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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA


UNIVERSIDAD BICENTENARIA DE ARAGUA
PSICOLOGIA SOCIAL

PSICOLOGIA SOCIAL: TEORIA DE LA ATRIBUCION

Prof. DAZARA PEREZ

Realizado por:
Yelitza Perez C.I. N°
Carla Colmenares C.I. N° 15.148.546
Orlando Ballesteros C.I. V-6.104.099

Caracas, Octubre 2018.


INTRODUCCION

La teoría de la disonancia cognitiva, que había sido una de las principales fuentes

de inspiración de la psicología social durante la década de 1960, comenzó a ser

desplazada durante la década de 1970 por teorías de la atribución, cuyo origen lo

encontramos en la ideas de Heider (1944, 1958). La transición entre ambos modelos

se inició a mediados de 1960, con la teoría de la atribución casual de Jones y Davis,

y el modelo de Kelley. El enorme éxito que tuvieron estas teorías se debió, entre

otros factores, a que la forma en que describían el proceso de atribución causal

permitía que éste fuera abordado desde la perspectiva del procesamiento de la

información, que era el modelo de cognición que había terminado imponiéndose en

el contexto de la psicología. La atribución causal era concebida como el resultado

de un proceso racional de inferencia, en el que la persona produce la respuesta que

más se ajusta a la información disponible. Veremos a continuación, cual es el

concepto de la teoría de atribuciones, los factores que la caracterizan, los

postulados y finalmente el impacto que produce la teoría de las atribuciones en la

sociedad actual.
I. Concepto de Atribución

I.1 Explicación de la conducta.

En la interacción social abundan las ocasiones que nos invitan a hacer juicios acerca
de las causas de la conducta. Los psicólogos sociales han descubierto que
realizamos este proceso de evaluación de maneras predecibles. Sus hallazgos y los
principios derivados de ellos forman la base de la teoría de la atribución.

Uno de los primeros teóricos de la atribución, Fritz Heider (1958) argumentaba que
una explicación simple o “ingenua” de cierta conducta la atribuye a causas internas
o externas, pero no a ambas. De esta forma, usted podría decir que la impuntualidad
de un compañero fue causada por su pereza (un factor personal, es decir, una
atribución interna) o a un congestionamiento (un factor situacional, esto es, una
atribución externa). ¿Cómo decidimos atribuir una determinada conducta a causas
internas o externas a la persona? De acuerdo con otro importante teórico de la
atribución, Harold Kelley (1967), confiamos en tres tipos de información acerca de
la conducta al determinar su causa: distintividad, consistencia y consenso. Por
ejemplo, si su maestra le pide que al término de la clase espere un poco para hablar
con ella, probablemente tratará de averiguar qué hay detrás de su petición
haciéndose tres preguntas.
Primero, ¿qué tan distintiva es la petición de la maestra? ¿Le pide con frecuencia a
otros estudiantes que esperen para hablar (baja distintividad) o es una petición
inusual (alta distintividad)? Si a menudo le pide a estudiantes que hablen con ella,
probablemente concluirá que tiene razones personales internas para hablar con
usted. Pero si su petición es altamente distintiva, es probable que llegue a la
conclusión de que la petición se debe a algo que le concierne a usted, no a ella.
Segundo, ¿qué tan consistente es su conducta? ¿Le pide regularmente que se
quede para conversar (alta consistencia) o es la primera vez que se lo pide (baja
consistencia)?
Si se lo ha pedido antes de manera consistente, es probable que suponga que esta
ocasión es como las anteriores. Pero si su petición es inconsistente con la conducta
previa, probablemente se preguntará si algún acontecimiento (quizá algo que usted
dijo en clase) la motivó a pedirle una conferencia privada.
Por último, ¿qué consenso tiene con la conducta similar de otros? ¿Sus otros
maestros le piden que se quede para hablar con ellos (alto consenso) o esta
maestra es la única que ha hecho esa petición (bajo consenso)? Si es común que
sus maestros le pidan hablar con usted, es probable que la petición de esta maestra
se deba a algún factor externo. Pero si es la única maestra que le ha pedido hablar
en privado con usted, es probable que haya algo acerca de esta persona particular
(un motivo o preocupación interna) que explique su conducta (Iacobucci y McGill,
1990).

II. Factores que la caracterizan.

II.1 De las explicaciones intrapersonales a las interpersonales: la teoría de


la atribución causal

La teoría de la atribución causal forma parte de la evolución de los modelos cognitivo


intrapsíquicos. La primera cuestión interesante respecto a esta teoría es su propio
objeto de estudio, las explicaciones ordinarias o cotidianas de la acción, los modos
en que damos razón de las acciones propias y ajenas en la vida cotidiana. El sujeto
humano es considerado como un actor que no sólo percibe el mundo, sino que lo
interpreta y explica, en virtud de una psicología cotidiana. Para Heider (1958), la
atribución de causas a la acción es un elemento de la interacción social.
Un aspecto fundamental de las relaciones interpersonales es, para Heider, la
percepción que los interactuantes tienen de la persona y de la acción a la que se
enfrentan, Esta percepción tiene como característica principal la atribución de un
fundamento causal, la identificación de una fuente u origen de dicha acción, de
forma que ésta se haga comprensible y, con ello, se posibilite la respuesta
adecuada. Al situar los mecanismos de atribución causal dentro de los procesos
perceptivos, Heider es consecuente con sus presupuestos gestálticos y con sus
anteriores investigaciones (Heider y Simmel, 1944; Heider, 1944) en las que había
puesto experimentalmente de manifiesto que ciertas situaciones relativamente
abstractas (movimiento de figuras geométricas) eran interpretadas en términos de
causalidad e intencionalidad. Esta caracterización de la atribución como percepción
ha propiciado, que muchos de los posteriores estudios sobre atribución se
fundamenten en una concepción cognitiva e individual de los procedimientos de
dotación de sentido a la acción.
La obra de Heider, sin embargo, abre otro tipo de posibilidades. En primer lugar,
mantiene una cierta vinculación con una concepción fenomenológica de la
percepción, y en segundo lugar Heider considera que la atribución es parte de una
psicología cotidiana o de sentido común, una de cuyas principales características
es la inclusión del punto de vista del otro como parte de nuestro propio punto de
vista, es decir, la posibilidad de un descentramiento perceptivo que nos permite ver
las cosas desde la perspectiva ajena.

El planteamiento de la psicología de sentido común como objeto de estudio supone


que el científico debe adoptar el punto de vista del actor, a quien considera poseedor
de un saber sobre las relaciones interpersonales, una teoría de los otros mundos,
una teoría o una hipótesis sobre lo que ocurre en la mente de los demás. Esta
psicología de sentido común, a diferencia por ejemplo de la física o la química de
sentido común, es bastante apropiada para dar razón de lo que pasa en nuestro
medio y actuar de forma adecuada y eficaz. Si con nuestra física de sentido común
nos resulta difícil entender y por supuesto intervenir eficazmente en un mundo
tecnológicamente desarrollado (desde arreglar un coche a una computadora; todo
ello requiere conocimientos y entrenamiento específico); no ocurre lo mismo en el
mundo de las relaciones interpersonales: desde muy pequeños sabemos predecir y
manipular efectivamente situaciones y comportamientos muy complejos, como
puedan ser la ironía o la mentira. La cuestión no es, pues, que seamos muy buenos
psicólogos y muy malos físicos, sino que nuestro saber sobre la realidad social es
parte de esa misma realidad, es parte constituyente de la misma. Entender la
realidad social de esta forma, como un proceso constructivo, supone pasar de
modelos explicativos duales (sujeto vs. objeto) a modelos triangulares, en los que
la relación entre un sujeto y un objeto está mediada por la acción de un segundo
sujeto (concreto o abstracto).

III. Postulados.

III.1. Modelos de Jones y Davis.

Con posterioridad a Heider, la teoría de la atribución ha sido desarrollada,


predominantemente, con modelos psicológicos e intrapersonales, en los que la
atribución se ha entendido como procesamiento de información.
Los dos modelos más clásicos de este tipo de teorías son los de Jones y Davis
(1965) y Kelley (1967,1972a, b). El objeto de la teoría de las «inferencias
correspondientes» de Jones y Davis (1965) analizar la heteroatribución personal, es
decir, cómo inferimos disposiciones personales a raíz de la observación del
comportamiento de los demás. El punto de partida son los actos y sus efectos, que
son datos públicos. El proceso de atribución se considera como un proceso de
inferencia o procesamiento de información. La información pertinente para llegar a
una atribución personal es el grado de libertad del actor, la capacidad o poder que
se le supone, así como la consciencia de los efectos de su acción. Si no se dan
estas condiciones —que son muy similares a las postuladas por Heider— la acción
se supone que se interpretará como fruto de presiones o del azar (atribución
externa). Conviene señalar que estas condiciones de libertad, capacidad y
consciencia no son informaciones públicamente disponibles sino inferencias previas
del sujeto que hace la atribución.
Para Jones y Davis la inferencia posterior de disposiciones concretas depende de
dos factores, la deseabilidad social y los efectos no comunes. El primero, lo que
indica es que si los efectos de la acción son igual o más deseables que los derivados
de otras acciones alternativas, la acción es poco informativa sobre las verdaderas
intenciones y disposiciones del actor. Por el contrario, los comportamientos que se
separan de las expectativas de rol son más informativos sobre las disposiciones del
sujeto (por ejemplo, un estilo desenfadado de vestir en un medio laboral donde
todos van trajeados). Por efectos no comunes se entiende el hecho de que cuando
las posibles alternativas de acción tienen consecuencias similares y sólo difieren en
unos pocos efectos, éstos son los que se convierten en la clave explicativa de las
disposiciones. Así, cuando hay varias opciones de acción, con diferentes efectos
(por ejemplo, la elección entre varias ofertas de trabajo), aquella característica no
común o diferente de la opción elegida es la que resulta más informativa (si se tiene,
por ejemplo, parecido salario, horario y otras condiciones, pero diferente nivel de
autonomía organizativa —jerarquizado o libre—, ésta será la característica más
informativa sobre los motivos y característica de quien elige).
En el modelo de Jones y Davis estos procesos de inferencia se consideran
universales —como reglas de procesamiento de información que son— aunque
pueden ser modificados por sesgos tales como la relevancia hedónica y el
personalismo, que vendrían a indicar una tendencia a interpretar la acción ajena en
términos que gratifiquen nuestra propia imagen. El problema que se plantea con
este tipo de modelos intrapersonales es que dificultan la comprensión de los
fenómenos estudiados, al caracterizar las diferencias como sesgos o excepciones
a una regla supuestamente universal, con lo cual se imposibilita la comprensión de
su propia razón de ser. Estos sesgos, además, se plantean en términos
individualistas, lo cual, si bien es cierto que ocurre con frecuencia, no constituye
ninguna regla universal de naturaleza cognitiva. Podemos pensar que no se trata
de sesgos, sino de normas sociales dominantes en una situación dada, las cuales,
bien es cierto, suelen orientarse en nuestra cultura hacia el individualismo.

III.2. Modelo de Kelley.

En el modelo de atribución de Kelley la atribución es entendida, igual que en el caso


anterior, en términos de procesamiento de información. En este caso se parte del
presupuesto de que la acción la enjuiciamos preferentemente de forma diacrónica,
observando otras acciones del actor y de otras personas, y no de modo puntual
(acción más efectos) como en el modelo de Jones y Davis. La pregunta implícita
que todo sujeto-intérprete se hace, según Kelley, es ¿varía la acción conjuntamente
con el actor?, que es la pregunta que caracterizaba el quehacer científico según
John Stuart Mili y que, en la estadística, fundamenta el análisis de varianza. Para
responder a esta pregunta se recurriría a tres tipos de información: información de
consistencia, tanto espacial como temporal, es decir, información sobre el
comportamiento del actor en otras ocasiones y lugares respecto al mismo objeto. El
segundo tipo de información sería el de distintividad, acerca del comportamiento del
actor respecto a otros objetos. El tercer tipo, finalmente, es la información de
consenso o información acerca del comportamiento de otros actores respecto al
mismo objeto. Las características estructurales y formales de la información
determinan la explicación o atribución resultante (atribución de la causa de la acción
al propio actor, al objeto o persona con la que actúa o a la situación en que se
produce la acción)
Tanto la teoría de Jones y Davis como la de Kelley son teorías psicológicas, sobre
procesos intrapersonales de procesamiento de información. En ellos, la dotación de
sentido a la acción, que es lo que en definitiva es la atribución causal, se entiende
como un problema exclusivamente individual de quien hace tal atribución. El
significado es equiparado, por tanto, al perceptor, a la resultante del proceso
perceptivo, que es una cualidad psicológica. Existen, sin embargo, ciertas líneas de
investigación que entienden este proceso de un modo más interpersonal.

III.3 Diversos puntos de vista.

El modelo de procesamiento de información que subyace en las versiones


anteriormente expuestas de la teoría de la atribución ha sido puesto en cuestión
desde distintos puntos de vista. En algunos casos, lo que se pone en cuestión es la
racionalidad, la forma excesivamente lógica de los procesos propuestos de manejo
de la información. Así, por ejemplo, Harris y Harvey (1981), aunque mantienen la
idea general de que los seres humanos procesan información en la vida cotidiana y
en las tomas de decisiones que en ella ocurren, consideran que en determinadas
circunstancias los seres humanos no hacen un uso sistemático y razonable de la
información que poseen y hacen sus inferencias basándose en la información más
llamativa y disponible, ignorando sistemáticamente ciertas informaciones, tales
como las del consenso, que en el modelo de Kelley son centrales para establecer
una adecuada atribución causal. Estos autores consideran que en la vida cotidiana
existen metodologías diferentes al puro análisis estadístico de varianza. Existen,
igualmente, estudios como los de Kahneman y Tversky (1973), o los de Nisbett y
sus colegas (Nisbett y Borgida, 1975; Nisbett y otros, 1976, etc.) en los que se pone
de manifiesto que la información potencialmente útil para explicar situaciones y
hacer predicciones no es utilizada por los sujetos. Existen, asimismo, estudios que
ponen de manifiesto la existencia de conocimientos estructurados en forma de
guiones, por ejemplo, sobre la forma apropiada de actuar en distintas situaciones
(Schank y Abelson, 1987), lo que haría que, en determinadas ocasiones, las
personas no tomen en consideración el contenido de la información que reciben
sino simplemente su adecuación estructural a un guión o secuencia de conducta
estandarizada y bien aprendida, como pueda ser, por ejemplo, el comportamiento
apropiado para pedir un favor a un desconocido (Langer y Abelson, 1972).

La investigación sobre atribución se ha dirigido, en otros casos, a poner de


manifiesto la influencia que la pertenencia grupal y las creencias o representaciones
sociales del actor tienen sobre las atribuciones que realiza. En este caso, las
atribuciones —aunque siguen considerándose como una característica psicológica
y cognitiva— son estudiadas en virtud de la función interpersonal o intergrupal que
desempeñan. Así, por ejemplo, se ha observado que cuando existen grupos en
conflicto, la atribución del éxito y fracaso, tanto del propio grupo como del grupo
ajeno, tiende a reforzar la imagen positiva del endogrupo y la negativa del exogrupo
(Taylor y Jaggi, 1974, p. e.). Esta tendencia sociocéntrica, sin embargo, puede
quedar modificada por el diferente poder percibido de la persona cuya acción se
interpreta (Thibaut y Riecken, 1955), por la propia posición de dependencia
interiorizada respecto a otros grupos (Deaux y Emswiller, 1974) o por la existencia
de creencias compartidas o ideologías acerca de las características de los distintos
grupos sociales.

Existe, finalmente, una línea de investigación en la que las atribuciones, en lugar de


ser entendidas como procesos cognitivos susceptible de ser mediatizados o
determinados por las relaciones sociales, son consideradas en sí como relaciones
sociales. Esta transformación se produce al tratar las atribuciones no como
acontecimientos privados, como explicaciones que las personas se dan a sí mismas
sino como acontecimientos públicos, como explicaciones que nos damos unos a
otros sobre las razones o causas de la acción. Este desarrollo lo encontramos, por
ejemplo, en Lalljee (1982) y, muy especialmente, en Antaki (1981, 1988, 1994).

La cuestión que entonces se plantea no es ya cómo se hacen inferencias atributivas


sino cuándo o para qué se dan explicaciones. Tomaré en este caso, como un
ejemplo, el trabajo de Slugoski, Lalljee, Lamb y Ginsburg (1993), en el que la
atribución se sitúa en un contexto conversacional. La atribución se entiende, en este
caso, como una explicación que se da en una conversación ante un interrogante,
un porqué. La forma de esta explicación, que es una explicación causal, tal como
muestran los investigadores, se rige por criterios funcionales, por la función que
cumple en la conversación, y es, por tanto, diferente según el conocimiento que los
sujetos tengan acerca de lo que los interactuantes ya deben saber. Así, si
consideran que la persona a la que se dirigen tiene suficiente información acerca de
las características personales de la persona cuya acción es interpretada, entonces
la explicación causal que se ofrece es, preferentemente, de tipo situacional, dirigida
a poner de manifiesto las condiciones ambientales que han podido incidir en la
conducta y que se supone que el interlocutor desconoce; por el contrario, si la
información que la otra persona tiene es de tipo situacional, la explicación atributiva
que se le ofrece acentúa las características personales (atribución interna). La
atribución, en este caso, no es una percepción o inferencia cognitiva sino una
actuación pública que pretende ser informativa, conforme al principio de
cooperación conversacional del que hablaba Grice (1975).

III.4. Acerca de la aceptación y la legitimidad.

El estudio de las atribuciones como explicaciones cotidianas de la acción ha dado


lugar a algunas investigaciones sobre el papel justificatorio y legitimatorio que
pueden jugar en las relaciones interpersonales, vinculándose de esta forma a una
corriente de trabajo de la microsociología sobre el vocabulario de motivos (Mills,
1940) y los accounts o explicaciones (Scott y Lyman, 1968; Goffman, 1959). En este
tipo de estudios se considera que las relaciones interpersonales tienen un
componente ritual y dramático, según lo cual una de las funciones de la interacción
sería la producción y mantenimiento de una imagen pública aceptable y legítima por
parte de los interactuantes.
Los sistemas atributivos —y las teorías de sentido común en que se sustentan—
serían, según esto, un elemento crucial en la negociación de la propia imagen,
actuando como pieza clave en los mecanismos de justificación y excusa de acciones
que podrían ser interpretadas de modo negativo.
La aceptación de una versión o interpretación determinada de la conducta suele
conllevar un proceso de negociación, en el que el poder de los interactuantes se
hace presente.
Las investigaciones sobre las explicaciones cotidianas de la acción nos sitúan ya en
lo que sería característica del segundo enfoque psicosocial de los procesos
cognitivos, al que antes he hecho referencia como enfoque interpersonal.
Lo propio de este enfoque es entender el conocimiento como una práctica social,
como una propiedad de la interacción y no ya como una característica individual.
Aunque sólo se pueda hablar de un enfoque común en un sentido muy genérico, lo
resaltante no es tanto lo adecuado de una clasificación como la existencia de ciertas
preocupaciones e intereses, así como de posiciones epistemológicas, que hacen
que podamos pensar en una psicología social entendida como ciencia social.
IV. Impacto que produce la teoría de las atribuciones en la sociedad
actual: Sesgos en las atribuciones.

IV.1. El error fundamental de atribución.

Cuando hacemos una atribución, estamos conjeturando acerca de las verdaderas


causas de una acción particular. La investigación demuestra que esas conjeturas
son vulnerables a diversos sesgos. Por ejemplo, imagine que está en una fiesta y
ve a un conocido, Ted, que atraviesa el salón llevando varios platos de comida y
una bebida. Al aproximarse a su silla, Ted se derrama encima la comida. Tal vez
usted atribuya el accidente a una característica personal de Ted: es torpe. Sin
embargo, es probable que Ted haga una atribución muy diferente del
acontecimiento.
Es probable que él atribuya el accidente a un factor externo: cargaba demasiadas
cosas.
Su explicación para esta conducta refleja el error fundamental de atribución: la
tendencia a atribuir la conducta de los demás a causas internas (Aronson, Wilson y
Akert, 1999; Gilbert y Malone, 1995; Ross y Nisbett, 1991; Sanderson, 2010).
De manera más general, el error fundamental de atribución es parte del efecto
actorobservador, es decir, la tendencia a explicar la conducta de los otros como
causada por factores internos y la tendencia correspondiente a atribuir la conducta
propia a fuerzas externas (Fiske y Taylor, 1991; Fiske, 2010). De esta forma, Ted,
el actor, atribuyó su propia conducta a una fuente externa, mientras que usted, el
observador, la atribuyó a una fuente interna.
Recuerde los ejemplos que se presentaron al principio de este capítulo sobre
personas que arriesgaron su propia seguridad para ayudar a otros en la Alemania
nazi. Como observadores, tendemos a atribuir esta conducta a cualidades
personales. De hecho, Robert Goodkind, presidente de la fundación que homenajeó
a los salvadores, exhortó a los padres a “inculcar en nuestros hijos los valores del
altruismo y el valor moral ejemplificados por los salvadores”. Es claro que Goodkind
estaba haciendo una atribución interna para la conducta heroica. Sin embargo, los
propios salvadores atribuyeron sus acciones a factores externos: “Sólo éramos
estudiantes comunes que hicimos lo que teníamos que hacer”.

El error fundamental de atribución recae en la tendencia de la gente a exagerar las


causas personales para la conducta de otras personas y a subestimar las causas
personales para nuestra propia conducta.

IV.3. Atribución defensiva

Una clase relacionada de sesgo se denomina atribución defensiva. Esos tipos de


atribuciones ocurren cuando estamos motivados a dar una buena imagen, ya sea
para impresionar a los demás o para sentirnos bien acerca de nosotros mismos
(Agostinelli, Sherman, Presson y Chassin, 1992). Un ejemplo es el sesgo hacia el
interés personal, que es la tendencia a atribuir el fracaso personal a factores
externos y el éxito personal a factores internos (Schlenker y Weigold, 1992;
Sedikides, Campbell, Reeder y Elliot, 1998; Park, Bauer y Arbuckle, 2009). Por
ejemplo, los estudiantes tienden a considerar que los exámenes en los que obtienen
buenos resultados representan sus verdaderas habilidades y que los exámenes en
que tienen un mal desempeño son un mal indicador de sus habilidades (Davis y
Stephan, 1980). De manera similar, es más probable que los maestros asuman la
responsabilidad por el éxito de sus alumnos que por sus fracasos (Arkin, Cooper y
Kolditz, 1980).

IV.4. La Hipótesis del mundo justo.

Un segundo tipo de atribución defensiva proviene de pensar que la gente recibe lo


que se merece: las cosas malas le suceden a la gente mala y las cosas buenas le
suceden a la gente buena. Esto se denomina la hipótesis del mundo justo (Lerner,
1980; Dalbert, 2009). Cuando la mala fortuna golpea a alguien, a menudo saltamos
a la conclusión de que la persona lo merecía en lugar de dar mayor peso a factores
situacionales que pueden haber sido responsables. ¿Por qué hacemos esto? Una
razón es que nos brinda la tranquilizante ilusión de que algo así no podría pasarnos
a nosotros. De esta forma, en lugar de asignar la culpa de un terrible delito a un
evento fortuito (algo que podría habernos sucedido a nosotros) la reasignamos a la
negligencia de la víctima (un rasgo que, por supuesto, no compartimos); así nos
engañamos creyendo que nunca nos sucederá semejante desgracia.

IV.5. Atribución entre culturas.

Históricamente, la mayor parte de la investigación sobre la teoría de la atribución se


ha realizado en culturas occidentales. Pero, ¿los principios básicos de la atribución
se aplican también a personas de otras culturas? La respuesta parece ser “no
siempre”. En general, es más probable que los asiáticos del Este atribuyan su
conducta y la de otra gente a factores externos o situacionales, más que a
disposiciones internas (Choi, Nisbett y Norenzayan, 1999). Por ejemplo, en una
investigación se observó que estudiantes japoneses inscritos en instituciones de
Estados Unidos por lo regular explicaban el fracaso como falta de esfuerzo (una
atribución interna) y atribuían sus éxitos a la ayuda que recibían de otros (una
atribución externa) (Kashima y Triandis, 1986). Los datos empíricos también
sugieren que el error fundamental de atribución tal vez no sea tan común como
alguna vez se creyó. Los investigadores están encontrando que en algunas otras
culturas es mucho menos probable que los individuos atribuyan la conducta a
características personales internas; le dan más énfasis al papel de los factores
externos o situacionales en la explicación de su propia conducta y la de los demás
(Cousins, 1989; Markus y Kitayama, 1991; Menon, Morris, Chiu y Hong, 1998; J.
Miller, 1984; Friedman et al., 2007). En contraste, la investigación reciente ha
demostrado que el sesgo hacia el interés personal no sólo está presente en la gente
de las culturas individualistas occidentales como la estadounidense, sino que
también se observa en culturas colectivistas orientales como la japonesa (Sedikides,
Gaertner y Toguchi, 2003).
CONCLUSION

Acerca del presente trabajo se concluye que la teoría de la atribución sostiene que

las personas se interrelacionan elaborando juicios acerca de las causas de la

conducta. Esas atribuciones pueden ser internas o externas. Kelley sostiene que las

atribuciones se hacen al analizar la distintividad, consistencia y consenso de un

patrón de conducta particular. Los sesgos en la percepción pueden dar lugar al error

fundamental de atribución, en el cual se exagera la influencia que las fuerzas

personales (internas) tienen en la conducta ajena y se otorga mucho más peso a

los factores situacionales (externos) en la explicación de nuestra conducta. La

atribución defensiva nos motiva a explicar nuestras acciones de formas que

protegen nuestra autoestima; tendemos a atribuir nuestros éxitos a factores internos

y nuestros fracasos a factores externos. La hipótesis del mundo justo se basa en la

costumbre común de a culpar a la víctima cuando es a otros a quienes les suceden

cosas malas. Sin embargo los principios de la atribución no parecen aplicarse por

igual a personas de todas las culturas.


BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

 Charles G. Morris y Albert A. Maisto. Psicología General. 10ma edición.


 Francisco Tortosa y Cristina Civera. Historia de la Psicología. Lecturalandia.
 http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras
/obligatorias/035_psicologia_social1/material/descargas/historia_psico_soci
al.pdf
 Rodríguez Pérez, Clein. Psicología Social. Red Tercer Milenio.
 Navarro Carrascal, Oscar Eduardo. Psicologia Social. Asociación
Colombiana de Facultades de Psicología (ASCOFAPSI)

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