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LA NACION | OPINIÓN | EDITORIAL

Los interminables tiempos de


la adopción
El trámite sigue siendo por demás complicado: los obstáculos se multiplican,
el desaliento se instala entre los aspirantes y los niños siguen sin tener una
familia
3 de febrero de 2018

Nunca será suficiente todo lo que se diga sobre las bondades del instituto de la
adopción, sus beneficios para la niñez abandonada y para la sociedad que debe
ampararla frente a un Estado que solo provee techo y comida, a un costo
descomunal, y con resultados por demás mediocres que muy lejos están de
cubrir satisfactoriamente las necesidades materiales y espirituales de los
menores de edad. Beneficia también a numerosas personas deseosas de dar
amor, tengan o no hijos propios. Tampoco podemos dejar de destacar el valor
superlativo de permitir acoger en forma institucional a aquellos que se ofrecen
a recibir personas con capacidades diferentes y enfermedades diversas en un
gesto que evidencia una calidad humana difícil de encontrar en los tiempos
que corren.

Lamentablemente, el trámite sigue siendo por demás complicado, los


obstáculos se multiplican y el desaliento se instala entre los aspirantes. El
Estado -por un sinnúmero de razones, algunas valederas, otras políticas y
algunas fundadas en la incapacidad para delegar funciones ha establecido una
serie de regulaciones que o desaniman o dificultan en grado sumo la
posibilidad de adoptar.

Nadie pondría en duda la importancia de respetar siempre el derecho a la


identidad, así como de procurar mantener la vinculación con la familia de
origen. Pero nunca a costa del niño. Muy a menudo se rechazan adopciones y
se insiste dramáticamente en mantener a los niños en su familia de origen a
pesar del maltrato, del abandono y de la virtual imposibilidad de criarlo en la
familia natural en condiciones razonables. Hoy se admiten adopciones que
mantienen el contacto, con adecuados regímenes de comunicación con los
padres naturales, que conciertan eficazmente todos los intereses en juego y, en
especial, los que deben ser privilegiados: los del niño.

El mayor obstáculo lo constituyen los plazos involucrados en el proceso


administrativo-judicial que supone una adopción. Esto torna doblemente
valioso y ponderable el esfuerzo de los aspirantes a adoptar. Desde que un niño
nace, los padres disponen de 45 días para tomar una decisión libre e
informada sobre su eventual entrega en adopción. Luego, corre un plazo de
180 días de transición en un intento de que el niño permanezca con su familia,
vencido el cual recién se dicta la condición de adoptabilidad. Esta ha de ser
comunicada al juez, quien a su vez cuenta con 90 días para expedirse. La
sentencia que dicta debe requerir que se remitan al juzgado los legajos
seleccionados por el registro de adoptantes. Ello, en un plazo de diez días. A
partir de allí se desarrolla una serie de instancias judiciales para que el juez
pueda dictar la sentencia de guarda con fines de adopción. Si bien no hay plazo
estipulado para ello, no imaginamos que se puedan concluir en menos de 150
días. Si sumamos todos los lapsos teóricamente involucrados hasta aquí, ya
han transcurrido nada menos que 475 días.

Una vez que el juez otorga la guarda, esta se extiende por 180 días adicionales,
pasados los cuales se inicia el juicio de adopción propiamente dicho, que
tampoco tiene un plazo fijado. Si partimos de un mínimo optimista de 120, por
simple suma algebraica ya llevan trascurridos 775 días de trámites judiciales.
Un tiempo que se torna eterno tanto para los futuros padres adoptantes como
para el chico que aguarda por una familia.

A todo esto, los candidatos a volverse adoptantes han debido realizar una serie
de trámites administrativos que incluyen, entre otros, inscribirse en el
Registro Único de Adoptantes (Ruagra). En la ciudad de Buenos Aires deben
asistir a un curso previo de 90 días, donde se les explica el sentido y las
responsabilidades de la adopción.

Hemos de destacar que todos los plazos consignados son absolutamente


teóricos, puesto que no contemplan las demoras que generan las huelgas, los
paros, las movilizaciones, las desinfecciones, las ferias del juzgado y las ferias
judiciales que se suman a la ya reconocida morosidad de la Justicia. En
conclusión, la simple realidad hará que los plazos se extiendan aún más.

No hay duda de que una adopción involucra una decisión muy seria,
sumamente importante y de gran responsabilidad. Nadie osaría discutirlo.
Pero a la hora de pensar en los niños desde una postura que realmente
pretenda fomentar la adopción, es tiempo de preguntarnos si no se pueden
agotar las instancias para que este largo e intrincado trámite, cuyos
protagonistas son muchas veces niños abandonados o de altísimo riesgo,
pueda resolverse debidamente en menos tiempo.

Los especialistas tienen la palabra; los legisladores, la responsabilidad. Es a


todas luces imperiosas y urgentes que la suma de voluntades y compromisos
en una causa como esta, tan delicada como trascendente, permita reducir los
tiempos. Las vidas de los padres que desean dar amor y la de los niños que
ansían recibirlo no esperan.

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