que el mundo especulara sobre él y añadiéndose a
los rumores.

Por primera vez, Alonso se mostró incómodo. En realidad pasó un dedo alrededor
de su cuello como si estuviera aflojándolo. – Cometí un gran error. Mi culpa. Vio
algo que no debía. Ella no lo recuerda, por lo menos estoy bastante seguro de que
no lo hace, sino que empecé sus pesadillas. Lo sé porque ingresé en la oficina del
consejero que estaba viendo sólo para asegurarme. Eso cambió el aspecto que tenía
de mí.

− Dime.

− Hubo otro intento de secuestro. Cuando tenía quince años. Ella tenía esa risa,
como el sol vertiéndose sobre ti. Su cara se iluminaba y a la habitación... − Él negó
con la cabeza. − Llegaron a ella en mi turno. Soy diez años mayor que ella, y allí
estaba el sueño que tenía de mí, antes de que me tomara mi leopardo. Debido a
que nunca tuvo nada bueno. Ella es buena, Lospostos. No importa lo que piense de
su abuelo, ella es todo lo bueno.

Elías esperó. No se atrevía a abrir la boca. Alonso pensaba que no tenía nada que
perder y todo que ganar diciendo la verdad. En cierto modo, él estaba pidiéndole a
Siena, tratando de convencer a Elías de que la dejara ir.

Elías sabía que Siena era demasiado buena para él. Él ya lo sabía. Lo sabía con cada
célula de mierda en su cuerpo. Él conocía su risa. Que iluminaba como el sol una
habitación. Él sabía la forma en que se preocupaba por su hombre. Amable. Dulce.
Mostrándole que le importaba de una manera que a pocas mujeres les gustaría
demostrárselo a su hombre. Arrancó su corazón y alma directo de su pecho.

− Los maté, dispare a dos de ellos, pero los otros estaban en ella, pusieron una
pistola en su cabeza. Me moví. Sobre la carrera cambie en un puto leopardo, y mi
macho es rápido y es vicioso. Él les tomó hacia abajo, antes de que cualquiera
pdeira uincluso apretar el gatillo. Fue un baño de sangre. Toda sobre ella. Estaba
desprotegida. Sola y desprotegida. − Alonzo se restregó la mano hacia abajo a
través de sus ojos, como si pudiera borrar el recuerdo.

Bookeater
Wild Cat
− La cosa más espantosa que he visto. Se despertó en el hospital y no recordaba ni
una cosa, ni cómo había llegado allí ni por qué. Pero esas pesadillas comenzaron y,
a veces, tarde, podía oír sus gritos.

Su mujer había pasado por el infierno, y Elías no podía decir que no había
contribuido. Ahora esto. Ella tenía pesadillas por una razón.

− Mierda. − Escupió la palabra. Alonso también había revelado una enorme pieza
de información. Él evitó cuidadosamente mirar a Drake. Elías podría cambiar
rápido, muy rápido. Sin embargo, para cambiar y acabar con dos hombres que
tenían armas de fuego en la cabeza de una niña de quince años de edad, decía que
era a la velocidad del rayo.

Por primera vez, Drake habló. − ¿A qué guarida está afiliado?

Alonso cerró sus ojos, ya ámbar, se deslizaba más cerca del leopardo. − No tengo
guarida. Soy un soldado.

Eso significaba que se había convertido en corrupto, o que al menos se había ido
por su cuenta. Si hubiera nacido fuera de una guarida, él no habría sabido lo que
era. Había una historia allí, Elías decidió respetar al hombre. De repente, se dio la
vuelta y salió de la sala, a sabiendas de que podría tener que matar a este hombre
si Siena se negaba a recibirlo.

Él no iba a decirle que la vida de Alonso pendía de un hilo, pero iba a preguntarle
si quería hablarle. Si decía que no, mataría de inmediato al hombre. Sería algo de lo
que se arrepentiría por el resto de su vida, pero no tendría ese peligro de hombre
cazándole y él no tenía ni una sola duda de que Alonzo Massi nunca dejaría de
venir tras él para llegar a Siena.

Abrió la puerta de la habitación principal. Inmediatamente su olor lo golpeó. Lo


rodeo. Él la tomo en sus pulmones. La tomó profundo. La puerta del baño estaba
abierta, pero no había sonidos que vinieran del interior de esa habitación. Por un
momento su mundo se volvió negro. Completamente negro.

Bookeater
Wild Cat
El aire dejó sus pulmones y su corazón latía en el pecho. Oyó un rugido en su
cabeza. Trueno puro. ¿Se habría equivocado sobre Alonzo? ¿El hombre habría
distraído su equipo lo suficiente como para que alguien más hubiera conseguido
pasar a través de las líneas de seguridad?

Se movió rápido, usando la velocidad de su leopardo, su sigilo, saltando por la


habitación hacia la puerta, con el arma lista, y el corazón en la garganta. Ella estaba
allí. En la bañera. Tenía la cabeza hacia atrás contra la pendiente de la bañera, con
los ojos cerrados. Tenía el pelo en la parte superior de su cabeza, ya pesar del
nudo, un derroche de olas caía en cascada hacia abajo alrededor de su cara.

El aire se precipitó de nuevo en sus pulmones. Él empujó la pistola en la cintura en


la parte baja de la espalda. Por un momento sus piernas se sentían como el caucho.
El agua clara lamía los pechos. Ella estaba profundamente dormida. Todavía
agotada. Los leopardos habían ido en ella toda la noche, y luego había reclamado
su mujer. No había sido especialmente cuidadoso. Llevaba su marca por todo el
cuerpo y eso porque él amaba la vista de su marca en su piel.

Caminó por la habitación, sus ojos en ella. Esa hermosa, y preciosa vista era de él.
Su corazón se estableció en un ritmo más natural, pero latía con fuerza y el nudo
en la garganta todavía se negaba a desaparecer. Él no tenía nada en su vida. Nada
limpio y bueno. Nada como el sol cuando entraba en una habitación. No una mujer
que le importara un comino que se llamara Elías Lospostos y su familia fuera pura
mierda. Cuando había llegado a su puerta le había expulsado. Dios. Dios mío, era
tan tonto. Él se arrodilló junto a la bañera y probó el agua. Estaba fría. Muy fría.
Barrió con los nudillos hacia abajo un lado de su cara suavemente.

− Bebé despierta. No puedes dormir aquí.

Sus largas pestañas se levantaron lentamente y su polla dura ya paso del dolor a
realmente adolorida cuando esos ojos verdes lo miraron. Eran suaves. Amorosos.
Dios, Dios mío, era el bastardo más afortunado en la faz de la tierra.

Bookeater
Wild Cat
− Hey, − saludó en voz baja, parpadeando adormilada. Amaba el aspecto
somnoliento, y atractiva en su rostro. Podía despertar así todas las mañanas. Él
amaba mirar su rostro cuando le hacía llegar, el choque de puro aturdido, y
sensual que ponía en su cara, la forma en que se perdía en sus ojos y su cuerpo. Se
entregaba por completo a él.

Él acarició su garganta. − Vamos, nena, vamos a salir de aquí, − dijo, y su voz se


había vuelto ronca, dejándose caer una octava, un poco ronca alrededor de los
bordes.

Al instante ella frunció el ceño, levantando una mano a la cara, los dedos trazando
el borde inferior de su labio. − ¿Qué pasa, cariño?

Su voz, la expresión de su cara, tan amorosa. Al verlo. No era el monstruo en la


habitación, no el asesino con una víctima esperando abajo. Ella veía al hombre que
había tratado desesperadamente de aferrarse. El que nadie más veía. Tan
condenadamente pequeño que no había casi nada de humanidad en él, a pesar de
la forma en que había tratado de protegerla, sin embargo, Siena Arnotto, podía
verlo.

Se agachó y desenroscó el tapón y luego la puso de pie y se sitúa sobre ella.


Alcanzó una toalla. − Fuera.

Ella salió y él la envolvió, sintiendo el escalofrío.

− ¿Elías, que está pasando? Estas molesto.

¿Cómo diablos sabía ella eso? Él podía garantizar que Alonzo Massi no sabía que
estaba en conflicto en matarlo. Pero Siena, así como así, se dio cuenta de que estaba
molesto.

− No es molesto, mi amorcito, − mintió. − Estas tan lejos de mi alcance. Que te veo


y algo dentro de mí... − se rompe. No podía decir eso. Los leopardos no se mentían
el uno al otro porque podían escuchar la honestidad o el engaño. Volvió la cabeza
y lo miró por encima del hombro y él sabía que había escuchado la mentira, pero a
juzgar por la suavidad de sus ojos, estaba esperando.

Bookeater
Wild Cat
− Tenemos una situación y necesitamos tu ayuda. − Sus manos se movieron con
cuidado, tomando las perlas de agua de su piel mientras le secaba.

− Cualquier cosa, Elías, lo sabes.

Se volvió de nuevo recta, lo que le permitió secar su cuerpo. No sabía qué


significaba tanto la confianza que ella le dio. La intimidad. Parándose para él, no
preguntando, solo esperando. Se inclinó y le dio un beso en el hombro, a
continuación, en el punto óptimo, donde se reunieron el cuello y el hombro.

− Necesito saber por qué tienes miedo de Alonzo.

Sus manos estaban sobre ella, a través de la toalla, pero estaban en ella y sintió que
se ponía tensa. Era sutil, pero su leopardo reaccionó con un salto de protección
hacia la superficie. Eso fue suficiente para él. Maldición. Sólo maldijo. Colocó otro
beso contra su piel, esta vez detrás de la oreja.

− No te preocupes, bebé, vístete. Nos veremos en la cocina en unos minutos. − Con


sangre en sus manos. Es probable que la sangre de un buen soldado, pero que
seguiría llegando en ellos.

Ella le cogió la mano cuando él se apartó. Con una mano cogió la toalla, la otra
enredó los dedos con la suya. − No sé por qué estoy nerviosa a su alrededor.
Sinceramente, no lo sé. Me gustó mucho cuando lo conocí. Es muy tranquilo. Se
mantiene en un segundo plano, pero durante mucho tiempo me sentí segura
alrededor de él. Y de repente no lo hice. − Ella frunció el ceño, volviéndose hacia él.
− Es extraño, Elías. Tengo pesadillas acerca de él. Él está allí y tiene una pistola
apuntando hacia mí y de repente hay sangre, toda sobre mí y... − Se interrumpió,
llevándose la mano a la garganta.

Puto Alonzo. Envolvió sus brazos alrededor de ella. − Está bien, no pienses en ello
si es molesto para ti. Nada te tocara aquí. Voy a cuidar de las cosas.

Bookeater
Wild Cat
Se dio la vuelta en sus brazos, presionándose cerca, deslizando sus brazos
alrededor de su cuello, la toalla apretada delante por la estrechez de su cuerpo
contra el suyo. Abierta por la parte posterior. Él no pudo evitar pasar las manos
por su espalda y sobre la curva de su culo. Él amaba a su culo. Él amaba verla
caminar. Ella tenía un dominio atractivo que lo llamaba. Llamaba a cualquier
hombre para que la observara, pero era suya.

− ¿Elías, esta Alonzo aquí? ¿Es esa la situación?

Ella era inteligente. Tenía los ojos en los suyos. Estables. Había inclinado la cabeza
para mirar hacia él y estrecha, su rostro era tan bello que le dolía mirarla, y sus
manos, llenas de su piel suave y culo perfecto, la trajeron a ella aún más cerca.

− Esa la situación, bebé. Has intentado llamarlo por teléfono cuando estabas tan
asustada y querías correr de mí. − Vio el entendimiento creciente en sus ojos.

− Lo hice, − susurró ella, asombrada. − Estaba tan herida y necesitaba ayuda. Pero
¿por qué le llame a él de entre toda la gente? Eso no tiene sentido.

Se estremeció de nuevo, y no sabía si era por Alonso, o por el pensamiento de él,


que estaba asustaba o si tenía frío. Pasó las manos arriba y abajo de la espalda, el
roce de calor en su interior.

La toalla tenía que irse porque estaba húmeda y no tenía que estar en contra de su
piel. Era un infierno de mucho más cálido. Él tiró de ella y la arrojó a un lado.

Ella se apretó más. − ¿Por qué lo llame?

− No sé, mi vida, pero cuando el teléfono se cortó, corrió el riesgo de volver aquí,
sabiendo que él podría recibir un disparo, con el fin de asegurarse de que estabas
bien. − Mantuvo su voz estrictamente neutral, sin querer influir en ella de un modo
u otro.

Bookeater
Wild Cat
Los dedos de una mano se cerraron en su cabello, haciéndole sentir contento de
que su pelo fuese largo y grueso y él que detestara tomarse el tiempo para cortes
de pelo. Su otra mano se deslizó por su pecho, debajo de la camisa, trazando
patrones con las yemas de sus dedos. Le tomó un minuto darse cuenta de que
escribía su nombre en la piel, una tinta invisible. Lo hacía a menudo. La cosa era,
que la firma se hundía a través de la piel directamente a su alma.

− ¿El hizo eso? ¿Vino a verme?

− Justo a través de las líneas enemigas. Lo tengo en la planta baja. Se niega a irse
sin hablar contigo. Dice que tiene que verte para que le digas que te vas a quedar
aquí porque lo deseas. Dice que es tu soldado, y que Paolo, o cualquier persona u
otra cosa, no va a llegar a ti − De nuevo mantuvo la voz neutra. El creía en el
hombre, pero si ella no lo hacía...

− Guau. Me acuerdo de él antes de que las pesadillas empezaran. Siempre


permanecía cerca de mí. Yo sabía que era mi guardaespaldas, y me sentía segura.
Realmente lo hacía. Hasta las pesadillas. Y luego Nonno comenzó a actuar como si
tuviera de elegir entre Alonzo o Paolo como esposo. Realmente miré a Alonzo
porque no me gustaba la forma en que Paolo me miraba. Me di cuenta de cómo era
de peligroso Alonzo, mucho más que Paolo. Los otros hombres se mantenían al
margen de él. Paolo les intimidaba, utilizando amenazas, pero nunca amenazó a
Alonzo. Si algo sucedía, entraba en acción y siempre era frío, Elías. Piedra fría.

No había nada frío sobre la forma en que se presionó contra él. O el movimiento de
la mano. Se había deslizado bajo. Acariciando su hueso de la cadera. Moviéndose
sobre el material de sus vaqueros para frotar el grueso bulto allí. Haciéndose muy
consciente de la pistola metida en la cintura en la parte baja de su espalda.

Se esforzó por mantener su mente en el problema de Alonso, pero sus manos, las
dos había caído a los botones de sus pantalones.

− Bebé, me estás poniendo duro como una puta roca. Tengo ese hombre abajo y
que quiere hablar contigo.

Bookeater
Wild Cat
− Yo sé, − respondió en voz baja, sin mirar hacia él.

Sus manos se mantuvieron muy ocupadas, lo que le obligó a llegar a su espalda y


retirar el arma.

− No puedo andar por ahí con una erección, Siena.

− Si deseas dejar de hablar y cooperar, estoy bastante segura de que puedo


encontrar una manera de cuidar de ello por ti, Elías. Mientras tú tomas cuidado de
mí.

La sangre caliente corrió por sus venas, expulsó los pensamientos de cualquier
cosa menos su cuerpo. Se inclinó hacia el pecho de ella, envolviendo su brazo
alrededor de ella, manteniendo la pistola a su lado, con la boca tirando con fuerza,
la lengua acariciándole el pezón. Succionó con fuerza. En el momento en que lo
hizo, ella le dio su peso, el aire saliendo de los pulmones de ella en un jadeo. Sus
pechos eran tan sensible.

− Me encantan estos, Siena. No puedo esperar a que puedas empezar a producir


leche. No estoy seguro de que vaya a dejar mucho para el bebé. − Empezó a
caminar hacia atrás, hacia el dormitorio, sus dedos encontrando el pezón y tirando.
Duro. Balanceándolo. Mirándola a la cara. Viendo la belleza del placer que le
estaba ayudando a construir.

− Podría no gustarte su sabor, − advirtió.

Ella no había protestado porque quisiera beber la leche de sus pechos. No había
pensado que era extraño o extravagante. − Quiero todo de ti. Todo. Nada fuera de
los límites, y Dios mío, que me des todo sin pestañear. Además sabes bien en todas
partes, Siena. Tu piel. Tu boca. Tu increíble boca. Tan bueno. Y cuando voy hacia
abajo en ti es una puta fiesta No quiero volver a salir, podría comerte todo el día,
como un caramelo, bebé. Tan bueno. No me puedo imaginar que tu leche no vaya
a ser tan buena.

Bookeater
Wild Cat
Abrió el cajón al lado de la mesita de noche y metió la pistola en el interior,
empujando el cajón cerrado.

− No sé por qué eso me hace arder más caliente, Elías, pero lo hace, − confesó ella,
sus manos continuaron tirando para abrir sus pantalones vaqueros.

Él probó su boca y de repente se moría de hambre por ella. Hablando de devorarla


no era suficiente. Dio un paso atrás, empujando una rodilla entre sus piernas para
ensanchar su postura. Se puso en cuclillas, las dos manos en la cintura, a
continuación, paso a la parte interior de sus muslos para forzar sus piernas aún
más amplias.

− Eso es todo, Siena. Extiéndete para mí. Estoy tan hambriento de ti que no puedo
esperar ni un minuto más. − Ni siquiera para conseguir sus malditos pantalones
abiertos y obtener algo de alivio. − Eres una obsesión, bebé, una adicción y tengo
que tener mi dosis. − Ella lo era. El sabor de ella era una droga en su sistema, el
fuego se extendió como una tormenta a través de él.

No sólo era adicto al gusto de ella sino a la manera en que su vagina le reprimía
tan apretado que lo estrangulaba en toda esa seda húmeda, pero él estaba tan
enganchado a la forma en que se incendiaba por él, prendiéndose como si fuera un
cartucho de dinamita.

Él cogió su culo muy fino en sus manos, sus dedos cavando profundamente
cuando él la atrajo hacia su boca. Ahí estaba, su vino. Su néctar. Toda suya. Toda
para él. Él amaba que estuviera resbaladiza y caliente y dándole exactamente lo
que quería.

Ella echó la cabeza hacia atrás, sus manos fueron a sus hombros para sujetarse a sí
misma. − Elías. − Sintió el susurro de su nombre en su pene y su erección casi
rompió la pesada tela de los pantalones vaqueros. Él levantó la boca de la de ella,
sus manos desgarrando los botones para liberarse él mismo. – Levanta el pie
izquierdo contra la cama, − le instruyó.

Bookeater
Wild Cat
Ella hizo lo que le dijo, dándole un mejor acceso. Con su palpitante, y pulsante
martillo, ya libre, reanudó su fiesta, llevándola de vuelta a su boca, la lengua
sacando el dulce sabor de ella, Caliente y dulce. Succionó, usando su lengua sin
piedad. Gruñidos retumbó en su garganta. Una de sus manos se transfirió a su
pelo y empuño racimos en su palma, gritando, moliendo había abajo en su boca.

− Eso es, nena. Lo quiero todo. Dámelo. − Él cubrió su pequeño botón caliente
succionando, utilizando el borde de los dientes y la parte plana de la lengua. Su
cabeza cayó hacia atrás, sus dedos se clavaron profundamente en su cuero
cabelludo y se lo dio todo.

− Elías.

Su nombre. Envuelta en su placer. En pura felicidad. Tan sensual. Toda suya. Todo
para él. Él miró su cara, esa expresión, atractiva como el pecado. − Dios. Eres
hermosa, − susurró, y la cogió por las piernas una vez más, lamiendo el néctar
derramándose de su cuerpo.

− No puedo soportar más, − jadeó.

− Una vez más, − exigió.

− No puedo, − repitió ella, con los dedos enterrándose más profundamente en el


hombro, en su cuero cabelludo.

Se negó a detenerse, necesitando más. Necesitando ese dulce sabor de ella,.


Necesitando sentir el orgasmo poderoso que rasgo a través de su cuerpo y
escuchar su nombre vibrando a través de su pene.

Él sabía que estaba perdiendo el control y no le importaba. Él no tenía necesidad


de estar en control. Siena lo tomaba como era, salvaje, feroz, brutal, incluso. Se
entregaba a él. La llevó rápidamente, utilizando sólo la boca, devorándola,
rompiendo en ella, hundiendo su lengua profunda, amando el calor y el fuego que
ella le dio. Amando su gusto. Sus piernas temblaban, amenazando con ceder fuera
de ella. Sus caderas se resistieron. No tenía más control de lo que él lo hacía,
moliendo abajo en su boca. Un pequeño sollozo jadeante escapando. Rogándole
para lanzarse de nuevo. O para detenerse. Pero que no parara nunca.

Bookeater
Wild Cat
Ella llegó rápido, la onda de la marea tomándola con fuerza por lo que tuvo que
atraparla antes de que cayera. Con las manos en su cintura, de vuelta, boca abajo,
inclinada sobre la cama y tirando de sus caderas hacia atrás y dentro de él. No tuvo
que esperar. No podía esperar. El fuego ardía a través de él, y cuando él tiró de las
caderas de ella, empujo. Como siempre se encontró con la resistencia. No importa
qué tan caliente, cómo de mojada estuviera, o el grado de preparación, su canal era
estrecho en torno a él.

− Puto cielo puro, bebé, − se las arregló para morder, entre los dientes. El éxtasis de
su cuerpo era incomparable. Una vez dentro de ella, él nunca quería salir. No
quería que terminara, pero ella estaba tan caliente. Tan apretada. La fricción tan
grande, que sabía que no podía durar sin importar lo mucho que lo intentara.

No era suave. No había nada suave sobre la forma en que la llevó. Salvaje. Brutal.
No podía detener la bofetada de su cuerpo contra el suyo. Era demasiado bueno.
Sus manos se movieron sobre ella. Posesivo. Suya. Toda ella.

− Baby. − Lo dijo en voz baja. Estaba de espaldas a él. No podía ver su cara cuando
hizo la admisión. – Te estoy amando de la única manera de mierda que sé.

Sus caderas empujaron hacia atrás. Duro. Cumpliendo con las suyas. Una y otra
vez. El sonido de su respiración entrecortada, los suaves sollozos de placer, toda
ella, cada pequeño gemido causado, se sumaba a la música de la belleza que le
rodeaba.

− Elías.

Allí estaba. Ella estaba con él. Sentía la humedad, el corchete de seda de su cuerpo
agarrándolo duro, abrasadoramente caliente, rodeándolo con el fuego, agarrándolo
y ordeñándolo, tomándolo por el borde. Llevándolo a ese único lugar al que ella lo
podía llevar. Él empujó varias veces más y luego se derrumbó sobre ella,
enterrándose hasta la empuñadura. Sosteniéndola. Luchando por respirar. Tan
lleno de amor por ella que no sabía qué hacer con él.

Bookeater
Wild Cat
La mantuvo allí, sosteniendo su cuerpo suave contra él, la cara vuelta porque tenía
que conseguir meterse a sí mismo bajo control. Ella lo vaciada en su interior. Se
sirvió en ese espacio y lleno cada grieta en su alma condenada. Pegándolo de
nuevo juntos.

− Cariño, − dijo en voz baja. – Estas en la cama conmigo.

Cerró los ojos por un momento, sin saber que podía aguantar más de ella, pero era
incapaz de negarse a la necesidad en su voz. Él se retiró de ella y rodó, quedándose
de espalda y el culo en la cama, sus vaqueros hacia abajo alrededor de sus rodillas,
los zapatos en el pie. Incluso tenía la camisa puesta. Había algo muy decadente y
sensual de estar completamente vestido cuando su mujer estaba totalmente
desnuda. Cuando levantó la cabeza, todo ese pelo desordenado cayendo del
grueso nudo en la parte superior de la cabeza, sus ojos eran sensuales.

Ella se deslizó de la cama, sin molestarse en darse la vuelta, sólo yendo de rodillas,
y luego tenía la boca ahí. Exquisitamente suave. Tan bueno. Tan hermosa, al igual
que todo lo que hacía. Sus dedos le acariciaron. Sus manos le acunaron. Su lengua
le lamió. Su boca estaba caliente y se sentía como terciopelo.

− ¿Me escuchaste, Siena? − Necesitaba confirmar que lo había escuchado. Que ella
entendió lo que estaba diciéndole. Lo que estaba haciendo con él, no sólo con su
cuerpo, sino que sentía su boca, su cuidado, justo en su puta alma. Tenía que llegar
a él. Tenía que concederle eso. Ella terminó lo que estaba haciendo, dándole un
beso en la coronilla de su pene y levantando la cabeza, todavía arrodillada allí. Su
expresión seria. − Te he oído, Elías. ¿Me has oído tú a mí?

Allí estaba. Dios. ¿Otros hombres se sentirán así de llenos? Tan llenos que apenas
podían soportarlo. No había sabido que un hombre pudiera amar tanto a una
mujer.

− Tenemos que vestirnos para que pueda hablar con Alonso, − dijo ella, y le tendió
la mano.

Bookeater
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Se incorporó y la puso de pie y mientras lo hacía. Se agachó y tiró de sus
pantalones. Todavía podía sentir su boca. Sus manos. Iba a tener la sensación
durante horas.

− No tienes que hacer esto, bebé, no si tienes miedo de él.

Ella inclinó la barbilla hacia él. − Elías, nunca me habrías despertado e incluso
hablado conmigo acerca de esto si no fuera importante. Es importante en una
forma que sólo puedo adivinar. Estabas molesto cuando entraste al cuarto de baño.
Lo pude ver en ti. Intentaste ocultarlo de mí, pero lo vi. − Ella hizo. Con demasiada
claridad.

− Así que voy a ir a hablar con Alonso, y voy a hacer que se dé cuenta de una vez
por todas que eres mi elección. Sin coacción. Que me quedo contigo porque quiero
estar contigo. Es leopardo. Eres leopardo. Supongo que es así, o mi abuelo no lo
habría tenido en cuenta él como mi marido. Voy a entrar en esa habitación contigo
dentro de mí, con tu aroma por todo mi cuerpo. Nuestros olores combinados. Él lo
sabrá. A partir de eso y de la manera en que te miro, él lo sabrá. No voy a tener que
hacer mucho para convencerlo con las pruebas en su cara.

Eso le gustaba. Demasiado. Le encantaba la puta idea de su mujer caminando en la


habitación con él dentro de ella. Con él todo sobre ella. Él no debería haber
permitido que limpiara sus olores combinados fuera de él. Amaba lo que hacía
tanto, que no había considerado renunciar a ella ni por un momento.

− Me sedujiste. − Él quería reír. La pequeña descarada. Iba a tener que trabajar duro
para mantenerse por delante de ella.

Ella le dio una sonrisa de satisfacción. − No fue tan difícil, cariño. Eres fácil.

Bookeater
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15

Siena era muy consciente de Drake, Joshua, Joaquín y Tomás de pie en las
esquinas de la oficina de Elías. Prácticamente se había bañado en el aroma de Elías
porque él le daba valor, pero no había pensado en cualquier otra persona oliendo a
Elías en toda ella. En ella. Sobre ella. Era atractivo. Se sentía atractiva. Ella sabía
que parecía tomada a fondo. Sus labios aún estaban hinchados. Su cara y el cuerpo
lavado. Llevaba la falda favorita de Elías, la que tenía los volantes en cascada y la
camisola a juego que no hacía nada para ocultar las fresas y las huellas dactilares
en la curva de sus pechos, así que añadió un suéter claro que al menos le diera un
poco de modestia. Ahora se alegraba de haberlo hecho.

En el momento en que ella abrió los ojos y miró el rostro cuidadosamente


inexpresivo de Elías, había sabido que algo estaba mal. Él no lo había mostrado.
Ella no podía decirlo incluso cuando había hablado con ella, pero lo había sabido.
Sólo sabía. Y sabía que era malo. Algo lo estaba montando duro, y en el momento
en que le dijo que Alonzo había penetrado su seguridad temía que sabía lo que
estaba ocurriendo.

Si ella no hablaba con Alonso y conseguía que se tranquilizara, Elías iba a actuar y
algo muy malo podría pasar. Ella tenía miedo de pensar en lo que haría, pero
estaba bastante segura de que Alonzo nunca entraría en razón esta vez. Elías no
quería hacer lo que le iba a hacer si ella no hablaba con Alonzo. Ella sabía eso. Pero
lo haría.

Ella tomó la decisión para encontrar el valor para enfrentar a Alonzo, en lugar de
actuar como una niña, escondiéndose de su miedo, planeó hacer frente a él, para
averiguar porqué tenia tanto miedo de él. Sea o no que pudiera poner esa pesadilla
a descansar en realidad no importaba. Lo que importaba era evitar que Elías
hiciera algo que no quería hacer.

Bookeater
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Entró en su despacho con la barbilla en alto, sus ojos barriendo la habitación, Elías
a su lado, con la mano en su espalda. Su mano se sentía como una llama,
quemando a través de su ropa como una marca. Alonso estaba inclinado contra la
pared opuesta a la entrada, los cuatro hombres cerca, pero no en aspecto de
amenaza. Ella supo lo que ellos eran. Ella sabía que Alonso estaba en problemas.

Sus ojos se encontraron con ella de forma inmediata, se movieron sobre su cara, su
cuerpo. Inspeccionándola. Él inhaló, y ella supo que captó el olor del sexo y a Elías
impreso en ella. Su expresión no cambió. De ninguna manera. Sus ojos eran tan
fríos y muertos como siempre, con las manos firmes como una roca, pero él lo
sabía.

− Alonso, − saludó ella, y se alejó de Elías directamente hacia él.

Elías la tomó del brazo. − Baby, quiero que mantengas una distancia segura de él.

− ¿Hay una distancia segura? − Preguntó Alonso.

Ella levantó la barbilla. − Siento haberte preocupado, Alonzo. Traté de llamarte,


pero entonces el teléfono se rompió y se me olvidó. Sinceramente, no creí que la
llamada hubiera salido.

Él cruzó los brazos sobre el pecho. – Tu cabeza tiene un precio, Siena. Paolo es un
idiota, pero él no lo puso ahí. Aún sigue pensando que tiene una oportunidad de
casarse contigo y cimentar su imperio. Necesitas protección, y yo me encargaré.
Soy todo lo que tienes en este momento. Hasta que tu o tu hombre de un paso
adelante y tome lo que tu abuelo construyó, tienes un soldado que cuida de ti.

Elías gruñó. De modo audible. Un gruñido bajo salió de su garganta. La habitación


era de repente eléctrica con peligro. El aire fue pesado. Opresivo. La rabia de Elías
era casi tangible. − Sal, Siena. Vete ahora.

Bookeater
Wild Cat
Ella levantó la vista hacia su rostro. Sus rasgos oscuros estaban tallados con
peligro, pero sus ojos estaban vivos con una plata líquida extraña que brillaba con
la amenaza. Toda su atención se centró en Alonzo. No estaba segura de porque, o
lo que Alonso dijo para hacerle estallar, pero ella no estaba permitiendo esto.

− Creo que necesito hablar con Alonso...

Sus dedos se clavaron en su brazo, parándola a su fin cuando dio otro paso hacia
adelante. – Mierda, Tú vas a hacer lo que he dicho, carajo − espetó, su bajo tono.
Furioso. Dictando. Tan cerca de su leopardo que podía sentir la ola correr por su
piel por un momento contra su piel y luego se había ido.

Ella respiró hondo y soltó el aire, inclinó la cabeza mientras se dio la vuelta para
plantarse a sí misma justo delante de su cuerpo. Mostrándole a Alonso que no
tenía miedo de Elías Lospostos o de su boca sucia. Lo observó con sus propios ojos
que brillaban estrechos y desafiantes y todos verdes.

− Y puedes parar de estar diciéndome la palabra M, cuando quieres que haga todo
a tu manera. Porque esa f, no va a servir, y menos cuando Alonso llegó hasta aquí
para entregar una advertencia y tal vez ayudarnos, me gustaría oír lo que tiene que
decir.

Se miraron el uno al otro durante un largo momento. Alguien rio. Ella pensó que
podría ser Joshua, pero no estaba segura. Ella se negó a romper la mirada, lo que
era una buena cosa porque lo vio en sus ojos primero. La calidez extendiéndose
con el peligro. Diversión. Sonriendo, diversión masculina arrogante, pero aun así,
estaba allí.

Algo muy dentro de ella que se había enrollado firmemente y formado nudos
duros en su vientre que ni siquiera había reconocido anteriormente, libero la
tensión y ella fue capaz de respirar normalmente.

Bookeater
Wild Cat
Elías le enmarcó la cara con las manos. − ¿La palabra M, bebé? ¿Qué es
exactamente eso, porque no lo entiendo, dame una pista? ¿La palabra M? ¿M?

− Tienes una pista. Y deja de reírte de mí. Tienes una boca sucia.

Se inclinó hacia abajo, la boca contra su oído. − Te gusta mi boca sucia.

A Ella lo hacía. Pero no iba a admitir nada. Ella lo miró. Era difícil mantener esa
mirada en su cara con diversión.

Se enderezó. − Bebé. De Verdad. Es sólo una palabra.

− Es algo asqueroso, una mala palabra.

Se inclinó de nuevo y apretó sus labios contra su oreja derecha. − Te quiero


putamente. Entre más sucio mejor.

Sus ojos se abrieron como platos, ella lo sabía. Conmocionada. Caliente. Ella sintió
que su cuerpo se mojaba y sus pezones se levantaban duro. Seriamente. Este no era
el momento, cuando ella estaba tratando de calmar una mala situación y hacer un
punto.

Su diversión creció mientras observaba su rostro colorearse y las condiciones


meteorológicas sus ojos. Miró a los otros hombres y vieron que compartían su
humor. Ella compartió su mirada con todos ellos, incluyendo a Alonzo.

− Parece ser que es un requisito previo dejar caer la palabra M, para entrar en el
club de los hombres alrededor aquí. − Ella les dio a todos su altiva mirada y llevo
su nariz al aire. Como una Princesa pueblerina. − No tengo ningún deseo de
unirme a su club. Alonso, ya que eres mi único soldado y yo ni siquiera sé lo que es
eso, ¿Dime exactamente quién me quiere muerta?

Elías se aclaró la garganta. − Bebé. Esa es mi jurisdicción. Hemos hablado de esto.


Yo te mantengo a salvo, y tú vives libre, no tienes que lidiar con esta basura.
Alonso y yo seremos civilizados y va a ayudar a sacarlos hacia fuera.

Bookeater
Wild Cat
− Tú no te veías civilizado, − acusó. − Ninguno de los dos. Y sólo por esta vez,
porque realmente es molesto para mí, me gustaría saber lo que está pasando. Paolo
me asusta hasta la muerte, y antes, cuando los disparos fueron realizados, pensé
que tal vez era Paolo tratando de matarme y me sentí muy mal. Emma y Jake y los
niños estaban aquí. Catarina estaba aquí y ella está embarazada. Eso habría sido mi
culpa. − Ella bajó la cabeza, dejando caer su voz una octava. − Está claro que yo
tenía razón, simplemente no se trata de Paolo.

− Siena.

Elías y Alonzo, ambos dijeron su nombre al mismo tiempo. Elías sonaba dulce, tan
dulce que su corazón se derritió. Alonso sonaba como si estuviese regañándola.

− Paolo siempre ha querido el reino, − dijo Alonso. − Hasta donde puedo recordar
desde que lo conocí, estaba decidido a quedar bien con Tonio. Él sabía que no tenía
ni idea de lo que su abuelo hacia aparte de sus negocios legítimos. Él sabía, y
pensaba que Tonio le entregaría las riendas a él cuando muriera. Se aseguró de
estar en condiciones de ser el sucesor natural. Pero Tonio quería que tuvieras todo.
Él quería que tu marido manejara las cosas y que te mantuviera fuera de todo, pero
determinó que eras tú quien heredaba todo.

− ¿Así que no quería que Siena fuera parte del trato? − Preguntó Drake.

Alonso lo miró, sacudiendo la cabeza. Su mirada volvió de nuevo hacia Siena, y


luego hacia el rostro de Elías. − Tiene que declarar sus intenciones y pronto, o va a
ser una guerra. Paolo emitió un golpe en ti, no en Siena. Un hombre con el nombre
de Robert Gatón, uno de los tenientes de Rafe Cordeau, va detrás de Siena. Él
quiere su territorio y considera que si la mata, tiene una mejor oportunidad.

El rostro de Elías era una máscara. − Mejor que mire su propio territorio antes de
decidirse a declararme la guerra. Él no ha cimentado nada aún.

Bookeater
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La mirada de Alonso se desvió hacia él, y el estómago de Siena vio el conocimiento
allí. Ella tomó una respiración profunda, repitiendo las palabras de Elías y lo que
significaban. No había ninguna duda del significado. Ella no quería vivir en una
familia del crimen. No quería que sus hijos lo hicieran tampoco. Quería levantar
sus hijos limpios y normales, lo que no era. Ella nunca lo había tenido. Apretó su
mano protectora sobre su estómago. Al instante sintió el calor de la mirada de
Elías. Ella debería haber sabido que no se perdería incluso ese pequeño gesto. Más
que nada, no quería esta vida para su marido. Y Elías Lospostos iba a ser su
marido. Ella lo sabía. Supo que lo que tenían juntos nunca lo tendría con cualquier
otra persona, y que él la necesitaba. La necesitaba porque sin ella, sería igual que
Alonso, en el interior frío y muerto. Así, que envió, una furtiva y rápida mirada a
Alonzo, algo en la forma en que la miraba le dijo que era importante para él. Si
estuviera verdaderamente muerto en el interior, no sería capaz de sentir de un
modo u otro por ella.

− ¿Qué paso, Alonso? − Preguntó en voz baja. − Recuerdo que me sentía segura y
cómoda a tu alrededor. Nunca tenía miedo. Y entonces yo ya no lo estaba y no sé
ni por qué. ¿Tú lo sabes?

Él suspiró. Por primera vez se veía incómodo, pero podía ver que iba a
responderle. Él no quería, pero él se había declarado su soldado y eso significaba
que cuando le preguntara algo, él iba a través.

− Me viste cambiar y matar a dos hombres que te estaban amenazando a punta de


pistola. Estabas tan traumatizada que nunca lo recordaste.

Se quedó sin aliento en sus pulmones. Por supuesto. Su pesadilla. Ella había tenido
sangre por toda ella, pero no era su sangre. Alonzo no la había matado, había
matado a dos hombres para salvarla. ¿Por qué había bloqueado eso? Ella lo sabía.
Era por el leopardo. Haberlo visto significaba que estaba loca. No había tal cosa
como un cambia formas, un hombre que podría convertirse en un leopardo.

No había sido la violencia del momento la que la había traumatizado tanto, sino la
pura imposibilidad de que un hombre se convirtiera en un leopardo. El leopardo
había sido áspero y estaba cubierto de sangre al igual que ella. Espantoso. Cerca.
Esos ojos brillando intensamente con el deseo de matar. Se estremeció, y envolvió
los brazos alrededor de ella.

Bookeater
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− Siento que me vieras, Siena, − dijo Alonso en silencio. − Tenías pesadillas después
de eso, y no te acercabas a mí.

Ella le había hecho daño. Ni siquiera se había dado cuenta de que podía ser herido.
Que lo avergonzaría. − Alonzo, no sabía nada acerca de lo que mi abuelo estaba
haciendo o lo que no estaba haciendo. Me encanta que seas protector conmigo y
que estés mirando hacia fuera por mí, pero no tengo ni idea de qué hacer.

− Tu hombre lo hace.

− Mi hombre no necesita estar involucrado en mi desorden. − Colocó la cabeza en


alto.

Elías la cogió por el brazo. − Eso es, nena. Has terminado aquí.

− No he terminado aquí, puedo decirlo. Tengo que resolver esto.

− Tu hombre resolverá el problema, − dijo Elías, y se sumergió hacia abajo,


golpeando su hombro suavemente en su vientre, y él se puso de pie.

Ella se encontró boca abajo, sobre su espalda, el pelo colgando hacia abajo en la
cara, el brazo a través de sus nalgas manteniéndola en su lugar. Antes de que
pudiera hacer más que un chillido, él salió a zancadas del cuarto, dando pasos
largos a propósito, cerrando la puerta detrás de ellos. Ella no le estaba dando la
satisfacción de ser tan poco digna como para moverse.

Elías le llevo a través de la casa, más allá de la habitación sin entrar dentro de ella
en esta ocasión, lo que significaba que había más de una forma de llegar a las
distintas salas desde este lado de la casa. La dejó en el mostrador y mantuvo una
mano sobre su vientre.

− Bebé, voy a decir esto una vez más, porque es importante. Yo sé lo que estaba
haciendo allí, y lo aprecio. Lo hago. Sin embargo, este negocio no le toca. Sé que
piensas que eres responsable, pero tu abuelo lo es, no tú. Eres mía ahora. Mi mujer
no es tocada por la mierda. Nunca. Mi amorcito, este negocio es una mierda. Nací
en él y sé cómo manejarlo. Tú no estás acercándote a el de nuevo. ¿Estamos claros?

Bookeater
Wild Cat
Ella estudió su cara. Sabía que quería decir cada palabra, y había una advertencia,
tan dulce como él estaba tratando de hacerla, tan sutil como él la estaba haciendo.
Elías no era el tipo de hombre con el que te cruzaras, ni siquiera por ella, no
cuando imponía su ley. Cuando ella lo había aceptado, tomó la decisión de ser
suya, había ido con los ojos abiertos sobre él. Ella lo vio. Vio el dominante en él. Si
ella era su mujer, la única para él, tenía que aceptarlo a él también.

− Elías, − comenzó con cuidado.

− Te pregunté si estábamos claros en esto.

Su voz se endureció y ella hizo una mueca. Ella puso su mano en el pecho,
inclinando su cabeza hacia él.

− Cariño, quedo claro, − ella estuvo de acuerdo, − pero me gustaría decir algo.

− Dilo, entonces.

No dio una pulgada. Se dio cuenta de que había sido muy, pero muy afortunada
de que la hubiera llevado a su oficina para enfrentar a Alonzo. Él realmente no la
quería en su negocio o que este estuviera en cualquier lugar cerca de su familia.

− No quiero que tengas algún trato con nada de eso, Elías. Está claro que es
desagradable para ti. Estamos pensando en hacer una familia juntos...

Ambas manos fueron a su falda y tiró de ella hasta los muslos. Luego sus manos
cayeron hasta su cintura y él tiró de ella hacia él, de modo que ella estaba justo en
el borde de la encimera, su cuerpo encajado entre sus piernas. Cerca. Lo
suficientemente cerca para que sintiera el calor de su ira.

− No me cabrees, Siena. Ya estás patinando sobre hielo delgado. No estamos


pensando acerca de hacer una familia. Somos una familia. Mi bebé esta en tu
vientre y mi puta semilla esta tan profundo dentro de ti que nunca la vas a sacar.
¿Qué más necesitas antes de admitir que estamos juntos y vamos a permanecer de
esa manera?

Bookeater
Wild Cat
La sala se fue al terror. Tensa. El aire se llenó de su ira. La furia se había convertido
en puntas de alfiler en sus ojos. Antes de que pudiera formular una disculpa
correctamente como una protesta adecuada para no embarrarla, exhaló un suspiro
de frustración. Sus dedos se flexionaron en su cintura. Excavado en ella. Él le dio
una pequeña sacudida.

− Estamos casándonos putamente. Inmediatamente. Voy a llamar a Jake ahora y a


pedirle que encuentre a alguien y que haga el papeleo. Nosotros hacemos el
papeleo, esperamos las setenta y dos horas y luego está hecho. Mi anillo en tu dedo
y esta vez conseguirás meterte en la cabeza que me perteneces y... – Él acercó la
cabeza a la de ella, sus ojos observándola de manera que la plata era líquido puro.
− Tú no estas. Yéndote. A ningún. Maldito lugar. − Escupió los últimos cinco
palabras.

Ella sintió la ira iniciar en respuesta, en su estómago turbulento. Al presionar una


mano allí, ella lo miró.

− ¿Tu crees que esa es la propuesta de matrimonio de mis sueños? Porque... − Ella
se inclinó hacia él, con los ojos reducidos, al igual que él se centró en los suyos. −
Esa no lo es. − Ella gritó las dos últimas palabras.

Su mano se movió hasta la altura de la nuca, los dedos curvándose allí. – Necesitas
entender esto, Siena. Tú no hablaras de irte. No pensaras en salir. Si tienes algo que
se pegue en tu intestino, es mejor, como la puta, que me hables de ello.

− ¿Qué? − le espetó: − ¿estaba tratando de hacerlo? Pero eres un exaltado tal y


espero por Dios que no seas más así porque me va a volver loca cuando tenemos
hijos. Porque soy el tipo de persona que cree que los padres debe estar en la misma
página. Pero tú te caes de la página con tu mal genio, Elías, tendremos palabras,
muy posiblemente delante de nuestros hijos.

Estudió su rostro. Una ceja subió. − ¿Palabras? ¿Vamos a tener palabras?

Bookeater
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Ella asintió. Solemnemente. − Sí, Elías. Se pierde los estribos como esto con
nuestros hijos, lo más seguro es sin duda que tendremos algunas palabras. − Ella
cruzó los brazos sobre su pecho, lo que indico sin lugar a dudas que ella estaba
tomando esto en serio.

Extendió la mano y rozó con suavidad los mechones de pelo de su cara,


metiéndolos detrás de su oído. Su boca se curvó, y ella entrecerró los ojos aún más
porque sólo por un momento, parecía como si fuera a encontrarse divertido, lo que
le metería aún en más problemas de en los que ya estaba.

− Si tu tienes palabras conmigo en frente de nuestros niños, bebé, voy a expresarme


de una manera muy diferente a la guerra de palabras en la intimidad de nuestro
dormitorio. No le va a gustar y entonces. − Su tono oscuro le hizo estremecerse.

− No me puedes amenazar con...con...um...

Se inclinó, y esta vez vio más claramente el destello de humor en sus ojos.

− Baby, la palabra que está buscando es el sexo. Mi tipo de sexo. El tipo en el que
caes derecho por el borde durante el tiempo que quiero jugar. Quizás atarte y jugar
durante horas hasta que me supliques y voy a recordarte que tuviste esas palabras
conmigo.

Ella parpadeó. Se quedó sin aliento en sus pulmones. Sentía la recolección de calor
húmedo entre sus piernas y sólo por un momento, su sexo en realidad tuvo un
espasmo. − ¿Por qué sigues usando ese tono cuando dices palabras. Y antes de
contestar, me explico con cuidado, en el lenguaje adulto, que si estás en lo más
mínimo encontrando algo gracioso en esta conversación, sólo vas a conseguir
meterte en más problemas.

Él le enmarcó la cara con las manos, empujando más cerca con su gran cuerpo,
acuñándose a sí mismo entre los muslos de modo que sus piernas estaban muy
abiertas. Demasiado anchas. Su falda, aunque larga, se movió hacia arriba
alrededor de sus caderas. Exponiendo el hecho de que ella no tenía las bragas. El
aire fresco en realidad burlándose de su repentinamente sexo caliente. No cometió
el error de retorcerse, aunque le tomo mucho control.

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− Si me río, mi vida, ¿Planeas tener algunas palabras conmigo? − Él inclinó la cara
hacia abajo, hacia la de ella y perdió totalmente la respiración. Toda ella. El aire se
precipitó en un largo camino, lento mientras miraba su hermoso rostro.

Para Siena, siempre había sido este hombre. Siempre. Llenó sus sueños, sus
fantasías. Nunca había habido otro hombre y nunca lo habría. Ella no pudo
evitarlo, tenía que tocar esa mandíbula sombreada. Siempre parecía que tenía una
sombra, ese maravilloso rastrojo abrasivo que se sentía tan increíble entre sus
piernas. Sus pestañas, tan oscuras y largas, que enmarcan sus increíbles ojos. Él era
guapo, tanto era así que ella no podía creer lo masculino que se veía al mismo
tiempo. Todas líneas y planos. Parecía peligroso, y cada vez que se acercaba, su
corazón latía con fuerza y su estómago daba un delicioso rollo lento,. Cada vez que
estaba cerca, en el fondo, los fuegos artificiales se disparaban. ¿Cómo escondía eso
de él?

− Sí. − Ella consiguió dar la afirmación, pero apenas eso, porque ella no tenía aire
en los pulmones.

Sus labios rozaron los suyos. − Baby, eres tan jodidamente adorable, que a veces
simplemente me dejas sin aliento y yo no sé qué hacer.

Fue lo último que esperaba. Especialmente cuando su boca estaba tan cerca,
distrayéndola.

− Es necesario que me tomes en serio, Elías. Especialmente cuando estoy tratando


de decirte algo importante.

El asintió. Dejó caer la mano a su muslo desnudo, rozándola allí. Ella era muy
consciente de su palma quemando una marca en su piel.

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−Dime lo que querías decirme antes de que perdiera los estribos
desagradablemente, − le impulsó. Hablándole suave. Podía desarmarla con su
suavidad.

Ella tomó una respiración profunda porque necesitaba aire desesperadamente. Sus
dedos estaban aún en contra de su piel. Los movió en patrones sutiles. Sentía cada
movimiento profundamente en ella. Dentro. Yendo a su núcleo más profundo, en
el que creció más caliente. Donde estableció la quemadura y ardió. Ella trató de no
retorcerse para que no supiera lo que le hacia su toque, aunque en el interior de los
muslos, quemaban hasta el interior de su cuerpo. Ya que tomaría ventaja de eso.
Ella lo sabía.

− Yo no quería dar a entender que no estaba totalmente comprometida con nuestra


relación, − comenzó. Necesitando que supiera eso. Aun así, se merecía su estallido,
especialmente sobre su propuesta de matrimonio. Como si ella incluso considerara
una propuesta tan ridícula. − Lo que necesito decirte, Elías, es que yo no quiero
esta vida para ti. Para nosotros. Pero sobre todo para ti. Tú no la quieres tampoco.
Los problemas que he traído a tu puerta sólo te ensuciarían más profundo en el
lodo.

Él la miró por lo que pareció una eternidad. Su mirada se centró en ella en su


totalidad. Intensa. Por último, sacudió su cabeza. Despacio. − Mi Dios, mi vida. −
Sus ojos plateados se movieron sobre su cara. − ¿solo me ensuciarían más
profundo en el lodo? − se hizo eco. − ¿Tu no quieres eso para mí?

Ella sacudió su cabeza. − No, yo quiero que seas feliz, Elías. No que estés
preocupado. No que estés en peligro. No que hagas cosas que odias con cada
respiración que tomas. Te quiero libre de todo esto.

Su mirada la quemó. Sus ojos eran tan plateados que brillaban. Brillaba. Podía ver
su gato cerca. − ¿Cuándo seas libre, vas a dejarme?

Ella estudió sus características. Así como era. Así sin expresión. Una máscara. Pero
sus ojos estaban vivos. Líquidos. Quemando sobre ella y en ella. La mano en el
muslo, se había ido totalmente quieta, como una estatua.

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No, no como una estatua. Como un leopardo. Congelada en la imagen.
Completamente, totalmente inmóvil. Centrado.

− Estoy aquí, Elías. Tu semilla profundamente dentro de mí. Tu bebé está creciendo
dentro de mí. No soy libre, y estoy aquí. − Se apoyó en él, poniendo su mano
contra su mandíbula, mirando los ojos líquidos. − Estoy aquí, Elías.

− Como sabes bebé, mi semilla esta en ti, pero en este momento, quiero comerte, y
no puedo hacer eso. Así que vas a ir a limpiarte y voy a tratar con el problema y
entonces estás de vuelta en nuestra cocina, mientras te preparo la cena.

Él no se movió. Siguió mirándola. Haciendo su corazón latir. Haciendo fusionar su


estómago y haciendo que se quemara en el interior, creciendo más caliente.

− Todavía tengo que saber que estamos claros en esto, mi amorcito. Este negocio no
te toca. Yo me encargo de esas cosas. Vives tu vida dulce y clara y vas a manejar
el... − Una lenta sonrisa suavizó el borde duro de su boca y se deslizó en sus ojos. −
¿Qué palabra usó? Suciedad. Yo me encargo de la suciedad.

Ella no trató de sonreír, o sentir el calor en movimiento a través de sus venas. −


Estás definitivamente encontrándome divertida y eso no es tan cool.

− Siena, que dices cosas como que estás teniendo unas palabras conmigo, cuando
se supone que debes estar enfadada o que estoy sumido en la mugre, sí, es
jodidamente adorable, pero también es divertido. Tienes que conseguir entender
eso.

− Entiendo que no estás tomándome en serio.

La sonrisa había desaparecido y ella inmediatamente la perdió. Se inclinó, con el


puño agrupándose en su pelo. – Yo te tomo en serio, bebé. Muy en serio. Voy a
cuidar de mi mal humor en torno a nuestros hijos. Los seis de ellos.

Bookeater
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El aire se había ido de nuevo. No sólo de los pulmones, sino de toda la sala. Ella lo
miró, hipnotizada por la expresión de su cara. Por sus ojos y su voz. Por el puño
que tiró de su cabello. Por las cosas que le dijo.

− Gracias, − susurró.

− Ve a limpiarte para mí. − Sus manos se asentaron alrededor de su cintura y la


levantó en el suelo, lo que permitió que su falda cayera hasta los tobillos. − Y Siena,
guarda las bragas. El cocinar para ti, sabiendo que estas allí, esperándome, a
disposición de mis manos, mi boca, mi pene. Me gusta eso, una cogida de un
montón.

Su vientre se contrajo directo junto con su canal femenino. Ella sintió la oleada de
calor húmedo y envió a él una mirada ardiente.

− Voy a ir a limpiarme. No puedo esperar para mi primera clase de cocina, así que
date prisa, Elías. − Ella se alejó unos pasos de él, sintiendo sus ojos. Se detuvo y se
volvió ligeramente, con el corazón golpeteando. − Cariño, sé que no quieres que
interfiera, pero necesito saber Alonzo es seguro.

Su rostro se convirtió en piedra. Piedra absoluta. Su corazón tartamudeó. Se


acercó, encrespando su mano alrededor de la nuca y presionó su frente con la suya.
− Creo que fuimos claros.

Tragó duro. − Lo sé, Elías. Pensé que lo hicimos, pero es mío. Se siente como mío, y
yo no hice lo correcto por él. Me salvó la vida y yo no lo trate bien. Necesito saber
que está a salvo.

Sus manos fueron a ambos lados de su cuello, deslizando sus pulgares a lo largo de
su mandíbula. − Eres mía, Siena. Eso significa que estoy contigo. Eso significa que
tienes que confiar en mí para asegurarme de que tu vida es buena. Tienes mi bebé
en ti. Eres mía. Entiendes lo que eso significa, mi amorcito. Necesito saber que me
crees. La gente va a decir cosas. Las oirás. Ellos te trataran manera diferente. Tienes
que aferrarte a mí. Tienes que saber que estoy haciendo esto por ti. Siempre, serás
mi primera prioridad. Aprende eso desde ahora, Siena.

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Ella buscó sus ojos como la plata líquida. Le quemaban. Tomó aliento. Ella leyó la
honestidad allí. Ella leyó la necesidad feroz, la conducción del cambia formas de
sexo masculino para proteger y cuidar a su mujer, su compañera.

− He confiado en ti en todo momento y todavía no me has dicho todo, Elías. Estoy


esperando eso. Yo sé que lo harás porque me diste tu palabra. Así que te he dado
mi confianza de pura fe. No estoy yéndome fuera. − Ella se había comprometido
con él. Ella lo había elegido a él, incluso sabiendo que ella no quería su vida.
Incluso sabiendo que estaba fuera de la ley. Ella todavía lo había elegido, y tenía
razón, tenía que confiar en él. − Considera que es aprendido, − susurró.

Él tomó su boca. Duro. Mojada. Largo. Poseyéndola. Luego su boca se suavizó y él


fue amoroso, tierno, dulce. Dándole algo indescriptible que le desgarraba el
corazón y envió temblores a través de su cuerpo. Él levantó la cabeza lentamente,
sus ojos en ella, comprobándola. Asegurándose de que ella estaba bien.

− Date prisa, Elías, − susurró ella, y se dio la vuelta para regresar a la habitación.

Ella fue a través del cuarto. La casa era un laberinto de habitaciones. Ella sabía por
qué. Ella sabía que la casa fue construida para que los leopardos pidieran escapar.
Ella conocía a la familia de Elías, uno por uno, había sido asesinado o muerto de
forma violenta, sangrienta. Este lugar fue diseñado para permitir que él saliera
cuando era atacado. Para brindar a su compañera y a sus hijos, condiciones de
seguridad. Estaba decidido a aprender todas las rutas, por lo que ella podría hacer
lo mismo.

Su cuerpo se sentía sensible, los pechos y los pezones doloridos e hinchados, con
fuerza, empujando contra su camisola. La quemadura que ardía era tan
deliciosamente caliente. No tan cómoda. Más deliciosa, pero mucho más exigente.
Ella sentía el pulso palpitante entre sus piernas con cada paso que daba.

Ella lo amaba. Lo hacía. Ella no sabía cómo sucedió o incluso por qué. Ella no
estaba enamorada del hombre de su fantasía, con el que había soñado durante
tantos años. Ella amaba a Elías con la boca sucia y sus manos pecadoras y su borde
peligroso y su temperamento increíble. Ella lo amaba con cada célula de su cuerpo.
Con el corazón y el alma. Ella quería ser su mujer. La mujer con que pasara cada
minuto amoroso del día. Queriéndolo. Necesitándolo.

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Se lavó cuidadosamente, y con cada paso del paño caliente y húmedo, envió
escalofríos a través de ella. Ella se cambió, no pudo evitarlo. Ella eligió otra falda,
también larga, con un mayor flujo, cayendo de sus caderas en lugar de su cintura,
abrazándola a fondo, pero los movimientos de balanceo en pliegues como un
pañuelo alrededor de sus piernas hasta los tobillos.

Se quitó el sujetador y encontró otra camisola. Tenía que ir de compras pronto,


porque toda la ropa que había sido enviada desde su casa le estaba quedando un
poco demasiado apretada. Aun así, el pequeña camisola se adaptaba a sus formas,
con lazos como cordones en la parte delantera, ahuecando sus pechos, parecía
simplemente perfecta, aunque sus pechos eran más generosos de lo que habían
sido. Ella apretó los cordones, y admiró las marcas que Elías dejo atrás en las cimas
de los senos. La sola observación de las manchas envió un estremecimiento que le
recorrió la espalda.

Se envolvió en su suéter por si acaso alguno de los hombres patrullaban los


pasillos, aunque estaba bastante segura de que Elías los sacaría de la casa después
de su reunión. Parecía bastante seguro de que nadie iba a interrumpirlos en la
cocina.

Ella se soltó el pelo y lo llevó hacia abajo. Pensó en trenzarlo y acomodar la trenza.
Su cabello era hermoso, ella no podía negarlo, aunque había mucho de él. Si lo
llevaba hacia abajo, estaría en todas partes. No lo soltaba por eso mucho. Aun así,
se decidió por tirarlo hacia atrás en una cola de caballo suelta, manteniéndolo fuera
de su cara. Ella quería ser capaz de ver cada segundo.

Elías entró en su despacho. El ambiente estaba tan aumentado como cuando él los
había dejado. Él fue directo al punto. Él quería estar con su mujer, no joder con
basura. − ¿Estás bien con donde ella quiere estar? − exigió.

Alonzo asintió. No hubo la más mínima chispa de humor en sus ojos planos y
fríos. − Ella va a ser un puñado. No tienes ni idea.

Él tenía más que una idea. Ella iba a tener unas palabras con él. Dios mío. Palabras.
Era putamente adorable y era imposible, cuando estuviera enojada con él, iban a
tener unas palabras, lo que solo haría nada más que rasgar la ropa y llevarla duro y
rápido dondequiera que estuvieran. Dios. Palabras.

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Mantuvo su rostro en una máscara en blanco. Esto era importante. −¿Todavía
quieres ser su soldado a pesar de que me pertenece?

Alonzo asintió lentamente, sin parpadear, sus ojos ámbar se centraron, su gato
cerca. − Es necesario tomar el territorio de Tonio. Si no lo haces, va a ser una guerra
y estarán atrapados en el medio. Eres respetado. El consejo va a aceptarlo.

− ¿Estás dispuesto a trabajar para mí?

Alonso lo estudió. No saltó a la derecha y agarró la oportunidad. Se tomó su


tiempo para decidir, revisando la idea en su mente.

− ¿Va a mantenerla fuera de esto? Realmente mantenerla fuera, no como Tonio,


que la tuvo entregando su puto vino para distraer a sus marcas para que su
hombre pudiera deslizarse en el interior para poder eliminarlos. ¿Realmente la
mantendrás afuera?.

− Ese es el plan. – A Elías no le gustaba explicarse a sí mismo, no a cualquiera. Pero


la verdad era, que soldados como Alonzo valían su peso en oro. Él sería leal, y es
más, trabajaría el culo para mantener a Siena a salvo. A Siena y a su hijo.

Alonzo asintió lentamente. − Estoy dentro.

Elías levantó la mano, miró a Drake, quien asintió con la cabeza y luego se volvió
de nuevo a Alonso. Él hizo un gesto hacia la silla de cuero de alto respaldo
cómoda. − Toma asiento. − Se deslizó detrás de su escritorio.

Drake tomó una esquina de la mesa. Joshua, Joaquín y Tomás se mantuvieron


apoyados contra la pared.

A Alonso no le gustaba sentarse en la silla. Eso lo dejaba más vulnerable a un


ataque que nunca. Pero, después de un momento de vacilación, lo hizo.

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− ¿Sabes algo de Drake Donovan? − Preguntó Elías, agitando una mano hacia
Drake.

Alonzo asintió. − Él es leopardo. Rápido. Experto. Se lo suficiente como para estar


sorprendido de que él se asocie con Elías Lospostos. No quiero decirlo en el mal
sentido, sólo como un hecho. Él tiene una reputación. Hombre duro. Ni uno solo
puede cruzársele. Tonio nos advirtió que retrocediéramos con todo en lo que
estuviera involucrado.

− Te lo advierto ahora, antes de que vayamos más lejos, si te digo más, y luego
quieres irte, o si decides traicionarnos, eres hombre muerto.

− Siempre he sido leopardo. Siempre he sido de la familia. Conozco las reglas. Te


dije que sí, y mi palabra es vinculante.

Elías estudió su rostro. − ¿Alguna vez consideraste una forma de vida diferente?

− Te lo dije, no sé de ninguna otra manera. Nací para esto. No puedo vivir una vida
normal.

− No dije normal. No dije fácil, Alonzo. Hace algún tiempo, decidí que no quería la
vida de Elías Lospostos. Me encontré con Drake, y él me enseñó una manera mejor.
La parte más vulnerable siempre va a estar allí. Siempre. Tomamos a alguien, otra
persona llena ese vacío. Eso es sólo la forma de hacer las cosas. Pero eso no quiere
decir que no podemos controlar esa mierda. ¿Quién está en el poder? ¿Qué hacen?
Todo está basado en el dinero. En ofertas. Controlamos el dinero y las ofertas y
controlamos quién está en el poder.

Alonso se quedó muy quieto, absorbiendo la información una y otra vez en su


mente. Elías ya había reconocido que el hombre era inteligente. También
cuidadoso y reflexivo. No saltó a conclusiones. Se podría decir que no era material
para ser un rey, pero con un poco de entrenamiento y experiencia, Elías le podría
dar forma para ese papel. Más que nunca, quería un soldado comprometido con su
trabajo.

− Peligroso, − reflexionó Alonso.

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Elías asintió. − En particular, por los que son leopardos. Tenemos que sacarlos
primero. Ellos pueden escuchar una mentira. Alrededor de los otros, tenemos una
ventaja, alrededor de los cambia formas, no. Los leopardos nos pueden leer tan
fácilmente como los leemos. Así que hay que trabajar para conseguir ir alrededor
de eso.

− ¿Siena sabe que duplicaste el peligro para tí mismo? –

Las características de Elías se endurecieron. Sus ojos fueron al gato puro. − No. Y
ella no va a saberlo a menos que sea necesario que lo comparta. No le das a una
mujer toda la mierda que eres, toda a la misma vez, si tienes la intención de
mantenerla, y yo tengo la intención de mantener a Siena. Nosotros le mantenemos
segura y nos separamos de los bajos fondos y construiremos de nuevo un imperio
que podamos controlar. Al menos nuestra parte de él. Voy a tomar el territorio de
Siena, al menos lo suficiente para que el Consejo llegue a un acuerdo. Vamos a
tener que encontrar a Paolo y matarlo. Mientras tanto, tenemos que desacreditarlo
con los soldados de Tonio.

− ¿Y Robert Gatón?

− Él trató de matarla. Voy a darle caza hasta los confines de la tierra, y cuando lo
encuentre, voy a arrancarle el puto corazón, − espetó Elías.

Alonzo asintió lentamente. − Quiero estar allí para eso.

Elías se sentó en su silla. − ¿Estás en todo el camino?

Alonso se puso de pie y se movió alrededor de la mesa hacia el lado de Elías. Llegó
a la mano extendida. Hacia el anillo que indicaba que era el jefe de la familia
Lospostos. El anillo que indicaba que Elías era un leopardo. Un cambia formas. Un
rey. Y Alonzo juró su fidelidad. Lo que fuera que ello significara.

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16

− Mi hombre realmente puede cocinar, − dijo Siena, inhalando los aromas


sorprendentes que llenaban la cocina. Se inclinó en el mostrador, con la mitad en el
taburete para inspeccionar más de cerca lo que estaba haciendo. − Eso no sólo se ve
maravilloso, sino que huele de esa manera también.

Elías levantó la vista de donde estaba expertamente amasando la masa para las
tortillas, una sonrisa destellando que le quitó el aliento. Tenía el pelo desordenado
y se veía hermoso, relajado. Contento.

− Siena.

Dijo su nombre, y su corazón se fundió y las mariposas en el estómago despegaron


cuando se hizo un rollo lento. Incluso su sexo reaccionó a esa suave y aterciopelada
amonestación.

− ¿Tú lo dudabas?

Ella apoyó la barbilla en la mano, el codo apoyado en el mostrador, totalmente


fascinada con este lado de Elías. Lo quería ver. Ella sabía que lo estaba devorando
con su mirada, pero no tomo cuidado. No le importaba que él pudiera ver cómo se
sentía en su cara. Ella sabía que él podía hacerlo porque se veía feliz. No sólo feliz,
relajada y feliz.

− Si me sigues mirando así, no vas a tener la cena. Estaremos comiendo, bebé, pero
no esta comida deliciosa. Algo más delicioso. Nosotros dos.

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− Eso suena muy bien para el postre, Elías, − respondió ella, con su voz más
comedida. − Pienso que esta comida debe ser comida, ya que pasaste todo este
tiempo y esfuerzo en prepararla para nosotros, y nuestro bebé incluso sabe todo
acerca de ello. Así que vamos a esperar otro rato y tomar un largo postre, sin
prisas.

Sus ojos fueron al mercurio oscuro. Sensual. Encapuchados. A él le gustaba la idea


de postre. Ella decidió hacer un poco de tomadura de pelo en ese orden. A su
hombre le gustaba la comida. Le encantaba el sexo. Aunque las dos alegrías no
eran definitivamente iguales en su libro. Ella esperó hasta que sus tortillas tenían
toda su atención.

− Sin embargo, ahora que me has hecho pensar en ello, me gustaría saborearte.
Mucho.

Su mirada saltó a su cara. Ella esbozó una sonrisa soñadora. − Bueno lo haré.
Mucho. Estás caliente y picante y yo soy del tipo de enamorada que frota su lengua
arriba y abajo de ese delicioso eje suyo. Al igual que un helado de cono, pero muy
picante. Y luego está ese pequeño punto que si froto justo...

Él gimió. − Mujer, vas a conseguir meterte en problemas si me mantienes


encendido por el estilo.

Ella abrió mucho los ojos con inocencia.− Estoy simplemente reviviendo las
alegrías de tu cuerpo, que me pertenece, Elías. Creo que cuando soy yo la que llega
a poseer ese tipo de cuerpo, debería pasar un poco de tiempo pensando sobre qué
hacer sobre él, antes de tomar decisiones precipitadas.

Su sonrisa fue lenta y atractiva. − Es necesario comer alimentos, mi amorcito. Tú no


comes lo suficiente y tienes un bebé dentro de ti tomando todos tus nutrientes. Vas
a comer. Cenar. Después ya pensaremos en otras cosas.

Ella puso mala cara. Deliberadamente. Se retorció un poco en el taburete.


Deliberadamente. − Me tienes pensando en cómo es de deliciosas esas otras cosas.
Algunas personas no comen el postre antes de la cena.

Su mirada se desvió hacia ella. − Estás comiendo la cena en primer lugar.

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Ella hizo un puchero. − Solo digo.

Se volvió de nuevo a su trabajo. Agitó la carne adobada en la sartén. Comprobó el


arroz y los tomates. El aroma honestamente le hizo agua la boca. Ella tenía hambre,
no había duda de ello. Pero eso había sido quemado en ella durante un tiempo
ahora. Siempre con ella. Le antojo. Hablar no había ayudado mucho; de hecho, su
maestría realmente le había hecho retorcerse. Si no hubiera estado por completo
fingiendo.

− Cariño. − Ella no pudo evitar la necesidad de su voz. El hambre. − Tal vez el


postre es la mejor idea. Así puedo disfrutar de la comida que preparó
adecuadamente.

Su mirada se deslizó sobre ella otra vez. Caliente. Sensual. Su hombre estaba muy
caliente. Súper hermoso y en conjunto sexy. Le encantaba que pudiera poner esa
mirada en su cara. Que pudiera estar de pie en su cocina, libre de cargas, aunque
fuera por unos minutos, íntimamente descalzo, pelo salvaje, guapo y muy
atractivo. Y entonces contento. Ella lo había hecho. Ella se lo había dado.

− La cena esta lista bebé. Solo tienes que ir a esa mesa y sentarte de manera
juiciosa, mientras esperas a que tu hombre te sirva.

− ¿Realmente vas a hacerme esperar?

− La comida está caliente. Y no comes lo suficiente. Siéntate, cariño. Voy a cuidar


de ti después. Y prometo ir muy a fondo sobre ello.

Eso sólo aumentó la quemadura. Se suponía que debía burlarse de él, y parecía
como si estuviera en completo control y ella era la única fuera de control. Ella le
envió una mirada cargada de emociones que debería haber dicho todo para él, y
ella se deslizó desde el taburete para caminar hasta la mesa. Ella supo que la estaba
viendo por lo que puso un poco de balanceo adicional en su andar. Cuando llegó a
la silla de respaldo alto, brillante de madera de cerezo, la sacó y se dirigió a su
alrededor, como si la estudiara desde todos los ángulos.

− ¿Qué haces, Siena? − Preguntó, colocando platos de comida humeante en la


pulido mesa de madera. Ella se sorprendió al ver que no era típico en cuanto le
sujetó almohadillas calientes debajo de cada recipiente.

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− Estoy pensando en la mejor forma de sentarse sin conseguir mi falda húmeda. −
Ella cogió los lados del material y lentamente comenzó a amontonarlo en sus
manos. Poco a poco, lento. La trajo de sus tobillos hasta las rodillas. − Me gusta
mucho esta falda y no tengo mucha ropa que se ajuste cómodamente en mí.

Ella subió el material suave y sedoso directo a lo largo de sus muslos. Al mirarlo
observarla. Vio la recopilación de la lujuria en sus ojos. El hambre. Ella siguió
hablando. Siguió trabajando en la falda. Ella tenía una sorpresa para él. Eso había
establecido la quemadura en su apagado. El pensamiento de su sorpresa y la
expresión de su cara.

Ella había caminado todo el camino desde el dormitorio, a través de la casa,


sabiendo que le encantaría lo que hizo. Ella había tomado su tiempo en el baño,
limpiando cada pulgada de ella. Siena se mantuvo tirando de la falda, dejando que
la sensación del material suave contra sus muslos aumentara su necesidad. Ella
supo el momento exacto en que vio su liso sexo, completamente desnudo y abierto
a él, a cada uno de sus dedos, su lengua. Su respiración se enganchó en sus
pulmones y su rostro se oscureció. Sensual.

− Gira la silla hacia mí.

Ella lo hizo y de inmediato se sentó en el asiento de la silla porque, en realidad, la


expresión de sus ojos destruyo su capacidad para soportar incluso.

− Abre los muslos para mí, − ordenó.

Y era una orden. Él no estaba bromeando. O burlándose. Era un macho alfa con
hambre y ella era su presa. Deliberadamente movió sus piernas abiertas, pero sólo
unas pocas pulgadas. Sólo lo suficiente para darle un vistazo a su húmeda, flor
pulsante.

− Desliza el culo hacia adelante, a la derecha hasta el borde de la silla, inclínate


hacia atrás y amplia tus muslos, Siena.

Bookeater
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Le encantaba ese tono duro en su voz. Áspero. Hambriento. Exigente. Un nuevo
flujo de calor líquido pulsando profundo. Ella le obedeció, inclinándose hacia atrás
y ampliando sus muslos. A la vez, el aire golpeo fresco y ella juró que el vapor se
elevó. Ella dejó caer la mano a su muslo, deslizando sus dedos por el interior,
necesitando ser tocada.

− Esto es mío, − dijo. Y lo dijo en voz baja. – Abre la parte delantera de tu camiseta,
bebé, quiero ver tus manos sobre ti misma, sobre esos bellos pezones. No será fácil.
Me gusta áspero. Quiero verlo en bruto. Quiero escucharte, toda esa música que
haces cuando te estoy comiendo.

Él abrió la parte delantera de sus pantalones, lo que permitió liberar su gallo. El


corazón le dio un vuelco. Tartamudeó. Su boca se hizo agua. Era hermoso. Grande,
grueso y todo suyo. Su puño rodeaba el eje en una manera sexual que envió más
calor palpitante de calor líquido a través de su centro. Ocasionalmente había
conseguido la idea de ir desnuda, porque él estaba siempre limpio de pelo
alrededor de su polla dura, y cuando ella lo tomó en su boca siempre se sintió muy
bien.

Él se puso de rodillas en el suelo, deslizando sus hombros bajo sus piernas,


presionándose cerca, obligándola a abrir más las piernas. Su corazón latía con
fuerza. Tanto que apenas podía respirar. Ella lo sentía allí. Justo ahí. Su aliento. El
susurro de su boca, pero él no se movió. Su cerebro se deslizó, pasando del
pensamiento al caos. Necesitándolo. Con hambre. Con lujuria absoluta.

− Elías, − suplicó.

− ¿Qué te dije que hicieras?

Sintió cada palabra en los labios desnudos. Ella nunca había sido tan sensible.
Nunca. Él estaba matándola. Se llevó las dos manos, temblando, al frente de los
cordones de su camisola y lentamente sacó las cintas. El material inmediatamente
se abrió y sus pechos se derramaron.

Bookeater
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Ella se miró a sí misma, inclinándose hacia atrás, tumbándose, las piernas
alrededor de Elías, con la cabeza entre los muslos de ella, con la falda alrededor de
sus caderas y sus pechos desnudos expuestos sobre la parte superior del material
de encaje. Ella sintió correr en ella, sobre ella, un mini-orgasmo antes de que
realmente la hubiera tocado.

− Cubre tus pechos para mí, mi vida. Juega con tus pezones. Sujétales. Ruédalos.
Duro.

Ella abrió la boca, pero hizo lo que le dijo en sus instrucciones. Sus pezones eran
extremadamente sensibles. En el momento en que ella se tocó a sí misma, en el
momento en que su pulgar y el dedo se poso sobre el disco pequeño de su brote
apretado, rodó su lengua a través de su entrada adolorida y un sollozo se escapó.
Fue tan bueno. Tan bueno. Que una vez que comenzó Elías, no hubo forma de
escapar de sus manos y su boca. Él la devoró. Profundos gruñidos retumbantes
escaparon cada vez que ella se retorció y ella se retorcía, llorando, suplicando, con
las caderas tronzando. Era imposible que se quedara quieta, no cuando estaba tan
voraz, no cuando estaba en el estado de ánimo en el que él estaba, usando su
áspera lengua como un arma de destrucción. Destruyendo su alma. Tan hermoso y
tan increíble, que apenas podía respirar.

La llevó una y otra vez. Él sabía cómo usar su boca y la lengua. Sus dientes. Los
dedos. Era evidente que disfrutaba lo que estaba haciendo. Se fue rápido. Se fue
lento. Él la saboreó. Tanto que perdió la cuenta de las muchas veces que la tierra se
movió y su cuerpo ardió en llamas. Tal vez se fue todo por muy largo tiempo, un
sismo fuerte, tal vez un orgasmo corrió hacia la derecha en el siguiente. Se sentía
destrozada. Volando en pedazos. Flotando. Gritando. Asombroso. Suyo. A fondo,
totalmente suya.

Cuando por fin levantó la cabeza, la sombra fuerte a lo largo de su mandíbula


relucía de la miel líquida derramándose de su cuerpo, apenas podía mantenerse en
la silla. Si no fuera por sus fuertes hombros, simplemente se habría deslizado
directamente al suelo.

Al verla, se lamió los dedos y lentamente se puso de pie. − Tu sabor es tan


jodidamente bueno, bebé, mejor que cualquier postre que pudiera preparar.

Bookeater
Wild Cat
− Quiero el mío, − dijo ella, obligando a su cuerpo bajo control. − En este momento,
cariño. − Su cuerpo todavía estaba ondulándose y pulsando por el tsunami fuerte y
potente que había creado. Le dolían los pechos. Sus pezones estaban apretados y
duros, y cada movimiento de sus dedos continuó enviando rayos de fuego
directamente a su núcleo dando espasmos.

Se levantó en una posición sentada y tomó sus caderas, lo arrastró más cerca. Él la
dejo, él se lo permitió, con los ojos en sus pechos que se derramaban sobre su
camisola.

− Putamente hermosa, − susurró Elías. − Salvaje. Mi gata salvaje.

Ella tomó su pesado saco en sus palmas, sus dedos suavemente ondulándose en el
suave terciopelo. − Creo que eres hermoso, Elías, − dijo ella, con los ojos puestos en
su pene. Que estaba lleno, duro y muy erecto. Pulsante. Gotas de perla se
derramaban a lo largo de la corona tentadoramente. − Me encanta que me
pertenezcas.

El toque de sus dedos y la mirada en sus ojos, tan caliente y excitado, tan
hambriento, tenía su pene sacudiendo con fuerza. Ella lamió sobre sus bolas, su
lengua arremolinándose en pequeños círculos. Se dio cuenta de que ella estaba una
vez más, escribiendo su nombre en él, en su pesada erección, esta vez con la
lengua, y eso era putamente caliente. Ella lamió su eje, alrededor de la base,
tomándose su tiempo. Disfrutándolo. Podía ver el afán. El hambre. El ansia. Ella
era adicta a su pene y no le importaba que él viera eso. Le encantaba bajar en él.
Sabiendo que tenía todo el poder cuando lo hizo. Nunca había tenido una mujer
que le diera eso a él. Cuando ella lo tomó en su boca, era todo acerca de él.

Cada pensamiento en su cabeza estaba sobre agradarle, dándole placer. No podía


envolver su puño por completo alrededor de su eje, y cuando ella lo tomó en su
boca, era un ajuste apretado. Sin embargo, ella consiguió humedecer ese ajuste
apretado, muy húmedo, y se sentía como el cielo puro.

Tenía el pelo recogido en una coleta. Le gustó abajo, pero la cola de caballo le dio
algo que agarrar. Y el necesitaba algo. Ella le estaba trabajando. Usando su boca. La
lengua de ella. Esa lengua con mucho talento. Todo al mismo tiempo, mientras con
una mano continuó masajeando sus bolas mientras que la otra se deslizó sobre su
eje con su boca. Apretado. Caliente. Perfecto. Su cerebro empezó a obstruirse.

Bookeater
Wild Cat
Dio un paso más cerca, forzando su cabeza hacia atrás para inclinarla hacia arriba,
usando su pelo para guiarla, empezó a utilizar sus caderas, lento al principio,
empujando más profundamente en su boca. De ninguna manera podía tomar todo
de él, pero ella estaba dispuesto a tratar de hacerlo, y la amaba solo por eso. Había
pasado de no tener nada, a nadie, a tener en su cocina a la mujer de sus sueños, con
la boca apretada envuelta alrededor de su pene, con los ojos en su cara,
observando cada una de sus expresiones, llevándolo tan profundo como pudo
porque lo amaba. Ella le dio ese regalo.

− Baby, − respiro. Advirtiéndole. No se detuvo. Solo lo llevó más profundo, sus


dedos moviéndose de sus bolas a la cadera, instándole a ella. Ella succionó con
fuerza, ahuecando sus mejillas mientras su lengua bailaba y le acarició hacia el
olvido. Cada vez que ella hacia eso, cada vez que le daba el cielo, sentía una
quemadura detrás de los ojos y la garganta se iba a cruda. Peor aún, esa puta
emoción, el amor que sentía por ella era tan fuerte, tan poderoso, que sabía que iba
a hacer cualquier cosa por ella. Renunciar a todo. Él sabía que ella también podía
ser fácilmente el arma que lo destruiría.

Cuando pensaba que le había dado todo lo que tenía, ella siempre le daba más, lo
tomó por su garganta cuando ella no tenía por qué. Cuando la mayoría de las
mujeres no les darían a sus hombres esa especie de paraíso, ella lo hizo. Ella vino a
él sin experiencia, pero claramente había aprendido lo que le gustaba. Y lo hizo
dispuesta y feliz.

Ella terminó con suavidad. Amándolo. Cuidando de él con su boca y la lengua.


Encima del paraíso le daba el puto cielo. Se inclinó y pasó un dedo por el labio
inferior. Su respiración era demasiado dura. Sus piernas eran de goma, pero fue su
corazón el que no se iba a recuperar.

Se humedeció los labios, capturando las últimas gotas, con los ojos ansiosos. Se
incorporó lentamente, sus manos yendo a su camisola como si fuera a tirar de ella
hacia arriba. Sus manos cubrieron las suyas, deteniéndola.

− Déjala. − Su voz salió áspera. Excitada. Su leopardo cerca. Tan cerca. Tuvo que
respirar profundamente para mantener al animal en la bahía. La ansiedad se
arrastró en sus ojos. Ella no apartó la mirada de él, aún con esa expresión en su
rostro. Sus dedos se cerraron alrededor de la nuca de su cuello.

Bookeater
Wild Cat
− Cariño, − susurró en voz baja. − ¿Qué hice mal? Tienes que decirme, y juro, que
voy a aprender.

Se quedó mirándola a la cara. Esa hermosa cara. De una forma profundamente


pervertida, incluso amaba esa aprehensión porque le decía mucho. Le dijo que se
preocupaba lo suficiente para estar ansiosa. Por querer complacerlo a él. Que tal
vez, sólo tal vez, ella podría amarlo lo suficiente como para ver más allá de la causa
de muerte en él y desear quedarse aunque ella sabía lo peor de él. Así lo esperaba.
Él esperaba que ella lo amara tan profundamente y que fuera lo suficiente, como
para aceptarlo en su vida. Para quedarse con él a pesar de que jamás podría salir
de ella, porque él no podía. Él lo sabía. No vivo.

− ¿Te quedaras conmigo si te digo que maté a gente? − Su puño agarró el pelo más
duro. Involuntariamente.

Su mirada no se apartó de las suyas. − Elías. Puede que no me hayas dicho, pero
sin duda fuiste implícito con ello. He oído rumores. Y estoy aquí.

− ¿Vas a quedarte sin importar lo que te pida en el dormitorio? ¿Incluso si te


asusta?

Ella parpadeó. Respiró. − Confío en ti, Elías. Me imagino que si realmente tuviera
miedo me ayudarías a ir más allá de eso. Una vez dicho eso, estoy dispuesta a
intentar cualquier cosa que desees, al menos una vez. Entonces confío en que me
escuches si digo que no funciona para mí.

Su corazón tartamudeó en realidad en su pecho. En su vida, aparte de Rachel, su


hermana, que tenía que fingir que no le importaba, y Joaquín y Tomás, sus
guardaespaldas, no tenían una sola alma que se pegara a él. Ni una en la que
pudiera confiar. Ni un solo miembro de la familia que no quisiera algo de él.

− ¿Qué quieres de mí, Siena? − Exigió.

− Quiero que seas feliz, Elías. − Su voz era suave. Su rostro era suave. Sus ojos, de
color verde intenso. − Cariño, que compartas conmigo lo que está pasando. Déjame
entrar.

Bookeater
Wild Cat
Él estaba hasta ahora totalmente jodido, pero ella no lo vio. No vio lo que
significaba para él. No entendía cómo podía ser eso cuando sintió temblar la tierra
bajo sus pies y sus pulmones arder con la necesidad de aire cada vez que trataba
de tomarlo a su alrededor.

− Esto es mi compartir, Siena. No te merecías un jodido abuelo que pusiera tu vida


en peligro, o un padre que siguiera sus pasos y se mató junto a tu madre. Seguro
como el infierno que no debías estar cerca de un hombre como yo. Si fuera un tipo
diferente de hombre, yo te dejaría ir, pero eso no va a pasar. Nunca. Puedes
enojarte, y hablamos de ello. Lo podemos arreglar.

− Cariño, ya tuvimos esta conversación. Estás bordeando lo que realmente te está


molestando. Más temprano, tenías la misma mirada en tu cara justo después de
que... − Se interrumpió. − La misma después de que te tuviera esta noche en mi
boca. Si estoy haciendo algo mal, solo tienes que decírmelo.

Siena trató de no pensar en las palabras que Elías le había dicho cuando la había
expulsado de su casa. Había pasado tiempo y le había demostrado que no había
tenido la intención de decirlas, pero todavía resonaban a través de su mente
cuando veía esa mirada en particular sobre su rostro. Por primera vez su mirada se
deslizó de la suya, y bajó la mirada hacia su cuerpo. Sus pechos al aire, con la falda
alrededor de sus caderas, dejando al descubierto su piel desnuda para él. Ella tenía
que verse cachonda.

Siena se movió en su silla, movió sus piernas hacia atrás para poder sentarse en
posición vertical. El problema era, que él no se movió de nuevo. Ni una pulgada.
Ni un solo centímetro. Ella puso una mano en su vientre, tratando de empujarlo.

− ¿Me estás jodiendo ahora mismo? − Exigió. – Consigue entender la puta pista,
Siena, la forma en que me tocas, la forma en que me trabajas con tu boca. El modo
en que me das eso, me deshace cada puto momento. − La admisión salió de él.

Siena levanto la vista hacia su rostro hermoso, masculino, los rasgos duros aún
más difíciles de lo habitual. Los ardientes ojos de plata brillantes más de lo normal.
Intensos. Centrados. Cerca del leopardo. Se veía agresivo. Dominante. De pie sobre
ella como un conquistador.

Bookeater
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La verdad la golpeó entonces. Su hombre, el muy confiado, arrogante, y potente
Elías Lospostos, jefe de la familia criminal Lospostos, temido por todos, estaba
inseguro cuando se trataba de ella. Siena Arnotto. Una virgen que no sabía nada
sobre el sexo.

¿Quién le trajo problemas, el tipo de problemas que podrían conseguir a un


hombre muerto?. Era el tipo de hombre que reaccionaba con ira e intensidad
cuando se sentía amenazado. Ella era la amenaza para él. Más precisamente, la
forma en que la quería. Le encantaba eso. Aunque también lo detestaba con cada
aliento que daba. Se dio cuenta de que una mujer, su hermana Rachel, había sido
su talón de Aquiles durante toda su vida. Su amor por ella le había hecho
vulnerable. Era más, se había visto obligado a hacer cosas viles, cosas que lo
formaron en el peligroso asesino que estaba de pie delante de ella, mirándola
fijamente con una especie de furia acumulada en el centro de sus ojos. Rachel lo
había hecho vulnerable. ¿Qué quería la amorosa Siena hacer con él? Y que la
quería. La quería en su vida. Él la necesitaba.

La idea de lo mucho que la quería le quitó el aliento. Ella entendió. En ese


momento, se dio cuenta que le importaba más de lo que nunca le importo a su
abuelo en todos los años de su vida. A cualquiera. Elías la amaba. La amaba. Ella
nunca había tenido eso. No como él la quería, con esa intensidad, concentrado, un
propósito único. Esa era la razón por la que era tan protector. Así lo determinaba la
vida en la que estaban atrapados, por causas ajenas a su propia voluntad, no la
tocaría.

− Mierda, podrías mirarme cuando estamos hablando de esto, Siena. Pensé que
pondríamos esta basura en la cama.

− Estoy mirándote, Elías, − ella dijo suavemente. Un susurro. Su mano se deslizó


sobre su abdomen, rastreando los músculos definidos allí.

− No estás mirando donde yo quiero que veas.

− Entonces no debes distraerme, − acusó.

Bookeater
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Él le cogió la barbilla y tiró hacia arriba, obligándola a mirarlo a los ojos de nuevo.
Su mirada quemó en su cara. Feroz. Posesivo. − Me encanta cuando vas abajo de
mí, bebé. Sueño con ello. Al pensar en ello y la forma en que lo haces, siento que
me amas, y me diste ese don, y disfrutas de dármelo a mí, me distrae un millón de
veces durante todo el día. Me la paso pensando mucho acerca de la forma en que
me amas. Y maldita seas que me amas, Siena. Lo siento cada vez que tu boca está
en mi pene.

Su tono era tan feroz como su expresión. Como el calor en sus ojos. Su corazón se
agitó. Su estómago dio en un rollo lento y calor húmedo baño su sexo. − Yo te amo,
Elías. Ferozmente y tengo hambre de ti a cada segundo. Se trata también de cuidar
lo que es mío. Tu cuidas de mí en tu camino y yo tengo que hacer lo mismo. Por
mí. Quiero cuidar de ti mejor de lo que cualquier otra mujer podría. ¿Es eso lo que
pone esa mirada en tu cara? ¿La que me dice que me amas y me odias al mismo
tiempo? ¿Se siente que le he atrapado de alguna manera?

Su rostro se suavizó. Instantáneamente. − Sería imposible odiarte, mi amorcito.


Estoy tan agradecido por el bebé que puse dentro de ti. Esto significa que no van a
ninguna parte.

Ella sacudió su cabeza. − No lo estás recibiendo, Elías. Decido no ir a ninguna


parte. Cometí un error antes, sólo en mi desafortunada elección de palabras. No
tengo intención de dejarte. Jamás. – Añadió un poco de presión a su vientre. − Pero
en serio, cariño. Tengo hambre y la comida se está enfriando y realmente tengo que
limpiarme. ¿Pero todavía me pierdo, por lo que puedes por favor guiarme en
dirección del baño más cercano?

Él estudió su cara durante mucho tiempo antes de que él diera un paso atrás,
atrayéndola con él, por lo que ella se puso de pie, tambaleándose un poco mientras
su falda larga bajó hasta los tobillos. − Me encanta esta cosa que estas vistiendo,
bebé. Hazme un favor y lo usas para mí, mientras estamos cenando. Me encanta
ver lo que es mío.

− Me siento un poco expuesta.

Bookeater
Wild Cat
− Vives peligroso, bebé, lo quieras o no, estás conmigo, no me habrías elegido. Eres
mi gata salvaje. Tu hombre quiere sentarse en una mesa y ver la luz de las velas
sobre tu piel, sé que estás haciendo eso. Me dejaste tomar mi postre y tomaste el
tuyo aquí en la puta cocina.

Su corazón se aceleró. Ella no sólo lo había hecho, sino que había sido la que inicio
la misma. Peor aún, ni siquiera había considerado que alguien pudiera caminar
sobre ellos. − ¿Qué pasa si alguien viene? − Pero ella sabía que iba a darle lo que
quisiera.

− Nadie va a entrar. Ellos lo saben mejor. El baño está allí, − hizo un gesto hacia
una puerta. − Justo al lado de la cocina. Se puede limpiar ahí. − Su mano ahueco el
suave peso de su pecho, su pulgar resbalo a través del pezón dándole otra temblor
y un poco de réplica. − Hazme este favor, ¿puedes?

Ella se movió alrededor de él, porque él no se movió. Decía cosas por el estilo.
Hazme este favor, ¿puedes? Ella nunca había considerado que podría ser del tipo
de mujer que deseaba tener sexo caliente como loca en la cocina, o sentarse frente a
un hombre medio desnuda sólo porque él se le pedía, pero ella lo era. Ella amaba
su voz, terciopelo sobre acero, áspero y sin embargo, tan atractiva, su voz la
llevaba allí cada vez.

Elías la vio desaparecer en el cuarto de baño. Se quedó un largo rato mirando la


puerta cerrada, su corazón latiendo demasiado rápido. Se había convertido en su
mundo, su razón de ser, y no era una buena cosa para un hombre de su posición.
Había protección en su reputación, pero también había una gran cantidad de
peligro. Sobre todo, no sabía cómo ser amado así. Era áspero. Se había criado en
bruto. Él era violento. No había conocido otra forma de vida. No había encontrado
su camino alrededor del mundo criminal con los ojos vendados, pero una relación
con Siena no iba a ser fácil.

Tuvo relaciones sexuales con mujeres y las envió en su camino. No pasaba mucho
tiempo tratando de impresionar a una mujer, la verdad nunca había tenido que
hacerlo. Tendía a mirar a una mujer y luego se iba a la cama con él, luego se acabó
porque no la quería de vuelta. Estaba en un nuevo territorio, amaba a Siena y le
encantaba la distracción, y no tenía ni idea de qué hacer con ella.

Bookeater
Wild Cat
Había calentado la comida y encendido las velas cuando ella regresó. En el
momento en que ella entró en la habitación, su mirada estaba en ella. Siempre sería
de ella. Él sabría si ella estaba cerca. No sólo porque cada célula de su cuerpo
reaccionaba, sino porque también lo hacia su leopardo, el macho saltaba hacia su
mujer cada vez que la veía. El gato grande estaba tan enamorado de su femenina
como el estaba del ser humano.

Tomó una respiración profunda, mirándola caminar hacia él. Se veía etérea y muy
femenina en esa falda larga, la forma en que se aferraba a la curva de sus caderas.
La camisola era estrecha a través de la estrecha jaula de sus costillas y se metía en
la cintura, pero ella no había amarrado los cordones, les había dejado justo como se
lo había pedido. Sus pechos, tan hermosos, completos y cremosos se derramaban
de la parte superior, el material enmarcándolos a ellos.

La tomó de la mano, enhebrando los dedos con los de ella, llevándose los nudillos
a la boca.

− Estás tan jodidamente hermosa, Siena, que a veces tengo miedo de mirarte.

Él lo tenía. Tenía miedo de que si la miraba demasiado tiempo, de que si él creía


demasiado, ella desaparecería, y el monstruo dentro de él, agazapado y esperando,
se lo tragaría por completo.

Ella se puso delante de él antes de que pudiera llevarla a la mesa, bloqueando su


camino. Se detuvo y se encontró mirando hacia abajo a sus penetrantes ojos verdes.
Esos ojos que siempre parecían encontrarlo. Al hombre. Mirando. Al hombre.
Nunca al monstruo. Ella podía mantener a raya el asesino tan fácilmente.

Sus manos se deslizaron por su pecho, se fue de puntillas y las manos se cerraron
alrededor de su cintura. − Mírame, Elías, − susurró.

Él estaba mirándola. No había nada más en el mundo para él, solo esta mujer y el
niño que ella llevaba en su cuerpo. Su mujer. Su hijo. Su propia familia. Allí
mismo, en sus brazos. Él la encerró en el lugar, manteniéndola cerca de él,
protegiéndola con su cuerpo.

− Te veo, bebé, − susurró.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Lo haces? ¿Ves lo mucho que te necesito?

Su corazón se encogió. Duro. Tartamudeó. Él negó con la cabeza sin pensar, una
respuesta involuntaria a su pregunta. ¿Cómo iba a necesitarlo? Era un Lospostos.
Ese nombre solo dejaba un mal sabor en la boca de todos. A menos que buscaran
un favor o una emoción, la gente buena le daba un gran rodeo. Ella era buena
persona.

− Te necesito. Hasta para respirar, Elías. He estado aguantando la respiración


durante tanto tiempo. Tengo pesadillas todo el tiempo. Siempre tengo miedo.
Desde que me desperté en la cama del hospital, contigo, incluso tenia vergüenza
de mirarte, pero no tenía miedo. No de la misma manera, no tan profundo que
temiera que en cualquier momento mi vida se iba a acabar. Tú me das eso. No
tengo miedo de traer a nuestro hijo al mundo. Eso lo haces tú. Eso es grande, Elías.
Enorme.

Sacudió la cabeza. Ella continuó, sin apartar su mirada de la de él.

− Nunca he tenido amigas. Me traes dos mujeres que fueron muy buenas conmigo.
Buena gente. Ellas no quería nada de mí, sólo ser mis amigas. Me diste eso. Estoy
tan enamorada de ti, Elías, que a veces no puedo llegar a contener todo.

Su mano se acercó para encontrar la seda de su pelo mientras su boca encontró la


de ella. Ella supo a gloria. Le gustaba que siempre lo hiciera. Se había enjuagado la
boca, tal vez incluso cepillado los dientes porque ella sabía a menta. No se dio
cuenta de que pudiera torcerse y envolverse de esa manera tan dentro de él, tanto
que no sabía dónde comenzaba y ella lo terminaba. Cuando levantó la cabeza, ella
le sonreía, dándole el mundo allí mismo, en su cara.

− Tienes que comer, bebé, − dijo en voz baja.

− Es verdad. Estoy hambrienta, − ella estuvo de acuerdo, y lo dejó en libertad,


dándose la vuelta hacia la mesa.

Bookeater
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Sostuvo la silla para ella, por lo que era formal. Había encendió las velas y cambio
las luces de la habitación hacia abajo. Estaba en lo cierto acerca de la luz de las
velas. Se les veía, bailando sobre su piel y el cabello, creando el más bello
resplandor sobre ella.

Observó su cara cuando probó el plato, uno de sus favoritos. Había tenido cuidado
de no hacerlo demasiado caliente. A él le gustaba su comida picante pero ella era
un novato. No quería quemar su boca.

− Es maravilloso, − dijo, − perfecto. ¿Dónde aprendiste a cocinar así?

− Mi abuela. − Su voz se tensó, y él trago un pedazo de comida.

Sintió el impacto de su mirada. Había sido joven cuando ella había muerto. Justo
después de su séptimo cumpleaños. Él sabía que su abuelo la había sacado de su
casa cuando ella tenía catorce años y se casó con ella. Él lo sabía porque a su abuelo
le gustaba alardear de ello. Había sido una mujer muy tranquila y se había alojado
en su cocina. Había buscado refugio allí muchas veces.

Las especias, los olores de una cocina fueron reconfortantes para él, durante toda
su vida. Cuando él estaba particularmente molesto, siempre se dirigía a la cocina
para cocinar. Podía analizar sus problemas cuando cocinaba. No había pensado
acerca de la influencia que su abuela tenía sobre él. Había pasado demasiado
tiempo pensando en la vida que su abuelo, sus tíos y su padre habían destruido, en
última instancia, la vida que había ayudado a destruir. Ninguno de ellos era buena
persona, pero eso no importaba. Había vivido en la parte más vulnerable del
mundo tanto tiempo que se había dado cuenta de que había capas de escoria. Las
capas del mal. Su familia había sido una de las peores.

− Cariño, estas muy lejos de mí, − dijo en voz baja Siena.

Su mirada saltó a ella. Ella era hermosa. Toda suya. − Nunca voy a estar lejos de ti,
bebé, − él respondió con honestidad. − Sólo estaba acordándome de mi abuela.
Pensé que sólo tenía a mi hermana, pero también la tenía a ella. Ella me dio esto. −
Hizo un gesto hacia la comida, a la cocina.

− ¿Utilizas sus recetas? Debido a que esta es realmente deliciosa.

Bookeater
Wild Cat
El asintió. − Las tengo todas. Ella las guardaba en un libro. Me gusta mirar su letra.
Algunas de las recetas eran de su madre.

− Quiero aprender a cocinar para ti. Para nuestros hijos.

− Puedo enseñarte. No me importa compartir contigo la cocina. Aunque, Siena, si


quieres puedo traer un cocinero…

− No. No necesitamos eso. Siempre quise aprender a cocinar. Soy buena en


aprender las cosas rápido. Voy a probar algunas recetas del libro.

− Está en español, − señaló. − Pero lo conseguiré traducido para ti.

− Gracias, − dijo en voz baja. − Tengo que llegar a la bodega y ver lo que pasa con
eso. No puedo descuidar eso. Demasiados puestos de trabajo están en juego. Crecí
alrededor de las uvas y la bodega. Fui a la escuela para ello. No quiero perder ese
negocio, por lo demás.

No dudó en responderle, pero por dentro, su intestino se enrosco en nudos duros.


− Nosotros nos ocuparemos de eso, mi corazón. − Él no la quería a ella en cualquier
lugar cerca de las raíces de su abuelo, no hasta que hubiera cogido a Paolo y lo
hubiera enterrado en lo más profundo. El hombre nunca iba a poner una mano en
Siena, y él iba a pagar por lo que ya le había hecho a ella. Y él iba a pagar duro.

Ella le dedicó una sonrisa. − Sólo pensé que deberías saberlo. Mi leopardo está
bastante ansiosa por ver a su compañero. Pensé que tal vez podíamos correr esta
tarde.

El asintió. − Suena bien para mí. Mantener mi masculino tranquilo ayuda.

Sus ojos verdes saltaron a su cara. − ¿Es difícil?

− He estado controlándolo a él, toda mi vida, bebé. Estoy acostumbrado a la forma


en que gruñe.

Bookeater
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Ella se río suavemente. − No puedo creer que este sentada aquí hablando con
calma sobre nuestros leopardos. Es algo insano.

− Es simplemente un hecho. Quienes somos.

− Elías, si tenemos una chica, ella tiene que saberlo. No quiero que lo que me pasó
le pase a ella.

Hizo una mueca. Se maldijo por no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo la
primera vez que se la llevó.

− ¿Elías?

− Me das una chica y te estoy poniendo sobre mis rodillas.

− Eso no funcionó muy bien, − señaló ella, con los ojos riéndose de él.

Su aliento fue atrapado en sus pulmones. Amaba esa expresión en su cara. Le


encantaba ponerla ahí. Él se inclinó sobre la mesa hacia ella. − Sólo necesito un
poco de práctica.

El tenedor estaba a medio camino de su boca y se detuvo. Vio la pasión creciendo


en sus ojos. Sí, a ella le gusta su tipo de sexo, no importaba lo que él le diera. Ella
estaba con él en cada paso del camino. En el momento en que terminaran, iba a
recogerla en sus brazos, y a llevarla de nuevo a su cama, y él se iba a tomar su
tiempo, disfrutando cada pulgada de su cuerpo.

Vio la quemadura responder en su mirada ardiente. El hambre que igualaba a la


suya. Sí, ella estaba hecha para él. Su mujer. Su gata salvaje.

Bookeater
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17

Elías se despertó abruptamente como siempre lo hacía. Completamente alerta.


Escuchando. Su leopardo llegó al cuarto oscuro y más allá, en busca de problemas.
Al no encontrar ninguno, Elías hundió el rostro en la gruesa seda que era el cabello
de Siena.

La había despertado dos veces en la noche y las dos veces se había entregado a él
exactamente cómo él le pidió. Ella nunca dudó. Confiando en él. Amándolo.

La forma en que lo amaba lo trajo a sus rodillas. Ella le dio un beso cada vez como
si fuera a entregarse a él. Cuando sus manos y su boca estaban sobre él, lo hacía
con amor, violenta y posesivamente. Le encantaba eso de ella. Ella había tenido dos
visitas más de Emma y Catarina y después de cada una, había estado más salvaje
en la cama, casi tan creativa como él, dándole las gracias a su manera por sus
amistades.

Ella le había dicho que Emma debía estar en reposo en cama durante un mes antes
de que el bebé fue sacado por cesárea y ella quería ir a visitar a Jake y a Emma.
Hoy era un buen día para que lo hiciera, debido a que tenía una mierda que hacer.
Realmente una jodida mierda. Él no la quería a ella en cualquier lugar cerca de él
cuando lo estuviera haciendo.

Regó besos a lo largo de la sien y luego se arrastró más a la comisura de la boca. Su


mano se deslizó sobre sus pechos, y juró que ya estaban más completos, hasta él
bebe suave que estaba su vientre. Él quería ese bebe. Se estaba formando
rápidamente. Su bebé. Su hijo. Él quería un hijo sólo porque estaba seguro de que
si tenía una hija, le volvería tan loco como su madre ya lo hacía.

− Baby, despierta para mí, mi vida, sólo por un minuto.

Bookeater
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Ella murmuró medio dormida, y la nota somnolencia endureció su pene, pero
entonces casi todo sobre ella lograba hacer eso. Ella no se apartó de él, aunque
tenía que estar agotada. Deslizó el brazo alrededor de su cintura y su mano se
deslizó por su cadera. Amaba cuando ella hacia eso. Como si estuviera
envolviéndolo con ella.

− Dime lo que necesitas, cariño, − susurró ella, con voz suave y ronca por el sueño.

− ¿Me das lo que quiero?

Su cabeza se inclinó y levantó sus largas pestañas. Sintió el impacto de sus ojos
verdes penetrantes en su corazón.

− Cualquier cosa, Elías.

La convicción absoluta en su voz lo volvió al revés. Él le cogió la muñeca y la


inspeccionó, allí en la oscuridad, con la visión de su leopardo para asegurarse de
que no había contusiones. No había utilizado suaves bufandas como debió hacer.
No había pensado tenerlas a su alcance, en el cajón junto a la cama. Más si había
tenido esposas de metal, no se sentían cómodas, y él había sido un poco salvaje.
Habían estado dejando los leopardos salir todas las noches y su masculino era
voraz con la hembra, lo que ayudo a su propio deseo de Siena.

Se llevó la muñeca a la boca. − Me tengo que ir, bebé. Tengo todo tipo de mierda
que hacer. Tengo un par de chicos que te llevarán donde Emma y te van a traer a
casa cuando lo desees. Necesito que descanses. Te mantuve despierta, y los
leopardos estuvieron fuera mucho tiempo.

− ¿A dónde vas?

Hizo caso omiso de la pregunta. − Si quieres probar tu mano en la cocina, estaré en


casa para la cena. Ya tengo las recetas de mi abuela, traducidas para ti y te deje el
libro en la isla en la cocina. Los comestibles están ahí también. Si no te sientes con
ánimos, eso está bien, llámame al móvil, deja un mensaje y traeré algo de camino a
casa. − Colocó otro beso a lo largo de su muñeca. − ¿Te sientes bien?

Bookeater
Wild Cat
Ella había estado enferma mucho últimamente. Ella no se quejaba nunca. Acababa
de ir al baño, y él podía oír como su estómago se rebelaba cada mañana y varias
veces durante el día. Ella estaba bastante pálida. Tuvo cuidado de no poner sobre
él más. No quería hacer la enfermedad de la mañana peor.

− Estoy bien. No te preocupes por mí.

− Baby. − ¿Cómo no preocuparse? Cuando la llamaba mi vida, mi vida, lo decía en


serio. Ella era su vida. − ¿No me gusta que estés enferma, mi amorcito. Quiero que
pare.

Ella se río en voz baja, su cálido aliento contra sus costillas. Ella movió la cabeza
para amortiguarla en su vientre, su larga trenza barriendo sobre su cuerpo,
enredándose durante un minuto con su pene. Su cuerpo se estremeció con placer.
Con alegría.

− Voy derecho en eso, jefe.

− Me alegro de que finalmente reconozcas lo que soy para ti, − dijo. − Duerme esta
mañana y come alguna cosa. Incluso si te hace mal, bebé. El Doc dice que tienes
que comer. Comidas pequeñas. Muchas de ellas. Y tomar las vitaminas prenatales.

Trazó su nombre con la yema de los dedos en su pecho. Lo hacía a menudo, su


manera de reclamarlo. Él marcó su cuerpo con su marca. Su reclamación era
invisible, pero no menos vinculante.

− ¿A dónde vas, Elías?

− Mi vida, tengo asuntos que atender. − Crear un apoyo en el territorio de Rafe


Cordeau. Cazar a Robert Gatón y a Paolo Riso. Matarlos. Quemar sus cadáveres.
Enterrarlos profundo. Atender los negocios habituales.

Mantuvo los ojos en su estómago. − Estoy embarazada de gemelos.

Bookeater
Wild Cat
Por un momento le pareció que había oído mal. Ella acaba de decirle algo en voz
baja, susurrante, como si estuviera haciendo una declaración. El estaba pensando
en matar y ella estaba pensando en dar vida. Trayendo más vida a su mundo,
dándole dos niños. Más Familia. Por encima de la cabeza, él cerró los ojos. Ella le
dio belleza. Demasiada. Casi más de lo que podía manejar.

− ¿Doc te lo dijo? − Debido a que Doc no le había dicho a él. Ellos iban a tener
palabras acerca de eso. Él necesitaba saber cómo cuidar de su mujer. Doc no tenía
derecho a guardar nada de él.

− No. No creo que él lo sepa todavía. Mi hembra me dijo. Anoche. Antes de ir a la


cama.

Ella lo sabía, y todavía había venido a él en todas las formas que había querido,
entregándose a él. Salvaje. Y había estado salvaje, rogándole que fuera más duro.
Más áspero. Que satisficiera la necesidad salvaje y primitiva en él.

− Deberías habérmelo dicho de inmediato, bebé. Necesito hablar con el Doc.


Averiguar si nuestro tipo de sexo va a tener que esperar hasta que nazcan.

Ella presionó besos en el vientre. Arremolinando su lengua en su ombligo. le


pellizcó con los dientes.

− No te atrevas a hablar con el Doc de nuestra vida sexual. Estaría avergonzada de


mirar siempre hacia él.

Se río en voz baja. No podía evitarlo. Su salvaje pertenecía sólo a él. Amaba eso,
pero no podía niega el hecho de que tenía que saber cómo protegerla a ella y a sus
hijos por nacer. Era áspero. A Él le gustaba su sexo áspero. Él era salvaje. A él le
gustaba su sexo salvaje. Y le gustaba a menudo. Pero no a expensas de su mujer y
sus hijos.

− Baby, si alguna vez te duele, tienes que decirme.

− Si alguna vez Doc dice que no podemos tener relaciones sexuales... − Se


interrumpió.

Bookeater
Wild Cat
Agrupó la trenza en la mano y tiró de ella hasta que su cabeza se volvió y levantó
la mirada hacia él. De mala gana. − ¿Cuándo diablos hizo eso? − Exigió. Iba a matar
a Doc si no se lo había comunicado.

− Emma no puede. Ya sabes. Con Jake. Es difícil para él, dice ella. Catarina no está
teniendo un momento difícil. Doc no piensa que vaya a tener ningún problema
llevando a su bebé. Ella está teniéndolo sin problema. Pero y si, en algún momento
dice que tenemos que parar. Porque llevo dos. Te gusta... − Dudó. – Necesitas sexo.

Su mirada se movió sobre su cara. Su hermoso rostro. Sus ojos ansiosos. Tan
preocupados. Ella todavía no lo entendía. Su abuelo nunca la había hecho sentir
importante. Nadie lo había hecho. Ella no podría entender que cuando él le dijo
que era su vida, eso era exactamente lo que quería decir él.

− ¿Piensas que yo podría tocar a otra mujer después de tenerte? ¿De amarte como
lo hago? Nunca va a suceder, mi amorcito. Nunca, ni un puto momento. Si Doc
dice que no podemos tener relaciones sexuales vas a ser creativa. Tu boca es el
paraíso. Y si eso esta fuera de los límites entonces creo que vamos a llegar a hacer
muy buenos trabajos de la mano. Algo así como la idea de que aprendas a hacer
eso por mí.

La sintió temblar. Su rostro era suave. Sexy. Ojos soñolientos. Dios, amaba a esta
mujer y él la quería toda otra vez. Él era codicioso cuando se trataba de ella. Así de
hambriento de ella que nunca parecía obtener suficiente.

− Tengo que irme, bebé. Quiero que duermas, − reitero. − Ve a ver a Emma y a
Catarina, ten un buen momento, pero si mis hombres te dicen que hagas algo, lo
haces, sin ningún argumento. ¿Me entiendes?

Su mirada fija en la suya. El entendimiento allí. Inteligente. Demasiada


inteligencia. Él no daba una maldita cosa. Ella podría sospechar todo tipo de cosas,
pero necesitaba saber que iba a hacer lo que le decía.

− Si dicen que se van, consigues traer tu culo a casa, no los desafíes. Ellos tienen la
orden de traerte a la fuerza, si no cooperas. Y, bebé, si no haces lo que ellos dicen,
vas a responder ante mí.

Bookeater
Wild Cat
No había ninguna nota erótica en su voz. Él quería que ella supiera que no estaba
jugando. No con su seguridad. Necesitaba saber que había ciertas líneas que no
podía cruzar con él. Eran difíciles líneas. Y que iba a hacer algo al respecto. Ella
estaría incómoda y no reiría cuando llegara a través de ella, y nunca olvidaría la
lección.

− Elías, ¿crees que soy tonta? ¿Sin cerebro? − Su tono era de mal agüero. Ella se
levantó apoyándose en un codo. − Porque no lo soy. No es necesario amenazarme
para conseguir que use el sentido común. Sé que estás haciendo algo peligroso. No
lo estarías haciendo si no tuvieras que hacerlo. Sé que traje esto hacia ti. Y quiero
mantener a nuestros bebés a salvo tanto como tú lo haces.

Ella tenía ese tono. Esa actitud. La que puso en su pene un infierno de erección.
Dolorosa incluso. Perfecto. Parecía molesta, pero adorablemente molesta. ¿Cómo
diablos se creía que podía tomarla en serio cuando ella estaba apoyada desnuda
junto a él, un pecho suave presionado profundamente a su lado, el otro apoyado
en su brazo?

− Lo siento cariño. ¿Vas a tener algunas palabras conmigo sobre esto? − Él no se


pudo resistir, porque en serio, ¿quién decía ese tipo de cosas? Palabras. Amaba eso.

− Sí lo haremos, − dijo. − Más que palabras. − Ella se inclinó y le mordió. Duro.


Justo en su vientre. La mordedura del dolor corrió directamente a su pene. Él tiró
de la trenza, para llevar la cabeza en alto, pero su lengua ya estaba calmando el
dolor. La oyó reír ahogadamente.

− Si lo haces de nuevo, vas a hacer que llegue tarde. No te va a gustar, bebé.

Volvió la cabeza, sus labios susurrando contra su vientre, enviando pequeñas


llamas bailando sobre su piel. − Sí lo hará. Voy a asegurarme de ello. Pero... − Se
levantó en una posición sentada. – Yo pienso, que por desgracia, nuestros bebés
tienen otras ideas.

Bookeater
Wild Cat
Con eso, se quitó las mantas y se precipitó al cuarto de baño. Se quedó allí, con una
mano sobre sus ojos, escuchándola, deseando poder encontrar la manera de
detener la enfermedad de la mañana. Lo odiaba. Odiaba no poder quitársela. Ella
no se quejaba. No lo culpaba. De ninguna manera actuaba como si llevar a su hijo,
a sus hijos, fuera una carga. Él la amaba aún más por eso.

Oyó el agua en el fregadero. Su lavado de los dientes. Ella hacia eso una gran
cantidad de veces. Se trasladó entonces. Porque si él no se movía, iba a llegar tarde,
y ya tenía que estar en el camino. En verdad, él debía haber partido hace horas. Se
dirigía hacia Nueva Orleans. Jake les había prestado su avión privado. Él
necesitaba establecer un nuevo jefe en lo que muy pronto iba a ser un territorio
abierto de nuevo. Joshua Tregre iba a ser el jefe.

Drake Donovan se había casado en una familia de policías. Ninguno de ellos podía
tener ese título con cualquier credibilidad. Elías se vistió lentamente. Le había dado
un montón de pensamiento sobre a quién podría establecer en esa posición y hacer
que funcionara. Había discutido con Drake, Jake y Eli antes de acercarse a Joshua y
proponérselo todo a él, por lo que le explicó, que desde el momento en que se
hiciera cargo del territorio de Cordeau, iba a vivir una vida de mierda. Lo que
cambiaría la vida de Joshua. Para siempre. Él estaría llevando una doble vida, de la
misma manera que Elías estaba llevando una. De la misma manera que iba a pedir
a Alonso que tomara la suya.

Joshua tendría que hacer cosas que no querría hacer, cosas que consolidarían su
papel y el título en el inframundo. Su red crecería, ya estaba creciendo si podía
evitar ser delicado. Pronto, Elías sabía que tendría que sentarse con Siena y tener la
conversación que había estado evitando. ¿Qué le decía uno a la mujer que amaba?
¿Cómo le pedía que hiciera ese tipo de mierda con él? ¿Cómo la iba a poner a ella y
a sus hijos a través de eso? Lo escondió de ella todo el tiempo que pudo, con la
esperanza de poder encontrar una manera de hacerla enamorar tanto de él, que no
tuviera otra opción que quedarse. Ahora, debido a su decisión, Joshua tendría que
tener una conversación similar si encontraba una mujer. Y Alonzo también.

Bookeater
Wild Cat
Se puso la ropa, ropa que se podía quitar rápido cuando necesitara cambiar. Todos
sus pantalones vaqueros y sus camisas, hasta sus botas se habían hecho
especialmente para ese fin. Podía quitárselos y cambiar a la carrera, y él era rápido.
Él tenía que serlo. No quería que los otros fueran responsables de las cosas que él
sabía que tenía que hacer. Robert Gatón había puesto un golpe en él y Siena. Había
enviado un francotirador a su casa. Estaba enviando a otros. Era leopardo, y era un
criminal. Gaton conocía la reputación de Elías y sabía que no iba a escapar. Aun
así, Gatón tuvo el suficiente coraje para hacerlo, lo que significaba que tenía un
plan en marcha. Elías sospechaba que Gatón se había alineado con Paolo. Elías ya
había tomado medidas con el consejo para hacerles saber que estaba tomando el
territorio de Arnotto en nombre de Siena y que Alonzo estaría asumiéndolo.
Incluso le había dado a entender que cuando el momento fuera el correcto, el
territorio sería de Alonzo solo y que permanecería como consultor y amigo, un
socio de negocios, pero Alonso tendría un control completo una vez que él
conociera las cuerdas.

Se había anunciado su compromiso con Siena y los papeles para la licencia estaban
esperando a que ella les firmara. El notario estaría allí esa noche y después de que
ambos hubieran firmado los papeles tendrían que esperar setenta y dos horas
poder casarse. Se había preparado para eso también. En la casa de Jake. Emma y
Catarina allí, Jake y Eli con Drake también. Estaba poniendo un anillo en el dedo
de Siena, y el resto del mundo podría tratar con él. Ella no estaba teniendo sus
bebés sin un anillo. Y él no quería esperar ni cinco minutos más de lo necesario,
antes de que la hiciera suya de manera irrevocable. La oyó volver a la habitación y
Él se volteó. En algún lugar había encontrado su camisa. No le gustaba que usara
nada en la cama. Sabía que nunca lo haría.

Le encantaba sentir su cuerpo suave, con todas esas exuberantes curvas apretadas
contra él. A él le gustaba poner su boca sobre su pecho y sentir la forma en que su
cuerpo se ponía húmedo para él cuando se quedaba dormida. Ella siempre le daba
eso, pero cuando salía de su cama antes que ella, siempre se ponía una camisa y
sus bragas.

Bookeater
Wild Cat
− Diviértete con tus amigas, bebé, − dijo, volviéndose hacia ella. Tomándola en sus
brazos. Y atrayéndola cerca. Amaba tenerla cerca. Ella era pequeña y perfecta
contra él. Nunca había considerado en su vida que tendría a alguien como ella
como su compañera. Alguien decente. Una persona inocente. Inocente y salvaje. Él
le dio un beso en la cabeza. − Te amo, mi vida. Más que a la vida. Te amo mucho.
Nunca lo olvides.

Ella se puso de puntillas y presionó besos a lo largo de su mandíbula. − Regresa a


casa a conmigo, Elías. Permanece seguro y regresa junto a mí. Te necesito. Te
necesitamos. − Ella entrecerró los ojos. − ¿Me entiendes?

Sus propias palabras. Él le sonrió. − Sí bebé. Yo te entiendo. Metete en la cama y


deja que te arrope. Yo sabré que estás en la cama y duerme tranquila. Mantén tu
celular contigo.

− Um, en caso de que no lo recuerdes, mi celular es pan tostado. Lo tiraste. Y se


rompió en pedazos. No lo he reemplazado porque no había pensado en ello.

− Uno de mis hombres, el que conoces como Tomás Estrada, estará cuidando de ti.
Él y su hermano Joaquín han estado conmigo desde que era un niño. Tomas se
encargará de ti con Trey Sinclair. Ellos tienen sus celulares con ellos, y voy a
conseguir que la secretaria de Jake, recoja uno para ti.

Ella levantó la barbilla hacia él. La forma en que lo hacía siempre volvía a su
leopardo un poco loco. Esa pequeña actitud desafiante siempre hacia poner a su
polla dura y su naturaleza alfa ir a un balístico. No se había dado cuenta de eso
todavía.

− Puedo conseguir mi propio teléfono celular.

Rozó su boca sobre la de ella. − Por supuesto que puedes. Pero fui soy el que lo
rompió, sin embargo, bebé, por lo que seré yo el que lo sustituya. ¿Ves? − Él no le
dio la oportunidad de responder.

Bookeater
Wild Cat
Sacudió las mantas y le indicó que entrara. − Vuelve a dormir y te veo esta noche.

Se deslizó dentro y esperó hasta que metió las mantas alrededor de ella antes de
que le cogiera la mano. − Regresa a mí. Seguro. Intacto. Tú.

Él sabía lo que quería decir. Lo que estaba haciendo, ella no quería perderlo. Él
sabía que no lo haría. La ley del leopardo era la ley de la selva. Se habían aplicado
estrictamente las leyes. Tenían que hacerlo. Los leopardos podían matar
fácilmente. A los leopardos no se les permitía cazar seres humanos en los pantanos
como Rafe Cordeau había permitido que su macho hiciera. Sus lugartenientes se
habían unido en sus cacerías. Robert Gatón había sido uno de sus lugartenientes.
Él era un asesino vicioso, y había puesto un golpe hacia fuera en Siena. Eso era
inaceptable. No iba a darle la oportunidad de asumir el control del territorio de
Cordeau. Había corrido de la misma manera sangrienta y cruel que su predecesor
tenía.

− Lo haré, − dijo. Lo que significa eso.

Ella todavía no lo soltó. Él fue muy paciente. No le importaba que los otros
estuvieran esperando. Que el avión de Jake estuviera esperando. La mirada de
Siena se aferró a su rostro, moviéndose sobre sus características, mirándolo.
Viendo la causa de muerte en él esta vez. Tenía que soportar eso. Por ella. Él lo
tomó, pero lo odiaba.

La observó tan de cerca, su leopardo cerca, pero tranquilo. Ambos reconocieron


que este era un momento definitivo. Elías detestaba que ella fuera tan
condenadamente inteligente. No habia ocultación de ella. Ningún escondite donde
esos verdes ojos no pudieran ver todo. Siempre había sido capaz de penetrar su
armadura. Había encontrado ese pequeño pedazo de él oculto profundo, protegido
del resto del mundo. No había duda de que vio todo lo demás.

− Elías. − Su voz era suave susurro. – Yo he confiado en ti. Creído en ti. Me he


enamorado de ti, no solo enamorado, sino tan profundo, que no sé cómo sobrevivir
sin ti. Yo estoy mirándote y necesito que me des la verdad. − Se preparó. − ¿Es esto
necesario? ¿Son estas personas realmente malas?

Bookeater
Wild Cat
− ¿Seguro que quieres esto, Siena? Yo no lo quiero para ti. Quiero que vivas tu vida
libre.

− Eres mío. No puedo verte ir, sabiendo lo que va a pasar, sin que me digas que
nuestras vidas van a ser similares. He sido paciente, esperando. Ahora te vas y es...
malo. Puedo ver eso. Así que dímelo. Necesito saber.

− Yo no iría detrás de un inocente, bebé, − le aseguró. − Confía en la reputación de


Drake, no en la que era mía. Es mío. Te prometo que tendremos que hablar cuando
vuelva si todavía quieres hacerlo. Voy a explicarte todo.

− Todo ello. − Él cerró los ojos. Sabiendo que lo veía. El odiaba putamente a su
familia, lo que le habían hecho, lo que le habían dado. − Cariño. − Suave. Hermosa.
Amorosa. Ella besó su mano y su corazón dio un vuelco.

Elías abrió los ojos y asintió. − Todo ello.

Está bien vete, pero a salvo. Y regresa a mí. − Se frotó la palma de la mano sobre su
vientre. − A nosotros.

Él puso su mano sobre su suave barriga, donde sus hijos yacían seguros y cómodos
dentro de su mujer. − Siempre volveré a ti.

Y salió como el infierno fuera de allí, antes de que perdiera su resolución. Él iba a
volver a ella con sangre en sus manos. Juró con cada paso que daba, furioso
consigo mismo, con su vida, una vida que había elegido cuando Drake se lo había
propuesto, y furioso por las personas que había tomado siendo un niño pequeño y
dandole forma a un monstruo.

Los hombres con él en ese avión eran hombres buenos. Todos ellos. Él confiaba en
ellos cuando él no confiaba mucho. Joshua estaba sentado solo, la cara vuelta hacia
la ventana, con aspecto de piedra. Una parte de él quería ir al hombre y disuadirlo
de su decisión. Era bastante fácil de hacer cuando no tenías una mujer, cuando no
tienes nada decente, cuando se está a solas con nada y quería hacer algo con su
vida.

− ¿Estás bien? − Preguntó Drake, dejándose caer en el asiento frente a él.

Bookeater
Wild Cat
Drake era una de las pocas personas que lo sabían leer, o que se atrevía a hacerle
preguntas. Elías nunca había sido amable. Su leopardo lo montaba con fuerza. En
su crianza nunca se le había permitido la amistad. A Él le gustaba, su hermano en
ley, el marido de Rachel, pero cuando lo conoció, Elías todavía tenía un gran
problema con la confianza. No le gustaba que alguien se acercara a su hermana, no
cuando él no lo conocía. Aun así, el hombre la hacía feliz y Elías había aprendido, a
lo largo de los años, que Río era un buen hombre.

− Ella me vio esta noche, − admitió. Apretó los dedos a los ojos. − Vio lo que soy.
Que soy.

− ¿Lo qué fuiste? − enfatizó Drake. − Incluso entonces, no eras tú, Elías. Eso nunca
fuiste tú.

− No te engañes, Drake. Soy yo. Siempre seré yo. Cualquier cosa que pudiera haber
sido, desapareció en el momento en que nací en el seno de esa familia. Soy lo que
me hicieron. Y he elegido hacer este trabajo, creyendo en eso. No sabía que los
dioses me iban a entregar a Siena. Ella es mi milagro y mi castigo, todo en uno. No
puedo dejarla ir y tengo que vivir con el conocimiento de lo que soy, lo que tiene
en su cama, cada puto minuto.

A Él le importaba un comino si sonaba amargado. Siena merecía una vida normal


y no iba a conseguirlo.

− Sabías desde que tomaste la decisión no había forma de salir. Apuesto que se lo
explicaste a Joshua, y le hiciste hincapié en ello. Más de una vez. En este tipo de
cosas, Elías, la única salida es la muerte. Ellos te cazarían hasta los confines de la
tierra. Tratarías de protegerte, pero tarde o temprano, te conseguirían. Tu mejor
protección más fuerte que cualquier otra persona, es tener suficientes aliados.
Estamos construyendo eso. Estamos casi allí.

− Yo lo sé, − dijo Elías. – Pero no lo hace más fácil cuando se está mirando al
monstruo y no ven al hombre.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Ella todavía está en tu cama?

La mirada de Elías golpeó a Drake. Él asintió con la cabeza lentamente.

− Entonces vio al hombre. Ella no va a ir a ninguna parte.

− Ella lo hizo, me gustaría ir tras ella, − admitió Elías. Su voz era oscura. Feo. El
asesino, no el hombre. Él que Drake quería ver lo peor de él. − Arrastrar su culo de
vuelta a casa tan rápido que no supiera qué la golpeó. Esa mujer no tiene idea de lo
que está en su puta cama.

− Sí, ella lo hace, − dijo Drake. − Ella sabe. Se subió en ella con los ojos abiertos,
Elías. Ella es inteligente, es única. Al igual que Emma. Como Catarina. Ellas saben
lo que tienen. Aman a sus hombres y los aceptan a ellos.

− Jake está limpio.

Drake se echó a reír. – Lo sabes mejor que eso.

− Está limpio para el resto del mundo.

− Es peligroso. Eli es peligroso. Su mujer lo sabe.

− Hay una gran cantidad de diferencia entre ser peligroso y estar sucio, Drake.
Siena vive con el conocimiento de su hombre es la cabeza de una familia del
crimen. Su hombre venció a la mierda de otros hombres para forzarlos a regresar a
la línea. Su hombre no es delicado. Ella no sólo no podrá fingir que somos limpios,
porque los vecinos siempre van a mirarla como una suciedad.

− Siena está en tu cama, Elías. Ahora mismo. Ella sabía de tu reputación antes de
que hubiera hecho su elección.

Elías sacudió la cabeza, con los ojos yendo a su gato puro. − ¿Yo le di una elección?
¿Una opción real? La forcé a que volviera a casa conmigo...

Bookeater
Wild Cat
− Ese fui yo, − dijo Drake. − No tú. Tu casa era el único lugar seguro para ella. Tú
eras el único lugar seguro para ella. Ella estaba bajo tu protección desde el
momento en que entró en tu casa. No importa donde estuviera, alguien iba a ir tras
ella. Contigo interponiéndose entre ella y todo el mundo, se redujo al mínimo esa
amenaza. Tienes al heredero de Cordeau y a Paolo, nadie más te hace frente debido
a su reputación. Eso es lo que salvó a Siena. ¿Crees que ella no lo sabe? Ella no
puede evitar darse cuenta de que estaría en peligro si no se esconde detrás de esa
fuerza.

− Cierra la boca. Ella no se esconde detrás de cualquier cosa, y puede conseguir


vivir como quiera. ¿Qué demonios significa eso? ¿Crees que sabía que su abuelo
estaba sucio? Es un enólogo. Fue a la escuela para hacerse cargo de su negocio.

− Realmente eres un exaltado cuando se trata de esa mujer, − dijo Drake. Ni


siquiera se molestó en ocultar su sonrisa. Era seguro que Él no tenía miedo de Elías
o de su ira. − Ella debería hacerse cargo del negocio de su abuelo. Volver de vuelta
a casa y anunciar que es el jefe. Y no, no creo que supiera lo de su abuelo. Incluso
los federales no estaban seguros. Nunca ha habido ni una sola prueba. El hombre
era brillante en ocultar sus actividades. Si no se hubiera asociado con criminales
conocidos, no hubiera estado ni siquiera en su radar.

− Eli me dijo que los federales creyeron que era amigo de ellos a causa de su
conexión americana-italiana. Su vino es considerado uno de los mejores en los
Estados Unidos, y, naturalmente, las familias gravitarían hacia ella.

Eli Pérez estaba en el avión también. Un ex agente de la DEA, que era duro como
una roca y bueno en una pelea. Él fue una adición reciente al equipo de Drake, y él
estaba ayudando a Jake en llegar al negocio de Cordeau y sus socios desde otro
ángulo. Jake era famoso por comprar empresas y dividirlas. Él era implacable
cuando se trataba de negocios.

Bookeater
Wild Cat
Habían traído con ellos a Alonzo. Tenían que verlo en acción. Asegurarse de su
lealtad, antes de que fuera más lejos en su redil. La mayor parte del equipo de
Drake habían venido de su guarida en casa, de la selva tropical en el Borneo y
Drake los había conocido desde su infancia. Cualquier nuevo miembro, eran
hombres que había conocido y trabajado en sus equipos de rescate de varias selvas
tropicales de todo el mundo. Ellos no tenían que preocuparse por su lealtad. Llevar
a Alonzo era peligroso. Todos ellos lo sabían y estaban dispuestos a correr el
riesgo. A Elías, le gustaba que Drake y los otros pensaran que sería un buen activo,
un hombre digno de ser salvado. Aun así, un movimiento equivocado y no iba a
hacerlo de nuevo. Elías suspiro. Era su leopardo. Él conocía las reglas de la vida en
el mundo de los leopardos. Las reglas eran aún más rígidas e implacables, más
primitivas y salvajes que las reglas de su familia.

Joaquín Estrada estaba allí también. Se mantuvo aparte, a pesar de que había
conocido a Drake un par de veces cuando Elías le había tirado en un trabajo de
rescate que necesitaban. No había manera de que Joaquín o Tomas permitieran a
Elías ir demasiado lejos sin uno de ellos con él.

− Siena quiere hacerse cargo de la bodega de su abuelo, − Elías confirmó a Drake. −


Pero no puedo dejarla ir allí hasta que Paolo sea arrastrado a la luz pública y
pueda llevar a su culo hacia abajo.

− Si Siena va a la bodega, le garantizo que Paolo va a salir de las sombras, − dijo


Drake. − Él no tendrá otra opción. Él no ha hecho más que presumir el ejército de
su abuelo. Y ver a la princesa, diciéndole a ellos que Paolo golpeo la mierda fuera
de ella y que mato a su jefe, no va a darle la bienvenida.

Un rugido estalló antes de que Drake pudiera terminar. El gruñido retumbó


profundamente en el pecho de Elías, y sus ojos fueron a bandas con el calor. Su
leopardo se levantó rápido, enojado, vicioso. Hubo un silencio instantáneo en el
avión. Elías controlo su macho. Se aclaró la garganta varias veces para tratar de
detener a la bestia furiosa de subir más lejos. Sentía la comezón en la piel. El dolor
en sus articulaciones. La necesidad de cambiar.

Bookeater
Wild Cat
Drake no se movió un músculo. Él no retrocedió. No trató de cambiar para que su
leopardo combatiera el de Elías. Simplemente esperó a que Elías se metiera bajo
control, como si tuviese toda la fe el mundo que lo haría. Si no lo hacía, Drake
estaba muerto. El masculino de Elías lo mataría al instante, y nadie, ni siquiera
Elías, sería capaz de detenerlo.

Elías respiró profundo, obligando a su leopardo bajo control. La respiración


alejando la necesidad de cambiar. La ira se mantuvo.

− Debería rasgar tu maldita cabeza, − gruñó, su voz baja, oscura con su rabia. − Ya
la usaste como cebo una vez, en contra de mi mejor juicio, y alguien se acercó lo
suficiente como para tomar una foto de ella.

Drake asintió. Con calma. Elías reconoció al instante por qué siempre había
admirado a Drake. Él tomaba su responsabilidad. Nunca pasaba la pelota. Y se
mantenía en calma. Él hacia el trabajo. Era la forma en que podría llegar a tantos,
limpiar y ejecutar un trabajo muy difícil y ejecutar un trabajo con peligrosos
leopardos siguiendo sus órdenes. Elías podría estar en calma, sobre todo y todos, a
menos que Siena estuviera involucrada.

−Yo entiendo, Elías. Sólo digo, que si deseas sacar el hombre a la intemperie, tienes
una forma de hacerlo rápido y fácil.

− No va a usar mi mujer como cebo, Drake. No necesito nada rápido y fácil para
llevar a ese hijo de puta abajo. Lo encontraré. Y cuando lo haga, no querrá estar en
cualquier parte. Lo hare trizas. El coloco sus manos encima de ella. Le hizo daño.
Él no volverá a hacer eso, ni morirá fácil.

− No creo que se vaya a obtener ningún argumento en contra de como el hombre


muera, Elías, − Drake dijo, encogiéndose de hombros. – Él no tiene escrúpulos. Él
sabe las reglas de nuestro mundo. Los chicos están de pie en la fila para darle una
lección. Nadie está alejándolo de llevar a cabo su venganza o de enseñarle esa
lección.

− Mi mujer no es el cebo.

Bookeater
Wild Cat
Drake le sonrió. − Obten una manija en ella, Elías. Eres un loco de mierda cuando
se trata de ella. ¿Dónde está tu famosa tranquilidad? Si yo no te conociera mejor,
pensaría que acabas de salir de una cueva por primera vez.

Drake, maldición, él le estaba tomando el pelo. Mirando para conseguir un


aumento de él, y él había conseguido hacerlo en de una manera muy peligrosa.

− Todavía puedo rasgar tu maldita cabeza, − Elías se quejó, pero la ira había
desaparecido, sustituido por algo completamente distinto. Afecto. No era sólo
respeto lo que sentía por Drake Donovan, era afecto.

Alonso se deslizó en el asiento al lado del pasillo. − ¿Les golpearemos a plena luz
del día?

− Ese es el plan, − dijo Drake.

− ¿Él es un leopardo? − Preguntó Alonzo.

− Él es un gran hijo de puta también, − dijo Elías. − No he visto su leopardo, pero él


es un hombre grande. Camina como un gato. Él va a estar esperando que nosotros
lo golpeemos en la noche. Él sabe que sopló el golpe, y todo este tiempo ha estado
esperando la venganza. Está en el borde, sabiendo que vengo, pero no cuándo ni
cómo. Probablemente ha bloqueado su lugar y piensa que tiene una fortaleza. Le
hemos hecho esperar, y estarán ansiosos, sus chicos deben andar nerviosos. Él está
en el modo de fusión por ahora.

− ¿Entonces por qué a la luz del día? − Reiteró Alonzo.

Elías no estaba acostumbrado a que nadie cuestionara sus decisiones. El miró a


Alonzo hacia arriba. El hombre no estaba cuestionando la decisión tanto como
tratando de aprender. A Elías le gustaba eso. Estaba seguro de que Alonzo estaba
lejos del soldado por el que se había hecho pasar. Se sentía cómodo en ese papel
porque él estaba acostumbrado a ello, pero podía ser un rey.

Bookeater
Wild Cat
Él tenía que aprender las cuerdas y sentirse cómodo en su toma de decisiones. Lo
bueno de Alonso era que cuando le dio su lealtad, él no trató de negársela. Eso
significaba que siempre daría su lealtad a Elías y Siena, aunque fuera coronado
como el nuevo rey.

− Él sabe que soy leopardo, − dijo Elías. − No se le ocurrirá que voy a golpearlo
durante el día, por lo que su seguridad no será tan apretada. Por la noche, él va a
tener cada soldado que pueda reunir, especialmente a los leopardos,
custodiándolo. Durante el día, querrá ocuparse de los negocios. Dejar que todo el
mundo sepa que él es el nuevo jefe. Él va a estar trabajando en extorsionar a todos
los que Cordeau tenía en sus libros y en cimentar sus relaciones con las bandas
pasando sus drogas y armas de fuego para él. Tiene un anillo de prostitutas que
pasa por sus cuatro grupos. No puede permitirse el lujo de mantener a todos sus
soldados con él durante el día.

− ¿Tienes a alguien en el interior? − Preguntó Alonso. − ¿Alguien que te de la


información?

Elías sonrió como el leopardo que era. Hambriento. Con Astucia. − En cada familia,
Alonzo. Debes saber qué hombre es tu pan y tu mantequilla. Debes mantenerlo
feliz. Para proteger a cualquiera que ames. Atesóralos. Tú debes tener la certeza de
que todo lo que te importe, nunca puede estar dónde tú estás. No pidas siempre
información, así como debes cuidarte de darla. No creas nada de lo que jamás
puedas soplar de nuevo en él o a cualquier persona que te importe. Ellos tienen
que venir de ese territorio, no del tuyo, porque no puede haber un lazo de regreso
a ti. Eso es una protección para ellos. Así que siempre, tomate el tiempo para hacer
la tarea. Conoce a todo el mundo en el bajo, medio y alto nivel. El bajo nivel se
mueve hacia arriba. El alto nivel suele ser muy leal.

− ¿Tienes el diseño de su complejo?

Bookeater
Wild Cat
Drake asintió. − Hasta el último arbusto. Lo tenemos aéreo. Tenemos planos.
Tenemos el contratista que hizo el trabajo hace cincuenta años, y su hijo, que
añadió algunas nuevas rutas de escape desde entonces. Hemos hablado con los
pintores, los electricistas e incluso el fontanero. Todo desde hace mucho tiempo,
desde cuando Cordeau estaba vivo y consiguió un dominio absoluto sobre el
territorio. El tío de Elías era muy detallista al enterarse de todos los jefes
conectados a su negocio. Pero más que eso, cuando Gatón movió su culo a la
mansión de Rafe Cordeau, cometió el error de su vida. Tenemos a Catarina Pérez,
y ella fue criada allí. Ella conoce cada pulgada de esa propiedad y nos la dio toda a
nosotros.

Bookeater
Wild Cat

18

Rafe Cordeau había comprado una de las plantaciones más antiguas que
existían cerca de Nueva Orleans. La enorme y laberíntica casa con sus elegantes
columnas blancas y su gran terraza hablaba de decadencia y riqueza.

Ocultando los secretos de los que habían vivido antes, aunque Elías pensó que la
propiedad de Cordeau era una guarnición.

La propiedad era grande. Grandes cipreses con troncos de cañón se alineaban en el


agua en el césped a ambos lados de la casa. Grandes chales de musgo español
goteaban hacia el agua, balanceándose en el viento leve. El pantano se arrastraba
hacia la casa por los dos lados, amenazando con recuperar la propiedad en
cualquier momento.

El aire olía a humedad. Antiguo. Drake y Joshua se movieron a través del pantano,
a menudo encontrándose con las antiguas cabañas de los esclavos, que Cordeau
había renovado para que sus hombres usaran para diversas ocupaciones. Era
donde los lugartenientes de Cordeau tomaban a sus mujeres y aunque gritaran no
podían ser escuchadas. Era donde tomaron los enemigos y los torturaban o los
golpeaban hasta la sumisión o hasta la muerte.

A medida que se acercaban a la casa principal, se encontraron con alambres de


espino encadenados a través de los árboles y arbustos.

Los detectores de movimiento en los árboles eran mucho más frecuentes aquí, y los
guardias lo utilizaban para mantener fuera a los animales. Drake y Joshua no lo
hicieron. Se movían con facilidad a través de la vegetación densa, no hacían ni un
sonido, acercándose a la plantación, los rifles de francotirador planos contra la
espalda, evitando todo detector de movimiento y la única cámara iba a lo largo del
camino.

Bookeater
Wild Cat
La carretera que conducía a la plantación nunca había sido pavimentada y
Cordeau la había mantenido esa manera. A él le gustaba mirar las pistas y
reconocer quien conducía el vehículo. Una vez que había aprendido a identificar
los neumáticos de cada uno, siempre supo quién estaba llegando cerca de su
propiedad.

La plantación había sido equipada con una alta valla que la rodeaba, con tres
hebras de alambre de púas arriba, y una caseta de seguridad. El camión de
propano retumbó hasta el cuerpo del guardia y el conductor se asomó. Él estaba
transpirando. La mañana ya estaba caliente y húmeda, el aire cargado de
humedad. Su camisa estaba mojada debajo de las axilas y en la parte delantera. Su
gorra estaba calada hasta los ojos y mordía un palillo.

− Danny.

− Pete, − el guardia respondió, aún más aburrido que el conductor. Había estado en
servicio las 24 horas de los 7 días, desde que Cordeau había desaparecido con
varios de sus lugartenientes. Por la noche, Robert Gatón insistió en que
permaneciera todo el mundo alerta. Sobre todo si la plantación era visitada por
ciervos y otros animales salvajes. Se pusieron en marcha los detectores de
movimiento y los reflectores cada tantos minutos. Danny estaba enfermo de tofo, al
igual que la mayoría de los otros soldados.

Gaton los trataba a todos como una mierda. A él le gustaba ser el jefe y saber que
todos tenían que saltar si él lo decía y él lo hacía a menudo.

− Va a ser más caliente el día de hoy, − observo Danny. − Y va a llover.

Pete levantó la vista hacia el sol, entrecerrando los ojos. − Sí. Tal vez en una hora o
dos. Tengo un horario pesado hoy. Voy a mojarme.

Danny le sonrió, dejando al descubierto los dientes torcidos. − ¿Usted no encontró


esa sobrina suya? ¿Cuándo hace que ella desapareció? ¿Hace casi tres meses?

La cara de Pete se cerró. Se sacó el sombrero inferior. − No, nunca la encontramos,


− dijo. – Lo curioso era que usted y su pareja, Bart, pasaban mucho tiempo
hablando con ella todas las noches en el bar.

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Wild Cat
− No llegamos a ninguna parte. − Danny se encogió de hombros. − Sus piernas
estaban apretadas, hombre. Ella no estaba dando nada.

La boca de Pete se endureció. Su mano se cerró sobre la pistola de calibre pequeño


escondido a un lado de su asiento, pero luego se relajó. Tenía una pequeña
sorpresa para Gatón y su tripulación. Él sabía que Danny y Bart se habían llevado a
su sobrina de la barra, cuando su turno terminó hace tres meses. Infierno, todos lo
sabían. Danny quería burlarse de él. Pete también sabía que estaba muerta y que
probablemente había muerto duro. Una mujer tendía a desaparecer si alguno de
los hombres de Cordeau se encaprichaba de ella. Gaton era igual de malo, pero
todo el mundo les temía y nadie se atrevía a desafiarlos. Hasta ahora.

Danny le hizo un gesto a través, riendo suavemente. Sabiendo que había tenido la
sobrina de Pete y que iba a seguir teniéndola hasta que él la hubiera agotado. Él y
Bart habían estado teniendo buenos momentos los últimos tres meses. Disfrutaban
de sus conciertos con algunos de los otros chicos. Ella no parecía disfrutar de ello,
pero
a continuación, no estaba en la recepción del dolor tanto como les gustaba servir
hacia fuera. Él disfrutaba especialmente burlándose de Pete en su cara, porque
pensaba que Pete, ni nadie más, sería capaz de enfrentarse a ellos.

Pete condujo el camión alrededor de la casa principal, detrás de los arbustos que
ocultaban el gran tanque de gas propano. Había estado allí cientos de veces. Nadie
le prestaba atención a él. Sin embargo, incluso aunque estaba seguro de que su
sobrina había sido llevada aquí, a algún lugar de la propiedad, nunca se había
atrevido a mirar alrededor. Todos los hombres estaban armados y pensaban que
nada les podía matar.

Como la mayoría de personas que tenían que hacer frente a Rafe Cordeau y sus
hombres, Pete mantuvo un perfil bajo. Pero él oía cosas. Desde luego, había oído
hablar de Elías Lospostos. No había nada de perfil bajo en él. Era un diablo. Peor
que los gustos de Rafe Cordeau se decía. Su nombre era susurrado por los hombres
de Cordeau y se miraron con inquietud cuando lo decían. Desde la desaparición de
Rafe, el nombre se escuchó mucho más a menudo. Todo el mundo sabía que una
guerra se acercaba. Todos, incluyendo a Pete, por lo que había tratado, al igual que
sus vecinos, de permanecer bajo el radar.

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Se sorprendió cuando los hombres de Elías Lospostos se acercaron a él. Eran
civiles. Respetuosos. Ellos no amenazaban. No lo trataron como si tuviera que
inclinarse ante ellos. Tenían un plan y ellos lo necesitaban. Ellos necesitaban un
paseo a la propiedad. Usarían uno de los tanques de propano para lograr entrar.
Habían construido un lugar en el vientre del tanque para ocultar sus hombres.
Había llevado el coche, llenado el tanque, lo que era ya habitual y manejado. El no
vio nada. Sin decir nada. A cambio, se le pagaría muy bien y averiguaría lo qué le
pasó a su sobrina. También se vengaría. Nada podría rastrearse hasta él.

A Peter le gustaban. Era más, le gustaba su plan. Era uno bueno. No sabía que el
olor a gas ocultaría sus olores del guardia cambia formas. A él le gustaba la idea de
manejar el caballo de Troya, llevarlo directo a la propiedad, bajo la nariz de Danny
el guardia.

Pete arreglo el tanque, uno que rara vez utilizaba, había sido completamente
reconstruido en su interior. Ahí había espacio, aunque en hacinamiento, para cinco
o seis hombres y sus equipos, así como un tanque más pequeño que él podría
utilizar para bombear efectivamente el gas en el tanque de propano de Gatón.

Le gustaba ser parte del plan que llevaría a Gatón y a sus hombres hacia abajo. No
había tomado mucho, convencerlo para ponerse en ángulo recto hacia el plan de
Lospostos.

Se dirigió hacia la maleza en lo más profundo, donde sabía que era difícil de ver
desde la casa o desde cualquiera de las dependencias. Cordeau no había querido
tener un tanque de propano visible. El gas lo ponía nervioso. A él le gustó
escondido para que nadie tuviera la idea de usarlo en su contra. Pete aparcó y se
apeó, caminando alrededor de la manguera. Mientras lo hacía, golpeó el lado de la
camioneta duro para indicar que estaban a cubierto y que esta sería la mejor
oportunidad para que los hombres salieran de la camioneta sin ser vistos.

Pete debería haber estado tenso, pero no lo estaba. Todo lo que podía pensar era en
la sonrisa burlona de Danny. En esa voz. La que le dijo que su sobrina había
sufrido y que no había nada que pudiera hacer al respecto.

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Wild Cat
Él hizo su trabajo de bombear el gas y trato de no ver a los cinco hombres
moviéndose en silencio desde el seno del camión. No reconoció a ninguno de ellos,
y ninguno de ellos lo miró hasta que el último hombre se volvió y saludó a Pete,
como si lo respetara. Eso significaba todo un infierno de mucho cuando había
pasado los últimos tres meses sintiéndose menos que un hombre.

Elías olio el aire. En algún lugar cercano, una barbacoa al aire libre de estaba
haciendo. Filete, si era un buen juez. Carne de res y carne de cerdo. Hizo una señal
a los otros cuatro hombres que iban con él para ir despacio Tenían que entrar y
tomar la sala de control. Si las personas que estaba en las cámaras eran agudas,
finalmente podrían captar algo incorrecto. Así, que la sala de control tenía que ser
de ellos en primer lugar.

Alonso y Eli se separaron, moviéndose hacia la parte trasera de la casa donde la


gran barbacoa estaba haciéndose. Joaquín, quien siempre fue aliado de Elías
durante toda la guerra con su tío, se quedó cerca de Elías. Elías sabía que el
hombre daría su vida por él. Ese era Joaquín. Él trató de no usarle con demasiada
frecuencia, ya que Joaquín había visto demasiadas batallas y, como Elías, la
matanza le llamaba demasiado fácil, pero era necesario para ésto.

Evan sería su hombre en la sala de control. Era rápido, silencioso y sabía moverse
con los ordenadores, las cámaras y casi cualquier tecnología posible. Había llegado
a Drake directamente de la selva. En un principio, Elías le había confundido
algunas veces con uno de los trabajadores de Jake, Evan. Jake tenía un hábito de
recoger perros callejeros. Su Evan no hablaba, sino que utilizaba el lenguaje de
signos y era tan alto y musculoso como un tanque. Él no era leopardo y era
totalmente leal a Jake y a su familia. Evan courtier, era un poco más delgado,
mucho más malo y tenía unos ojos que nunca dejaban de moverse. Él trabajaba con
Drake en el pantano, mucho, pero Drake le había llamado para ayudar.

Evan se separó de Elías y Joaquín, cayó al suelo y rodó por debajo de la amplia
terraza, mientras que los otros dos bordeaban el porche. De acuerdo con los planos
muy detallados que Catarina había dibujado para ellos, la sala de control se
encontraba en el lado izquierdo de la casa, en el primer piso.

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Había dos ventanas, el vidrio a prueba de balas. Un hombre se quedaba dentro de
la habitación en todo momento. Elías y Joaquín habían estudiado las cámaras y los
ángulos. Había un punto, sólo uno a lo largo de la esquina sur de la terraza, donde
el techo se hundía un poco más bajo para cumplir con un pilar y un gran roble, este
bloqueaba la cámara. Cordeau había dejado el enorme árbol, porque él era
leopardo y la compulsión de mantener el árbol era demasiado fuerte. Nadie que se
preciara de ser leopardo reduciría parte de una carretera personal.

Las ramas se extendían a través del bosque, hacia la selva, la selva tropical o los
pantanos, no importaba donde, era la carretera definitiva del leopardo. Mirando
hacia arriba, Elías pudo ver que Cordeau tenía vías de evacuación desde cada
dirección de su casa. Gaton se había mudado a la mansión, deseoso de convertirse
en el jefe sobre el territorio. Como un leopardo, aquellas rutas de escape privadas
eran ahora de él.

Elías se puso en cuclillas y se levantó, para controlar el borde del tejado y


fácilmente tirar para arriba. Como cambia formas, tenía la misma fuerza enorme
como su leopardo. Y los leopardos podrían tomar varias veces su propio peso
hasta un árbol cuando necesitaban hacerlo. Se ganó el techo y, permaneció bajo,
hizo su camino a lo largo de él, hasta que estuvo en posición de la puerta más
cercana a la sala de control. Joaquín estaba cerca detrás de él.

Nunca oyó a Joaquín. Nadie lo hizo. La mayoría de los cambia formas se movían
en silencio en sus pies, pero Joaquín era un fantasma. Él siempre lo había sido.
Rara vez hablaba, y era mucho más raro de conseguir una risa de él. Evitaba a
Drake y a sus hombres, a pesar de que se quedaba cerca de Elías. Elías había
dejado fuera a Joaquín y a Tomás, antes de que él hubiera hecho el movimiento de
matar a su tío y salir de debajo del monstruo brutal de un hombre que había
matado a su padre. Los hermanos simplemente se encogieron de hombros y
dijeron: − Estamos contigo, mi Hermano. − Esos eran Joaquín y Tomás.

Elías deliberadamente no los exponía demasiado. No a cualquiera. Joaquín y


Tomás eran sus guardaespaldas personales y lo más parecido que tenía a hombres
de su confianza hasta que conoció a Drake. Joaquín le tocó el hombro, y al instante
Elías se dejó caer plana en el techo. Oyó un chasquido como una ramita cuando el
hombre se acercó a la puerta.

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El recién llegado era bajo, pero tenía los músculos cordados y familiares del
leopardo. Él abrió la puerta. − La comida está casi hecha, Terry. ¿Tienes hambre? −
Gritó.

Se oyó el ruido de movimiento casi directamente debajo de ellos. El hombre en la


sala de control abrió la puerta cerrada con llave. – Tengo hambre, Bart. ¿Qué le
toma tanto tiempo?

− Que te jodan, Terry. Quien te manda a poner los alimentos en primer lugar.
¿Crees que es fácil de cocinar para tantos? Gaton trajo un equipo completamente
nuevo ya que esta tan paranoico.

Elías levantó la cabeza, hizo un barrido rápido del patio circundante y saltó,
conduciendo a Bart a la casa con los dos pies. Joaquín estaba justo detrás de él,
pasando las dos figuras rodando por el piso de la entrada para golpear a Terry en
el pecho como un ariete. Terry volvió a caer en cuarto de control.

Bart comenzó a cambiar, sin saber claramente que Elías era leopardo también. Elías
estaba allí delante de él, su enorme masculino llegando con entusiasmo a la lucha,
la cabeza y los brazos ya cambiando, enviando, una muerte silenciosa cuando sus
garras le arrancaron la garganta. No le hacía falta la punción sofocante que su
macho quería añadir. Elías lo controlo, controlo su necesidad de sangre. Su
masculino era difícil de controlar cuando combatía. A Él le gustaba. A Elías le
gustaba.

Se removió completamente de nuevo a su forma humana y arrastró el cuerpo hacia


la sala de control. Terry yacía muerto en el suelo. El trabajo de Joaquín era siempre
rápido y eficiente. Había tirado el cuerpo en la esquina, y Elías arrojo a Bart en la
parte superior de Terry, fuera del camino.

− Sangre en el pasillo. Mucho que ocultar. Tenemos que hacer esto rápido, −
informó Elías a Joaquín. Tocó su auricular. Todos los hombres estaban atados con
alambre. − Evan, estamos bien.

Evan respondió inmediatamente, rodando por debajo de la terraza, y entrando en


la casa tan rápido que era casi un borrón. Él ni siquiera miró los dos cuerpos en la
esquina o a Elías y a Joaquín. Él ya estaba en completo control, tratando de
alcanzar la mesa ancha para apagar el equipo de grabación.

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− Tengo esto. Vayan.

Elías y Joaquín se fueron, cerrando la puerta detrás de ellos. Bloqueándola


automáticamente. − Estamos barriendo la casa ahora, − Elías le informó a los
demás, indicándole a Joaquín que fuera a la izquierda. A Joaquín no le gustó. No le
gustaba tener a Elías fuera de su vista, pero lo hizo.

La casa de la plantación era enorme, un homenaje a la elegancia y la decadencia de


días pasados. Cordeau había modernizado el hogar, actualizando el cableado y las
tuberías, pero la casa conservado la sensación del viejo mundo. Elías podía oler y
sentir la llamada del pantano. Él era un leopardo y siempre querría tener la
libertad de la selva salvaje. Este sería el hogar de Joshua. El la tomaría y limpiaría
la guarida que Cordeau había permitido que se saliera de control. No sería fácil.
Drake había estado limpiando la guarida de cerca y había sabido que habían
habido varios desafíos a su liderazgo. No había duda de que Joshua lo haría así.

Elías se movió en silencio, deslizándose a través de los pasillos, limpiando cada


habitación minuciosamente, usando sus agudos sentidos de gato para decirle con
mucha antelación si el peligro estaba cerca. Las habitaciones de abajo estaban
vacías. Incluso el gran salón de billar. Empezó a subir las escaleras e
inmediatamente escuchó la actividad mientras se acercaba a la cima de ellas.

Elías se fue al suelo, moviéndose de su forma humana al camino del leopardo. Con
sigilo. Congelando la imagen. Pulgada a pulgada lentamente. Se movió en silencio.
Él sabía que un gato podría rodar a una habitación llena de gente, tomar a un
hombre y sacarlo sin que nadie se diera cuenta de su presencia. Él lo sabía, porque
lo había hecho más de una vez. Él lo sabía, porque así como un hombre, lo había
hecho.

Oyó la fuerte caída de las botas en el suelo de moqueta y se congeló, su cuerpo


expuesto. Todo lo que el hombre tenía que hacer era tomar unos pasos más y
estaría en la parte superior de Elías. Elías tomó una respiración profunda,
olfateando el aire. El hombre de las botas estaba solo. Dio otro paso y Elías se
levantó del suelo, ya en desplazamiento, usando sólo la parte superior del cuerpo,
pero esta vez todo su cuerpo superior. Su camisa destrozada cuando la cabeza y el
pecho de su leopardo macho surgieron.

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El soldado no era un leopardo y la impresión de ver a uno fue su perdición. Él
tenía su arma en sus manos, pero él ni siquiera lo tomo como objetivo. Se quedó
allí, con el rostro congelado del miedo cuando Elías lo llevó hacia abajo. No hubo
ningún sonido, aunque el hombre abrió la boca para gritar, pero el gato le detuvo
con un golpe en la garganta. Elías alivió el cuerpo al suelo y luego se trasladó a la
sala de donde había salido para desactivarla.

Desde el punto de vista de la ventana pudo ver que un telescopio se había


establecido. Junto a ella, un par de binoculares descansaban. Se inclinó para mirar
dentro del telescopio. Una cabaña saltó a la vista. A través de la ventana, podía ver
a una mujer, de espaldas a él, con las manos atrapadas por la cabeza, las muñecas
con esposas. Tenía la cabeza abajo, el pelo le caía alrededor de su cara. Estaba
desnuda. No había sangre corriendo por su espalda. Sus piernas habían cedido y
estaba colgando solo de sus muñecas.

Elías juró. El hombre había estado observando el espectáculo que alguien le había
proporcionado. − Drake, la primera cabaña en el extremo sur de la casa. Una mujer
está ahí. Un prisionero. Ella está en mal estado. Sácala.

− Voy a tomar su espalda y luego iremos por ella, − Drake respondió en su oído, su
voz tan tranquila como siempre.

− Sacala pitando de allí. Ella necesita atención médica.

− Vamos a obtenerle atención médica. Tienes cinco hombres allí en contra de quién
sabe cuántos. Tú necesitas refuerzos. Vamos a llegar a ella, Elías, acaba de entender
ese hecho.

Elías lo insultó en español. Cuando Drake se decidía a hacer algo, nada podría
moverlo. Además, Elías sabía que tenía razón. Él empujo hacia abajo sus estribos. −
Gatón trajo un nuevo equipo. Probablemente están descansando en el barracón.
Joaquín y yo vamos a ir allí, en el momento en que la casa este limpia. No hay
señales de Gatón todavía.

− Lo encontraremos. − Drake confiaba.

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− ¿Alonso, no ha localizado los leopardos todavía? − Preguntó Elías, cuando
empezó a barrer el pasillo del piso superior. Joaquín estaba limpiando el otro lado
y hasta ahora había estado en silencio, pero eso no le decía a nadie mucho. Ese era
el camino de Joaquín.

− Dos facciones, − Alonso respondió escuetamente. − Estoy viendo los que


necesitan matar. Tres de ellos, y les gusta hacer daño a la gente. Cogí parte del
espectáculo con la mujer. Un hombre llamado Bart la golpeó con un látigo. Estos
tres se rieron e hicieron un montón de embrague de la entrepierna. Con el gato
alzado. Les estoy matando tan pronto como me des la palabra. Es todo lo que
puedo hacer para controlarme. Dame la palabra. Me quedo con estos tres.

− Espera. Voy a unirme a ti en un minuto, − ordenó Elías. Él entendió. Hubiera


querido matar a los hijos de puta después de presenciar cómo torturaban a una
mujer y conseguir casi matarla. – Bart está muerto, en caso de que te haga más
feliz.

− Sí. Me hace francamente difuso. Eli siguió a los otros leopardos. Ellos no estaban
contentos con el espectáculo y se marcharon. Cinco de ellos.

A Elías no le sorprendió que los leopardos no se mezclaran con los soldados


totalmente humanos. Los cambia formas no querían cometer accidentalmente un
error y delatarse. Tendrían que matar a los soldados, y eso no sería bueno para los
negocios. Se sintió agradecido de que no todos los cambia formas de Cordeau
hubieran permitido que sus naturalezas salvajes superaran su humanidad.

Si Josué desafiaba el liderazgo de la guarida y ganaba la batalla, derrotando y


matando a Gatón, esos cinco leopardos le seguirían. Eso sería de gran ayuda.
Drake y Elías ya estaban formando su propia tripulación, tratando de cubrir todas
las bases, y Alonzo necesitaría ayuda cuando se hiciera con el territorio Arnotto.

Elías se detuvo justo delante de una puerta, justo en el medio de la zona del amplio
vestíbulo con vistas a la primera planta. Había dos escaleras, una a su izquierda
que él había usado y una a su derecha por la que Joaquín se había arrastrado.
Joaquín había limpiado todas las habitaciones de su lado y no encontró a nadie. Se
encontró con Elías en la puerta del centro. La propia puerta doble estaba adornada.
Según los planos de Catarina, este era el dormitorio principal.

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La habitación de Gaton. Él se había movido en el momento en que estaba seguro
de que Cordeau no regresaría. El cuerpo de Cordeau, y el de sus cuatro
lugartenientes leopardos, nunca se habían encontrado. Los cambia formas eran
siempre quemados y los restos enterrados profundamente.

Elías olio el leopardo dentro, en el momento en que estuvo cerca de la puerta. Su


masculino aumentó rápido, tan rápido que era difícil contenerlo. Miró por encima
del hombro y vio el pecho y los brazos de Joaquín contorsionarse. Él ya estaba
eliminando en silencio su ropa, rápido, mientras se movía, por lo que
permanecería intacta, no desmenuzada como la camisa de Elías había sido. Elías
marcó dando un paso atrás, a un lado de la puerta, y se hizo a un lado también.

La explosión hizo un agujero a través del centro de la puerta. La madera astillada


alrededor de los bordes de la abertura de la boca abierta. Al instante, el cañón de
una escopeta fue empujado a través, moviéndose primero hacia un lado y luego
hacia el otro. Las botas y los pantalones vaqueros de Elías habían desaparecido en
cuestión de segundos. Alcanzó el cañón, arrancándolo de Gatón, tirando de él todo
el camino a través del espacio, dando marcha atrás y disparando a ciegas dentro de
la habitación.

La respuesta fue un rugido de rabia y Elías supo que el hombre estaba cambiando,
por lo que permitió a su gato a tomar el relevo. Él sacudió la puerta abierta para
ver a Gatón en la ventana, su gran macho saltando hacia la rama de árbol.
Instantáneamente Elías le siguió.

− Entrando, − Evan dijo en voz baja. − Los soldados están en los cuarteles.
Manténgase alejado de la galería. Esta aparejada en todos los sentidos.

Evan era también un especialista sorprendente cuando se trata de la fabricación de


bombas. Pocas personas podrían ponerse juntos al tipo de encargos que hacía,
dirigiendo la explosión exactamente donde él quería que fuera. La pandilla que
Gaton había contratado eran verdes, hombres codiciosos dispuestos a hacer
cualquier cosa por dinero, pero no se utilizaban para el tipo de guerra que iban a
enfrentar. Ellos estaban desorganizados y no tenían un verdadero liderazgo. Los
líderes eran los leopardos y Gatón.

− Mis tres están en movimiento y los quiero, − informó Alonso.

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− Llegando a ti, − dijo Elías. Su gato grande giró la cabeza para Joaquín,
indicándole que fuera detrás de Gaton y que no lo mataran, si era posible.

Joaquín saltó de la ventana a la rama cuando Elías saltó al suelo, ya corriendo en


ayuda de Alonzo. Eli, con la ayuda de Joshua y Drake, habían reunido a los cinco
leopardos que tenían de repuesto, lejos de la zona de muerte, pero Alonso estaba
rastreando los crueles leopardos que habían cazado los seres humanos con
Cordeau en el pantano. Los hombres que disfrutaban y se excitaban viendo una
mujer que estaba siendo torturada.

El macho de Elías volteó en la esquina cuando el gran macho de Alonzo derribaba


a un leopardo alto, pesado, leonado. El macho de Alonzo era enorme y muy
musculoso. Su abrigo era de oro, con rosetas oscuras. Él golpeó su blanco duro,
entrando desde el lado, sin darle al otro leopardo ninguna posibilidad de escapar.
Él lo condujo sobre sus pies, y el otro leopardo se cayó y trató de levantarse.

Alonso fue tan rápido que parecía un borrón mientras saltaba, y descendía sobre
su presa, yendo a matar, pasando por la garganta, las garras rastrillando el vientre
expuesto mientras sus dientes mordían profundamente para contener y sofocar su
presa.

Los otros dos leopardos se volvieron para ayudar a su compañero caído. Pero
antes de que pudieran llegar a Alonso, Elías estaba allí. Su macho se lanzó en el
aire, usando su columna vertebral flexible para torcerse, golpeando primero a uno
y luego al otro, golpeándolos lejos de Alonzo.

Aterrizó entre los dos hombres y su amigo caído. Ellos se separaron para llegar
hasta él desde los dos lados. Se quedó completamente inmóvil, su masculino listo
para la batalla. Había estado luchando desde que tenía seis años de edad, en luchas
de vida o muerte, y él se había encontrado con múltiples atacantes muchas veces.
El sonido de explosiones desgarraron el día, el ruido hiriendo sus oídos. Él se lo
esperaba y mantuvo su leopardo estable. Los otros dos se giraron hacia el sonido.
Elías estaba inmediatamente sobre el gato más cercano, rastrillando brutalmente
por un lado de su cuello, con el hombro a su extremo trasero.

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A medida que su oponente intentó darse la vuelta para enfrentarse a él, Elías lo tiró
a sus pies y abrió su vientre, derramando su contenido sobre el suelo. Se dio la
vuelta para hacer frente al segundo leopardo corriendo, encabritado sobre sus
patas traseras, los dientes y las garras listas en el gran macho. Los dos leopardos se
liaron de pie sobre sus patas, arañando para una sujeción, tanto a favor de la
garganta del otro, mientras que más explosiones sacudieron el suelo.

Elías supo de inmediato que su leopardo era mucho más experimentado. El otro
hombre no sabía proteger su bajo vientre o los genitales expuestos. El leopardo
había crecido con una vida perezosa y con Cordeau cazando mujeres humanas en
el pantano como deporte. Elías era brutal en una pelea. Vicioso. El usaba cada
medio posibles para matar a su oponente rápidamente así había mucho menos
daño infligido a él.

Lo mejor, y lo peor, era que no sentía nada en absoluto cuando ganaba. Humano o
leopardo. No sentía triunfo y no había ningún remordimiento. Simplemente lo
hacía. Había estado en lo que hacía demasiado tiempo y la necesidad de violencia,
la necesidad de combate, nunca iba a desaparecer. Aceptaba eso. Esa había sido la
razón por la que había arreglado con Drake en primer lugar. Había tratado de salir
de esa vida, buscando en direcciones imposibles y conmutadas una vez más.

Su leopardo se echó hacia atrás y se lanzó de nuevo, esta vez usando sus dientes,
rasgando a través de las partes más suaves y expuestas de su oponente. El
leopardo gritó y trató de girar, desesperado por escapar. Elías fue implacable,
después, se descolgó con un disco duro en el hombro, enviando su pesado
masculino a su lado. Entonces él estaba en él, los dientes profundos en su garganta.
Participando. Esperando. Volvió su cuerpo lo suficiente para ver a Alonso y al gran
gato con el que estaba luchando.

El rival de Alonso, a diferencia de Elías, sin duda tenía experiencia, pero eso no
importaba, porque, como los dos con que Elías había luchado, el leopardo estaba
fuera de forma y el leopardo de Alonzo no lo estaba. Alonso tuvo buen cuidado de
su gato y se notaba. Era rápido y mortal, haciéndose girar como una moneda de
diez centavos en el aire, girando y rastrillando y saltando a distancia. Él tenía un
propósito absoluto y una concentración letal, a pesar de que más de dos
explosiones enviaron pájaros gritando al cielo.

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El otro leopardo, finalmente se dio cuenta que no tenía ninguna esperanza de
ganar y trató de correr, pero Alonzo corto todo escape y se mantuvo
desgastándole, rasgando y arañando, usando sus dientes hasta que el otro
leopardo estuvo de pie, la cabeza hacia abajo, a los lados agitado, con una capa
oscura de sudor y manchado de sangre.

El leopardo de Alonzo lo llevó hacia abajo con fuerza, los dientes en la garganta.
Elías dejó caer el cadáver del leopardo que había matado y se volvió hacia el que
estaba herido a tan sólo unos pies. El leopardo levantó la cabeza y gruñó, el odio y
el miedo en sus ojos. Elías ignoró la advertencia y entro en él rápido, entregando la
picadura sofocante. No hubo más explosiones, pero el olor de la pólvora y la
muerte era muy pesado en el aire.

Las aves comenzaron a establecerse en las copas de los árboles y los insectos
empezaron su zumbido incesante. Elías y Alonzo se miraron el uno al otro a través
de los ojos de sus leopardos, y como si de común acuerdo, soltaron sus respectivos
oponentes al suelo y se volvieron para ayudar a Eli y a Joshua a controlar el alza
los otros leopardos.

Cuando se acercaron a los cinco hombres que estaban en el claro rodeado de un


bosque de cipreses, Elías cambio lo suficiente para hablar con Evan. − Necesito un
informe, − le pidió.

− No he tenido que hacer nada, Drake se movió abajo con su rifle. Esta tranquilo
aquí. Los vecinos podrían haber escuchado las explosiones, pero a pesar de ello
estamos fuera y mi conjetura es que nadie quiere el tipo de problemas que hacer
frente a este equipo puede traerles. Te dejaré saber si alguien aparece. El guardia
de la puerta, Danny, corrió hacia el pantano cuando las explosiones golpearon.
Drake tomó su culo hacia abajo. Cuando se estés quemando los cuerpos, no lo
olvides.

− ¿Tienes la mujer? − Preguntó Elías a Drake.

− Con ella ahora. Está casi comatosa. Totalmente aterrada. Es la sobrina de Pete, la
que él pensaba que estaba muerta. Ella ha estado viviendo una pesadilla durante
meses. Cada vez que se presentó para suministrar el gas, los hombres la torturaban
y la violaban mientras él estaba aquí, pensando que era divertido. − La voz de
Drake fue dura. Furioso. No era la calma que tan bien conocía.

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− Necesitamos saber si cualquiera de estos otros hombres participaron, − dijo Elías,
mirando a los cinco cambia formas que Eli y Josué mantenían abajo con las armas
de fuego. Se movió hasta el final y alcanzó los pantalones vaqueros que Joshua le
arrojo, tirando de ellos a lo largo de sus caderas.

− ¿Cualquiera de ustedes tocó la chica que estaba en la cabaña? − Exigió Elías.

Ellos negaron con la cabeza.

− Díganlo. No sean tímidos. Soy leopardo también. Si me mienten, lo sabré, − Elías


rompió, la furia montándolo difícil. No podía imaginar cómo Pete se iba a sentir, al
saber que su sobrina fue torturada y violada mientras él estaba en la propiedad. Él
sabía que si alguien tomara a Siena de él y la mantuviera cautiva, estaría en un
asesinato múltiple para poner fin a todas las juergas, llevándose a todos los
conectados a quien la tomó.

Cada uno de los cinco hombres negó su implicación en voz alta. Elías oyó el sonido
de la verdad en sus voces.

− ¿Cualquiera de ustedes fue con Cordeau o Gatón, dejando que sus leopardos
cazaran humanos en el pantano, prostitutas o enemigos? − les exigió después.

De nuevo hubo un movimiento de cabeza antes de que cada uno de ellos declarara
que no, que no habían participado.

− Joaquín se dirige hacia aquí y trae a uno vivo, − anunció Evan.

− Va a haber un cambio de liderazgo, − dijo Elías. − Gatón ha sido desafiado. La


tripulación que hizo venir está muerta. Van a hacer la limpieza, quemar los
leopardos y deshacerse de los cuerpos. Llevarlos al pantano. Esparciendo las
cenizas de los leopardos. ¿Lo entienden? Habrá algunos cambios por aquí.

− Gatón no es un leopardo fácil de derrotar, − dijo uno. − Si lo fuera, habríamos


conseguido escapar hace un largo tiempo.

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− ¿Joshua, escuchaste eso? − Preguntó Elías.

Los cinco hombres cambiaron su atención hacia el silencioso Joshua.

Joshua asintió. − He oído.

− Miedoso hijo de puta. Gaton debe venir de una de las familias de Borneo.

− No. Es de aquí mismo, del pantano. Su abuelo y el mío vivieron juntos al igual
que cualquier otra familia en los pantanos. La diferencia era que ambos estaban
locos. Les gustaba dañar a la gente y se rodearon de otros iguales a ellos, − dijo
Joshua. − Hijos de puta sádicos.

− ¿Quién es usted? − Uno de los cambia formas preguntó.

− Joshua Tregre, − respondió Joshua. Su mirada se trasladó a Gatón cuando


Joaquín le condujo a través de la arboleda de cipreses y las ramas con las largas
hebras de musgo español.

Gaton parecía muy desgastado, lo que no le sorprendió a Elías en lo más mínimo.


Joaquín consiguió el trabajo hecho y no fue delicado al hacerlo. Gaton estaba
manchado de sangre, la ropa ida, pero se había desplazado de nuevo a humano
cuando Joaquín había rastrillado la basura fuera de él y luego le movió, tirando del
arma de la manada alrededor de su cuello.

La fiera mirada de gaton barrió sobre sus hombres y luego descansó sobre Elías. −
Debería haber sabido que estabas detrás de esto.

− No debería haber venido por mí, − dijo Elías. − Pude haberle dejado solo. Ahora
tiene un desafío en la dirección de la guarida y todo lo que va con ello.

Un sonido burlón se emitió de la garganta de Gatón. − ¿Usted cree que me puede


ganar?

− No soy yo quien quiere este lío. Ese sería Joshua. No me siento con ganas de
matar hoy, por lo que eres para él.

Bookeater
Wild Cat
En el momento en que Robert Gatón supo que no estaría luchando contra Elías, sus
ojos se iluminaron, los cambia formas formaron un círculo suelto alrededor de los
dos hombres. Joshua no le quitaba los ojos de encima a Gatón. Gaton se golpeó el
pecho, seguro de la victoria. Su sonrisa se burló del retador.

− ¿Crees que no he derrotado a todos los soldados aquí? − Espetó Gatón. − Elías
Lospostos, no significa una maldita cosa. Ni una cosa. Él no puede tomar este
territorio sin los leopardos, y son míos. Mi banda. Ellos pueden matar a cualquier
soldado que se vuelva contra ellos. Lospostos es demasiado gallina para encararme
por sí mismo por lo que pone un culo marica en su lugar.

Joshua no respondió. Con una mano se sacó la camisa por la cabeza y la arrojó a un
lado, con los ojos en Gaton. Frio. En calma. Así era Joshua. Elías mantuvo los ojos
pegados a los cinco leopardos de Gatón. Ninguno de ellos hizo un movimiento
para ayudar a su jefe, como era la forma del leopardo. Cualquiera podía luchar por
el liderazgo si tenía las bolas. El factor decisivo fue su silencio. Ninguno de ellos
estaba apoyando verbalmente a Gatón.

Elías tenía la sensación de que querían que bajara. Si él era tan brutal como
Cordeau había sido, era fácil ver lo suficiente como para ver por qué. Gaton no
esperó que Joshua de desnudará del todo. Se movió, su leopardo saltando en
Joshua.

La ropa de Joshua se había ido y él estaba cambiando, saltando, reuniéndose con


Gatón en el aire. Rápido. Drake había perforado en ellos, la práctica de desnudarse,
cambiar y moverse a la vez, y valió la pena.

Los dos leopardos se reunieron con un rugido terrible, torciéndose y rasgándose el


uno al otro antes de que incluso golpearan el suelo. Nadie en el círculo se movió ni
habló. El pantano una vez más se quedó en silencio cuando los dos leopardos
machos no solo lucharon por la supremacía, sino por la vida. Ninguno de alejaría
de la batalla y los dos leopardos lo sabían.

Bookeater
Wild Cat
La lucha fue cruel y feroz. Quedó claro, muy pronto, que el leopardo de Joshua era
más rápido y mucho más hábil y experimentado que el de Gatón. El conocimiento
no se perdió para los cinco cambiadores quienes observaban como a su jefe le
rompían en pedazos. Intercambiaron miradas largas. Cada uno de ellos había
desafiado a Gatón y ninguno de los cinco había vencido a su leopardo en la batalla,
dejándolo comandar la madriguera.

El leopardo de Joshua era paciente. Astuto. Tan rápido que era un borrón cuando
entraba dentro, arañó a Gatón hasta el hueso y se apartó. Por lo general, la piel
floja y los músculos cordados, impedían el tipo de heridas que Joshua había
infligido profundamente, laceraciones que castigan y que dejaron al otro leopardo
jadeando y desesperado por escapar. No había manera de escapar del leopardo de
Joshua, y al final, el gran macho se centró para la matanza.

Hubo un largo silencio mientras todos observaban la vida pasar del leopardo de
Gatón. Elías estudio sus caras. − ¿Alguien más quiere luchar por el liderazgo de la
madriguera? − Preguntó en voz baja. − Joshua no reducirá su vida, incluso si le
retan.

Todos los cinco hombres dieron un paso hacia atrás al mismo tiempo de donde
estaban de pie, evitando que el poder del leopardo de Joshua viniera por ellos.

− Entonces deben jurar su lealtad a él o irse ahora. Esa mujer será devuelta a su tío
y a su cuidado. El dinero de este cubil se le dará a la familia por su asesoramiento
psicológico y atención médica, − dijo Elías. − Esto significa que si él quiere que
salga de sus salarios, lo hará. Ustedes sabían lo que estaba pasando y no hicieron
nada al respecto.

− Gatón nos habría matado, − dijo uno.

− Entonces deberían haber ido a Drake. Ustedes conocen su reputación. Ustedes


saben que él habría hecho alguna cosa. A los leopardos no se les permite actuar de
esa manera. Tenemos nuestras propias reglas y las seguimos, incluso en este
negocio.

Bookeater
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Joshua se movió, cogió los pantalones vaqueros arrojadas a él y tiró de ellos. − Una
gran cantidad de cosas estará cambiando por aquí. Empezando por nuestros
vecinos. No más extorsiones. No más gobernar con miedo. Mantenemos nuestra
guarida y nuestro barrio limpio. Si desean permanecer en el, bien. Si no es así,
obtengan el infierno fuera ahora, pero no vuelvan. − Los hombres se miraron el
uno al otro y luego asintieron. Cada uno de ellos, uno por uno, en presencia de
testigos, juró su lealtad a Joshua.

− Quiero que todos los cuerpos sean quemados y las cenizas tomadas en el mar.
Incluso los seres humanos. No quiero ninguna evidencia de esta batalla. Así que
cuando los cuerpos sean atendidos, y hay unos pocos en la casa, cojan sus
herramientas y reparen los daños a la casa. Voy a traer en algunos hombres que
nos ayuden a ponernos en marcha. Cuando estemos listos, vamos a hacer un poco
de reclutamiento, tanto de humanos como de leopardos. Voy a necesitar su ayuda
porque todos ustedes conocen los hombres por aquí. No queremos asesinos.
Queremos soldados que sean leales y que sepan hacer el trabajo.

Los cinco asintieron e inmediatamente fueron a arrastrar los cuerpos de los cuatro
leopardos caídos más cerca. Elías y su equipo acecharon hacia la casa. Evan había
puesto las cargas para que hicieran la menor cantidad de daños en el edificio y la
mayor parte a cualquier persona que intentara entrar. Había cuerpos esparcidos en
el suelo, pero poco daño a la casa real.

Los hombres se reunieron en la sala. Elías estaba ansioso por poner fin a esta cosa y
volver a Siena. Cada pelea lo excitaba. Él siempre quería sexo después de una
batalla, y la adrenalina corría por él. Aun así, tenían que poner todo en orden. Eso
significaba traer a Alonzo en el resto del camino y a Joshua hacia arriba.

− Primero llama a Pete, Joshua, dile cuánto lo sientes acerca de su sobrina. Ofrece
pagar por su cuidado, y por los consejeros que va a necesitar. Dile que no te gusta
esa mierda, y ninguno de tus muchachos va a hacer cualquier cosa como eso. A
continuación, le dices, que su negocio y su familia están bajo tu protección. Que no
quieres dinero. Que este es tu vecindario y que nadie folla con tus vecinos o tus
amigos. Dedícate a construir relaciones por un tiempo con las empresas. Utilízalos,
Úsalos a ellos. Aliméntalos con dinero. Obtén meter a tu equipo bajo control y haz
que traten siempre a los vecinos con respeto.

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Joshua asintió. La mirada de Elías pasando a Alonzo. − ¿Escuchaste eso? Porque
eres el siguiente. Eres quien va a tomar el territorio Arnotto. Estoy de pie en el
Consejo. Siena te está nombrando como su encargado de negocios.

Alonso negó con la cabeza. − No es mi acuerdo, hermano. Te lo dije. No soy un rey.

− Lo serás cuando terminemos contigo, − dijo Elías. − Mira a tu alrededor. Esta es


nuestra guarida. Es familia. Las personas en esta sala son las personas en las que
puedes confiar. Un poco más. Jake, su equipo. El resto del equipo de Drake.
Tomas. Nos mantenemos unidos y tenemos esto. Te necesitamos, Alonso.

− Te lo dije, soy soldado de Siena, − Alonso reiteró tenazmente.

Elías asintió. − Lo entiendo. Ella consigue eso. Esto es lo que su soldado tiene que
hacer para mantenerla a salvo. Eres ese hombre para ella, Alonzo. Ella tiene que
nombrar a un administrador de sus empresas. Va a hacerse cargo de la bodega de
vinos. Pero te voy a dar lecciones en el funcionamiento de todo lo demás. Todos
vamos a ayudarte.

Alonso negó con la cabeza. − Mi gato necesita luchar a veces, Elías. No me gusta
admitirlo, pero lo hace. No quiero terminar como esos hombres que destruimos,
con sus animales dominándolos a ellos. Soy un soldado.

− ¿Crees que no soy como tú? ¿O Joshua? ¿O Joaquín? ¿O Incluso Drake? Te puedo
dar más, Alonso, pero necesitas saberlo a medida que te preparas, entre más
profundo estés y no puedes volver a caminar lejos.

− No puedo caminar lejos, Elías. Estoy atrapado. No porque tema que me vayas a
matar, sino porque no siento nada más. No cuando mato. Si elijo ser un hombre
decente, tengo que decidir sobre algo de moralidad, y Siena Arnotto es mi
moralidad. Ella es una buena persona. Se merece una vida. Voy a hacer todo lo que
pueda para mantenerla de esa manera.

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− Entonces estás en esto. Voy a explicarte todo en el avión de regreso a casa.
Joshua, llama a Pete ahora. Dile que su sobrina está viva, pero que necesita
atención médica de inmediato, que va a coincidir con él fuera de las puertas. No
dejse que él entre a la propiedad hasta que todo esté limpio y los cuerpos hayan
desaparecido. Me voy y Joaquín y Evan se van conmigo. Eli tiene que llegar a casa
por Catarina, pero los demás se quedarán unos días hasta que podamos traer en un
equipo de Borneo.

Joshua asintió, y Elías echó un vistazo a su reloj. Si se iban ahora, podrían volver a
tiempo para la cena. Tendría a su mujer antes de eso. Y luego otra vez después. Su
pene ya estaba duro, con hambre, necesitado. Pensar en Siena y su dulce boca, con
talento no le ayudó en absoluto. Cuando trató de dejar de pensar en su boca, su
polla se sacudió con fuerza, con urgencia, recordándole cómo se sentía al estar en
el interior de ella, en ese apretado broche de seda abrasador y caliente, empuñado.

Él gimió suavemente y se concentró en caminar fuera de allí sin hacer el ridículo.

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19

− Realmente, pero realmente odio el reposo en cama, − admitió Emma. −


Jake exagera. Él siempre está mirando sobre mí, pero ahora es un millón de veces
peor. No puedo mover el dedo meñique sin él mirándome. Y no deja de tener
precauciones.

Catarina puso sus pies descalzos en la otomana de cuero y se echó hacia atrás en la
silla de cuero de color dorado. − Jake no es tan malo como Eli. Creo que, si pudiera
salirse con la suya, Eli me ataría a él.

Emma rio. – ¿Si pudiera salirse con la suya, Cat? − Bromeó.

Catarina se unió a la risa y le hizo un guiño a Siena. – Probablemente. Está bien. Sí.
Absolutamente podría. − Eli podía, y lo decía en serio.

− ¿Cómo lo haces? ¿Manejarlo? ¿Al mandón? − Preguntó Siena.

Emma ahuecó su almohada y echó hacia atrás la cabeza hacia abajo. − El resto vale
la pena. Las cosas que hacen por nosotros todos los días hacen que el mandón
valga la pena. No cambiaría por nada a Jake. Él es tan pensativo. Yo no pido nada.
Yo no tengo que hacerlo. Él sólo me proporciona todo. A veces es tan fuera de los
diagramas de dulce que no sé cómo manejarlo. Jake me hace sentir hermosa y
amada. El hace que sepa que soy importante para él. La persona más importante
en su vida. Me lo demuestra cada día.

− Mi relación con Eli es mucho más nueva, − dijo Catarina. Tomó un sorbo de té
helado y luego se llevó el vaso a la frente. − Nosotros no empezamos muy bien
tampoco. Yo estaba escondiéndome de Rafe Cordeau. Me criaron en su casa, y él
estaba esperando que mi leopardo emergiera. No tenía ni idea de que era leopardo,
pero yo sabía lo que quería de mí, y no quería dárselo. Así que corrí.

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Wild Cat
Siena no sabía mucho sobre Cordeau, pero había oído algunos de los rumores, y
ninguno de ellos le había parecido bien. Estaba empezando a pensar que los
leopardos tenían una inclinación para vivir fuera de la ley. Y algunos de ellos eran
salvajes. Tal vez la mayoría de ellos.

− Eli estaba de encubierto, y él... − Catarina respiró. Estaba claro que todavía le
dolía. − Él se acercó a mí. Muy cerca. Estaba enamorándome de él a pesar de que
sabía que no debía. Él fue la primera persona que deje entrar, y cuando descubrí
que era DEA estuve devastada.

Siena no podía imaginar lo que debe haber sentido. Catarina parecía vulnerable y
frágil repentinamente. − La primera vez que tuve relaciones sexuales con Elías, y
fue mi primera vez, él me echó desnuda fuera de su puerta delantera y me dijo
cosas horribles. Cosas muy, muy humillantes y horribles. Yo no puedo pensar en
ello sin que me lastime.

Ella soltó la verdad porque no podía soportar la mirada de Catarina. El dolor


desnudo ahí. Tenía que dar algo de sí misma a estas dos mujeres que habían
abierto su amistad para incluirla. Ella se echó hacia atrás mientras hablaban.
Disfrutaba de su compañía y quería ser parte de su círculo, pero no sabía cómo.
Ella se llevó la mano a la boca, devastada por que ella les había dicho algo tan
horrible. Ella no quería que pensaran mal de Elías.

Los ojos de Catarina se abrieron. − ¿Desnuda? ¿Te echó?

Siena asintió. − Él pensó que había llegado allí para distraerlo con el sexo para que
un sicario pudiera entrar y matarlo.

Emma se echó a reír. − Tienes que estar bromeando. Oh. Mi. Dios. Eso no tiene
precio. Él debió ser espectacular en la cama o no le habrías dado una segunda
oportunidad.

− Bien. Él es espectacular en la cama, − admitió Siena. Elías había dicho que era
seguro hablar con Catarina y Emma, que Eli y Jake trabajaban con Drake Donovan.
Aun así, sabía que tenía que tener cuidado. Ella probablemente no debería haber
mencionado el asesino a sueldo, pero entonces no había planeado dejar escapar
todo eso sólo para que Catarina se sintiera mejor.

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− Eli ayudó a Elías con eso, − dijo Catarina, haciéndola sentir mejor sin siquiera
darse cuenta. – Pero él no le mencionó nada a Eli.

− Creo que si hubiera mantenido mi boca cerrada nadie más sabría del momento
más embarazoso de mi vida, − dijo Siena.

− Jake ha proporcionado unos momentos embarazosos para mí, − dijo Emma. − Es


algo así del leopardo macho y loco en ellos. Las cosas se ponen calientes y
apasionadas y se ponen todos locos en sus mujeres. La única cosa que puedes
hacer es aprender a manejar el fuego. Llegarás a amarlo, Siena. Elías esta tan ido
por ti que cualquier persona puede verlo. Nunca lo había visto sonreír hasta que
llegaste a su vida.

− ¿Cómo logró Eli que le dieras otra oportunidad? − Preguntó Siena.

− Sexo. Caliente, sexo caliente, − admitió Catarina, un rubor rodando por su cuello
y arrastrándose lentamente en su cara. − Eso, y la forma en que me ama. Él me da
el mundo. Al igual que Jake hace con Emma, me muestra lo importante que soy
para él. Está muy emocionados por el bebé. Él ya está hablando con él. Cada noche
él pone su boca en mi vientre y le habla. Me encanta cuando hace eso.

Siena extendió los dedos por su suave vientre, cada vez mayor. Ella estaba mucho
más grande sin duda que Catarina, pero ahora, sabiendo que estaba embarazada
de gemelos, no se sentía tan mal. Las tres estaban en diferentes etapas del
embarazo. No podía dejar de pensar en lo parecidas que eran sus vidas de muchas
maneras. Las diferencias eran tan grandes. El marido de Emma, Jake, era un
multimillonario. Era dueño legítimo de empresas y no tenía motivos para meterse
en el crimen. El esposo de Catarina, Eli, había estado en la aplicación de la ley.
Trabajaba con Jake, haciendo qué, Siena no estaba segura, pero también trabajaba
con Drake. Y luego estaba Elías. Ella no entendía completamente lo que Elías
estaba haciendo. Lo que era. Él trabajaba con Drake. Estaba rodeado de hombres
buenos, pero sabía que su vida nunca había sido decente.

− Siena. − La voz de Emma era suave. Tan suave, que Siena hizo una mueca. Ella
sabía que no tenía cara de póquer. Ella nunca había sido capaz de ocultar sus
sentimientos. − ¿Qué te pasa?

Bookeater
Wild Cat
Ella sacudió su cabeza. − Nada. Solo que creo que es bastante maravilloso estar
sentada aquí con otras dos mujeres discutiendo sobre nuestros hombres muy alfas.

− Elías es un buen hombre, − dijo Emma. − Sé que él es la cabeza de la familia


Lospostos. Todo el mundo sabe eso. Pero él es un buen hombre. No sé cómo, Jake
no me dice nada acerca de cualquiera de los hombres del equipo de seguridad de
Drake, pero son todos hombres buenos o no harían las cosas que hacen. Corren el
riesgo de sus vidas para traer de vuelta a los secuestrados de zonas muy remotas.
Hacen todo tipo de cosas y todas son buenas.

Siena asintió, pero ella no respondió. ¿Qué podía decir? Ella sabía que Elías era un
buen hombre, pero él estaba cazando. Justo en ese momento estaba cazando. Y él
no estaba cazando un animal, estaba cazando un hombre. Eli y Drake fueron con
él. Se frotó la barriga, deseando haber insistido en hablar con Elías, en que le dijera
lo que estaba pasando.

Le había permitió evitar la discusión porque ella estaba tan enamorada de él.
Siempre había estado enamorada de él. Se sentía como si ella lo amaba desde el día
que se sentó al otro lado de la mesa de su abuelo y miro su hermoso rostro. Ella no
quería perder eso. Por mucho que ella no quisiera vivir, o tener a sus hijos
viviendo, bajo una nube de sospecha, ella no quería perder Elías. Ella sabía que no
tenía todos los datos sobre su vida. Él era el jefe de una familia del crimen, pero, de
nuevo, tal vez no lo era.

Algo más estaba pasando. Sólo tenía que conseguir que le dijera más, o averiguarlo
por sí misma. La triste verdad era, que sabía que no tenía la fuerza para alejarse de
él si era cierto lo que decían todos los rumores.

− Él es un buen hombre, − ella estuvo de acuerdo. − Y él es bueno conmigo. Va a ser


un buen padre. No ha llegado a la etapa en la que habla a los bebes todavía, pero
frota mi vientre cada noche y se va a dormir con la mano sobre ellos.

− ¿Ellos? − Catarina se movió hacia delante en su silla. − ¿Vas a tener gemelos?

− No está confirmado, − dijo Siena. − Mi leopardo dijo que eran más de uno, pero
no he ido al Doc todavía, tienen que corroborarlo.

Bookeater
Wild Cat
Emma se aclaró la garganta. − ¿Um, cariño? ¿Así es como ella te lo dijo? ¿Más de
uno? ¿Ella no indicó que dos o te dio esa imagen?

Siena la observó con cautela. − ¿Qué significa eso?

− Sólo que Doc debe comprobarte, Siena. Si estas esperando más de un bebé puede
ser duro para ti, − Emma dijo. − Jake habría tenido un ataque si hubiera tenido más
de un bebé dentro de mí. Ya que es... – Miró su reloj. − Debe venir a verme en
cualquier momento. Han pasado quince minutos y es más o menos como un reloj.

Catarina y Siena se rieron como un par de colegialas. En el momento justo, en que


Jake abrió la puerta. Las tres mujeres se echaron a reír en toda regla.

Jake les frunció el ceño. − ¿Qué es tan gracioso aquí? Emma se supone que debes
estar tomando las cosas con calma. − Él cubrió su esposa con una mirada de acero.
− No creo que en realidad estés descansando, Emma, estás sentada. El doctor dice
que debes estar acostada.

− El Doc es sobreprotector porque tiene miedo de que puedas matarlo si no hace


todo lo que digas. Tú fuiste quien me dijo que tenía que acostarme. No me gusta
esa mujer en mi cocina y no me gusta que otra persona este cuidando de nuestros
hijos. No estoy en peligro de perder el bebé.

Jake no se dejó intimidar. Se acercó a la sala donde Emma estaba escondida con
una fina y suave manta alrededor de ella. Él se inclinó sobre la silla, con una
expresión como un trueno. Deslumbrador. Los ojos de todo en el gato.
Definitivamente el dominante. Emma ni siquiera parpadeó. Ella lo miró de vuelta.

− El peligro no es perder el bebé, mujer. El peligro es perderte. Y eso. No esta.


Sucediendo. Entonces sigue con tu dulce culo en esa silla hasta que venga por ti
para llevarte a nuestra cama. Y deja de dar pena.

− La próxima vez, no voy a escuchar a ninguno de los dos, − declaró Emma.

Bookeater
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Su ceja se alzó. − Si crees que voy a pasar por otros nueve meses de infierno,
Emma, muy bien puede olvidarse de eso, − espetó. Sus manos enmarcaron su cara,
su mirada sobre sus cambiantes características. − Tú me vas a dar a este.

Sus ojos se suavizaron. − Estoy acostada, cariño. Pero tienes que dejar de volverme
loca.

Su sonrisa fue lenta. De infarto. − ¿Por qué? Si tú me has estado volviendo loco
desde que puse los ojos en ti. − Él dio un beso en su boca. − Cat, gracias por traer la
cena. Huele delicioso.

Siena deseaba saber cómo cocinar. Ella les habría traído una cena. − Eso me
recuerda que estoy probando una receta que encontré para Elías esta noche. Sera
mejor que me ponga en marcha. No sé nada acerca de la cocina, así que estoy
segura de que me va a llevar algún tiempo. − Se puso de pie. − Fue muy agradable
ser capaz de venir a visitarte. Me gustó mucho. − Bueno, excepto la parte en que
ella no sabía lo que significaba lo que Emma le había dicho sobre su leopardo, no
siendo claro acerca de los gemelos. ¿Estaba embarazada de gemelos o no? Ahora
tendría que ir al Doc y descubrirlo.

− Llámame si necesitas ayuda. Tal vez te puede ayudar con la receta, − ofreció
Catarina. − Y si quieres recibir lecciones, yo soy una cocinera bastante buena. Y
Emma es una muy buena.

− Catarina es humilde, − dijo Emma. − Ella es asombrosa.

− Me quedo con las dos, − dijo Siena. − Quiero aprender. Elías me prometió que me
ayudaría también. – Ella dijo sus adioses, sintiéndose feliz. Realmente feliz. Nunca
había tenido eso antes, ir de visita a la casa de otra mujer y sentarse a hablar. Reír.
Discutir sobre los hombres y los bebés. Siendo normal. Había vivido su mundo en
los internados, aislada de todo el mundo. Elías le había dado eso.

Bookeater
Wild Cat
Sus guardaespaldas le rodearon en el camino a su coche y otra vez cuando la
acompañaron hasta la puerta principal. Trey y Tomas entraron con ella,
desconectaron la alarma e hicieron un recorrido a través antes de que Tomas la
llevara a la cocina.

− ¿Esto siempre va a ser necesario? − Preguntó.

Tomás pareció sorprendido, como si no hubiera esperado que ella le hablara en


realidad. − ¿Qué? − Su voz era suave, pero tenía la misma constitución intimidante
que la mayor parte de los leopardos tenían, con los músculos definidos, y
cordados.

Su camiseta se estiraba con fuerza sobre el pecho, y su pelo hirsuto parecía como si
necesitara un corte desde hace semanas.

Siena sacudió la cabeza. − Nada. Estamos bien. Gracias por acompañarme.

Él levantó la barbilla y la dejó allí en la cocina. En un lugar extraño, ajeno. Pero eso
no importaba. Ella en realidad estaba excitada. Ella quería encontrar maneras de
cuidar de su hombre. De hacer algo más que tener relaciones sexuales con él, y no
es que ella no quisiera tener relaciones sexuales con él, ya que era totalmente
glorioso, pero quería que Elías se sintiera amado en todos los aspectos de su vida.
Ella quería que él fuera feliz y, más que nada, que supiera que ella pensaba que era
el hombre más bello, y maravilloso del mundo.

Siempre había querido aprender a cocinar. Había contemplado tomar clases, pero
había estado tan ocupada, primero obteniendo un título en negocios y después
estudiando enología y viticultura, aprendiendo todo lo que había que saber sobre
las uvas y la elaboración del vino, que se mantuvo posponiendo las clases de
cocina.

Se lavó las manos, se ató un delantal improvisado alrededor de su ropa, usando


una toalla.

La primera receta que había decidido probar serviría. La página estaba gastada y
manchada de modo que se dio cuenta de que era una de las favoritas de Elías. La
receta se tituló Camarones a la diabla: camarones y salsa picante.

Bookeater
Wild Cat
Le gustaba el camarón, y las especias eran buenas. La receta en sí no parecía tan
difícil. Una vez que se puso en marcha, decidió que iba a hacer dip de aguacate
para ir con la comida. Ella tenía tortillas de la tienda, pero aprendería a hacerlos
otro día.

La receta parecía bastante sencilla cuando ella la estudió. Ella debía poner todos los
ingredientes en una olla junto con una taza de agua y cocerlos durante veinte
minutos. Una vez que comenzaran a hervir, los pondría en la licuadora y les
mezclaría. No era difícil. Ella podía hacer eso. El camarón crudo y pelado debía
entonces saltearlo en aceite de oliva en una sartén con sal de ajo y pimienta. Luego
añadir la salsa y los camarones cocinar todo durante veinte a veinticinco minutos a
fuego lento. Eufórica, ella puso todos los ingredientes. Podía hacerlo. Era
totalmente fácil.

Cortó las dos tomates y el pequeño manojo de cilantro, añadió tres pizcas de
orégano, dos dientes de ajo y luego estudió los cinco pequeños chiles de árbol y los
cinco chiles serranos. Ella no estaba segura de cómo se suponía que debía picarlos.
La receta no daba instrucciones específicas, sólo que tenían que estar en la salsa
que iba por arriba del camarón. Tomando una respiración profunda, ella comenzó,
determina a que Elías tuviera esperándolo en el hogar una de sus comidas
favoritas.

Elías frunció el ceño a Trey. − ¿Qué quiere decir, que no la has visto o escuchado a
ella? ¿No las has controlado a ella? − En el momento en que había llegado a casa,
esperaba que ella estuviera allí. Putamente allí mismo. Esperándolo. Contenta de
verlo. Saludándolo. Siena no había estado por ninguna parte y eso le molestó.
Había estado pensando acerca de su viaje a casa todo el viaje.

− Ella fue a la cocina con Tomás y esa fue la última vez que la vi, − Se defendió
Trey. – No hemos estado en la casa. Mi conjetura, es que todavía está ahí,
esperando a que llegues.

− Cuando salgo y la dejo aquí sola, quiero que la compruebes cada veinte minutos
más o menos, − Elías rompió.

Se había limpiado en el avión, con ganas de ir a ella limpio, sin el olor de la


pólvora, de gato salvaje o de sangre. Drake había cosido los dos lugares en los que
había necesitado puntos de sutura. Para que el pudiera irse. Y ella no estaba allí.

Bookeater
Wild Cat
Saludándolo. Besándolo con esa dulce boca de ella. Él la necesitaba putamente.
Ahora. En ese minuto.

En el momento en que había entrado en la casa tuvo un mal presentimiento. No


tenía idea de por qué, sólo que todo estaba demasiado tranquilo. Él simplemente
no le gustaba la forma en que se sentía. No le gustaba el hecho de que Siena no
estuviera allí. O que alguien no hubiera tenido los ojos puestos en ella desde que
había llegado desde la casa de Jake y de Emma. No perdió tiempo regañando a la
seguridad, que llamaría a una reunión posteriormente y establecería la ley.

Girando sobre sus talones, se paseó por el pasillo y tomó el acceso directo a través
de la aurícula de la cocina. La puerta de la cocina estaba cerrada y la abrió de
golpe. Al instante olió el potente aroma de los Camarones a la diabla. − ¿Qué
demonios? − Espetó. Su leopardo montándolo inmediatamente duro. Él todavía
tenía la batalla bombeando a través de su torrente sanguíneo, la agresión. La
necesidad de conquistar. La necesidad de dominar. Era más, su pene estaba en su
apogeo. Embravecido en él. Nada de eso desaparecería hasta que estuviera
enterrado dentro de su mujer.

Siena no se apartó del mostrador donde manejaba la licuadora. Y tosió.


Asfixiándose. Era evidente que no lo había oído entrar por el mezclador, ni había
escuchado su enojada pregunta.

Ella estaba claramente afectada por la potencia de los pimientos. A veces, cuando
su abuela había hecho la salsa para repasar los camarones, habían tenido que
limpiar la cocina e incluso una parte de la casa porque se sentían como si sus
gargantas estuvieran cerradas.

− Chiles de mierda. ¿Qué estás haciendo? − exigió, caminando a través de la


habitación hacia ella, no era una cosa fácil de hacer cuando él estaba tan duro como
una roca. Ella se volvió a medias, y su corazón casi se detuvo. Incluso su pene se
estableció con rabia. Las lágrimas corrían por su rostro.

Dios. Dios. − ¿Que estabas pensando? ¿Tú no sabes manejar esos chiles, verdad? −
Se volvió todo el camino hacia él, ahogándose con el humo. Las lágrimas rodando
por su rostro, pero ella parecía determinada, continuando con la mezcla de la salsa
en la licuadora a pesar del hecho de que los vapores le cerraban la vía aérea.

Bookeater
Wild Cat
Se acercó a ella, la tomó en sus brazos y apago la licuadora. − Dios, Siena, ¿qué
demonios haces? – La furia enroscada en su vientre. Duros, nudos apretados que le
dijeron que no se había preocupado de ella. No le había advertido de que no
utilizara cualquiera de las recetas con estrellas, ya que eran recetas más calientes
que Hades y que un novato no podía manejar.

Ella enterró la cara en su hombro, pero no hizo ningún intento de aferrarse. De


hecho, mantuvo las palmas abiertas lejos de él. Podía ver que eran de color rojo
brillante. Él estalló en español, maldiciendo furiosamente.

− Joder. − Era peor de lo que pensaba. − Dios, mi amorcito, te quemaste las manos.

Elías fue hacia el patio exterior, llevándola lejos de la casa y los humos para
colocarla en la silla más cercana. La tomó de las muñecas, tomando con suavidad
sus manos cuando el leopardo saltaba cerca de la superficie, rastrillando y
rasgando en él por permitirle que se lesionara de alguna manera. Él volteó las
palmas de las manos hacia él. Ellas no eran sólo de color rojo brillante, en realidad
estaban hinchadas e inflamadas. Y todavía estado tratando de cocinar para él, con
sus manos lastimadas.

En lo profundo, su corazón tartamudeó. ¿Qué demonios hacia un hombre con una


mujer que lo amaba de esa manera? ¿Qué tratara de cocinar para él, a pesar de las
quemaduras en sus manos? ¿A pesar de que su garganta se cerraba por los
vapores? ¿Qué hacia un hombre con una mujer que rodaba en su pene para
limpiarlo después de un alucinante sexo? ¿Una mujer que disfrutaba mamárselo?
¿Que se tragaba todo por él? ¿Quién hacia todo lo que podía para mostrarle que lo
amaba, no sólo diciendo las palabras?

Sus ojos ardían, de los chiles estaba seguro, a pesar de que nunca le había ocurrido
antes. Junto con el ardor en los ojos sentía la garganta cruda. Sabía que si alguien lo
miraba vería el crudo miedo en su cara. Debido a que Siena Arnotto podía
desgarrarlo fácilmente. Hacerlo trizas. No podía hacerlo ningún miembro de su
familia, ningún enemigo, nadie que hubiera intentado hacerle daño se lo había
hecho. Pero ella podría aniquilarlo. Destruirlo.

− Maldita sea, Siena, − espetó. − No te muevas. Y no te toques la cara. Mantén las


manos lejos de tu cuerpo.

Bookeater
Wild Cat
Se precipitó de nuevo en la cocina, apagó la licuadora, abrió la nevera, y vertió una
cantidad considerable de leche y hielo en un recipiente grande y se apresuró a
volver a ella. Coloco el recipiente en la mesa con tanta fuerza que la leche salpicó
sobre los bordes. Agarrando sus muñecas, tiró de sus manos sobre la taza.

− Pon tus manos en eso, − ordenó. − No las has metido en agua fría, ¿verdad? − Ella
asintió, mordiéndose con fuerza el labio en un esfuerzo por controlar las lágrimas
que corrían por su rostro.

Maldijo más, inclinando su rostro hacia él, inspeccionándola en busca de cualquier


lugar que pudiera haber tocado con sus manos. − ¿Te arde la cara?

Ella sacudió su cabeza. − Sólo mis manos. Tuve cuidado, una vez que me di cuenta
de que estaban quemadas, no toque mi piel en cualquier otro lugar.

Dios, podría haber sido mucho peor. La necesidad de una acción física era tan
grande que se paseó lejos, dio un puñetazo al lado de la casa, durante tres veces.

Ella saltó, sus manos saliéndose de la leche. Al instante estaba de nuevo a su lado,
forzando sus palmas en la leche helada.

− Como una mierda, mantenlas ahí.

− Deja de decir la palabra M en mí, − protestó.

Hizo caso omiso de eso. Tenía que dejar de llorar. Ella tenía que dejar de hacerlo. −
Baby, ¿qué demonios estabas pensando? Los pimientos contienen capsicum. Que
se utiliza en los spray de pimienta. No puedes permitir que esa mierda toque tu
piel, especialmente alguien tan sensible como tú. Y a veces, cuando se mezcla con
los chiles producen gases que pueden hacerte sentir como si estuvieras
asfixiándote. En serio, Siena, ¿qué diablos?

Bookeater
Wild Cat
Sus manos picaban por realmente sacudirla. − Me fui por unas horas, bebé. Eso es.
Y llego a casa a esto. Podrías haberte lastimado realmente a ti misma. − Golpeó la
mesa con el puño, haciendo que la leche chapuceara alrededor de sus muñecas. −
Mierda. No vuelvas a hacer algo tan estúpido otra vez.

− Elías. − Ella dijo su nombre. Bajo.

Su mirada saltó a su cara. Él no quería mirarla. No quería ver sus lágrimas, ya que
acabarían rompiéndolo en el interior y la parte de él que se sentía impotente
porque putamente no había estado allí cuando ella necesitaba de él, sólo lo
molestó.

− Vete.

Él frunció el ceño. − ¿Que me acabas de decir?

− Dije, desaparece. − Ella lo repitió. Sin remordimientos. Su barbilla no era incluso


desafiante. Ella se limitó a mirarlo con los ojos verdes suaves. Ojos ahogados en
lágrimas. Que hicieron a su vez, que su vientre maldito se apretara en nudos
duros.

− No acabas de decirme eso, − dijo. Su macho empujado más cerca de la superficie.


Rastrillando en él. Arañando su vientre. Furioso. Casi tan furioso como Elías
estaba. No la habían protegido. Ella estaba lastimada, y era una cosa tan simple
que podrían haber evitado.

− Lo dije. Lo dije en serio. Ahora vete.

− Siena, − advirtió. − Quemaste la basura fuera de tus manos. No tenías que cortar
los chiles sin saber cómo manejarlos adecuadamente. ¿Que estabas pensando?

Ella levantó la barbilla. Había estado esperando ese pequeño gesto de desafío. Le
gustó. Era perverso de él, pero lo hizo. Ella tenía actitud, y podía ponerse de pie
ante su mal humor. Sin embargo, todo lo dominante se levantó por el desafío de
ella. Para forzarla a someterse. Para que se diera cuenta de que ella era de él, y él
no iba a permitir que ella se hiciera daño a sí misma.

Bookeater
Wild Cat
− Estaba pensando que me gustaría sorprenderte preparando algo que fuera un
plato favorito de los suyos. Un delito, sin duda. Entonces me quemé las manos y
pensé que mi hombre iba a venir a casa, a consolarme, tal vez a decirme qué hacer
para detener la quemadura y la forma de evitar que ocurriera de nuevo. Pero en
cambio, mi hombre es un idiota y un bastardo total.

Todo en él se instaló. Los nudos apretados en su vientre se aflojaron un poco. Él


respiró profundamente y estudió su rostro. La mayoría de las mujeres parecían
demonios cuando lloraban, rostros con manchas rojas. No Siena. No, tenía que
verse aún más bella. Sus ojos parecían más verdes que nunca, brillantes,
relucientes como esmeraldas pulidas. Las lágrimas brillaban en sus pestañas como
pequeños diamantes. Sí. Esa era su Siena.

− Mi bebé puede decir bastardo, pero no mierda. ¿Quién lo supiera?

− No te atrevas a reírte de mí, − espetó. – Y me refiero a eso, Elías, o voy a volcar


este cuenco de leche sobre su cabeza, a pesar de que está ayudando a llevarse el
dolor de la quemadura.

− No volcaras la leche sobre mi cabeza, mi vida. Puedes tener unas palabras


conmigo, sin embargo. No me importa eso. Aunque no tengo ni idea de lo que
podría ser, ya que no puedes decir mierda o cualquier otra palabra mala aparte de
bastardo.

− Al parecer, − dijo en un tono muy altivo, − la memoria va. Creo que cuando
estaba muy enojada contigo, he utilizado un lenguaje extremadamente grosero y
dije la palabra M, varias veces, junto con algunas que elegí de tu vocabulario
extraordinariamente sucio.

− ¿La palabra M? − Repitió. − ¿Lenguaje extremadamente sucio?

Ella lo miró. Dio un pequeño resoplido. La tos y ahogo se habían detenido ahora
que la tenía en el aire fresco de la noche y lejos de la licuadora. Las lágrimas se
secaron también, porque había conseguido enojarla.

− Vete, Elías.

Bookeater
Wild Cat
− No va a suceder. Te voy a dar el mundo, bebé, pero no eso. Además, tengo que
cubrir tus manos con aloe vera.

− No quiero tu ayuda. Eres un completo idiota. No sé lo que he visto en ti.

− Eso no está bien, Siena. Tú eres siempre dulce.

− Lo era, ahora no lo soy porque estás metiéndote conmigo.

Se inclinó para besarla. Ella volvió la cabeza. Algo en él se tensó. Enroscándose.


Algo no muy agradable. Nada dulce. Algo aterrador, peligroso y salvaje. − Baby,
como una puta, bésame.

De nuevo su pene se endureció. Tuvo el impulso de empuñar su pelo y de un tirón


bajar su cabeza derecho sobre ella.

− No quiero. No voy a besarte cuando no estoy enojada. Fuiste un estúpido cuando


necesitaba que fueras dulce y comprensivo.

− Te hiciste daño a ti misma, − acusó. Sus dedos profundizando en su pelo, pero


resistió la necesidad de poner su boca sobre ella. − No tenías que cortar los chiles,
Siena. Ninguno.

− Sabías que iba a cocinar esta noche.

− Claro, pero no ese plato. Algo fácil. Algo que no quemara la mierda fuera de sus
manos.

− ¿Cómo iba yo a saber que me quemaría y lo que no lo haría?

− Chiles. − Rompió la palabra sabiendo que esto no era su culpa. Era suya. − Voy a
cortar un poco de frescos tallos de aloe vera, pero antes de hacerlo, vas a besarme.

− No lo hare. − Ella lo miró.

Bookeater
Wild Cat
Él sonrió. Una sonrisa depredadora. Ella parpadeó rápidamente y trató de apartar
la cara. Por un lado manteniendo su mandíbula en su lugar. − No retires las manos
de la leche, − advirtió, sus labios contra los suyos.

Ella intentó girar la cabeza de nuevo, pero él no lo permitió. Sus labios se


mantuvieron obstinadamente cerrados. Él sonrió contra su boca, disfrutando de su
desafío, disfrutando del efecto que tenía en su cuerpo. Él estaba más duro que
nunca. Palpitando. Su desafío no era real. Siena no era rencorosa. Había aprendido
eso de ella inmediatamente. Él había herido sus sentimientos, pero no tardaría
mucho para que ella le perdonara. Él la convenció suavemente, besándola con
ternura, sus dientes tirando de su labio inferior.

Cuando ella se negó, le mordió con más fuerza, mordiendo hasta que ella se quedó
sin aliento. Su lengua se deslizó en ella. Sabía a dulce, a caliente. Sexy. Suya. Y ella
le devolvió el beso. Sin dudarlo. Ahogándose en él. Dándole todo. Dándose ella. Su
mujer no guardaba rencores y podía besar como el maldito pecado. Sintió su beso
ir directamente a su corazón. Directamente a su alma. Directamente a su adolorida
polla.

Él levantó la cabeza lentamente, besando desde sus mejillas hasta los ojos, y sobre
sus mojadas pestañas. – No puedo manejar nada cuando estás herida, bebé. Rompe
algo dentro de mí, pero esto es mi culpa. Debería haber tomado un momento
contigo para repasar las recetas contigo. Si alguna vez vuelves a lastimarte cuando
no esté cerca, prométeme que vas a llamar a uno de los chicos para que te ayude.

Ella sacudió la cabeza sin tener que pensar en ello. Estaba claro que no quería
llamar a uno de los hombres para que la ayudaran. Ella no lo sabía, pero eso era
muy importante para él. No le gustaba la idea de cualquiera de sus hombres le
sostuviera la mano o le secara las lágrimas. Pero. Ella debería haber tenido el
tratamiento inmediatamente.

− ¿Por qué no los llamaste?

Ella se encogió de hombros. − No se me había ocurrido. Te estaba esperando. Si


estoy siendo honesta, no estoy cómoda con cualquier otro hombre, solo contigo.

Bookeater
Wild Cat
Él cerró los ojos brevemente. Definitivamente ella iba a matarlo. A él le gustaba
más que una cogida de un lote. Demasiado.

− Y quería terminar la cena. Podría haber quemado mis manos, pero creo que lo
hice bien.

Ella lo miró con los ojos empapados de lágrimas. Sus largas pestañas. Su estructura
ósea. Su corazón comenzó a martillar en el pecho.

− ¿Crees que podrías tratar de salvar la cena? ¿Tal vez acabarla? Quiero ver si hice
bien la salsa para ti. Es importante para mí, Elías.

Algo dentro de él se rompió. Destrozado. Tal vez era su corazón, porque el pecho
de hecho le dolía. Sus ojos se movieron sobre su cara. Sus ojos. Verdes. Mirándolo.
Exóticos. Tan hermosa. Pero podía ver en el interior la pequeña mancha,
vulnerable que mantuvo oculta. No tan oculta ahora. Ella le había expuesto al
mundo, al menos al que pudiera verlo lo vería.

− Puedes besarme de nuevo, − dijo en voz baja.

− ¿Qué si te puedo besar? − Hizo eco, ya que en realidad no la seguía.

Ella asintió con solemnidad. − Ahí está la razón por la que puedo pasar por alto
todas sus bombas de M y su ridículo mal genio. Esa mirada que tienes en tu cara,
en este momento. Es para mí. Es mío. Te quiero así, Elías, tanto que es aterrador.

Se quedó mirándola la cara. Esa cara. Quería despertar viendo esa cara el resto de
su vida y aun así, no serían lo suficientemente largo. Se alegró de que fuera un
leopardo, una cambia formas, ya que vivían más de una vida y él podría
encontrarla una y otra vez.

− Dame un beso, cariño, − le ordenó en voz baja.

Se agachó, acuñándola entre sus piernas. Era un lugar en el que le gustaba estar.
Ella levanto su cara para enfrentarse a la suya. Su corazón casi se detuvo cuando,
como un susurro, sus labios se arrastraron como el fuego desde su mandíbula
hasta la comisura de sus labios. Sus dientes tiraron de su labio inferior, un poco
hacia abajo, y luego sacó su lengua para calmarlo, al igual que le había hecho a ella.

Bookeater
Wild Cat
Él cerró los dedos alrededor de la nuca de su cuello, deslizando el pulgar por su
alto pómulo, haciendo un barrido por su piel suave. Su boca encontró la de ella.
Amable. Frotando sus labios a lo largo de ella. Corriendo su lengua sólo para
saborearla. Saborear la dulzura que siempre lo deshizo. Había calor. Seda. El
terciopelo de su lengua rozando a lo largo de él. La necesidad estaba allí al
instante. Hambre. Pero fue al amor a lo que sabía, y sabía jodidamente bueno.

Elías profundizó el beso, alimentando la quemadura entre ellos. Sus manos se


deslizaron por su pecho, dejando un rastro de leche. Ella jadeó. Gimoteando. Él
levantó la cabeza con expresión alerta y la tomó de las muñecas.

− Baby, − susurró en voz baja. Se llevó las manos a la boca. – Voy por el aloe vera.
Nosotros lo cultivamos en el atrio. Voy a cubrir tus palmas con él y tes vas a sentir
mucho mejor.

Ella asintió. − Gracias, Elías. Sabía que sabrías qué hacer. Pero, en realidad, deseo
que termines la cena.

− Te voy a hacer algo que puedas comer tan bien, − dijo, y se levantó de mala gana.
– Quédate aquí donde los humos no lleguen a ti. Ya vuelvo.

Se apresuró a regresar a la cocina, vio que había mezclado la salsa correctamente y


que también habían alcanzado a pelas los camarones, dejándolos listos. Alcanzó
una sartén, vertió un poco de aceite de oliva y salteo los crudos y pelados
camarones, añadió rápidamente con un poco de sal, pimienta y ajo. Añadió la
salsa, y luego volvió el fuego a bajo para permitir que se cocinara por al menos
unos veinte a veinticinco minutos.

Siena ya había hecho el dip de aguacate y había utilizado jalapeños. Lo que iba a
estar demasiado picante para que ella comiera. Tendría que improvisar algo más.
Eso no sería difícil. Entró en el atrio, corto algunos tallos de aloe vera y se dirigió
de nuevo a ella. A decir verdad, el aroma en la cocina estaba haciéndole dar
hambre.

Bookeater
Wild Cat
− Se me olvidó decirte, bebé, − dijo, mientras untaba suavemente el aloe vera fresco
sobre sus palmas. – Un notario viene con una licencia para que nosotros la
firmemos para los mensajes.

Ella se quedó inmóvil. Su mirada saltó a su cara. − ¿Licencia? ¿Qué tipo de licencia?

− Te lo dije, mi vida, tenemos que obtener la licencia antes de poder casarnos.


Setenta y dos horas o algo estúpido como eso. Así que tenemos que hacer esto, ya
que el abogado de Jake conocía a alguien que acordó venir a la casa.

− ¿Una licencia de matrimonio? − Hizo eco.

− Bebé, mantén el ritmo, − dijo, con cierta impaciencia. − Hemos hablado de esto.

Su mirada se mantuvo estable en la suya.

− Me dijiste que nos íbamos a casar y no fuiste agradable sobre ello. No sé a qué te
refieres.

− ¿Me amas?

Ella asintió.

− ¿Llevas mis hijos en tu vientre?

Ella asintió de nuevo.

− Yo también te amo. Así que nos vamos a casar antes de que tengamos los niños.
Quiero mi anillo en tu dedo y que tu nombre sea el mismo que el mío. Eso
ssignifica que tenemos que llenar los papeles de mierda, entonces lo hacemos.

Se quedó mirándolo a los ojos durante tanto tiempo estaba bastante seguro de que
iba a tener unas palabras con él. La idea le puso duro de nuevo. O tal vez había
permanecido duro, incluso mientras él cocinaba. Su reacción podría haber sido de
sólo mirarla. Eso podría hacerlo tan bien. Esa cara. Esos ojos. Su pelo. Mayormente
esa expresión. Esa que le dijo que lo amaba incluso cuando estaba dando órdenes a
su alrededor.

Bookeater
Wild Cat
− Cariño, regresaste para mí. Llegaste a casa.

Su corazón se encogió. − Sí bebé. Yo lo hice.

− Te fue mal.

No quería que ella viera eso. − Sí, fue mal, − reconoció, su tono de voz le advertía
que cambiara de tema allí mismo.

Ella asintió. − Gracias por regresar a casa. Yo no lo haría muy bien sin ti.

Los nudos en el estómago se desenredaron sólo un poco más. − Tienes que ir a


preparar comida para mi mujer, y yo no quiero que el camarón se cocine
demasiado. Parecía perfecto. − Él le dio eso porque tenía que hacerlo. Amaba que
se preocupara lo suficiente para cocinar para él. Él no quería que ella lo hiciera de
nuevo, pero aun así, su mujer quería hacer eso por él. − La cocina debe ser aireada
lo suficiente para que regreses al interior.

Una lenta sonrisa curvó su boca. Suave. Sexy. Suya. Se puso de pie, y él envolvió
su brazo alrededor de su cintura.

− ¿No vas a darme mierda, porque el notario está llegando esta noche?

− No te regañare, Elías, − ella dijo con recato. − Te hablare. ¿Quieres que nuestros
niños hablen de esa manera?

Fingió que pensar en ello. Dios, pero amaba a su mujer. Especialmente cuando ella
le hablaba en esa voz descarada. Enfrentándose a él cuando pocos hombres se
atrevían.

− Me gusta cuando me hablas, mi amorcito. Me pones duro.

Ella volteo los ojos, al igual que él sabía que lo haría. Se echó a reír. Sus ojos verdes
se dispararon a su rostro, mirándolo. A ella le gustaba mirarlo y a él le gustaba que
lo hiciera.

Bookeater
Wild Cat
Él sacó una silla y la deslizó en ella, mientras que él hizo su camino alrededor de la
isla central para tirar de una sartén.

− ¿Cuál es la diferencia entre mi leopardo mostrándome gemelos, o básicamente


reconocimiento que son dos bebés, y en indicarme que son más de uno? − preguntó
casualmente.

Estaba cortando las verduras y el cuchillo se detuvo en el aire. − ¿Dímelo de


nuevo?

Siena le había estado observando atentamente, pero ante su pregunta se echó hacia
atrás, viéndose un poco alarmado.

− ¿Por qué me hablas así? ¿En ese tono? Emma y Catarina ya me asustaron. ¿Tú
también vas a empezar?

− ¿Tu hembra no especificó gemelos o mostró una imagen de dos? ¿Dijo que más
de uno? − Se sentía con el corazón palpitante. Difícil. Sin responder, llegó a su
macho. El bastardo perezoso estaba durmiendo, haciendo caso omiso de la
conversación. Había hecho su trabajo por el día, y como no iba a ser capaz de estar
con su pareja, estaba descansando.

Mi compañera está embarazada. El gato reconoció con un bostezo perezoso. ¿Cuántos?

Su sexo masculino se había sido por un largo tiempo. Él sabía lo que eso
significaba. Él envió de inmediato la impresión de tres.

Elías tomó una respiración profunda. Sentía los ojos de Siena en él. Claro que sí, ya
que la había dejado embarazada.

Habían estado locos y salvajes en el suelo junto. ¿Pero tres? ¿Trillizos? ¿Quién tenía
trillizos? ¿Qué tan difícil era llevarlos? Necesitaba llamar al Doc, ahora.

Bookeater
Wild Cat
Vertió las verduras en la sartén con un poco de aceite de oliva, y pico una pechuga
de pollo, añadiéndola también, mientras al mismo tiempo evitaba sus ojos verdes.

− Voy a tomar algunos guantes mientras esto se está cocinando.

− No has respondido a mi pregunta.

− Lo haré en un par de minutos, cuando estemos sentados durante la cena. Dos


minutos, bebé, prometo que seré rápido. − Y en la medida de lo que era. − No
puedes comer sin guantes.

Él marcó el número privado de Doc mientras corría por el pasillo. − Ella está
llevando trillizos, − él dejó escapar en el momento en que el hombre respondió. −
Siena. Mi leopardo me dijo que está llevando trillizos.

− No se asuste. − Estaba completamente en pánico.

− Escúchame, Doc. Y me refiero a cada puta palabra que estoy diciendo. Yo quiero
a los niños igual que a ella, pero no si está en peligro. Si esto va a ser demasiado
duro en su cuerpo, si hay una posibilidad de que no vaya a sobrevivir, ella no está
haciéndolo. − No podía realmente decir las palabras para deshacerse de ellos. Eso
lo mataría, pero no sobreviviría al perder a Siena, ni siquiera si los niños
sobrevivían.

− Las mujeres llevan trillizos. Ella tendrá muy probablemente que ir a la cama en
reposo en algún momento, ya que no querrán que nazcan demasiado pronto. Deja
el pánico, vuelve atrás y díselo. Ella es saludable. Es feliz. Tiene un bastardo
sobreprotector que mira hacia fuera para ella. Ella va a estar bien. Quiero hacerle
una ecografía, sólo para confirmar y salir adelante de cualquier problema
potencial. ¿Está teniendo un momento difícil, enfermándose en la mañana?

Bookeater
Wild Cat
− No se trata sólo de la mañana. Está enferma mucho, a cualquier hora del día.

− Eso no es inusual, con trillizos. Tráela mañana. Vamos a echarle un vistazo.

Elías cerró su teléfono y lo metió en el bolsillo. Mantener segura Siena era un


trabajo a tiempo completo. Encontró unos guantes de conducción suaves que iban
a ser demasiado grandes, pero era todo lo que tenía.

Ella había terminado de mezcla el sofrito, sosteniendo la cuchara entre el pulgar y


el dedo índice con cautela.

Ella lo miró por encima del hombro. − ¿Hablaste con el Doc?

− Sí, he hablado con el Doc. − Él era el que necesitaba sentarse. ¿Qué pasaría si
todos eran niñas? Mierda. Estaba muerto y en el agua si es que llevaba tres niñas.

− Estoy llevando tres, ¿verdad? Por favor, no digas que son cuatro.

Él asintió con la cabeza. Solo había más que un poco de pánico en su voz. − Baby,
vamos a hacerlo bien. –Tomó la sartén de ella antes de que la dejara caer. − Ve a
sentarte, mi vida. Tengo esto. Y ponte los guantes. − Él la miró por encima del
hombro mientras se sentaba en su silla en la mesa. − ¿Tienes miedo, Siena?

− No tanto como pensé que tendría. Te tengo. Calculo que eso significa que
podemos obtener ir a través de tener trillizos. − Ella se quedó en silencio mientras
él puso la comida sobre la mesa y se sentó frente a ella. – Tu sabes que no sé nada
acerca de niños, ¿verdad? Ni siquiera he sostenido un bebé. O cambiado a uno.

Él puso su mano sobre su muñeca. − Lo haremos bien. Aun faltan bastantes meses,
y no tenemos por qué ser expertos, podemos traer aquí a alguien que nos de
algunas lecciones. Doc debe conocer a alguien y también lo hará Jake. Tenemos
esto, bebé. Emma tiene dos hijos ya y otro en camino.

Sus ojos se iluminaron. Con esa mirada. La que le decía que le quería y que podía
mover montañas y criar a tres bebés cuando ellos no tenían ni idea de lo que
estaban haciendo. Pero iba a encontrar una manera porque ella creía que lo haría.

Bookeater
Wild Cat

20

Elías estaba en la cama, con una mano metida detrás de la cabeza, viendo como
Siena salía del baño. El vapor la siguió. Vapor perfumado. Ella siempre olía bien.
Su pelo estaba en un nudo desordenado, derramándose por la espalda a pesar de
que el nudo era alto. Él sabía que iba a sacar ese elástico en el momento en que él
pudiera conseguir sus dedos en su pelo.

− Aprecio la camiseta y las bragas atractivas, bebé, − dijo, − pero piérdelas. Y hazlo
lento para mí, como cuando te desenvuelves a sí misma antes de que te me
entregues.

Sus ojos verdes saltaron a su cara. Quemando allí. Ella nunca se negaba. Él podría
despertarla una docena de veces en medio de la noche y se volvía a él, su cuerpo
suave, cálido y siempre, siempre acogedor.

− Me gustaría hacer algo para ti, Siena, − dijo en voz baja.

− ¿Renunciarías a ser el jefe de la familia criminal Lospostos por mí, si te pidiera


hacerlo? − Le preguntó en voz baja. No se movió. No fue a él.

Todo en él se quedó inmóvil. La tensión se anudó en su estómago tan fuerte que


pensó que tal vez podía ver los nudos. − ¿Si dijera que no, aún entrarías en esta
cama conmigo? − Le respondió, manteniendo su voz suave.
Neutral.

Sus ojos se movieron sobre su cara. Ella era un libro abierto. La mujer nunca podría
ocultar nada de él. Sí. Ella estaría en su cama. Había llegado a él y ella se había
entregado a él y lo había hecho por completo.

− Eres mío, Elías, − dijo ella, todavía sin moverse. − Haz nacido para ser mío. Lo sé
cada vez que te miro.

Bookeater
Wild Cat
Ella deshizo lentamente los cordones de su camisola de manera que sus pechos se
derramaron libres. Ya podía ver los cambios en su cuerpo. Sus pechos eran aún
más exuberantes. Su cintura metida todavía estaba allí, pero había un estomago de
bebé definido. Uno bello. Suave y acogedor como el resto de ella. Sin dejar de
mirar su rostro, enganchó los pulgares en sus bragas y las bajó hasta que cayeron
libres. Todavía llevaba los guantes y de alguna manera, era atractivo, ver en la piel
suave un par de guantes de conducción. Él se sintió como si hubiera estado
sufriendo por ella durante horas. Y lo había hecho.

− Ven aquí, bebé.

− No me has contestado.

− Voy a responderte, pero te quiero cerca. – Dio unas palmaditas en su pecho. −


Muy cerca. Justo aquí, mi vida. Quiero tus ojos en los míos mientras hablo contigo
acerca de esto.

Porque quería ver su reacción. La original. La que estaba en su corazón y el alma.


La vería en sus ojos. Su vientre estaba de nuevo en nudos. Ella le había dicho que
se quedaría con él incluso si él no le daba lo que ella le pedía. La observó con
atención mientras cruzaba la habitación y se deslizó en la cama en el lado opuesto.

Al instante se dio la vuelta, la cogió y la acercó a él, la rodó hasta quedar encima de
él, tendida sobre el pecho. Él más o menos sacó el lazo del pelo, permitiendo que
toda esa gruesa seda cayera en cascada hacia abajo. Amaba la sensación de ella
barriendo su piel.

− Cariño, − susurró.

− A horcajadas, − dijo en voz baja, con las manos en sus caderas, guiándola, hasta
que ella se posicionó por encima de su fuerte, y erguido gallo. − Necesito estar
dentro de ti cuando te diga esto, bebé.

Se humedeció los labios, pero ella levantó las caderas y se dejó guiar por encima de
su pene, al igual que sabía que lo haría porque ella siempre le daba lo que pedía.
Siempre.

Bookeater
Wild Cat
Ella se deslizó hacia abajo, mirando a su cara mientras lo tomó. Al igual que hacia
cada vez que entraba en ella, se sentía como la primera vez. Apretada.
Abrasadoramente caliente. Sus músculos a regañadientes daban paso a su
invasión.

Observó su cara, y como siempre, parecía como si fuera su milagro. Solo suyo,
cuando su polla empujó en esos pliegues apretados, calientes, como dando su
bienvenida a él, ella creía que él era las cosa más grande en la tierra. Él no quería
que perdiera nunca esa expresión de su cara. Cuando se hubo sentado en él y
estaba enterrado tan profundo como era posible, que llegaba hasta sus pechos.

− Eres la mujer más hermosa que he visto nunca, − admitió. − Y tienes el más bello
corazón. Durante todo este tiempo, desde que hemos estado juntos, haz pensado
que me arrastraste a la mierda de tu abuelo, pero la verdad es, mi amorcito, que te
he traído a un mundo muy peligroso y no puedo dejarte ir. Me dije un millón de
veces que era lo que se debía hacer y si yo fuera cualquier otra clase de hombre, yo
te enviaría lejos de mí, pero no puedo hacerlo. Te necesito. Sólo por sobrevivir.
Sólo para respirar.

Observó su rostro todo el tiempo que habló. Sus ojos verdes se quedaron pegados
a los suyos. Al igual que él pidió. Siempre era así. Ella lo mató con la forma en que
lo amaba. Su expresión no cambió en lo más mínimo. No parecía preocupada.
Parecía como si ella creyera totalmente en su hombre. Su cuerpo se movió.
Despacio. Oh, tan lentamente, levantándose ligeramente, en pequeños círculos, sus
músculos apretando y apiñando. Ella se sintió como el paraíso. Ella le daba esto
incluso cuando sabía que él la estaba llevando al infierno con él.

− Quiero una vida limpia para ti. Para nuestros hijos. Infierno, bebé, quiero una
vida limpia para mí, aunque no tenga ni idea de cómo vivir de esa manera.

Ella se inclinó y lamió su pezón plano. Aspiro. Besando su camino hasta la


garganta.

− Cariño, yo te amo. Yo no pedí que renunciaras a tu vida, solo pregunte si lo


harías.

Bookeater
Wild Cat
− Yo quería hacer eso, incluso intenté hacerlo. Pero esta es la vida, en la que vivo.
No es fácil salir de ella, no importa cuánto me esfuerce. Y luego está mi leopardo.
Lo utilizo para esa mierda. Es difícil de controlar. Pero aun así, lo he intentado.
Luego, cuando me di cuenta que no iba a pasar, que yo no podría vivir libre y
limpio, antes de conocerte, tomé una decisión. No sabía que sería posible encontrar
una mujer como tú, una mujer que mereciera mucho más de lo que podía dar, y
que me aceptaría como soy.

Ella presionó besos a su mandíbula, deslizó su lengua hasta la oreja. − ¿Qué


decisión? – Preguntó, a la vez que su cuerpo le montó. Lento. Infinitamente lento.
Ardiente. Abrasador. Agarrando. Su vaina era tan fuerte que se sentía como si
estuviera estrangulando su pene en el puño más apretado posible. le ordeño. La
fricción era exquisita. Con el lento deslizamiento que estaba haciendo, su cerebro
estaba empezando a deshilacharse en torno a los bordes. Sin embargo, ese planeo
le dijo algo importante. Ella lo amaba. Ella le pertenecía a él. Ella reclamaba todo lo
que era Elías Lospostos, incluso su reputación.

− Tomé la decisión, sabiendo que no podía llevarlos a todos ellos por ese camino,
de tratar de legitimar la mayor cantidad posible de mis negocios, tantos como
pudiera. Estaba haciéndolo cuando me encontré con Drake Donovan. Drake estaba
trabajando con una tripulación de leopardos en Borneo. Ellos iban tras los
secuestrados y los devolvían. Fui a Borneo para comprobar a mi hermana, Rachel.
Yo estaba en guerra con los soldados de mi tío para hacerme cargo de la empresa
familiar y estaba preocupado de que Rachel pudiera estar atrapada en el medio.
Había rumores de que yo había puesto un golpe en ella. Yo estaba muy
preocupado de que en realidad hubiera un ataque y quería protegerla.

Con los ojos fijos en los suyos, Siena arqueó su espalda, llegando detrás de ella con
sus manos para colocarlas sobre sus muslos. Los músculos allí saltaron en
respuesta. El ángulo permitió una mayor fricción. Su respiración se cortó en la
garganta. Amaba sobre todo la forma en que su posición permitió que sus pechos
sobresalieran, incitantes, balanceándose con cada movimiento que hacía.

Sus dedos mordieron profundamente en sus caderas y luego se deslizaron por su


vientre, sobre el lugar de descanso suave de sus niños. − Drake me explicó que
había más familias de leopardo en el crimen organizado que la mía. Bastantes más.
Se le ocurrió una buena idea. Al menos pensé que era buena, porque yo no tenía
una familia y nunca iba a tener una.

Bookeater
Wild Cat
Sus manos se movieron hasta la caja torácica, al lado de sus pechos, y luego tomó
el peso suave en las palmas de sus manos.

− Quédate allí, bebé, − susurró cuando ella jadeó cuando tiró de su pezón. − Así.

Él amaba que fuera tan sensible y cada enrollo de los dedos pusiera esa mirada en
su cara. La que le decía que estaba cerca.

Ella se deslizó por su eje un poco más duro. Un poco más rápido. Tratando de
encontrarlo. Tomó sus manos lejos de sus pechos y atrapo sus caderas.

− Lento, bebé. Me gusta le fuego lento.

− Necesito... − jadeó.

− Voy a dártelo, − aseguro. − Pero todavía no. Me gusta ver tu cara. Tan bella,
Siena. Y saber que eres mía. − Sus manos guiaron el paso hacia atrás para frenarla.

La punta de la lengua se deslizó hacia fuera y se humedeció el labio inferior.


Estuvo tentado a capturarlo, pero en cambio, él la recompenso con sus manos
sobre sus pechos de nuevo. Viendo su cara. Amando esa mirada. Así de cerca. No
iba a dejar que se llevara a sí misma allí. Aún no.

− La idea de Drake era simple pero peligrosa, bebé. Soy la cabeza de uno de los
territorios más amplios. Yo ya tenía la reputación y los soldados. Yo tenía mi dedo
en casi todo. Había legitimado algunos de ellos, pero mantuve nuestra mano y
nuestra reputación, de ser jugadores violentos. Los leopardos. Nosotros no somos
de la aplicación de la ley, pero podríamos llevarlos hacia abajo. Reemplazarlos con
los jefes de nuestra elección. Nadie podría detener el crimen por completo, pero
podemos cerrar una gran cantidad de ello. Controlar el flujo y cómo va. Evitar que
los civiles sean lastimados. Cuando se produzca la violencia, podríamos
esencialmente mantenerlo entre las familias del crimen, no dejar que se filtrara
hacia afuera.

Ella dejó de moverse. Le miró fijamente. Sus ojos verdes exóticos eran esmeraldas.
Casi brillaban. Su gato estaba cerca.

Bookeater
Wild Cat
− Elías. − Respiró su nombre, y por primera vez no pudo decir cómo ella estaba
tomando sus noticias. Sus manos se cerraron sobre sus pechos, aferrándose a ella.
Necesitando sentir su movimiento de nuevo. Necesitando el barrido de su cabello
contra su piel.

− Acabamos de establecer a Joshua Tregre como jefe sobre el territorio de Rafe


Cordeau. El Consejo lo ha aceptado. Él es uno de los principales hombres de
Drake, pero su familia tiene un pasado violento. Él es creíble, y su familia es de la
zona de Nueva Orleans, a pesar de que fue levantado en Borneo. Él será un gran
activo para nosotros y un miembro valioso del equipo. Catarina nos ha estado
alimentando con información sobre los negocios de Cordeau y sus socios. Sabemos
dónde está el dinero y cada rastro de otros delitos de las familias de leopardos.
Jake va en ello desde un ángulo diferente, a raíz de los negocios. Su especialidad es
atacar con adquisiciones hostiles.

Sus manos se deslizaron hasta sus caderas, instándola a moverse. Su cara estaba
completamente inmóvil. Su cuerpo lo estaba también. No había sospechado que él
estaba haciendo algo tan peligroso. Como si no fuera suficientemente peligroso ser
el jefe de una familia del crimen, sino tratar en ambos lados de la valla, estaba
haciéndose a sí mismo un importante objetivo si alguien se enteraba.

− Bebé, tienes que moverte. − Él la levantó, dejó deslizar su cuerpo hacia abajo. La
sensación era increíble y empujó a su encuentro.

Ella obedeció, aún más, pensó, que porque estaba acostumbrada a darle lo que
quisiera que porque su cuerpo necesitara moverse. Ella se sorprendió por la
noticia. No sabía si eso era una mala cosa o una buena cosa.

− Tengo la intención de establecer a Alonso como jefe de la familia Arnotto, − Elías


continuó. − Él va a ser otro aliado y uno en el que podemos confiar. Puedo
ayudarle a aprender las cuerdas. Vamos a tratar de legitimar lo que podamos de
los negocios. Calculo que te encargaras de la bodega y mostraras al mundo que tú,
Alonso y yo, somos amigos y compañeros de negocios.

Bookeater
Wild Cat
− Elías. − Ella susurró su nombre otra vez y el sonido fue directamente a través de
su cuerpo. Para su corazón. Alcanzando su alma. Y vibró a través de su pene.

− No voy a mentirte diciendo que no estamos haciendo nada ilegal, ya que lo


estamos haciendo. Tenemos que ser capaces de permanecer en el juego y hacer que
funcione. No estoy limpio, Siena, − confesó, odiando la verdad, pero sabiendo que
tenía que concederle eso. − Nunca estaré limpio. Nunca podremos salirnos.

− Te amo, − susurró en voz baja. − Mucho.

La quemadura fue lenta y humeante, de fuego puro. Se dio la vuelta, deslizando su


cuerpo debajo de él, tirando de sus piernas, obligándola a doblar la rodilla. Deslizó
una pierna alrededor de su muslo y la otra alrededor de su espalda mientras se
conducía profunda. Se olvidó de hablar. No podía pensar, su cerebro
fusionándose, hasta que sólo podía sentir. Ella rodeó su pene con seda abrasador,
viviendo, respirando seda, una envoltura que le apretó, estrangulándolo hasta el
paraíso.

Su jadeo aumento y luego se convirtió en un sollozo musical que vibro a través de


su eje. Entonces ella canto su nombre. Usó el pulgar, deslizando su mano entre
ellos, encontrando un poco de magia en su botón y sintiendo su cuerpo al instante
fragmentarse en torno suyo. Los sismos lo sacudieron a él, llevándolo más cerca,
pero no quería hacer el viaje hasta el final. Fuego líquido bañó su pene y las llamas
bailaron sobre él, desde la corona hasta las bolas.

− Más duro, bebé.

Amaba cuando ella hacia eso, jadeaba en su oído, suplicando. Sonaba desesperada
por él. Salvaje para él.

Ella amaba su pene. Le encantaba la forma en que él se lo faba todo, áspero. O


suave. Ella era desinhibida con él ahora, dándole todo, mostrándole todo. Y eso
sólo hacia subir su propio deseo. Su propia pasión. Su propia hambre y disfrute.

Bookeater
Wild Cat
Él le dio con más fuerza. Más áspero. Tomándola salvaje mientras pudiera. Él sabía
que Doc finalmente restringiría sus escapadas sexuales brutales, pero él la tenía
ahora y disfrutaría cada segundo en su cuerpo. Su respiración le dijo que estaba
cerca de un segundo orgasmo. Él levantó las caderas alto, le envolvió alrededor de
él, apretándola, encontrándose con él, movimiento con movimiento. Al igual que
en bruto. Duro. Tan necesitado y hambriento como estaba. Se acercó al borde,
llevándola con él, un chorro caliente y largo, llenándola, lo que provocó otro sismo
explosivo en ella.

Ella susurró su nombre y sus bolas parecían hervir de nuevo en el sonido. Su pene
se sacudió más, con espasmos, enviando más derramamiento de su semilla en su
cuerpo. Su nombre sonaba como música. Se encontró en caída libre, flotando en el
fuego y en una especie de dicha que no esperaba tener nunca.

Enterró la cara en su hombro, sintiendo cada estremecimiento y ondulación de su


cuerpo alrededor del suyo. − ¿Estás conmigo, Siena? ¿Vas a quedarte conmigo a
través de toda esta mierda? Porque no puedo sacarnos. Tendríamos que ocultarnos
por siempre, corriendo. Ambos seríamos un objetivo para el resto de nuestras
vidas. Nadie podría creer que sólo queremos vivir libres. Si nos quedamos, es
peligroso, bebé, pero tengo una mejor oportunidad de protegernos. Con Alonso y
Joshua en su lugar, incluso más.

Dios, tenía que decir que se quedaría con él, porque no iba a dejarla ir. La
mantendría en su habitación y le hablaría hasta que lograra convencerla. Debido a
que no había vida sin Siena Arnotto, no para él.

− Cariño, estoy siempre contigo, − respondió ella suavemente, sus manos


enguantadas suavizando su espalda. Sus dedos subieron el cuello en busca de su
cabello. Acariciándolo. Se dio la vuelta para sacar su peso de encima. Sintiendo los
latidos de su corazón. Mirando los ojos verdes. Ella volvió a mirarlo. Suave.
Amable. Su mujer. Se quedó allí por un largo tiempo, abrazándolo, deslizándose
suavemente, dándole dulzura, hasta que finalmente se deslizó fuera de ella. La
pérdida hiriéndolo.

− No va a ser fácil, mi amorcito. Los federales estarán siempre respirándonos en la


nuca.

Bookeater
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− ¿Por qué no puedes simplemente decirles lo que estás haciendo? − Preguntó ella,
besando su cuello. Deslizándose por su cuerpo lento. Haciendo que su corazón
latiera más fuerte en anticipación.

− Los federales pueden estar en la nómina también. No podemos correr riesgos. En


cualquier caso, estamos sobre todo detrás de los leopardos, porque la mayoría de
ellos son los más violentos, y ningún ser humano puede saber acerca de los cambia
formas.

Ella extendió besos sobre su pecho, trazó sus músculos cordados con la lengua y
presiono más besos a lo largo de la caja torácica.

− Yo no pienso en eso, − murmuró contra su ombligo. Los músculos de su


abdomen se contrajeron. Su pene se sacudió. Incluso con las manos cubiertas por
sus guantes, el cabello recogido sobre su cuerpo como la seda y la boca y la lengua
dejando caricias todas partes.

− Es mucho más peligroso, Siena, pero estamos atrapados en esta vida. Quiero
salirme para ti. Para los niños. Pero incluso Drake admitió que no podría
protegernos siempre. Vendrían a buscarme, y más tarde que temprano nos
encontrarían. Tengo demasiada información acerca de los otros jefes, lo que hacen,
sus negocios, y jamás creerán que mantendría la boca cerrada.

Se deslizó más abajo en su cuerpo, encajándose entre sus muslos, continuando con
la difusión de besos y pellizcando de vez en cuando con los dientes,
manteniéndolo en el borde. Haciéndolo esperar. La anticipación mantuvo su
corazón golpeteando. Mantuvo su sangre rugiendo como un trueno en sus oídos.
Su lengua raspó a lo largo del hueso de la cadera. Deslizándose sobre la base de su
pene. La sangre corrió al centro de su ingle.

− ¿Cariño, podemos mantener a los niños seguros?

Él cerró los ojos. Sus manos encontraron su cabello. Tamizando a través de él. Dejó
que las hebras de hilo de seda corrieran a través de sus dedos una y otra vez. Ella
había dicho nos. Ese tan importante nos.

− Vamos a mantenerlos a salvo.

Bookeater
Wild Cat
Su lengua se deslizó a lo largo de la cara interna del muslo. Su cabello rozó su
pene. La sensación era hermosa. Entonces ella estaba haciendo algo con la lengua
que hizo que sus bolas se sintieran como si estuvieran en el cielo. Puro cielo. Él no
abrió los ojos. Él sabría cuándo se movía un poco, pero saboreo la forma en que lo
trató, como si ella adorara su cuerpo.

− ¿Alonzo estará a salvo?

Esa era una pregunta que no había previsto y no tenía una buena respuesta para
ella. Su lengua se deslizo hasta el eje de su pene. Ella había rodado en él. Tan
gentil. Casi reverente. Cada vez que ella lo hacía, sus ojos ardían putamente. La
mujer podría acobardarlo tan fácilmente.

− No sé, bebé. Es inteligente y es un alumno muy rápido. Es un buen hombre para


tener en una pelea. Vamos a trabajar con él, a enseñarle todo lo que necesita saber.
Si es tan inteligente como creo que es, va a venir a mí o a Drake si él no sabe cómo
manejar algo.

Sus ojos se abrieron cuando su boca lo envolvió. Lo tomó en lo más profundo, su


lengua encrespándose, acariciando. Golpeando. Su boca estaba caliente y húmeda,
y se sintió aún mejor de lo que recordaba. Siempre era así. Sus ojos estaban sobre
él, como a él le gustaba. Él no le había dicho nada esta vez, ella simplemente se lo
estaba dando. Por propia voluntad. Al igual que se lo había dado todo.

− Vas a hacer que me ponga duro de nuevo, mi vida, − dijo, sus dedos enredándose
en su cabello. − Podríamos estar en esto toda la noche.

Ella le sonrió. Alrededor de su pene. − ¿Esto es un problema?

− Te quiero más que a la vida, Siena. Más de lo que un hombre debe amar a una
mujer. Me aterra la cantidad de lo que te amo.

Su lengua acarició y agasajó. Lamió y amo. Lamido y rodo. Su boca se movió. Ella
lo lleno con besos. Muchos besos ligeros como una pluma, dejándolos
generosamente sobre él. Luego se arrastró por su cuerpo, y era simplemente sexy.

− Me voy a casar en setenta y dos horas, Siena. Vas a llevar a mi nombre. Un


montón de mujeres en mi cultura no hacen eso, pero vas a hacerlo.

Bookeater
Wild Cat
Ella se extendía por encima de él, con una pierna a cada lado de su cuerpo, sus
brazos alrededor de su pecho, la cabeza en su hombro. − Mm-k.

− Y vamos al Doc mañana a primera hora.

Algo en su tono le advirtió y ella levantó la cabeza para mirarlo a los ojos con
cautela. − No vayas a ser demasiado mandón, Elías. Te amo y quiero darte lo que te
haga feliz, pero te puedo decir que si tienes una razón subyacente para que tenga
que ver al Doc. Si piensas, siquiera por un momento, que vas a terminar con este
embarazo, tendrás que pensar en otra cosa. Puedes ser un jefe del crimen, jefe de
una familia y tus tentáculos pueden estar muy extendidos, pero no vas a
ordenarme sobre nuestros hijos.

− No es por nuestros hijos, − dijo en voz baja. − No vayas toda salvaje y loca en mí,
bebé. Sólo me gustaría saber si hay algún peligro para tu salud.

− No voy salvaje y loca, − ella negó. − Ese eres tú. Tienes la cabeza tan caliente que
te has golpeado un par de veces. Yo, debo pasar a ser la voz de la razón, lo cual es
bueno porque uno de nosotros tiene que hacerlo. Las mujeres llevan trillizos, Elías.
A veces se pone difícil, pero eso es lo que hacen las mujeres.

− No mi mujer. Si Doc dice que podría estar en peligro, no hay manera de mierda
que esté tomando esa oportunidad.

− Entonces, prepárate a vivir los próximos siete meses sin mí. No voy a ir a alguna
parte contigo para que consigas que se haga.

Su mano se apretó en su pelo, tirando de su cabeza para que pudiera ver el


resplandor en sus ojos. − No lo hagas, incluso no jodas con ese tipo de amenaza,
Siena. Jamás. No tienes ni una puta idea de lo que yo hare para mantenerte.

− Entonces, ¿no es una mierda que me amenaces con hacerme terminar con mis
bebés. Esa no es tu elección. Ellos son reales para mí. Ya viven. Están dentro de mí.
Creciendo.

Bookeater
Wild Cat
Ella se levantó de él y trató de deslizarse de la cama, pero él encadeno su muñeca,
se colocó encima de ella y cubrió a ambas muñecas por encima de su cabeza con
una de sus manos.

− Baby, necesitas entender esto. Consíguelo. Directo como una mierda ahora. Tu
eres mi mundo. Me haces un hombre decente. Me haces alguien que vale la pena.
Si te vas, ese hombre se va y yo soy un puto asesino. Soy lo que me hicieron.

Ella sacudió la cabeza, ni siquiera luchando.

− No, no lo eres, Elías. No te hice un hombre mejor. Siempre has sido ese hombre.
Siempre. Simplemente no dejaste que nadie lo viera hasta que yo lo hice, pero
siempre ha estado ahí. Entiendo que tengas miedo por mí, cariño, pero tomamos
las decisiones juntos. Eso es en lo que tienes que trabajar.

Sacudió la cabeza. − No puede funcionar de esa manera, bebé. Y sabes por qué.

− Cuando se trata de tu negocio, eso es diferente y entiendo que es tu campo de


especialización. Si has venido a hablar de las cosas, y espero que lo hagas, voy a
escucharte, pero no pretendo saber más de la vida de lo que sabría cómo manejar
la bodega o los viñedos. Pero entre tú y yo, Elías. Nuestra vida personal. Nuestra
vida en el hogar. Nuestra familia. Eso es entre nosotros dos juntos. No solo tú
dictándome. Yo nunca sería feliz así y lo sabes. Tenemos que tener una asociación.

La besó en la comisura de los labios. Deslizó la lengua por el labio inferior. − Estoy
a favor de una asociación, Siena, pero no cuando estás en riesgo.

− Cariño, todo el mundo está en riesgo. No puedes vivir su vida con miedo a todo.
Lo sé. Hice eso. Yo ni siquiera tomé un riesgo suficiente para tener amigos hasta
que me mostraste lo que es vivir.

Su cuerpo permaneció relajado en contra de él, toda la tensión ida. Ella era suave.
Aceptándolo. Suya.

Bookeater
Wild Cat
− Estoy tomando un riesgo atando mi vida a la tuya. Puede que no estés
encubierto, pero vives tu vida y voy a tener que hacer lo mismo. Estoy dispuesta a
hacer eso, Elías, porque, para mí, vales la pena. Nuestros niños valen la pena el
riesgo para mí también. Al igual que el hijo de Emma vale la pena para ella. y
Catarina escapó de Rafe Cordeau, y Eli la reclamó sabiendo que Cordeau iba a
venir detrás de ella. Cuando algo vale la pena, vale ese riesgo.

− Baby. − Le salió como un gemido. Ella no entendía. ¿Cómo podría? La emoción lo


desgarraba en el interior, lo rasgaba en pedazos, era demasiado intensa para
describirla con una sola palabra como el amor. La gente amaba todo tipo de cosas.
Elías amaba la forma en que tomaba tal cuidado de él. ¿Pero la amaba? La
sensación era demasiado poderosa, demasiado profunda, una fuerza tan dentro de
él, que sabía que si algo le pasaba a ella, estaría perdido.

− Tengo que limpiarte, cariño. Vamos a hablar con el Doc en la mañana y veremos
a lo que nos enfrentamos. − Su voz era suave. Amorosa. Volcando su corazón.

Elías enterró la cara en el punto dulce, donde se reunían el cuello y el hombro.


Donde podría morder abajo un poco y utilizar su lengua para calmar el dolor de
ese mordisco. Donde podría arrastrar su piel en su boca, succionando por un
momento, dejando su marca en ella. Ella no se movió, permitiéndoselo. Él era
como un puto adolescente, poniéndose duro cada vez que miraba a una mujer.
Uno que era lo suficiente juvenil para dejar sus mordeduras de amor sólo para
presumir.

Él la dejo, volteándose, lejos de ella bruscamente. Ella no iba a llevar los tres bebés
si el peligro era demasiado grande. Podía gritar y gritar todo lo que quisiera, pero
no estaba sucediendo. Y ella no lo iba a dejar para poder llevarlos si no estaba de
acuerdo con él tampoco. ¿Qué demonios estaba mal con ella, diciendo algo como
eso a él? Ella sabía quién era. Lo que era. ¿No creería que sería igual de implacable
con ella mientras estuviera en su negocio cuando tenía que serlo? Infierno, ¿más
para qué?

Golpeó la almohada varias veces, escuchando los sonidos que provenían del baño
principal.

Bookeater
Wild Cat
El cepillado de los dientes, el agua corriendo. Se levantó, se enganchó sus
vaqueros, golpeó la barra, cogió una botella de whisky y salió, por las dobles
puertas que conducían al exterior, al patio privado cubierto.

Su leopardo, sintiendo su estado de ánimo, lo empujó, tratando de consolarlo. Se


sentía inquieto. Nervioso. Se paseó arriba y abajo, sintiendo la necesidad de
golpear algo. Envolviendo el puño alrededor del cuello de la botella, tomó un buen
trago de whisky. Se sintió bien mientras bajaba. Tal vez podría beber lo suficiente
para perder la necesidad de volver a su habitación y agitar algo de sentido común
en Siena.

Arrojó sus pantalones vaqueros en una de las sillas y tomó otro trago mientras
miraba de mal humor a la noche. Era la clase de noche en que un hombre como él
podría perderse. Oscura. Sin luna. Perfecta. Podía cambiar y dejar salir la ira
corriendo por sus venas, alimentando la tensión en el estómago, o podría quedarse
justo allí y beber hasta el olvido. No era algo que él escogiera hacer a menudo, pero
su leopardo no iba a querer correr sin su compañera.

− ¿Elías?

Cerró los ojos e inhalo, atrayéndola profundamente en los pulmones. Ese aroma
único que sólo era de Siena. Podía ahogarse en ese olor. Donde estaba, quedaba
rodeado por ella. Flotaba hacia él por la noche brisa y llevaba consigo un millón de
fantasías.

− No es un buen momento, bebé, − advirtió. − El diablo me está montando duro


esta noche.

− Dime que necesitas.

Se dio la vuelta para mirarla. Ella estaba allí en la puerta, apoyando una cadera
contra ella, vestida con su pequeña camisola y ropa interior de encaje casi
inexistente. A él le gustaba que ella tuviera unos pechos y un culo en el que él
podría perderse. suave. Toda mujer.

Bookeater
Wild Cat
− Como una mierda, hacer lo que te digo y dejar de discutir todo ello, − espetó,
debido a que el punto vulnerable y suave dentro de él seguía creciendo, no
importaba lo duro que trabajara tratando de apagarlo. Ella hacia eso con él. Ella lo
expuso a eso. Manteniendo sus ojos en los de ella, él tomó otro largo trago de
whisky.

Ella guardó silencio durante un largo momento, sus ojos verdes buscando en su
rostro. − ¿De verdad quieres una mujer que te diga a todo si, Elías, porque entonces
tienes que saber, que no soy yo.

Juró, casi tiró la botella, con ganas de golpear algo. Su temperamento se


intensificaba. El gato estaba despierto ahora, rastrillando y arañando, queriendo
dominación.

− Primero tienes que aprender, Siena, que hay algunas cosas en las que tienes que
ceder. No va a haber una pregunta al respecto. Tu no te puedes poner en peligro.
No me puedes desafiar. Eso no va a funcionar, tendrás que ceder.

Su cara se cerró. Los ojos verdes se apartaron de él y vio sus dedos curvarse en dos
puños apretados, tan apretados que sus nudillos se pusieron blancos. Se deslizó en
la silla en la que había arrojado sus vaqueros. Él tomó otro trago de whisky, con el
cuello de la botella levantado a la boca.

− Veo que no te está gustando, bebé. Pero tienes que saber quién soy. Quién es tu
hombre. Mi mujer se mantiene a salvo. Ella tiene guardaespaldas. Vive libre de la
mierda en la que estamos sumidos, tan libre como puedo permitirle a ella ser y... −
Se puso en cuclillas frente a ella. – Mierda, mírame, mi vida, tienes que ver lo que
yo veo en la mañana. − Mantuvo su rostro junto al de ella, determinado a que ella
lo entendiera.

La necesidad de la violencia montándolo con fuerza. El leopardo dentro de él


exigiendo que le obedeciera. El hombre que había sido desde que su propia familia
le había formado, era aún más insistente. Ella le devolvió la mirada y había estaba
esa pequeña elevación del mentón. El flash de desafío en sus ojos.

Bookeater
Wild Cat
Él tiró la botella. Se estrelló contra el costado de la casa y se hizo añicos. Él le cogió
la cara, enmarcándola con las manos duras. Él cerró la boca en la de ella, tomando
la de ella. No pidiendo. No engatusando. Diciéndole. El la beso. Duro. Enojado.
Haciéndole saber que le pertenecía a él y seguro como un puto, ella iba a hacer lo
que le dijera.

Su boca era suave por debajo de él. Suave y cálida. Su lengua era agresiva. La
arrastró hasta sus brazos. Allí mismo, en el patio, sus manos moviéndose sobre su
cuerpo. Reclamándola a ella. Haciéndole saber que él la tendría cuando y donde
quiera que la deseara.

Siena se fundió en él. Devolviéndole el beso. Dándole todo sin vacilación. Sus
manos se deslizaron por su espalda, y ella se había quitado los guantes. Era su
tacto, piel con piel, que cambió algo en su interior, porque en el momento de
besarla, incluso enfadado, se volvía salvaje.

Él levantó la cabeza, mirando hacia abajo a ella. Sus ojos verdes se movieron sobre
su cara. Lento. Estudiándolo. Posesivos. Hambrientos.

− Lo que veo, Elías, cuando te miro, es mi hombre. Él puede ser suave y dulce y
puede estar enfadado y ser más leopardo que humano. Pero él es mío. Lo que
necesitas entender, cariño, es que Te amo. Que haría cualquier cosa por ti. Que
daría mi vida por ti. Pero tienes que verme. Tienes que saber quién soy. No puedo
ser una mujer-sí. Si eso es lo que necesitas, no soy esa mujer tanto como me
gustaría serlo para ti, ser eso. Te amo con cada respiración que tomo. Todas y cada
una de ellas.

Ella tomó su ira de él, la limpió hasta que se sintió al desnudo. Él presionó su
frente apretada contra la suya. − No te puedo perder. Hablemos con el Doc acerca
de esto, mi vida. Si él dice que es demasiado peligroso, vamos a pensar desde allí.
Dame tu palabra sobre eso.

Ella vaciló. Su agarre en una apretada señal de advertencia. − Baby, estoy colgando
de un hilo de puta aquí. Te estoy pidiendo que me des eso.

− Me estás pidiendo que amenace la vida de nuestros hijos.

Bookeater
Wild Cat
Sacudió la cabeza. − No. Yo te pido que sigas los consejos del Doc. Que
escuchemos lo que tiene que decir. Vamos a hacer lo que tengamos que hacer,
incluso si es una decisión es difícil.

Ella se apartó de él, deslizando su mano en la nuca de su cuello, los dedos se


cerraron, incluso mientras las lágrimas brotaron de sus ojos. − Elías.

Su nombre salió un susurro doloroso, y sus entrañas se apretaron. − Quiero los


bebés, Siena. Te lo juro por Dios, bebé, los quiero. Voy a hacer algo para ayudarnos
a mantenerlos. Yo sólo tengo que saber que estás a salvo mientras lo estás
haciendo.

Tocó una de las lágrimas que se extendieron y se arrastraban por su mejilla. La


llevo a la boca. Probándola. Llevándola dentro de él como penitencia. Él esperó.
Todavía dentro. Esperando por su lento movimiento de cabeza.

No sabía si estaba de acuerdo con él, o si ella tenía la intención de dejarlo y hacer
una carrera de él, pero de cualquier manera, no se iba de su lado hasta que él
supiera lo que Doc recomendaba.

− ¿Te sientes con ánimo de dejar correr a tu hembra esta noche? − Preguntó. Su
macho dándole el infierno ahora. Le había controlado hasta que el temperamento
de Elías había estallado tan caliente.

Tomó aire y luego asintió.

La levantó y se acercó. Muy cerca. Directo a ella, su muslo entre sus piernas. −
¿Cómo puedo quererte de nuevo cuando sólo acabamos de hacerlo?

Su voz era áspera. Casi un gruñido, porque su leopardo estaba muy cerca. Su pene
estaba tan duro como una roca, la longitud de espesor en forma vertical contra su
estómago, tirando contra su cuerpo suave, pulsando con necesidad.

Bookeater
Wild Cat

− No sé, − susurró, enganchando los pulgares en el encaje de sus bragas y


empujándolos desde las caderas. Cuando el encaje cayó al suelo del patio, ella les
dio una patada a un lado. Sus manos se deslizaron entre sus pechos para abrir su
camisola. − Pero cualquiera que sea la razón, me estoy quemando por ti. − Ella dejó
la camisola junto a las bragas y luego tomó los pechos en sus manos, levantándolos
hacia él.

− Te quiero que en este momento, Elías. − No dudó. Inclinó la cabeza y tomó el


seno derecho, profunda, lactando, usando la palma de la lengua para presionar el
pezón apretado contra el techo de la boca.

− Cariño, − susurró ella, su voz tan hambrienta como se sentía.

Él levantó la cabeza. – Pon tus brazos alrededor de mi cuello, bebé, y salta hacia
arriba.

Él cogió el culo y la levantó en sus brazos, sintiendo ya su cuerpo, por lo abrasador


caliente. Empujando la espalda contra la pared y la llevó hacia abajo sobre él. Su
vaina se convulsionó alrededor de su pene, estrangulándolo con fuego.

Juró, apretando los dientes, conduciéndose en ella mientras le montaba con fuerza.
Rodeándole áspera. Igualando su hambre fuera de control. Igualando su salvaje.
Su gato salvaje. La impulso dos veces. Rápido. Brutal. El escucho su música, los
sollozos jadeantes, las inspiraciones, el canto de su nombre. Sentía cada sonido
vibrando a través de su pene. Cada vez que él la llevaba por el borde, ella se lo
daba él, mordiéndolo con fuerza con sus pequeños dientes, hundiéndolos en el
hombro, diciendo su nombre. Sus calientes, y sedosos músculos tan apretados,
apretando hacia abajo para apoderarse de él con tanta fuerza que pensó que había
muerto he ido al cielo.

Bookeater
Wild Cat
Ella nunca dejó de moverse. Levantando sus caderas, montándolo más duro con
cada orgasmo. Su rostro era una foto en el placer puro. Sus ojos aturdidos. Los
labios se separaron. Él amaba putamente eso de ella. Cuando se daba a él, ella le
daba todo. Él la empujo más, necesitando ir más profundo. Necesitando enterrarse
a sí mismo tan profundo que nunca pudiera sacarlo. Golpeó en ella, su grueso eje
conduciéndose a través de esos pliegues apretados, y abrasadores, martilleando a
través de sus músculos tensos, mientras que las llamas lo quemaban.

La llevó una tercera vez y sabía que no podría resistir este momento. − De nuevo,
bebé, dame eso de nuevo, − dijo. Era suya. Sus orgasmos. Su cuerpo. Toda ella.
Corazón y alma. Se había dado que a él, y nada iba a llevarla lejos.

Su respiración era entrecortada. Pequeños jadeos escaparon y todavía la llevo más


alto. Empujando sus límites. Sintió la raspadura de sus uñas a lo largo de su
espalda, escuchó su llanto, pero se mantuvo cabalgándolo. Se mantuvo golpeando
su cuerpo hacia abajo para encontrarse con el suyo. Debido a que se lo había
pedido. Debido a que él se lo había pedido.

A continuación, su cuerpo se ondulo alrededor de él. Éxtasis. Sintió la onda de la


marea iniciarse en algún lugar de sus dedos de los pies y barrer sus muslos para
hervir en sus bolas. Él golpeó en casa tres veces más y luego se plantó a sí mismo,
sintiendo la erupción, el chorro caliente de su simiente, la liberación que se lo llevó
con ella.

Su apretada vaina lo agarró con fuerza, sujetando a su alrededor como un tornillo


de banco, sujetándolo a ella, en ella.

Se tomó su tiempo, dejando que sus pulmones tomaran aire. Sólo sosteniéndola.
Permaneciendo donde quería estar. Todo el tiempo, sus dedos deslizándose a
través de su pelo, acariciando. Mimando. Su cuerpo quedó suave, fundido sobre él.
Sin hueso. Flexible.

− Te amo, Siena. − ¿Qué más podía decir? Había dicho todo. Lo había visto en su
peor faceta, muchas veces, y ella todavía se aferraba fuerte a él. Todavía le daba
todo.

Bookeater
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− Dejemos que nuestros leopardos corran, Elías. Creo que lo necesitan, − dijo en
voz baja. Todavía sin moverse. Todavía manteniéndolo apretado, sus piernas
envueltas alrededor de él, sus talones clavándose en sus caderas.

Ella se colocó delante de él. Su espalda arqueada, parcialmente, contra la pared. El


cabello fluyendo hacia abajo, hacia el suelo del patio. Sus pechos empujaron hacia
él. Su cuerpo empalado en el suyo. Nunca había visto una mejor y hermosa vista.

− Necesito las palabras esta noche, mi amorcito. Necesito escucharlas de nuevo.

Ella le sonrió. Su boca suave. Sus hermosos ojos. − Te quiero más que a la vida,
Elías.

Se dejó apoyarse contra la pared para sostenerla sólo por un momento mientras
pasaba las manos sobre sus hombros, hacia abajo sobre las curvas de su pecho, a lo
largo de su abdomen, con los dedos extendidos a lo ancho. Tomando sus hijos.
Manteniéndolos dentro de ella. Él sabía que ella vio el dolor en sus ojos cuando su
cuerpo se apretó alrededor de él. Se incorporó, dejando caer sus piernas, atrapando
sus manos allí.

− Sólo tienes que esperar para saber lo que dice el Doc, − susurró. − Vamos a correr,
Elías.

Él sabía que le ayudaría perderse en la libertad de su leopardo. Él asintió, la tomó


de la mano y la llevó hasta el borde del patio. A él le gustaban sus olores
combinados. Le gustaba saber que era su semilla la que goteaba por su muslo. Se
obligó a alejar de su mente la idea de perder a sus hijos por la alegría de correr
libre. Y luego cambió.

Bookeater
Wild Cat

21

El leopardo macho tomó la delantera, corriendo libre lejos de la casa a veces


asfixiante que pertenecía a los seres humanos. Mantuvo su mujer hembra cerca,
sobre todo porque le gustaba de esa manera. Ella estaba en un estado de ánimo
juguetón. Él no lo estaba. El necesitaba para funcionar, permitir que parte de la
agresión saliera.

La pequeña hembra le siguió por un rato largo mientras les conducía a la


profundidad, hacia el centro de la propiedad, lejos de la casa. La tierra era
hermosa, rodando un poco a más plana, y la vegetación no tan cuidada, sino a
salvaje y densa. Su compañera parecía bastante feliz de seguirlo una vez que
acepto la idea de que no estaba jugando, pero luego comenzó a retrasarse detrás de
él, parando cada pocos minutos para examinar el suelo, seguir el rastro de un
zorro, cavar alrededor de un tronco podrido. Generalmente no cumpliendo con su
deseo de mantenerse en movimiento.

Cuando él regresó, mirándola con la mirada enfocada y la boca emitiendo


gruñidos, se limitó a rodar y a frotas la piel por el suelo y luego se puso de pie para
frotarse a lo largo de su cuerpo tentadora, por lo que su estado de ánimo pasó de
enfadado a amoroso. Él le dio todo lo que quería, corrió a su lado, jugando,
rodando con ella en la hierba profunda, deslizándose a su lado rozando su piel a lo
largo de ella, saltando cuando ella se le pasaba a él y moviéndose en su posición
cuando se agachaba invitadoramente delante de él.

Bookeater
Wild Cat

Él perdió su mal humor rápido y se encontró divirtiéndose. Recordando la libertad


y lo que sentía hacia una compañera que le gustaba. Ella se cansaba con facilidad,
pero se encontraba con cada uno de sus avances de buen grado, dejando que
hiciera lo que quería hasta saciarse de ella, al igual que la amaba de nuevo,
frotando el hocico largo y sinuoso su cuello a lo largo de él.

Siguió moviéndose más profundamente en la propiedad cuando él no estaba


amándola a ella. Más lento en este momento, con menos objetivo y más divertido,
pero aún en movimiento. Incluso después de tomarla múltiples veces, el macho
necesitaba la espaciosa tierra, la libertad de la noche. Dos veces ella se acostó y
tuvo que volver por ella, parándose de pie sobre ella de manera protectora
mientras ella descansaba. Luego se puso de movimiento de nuevo.

La llevó hacia su lugar favorito. Una pequeña subida con un bosque de árboles.
Los árboles eran viejos, un roble con gruesos troncos y ramas largas, que se
inclinaban hasta el suelo. La subida era lo bastante alta para que cuando se
levantara de un salto entre los árboles y se subiera, pudiera ver la mayor parte de
la tierra, incluso la casa.

Más de una vez, cuando quería estar solo, Elías había venido aquí. Sólo Joaquín y
de vez en cuando a su hermano Tomás lo habían seguido. Le siguieron en la forma
de un leopardo, sus grandes machos en estimulación a una distancia detrás de él,
sus sombras. Lo habían estado haciendo durante tanto tiempo, que a veces podía
olvidar que estaban allí y él por qué.

Al acercarse a la arboleda, cogió el ritmo, con ganas de subir a su árbol favorito,


descansar con Siena y ver el amanecer, antes de tener que volver atrás y hacer
frente al día. Ir a ver al Doc. Elías se quedó enterrado profundamente en su
leopardo, tratando de no pensar en lo que la mañana traería para ellos dos. Él
querido dejarse ir y no pensar en nada más que en lo salvajes que vivían. Una vida
libre con Siena y sus hijos.

Bookeater
Wild Cat
La noche era muy oscura, sin luna. El aire se había calmado, ni siquiera una brisa
ligera de soplado. Las nubes negras se habían puesto pesadas por encima de sus
cabezas, amenazando con lluvia, pero no había ni siquiera una insinuación de una
niebla. Él se movió hacia el bosque, recogiendo su ritmo, y luego se dio cuenta de
que había dejado a Siena. Ella no le siguió. No sólo no le había seguido, sino que
ella levantó el labio en una mueca y miro a su espalda a la distancia, luego se
volvió a correr.

El leopardo macho no estaba aceptando más de sus desafíos. Había jugado sus
juegos, la había amado, le había dado tiempo para descansar en repetidas
ocasiones, y su objetivo estaba a sólo una corta distancia. Se dirigió a ella con
fuerza, consciente de su fragilidad, pero utilizando su gran fuerza para guiarle
hacia la arboleda.

Ella se resistió, tercamente clavando las garras en la tierra y luego, cuando él


continuó empujándola con su cuerpo más grande, se dejó caer al suelo, negándose
a moverse. Elías sintió la explosión de su temperamento explotando en su gato,
poniéndolo de mal humor y al instante se movió para proteger a la pequeña
hembra de la venganza del macho. Dejó caer su mano sobre el cuello de la hembra,
hundiendo sus dedos en la hermosa piel gruesa.

− Baby, te encantará la arboleda, − susurró en voz baja al oído de la gata, apoyando


su cabeza contra ella. Cuando estaba en forma de leopardo, no tenía la sensación
táctil humana de piel de leopardo contra su piel. Eso era increíble, extraordinario, y
no pudo resistirse a acariciarla a lo largo de su espalda.

Siena se movió de debajo de su mano, envolviendo sus brazos alrededor de sí


misma. Ninguno de los dos había traído un paquete con ropa. La desnudez no le
molestaba en absoluto a Elías.

Bookeater
Wild Cat
Se sentía cómodo en esa forma, y como todos los cambia formas, había escondido
varios paquetes con ropa y dinero alrededor de la propiedad. Había tenido su
leopardo casi todo el tiempo desde que podía recordar, y antes de eso, él era
consciente de la criatura. Siena, sin embargo, estaba claramente incómoda a la
intemperie sin ropa. Encerró su brazo alrededor de su cintura, tirando de su parte
delantera a su lado, por lo que le podría albergar un poco con su cuerpo más
grande.

− No me gusta el olor, − susurró, deslizando su mano por su pecho. Estaba


temblando. − No puedo coger lo que es, pero me hace sentir incómoda.

Ella estaba embarazada. Su gato compartiría su elevado sentido del olfato. Ya, que
el leopardo tenía esa capacidad aguda, pero con el embarazo, lo sería aún más.

− Tranquila, Siena, − ordenó en voz baja. − Quédate aquí, en la hierba más alta y
espérame. Mientras miro alrededor. − Él le creyó. Siena no era dada a los temores
infundados.

En el momento en que reconoció que tenía miedo, la noche pasó de hermosa a


siniestra. Las nubes sobre sus cabezas se convirtieron en funestas. Toda la
atmósfera de la noche cambió, por lo que sentía la misma inquietud que su mujer
le había transmitido a ella.

Siena envolvió sus brazos alrededor de su cuello. − Vámonos, Elías. Podemos irnos
a casa y... – Ella obviamente, no sabía qué pasaba, pero su cuerpo temblaba y su
voz se sacudía. Mantuvo su tono de voz muy bajo, sólo un hilo de voz, y ella habló
en contra de su oreja como si temiera que alguien, o algo, la pudieran oír.

− No te sentirás a salvo hasta que descubra qué te ha asustado, mi vida, − susurró


en su oído, siguiendo su ejemplo con el fin de mostrarle que él la tomaba en serio.
– Cambia para mí ahora, bebé. Y mantén la calma mientras voy a explorar
alrededor un poco.

Bookeater
Wild Cat
Por un momento pensó que no iba a hacer lo que él le había pedido. Sus brazos se
apretaron alrededor de él y ella se acercó en busca de comodidad, o para
mantenerlo con ella, no sabía cuál. Pero permaneció en silencio. Esperando. Porque
al final, Siena creía en él. Sabía eso ahora. Ella creía que la mantendría segura.
Estaba segura de que iba a proteger a sus hijos. Si no lo hiciera, nunca habría
aceptado quedarse con él. Las amenazas no detendrían su marcha, sólo la creencia
en él. Él consiguió eso ahora y era enorme, ya que significaba que no iba a ninguna
parte, no importaba cómo las cosas de difíciles se pusieran.

Deslizó su mano sobre su vientre, donde sus hijos estaban creciendo. Él entendía lo
que ella decía sobre los riesgos también. Ella estaba arriesgando todo para
quedarse y creer en él. Tenía que encontrar el mismo coraje cuando Doc les diera
las estadísticas de una mujer que lleva trillizos. Era lo suficiente inteligente para
saber que cualquier embarazo llevaba riesgos, y los múltiples tenían que venir con
su propio conjunto de problemas.

− Nos ocuparemos de ello, bebé, − murmuró.

Ella volvió su rostro hacia él y sonrió. Sonrió. Su boca suave curva, e incluso allí en
la oscuridad, con el peligro en algún lugar cercano, esa sonrisa iluminó sus
hermosas características y el hermoso color verde de sus ojos. No podía leer su
mente. Ella no podía saber que se refería a sus bebés, pero de alguna manera ella lo
hizo y le entendió.

− Siena. − Envolvió sus dedos en advertencia alrededor de su cuello. − Cambia. De


inmediato. Maldición. Ahora. Y quédate donde estás. No importa lo que pase. −
Debido a que su corazón estaba en peligro y esa parte blanda en su interior era la
demostración. Él lo sabía. Él sabía que ella lo vio. Tenía que ser fuerte, ya que,
aunque no había brisa y no olía lo que quiera que había olido su leopardo, sintió el
peligro. Y parecía estar cada vez más cerca, como si algo estuviera al acecho de
ellos.

Bookeater
Wild Cat
Ella no discutió. Allí mismo, con sus dedos cerrados alrededor de su cuello, ella
cambió. Estaba todavía un poco vacilante, un poco torpe, pero estaba haciendo el
cambio. Su pequeña hembra dejó caer su vientre al suelo y se escondió en la hierba
alta para su protección.

Elías se movió, vagabundeando, al acecho de nuevo hacia el bosque de árboles,


levantando el hocico, tratando de atrapar el olor difícil de alcanzar que había
advertido a Siena. Dio la vuelta alrededor de la arboleda sin entrar, manteniéndose
cubierto, moviéndose lentamente, los movimientos del leopardo al acecho para
cruzar cualquier área abierta para no atraer las miradas.

Estaba a una buena distancia de Siena, algo que a su leopardo no le gustaba y le


gusto aún menos, cuando cogió por fin el primer aroma. Instantáneamente su
leopardo levantó el labio en una mueca silenciosa. El leopardo de Paolo. No hubo
duda de ese olor. El olor del leopardo se había aferrado al cuerpo de Siena después
de que le había mutilado tan mal.

Incluso después de que ella se había duchado en repetidas ocasiones, había


tomado un tiempo antes de que Elías no le oliera en ella nunca más. Él nunca le
había dicho una palabra, pero más de una vez había entrado en su habitación de
entrenamiento y golpeado el bolso pesado debido a que la necesidad de violencia
en él era demasiado fuerte como para ignorarlo. Se instaló en la arboleda, mirando
hacia la hierba más alta, donde el aroma del leopardo de Paolo era aún más
pesado. Con él había otro. Paolo no había venido solo. Exploraban la casa, usando
los árboles para hacerlo.

Elías sabía que esto era su culpa. Drake había instalado la seguridad cerca de la
casa, patrullando los terrenos circundantes, pero no la superficie de cultivo en sí.
Había una gran cantidad de territorio a cubrir y sólo no tenían la mano de obra.
Pero Elías sabía de esa arboleda y de cómo un leopardo podría subir hasta allí y
ver la casa y cualquier otra actividad. Deberían haber puesto a alguien en ella.

Bookeater
Wild Cat
Él sabía en que árbol uno de ellos estaría y supuso en cual el otro. Él no podía
acercarse al árbol sin ser visto, ni a cualquiera de ellos, pero sabía que el árbol en el
lado lejano de la arboleda tenía ramas en bucle y las extremidades largas de forma
hacia el suelo. No sólo podía levantarse fácilmente y llegar a donde estaban los
leopardos en los árboles, sino que estaría llegando detrás de ellos. Así que hizo su
camino.

Usando el sigilo puro, su macho ascendió a las ramas superpuestas que formaban
un laberinto en el pabellón. Su macho conocía todas las ramas de cada árbol y
exactamente qué rama podía sostenerlo cuando tratara de saltar. Comenzó su
camino a través de los árboles, hacia el leopardo que Paolo había traído consigo.
Los árboles apestaban a sus olores. Ellos eran machos y claramente querían
reclamar el territorio, especialmente con una hembra en la zona. Ambos habían
marcado los troncos de los árboles. El aroma de Paolo enfureció a su macho.

El gato grande se movió por encima de su presa, el cambia formas que Paolo había
llevado con él, mirando hacia abajo hacia el gato rojizo, agradecido por la quietud,
de modo que el macho no le había olido todavía. Su atención estaba fija en la
dirección en que la pequeña hembra de Siena se encontraba en la hierba profunda.
Elías se tomó un momento para mirar hacia ella. No pudo detectarla, ni sus ojos y
nariz recogieron ningún movimiento o el olor, por lo que el macho debió de
haberla oído.

Mantuvo su mirada entrenada en el sitio donde sabía que la había dejado,


preocupado ahora. Si este extraño macho la había visto, era posible que Paolo lo
hubiera hecho también. Unos momentos más tarde, el sonido vino a él. Él no la vio,
pero oyó el deslizamiento de un cuerpo moviéndose en la hierba, alejándose de la
arboleda, hacia la casa. Siena ni siquiera le había dado una buena media hora antes
de que estuviera en movimiento.

Bookeater
Wild Cat
Él sabía que si había oído el deslizamiento de la piel en la hierba, los otros dos
machos, ya en estado de alerta, la oirían también. Su gran macho se lanzó, yendo a
matar, aterrizando en el gato de color más claro, los dientes hundiéndose
profundo, sus garras clavándose en los lados para llevarlo con él a medida que la
rama se rompió.

Alcanzando el suelo tan duro, el leopardo de Elias, condujo al otro macho tan
profundamente al suelo que una pierna del cambia formas se rompió y la parte de
atrás se rompió. Elías saltó de él, no tomándose un tiempo para entregar la
matanza que quería, por lo que no fue misericordioso. Elías no tuvo piedad en él.
Tenía furia. Una furia absoluta.

Paolo Riso estaba a punto de pagar por sus múltiples crímenes contra la mujer de
Elías. Por cada grito apabullante. Cada costilla rota. Cada laceración y rayado.
Cada cicatriz en su cuerpo. Cada momento de su terror. Elías planeaba para tomar
represalias por diez.

Dejó caer al gato gritando cuando el gran macho de Paolo, con una capa oscura,
casi carbón y rosetas aún más oscuros, salto del árbol donde había estado mirando
y aterrizó a unos pocos pies de distancia. Al instante atacó, corriendo hacia el
leopardo de Elías. Elías se volvió para reunirse con él, corriendo hacia él, ganando
impulso. Había aprendido la velocidad en la selva tropical. Había aprendido cómo
utilizar su columna vertebral flexible y la mejor manera de proteger su cuerpo
mientras desgarraba a su oponente. Él no tenía intención de matar simplemente a
Paolo. No quería una muerte limpia. Él quería que sintiera todo lo que había
sentido Siena, incluyendo el terror impotente.

En el último segundo antes de que los dos leopardos machos se juntasen, se desvió,
deslizándose más allá del otro gato, rastrillando una herida profunda con su garra
en el hombro, a través de la longitud del lado agitado de la cola del oponente. Se
aseguró de que las garras fueran profundo, mucho más allá de la piel suelta, casi
hasta el hueso.

Bookeater
Wild Cat
Trazo cuatro surcos de carne, piel y tendones. Dos pasos y saltó de nuevo,
rastrillando la cara del gato, desde lo alto de la cabeza, hacia abajo a través de sus
ojos y nariz. Así de rápido su macho se apartó un segundo después. Saltó sobre el
gato de Paolo, golpeando con sus garras de nuevo para desgarrar la parte
posterior. En menos de un minuto, ya había marcado y herido al masculino de
Paolo en tres lugares. Elías fue implacable, no dándole al otro macho cualquier
momento para recuperarse. Él lo golpeó una y otra vez, los ataques rápidos,
tácticas de rasgado, nunca yendo a matar, solo golpeando la piel para llegar al
músculo. Rasgando pedazos de músculo para llegar al hueso.

No había nada tan doloroso como una garra excavando en un hueso y rasgando en
él. O los dientes yendo profundo alrededor de la herida y crujiendo abajo con
poderosas mandíbulas. Elías se mantuvo en el otro gato, entregando un brutal, y
salvaje castigo hasta que los ojos del otro masculino fue de dominante, agresivo y
confiado a miedo y luego a puro terror. El sangriento leopardo trató de correr,
girando lejos del gato pesado que rasgaba lentamente su cuerpo en pedazos. Elías
era más rápido, golpeándolo con fuerza desde atrás, usando todo su peso y el
impulso para eliminar a Paolo de sus pies. Oyó la grieta cuando la pierna trasera
fue destrozada y Paolo gritó.

Al instante Elías volvió a golpearlo en la cara con su peso, rompiendo las costillas.
Saltó sobre el gato cuando el leopardo trató de arrastrarse a sí mismo en una bola
protectora. Él se alejó de Paolo, gruñendo, la furia montándolo a él. Una furia
asesina que se hizo cargo. Vio su cuerpo, desgarrado y ensangrentado como el gato
mutilado de ella, y Elías corrió a su oponente caído de nuevo, chocando contra su
otro lado, rompiendo esas costillas.

Tomó un poco de tiempo bajar la locura de matar. En ese momento había


entregado la mordedura sofocante en ambos gatos, poco quedaba del cuerpo de
Paolo que no estuviera desgarrado. Su masculino todavía se negaba a retroceder
ante el leopardo muerto, despreciando su enemigo, un enemigo que torturó,
golpeo y mutiló a una mujer.

Bookeater
Wild Cat
Su leopardo oyó el enfoque de dos hombres más y se volvió para enfrentarse a
ellos, gruñendo, con sangre de las laceraciones menores que el gato de Paolo había
logrado infligir durante la pelea en su mayoría de un solo lado.

Aunque reconoció tanto a Drake como a Tomas, les evitó, incapaz de acercarse a
cualquiera de ellos en su estado actual. Podrían tratar con los cuerpos. Tenía algo
más que hacer.

Su leopardo se echó a correr, su furia reconstruyéndose con cada paso. Sabía por
qué Drake y Tomas estaban allí. Siena les había conseguido. Ella le había
desobedecido, como de costumbre, y se había dirigido en busca de ayuda. Él
estaba yendo a matarla. Golpearla. Nalguearla. Bien. No nalguearla. Eso no había
trabajado en su favor. Pero alguna cosa. ¿La mujer no conocía el significado de
quedarse? ¿Qué tan jodidamente difícil era hacer eso? Él sabía exactamente lo que
iba a decir, la excusa que usaría. Drake y Tomas aparecieron para ayudarlo. Él no
necesitaba ayuda. No quería ayuda. Quería rasgar a ese bastardo de mierda de
Paolo de un extremo al otro. Triturarlo. Hacer que sintiera lo que Siena había
sentido. Él no necesitaba ayuda para eso. De. Nadie.

Ella estaba en el patio del dormitorio, caminando. Su macho la miró a ella, así
como a su perfume. En la oscuridad, parecía etérea, bella, con su largo cabello en
ese nudo desordenado que hacía en su cabeza para tratar de mantener controlada
toda esa seda. Ella se había puesto una de sus camisolas y pantalones cortos
pequeños que usaba con él. Esos que abrazaban sus caderas y acentuaban la
cintura metida en la entrada. Podía ver la pequeña barriga formándose y linda en
su estómago.

Ella contuvo el aliento bruscamente cuando el leopardo saltó por encima de la


pared y bajo a la tierra, cambiando justo delante de ella. Antes de que pudiera
decir una palabra, la cogió de la mano y la arrastró de nuevo dentro de la casa. No
le importaba que estuviera desnudo, con sangre y sudor.

Bookeater
Wild Cat
Ni a ella lo hizo. Ella no trató de apartarse, en cambio, en el momento en que se
encontraban en el dormitorio, se arrojó delante de él, pasando los brazos alrededor
de su cuello, echando la cabeza hacia la suya, su boca con la lengua deslizándose
para besarlo. Salvaje. Mojado. Caliente.

Él estaba enfadado. Furioso. Su leopardo furioso. Pero no importaba. Nunca lo


hacía cuando el calor se encendía y comenzaba la quemadura. Su beso fue enojado.
Feroz. Él tomó su boca. Duro. Mojado. Caliente. Más salvaje. Le mordió el labio
inferior. Ella jadeó. La tomó de la boca de nuevo. Su gusto lo volvía loco de deseo.
Su dulzor estaba teñido de miedo. Con amor. Con hambre. Con eso salvaje que
tanto amaba.

Él ya estaba desnudo, y él la desnudó, levantándola, arrastrando primero una


pierna y luego la otra alrededor de sus caderas mientras la besaba, caminando
derecho en el cuarto de baño donde la ducha grande estaba esperándolo. Ella no
parecía darse cuenta de que se estaban moviendo. Con los músculos cordados de
su especie, era nada llevarla a ella, y se dio la vuelta en el agua, por ello, por un
lado, a la vez que la besó. Alimentando su hambre. Sintiendo su desesperación.
Alimentando su propio temperamento feroz con que se quemó un edificio. El agua
caía sobre ellos, calmando algunos de los arañazos más profundos sobre él, por lo
que la sangre y el sudor corrió en riachuelos por su espalda y pecho. Durante todo
el tiempo mantuvo la boca sobre la de ella, besándola. Mordiendo sus labios, la
barbilla, ese punto de unión sensible que tanto amaba entre su cuello y hombro.

Ella se retorció, sus caderas tronzado contra él, tratando de empalarse a sí misma
en su pene, tan diabólicamente duro, pero la mantuvo fuera de su alcance,
permitiendo que la cabeza ensanchada la penetrara, pero usando su fuerza para
evitar que se deslizara sobre él con su mancha de calor, caliente.

− Elías, − protestó. Jadeo. Necesitando.

Bookeater
Wild Cat
− ¿Me desobedeciste, bebé? − Preguntó, su boca en su hombro. Los dientes
mordiendo en señal de advertencia.

Ella se quedó inmóvil. Él cogió su nudo desordenado y tiró la cabeza hacia atrás,
obligando a sus ojos a encontrarse con los suyos. − ¿Tú me desobedeciste? Yo te di
órdenes. − Sus dientes mordieron de nuevo, esta vez un poco más duro. Más
leopardo. Él mantuvo los ojos en los de ella. Dejándola ver la furia de su leopardo.
El temperamento del hombre. − Órdenes que te mantendrían a salvo.

Tragó saliva y se quedó muy quieta, pegada a él, con el corazón latiendo rápido y
fuerte, solo por oírlo.

−Mierda, respóndeme, Siena.

Se mordió los labios, moviendo la cabeza. − Tenía miedo de ellos, − susurró. −


Elías, olí el otro macho y sabía que había dos de ellos.

− Te dije que no importa qué, debías quedarte. ¿Qué parte de eso no has
entendido? − Sus dedos dejaron su pelo y fueron a sus caderas, las dos manos
ahora, y él le cogió duro, justo por encima de él. Profundo. Caliente. Ardiente. El
intenso calor, para que coincidiera con la furia de su temperamento.

Ella jadeó. Sus músculos eran increíblemente apretados alrededor de él, un puño
de seda abrazándole con fuerza, dando paso a regañadientes a su invasión
violenta. Intentó moverse, pero él la mantuvo allí. Su prisionera. Su cautiva. Su
mujer que no sabía cómo hacer cualquier cosa que se le dijera.

− ¿Qué parte de esa putada, no has entendido?

− Tenía miedo. − reiteró, cuando pudo recuperar el aliento. − Elías, yo sabía que no
podía ayudarte. Pensé que si le avisaba a Drake...

Bookeater
Wild Cat
− No, bebé, no pensaste. Te dejé allí segura. En el momento en que te moviste te
escucharon. Ellos sabían que estabas allí. Si las cosas no hubieran salido bien, si no
hubiera incapacitado antes al hombre que iba con Paolo sin que siquiera supiera
que estaba allí, él habría ido por ti. Yo tendría que preocuparme de eso en lugar de
concentrarme en matar a ese hijo de puta.

La levantó, la sensación de la quemadura apretada a lo largo de su eje, corriendo


por sus músculos, la intensidad de la fricción. Hermosa. Hermosa incluso en su
furia. Sus ojos ardieron en los de ella, y vio el cambio. Los cambios. Ella sabía que
él estaría enojado. Ella lo sabía y aun así había ido en busca de ayuda,
arriesgándose a su ira porque ella había tenido miedo por él. Ella había cuidado de
él. Era la cosa equivocada de hacer, pero lo había hecho por él.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, acentuando el verde esmeralda brillante. Sus


pestañas parecían extremos plumosos goteando diamantes. Se inclinó hacia
delante y lamió la humedad allí, tomando sus lágrimas en la boca. Probándolas.
Saboreándolas.

− Te amo, bebé, − dijo, besando su camino hacia abajo a la boca. − Pero te juro, si no
me escuchas cuando te digo algo tan importante, voy a tener que encontrar una
manera de hacerte escuchar. – Hablaba muy en serio. No quería hacerle daño, y
siempre se aseguraría de que supiera que la quería, pero él no estaba viviendo esa
pesadilla de nuevo. – Te lo juro, Siena, y es mejor que me creas putamente. O voy a
encontrar una manera de castigarte y no te va a gustar si alguna vez me pones en
esa posición de nuevo. ¿Está lo suficientemente claro? ¿Me entiendes?

Ella asintió con la cabeza, apoyando la cabeza en su hombro y apretando sus


brazos alrededor de su cuello.

Bookeater
Wild Cat
− Dame tu palabra, no muevas la cabeza. Esto es importante, Siena. Tengo que
saber que cuando se trata de tu seguridad, vas a hacer lo que te digo.

− Lo haré, − murmuró. Su voz se enganchó. – Lo juro, Elías, lo haré mejor.

− Mierda no llores. Mi amorcito, no puedes llorar más.

− Estoy embarazada, Elías, − susurró contra su piel. La sensación de sus labios era
exquisita. –Eso significa que soy emocional. Voy a llorar. − Empezó a moverse, tan
desesperada como él por el contacto, tal vez más. Con necesidad de la quemadura,
alimentando su hambre, así como la propia. Pero, en realidad, era esa conexión lo
que necesitaba. Estar dentro de ella. Rodeado de su fuego. Para sentir su cuerpo,
real, vivo, suave y todo suyo justo en ese momento.

− Me has asustado, mi vida, − admitió. − No es una buena idea asustarme.

− Estoy viendo eso, − susurró ella, y echó la cabeza hacia atrás. Volvió la cara hacia
la ducha por lo que el agua cayó suavemente sobre ella. Sobre los dos. Ella se
levantó y bajó con fuerza, mientras que él de movió hasta encontrarse con ella. Se
perdió en ella. Tomándola una y otra vez mientras ella lo montaba. Salvaje.
Conduciéndola al orgasmo dos veces.

Él quería más de ella. − Desliza tu mano hacia abajo, bebé. Usa tu dedo. Quiero que
me des todo de nuevo, esta vez conmigo.

Sintió el movimiento. La palma de su mano se deslizó por su pecho. Bajo. Entre


ellos. Amaba eso. Él sintió sus dedos mientras golpeaban en casa y luego su
respiración, cambiando de nuevo. Dándole lo que quería como siempre lo hacía. Su
cuerpo se convulsionó en torno suyo, sujetándolo con fuerza, ordeñándolo.
Enviándolo a él sobre el borde. La sostuvo un largo rato con el agua lavándolos,
limpiándolos y luego puso sus pies en las baldosas.

Bookeater
Wild Cat
Besó su camino desde el pecho a su vientre. Él anudo su pelo mojado en el puño,
utilizando su mano para impulsarla hasta las rodillas. Allí mismo, en la ducha ella
lo amaría a él. Con sus manos. Con su boca. Con el agua cayendo como lluvia a su
alrededor. Todo en él se estableció, y el amor lo rodeo fuerte. Intenso. Mucho más
intenso que el temperamento de su leopardo. Él sabía que ella siempre le haría esto
a él. Establecerlo cuando quería retorcerle el cuello. Lo curioso, era que no le
importaba en lo más mínimo.

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− La mayoría de los trillizos se forman cuando se fertilizan tres huevos separados.


Lo que significa que son fraternos. No es raro que un huevo se divida creando
gemelos idénticos y un segundo huevo de un tercer bebé, − El Doc explicó.

Elías esperó. Doc no había llegado al punto. De ningún modo. Siena, seguía con la
panza expuesta, tendida en la mesa de examen, una máquina al lado de ellos, no
moviéndose en absoluto. Estaba tensa. Más molesta de lo que se había dado
cuenta. Asustada. Se movió un poco más cerca de ella de manera protectora.

− Es extremadamente raro, incluso en cambia formas, un evento monocigótico. Un


solo huevo se ramifica en tres o de dos maneras y luego una de esas divisiones de
nuevo.

− No me estás dando nada, Doc, − dijo Elías con impaciencia.

Siena le apretó la mano, y él la miró. Su cara estaba muy quieta, y podría jurar que
estaba conteniendo la respiración.

− Siena. − Doc la miró de frente. − Hay una placenta y tres bebés. Los bebés serán
idénticos y todos ellos tendrán el mismo sexo.

Bookeater
Wild Cat
La respiración de Elías dejó sus pulmones en un apuro. No niñas. Tres muchachas
que lo miraran como su madre, lo enviarían a él sobre el borde. Tendría que
contratar a un puto ejército para alejar a todos los varones de ellas.

− ¿Y los riesgos de Siena? − Dijo Elías.

Doc volvió a mirar Siena. − Cada vez que tengas un embarazo de nacimiento
múltiple, los riesgos aumentan. Con un embarazo monocigótico, y porque tienen
una placenta compartida, el riesgo es mayor para los bebés, así como en su caso.
Puedes desarrollar pre eclampsia, que es una hipertensión inducida por el
embarazo, y antes de que Elías entre en pánico, voy a admitir que un buen tercio
de las madres que desarrollan este embarazo múltiple, han descubierto que dos
proteínas de la placenta pueden ser la causa. Vamos a ser capaces de probar y
saber de inmediato si estás en riesgo de esto y vamos a ser capaces de tratarlo si lo
estás.

Elías envolvió su mano alrededor de la muñeca de Siena, encadenándola con los


dedos mientras él se quedó mirando su vientre, viendo como el ayudante de Doc
había untado alguna sustancia pegajosa antes de hacer el ultrasonido. Para
mantener sus niños, podía vivir con eso. Si Doc decía que podría tratar con él, Elías
le creería.

Inclinó la cabeza y rozó su boca sobre la de ella. − Viviremos el presente, bebé, −


dijo en voz baja. − ¿Sí?

Ella le sonrió. − Sí. − Pero fue forzado. Ella definitivamente tenía miedo.

− Cualquier parto múltiple está en riesgo de parto prematuro, − Doc continuó. −


Estoy seguro de que ambos son conscientes de ese hecho, así que vamos a tomar
todas las precauciones que podamos para mantenerlos el mayor tiempo posible
para darles el mejor comienzo. Tienes que mantener un embarazo muy saludable y
seguir las órdenes. Quiero verte frecuentemente.

Bookeater
Wild Cat
Elías fue quien asintió. Siena parecía aún más preocupada, y él no quería que ella
se preocupara.

Él apretó su agarre alrededor de su muñeca. − Mi vida, − dijo en voz baja, y esperó


a que ella lo mirara.

− No puedes tomar ningún riesgo, Siena, como bucear. Pregúntame antes de


decidirte a hacer algo. Puedes nadar, pero tomándolo con calma. Come. No trates
de mantener tu figura de niña saltándote las comidas. Estás comiendo para cuatro,
y toma tus medicinas prenatales. Elije sabiamente tus alimentos porque tampoco
debes excederte. Frutas y vegetales. Te daré una lista, Elías.

Siena le frunció el ceño, pero el doctor solo le hizo un guiño.

− Bebe agua y mantente hidratada. Todo el tiempo. Por supuesto, nada de alcohol.
− Una vez más se volvió a Elías. − Cuando digo que necesita mantenerse hidratada,
quiero decir que debe tener el agua con ella todo el tiempo.

− Lo tengo, − dijo Elías, feliz porque iba a ser capaz de supervisar el embarazo. Se
encargaría de que comiera lo que se suponía que debía, que bebiera agua y se
tomara sus vitaminas. Definitivamente podría hacer eso.

Siena se quejó. − No lo pongas a cargo, Doc. No tiene ni idea de lo que va a ser.

Doc le sonrió. – Seguro que lo haré. Soy leopardo, Siena. Ese hombre va a lograr
que pases a través de este embarazo, y estarás sana y tendrás tres bebés sanos.

Ella volteo los ojos, pero sonrió a Elías, sacudiendo la cabeza un poco para hacerle
saber que no iba a hacer todo de su manera. Elías sabía mejor. Iba a ser todo como
el decía. Ella iba a seguir el consejo de Doc al pie de la carta porque, a pesar de sus
sonrisas y movimientos de ojos, podía ver que tenía miedo. No por ella, sino por
sus bebés.

Bookeater
Wild Cat
− Que no se canse demasiado. Ella necesita descansar, Elías. Mucho. Y hay bañera
de hidromasaje. Si toma un baño, el agua no debe estar muy caliente. Además,
calma con el sexo leopardo. Pueden tener relaciones sexuales, pero no demasiado
áspero. También, Elías, no más desplazamiento para ella. Tu macho va a tener que
ser comprensivo y simplemente estar cerca de la hembra.

− No le va a gustar, − dijo Elías, y luego deseó no haberlo hecho, ya que Siena lo


miro a la cara y ella entonces apartó la mirada de él.

− Él no tiene otra opción. Se lo haces claro. Sácalo y córrelo hasta que se haya
agotado, pero Siena no puede desplazarse más. No con tres bebés en ella. Es muy
agotador, por no mencionar, que el macho va a querer sexo duro y luego ustedes
dos.

− No hay problema, Doc, − dijo Elías.

− ¿Por qué está hablando con él cuando comenzaste a hablar conmigo? − Exigió
Siena. − Necesito un toalla para limpiar la suciedad de mi vientre. − Ella se había
sonrojado, claramente incómoda con la discusión del sexo áspero de cualquier tipo,
leopardo, cambia formas o humano, su mirada dejó de reunirse con la de Elías
completamente.

Doc le entregó una pequeña toalla. No parecía en lo más mínimo con


remordimiento. − Porque sé que Elías mantendrá su ojo en ti y no va a dejar que te
saltes las comidas, o que comsa los alimentos equivocados, o te olvide de beber
agua o descansar. Vas a tener una tendencia a querer exagerar, y él no va a
permitir eso. También, van a saber todas las señales del parto prematuro y no
deben pasar por alto ninguno de ellas.

Siena hizo una mueca, se bajó la camisa, y Elías le ayudó a entrar en una posición
sentada. Su brazo se deslizó alrededor de sus hombros. − Simplemente no me des
tres chicas, bebé, − bromeó. – Si me lo prometes, te dejaré tener un helado de vez
en cuando.

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− Estoy teniendo un helado, − declaró Siena. − Sobre todo porque es el macho quien
determina el sexo del niño, y por lo tanto tú eres el responsable si tenemos hijas.

Ella se burlaba de él, pero él notó que su mirada no fue a la suya. Ni una sola vez.
Aun así, seguía tratando de mostrar que se encontraba bien con todo. Dio un
gemido deliberado. − No pongas eso en mí.

− Una última cosa que necesitamos discutir, − Doc interrumpió. – El síndrome de


Transfusión ocurre en aproximadamente el diez por ciento de los embarazos
monocigóticos. Es una condición anormal que los vasos sanguíneos pueden
desarrollar cuando una sola placenta es compartida. Básicamente un bebé puede
convertirse en un donante para los demás, poniendo en peligro a todos ellos. No
estás mostrando signos de esto, pero voy a supervisarte de cerca. Hay un par de
tratamientos avanzados ahora que ha evitado que un buen sesenta por ciento o
más de los bebés sean afectados. No creo que vaya a pasar, pero eso es porque
nunca lo he visto en un cambia formas.

Siena parecía tener aún más miedo y colocó ambas manos protectoramente sobre
su panza como si pudiera proteger a los niños. Elías le mantuvo más cerca,
entrando en ella para poder mantenerla por debajo de su hombro.

− Elías tiene mi número privado. Puedes llamarme de día o noche, para lo que sea,
− dijo Doc. – Tu eres muy saludable, Siena, y hasta el momento los bebés están
desarrollándose perfectamente.

− Nos vamos a casar en dos días, Doc, donde Jake. Es bienvenido a venir, − dijo
Elías, ayudando a Siena a bajar de la mesa de examen.

Mantuvo a Siena cerca de él, con el brazo bloqueado alrededor de su cintura,


mientras hablaba con Doc por unos pocos minutos más.

Bookeater
Wild Cat
Eli y Drake estaban afuera cuando entraron en la sala de espera. Drake se dirigió
directamente a la puerta y la abrió, saliendo en primer lugar. Tomas, se apoyó
contra el coche, alerta, abriendo la puerta trasera hacia el asiento trasero, sus ojos
explorando los techos, mientras que Drake estaba buscando cuidadosamente arriba
y abajo de las calles en busca de cualquier señal de problemas.

Siena había hecho el anuncio de que estaba asumiendo el manejo de la bodega


Arnotto, los periódicos estaban haciendo un gran asunto de ello. La bodega era
famosa en todo el mundo, y los reporteros que habían llegado en el momento en
que se corrió la voz, junto con el hecho de que estaba comprometida y que pronto
se casaría con Elías Lospostos. También había nombrado como gerente de sus
negocios, a Alonso Massi, quien había estado con ella y su abuelo durante años y
era un hombre en el que confiaba plenamente para supervisar todas las diferentes
empresas bajo el apellido Arnotto.

Desde que el anuncio se había hecho público, Elías y Drake habían reforzado la
seguridad. Bloqueándola, de hecho. Siena no iba a ninguna parte, ni siquiera daba
un paso fuera de la casa hacia el patio sin guardaespaldas. A ella no le gustaba,
pero hasta ahora no había dicho nada. Paolo ya no era una amenaza y tampoco lo
era Robert Gatón, pero Elías y Drake no estaban tomando ningún riesgo sobre que
cualquiera de los otros jefes se opusiera a que Elías y Siena formaran un imperio.

Él la ayudó a entrar en la parte trasera del coche y se deslizó a su lado, llegando a


tomar su mano mientras miraba por la ventana de la izquierda. Parecía a punto de
llorar. Tomas puso en marcha el coche y mientras lo hacían, un vehículo les siguió
detrás y de cerca.

− Baby, para todas las cosas malas, − dijo, − hay una solución. Nuestros bebés van a
nacer fuertes, y vamos a asegurarnos de esto. Ellos tienen todas las posibilidades, y
si les damos una oportunidad Lospostos, prosperara.

Bookeater
Wild Cat
Cuando ella mantuvo la cabeza apartada de él, tiró de su mano. − Mi vida, necesito
que me mires. − Tenia que mirarla a los ojos.

Cuando ella volvió la cabeza, vio que tenía razón y las lágrimas nadaban en sus
ojos. Su corazón reaccionó, simplemente como siempre, apretándose con un poco
de dolor.

− Fue horrible. Las cosas que dijo eran horribles. Pensé que tal vez habría un poco
de peligro para mí, pero todo lo que dijo fue sobre ellos.

No todo. Había oído más de lo que quería cuando se trató de algunas de las cosas
que Doc dijo, pero él no iba a señalarlas. Se llevó su mano a la boca, abriendo los
dedos para que poder pulsar besos desde su palma hasta su muñeca interna. −
Vamos a tener tres hijos preciosos. Y vamos a disfrutar de cada segundo del
embarazo y vamos a seguir las indicaciones del documento al pie de la letra. Todo
estará bien.

Vio el cambio en los ojos empapados de lágrimas. Esperanza. Creencia. En él. Eso
casi detuvo su corazón. Ese tipo de cosas siempre eran un inesperado y hermoso
regalo. Eso lo sacudía cada vez.

− ¿Te parece? − Ella necesitaba asegurarse, y estaba dispuesta a aceptar lo que le


dijera a ella.

− Sí, nena, creo que estaremos bien. Ahora dime lo que pasó allí.

Sus pestañas revolotearon. Miró a sus manos unidas. Él había empujado su palma
de la mano contra su pecho, sobre su corazón y la sujetó allí con la suya.

− Siena, − dijo en voz baja, con insistencia. Y esperó. Le tomó mucho tiempo antes
de que finalmente lo mirara a los ojos. − Hablamos de la posibilidad de no ser
capaz de tener relaciones sexuales. Él no dijo eso. Él dijo no sexo leopardo. No
áspero. No salvaje.

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− Nosotros no, − susurró. − Elías, sé que no eres tú. No somos nosotros.

Sonrió, porque ella era la mujer más bella del mundo y ella era de él. − Ese soy yo y
somos nosotros también. Si te tengo y eso es lo que necesitas, eso es lo que necesito.
Bebé, vamos a hacerlo bien, no tengo preocupaciones. Deja que yo me ocupé de ti.

Ella sacudió su cabeza. − Quiero cuidarte.

Ella lo estaba matando. Cada vez que pensaba que la quería tanto como era
posible, ella hacia o decía algo que lo abrumaba. Lo llenaba. No podía esperar para
hacerla su esposa.

Se inclinó hacia abajo, inclinando la barbilla. − Eres mi vida. Mi vida, Siena, y


siempre lo serás. Me encanta la atención que tienes conmigo. Vamos a hacer un
trato. Voy a cuidar de ti durante el embarazo, y tú cuidaras de mí cuando no lo
estés.

Ella le sonrió, sus ojos yendo brillantes, las sombras moviéndose fuera de ellos. −
Eso suena bien, Elías. Yo puedo hacer eso.

El sabía que no sería así de simple. Todavía iba a encontrar maneras, pero al menos
consiguió su brillo de regreso.

Se inclinó y tomó su boca, porque él había descubierto que era todo lo que
realmente necesitaba.

Fin

Bookeater

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